Las vírgenes suicidas
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- Family 
- Adolescence 
- Mental Health 
- Friendship 
- Identity 
- Haunted House 
- Coming-Of-Age 
- Outcast 
- Outsider 
- Tragic Hero 
- Loss of Innocence 
- Mysterious Death 
- Rebel 
- Misunderstood 
- Unattainable Love 
- Love 
- Community 
- Coming of Age 
- Death 
- Rebellion 
Información de este libro electrónico
Una aproximación a la nebulosa de la adolescencia a través de la personalidad enigmática de las hermanas Lisbon.
En menos de un año y medio, las cinco hermanas Lisbon, adolescentes de entre trece y diecisiete años, se suicidaron.
Los jovencitos del barrio habían estado siempre fascinados por esas inalcanzables jóvenes en flor, atraídos por esa casa de densa feminidad enclaustrada –la madre era una católica ferviente y moralista que no dejaba que sus hijas salieran con chicos; el padre, profesor de matemáticas dócil y benévolo, aceptaba las muy estrictas normas de su mujer–, y las primeras muertes no hicieron sino ahondar el misterio y el espesor del deseo. Los Lisbon se encerraron cada vez más en sí mismos y en el interior de la casa, y los jóvenes los espiaban desde las ventanas del vecindario, trataban de comunicarse con las hermanas pidiéndoles canciones por teléfono, contribuían al intrincado tejido de rumores, a la creación de mitologías. Veinte años después, esos mismos adolescentes, ya en la frontera de la mediana edad, intentan desentrañar el enigma de aquellas lolitas muertas que siguen fascinándolos.
Jeffrey Eugenides
Jeffrey Eugenides is the author of three novels. His first, The Virgin Suicides (1993), is now considered a modern classic. Middlesex (2002) won the Pulitzer Prize for Fiction, and both Middlesex and The Marriage Plot (2011) were finalists for the National Book Critics Circle Award. Fresh Complaint, a collection of short stories, was published in 2017. He is a member both of The American Academy of Arts and Letters and The American Academy of Arts & Sciences.
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Comentarios para Las vírgenes suicidas
4,021 clasificaciones125 comentarios
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Jun 4, 2019 There are places where one wonders about the conceit of this story, but all is well wrapped up in the end. Black humor and vicious satire abound but with an air of sentimentality. Sadness and mockery converge in this book.There is sure to be a final guttural sound like "hm," "huh," "hrmm," etc. after reading the last page, closing the book and staring at its cover.
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Jun 4, 2019 It's very hard to figure out how I felt about this book. I read it practically all in one go (curled up in bed with it angled to the light, getting a headache from tiny text, with a hot water bottle under my feet!) and it's still sort of sinking in. It felt like I was meant to read it all in one go, since it had no chapter breaks.
 It felt rather... numb. Suicide normally touches me somewhere raw, but the suicides themselves seemed somehow ritualistic and the narrators, by not being startled, speaking from years later, added to that effect. It also feels inevitable: I wasn't reading in some kind of breathless anticipation, but rather with that sense of fate, inevitability, no surprises.
 The narration itself is an interesting choice. Lots of people are describing it as a 'Greek chorus'; I don't know if that was the author's intent. That comparison sort of works, anyway. It felt natural for the story, and appropriate for the collective connection they felt to the girls. It felt least natural when separate boys were differentiated, and I was oddly less interested in them and more interested in the collective.
 Interesting to read, anyway: the star rating may fluctuate as I absorb what I've been reading and figure out more thoughts on it!
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Jun 4, 2019 The Virgin Suicides is the third book I've read by Jeffrey Eugenides and quite possibly the one I liked the least. While I wanted to like it because I'd heard it was a "must read" it left me somewhat deflated. The story takes place in 1970's Detroit where five sisters commit suicide within a year of each other. After the youngest sister first has a failed attempt but then eventually succeeds the family becomes despondent and ultimately isolates themselves from the world. Told in the voice of the adoring neighborhood teenage boys the delivery feels awkward and perhaps that is the point. It was very frustrating for me not knowing the parents nor the sister's perspective other than what little was overheard, told to the boys or what they assumed. It the author wanted the reader to feel like someone on the outside looking in then he succeeded perfectly, however, this left me frustrated and unable to appreciate this book. This story left me wanting too much to be able to consider it a "good read". I would have liked to have had a perspective from each sister and the parents in order to get a truer sense of their thoughts. It was a very different and unique kind of story and for that I can give it three stars. This is also included book #10 in my Classics Club reading challenge as I found it on a "modern classics list". How I acquired this book: Half-price booksShelf Life: About a year and a half.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Jun 4, 2019 When I read Joshua Ferris's "Then We Came To The End", I thought that his device of using a first person plural omniscient narrator was unusual, but it seems that Eugenides did it first. This book is a curious mixture of black comedy and elegiac nostalgia, as the narrators remember and reconstruct their 70s adolescence through the story of 5 sisters, their constrained lives and their eventual suicides. I can't say how I would have felt about this book if I hadn't read Middlesex, but for me it was less interesting, though still enjoyable and well written.
- Calificación: 2 de 5 estrellas2/5Jun 4, 2019 very sad book, not very likable characters
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Jun 4, 2019 The Virgin Suicides by Jeffrey Eugenides; (5*)This is, I think, a rather unique story. We never really understand the main characters but we do get to know the minor characters quite well. We do not see growth in the characters within the covers of this book but somehow it all feels right. It seems on the surface to be a simple story, however it is anything but. It is artistic without losing any of its entertainment value.Eugenides gives us a story with many layers filled with strong undercurrents and quiet symbolism. The book is about the sad fate of the Libson girls but on the other hand the author uses the girls merely as a focal point for themes (often using strong symbolism and light subtext) about the place of religion, the nature of humans, and perhaps even the meaning of life within the book. There is deep significance in the recurring themes of religious icons and in the fate of the neighborhood's elm trees. The Virgin Suicides is full of symbolism and metaphors but he manages to stay very readable. To have such heavy symbolism and not create a pretentious book is a very difficult balance but Eugenides pulls it off brilliantly. The writing is fluid and the prose beautiful. Eugenides turns the most mundane into the most haunting and beautiful prose and the book is filled with dark humor along with reality. Though some may find it's ending somewhat unfulfilling but our libraries are full of books that can offer you character growth but few can offer such appealing prose and such powerful emotions and ideas as The Virgin Suicides offers. Just read it!
