El carrusel de las confusiones (Comisario Montalbano 28)
Por Andrea Camilleri
4/5
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En Vigàta las escenas nocturnas adquieren una belleza leopardiana, pero no absorben el murmullo de las alas invisibles en la tiniebla. En una calle solitaria, una mujer de unos treinta años es raptada, narcotizada con cloroformo y abandonada sin sufrir violencia ni robo, lo mismo que le ocurrió la víspera a la sobrina de Enzo, el propietario de la trattoria favorita de Salvo Montalbano. Ambas tienen en común la edad y que trabajan en sucursales bancarias. Unos días más tarde, otra joven es secuestrada con idéntico modus operandi, pero liberada en este caso con una treintena de cortes superficiales por todo el cuerpo menos la cara. Y coincidiendo con estos sucesos tan extraños, un incendio a todas luces provocado arrasa en parte una tienda cuyo dueño y su novia han desaparecido sin dejar rastro.
La situación huele a mafia, pero el paso del tiempo no ha hecho perder a Montalbano un ápice de su fino olfato para descifrar los pequeños detalles y captar las motivaciones ocultas. Cuando todo apunta a una explicación más que obvia, el ejercicio de una lógica impecable lleva al comisario hacia una realidad mucho más compleja, un entramado de perversiones, traiciones y venganzas. En ese laberinto pantanoso de servidumbres y desamores, de lóbrego malestar, se esconde, entre un dédalo de confusiones, una "cámara de la muerte": la última, la más secreta, el lugar donde lo espera agazapada la verdad.
Misteriosa, irónica, oscurísima, genial, imposible dejarla: esta nueva entrega del comisario Montalbano envuelve al lector en un clima de suspense psicológico sin tregua y confirma a Andrea Camilleri como uno de los maestros indiscutibles del género negro.
La crítica ha dicho...
«Camilleri es el padrino de la novela negra italiana.»
The Guardian
«En el fondo, la novela policíaca es otra forma de escribir historia: como en estas crónicas ficticias del comisario Montalbano, siempre más veraces que la propia realidad.»
Salvatore Silvano Nigro
Andrea Camilleri
Andrea Camilleri was one of Italy’s most famous contemporary writers. The Inspector Montalbano series, which has sold over sixty-five million copies worldwide, has been translated into thirty-two languages and was adapted for Italian television, screened on BBC4. The Potter’s Field, the thirteenth book in the series, was awarded the Crime Writers’ Association’s International Dagger for the best crime novel translated into English. In addition to his phenomenally successful Inspector Montalbano series, he was also the author of the historical comic mysteries Hunting Season and The Brewer of Preston. He died in Rome in July 2019.
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Comentarios para El carrusel de las confusiones (Comisario Montalbano 28)
107 clasificaciones10 comentarios
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Feb 9, 2023
One of the reasons why I read Andrea Camilleri's series is because of its humor, but I have to admit that the humor has been lacking in the past few books. I am happy to say that the comedy is back in full force in The Overnight Kidnapper, and I enjoyed every second of it. The stories in the past few books seemed a bit lackluster to me as well, and that changed in this book, too. Perhaps it's due to something Camilleri says in the Afterward. Unlike the other recent books, The Overnight Kidnapper was not inspired by a newspaper article that the author read. It could be that giving himself a rest from the real world set him free to get back to the roots of this long-running series.
The story, with its arson case and the strange abductions of young women who worked in local banks, also kept me wondering what was going on, and-- as usual-- I enjoyed watching Montalbano figure it all out. Even if he can't find his way out of a hospital, Montalbano is a master (1) at knowing all the major crime figures on his patch, (2) how to work with his contacts in the local media, and (3) even more importantly, how to manipulate his aggravating superior.
If anything was lacking in this book, it was food. There was no real descriptions of the mouth-watering meals Montalbano usually enjoys. He went into his favorite restaurant, he ate, and then he walked along the jetty. Even his housekeeper didn't keep his refrigerator and oven filled with her usual feasts. Ah well. I suppose we all have to go on diets periodically.
