El perro de terracota (Comisario Montalbano 2)
Por Andrea Camilleri
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Información de este libro electrónico
Un robo absurdo en un supermercado, el encarcelamiento un tanto estrambótico de un capo de la mafia, un asesinato cometido durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, a pesar de la firme determinación con que Montalbano afronta la resolución de estos casos, su auténtica pasión es descifrar el contenido simbólico que encierran. «Todo crimen conlleva un mensaje, la cuestión es conocer el código de quien lo ha escrito», le recuerda un excéntrico sacerdote al comisario. Así, el principal protagonista de esta novela -como de todas las que protagoniza Montalbano- es su particular forma de concebir el mundo. Los gestos, los detalles, las apariencias cobran un papel relevante, y el lenguaje se convierte en un instrumento clave para entender la realidad.
Unas pocas pinceladas, unas breves palabras le bastan a Andrea Camilleri para dibujar un profundo retrato de cualquier personaje. Su especial destreza en obtener la complicidad del lector, dejando sutiles huellas que sirven de potencial punto de encuentro, no es ajena al extraordinario éxito que ha cosechado con la serie de novelas del comisario Montalbano, verdadero héroe popular en Italia.
Andrea Camilleri
Andrea Camilleri nació en 1925 en Porto Empedocle, provincia de Agrigento, Sicilia, y murió en Roma en 2019. Durante cuarenta años fue guionista y director de teatro y televisión e impartió clases en la Academia de Arte Dramático y en el Centro Experimental de Cine. En 1994 creó el personaje de Salvo Montalbano, el entrañable comisario siciliano protagonista de una serie que consta de treinta y cuatro entregas. También publicó otras tantas novelas de tema histórico, y todos sus libros han ocupado siempre el primer puesto en las principales listas de éxitos italianas. Andrea Camilleri, traducido a treinta y seis idiomas y con más de treinta millones de ejemplares vendidos, es uno de los escritores más leídos de Europa. En 2014 fue galardonado con el IX Premio Pepe Carvalho.
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- El perro de terracota (Comisario Montalbano 2) Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
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Comentarios para El perro de terracota (Comisario Montalbano 2)
551 clasificaciones33 comentarios
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Sep 28, 2025 Fun, interesting, surprising. How can you not love this irascible, curiosity-driven Sicilian police inspector who reads Faulkner and eats so well? I'm not going to tout this series in detail--many others here have done a stellar job of that already . If you like your mysteries a little on the quirky side, you'll love these.
 Read and reviewed in 2012
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Sep 12, 2021 I enjoy the Inspector Montalbano series. Camilleri does an excellent job describing the setting of Sicily and the Italian culture. The mafia is present, but does not dominate the story. This one lost a star from me because there was too much going on in the story. I'm sure this is an accurate depiction of a police officer's life, but I lost the main thread of the story which was the 50 year old bodies found in a cave. The other threadlines were interesting, but the main story did get a little lost in the kerfluffle. However, I love the ending and how the main story was resolved. Still an excellent read.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Dec 7, 2020 The second in the series has Montalbano becoming obsessed with finding out what happened to two bodies discovered in a cave. Livia, his girl-friend, is already angry with him due to his paying so much attention to his case, a theme that present in their relationship over a long period of time. The people had been killed during the war, fifty years earlier, and it seems unlikely that he'll discover the facts. He does, of course.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Oct 21, 2020 Sicily, law-enforcement, murder, murder-investigation, mafia, historical-novel, language, friendship*****
 Montalbano is the chief detective in his police district and is certainly not perfect. He has a lot of friends of varying ages and not all of them are on the force. He also has problems with his long time and long distance relationship and this does factor into the story. An old friend puts him in touch with an old mafioso who has things that he needs Montalbano's help with. Things go wrong when too many departments get involved but information is shared that there is a large cache of illegal weapons hidden in a cave. The whole tale is convoluted and very interesting.
 Grover Gardner seems to have a good handle on how to present each character and all the mischief.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Jul 28, 2019 An enjoyable excursion through a labyrinthine set of investigations, with murders past and present.
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5May 4, 2019 An illegal arms deal gone bad leads Inspector Montalbano to a town where most roads leading away from it dead end. But there is the tunnel that was supposed to have been a new road, but fell through & ended up being sealed shut and all but forgotten...
 Could the now sealed tunnel/cave be hiding a secret? Once opened, Inspector Montalbano comes across another sealed chamber. In it on a well made rug is the remains of two lovers embraced in death, a bowl of coins, a jug of water, & forming a point of a triangle a terra-cotta dog.
 Thus Montalbano discusses the case w/ a long-time friend & the friend's wife, who just happens to have had a friend who disappeared at the same time the autopsy reveals that the lovers died....
 Very interesting, many twists & turn with a satisfying conclusion along w/ wonderful descriptions of Italian meals I could dream of eating....
 The author needs publish a cookbook w/ photos!
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Jun 28, 2018 Digital audio narrated by Grover Gardner
 Book two in the Inspector Montalbano series has him solving a 50-year-old crime. The dying words of one man lead the detective to a secret grotto in the mountains, where the remains of two young lovers lie in an embrace, watched over by a large terra-cotta dog. As he works to solve this old mystery, which has him delving into the island’s past and the horrors of World War II, he also has to deal with modern crime wave, shoot-outs, betrayals, a complicated love life and the politics of the police department.
 Camilleri populates the novel with an assortment of colorful characters, from mafioso crime bosses, to intimidated shop owners, to faithful partners on the police force and a bevy of beauties that complicate Montalbano’s life.
 Montalbano himself is a wonderful lead character. He doesn’t suffer fools gladly, nor sweat the small stuff. He’s intelligent, a loyal friend and is always ready to find the humor in a situation, no matter how dire.
 This particular plot had me somewhat confused given the historical nature of the central mystery. But it was interesting, engaging and entertaining. I’ll keep reading the series.
 Grover Gardner does a fine job performing the audios. He really brings these characters to life, and even does a passable job of voicing the female characters.
 A few pages of notes at the end of the text version explain the various references, historical and modern, the Italian police / military / political system as well as the exchange rate of lira to US dollars (at least at the time the novel is written). Very helpful to this reader! This is not included in the audio version.
