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La Identidad Latinoamericana

El documento describe la evolución del pensamiento filosófico latinoamericano desde sus orígenes hasta la actualidad. Se divide en dos períodos principales: el primero abarca desde los emancipadores hasta los positivistas, cuando se introdujeron corrientes filosóficas europeas pero con un sello propio latinoamericano. El segundo período está marcado por grandes confrontaciones y el desarrollo del utopismo regional. El pensamiento latinoamericano se ha caracterizado por estar orientado a lo social y político, buscando una identidad propia que responda a las

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La Identidad Latinoamericana

El documento describe la evolución del pensamiento filosófico latinoamericano desde sus orígenes hasta la actualidad. Se divide en dos períodos principales: el primero abarca desde los emancipadores hasta los positivistas, cuando se introdujeron corrientes filosóficas europeas pero con un sello propio latinoamericano. El segundo período está marcado por grandes confrontaciones y el desarrollo del utopismo regional. El pensamiento latinoamericano se ha caracterizado por estar orientado a lo social y político, buscando una identidad propia que responda a las

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E.E.S.

N° 3 “ABI MARÍA FLORENCIA ORTEGA”


5° Año

Clase N° _ _

Tema: LA IDENTIDAD DEL PENSAMIENTO LATINOAMÉRICANO

Introducción: Tener un pensamiento propio, local, latinoamericano, nació con el conflicto acerca de lo
propio y lo ajeno, que desde la filosofía se trató de construir y que tuvo a la vez, la posibilidad de tener un
contenido a desarrollar alejado de los cánones metafísicos y epistemológicos propios del occidente europeo.
Esta construcción comenzó por contestar las dos preguntas fundamentales para nuestra región ¿Qué somos y
qué podemos ser en el orden mundial? Con toda la carga política e identitaria que estas preguntas llevan tras
de sí. Para analizar recorreremos ese ideario a lo largo de la formación del pensamiento latinoamericano.

______________________________________________

Partiendo de la duda inicial: ¿quiénes somos? y ¿qué lugar ocupamos en el mundo? los hombres
americanos no hallan respuestas existenciales que los satisfagan desde la filosofía europea o asiática, a pesar de
que las problemáticas de la humanidad que han aquejado a cada época encontraron respuestas en esas
filosofías. Entonces, ¿por qué los hombres de América, no se contentan con esta rica tradición? La historia de
las ideas en Latinoamérica está marcada por un deseo constante de encontrar el camino de la propia filosofía.
Si para los primeros filósofos griegos la filosofía es afán de saber, ese afán, en Latinoamérica siempre se ha
presentado como la voluntad de dar respuesta nada más y nada menos, a nuestra capacidad y posibilidad de
pensar. Tal es el desafío lanzado desde los primeros escritos surgidos en el continente; interrogación por una
filosofía americana que se reconoce como un planteamiento desde América y para americanos, problemática
que contradice histórica y temáticamente la intención de situar la filosofía como una reflexión referida a
problemas universales, eternos, y en tanto que tal, no sometida a determinaciones temporales ni regionales.
Cuando se pregunta por la existencia de una filosofía americana, se hace partiendo del sentimiento de
una diversidad, es la conciencia de la distinción y la diferencia, lo que guía el ejercicio teórico desde el
contexto regional al plano de las ideas. Subyace en esta preocupación un deseo de reconocimiento e
identidad: casi no nos reconoce el europeo ni nosotros nos reconocemos en él. Tampoco sería legítimo hablar
de un retorno a lo indígena porque no nos reconocemos en el indígena ni el indio nos reconoce a nosotros.
Los caracteres distintivos que tiene el pensamiento filosófico latinoamericano nos lleva a preguntarnos
acerca de si hay unidad de pensamiento en nuestra región.
En primer lugar, se ha tomado a Latinoamérica como un solo cuerpo, en virtud de la similar evolución
que han tenido las ideas en los distintos países. En Chile, en México, en Argentina, en Perú y en gran parte del
continente, se dan los mismos períodos de desenvolvimiento filosófico. Además operan las mismas influencias
con efectos análogos y se producen muy semejantes frutos intelectuales. Lo último, además, es significativo
para comprender las diferencias de la reflexión latinoamericana con el pensar europeo. Si bien es cierto, las
corrientes filosóficas llegan como influencias continentales –en la mayoría de los países los mismos autores y
tendencias en un mismo período de tiempo–, también, es fácil constatar, que los pensadores locales, al
apropiarse de ellas, las han desarraigado de sus creadores, las han deformado hasta hacerlas irreconocibles a
los ojos de sus autores. En los albores del pensamiento latinoamericano, un argentino, Alejandro Korn, ya