With the death of Camilleri in 2019, there are no more new Montalbano mysteries, and I find myself wanting to read these last few even slower, to stretch out my enjoyment for as long as I can. This talented man created a cast of characters, an entire fictional world, that I have lived in happily for many years. It's always sad to have something like this end. - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Oct 10, 2022
"El carrusel de las confusiones", de Andrea Camilleri, es una de las últimas entregas de la serie del comisario Montalbano. Vemos a un Montalbano más sereno en el que los años van pasando y pesando. En este episodio se producen algunos equívocos y confusiones que el comisario reconoce como fruto de la edad y se propone jubilarse si se siguen produciendo. Pese a todo, la eficacia de Montalbano y su equipo para resolver este caso no se resiente, aunque creyera en principio que el culpable era su primer sospechoso.
Una vez más te recomiendo esta saga que resulta muy amena y entretenida, con novelas relativamente cortas que se leen en unos ratos. Creo que me quedan dos o tres entregas para llegar al final, lo voy a echar de menos.
¡Feliz lectura!
9 de setiembre de 2024 - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Jul 24, 2020
This entry in the Montalbano series lacks the social commentary that many of the previous books featured but the mystery was solid. - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Feb 3, 2020
Un Montalbano mas sereno que echaré de menos. Gracias Camilleri. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Sep 7, 2019
Una vez más Andrea Camilleri nos entretiene con un nuevo caso que resolverá el comisario Montalbano. Bien narrada, divertida, con personajes bien logrados y una atmósfera siciliana impecable. Se lo extrañará maestro... - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Jul 7, 2019
Un nuevo caso resuelto con la maestría de Salvo Montalbano y su equipo.
Impecable, como siempre, el maestro Camilleri. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Jun 29, 2019
First, I am missing the subtle humor that once was a part of Montalbano's character. I'm not so happy about the escalating graphic violence portrayed, hence - 1/2 Star
From the back cover: ".....When he finally gets to the office, he (Montalbano) learns about a strange abduction-a woman was kidnapped, drugged, and then released unharmed only hours later. Within a few days, the same thing happens again. Both women are thirty years old and work in a bank.
Montalbano also must deal with an arson case. A shop has burned down, and its owner, Marcelo Di Carlo, has vanished into thin air. This seems like a trivial incident, but a third abduction-yet again a girl who works in a bank-and the discovery of a body bring up new questions."
I do like the characters of the policemen. I'm happy Livia was absent. I ♥ Montalbano's penchant for great food (I should be able to dine w/ him).
I liked the Red Herring that is only revealed towards the end. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Apr 1, 2019
I am always happy to spend time with Montalbano and his team. Camilleri continues to amuse me with the strange cases (and awkward situations) that seem to find their way to Montalbano. Always a challenge to read these books on an empty stomach, what with all the wonderful food descriptions (especially the cannoli!). Always fun as Catarella continues to "garble" names, and Fazio continues to exasperate Montalbano by almost always being one step ahead of him. For me, this series is just as much about the lovable, quirky personalities of its repeat characters as it is about the crimes to be solved. - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Mar 25, 2019
The Overnight Kidnapper – Another Montalbano Classic
The Overnight Kidnapper is now the twenty fourth book in the Montalbano Mystery series, and once again another classic. All the Andrea Camilleri tricks are in the story, the food, the comedy and the crimes. While at the same time this is one of the few stories not to have originated from a news story.
Two women have been kidnaped on their way home from work when they stop to help someone. But the kidnapper makes no ransom demands but releases them later that night or the following day. The victims all say the same thing, they did not see his face, but he had an acrid smell from his sweat.
Montalbano and his team are called out to a shop that has been set on fire, a victim of arson, but they are unable to find the owner. His assistant tells the team the owner has been away in Lanzarote for a month and while he was out there fell in love with an Italian female, who happened to be local. When they discover that he has been murdered, in a mafia style murder, and they cannot find his girlfriend, they have many suspects but very little to go on.
Montalbano delves in to both mysteries with gusto, once he has eaten his daily lunch fix at Enzo’s trattoria with all the usual suspects. With his colleagues and chance encounters, everything is described with wit and gusto, I just wish they would publish a book on how to make some of the dishes that get mentioned.
