Martina Garategaray
Entre el pluralismo
y el unanimismo: la
revista Unidos1
El pueblo no preexiste al hecho de invocarlo y de buscarlo: es construido. Esta construcción está en el fondo en el corazón de la política
moderna. Pero ella toma una forma particularmente aguda hoy en
día. El reforzado borramiento de los puntos de referencia sociales que
nosotros conocemos radicaliza en efecto la cuestión de la figuración
del pueblo, haciendo más manifiesta la superposición de la exigencia
democrática y del trabajo de dar forma a lo social.2
PIERRE ROSANVALLON, El pueblo inhallable
En la tradición política justicialista “peronismo”, “Perón” y “pueblo” se imbricaron de un modo singular y circular;
el grado de identificación entre los tres
términos permitía un encadenamiento
de afirmaciones (“peronismo” era “Perón”, “Perón” era “el pueblo” y “el pueblo” era lógicamente peronista) que durante años fue el cimiento sobre el que se
constituyeron las “verdades peronistas”
articuladas por Juan Perón y la identidad
del movimiento que llevaba por marca
su nombre. Esta situación, en la que una
imagen se remitía inexorablemente a la
otra, encontró un límite con la muerte
de Perón y la derrota electoral.
La circularidad hacía que cualquiera
de los puntos de la cadena se remitiera a
otro de modo sinonímico, es decir que
cada punto sea igual al resto. No obstante, “Perón”, el significante Perón, era el
nombre de la totalidad, de la comunidad
1 Este artículo concentra algunos de los argumentos de la tesis de Maestría en Historia, “Unidos en
la identidad peronista. La revista Unidos entre el legado nacional y popular y la democracia liberal (19831991), UTDT, 2009. Agradezco especialmente los comentarios de mi director, Carlos Altamirano, y del
grupo de investigadores del Programa de Historia Intelectual, de la Universidad Nacional de Quilmes.
2 “Le peuple ne préexiste pas au fait de l’invoquer et de le rechercher: il est à construite. Cette construction est en son fond au coeur de la politique moderne. Mais elle prend une forme particulièrement aigüe
aujourd’hui. L’effacement renforcé des points de repère sociaux que nous connaissons radicalise en effet
la question de la figuration du peuple, rendant plus manifeste la superposition de l’exigence démocratique
et du travail de mise en forme du social”, Pierre Rosanvallon, Le peuple introuvable.
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organizada y, por ende, se convertía en
el garante de la misma. Entonces, al ser
“Perón” el nombre del ensamble, el articulador, su muerte fue el primer límite a
este juego de identificaciones, pero sus
consecuencias recién se tornaron manifiestas para el peronismo con la derrota
de 1983 y el divorcio del “pueblo”.
En estas páginas nos centraremos en
el modo que la revista Unidos, que sale
por primera vez en marzo de 1983 y por
última en agosto de 1991, con el epígrafe
“el 2000 nos encontrará unidos o dominados”, repone al peronismo en los años
de la vuelta a la democracia a partir del
desafío de reconfigurar su núcleo identitario. Y lo hace a partir de un singular
diálogo entre la tradición unanimista y
los valores de la democracia pluralista.
Los discípulos del león herbívoro
Perón murió sin declarar “un” heredero
y sin que el movimiento que llevaba su
nombre se institucionalizara, a pesar de
haber afirmado en varias oportunidades que el hombre no vence al tiempo,
sino que es la organización lo único que
puede vencerlo. Si bien la organización
como estandarte para vencer al tiempo
aparece muy temprano en el discurso de
Perón, la misma nunca se llevó a cabo y
en su última presidencia la Juventud Peronista se convirtió en un gran obstáculo para dicha empresa, lo que lo llevó a
invitarla a organizarse “sobre la base de
la discusión de ideas” y “la lucha, sí, pero
por la idea” (Perón, 1986, discurso ante
la legislatura el 1 de mayo de 1974). En
este camino enfatizaba:
Solo la idea vence al tiempo. Hagamos
de ella nuestro medio esencial para la
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lucha interna; institucionalicemos la
lucha por la idea y usemos todo nuestro
patriotismo para dar más potencia a la
institucionalización de este proceso nacional (Perón, 1986, Prólogo).
Esta institucionalización de las ideas
era, en primer lugar y hacia adentro del
movimiento, un intento por evitar desviaciones y, en segundo lugar, un modo
de institucionalizar el proceso nacional
hacia afuera; era el modo de regular el
pluralismo dentro del proyecto nacional;
reconocer la pluralidad de actores en el
diálogo político y solicitar su apoyo a la
empresa de reconstrucción nacional.
En los años de la “vuelta a la democracia”, frente a la interna peronista
para definir las candidaturas en vista a
los próximos comicios de octubre, salía
la revista Unidos, explícitamente siguiendo la huella del General. En su primera
editorial y bajo el título de “Quiénes somos” se presentaba de este modo:
Esta publicación es el resultado del encuentro de un conjunto de militantes
peronistas que, desde diferentes opciones coyunturales, acordamos contribuir
al proceso de institucionalizar la lucha
por las ideas.
[…] la revista no es la expresión de
una línea, sector o agrupamiento sino
vehículo de la diversidad de matices que
conforman un mismo sistema de pensamiento.
[…] Más allá de la insuperable obra
doctrinaria que nos legara la relación
entre el General Perón y su pueblo, el
pensamiento justicialista, se enriquece a
partir de los aportes que conducen a hacer de la idea, uno de los principales instrumentos de la lucha política. Las ideas,
junto a la organización, ayudan a vencer
Martina Garategaray
Entre el pluralismo y el unanimismo: la revista Unidos
al tiempo, sino también le oponen un
muro infranqueable al oportunismo o la
desviación (Editorial, “Quiénes Somos”,
Unidos, N° 1, mayo de 1983, p. 3).
De este modo, hacían desembarcar por
primera vez para una fuerza política
como el peronismo un proyecto político
cultural que buscaba institucionalizar
el debate y la disputa ideológica. Pero,
¿quiénes son los unidos? ¿Y por qué podían encarar dicha empresa?
Dirigida por Carlos “Chacho” Álvarez, su Consejo de Redacción estaba integrado en todos o algunos de los números por Arturo Armada, Pablo Bergel,
Hugo Chumbita, Cecilia Delpech, Salvador Ferla, Horacio González, Norberto
Ivancich, Oscar Landi, Roberto Marafioti, Mona Moncalvillo, Diana Dukelsky, Enrique Martínez, Claudio Lozano,
Ernesto López, Vicente Palermo, Víctor
Pesce, Felipe Solá y Mario Wainfeld.
