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DIVINI REDEMPTORIS Sobre El Comunismo Ateo (Pio XI - 1937)

Este documento resume la encíclica Divini Redemptoris del Papa Pío XI sobre el comunismo ateo. En ella, el Papa condena la doctrina y los frutos del comunismo, que se basa en un materialismo ateo y niega la libertad y dignidad humanas. También defiende la doctrina de la Iglesia sobre la dignidad de la persona y la familia frente a las ideas subversivas del comunismo. Finalmente, exhorta a los fieles a utilizar los recursos de la fe y la caridad cristiana para combatir esta amenaza contra la civil

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DIVINI REDEMPTORIS Sobre El Comunismo Ateo (Pio XI - 1937)

Este documento resume la encíclica Divini Redemptoris del Papa Pío XI sobre el comunismo ateo. En ella, el Papa condena la doctrina y los frutos del comunismo, que se basa en un materialismo ateo y niega la libertad y dignidad humanas. También defiende la doctrina de la Iglesia sobre la dignidad de la persona y la familia frente a las ideas subversivas del comunismo. Finalmente, exhorta a los fieles a utilizar los recursos de la fe y la caridad cristiana para combatir esta amenaza contra la civil

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DIVINI REDEMPTORIS

SOBRE EL COMUNISMO ATEO

Carta Encíclica del Papa Pío XI,


promulgada el 19 de marzo de 1937

I. ACTITUD DE LA IGLESIA

II. DOCTRINA Y FRUTOS DEL COMUNISMO

III. DOCTRINA DE LA IGLESIA

IV. RECURSOS Y MEDIOS

La promesa de un Redentor ilumina la primera página de la


historia de la humanidad; por eso la segura esperanza de tiempos
mejores alivió el pesar del paraíso perdido[1] y acompañó al género
humano en su atribulado camino, hasta que, cuando vino la plenitud
de los tiempos[2], el Salvador del mundo, viniendo a la tierra, colmó la
expectación e inauguró una nueva civilización universal, la civilización
cristiana, inmensamente superior a la que hasta entonces trabajosamente
había alcanzado el hombre en algunos pueblos más privilegiados.
2 Pío XI

2. Pero, como triste herencia del pecado original, quedó en el mundo la


lucha entre el bien y el mal; y el antiguo tentador nunca ha desistido de engañar
a la humanidad con falaces promesas. Por eso en el curso de los siglos se han ido
sucediendo unas a otras las convulsiones hasta llegar a la revolución de nuestros
días, desencadenada ya, o que amenaza, puede decirse, en todas partes y que
supera en amplitud y violencia a cuanto hubo de sufrirse en las precedentes
persecuciones contra la Iglesia. Pueblos enteros están en peligro de caer de nuevo
en una barbarie peor que aquella en que aun yacía la mayor parte del mundo al
aparecer el Redentor.

3. Este peligro tant amenazador, ya lo habéis comprendido, Venerables


Hermanos, es el comunismo bolchevique y ateo, que tiende a derrumbar el orden
social y a socavar los fundamentos mismos de la civilización cristiana.

I. ACTITUD DE LA IGLESIA

CONDENACIONES ANTERIORES
NECESIDAD DE OTRO DOCUMENTO SOLEMNE
CONDENACIONES ANTERIORES

4. Frente a esta amenaza, la Iglesia católica no podía callar y no calló. No


calló, sobre todo, esta Sede Apostólica, que sabe cómo su misión especialísima es
la defensa de la verdad y de la justicia y de todos aquellos bienes eternos que el
comunismo ateo desconoce y combate. Desde los tiempos en que algunos grupos
intelectuales pretendieron liberar la civilización humana de las cadenas de la moral y
de la religión, Nuestros Predecesores llamaron, abierta y explícitamente, la atención
del mundo sobre las consecuencias de la descristianización de la sociedad humana.
Y por lo que hace al comunismo, ya desde el 1846 Nuestro venerado Predecesor
Pío IX, de s. m., pronunció una solemne condenación, confirmada después en
el Syllabus, contra la nefanda doctrina del llamado comunismo, tan contraria al
mismo derecho natural, la cual, una vez admitida, llevaría a la radical subversión de
los derechos, bienes y propiedades de todos y aun de la misma sociedad humana[3].
Más tarde, otro Predecesor Nuestros, de i. m., León XIII, en la encíclica Quod
Apostolici muneris, lo definía mortal pestilencia que serpentea por las más íntimas
entrañas de la sociedad humana y conduce al peligro extremo de la ruina[4]; y
Encíclica Divini Redemptoris 3

con clarividencia indicaba que el ateísmo de las masas populares en la época del
tecnicismo, traía su origen de aquella filosofía, que de siglos atrás se afanaba por
lograr que la ciencia y la vida se separasen de la fe y de la Iglesia.

Actos del presente Pontificado

5. También Nos, durante Nuestro Pontificado, hemos denunciado a menudo


y con apremiante insistencia las corrientes ateas que crecían amenazadoras. Cuando,
en 1924, Nuestra misión de socorro volvía de la Unión Soviética, condenamos
Nos los errores y métodos de los comunistas, en una Alocución especial, dirigida
al mundo entero[5]. Y en Nuestras encíclicas Miserentissimus Redemptor[6],
Quadragesimo anno[7], Caritate Christi[8], Acerba animi[9], Dilectissima
Nobis[10], elevamos solemne protesta contra las persecuciones desencadenadas
en Rusia, Méjico y España; y no se ha apagado aún el eco universal de aquellas
alocuciones, que pronunciamos el año pasado con motivo de la inauguración de la
Exposición mundial de la Prensa católica, de la audiencia a los prófugos españoles
y del Mensaje de Navidad. Hasta los más encarnizados enemigos de la Iglesia, que
desde Moscú dirigen esta lucha contra la civilización cristiana, atestiguan con sus
ininterrumpidos ataques de palabra y obra que el Papado, también en nuestros
días, continúa fielmente tutelando el santuario de la religión cristiana, y que ha
llamado la atención sobre el peligro comunista con más frecuencia y de modo más
persuasivo que cualquier otra autoridad pública terrenal.

NECESIDAD DE OTRO DOCUMENTO SOLEMNE

6. Pero, a pesar de estas repetidas advertencias paternas, que vosotros,


Venerables Hermanos, con gran satisfacción Nuestra, habéis tan fielmente
transmitido y comentado a los fieles en tantas recientes pastorales, algunas de
ellas colectivas, el peligro se va agravando cada día más bajo el impulso de hábiles
agitadores. Por eso Nos nos creemos en el deber de elevar de nuevo Nuestra voz
con un documento aun más solemne, como es costumbre de esta Sede Apostólica,
Maestra de la verdad, y como lo pide el hecho de que todo el mundo católico desea
ya un documento de esta clase. Y confiamos que el eco de Nuestra voz llegará
a dondequiera que haya mentes libres de prejuicios y corazones sinceramente
deseosos del bien de la humanidad; tanto más, cuanto que Nuestras palabras se
hallan hoy confirmadas dolorosamente por el espectáculo de los amargos frutos
4 Pío XI

producidos por las ideas subversivas; frutos que habíamos previsto y anunciado,
y que espantosamente se multiplican de hecho en los países dominados ya por el
mal, o se ciernen amenazadores sobre todos los demás países del mundo.

7. Una vez más, por lo tanto, queremos Nos exponer en breve síntesis los
principios del comunismo ateo, tal como se manifiestan principalmente en el
bolchevismo, y mostrar sus métodos de acción; contraponemos a esos falsos
principios la luminosa doctrina de la Iglesia e inculcamos de nuevo, con insistencia,
los medios con los que la civilización cristiana, la única Civitas verdaderamente
humana, puede librarse de este satánico azote y desarrollarse mejor para el
verdadero bienestar de la sociedad humana.

II. DOCTRINA Y FRUTOS DEL COMUNISMO

FALSO IDEAL
EL HOMBRE Y LA FAMILIA
LO QUE SERÍA LA SOCIEDAD
PROMESAS DESLUMBRADORAS
EL LIBERALISMO LE PREPARÓ EL CAMINO
PROPAGANDA ASTUTA Y VASTÍSIMA
CONSPIRACIÓN DEL SILENCIO
CONSECUENCIAS DOLOROSAS
FRUTOS NATURALES DEL SISTEMA
EL TERRORISMO
PATERNAL RECUERDO

FALSO IDEAL

8. El comunismo de hoy, de modo más acentuado que otros movimientos


similares del pasado, contiene en sí una idea de falsa redención. Un seudoideal de
justicia, de igualdad y de fraternidad en el trabajo, impregna toda su doctrina y
toda su actividad con cierto falso misticismo que comunica a las masas, halagadas
por falaces promesas, un ímpetu y entusiasmo contagiosos, especialmente en
tiempos como los nuestros, en los que a la defectuosa distribución de los bienes de
Encíclica Divini Redemptoris 5

este mundo ha seguido una miseria, que no es la normal. Más aún, se hace gala de
este seudoideal, como si él hubiera sido el iniciador de cierto progreso económico,
el cual, cuando es real, se explica por otras causas muy distintas: como son la
intensificación de la producción industrial en países que casi carecían de ella, la
explotación de enormes riquezas naturales, y el uso de métodos inhumanos para
efectuar grandes trabajos a poca costa.

Materialismo de Marx

9. La doctrina, que el comunismo oculta bajo apariencias a veces tan seductoras,


se funda hoy esencialmente en los principios del materialismo, llamado dialéctico e
histórico, ya proclamados por Marx, y cuya única genuina interpretación pretenden
poseer los teorizantes del bolchevismo. Esta doctrina enseña que no existe más que una
sola realidad, la materia, con sus fuerzas ciegas: la planta, el animal, el hombre son el
resultado de su evolución. La misma sociedad humana no es sino una apariencia y una
forma de la materia, que evoluciona del modo dicho, y que por ineludible necesidad
tiende, en un perpetuo conflicto de fuerzas, hacia la síntesis final: una sociedad sin
clases. En semejante doctrina es evidente que no queda ya lugar para la idea de
Dios: no existe diferencia entre el espíritu y la materia, ni entre el cuerpo y el alma;
ni sobrevive el alma a la muerte, ni por consiguiente puede haber esperanza alguna
de otra vida. Insistiendo en el aspecto dialéctico de su materialismo, los comunistas
sostienen que los hombres puden acelerar el conflicto que ha de conducir al mundo
hacia la síntesis final. De ahí sus esfuerzos para hacer más agudos los antagonismos
que surgen entre las diversas clases de la sociedad; la lucha de clases, con sus odios
y destrucciones, toma el aspecto de una cruzada por el progreso de la humanidad.
En cambio, todas las fuerzas, sean las que fueren, que se oponen a esas violencias
sistemáticas, deben ser aniquiladas como enemigas del género humano.

