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Catequesis Del Papa Sobre Los Sacramentos

El documento habla sobre el sacramento del bautismo. Explica que el bautismo nos hace miembros de Cristo y de su iglesia, y forma la base de nuestra fe. Además, aunque muchos no recuerdan su propio bautismo, se nos pide vivir el don recibido cada día. El bautismo nos libera del pecado y nos permite vivir en comunión con Dios y los demás.

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Catequesis Del Papa Sobre Los Sacramentos

El documento habla sobre el sacramento del bautismo. Explica que el bautismo nos hace miembros de Cristo y de su iglesia, y forma la base de nuestra fe. Además, aunque muchos no recuerdan su propio bautismo, se nos pide vivir el don recibido cada día. El bautismo nos libera del pecado y nos permite vivir en comunión con Dios y los demás.

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Es el sacramento sobre el que se sustenta nuestra fe

Catequésis sobre los Sacramentos. El Bautismo. Miércoles 8 enero 2014.


Comenzamos una serie de catequesis sobre los Sacramentos, y la primera es respecto al
Bautismo. 

1. El Bautismo es el sacramento sobre el que se sustenta nuestra propia fe y que nos
injerta como miembros vivos en Cristo y en su Iglesia. Junto a la Eucaristía y la
Confirmación forma la llamada "Iniciación Cristiana", la cual constituye como un único
gran evento sacramental que nos configura al Señor y nos convierte en un signo vivo de su
presencia y de su amor.

Pero puede nacer en nosotros una pregunta: ¿es realmente necesario el Bautismo para
vivir como cristianos y seguir a Jesús? ¿No se trata en el fondo de un simple rito, un acto
formal de la Iglesia? (...) En este sentido, es esclarecedor lo que escribe el apóstol Pablo:
"¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados
en su muerte? A través del bautismo, pues, fuimos sepultados con él en la muerte, para
que al igual que Cristo resucitó de los muertos por medio de la gloria del Padre, así
también nosotros podamos caminar en una vida nueva" (Rm 6,3-4). ¡Así que no es una
formalidad! Es un acto que afecta profundamente nuestra existencia. (...) Nosotros con el
bautismo somos sumergidos en la fuente inagotable de la vida que es la muerte de Jesús,
el más grande acto de amor de toda la historia; y gracias a este amor podemos vivir una
nueva vida, ya no a merced del mal, el pecado y la muerte, sino en comunión con Dios y
con los hermanos.

2. Muchos de nosotros no tienen el más mínimo recuerdo de la celebración de este


Sacramento, y es obvio, si hemos sido bautizados poco después del nacimiento. (...) Pero
el riesgo es perder la conciencia de lo que el Señor ha hecho en nosotros, del don que
hemos recibido. Entonces llegamos a considerarlo sólo como un evento que ha ocurrido
en el pasado - y ni siquiera por nuestra propia voluntad, sino por la de nuestros padres –
por lo que ya no tiene ninguna incidencia sobre el presente. (...) Estamos llamados a vivir
nuestro Bautismo todos los días, como una realidad actual en nuestra existencia. Si
conseguimos seguir a Jesús y a permanecer en la Iglesia, a pesar de nuestras
limitaciones y nuestras fragilidades, (...) es precisamente por el Sacramento en el que
nos hemos convertido en nuevas criaturas y hemos sido revestidos de Cristo. Es en
virtud del Bautismo, en efecto, que, liberados del pecado original, estamos injertados en la
relación de Jesús con Dios Padre; que somos portadores de una esperanza nueva, (...) que
nada ni nadie puede apagar, (...) que somos capaces de perdonar y de amar incluso al que
nos ofende y nos hace daño; que consigamos reconocer en los últimos y en los pobres el
rostro del Señor que nos visita y se hace cercano. (...)

3. Un último elemento importante: (...) ¡nadie puede bautizarse a sí mismo! (...)


Podemos pedirlo, desearlo, pero siempre necesitamos a alguien que nos confiera este
Sacramento en el nombre del Señor. El Bautismo es un don que se otorga en un contexto
de interés e intercambio fraterno. (...) En su celebración podemos reconocer los rasgos
más genuinos de la Iglesia, que como una madre sigue generando nuevos hijos en Cristo,
en la fecundidad del Espíritu Santo.
1
Entonces pidamos de corazón al Señor para que podamos experimentar cada vez más, en
la vida cotidiana, la gracia que hemos recibido en el Bautismo. Que encontrándonos,
nuestros hermanos puedan encontrar a verdaderos hijos de Dios, a verdaderos hermanos y
hermanas de Jesucristo, a verdaderos miembros de la Iglesia. (...)

El Bautismo nos hace miembros del Cuerpo de Cristo y del Pueblo de Dios
Catequesis sobre los Sacramentos. El Bautismo. Miércoles 15 enero 2014.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! 

Acerca del Bautismo quisiera detenerme hoy, para subrayar un fruto muy importante de
este Sacramento: él nos hace transformarnos en miembros del Cuerpo de Cristo y del
Pueblo de Dios. Santo Tomás de Aquino afirma que quién recibe el Bautismo es
incorporado a Cristo casi como su mismo miembro y es agregado a la comunidad de los
fieles (Summa Theologiae, III, q. 69, art. 5; q. 70, art.1). En la escuela del Concilio
Vaticano II, nosotros decimos hoy que el Bautismo nos hace entrar en el Pueblo de Dios,
nos transforma en miembros de un Pueblo en camino, peregrinante en la historia. 

En efecto, como de generación en generación se transmite la vida, así también de


generación en generación, a través del renacimiento de la fuente bautismal, se transmite la
gracia, y con esta gracia el Pueblo cristiano camina en el tiempo, como un río que irriga la
tierra y difunde en el mundo la bendición de Dios. 