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Jun 2, 2018 Better than book 1 but not entranced with Inspector character. Don't know how all story lines connect. Didn't engross me and therefore didn't pay attention to all the details.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5May 25, 2018 Those Venice detective stories, almost homey, set the bar for Italian mystery, with locales more alive than bodies in a canal, of course, but also more alive than most people in its pages.
 Terra Cotta Dog is a Sicilian detective story. Attitude and atmosphere predominate, without the specifics of the each corner and bridge. The atmosphere is hot and dry and polluted with crime. The attitude is one of blood feud pride. Nothing new in these stereotypes.
 I am not sure I want to visit Sicily after the book, except for the food--the book creates a running menu that would come in handy.
 Montalbano seems human, at first, when on the trail of some Mafioso, but then reveals himself as such an arrogant ass that you want to kick him a time or two, not read him. He is not a compassionate northerner like Brunetti.
 The mafia always wins of, course. But Montalbano has his moments. Crime to him is a puzzle for his pleasure to play with. Justice, apparently, does not apply in that part of the world. Maybe nowhere anymore, come to think of it. See what reading this book has done to me. Be careful.
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Nov 17, 2016 I love the Montalbano books, probably even more than I love the TV series, possibly because of the books extra details about his eating habits. Whilst I enjoyed this one, I was a little disappointed, feeling it lost its way a few times in the intricacies of the plot. But it certainly won't put me off reading some more.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Jul 26, 2016 2nd in the series. Salzu gets a tip-off that a notorious gangster wants a quite retirement, and will allow himself to be daringly arrested. However the mafia don't take this quietly and Salzu is injured in the following revenge attack. The gangsters last words to him are a final bit of malice against his former masters, but reveal an even deeper mystery to Salzu. He's discovered a cave with ancient bodies and a terracotta dog entombed within. Who were they when did they die?and Why? WHat's the significance of the dog?
 As he recuperates with the attentions of his girlfriend, not quite mistress and female best friend, he spends his time interviewing anybody who'd have known the town at the time of the 2nd world war. This obviously is select group of older people with various quirks and personalities.
 Not very sure where this was going, little in the way of crime or police work seems to happen, but it did expand a bit on Salzu's personality and set up the various people whom he's going to be interacting with in the next books (until they too get killed off or maybe just move away).
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Jun 1, 2016 While this was a fairly unchallenging and quick read I didn't enjoy it as much as The Shape of Water. I don't know if it's a case of something being lost in translation or if after watching the tv series I have an image of what the characters should be like and in the book they are different, I found Montalbano quite irritating in this book.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Mar 26, 2016 First, my compliments to Stephen Sartarelli on his translation and notes compiled for the reader to understand every nuance of Camilleri's written word.
 Some say that the pace of the book is slow, but, I enjoyed this differing flavor on a detective novel. Camilleri is able to immerse us in the world of Inspector Montalbano: his love and enjoyment of mediterranean food coupled with a detailed description of the sea and the warm and rocky Sicilian geography. With a mix of humor, cynicism, compassion, and love of good food, Montalbano goes into battle against the powerful and the corrupt who are determined to block his path.
 This is a"delicious" discovery for mystery afficionados and fiction lovers.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Dec 4, 2015 The Terracotta Dog by Andrea Camilleri is the second entry in the Inspector Montalbano Mystery series and will awaken your taste buds, tickle your funny bone and provide an interesting puzzle for the Inspector. The terracotta dog mentioned in the title is a life-size statue that is found in a cave, watching over the corpses of two entwined bodies that date back fifty years. The front half of the cave has been in current use by the Mafia as a weapon storehouse, but these corpses intrigue the Inspector and he decides to solve their mystery.
 This second book in the series continues to bring Sicily to life. The atmosphere is created by vivid descriptions of the scenery, the lively population, the politics and strong mafia influence and, above all by the smell and tastes of the food. Montalbano himself reveals a little more of his sardonic and slightly sly personality and all of this combines to make these book such great fun and great reads.
 The translation captures the rhythm and cadence of Sicily, the author gives us well drawn, spirited characters and great dialogue. The best part, for me, is that this is only book number two, leaving me a long list of Montalbano mysteries to discover.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Nov 23, 2015 One mystery is the robbery of a large grocery store followed by the immediate recovery of the goods. The puzzle that captures Montalbano's attention, though, is the 50 year old mystery of two naked young people who were shot and then buried in a cave, seemingly at the beginning of the American arrival in Sicily at the end of World War II. In spite of the odds, he sets out to uncover the circumstances of their burial.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5May 14, 2015 This is the sequel to The Shape of Water, a Sicilian mystery novel featuring the fabulous Inspector Montalbano. While the first novel, even with the exceptional translation by Stephen Sartarelli, was a little difficult for me to “get into,” the wacky characters and Camilleri’s sardonic humor were refreshing. Here, Camilleri has me hooked on page one with an incredible, twisted plot and crazy characters. Reading one scene, I laughed so hard I had to set the book aside until I could calm myself down. Every other word, brilliantly translated by Sartarelli, had me in stitches. Yet the novel is also brutally bleak and realistic, mixing humor with pathos in quick, pithy scenes. I will be reading more about Inspector Montalbano, for sure.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Feb 23, 2015 The second Montalbano novel, in which Salvo allows himself to be distracted from an investigation involving Mafia gun-running to attempt to disentangle the semiotic complexities of a crime apparently committed fifty years ago, at the time of the American landings in Sicily. Plenty of humour, with Montalbano having to cope with all three of the women from the first book (long-suffering Livia, obsessed Anna, and gorgeous Ingrid), plus his jealous deputy, Mimi Augello and the magnificently idiotic policeman Cantarella. Plenty of mocking of political an media imbecility too, and of course plenty of good Sicilian food and plenty of excuses to mine the memories of the older generation. Great fun, and I'm obviously going to have to go on and read a few more.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Nov 7, 2014 With this second book in the series now under my belt, I admit I am growing rather fond of Montalbano as a character, even if I cringe at some of the food items he finds so divine to indulge in. I am not quite the seafood connoisseur that he is, although I am starting to wonder when vegetables will start to be mentioned. I find the cases he becomes embroiled with, as well as his relationship with his various underlings and the women in his life make for a nice escape from day-to-day reality for me. With this story, it was the uncovered 50 year old mystery begging to be solved that really captured my attention and made it such an enjoyable read for me. The whole locked room cave idea and the symbolic references that needed to be deciphered..... that is my kind of story! A good puzzle to noodle over between spurts of listening and I really liked the ending to this one. Looks like I will be extending my literary stay on Sicily a little longer as I have now started listening to book three in the series, The Snack Thief.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Jul 23, 2014 This second Inspector Montalbano mystery is pleasantly convoluted -- in addition to Mafia gun-smuggling, the shooting of known fugitive only hours after his arrest, Montalbano is also trying to solve a 50-year-old murder of two young lovers.