EL HOMBRE Y LA FAMILIA

10. El comunismo, además, despoja al hombre de su libertad, principio


espiritual de su conducta moral, quita toda dignidad a la persona humana y todo
freno moral contra el asalto de los estímulos ciegos. No reconoce al individuo, frente a
la colectividad, ningún derecho natural de la personalidad humana, porque ésta, en la
teoría comunista, es sólo una simple rueda engranada en el sistema. En las relaciones
de los hombres entre sí, sostiene el principio de la absoluta igualdad, rechazando toda
6 Pío XI

jerarquía y autoridad establecida por Dios, incluso la de los padres; todo eso que los
hombres llaman autoridad y subordinación se deriva de la colectividad como de su
primera y única fuente. Ni concede a los individuos derecho alguno de propiedad
sobre los bienes naturales y sobre los medios de producción, porque, al ser éstos una
fuente de otros bienes, su posesión conduciría al predominio de un hombre sobre los
demás. Por eso precisamente, por ser la fuente originaria de toda esclavitud económica,
deberá ser destruida radicalmente tal forma de propiedad privada.

11. Naturalmente, esta doctrina, al negar a la vida humana todo carácter


sagrado y espiritual, hace del matrimonio y de la familia una institución puramente
convencional y civil, o sea, el fruto de un determinado sistema económico; niega
la existencia de un vínculo matrimonial de naturaleza jurídico-moral que esté
por encima del arbitrio de los individuos y de la colectividad, y por consiguiente,
niega también su indisolubilidad. En particular, no existe para el comunismo
nada que ligue a la mujer con la familia y la casa. Al proclamar el principio de
la emancipación de la mujer, la separa de la vida doméstica y del cuidado de los
hijos para arrastrarla a la vida pública y a la producción colectiva en la misma
medida que al hombre; se dejará a la colectividad el cuidado del hogar y de la
prole[11]. Niega, finalmente, a los padres el derecho a la educación, porque éste
es considerado como un derecho exclusivo de la comunidad, y sólo en su nombre
y por mandato suyo lo pueden ejercer los padres.

LO QUE SERÍA LA SOCIEDAD

12. ¿Qué sería, pues, la sociedad humana basada sobre tales fundamentos
materialistas? Sería una colectividad sin más jerarquía que la del sistema económico.
Tendría como única misión la de producir bienes por medio del trabajo colectivo,
y como único fin el goce de los bienes de la tierra en un paraíso en el que cada cual
daría según sus fuerzas y recibiría según sus necesidades. El comunismo reconoce
a la colectividad el derecho, o más bien, el arbitrio ilimitado de obligar a los
individuos al trabajo colectivo, sin atender a su bienestar particular, aun contra
su voluntad y hasta con la violencia. En esa sociedad, tanto la moral como el
orden jurídico ya no serían sino una emanación del sistema económico de cada
momento; es decir, de origen terreno, mudable y caduco. En una palabra: se
pretende introducir una nueva época y una nueva civilización, fruto exclusivo de
una evolución ciega -una humanidad sin Dios.
Encíclica Divini Redemptoris 7

13. Cuando ya todos hayan adquirido las cualidades colectivas, y en aquella


utópica sociedad no haya diferencia alguna de clases, el Estado político, que
ahora se concibe sólo como instrumento de la dominación de los capitalistas para
esclavizar a los proletarios, perderá toda su razón de ser y “se disolverá”; pero hasta
que no se realice aquella feliz condición, el Estado y el poder estatal es para el
comunismo el medio más eficaz y universal de conseguir su fin.

14. Venerables Hermanos: ¡tal es el nuevo evangelio, que el comunismo


bolchevique y ateo pretende anunciar a la humanidad como un mensaje de
salvación y de redención! Sistema lleno de errores y sofismas; opuesto a la razón
y a la revelación divina; subversivo del orden social, porque destruye sus bases
fundamentales; desconocedor del verdadero origen, naturaleza y fin del Estado;
negador de los derechos de la personalidad humana, de su dignidad y libertad.

PROMESAS DESLUMBRADORAS

15. Pero ¿cómo un tal sistema, anticuado ya hace mucho tiempo en el terreno
científico, desmentido por la realidad de los hechos, cómo -decimos- semejante sistema
ha podido difundirse tan rápidamente en todas las partes del mundo? La explicación
está en el hecho de que son muy pocos los que han podido penetrar en la verdadera
naturaleza del comunismo; los más, en cambio, ceden a la tentación, hábilmente
presentada bajo promesas las más deslumbradoras. Con el pretexto de no querer sino
la mejora de la suerte de las clases trabajadoras, de suprimir los abusos reales causados
por la economía liberal y de obtener de los bienes terrenos una más justa distribución
(fines sin duda, del todo legítimos), y, aprovechándose de la crisis económica mundial,
ha conseguido lograr que su influencia penetre aun en aquellos grupos sociales que, por
principio, rechazan todo materialismo y todo terrorismo. Y como todo error contiene
siempre una parte de verdad, este aspecto de verdad -al que hemos hecho alusión-, es
puesto astutamente de relieve, según los tiempos y lugares para cubrir, cuando conviene,
la brutalidad repugnante e inhumana de los principios y métodos del comunismo; así
logra seducir aun a espíritus no vulgares hasta convertirlos en apóstoles junto a las jóvenes
inteligencias poco preparadas aun para advertir sus errores intrínsecos. Los corifeos
del comunismo saben también aprovechar los antagonismos de raza, las divisiones y
oposiciones de los diversos sistemas políticos y hasta la desorientación reinante en el
campo de la ciencia sin Dios, para infiltrarse en las Universidades y corroborar con
argumentos seudocientíficos los principios de su doctrina.
8 Pío XI

EL LIBERALISMO LE PREPARÓ EL CAMINO

16. Y para comprender cómo el comunismo ha conseguido que las masas


obreras lo hayan aceptado sin discusión, conviene recordar que los trabajadores
estaban ya preparados por el abandono religioso y moral en el que los había
dejado la economía liberal. Con los turnos de trabajo, incluso el domingo, no se
les daba tiempo ni aun para cumplir sus más graves deberes religiosos de los días
festivos; no se pensaba en construir iglesias junto a las fábricas, ni en facilitar el
trabajo del sacerdote; al contrario, se continuaba promoviendo positivamente el
laicismo. Ya se recogen los frutos de errores tantas veces denunciados por Nuestros
Predecesores y por Nos mismo; no cabe maravillarse de que en un mundo, hace
ya tiempo tan intensamente descristianizado, se propague, inundándolo todo, el
error comunista.

PROPAGANDA ASTUTA Y VASTÍSIMA

17. Además, esta difusión tan rápida de las ideas comunistas, que se infiltran
en todos los países, grandes y pequeños, civilizados o retrasados, de modo que
ningún rincón de la tierra se ve libre de ellas, se explica por una propaganda
verdaderamente diabólica, tal como jamás conoció el mundo: propaganda
dirigida desde un solo centro y hábilmente adaptada a las condiciones de los
diversos pueblos; propaganda que dispone de grandes medios económicos, de
organizaciones gigantescas, de congresos internacionales, de innumerables fuerzas
bien adiestradas; propaganda que se hace en folletos y revistas, en el cinematógrafo
y en el teatro, en la radio, en las escuelas y hasta en las Universidades, y que
penetra poco a poco en todas las clases sociales, aun en las más sanas, sin que se
aperciban casi del veneno que insensiblemente va infiltrándose cada vez más en
todos los espíritus y en los corazones todos.

CONSPIRACIÓN DEL SILENCIO

18. Un tercer y muy poderoso factor contribuye a la intensa difusión del


comunismo: esa verdadera conspiración del silencio en la mayor parte de la
Prensa mundial no católica. Decimos conspiración, porque no se puede explicar
de otro modo que una Prensa tan ávida de poner de relieve aun los más menudos
incidentes cotidianos, haya podido pasar en silencio, tanto tiempo, los horrores
Encíclica Divini Redemptoris 9

cometidos en Rusia, en Méjico y también en gran parte de España, y hable


relativamente tan poco de organización mundial tan vasta como el comunismo
moscovita. Silencio debido en parte a razones de una política poco previsora;
silencio, apoyado por diversas organizaciones secretas que hace tiempo tratan de
destruir el orden social cristiano.

CONSECUENCIAS DOLOROSAS

19. Mientras tanto, ante nuestros ojos tenemos las dolorosas consecuencias
de esa propaganda. Allí donde el comunismo ha logrado afirmarse y dominar
-Nuestro pensamiento va ahora con singular afecto paternal a los pueblos de Rusia
y Méjico-, se ha esforzado por todos los medios en destruir desde sus cimientos
(así lo proclama abiertamente) la civilización y la religión cristiana, borrando
hasta su recuerdo en el corazón de los hombres, especialmente de la juventud.
Obispos y sacerdotes desterrados, condenados a trabajos forzados, fusilados,
asesinados de modo inhumano; simples seglares, sólo por haber defendido la
religión, han sido detenidos por sospechosos, vejados, perseguidos y llevados a
prisiones y tribunales.

