[go: up one dir, main page]

100% encontró este documento útil (3 votos)
5K vistas86 páginas

Jinetes Enlutados - Marcial Lafuente Estefanía

Cargado por

miguel
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
100% encontró este documento útil (3 votos)
5K vistas86 páginas

Jinetes Enlutados - Marcial Lafuente Estefanía

Cargado por

miguel
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 86

Jinetes enlutados

MARCIAL L. ESTEFANIA

Colección Colorado Nº 592


1969

SERIE OESTE
MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 2—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Capítulo I

—¡Eh, tú! Ten un poco más de cuidado.


—No te asustes, preciosa. Es polvo nada más lo que se desprende de mis ropas.
—Has podido sacudirte en la calle. ¡No se puede respirar a tu lado!
El grupo de mineros que entraba en el saloon en ese momento reía con fuerza.
Y empujaron al compañero con quien la muchacha protestaba hacia ella.
Una gran nube de polvo se desprendió en aquel rápido movimiento.
—¡Esto no hay quien lo soporte! —exclamó la muchacha, echando a correr hacia el
interior del local.
Edgar Harris, el propietario del establecimiento, dijo a uno de sus hombres de
confianza: —Acércate a ver qué le ha ocurrido a Diana. Ordénala que continúe en la
puerta. Avísame cuando llegue tu amigo Jack. Es la persona que más estoy necesitando
en mi negocio.
—Tendrás que hablar primeramente con Alec. Yo sé que a Jack le agrada «trabajar»
en la cuenca. Últimamente me estuvo animando para que me marchara con él.
Edgar Harris le miró con sorpresa.
—¿Cómo no me lo has dicho antes?
—A mí me ocurre con esto lo mismo que a Jack en la cuenca. Gano dinero y me
divierto todo lo que quiero. No temas, no me iré.
Se tranquilizó Harris.
Frank sonrió maliciosamente al dar la espalda a su jefe.
Y como los mineros tenían rodeada a la muchacha, grito:
—¡Apartaos!¡Dejadme pasar!
—¡Hola, Frank!
—Apártate, hombre. Necesito hablar con Diana de algo muy importante.
Frank consiguió llegar junto a la muchacha.
—Sígueme, Diana. Edgar se ha molestado porque has abandonado tu puesto.
—¡La culpa la tienen estos salvajes!
Sonoras carcajadas se escucharon a continuación.
Varias de las mujeres que oficiaban por el salón se hicieron cargo del grupo de
mineros, arrastrándoles al mostrador.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 3—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—¡Menos mal! —exclamó Diana.


Frank la acompañó hasta la puerta.
—Aquí es donde debes estar; procura no olvidarlo.
—Le dices de mi parte al jefe que si no está contento conmigo que me liquide y me
marcho. No tendré que molestarme mucho para encontrar trabajo.
—Eso se lo dices tú cuando le veas; si te atreves, claro está.
—¿Cómo que si me atrevo?
—No te enfades… Lo primero que hizo fue pedirme que te ayudara cuando te vio
perseguida por ese grupo de lobos hambrientos.
—¡Son todos unos cerdos! Lo menos que podían hacer es sacudirse un poco la ropa
antes de entrar. Estuvieron a punto de asfixiarme con tanto polvo…
—Se les puede perdonar. Se dejan muchos billetes en el mostrador y en las mesas
de juego.
—Es muy bonito contar los billetes y las bolsas de oro por las noches mientras que
nosotras, por un puñado insignificante de billetes, tenemos que soportar a esas fieras.
Esta noche pienso hablar con el jefe. Como no lleguemos a un acuerdo, me iré de esta
casa tan pronto como cumpla mi contrato, que por cierto termina la próxima semana.
—Edgar no consentirá que te marches. También a mí me disgustaría que lo
hicieras.
La muchacha hizo como que no había escuchado esto último.
Otro grupo de mineros les interrumpió.
Frank les empujó hacia dentro y entró con ellos.
Diana sonrió agradecida, al comprender la intención de su compañero.
Eldorado era, sin duda, el mejor saloon de Placerville y el único lugar donde podía
encontrarse toda clase de diversión.
Se había levantado un poblado minero, muy pequeño, a pocas millas de
Placerville, con un saloon para divertirse, pero los mineros preferían recorrer unas
cuantas millas más y hacerlo con más libertad.
El minero, en general, vive desconfiado y temiendo siempre la sorpresa del
enemigo que continuamente acechaba.
Sentianse más tranquilos en Placerville que en el propio poblado minero.
Sidney Grant, el hombre que representaba la ley en el pueblo, era temido y
respetado.
Se decía que le unía una gran amistad con Norman Drake, el hombre más temido
de la cuenca. Era el comisario del oro.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 4—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