A proper Montalbano classic. - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Feb 6, 2019
Sicily, situational-humor, law-enforcement, kidnapping, verbal-humor
Weirdly good! Camilleri's books are always interesting and populated with characters who truly are, and this is no exception. It's fun to watch Montalbano manipulate both the bureaucracy and the media as well as leaping to unsupported conclusions and getting into ridiculous predicaments. The publisher's blurb is somewhat informative but doesn't know about Catarella!
Blackstone Audio really picked the best man for the job when they chose Grover Gardner for narrator.
Stephen Sartarelli continues to amaze with his ability to translate idioms into relatable English.
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El carrusel de las confusiones (Comisario Montalbano 28) - Andrea Camilleri
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Nota
Créditos
1
A las cinco y media de aquella mañana, minuto arriba, minuto abajo, una mosca que parecía muerta desde hacía tiempo en el cristal de la ventana abrió las alas de repente, se las limpió con esmero, restregándoselas bien, echó a volar y al rato cambió de dirección y fue a posarse en la repisa de la mesita de noche.
Allí se quedó quieta unos instantes, evaluando la situación, para luego salir disparada hacia el interior de la fosa nasal izquierda de Montalbano, que dormía a pierna suelta.
En sueños, el comisario advirtió un molesto picor en la nariz y, para librarse de él, se dio un buen manotazo en la cara. Sin embargo, sumido como estaba en brazos de Morfeo, no calculó la fuerza utilizada y el porrazo que se arreó tuvo dos consecuencias inmediatas: por un lado lo despertó, y por otro le hizo sangrar la nariz.
Se levantó de la cama a toda prisa soltando una sarta de maldiciones mientras la sangre le manaba a chorro, y se precipitó hacia la cocina, abrió la nevera, agarró un par de cubitos de hielo que se colocó en el puente de la nariz y se sentó con la cabeza completamente echada hacia atrás.
Al cabo de cinco minutos se le cortó la hemorragia.
Entró en el baño, se lavó la cara, el cuello y el pecho, y volvió a acostarse.
Apenas acababa de cerrar los ojos cuando volvió a sentir el mismísimo picor de antes, aunque esta vez en la fosa nasal derecha. Por lo visto, la mosca había decidido cambiar de campo de exploración.
¿Qué podía hacer para librarse de esa dichosa murga?
A la vista de la experiencia reciente, recurrir a las manos no era lo más indicado.
Sacudió la cabeza con brío. La mosca no sólo no se marchó, sino que se metió aún más adentro.
Quizá si le daba un susto...
—¡Ahhhhh!
El grito que pegó casi lo dejó sordo, pero consiguió el resultado deseado: el picor desapareció.
Estaba adormilándose por fin cuando volvió a notarla, esta vez en la frente. Maldiciendo de nuevo, decidió poner en práctica una estrategia diferente.
Agarró la sábana con ambas manos y se la echó de golpe por encima de la cabeza hasta cubrirla por completo. Así la mosca no podría encontrar un solo centímetro de piel desnuda, aunque, al estar tan tapado, le faltara el aire.
Fue una victoria de brevísima duración.
No había pasado ni un minuto cuando notó claramente cómo aterrizaba en su labio inferior.
Era evidente que la muy cerda asquerosa había salido volando, pero se había quedado por debajo de la sábana.
Lo asaltó un desánimo repentino. Contra aquella maldita mosca no tenía nada que hacer.
«Un hombre fuerte sabe reconocer sus derrotas», se dijo mientras se levantaba resignado para dirigirse al baño.
Al volver al dormitorio para vestirse, cuando estaba a punto de recoger los pantalones de la silla, vio con el rabillo del ojo a la mosca posada encima de la mesita de noche.
La tenía a tiro y aprovechó la oportunidad.
A la velocidad del rayo, levantó la mano derecha y la bajó para aplastar al insecto, que se le quedó pegado a la palma.
Fue al baño y se lavó a conciencia, canturreando satisfecho por haberse desquitado.
No obstante, cuando entró en el dormitorio con los andares jactanciosos del vencedor, se quedó de una pieza.
Había otra mosca que se paseaba por la almohada.
Entonces ¡es que eran dos! ¿Y él a cuál había matado?