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Aug 28, 2025 Fue muy melancólico y hermoso a la vez. El suicidio siempre se ha tratado como tabú pero este libro lo maneja desde una perspectiva formidable, simplemente narrativa y sin prejuicios religiosos y moralistas.
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Aug 2, 2022 Enserio, no lo vale. No vas a descubrir nada nuevo. Bellamente escrito, profundamente angustiante. No leas esto si estas triste, por que vas a terminar escribiendo una reseña tan pedorra como esta.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Jul 1, 2023 Quite odd. I think its oddness is passed over because it is so good and because of the existence of the movie. I guess I don't really understand it. Both entertaining and disturbing.
- Calificación: 1 de 5 estrellas1/5Feb 23, 2024 I don't know what to rate this book. Well-written? Yes. But on a personal level, it was disturbing and I probably shouldn't have pushed myself. I've picked it up and put it down many times before; once I got a dozen pages in, I said "Well, I never want to read this again, so I'm going to finish it." I believe I only made it by keeping it at (emotional) arm's length, so I certainly didn't give it a proper reading.
 ...Reading books is not only about the way the book is written; it also has to be (more than I usually factor in?) about the reader. Maybe.
 At least I can put this one behind me now. It actually did make me want to reread Middlesex.
 Edit Nov 2017: Fuck not rating books. I hated this. It's literally written from the POV of the male gaze, and it still makes my skin crawl when I think about it.
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Nov 11, 2023 This is a profoundly depressing book. First, it’s about the sad and useless suicides of a family of daughters, abused and crushed by their mother’s behaviour. At the end the author has a minor rant about how they had taken on something that should have been left for god- a comment that seems wrong after the endless descriptions of the girls’ hopeless lives. Surely if god were about, someone would have stepped in and stopped this from happening.
 The second reason it is depressing is because the writing is just so darn good. Occasionally, I tired of the lengthy descriptions of minor characters or scenes, but over all, the prose sings with a competence I so wish I had.
 I didn’t like the book, but I may have to reread it just to see how he did it, how he put me in that town, with those people, so quickly and deeply.
 That said, there are some places where his being a man writing about womanly things runs away with itself. I can’t imagine boys wanting to collect women’s tampons (used), and in one place the author compares the sadness of this family and town to investigating one’s testicles- sorry, not the same. At times the writing gets too precious, too fond of its voice. Are young boys really this obsessive?
 Maybe they are. For me, it’s a grim grim tale that somehow misses making the reader feel involved- we are observers, just as the town is, and I’m left with a distant colouring of guilt, as if I could have helped the girls, but chose to watch them pruriently instead.
 Must go wash my hands.
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Feb 19, 2023 I loved loved this movie, but I didn’t finish the book. It just seemed so uncomfortably voyeuristic and male-oriented. Didn’t enjoy.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Apr 21, 2024 Most of my theories on the world change every few years. New evidence, new voices in the mix, new ways of thinking tend to do that to a person. But my theory that every book written in the third-person plural is a masterpiece was formed when I read The Virgin Suicides back in my now-distant teens, and it remains unchallenged.
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Sep 16, 2023 Eugenides in one of my favorite authors and I have rated all his other books very highly. I have never read this because I saw the movie, but I felt I should read all the books of an author that I really enjoy. This book which was highly rated by many did not work for me. The writing was excellent and it did contain some excellent humor but somehow its' almost fable like style seemed to trivialize the real tragedy of the girls' suicides(not a spoiler because that comes up immediately). Perhaps there is some symbolizing etc. that I missed but for. me this book did not merit more than 2.5 stars and that was based on the quality of the writing and interesting and ofter funny descriptions of the many characters in the book. It you want a great Eugenides book than read "Middlesex" which is a classic.
- Calificación: 2 de 5 estrellas2/5Jul 20, 2023 The Virgin Suicides is one of those critically-acclaimed books that, after you read it, you stand back and say “Huh?” And then start beating yourself up for not being intellectual enough or perceptive enough to winkle out the deep and profound meaning, the extended metaphors, and the classical allegory of the novel.
 Either that, or the emperor has no clothes.
 Eugenides’ debut novel, apparently set in the 70s (as determined by the pop songs and teen fashions being referenced), traces the story of five sisters in one family who all kill themselves over a one-year period of time. That’s not a spoiler, as it's referenced fairly early on while the novel’s structure is being set up. The story is told in flashback from the viewpoint of several young men (their exact number and specific identities are never clarified) who were hormone-laden contemporaries of the Lisbon sisters and lusted for them in various ways during the last year of their lives.
 One could, I suppose, expound upon the fact that the interior lives and ultimate motivations of the girls are never shown from the girls’ viewpoints. Perhaps this is intended to reflect the notion that women exist only to reflect the ideas of men, or that adolescents are routinely destroyed by the expectations of the adult world. Or maybe that modern families have become so insular that a community no longer sees, or is expected to step in (so much for “it takes a village”) when one nuclear family begins to implode.
 One could pretend that the metaphor of the gradual disintegration of the Lisbon home is a brilliant and original way to represent the disintegration of the family and their intertwined manifestations of obsession and madness, except that it’s neither brilliant nor original. Most of the metaphors, in fact – the brief lifespan of the fish-flies whose annual cycle of emergence and death bracket the year-long span of the story, the slow dying of the stately elm trees whose beauty and dignity enhanced the neighborhood – are labored and obvious.
 Or one could simply throw up one’s hands and move on to a more satisfying read, where characters develop, interact, and advance the basic plot as they reveal themselves and their relationships. Because one will find none of those qualities in this book.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Apr 22, 2013 I wanted to like this more.
 It was very well written - insert various burblings about the male gaze - however, I feel it suffered from a lack of grounding context. The story is recounted from this non-specific point in the future by this/these narrator/s, but there wasn't, for me, the reason for it. You've got this male gaze but I didn't feel it had the level of self-awareness there; it doesn't feel quite as deliberate as it could in either direction (ignorance is a great trick to pull).
