La danza de la gaviota (Comisario Montalbano 19)
Por Andrea Camilleri
3.5/5
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Una novela en la que veremos a un Montalbano cada vez más angustiado por la vejez y el paso del tiempo.
El insomnio ha vuelto a sacar al comisario Montalbano de la cama. Al amanecer, con una taza de café en la mano, sale a la terraza para contemplar el mar y asiste a un solitario y lúgubre espectáculo. En la arena, una gaviota enferma, o quizá herida, parece ejecutar los pasos de una extraña coreografía antes de caer fulminada, como si la vida se resistiera a abandonar su cuerpo para siempre. La visión, que tiene la misma naturaleza fúnebre e insidiosa que en casos anteriores, enturbia la mente del comisario como una niebla espesa.
Livia está en Vigàta y Montalbano y ella tienen previsto disfrutar juntos de unas vacaciones. Pero nada saldrá como planeaban, pues Fazio, la inestimable mano derecha de Montalbano, ha desaparecido. No ha vuelto a casa y su teléfono está desconectado. Se lo vio por última vez junto a una zona llena de pozos en desuso, y Montalbano y sus compañeros se temen lo peor. La imagen de su querido Fazio herido, o quizá muerto, en el fondo de un oscuro pozo los aterroriza y no repararán en esfuerzos para encontrarlo.
En otro sutil toque de humor de su genial creador, los acontecimientos de La danza de la gaviota transcurren cerca del lugar donde se está rodando un episodio de la famosa teleserie sobre Montalbano. Por supuesto, el comisario evita a toda costa cruzarse con el actor que lo interpreta, que es mucho más joven y atractivo, aunque difícilmente tan irresistible para las mujeres...
La crítica ha dicho...
«Escrita con la habitual maestría [...] esta nueva novela se lee con un placer amargo, pues el malestar de Montalbano no deja de ser la proyección de un fenómeno social generalizado.»
Il Mattino
Andrea Camilleri
Andrea Camilleri nació en 1925 en Porto Empedocle, provincia de Agrigento, Sicilia, y murió en Roma en 2019. Durante cuarenta años fue guionista y director de teatro y televisión e impartió clases en la Academia de Arte Dramático y en el Centro Experimental de Cine. En 1994 creó el personaje de Salvo Montalbano, el entrañable comisario siciliano protagonista de una serie que consta de treinta y cuatro entregas. También publicó otras tantas novelas de tema histórico, y todos sus libros han ocupado siempre el primer puesto en las principales listas de éxitos italianas. Andrea Camilleri, traducido a treinta y seis idiomas y con más de treinta millones de ejemplares vendidos, es uno de los escritores más leídos de Europa. En 2014 fue galardonado con el IX Premio Pepe Carvalho.
Otros títulos de la serie La danza de la gaviota (Comisario Montalbano 19) ( 30 )
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- Un giro decisivo (Comisario Montalbano 10) Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
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Comentarios para La danza de la gaviota (Comisario Montalbano 19)
181 clasificaciones12 comentarios
- Calificación: 1 de 5 estrellas1/5Nov 18, 2024 I thought The Dance of the Seagull was horrible and hard to read. It started off in a bizarre fashion, and then progressively got worse. I finished the book this morning, and then maybe an hour later couldn't remember if I finished it or not. It was that forgettable.
 Camilleri's one good character, Dr. Pasquano, is largely missing or completely absent from this one. And Catarella is far too prevalent throughout making it that much more unbearable. Everyone else is a complete idiot, and Montalbano is their idiot savant (in regione caecorum rex est luscus).
 And for whatever reason there were a number of instances where Inspector Montalbano thought he'd pull some tricks to be cute. Nothing cute whatsoever about his "clever" ideas, just more of his moronic behavior.
 About the only good part, the only part that made sense was near the end of the book when Augello finally got fed up with Montalbano's antics and said, "You know, with all the respect due a superior, I must say you're a perfect idiot." Yep.