20. También allí donde, como en nuestra queridísima España, el azote


comunista no ha tenido aun tiempo para hacer sentir todos los efectos de sus
teorías, se ha desencadenado, en desquite, con la violencia más furibunda. No ha
derribado alguna que otra iglesia, algún que otro convento; sino que, siempre que
le fue posible, destruyó todas las iglesias, todos los conventos y hasta toda huella
de religión cristiana, aunque se tratase de los más insignes monumentos del arte
y de la ciencia. El furor comunista no se ha limitado a matar Obispos y millares
de sacerdotes, de religiosos y religiosas, escogiendo precisamente a los que con
mayor celo se ocupaban de los obreros y de los pobres; sino que ha hecho un
número mucho mayor de víctimas entre los seglares de toda clase, que aun ahora
son asesinados cada día, en masa, por el mero hecho de ser buenos cristianos, o, al
menos contrarios al ateísmo comunista. Destrucción tan espantosa se lleva a cabo
con un odio, una barbarie y una ferocidad que no se hubiera creído posible en
nuestro siglo. -Todo hombre de buen juicio, todo hombre de Estado, consciente
de su responsabilidad, temblará de horror al pensar que cuanto hoy sucede en
España, tal vez pueda repetirse mañana en otras naciones civilizadas.
10 Pío XI

FRUTOS NATURALES DEL SISTEMA

21. Ni se diga que tales atrocidades son un fenómeno transitorio, que suele
acompañar a todas las grandes revoluciones, o excesos aislados de exasperación,
comunes a toda guerra; no, son frutos naturales de un sistema falto de todo
freno interior. El hombre, individual y socialmente, necesita un freno. Hasta
los pueblos bárbaros tuvieron ese freno en la ley natural, esculpida por Dios
en el alma de todo hombre. Y cuando esta ley natural fue mejor observada, se
vio cómo antiguas naciones se levantaban a una grandeza que deslumbra aún,
más de lo que convendría, a ciertos observadores superficiales de la historia
humana. Pero cuando del corazón de los hombres se arranca hasta la idea
misma de Dios, las pasiones desbordadas los empujarán necesariamente a la
barbarie más feroz.

Lucha contra todo lo divino

22. Ese es, desgraciadamente, el espectáculo que contemplamos: por primera


vez en la historia, asistimos a una lucha fríamente intentada y arteramente
preparada por el hombre contra todo lo que es divino[12]. el comunismo es, por
naturaleza, antirreligioso, y considera la religión como el opio del pueblo porque
los principios religiosos, que hablan de la vida de ultratumba, impiden que el
proletario aspire a la conquista del paraíso soviético, que es de este mundo.

EL TERRORISMO

23. Pero no se pisotea impunemente la ley natural, ni al Autor de ella: el


comunismo no ha podido ni podrá realizar su ideal, ni siquiera en el campo
puramente económico. Es verdad que en Rusia ha contribuido a liberar
hombres y cosas de una larga y secular inercia, y a obtener con toda suerte
de medios, frecuentemente sin escrúpulos, algún éxito material; pero sabemos
por testimonios no sospechosos, algunos muy recientes, que, de hecho, ni
en eso siquiera ha obtenido el fin que había prometido; esto, dejando aparte
la esclavitud que el terrorismo ha impuesto a millones de hombres. Aun en
el campo económico es necesaria alguna moral, algún sentimiento moral de
responsabilidad, para el cual no hay lugar en un sistema puramente materialista,
como el comunismo. Para sustituir tal sentimiento, ya no queda sino el
Encíclica Divini Redemptoris 11

terrorismo, como el que ahora vemos en Rusia, donde antiguos camaradas de


conspiración y de lucha se destrozan unos a otros; terrorismo que, además,
no logra contener, no ya la corrupción de las costumbres, pero tampoco la
disolución del organismo social.

PATERNAL RECUERDO

24. Al hablar así, no queremos en modo alguno condenar en masa a los


pueblos de la Unión Soviética, por los que sentimos el más vivo afecto paternal.
Sabemos que no pocos de ellos gimen bajo el duro yugo impuesto a la fuerza
por hombres en su mayoría extraños a los verdaderos intereses del país, y
reconocemos que otros mucho han sido engañados con falaces esperanzas. Lo que
Nos condenamos, es el sistema, sus autores y sus fautores, que han considerado
a Rusia como el terreno más apto para poner en práctica una teoría elaborada ya
hace decenios, y que desde allí siguen propagando por todo el mundo.

III. DOCTRINA DE LA IGLESIA


SUPREMA REALIDAD: DIOS
HOMBRE Y FAMILIA

25. Expuestos ya los errores y los medios violentos y engañosos del comunismo
bolchevique y ateo, es hora ya, Venerables Hermanos, de oponerles brevemente la
verdadera noción de la Civitas humana, de la Sociedad humana, cual -por medio
de la Iglesia, Magistra gentium- nos la enseñan la razón y la revelación, y tal cual
vosotros ya la conocéis.

SUPREMA REALIDAD: DIOS

26. Por encima de toda otra realidad está el sumo, único, supremo Ser, Dios,
Creador omnipotente de todas las cosas, Juez infinitamente sabio y justo de todos
los hombres. Esta suprema realidad, Dios, es la condenación más absoluta de las
desvergonzadas mentiras del comunismo. Y no es que Dios exista, porque así los
hombres lo creen; sino porque El existe, creen en El y elevan a El sus súplicas
cuantos no cierran voluntariamente los ojos ante la verdad.
12 Pío XI

HOMBRE Y FAMILIA

27. Cuanto a lo que la razón y la fe dicen del hombre, Nos lo hemos expuesto en
sus puntos fundamentales en la Encíclica sobre la educación cristiana[13]. El hombre
tiene un alma espiritual e inmortal; es una persona, adornada admirablemente por
el Creador con dones de cuerpo y de espíritu, un verdadero microcosmos, como
decían los antiguos, esto es, un pequeño mundo, que excede con mucho en valor a
todo el inmenso mundo inanimado. Dios sólo es su último fin, en esta vida y en la
otra; la gracia santificante lo eleva al grado de hijo de Dios y lo incorpora al reino
de Dios en el cuerpo místico de Cristo. Además, Dios lo ha dotado con múltiples
y variadas prerrogativas: derecho a la vida, a la integridad del cuerpo, a los medios
necesarios para la existencia; derecho de tender a su último fin por el camino trazado
por Dios; derecho de asociación, de propiedad y del uso de la propiedad.

28. Así como el matrimonio y el derecho a su uso natural son de origen


divino, así también la constitución y prerrogativas fundamentales de la familia
han sido determinadas y fijadas por el Creador mismo, no por voluntad humana
ni por factores económicos. De esto hemos hablado largamente en la Encíclica
sobre el matrimonio cristiano[14] y en la otra, ya citada, sobre la educación.

¿QUÉ ES LA SOCIEDAD?

29. Al mismo tiempo Dios destinó también al hombre para vivir en la sociedad
civil, exigida por su propia naturaleza. En el plan del Creador, la sociedad es un medio
natural que el hombre puede y debe usar para obtener su fin, pues la sociedad humana
es para el hombre, y no al contrario. Lo cual no ha de entenderse en el sentido del
liberalismo individualista, que subordina la sociedad al uso egoísta del individuo;
sino sólo en el sentido de que, por la unión orgánica con la sociedad, se haga posible
a todos, mediante la mutua colaboración, la realización de la verdadera felicidad
terrena; además, que en la sociedad se desarrollan todas las cualidades individuales y
sociales innatas en la naturaleza humana, las cuales, superando el interés inmediato
del momento, reflejan en la sociedad la perfección divina, lo cual no puede verificarse
en el hombre aislado. Pero aun esta finalidad dice, en último análisis, relación al
hombre, para que, al reconocer éste el reflejo de la perfección divina, lo convierta en
alabanza y adoración del Creador. Sólo -y no la colectividad en sí-, sólo el hombre, la
persona humana, está dotado de razón y de voluntad moralmente libre.
Encíclica Divini Redemptoris 13

30. Por lo tanto, así como el hombre no puede sustraerse a los deberes
para con la sociedad civil, impuestos por Dios, y así como los representantes
de la autoridad tienen el derecho de obligarle a su cumplimiento cuando lo
rehuse ilegítimamente, así también la sociedad no puede privar al hombre de
los derechos personales que le han sido concedidos por el Creador -antes hemos
aludido a los más importantes-, ni hacer, por principio, imposible su uso. Es,
pues, conforme a la razón y a sus exigencias, que en último término todas las
cosas de la tierra estén ordenadas a la persona humana, para que por su medio
hallen el camino hacia el Creador. Y al hombre, a la persona humana, se aplica
lo que el Apóstol de las Gentes escribe a los Corintios sobre el plan divino de
la salvación cristiana: Todo es vuestro, vosotros sois de Cristo, Cristo es de
Dio[15]. Mientras el comunismo empobrece a la persona humana, invirtiendo
el orden en las relaciones del hombre y de la sociedad, ¡ved las alturas a que la
razón y la revelación elevan a aquélla!

31. Los principios directivos del orden económico-social fueron expuestos


en la Encíclica social de León XIII sobre la cuestión obrera[16], y, adaptados a las
exigencias de los tiempos presentes, en nuestra Encíclica sobre la restauración del
orden social[17]. Ademas, insistiendo de nuevo en la doctrina secular de la Iglesia
sobre el carácter individual y social de la propiedad privada, Nos hemos precisado
el derecho y la dignidad del trabajo, las relaciones de apoyo mutuo y de ayuda que
deben existir entre los poseedores del capital y los trabajadores, el salario debido
en estricta justicia al obrero, para sí y para su familia.