 As a result, I felt the ending sputtered and fizzled out rather than drawing to a close. Lacking, but the rest of it was excellent.A 1 persona le pareció útil 
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Feb 25, 2020 As a demonstration of literary craft,"The Virgin Suicides" succeeds like few other books. The prose that Eugenides uses to create his doomy, nostalgic vision of seventies-era suburban Detroit is just about note-perfect. His prose is sensual and hormone-infused -- the stuff of the teenage experience -- but also achingly sad and afflicted with a nameless ambient fear. The novel's also interesting from a technical perspective: it's written in sort of an informal first-person plural, in sort of collective teenage voice. This isn't merely a grammatical stunt: the sheer quantity of names mentioned effectively recalls that period of teenage sociaization in which friend groups can be both large and intimate and in which rumor and information and rumor are essentially common property. At the same time, the narrative elements set in the present -- which involve a meticulous, legalistic examination of the physical evidence left behind by the Lisbon sisters, recalls a true crime documentary, a genre that really hadn't come into its own at the time that the book was written.
 You could also argue that "The Virgin Suicides" is an indictment of spiritually stultifying suburban life: the book suggests that the Lisbon sisters might have been driven to their deaths by sheer boredom. Because both the Lisbon sisters and the boys who reminisce about them seem excruciatingly aware of the strict confines of their white, wealthy, culturally conservative neighborhood, you could argue that it's a case study in the way that class and race limit and impoverish experience. You could argue that it's a demonstration of how the idealization of young women essentially silences them; the narrators were fascinated with these five girls, but also admit that they didn't really know them. "The Virgin Suicides" is one of those complex, well-constructed books that easily lend themselves to multiple interpretations. Honestly, if this one has a flaw, it's that the author spells all of this out a bit too clearly in the books final pages, when a number of his characters speculate openly about why the Lisbon sisters might have killed themselves. While other reviewers might dispute this, I'd argue that the collective narrator of "The Virgin Suicides" is unusually reflective and quite aware that the narrative they constructed around the Lisbon sisters might have contributed to their problems. Most books as unashamedly lyrical and finely wrought as "The Virgin Suicides" don't usually exhibit that level reflexivity. This is one skillfully constructed novel.
 In the end, I suspect that whether you'll like this book will depend on how much attention you think a story like this deserves. Readers with an allergy to nostalgia or sentimentality may feel that Eugenides is simply investing too much in material that doesn't really stand up to this sort of scrutiny. This is, after all, a novel whose most poignant scene involves teenagers playing soft-rock ballads to each other over the phone. It seems inevitable that some people will take "The Virgin Suicides" as a pretty but insubstantial exercise in sugary bathos. And they might not be wrong: America's absolutely obsessed with pretty dead teenagers these days, after all, and maybe it always was. But alongside this somewhat familiar story, we also get glimpses of the problems and the loneliness that our narrators encountered after they grew out of their neighborhood and tried to make their lives in an America that changed radically -- and perhaps not for the better -- after the Lisbon girls took their leave of them in the mid-seventies. "The Virgin Suicides" isn't just a novel about the Lisbon sisters; it's also a novel about what happens to you after a near-idyllic adolescence leaves you unprepared for what might come next. This is something that both the Lisbon sisters and the narrators have in common, and Eugenides seems to be suggesting that the young women at the center of this book just saw it first. Recommended.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Nov 25, 2019 On the surface, this novel is a reminiscence about a year in the life of a group of high school boys who have crushes on the 5 Lisbon girls. It feels fairly dreamy, an adult man speaking in "we" and "they", remembering back to a very strange year in suburban Detroit. The writing is magnificent.
 The boys have watched these girls for years, and collected mementos of them (only borderline creepy lol). Then, one June, the youngest commits suicide. The unnamed narrator--one of the boys, as an adult--describes the reaction of the girls, the parents, themselves, the neighbors, the school. They semi-successfully try to date the girls. But as the year after Cecelia's death goes on, their house and yard decays, they are pulled out of school, no one is allowed in, no one intervenes. The city cuts down elms that have been stricken by Dutch elm disease. And then a year after Cecelia's first attempt, the 4 other girls attempt suicide on the same night, having invited the boys in to bear witness (though they did not have any idea what was actually happening). The book goes on, with the narrator describing the funerals, the cleanup and sale of the house, and life going on.
 This novel has also been read as an allegory of the decline of Detroit. Apparently Eugenides did not write it as such, but he doesn't seem to disagree with that reading. I can certainly see parts, but I don't know enough about the history of Detroit from 1970-2000 to see it all.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Nov 9, 2019 Fascinating good read!
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Jul 1, 2019 If GG Marquez had written Arcade Fire's debut album. At times a bit try-hard, as if the readers would be bored if everyone didn't have an over-engineered cartoon quirk, but once you settle into the style it works. Possibly more effective if the ending hadn't been telegraphed from the start.
- Calificación: 1 de 5 estrellas1/5Jun 22, 2019 The plot was compelling, but I found the writing style deeply unpleasant. Not for me.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5May 7, 2019 A weird but terribly compelling tale, set in a middle class town in 1970s Michigan. Narrated not by any one character but by a 'Greek chorus' of the local boys; every event told from the 'we' perspective. They recall the Lisbon family - schoolteacher father, overprotective Catholic mother and their five lovely daughters. After the youngest - and strangest - commits suicide, the family begins to crack up. We never really know what propels the other daughters to eventually follow suit: the loss of their sister? their abnormal home life? something genetic? The whole narrative is kind of Gothic, dreamy, other-worldly; just as we never get a real handle on the several narrators, so too the girls are seen only through their eyes and their recollections and opinions- like watching them in a mirror rather than really knowing them.
 I've never read anything like this, an incredible feat of writing.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Dec 30, 2018 A story of a family of mysterious girls seen from an outsiders perspective. The book focuses on the history of the family told by a narrator who lived down the street. It works well as it slowly reveals more and more about the girls and the family. It is written very well. Can be dry, but the tone usually fits the aspect of the story. The story is very sad and the author does a good job of creating empathy for the characters. I really enjoyed the book and felt I got a lot out of it.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Sep 23, 2018 This was a good book. I read it shortly after watching the movie and was surprised to find that the story was told from the boys' point of view rather than the girls'. After getting into the novel though, I liked that it was written from a point of view not so close to the main story. This book can be depressing at times, but I did not have a hard time finishing it at all. It gets a little darker toward the end, but not dark/depressing enough to stop me from finishing it.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Aug 2, 2018 I made it through this one but can say right away that I wouldn’t recommend it for winter reading or for those who have struggled or are struggling with depression. The feeling is a bit similar to the feeling I got from The Bell Jar (which I also intentionally read during the summer). I’ve had to read this one in snippets and while out in the sun to combat that oppressive feeling. Overall, I think it was pretty good. The back end of it lightened up a little bit and wasn't quite as depressing (though the content is still a bit rough). I don't know that I'll be recommending this to many people unless it's up their alley, just for the oppressive feeling it emits.