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Jul 13, 2022 Does Montalbano get through his andropaus or is it going to be a permanent drag on the rest of the series? This installment included no real episodes of gustatory enjoyment and seemed scattershot.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Dec 7, 2020 Montalbano sees a seagull do an odd dance before dropping dead on the sand outside his house. The image, burned on his mind, actually helps him find a vital clue at the end. In this one, Fazio is missing and a search is made and he's found. He's been shot and has lost his memory of the events leading to his situation. The case leads into some rather gruesome aspects.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Nov 6, 2020 law-enforcement, sicily, attempted-murder, murder, murder-investigation, smuggling, situational-humor, verbal-humor
 If you've read any of the Montalbano books you know that the men of the station are dependent on each other and respect each other. One of their number, Fazzio, goes missing and it is a hard road to finding out where he is and what he was about. He is found alive but with a head wound and still in danger from those who kidnapped him and murdered his friend. It's a tense novel and filled with suspense despite the humorous stuff. Loved it.
 Stephen Sartarelli is the master of Montalbano translations, and Grover Gardner in the voice of Montalbano and the other characters.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Jul 9, 2019 I'm finding Camilleri's books are becoming a bit more violent as time goes on & Montalbano's humor lessening.
 Fazio's wife calls Montalbano asking about Fazio as he never came home from an undercover assignment, but Montalbano & the rest of the police station, know that Fazio wasn't assigned to a case.
 An anonymous lead sends Montalbano & others out to the dry wells. The first well is empty; the second is the moldering corpse of a man who'd been shot in the foot & tortured, the third well contains the body of a recently dead man, who is not Fazio... But Montalbano senses Fazio in the vicinity and they begin the search of a unfinished traffic tunnel where they find him inside armed & shooting at them.
 From the hospital, once regaining his memory, Fazio leads them to the unraveling mystery of the men in the wells and a large smuggling operation, which Fazio was looking into for a friend when he was kidnapped.
 The book certainly held my interest. One thing I must say about Camilleri's writing is that even though there is a set formula, the plots are all different and like nothing I've read before.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Jul 16, 2017 When I began reading The Dance of the Seagull and learned that Montalbano was going on vacation with Livia, I groaned out loud. I'm not a fan of Livia; it seems that all she and the inspector can do when they're together is misunderstand each other and fight. I'd much rather deal with clues and dead bodies. But as soon as Montalbano steps foot inside the station and learns about Fazio, we are immediately immersed in an investigation.
 Montalbano, the old grouch, seldom gets the sleep he needs, but now he seems to be getting flashes of "second sight" along with his insomnia. I love to watch this character put together completely disparate occurrences to form kernels of knowledge that tell him what's happened. All homicide detectives should be so lucky. He's also fortunate in the team he's brought together, and The Dance of the Seagull shows us exactly what each member is willing to do for the others. These men aren't simply co-workers who put their lives on the line; they are also friends, and-- most importantly-- family.
 No Montalbano mystery is complete without a scene starring fan favorite Catarella and a few more showcasing the mouthwatering food of Sicily. This entire series is a gem, and one of the best pieces of translation I've come across in my reading. I've been with this series since the beginning (The Shape of Water), and the cast of characters, the setting, and the mysteries have me completely hooked. I'm not about to miss a single installment, and if you give the series a try, you'll probably find yourself feeling the same way.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Jan 28, 2017 Ah, the delights of Sicily, and our favorite Inspector. Equal parts slapstick and mystery, this episode begins with a vacation plan for Salvo and Livia, but instead finds Fazio in trouble, Salvo stalked by a beautiful nurse, and the powers that be beautifully manipulated as usual to do just what Montalbano needs.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Sep 7, 2016 2013, Blackstone Audiobooks, Read by Grover Gardner
 Publisher’s Summary:
 Before leaving for vacation with Livia, Montalbano witnesses a seagull doing an odd dance on the beach outside his home – and then the bird suddenly drops dead. Stopping in at his office for a quick check before heading off, he notices that Fazio is nowhere to be found and soon learns that he was last seen on the docks, secretly working on a case. Montalbano sets out to find him and discovers that the seagull’s dance of death may provide the key to understanding a macabre world of sadism, extortion, and murder.