En virtud del Bautismo nosotros nos transformamos en discípulos misioneros, llamados a


llevar el Evangelio en el mundo (Exhortación Apost. Evangelii gaudium, 120). "Cada
bautizado, cualquiera sea su función en la Iglesia y el grado de instrucción de su fe, es un
sujeto activo de evangelización. La nueva evangelización debe implicar un nuevo
protagonismo de cada uno de los bautizados." (ibid.) el Pueblo de Dios es un Pueblo
discípulo y misionero. Todos en la Iglesia somos discípulos y lo somos siempre, por toda
la vida; y todos somos misioneros, cada uno en el puesto que el Señor le ha asignado. 

Existe un vínculo indisoluble entre la dimensión mística y aquella misionera de la


vocación cristiana, ambas radicadas en el Bautismo. "Recibiendo la fe y el bautismo,
nosotros cristianos acogemos la acción del Espíritu Santo que conduce a confesar a
Jesucristo como Hijo de Dios y a llamar Dios Abbá (Padre). Todos los bautizados y las
bautizadas estamos llamados a vivir y a transmitir la comunión con la Trinidad, porque la
evangelización es un llamado a la participación de la comunión trinitaria" (Documento
final de Aparecida, n. 157). 

Nadie se salva solo. Somos comunidad de creyentes, y en la comunidad experimentamos


la belleza de compartir la experiencia de un amor que nos precede a todos, pero que al
mismo tiempo nos pide que seamos "canales" de la gracia los unos por los otros, no
obstante nuestros límites y nuestros pecados. 

La dimensión comunitaria no es sólo un "marco", un "contorno", sino que es parte


integrante de la vida cristiana, del testimonio y de la evangelización. La fe cristiana nace y
2
vive en la Iglesia, y en el Bautismo las familias y las parroquias celebran la incorporación
de un nuevo miembro a Cristo y a su cuerpo, que es la Iglesia (ibid., n.175 b). 

A propósito de la importancia del Bautismo para el Pueblo de Dios, es ejemplar la historia


de la comunidad cristiana en Japón. Ella sufrió una dura persecución a los inicios del siglo
XVII. Hubo numerosos mártires, los miembros del clero fueron expulsados y millares de
fieles fueron asesinados. Entonces la comunidad se retiró en la clandestinidad,
conservando la fe y la oración en el ocultamiento. 

Cuando después de casi dos siglos y medio, los misioneros volvieron a Japón, millares de
cristianos salieron a la luz y la Iglesia pudo reflorecer. ¡Habían sobrevivido con la gracia
de su Bautismo! Y habían mantenido, aunque en secreto, un fuerte espíritu comunitario,
porque el Bautismo los había hecho transformar en un sólo cuerpo en Cristo: estaban
aislados y escondidos, pero eran siempre miembros de la Iglesia. ¡Podemos aprender tanto
de esta historia! 

El Sacamento de la Confirmación
El término "Confirmación" nos recuerda que este Sacramento confiere un crecimiento de la gracia bautismal.
En esta tercera catequesis sobre los sacramentos, nos centramos en la confirmación, que
debe ser entendida en continuidad con el Bautismo, al que está vinculada de manera
inseparable. Estos dos sacramentos, junto con la Eucaristía, constituyen un único evento
salvador que se llama: la "iniciación cristiana", en el que somos insertados en Cristo Jesús
muerto y resucitado, y nos convertimos en nuevas criaturas y miembros de la Iglesia. Es
por ello que en su origen estos tres sacramentos se celebraban en un solo momento, al
final del camino catecumenal, que era por lo general en la Vigilia de Pascua. Así venía
sellado el camino de formación y de progresiva inserción en la comunidad cristiana que
podía durar unos cuantos años. Se hacía paso a paso, ¿no?, para llegar al Bautismo,
después a la Confirmación y a la Eucaristía. 

Comúnmente hablamos del sacramento de la "Confirmación", una palabra que significa "
unción". Y, de hecho, a través del óleo, llamado "sagrado crisma" venimos formamos, en
la potencia del Espíritu, a Jesucristo, que es el único verdadero "ungido ", el " Mesías", el
Santo de Dios. Hemos escuchado en el Evangelio como Jesús lee aquello de Isaías, lo
vemos más adelante, es el ungido: "yo soy enviado y ungido para esta misión." 

El término "Confirmación" nos recuerda que este Sacramento confiere un crecimiento de


la gracia bautismal: nos une más firmemente a Cristo; completa nuestro vínculo con la
Iglesia; nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe,
para confesar el nombre de Cristo y para no sentir jamás vergüenza de su cruz (cf.
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1303). Y por esta razón es importante tener cuidado
de que nuestros niños, nuestros muchachos tengan este sacramento. Todos nos
preocupamos de que estén bautizados y esto es bueno, ¿eh? Pero tal vez no tengamos
tanto cuidado de que reciban la Confirmación: quedan a mitad de camino y no reciben el
Espíritu Santo, ¡eh!, ¡que es muy importante en la vida cristiana, porque nos da la fuerza
para seguir adelante! Pensemos un poco, cada uno de nosotros: ¿estamos, de verdad,
3
preocupados de que nuestros niños y muchachos reciban la Confirmación? Es importante
esto: es importante. Y si ustedes tienen niños o muchachos en casa que todavía no la han
recibido y tienen la edad suficiente para recibirla, hagan todo lo posible para acabar esta
iniciación cristiana para que ellos reciban la fuerza del Espíritu Santo. ¡Es importante! 

Por supuesto, es importante ofrecer a los que reciben la Confirmación una buena
preparación, que debe tener como objetivo conducirlos a una adhesión personal a la fe en
Cristo y despertar en ellos el sentido de pertenencia a la Iglesia. 