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Mar 22, 2018 I was actually a bit disappointed in this. I love this movie. I mean I've seen it dozens of times, but I think I was expecting....more from the book. It wasn't bad, I just wasn't really impressed.
 I felt that the story dragged on quite a bit an left me bored. I get that the book is written in the 'outside looking in' perspective of these boys who have watched and loved the girls for forever, but I was a bit creeped out. Like I closed my curtains because, do people really pay THAT much attention to what goes on in other people's houses? Creepy.
 Loved the movie. Love the story, as sad and disturbing as it is. Found the book lacking.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Feb 5, 2018 Was für ein seltsames Buch!
 Dass sich die fünf Schwestern Therese (17), Mary (16), Bonnie (15), Lux (14) und Cecilia (13) das Leben nehmen werden, ist von Anfang an klar. So erzählt das Buch zwar einerseits, wie es dazu kommt, andererseits aber auch, wie es danach weitergeht. Erzählt wird die Geschichte aus der Perspektive der Jungen aus der Nachbarschaft in einer Wir-Perspektive. Sie haben die Mädchen bewundert, sie haben versucht sie zu retten, sie mussten danach weiterleben. Denn letztendlich stellen die Mädchen den Jungen einerseits vor Augen, dass es auch eine andere Lösung gibt, als sich dem Leben und seinem Trott hinzugeben- man hat allerdings den Eindruck, dass sie sehr gerne leben hätten wollen! Und andererseits machen sie deutlich: "Das Wesentliche dieser Selbstmorde war nicht Traurigkeit oder Mysterium, sondern schlichter Egoismus." Denn letztendlich denkt der Selbstmörder nur an sich und sein Bedürfnis. Was das mit den Nachkommenden macht, ist ihm herzlich egal. Das Buch ist postisch und nahezu surreal geschrieben. Und es ist in sich stimmig. Aber eine schöne Geschichte ist es nicht, sie verstört und macht, gerade weil sie so stimmig ist, ratlos.
- Calificación: 2 de 5 estrellas2/5Jul 8, 2017 From my Cannonball Read V review ...
 This novel is one of my sister’s favorites so I needed to check it out. While it isn’t one of mine, it isn’t bad. It was a pretty quick read, and definitely held my interest. I just had some issues with it.
 The title tells you what’s going to happen in the book. There’s no surprise, really, except in how the five sisters will all take their lives by the end of the book, but the first couple of pages make it clear that they do. As a plot device, that works in this instance.
 The first issue is the narrative structure – the book is told from a collective first person. The guys in town who attended school with the sisters provide all of the detail. The guys have names (well, some of them do), but the perspective is of them as a group. It’s an okay idea, but it definitely prevents anyone from taking personal responsibility for their perspective. They appear to be discussing the events years and years after they occurred, trying to figure it all out in their minds by piecing together evidence and interviews, but it’s sort of awkward.
 The second issue stems from the first, and that is that because the narrative comes from a group of men, all we learn about these women is how guys see them. How they may be idealized, or put on a pedestal, or judged by their male peers seems especially cruel given the subject matter. These women are apparently only coming alive to the reader because of how some men noticed them. That’s sad to me.
 Because of the above two issues I almost feel like I’m missing something. I’d love to talk about this book in a literature class to see if maybe the devices that bothered me just completely went over my head. But the further I get from the book the less I like it.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Jan 15, 2017 Ein kleiner amerikanischer Vorort. Die fünf Lisbon-Schwestern leben mit ihren religiösen Eltern ziemlich abgeschirmt von dem Rest der Nachbarschaft. Denn ihre Mutter möchte ihre Töchter vor den Gefahren der Welt und der Jugend beschützen.
 Umso interessanter sind sie für die Jungs in ihrer Nachbarschaft. Sie bleiben unerreichbar und mysteriös. Alles was die Jungs von den Mädchen erhaschen können, wird gesammelt und bestaunt.
 Alles geht seinen gewohnten Gang, bis die jüngste – Cecilia – sich die Pulsadern aufschneidet.
 Nach dem Tod der Schwestern verändert sich für die Mädchen alles. Die Mutter isoliert sie nach einiger Zeit vollständig und die Mädchen versuchen verzweifelt mit der Außenwelt Kontakt aufzunehmen, jede auf ihre ganz eigene Art und Weise.
 Das Buch von Jeffrey Eugenides ist aus der Sicht der Jungen geschrieben. So bleiben die Mädchen auch für den Leser undurchschaubar und geheimnisvoll. In einer gewissen Naivität berichten die Jungen von dem Leben der Mädchen und den Zipfeln dessen, was sie von ihnen erhaschen können…sei es ein Lächeln, ein Foto, ein Tagebuch oder das Make-up. Die Jungen versuchen die Mädchen zu verstehen. Alles wird durch Dritte berichtet.
 Die Frage der Motivation für die Selbstmorde tritt immer wieder in den Vordergrund.
 Ein absolut packender Roman, auch wenn von Anfang an das Ende klar ist, schafft es der Autor doch, bis hin zur letzten Seite den Leser auf seine Seite zu ziehen und man genau wie die Jungs noch mehr über die Mädchen erfahren möchte und voller Ungeduld darauf wartet, einen Blick auf sie werfen zu können.