¿A la inocente o a la culpable? Si resultaba que se había cargado a la inocente, ¿alguien le reprocharía el error algún día y se lo haría pagar?
«Pero ¡qué gilipolleces se te pasan por la cabeza!», se dijo.
Y empezó a vestirse.
Después de beberse una buena taza de café, y ya bien emperifollado, abrió la cristalera y salió al porche.
El día se presentaba clavadito a una postal turística: playa dorada, mar azul oscuro, cielo azul claro sin la más mínima sombra de nubes. Se veía incluso una vela lejana.
El comisario respiró hondo y al llenarse los pulmones de aire salino se sintió renacer.
A la derecha, justo a la orilla del mar, observó a dos hombres que estaban discutiendo. La pelea debía de ser bastante acalorada, según dedujo de los movimientos agitados y nerviosos de los brazos y las manos, si bien no llegaba a distinguir lo que decían debido a la considerable distancia.
Entonces, de repente, uno de los dos hizo un gesto que Montalbano al principio no vio bien; fue como si hubiera adelantado la mano derecha, que resplandeció por el reflejo de la luz del sol.
Se trataba sin duda de la hoja de una navaja, y la reacción del otro fue inmovilizarlo con ambas manos mientras le propinaba un rodillazo en los cojones. A continuación, los dos cuerpos se enredaron, perdieron el equilibrio y se desplomaron, pero sin dejar de atizarse ferozmente, antes de empezar a rodar por la arena aferrados el uno al otro.
Sin pensárselo dos veces, el comisario bajó del porche y echó a correr hacia los dos hombres. A medida que se acercaba empezó a oír sus voces.
—¡Yo te mato, hijo de la gran puta!
—¡Y yo te hago picadillo!
Llegó casi sin aliento.
Uno de los dos se había colocado encima de su adversario, al que tenía inmovilizado con los brazos en cruz, sujetándoselos con las rodillas: prácticamente se le había sentado encima de la barriga y estaba partiéndole la cara a puñetazos.
Aunque Montalbano no sabía de qué iba aquello, lo derribó de un fuerte puntapié en el costado. El hombre, pillado por sorpresa, cayó de lado sobre la arena, gritando:
—¡Cuidado, tiene una navaja!
El comisario se dio la vuelta de golpe.
En efecto, el del suelo, que ya estaba levantándose, empuñaba una navaja con la mano derecha.
Había cometido un grave error, se había confundido: el más peligroso de los dos era el que estaba en la arena. Sin embargo, Montalbano no le dio tiempo a decir «esta boca es mía» y, de una patada en la cara, lo devolvió a la misma posición de antes, panza arriba. La navaja salió volando.
El otro, que mientras tanto se había levantado, aprovechó de inmediato la situación favorable para abalanzarse sobre su adversario y darle otra vez de puñetazos.
Todo había vuelto al punto de partida.
Entonces Montalbano se inclinó, agarró de los hombros al de los puñetazos y trató de echarlo atrás, pero, como el hombre no opuso resistencia, fue el comisario quien perdió el equilibrio y cayó de espaldas con el desconocido encima.
El de la navaja, por su parte, se lanzó sobre los dos a toda velocidad. El de los puñetazos daba coces tratando de acertar en los cojones de Montalbano, que a su vez le atizaba con el puño izquierdo, al tiempo que con el derecho golpeaba al que estaba encima del todo, el cual, por su parte, con una mano intentaba dejar ciego al comisario sacándole los ojos, y con la otra pretendía hacerle lo mismo a su contrincante.
Enseguida formaron una especie de pelota de seis brazos y seis piernas que rodaba por la arena, una pelota vociferante entre un batiburrillo de juramentos, puñetazos, maldiciones, rodillazos y amenazas. Hasta que...
Hasta que una voz, muy cercana y decidida, los conminó:
—¡Alto o disparo!
Los tres se quedaron inmóviles y miraron a quien había hablado.
Era un cabo de los carabineros y los apuntaba con una metralleta. A su espalda había otro carabinero que sostenía la navaja. Estaba claro que debían de estar patrullando por el paseo marítimo y, al ver a tres hombres enzarzados en una pelea, habían decidido intervenir.