Los colaboradores eran José Pablo Feinmann, Álvaro Abós, Nicolás Casullo, Artemio López, Julio Godio, Daniel García
Delgado y Alcira Argumedo.3
Autodefinidos “militantes peronistas”, cada uno podía reivindicar su individualidad, “la diversidad de matices”,
pero conformando “un mismo sistema
de pensamiento”, es decir como miembros del peronismo y también como
miembros de una generación. Para Mario Wainfeld (en entrevista, 3 de octubre
de 2006), “Unidos fue un intento de intervención de un grupo generacional”, y
lo precisaba de este modo en la revista:
[…] quienes nos asomamos a la política en la década de 1960 y contamos
hoy entre 30 y 40 años, más o menos.
Esta generación política, que formó la
gloriosa JP de 1973 quiso participar y
3 La composición de la revista sufrió algunas alteraciones desde 1983 hasta 1991, como también su tirada y
la periodicidad con la que salió. Desde el primer número el director fue Carlos Álvarez, quien fue reemplazado
en el número 20, al asumir como diputado, por Mario Wainfeld, quien se incorporó a la revista en el número
3 junto a Vicente Palermo, Roberto Marafioti y Arturo Armada, e integró con este último la Secretaría de Redacción. Norberto Ivancich era el único que acompañó todos los números de la revista desde el comienzo. En
el número 4 se sumó Salvador Ferla hasta su muerte (número 10); en el número 5, Felipe Solá, hasta el 20, que
integró el gobierno justicialista. Desde el 6 hasta el 7, Enrique Martínez. En su caso coincide su abandono con la
aceptación del cargo de Subsecretario de la Pequeña y Mediana Empresa, que no fue bien recibido por los del
Consejo de Redacción de Unidos. En el número 9 Chumbita, Pesce y González se hacen “unidos” hasta el final.
Ernesto López integró el Consejo en el número 11/12 también hasta el número 23; en el 15 se incorporaron: Pablo
Bergel (hasta el 20), Cecilia Delpech (hasta el final), Diana Dukelsky (solo este y el número siguiente), Oscar Landi
(hasta el final), Claudio Lozano (hasta el 20). La última incorporación fue la de Mona Moncalvillo en el número
16, hasta el 23. La tirada de Unidos tuvo su pico entre los números 7/8, de diciembre de 1985, y el número 19, de
octubre de 1988 (coincidiendo con el ascenso renovador hasta la interna del PJ), tiempos en los que pasó de ser
cuatrimestral a bimestral y mucho más abultada en cantidad de páginas. En aquel entonces las tiradas llegaron
a los 3.000 ejemplares, con un porcentaje muy bajo de devoluciones, una fracción importante de las ventas era
por canales militantes que las compraban y luego repartían o revendían. Los dos primeros números respetaron
la idea inicial de ser un revista bimestral (Nº 1, mayo de 1983 y Nº 2, julio de 1983). Sin embargo, frente a la derrota
el número 3 salió recién en agosto de 1984; de ahí hasta el número 6 intenta respetar una salida cuatrimestral
(Nº 4, diciembre de 1984; Nº 5, abril de 1985; Nº 6, agosto de 1985). Será con el número 7/8 que se instaura una
modalidad bimestral que alterna con la cuatrimestral hasta el número 19 (Nº 7/8, diciembre de 1985; Nº 9 de abril
de 1986; Nº 10, junio de 1986; Nº 11/12, octubre de 1986; Nº 13, diciembre de 1986; Nº 14, abril de 1987, Nº 15; agosto
de 1987, Nº 16, octubre de 1987; Nº 17, diciembre de 1987; Nº 18, abril de 1988; Nº 19, octubre de 1988). De ahí hasta
su último número salió casi una vez al año, haciendo más que manifiesta la crisis que atravesaba el peronismo
(Nº 20, abril de 1989; Nº 21, mayo de 1990; Nº 22, diciembre de 1990 y Nº 23, agosto de 1991).
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comprometerse, quiso una revolución
para la Argentina, se sacrificó, militó y
pavimentó con su sangre el camino de
la hoy naciente democracia (Wainfeld,
Mario, “Hace diez años sabíamos soñar”,
Unidos, N° 4, diciembre de 1984, p. 4).
Una generación que provenía de “heterogéneos orígenes” pero cuya marca
fundacional estaba dada por los años de
proscripción peronista y de militancia.
A modo ilustrativo: Carlos “Chacho” Álvarez dio sus primeros pasos en política
en el peronismo de izquierda. Comenzó
a interesarse en la política dentro de los
grupos ligados a la entonces CGT de los
Argentinos, opositora al régimen militar de Juan Carlos Onganía y en la década de 1970 fundó sucesivamente FORPE
y 17 de Noviembre, agrupaciones que se
inscribían dentro del denominado peronismo revolucionario, pero no acordaban con la estrategia de lucha violenta
que sustentaban las organizaciones armadas. Norberto Ivancich militaba en
la década de 1970 en CEP (Comandos
Estudiantiles Peronistas) y Roberto Marafiotti en FANDEP (Federación Nacional
de Estudiantes Peronistas), ambas agrupaciones que junto a CENAP en Filosofía
y Letras (UBA) y otras agrupaciones estudiantiles de distintas facultades formaron la JUP (Juventud Universitaria Peronista) que se extendió hasta 1975 para
confluir después en la JUP Lealtad. Mario Wainfeld estuvo vinculado al Frente
Estudiantil Nacional, militó en la JUP
(Montoneros) y después en la JUP Lealtad. Horacio González participaba en los
primeros años de la década del setenta
en el FEN (Frente Estudiantil Nacional).
Vicente Palermo venía del Grupo de los
Demetrios, “el Encuadramiento, que era
una agrupación que podría ubicarse en
el mismo lugar del espectro político, en
un imaginario perfil derecha-izquierda
y en otro populismo-liberalismo, que
la Guardia de Hierro de la JP pero más
intelectual y más sectaria” (entrevistas,
5 de diciembre de 2006 y 15 de marzo
de 2007). Víctor Pesce estuvo en las FAP
(Fuerzas Armadas Peronistas) hasta
1974, más cerca de la FAP 17 de octubre
de Jorge Rulli y Envar “Cachito” El Kadri que se desarman con la llegada del
gobierno popular. Más cerca de la intervención cultural, Arturo Armada había
dirigido en esos años la revista Envido.4
Un grupo diverso cuya unidad había
sido animada en la década de 1970 por
un proyecto político y que en los albores
de la vuelta a la democracia, en el marco
de una empresa cultural, era convocado
por Carlos “Chacho” Álvarez en la Unidad Básica de Gurruchaga, cerca de Plaza Serrano.5
De este modo, y uniendo los tempranos setenta a los ochenta, se ubicaban en
4 Envido se presentaba como publicación de la Juventud Peronista de izquierda vinculada al proyecto del
“socialismo nacional”, que “es el proyecto implícito en el peronismo”, y como caja de resonancia del pensamiento del Movimiento de los Sacerdotes para el Tercer Mundo. Sus 10 números salieron entre julio de 1970
y noviembre de 1973. Dirigida por Arturo Armada, en su Consejo de Redacción estaban: Domingo Bresci, José
Pablo Feinmann, Manuel Fernández López, Carlos A. Gil, Santiago González y Bruno Roura. En el número 5 de
marzo de 1972 se incorporó Horacio González.