 I love the way Montalbano loves his food & his walks on the beach, his attempts to focus on his girlfriend Livia when his mind in on a case, his colleagues at the station...
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Apr 6, 2013 Camillleri's second Montalbano novel entranced me. I appreciate the social and political commentary woven through these stories but what I really enjoyed in this one was the descriptions of Sicilian cooking. I wanted to put the book down and go cook several times, but the narrative and characters carried me along. Still, I think I'm cooking Italian tonight...
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Mar 10, 2013 A mafia figure wanted for three murders selects Inspector Montalbano to arrest him. About the same time the staged arrest is taking place, a delivery truck arrives early to a convenience store, but the store is robbed of the shipment overnight. When officials search a cave, Montalbano finds another cave behind it with two long dead corpses arranged in what appears to be a ritualistic fashion with a terracotta dog watching over them. I listened to the audio version narrated by Grover Gardner. Although I had trouble staying focused when I was distracted by other things, it was a complex mystery that kept me wanting to know more about the distant mystery. I'm not a huge fan of mafia involvement or espionage in my novels, but this one had enough in the historical mystery to keep my attention. I would prefer for the characters to clean up their language a bit and for there to be less graphic description of some things, but all in all this was an entertaining audio book.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5May 30, 2012 The Terra-Cotta Dog had the lightness and wit that was missing in the first book in the series, The Shape of Water. Inspector Montalbano is a tough nut to crack, but if you can cook properly he will look at you with the eyes of a puppy brought in from the rain. So charming.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5May 9, 2012 It's hard, having only recently come to the Montalbano books after seeing the first few episodes of the TV series, not to people the pages with images of screen actors, but while there are some double-take moments (Salvo with hair, Salvo smoking!) it's refreshing to have confirmed that the films have remained true to the letter as well as the spirit of the novels.
 The Terracotta Dog has many attractive ingredients. Overtly, the plot concerns a mafioso's willing entrapment by Commissario Montalbano. But things don't turn out as expected, putting Montalbano's life in danger. Along with the Mafia thread, we have the discovery of dead bodies concealed in a hidden cave, a mystery which, though dateable to the closing stages of the Second World War, seems to have echoes of a pagan past usually confined to archaeology. We mustn't forget Salvo's long-running relationship with the long-suffering Livia (whom he seems to have great difficulty committing to), and his dealings with his police associates (particularly Catarella, who somehow combines imbecility with an endearing charm).
 Camilleri's writing, modulated through Stephen Sartarelli’s comfortable translation (with Sartarelli’s own helpful end-notes to set the scene), comes across as sensitive, humorous and literary, all at the same time. From the point of view of a northern European, the Sicilian setting is both exotic and understated: we get the feel of the place but without the touristy excrescences, and Camilleri’s love of his native soil is evident throughout, even when the less pleasant aspects of the local population make their inevitable presence felt. Above all, you feel he likes people, and with hardly any of the characters appearing as pure plot mechanisms you sense that the Sicilians you meet in the pages are essentially reflections of Camilleri’s acquaintances, and their stories the histories of real-life people.
 This, the second of the series, was a joy to read. Not your conventional detective (nor detective novel), Montalbano is a very human crime-solver whom it is easy to empathise with, whether he is dealing with press conferences or superiors, or when interviewing wayward witnesses or fellow travellers along the rocky road to truth. The classic outsider, Montalbano’s maverick approach to the puzzles he is confronted with is compounded of a hint of the lone cowboy of Westerns, a pinch of literary dilettantism and a soupçon of culinary appreciation. It’s wonderful to know that there are so many other titles still to discover and explore.
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Jan 17, 2012 Andrea Camilleri is a Sicilian-born writer (and film director), famous for his series of crime novels featuring Inspector Montalbano, a Sicilian detective from the fictitious city of Vigàta. Il Cane di Terracotta is the second book in the series. I picked the first book (La Forma dell’Acqua) last year, during a visit to Italy, and despite my mediocre reading skills in Italian, I liked it very much. On another visit to Naples earlier this year, I picked up Il Cane.
 The book starts off with a well known mafia boss who decides to call it a day and turns himself in to Montalbano (who agrees to stage his arrest to make the retirement respectable). The mafia boss has information that helps the police solve a theft case involving a supermarket delivery truck, and leads them to a cave used by the mafia as an arms stash.
 So far, a typical mafia crime story. But Montalbano notices the cave has a sealed secret passage that leads to a second, smaller cave. In the inner cave he he finds the bodies of a young couple, together with a statue of a terracotta dog, a bowl of water and some coins dating back to the second world war. The bodies and the objects are arranged in what appears to be a ritualistic burial setting.
 This finding intrigues Montalbano, even though it is clear, fifty years since the crime was perpetrated, that whoever killed the young lovers is long dead, or at least very old. He embarks on a journey to discover why they were killed and placed in the cave. This journey is the real heart of this book, and makes the inspector learn about old traditions and buried secrets.
 Reading Camilleri is not easy, given that many of the dialogues are in Sicilian dialect. Here is an example of a short exchange between Montalbano and his housemaid Adelina, who is worried about his eating habits and hygiene (p. 362):
 “Vossia non mangiò ne aieri a mezzujorno né aieri sira!”
 “Non avevo pititto, Adelì”
 “Io m’ammazzo di travaglio a fàrricci cose ‘nguliate e vossia le sdegna!”