 My Review:
 The Dance of the Seagull finds the Italian Inspector in search of his missing right hand man, Fazio. It is interesting to observe the team at work with one of their own in danger. Lots of depravity here, too, what with mafia, international waters, murder, extortion, and more. Catarella continues to amuse with chief, chief! and poysonally in poyson. Oh, and Montalbano is distracted by, what else …
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Oct 29, 2015 I liked this one for a number of reasons. The story is back on solid footing as a police procedural. It also has a more somber feel about it. The story stays more or less focused on the case at hand and Montalbano even tries to minimize the number of falsehoods he tells to his boss, the Commissioner. Camilleri continues to play around with little intrusions of reality that true Montalbano fans will appreciate, like the tiny playful gab he takes at the actor who play Montalbano in the TV series by having Montalbano comment that unlike the actor, Montalbano does have a full head of hair. Cute. ;-)
 Overall, a better story and a more solid police procedural piece. Onwards to the next book in the series.
- Calificación: 1 de 5 estrellas1/5Oct 30, 2014 Too much telling, not enough showing. Detective make assumptions that leads him to find his associate - reader is asked to buy into all the assumptions without author providing the background. I finished the tape, but I was really glad it didn't go on much longer.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Apr 4, 2013 The novels of Andrea Camilleri breathe out the sense of place, the sense of humor, and the sense of despair that fills the air of Sicily. A good read, enjoy!
 I was given this book by GoodReads.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Apr 1, 2013 This is the 15th and latest in translation in the Salvo Montalbano series, with several more published but yet to be translated. Which means lots to look forward to! I read this in less than two days, which is testament to how much I was enjoying it (having some recreation time might have helped too). This latest is a little more pacey than the Camilleri norm, or so it felt, due in no small measure to the urgency in finding Montalbano's colleague Fazio who has gone missing and may have had a terrible fate befall him. Montalbano is getting older of course, he is now 57,and the interchanges between him and his alter ego now and then add to the entertainment factor and help give some insight into the man himself.
 The Mafia do not usually figure with any great prominence in Camilleri's books, but here the villains have Mafia connections; however the focus on the individuals and the criminal aspect rather than the organisation ensures than the book does not become any sort of commentary on the mafia itself, something Camilleri is always careful to avoid in my opinion. Not a criticism, rather an observation.
 The book starts, rather promisingly, with Salvo's longtime girlfriend Livia arriving to spend a holiday with him, but she disappears from the story as quickly as she arrives, which is a downer for me as I would dearly like to see his relationship with Livia feature more prominently in the series. But that said, there is still, as always, a female presence that gets Montalbano's hormones going and the man in a muddle. Also not present to the usual extent is Sicilian cuisine; Montalbano loves his food, and it often features prominently, but alas, aside from lots of coffee, not so much here. These two slight criticisms aside, I loved this latest, the plot, the often quirky characters, the wit, the interactions, and Camilleri's humourous style.
 The dance of the seagull, which the book opens with, serves, should you wonder as a metaphor for a later event, of which I shall say no more! As for a 'double scrockson', read the book!
 Camilleri is, if it is not already evident, very probably my favourite, and this latest just serves to entrench him in that position.
 Having the full Montalbano series also on DVD, I now plan to watch this story later tonight, time and body allowing. Opportunity to enjoy the story all over again albeit via a different medium. Might not deliver all that the book does, but I shall still enjoy.
Vista previa del libro
La danza de la gaviota (Comisario Montalbano 19) - Andrea Camilleri
1
Hacia las cinco y media de la mañana ya no pudo seguir acostado, mirando el techo con los ojos como platos.
Era algo que había empezado a ocurrirle con la edad: normalmente, pasada la medianoche, se tumbaba en la cama, leía una media hora, cerraba el libro en cuanto empezaban a bailarle las letras, apagaba la luz de la mesilla de noche, se colocaba en la posición adecuada —tendido sobre el costado derecho, con las rodillas flexionadas, la mano derecha abierta, la palma hacia arriba encima de la almohada y la mejilla apoyada en la mano—, cerraba los ojos y se dormía al instante.