 Mich konnte das Buch zu einhundert Prozent überzeugen.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Jan 12, 2017 Eine interessante Erzählweise. Während es eigentlich um die Lisbons und vor allem deren Mädchen geht, kennen die Erzähler sie eigentlich gar nicht. Das Buch besteht nicht aus Dialogen, sondern aus Erzählungen über die Mädchen oder Nachbarn von einem Haufen Schwarmdenkern, die nur von wir oder uns reden, wie in einem Chorus, nur, dass sie teilweise an der Geschichte teilnehmen und nicht nur Beobachter sind. Da sie, selbst wenn sie seltenerweise etwas mit den Mädchen unternehmen niemals wirklich mit ihnen interagieren und bald wieder in die Zuschauerposition verfallen wird man selber in diese Voyeristenposition geschoben die von den Jungs eingenommen wurde, mit all den unbefriedigenden Nebeneffekten, die dadurch entstehen, da die Schwestern nie von Nahem gesehen werden können.
 Eugenides hat eine schöne Art, komplexe Dinge wie Gefühle in wenigen Worten beschreiben zu können wodurch das ganze Buch ein einfacheres Leseerlebnis scheint als die Thematik an sich ist. Dennoch musste ich mich etwa die letzten 100 Seiten beinahe durchquälen, da es einfach langsam zu viel des Erzählens wurde und ich doch mal in der Handlung weiter kommen wollte. Nichts gegen Bücher, die sich Zeit nehmen, aber das wurde mir dann doch etwas zu viel.
 Dennoch war es ein schönes Buch, von dem ich froh bin, es gelesen zu haben.
 An dem Morgen, an dem die letzte Lisbon-Tochter Selbstmord beging – Mary diesmal, mit Schlaftabletten wie Therese -, wussten die Sanitäter schon genau, wo die Schublade mit den Messern war, wo der Gasherd und wo im Keller der Balken, an dem man das Seil festbinden konnte.
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Las vírgenes suicidas - Roser Berdagué Costa
Índice
Portada
Prólogo a la edición del trigésimo aniversario
1
2
3
4
5
Notas
Créditos
PRÓLOGO A LA EDICIÓN DEL TRIGÉSIMO ANIVERSARIO
Aunque decidí ser escritor a los dieciséis años, nunca tuve prisa por publicar. Virginia Woolf decía que nadie debería publicar una novela antes de los treinta, lo cual me parecía acertado. Sáltate la inmadura novela autobiográfica de formación, y deja a un lado toda señal de que eres un principiante. Espera tu momento, mejora en tu oficio y publica algo que no sea motivo de vergüenza en los primeros años de madurez.
Esa filosofía me fue muy útil de los veinte a los treinta años. Pero a medida que me iba acercando a los treinta, empecé a sentirme inquieto. «¿A qué te dedicas?», me preguntaban en los cócteles de Nueva York a los que asistía. «Soy escritor». «¿Y hay algo suyo que hayamos podido leer?». Cuando mencionaba el único relato que había conseguido publicar en una modesta revista literaria, mis interlocutores asentían con gesto indeciso y se iban.
¿Por qué no había publicado una novela? No era por no haberlo intentado. Para entonces había empezado, sin terminarlas, como mínimo tres novelas. Y había escrito docenas de relatos. Todo aquello en lo que había trabajado con ahínco había sido rechazado o, como con la mayoría de lo que escribo, incluso ahora, lo había rechazado mi propio editor interno, por lo que nadie más que yo había leído una palabra.
Es axiomático que un escritor que no puede conseguir que le publiquen no tenga idea de por qué. Si supiera cuál es el problema lo solventaría. En mi caso, la dificultad se veía agravada por su naturaleza paradójica: radicaba en una evitación del yo y una fijación en él.
La mayoría de las cosas que escribía cuando era estudiante universitario –o incluso después– no era autobiográfica en ningún sentido. Escribía historias desde el punto de vista de un monje trapense, o de Ezra Pound cuando estaba encerrado en una jaula tras sus emisiones radiofónicas fascistas durante la segunda guerra mundial. Ideas muy buenas para relatos, tal vez, si yo hubiera sido un monje trapense o Ezra Pound. Cuando intentaba escribir sobre mi propia psicología, la hacía más torturada de lo que en realidad era. Sin ser consciente de ello, había adoptado una visión existencialista de la condición humana. La batalla que libraban mis personajes era la batalla del yo contra el vacío. No tenían familia. No eran de ninguna parte. Si tenían nombre, nunca era un nombre griego.
Una noche, en un viaje a casa, en Detroit, me puse a hablar con la adolescente que cuidaba a mi sobrino de un año. Era una chica parlanchina del Medio Oeste, que parecía despreocupada de la vida, pero en el curso de nuestra breve conversación, que no duró más de cinco minutos, me dijo, sin venir a cuento, que ella y sus hermanas habían intentado suicidarse. Impresionado, le pregunté por qué. «No lo sé –dijo ella–. Soportábamos mucha presión». Eso fue todo lo que llegué a saber antes de que mi cuñada le entregara al bebé y mi familia y yo nos fuéramos a cenar. Nunca volví a hablar con aquella chica.
La naturaleza del suicidio –su precipitación, su violencia, su impenetrabilidad– se me había quedado grabada doce años atrás, durante mi primer año de universidad. Uno de los cursos que tomé ese año, «Introducción a las religiones orientales», se impartía en una gran aula estilo anfiteatro en la que nos sentábamos y tomábamos apuntes. Una vez a la semana, sin embargo, debatíamos sobre lo aprendido, y mi entusiasmo por el tema –en aquellos días me interesaba la síntesis de las religiones oriental y occidental– convenció a uno de mis compañeros de que sabía de qué estaba hablando. Lo suficiente, al menos, para que un día se presentara sin avisar en la puerta de mi cuarto en la residencia.
Quería respuestas a las grandes preguntas. ¿Existía Dios? ¿Cuál era el sentido de la vida? Le invité a entrar, pero él se quedó en el umbral, mirándome fijamente con sus grandes ojos. Me pareció un tanto impetuoso, ansioso por saber la verdad, pero eso no era tan inusual en la universidad. Le dije lo que pude –casi nada– y siguió su camino.
Al día siguiente, en el restaurante donde trabajaba a tiempo parcial, cogió un cuchillo Yanagiba de sushi del mostrador y se abrió el vientre.
No fue hasta me enteré del suicidio de mi compañero que caí en la cuenta del estado de desesperación en el que había venido a verme. Lo había hecho con la esperanza de que yo pudiese darle una razón para seguir viviendo. Y yo no había sabido qué decirle.