5 Como circuito de sociabilidades de los miembros de Unidos hemos podido reconstruir como lugares de encuentro, previos al surgimiento de la revista: el espacio dado por la universidad durante la década de 1970 (González
recuerda que Álvarez fue su alumno), la revista Envido (en la que Armada y Álvarez se conocieron porque este último le acercó un documento para el número 5), el Kiosco, que durante los años del proceso tenían Norberto Ivancich
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Entre el pluralismo y el unanimismo: la revista Unidos
el pasado y en el presente como hombres
de ideas, pero no ajenos a la política,
como poseedores de un capital cultural que les permitía moverse con cierta
facilidad en ambos terrenos sin quedar
presos de ningún rótulo en particular.
Por un lado, escapar del mote elitista y
ajeno a las preocupaciones nacionales y
al pueblo que los intelectuales solían tener para la tradición justicialista.6 Por el
otro, evitar que la revista se convirtiera
en órgano de partido. En sus palabras,
tanto “militantes peronistas” como intelectuales comprometidos y críticos, una
opción que desde el imaginario democrático parecía posible y compatible.7
En ese camino los miembros de Unidos podían contribuir a “institucionalizar
la lucha por la idea”, porque en la década
de 1970 habían sabido sortear “el oportunismo y la desviación” (al romper con la
JP Tendencia y su brazo armado, Montoneros, para formar la Juventud Peronista
Lealtad) y porque eran hombres de ideas.8
Esto es, erigían a la idea como la frontera
misma que les permitía reconocer quiénes
estaban adentro y afuera del justicialismo,
quiénes eran los “verdaderos peronistas”
(Altamirano, 1992). Y por qué no, también cuál era el “verdadero Perón”.
Perón Unido
La vuelta de Perón en 1973 estuvo signada por su propia autodefinición: “vuelvo
y Carlos Álvarez en Coronel Díaz y Las Heras, y la revista Vísperas, que acompañaba el proyecto político de
Deolindo Bittel y que fue publicada en Buenos Aires por un grupo de militantes peronistas entre diciembre
de 1979 a julio de 1982. Sus primeros integrantes constituyeron, en buena medida, el grupo original de
Unidos; ese grupo original estuvo formado por Carlos “Chacho” Álvarez (director) y Darío P. Alessandro,
Carlos Corach y Norberto Ivancich. En septiembre de 1980 se sumó Víctor “Tito” Pandolfi, en diciembre de
1980, Andrés Carrasco y en diciembre de 1981, Ricardo Agazzi, Javier Anauati, Mario Font Guido, Leandro
Gil Ibarra (en los números 7 y 8), Alberto Iribarne, Eduardo Moreno y Jorge Urriza (en los números 7 y 8).
En el número 8 se sumó Héctor Bueno, en el número 9, José Luis Alemany y Marcelo Kohan, en el número
10, Adolfo Rimedio, Carlos Nine y Julio Nine. Cuando Unidos comienza a salir, los miembros se nuclearon
en la Unidad Básica de Gurruchaga y en torno a la librería Premier, en la que se comercializaba la revista
(donde trabajaba Víctor Pesce, que pasa a incorporarse a la publicación).
6 Este era tanto un lugar común como incómodo para la intelectualidad peronista. Un lugar común
en el que la intelligentzia era criticada por su divorcio con la realidad y con lo nacional. Y un lugar incómodo para todos los que se propusieran desarrollar un proyecto político cultural desde el peronismo.
7 Algunos artículos se proponen problematizar la relación entre intelectuales y política, como “Democracia y cambio social. Mesa redonda en la sede del ILET entre miembros directivos de Punto de Vista:
Carlos Altamirano, José Aricó, Juan Carlos Portantiero y otros del área peronista: Alcira Argumedo,
Nicolás Casullo, Julio Bárbaro, Carlos ‘Chacho’ Álvarez y Vicente Palermo”, en Unidos Nº 6, agosto de
1985. Y en el número doble siguiente de diciembre de 1985: “El intelectual de los años ochenta por Ariel
Bignami (columnista director de Cuadernos de cultura), Sergio Bufano (narrador y periodista miembro
del Club Socialista), Nicolás Casullo, Horacio González, Luis Gregorich (radical, crítico literario y presidente de Eudeba) y Aníbal Ford (peronista, narrador y ensayista)”.
8 En palabras de Norberto Ivancich en el diario La Opinión, el 1 de agosto de 1974: “Lealtad es, ante
todo, una corriente de defensa y salvaguarda de la doctrina peronista y nos constituimos en vigilantes
ante los imperialismos. No estamos solo contra el conocido imperialismo que establece la dependencia
económica, sino también contra el que quiere incorporarnos una ideología que no es la peronista…”, el
imperialismo marxista. Lealtad nació como negación orientada a la crítica y al ataque de la Tendencia, en
defensa del proyecto de Perón, pero no logró convertirse en una propuesta clara. Tanto la muerte del
General como el golpe del 24 de marzo de 1976 pusieron su proyecto en suspenso.
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como un león herbívoro y seré prenda
de paz entre los argentinos”. Esta imagen dual y contradictoria dio lugar a
toda una serie de interpretaciones sobre
su último mandato, aquellas dispuestas
a enfatizar el cambio de Perón, su actitud conciliadora, dispuesta a la unidad
nacional: el Perón de la democracia integrada;9 y otras que enfatizaban que el
discurso de Perón era el mismo de siempre y que consistía en la deslegitimación
del adversario y su reducción a pura negatividad: el Perón autoritario.10
En palabras de Oscar Landi, quien no
solo colaboraba en Unidos sino que era un
referente intelectual para sus miembros:
En su tercera presidencia, Perón ya no
era solo el líder de la corriente mayoritaria. Quizás, antes que ello, aspiraba a
convertirse en el agente central de reconstrucción de un orden político nacional. Era un Perón ambivalente, que debía
compatibilizar dos funciones diferentes
y que se mostró, casi permanentemente,
intentando situar su figura por encima
de las disputas políticas, llegando a criticar públicamente a su Movimiento, buscando ser el sostén mismo del terreno
en que los conflictos podían tener lugar
legítimamente. Si cabe la expresión, era
un Perón, en cierto sentido, desperonizado, condicionado por el objetivo de
que el Movimiento Peronista fuese el eje
de recomposición institucional del país
(Landi, 1978, p. 1373).
