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Encuentros y desencuentros entre personajes curiosos y patéticos animan unos textos signo de un juego entre palabra y silencio, vacío y sentido.
«Hipocondrías, insomnios, impaciencias, desazones, son las musas cojas de estas breves páginas», advierte Tabucchi al inicio de Los volátiles del Beato Angélico, una obra brillante, una obra brillante e inclasificable que constituye una auténtica aventura para el lector. Aquí se recogen breves escritos, «astillas a la deriva, supervivientes de un todo que nunca ha existido», cuasicuentos, pensamientos, textos equívocos y evanescentes que incitan la imaginación y la reflexión desde su sutil emplazamiento en las zonas intersticiales del cotidiano debe ser: un persistente y enigmático «rumor de fondo» hecho escritura.
Tabucchi renueva sus temas y técnicas como un mandarín presto a ejecutar un movimiento desconocido, y su voz adopta polifacéticos matices e inflexiones, apunta posibilidades y formula interrogantes en las fronteras de la literatura. Metamorfosea el lenguaje y lo convierte en una chispa capaz de encandilarnos por un instante, suspendernos en una dimensión abierta donde confluyen los diversos planos de la existencia.
Los volátiles del Beato Angélico es una invitación al viaje por territorios escurridizos: cierto punto cero del lenguaje como embrión de todos los senderos de lo real y lo imaginario, del deseo materializado fugazmente en una encrucijada de azar y destino... Seres inaprehensibles, extrañas coincidencias temporales, identidades extraviadas, encuentros y desencuentros entre personajes curiosos y patéticos, animan unos textos cuya resolución última atañe al lector, misteriosos signos del delicado juego al todo o nada que el autor establece entre palabra y silencio, vacío y sentido.
Antonio Tabucchi
Antonio Tabucchi (1943-2012) está considerado el mejor escritor italiano de su generación y goza de un amplio prestigio internacional. En Anagrama se han publicado Piazza d’Italia, El barquito chiquitito, El juego del revés, Dama de Porto Pim, Nocturno hindú, Pequeños equívocos sin importancia, La línea del horizonte, Los volátiles del Beato Angélico, El ángel negro, Réquiem, Sueños de sueños & Los tres últimos días de Fernando Pessoa, Sostiene Pereira, La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, Se está haciendo cada vez más tarde, Autobiografías ajenas, Tristano muere, El tiempo envejece deprisa, Viajes y otros viajes y Para Isabel. Un mandala, así como los ensayos de La gastritis de Platón y La oca al paso.
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Comentarios para Los volátiles del Beato Angélico
17 clasificaciones3 comentarios
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Feb 11, 2013
What an amazing writer. There is one short story in this collection and the rest as described by the author are fragments. The beauty and limpid style of his writing is extraordinary. Everything about this book is thoughtful and measured from the arrangement of the "fragments" to it's length. Reading it was like walking in a private garden and seeing the thought and care put into it. I haven't read an author who is so exciting since I read Camus and Calvino gave the same excitement and joy. The book is a wonderful adventure for anyone who enjoys reading. - Calificación: 3 de 5 estrellas3/5
Jan 25, 2013
I received this book from the publisher in exchange for an unbiased review.
I really wanted to like this book. The Italian author is a beautiful writer, but the stories did not grab me. I don't even know if you can call them stories. As admitted by the author, they are more like "fragments" that are quite disjointed. Some are letters and some are embryos of short stories but do not seem to have a real conclusion to them. I liked the embryo of the story, but I felt frustrated by them too.
I did learn quite a bit about European history, as the letters were about people I had never heard about. So, I went and looked them up and learned quite a bit in the process.
If you have been a fan of Antonio Tabucchi's other stories, I think you will probably love this book of reflections. Because I had not read his other stories, I was a bit lost. Again, I thought it writing was beautiful, and I enjoyed reading a modern day book by an Italian author; but it just didn't do much for me.
On more thing, I do love the cover and style of the book. It is very precious and beautiful. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Dec 14, 2012
The book is composed of a series of reflections or thoughts, written in the format of letters to or from historically notable people in western Europe. They are not really even stories, but a collection of ideas, sometimes related to each other, sometimes not.. The title story, "The Flying Creatures of Fra Angelica", is the only story that is what I would consider a short story (includes an actual series of events and a plot, not just ideas or reflections).
Full of artistic, reflective thought, this book is a brief but deep journey of character reflection. I walk away from the book feeling like I was peeking in someone's window; while also feeling as if I had just closely studied some very interesting paintings or pieces of art. Very short read, with some gourmet food for thought.