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daba cuenta de ello: “De allende los mares recibimos, en efecto, la indumentaria y la filosofía confeccionadas.
Sin embargo; al artículo importado le imprimimos nuestro sello. Si a nosotros se nos escapa, no deja de
sorprender al extranjero que nos visita; suele descubrirnos más rasgos propios –buenos o malos– de cuanto
nosotros mismos sospechábamos”.
En segundo lugar, hay también, un rasgo histórico que tiene mucha repercusión en la génesis y sentido
del pensamiento latinoamericano; se trata del hecho de que la filosofía ha comenzado en el continente desde
cero, es decir, sin apoyo de una tradición intelectual milenaria, pues el pensar indígena no fue incorporado al
proceso de la filosofía Hispanoamericana. La filosofía ha correspondido al carácter de un árbol transplantado,
y no “de una planta que surgiera de la conjunción de factores propicios a un brote original y vigoroso de
pensamiento”. Ahora bien, tal vez, sea este carácter de transplantado el que opere como marco referencial del
pensamiento latinoamericano, ya que, su reflexión no se ha caracterizado por ser una filosofía del Ser, del
conocer y del querer, sino más bien, por preguntarse, una y otra vez, acerca de su posibilidad de existencia. Si
algo caracteriza el pensamiento latinoamericano es su preocupación por captar la llamada esencia de lo
americano, con toda la carga equívoca que esto ha significado.
En tercer lugar, el pensamiento latinoamericano siempre ha tendido hacia lo social y político. Las
reflexiones en torno a Dios, el alma, la muerte o el Ser, no han tenido cabida en la agenda principal de su
filosofía. El largo viaje hacia sí mismo que emprendió la reflexión desde sus comienzos, le ha llevado a
plantearse preguntas acerca de sus condiciones de posibilidad, preguntas que han convocado a respuestas
difíciles, donde el atraso, la marginación, el mestizaje, la hibridación y la dependencia han fundado una
particular manera de enfrentar el quehacer filosófico.
La filosofía latinoamericana será, entonces, una serie de soluciones dadas a los problemas que
interesan a los destinos nacionales; o bien la razón de los pueblos americanos, o bien las leyes por las cuales se
llega a los objetivos propuestos. Filosofía comprometida con los problemas más urgentes, los problemas que
plantea, por ejemplo, la relación compleja con el mundo occidental, donde las relaciones de subordinación e
independencia, no dejan de golpear cada cierto tiempo, obligando con ello, a una actitud política de los
pensadores. Actitud que conforma el perfil mismo de su filosofía y que se remonta a los primeros pensadores
(Sarmiento, Lastarria, Bilbao, Mora, Alberdi y tantos otros de la llamada generación de los emancipadores)
que al mismo tiempo que reflexionaban sobre los problemas de su tiempo, actuaban para transformarlos. Así,
la reflexión que desarrollarán, más que una filosofía especulativa será de carácter práctico, de lo positivo y
social, de la formación de criterios en torno a las instituciones políticas, religiosas y morales de sus respectivos
países. La respuesta a una necesidad concreta, desafiando con esto, la pretensión de universalidad que la
filosofía ha ostentado en su desarrollo histórico-occidental. Pues no hay una filosofía universal, porque no hay
una solución universal de las cuestiones que la constituyen en el fondo. Cada país, cada época y cada filósofo
ha tenido una filosofía peculiar, que ha cundido más o menos, porque cada país, cada época y cada escuela ha
dado soluciones distintas a los problemas del espíritu humano.
Tenemos, entonces, que el marco referencial de la filosofía latinoamericana es político, así lo han
entendido sus principales figuras. Realizar, sin embargo, el recorrido de las problemáticas no es nada fácil, no
sólo por su extensión y complejidad, sino fundamentalmente porque el carácter activo y casi militante que sus
creadores le ha conferido dificulta la tarea de clarificar y distinguir. Pareciera que en el espacio de la reflexión
latinoamericana no hubiera cabida a ningún tipo de objetividad, la necesidad de tomar partido amenaza a cada

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instante con convertir cualquier trabajo de investigación en un punto de vista parcial e interesado. Aun así,
creemos que es posible realizar un mapa tentativo –y ciertamente inconcluso– de algunas problemáticas que
por su carácter general y en la mayoría de los casos generacional, puede servir como introducción de lo que ha
sido la reflexión filosófica en nuestra región.
Para entender mejor la evolución de la formación del pensamiento latinoamericano, lo dividiremos en
dos grandes períodos:
1- Período de irrupción de los emancipadores a los positivistas
2- Período de las grandes confrontaciones o la lógica interior del utopismo latinoamericano.