La Confirmación, como todo Sacramento, no es la obra de los hombres, sino de Dios, que
cuida de nuestras vidas para moldearnos a la imagen de su Hijo, para que podamos amar
como Él. Y hace esto infundiendo en nosotros su Espíritu Santo, cuya acción impregna a
toda la persona y durante toda la vida, como se refleja en los siete dones que la Tradición,
a la luz de la Sagrada Escritura, siempre ha evidenciado. De estos siete dones… no quiero
preguntarles si se acuerdan de los siete dones, no. Tal vez muchos lo dirán, pero que no es
necesario, no. Todos dirán es éste, éste, ese otro... pero no lo hagan. Yo los digo en su
nombre, ¿eh? ¿Cuáles son los dones? La Sabiduría, el Intelecto, el Consejo, la Fortaleza,
la Ciencia, la Piedad y Temor de Dios. Y estos dones se nos han dado precisamente con el
Espíritu Santo en el Sacramento de la Confirmación. A estos dones tengo la intención de
dedicar las catequesis que seguirán a las de los Sacramentos. 

Cuando acogemos al Espíritu Santo en nuestros corazones, y lo dejamos actuar,


Cristo se hace presente en nosotros y toma forma en nuestra vida; a través de nosotros,
será Él -oigan bien esto, ¿eh?, a través de nosotros será el mismo Cristo quien orará,
perdonará, infundirá esperanza y consuelo, servirá a los hermanos, estará cerca de los
necesitados y de los últimos, creará comunión y sembrará la paz. ¡Piensen en lo
importante que es esto: que es a través del Espíritu Santo, que viene Cristo para hacer todo
esto en medio de nosotros y para nosotros! Por esta razón, es importante que los niños y
jóvenes reciban este Sacramento. 

¡Queridos hermanos y hermanas, recordemos que hemos recibido la Confirmación, todos


nosotros! Recordémoslo ante todo para dar las gracias al Señor por este don y luego para
pedirle que nos ayude a vivir como verdaderos cristianos, a caminar con alegría según el
Espíritu Santo que nos fue dado. ¡Está visto, que estos últimos miércoles, a mitad de la
audiencia, nos bendicen desde el Cielo: pero, ustedes son valientes, adelante! 

La Eucarística es mucho más que un banquete


De este sacramento del amor, brota todo auténtico camino de fe, de comunión y de testimonio
Queridos hermanos y hermanas, 

La Eucaristía se coloca en el corazón de la “iniciación cristiana”, junto al Bautismo y a la


Confirmación y constituye la fuente de la vida misma de la Iglesia. De este Sacramento
del amor, de hecho, surge todo camino auténtico de fe, de comunión y de testimonio. 

Lo que vemos cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía, nos hace intuir lo que
vamos a vivir. En el centro del espacio destinado a la celebración se encuentra el altar, que
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es una mesa, cubierto por un mantel y nos recuerda a un banquete. Sobre la mesa hay una
cruz, que indica que sobre este altar se ofrece el sacrificio de Cristo: es Él la comida
espiritual que allí se recibe, bajo el signo del pan y del vino. Al lado de la mesa está el
ambón, es decir el lugar desde el que se proclama la Palabra de Dios: esto indica que allí
nos reunimos para escuchar al Señor que nos habla mediante las Sagradas Escrituras y por
tanto el alimento que se recibe es también su Palabra. 

Palabra y Pan en la Misa se convierten en una única cosa, como en la Última Cena,
cuando todas las palabras de Jesús, todos los signos que había hecho, se condensaron en el
gesto de partir el pan y de ofrecer el cáliz, anticipo del sacrificio de la cruz, y en aquellas
palabras: “Tomad, comed, este es mi cuerpo… Tomad bebed, esta es mi sangre”. 

El gesto de Jesús, cumplido en la Última Cena es el extremo agradecimiento al Padre por


su amor, por su misericordia. "Agradecimiento" en griego se dice "eucaristía". Es el
supremo agradecimiento al Padre, que nos ha amado tanto que nos ha dado a su Hijo por
amor. He aquí la razón de que el término "eucaristía", resume todo el gesto, que es el
gesto de Dios y del hombre unidos, gesto de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero
hombre. 

Por tanto, la celebración eucarística es más que un simple banquete: es el memorial de la


Pascua de Jesús, el misterio central de la salvación. "Memorial" no significa solo el
recuerdo, un simple recuerdo, sino que quiere decir que cada vez que celebramos este
Sacramento participamos en el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. La
Eucaristía constituye la cima de la acción salvífica de Dios: el Señor Jesús, haciéndose
pan partido por nosotros, vierte sobre nosotros toda su misericordia y su amor, para
renovar nuestro corazón, nuestra existencia, y el modo de relacionarnos con Él y con los
hermanos. Y por esto comúnmente, cuando nos acercamos a este Sacramento, se dice que
"recibimos la Comunión", "hacemos la Comunión": esto significa que en la potencia del
Espíritu Santo, la participación en la mesa eucarística nos conforma de un modo único y
profundo a Cristo, haciéndonos pregustar ya la plena comunión con el Padre que
caracterizará el banquete celeste, donde con todos los Santos, tendremos la alegría
inimaginable de contemplar a Dios cara a cara. 