Afortunadamente, casi siempre dormía hasta la mañana, a lo mejor incluso de un tirón, pero algunas noches, como la pasada, al cabo de apenas dos horas despertaba sin ningún motivo y ya no había manera de volver a conciliar el sueño.
Una vez, al borde ya de la desesperación, se había levantado y había llegado a beberse media botella de whisky con la esperanza de quedarse roque. El resultado fue que se presentó en la comisaría al amanecer y como una cuba.
Se levantó y fue a abrir la cristalera de la galería. El día era una auténtica preciosidad, espléndido, semejaba un cuadro recién pintado. Sin embargo, las olas resonaban más fuerte que de costumbre.
Salió y sintió un escalofrío. Estaban a mediados de mayo, y en otros tiempos ya haría un calor casi estival; en cambio, parecía un día de marzo. Tal vez se estropeara al final de la mañana. A la derecha, en Monte Russello, se formaban ya algunas nubes negras.
Entró, fue a la cocina y preparó café. Se tomó la primera taza y luego se metió en el baño. Cuando salió, vestido, se sirvió la segunda taza y fue a tomarla sentado en la galería.
—¡Qué madrugador está hoy, comisario!
Montalbano levantó una mano en señal de saludo.
Era el señor Puccio, que empujaba la barca hacia la orilla; luego subió a bordo y empezó a remar mar adentro. ¿Cuántos años hacía que lo veía hacer siempre los mismos movimientos?
Después se puso a seguir con la mirada el vuelo de una gaviota. Ahora se veían pocas gaviotas; a saber por qué, se habían trasladado a la ciudad. Hasta en Montelusa, a diez kilómetros de la costa, las había a cientos; era como si se hubieran hartado del mar y quisieran permanecer lejos de las olas. ¿Por qué habían decidido buscar comida en la basura urbana, en vez de ir a pescar peces frescos? ¿Por qué se habían degradado hasta pelearse con las ratas por una cabeza de pescado putrefacto? Aunque ¿había sido un acto deliberado, o es que algo había cambiado en el orden de la naturaleza?
De repente, la gaviota cerró las alas y empezó a bajar hacia la playa. ¿Qué había visto? Cuando tocó la arena con el pico, en vez de alzar de nuevo el vuelo con su presa, se desplomó, se convirtió en un montoncito inmóvil de plumas ligeramente agitadas por la brisa matinal. Quizá le habían disparado, aunque el comisario no había oído ningún tiro de escopeta. Pero ¿qué imbécil podía ponerse a disparar a una gaviota? El ave, que se hallaba a unos treinta pasos de la galería, parecía muerta. Sin embargo, mientras Montalbano estaba mirándola, se estremeció, se levantó trabajosamente, se inclinó hacia un lado, abrió una ala —la más cercana a la arena— y empezó a girar sobre sí misma, dibujando un círculo a su alrededor con la punta del ala, con el pico levantado hacia el cielo en una postura forzada que le retorcía el cuello. Pero ¿qué hacía? ¿Bailaba? Bailaba y cantaba. Mejor dicho, no cantaba: el sonido que le salía del pico era ronco, desesperado, como si pidiese ayuda. Y de cuando en cuando, sin dejar de girar, estiraba el cuello hacia arriba de un modo inverosímil y llevaba el pico adelante y atrás; parecían un brazo y una mano que quisieran poner alguna cosa en alto y no lo consiguieran.
En un abrir y cerrar de ojos, Montalbano bajó a la playa y llegó a su lado. La gaviota no dio muestras de haberlo visto, pero sus giros empezaron a tornarse inciertos, cada vez más tambaleantes, hasta que al final, tras emitir un sonido agudo que pareció humano, perdió el apoyo del ala, se desplomó de lado y murió.
«Ha bailado su propia muerte», pensó el comisario, impresionado por lo que acababa de ver.