 “Non le sdegno, ma te l’ho detto: mi faglia il pititto”
 “E po’ chista casa diventò un purcile! Vossia ‘un voli ca lavo ‘n terra, ‘un voli ca lavo I robbi! Havi cinco jorna ca si teno la stissa cammisa e li stessi mutanni! Vossia feti!”
 So aside from the many words I either need to look up, or guess from the context, there is also this continuous guesswork about the Italian equivalent of the Sicilian slang. Some are easy (aieri = ieri; sira = serra), but others are not so self-evident (took me a second to realise mutanni were mutande). And yet, discovering this special dialect through the machinations of Montalbano adds to the pleasure of reading.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Nov 30, 2011 I had overdosed a bit on cozy/comfort reads, so the sarcastically witty The Terra-Cotta Dog was just what I needed to add some excitement to my reading. While following a lead that might result in the capture of the head of a criminal organization, Inspector Montalbano ends up discovering a 50-year-old murder from World War II. Montalbano is much more interested in the historical puzzle than in the more recent crimes on his plate, and this frustrates both his superiors and his subordinates.
 This book revealed a new aspect of Montalbano's character. He's a reader, and the books he's currently reading, other books he's read, bookstores, and libraries all work their way into the story. In that respect, he reminds me of P.D. James's Adam Dalgliesh and Louise Penny's Armand Gamache.
 Although this series is a little coarser than the types of mysteries I usually read, it's one I'm sure I'll return to periodically when I'm in the mood for something a little outside of my comfort zone.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Nov 8, 2011 A fun romp from start to finish, although bad things do happen, of course. Montalbano is shown to have some personality issues, but manages to unravel a current case as well as an ancient one.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Nov 4, 2011 In book 2 of the Montalbano series, we find our gourmet inspector involved with a curious incident which uncovers arms trafficking. But in the cave where the arms cache is found, the inspector also discovers the long dead, desiccated bodies of two lovers laying on a carpet and locked in an embrace. Arranged close by are a dish of old coins and a terracotta sculpture of a dog who is seemingly watching over the couple. Did the pair let themselves die of hunger? Were they murdered? And why is Montalbano so intent on solving a 50 year-old case that nobody other than him, including his superiors, sees the need to resolve?
 The French version is awkward, as the translator has made an effort to give a feeling of some of the Sicilian vernacular which Camilleri's Italian readers have come to love and expect, but which makes for strange sentence structure and convoluted reading. I will try the English version for the next novel in series to see if it makes for more comfortable reading.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Jun 14, 2011 Another quirky adventure for Inspector Montalbano. He's invited to meet with the infamous and deadly Tano the Greek, a man whose name strikes terror in the hearts of many and who the Anti-Mafia Commission have been dying to get their hands on. His meeting with the deadly crime lord puts in motion a series of activities with surprising and hilarious consequences.
 In the middle of his clandestine plans, Inspector Montalbano finds himself dealing with a supermarket robbery that the supermarket owner takes pains to insist was not a robbery but only a prank. But what prank ends with men being killed after they speak with the Inspector? Is there a bigger act being played out where the risks are higher and men are willing to murder to keep the scheme from being discovered?
 And why are there 2 bodies, naked and curled around each other, with a terra-cotta dog guarding over them, a jug and a bowl of old coins next to them, placed in a old cave, hidden behind another cave where our good Inspector discovers weapons?
 Seemingly unrelated, it takes a few swims in the ocean, lots of food and our Inspector getting shot and proclaimed a hero, before he is able to piece it all together. All the while fighting desperately not to be promoted. You cannot help but enjoy this Sicilian romp.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Oct 1, 2010 I am truly gruntled and kempt after reading a Montalbano novel. Sleek, in fact; one could go so far as to say consolate.
 The mystery, that is the modern-day mystery of arms-dealing and law-breaking, gets short shrift in this delightful book. It gets passed to Montalbano's second-in-command, Augello, at Montalbano's discretion, after Augello pitches a hissy fit and acts like a neglected wife because Montalbano runs a team within a team to do his real work.
 Things Go Badly. In fact, a character I loved very much pays the ultimate price for Augello's jealous fit. But Montalbano, whose head everything ultimately falls on, has already turned his attention to Livia, his quite extraordinary lover from Genoa, and a mystery from WWII.
 One guess which of those two gets neglected.
 The point of these books is how much a mystery gets hold of one, how deeply set the hook is when it's properly baited for the mysterian. (Other than the name of a one-hit wonder band, I've never actually used that word before, and "I do not think that word means what you think it means." {Princess Bride reference}) Sure, yeah, people are smuggling submachine guns and stuff, mmm-hmmm get back to me if something needs my attention but some a-hole killed two kids in the Act of Luuuv 50+ years ago, then put them in a cave where evidence assures us they were NOT shot, and with some very odd burial goods...a bowl of money, a jug of water, and a terra-cotta statue of a dog...and then sealed them up carefully and invisibly. WTF? as Montalbano most certainly wouldn't have thought, who does that? What kind of story makes that not only okay, but so urgent as to force someone to do it?
 Exactly what I was wondering. Montalbano is my kinda guy. There are people to *do* the modern-day, not-very-challenging stuff, and even when they get stuff wrong (as they did, to his almost-fatal detriment when a shoot-out costs him the life of a friend and a month in the hospital) things will turn out, they always do...just learn to live with the consequences...but only he, Montalbano, cares to or can ferret out the seemingly unimportant but emotionally charged secrets of the past.
 I was walloped upside my little punkin haid by the ending of this book. I could NOT believe an American publishing house would do this! Of course, they only did it ten years after it became a bestseller in *the rest of the world*, but let's let that slide. They did it, thank you Viking, and they made a lovely object of the book, and they have published all of the series in proper order *smoochsmooch* on their corporate ham-producing-areas to boot!
 I won't encourage anyone to read these books because, if you need encouragement, you're not the Right Stuff for them. (*snicker* THAT oughtta cause a stampede!)
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Sep 4, 2009 I spent a couple of weeks traveling in Sicily recently, and so I thought reading a Sicilian mystery there would be appropriate. Andrea Camilleri wrote The Terra-Cotta Dog in 1996, and it was translated by Stephen Sartarelli in 2002. Camilleri’s main character is Salvo Montalbano, a Sicilian police inspector in a town called Vigàta. Vigàta is a wholly fictional town, but after the phenomenal success of Camilleri’s mysteries, his home town in Sicily, Port Empedocles near Agrigento, added Vigàta to its official name.
