Catequesis Del Papa Sobre Los Sacramentos
Catequesis Del Papa Sobre Los Sacramentos
1. El Bautismo es el sacramento sobre el que se sustenta nuestra propia fe y que nos
injerta como miembros vivos en Cristo y en su Iglesia. Junto a la Eucaristía y la
Confirmación forma la llamada "Iniciación Cristiana", la cual constituye como un único
gran evento sacramental que nos configura al Señor y nos convierte en un signo vivo de su
presencia y de su amor.
Pero puede nacer en nosotros una pregunta: ¿es realmente necesario el Bautismo para
vivir como cristianos y seguir a Jesús? ¿No se trata en el fondo de un simple rito, un acto
formal de la Iglesia? (...) En este sentido, es esclarecedor lo que escribe el apóstol Pablo:
"¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados
en su muerte? A través del bautismo, pues, fuimos sepultados con él en la muerte, para
que al igual que Cristo resucitó de los muertos por medio de la gloria del Padre, así
también nosotros podamos caminar en una vida nueva" (Rm 6,3-4). ¡Así que no es una
formalidad! Es un acto que afecta profundamente nuestra existencia. (...) Nosotros con el
bautismo somos sumergidos en la fuente inagotable de la vida que es la muerte de Jesús,
el más grande acto de amor de toda la historia; y gracias a este amor podemos vivir una
nueva vida, ya no a merced del mal, el pecado y la muerte, sino en comunión con Dios y
con los hermanos.
El Bautismo nos hace miembros del Cuerpo de Cristo y del Pueblo de Dios
Catequesis sobre los Sacramentos. El Bautismo. Miércoles 15 enero 2014.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Acerca del Bautismo quisiera detenerme hoy, para subrayar un fruto muy importante de
este Sacramento: él nos hace transformarnos en miembros del Cuerpo de Cristo y del
Pueblo de Dios. Santo Tomás de Aquino afirma que quién recibe el Bautismo es
incorporado a Cristo casi como su mismo miembro y es agregado a la comunidad de los
fieles (Summa Theologiae, III, q. 69, art. 5; q. 70, art.1). En la escuela del Concilio
Vaticano II, nosotros decimos hoy que el Bautismo nos hace entrar en el Pueblo de Dios,
nos transforma en miembros de un Pueblo en camino, peregrinante en la historia.
Cuando después de casi dos siglos y medio, los misioneros volvieron a Japón, millares de
cristianos salieron a la luz y la Iglesia pudo reflorecer. ¡Habían sobrevivido con la gracia
de su Bautismo! Y habían mantenido, aunque en secreto, un fuerte espíritu comunitario,
porque el Bautismo los había hecho transformar en un sólo cuerpo en Cristo: estaban
aislados y escondidos, pero eran siempre miembros de la Iglesia. ¡Podemos aprender tanto
de esta historia!
El Sacamento de la Confirmación
El término "Confirmación" nos recuerda que este Sacramento confiere un crecimiento de la gracia bautismal.
En esta tercera catequesis sobre los sacramentos, nos centramos en la confirmación, que
debe ser entendida en continuidad con el Bautismo, al que está vinculada de manera
inseparable. Estos dos sacramentos, junto con la Eucaristía, constituyen un único evento
salvador que se llama: la "iniciación cristiana", en el que somos insertados en Cristo Jesús
muerto y resucitado, y nos convertimos en nuevas criaturas y miembros de la Iglesia. Es
por ello que en su origen estos tres sacramentos se celebraban en un solo momento, al
final del camino catecumenal, que era por lo general en la Vigilia de Pascua. Así venía
sellado el camino de formación y de progresiva inserción en la comunidad cristiana que
podía durar unos cuantos años. Se hacía paso a paso, ¿no?, para llegar al Bautismo,
después a la Confirmación y a la Eucaristía.
Comúnmente hablamos del sacramento de la "Confirmación", una palabra que significa "
unción". Y, de hecho, a través del óleo, llamado "sagrado crisma" venimos formamos, en
la potencia del Espíritu, a Jesucristo, que es el único verdadero "ungido ", el " Mesías", el
Santo de Dios. Hemos escuchado en el Evangelio como Jesús lee aquello de Isaías, lo
vemos más adelante, es el ungido: "yo soy enviado y ungido para esta misión."