32. En la misma Encíclica demostramos que los medios para salvar al


mundo actual de la triste ruina en que el liberalismo amoral lo ha hundido, no
consisten ni en la lucha de clases ni en el terror, mucho menos aún en el abuso
autocrático del poder estatal, sino en la penetración de la justicia social y del
sentimiento de la caridad cristiana en el orden económico y social. Demostramos
cómo debe restaurarse la verdadera prosperidad según los principios de un
sano corporativismo que respete la debida jerarquía social, y cómo todas las
corporaciones deben unirse en unidad armónica, inspiradas en el principio del
bien común de la sociedad. La misión más genuina y principal del poder público
y civil consiste en promover eficazmente la armonía y la coordinación de todas
las fuerzas sociales.
14 Pío XI

JERARQUÍA SOCIAL Y PRERROGATIVAS DEL ESTADO

33. Para asegurar esta colaboración orgánica y llegar a la tranquilidad, la


doctrina católica reivindica para el Estado la dignidad y autoridad de defensor
vigilante y previsor de los derechos divinos y humanos, sobre los que la
Sagrada Escritura y los Padres de la Iglesia insisten con tanta frecuencia. No es
verdad que todos tengan derechos iguales en la sociedad civil, y que no exista
jerarquía legítima. Bástenos recordar las Encíclicas de León XIII, antes citadas,
especialmente las relativas al poder del Estado[18] y a la constitución cristiana
del Estado[19]. En ellas encuentra el católico luminosamente expuestos los
principios de la razón y de la fe, que le harán capaz de defenderse contra los
errores y los peligros de la concepción estatal comunista. La expoliación de los
derechos y la esclavización del hombre, la negación del origen trascendente y
primigenio del Estado y del poder estatal, el horrible abuso del poder público
al servicio del terrorismo colectivista, son precisamente todo lo contrario de lo
que exigen la ética natural y la voluntad del Creador. Tanto la persona humana
como la sociedad civil tienen su origen en el Creador, que las ha ordenado
mutuamente la una para la otra; por consiguiente, ninguna de las dos puede
eximirse de los deberes correlativos, ni negar o disminuir sus derechos. El
Creador mismo ha regulado esta mutua relación en sus líneas fundamentales,
y es una injusta usurpación la que se arroga el comunismo al imponer, en
lugar de la ley divina, basada en los inmutables principios de la verdad y de la
caridad, un programa político de partido, que dimana del arbitrio humano y
está lleno de odio.

BELLEZA DE ESTA DOCTRINA DE LA IGLESIA

34. La Iglesia, al enseñar esta luminosa doctrina, no tiene otra mira


que la de realizar el feliz anuncio cantado por los ángeles sobre la gruta de
Belén al nacer el Redentor: Gloria a Dios... y... paz a los hombres...[20]; paz
verdadera y verdadera felicidad, aun aquí abajo, en cuanto es posible, con
miras y preparación a la felicidad eterna; pero paz reservada a los hombres de
buena voluntad. Esta doctrina se aparta tanto de los errores extremos como
de las exageraciones de los partidos políticos y de sus teorías y métodos; y
aquélla se mantiene siempre en el equilibrio de la verdad y de la justicia;
equilibrio que reivindica en la teoría, aplica y promueve en la práctica, al
Encíclica Divini Redemptoris 15

conciliar los derechos y los deberes de los unos con los de los otros, como
la autoridad con la libertad, la dignidad del individuo con la del Estado,
la personalidad humana en el súbdito con la representación divina en el
superior y, por lo tanto, la sumisión debida, y el amor ordenado de sí y
de la familia y de la patria, con el amor de las demás familias y pueblos,
fundado en el amor de Dios, Padre de todos, primer principio y último fin.
La justa preocupación de los bienes temporales no separa de la solicitud
por los eternos. Si subordina los primeros a los segundos, según la palabra
de su divino Fundador: Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y
todo lo demás se os dará por añadidura[21], está, sin embargo, muy lejos de
desinteresarse de las cosas humanas y de impedir el progreso y las ventajas
materiales de la sociedad, antes bien las ayuda y las promueve del modo
más razonables y eficaz. Así, en el terreno económico y social, aunque jamás
haya presentado la Iglesia un determinado sistema técnico, por no ser de su
incumbencia, sin embargo, ha fijado claramente los principios y las normas
que, aun admitiendo de hecho las más diversas aplicaciones concretas según
las varias condiciones de tiempos, lugares y pueblos, indican el camino seguro
para obtener el feliz progreso de la sociedad.

35. La sabiduría y suma utilidad de esa doctrina está admitida por cuantos
verdaderamente la conocen. Con razón pudieron afirmar insignes estadistas
que, después de haber estudiado los diversos sistemas sociales, no habían
hallado nada más sabio que los principios expuestos en las encíclicas Rerum
novarum y Quadragesimo anno. También en países no católicos, más aún, ni
siquiera cristianos, se reconoce cuán útiles son para la sociedad humana las
doctrinas sociales de la Iglesia; así, apenas hace un mes, un eminente político,
no cristiano, del Extremo Oriente, no dudó en proclamar que la Iglesia con
su doctrina de paz y de fraternidad cristiana aporta una contribución preciosa
al establecimiento y mantenimiento tan laborioso de la paz constructiva entre
las naciones. Hasta los mismos comunistas, según sabemos por relaciones
fidedignas que de todas partes afluyen a este Centro de la cristiandad, si no
están del todo corrompidos, cuando se les expone la doctrina social de la
Iglesia, reconocen su superioridad sobre las doctrinas de sus jefes y maestros.
Sólo los cegados por la pasión y por el odio cierran sus ojos a la luz de la verdad
y la combaten obstinadamente.
16 Pío XI

¿HA OBRADO LA IGLESIA CONFORME A ESTA DOCTRINA?

36. Pero los enemigos de la Iglesia, aunque obligados a reconocer la


sabiduría de su doctrina, acusan a la Iglesia de no haber sabido obrar en
conformidad con sus principios, y por ello afirman que hay que buscar
otros caminos. Toda la historia del Cristianismo demuestra la falsedad e
injusticia de esta acusación. Nos referimos sólo, ahora, a algunos hechos
característicos: el Cristianismo fue el primero en proclamar, en una forma,
amplitud y convicción desconocidas en los siglos precedentes, la verdadera
y universal fraternidad de todos los hombres de cualquier condición y
estirpe; así contribuyó poderosamente a la abolición de la esclavitud, no con
revoluciones sangrientas, sino por la fuerza interna de su doctrina, que a
la soberbia patricia romana le hacía ver en su esclava una hermana suya en
Cristo. Fue el Cristianismo, que adora al Hijo de Dios hecho hombre por
amor de los hombres y convertido en Hijo del Artesano, más aún, Artesano
también El mismo[22], fue el Cristianismo el que elevó el trabajo manual
a su verdadera dignidad; aquel trabajo manual, antes tan despreciado que
hasta el probo Marco Tulio Cicerón, resumiendo la opinión general de su
tiempo, no vaciló en escribir estas palabras, de las que hoy se avergonzaría
todo sociólogo: Todos los artesanos se ocupan en oficios despreciables, puesto
que en el taller no puede haber nada de noble[23].

37. Fiel a estos principios, la Iglesia ha regenerado a la sociedad humana;


bajo su influencia surgieron admirables obras de caridad, potentes gremios de
artesanos y trabajadores de toda categoría, despreciados como algo medieval
por el liberalismo del siglo pasado, pero que hoy son admiración de nuestros
contemporáneos, que en muchos países tratan de restablecer siquiera en su idea
fundamental. Y cuando otras corrientes ponían obstáculos a la obra e impedían
el influjo saludable de la Iglesia, ésta, siempre y hasta nuestros días, continuó
amonestando a los extraviados. Baste recordar con qué firmeza, energía y
constancia Nuestro predecesor León XiII reivindicó para el obrero el derecho de
asociación que el liberalismo, dominante en los Estados más o menos poderosos,
se empeñaba en negarle. Y este influjo de la doctrina de la Iglesia es, aun en estos
tiempos, más grande de lo que parece, porque grande y cierto, aunque invisible y
difícil de calcular, es el predominio de las ideas sobre los hechos.
Encíclica Divini Redemptoris 17

38. Se puede decir, en verdad, que la Iglesia, a semejanza de Cristo, pasa a


través de los siglos haciendo bien a todos. No habría ni socialismo ni comunismo,
si quienes gobiernan los pueblos no hubieran despreciado las enseñanzas y las
maternales advertencias de la Iglesia; pero ellos han preferido construir sobre las
bases del liberalismo y del laicismo otras construcciones sociales, que parecían
a primera vista potentes y grandiosas, pero que muy pronto se ha visto cómo
carecían de sólidos fundamentos; por lo que una tras otra se van derrumbando
miserablemente, como tiene que derrumbarse todo cuanto no se apoya sobre la
única piedra angular que es Jesucristo.

IV. RECURSOS Y MEDIOS

NECESIDAD DE DEFENSA
RENOVACIÓN DE LA VIDA CRISTIANA
DESPRENDIMIENTO
CARIDAD CRISTIANA

NECESIDAD DE DEFENSA

39. Tal es, Venerables Hermanos, la doctrina de la Iglesia, la única que, como
en todos los demás campos, también en el terreno social puede traer verdadera luz
y ser la salvación frente a la ideología comunista. Pero es preciso que esta doctrina
se realice cada vez más en la práctica de la vida, conforme al aviso del apóstol
Santiago: Sed... obradores de la palabra, y no tan sólo oidores, engañandoos a
vosotros mismos[24]; por esto, lo que más urge al presente es aplicar con energía
los oportunos remedios para oponerse eficazmente a la amenazadora revolución
que se está preparando. Tenemos la firme confianza de que al menos la pasión, con
que los hijos de las tinieblas trabajan día y noche en su propaganda materialista y
atea, servirá para estimular santamente a los hijos de la luz a un celo no desigual,
y aun mayor, por honor de la Majestad divina.

40. ¿Qué, pues, hacer? ¿Qué remedios emplear para defender a Cristo y la
civilización cristiana contra ese tan pernicioso enemigo? Como un padre en el
seno de la familia, quisiéramos Nos conversar, por decirlo así, en la intimidad,
18 Pío XI

sobre los deberes que la gran lucha de nuestros días impone a todos los hijos de
la Iglesia, dirigiendo también Nuestra paternal admonición aun a aquellos hijos
que se han alejado de ella.

RENOVACIÓN DE LA VIDA CRISTIANA

41. Como en los periodos más borrascosos de la historia de la Iglesia, así hoy
todavía el remedio fundamental está en una sincera renovación de la vida privada
y pública, según los principios del Evangelio, en todos aquellos que se glorían de
pertenecer al redil de Cristo, para que sean verdaderamente la sal de la tierra que
preserva a la sociedad humana de una corrupción total.

42. Con ánimo profundamente agradecido al Padre de las luces, de quien


desciende toda dádiva buena y todo don perfecto[25], vemos en todas partes signos
consoladores de esta renovación espiritual, no sólo en tantas almas singularmente
elegidas que en estos últimos años se han alzado hasta la cumbre de la más sublime
santidad, y en tantas otras, cada vez más numerosas, que generosamente caminan
hacia la misma luminosa meta, sino también en una piedad sentida y vivida que
vuelve a florecer en todas las clases de la sociedad, aun en las más cultas, como lo
hemos hecho notar en Nuestro reciente “Motu proprio” In multis solaciis, del 28
de octubre pasado, con ocasión de la reorganización de la Academia Pontificia de
Ciencias[26].