Queridos amigos, ¡no agradeceremos nunca suficientemente al Señor por el don que nos
ha hecho con la Eucaristía! ¡Es un don tan grande! Y por esto es muy importante ir a Misa
los domingos. Ir a Misa no solo para rezar sino para recibir la comunión, este pan que es
el Cuerpo de Jesucristo y que nos salva, nos perdona, nos une al Padre ¡Es bello hacer
esto! Y todos los domingos vamos a Misa porque es el día de la Resurrección del Señor,
por esto el domingo es tan importante para nosotros. Y con la Eucaristía sentimos la
pertenencia a la Iglesia, al Pueblo de Dios, al Cuerpo de Dios, a Jesucristo. 

Y nunca terminaremos de acoger todo su valor y riqueza. Pidámosle que este Sacramento
pueda continuar manteniendo viva en la Iglesia su presencia y plasmar nuestras
comunidades en la caridad y en la comunión, según el corazón del Padre. Y esto se hace
durante toda la Vida pero se empieza el día de la Primera Comunión. Es importante que
los niños se preparen bien para la Primera Comunión y que ningún niño se quede sin
hacerla. Porque es el primer paso de esta pertenencia a Jesucristo fuerte, fuerte después
5
del Bautismo y la Confirmación. 
Relación entre la Eucaristía y nuestra vida
¿Qué es para nosotros? ¿Es sólo un momento de fiesta, una tradición, una ocasión para sentirnos bien, o...
algo más?
Queridos hermanos y hermanas 

En la última catequesis subrayé que la Eucaristía nos introduce en la comunión real con
Jesús y su misterio pascual, renovando para nosotros, como fuente inagotable, todo el amor
y la gracia que brotan de la pasión, muerte y resurrección de Cristo.

Ahora podemos plantearnos algunas preguntas respecto a la relación entre la Eucaristía que
celebramos y nuestra vida, como Iglesia y como cristianos a nivel individual.

Nos preguntamos: ¿Cómo vivimos la Eucaristía? ¿Qué es para nosotros? ¿Es sólo un


momento de fiesta, una tradición consolidada, una ocasión para encontrarnos o para
sentirnos bien, o algo más? Hacer memoria de cuánto el Señor nos ha amado y dejarnos
nutrir por Él – por su Palabra y por su Cuerpo – ¿toca realmente nuestro corazón, nuestra
existencia, nos hace más similares a Él, o bien supone un paréntesis, un momento en sí que
no nos implica y no nos cambia? 

Hay señales muy concretas para comprender cómo vivimos todo esto.

 La primera señal es nuestra manera de mirar y de considerar a los demás. En la


Eucaristía Cristo realiza siempre de nuevo el don de sí que hizo en la Cruz. Toda su vida es
un acto de total don de sí por amor; por ello Él quería estar con los discípulos y con las
personas que conocía. Esto significaba para Él compartir sus deseos, sus problemas, lo que
agitaba sus almas y sus vidas. Ahora nosotros, cuando participamos en la Santa Misa, nos
encontramos con hombres y mujeres de todo tipo: jóvenes, ancianos, niños; pobres y gente
acomodada; nativos y forasteros; acompañados de sus familiares y solos. Pero la Eucaristía
que celebro, ¿me lleva a sentirlos a todos, de verdad, como hermanos y hermanas? ¿Hace
crecer en mí la capacidad de alegrarme con el que se alegra y de llorar con el que llora? ¿Me
empuja a ir hacia los pobres, los enfermos, los marginados? ¿Me ayuda a reconocer en ellos
el rostro de Jesús? 

 Un segundo indicio, muy importante, es la gracia de sentirnos perdonados y dispuestos


a perdonar. A veces alguno pregunta: "¿Para qué se debería ir a la iglesia, dado que los que
participan habitualmente en la Santa Misa es pecador como los demás?" En realidad, quien
celebra la Eucaristía no lo hace porque se considera o quiere parecer mejor que los demás,
sino precisamente porque se reconoce siempre necesitado de ser acogido y regenerado por la
misericordia de Dios, hecha carne en Jesucristo. Ese "Yo confieso" que decimos al principio
no es un "pro forma", ¡es un verdadero acto de penitencia! No debemos nunca olvidar que la
Ultima Cena de Jesús tuvo lugar "en la noche en que iba a ser entregado" (1 Cor 11,23). En
ese pan y en ese vino que ofrecemos y en torno al cual nos reunimos se renueva cada vez el
don del cuerpo y de la sangre de Cristo para la remisión de nuestros pecados. Esto resume de
la mejor forma el sentido más profundo del sacrificio del Señor Jesús y ensancha a su vez
nuestro corazón al perdón de los hermanos y a la reconciliación. 

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 Un último indicio precioso se nos ofrece en la relación entre la celebración eucarística y
la vida de nuestras comunidades cristianas. Es necesario tener siempre presente que la
Eucaristía no es algo que hacemos nosotros; no es una especie de conmemoración de lo que
Jesús dijo e hizo. No. ¡Es una acción de Cristo! Es un don de Cristo, el cual se hace presente
y nos reúne en torno a sí, para nutrirnos de su Palabra y de su misma vida. Esto significa que
la misión y la identidad misma de la Iglesia surgen de allí, de la Eucaristía, y allí toman
siempre forma. 

Entonces debemos poner atención: una celebración puede resultar impecable desde el punto
de vista exterior, pero si no nos conduce al encuentro con Jesús, corre el riesgo de no traer
ningún alimento a nuestro corazón y a nuestra vida. A través de la Eucaristía, en cambio,
Cristo quiere entrar en nuestra existencia y permearla de su gracia, para que en cada
comunidad cristiana haya coherencia entre liturgia y vida. 