 Montalbano is a very literate police inspector, and throughout the book there are references to his reading. He likes the Spanish mystery writer Vazquez Montalbán, whose name is the Spanish version of his own and whose mysteries, like Camilleri’s, also have many references to food and its preparation. But Montalbano also reads Faulkner and quotes Shakespeare as well as other dramatists, perhaps because Camilleri taught for many years at a school of drama.
 Montalbano, though he is companionable enough in other respects, likes to eat alone. His housekeeper leaves him dishes in the icebox or in the oven: poached baby octopus, the casserole called pasta ‘ncasciata, anchovies baked in lemon juice, spaghetti with sardines, and other Sicilian treats.
 Montalbano and his associates are always worried about moles in their organization—mafia spies—and in fact there is a kind of cold war between the police and the mafiosi. The factual basis of this struggle becomes apparent before one has even deplaned at the airport outside Palermo, which has been renamed Falcone-Borsellino Airport after the two judges murdered in 1992 for their anti-mafia activities. Mostly the violence happens within the mafia, and there is a chilling indifference born of use with which the police regard the killings of one mafioso by another.
 The plot is complex and begins with a well-known mafioso giving himself up to Montalbano. He wants the police inspector to stage the surrender as a surprise arrest. The man’s associates are not fooled and they kill him, but before he dies, the mafioso gives Montalbano information about a large gun-smuggling operation. Montalbano finds the cache of weapons, but nearby discovers a young couple, murdered fifty years earlier, just before the Americans entered Italy in 1943. The fifty-year-old crime begins to consume Montalbano’s thoughts; he becomes obsessed with it in the way Friedrich Dürrenmatt’s inspector is obsessed with the murder of a little girl in The Pledge, a book that Montalbano thinks of in connection with his own obsession. Unlike Dürrenmatt’s character though, Montalbano solves this one. I think you might like it, but you might have to go to Sicily to get the full effect.
Vista previa del libro
El perro de terracota (Comisario Montalbano 2) - Andrea Camilleri
Uno
A juzgar por la forma en que se estaba presentando el amanecer, el día se anunciaba decididamente desapacible, es decir, hecho en parte de enfurruñados golpes de sol y en parte de helados chubascos, todo ello aliñado con súbitas ráfagas de viento. Uno de esos días en que alguien que sea propenso a padecer los efectos de los repentinos cambios meteorológicos y los sufre en la sangre y el cerebro, igual se pone a cambiar constantemente de opinión y dirección tal como hacen aquellos trozos de latón cortados en forma de bandera o de gallo que giran en todas direcciones en los tejados al menor soplo de viento.
El comisario Salvo Montalbano pertenecía de toda la vida a esta desdichada categoría humana y la cosa la había heredado de su madre, la cual era de carácter extremadamente enfermizo y a menudo se encerraba en el dormitorio a oscuras por lo mucho que le dolía la cabeza, y entonces no se podía hacer ruido en casa y todo el mundo tenía que caminar de puntillas. En cambio, su padre disfrutaba siempre de la misma salud y pensaba siempre exactamente lo mismo, tanto con lluvia como con sol.
Esta vez, el comisario tampoco desmintió su innata naturaleza: en cuanto detuvo su vehículo en el kilómetro diez de la carretera provincial Vigàta-Fela tal como le habían dicho que hiciera, le entraron ganas de volver a poner el vehículo en marcha, regresar al pueblo y mandar al carajo la operación. Consiguió dominarse, acercó un poco más el coche a la cuneta y abrió de nuevo la guantera para sacar la pistola que habitualmente no llevaba encima. Pero su mano quedó en suspenso en el aire: inmóvil y como hechizado, siguió contemplando el arma.
«¡Virgen santa! ¡Es verdad!», pensó.
La víspera, unas cuantas horas antes de recibir la llamada de Gegè Gullotta que había armado todo aquel jaleo —Gegè era un pequeño camello de droga blanda y organizador de un burdel al aire libre conocido con el nombre de «el aprisco»—, el comisario estaba leyendo una novela negra de un escritor barcelonés que lo intrigaba enormemente y que tenía su mismo apellido, sólo que españolizado en Montalbán. Una frase le había llamado especialmente la atención: «La pistola dormía con su presencia de lagarto frío.» Apartó la mano, ligeramente hastiado, y volvió a cerrar la guantera, dejando que el lagarto siguiera durmiendo. De todos modos, en caso de que la historia que estaba a punto de comenzar resultara ser una trampa, una emboscada, de poco le serviría llevar la pistola, pues los tíos lo agujerearían como y cuando les diera la gana a golpe de kaláshnikovs, y adiós muy buenas. Sólo cabía esperar que Gegè, en recuerdo de los años que habían transcurrido sentados juntos en el mismo pupitre de la escuela primaria, forjando una amistad que se había prolongado hasta la edad adulta, no hubiera decidido, por su propio interés, venderlo como un trozo de carne de cerdo, contándole cualquier chorrada para hacerlo caer en la red. No, cualquier chorrada, no: el hecho, en caso de ser cierto, sería una cosa muy sonada.
Lanzó un profundo suspiro y echó a andar muy despacio, levantando un pie y bajando el otro, por un estrecho y pedregoso sendero entre vastas extensiones de viñedos. Era una uva de mesa de granos redondos y compactos, llamada, vete tú a saber por qué, «uva italiana», la única que arraigaba en aquellas tierras, pues en el cultivo de cualquier otro tipo de uva para la elaboración de vino en aquellas tierras, mejor ahorrarse el dinero y el esfuerzo.