43. Pero no podemos negar que aun queda mucho por hacer en este camino de
la renovación espiritual. Aun en países católicos, son demasiados los que son católicos
casi sólo de nombre; demasiados los que, aun observando más o menos fielmente las
prácticas más esenciales de la religión que se glorían de profesar, no se preocupan de
conocerla mejor ni de adquirir una convicción más íntima y profunda, y menos aún
de hacer que al barniz exterior corresponda el interno esplendor de una conciencia
recta y pura, que comprenda y cumpla todos sus deberes bajo la mirada de Dios.
Sabemos cuánto aborrece el Divino Salvador esta vana y falaz exterioridad, El, que
quería que todos adorasen al Padre en espíritu y verdad[27]. Quien no vive verdadera y
sinceramente según la fe que profesa, no podrá sostenerse mucho tiempo hoy, cuando
tan fuerte sopla el viento de la lucha y de la persecución, sino que será arrastrado
miserablemente por este nuevo diluvio que amenaza al mundo; y así, mientras se labra
su propia ruina, expondrá también a ludibrio el nombre de cristiano.
Encíclica Divini Redemptoris 19

DESPRENDIMIENTO

44. Y aquí queremos, Venerables Hermanos, insistir más particularmente sobre


dos enseñanzas del Señor, que tienen especial conexión con las actuales condiciones
del género humano: el desprendimiento de los bienes terrenos y el precepto de la
caridad. Bienaventurados los pobres de espíritu, fueron las primeras palabras que
salieron de los labios del Divino Maestro en su sermón de la montaña[28]. Y esta
lección es más necesaria que nunca en estos tiempos de materialismo sediento de
bienes y placeres de esta tierra. Todos los cristianos, ricos y pobres, deben tener siempre
fija la mirada en el cielo, recordando que no tenemos aquí ciudad permanente sino
que vamos tras de la futura[29]. Los ricos no deben poner su felicidad en las cosas de
la tierra, ni enderezar sus mejores esfuerzos a conseguirlas, sino que, considerándose
sólo como administradores que saben cómo han de dar cuenta al supremo Dueño,
se sirvan de ellas como de preciosos medios que Dios les otorga para hacer el bien;
y no dejen de distribuir a los pobres lo superfluo, según el precepto evangélico[30].
De lo contrario, se verificará en ellos y en sus riquezas la severa sentencia de Santiago
apóstol: Ea, pues, ricos, llorad, levantad el grito en vista de las desdichas que han de
sobreveniros. Podridos están vuestros bienes, y vuestras ropas han sido roídas por la
polilla. El oro y la plata vuestra se han enmohecido; y el orín de estos metales dará
testimonio contra vosotros, y devorará vuestras carnes como un fuego. Os habéis
atesorado ira para los últimos días[31].

45. Pero también los pobres, a su vez, aunque se esfuercen, según las leyes de la
caridad y de la justicia, por proveerse de lo necesario y aun por mejorar de condición,
deben también permanecer siempre pobres de espíritu[32], estimando más los
bienes espirituales que los bienes y goces terrenos. Recuerden, además, que nunca se
conseguirá hacer desaparecer del mundo las miserias, los dolores, las tribulaciones a
que están sujetos también los que exteriormente aparecen muy felices. Todos, pues,
necesitan la paciencia, esa paciencia cristiana con que se eleva el corazón hacia las
divinas promesas de una felicidad eterna. Pero vosotros, hermanos míos -diremos
también con Santiago-, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo
el labraor, con la esperanza de recoger el precioso fruto de la tierra, aguarda con
paciencia la lluvia temprana y la tardía. Esperad también vosotros con paciencia y
reanimad vuestros corazones, porque la venida del Señor está cerca[33]. Sólo así se
cumplirá la consoladora promesa del Señor: Bienaventurados los pobres. Y no es
éste un consuelo y una promesa vana, como son las promesas de los comunistas,
20 Pío XI

sino que son palabras de vida, que encierran una realidad suprema, palabras que
se verifican plenamente aquí en la tierra y después en la eternidad. Muchos son,
de hecho, los pobres que en estas palabras y en la esperanza del reino de los cielos
-proclamado ya propiedad suya, porque es vuestro el reino de Dios[34]- hallan una
felicidad que tantos ricos no encuentran en sus riquezas, siempre inquietos al estar
atormentados porque desean tener aun más.

CARIDAD CRISTIANA

46. Todavía más importante para remediar el mal de que tratamos, o, por
lo menos, más directamente ordenado a curarlo, es el precepto de la caridad. Nos
referimos a esa caridad cristiana, paciente y benigna[35], que evita toda apariencia
de protección humillante y toda ostentación: esa caridad que desde los comienzos
del Cristianismo ganó para Cristo a los más pobres entre los pobres, los esclavos:
y damos las gracias a todos cuantos, en las obras de beneficencia, desde las
Conferencias de San Vicente de Paul hasta las grandes y recientes organizaciones
de asistencia social, han ejercitado y ejercitan las obras de misericordia corporal y
espiritual. Cuanto más experimenten en sí mismos los obreros y los pobres lo que
el espíritu de amor, animado por la virtud de Cristo, hace por ellos, tanto más
se despojarán del prejuicio de que el Cristianismo ha perdido su eficacia y que la
Iglesia está de parte de quienes explotan su trabajo.

47. Pero cuando vemos, por un lado, una muchedumbre de indigentes


que, por causas ajenas a su voluntad, están realmente oprimidos por la miseria; y
por otro lado, junto a ellos, tantos que se divierten inconsideradamente y gastan
enormes sumas en cosas inútiles, no podemos menos de reconocer con dolor que
no sólo no es bien observada la justicia, sino que tampoco se ha profundizado
lo suficiente en el precepto de la caridad cristiana, ni se vive conforme a él en la
práctica cotidiana. Deseamos, pues, Venerables Hermanos, que sea más y más
explicado, de palabra y por escrito, este divino precepto, precioso distintivo
dejado por Cristo a sus verdaderos discípulos; este precepto que nos enseña a ver,
en los que sufren, a Jesús mismo y nos obliga a amar a nuestros hermanos como el
divino Salvador nos ha amado, es decir, hasta el sacrificio de nosotros mismos, y,
si es necesario, aun de la propia vida. Mediten todos a menudo aquellas palabras,
consoladoras por una parte, pero terribles por otra, de la sentencia final que el
Juez Supremo pronunciará en el día del juicio final: Venid, benditos de mi Padre...
Encíclica Divini Redemptoris 21

porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber... En


verdad os digo: siempre que lo hicisteis con alguno de estos mis más pequeños
hermanos, conmigo lo hicisteis[36]. Y por lo contrario: Apartaos de Mí, malditos,
al fuego eterno... porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y no me
disteis de beber... En verdad os digo: siempre que dejasteis de hacerlo con alguno
de estos mis pequeños hermanos, dejasteis de hacerlo conmigo[37].

48. Para merecer, pues, la vida eterna y para poder socorrer eficazmente
a los necesitados, es necesario volver a un vida más modesta; renunciar a los
placeres, muchas veces hasta pecaminosos, que el mundo ofrece hoy en tanta
abundancia; y, finalmente, olvidarse de sí mismo por el amor del prójimo. Hay
una divina fuerza regeneradora en este precepto nuevo, como lo llamaba Jesús,
de la caridad cristiana[38], cuya fiel observancia, al infundir en los corazones una
paz interna que no conoce el mundo, remediará eficazmente los males que afligen
a la humanidad.

Deberes de estricta justicia

49. Pero la caridad nunca será verdadera caridad si no tiene siempre en


cuenta la justicia. El Apóstol enseña que quien ama al prójimo, ha cumplido la
ley; y da la razón: porque el No fornicar, No matar, No robar... y cualquier otro
mandato, se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo[39].
Si, pues, según el Apóstol, todos los deberes se reducen al único precepto de la
verdadera caridad, también se reducirán a él los que son de estricta justicia, como
el no matar y el no robar; una caridad que prive al obrero del salario al que tiene
estricto derecho, no es caridad, sino un vano nombre y una vacía apariencia de
caridad. Ni el obrero ha de recibir como limosna lo que le corresponde por justicia;
ni con pequeñas dádivas de misericordia pretenda nadie eximirse de los grandes
deberes impuestos por la justicia. La caridad y la justicia imponen deberes, con
frecuencia acerca del mismo objeto, pero bajo diversos aspectos; y los obreros, por
razón de su propia dignidad tienen pleno derecho a mostrarse muy sensibles en la
exigencia de los deberes que los demás tienen para con ellos.

50. Por esto Nos dirigimos de modo particular a vosotros, patronos e


industriales cristianos, cuya tarea es a menudo tan difícil porque padecéis
la pesada herencia de los errores de un régimen económico injusto que ha
22 Pío XI

ejercitado su ruinoso influjo durante varias generaciones: Acordaos de vuestra


responsabilidad. Es, por desgracia, verdad que las prácticas admitidas en ciertos
sectores católicos han contribuido a quebrantar la confianza de los trabajadores en
la religión de Jesucristo. No querían aquéllos comprender que la caridad cristiana
exige el reconocimiento de ciertos derechos debidos al obrero y que la Iglesia los
ha reconocido explícitamente. ¿Qué decir de ciertos patronos católicos que en
algunas partes consiguieron impedir la lectura de Nuestra encíclica Quadragesimo
anno en sus iglesias patronales? ¿Qué decir de aquellos industriales católicos que
todavía no han cesado de mostrarse, hasta hoy, enemigos de un movimiento obrero
recomendado por Nos mismo? ¿Y no es de lamentar que el derecho de propiedad,
reconocido por la Iglesia, haya sido usado algunas veces para defraudar al obrero
en su justo salario y en sus derechos sociales?