A este hombre se le esperaba de un momento a otro en Placerville para tratar


personalmente un problema surgido en la cuenca con un viejo minero, muy conocido
por todos, y que ahora se encontraba encarcelado por motivos únicamente conocidos
por el sheriff y el comisario del oro, así como por los hombres de quien éste se rodeaba.
Diana continuó su trabajo, y al finalizar la jornada se metió en su habitación,
cerrando la puerta por dentro para que nadie pudiera molestarla.
Solían llamar a la puerta con frecuencia, pero nunca hacía caso.
Tanto insistieron en aquella ocasión que se levantó de la cama y preguntó, sin abrir
la puerta:
—¿Quién es?
—Abre, Diana. Soy Frank.
—¿Qué quieres?
—Hablar contigo.
—Espera un momento. Voy a terminar de vestirme.
Una camisa de franela y un pantalón era toda su indumentaria.
—Hay que ver lo que hace la ropa en una mujer —dijo el visitante.
Entró en la habitación y volvieron a cerrar por dentro.
—Termina, Frank. ¿De qué se trata?
—El jefe quiere que vayas a verle. Es lo único que puedo decirte.
—¿Por qué no ha pedido que lo hiciera durante mis horas de trabajo?
—No lo sé.
—Me da la impresión que se equivoca conmigo.
—A decir verdad, me molesta que te llame con tanta frecuencia…
—Pareces un niño, Frank —rió la muchacha, al comprender lo que había querido
decirle—. Iré a ver al jefe. Lo más seguro es que quiera obligarme a firmar un nuevo
contrato antes que finalice el plazo.
—¿Nos veremos esta noche?
—Saldré a dar un paseo. Hace un día precioso… ¿Cómo va tu trabajo? Piensa que
es por las noches cuando suelen presentarse tus compromisos.
—Esta noche no «trabajaré». Hablaré con Edgar.
—De acuerdo. Más tarde te contaré para qué me ha llamado el jefe.
—Ten cuidado, Diana. No me fío de Edgar. Ha sabido aprovecharse siempre de
todo.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 5—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—Conmigo no tendrá éxito. Hace tiempo que se ha dado cuenta; por eso ha dejado
de molestarme.
—Es que ahora parece que empieza de nuevo.
—¿Estás celoso?
—Lo estoy, Diana; lo confieso.
—Eres un idiota.
Le besó cariñosa en la mejilla.
Frank la estrecho entre sus brazos y la besó con fuerza.
—¡Casi me asfixias!
Abandonaron la habitación, adelantándose Frank para que no les vieran aparecer
juntos.
Diana se internó en el estrecho y largo pasillo de la parte trasera para poder llegar
al despacho de su jefe sin tener necesidad de cruzar el salón.
Llamó con suavidad a la puerta.
—Adelante —autorizó Edgar Harris.
La muchacha abrió la puerta y entró decidida.
—Siéntate, Diana.
—Frank acaba de decirme que desea verme.
—Así es.
—Ha podido acordarse durante las horas de trabajo… Cuando estoy descansando
no me gusta que me molesten.
—Discúlpame, Diana. Creo que la noticia que voy a darte lo recompensará todo.
Ya tengo listo el nuevo contrato. Léelo y verás las condiciones que te ofrezco.
Un tanto desconfiada, decidió leer el contrato muy despacio.
Era una copia exacta del anterior, variando únicamente la cantidad a percibir todos
los meses.
—¿Qué le ha obligado a sentirse tan generoso? Mil doscientos dólares al mes es
una fortuna.
—Me interesa tenerte aquí.
—Solamente en una cosa no estoy de acuerdo.
—Explícamelo. El contrato es exactamente igual que el anterior. Lo he copiado
literalmente.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 6—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—Sólo que hasta ahora he venido cobrando todas las semanas y en mi nuevo
contrato tendré que hacerlo al finalizar el mes.
Edgar se echó a reír.
—Eso no será inconveniente. He podido equivocarme al copiar.
Tomó el contrato e hizo un pequeño arreglo, haciendo constar en una nueva
cláusula que Diana cobraría por semanas en vez de por meses.
Llegaron a un acuerdo y la muchacha firmó.
Edgar expresó su gran alegría y dijo:
—Esto hay que celebrarlo. Mira, ya tenía preparada una botella de champaña.
Diana bebió una sola copa.
Insistió Edgar y viose obligada a repetir la dosis.
—Ahora sí que no beberé más. ¿Puedo retirarme? Todavía encontraré el almacén
de Walter abierto. Deseo cambiar todo mi vestuario y en ello se me irán unos cuantos
dólares.
—¿Necesitas algún dinero?
—Walter es amigo mío… Me dará todo lo que le pida sin necesidad de pagarle
nada de momento.
—Haremos otra cosa: todo tú nuevo vestuario lo pagará la casa.
—¡Estoy sorprendida!¡Cuántas atenciones estoy recibiendo!
—Y hay algo más que no te he dicho. A partir de la próxima semana, tu misión en
la casa será vigilar las mesas de juego. Frank hace tiempo que me está engañando… Va a
resultarte un poco duro al principio, pero pronto te acostumbrarás. A pesar de la gran
amistad que te une a Frank, confío en ti.
Diana sonrió y tendió su delicada mano a Edgar, la que éste besó con suma
delicadeza.
Mostróse alegre y juvenil la muchacha al abandonar el despacho.
Se encontró con una de sus compañeras al salir.
—Pareces muy contenta, Diana.
—Es para estarlo. Acabo de firmar un nuevo contrato con la casa. El jefe, sin duda,
se ha vuelto loco.
—¿Cuánto te ha ofrecido?
—Lo mismo —mintió Diana, para no disgustar a su compañera—. Lo único que
cambiará es mi trabajo. Ya no tendré que estar en la puerta de reclamo. Me dedicaré a
vigilar las mesas de juego.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 7—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—Eres una mujer con suerte…