Decidió no dejársela a los perros y las hormigas. La agarró por las alas y se la llevó a la galería. Fue a la cocina y cogió una bolsa de plástico. Metió dentro el ave y la lastró con dos piedras que tenía en casa porque eran bonitas. Luego se quitó los zapatos, los pantalones y la camisa, y, en calzoncillos, se metió en el agua hasta que le llegó al cuello, giró con fuerza la bolsa y la lanzó lo más lejos posible.
Volvió a casa para secarse, muerto de frío. A fin de entrar en calor, preparó otra cafetera y se bebió el café ardiendo.
Mientras se dirigía en coche a Punta Raisi, le volvió al pensamiento la gaviota que había visto bailar y morir. A saber por qué, tenía la impresión de que los pájaros eran eternos, y cuando por alguna razón veía alguno muerto, siempre se quedaba un tanto asombrado, como sucede ante algo que uno no piensa que pueda ocurrir. Estaba casi seguro de que a la gaviota no le habían disparado. Casi seguro, porque quizá le habían dado con un solo perdigón que, aunque suficiente para matarla, no la había hecho sangrar. ¿Morían así todas las gaviotas, ejecutando esa especie de danza desgarradora? No podía quitarse de la cabeza aquella escena.
Una vez en el aeropuerto, el panel electrónico de las llegadas le dio la maravillosa y previsible noticia de que el vuelo que esperaba llevaba una hora y pico de retraso.
¿Y qué creía? ¿Acaso había algo en Italia que saliera o llegara a su hora?
Los trenes iban con retraso, los aviones también, a los transbordadores les costaba Dios y ayuda zarpar, del servicio de correos mejor no hablar, los autobuses se perdían en el tráfico, las obras públicas se alargaban entre cinco y diez años, cualquier ley tardaba años en ser aprobada, los procesos se eternizaban, hasta los programas de televisión comenzaban siempre media hora tarde...
Cuando empezaba a pensar en esas cosas, a Montalbano se le encendía la sangre. Pero no tenía ganas de estar de mal humor cuando Livia llegara. Necesitaba distraerse de algún modo durante aquella hora de espera.
El viaje matinal le había abierto un poco el apetito, cosa extraña, puesto que nunca desayunaba. Fue al bar, donde había una cola de oficina postal el día de pago de las pensiones. Finalmente le tocó.
—Un café y un cornetto.
—No hay cornetti.
—¿Se han terminado?
—No. Esta mañana los traerán más tarde, los tendremos dentro de media hora.
¡Hasta los cornetti llevaban retraso!
Se bebió el café de mala gana, pidió un periódico, se sentó y se puso a leer. Todo puro parloteo y cháchara.
El gobierno parloteaba, la oposición parloteaba, la Iglesia parloteaba, la patronal parloteaba y los sindicatos parloteaban, y además la prensa parloteaba sobre una pareja importante que se había separado, sobre un fotógrafo que fotografiaba lo que no debía, sobre el hombre más rico y poderoso del país, al cual su esposa había escrito una carta abierta para reprenderlo por ciertas palabras dichas a otra mujer, parloteaba y requeteparloteaba sobre los albañiles que caían como peras maduras de los andamios, sobre los inmigrantes clandestinos que morían ahogados en el mar, sobre los pensionistas reducidos a la miseria, sobre los niños violados...
Se parloteaba sin parar y por doquier de cualquier problema, siempre en vano, sin que el parloteo se transformara nunca en la más mínima medida, en ningún hecho concreto...
Montalbano decidió que había que modificar el artículo 1 de la Constitución en los siguientes términos: «Italia es una República basada en la venta de droga, el retraso sistemático y el parloteo vano.»
Mareado, tiró el periódico a una papelera, se levantó, salió del edificio del aeropuerto y encendió un cigarrillo. Vio gaviotas volando casi en la orilla del mar, lo que le recordó la gaviota que había visto bailar y morir.
Como todavía le quedaba media hora de espera, recorrió andando un trecho del camino que había hecho en coche, hasta que llegó a unos metros de las rocas. Se quedó allí de pie, disfrutando del olor a algas y sal y mirando las aves que se perseguían.