Sacramento de la Confesión, un abrazo de la misericordia del Padre


Celebrar este Sacramento significa estar envueltos en un cálido abrazo: es el abrazo de la infinita
misericordia del Padre.
Queridos hermanos y hermanas,

A través de los Sacramentos de la iniciación cristiana, el Bautismo, la Confirmación y la


Eucaristía, el hombre recibe la vida nueva en Cristo. Ahora bien, todos lo sabemos,
llevamos esta vida "en vasijas de barro" (2 Cor 4, 7), todavía estamos sometidos a la
tentación, al sufrimiento, a la muerte y, a causa del pecado, podemos incluso perder la vida
nueva. Por esta razón el Señor Jesús ha querido que la Iglesia continúe su obra de salvación,
incluso a través de sus propios miembros, en particular con el sacramento de la
Reconciliación y la Unción de los Enfermos, que pueden unirse bajo el nombre de
"Sacramentos de curación". El Sacramento de la Reconciliación es un sacramento de
curación, cuando voy a confesarme es para curarme, curarme el alma, curarme el corazón,
de algo que he hecho que no está bien. El icono bíblico que mejor los expresa, en su
profundo vínculo, es el episodio del perdón y la curación del paralítico, donde el Señor
Jesús se revela al mismo tiempo médico de las almas y de los cuerpos (cf. Mc 2, 1-12 / Mt
9, 1-8; Lc 5, 17-26).

1. El sacramento de la Penitencia, de la Reconciliación, también nosotros lo llamamos de la


Confesión, surge directamente del misterio pascual. De hecho, la misma noche de la
Pascua, el Señor se apareció a los discípulos encerrados en el cenáculo, y, después de
dirigirles el saludo "¡La paz con vosotros!", sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu
Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados" (Jn 20, 21-23). Este pasaje
nos revela la dinámica más profunda que contiene este Sacramento. En primer lugar, el
hecho de que el perdón de nuestros pecados no es algo que podemos darnos a nosotros
mismos. No puedo decir: "Me perdono los pecados". El perdón se pide, se pide a Otro. Y en
la Confesión pedimos el perdón a Jesús. El perdón no es el fruto de nuestros esfuerzos, sino
que es un regalo, un don del Espíritu Santo, que nos llena con el baño de misericordia y de
gracia que fluye sin cesar del corazón abierto de par en par de Cristo crucificado y
resucitado. En segundo lugar, nos recuerda que solo si nos dejamos reconciliar en el Señor
Jesús con el Padre y con los hermanos podemos estar verdaderamente en paz. Y esto lo
hemos sentido todos en el corazón cuando nos vamos a confesar, con un peso en el alma, un
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poco de tristeza y cuando sentimos el perdón de Jesús estamos en paz, con esa paz en el
alma tan bella que solo Jesús nos puede dar. ¡Sólo Él!

2. Con el tiempo, la celebración de este sacramento ha pasado de una forma pública, porque
al principio se hacía públicamente... Ha pasado de esta forma pública a aquella personal, a
aquella forma reservada de la Confesión. Sin embargo, esto no debe hacernos perder la
matriz eclesial, que constituye el contexto vital. De hecho, la comunidad cristiana es el
lugar donde se hace presente el Espíritu, el cual renueva los corazones en el amor de Dios y
hace de todos los hermanos una cosa sola, en Cristo Jesús. He aquí la razón por la que no
basta pedir perdón al Señor en la propia mente y en el propio corazón, sino que es necesario
confesar humildemente y confiadamente los propios pecados al ministro de la Iglesia. En la
celebración de este sacramento, el sacerdote no representa sólo a Dios, sino a toda la
comunidad, que se reconoce en la fragilidad de cada uno de sus miembros, que escucha
conmovida su arrepentimiento, que se reconcilia con él, que lo alienta y lo acompaña en el
camino de conversión y de maduración humana y cristiana.

Uno puede decir: "Yo me confieso solo con Dios". Sí, tú puedes decir Dios perdóname,
puedes decirle tus pecados, pero nuestros pecados son también contra los hermanos, contra
la Iglesia. Y por esto es necesario pedir perdón a la Iglesia y a los hermanos en la persona
del sacerdote. "Pero padre, me da vergüenza". También la vergüenza es buena, es saludable
tener un poco de vergüenza. Porque avergonzarse es saludable. Porque cuando una persona
no tiene vergüenza en mi país decimos que es un -sin vergüenza-, un "sinvergüenza" (lo
dice en español), un -sin vergüenza-. Pero la vergüenza también nos hace bien, porque nos
hace más humildes. Y el sacerdote recibe con amor y con ternura esta confesión y en el
nombre de Dios perdona. También desde el punto de vista humano, para desahogarse es
bueno hablar con el hermano y decir al sacerdote estas cosas con…… son tan pesadas en mi
corazón, y uno siente que se desahoga ante Dios, con la Iglesia, con el hermano. ¡No tengáis
miedo de la Confesión! Uno, cuando está en la cola para confesarse, siente todas estas
cosas, incluso la vergüenza. Pero cuando termina la confesión, sale libre, grande, hermoso,
perdonado, blanco, feliz. ¡Esto es lo hermoso de la confesión!

Yo quisiera preguntaros, pero no decirlo en voz alta, cada uno se contesta en su corazón:
¿Cuándo ha sido la última vez que te has confesado? Que cada uno piense... ¿Eh? ¿Dos
días, dos semanas, dos años, veinte años, cuarenta años? Que cada uno haga la cuenta. Que
cada uno se diga: "¿Cuándo ha sido la última vez que me he confesado?" Y si ha pasado
mucho tiempo, no pierdas un día más, ve adelante, que el sacerdote será bueno. Está Jesús
ahí. Y Jesús es más bueno que los sacerdotes. Y Jesús te recibe. Te recibe con mucho amor.
¡Eres valiente y vas adelante a la Confesión!