—¡Levantaos!
Los tres se pusieron en pie.
—¡Andando! —añadió el cabo, indicándoles con la cabeza que se dirigieran hacia un gran furgón detenido en el paseo, con un tercer carabinero al volante.
«¿Revelar que soy comisario o no revelarlo?», ésa era la hamletiana duda de Montalbano mientras se dirigía con los demás hacia el furgón.
Llegó a la conclusión de que lo mejor era presentarse cuanto antes y deshacer el equívoco.
—Un momento. Soy... —empezó a decir, pero se detuvo.
El grupo se quedó mirándolo.
Sin embargo, el comisario no pudo proseguir.
En ese preciso instante recordó que se había dejado la cartera con la documentación en el cajón de la mesita de noche.
—Entonces, ¿qué? ¿Nos dices quién eres? —preguntó el cabo con ironía.
—Se lo diré a su teniente —contestó Montalbano, y echó a andar otra vez.
Por suerte, la parte trasera del furgón llevaba una cortinilla; si no, el pueblo entero habría visto pasar al comisario Montalbano detenido por los carabineros y se habrían echado unas buenas risas a su costa.
En el puesto de los carabineros los metieron, no puede decirse que con delicadeza, en una sala espaciosa, donde el cabo fue a sentarse detrás de uno de varios escritorios.
Se lo tomó con calma. Se recolocó la chaqueta, observó un bolígrafo durante un buen rato, leyó una hoja de un informe, abrió un cajón, miró dentro, lo cerró, se aclaró la voz y por fin se decidió:
—Vamos a empezar contigo —dijo, dirigiéndose a Montalbano—. Dame un documento identificativo.
El comisario se removió incómodo, entendía que se enfrentaba a una situación bastante violenta. Mejor cambiar de tema.
—Yo no tengo nada que ver con la riña —aseguró con voz firme—. He intervenido para separarlos. Y estos dos, a los que ni siquiera conozco, pueden confirmarlo.
Y se volvió para mirar a los dos adversarios, que estaban tres pasos más atrás, vigilados por un carabinero.
Entonces sucedió algo extraño.
—Yo lo único que sé es que me has atizado una patada en el costado que aún me duele —dijo el de los puñetazos.
—Y a mí otra en toda la cara —añadió el de la navaja.
En un santiamén, Montalbano comprendió la situación. Los muy hijos de puta lo habían reconocido perfectamente y se lo estaban pasando de fábula con aquel apuro suyo.
—Ya verás como te quito yo las ganas de hacerte el listo —intervino el cabo, amenazador—. Venga ese documento.
No había tutía, le tocaba decir la verdad.
—No lo llevo encima.
—¿Y eso?
—Me lo he dejado en casa.
El cabo se levantó.
—Resulta que vivo en una casita que...
El cabo se le colocó delante.
—... está justo en la playa. Esta mañana me...
El cabo lo agarró de las solapas de la americana.
—¡Soy comisario de policía! —exclamó Montalbano.
—¡Y yo, cardenal! —contestó el otro mientras empezaba a zarandearlo tan violentamente hacia delante y hacia atrás, y por un momento Montalbano temió que se le fuese a caer la cabeza como una pera madura.
—¿Qué pasa aquí? —preguntó el teniente al mando del puesto de los carabineros al entrar en la sala.
Antes de contestar, el cabo le dio otra violenta sacudida a Montalbano.
—He sorprendido a estos tres enzarzados en una pelea. Uno llevaba una navaja. Y este de aquí dice que es...
—¿Le ha dado el nombre y los datos?
—No.
—Suéltelo ahora mismo y llévelo a mi despacho.
El cabo miró extrañado a su superior.
—Pero...
—Cabo, le he dado una orden —lo cortó con frialdad el teniente antes de marcharse.
Montalbano le dio las gracias mentalmente. Había actuado del mejor modo para evitar el ridículo generalizado: el teniente y el comisario se conocían muy bien.
Mientras recorrían el pasillo, el cabo, atónito, le preguntó en voz baja:
—Dígame la verdad, ¿en serio es comisario de policía?
—¡Qué va, hombre! —lo tranquilizó Montalbano.