Volvió cuando el avión de Livia acababa de aterrizar.
La vio aparecer ante él, guapa y sonriente. Se abrazaron y se besaron; hacía tres meses que no estaban juntos.
—¿Vamos?
—Tengo que recoger la maleta.
Los equipajes, naturalmente, fueron entregados a los viajeros con una hora de retraso entre gritos, reniegos y protestas. ¡Y menos mal que no habían seguido rumbo a Bombay o Tanzania!
Mientras se dirigían a Vigàta, Livia dijo:
—¡Acuérdate de que he reservado habitación para esta misma noche en Ragusa!
El plan era recorrer en tres días el Val di Noto y los pueblos del barroco siciliano, que Livia no conocía. Pero no había sido una decisión fácil.
—Oye, Salvo —le había dicho ella por teléfono una semana antes—, puesto que tengo cuatro días libres, ¿qué tal si voy a tu casa y los pasamos tranquilamente?
—Estaría muy bien.
—He pensado que podríamos hacer un viajecito por Sicilia. Hay algunas zonas que no conozco.
—Espléndida idea. En estos momentos en la comisaría no hay mucho que hacer. ¿Has pensado ya adónde te gustaría ir?
—Sí, al Val di Noto. No he estado nunca.
¡Ay! ¿Por qué se le había ocurrido justamente ese sitio?
—Bueno, desde luego el Val di Noto es increíble, pero, créeme, hay otros lugares que...
—No; me apetece ir a Noto, dicen que la catedral restaurada es una maravilla, y luego podríamos acercarnos, no sé, a Modica, Ragusa, Scicli...
—Es un buen plan, no lo pongo en duda, pero...
—¿No estás de acuerdo?
—En líneas generales, sí, mujer, cómo no voy a estarlo, pero quizá convendría informarse antes.
—¿De qué?
—Verás, no quisiera que estuviesen rodando.
—Pero ¿de qué hablas? ¿Qué ruedan?
—No quisiera que, cuando fuéramos, estuvieran rodando algún episodio de la serie de televisión... Los hacen precisamente por allí.
—Perdona, pero ¿a ti qué más te da?
—¿Cómo que a mí qué más me da? ¿Y si por casualidad me encuentro cara a cara con el actor que hace de mí? ¿Cómo se llama?... Zingarelli...
—Se llama Zingaretti; no finjas que te equivocas. El Zingarelli es un diccionario. Pero, repito, ¿a ti qué más te da? ¿Será posible que tengas esos complejos infantiles a tu edad?
—¿Qué tiene que ver la edad?
—Además, ni siquiera os parecéis.
—Eso es verdad.
—Él es bastante más joven que tú.
¡Y dale con la edad! ¡Qué tabarra! ¡Livia estaba obsesionada con eso! Montalbano se picó. ¿Qué tenían que ver la juventud o la vejez con aquello?
—¿Y qué coño significa eso? ¡Si nos ponemos en ese plan, él está completamente calvo, mientras que yo tengo pelo para dar y vender!
—Venga, Salvo, no discutamos.
Y al final, para no pelear, se había dejado convencer.
—Sé perfectamente que has reservado —respondió ahora—. ¿Por qué me lo dices?
—Porque significa que tienes que estar de vuelta en Marinella como máximo a las cuatro.
—Sólo tengo que firmar unos papeles.
Livia soltó una risita.
—¿De qué te ríes?
—Salvo, como si fuese la primera vez que... —Dejó la frase en el aire.
—No; continúa. ¿La primera vez que qué?
—Dejémoslo estar. ¿Has hecho la maleta?
—No.
—Pero ¡hombre...! ¡Tardarás dos horas en hacerla, y con tu velocidad de crucero llegaremos a Ragusa a las tantas!
—¡Velocidad de crucero! ¡Qué ingeniosos estamos! ¿Cuánto tiempo se necesita para hacer una maleta? ¡En media hora la tendré lista!
—¿Quieres que empiece a preparártela?
—¡Por lo que más quieras, no!