Queridos amigos, celebrar el Sacramento de la Reconciliación significa estar envueltos en


un cálido abrazo: es el abrazo de la infinita misericordia del Padre. Recordamos esa
hermosa, ¡hermosa!, parábola del hijo que se ha ido de su casa con el dinero de la herencia,
ha malgastado todo ese dinero y después, cuando no tenia nada, ha decidido volver a casa,
pero no como hijo sino como siervo. Tenía tanta culpa en su corazón y tanta vergüenza.
¿Eh? La sorpresa ha sido que, cuando comenzó a hablar y pedir perdón, el padre no le dejó
hablar. Lo abrazó, lo besó e hizo fiesta. Pero yo os digo, ¿eh?: Cada vez que nosotros nos
confesamos, Dios nos abraza, Dios hace fiesta. ¡Vayamos adelante en este camino! ¡Qué el
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Señor os bendiga!

La Unción de los Enfermos


Este sacramento nos permite tocar con la mano la compasión de Dios por el hombre.
Queridos hermanos y hermanas, buen día

Quisiera hablar hoy del sacramento de la unción de los enfermos que nos permite tocar con
la mano la compasión de Dios por el hombre. En el pasado se lo llamaba extremaución,
porque se lo entendía como confort espiritual en el momento de la muerte. Hablar en
cambio de ´unción de los enfermos´, nos ayuda a ampliar la mirada a la experiencia de la
enfermedad y del sufrimiento, en el horizonte de la misericordia de Dios.

Hay una imagen bíblica que expresa en toda su profundidad el misterio que aparece en la
unción de los enfermos. Es la parábola del buen samaritano en el evangelio de Lucas. Cada
vez que celebramos tal sacramento, el Señor Jesús en la persona del sacerdote, se vuelve
cercano a quien sufre o está gravemente enfermo o es anciano.

Dice la parábola, que el buen samaritano se hace cargo del hombre enfermo, poniendo sobre
sus heridas, aceite y vino. El aceite nos hace pensar al que es bendecido por el obispo cada
año en la misa crismal del jueves santo, justamente teniendo en vista la unción de los
enfermos. El vino en cambio es signo del amor y de la gracia de Cristo que nacen del don
de su vida por nosotros, y expresan en toda su riqueza en la vida sacramental de la Iglesia.

Y al final la persona que sufre es confiada a un alberguero para que pueda seguir
cuidándolo sin ahorrar gastos. Ahora, ¿quién es este albergador? La Iglesia y la comunidad
cristiana, somos nosotros a quienes cada día el Señor Jesús confía a quienes están afligidos
en el cuerpo y en el espíritu para que podamos seguir poniendo sobre ellos y sin medida,
toda su misericordia de salvación.

Este mandato es reiterado de manera explicita y precisa en la carta de san Jacobo. Se


recomienda que quien está enfermo llame a los presbíteros de la Iglesia, para que ellos
recen por él ungiéndolo con aceite en nombre del Señor, y la oración hecha con fe salvará al
enfermo. El Señor lo aliviará y si cometió pecados le serán perdonados. Se trata por lo tanto
de una praxis que se usaba ya en el tiempo de los apóstoles. Jesús de hecho le enseñó a sus
discípulos que tuvieran su misma predilección por los que sufren y le transmitió su
capacidad y la tarea de seguir dando en su nombre y según su corazón, alivio y paz, a través
de la gracia especial de tal sacramento.

Esto entretanto no tiene que hacernos caer en la búsqueda obsesiva del milagro o de la
presunción de poder obtener siempre y de todos modos la curación. Pero la seguridad de la
cercanía de Jesús al enfermo, también al anciano, porque cada anciano o persona con más
de 65 años puede recibir este sacramento. Es Jesús que se acerca.

Pero cuando hay un enfermo y se piensa: "llamemos al cura, al sacerdote". "No, no lo


llamemos, trae mala suerte, o el enfermo se va a asustar". Por qué, porque se tiene un poco
9
la idea que cuando hay un enfermo y viene el sacerdote, después llegan las pompas
fúnebres, y eso no es verdad.

El sacerdote, viene para ayudar al enfermo o al anciano, por esto es tan importante la visita
del sacerdote a los enfermos. Llamarlo para que a un enfermo le dé la bendición, lo bendiga,
porque es Jesús que llega, para darle animo, fuerza, esperanza y para ayudarlo. Y también
para perdonar los pecados y esto es hermoso.

No piensen que esto es un tabú, porque siempre es lindo saber que en el momento del dolor
y de la enfermedad nosotros no estamos solos. El sacerdote y quienes están durante la
unción de los enfermos representan de hecho a toda la comunidad cristiana, que como un
único corazón, con Jesús se acerca entorno a quien sufre y a sus familiares, alimentando en
ellos la fe y la esperanza y apoyándolos con la oración y el calor fraterno. Pero el confort
más grande viene del hecho que quien se vuelve presente en el sacramento es el mismo
Señor Jesús, que nos toma por la mano y nos acaricia como hacía Él con los enfermos. Y
nos recuerda que le pertenecemos y que ni siquiera el mal y la muerte nos podrán separar de
Él.

Tengamos esta costumbre de llamar al sacerdote para nuestros enfermos, no dijo para los
resfriados de tres o cuatro días, pero cuando se trata de una enfermedad seria, para que el
sacerdote venga a darle también a nuestros ancianos este sacramento, este confort, esta
fuerza de Jesús para ir adelante. Hagámoslo. Gracias.

El Orden sacerdotal: un don de amor


Es el Sacramento que permite el ejercicio del ministerio, confiado por el Señor Jesús a los Apóstoles.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Ya hemos tenido ocasión de señalar que los tres sacramentos del Bautismo, de la
Confirmación y de la Eucaristía forman juntos el misterio de la "iniciación cristiana", un
único gran evento de gracia que nos regenera en Cristo. Esta es la vocación fundamental
que nos aúna a todos en la Iglesia, como discípulos del Señor Jesús. 