La casucha de planta baja y un piso, con una habitación abajo y otra arriba, se levantaba justo en lo alto de la pequeña loma, semiescondida detrás de cuatro viejos e imponentes olivos que la rodeaban casi en su totalidad. Era tal y como Gegè se la había descrito. Puertas y ventanas cerradas y despintadas, con un gigantesco alcaparro en la explanada anterior y otras matas más pequeñas de cohombrillos amargos de esos que cuando se rozan con el extremo de un bastón salpican esparciendo las semillas por el aire, una silla de paja con el asiento agujereado colocada patas arriba y un viejo balde de zinc para recoger agua, inutilizado por la herrumbre que se lo había comido a trozos. La hierba cubría todo lo demás. Todo contribuía a crear la impresión de que el lugar llevaba muchos años deshabitado, pero la impresión era falsa y Montalbano demasiado experto para dejarse engañar por las apariencias; es más, tenía la certeza de que alguien lo observaba desde el interior de la casucha y calibraba sus intenciones a través de sus gestos. Se detuvo a tres pasos de la puerta, se quitó la chaqueta, la colgó de la rama de un olivo para que vieran que no iba armado y llamó sin levantar demasiado la voz, como un amigo que va a ver a otro amigo.
—¡Ah de la casa!
No hubo respuesta ni ruido alguno. Del bolsillo de los pantalones el comisario se sacó un mechero y una cajetilla de cigarrillos, se colocó un pitillo entre los labios y lo encendió, describiendo medio círculo sobre sí mismo para situarse de cara al viento. De este modo, la persona que estaba en el interior de la casa ahora lo podría ver cómodamente de espaldas, de la misma manera que antes lo había visto de cara. Dio dos caladas, se acercó con paso decidido a la puerta y llamó fuertemente con el puño, lastimándose los nudillos con los restos endurecidos del barniz sobre la madera.
—¿Hay alguien ahí? —volvió a preguntar.
Todo se lo hubiera podido esperar menos la serena y socarrona voz que lo pilló a traición por la espalda.
—Pues claro que lo hay. Estoy aquí.
—¿Oiga? ¿Oiga? ¿Montalbano? ¡Salvuzzo! Soy yo, soy Gegè.
—Ya me había dado cuenta, cálmate. ¿Cómo estás, ojitos de miel y azahar?
—Estoy bien.
—¿Le has dado a la boca en los últimos días? ¿Vas perfeccionando las mamadas?
—Salvù, no me vengas con tus mariconadas de siempre. En todo caso, y tú lo sabes, yo no le doy a la boca sino que hago que otros le den.
—Pero ¿no eres tú el maestro? ¿Acaso no eres tú el que enseña a tus variopintas putas cómo tienen que colocar los labios y cómo tiene que ser de fuerte la chupada?
—Salvù, si fuera tal como tú dices, serían ellas las que me darían lecciones a mí. A los diez años, ya lo saben todo y, a los quince, son maestras consumadas. Hay una albanesa de catorce años que...
—¿Ahora estás haciendo propaganda de la mercancía?
—Mira, no tengo tiempo para hablar de bobadas. Tengo que entregarte una cosa, un paquete.
—¿A estas horas? ¿Y no me lo puedes dar mañana por la mañana?
—Mañana no estaré.
—¿Sabes lo que hay en el paquete?
—Pues claro que lo sé. Hay mostachones de vino cocido, los que a ti te gustan. Mi hermana Mariannina los ha hecho especialmente para ti.
—¿Cómo está Mariannina de los ojos?
—Mucho mejor. En Barcelona, en España, han hecho milagros.
—En Barcelona, en España, también escriben libros muy buenos.
—¿Qué dices?
—Nada. Cosas mías, no hagas caso. ¿Dónde nos vemos?
—Donde siempre, dentro de una hora.
Donde siempre era la playita de Puntasecca, una corta franja de arena a los pies de una colina de marga blanca, casi inaccesible desde tierra o, mejor dicho, sólo accesible por Montalbano y Gegè, que cuando iban a la escuela primaria habían descubierto un caminito cuyo recorrido ya era muy difícil a pie y decididamente temerario en coche. Puntasecca se encontraba a pocos kilómetros del pequeño chalet a la orilla del mar, justo en las afueras de Vigàta, donde vivía Montalbano, por cuyo motivo éste se lo tomó con calma. Sin embargo, justo cuando ya había abierto la puerta para acudir a su cita, sonó el teléfono.
—Hola, cariño. Ya ves que soy puntual. ¿Cómo te ha ido hoy?
—Administración normal. ¿Y a ti?
—Ídem. Oye, Salvo, he estado pensando mucho en lo que...
—Perdona que te interrumpa, Livia. Dispongo de muy poco tiempo, mejor dicho, no dispongo de ninguno. Me has pillado en la puerta, a punto de salir.
—Pues sal y buenas noches.
Livia colgó y Montalbano se quedó con el teléfono en la mano. Entonces recordó que la víspera le había dicho a Livia que lo llamara a las doce de la noche en punto porque entonces tendrían tiempo para hablar un buen rato. No supo si volver a llamar enseguida a su novia a Boccadasse o hacerlo a la vuelta, cuando regresara de su cita con Gegè. Con una punzada de remordimiento, colgó el teléfono y salió.
Cuando llegó, con unos minutos de retraso, Gegè ya lo esperaba paseando junto a su coche. Se abrazaron y se besaron, pues hacía mucho tiempo que no se veían.
—Vamos a sentarnos dentro, esta noche hace fresquito —dijo el comisario.
—Me han pillado —dijo Gegè nada más sentarse en el coche.
—¿Quiénes?
—Unas personas a las que no puedo decir que no. Tú sabes que yo, como todos los comerciantes, pago la cuota para poder trabajar en paz y para que nadie arme jaleo adrede en mi burdel. Cada mes que Nuestro Señor envía a esta tierra, pasa uno que cobra.
—¿Por cuenta de quién? ¿Me lo puedes decir?
—Pasa por cuenta de Tano el Griego.
Montalbano puso los ojos en blanco, pero procuró que su amigo no se diera cuenta. Gaetano Bennici, llamado «el Griego», no había visto Grecia ni siquiera con un catalejo y de las cosas de la Hélade debía de saber tanto como una tubería de hierro, pero lo llamaban así por cierto vicio que según la voz popular era extremadamente apreciado en los alrededores de la acrópolis. Debía de tener por lo menos tres asesinatos en su haber, en su ambiente ocupaba un escalón por debajo de los capos capos, pero nadie sabía que actuara en la zona de Vigàta y alrededores, donde el territorio se lo disputaban las familias Cuffaro y Sinagra. Tano pertenecía a otra parroquia.