Esta expresión de “Perón desperonizado”, de un líder que rompe con su movimiento para trascenderlo, que se erige
como “puente” entre el peronismo como
corriente mayoritaria y la nación argentina hacia la pacificación, tendrá gran
influencia en la mirada que sobre Perón
se construye en la revista.
En Unidos podía leerse como epílogo
de su última presidencia:
Si hubiera que sintetizar la tragedia del
período que va desde el regreso de Perón,
en noviembre de 1972, hasta su muerte,
bastaría decir que Perón advirtió que
solo una sólida unión nacional de los
sectores, tendencias internas, partidos,
etc. nos salvaría del desastre, y que –al
mismo tiempo– la mayoría de los integrantes de la comunidad –aún los que
apoyábamos y creíamos en Perón– nos
desgastábamos y debilitábamos en luchas internas mientras el enemigo se
preparaba para destruir a tirios y troyanos” (Wainfeld, Mario, “El gobierno
peronista 1973-1976: el rodrigazo”, Unidos, N° 1, mayo de 1983, p. 24).
Perón percibió el cambio:
Podría decirse que hasta fines de la década del sesenta, Perón se dirigía solamente a los peronistas; de ahí en adelante se
propone dialogar con toda la sociedad
política, en un esfuerzo deliberado, tanto
por mejorar las condiciones generales de
9 En palabras de Guido Di Tella: “Perón y su movimiento se comportaban en la forma que se había
esperado, como auténticos miembros del sistema… El gobierno parecía en camino hacia un futuro
más pacífico y predecible” (1983, p. 116); o en palabras de Liliana de Riz: “Dispuesto al diálogo con los
partidos, defensor de la democracia, el Perón de 1973 aparecía como un nuevo Perón, enriquecido por
su experiencia de exilio europeo” (2007, p. 130).
10 Para Verón y Sigal, el dispositivo discursivo era el mismo, consistía en el “vaciamiento del campo
político”, esto es la capacidad de “colocar al Otro en una posición desplazada o desfasada con respecto
al eje que define la posición del enunciador” (1986, p. 71).
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Entre el pluralismo y el unanimismo: la revista Unidos
convivencia política democrática, como
por ampliar las bases de sustentación del
proyecto político del Movimiento Nacional (Palermo, Vicente y Daniel García Delgado, “Notas sobre el Movimiento Nacional”, Unidos, N° 1, mayo de 1983, p. 66).
En esta revalorización del último Perón,
del Perón de la unidad, no es llamativo
que se reproduzca entero el discurso del
12 de junio de 1974. En primer lugar,
porque en el mismo se hacía explícito
que muchos “partidarios” no se ponían al
servicio de la defensa del proyecto nacional, mientras Perón, por encima del movimiento, se presentaba como prenda de
paz: “yo vine al país para unir”, “yo vine al
país para lanzar un proceso de liberación
nacional”, “yo vine al país para brindarle
seguridad a nuestros conciudadanos y
lanzar una revolución en paz y armonía”.
En segundo lugar, porque revalorizaba
la política, la política democrática como
herramienta de transformación, inaugurando una era de conciliación y consenso,
muy a tono con la vuelta de la democracia, en la que “el problema argentino es
un problema político” cuya solución es
el “resultado de la convergencia de todos
los argentinos” (“Mensajes de Perón del
12 de junio de 1974”, Unidos, N° 2, julio
de 1983, pp. 4-7).
Junto a estos discursos y bajo el título “El tercer gobierno de Perón”, podía
leerse en la pluma de Álvarez:
En su tercera presidencia, Perón trascendió el espacio propio del Movimiento
Peronista. En el plano interno, sus esfuerzos se encaminaron hacia la consolidación de un esquema de fuerzas que
superaba el apoyo partidario.
El proyecto lo situaba a Perón como
el centro de gravedad de la reconstitu-
Martina Garategaray
Entre el pluralismo y el unanimismo: la revista Unidos
ción del orden político nacional […].
La unidad buscada tendía a ser la expresión orgánica de la conciencia nacional en procura de encontrar su cauce
definitivo (Álvarez, Carlos, “El tercer
gobierno de Perón”, Unidos, N° 2, julio
de 1983, p. 51).
Si bien el “Chacho” hacía alusión a la
capacidad de Perón de trascender el espacio del Movimiento, reconocía también la centralidad de Perón. Creemos
que es posible afirmar, parafraseando
a Landi, que bajo los pliegues de esta
“desperonización” hay una tendencia a
una “hiperperonización”; si bien se enfatiza que la nueva lógica política tiende a desbordar los límites tradicionales
del peronismo, dicha lógica se repliega
sobre la figura de Perón.
La apertura que suponía trascender el
espacio peronista, el llamado a la pluralidad extrapartidaria, llevaba inscriptos sus
propios límites: ser “la expresión orgánica
de la conciencia nacional”, es decir que
la heterogeneidad solo podía darse en la
unidad, una unidad nacional que llevaba
la marca del peronismo y de Perón (y, por
qué no, de aquellos que después de su
muerte supieran interpretar su legado).
Es así que el consenso pluralista
como telón de fondo era asimilado en la
tradición justicialista no como un consenso emergente de la diferencia entre
mayorías y minorías o como suma de
partes, sino, parafraseando a Rousseau,
como el reconocimiento de aquello que
hay en común entre los hombres, un
sustrato común que llevaba el nombre
de la “conciencia nacional”. En otras palabras, un pluralismo unanimista.
En esta línea, Álvarez buscaba resaltar el carácter pluralista y conciliador de
Perón:
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La revalorización de la democracia representativa es el nuevo elemento en
el discurso político de Perón, siempre
centrado en la temática de los derechos
sociales, y en las vinculaciones entre el
líder y la masa como eje del sistema político. […]
En la nueva estrategia doctrinaria
encontrarán cabida contenidos pluralistas antes ausentes u oscuros. Estos nuevos contenidos coexisten con las formas
de participación social que imponen los
nuevos tiempos y las nuevas circunstancias. El concepto de democracia social e
integrada venía a enriquecer el concepto
político –ideológico de la comunidad
organizada. […]
Esta síntesis entre lo nuevo y lo viejo
en su cuerpo doctrinario, le permitía a
Perón ensanchar la base social del Movimiento, tendiendo a la universalización,
y contrariando la sectarización común
a los partidos liberales (Álvarez, Carlos,
“El tercer gobierno de Perón”, Unidos, N°
2, julio de 1983, pp. 51, 53 y 54).
El último Perón, tal como venimos afirmando, era presentado como el baluarte
de la democracia y la unidad; democracia entendida como unidad y que encontraba su encarnación en Perón, como
figura en torno a la cual se abroquelaba
la heterogeneidad compositiva del peronismo. En esta mirada, si el peronismo
asume ropajes democrático-liberales o
contenidos pluralistas es para superarlos tendiendo a la universalización.