Hay dos Sacramentos que corresponden a dos vocaciones específicas: el Orden y el


Matrimonio. Constituyen dos grandes vías a través de las cuales, el cristiano puede hacer de
su vida un don de amor, siguiendo el ejemplo y en nombre de Cristo. Y así colaborar en la
edificación de la Iglesia.

El Orden, de tres grados: episcopado, presbiterado y diaconado, es el Sacramento que


permite el ejercicio del ministerio, confiado por el Señor Jesús a los Apóstoles, para
apacentar su rebaño con el poder de su Espíritu, de acuerdo a su corazón. 

Apacentar el rebaño de Jesús con la potencia no de la fuerza humana o la propia potencia,


sino del Espíritu y según su corazón; el corazón de Jesús, que es un corazón de amor. El
sacerdote, el obispo y el diácono deben apacentar el rebaño del Señor con amor. Si no lo
hacen con amor, no sirve. Y, en este sentido, los ministros que son elegidos y consagrados
para este servicio prolongan en el tiempo la presencia de Jesús, si lo hacen con el poder del
Espíritu Santo, en el nombre de Dios y con amor.
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1. Un primer aspecto. Los ordenados son colocados a la cabeza de la comunidad.
¡Ah¡ están "a la cabeza".
¡Sí! Sin embargo, para Jesús significa poner la propia autoridad al servicio, como Él mismo
lo ha demostrado y enseñado a sus discípulos con estas palabras: Saben que los gobernantes
de las naciones dominan sobre ellas, y sus líderes los oprimen. No será así entre ustedes. El
que quiera hacerse grande entre ustedes que se haga servidor de todos. Y el que quiera ser
el primero entre ustedes que se haga esclavo de todos. Como el Hijo del hombre no vino
para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos (Mt 20:25-
28 / / Mc 10,42-45). Un obispo que no está al servicio de la comunidad, no hace bien, un
sacerdote, un cura, que no está al servicio de la comunidad, no hace bien. Está equivocado.

2. Otra característica que deriva siempre de esta unión sacramental con Cristo es el
amor apasionado por la Iglesia. Pensemos en el pasaje de la Carta a los Efesios, en la que
San Pablo dice que Cristo "amó a la Iglesia y se entregó por ella para hacerla santa,
purificándola con el lavado del agua mediante la Palabra y para presentársela a sí mismo a
la Iglesia toda gloriosa, sin mancha ni arruga. (5:25-27). En virtud del Orden, el ministro
dedica todo su ser a su comunidad y la ama con todo su corazón: es su familia. El
obispo, el sacerdote aman a la Iglesia en su comunidad, y la aman fuertemente, ¿cómo?
Como Cristo ama a la Iglesia. Lo mismo dirá San Pablo del Matrimonio: el esposo ama a su
esposa como Cristo ama a la Iglesia. Es un misterio grande de amor este del Ministerio
ordenado y aquel del Matrimonio. Los dos Sacramentos, que son el camino por el cual
las personas habitualmente van al Señor.

3. Un último aspecto. El apóstol Pablo le aconseja a su discípulo Timoteo que no


abandone, es más, que reavive el don que hay siempre en él, el don que le ha sido
conferido a través de la imposición de las manos. (cf. 1 Tim 4:14, 2 Tim 1 6 ). Cuando no
se alimenta el ministerio -el ministerio del obispo, el ministerio del sacerdote-, con la
oración, con la escucha de la Palabra de Dios y con la celebración diaria de la Eucaristía y
también con un interés cuidadoso y constante del Sacramento de la Penitencia, se pierde
inevitablemente de vista el verdadero significado del propio servicio y la alegría que nace
de una profunda comunión con el Señor Jesús.

El obispo que no reza, el obispo que no siente y escucha la Palabra de Dios, que no celebra
todos los días, que no va a confesarse regularmente, y lo mismo el sacerdote que no hace
estas cosas, al final pierden esta unión con Jesús y ellos se hacen mediocres y esto no hace
bien a la Iglesia. Por esto debemos ayudar a los obispos, a los sacerdotes a rezar, a escuchar
la Palabra de Dios que es el alimento cotidiano, a celebrar cada día la Eucaristía y a ir a
confesarse habitualmente. Y esto es tan importante para la santificación de los obispos y de
los sacerdotes. 

Yo quisiera terminar también con una cosa que me viene a la mente: ¿cómo se debe hacer
para transformarse en sacerdote, dónde se venden las entradas?

No, no se venden, ¿eh?

Ésta es una iniciativa que toma el Señor. El Señor llama, llama a cada uno que él quiere que
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se haga sacerdote. Y, a lo mejor hay algunos jóvenes aquí que han sentido esta llamada. Las
ganas de hacerse sacerdotes, las ganas de servir a los otros en las cosas de Dios, las ganas
de estar toda la vida al servicio para catequizar, bautizar, perdonar, celebrar la Eucaristía,
sanar a los enfermos, toda la vida así.

Si alguno de ustedes ha escuchado esto en el corazón, es Jesús que lo ha puesto allí, ¿eh?
Cuiden esta invitación y recen para que esto crezca y dé frutos en toda la Iglesia. Gracias.

El Sacramento del Matrimonio, alianza con su pueblo


Somos creados para amar, como reflejo de Dios y de su amor.
El Sacramento del Matrimonio, nos conduce al corazón del designio de Dios, que es un
designio de alianza con su pueblo, con todos nosotros, un designio de comunión. 