Vista previa del libro
Los volátiles del Beato Angélico - Carlos Gumpert
Índice
Portada
Los volátiles del Beato Angélico
Nota
Los volátiles del Beato Angélico
Pretérito compuesto. Tres cartas. I. Carta de don Sebastián de Aviz
II. Carta de Mademoiselle Lenormand, cartomántica, a Dolores Ibárruri, revolucionaria
III. Carta de Calipso, ninfa, a Ulises, rey de Ítaca
El amor de don Pedro
Mensaje desde la penumbra
La frase siguiente es falsa. La frase anterior es verdadera
La batalla de San Romano
Historia de una historia que no existe
La traducción
Las personas felices
Los archivos de Macao
Última invitación
Otros cuentos (1981-1985)
El Gato de Cheshire
Vagabundeo
Una jornada en Olimpia
Notas
Créditos
Los volátiles del Beato Angélico
NOTA
Hipocondrías, insomnios, impaciencias, desazones, son las musas cojas de estas breves páginas. Hubiera querido titularlas Extravagancias, no tanto por su carácter como porque muchas de ellas me parecen vagar en un propio y extraño fuera que no posee un dentro, como astillas a la deriva supervivientes de un todo que nunca ha existido. Extrañas a cualquier órbita, tengo la impresión de que navegan en espacios familiares y, sin embargo, de ignota geometría; llamémoslas la maleza doméstica: las zonas intersticiales de nuestro cotidiano deber ser o ciertas verrugas de la existencia.
Por otro lado, hay otras páginas, como por ejemplo Los archivos de Macao y Pretérito compuesto. Tres cartas, que son excéntricas a sí mismas, prófugas de la idea que las pensó. Como novelas y cuentos frustrados son solo pobres hipótesis, o espurias proyecciones del deseo. Tienen una naturaleza larval; se exhiben aquí como criaturas en formol, con esos ojos demasiado grandes de los organismos fetales: ojos que interrogan. ¿A quién interrogan?, ¿qué quieren? No sé si interrogan a alguien o quieren algo, pero considero más delicado no pretender cosa alguna de ellos, porque creo que la dimensión interrogativa es prerrogativa de los seres que la naturaleza no ha llegado a completar; y es lo que está notoriamente incompleto lo que tiene derecho a establecer las preguntas. Y, sin embargo, no podría negar que amo estas lagunosas prosas confiadas a un cuaderno que por una inconsciente forma de fidelidad he llevado siempre conmigo en estos últimos años. En ellas están, bajo la forma de cuasicuentos, los zumbidos que me han acompañado y me acompañan: arranques, humores, económicos éxtasis, emociones verdaderas o supuestas, rencores y nostalgias.
Así pues, más que cuasicuentos, diría que estas páginas son un «rumor de fondo» hecho escritura. Con un poco más de falta de prejuicios por mi parte habrían merecido como título El asno de Buridan. Me lo ha prohibido, más que un residuo de orgullo, que a menudo es una forma sublimada de vileza, la idea de que si a los perezosos por «rumor de fondo» no se les concede ni la opción ni la plenitud, les queda al menos la posibilidad de algunas escuálidas palabras, y más vale decirlas. Una forma de conciencia que no debe ser confundida con el noble estoicismo, pero tampoco con la resignación.
A. T.
Algunos de estos textos han aparecido ya en revistas italianas o extranjeras de las que me sería difícil proporcionar las indicaciones bibliográficas precisas. Quiero, sin embargo, señalar el lugar en que han aparecido dos textos que están ligados a dos amigos míos. Entre las cartas de Pretérito compuesto, aparecidas en II cavallo di Troia, n.º 4, 1983-84, la de don Sebastián de Portugal a Francisco de Goya estaba dedicada a José Sasportes, a quien renuevo la dedicatoria. Mensaje desde la penumbra acompañaba al catálogo (Ayuntamiento de Reggio Emilia, 1986) de la exposición de Davide Benati, Tierras de sombra, y está inspirado en su pintura.