Por supuesto, es importante ofrecer a los que reciben la Confirmación una buena
preparación, que debe tener como objetivo conducirlos a una adhesión personal a la fe en
Cristo y despertar en ellos el sentido de pertenencia a la Iglesia.
La Confirmación, como todo Sacramento, no es la obra de los hombres, sino de Dios, que
cuida de nuestras vidas para moldearnos a la imagen de su Hijo, para que podamos amar
como Él. Y hace esto infundiendo en nosotros su Espíritu Santo, cuya acción impregna a
toda la persona y durante toda la vida, como se refleja en los siete dones que la Tradición,
a la luz de la Sagrada Escritura, siempre ha evidenciado. De estos siete dones… no quiero
preguntarles si se acuerdan de los siete dones, no. Tal vez muchos lo dirán, pero que no es
necesario, no. Todos dirán es éste, éste, ese otro... pero no lo hagan. Yo los digo en su
nombre, ¿eh? ¿Cuáles son los dones? La Sabiduría, el Intelecto, el Consejo, la Fortaleza,
la Ciencia, la Piedad y Temor de Dios. Y estos dones se nos han dado precisamente con el
Espíritu Santo en el Sacramento de la Confirmación. A estos dones tengo la intención de
dedicar las catequesis que seguirán a las de los Sacramentos.
Lo que vemos cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía, nos hace intuir lo que
vamos a vivir. En el centro del espacio destinado a la celebración se encuentra el altar, que
4
es una mesa, cubierto por un mantel y nos recuerda a un banquete. Sobre la mesa hay una
cruz, que indica que sobre este altar se ofrece el sacrificio de Cristo: es Él la comida
espiritual que allí se recibe, bajo el signo del pan y del vino. Al lado de la mesa está el
ambón, es decir el lugar desde el que se proclama la Palabra de Dios: esto indica que allí
nos reunimos para escuchar al Señor que nos habla mediante las Sagradas Escrituras y por
tanto el alimento que se recibe es también su Palabra.
Palabra y Pan en la Misa se convierten en una única cosa, como en la Última Cena,
cuando todas las palabras de Jesús, todos los signos que había hecho, se condensaron en el
gesto de partir el pan y de ofrecer el cáliz, anticipo del sacrificio de la cruz, y en aquellas
palabras: “Tomad, comed, este es mi cuerpo… Tomad bebed, esta es mi sangre”.
Queridos amigos, ¡no agradeceremos nunca suficientemente al Señor por el don que nos
ha hecho con la Eucaristía! ¡Es un don tan grande! Y por esto es muy importante ir a Misa
los domingos. Ir a Misa no solo para rezar sino para recibir la comunión, este pan que es
el Cuerpo de Jesucristo y que nos salva, nos perdona, nos une al Padre ¡Es bello hacer
esto! Y todos los domingos vamos a Misa porque es el día de la Resurrección del Señor,
por esto el domingo es tan importante para nosotros. Y con la Eucaristía sentimos la
pertenencia a la Iglesia, al Pueblo de Dios, al Cuerpo de Dios, a Jesucristo.
Y nunca terminaremos de acoger todo su valor y riqueza. Pidámosle que este Sacramento
pueda continuar manteniendo viva en la Iglesia su presencia y plasmar nuestras
comunidades en la caridad y en la comunión, según el corazón del Padre. Y esto se hace
durante toda la Vida pero se empieza el día de la Primera Comunión. Es importante que
los niños se preparen bien para la Primera Comunión y que ningún niño se quede sin
hacerla. Porque es el primer paso de esta pertenencia a Jesucristo fuerte, fuerte después
5
del Bautismo y la Confirmación.
Relación entre la Eucaristía y nuestra vida
¿Qué es para nosotros? ¿Es sólo un momento de fiesta, una tradición, una ocasión para sentirnos bien, o...
algo más?
Queridos hermanos y hermanas
En la última catequesis subrayé que la Eucaristía nos introduce en la comunión real con
Jesús y su misterio pascual, renovando para nosotros, como fuente inagotable, todo el amor
y la gracia que brotan de la pasión, muerte y resurrección de Cristo.
Ahora podemos plantearnos algunas preguntas respecto a la relación entre la Eucaristía que
celebramos y nuestra vida, como Iglesia y como cristianos a nivel individual.
Hay señales muy concretas para comprender cómo vivimos todo esto.