En vista a las elecciones resultaba
consecuente que se revalorizara el último Perón, al que buscaba trascender los
particularismos en aras de la unidad del
espacio político social, al del abrazo con
Balbín, del “para un argentino no hay
nada mejor que otro argentino”, de la
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democracia integrada y plural; pero todas estas imágenes del líder se sustentaban en un Perón que se reconocía único
vocero del ser nacional y garante de la
unidad esencialista.
En palabras de Horacio González,
Perón era un “General con la conciencia desdichada: buscaba la unidad pero
cavaba trincheras”. Sin embargo, en su
última presidencia había emprendido el
camino de la “superación”.
[…] a pesar de los momentos de exilio,
lucha y conflicto, su vocación esencial
era la de un forjador de totalidades doradas e indivisas, dónde todas las potencias en discordia fueran (en lo posible
claramente) reconciliadas. Si llamamos a
esto comunidad organizada, no estamos
muy lejos de lo que podíamos considerar
como la más precisa inclinación del pensamiento político del viejo líder. […]
En 1973 dijo venir desencarnado…
Lo que quería decir era que finalmente
consideraba cerrado el período del peronismo como identidad de lucha, o simplemente, como identidad que precisaba de
un espacio político nacional aún escindido para desarrollarse (González, Horacio,
“El General de la conciencia desdichada”,
Unidos, Nº 5, abril 1985, p. 48).
Se ubicaba de este modo a la última
presidencia de Perón, al último Perón,
como el momento del cierre final de
las aparentes contradicciones. Si bien
Perón fogoneaba los antagonismos con
la misma intensidad con que pregonaba la unidad, esta lógica poseía cierta
linealidad en la revista, en la que mientras el pasado (tanto del peronismo
como de todas las fuerzas políticas) era
identificado con los años de lucha y las
diferencias irreconciliables, el futuro de
Martina Garategaray
Entre el pluralismo y el unanimismo: la revista Unidos
la humanidad era la unidad y la conciliación que Perón había sabido interpretar. Estos eran el Perón y el peronismo
que buscaban hacer suyos:
Perón se dio cuenta (tarde) que para
gobernar debía desarmar al peronismo.
Debía volver a meter los demonios dentro de la caja de pandora. Digo que Perón
lo advirtió, que su propuesta política era
básicamente correcta (añado, insuperada hasta hoy) pero que comenzó tarde a
desacelerar. […]
Perón hizo lo que pudo al volver y no
le alcanzó. En parte fue culpa suya. En
mayor medida lo fue de toda la estructura política argentina que se conjuró
para excluirlo y proscribirlo 18 años. En
parte fue la situación nacional enrarecida y pervertida por la violencia. En parte
la miopía suicida del empresariado nacional que optó por el golpismo y el genocidio para contrarrestar el control de
precios. Y los Montoneros, y la burocracia sindical… (Wainfeld, Mario, “Volvé
viejo, te perdonamos”, Unidos, Nº 13, diciembre de 1986, p. 14).
En tanto “discípulos del león herbívoro”
(Armada, Arturo, “Crónica de los últimos 60 días. Azules, colorados y Morados: sobre héroes y trampas”, Unidos, N°
2, julio de 1983, p. 17), Unidos apostaba
a concretar dicha empresa: meter los demonios en la caja de pandora.
Peronismo y democracia
La relación entre peronismo y democracia liberal no fue fácil para buena parte
de las fuerzas políticas y la intelectualidad argentinas. Si el movimiento fue
reacio a aceptar una democracia liberal,
Martina Garategaray
Entre el pluralismo y el unanimismo: la revista Unidos
que caracterizaban como falta de contenido, y las fuerzas políticas opositoras al
peronismo le negaban atributos democráticos, identificándolo con el fascismo
y el autoritarismo, el vínculo entre ambos se tornaba complejo. En la década
de 1980 y de la mano de la imagen de
la “vuelta a la democracia”, el peronismo
en la revista buscó resignificar esta relación frente a las inminentes elecciones
y frente a la denuncia de Alfonsín, que
se conoció como “el pacto militar-sindical”, en la que se acusaba a Lorenzo Miguel, líder de la “columna vertebral”, y
a Nicolaides, Trimarco y Suárez Mason,
como exponentes del Proceso, de tramar
una conspiración antidemocrática.
Podía leerse en Unidos:
El peronismo es democrático, no solo por
su vocación y condición mayoritarias
sino porque está dispuesto, tal como lo
vienen afirmando sus dirigentes más representativos, a respetar las reglas del juego político y a respetar a las minorías, de
cualquier índole siempre y cuando esas
minorías respeten a su vez aquellas reglas del juego y no identifiquen intereses
espurios con los intereses de la Nación o
con sus derechos de ciudadanos libres y
responsables (Armada, “Crónica de los
últimos 60 días. Azules, colorados y morados: sobre héroes y trampas”, Unidos,
Nº 2, julio de 1983, p. 19).
La naturalidad del democratismo peronista se presenta como verdad inocultable: si la democracia es el gobierno del
pueblo y el peronismo el movimiento
popular, por ende mayoritario, inevitablemente el peronismo se presentaba
como la encarnación democrática. Pero
también lo era porque reconocía las reglas del juego político, asociadas a la de-
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mocracia formal o procedimental y por
el respeto a las minorías.
Sin embargo, al decir que solo a las
minorías que no identifiquen sus “intereses espurios con los de la nación” recuperaba aquel núcleo esencialista de la
tradición política justicialista, que hacía
de su movimiento la expresión y “él” intérprete de los intereses nacionales. Dicho de otro modo, se reconocía un espacio plural en el que coexistían minorías
y mayorías, pero que volvía a cerrarse en
torno a “la nación” una.
“La nación” era puesta en el centro
del debate con un desplazamiento en el
que se la identificaba con la democracia.
En palabras de Álvarez:
En torno a definir este nuevo peronismo
también debemos redefinir aliados y
enemigos, sabiendo que la democracia
no es un valor antagónico al de nación.
Ambos, democracia y nación, sistema y
sustancia, tienen los mismos enemigos:
las minorías económicas y políticas, aliadas objetivas de la estrategia de dominación externa (Álvarez, Carlos, “Bases
para un programa de gobierno”, Unidos,
Nº 1, mayo de 1983, p. 39).
Frente a un contexto histórico que incompatibilizaba “nación y democracia”,
porque “lo nacional” había sido apropiado por parte de los militares de la última
dictadura, ligándolo al autoritarismo y
a la guerra de Malvinas, y que pretendía desterrar de la política la noción de
“enemigo”, en Unidos se recuperaban
estas banderas tan caras a su tradición.
