La moneda de Akragas
Por Andrea Camilleri
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«La única regla a la que obedezco es la necesidad, es decir, me pongo a escribir una historia cuando tengo la absoluta necesidad de contarla. Necesito un punto de partida que sea real, y alrededor de esa realidad puedo construir todo lo que quiero. Si no hay ese estímulo inicial, no logro escribir.» Andrea Camilleri
La crítica ha dicho
«He vuelto a experimentar el placer del amable y grato entretenimiento, que parece no requerir de las más altas pretensiones literarias, con La moneda de Akragas.» Manuel Hidalgo, El Cultural
Andrea Camilleri
Andrea Camilleri nació en 1925 en Porto Empedocle, provincia de Agrigento, Sicilia, y murió en Roma en 2019. Durante cuarenta años fue guionista y director de teatro y televisión e impartió clases en la Academia de Arte Dramático y en el Centro Experimental de Cine. En 1994 creó el personaje de Salvo Montalbano, el entrañable comisario siciliano protagonista de una serie que consta de treinta y cuatro entregas. También publicó otras tantas novelas de tema histórico, y todos sus libros han ocupado siempre el primer puesto en las principales listas de éxitos italianas. Andrea Camilleri, traducido a treinta y seis idiomas y con más de treinta millones de ejemplares vendidos, es uno de los escritores más leídos de Europa. En 2014 fue galardonado con el IX Premio Pepe Carvalho.
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La moneda de Akragas - Andrea Camilleri
Portada
La moneda de Akragas
La moneda de Akragas
andrea camilleri
Traducción de Teresa Clavel
Título original: La moneta di Akragas
© Skira editore, 2012
© de la traducción: Teresa Clavel, 2018
© de esta edición: Gatopardo ediciones, S.L.U., 2018
Rambla de Catalunya, 131, 1º-1ª
08008 Barcelona (España)
info@gatopardoediciones.es
www.gatopardoediciones.es
Primera edición: mayo de 2018
Diseño de la colección y de la cubierta: Rosa Lladó
Imagen de la cubierta:
Templo de la Concordia, Agrigento, John Collier, CC BY-SA 2.0
Imagen de interior: Rectorado de Cagliari, 10 de mayo de 2013,
© Valentina Corona
eISBN: 978-84-17109-32-5
Impreso en España
Queda rigurosamente prohibida, dentro de los límites establecidos por la ley, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra, sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Andrea Camilleri escribiendo en el Rectorado de Cagliari,
10 de mayo de 2013.
Índice
Portada
Presentación
1. Casi un prefacio
2. El campesino y el médico
3. El terremoto
4. El accidente
5. La desaparición de Cosimo
6. El descubrimiento
7. La pista falsa
8. Peripecias de un arresto
9. Por fin
10. Periodistas y abogados
11. El deus ex machina
12. Como en un cuento
Nota
Bibliografía
Andrea Camilleri
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1. Casi un prefacio
Tras un largo asedio, Akragas cayó en manos de los cartagineses poco antes del ocaso del día anterior al solsticio de invierno.
Según nuestro cálculo, en el año 406 a. de C. Un día gélido, aunque, pese a lo insólito del hecho, nadie sintió el intenso frío: ni los combatientes, inmersos en el ardor de la batalla, ni los civiles, abrasados por el miedo.
E inmediatamente después de que cesara toda resistencia, se desencadenó el saqueo, la devastación, la matanza, el exterminio.
Al mando de los cartagineses está Aníbal Giscón, nieto de Amílcar Gelón, anteriormente vencido por los akragantinos en Hímera. Una derrota fulminante. Aníbal pretende vengar dicha derrota aniquilando el poder de Akragas y masacrando a su población.