—Pero ¿qué se le ha perdido a Tano el Griego por estos andurriales?
—¿Qué coño de preguntas me haces? ¿Qué coño de lince eres? ¿Acaso no sabes que se ha decretado que para Tano el Griego no hay andurriales ni zonas en lo tocante a las mujeres? Le han concedido el control y las prebendas de todo el puterío de la isla.
—No lo sabía. Sigue.
—Hacia las ocho de esta misma tarde pasó el hombre de siempre para el cobro, era el día establecido para el pago de la cuota. Tomó el dinero que yo le di, pero, en lugar de irse, esta vez abrió de nuevo la portezuela y me dijo que subiera.
—¿Y tú qué hiciste?
—Me asusté, me entraron sudores fríos. Pero ¿qué podía hacer? Subí y él puso el coche en marcha. Resumiendo, toma la carretera de Fela, se para cuando no llevábamos tan siquiera media hora de camino...
—¿Le preguntaste adónde ibais?
—Claro.
—¿Qué te dijo?
—No abrió la boca, como si yo no hubiera dicho nada. Al cabo de media hora, me hace bajar en un sitio donde no había ni un alma, me indica que siga un sendero. Por allí no pasaba ni un perro. En determinado momento, no sé de dónde coño salió, se me planta delante Tano el Griego. Me pegué un susto tan grande que las piernas se me aflojaron como si fueran de requesón. Compréndeme, no fue por cobardía, pero es que éste tiene cinco muertos en su haber.
—¿Cómo cinco?
—¿Por qué, cuántos os salen a vosotros?
—Tres.
—Pues no, señor, son cinco, garantizados al cien por cien.
—Muy bien, sigue.
—Yo empecé a jugar a pares y nones. Puesto que siempre había pagado religiosamente, me convencí de que Tano quería subirme el precio. No me puedo quejar de mis negocios, y ellos lo saben. Estaba equivocado, no era cosa de dinero.
—¿Qué quería?
—Sin saludarme tan siquiera, me preguntó si te conocía.
Montalbano creyó no haberle entendido.
—¿Si conocías a quién?
—A ti, Salvù, a ti.
—¿Y tú qué le dijiste?
—Yo, cagándome encima, le contesté que sí te conocía, pero sólo de vista, buenos días y buenas tardes. Te juro que me miró con un par de ojos como los de las estatuas, fijos y muertos; después echó la cabeza hacia atrás, soltó una risita y me preguntó si quería saber cuántos pelos tenía yo en el culo, con un margen de error de dos como máximo. Quería darme a entender que conocía mi vida y milagros y mi muerte, esperemos que sea lo más tarde posible. Por eso miré al suelo y no abrí la boca. Entonces me dijo que te dijera que te quiere ver.
—¿Cuándo y dónde?
—Esta misma noche, al amanecer. Luego te explico dónde.
—¿Sabes qué quiere de mí?
—Eso ni lo sé ni lo quiero saber. Me ha dicho que procure convencerte de que te puedes fiar de él como de un hermano.
Como de un hermano: las palabras, en lugar de tranquilizar a Montalbano, le provocaron un desagradable estremecimiento en la espalda. Era bien sabido que en el primer lugar de los tres —o los cinco— asesinatos de Tano figuraba el de su hermano mayor Nicolino, primero estrangulado y después, por una misteriosa norma semiológica, cuidadosamente desollado. Se sumió en unas negras reflexiones que se volvieron todavía más negras, de ser ello posible, cuando oyó las palabras que Gegè le susurró, apoyando una mano en su hombro.
—Ten mucho cuidado, Salvù, ése es una mala bestia.
Estaba regresando a casa muy despacio cuando los faros del coche de Gegè, que lo seguía, parpadearon repetidamente. Se desvió, Gegè se acercó e, inclinándose hacia la ventanilla del asiento del copiloto, le entregó un paquete.
—Me olvidaba de los mostachones.
—Gracias. Pensaba que había sido un pretexto, una tapadera.
—¿Quién te crees que soy? ¿Uno que dice una cosa por otra?
Gegè aceleró, ofendido.
El comisario pasó una noche digna de contarse al médico. El primer pensamiento que le vino a la mente fue llamar al jefe superior de policía, despertarlo e informarlo, protegiéndose las espaldas contra todas las consecuencias que aquel asunto pudiera tener. Pero Tano el Griego había hablado muy claro al respecto, tal como le había dicho Gegè: Montalbano no tenía que decirle nada a nadie y tenía que acudir solo a la cita. Sin embargo, aquí no era cuestión de jugar a policías y ladrones, su deber era cumplir con su deber, es decir, advertir a sus superiores, organizar con ellos en sus más mínimos detalles los dispositivos de vigilancia y captura, tal vez con la ayuda de considerables refuerzos. Tano era un prófugo de la justicia desde hacía diez años, ¿y se iba a reunir tranquilamente con él como si fuera un amigo que regresara de América? De eso ni hablar, no era posible, el jefe superior de policía tenía que ser inmediatamente informado. Marcó el número de su superior en Montelusa, la capital.
—¿Eres tú, cariño? —dijo la voz de Livia desde Boccadasse, Génova.
Montalbano se quedó momentáneamente sin respiración; por lo visto, su instinto lo estaba guiando a no hablar con el jefe, induciéndolo a marcar un número equivocado.
—Perdóname por lo de antes, recibí una llamada imprevista que me obligó a salir.
—No te preocupes, Salvo, ya sé el oficio que tienes. Más bien perdóname tú por el arrebato; me decepcioné.
Montalbano miró el reloj: le faltaban por lo menos tres horas para reunirse con Tano.
—Si quieres, podemos hablar ahora.
—¿Ahora? Perdóname, Salvo, no es por despecho, pero prefiero no hacerlo. He tomado un somnífero y se me están cerrando los ojos.
—Bueno, bueno pues. Hasta mañana. Te quiero, Livia.
La voz de Livia cambió de golpe y adquirió un tono despabilado y alterado.
—¿Cómo? ¿Qué ocurre? ¿Qué ocurre, Salvo?