Cuando volví a Nueva York seguí pensando en mi conversación con la niñera. La historia de unas hermanas que, por razones misteriosas, deciden quitarse la vida todas juntas se me antojaba una idea harto convincente para una novela. Sin embargo, como no tenía la menor idea de cómo escribir un libro así –ni, al parecer, de cómo escribir ningún libro–, sólo llegué hasta ahí.
Pasó más de un año. Al invierno siguiente, huyendo de Nueva York y de mi desarrollo literario estancado, hice un viaje a Egipto. Mi novia de entonces y yo pasamos unos días en El Cairo, visitando las pirámides de Giza y viendo momias en el Museo Egipcio. Después embarcamos en un pequeño barco con otros treinta pasajeros para navegar por el Nilo.
Una noche, después de sentarme en cubierta a ver pasar las palmeras y los pueblos del Nilo, tan lejos de Grosse Pointe como uno pueda imaginar, bajé a nuestro camarote y escribí lo que se convertiría en el primer párrafo de Las vírgenes suicidas.
Ese párrafo me dio toda la novela. Me dio la voz en primera persona del plural, extremadamente poco común en aquellos tiempos, hasta el punto de que algunos críticos llegaron a afirmar que yo había inventado ese recurso, lo cual no era cierto. Me dio la trama, al anunciar en su frase inaugural que las cinco hermanas Lisbon se habían suicidado en el espacio de un solo año. Y dejó bien claro que el narrador colectivo de la novela –el grupo indeterminado de hombres que recuerdan estos acontecimientos de su adolescencia– no tenía pleno conocimiento de los hechos. A fin de saber algo sobre las chicas Lisbon, los chicos de su entorno tienen que hablar con la gente, fisgar en los diarios de las hermanas, espiarlas, y reproducir mentalmente las escasas ocasiones en que las chicas interactúan directamente con ellos.
Cuando escribes tu primer libro, te ayuda ponerte límites. Yo entonces no tenía la capacidad de un escritor para entrar en la cabeza de las chicas y mostrar su vida interior. Al renunciar a la omnisciencia, reduje la complejidad de lo que necesitaba saber. Algo bueno, en general, dado que mis recursos eran limitados.
La otra cosa que hizo este enfoque fue dirigir mi atención hacia el exterior. Aunque sabía poco sobre mi propia psicología, sabía mucho sobre el barrio de mi infancia y sobre lo que había acontecido en nuestra calle. Había crecido entrando en casa de mis amigos y viendo cómo era la vida allí dentro. Era una forma de omnisciencia en sí misma, lograda no mediante una súbita adquisición de poderes de penetración tolstoianos sino por el simple hecho de haber vivido en un lugar y haber prestado atención.
Irónicamente, al escribir sobre un entorno que había juzgado no merecedor de descripción literaria, di con algo que interesó a los lectores por vez primera. En literatura, se llega a lo universal a través de lo particular. Puede que hubiese estado escribiendo sobre un barrio anónimo de las afueras de Michigan en la década de los años setenta, pero cuando el libro vio la luz hubo lectores de Países Bajos, Brasil, Japón, Reino Unido y de otros lugares que me dijeron que reconocían sus propios pueblos y ciudades.
Escribí este libro antes de convertirme en «escritor». Nadie lo estaba esperando. A nadie le importaba si lo terminaba o no. Fue escrito en el más puro de los estados, en la mesa de mi oficina, en momentos que arranqué a mi trabajo de nueve a cinco, durante dos horas cada noche entre semana, y durante cuatro horas los sábados y domingos. En cierto sentido, no sé cómo llegó a escribirse. Aunque no quiero decir que me fuera dictado o que lo escribiera sin ningún esfuerzo consciente. Surgió de descubrir cosas en mi interior que no sabía que estuvieran ahí, de seguir sus implicaciones y de darles forma a medida que emergían.
Hace no mucho recibí un e-mail de un profesor de inglés de un instituto de Nueva Jersey. Me contaba que llevaba diez años proponiendo como materia de lectura Las vírgenes suicidas, con excelentes resultados. Recientemente, sin embargo, algunas estudiantes habían desaprobado que yo, un hombre, pretendiera «saber» lo que era ser una adolescente. El profesor me preguntaba qué debía decirles.
Le respondí que, por mucho que no estuviera de acuerdo con el mandato de «centrarme en lo mío» como escritor de ficción, en aquel caso concreto no lo había transgredido. La narración colectiva de Las vírgenes suicidas es un asunto exclusivamente masculino. Los chicos que se obsesionan con las chicas Lisbon saben muy poco de ellas. Y de esa falta de conocimiento trata la novela.
Muchos lectores que me escriben se plantean algo parecido, pero con un espíritu más generoso. Me preguntan cómo un varón como yo puede entender lo que es ser una chica. A ellos les digo lo mismo: sólo lo parece. Con los años he llegado a la conclusión de que la voz narrativa de la novela y la atención voyerista que los chicos dedican a las chicas crea un espacio negativo donde los lectores pueden proyectar su propia imaginación. A las chicas Lisbon nunca se las ve desde dentro; su vida mental y emocional es objeto de conjetura e interpretaciones erróneas. Como el propio suicidio, la verdad de sus vidas es, en última instancia, incognoscible.
No sé por qué, pero los lectores siguen encontrándose en el libro, generación tras generación, del mismo modo que me había encontrado yo a mí mismo, artísticamente, treinta años atrás. El haber escrito este libro no me hizo más fácil escribir el libro que vino después. Pero a partir de entonces supe cómo hacerlo; dedicando atención al mundo en su integridad, y viéndome a mí mismo como lo que soy: un alma encarnada, específica, creada, no el sujeto principal ni el responsable.
JEFFREY EUGENIDES
[Traducción de Jesús Zulaika]
Para Gus y Wanda
1
La mañana en que a la última hija de los Lisbon le tocó el turno de suicidarse –esta vez fue Mary y con somníferos, como Therese–, los dos sanitarios llegaron a su casa sabiendo exactamente dónde estaba el cajón de los cuchillos y el horno de gas y dónde la viga del sótano en la que podía atarse una cuerda. A nosotros nos pareció que, como siempre, salían demasiado lentamente de la ambulancia, mientras el gordo decía en voz baja:
–Que no es la tele, tíos, aquí no hay que correr.