I. PERÍODO DE IRRUPCIÓN DE LOS EMANCIPADORES A LOS POSITIVISTAS

El proceso del pensamiento filosófico hispanoamericano:


a) comienza con la introducción de las corrientes predominantes en la España de la época de la
conquista, dentro del marco del sistema político y eclesiástico oficial de educación y con la finalidad principal
de formar a los súbditos del Nuevo Mundo, de acuerdo con la ideas y los valores sancionados por el Estado y
la Iglesia, se introducen en América y se propagan por nuestros países aquellas doctrinas que armonizan con
los propósitos de la Conquista y la Colonia. De este modo, el latinoamericano desde sus orígenes se juega una
cuestión vital para su existencia en su filosofía, marcándose el carácter político y no meramente especulativo de
su reflexión. Las problemáticas aludidas son; meditaciones filosófico-teológicas en torno a la humanidad del
indio, al derecho de hacer la guerra a los aborígenes y al justo título para dominar América. Si nos detenemos
un momento en la primera problemática (acerca de la supuesta humanidad del indio) encontramos enclaves
importantes para comprender una voluntad que recorrerá gran parte de la filosofía posterior.
La Europa consideró que su destino, el destino de sus hombres, era hacer de su humanismo el
arquetipo a alcanzar por todo ente que se le pudiera asemejar, esta Europa, al trascender los límites de su
geografía y tropezar con otros entes, que parecían ser hombres, exigió a éstos que justificasen su supuesta
humanidad, esto es, puso en tela de juicio la posibilidad de tal justificación si la misma no iba acompañada de
pruebas de que no sólo eran semejantes si no reproducciones, de lo que el europeo consideraba como lo
humano por excelencia. La filosofía comienza, entonces, en América con una polémica sobre la esencia de lo
humano y la relación que pudiera tener esta esencia con los raros habitantes del continente descubierto,
conquistado y colonizado. Dura problemática que hoy avergonzaría a cualquier pensador, sin embargo,
situación real que marcó la manera de conducir la sociedad en su contexto jurídico, y en tanto que tal, filosofía
política que sentó las bases de la convivencia de los habitantes de América. Al menos en su primer periodo,
porque hay que decir que a pesar de la polémica entre Las Casas y Sepultada, los conquistadores mezclaban
libremente su sangre con aquellos a los cuales se estaba negando la humanidad, y cabe decir, que lo hacían no
sólo para enyuntarse, sino también, para formar familia y con ello, dar nacimiento al pueblo latinoamericano.
La escolástica que tomó el control de las reflexiones teóricas del tiempo de la colonia se mantiene –con
variantes locales y mayor o menor intensidad– hasta el siglo XVIII.
b) A fines de este siglo se produce una atmósfera de cultura equivalente a lo que se conoce en Europa
como la época de la Ilustración y por eso algunos pensadores han denominado del mismo modo a esta etapa
del proceso hispanoamericano. Período que cobra real significado con el advenimiento de los procesos