LOS VOLÁTILES DEL BEATO ANGÉLICO
El primer volátil llegó un jueves de finales de junio, a la hora de vísperas, cuando todos los frailes estaban en la capilla para el oficio. Fray Giovanni de Fiesole, en su interior, se llamaba todavía a sí mismo Guidolino, que era el nombre que había dejado en el mundo al ingresar en el claustro; se encontraba en el huerto recogiendo las cebollas, era su tarea porque, al abandonar el mundo, no había querido abandonar el oficio de su padre Pietro, que era hortelano, y en el huerto de San Marcos cultivaba judías, calabacines y cebollas. Las cebollas eran de las rojas, con el bulbo grueso, muy dulces tras una hora en remojo, pero que hacen lagrimear bastante los ojos al limpiarlas. Las estaba metiendo dentro del sayo recogido como un delantal y oyó una voz que llamaba: Guidolino. Alzó los ojos y vio al volátil. Lo vio a través de las lágrimas de cebolla que le llenaban los ojos y a causa de ello permaneció mirándolo fijamente un momento, porque su perfil estaba ampliado y deformado por las lágrimas como por una lente extravagante, y guiñó los ojos para que las pestañas se le secaran y después volvió a mirarlo.
Era una criaturita rosácea, de aspecto suave, con bracitos amarillentos como los de los pollos desplumados, huesudos, y dos patas muy delgadas también, con las junturas prominentes y los dedos callosos como los de las gallinas. Tenía un rostro de niño anciano, pero terso, con dos ojos negros y grandes y vello cano en lugar de cabellos; y lo miraba, batiendo cansadamente los brazos como la pantomima de un vuelo que no podía reemprender, cual si fuera un movimiento repetitivo y obligado. Se había quedado atrapado entre las ramas de un peral, que son aristadas y nudosas, y que en aquel momento estaban cargadas de peras, de modo que a cada movimiento del volátil alguna pera madura caía y se reventaba contra los terrones. Estaba en una posición muy incómoda con las patas atrapadas por dos ramas que sin duda se le clavaban en las ingles, el tronco al sesgo y el cuello torcido, porque si no estaría obligado a mirar al cielo. De los omóplatos, como dos increíbles velas rectangulares, le nacían dos enormes alas que cubrían todo el follaje del árbol y que se movían con la brisa junto a las hojas del peral. Estaban hechas de plumas ocres, amarillas, turquesas y de un verde esmeralda como el del martín pescador, que de vez en cuando se abrían en abanico hasta casi tocar el suelo y se cerraban después, rapidísimas, desapareciendo una dentro de la otra.
Fray Giovanni se enjugó los ojos con el dorso de la mano y le dijo: «¿Eras tú quien me llamaba?».
El volátil negó con la cabeza, y manteniendo el dedo de una pata tendida hacia él como si fuera un índice, le guiñó un ojo.
«¿Yo?», preguntó fray Giovanni con estupor.
El volátil movió la cabeza con gesto afirmativo.
«¿Era yo quien me llamaba?», repitió fray Giovanni.
El volátil cerró esta vez los ojos y los abrió después, de nuevo en señal de afirmación, o quizá por cansancio, quién sabe: porque estaba cansado, se le veía en la cara, en las pesadas ojeras violáceas que le rodeaban los ojos, y fray Giovanni vio que tenía la frente perlada de sudor, como un retículo de gotitas que, sin embargo, no caían, se evaporaban por la brisa de la tarde y después se formaban de nuevo.
Fray Giovanni lo miró y sintió piedad y murmuró: «Estás muy cansado». El volátil lo miró con aquellos ojos grandes, húmedos, después cerró los párpados y movió algunas plumas de las alas, una pluma amarilla, una verde y dos azules, estas últimas tres veces, en rápida sucesión. Fray Giovanni comprendió y repitió silabeando, como quien aprende un alfabeto: «Has hecho un viaje demasiado largo». Y después preguntó: «¿Por qué entiendo lo que dices?». La criatura abrió las patas cuanto la posición se lo permitía, como para dar a entender que no tenía la menor idea; y entonces fray Giovanni concluyó: «Se ve que te entiendo porque te entiendo». Y después dijo: «Ahora te ayudo a bajar».
Había una escalera de mano apoyada en un cerezo al fondo del huerto. Fray Giovanni fue a cogerla y, manteniéndola horizontalmente sobre los hombros con la cabeza entre un travesaño y otro, la llevó hasta el peral y la apoyó de modo que el final de la escalera quedase cerca de las patas del volátil. Para subir mejor se quitó el sayo, porque los faldones le impedían el movimiento, y lo puso sobre una mata de salvia junto al pozo. Mientras subía se miró las piernas delgadas, blancas, con escasos pelos, y pensó que sus piernas se parecían a las piernas del volátil, y sonrió por ello, porque las semejanzas hacen sonreír; después, mientras subía, se dio cuenta de que de la bragueta de los calzones se le había deslizado fuera la naturaleza, y el volátil la miraba fijamente con ojos atónitos, como estupefacto y atemorizado. Fray Giovanni se encogió, se recompuso y dijo: «Perdona, esta es una cosa que tenemos nosotros los