Cargado con el pesado respirador y la unidad cardiaca, pasó entre los arbustos, que habían crecido monstruosamente, y cruzó el descuidado césped que trece meses atrás, cuando empezó todo, estaba pulcro e inmaculado.
Cecilia, la pequeña –no tenía más que trece años–, fue la primera en hacer el viaje: se cortó las venas, como los estoicos, mientras tomaba un baño, y cuando la encontraron flotando en el agua teñida de color de rosa, con los ojos amarillos de los posesos y aquel cuerpecito que exhalaba olor a mujer madura, los sanitarios se llevaron un susto tan grande al verla en aquel estado de sosiego, que se quedaron clavados en el sitio, como mesmerizados. Pero de pronto irrumpió la señora Lisbon dando gritos y la realidad de la habitación se hizo patente: sangre en la estera del baño, la navaja de afeitar del señor Lisbon en el lavabo, jaspeando el agua. Los sanitarios sacaron el cuerpo de Cecilia del agua caliente, que acelera la hemorragia, y le aplicaron un torniquete en los brazos. El cabello mojado le colgaba por la espalda y ya tenía las extremidades azules. No dijo ni una palabra pero, cuando le separaron las manos, encontraron una estampa plastificada de la Virgen María apretada contra los pimpollos de sus pechos.
Esto ocurría en junio, en la época de la mosca del pescado, cuando, como todos los años, la ciudad se cubre de tan efímeros insectos. Se levantan entonces nubes de moscas de las algas que cubren el lago contaminado, y oscurecen las ventanas, cubren los coches y las farolas, cubren las dársenas municipales y cuelgan como guirnaldas de las jarcias de los veleros, siempre con la misma parda ubicuidad de la escoria voladora. La señora Scheer, que vive calle abajo, nos dijo que había visto a Cecilia el día anterior al intento de suicidio. Estaba junto al bordillo, con el antiguo traje de novia del que había cortado el dobladillo y que nunca se quitaba de encima, observando un Thunderbird envuelto en moscas del pescado.
–Sería mejor que cogieras la escoba, cariño –le aconsejó la señora Scheer.
Pero Cecilia le dirigió una mirada mística y dijo:
–Están muertas, solo viven veinticuatro horas. Salen del huevo, se reproducen y la palman. Ni siquiera comen. –Y tras estas palabras metió la mano en la espumosa capa de bichos y trazó sus iniciales: C. L.
Queríamos disponer las fotos cronológicamente, pero habían pasado tantos años que resultaba difícil. Algunas están borrosas, y aun así son reveladoras. El documento número uno muestra la casa de los Lisbon poco antes del intento de suicidio de Cecilia. La hizo una agente inmobiliaria, Carmina D’Angelo, a la que el señor Lisbon había acudido para que se encargara de vender aquella casa que se había quedado pequeña para su numerosa familia. Tal como dejaba ver la instantánea, el tejado de pizarra todavía no había empezado a dejar la ripia al descubierto, el porche era aún visible por encima de los arbustos y las ventanas todavía no estaban sujetas con tiras de cinta adhesiva. Era una confortable casa suburbana. En la ventana superior derecha del segundo piso se ve un contorno borroso que la señora Lisbon identificó como Mary Lisbon.
–Solía cepillarse mucho el pelo porque creía que lo tenía débil –diría años más tarde, recordando cómo había sido su hija durante su breve estancia en la tierra.
En la fotografía Mary aparece sorprendida en el momento de secarse el cabello con el secador y parece que le salgan llamas de la cabeza, aunque se trata solamente de un efecto de luz. Era el 13 de junio, veintiocho grados en la calle y sol en el cielo.
Cuando los sanitarios tuvieron la satisfacción de conseguir que la hemorragia se redujese a un goteo, pusieron a Cecilia en una camilla y la sacaron de la casa para meterla en la ambulancia que esperaba en la carretera. Parecía una Cleopatra pequeñita en una litera imperial. El primero en salir fue el sanitario delgaducho que lucía un bigote a lo Wyatt Earp –a quien llamamos el sheriff cuando ya lo conocimos mejor después de tantas tragedias domésticas–, y luego apareció el gordo, que sostenía la camilla por detrás y caminaba melindrosamente por el césped, mirándose los zapatos reglamentarios de policía como si tratara de no pisar mierda de perro, aunque con el tiempo, cuando estuvimos más familiarizados con los aparatos, supimos que vigilaba la presión sanguínea. Sudorosos y moviéndose torpemente, los hombres se dirigieron a la ambulancia, que continuaba estremeciéndose y emitiendo destellos de luz. El gordo tropezó con un aro de croquet y, como venganza, le pegó un puntapié. El aro se desprendió, levantó una nube de polvo y cayó con un sonido metálico sobre el sendero de entrada. Mientras tanto la señora Lisbon irrumpió en el porche llevando a rastras la bata de franela de Cecilia, y profirió un largo gemido con el que detuvo el tiempo. Bajo los árboles ondulantes y sobre la hierba restallante y agostada las cuatro figuras posaron como en un cuadro: dos esclavos ofrecían la víctima al altar (levantaban la camilla para meterla en la ambulancia), la sacerdotisa blandía la antorcha (agitaba la bata de franela) y la virgen, narcotizada, se incorporaba apoyándose en los codos con una sonrisa ultraterrena en los descoloridos labios.
La señora Lisbon viajó en la ambulancia, pero el señor Lisbon la siguió con la furgoneta, aunque respetando el límite de velocidad. Dos de las hermanas Lisbon no estaban en casa: Therese se encontraba en Pittsburgh, asistiendo a un congreso científico, y Bonnie en un campamento musical, intentando aprender a tocar la flauta después de haber abandonado el piano (tenía las manos demasiado pequeñas), el violín (le dolía la barbilla), la guitarra (le sangraban los dedos) y la trompeta (se le deformaba el labio inferior). Al oír la sirena, Mary y Lux habían salido corriendo de la clase de canto, que tomaban en casa del señor Jessup, al otro lado de la calle. Al entrar en el cuarto de baño atestado de gente y ver a Cecilia, con los antebrazos ensangrentados y aquella pagana desnudez, se llevaron un susto tan grande como el de sus padres. Ya fuera, se detuvieron sobre una pequeña extensión de césped que Butch, el chico musculoso que venía a cortarlo todos los sábados, se había olvidado de segar y se abrazaron muy fuerte. Al otro lado de la calle había un camión del Departamento de Parques con unos hombres que atendían algunos de nuestros olmos moribundos. La sirena lanzó un alarido y tanto el botánico como su equipo pararon las bombas de insecticida para observar la ambulancia, que se ponía en marcha. Perdida ya de vista, volvieron a su labor. Hace mucho tiempo que el majestuoso olmo que aparece en primer plano en el documento número uno sucumbió al hongo del escarabajo holandés y hubo que cortarlo.