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revolucionarios de principios del siglo XIX y que se extiende aproximadamente hasta 1870, segmento de
tiempo que configura el estadio de los emancipadores, definiendo por tal a los pensadores que tomaron el
relevo, en el ámbito del pensamiento, de las figuras emblemáticas de los procesos independentistas. Estos
pensadores darán cabida a la discusión entre liberales y conservadores y protagonizarán las principales
disputas acerca de la forma de conducir el Estado y dirigir la sociedad civil.
Tal vez quien mejor ilustra la voluntad de los emancipadores es el propio Simón Bolívar, quién pide la
total ruptura con el orden político, social y cultural, dentro del cual los americanos sólo pueden tener el papel
de siervos. No teniendo nada propio a lo cual aferrarse, la América bien puede hacer suyos los modelos y
experiencias culturales que han triunfado en otras latitudes. Las mismas naciones que habían marginado la
cultura iberoamericana servirían como modelo emancipador, para borrar el largo y equívoco pasado colonial.
Habría que partir de cero, apropiándose del modelo exterior, este será, el proyecto civilizador que adoptarán
los emancipadores, una generación de pensadores críticos en los que se adelantará, en muchos sentidos, la
interpretación que harán suya, años después, los positivistas latinoamericanos. Varios miembros de esta
generación crítica encontrarán posteriormente, en el positivismo, la justificación filosófica de sus
interpretaciones.
De la misma forma como los conquistadores y colonizadores iberos, trataron de enterrar las viejas
culturas indígenas yuxtaponiendo las propias, los emancipadores latinoamericanos tratarán de enterrar el
pasado colonial, la cultura hispana y la indígena, así como el mestizaje a que dio origen la Colonia. Se intenta
una nueva yuxtaposición imitándose ahora los modelos culturales de la Europa occidental, tanto las
instituciones políticas sajonas como las expresiones de la Literatura y la Filosofía de la Cultura de Francia. De
igual manera se tomarán las expresiones a que diera origen la democracia de los Estados Unidos. Ser como
Inglaterra, Francia o los Estados Unidos serán las metas del proyecto civilizador, por tanto será necesario
anular el propio pasado, considerándolo impropio. La emancipación política alcanzada por los libertadores,
deberá ser ahora seguida por lo que los civilizadores llamaron emancipación mental.
En 1852, el argentino Juan Bautista Alberdi, al referirse al sistema educativo propio para los pueblos
como los latinoamericanos, que tratan de rebasar hábitos y costumbres impuestos por un largo dominio
colonial, escribe: “En nuestros planes de instrucción debemos huir de los sofistas, que hacen demagogos, y del
monarquismo, que hace esclavos y caracteres disimulados. Que el clero se eduque a sí mismo, pero no se
encargue de formar a nuestros abogados y estadistas, a nuestros negociantes, marineros y guerreros. ¿Podrá el
clero dar a nuestra juventud los instintos mercantiles e industriales que deben distinguir al hombre de
Sudamérica? ¿Sacará de sus manos esa fiebre de actividad y de empresa que lo haga ser el yankee
hispanoamericano?”. Colindante con el anterior pensamiento el mexicano José Luís Mora se empeñaba en
alcanzar lo que llamaba la mayoría de edad mental. Lograda la emancipación frente al poder político de la
Colonia, era necesario dar el segundo paso, la emancipación del espíritu, frente a hábitos y costumbres que
ésta había impuesto a los americanos. Los mexicanos particularmente sensibilizados frente al poder de su
vecino país pensaban que sus posibilidades pasaban por hacer de sí mismos una nación poderosa, para lo cual
debía fortalecerse, en primer lugar, mediante una educación que permitiese a los mexicanos ser tan fuertes
como sus vecinos. Sólo semejándose a ellos, podría resistir cualquier nuevo embate. Se trata en conclusión, tal
como lo había dicho Alberdi, de hacer de ellos los yankees del Sur.