6
Un último indicio precioso se nos ofrece en la relación entre la celebración eucarística y
la vida de nuestras comunidades cristianas. Es necesario tener siempre presente que la
Eucaristía no es algo que hacemos nosotros; no es una especie de conmemoración de lo que
Jesús dijo e hizo. No. ¡Es una acción de Cristo! Es un don de Cristo, el cual se hace presente
y nos reúne en torno a sí, para nutrirnos de su Palabra y de su misma vida. Esto significa que
la misión y la identidad misma de la Iglesia surgen de allí, de la Eucaristía, y allí toman
siempre forma.
Entonces debemos poner atención: una celebración puede resultar impecable desde el punto
de vista exterior, pero si no nos conduce al encuentro con Jesús, corre el riesgo de no traer
ningún alimento a nuestro corazón y a nuestra vida. A través de la Eucaristía, en cambio,
Cristo quiere entrar en nuestra existencia y permearla de su gracia, para que en cada
comunidad cristiana haya coherencia entre liturgia y vida.
2. Con el tiempo, la celebración de este sacramento ha pasado de una forma pública, porque
al principio se hacía públicamente... Ha pasado de esta forma pública a aquella personal, a
aquella forma reservada de la Confesión. Sin embargo, esto no debe hacernos perder la
matriz eclesial, que constituye el contexto vital. De hecho, la comunidad cristiana es el
lugar donde se hace presente el Espíritu, el cual renueva los corazones en el amor de Dios y
hace de todos los hermanos una cosa sola, en Cristo Jesús. He aquí la razón por la que no
basta pedir perdón al Señor en la propia mente y en el propio corazón, sino que es necesario
confesar humildemente y confiadamente los propios pecados al ministro de la Iglesia. En la
celebración de este sacramento, el sacerdote no representa sólo a Dios, sino a toda la
comunidad, que se reconoce en la fragilidad de cada uno de sus miembros, que escucha
conmovida su arrepentimiento, que se reconcilia con él, que lo alienta y lo acompaña en el
camino de conversión y de maduración humana y cristiana.
Uno puede decir: "Yo me confieso solo con Dios". Sí, tú puedes decir Dios perdóname,
puedes decirle tus pecados, pero nuestros pecados son también contra los hermanos, contra
la Iglesia. Y por esto es necesario pedir perdón a la Iglesia y a los hermanos en la persona
del sacerdote. "Pero padre, me da vergüenza". También la vergüenza es buena, es saludable
tener un poco de vergüenza. Porque avergonzarse es saludable. Porque cuando una persona
no tiene vergüenza en mi país decimos que es un -sin vergüenza-, un "sinvergüenza" (lo
dice en español), un -sin vergüenza-. Pero la vergüenza también nos hace bien, porque nos
hace más humildes. Y el sacerdote recibe con amor y con ternura esta confesión y en el
nombre de Dios perdona. También desde el punto de vista humano, para desahogarse es
bueno hablar con el hermano y decir al sacerdote estas cosas con…… son tan pesadas en mi
corazón, y uno siente que se desahoga ante Dios, con la Iglesia, con el hermano. ¡No tengáis
miedo de la Confesión! Uno, cuando está en la cola para confesarse, siente todas estas
cosas, incluso la vergüenza. Pero cuando termina la confesión, sale libre, grande, hermoso,
perdonado, blanco, feliz. ¡Esto es lo hermoso de la confesión!
Yo quisiera preguntaros, pero no decirlo en voz alta, cada uno se contesta en su corazón:
¿Cuándo ha sido la última vez que te has confesado? Que cada uno piense... ¿Eh? ¿Dos
días, dos semanas, dos años, veinte años, cuarenta años? Que cada uno haga la cuenta. Que
cada uno se diga: "¿Cuándo ha sido la última vez que me he confesado?" Y si ha pasado
mucho tiempo, no pierdas un día más, ve adelante, que el sacerdote será bueno. Está Jesús
ahí. Y Jesús es más bueno que los sacerdotes. Y Jesús te recibe. Te recibe con mucho amor.
¡Eres valiente y vas adelante a la Confesión!
Quisiera hablar hoy del sacramento de la unción de los enfermos que nos permite tocar con
la mano la compasión de Dios por el hombre. En el pasado se lo llamaba extremaución,
porque se lo entendía como confort espiritual en el momento de la muerte. Hablar en
cambio de ´unción de los enfermos´, nos ayuda a ampliar la mirada a la experiencia de la
enfermedad y del sufrimiento, en el horizonte de la misericordia de Dios.