Al inicio del libro del Génesis, el primer libro de la Biblia, como coronación del relato de
la creación, se dice: "Dios creó el hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó
varón y mujer... Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los
dos llegan a ser una sola carne". (Gen 1,27; 2,24). 

La imagen de Dios es la pareja matrimonial, el hombre y la mujer, los dos. No


solamente el varón, el hombre, no sólo la mujer, no, los dos. Y ésta es la imagen de Dios:
es el amor, la alianza de Dios con nosotros está allí, está representada en aquella alianza
entre el hombre y la mujer. Y esto es muy bello, es muy bello. 

Somos creados para amar, como reflejo de Dios y de su amor. Y en la unión conyugal el
hombre y la mujer realizan esta vocación en el signo de la reciprocidad y de la comunión
de vida plena y definitiva:

1. Cuando un hombre y una mujer celebran el sacramento del Matrimonio, Dios, por así
decir, se "refleja" en ellos, imprime en ellos los propios lineamientos y el carácter
indeleble de su amor. Un matrimonio es la imagen del amor de Dios con nosotros, es
muy bello. También Dios, en efecto, es comunión: las tres Personas del Padre, el Hijo y
del Espíritu Santo viven desde siempre y para siempre en unidad perfecta. Y es justamente
éste el misterio del Matrimonio: Dios hace de los dos esposos una sola existencia. Y la
Biblia es fuerte dice "una sola carne", ¡así intima es la unión del hombre y de la mujer en
el matrimonio! Y es justamente este el misterio del matrimonio. Es el amor de Dios que
se refleja en el matrimonio, en la pareja que decide vivir juntos y por esto el hombre
deja su casa, la casa de sus padres, y va a vivir con su mujer y se une tan fuertemente
a ella que se transforman, dice la Biblia, en una sola carne. No son dos, es uno. 

2. San Pablo, en la Carta a los Efesios, pone de relieve que en los esposos cristianos se
refleja un misterio "grande": la relación establecida por Cristo con la Iglesia, una relación
nupcial (cf. Ef 5 0,21-33). La Iglesia es la esposa de Cristo: esta relación. Esto significa
que el matrimonio responde a una vocación específica y debe ser considerado como una
consagración (cf. Gaudium et spes, 48; Familiaris consortio, 56). Es una consagración. El
hombre y la mujer están consagrados por su amor, por amor. Los cónyuges, de
hecho, por la fuerza del Sacramento, están investidos por una verdadera y propia misión,
de modo que puedan hacer visible, a partir de las cosas simples, comunes, el amor con
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que Cristo ama a su Iglesia y continúa dando la vida por ella, en la fidelidad y en el
servicio.

3. ¡Realmente es un designio maravilloso aquel que es inherente en el sacramento del


Matrimonio! Y se lleva a cabo en la simplicidad y también la fragilidad de la condición
humana. Sabemos muy bien cuántas dificultades y pruebas conoce la vida de dos
esposos... Lo importante es mantener vivo el vínculo con Dios, que es la base del vínculo
matrimonial. 

El verdadero vínculo es siempre con el Señor. Cuando la familia reza, el vínculo se


mantiene. Cuando el esposo reza por la esposa y la esposa reza por el esposo ese
vínculo se hace fuerte. Uno reza con el otro. Es verdad que en la vida matrimonial hay
tantas dificultades, ¿tantas no? que el trabajo, que el sueldo no alcanza, los chicos tienen
problemas, tantas dificultades. Y tantas veces el marido y la mujer se ponen un poco
nerviosos y pelean entre ellos, ¿o no? Pelean, ¿eh? ¡Siempre! Siempre es así: ¡siempre se
pelea, eh, en el matrimonio! Pero también, algunas veces, vuelan los platos ¿eh? Ustedes
se ríen, ¿eh? Pero es la verdad. Pero no nos tenemos que entristecer por esto. La condición
humana es así. El secreto es que el amor es más fuerte que el momento en el que se
pelea. Y por esto yo aconsejo a los esposos siempre que no terminen el día en el que han
peleado sin hacer las paces. ¡Siempre! Y para hacer las paces no es necesario llamar a las
Naciones Unidas para que vengan a casa a hacer las paces. Es suficiente un pequeño
gesto, una caricia: ¡Chau y hasta mañana! Y mañana se empieza de nuevo. Esta es la vida,
llevarla adelante así, llevarla adelante con el coraje de querer vivirla juntos. Y esto es
grande, es bello ¿eh?
Es una cosa bellísima la vida matrimonial y tenemos que custodiarla siempre, custodiar a
los hijos. Algunas veces yo he dicho aquí que una cosa que ayuda tanto en la vida
matrimonial son tres palabras. No sé si ustedes recuerdan las tres palabras. Tres palabras
que se deben decir siempre, tres palabras que tienen que estar en casa: permiso, gracias,
disculpa.

Las tres palabras mágicas, ¿eh? Permiso, para no ser invasivo en la vida de los
conyugues."Permiso, pero, ¿qué te parece, eh?" Permiso, me permito ¿eh? 

¡Gracias! Agradecer al conyugue: “pero gracias por aquello que hiciste por mí, gracias
por esto”. La belleza de dar las gracias. Y como todos nosotros nos equivocamos, aquella
otra palabra que es difícil de decir, pero que es necesario decirla: perdona, por favor, ¿eh? 
¡Disculpa! ¿Cómo era? Permiso, gracias y disculpa. Repitámoslo juntos. Permiso, gracias
y disculpa. Con estas tres palabras, con la oración del esposo por la esposa y de la esposa
por el esposo y con hacer las paces siempre, antes de que termine el día, el matrimonio irá
adelante. Las tres palabras mágicas, la oración y hacer las paces siempre. El Señor los
bendiga y recen por mí. ¡Gracias!

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