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Otro argentino, Domingo Faustino Sarmiento, propondrá este mismo proyecto, mediante el cual los
hombres de esta América pudiesen incorporarse al progreso como agentes activos de la civilización. De lo que
se trata, es de ser como los Estados Unidos, afirmaba en 1850; “Llamaos los Estados Unidos de la América
del Sur, y el sentimiento de la dignidad humana y una noble emulación conspirarán en no hacer un baldón del
nombre a que se asocian ideas grandes”. Y en 1883 volviendo sobre el tema dirá; “La América del sur se
queda atrás y perderá su misión providencial de sucursal de la civilización moderna. No detengamos a los
Estados Unidos en su marcha; es lo que en definitiva proponen algunos. Alcancemos a los Estados Unidos.
Seamos la América, como el mar es el Océano. Seamos Estados Unidos”.
Con ciertos matices los llamados pensadores emancipadores conciben el paso del retroceso al
progreso, de la barbarie a la civilización, a partir de un cambio de mentalidad; cambio del cual habrá de surgir
la acción que permita a Latinoamérica hacer suyos los bienes de un mundo que tenía sus grandes abanderados
en la Europa Occidental y en los Estados Unidos de Norteamérica. La técnica, las vías de comunicación, las
fábricas harían por esta América lo que ya estaban haciendo por esos grandes pueblos. Y si bien la herencia
colonial española obstaculizaba esta posibilidad, los hombres de esta región, los progresistas, los civilizadores,
podían pugnar para facilitar la presencia física de hombres provenientes de esos mismos pueblos, para que
hiciesen por esta América lo que ya habían hecho por sus naciones. “¿Queremos plantar y aclimatar en
América la libertad inglesa, la cultura francesa, la laboriosidad del hombre de Europa y los estados Unidos,
traigamos pedazos vivos de ellos en las costumbres de sus habitantes y radiquémoslos aquí”, afirma Alberdi, ya
que para él, como para sus contemporáneos, los hombres de esta América son incapaces de dar el paso del
retroceso al progreso, de la barbarie a la civilización, hay que dejar, entonces, a estos especialistas del progreso
conducir los destinos de Latinoamérica. Es más, será necesario proteger a las empresas extranjeras, a sus
inversionistas, a sus capitales; “¿Son insuficientes nuestros capitales para esas empresas? Entregadlas entonces
a capitales extranjeros. Dejad que los tesoros de fuera como los hombres se domicilien en nuestro suelo (...)
Rodead de inmunidad y de privilegios el tesoro extranjero, para que se naturalice entre nosotros”.
De esta forma, los distintos pueblos de la América latina, intentarán una especie de entrega de sí
mismos al sistema encarnado en los pueblos sajones, en los pueblos que han dado origen a la civilización. Se
propondrá así la deslatinización de Latinoamérica. Los mexicanos, para resistir al invasor le entregan su
esencia confundiéndose con él; los americanos del sur, queriendo cortar los últimos lazos de la colonización
hispana aceptan el tutelaje mental, cultural, político y económico de la Europa moderna y su expresión en
América del norte. Ser como los norteamericanos para no ser dominados por ellos o ser, simplemente, los
yankees del sur para poder ser así parte del mundo que estos, con su acción, han creado. El instrumento de
que se valdrán los latinoamericanos para realizar este cambio será el positivismo. Esta es la filosofía en que ha
encarnado el espíritu de los hombres que han hecho posible la civilización, la filosofía que ha dado sentido al
progreso logrado por la Europa Occidental y los Estados Unidos. La tarea, entonces, para aquellos que desean
concretizar la labor emprendida por los emancipadores será desarrollar esta filosofía, apropiarse de su sentido.
La revolución mental, de la que hablaba Alberdi y Mora, se concretizará como tránsito hacia el progreso de la
mano del positivismo. De la misma manera que el proyecto ilustrado de Bolívar se transforma en civilizador,
éste se materializará en la filosofía positivista.
En un esfuerzo por cambiar los hábitos y costumbres formados por el largo dominio ibero, que sólo
trajo atraso y marginación, deberá nacer una doctrina, una filosofía que, reeducando a los americanos, les

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permitirá realizar el ineludible paso del retroceso al progreso. Una filosofía que hiciese de los hombres
latinoamericanos hombres prácticos, positivos; hombres que hiciesen por esta parte del mundo lo que otros,
con esta mentalidad, la que les es propia, han hecho ya. En este sentido es importante la conferencia de Juan
Bautista Alberdi, titulada Ideas para presidir a la confección del curso de filosofía contemporánea, leída en
1840, en el Colegio de Humanidades de Montevideo. En esta disertación Alberdi, a partir de las expresiones
de la filosofía europea contemporánea, de las cuales se derivará el positivismo, y el pragmatismo
estadounidense, expone la filosofía que considera ha de ser propia de la América Latina; una filosofía para la
solución de los problemas de la misma. En este sentido una filosofía de lo concreto, de los problemas
concretos de los hombres de esta América. La transformación a partir de la cual pueden encabezar la marcha
del progreso y la civilización. “La filosofía –dice Alberdi– se localiza por el carácter instantáneo y local de los
problemas que importan especialmente a una nación, a los cuales presta la forma de sus soluciones. La
filosofía de una nación es la serie de soluciones que se han dado a los problemas que interesan a los destinos
generales. Nuestra filosofía será, pues, una serie de soluciones dadas a los problemas que interesan a los
destinos nacionales”
El problema para los positivistas latinoamericanos, como ya lo fuera para los libertadores y los
emancipadores, será la realidad a la que se enfrentan al encontrarse inconformes con ella. Una realidad que ha
de ser, no solo transformada, sino de ser posible cambiada por otra distinta. La adopción de la filosofía
positiva será expresión de este intento. Se adopta, precisamente, la filosofía que ha dado origen al mundo del
que se quisiera formar parte. Una filosofía, consideran, que sabe conciliar la libertad con el orden que la
garantice. Un orden que será adoptado y aceptado libremente y con el cual ha de substituirse el antiguo orden
impuesto por el coloniaje.
El positivista latinoamericano se considera continuador de la acción que para poner fin a la tutela
colonial ha realizado el liberalismo. Los positivistas son, también, liberales, pero con un mayor grado de
realismo que sus antecesores. Para esta nueva corriente de pensamiento la libertad no puede confundirse con
anarquía. La libertad es expresión de la acción creadora del hombre que la anhela y la hace posible. Para
posibilitar el nuevo orden para la libertad había necesidad de destruir el orden colonial impuesto. Tal fue la
tarea de los liberales; pero que, una vez cumplida, debería transformarse en acción constructiva. La tarea del
positivismo sería la de crear el orden que sustituyese al destruido por la voluntad de los emancipadores.
Los positivistas tenían ante sí la visión de una larga guerra civil, de una larga anarquía en la mayoría de
los países de la América Latina, la lucha entre los partidarios del viejo orden y los que anhelaban un orden
aceptado libremente como instrumento de realización de metas que debían ser propias y no extrañas. Los
positivistas conscientes de los efectos de la libertad por la libertad, no deseaban el desorden permanente, por
ello se empeñaban en crear un nuevo orden. Pero esto no se daría imitando simplemente otros órdenes, por
extraordinarios que fuesen en su lugar de origen. No era copiando instituciones de las naciones que
encarnaban la civilización y el progreso, que se iba a ser como ellas. No era adoptando la Constitución de los
Estados Unidos de Norteamérica que los latinoamericanos iban a transformar el orden colonial en un orden
democrático.
Se trataba de ir más allá de la lucha entre liberales y conservadores, entre partidarios del progreso y
partidarios del retroceso; de la lucha entre pipiolos y pelucones, entre unitarios y federales. De lo que se trata
es de posibilitar la libertad, pero también el orden que la garantizase. Se trataba como lo exponía Simón