En otras palabras, asumir la democracia
pero recuperar el carácter conflictivo y
belicoso de la política, junto a su capacidad transformadora. Parafraseando a
Carl Schmitt, si “la sustancia de lo po-
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lítico no es la enemistad pura y simple
sino la posibilidad de distinguir entre
el amigo y el enemigo y el poder presuponer tanto al amigo como el enemigo”
(Schmitt, 1991, p. 186), los enemigos
son la posibilidad misma de una identidad. Sin alteridad, sin un otro a excluir
que no necesariamente es siempre igual
a sí mismo, nuevamente en palabras de
Schmitt, un enemigo real pero no absoluto, resulta imposible pensar los límites de una identidad.
La democracia que reivindicaba el
peronismo nucleado en la revista se tornaba singular. Por un lado, se fundaba
en los nuevos aires que reconocían al
pluralismo como un baluarte político
y social; pero, por el otro, respondía al
ideario nacional y popular en el cual el
pueblo, bastión democrático, era uno y
peronista. De esta mezcla resultaba un
discurso democrático que si bien reafirmaba el pasado también buscaba dejarlo atrás, y así enfrentaron los comicios
de 1983.
Por primera vez en la historia el partido justicialista fue vencido por el radicalismo en elecciones libres. Esta sorpresiva derrota, hasta para los miembros de
Unidos que vaticinaban un peronismo
victorioso, se convirtió en el punto de
partida para pensar el modo de reconfiguración del “peronismo sin Perón”
para volver a ser “el movimiento del pueblo”. En ese camino, la derrota no fue
solo un parate importante en la publicación, que recién vuelve a salir en agosto
de 1984, sino el punto de partida para
reactualizar el vínculo entre el peronismo y “el pueblo”. Reactualizar suponía
poner una palanca a las identificaciones
circulares (peronismo-Perón-pueblo) y
esta era la tarea que emprendió la revista para sobrevivir a Perón.
Martina Garategaray
Entre el pluralismo y el unanimismo: la revista Unidos
Perón había sido un hábil conductor
en el arte de lo popular y había sabido
encadenar las partes de la sociedad al
todo que suponía la comunidad organizada; en otras palabras, las partes al
fundamento que suponía el pueblo. Sin
Perón y en un nuevo contexto que revalorizaba aún más las partes como piezas
del todo, Unidos se proponía reactivar el
fundamento nacional y popular.
Si la derrota electoral fue un quiebre
importante en la tradición justicialista
en la voz de Unidos, esa ruptura no implicó desterrar ciertos componentes del
discurso peronista sino que tendió a reafirmarlos, fijando su posición en la desprestigiada épica nacional y popular.
Álvarez analizaba lo sucedido en el
número de Unidos posterior a la debacle
electoral. “Los principios” eran los mismos de siempre y “no constituyeron una
mera elaboración personal o partidaria,
sino que sistematizaron valores subyacentes que conforman el ser histórico
de la nación, como pueblo en lucha por
su realización” (Álvarez, “El peronismo
se transforma o se muere”, Unidos, Nº 3,
agosto de 1984).
Al distinguir valores subyacentes de
elaboraciones personales, Juan Perón
era para Álvarez una, y solo una, de las
elaboraciones personales de un sustrato esencialista y trascendental: “el ser
de la nación”. De este modo, aun sin la
presencia del General, era posible para
Unidos (una posibilidad esperanzada)
reponer al peronismo en escena y a su
capacidad de interpelación y constitución del sujeto popular. El camino para
ello era reactivar la esencia liberadora
que suponía el peronismo y que llevaba
a la completa identificación entre el movimiento y el pueblo oprimido.
Los principios se presentaban como
Martina Garategaray
Entre el pluralismo y el unanimismo: la revista Unidos
inmutables en el tiempo, por lo que la
asincronía que había representado la
derrota en el devenir del peronismo
descansaba en un desvío del proyecto.
El fracaso de la propuesta política era
producto de una mala lectura de los valores populares; de ahí que la tarea fuese
“comprender el estado actual de la conciencia de la sociedad, para desde allí
ofrecer, desde un nuevo peronismo, un
camino alternativo de una democracia
distinta”. ¿Pero, cuál era esa democracia? En sus palabras:
Una propuesta de democracia nacional y popular, superadora de la opción
liberal-popular y diferente de la del
nacionalismo elitista y autoritario, necesita para su despliegue profundizar
un diagnóstico de la sociedad que nos
permita actualizar el conocimiento sobre la composición, las características,
los comportamientos y las expectativas
de los actores sociales, sobre los que
debe operar aquella propuesta. Significa definir con precisión a los enemigos de la nación, o sea los sectores que
objetivamente se benefician de nuestra
condición de país periférico y dependiente. Esto implica devolverle claridad
al concepto de oligarquía (Álvarez, “El
peronismo se transforma o se muere”,
Unidos, Nº 3, agosto de 1984, p. 10).
Así presentada, esta democracia reivindicaba enemigos, noción contraria al
pluralismo y cercana a viejas modalidades de representación del antagonismo, y reactivaba categorías centrales del
acervo peronista como la de oligarquía,
que se había tornado obsoleta en los últimos tiempos. Solo “la devolución de
claridad al concepto de oligarquía” en
un esquema relacional de constitución
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de identidades podía dar lugar al pueblo como su opuesto, recuperando una
modalidad de la representación del antagonismo en términos clásicos. Era una
propuesta, una solución que parecía
demandar más y no menos del “modelo
nacional popular”.
Pero el sujeto popular era revisitado
con una particularidad: “no como si fueran un sujeto dado, un sujeto terminado
en sí mismo y que puede ser considerado sin tener en cuenta las diferencias
individuales, sectoriales, sociales […]”
(Álvarez, Carlos, “El peronismo se transforma o se muere”, Unidos, Nº 3, agosto
de 1984, p. 29). ¿Era este un tributo al
pluralismo como cimiento de lo social o
un síntoma de la implosión de las identidades monolíticas? Sigamos el argumento de Álvarez:
Está un pueblo, confuso en su identidad,
quebrado como conciencia colectiva
que necesita recrear su poder, su fuerza, para defender una democracia con
contenido, un sistema sustancial, que le
devuelva su protagonismo y su dignidad
social. (Álvarez, Carlos, “El peronismo
se transforma o se muere”, Unidos, Nº 3,
agosto de 1984, p. 36).
Las divisiones y particularismos son la
fisura en el pueblo, una confusión en su
identidad peronista de pertenencia. Por
ello, para recuperar su protagonismo o
llenar las grietas era necesario reactivar
el sustrato nacional y popular. Lo que no
suponía negar al pluralismo sino reconocerlo cerrado en torno a una unidad
sustancial.