—También tú la tendrás, ya lo verás. Yo te echaré una mano en todo lo que pueda,
Agnes.
—Gracias, Diana. Eres muy buena conmigo. ¿Sabes quién acaba de llegar al
pueblo?
—No.
—Norman Drake.
—¡No pronuncies ese nombre en mi presencia! Odio al comisario del oro con toda
el alma.
—Frank me ha pedido se lo comunique al jefe. Si quieres hacerlo tú…
—No. Y no digas que me has visto. Voy a salir a dar un paseo.
Por la parte trasera del edificio salió a la calle.
Iba preocupada pensando en el viejo minero que continuaba encarcelado.
Dio un pequeño paseo por el campo y regresó en seguida.
Sonriendo como era costumbre en ella, se presentó en la oficina del sheriff.
—¡Eh, Carl, mira quién acaba de llegar!
—Buenas noches, Oswald.
—¡Diana!
—Hola, Carl... Hace tiempo que no visito a mi amigo Stirling. ¿Cómo está?
—Ahí dentro le tienes. Pasa si quieres.
—¿Dónde ha ido vuestro jefe?
—Está en Eldorado. Míster Drake acaba de llegar hace un momento.
—¿Otra vez nos visita ese desalmado?
Se echaron a reír los dos ayudantes del sheriff.
—Procura que él no te oiga —aconsejó Carl—. Aquí mencionó tu nombre. Ha
debido llevarse un gran disgusto cuando le hayan dicho que no estás en el saloon.
—Me alegro de haber salido. Voy a pasar un momento a saludar a Stirling.
—No te entretengas demasiado. El jefe nos ha ordenado que nadie le visite durante
su ausencia.
—No se enfadará porque yo lo haga, pero de todas formas procuraré salir antes de
que llegue vuestro jefe.
La muchacha entró en las celdas.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 8—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