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Bolívar, de ir más allá de la lucha entre godos y jacobinos. Lucha que no beneficiaba a ninguno, sumiendo en
la anarquía y miseria a sus pueblos. En México, vencido el conservadurismo, sería necesario apuntar un orden
para la libertad. En Chile, el liberalismo que paso a paso se iba imponiendo al orden sin España creado por
Portales, se plantea la necesidad de un nuevo orden liberal. Bolivia y el Perú, desgarrados por largas luchas
intestinas, hablan también, de la necesidad de un orden que diese perfiles de nación a sus diezmados pueblos.
En casi todos los países latinoamericanos, de una u otra forma, se les ha presentado el positivismo como el
más adecuado instrumento para enfrentar una realidad que consideran ha de ser cambiada. Así, por ejemplo,
los nuevos positivistas americanos, demostraron una honda preocupación por fundar una moral con una base
científica, una moral que no solo superara a la emanada del catolicismo, sino también a aquella que surgía de
lo que ellos consideraban liberalismo anárquico. Para eso tenían que cambiar el concepto de libertad o libre
albedrío y ponerlo más acorde con una filosofía nacida de las ciencias positivas.
El despotismo ilustrado, en el que de alguna forma pensaron los libertadores de América Latina, será
sustituido por un despotismo positivista. De acuerdo con el positivismo inglés, había que posibilitar el orden
del que habría de derivarse la libertad. De acuerdo con Comte, el orden de la naturaleza daba origen a la
única forma de libertad, la que se hace manifiesta en las diversas expresiones de esta naturaleza, partiendo de
sus expresiones más simples hasta las más complejas como lo son las sociedades humanas. De lo que se
trataba entonces era de impedir que nada interfiriese en la realización de la libertad de acuerdo con sus
propias leyes. Despotismo positivista, liberalismo dentro del orden o la ley, esta será la justificación que se
darán los grupos de poder que se sucederán en el gobierno, a lo largo del continente, hacia fines del siglo
XIX.