Hay una imagen bíblica que expresa en toda su profundidad el misterio que aparece en la
unción de los enfermos. Es la parábola del buen samaritano en el evangelio de Lucas. Cada
vez que celebramos tal sacramento, el Señor Jesús en la persona del sacerdote, se vuelve
cercano a quien sufre o está gravemente enfermo o es anciano.
Dice la parábola, que el buen samaritano se hace cargo del hombre enfermo, poniendo sobre
sus heridas, aceite y vino. El aceite nos hace pensar al que es bendecido por el obispo cada
año en la misa crismal del jueves santo, justamente teniendo en vista la unción de los
enfermos. El vino en cambio es signo del amor y de la gracia de Cristo que nacen del don
de su vida por nosotros, y expresan en toda su riqueza en la vida sacramental de la Iglesia.
Y al final la persona que sufre es confiada a un alberguero para que pueda seguir
cuidándolo sin ahorrar gastos. Ahora, ¿quién es este albergador? La Iglesia y la comunidad
cristiana, somos nosotros a quienes cada día el Señor Jesús confía a quienes están afligidos
en el cuerpo y en el espíritu para que podamos seguir poniendo sobre ellos y sin medida,
toda su misericordia de salvación.
Esto entretanto no tiene que hacernos caer en la búsqueda obsesiva del milagro o de la
presunción de poder obtener siempre y de todos modos la curación. Pero la seguridad de la
cercanía de Jesús al enfermo, también al anciano, porque cada anciano o persona con más
de 65 años puede recibir este sacramento. Es Jesús que se acerca.
El sacerdote, viene para ayudar al enfermo o al anciano, por esto es tan importante la visita
del sacerdote a los enfermos. Llamarlo para que a un enfermo le dé la bendición, lo bendiga,
porque es Jesús que llega, para darle animo, fuerza, esperanza y para ayudarlo. Y también
para perdonar los pecados y esto es hermoso.
No piensen que esto es un tabú, porque siempre es lindo saber que en el momento del dolor
y de la enfermedad nosotros no estamos solos. El sacerdote y quienes están durante la
unción de los enfermos representan de hecho a toda la comunidad cristiana, que como un
único corazón, con Jesús se acerca entorno a quien sufre y a sus familiares, alimentando en
ellos la fe y la esperanza y apoyándolos con la oración y el calor fraterno. Pero el confort
más grande viene del hecho que quien se vuelve presente en el sacramento es el mismo
Señor Jesús, que nos toma por la mano y nos acaricia como hacía Él con los enfermos. Y
nos recuerda que le pertenecemos y que ni siquiera el mal y la muerte nos podrán separar de
Él.
Tengamos esta costumbre de llamar al sacerdote para nuestros enfermos, no dijo para los
resfriados de tres o cuatro días, pero cuando se trata de una enfermedad seria, para que el
sacerdote venga a darle también a nuestros ancianos este sacramento, este confort, esta
fuerza de Jesús para ir adelante. Hagámoslo. Gracias.
2. Otra característica que deriva siempre de esta unión sacramental con Cristo es el
amor apasionado por la Iglesia. Pensemos en el pasaje de la Carta a los Efesios, en la que
San Pablo dice que Cristo "amó a la Iglesia y se entregó por ella para hacerla santa,
purificándola con el lavado del agua mediante la Palabra y para presentársela a sí mismo a
la Iglesia toda gloriosa, sin mancha ni arruga. (5:25-27). En virtud del Orden, el ministro
dedica todo su ser a su comunidad y la ama con todo su corazón: es su familia. El
obispo, el sacerdote aman a la Iglesia en su comunidad, y la aman fuertemente, ¿cómo?
Como Cristo ama a la Iglesia. Lo mismo dirá San Pablo del Matrimonio: el esposo ama a su
esposa como Cristo ama a la Iglesia. Es un misterio grande de amor este del Ministerio
ordenado y aquel del Matrimonio. Los dos Sacramentos, que son el camino por el cual
las personas habitualmente van al Señor.
El obispo que no reza, el obispo que no siente y escucha la Palabra de Dios, que no celebra
todos los días, que no va a confesarse regularmente, y lo mismo el sacerdote que no hace
estas cosas, al final pierden esta unión con Jesús y ellos se hacen mediocres y esto no hace
bien a la Iglesia. Por esto debemos ayudar a los obispos, a los sacerdotes a rezar, a escuchar
la Palabra de Dios que es el alimento cotidiano, a celebrar cada día la Eucaristía y a ir a
confesarse habitualmente. Y esto es tan importante para la santificación de los obispos y de
los sacerdotes.