Al cabo de diez minutos, una vez aclarado todo y aceptadas las excusas del teniente, se encontró fuera del puesto de los carabineros.
Obligatoriamente, tenía que ir a casa a cambiarse; en el transcurso de la riña no sólo le había entrado arena hasta las partes más íntimas, sino que además había acabado con la camisa rasgada y le faltaban dos botones de la americana.
Lo más lógico era ir a pie hasta la comisaría, que quedaba a un cuarto de hora escaso, y que desde allí lo llevaran a Marinella.
Se puso en marcha.
Sin embargo, como le dolían el ojo izquierdo y la oreja derecha, se detuvo delante de un escaparate para mirarse.
Había recibido un buen puñetazo en el ojo y se le empezaba a poner azulada la piel que lo rodeaba; en la oreja, por su parte, se distinguía con claridad la marca de dos dientes.
Nada más verlo, Catarella pegó un alarido que no parecía humano, más bien recordaba el de una bestia herida. Y acto seguido le soltó un alud de preguntas:
—¿Qué le ha pasado, dottori? ¿Una digresión a mano armada? ¿Una digresión a mano normal? ¿Un afrentamiento? ¿Un atraco? ¿Qué ha sido? ¿Eh? ¿Una colisión movilística? ¿Una explosión? ¿Un incendio provocador?
—Tranquilo, Catarè —lo interrumpió el comisario—. Me he caído, nada más. ¿Hay novedades?
—No, siñor. Ah, a primera hora ha pasado un individuo que quería hablar con usía personalmente en persona.
—¿Ha dicho cómo se llamaba?
—Sí, siñor. Alfredo Pitruzzo.
No conocía a ningún Pitruzzo.
—¿Está Gallo?
—Sí, siñor.
—Dile que me lleve a Marinella. Lo espero en el aparcamiento.
Se fijó en que en la explanada de delante de su casa había otro coche además del suyo. Se despidió de Gallo, abrió la puerta y entró. Al oír el ruido, Adelina salió de la cocina, lo miró y se puso también a dar alaridos.
—Virgen santa, ¿qué le ha pasado? ¿Qué le ha sucedido? ¡Santa María santísima, menuda mañanita! ¡Menuda mañanita infausta!
Montalbano empezó a sospechar algo. ¿Por qué decía esas cosas la asistenta? ¿Por qué calificaba de «infausta» la mañana? ¿Qué más podía haber sucedido?
—Explícate, Adelì.
—Dottori querido, cuando he llegado, temprano, me he incontrado la casa vacía, abandonada, usía no estaba y la cristalera se había quedado abierta. Cualquier delincuente que pasara por aquí podía colarse y robar lo que le viniera en gana. Me he metido en la cocina y he oído que entraba alguien por el porche. He pensado que sería usía y me he asumado. No era usía, sino un siñor que lo miraba todo. Me ha parecido clarísimo que era un ladrón, así que he cogido una sartén bien gorda y he vuelto a asumarme. Como en ese momento me daba la espalda, le he arreado un buen sartenazo en toda la cocorota. Y se ha caído al suelo desmayado. Entonces lo he atado de pies y manos con una cuerda, lo he amordazado y lo he metido en el trastero.
—Pero ¿estás segura de que se trataba de un ladrón?
—¡Y yo qué sé! Cuando alguien se mete así en casa ajena...
—Perdona, pero, después de dejarlo inconsciente, ¿por qué no has llamado a la comisaría?
—Porque antes tenía que echarle un ojo a la pasta ’ncasciata.
Rumiando esa respuesta, Montalbano fue a abrir la puerta del trastero. El hombre estaba sentado en el suelo y lo miraba asustadísimo.
Nada más verlo, al comisario le quedó claro que no podía ser un ladrón. Era un señor de unos sesenta años, bien vestido y con buen aspecto. Lo ayudó a levantarse, le quitó la mordaza y al instante el hombre gritó:
—¡Socorro!
—¡Soy el comisario Montalbano!
No pareció que el otro lo entendiera.
—¡Socorro! —gritó aún más alto.
Se había puesto a temblar como una hoja.
—¡Socooorro! ¡Socooorro!
No