II PERÍODO DE LAS GRANDES CONFRONTACIONES O LA LÓGICA INTERIOR DEL


UTOPISMO LATINOAMERICANO

En Latinoamérica se pueden mencionar dos grandes problemáticas que tienen continuidad como
expresión del pensamiento más genuino de esta región y que alcanzan su mayor presencia al interior de la
lógica utopista de los años sesenta.
* La primera, guarda relación con la búsqueda constante de una identidad propia. Preocupación por situar
una respuesta certera a la pregunta lanzada desde el comienzo de la época colonial: ¿Qué somos?
* La segunda problemática, ligada a la respuesta que se ha venido dando a la primera, es la de: ¿qué lugar
ocupamos en el concierto mundial?
Esta doble preocupación antecedió a los movimientos revolucionarios que gestaron los procesos
independentistas de comienzos del siglo XIX. Preocupación, que lejos de decaer, se terminó de configurar en
su real significación con los pensadores que prosiguieron, en el ámbito de las ideas, el trabajo realizado por los
hombres de acción. Ya Simón Bolívar se preguntaba en la carta de Jamaica ¿Qué somos?, ¿Indios?,
¿Españoles?, ¿Americanos?, ¿Europeos? Y ligadas a estas preguntas las consideraciones relacionales: ¿Qué
tenemos en común con otros hombres situados allende los mares? Problemáticas que pusieron a estos
hombres en la pista de la segunda emancipación, la independencia mental. Domingo Faustino Sarmiento
vuelve a preguntar: ¿Qué somos? De la respuesta que cada pueblo fue dando depende el orden social y
político que prima en nuestra América.

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Los desafíos que la historia va poniendo a los americanos agudizarán más aún esta doble
preocupación. Anulado el coloniaje impuesto por la Europa ibera surgen nuevas formas de dominación que
mantendrán la tensión durante todo el siglo XIX. La Europa occidental y los Estados Unidos, al otro lado del
río bravo en América, van imponiendo formas de integración ajenas a la voluntad de los pueblos de la
América Latina. Las preguntas sobre la identidad son ahora en relación con la extraordinaria civilización que
el mundo occidental, Europa y Estados Unidos, había originado y las razones por las cuales los pueblos de
nuestra región se saben marginados. ¿Cómo ser como Europa?, ¿Cómo ser como Estados Unidos? Preguntas
de corte relacional que se enfrentan a la misma identidad que se venía formando. Paradoja del ser
latinoamericano, que para llegar a ser debe dejar de ser. Se trata de eliminar la vieja identidad, en tanto que
esta actúa como prolongación del antiguo coloniaje, y relega a los pueblos americanos al atraso y la
postergación. ¿Cómo ser occidentales? Hay que dejar de ser indios, españoles y mestizos: para ello, debemos
lavarnos la sangre y el cerebro. Habrá que anular etnias y culturas consideradas impuestas por el coloniaje para
poder ser otro de lo que se es. Fue esta la respuesta que emprendieron los positivistas y emancipadores
cuando ya el siglo comenzaba a declinar.
Como un rechazo a la nueva dependencia que se forma a partir de los Estados Unidos, –quienes han
expulsado a los españoles de sus últimas colonias en 1898, y se han erigido como el modelo a imitar-, surge
una necesidad de autoafirmarse en lo propio, éste es el mensaje de los Martí, Rodó y Vasconcelos. Un no a la
alineación a Estados Unidos y la asunción de la múltiple identidad que caracteriza a los hombres de la región.
José Vasconcelos resume esta idea en la utopía de la Raza Cósmica. ¿Qué somos? Somos indios, españoles,
americanos, africanos, asiáticos y mestizos, y por serlo, una rica y peculiar expresión del hombre. Un crisol
donde se funden un conjunto de razas y culturas.
Identidad en lo múltiple, parece ser la consigna del pensamiento de principios del siglo XX. Hacer de
lo propio la afirmación de una voluntad universal. ¿Pero es posible eso? Se preguntó la generación de
pensadores que tomó el relevo a mediados de siglo. La segunda problemática nuevamente amenaza con
contradecir la primera. ¿Cómo afirmar lo propio, por más grande que sea nuestra riqueza, si otros se
benefician con el fruto de nuestro esfuerzo? ¿Cómo fundar identidad al interior de un esquema de
subordinación? Desconfianza terrible que fue gestándose a través del análisis de los frutos intelectuales que el
continente va teniendo.
Ya no se trata de dar respuesta a una pregunta que a los habitantes de mediados de siglo les pareció
abstracta; ¿Qué somos? Sino más bien, adentrarse en la complejidad del ¿Qué podemos ser? Problemática
emparentada con nuestro rol subordinado y dependiente. Agonística del poder que lleva a los pensadores de
esta América a desenterrar las viejas banderas de la emancipación.
Si la problemática acerca de la identidad se juega cada vez más en el lugar que ocupamos en el
concierto mundial, el mapa de nuestras ideas nos obliga a situar este periodo como el lugar privilegiado donde
se resolverá un destino. Los años sesenta aparecen como la culminación de todo un proceso, a la vez que
configuran, un proyecto que estuvo a punto de convertirse en el criterio unificador de una filosofía de carácter
indiscutiblemente latinoamericanista. Vamos a definir este periodo como una etapa de grandes
confrontaciones y con un desarrollo del pensamiento utopista capaz de generar relatos con una fuerza sólo
comparable a la que tuvieron los antiguos emancipadores del siglo anterior.