Yo quisiera terminar también con una cosa que me viene a la mente: ¿cómo se debe hacer
para transformarse en sacerdote, dónde se venden las entradas?
Ésta es una iniciativa que toma el Señor. El Señor llama, llama a cada uno que él quiere que
11
se haga sacerdote. Y, a lo mejor hay algunos jóvenes aquí que han sentido esta llamada. Las
ganas de hacerse sacerdotes, las ganas de servir a los otros en las cosas de Dios, las ganas
de estar toda la vida al servicio para catequizar, bautizar, perdonar, celebrar la Eucaristía,
sanar a los enfermos, toda la vida así.
Si alguno de ustedes ha escuchado esto en el corazón, es Jesús que lo ha puesto allí, ¿eh?
Cuiden esta invitación y recen para que esto crezca y dé frutos en toda la Iglesia. Gracias.
Al inicio del libro del Génesis, el primer libro de la Biblia, como coronación del relato de
la creación, se dice: "Dios creó el hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó
varón y mujer... Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los
dos llegan a ser una sola carne". (Gen 1,27; 2,24).
Somos creados para amar, como reflejo de Dios y de su amor. Y en la unión conyugal el
hombre y la mujer realizan esta vocación en el signo de la reciprocidad y de la comunión
de vida plena y definitiva:
1. Cuando un hombre y una mujer celebran el sacramento del Matrimonio, Dios, por así
decir, se "refleja" en ellos, imprime en ellos los propios lineamientos y el carácter
indeleble de su amor. Un matrimonio es la imagen del amor de Dios con nosotros, es
muy bello. También Dios, en efecto, es comunión: las tres Personas del Padre, el Hijo y
del Espíritu Santo viven desde siempre y para siempre en unidad perfecta. Y es justamente
éste el misterio del Matrimonio: Dios hace de los dos esposos una sola existencia. Y la
Biblia es fuerte dice "una sola carne", ¡así intima es la unión del hombre y de la mujer en
el matrimonio! Y es justamente este el misterio del matrimonio. Es el amor de Dios que
se refleja en el matrimonio, en la pareja que decide vivir juntos y por esto el hombre
deja su casa, la casa de sus padres, y va a vivir con su mujer y se une tan fuertemente
a ella que se transforman, dice la Biblia, en una sola carne. No son dos, es uno.
2. San Pablo, en la Carta a los Efesios, pone de relieve que en los esposos cristianos se
refleja un misterio "grande": la relación establecida por Cristo con la Iglesia, una relación
nupcial (cf. Ef 5 0,21-33). La Iglesia es la esposa de Cristo: esta relación. Esto significa
que el matrimonio responde a una vocación específica y debe ser considerado como una
consagración (cf. Gaudium et spes, 48; Familiaris consortio, 56). Es una consagración. El
hombre y la mujer están consagrados por su amor, por amor. Los cónyuges, de
hecho, por la fuerza del Sacramento, están investidos por una verdadera y propia misión,
de modo que puedan hacer visible, a partir de las cosas simples, comunes, el amor con
12
que Cristo ama a su Iglesia y continúa dando la vida por ella, en la fidelidad y en el
servicio.
Las tres palabras mágicas, ¿eh? Permiso, para no ser invasivo en la vida de los
conyugues."Permiso, pero, ¿qué te parece, eh?" Permiso, me permito ¿eh?
¡Gracias! Agradecer al conyugue: “pero gracias por aquello que hiciste por mí, gracias
por esto”. La belleza de dar las gracias. Y como todos nosotros nos equivocamos, aquella
otra palabra que es difícil de decir, pero que es necesario decirla: perdona, por favor, ¿eh?
¡Disculpa! ¿Cómo era? Permiso, gracias y disculpa. Repitámoslo juntos. Permiso, gracias
y disculpa. Con estas tres palabras, con la oración del esposo por la esposa y de la esposa
por el esposo y con hacer las paces siempre, antes de que termine el día, el matrimonio irá
adelante. Las tres palabras mágicas, la oración y hacer las paces siempre. El Señor los
bendiga y recen por mí. ¡Gracias!
13