El viejo minero dirigió una perezosa mirada a la puerta al escuchar su


característico ruido al abrirse o cerrarse.
De un ágil salto abandonó el camastro sobre el que se hallaba tumbado.
—¡Diana!
—Hola, Stirling. ¿Cómo estás?
—Desesperado… Los días pasan y aquí me tienes. ¿Has visto a mi hijo?
—No. No ha ido por el saloon.
—Llegó ayer. Se hospeda en el almacén de Walter. Ve a verle e impide que corneta
una tontería. Tarde o temprano no tendrán más remedio que ponerme en libertad. Me
han anunciado que mañana me visitará a primera hora el comisario del oro.
—¡Guarda esto!
Era un «Colt» lo que le entregó la muchacha.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 9—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Capítulo II

—¡Vamos, Baxley! ¡Levántate! Tienes visita.


—¿Es que no puede uno descansar ni siquiera aquí? Frotándose los ojos, se puso en
pie.
Miró unos segundos con sorpresa al hombre que estaba al otro lado de los barrotes,
el ayudante del sheriff que le había despertado le empujó hacia la puerta de la celda, que
estaba abierta.
Sintió una sensación extraña al verse fuera de aquella jaula metálica.
—Buenos días, Stirling. He sido yo quien ha ordenado al sheriff que te deje salir.
—¿Qué quieres de mi?
—Hablar contigo. Trataré de convencerte del grave error que estás cometiendo.
—No pierdas el tiempo, Norman. Podéis matarme si queréis, pero no os diré
dónde está la mina.
—Piensa en lo que ocurrirá si alguien la descubre y registra a su nombre. Os
quedaréis sin nada. Y todo por no pagar los impuestos como los demás mineros que
trabajan en la cuenca.
—Prefiero correr ese riesgo.
—Yo no tendría tantas contemplaciones con él —dijo el sheriff.
—Déjanos a solas.
El sheriff obedeció.
Durante más de media hora estuvo tratando el comisario del oro de convencer al
viejo minero.
Desesperado al final, al ver que no conseguía nada, gritó:
—¡Samuel! ¡Monty!
Des hombres aparecieron en la puerta seguidamente.
—¿Nos ha llamado?
—¡Si! ¡Ahí le tenéis! Tratad vosotros de convencerle. Los gritos de dolor del viejo se
escuchaban en la oficina.
Y para evitar que continuaran castigándole, fingió perder el conocimiento.
El llamado Samuel abandonó las celdas para anunciar a su jefe lo que ocurría.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 10—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—¡Es un tozudo! Lleváoslo esta noche y le colgáis… Con su hijo tendremos más
suerte.
Stirling fue arrastrado hasta el interior de la celda. Varios amigos del detenido se
presentaron horas más tarde en la oficina, solicitando se les permitiera visitarle, pero los
ayudantes del sheriff, siguiendo las instrucciones de su jefe, lo impidieron.
Un cowboy de elevada estatura desmontaba en aquellos momentos ante el almacén
de Walter.
Sin preocuparse de amarrar su caballo a la barra, entró en el establecimiento.
Otro joven alto, aunque no tanto como el que acababa de entrar, era el único
cliente.
Con el sombrero de ancha ala inclinado hacia adelante, se aproximó al mostrador.
—Lo siento, amigo. Está cerrado. ¿No sabes leer? La culpa es mía por no cerrar
como es debido.
—No vengo con intención de comprar nada —dijo el alto vaquero, echándose a reír
y dando un golpe con los dedos de la mano derecha al ala del sombrero, que casi le
cubría la frente.
—¡Jeff! —exclamó Walter.
El joven con quien Walter hablaba les contemplaba en silencio.
Walter y el alto cowboy continuaban abrazados y propinándose golpes en la
espalda.
—¡Hay que ver lo que has crecido! ¡Déjame que te vea bien! ¡No pareces hijo de tu
padre!
—Tú estás exactamente igual como yo te recuerdo…
—¡Bastante más viejo, pequeño! Bueno, llamarte ahora pequeño no va muy en
consonancia contigo…
Volvieron a reír.
—Acércate, Lee… Voy a presentarte al hijo del hombre de quien tanto os he
hablado.
Se estrecharon los dos jóvenes la mano, dando la impresión, minutos más tarde,
que los tres se conocían de toda la vida.
Walter dio a conocer a Jeff el problema por el que Lee atravesaba con su padre.
—Hace varios días que le tienen detenido sin que se sepan los motivos por lo que
lo han hecho. Y lo peor es que no permiten a nadie entrar a verle.
—¿Hablasteis con el sheriff?
—Estamos cansados de hacerlo, Jeff.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 11—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—¿Qué os ha dicho?
—Que no se puede entrar a verle. Ni siquiera sabemos cómo está…
Unos suaves golpes en la puerta les interrumpieron.
—No abriré —dijo Walter—. No hay forma de acostumbrar a los clientes a venir a
otras horas.
Pero insistieron repetidas veces en la llamada.
—Será mejor que abras y le digas a quien sea que no podrás despacharle hasta
mañana —aconsejó Jeff.
Walter se dirigió muy enfadado a la puerta. Al abrirla y encontrarse con Diana,
exclamó:
—¿Qué haces a estas horas aquí?
—¡Es horrible, Walter! ¡Acabo de estar en la oficina del sheriff! ¡Han dado una
paliza a…!
No se atrevió a continuar hablando al darse cuenta de la presencia de Lee.
—¡Termina lo que ibas a decir, Diana! —exigió Lee.
—¡Créeme que lo siento, Lee!... —exclamó la muchacha, con lágrimas en los ojos—
¡Acabo de ver a tu padre!... ¡Está desconocido de los golpes que le han dado!
—¡Malditos!
—¡Lee! ¿Dónde, vas? ¡No le dejes salir, Jeff!
Jeff se puso ante Lee.
—Espera un momento, Lee. No debes presentarte en la oficina sin saber lo que ha
ocurrido.
—¡Déjame pasar! ¡Ya he perdido demasiado tiempo!... Pero Jeff impidió que saliera
a la calle.
Entre los tres le convencieron y le hicieron comprender lo peligroso que sería para
su padre lo que se disponía a intentar.
Lee lloraba como un niño.
—¡Son unos cobardes! ¡Me vengará de todos ellos!
Una hora más tarde abandonaba Diana la oficina, diciendo al despedirse:
—Han pretendido obligarle a decir dónde se encuentra la mina de oro que
descubrió hace tiempo, pero no lo han conseguido. Stirling tiene un «Colt» en su poder
que yo misma le entregué
Lee se acercó a ella y la besó cariñoso en la frente.
—Jamás podremos pagarte lo mucho que estás haciendo por nosotros... ¡Gracias!