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El marco más general de la problemática dice relación con la discusión entre lo propio y lo ajeno en
nuestro continente. No es un debate en torno a la originalidad de nuestro pensamiento, sino más bien, sobre
la búsqueda de un camino de interpretación de la realidad que nos ha acompañado desde el tiempo de la
colonia. De las respuestas que se van dando acerca de lo propio y lo ajeno en nuestra reflexión se configura un
camino ascendente de confrontación teórica detrás del cual se agrupan los principales representantes de la
cultura en nuestra región.
Para el pensador Leopoldo Zea la clave de nuestra filosofía se juega en los criterios de asimilación de
los contenidos venidos desde el extranjero, lo verdaderamente propio, sería el tratamiento que se da a los
grandes problemas de la humanidad, a la luz de nuestras necesidades. El verdadero problema no debe ser el
descubrimiento de una esencia oculta que hay rescatar y defender, sino la forma de apropiarse de una
problemática para dar respuesta a una realidad que siempre se presenta como diversa y coyuntural. Por tanto,
frente a la duda que cruza radicalmente este periodo acerca de si existe una filosofía propiamente americana,
Leopoldo Zea responderá afirmativamente, teniendo en consideración, por una parte, la continuidad que esta
preocupación ha tenido en nuestro continente –inédita al interior de la cultura occidental–, y por otra parte,
considerando el largo recorrido que han tenido las respuestas, donde el ingenio se ha mezclado con la
agudeza, para dar como fruto una auténtica búsqueda del saber, que es el único principio que define la
filosofía y ordena sus coordenadas.
Hay una serie de pensadores que pondrán el énfasis en los frutos concretos de la reflexión que se ha
venido realizando en la América latina. Por nombrar un filósofo, podemos citar a Augusto Salazar Bondy,
quién a fines de los años ´60 sostiene, en el punto central de su argumentación que, en la América Latina ha
primado la copia y el remedo, la asimilación sería sino el refugio de un pensamiento que se sabe cautivo, tal
vez una conducta residual de la antigua costumbre colonial de aclimatar el espíritu europeo a un paisaje un
tanto díscolo. No sólo primacía de lo ajeno, sino también, dependencia y vasallaje. El diagnóstico es penoso,
en nuestra región no hacemos más que imitar y esto no por falta de motivación para la creación, sino, por un
orden jerárquico y etnocéntrico que nos condenaría a ser pueblos relegados y de segunda categoría; sometidos
en lo político; dependientes en lo económico; y deficitarios en lo intelectual. La respuesta a la pregunta acerca
de una filosofía auténticamente latinoamericana, para este tipo de pensamiento, no termina con una
afirmación, sino con una negativa que se convierte en el enunciado de un proyecto; el relato emancipatorio de
la unidad latinoamericana frente a la dominación extranjera. De esta forma, si hay algo realmente propio en la
filosofía, esto ha sido –y es hasta el día de hoy–, la huella de una lucha que los pueblos han realizado en los
distintos frentes por obtener su independencia cultural y política.

Consignas:

1- ¿Cómo han respondido los pensadores de América Latina a la duda inicial que tuvieron?
2- ¿Qué es lo que “mueve” a la filosofía latinoamericana?
3- Explicar las características distintivas del pensamiento filosófico latinoamericano
4- ¿Cuáles son las primeras problemáticas que aborda la Filosofía americana?

PENSAMIENTO POLÍTICO LATINOAMERICANO Profesor Darío ALMIRÓN


E.E.S. N° 3 “ABI MARÍA FLORENCIA ORTEGA”
5° Año

5- Durante los procesos revolucionarios, ¿qué preocupaciones aparecerán y moverán a los


emancipadores?
6- ¿Cuál es la postura de Alberdi y de Sarmiento respecto afán de esconder el pasado colonial e
indígena?
7- ¿Qué problemas enfrentan los positivistas latinoamericanos?
8- ¿Qué dudas de identidad surgen a partir de la aparición de Estados Unidos cómo potencia?
9- ¿Cuál es la clave de nuestra Filosofía, según Leopoldo Zea?
10- ¿Qué sostiene Zalazar Bondy?

PENSAMIENTO POLÍTICO LATINOAMERICANO Profesor Darío ALMIRÓN

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