En palabras de Palermo:
Es desde esta diversidad [...] que debe
encararse la tarea de recuperación de
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capacidades de acción y consolidación
de estilos políticos [...]. Pero esa diversidad no solamente consiste en diferentes
identidades políticas; la tensión entre
fuerzas políticas y movimientos sociales
también está presente.
[…] Y no hay, en la actualidad, proyecto alguno en marcha que apunte a
una nueva articulación de los sectores
sociales cuya soldadura es condición indispensable para la liberación nacional
y la transformación social (Palermo, Vicente, “Construcción del poder popular
(primera parte)”, Unidos, N° 3, agosto de
1984, p. 83).
Pero la unidad, la soldadura, no podía
concretarse desde una sola identidad
política. Esto es, si bien el sujeto popular había mostrado diversas caras, solo
una nueva identidad que combinase en
su interior antiguas identificaciones
políticas y partes del campo popular
podía recrear el “paraíso perdido”. Para
ello era necesario “unir lo que aparece
como disperso”, como un “campo de
conflictos y divergencias” para poder
“constituir poco a poco un conjunto
de articulaciones que hagan posible
lo que, hasta ahora, solemos dar por
constituido: la unidad de los sectores
populares” (Palermo, Vicente, “Construcción del poder popular (Parte 2)”,
Unidos, 4, diciembre de 1984, p. 84).
Unir lo que “aparece” era otro modo de
reconocer la pluralidad en una posible
y necesaria unidad hacia la liberación.
Sin embargo, la unidad en el argumento de Palermo solo podía darse desde la
diversidad.
La victoria del radicalismo significó
reconocer que el movimiento era una
parte más del sistema político argentino; que ya no era automáticamente el
Martina Garategaray
Entre el pluralismo y el unanimismo: la revista Unidos
pueblo y la nación, sino que representaba una parte tanto política como social,
pero también, aunque parezca paradójico, indicó para el peronismo nucleado
en la revista caminos de regeneración de
esa mítica unidad; una reactualización
del peronismo que ya no identificaba la
parte con el todo del sistema, fácilmente
asimilable a experiencias autoritarias,
sino que identificaba la parte con su
fundamento: “el pueblo”. Era el modo
en el que desde la revista el peronismo
oscilaba entre la diversidad y la unidad;
plurales los interlocutores, pero uno el
fundamento.
En otras palabras, Unidos se debatía
entre un legado que suponía al pueblo
existente, desorganizado pero presente
como un sujeto unitario y monolítico
que podía ser invocado nuevamente, y
un discurso, más a tono con el signo de
los tiempos que enfatizaban el fin de las
totalidades y la implosión de las certezas, en el que el pueblo, diverso y plural,
solo podía ser (re)inventado en la construcción política.
Unidos en el peronismo
La revista-libro Unidos acompañó los
avatares del peronismo; apoyó el surgimiento y la consolidación de la Renovación Peronista en 1985 y 1987 respectivamente, a la línea de Cafiero en
las internas justicialistas de 1988 y, en
diciembre de 1989, la emergencia del
Grupo de los 8 como bloque opositor al
menemismo.11 Frente a lo que vislumbraban como una nueva instancia de
recomposición, la revista fue redefinien-
do al peronismo, en una clave cercana
al modo en el que Perón lo había hecho
allá por 1973.
Después de la elección del “Chacho”
Álvarez como diputado nacional por el
justicialismo la dirección de Unidos recayó en Mario Wainfeld, quien esbozaba de este modo los caminos a seguir:
Para recomponer identidades es necesario preservar aquello que sea rescatable
de la peronista. El peronismo siempre
tuvo “exceso de significados”; este menemismo los ha llevado al paroxismo. El
peronismo que debe seguir siendo es el
de (por decir algunos ejemplos variados
y para nada taxativos) Ubaldini, Los 8,
Mary Sanches, Pino Solanas, De Gennaro, (¿por qué no decirlo?), Unidos; Dolina, Litto Nebia.
[…] La finalidad es recuperar el
peronismo... Si esa bandera y esa herramienta se izarán y se usarán dentro del
PJ o en una nueva identidad partidaria
es –por ahora– una cuestión secundaria
(Wainfeld, Mario, “Ni vergüenza de haber sido ni dolor de ya no ser”, Unidos, N°
21, mayo de 1990, p. 17).
El exceso de significados no había desbordado los límites del peronismo
mientras Perón supo contener la heterogeneidad del movimiento. Sin Perón el
exceso parecía inevitable, sin embargo
Unidos se apropiaba de la capacidad que
antaño desempeñara el General, identificando el peronismo “que debía seguir
siendo” frente al que no: el menemismo.
Aunque se arrogaba esa potestad, reeditaba una experiencia pasada que llevaba
la marca de Perón:
11 Excede las intenciones de este artículo ahondar en las apuestas políticas de la revista y en los avatares del
propio peronismo, que han sido exploradas en otros lugares. Véase Garategaray (2005, 2008 y 2009).
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[El peronismo] en esta última etapa de
su historia debe ser sustento de un nuevo frente nacional y popular que espigue
–entre otras– la mejor (que no toda)
tradición peronista, la “mezcle” con la
socialista, la social cristiana, la democrática, la de los movimientos sociales
y la ponga al servicio de las banderas de
reparación moral, austeridad, orden, nacionalismo y justicia […]
Es necesario construir nuevas identidades políticas que sinteticen un “campo popular” carente de solidez y hasta
de hegemonías. (Wainfeld, Mario “Sin
red”, Unidos, N° 22, diciembre de 1990,
pp. 9-10).
Wainfeld llamaba a la concreción de un
nuevo Frente, plural por la múltiple convergencia con otras identidades políticas,
pero que se reconocía sustentado en el
peronismo como garantía de dicha unidad. Un Frente que suponía el diálogo, a
partir de un común denominador, con
otros. Es así que Unidos se proponía:
[…] preservar la propia voz (nadie asume
el esfuerzo de publicar si no puede hacerse oír) pero también ser caja de resonancia
de debate con peronistas no fracturistas;
con radicales “recuperables”; con la inorgánica izquierda argentina, Unidos aspira
a que todo debate sobre la Argentina deseable y posible recorra sus páginas...
[…] La búsqueda de una nueva identidad política conlleva la necesidad de
buscar el máximo posible de interlocutores, ampliar los márgenes del debate
(Wainfeld, “Dios es Gorila”, Unidos, N°
23, agosto de 1991, p. 15).
Ampliar los márgenes del debate era el
modo de llevar al límite “la lucha por
la idea”, y traspasar ese límite llevaba
revista de ciencias sociales, segunda época
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170
a Unidos inevitablemente a abandonar
al peronismo. La revista había hecho
de la institucionalización de la lucha
por la idea su propósito explícito en el
primer editorial, pero la misma era un
arma de doble filo. Por un lado, las ideas
se erigían como garantía de pluralidad,
de debate deliberativo, pero por el otro,
al ser el “muro infranqueable al oportunismo y la desviación”, eran un cierre a
ese mismo debate y hacían de la revista
custodia y defensora de la médula nacional popular, deslegitimando a otros
interlocutores.