Ahora, las llamas que devoran el templo dedicado a Zeus Atabyrios, situado en la colina más alta, iluminan la ciudad; otras llamas altísimas trazan abajo, no muy lejos del mar, el cinturón sagrado de los siete grandes templos protectores. Akragas ha tenido que ceder, principalmente debido a la traición de los ochocientos mercenarios de la Campania que se han vendido al enemigo por quince talentos, uniéndose a los otros mercenarios también campanos que ya estaban a sueldo de los cartagineses, capitaneados por el muy hábil Himilcón.
En cambio, los otros mil quinientos mercenarios al servicio de Akragas, bajo las órdenes del espartano Deixipo, han luchado con tanto valor que los cartagineses han decidido recompensar su coraje con la muerte. La orden ha sido exterminarlos a todos, no capturar ni a un solo prisionero.
Kalebas ha logrado escapar a la masacre, ni siquiera sabe cómo, fingiendo estar muerto y permaneciendo horas inmóvil bajo un enorme montón de cadáveres, arriesgándose incluso a morir ahogado en la sangre de sus compañeros degollados.
Luego, la ciega furia cartaginesa se ha desplazado para asaltar el templo de Proserpina, que los hombres de Akragas continúan defendiendo hasta la muerte, pues allí dentro se han refugiado cientos de vírgenes y jóvenes esposas que confían en vano en escapar a las brutales violaciones.
Kalebas sabe que a pocos pasos se encuentra uno de los accesos secretos que conducen a los hipogeos. Allí ha montado guardia varias veces, ya que Deixipo temía que algún traidor pudiera contaminar las gigantescas balsas subterráneas de agua potable y así poner fin al asedio.
Uno de esos días, por curiosidad, decidió entrar. Corrió un riesgo enorme, no sólo porque los adeptos son los únicos que están autorizados a acceder a los hipogeos, y las penas para los infractores son severísimas, sino también porque la red de pasadizos que conduce a las balsas se extiende hasta el otro lado de las murallas de la ciudad; de hecho, cuentan que algunos incautos que se han adentrado en dicho dédalo no han regresado jamás, perdidos en el ciego laberinto. Aquel día, Kalebas llegó hasta la balsa central, pero no se atrevió a ir más allá.
La entrada secreta es una abertura, de tamaño equivalente al torso de un hombre y de forma similar a una ventana alargada y provista de gruesos barrotes de hierro, al otro lado de la cual no hay más que oscuridad. Agarrando los barrotes con ambas manos y presionándolos con fuerza hacia abajo, ceden todos a la vez, y pueden colocarse de nuevo en su sitio desde el interior.
Kalebas, por seguridad, espera un poco más. Por fin, intenta moverse, pero no lo consigue, su cuerpo está entumecido a causa de las largas horas de permanecer inmóvil. Le duelen las extremidades. Sin embargo, debe reaccionar, cada minuto que pasa así su situación empeora. Apoyándose en las manos, logra arquear ligeramente la espalda. El peso de los cadáveres que tiene encima no le permite mucho más. Pero, a medida que comienza a moverse, siente cómo renace la fuerza en su interior, igual que la mortecina luz de una lámpara a la que se le añade aceite.
Una hora después ha conseguido emerger del montón de cuerpos y, a la luz de una casa cercana en llamas, se ha despojado de la ropa, tiesa a causa de la sangre seca, y se ha apropiado de la toga y las sandalias de un akragantino que yace con la cabeza partida. De sus pertenencias ha tomado sólo la daga con el cinturón, la cantimplora y la bolsa con las valiosas monedas de oro que constituyen la paga por un largo periodo de trabajo, alrededor de ocho de lo que hoy llamamos meses.
Son monedas acuñadas expresamente para este fin: en una cara hay un águila con las alas abiertas y una liebre; en la otra, un cangrejo y un pez. Cada una pesa 1,74 gramos de oro y equivale a seis días de paga, incluida la ración diaria de grano, porque en los últimos meses en Akragas ha sido más fácil encontrar oro para fundir que trigo. La bolsa de Kalebas contiene treinta y ocho de estas monedas. En