Justicia social

51. En efecto, además de la justicia conmutativa, existe la justicia social, que


impone también deberes a los que ni patronos ni obreros se pueden sustraer. Y
precisamente es propio de la justicia social el exigir de los individuos todo cuanto
es necesario al bien común. Pero así como en el organismo viviente no se provee
al todo si no se da a cada parte y a cada miembro cuanto necesitan para ejercer
sus funciones, así tampoco se puede proveer al organismo social y al bien de toda
la sociedad si no se da a cada parte y a cada miembro, es decir, a los hombres
dotados de la dignidad de persona, cuanto necesitan para cumplir sus funciones
sociales. La realización de la justicia social dará como fruto una intensa actividad
de toda la vida económica desarrollada en la tranquilidad y en el orden, y se
pondrá así de relieve la salud del cuerpo social, del mismo modo que la salud del
cuerpo humano se reconoce en la actividad armónica, al mismo tiempo que plena
y fructuosa, de todo el organismo.

52. Pero no se puede decir que se haya satisfecho a la justicia social si


los obreros no tienen asegurado su propio sustento y el de sus familias con un
salario proporcionado a este fin; si no se les facilita la ocasión de adquirir alguna
modesta fortuna, previniendo así la plaga del pauperismo universal; si no se
toman precauciones en su favor, con seguros públicos y privados para el tiempo
de vejez, de enfermedad o de paro. En una palabra, para repetir lo que dijimos en
Nuestra encíclica Quadragesimo anno: “La economía social quedará sólidamente
Encíclica Divini Redemptoris 23

constituida y alcanzará sus fines sólo cuando a todos y a cada uno de los socios
se les provea de todos los bienes que las riquezas y subsidios naturales, la técnica
y la constitución social del hecho económico puedan ofrecer. Esos bienes deben
ser tan suficientemente abundantes que satisfagan las necesidades y comodidades
honestas, y eleven a los hombres a aquella condición de vida más feliz que,
administrada prudentemente, no sólo no impide la virtud, sino que la favorece
en gran manera”[40].

53. Además, si, como sucede, con frecuencia cada vez mayor, en el salariado,
la justicia no puede ser practicada por los particulares, sino a condición de que
todos convengan en practicarla conjuntamente mediante instituciones que unan
entre sí a los patronos, para evitar entre ellos una concurrencia incompatible con
la justicia debida a los trabajadores, el deber de los empresarios y patronos es
el sostener y promover estas instituciones necesarias, que son el medio normal
para poder cumplir los deberes de justicia. Pero también los trabajadores deben
acordarse de sus obligaciones de caridad y de justicia para con los patronos: estén
persuadidos de que así pondrán mejor a salvo sus propios intereses.

54. Si se considera, pues, el conjunto de la vida económica -como lo


notamos ya en Nuestra encíclica Quadragesimo anno-, no se conseguirá que
en las relaciones económico-sociales reine la mutua colaboración de la justicia
y de la caridad sino por medio de un conjunto de instituciones profesionales e
interprofesionales que, fundadas sobre bases sólidamente cristianas y unidas entre
sí, constituyan, bajo diversas formas adaptadas a lugares y circunstancias, lo que
se llamaba la Corporación.

Doctrina social

55. Para dar a esta acción social una eficacia mayor, es muy necesario
promover el estudio de los problemas sociales a la luz de la doctrina de la Iglesia
misma. Si el modo de proceder de algunos católicos ha dejado que desear en
el campo económico-social, con frecuencia ello se debe a que no han conocido
suficientemente ni meditado las enseñanzas de los Sumos Pontífices en la materia.
Por esto es sumamente necesario que en todas las clases de la sociedad se promueva
una más intensa formación social, correspondiente al diverso grado de cultura
intelectual, y se procure con toda solicitud y por todos medios la más amplia
24 Pío XI

difusión de las enseñanzas de la Iglesia aun entre la clase obrera. Ilumínense las
mentes con la segura luz de la doctrina católica, muévanse las voluntades a seguirla
y aplicarla como norma de una vida recta, por el cumplimiento concienzudo de
los múltiples deberes sociales. Y así se evitará esa incoherencia y discontinuidad
en la vida cristiana de la que varias veces Nos hemos lamentado, pues algunos,
miembros son aparentemente fieles al cumplimiento de sus deberes religiosos,
luego, en el campo del trabajo, o de la industria, o de la profesión, o en el comercio,
o en el empleo, por un deplorable desdoblamiento de conciencia, llevan una
vida demasiado disconforme con las claras normas de la justicia y de la caridad
cristiana, dando así grave escándalo a los débiles y ofreciendo a los malos fácil
pretexto para desacreditar a la Iglesia misma.

56. Grandemente puede contribuir a esta renovación la prensa católica. Ella


puede y debe, ante todo, procurar dar a conocer cada vez mejor, valiéndose de
medios tan variados como atractivos, la doctrina social; informar con exactitud,
pero también con la debida extensión, acerca de la actividad de los enemigos, y
describir los medios de lucha que se hayan demostrado ser los más eficaces en
las diversas regiones; proponer útiles sugerencias y poner en guardia contra las
astucias y engaños con que los comunistas procuran, y ya lo han logrado, atraerse
a sí aun a hombres de buena fe.

Contra las insidias comunistas

57. Sobre este punto insistimos ya en Nuestra Alocución del 12 de mayo


del año pasado, pero creemos necesario, Venerables Hermanos, volver a llamar
acerca de ello vuestra atención de manera especial. Al principio, el comunismo
se mostró cual era en toda su perversidad; pero pronto cayó en la cuenta de
que con tal proceder alejaba de si a los pueblos, y por esto ha cambiado de
táctica y procura atraerse las muchedumbres con diversos engaños, ocultando
sus designios bajo ideas que en sí mismas son buenas y atrayentes. Así, ante el
deseo general de paz, los jefes del comunismo fingen ser los más celosos fautores y
propagandistas del movimiento por la paz mundial; pero al mismo tiempo excitan
a una lucha de clases que hace correr ríos de sangre, y sintiendo que no tienen
garantías internas de paz, recurren a armamentos ilimitados. Así, bajo diversos
nombres y sin alusión alguna al comunismo, fundan asociaciones y periódicos
que luego no sirven sino para lograr que sus ideas vayan penetrando en medios
Encíclica Divini Redemptoris 25

que de otro modo no les serían fácilmente accesibles; y pérfidamente procuran


infiltrarse hasta en asociaciones abiertamente católicas y religiosas. Así, en otras
partes, sin renunciar en lo más mínimo a sus perversos principios, invitan a los
católicos a colaborar con ellos en el campo llamado humanitario y caritativo, a
veces proponiendo cosas completamente conformes al espíritu cristiano y a la
doctrina de la Iglesia. En otras partes llevan su hipocresía hasta hacer creer que
el comunismo en los países de mayor fe o de mayor cultura tomará un aspecto
más suave, y no impedirá el culto religioso y respetará la libertad de conciencia.
Y hasta hay quienes, refiriéndose a ciertos cambios introducidos recientemente
en la legislación soviética, deducen que el comunismo está ya para abandonar su
programa de lucha contra Dios.

58. Procurad, Venerables Hermanos, que los fieles no se dejen engañar. El


comunismo es intrínsecamente perverso; y no se puede admitir que colaboren
con él, en ningún terreno, quienes deseen salvar la civilización cristiana. Y si
algunos, inducidos al error, cooperasen a la victoria del comunismo en sus países,
serían los primeros en ser víctimas de su ceguera; y cuanto las regiones, donde el
comunismo consigue penetrar, más se distingan por la antigüedad y la grandeza
de su civilización cristiana, tanto más devastador se manifestará allí el odio de los
sin Dios.

Oración y penitencia

59. Pero si el Señor no guardare la ciudad, en vano vigila el centinela[41]. Por


esto, como último y poderosísimo remedio, os recomendamos, Venerables Hermanos,
que en vuestras diócesis promováis e intensifiquéis del modo más eficaz el espíritu
de oración, unido a la penitencia cristiana. Cuando los Apóstoles preguntaron al
Salvador por qué no habían podido librar del espíritu maligno a un endemoniado,
les respondió el Señor: Tales demonios no se lanzan más que con la oración y el
ayuno[42]. Tampoco podrá ser vencido el mal que hoy atormenta a la humanidd
sino con una santa y universal cruzada de oración y de penitencia; y recomendamos
singularmente a las Ordenes contemplativas, masculinas y femeninas, que redoblen
sus súplicas y sacrificios para impetrar del cielo una poderosa ayuda a la Iglesia en
las luchas presentes, con la poderosa intercesión de la Virgen Inmaculada, la cual,
así como un día aplastó la cabeza de la antigua serpiente, así también es hoy segura
defensa e invencible Auxilio de los cristianos.
26 Pío XI

V. MINISTROS Y AUXILIARES
DE ESTA OBRA SOCIAL DE LA IGLESIA

Sacerdotes

60. Para la obra mundial de salvación que hemos venido describiendo, y para
la aplicación de los remedios que quedan brevemente apuntados, los sacerdotes
son los que ocupan el primer puesto entre los ministros y obreros evangélicos
designados por el divino Rey Jesucristo. A ellos, por vocación especial, bajo la
guía de los Sagrados Pastores, y en unión de filial obediencia al Vicario de Cristo
en la tierra, se les ha confiado el cargo de tener encendida en el mundo la antorcha
de la fe y de infundir en los fieles aquella confianza sobrenatural con que la Iglesia,
en nombre de Cristo, ha combatido y vencido tantas otras batallas. Esta es la
victoria que vence al mundo, nuestra fe[43].

61. De modo particular recordamos a los sacerdotes la exhortación tantas


veces repetida por Nuestro Predecesor León XIII de ir al obrero; exhortación
que Nos hacemos Nuestra, completándola: Id al obrero, especialmente al obrero
pobre; más aún, en general, id a los pobres, siguiendo en esto las enseñanzas de
Jesús y de su Iglesia. Los pobres, en efecto, son los que están más expuestos a las
insidias de los agitadores, que explotan su desgraciada condición para encender
la envidia contra los ricos y excitarles a tomar por la fuerza lo que les parece que
la fortuna les ha negado injustamente; y si el sacerdote no va a los obreros y a los
pobres, para prevenirles o para desengañarlos de los prejuicios y falsas teorías, se
convertirán en fácil presa de los apóstoles del comunismo.