Supo jugar en un terreno dual, hacia
adentro y hacia fuera de la identidad
peronista; combinaba cierta apertura
hacia otras tradiciones políticas e ideológicas, lo que les permitía entablar
el diálogo con los alfonsinistas y otras
fuerzas políticas, y hacia adentro del
peronismo, cierto repliegue que anulaba las disputas. Frente a Menem, en lo
que consideraban un abandono de la
esencia del movimiento, solo era posible
ser peronista abandonando las siglas de
pertenencia.
Coexistían así dos discursos que aparentemente reconocían diversos destinatarios, un discurso plural hacia tradicionales “otros” del peronismo, que eran
convocados a conformar un Frente, y un
discurso que hacia adentro no parecía
contemplar ni pluralismo ni tolerancia
frente a lo que interpretaban como “desvíos” o accidentes.
Este último número se titulaba “Juntar los pedazos”, y a modo de epílogo se
enfatizaba que “juntar los pedazos es tarea que excede a esta revista, acaso a esta
generación” (Editorial “Juntar los pedazos”, Unidos, N° 23, agosto de 1991, p.
6). Fue Carlos “Chacho” Álvarez, en ese
entonces miembro del Grupo de los 8
Martina Garategaray
Entre el pluralismo y el unanimismo: la revista Unidos
junto a Germán Abdala, Darío Alessandro, Juan Pablo Cafiero, Luis Brunatti,
Franco Caviglia, José Ramos y Moisés
Fontella, quien supo llevar más lejos la
necesidad de buscar el máximo posible
de interlocutores y, por qué no, juntar
los pedazos.12
Comentarios finales
En este recorrido exploramos los modos
en los que se imbricaron el pluralismo y
el unanimismo bajo los dobleces de la lucha por la idea en la revista Unidos. Cómo
se articuló la tradición unanimista, que
consideraba al pueblo uno y peronista,
con los valores de la democracia pluralista, que enfatizaba la diversidad de actores en la escena política. Una imbricación
que tenía lugar en un contexto específico, en el que se cuestionaba al peronismo
por su poca profesión democrática y se
hacía evidente la crisis de la identidad peronista signada por el fin de sus símbolos
medulares: Perón y pueblo.
La desaparición física del General y
la derrota electoral fueron el terreno a
partir del cual Unidos encaró la resignificación del peronismo, y, apelando al
legado peronista que en el último Perón
supo tener su mejor enunciador, lo hizo
a partir del cruce entre el pluralismo y el
unanimismo.
De este modo la revista recupera
al último Perón como el baluarte de la
democracia y también de la unidad y el
proyecto nacional, y al peronismo como
movimiento democrático en tanto expresa al pueblo y respeta a las minorías.
Frente a los avatares del peronismo, la
revista llama, en un contexto de fragmentación social y de implosión de las
tradicionales identidades, a reconstituir
al pueblo; reconstrucción que asume la
forma de un Frente plural pero sustentado en el peronismo. Podríamos decir,
entonces, que es el propio Perón en su
última presidencia la expresión del pluralismo unanimista que se evoca desde
las páginas de Unidos.
Si Unidos se refiere al último Perón
como el líder de todos los argentinos,
que había abandonado los vestigios autoritarios para erigirse en bastión de la
pluralidad y la democracia integrada,
como un “Perón desperonizado” en la
imagen de Landi, y, tal como afirmamos,
se propone continuar la empresa que
quedó trunca en los setenta siguiendo
la huella del General, ¿es posible pensar
que transita un camino similar? ¿Es el
llamado a un Frente y a la construcción
de una nueva identidad un proceso similar de desperonización?
Creemos que Unidos pasó de presentarse como un espacio peronista a ser
caja de resonancia de plurales interlocutores, pasó de definir las claves de la
identidad peronista a convocar a una
nueva unidad: un Frente capaz de nuclear a varias identidades políticas, y en
este proceso transitó caminos similares
a los de Perón en la década de 1970.
12 En 1991 Álvarez rompió definitivamente con el partido peronista y formó primero el MODEJUSO y después
el FREDEJUSO, en 1993 constituyó el Frente Grande, formado por sectores en disidencia con el Partido Justicialista
y otros provenientes de la Democracia Cristiana y de agrupaciones de izquierda, y a fines de 1994 surgió el Frepaso (Frente País Solidario), integrado por el Frente Grande, PAIS (del exjusticialista Octavio Bordón), la Unidad
Socialista y un sector de la Democracia Cristiana. Ya para 1997 formó, junto a la UCR, la Alianza (Alianza por el
Trabajo, la Educación y la Justicia). Después de su renuncia a la vicepresidencia de la República y de algunos años
apartado de la escena pública, desde 2005 es presidente de la Comisión de Representantes del Mercosur.
Martina Garategaray
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Sin embargo, en este cruce, ¿es posible insinuar, como apuntábamos a partir
de las palabras de Álvarez, que la desperonización encubre una hiperperonización?, ¿es esta desperonización la que
les permite renunciar al peronismo para
seguir siendo, valga la paradoja, los “verdaderos peronistas”?
En la década de 1980, años de transición, Unidos renuncia a las siglas de
pertenencia llevando al extremo la lógica
articulatoria entre el pluralismo y el unanimismo. Y ofrece un modo de resolver
dicha tensión; abandonar la tradicional
identidad de referencia era la manera,
singular por cierto, de mantenerse en el
peronismo como “domicilio existencial”.
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(Evaluado el 28 de diciembre de 2009.)
Autora
Martina Garategaray. Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Programa de
Historia Intelectual, Universidad Nacional de Quilmes.
Publicaciones recientes:
—— (2009), “Christophe Charle, El nacimiento de los ‘intelectuales’”, Prismas, N° 13, Bernal, Universidad
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—— (s/f), “Peronismo y democracia: la revista Unidos en el debate”. Disponible en <http://historiapolitica.com/datos/biblioteca/garategaray.pdf>.
—— (2008), “Más acá y más allá del peronismo: la renovación peronista (1983-1989)”, en las II Jornadas
de Estudios Políticos “La política en la Argentina actual: nuevas formas de pensar viejos problemas”, 12 y
Jueves 13 de noviembre de 2008, Universidad General Sarmiento, CD-rom.
Cómo citar este artículo:
Garategaray, Martina, “Entre el pluralismo y
el unanimismo: la revista Unidos”, Revista de
Ciencias Sociales, segunda época, año 3, Nº 20,
Bernal, Universidad Nacional de Quilmes,
primavera de 2011, pp. 157-173.
Martina Garategaray
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