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 12—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Volvióse con rapidez Diana para que no la vieran llorar.


—Espera —dijo Jeff.
Y en la calle alcanzó a la muchacha.
Estuvo hablando varios minutos con ella, y la muchacha decidió hacer cuanto Jeff
le pidió.
Para los clientes de Eldorado supuso una gran sorpresa ver a Diana elegantemente
vestida en el salón.
Recorrió las mesas de juego anunciando públicamente que aquél sería su trabajo en
lo sucesivo, ya que así se lo había propuesto Edgar Harris en el nuevo contrato que
había firmado con la casa.
Jeff y Walter entraron separadamente en el local.
Lee quedó vigilando la oficina del sheriff desde los edificios de enfrente, oculto en
la oscuridad de la noche.
Norman Drake abandonó la mesa de juego en la que se encontraba con un grupo
de buenos amigos y se dirigió a la muchacha.
—Creí que no iba a poder verte en toda la noche. Supongo te habrán dicho que
pregunté por ti nada más llegar.
—Un amigo me lo dijo en la calle, comisario. A juzgar por las frecuentes visitas que
nos hace, debe haber poco trabajo en la cuenca.
—En la cuenca siempre hay mucho que hacer. De vez en cuando también yo tengo
derecho a divertirme un poco.
—¿Ha venido a divertirse nada más?
—Y a ver a los amigos.
—Lo que parecía ser todo un éxito está resultando ser un fracaso. Me refiero al
saloon que montaron en el poblado minero.
—Los dueños están ganando dinero… No tanto como tu jefe, pero se defienden. Si
encontraran muchachas como tú que quisieran trabajar, daría más beneficios que la
mejor mina de oro.
—No tanto, comisario, no tanto. La mina de Stirling Baxley, por ejemplo, de la que
todo el mundo habla, está dando dinero corno para poder comprar todo el territorio de
California.
Los mineros se echaron a reír y ella hizo lo mismo.
—Eso es un decir. Nadie sabe la verdad.
Según tengo entendido, creo que hace cuestión de un mes hizo un ingreso en el
Banco de Placerville por valor de más de ochenta mil dólares. Imagínese ahora el dinero