—Nada, ¿qué quieres que ocurra?
—Ah, no, cariño, tú a mí no me engañas. ¿Tienes que hacer algo peligroso? No me tengas preocupada, Salvo.
—Pero ¿cómo se te ocurren estas cosas?
—Dime la verdad, Salvo.
—No estoy haciendo nada peligroso.
—No te creo.
—Pero ¿por qué, Dios bendito?
—Porque me has dicho «te quiero» y tú desde que nos conocemos sólo me lo has dicho tres veces, las he contado, y cada vez ha sido por algo fuera de lo normal.
Lo único que se podía hacer era cortar, con Livia te podían dar las tantas.
—Adiós, cariño, que descanses. No seas boba. Adiós, tengo que volver a salir.
Y ahora, ¿qué hacer para pasar el rato? Se duchó, leyó unas cuantas páginas del libro de Montalbán casi sin enterarse, fue de una habitación a otra, enderezando un cuadro, volviendo a leer una carta, una factura, una nota, tocando todo lo que tenía a mano. Volvió a ducharse, se afeitó y se hizo un corte justo bajo la barbilla. Encendió el televisor y lo apagó enseguida porque le produjo una sensación de mareo. Al final, llegó la hora. Cuando ya estaba a punto de salir, le apeteció comerse un mostachón de vino cocido. Con auténtico asombro se dio cuenta de que el paquete que había sobre la mesa estaba abierto y de que en el interior de la caja de cartón no quedaba ni uno. Se los había comido todos sin darse cuenta, de lo nervioso que estaba. Y lo peor era que ni siquiera los había disfrutado.
Dos
Montalbano se volvió muy despacio, como si quisiera compensar con ello la sorda y repentina furia que le había causado haberse dejado sorprender por la espalda como un principiante. A pesar de encontrarse en estado de alerta, no había conseguido percibir el menor ruido.
«¡Uno a cero a tu favor, cabrón!», pensó.
A pesar de que jamás lo había visto personalmente, lo reconoció de inmediato: en comparación con las señas de años atrás, Tano se había dejado crecer la barba y el bigote, pero los ojos eran los mismos, totalmente inexpresivos, «de estatua», tal como gráficamente había dicho Gegè.
Tano el Griego se inclinó ligeramente y en su gesto no hubo la más mínima sombra de burla o de tomadura de pelo. Automáticamente, Montalbano correspondió con otra leve inclinación. Tano echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
—Parecemos dos japoneses, aquellos guerreros de la espada y la coraza. ¿Cómo se llaman?
—Samurais.
Tano extendió los brazos como si quisiera estrechar contra su pecho al hombre que tenía delante.
—Mucho gusto en conocer personalmente al famoso comisario Montalbano.
Montalbano decidió prescindir de los cumplidos e ir directamente al grano para situar el encuentro en el debido terreno.
—No sé qué gusto le puede dar conocerme.
—De momento, ya me ha dado uno.
—Explíquese.
—Me está hablando de usted, ¿le parece poco? No ha habido ni un solo esbirro, ni uno solo, y mire que he conocido a muchos, que me haya hablado de usted.
—Se dará usted cuenta, espero, de que yo soy un representante de la ley, mientras que usted es un peligroso prófugo de la justicia y un asesino múltiple. Y nos estamos viendo cara a cara.
—Yo no voy armado. ¿Y usted?
—Yo tampoco.
Tano volvió a echar la cabeza hacia atrás y soltó una sonora carcajada.
—¡Yo nunca me equivoco con las personas, nunca!
—Tanto si va armado como si no, yo tengo que detenerlo.
—Y yo estoy aquí, comisario, para que usted me detenga. He querido verlo a propósito.
No cabía duda de que era sincero, pero precisamente su evidente sinceridad hizo que Montalbano se pusiera en guardia, sin conseguir entender adónde quería ir a parar Tano.
—Podía presentarse en la comisaría y entregarse. Aquí o en Vigàta, da lo mismo.
—Pues no, señor comisario, no es lo mismo, me extraña que usted, que sabe leer y escribir, no comprenda que las palabras no son iguales. Hago que me detengan, no me entrego. Si coge la chaqueta, hablaremos dentro; entretanto, abriré la puerta.
Montalbano descolgó la chaqueta de la rama del olivo, se la colgó del brazo y entró en la casa detrás de Tano. Dentro estaba todo a oscuras, el Griego encendió un quinqué y le indicó por señas al comisario que se sentara en una de las dos sillas que había junto a una mesita. En la habitación había un catre con sólo un colchón, sin almohada ni sábanas, una pequeña estantería con puertas de cristal llena de botellas, vasos, galletas, platos, paquetes de pasta, tarros de salsa y toda una serie de cajas. Encima de una cocina de leña había varias ollas y peroles. Pero los ojos del comisario se detuvieron en un animal mucho más peligroso que el lagarto que dormía en la guantera de su coche, una auténtica serpiente venenosa, una ametralladora que dormitaba apoyada de pie contra la pared, al lado del catre.
—Tengo vino bueno —dijo Tano como si fuera un verdadero anfitrión.
—Sí, gracias —contestó Montalbano.
Después del frío, la mala noche, la tensión y el kilo largo de mostachones que se había zampado, el vino le hacía muchísima falta.
El Griego escanció y levantó el vaso.
—A su salud.
El comisario levantó el suyo y le devolvió el brindis.
—A la suya.
El vino era fabuloso, se lo bebía uno que daba gusto, y al bajar por la garganta, reconfortaba y daba calor.
—Es francamente bueno —dijo Montalbano, felicitando a Tano.
—¿Otro?
Para no caer en la tentación, el comisario apartó bruscamente el vaso a un lado.
—¿Vamos a hablar?
—Hablemos. Bueno pues, yo le he dicho que he decidido dejarme detener...
—¿Por qué?
La pregunta a bocajarro de Montalbano desconcertó a su interlocutor. Fue sólo un momento, enseguida se recuperó.
—Tengo que someterme a tratamiento, estoy enfermo.
—¿Me permite? Puesto que usted cree conocerme muy bien, sabrá sin duda que soy una persona que no se deja dar por culo.
—Estoy seguro de que no.
—Pues entonces, ¿por qué