62. No podemos negar que se ha hecho ya mucho en este sentido, especialmente


después de las encíclicas Rerum novarum y Quadragesimo anno; y saludamos con
paterna complacencia el industrioso celo pastoral de tantos Obispos y sacerdotes
que, con las debidas prudentes cautelas, inventan o prueban nuevos métodos de
apostolado adaptados a las exigencias modernas. Pero todo esto es aun demasiado
poco para las exigencias de la hora presente. Así como cuando la patria está en
peligro, todo lo que no es estrictamente necesario o no está directamente ordenado
a la urgente necesidad de la defensa común pasa a segunda línea, así también en
nuestro caso, toda otra obra, por muy hermosa y buena que sea, debe ceder el puesto
a la vital necesidad de salvar las bases mismas de la fe y de la civilización cristiana. Por
Encíclica Divini Redemptoris 27

consiguiente, los sacerdotes en sus parroquias, dedicándose, naturalmente, cuanto


sea necesario, al cuidado ordinario de los fieles, reserven la mejor y la mayor parte de
sus fuerzas y de su actividad a fin de volver a ganar las masas trabajadoras para Cristo
y su Iglesia, hacer penetrar el espíritu cristiano en los medios que le son más ajenos.
En las masas populares hallarán una inesperada correspondencia y abundancia de
frutos que les compensarán del duro trabajo de la primera roturación, como lo
hemos visto y lo vemos en Roma y en muchas otras grandes ciudades, donde en las
nuevas iglesias que van surgiendo en los barrios periféricos, se ven formarse celosas
comunidades parroquiales y se operan verdaderos milagros de conversión entre
muchedumbres antes hostiles a la religión, sólo porque no la conocían.

63. Pero el medio más eficaz de apostolado entre las muchedumbres de


los pobres y de los humildes es el ejemplo del sacerdote, el ejemplo de todas las
virtudes sacerdotales, tal como las hemos descrito en Nuestra encíclica Ad catholici
sacerdotii[44]; mas, en el presente caso, de un modo especial es necesario un
luminoso ejemplo de vida humilde, pobre, desinteresada, imitando al Divino
Maestro, que podía proclamar con divina franqueza: Las raposas tienen madrigueras
y las aves del cielo nido, mas el Hijo del hombre no tiene sobre donde reclinar
la cabeza[45]. Un sacerdote verdadera y evangélicamente pobre y desinteresado
hace milagros de bien en medio del pueblo, como un Vicente de Paúl, un cura
de Ars, un Cottolengo, un Don Bosco y tantos otros; pero un sacerdote avaro e
interesado, como lo hemos recordado en la ya citada Encíclica, aunque no caiga
como Judas, en el abismo de la traición, será por lo menos un vano bronce que
resuena y un inútil címbalo que retiñe[46] y, demasiadas veces, un estorbo más que
un instrumento de la gracia, en medio del pueblo. Y si el sacerdote secular o regular
tiene que administrar bienes temporales por deber de oficio, recuerde que no sólo
ha de observar escrupulosamente cuanto prescriben la caridad y la justicia, sino que
de manera especial debe mostrarse verdadero padre de los pobres.

Acción Católica

64. Después de este llamamiento al Clero, dirigimos Nuestra paternal


invitación a Nuestros queridísimos hijos seglares que militan en las filas de la Acción
Católica, que Nos es tan cara y que, como declaramos en otra ocasión (*), es una
ayuda particularmente providencial a la obra de la Iglesia en estas circunstancias
tan difíciles. En efecto, la Acción Católica es también apostolado social en cuanto
28 Pío XI

tiende a difundir el reino de Jesucristo, no sólo en los individuos, sino también en


las familias y en la sociedad. Por esto debe, ante todo, atender a formar con cuidado
especial a sus miembros y a prepararlos para las santas batallas del Señor. Para este
trabajo formativo, urgente y necesario como nunca, y que debe preceder siempre a
la acción directa y efectiva, servirán ciertamente los círculos de estudio, las semanas
sociales, los cursos sistematizados de conferencias y todas las demás iniciativas aptas
para dar a conocer la solución cristiana de los problemas sociales.

65. Los que militan en la Acción Católica, tan bien preparados y adiestrados,
serán los primeros e inmediatos apóstoles de sus compañeros de trabajo y los
preciosos auxiliares del sacerdote para llevar la luz de la verdad y para aliviar las
graves miserias materiales y espirituales en innumerables zonas que se han hecho
refractarias a toda acción de los ministros de Dios por inveterados prejuicios
contra el clero o una deplorable apatía religiosa. Así es como, bajo la guía de
sacerdotes particularmente expertos, se cooperará a esa asistencia religiosa a las
clases trabajadoras, que tanto Nos preocupa, porque es el medio más apto para
preservar a esos amados hijos Nuestros de la insidia comunista.

66. Además de este apostolado individual, muchas veces silencioso, pero


utilísimo y eficaz, es también propio de la Acción Católica difundir ampliamente
por medio de la propaganda oral y escrita los principios fundamentales que han
de servir a la construcción de un orden social cristiano, como se desprende de los
documentos pontificios.

Organizaciones auxiliares

67. Alrededor de la Acción Católica se alinean las organizaciones que muchas


veces hemos recomendado como auxiliares de la misma. A estas organizaciones tan
útiles las exhortamos con paternal afecto a que se consagren a la gran misión de que
tratamos, porque actualmente supera a todas las demás por su vital importancia.

Organizaciones profesionales

68. Nos pensamos también en las organizaciones profesionales de obreros, de


agricultores, de ingenieros, de médicos, de patronos, intelectuales, y otras semejantes:
hombres y mujeres, que viven en las mismas condiciones culturales y a quienes la
Encíclica Divini Redemptoris 29

naturaleza misma reúne en agrupaciones homogéneas. Precisamente estos grupos y estas


organizaciones están destinados a introducir en la sociedad aquel orden que tuvimos
presente en Nuestra encíclica Quadragesimo anno, y a difundir así el reconocimiento
de la realeza de Cristo en los diversos campos de la cultura y del trabajo.

69. Y si por haberse transformado las condiciones de la vida económica y social,


el Estado se ha creído en el deber de intervenir hasta el punto de asistir y regular
directamente tales instituciones con peculiares disposiciones legislativas, salvo el
respeto debido a la libertad y a las iniciativas privadas, ni aun en esas circunstancias
puede la Acción Católica apartarse de la realidad. Con prudencia deberá prestar su
contribución de pensamiento, estudiando los nuevos problemas a la luz de la doctrina
católica, y la contribución de su actividad por la participación leal y generosa de sus
socios en las nuevas formas e instituciones, llevando a ellas el espíritu cristiano, que
es siempre principio de orden y de mutua y fraternal colaboración.

Llamamiento a los obreros

70. Una palabra especialmente paternal quisiéramos dirigir aquí a Nuestros


queridos obreros católicos, jóvenes y adultos, los cuales, tal vez en premio a su
fidelidad, a veces heroica en estos tiempos tan difíciles, han recibido una misión
muy noble y ardua. Bajo la dirección de sus Obispos y de sus sacerdotes, ellos deben
traer de nuevo a la Iglesia y a Dios esas inmensas multitudes de hermanos suyos en el
trabajo que, exacerbados por no haber sido comprendidos o tratados con la dignidad
a que tenían derecho, se han alejado de Dios. Demuestren los obreror católicos con
su ejemplo, con sus palabras, a estos hermanos extraviados que la Iglesia es una
tierna madre para todos los que trabajan y sufren, y que jamás ha faltado ni faltará
a su sagrado deber maternal de defender a sus hijos. Si esta misión que ellos deben
cumplir en las minas, en las fábricas, en los talleres, dondequiera que se trabaja,
requiere a veces grandes sacrificios, recuerden que el Salvador del mundo ha dado
no sólo el ejemplo del trabajo, sino también el del sacrificio.

Concordia

71. Finalmente, a todos Nuestros hijos de toda clase social, de toda nación,
de toda agrupación religiosa o seglar en la Iglesia, quisiéramos dirigir un nuevo
y más apremiante llamamiento a la concordia. Muchas veces Nuestro corazón
30 Pío XI

paternal ha sido afligido por las divisiones, fútiles frecuentemente en sus causas,
pero siempre trágicas en sus consecuencias, que hacen enfrentarse entre sí a los
hijos de una misma madre, la Iglesia. Y entonces se ve cómo los fautores de
desórdenes, que no son tan numerosos, aprovechándose de tales discordias, las
hacen todavía más estridentes y acaban por lanzar a la lucha, unos contra otros,
aun a los mismos católicos. Después de los acontecimientos de los últimos meses,
debería parecer superflua Nuestra advertencia. Pero la repetimos una vez más
para aquellos que no han comprendido o tal vez no quieren comprender. Los
que trabajan por aumentar las disensiones entre los católicos toman sobre sí una
terrible responsabilidad ante Dios y ante la Iglesia.

Llamamiento a todos

72. Pero en esta lucha, empeñada por el poder de las tinieblas contra la idea
misma de la Divinidad, queremos Nos esperar que, además de todos los que se
glorían del nombre de Cristo, se muestren dispuestos también cuantos creen en
Dios y lo adoran, que son aún la inmensa mayoría de los hombres. Renovamos,
por lo tanto, el llamamiento que hace ya cinco años lanzamos en Nuestra encíclica
Caritate Christi, a fin de que también ellos concurran leal y cordialmente por su
parte para apartar de la humanidad el gran peligro que a todos amenaza. Porque
-como decíamos entonces- el creer en Dios es el fundamento firmísimo de todo
orden social y de toda responsabilidad en la tierra, y por esto cuantos no quieren
la anarquía y el terror deben con toda energía consagrarse a que los enemigos de
la religión no consigan el fin que con tanta claridad han proclamado[47].