Los sanitarios llevaron a Cecilia al hospital del Bon Secours, en Kercheval y Maumee. En la sala de urgencias Cecilia contemplaba, con un distanciamiento no exento de pavor, los intentos que hacían por salvarle la vida. Sus ojos amarillos no parpadearon ni tampoco se arredró cuando le clavaron la aguja en el brazo. El doctor Armonson le cosió los cortes de las muñecas y a los cinco minutos de la transfusión la declaró fuera de peligro. Tras acariciarle la barbilla, le dijo:
–¿Qué haces aquí, guapa? Si todavía no tienes edad para saber lo mala que es la vida...
Fue entonces cuando Cecilia dijo en voz alta lo que habría podido considerarse su nota póstuma, aunque en este caso totalmente inútil puesto que seguía con vida.
–Está muy claro, doctor, que usted nunca ha sido una niña de trece años –dijo.
Las hermanas Lisbon tenían trece años (Cecilia), catorce (Lux), quince (Bonnie), dieciséis (Mary) y diecisiete (Therese). Eran bajas, de nalgas rotundas bajo el tejido de algodón y con unas mejillas redondas que recordaban la morbidez dorsal anteriormente citada. A primera vista, sus rostros parecían impúdicos, como si quien las contemplaba tuviese la costumbre de ver mujeres cubiertas con velo. Nadie entendía que el señor y la señora Lisbon hubiesen engendrado unas hijas tan guapas. El señor Lisbon, que enseñaba matemáticas en el instituto, era delgado, de aspecto juvenil, y parecía sorprendido por su propio cabello gris. Su voz era atiplada, y cuando Joe Larson nos explicó que el señor Lisbon había llorado cuando trasladaron a Lux al hospital tras su intento de suicidio, no nos resultó difícil imaginar el tono de su llanto afeminado.
Cuando uno observaba a la señora Lisbon, en vano buscaba en ella algún signo de la belleza que pudo constituir uno de sus atributos. Sus brazos regordetes, su cabello semejante a alambre de acero mal cortado y sus gafas de bibliotecaria frustraban el menor intento. La veíamos raras veces, por las mañanas, vestida elegantemente antes de que saliera el sol, asomándose a la puerta para recoger los cartones de leche cubiertos de rocío, o los domingos, cuando toda la familia salía en la furgoneta camino de la iglesia católica de San Pablo, a orillas del lago. En esas ocasiones la señora Lisbon adoptaba una frialdad regia. Con el bolso fuertemente agarrado en la mano, comprobaba que ninguna de sus hijas llevara ni sombra de pintura en la cara antes de dejarlas subir al coche, y no era raro que ordenara a Lux que volviera a meterse dentro y se pusiera otra blusa menos llamativa. Como nosotros no íbamos a la iglesia, teníamos tiempo de sobra para observarlos: los padres lixiviados, como negativos fotográficos, y las cinco despampanantes hijas luciendo sus esplendorosas carnes, con aquellos vestidos de confección casera, cargados de puntillas y volantes.
Solo un chico había entrado en la casa: Peter Sissen, que había ayudado al señor Lisbon a instalar la maqueta del sistema solar en la clase, a cambio de lo cual una noche fue invitado a cenar. Peter contó que las muchachas le habían estado pegando continuamente puntapiés por debajo de la mesa y que, como estos le llegaban de todas direcciones, le habría sido imposible decir quién se los propinaba. Lo escrutaban con sus ojos azules y enfebrecidos y le sonreían con aquellos dientes suyos tan juntos, que constituían el único rasgo de las niñas Lisbon que no alcanzaba la perfección total. Bonnie fue la única que no dedicó a Peter Sissen miradas furtivas ni puntapiés. Se limitó a bendecir la mesa y a comer en silencio, sumida en el religioso fervor de los quince años. Al levantarse de la mesa, Peter Sissen pidió permiso para ir al cuarto de baño y como Therese y Mary estaban en el de la planta baja y de él salían risitas y comentarios en voz baja, tuvo que ir al de la planta superior. Después nos contaría que los dormitorios estaban llenos de bragas arrugadas, de animales de peluche apañuscados por los apasionados abrazos de las chicas; nos dijo también que había visto un crucifijo del que colgaba un sostén, habitaciones brumosas y camas con dosel, y que había percibido los efluvios de tantas chicas juntas en trance de convertirse en mujeres confinadas en un espacio exiguo. Ya en el cuarto de baño, mientras dejaba correr el agua del grifo para enmascarar los ruidos de su registro, Peter Sissen dio con el secreto escondrijo en el que Mary Lisbon guardaba sus cosméticos, metidos en un calcetín atado debajo del lavabo: barras de carmín y aquella segunda piel que constituían el colorete y los polvos, aparte de la cera para depilar, que sirvió para informarnos de que la chica tenía bozo aunque nunca se lo hubiéramos visto. En realidad, ignoramos a quién pertenecían los cosméticos que vio Peter Sissen hasta que dos semanas más tarde encontramos a Mary Lisbon en el malecón con los labios con una tonalidad carmesí que encajaba exactamente con la que nos había descrito Peter.
El muchacho hizo un inventario de desodorantes, perfumes y esponjas ásperas para eliminar pieles muertas, pero lo que más nos sorprendió fue que no descubriera ninguna ducha en toda la casa, porque nos figurábamos que las chicas se duchaban todas las noches, con la misma regularidad con que alguien se lava los dientes. Con todo, nos recuperamos enseguida de nuestra decepción cuando Sissen nos habló de un descubrimiento que había hecho y que superaba con creces nuestras más locas fantasías. En la papelera había encontrado un Tampax manchado con los jugos interiores todavía frescos de alguna de las hermanas Lisbon. Sissen añadió que casi había estado tentado de traérnoslo, que no era una cosa asquerosa sino bella, que había