Una vez en que le había pedido que le hiciera ella la maleta, se había encontrado en la isla de Elba con un zapato marrón y otro negro.
—¿Qué significa ese «por lo que más quieras»? —preguntó Livia en tono tenso.
—Nada, nada —respondió él, que no tenía ganas de bronca.
Al cabo de un rato de silencio, Montalbano preguntó:
—¿En Boccadasse se mueren las gaviotas?
Livia, que miraba al frente con una expresión todavía dolida por el asunto de la maleta, se volvió hacia él, perpleja, y no contestó.
—¿Por qué me miras así? Sólo te he preguntado si en Boccadasse se mueren las gaviotas.
Livia continuó mirándolo sin contestar.
—¿Te importa responder? ¿Sí o no?
—Pero ¿no te parece una pregunta estúpida?
—¿No puedes contestarme simplemente, sin asignar cociente de inteligencia a mi pregunta?
—Creo que en Boccadasse se mueren, como en todas partes.
—¿Y tú has visto morir a alguna?
—No creo.
—¿Qué quiere decir «no creo»? No es una cuestión de fe, ¿sabes? ¡O lo has visto o no lo has visto! ¡No hay término medio!
—¡No levantes la voz! ¡No lo he visto! ¿Satisfecho? ¡No lo he visto!
—¡Ahora eres tú la que grita!
—¡Porque haces unas preguntas que no tienen ni pies ni cabeza! Estás muy raro esta mañana. ¿Te encuentras bien?
—¡Me encuentro de maravilla! ¡Como Dios! ¡De coña! ¡De puta madre; no: de putísima madre me encuentro!
—No hables en ese tono, y no digas palabro...
—Hablo como me parece, ¿vale?
Livia no replicó y él se calló. Ninguno de los dos volvió a abrir la boca.
Pero ¿cómo es que no paraban de discutir por los motivos más tontos? ¿Y cómo es que a ninguno se le pasaba por la sesera extraer la lógica conclusión de esa situación, que era darse la mano y separarse de una vez por todas?
Continuaron en silencio hasta Marinella. En vez de irse enseguida a la comisaría, a Montalbano le entraron ganas de darse una ducha. A lo mejor así se le pasaban los nervios por la discusión con Livia, la cual, nada más llegar, se había encerrado en el baño.
Se desnudó y llamó discretamente a la puerta.
—¿Qué quieres? —preguntó ella.
—Date prisa, quiero darme una ducha.
—Espera, que antes me la doy yo.
—¡Venga, Livia, tengo que ir a la oficina!
—Pero ¡si has dicho que sólo tenías que firmar unos papeles!
—¡Sí, pero piensa que me he hecho Vigàta-Palermo-Vigàta para ir a buscarte! ¡Necesito ducharme!
—¿Y no me he hecho yo Génova-Vigàta? ¿No es un camino más largo? ¡Me toca primero a mí!
Pero bueno, ¿ahora se ponía a contar los kilómetros? Montalbano maldijo, buscó un bañador, se lo puso y bajó a la playa.
Pese a que el sol ya estaba alto, la arena que pisaba estaba fresca. Nada más meterse en el agua se quedó congelado. La única solución era empezar a nadar enseguida y deprisa.
Cuando llevaba un cuarto de hora dando brazadas, se puso a hacer el muerto. En el cielo no se veía un pájaro ni por casualidad. Al poco, unas gotas resbalaron por su cara hasta metérsele en la boca, entre el paladar y la lengua. Le encontró un sabor extraño. Entonces tomó con la mano un poco de agua y la probó. No cabía duda: el mar no tenía el mismo sabor que antes. Parecía que le faltara sal, amargaba ligeramente y sabía a agua mineral caducada. Quizá por eso las gaviotas... Pero ¿cómo es que los salmonetes que se zampaba en la trattoria seguían teniendo el delicioso aroma de siempre?
Mientras volvía hacia la orilla, vio a Livia sentada en albornoz en la galería, tomando un café.
—¿Cómo está el agua?
—Caducada.
Cuando salió de la ducha, se