Deberes del Estado cristiano


Ayudar a la Iglesia

73. Hemos expuesto, Venerables Hermanos, la tarea positiva, de orden doctrinal


y práctico a la vez, que la Iglesia asume para sí, en virtud de la misión que Cristo
le confió de construir la sociedad cristiana, y, en nuestros tiempos, de combatir y
desbaratar los esfuerzos del comunismo; y hemos dirigido un llamamiento a todas
y cada una de las clases de la sociedad. A esta misma empresa espiritual de la Iglesia
debe el Estado cristiano concurrir positivamente, ayudando en su empeño a la
Iglesia con los medios que le son propios; medios exteriores ciertamente, pero que
también se refieren no menos, en primer lugar, al bien de las almas.
Encíclica Divini Redemptoris 31

74. Por esto los Estados pondrán todo cuidado en impedir que la
propaganda atea, que destruye todos los fundamentos del orden, haga
estragos en sus territorios, porque no podrá haber autoridad sobre la tierra si
no se reconoce la autoridad de la Majestad divina, ni será firme el juramento
que no se haga en el nombre de Dios vivo. Repetimos lo que tantas veces
y con tanta insistencia hemos dicho, especialmente en Nuestra encíclica
Caritate Christi: Y, efectivamente, ¿cómo puede mantenerse un contrato
cualquiera, y qué valor puede tener un tratado, cuando falta toda garantía
de conciencia? ¿Y cómo se puede hablar de garantía de conciencia, cuando
se ha perdido la fe en Dios, todo temor de Dios? Quitada esta base, cae
con ella toda ley moral, y ningún medio hay que pueda impedir la gradual,
pero inevitable ruina de los pueblos, de las familias, del Estado, de la misma
civilización humana[48].

Providencias del bien común

75. Además, el Estado debe emplear todos los medios para crear aquellas
condiciones materiales de vida, sin las que no puede subsistir una sociedad
ordenada, y para procurar trabajo, especialmente a los padres de familia y a la
juventud. Para este fin, induzca a las clases ricas a que, por la urgente necesidad
del bien común, tomen sobre sí aquellas cargas sin las cuales la sociedad humana
no puede salvarse ni ellas podrían hallar salvación. Pero las providencias que toma
el Estado a este fin deben ser tales que alcancen realmente a quienes de hecho
tienen en sus manos los mayores capitales y los aumentan continuamente con
grave daño de los demás.

Prudente administración

76. El Estado mismo, acordándose de sus responsabilidades ante Dios


y ante la sociedad, sirva de ejemplo a todos los demás con una prudente y
sobria administración. Hoy más que nunca, la gravísima crisis mundial exige
que los que dispongan de fondos enormes, fruto del trabajo y del sudor de
millones de ciudadanos, tengan siempre ante los ojos únicamente el bien
común y procuren promoverlo lo más posible. Que también los funcionarios
y todos los empleados del Estado cumplan por obligación de conciencia sus
deberes con fidelidad y desinterés, siguiendo los luminosos ejemplos antiguos
32 Pío XI

y recientes de hombres insignes que, en un trabajo sin descanso, sacrificaron


toda su vida por el bien de la patria. Y, finalmente, en las relaciones de los
pueblos entre sí, se procure solícitamente que cuanto antes desaparezcan los
impedimentos artificiales de la vida económica, nacidos de un sentimiento
de desconfianza y de odio, cuando la verdad es que los pueblos de la tierra
forman una única familia de Dios.

Dejar libertad a la Iglesia

77. Pero, al mismo tiempo, el Estado tiene que dejar a la Iglesia plena libertad
de cumplir su misión divina y espiritual, para contribuir así poderosamente a salvar
los pueblos de la terrible tormenta de la hora presente. De todas partes se hace
hoy un angustioso llamamiento a las fuerzas morales y espirituales; y con razón,
porque el mal que se ha de combatir es, ante todo, considerado en su primera
fuente, un mal de naturaleza espiritual, y de esta fuente es de donde brotan con
una lógica infernal todas las monstruosidades del comunismo. Ahora bien: entre
las fuerzas morales y religiosas sobresale incontestablemente la Iglesia católica; y
por eso, el bien mismo de la humanidad exige que no se pongan impedimentos
a su actividad.

78. Obrar de otro modo, y pretender al mismo tiempo alcanzar el fin con
medios puramente económicos o políticos, es dejarse arrastrar por un error
peligroso. Y cuando se excluye la religión de la escuela, de la educación, de la
vida pública, cuando se expone al ludibrio a los representantes del Cristianismo
y sus sagrados ritos, ¿no se favorece, por ventura, a aquel materialismo, de
donde nace el comunismo? Ni la fuerza, aun mejor organizada, ni los ideales
terrenos, por muy grandes y nobles que sean, pueden sofocar un movimiento
que tiene sus raíces precisamente en la demasiada estima de los bienes de la
tierra.

79. Confiamos que quienes dirigen la suerte de las naciones, por poco que
sientan el peligro extremo que hoy amenaza a los pueblos, entenderán cada vez
mejor el supremo deber de no impedir a la Iglesia el cumplimiento de su misión;
y ello tanto más cuanto que al cumplirla, mientras atiende a la felicidad eterna del
hombre, trabaja inseparablemente por la verdadera felicidad tempora.
Encíclica Divini Redemptoris 33

Paternal llamamiento

80. No podemos terminar esta Encíclica sin dirigir una palabra a aquellos
hijos Nuestros que ya están contagiados, o poco menos, por el mal comunista.
Los exhortamos vivamente a que oigan la voz del Padre que los ama, y rogamos al
Señor que los ilumine para que abandonen el resbaladizo camino que los lleva a
una inmensa y catastrófica ruina, y reconozcan ellos también que el único Salvador
es Jesucristo Señor Nuestro, pues no se ha dado a los hombres otro nombre debajo
del cielo por el cual debamos salvarnos[49].

CONCLUSION

81. Y para apresurar la paz de Cristo en el reino de Cristo[50], por todos


tan deseada, ponemos la gran acción de la Iglesia católica contra el comunismo
ateo mundial bajo la égida del poderoso Protector de la Iglesia, San José. El
pertenece a la clase obrera y él experimentó el peso de la pobreza en sí y en la
Sagrada Familia, de la que era jefe solícito y amante; a él le fue confiado el divino
Niño, cuando Herodes envió sus sicarios contra El. Con una vida de absoluta
fidelidad en el cumplimiento del deber cotidiano, ha dejado un ejemplo de vida
a todos los que tienen que ganar el pan con el trabajo de sus manos, y mereció
ser llamado el Justo, ejemplo viviente de la justicia cristiana que debe dominar
en la vida social.

82. Levantando la mirada, Nuestra fe ve los nuevos cielos y la nueva tierra


de que habla el primer Predecesor Nuestro, San Pedro[51]. Mientras las promesas
de los falsos profetas se resuelven en sangre y lágrimas, brilla con celestial belleza
la gran profecía apocalíptica del Redentor del mundo: He aquí que Yo renuevo
todas las cosas[52].

No Nos resta, Venerables Hermanos, sino elevar las manos paternas y hacer
descender sobre vosotros, sobre vuestro clero y pueblo, sobre toda la gran familia
católica, la Bendición Apostólica.

Dado en Roma, junto a San Pedro, en la fiesta de San José, Patrono de la


Iglesia universal, el 19 de marzo de 1937, año décimosexto de Nuestro Pontificado.
34 Pío XI

NOTAS

[1] Cf. Gen. 3, 23.


[2] Gal. 4, 4.
[3] Enc. Qui pluribus 9 nov. 1846: Acta Pii IX 1, 13. -Cf. Syllabus, pr. 4: A.S.S., 3, 170.
[4] Enc. Quod Apostolici muneris 28 dec. 1878; A.L. 1, 170-183.
[5] Alloc. 18 dec. 1924: A.A.S. 16, 494. 495.
[6] 8 maii 1928: A.A.S. 20, 165-178.
[7] 15 maii 1931: A.A.S. 23, 177-228.
[8] 3 maii 1932: A.A.S. 24, 177-194.
[9] 29 sept. 1932: A.A.S. 24, 321-332.
[10] 3 iun. 1933: A.A.S. 25, 261-274.
[11] Cf. enc. Casti connubii 31 dec. 1930: A.A.S. 30, 567.
[12] Cf. 2 Thess. 2, 4.
[13] Enc. Divini illius Magistri 31 dec. 1929: A.A.S. 22 (1930), 49-86.
[14] Enc. Casti connubbi 31 dec. 1930: A.A.S. 22, 539-582.
[15] 1 Cor. 3, 22. 23.
[16] Enc. Rerum novarum 15 maii 1891.
[17] Enc. Quadragesimo anno 15 maii 1931.
[18] Enc. Diuturnum illud 29 iun. 1891.
[19] Enc. Immortale Dei 1 nov. 1885.
[20] Luc. 2, 14.
[21] Mat. 6, 33.
[22] Cf. Mat. 13, 55; Marc. 6, 3.
[23] Cic. De officiis 1, 42.
[24] Iac. 1, 22.
[25] Ibid. 1, 17.
[26] 28 oct. 1936: A.A.S. 28 (1936), 421-424.
[27] Io. 4, 23.
[28] Mat. 5, 3.
[29] Hebr. 13, 14.
[30] Cf. Luc. 11, 41.
[31] Iac. 5, 1-3.
[32] Mat. 5, 3.
[33] Iac. 5, 7-8.
[34] Luc. 6, 20.
[35] 1 Cor. 13, 4.
[36] Mat. 25, 34-40.
[37] Ibid. 41-45.
[38] Io. 13, 34.
[39] Rom. 13, 8-9.
[40] Enc. Quadragesimo anno 15 maii 1931: A.A.S. 23, 202.
Encíclica Divini Redemptoris 35

[41] Ps. 126, 1.


[42] Mat. 17, 20.
[43] 1 Io. 5, 4.
[44] Enc. Ad catholici sacerdoti 20 dec. 1935: A.A.S. 28 (1936), 5-53.
[45] Mat. 8, 20.
[46] 1 Cor. 13, 1.
* 12 maii 1936; A.A.S. 29, 139-144.
[47] Enc. Caritate Christi 3 maii 1932: A.A.S. 24, 184.
[48] Ibid. A.A.S. 24 (1932), 190.
[49] Act. 4, 12.
[50] Cf. Enc. Ubi arcano 23 dec. 1922. A.A.S. 24, 691.
[51] 2 Pet. 3, 13; cf. Is. 65, 17; 66, 22; Apoc. 21, 1.
[52] Apoc. 21, 5.

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