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 13—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

que tendrá en el Banco de Sacramento, donde parece ser que lo ingresan casi todo… Y a
propósito que hablamos de Stirling, ¿se puede saber por que se le ha detenido?
—Lamento no poder responder a tu pregunta, preciosa. Se trata de un secreto
profesional. Uno de los motivos es no haber registrado sus tierras, y sabemos que lo ha
hecho por no pagar los impuestos como los demás mineros.
—No creo que sea motivo para detenerle. Corre únicamente el riesgo de que otro,
si averigua dónde sé encuentra esa mina, lo haga en su nombre y se quede sin nada.
—Es precisamente lo que trato de hacerle comprender, pero ese viejo es tan tozudo
que no hay forma de metérselo en la cabeza.
—Tozudo lo es bastante. Le conozco hace mucho tiempo.
—¿Aceptas una invitación?
—Sabe que no alterno con los clientes, pero con usted haré una pequeña excepción.
Frank sintió un profundo malestar al escuchar esto. La muchacha se llevó al
comisario del oro al mostrador y se puso intencionadamente junto a Jeff para que éste
pudiera oír lo que hablaban.
El barman les atendió en seguida.
—Hábleme de la cuenca.
—Allí es todo lo mismo. Problemas y más problemas es lo único que hay
diariamente. Aquí es donde uno puede divertirse un poco.
—Al principio hablaban muy bien de ese saloon que han montado. —
—No hay nada en él. Ya estás viendo que hasta los mineros se vienen cuando
deciden pasar una temporada de descanso.
Ofreció una copa de champaña a la muchacha y brindaron con cierta animación.
—Ya sé que vas a continuar trabajando para Edgar. El me lo ha dicho. Todos nos
hemos alegrado.
—Me ofreció unas condiciones bastante buenas y las he aceptado. Ya veremos…
Miró de reojo el comisario al darse cuenta que Frank estaba pendiente de ellos.
—¿Qué le ocurre a Frank? No hace más que estar pendiente de nosotros. ¿Por qué
no pasamos a uno de esos reservados?
—Cuidado. No se equivoque.
—Disculpa. No era mi intención molestarte. Es para que ese pelma nos deje en paz.
¿Continúa estando enamorado de ti?
Se echó a reír al decir esto.
—Guarde esas bromas para otras ocasiones. Me resultan desagradables.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 14—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—¿Acaso no es cierto que Frank…?


—Me tiene sin cuidado lo que piense Frank. Gracias por la invitación.
—Espera. No te marches… Podemos salir a dar un paseo si lo deseas. Hace una
noche estupenda.
Creyendo poder ayudar en algo a Stirling, accedió. Frank se mordió los labios de
rabia al verles salir y decidió seguirles.
Jeff y Walter estuvieron pendientes de cuanto se decía de Stirling.
Diana y el comisario del oro pasearon por delante del saloon, charlando
animadamente entre ellos.
—También yo lamento lo que le ha ocurrido a ese viejo y tozudo minero —decía el
comisario del oro.
—Es un buen hombre. Yo le he tratado bastante.
—Mis hombres ya han debido llevárselo a la cuenca… Es posible que allí le hagan
entrar en razón.
Sintió un profundo malestar la muchacha al escuchar esto, y gracias a la oscuridad
de la noche no pudo darse cuenta su acompañante de la palidez de su rostro.
—¿Cómo que se le han llevado?
—Yo di la orden de que lo hicieran. Trato de convencer a Stirling de que registre
como es debido su mina. Me ahorrará muchos inconvenientes y preocupaciones.
Conozco muy bien a los mineros.
Poco después pedía Diana al comisario del oro que la acompañara hasta el interior
del saloon.
—Es ya muy tarde —puso como pretexto—. Mañana quiero madrugar, y si me
acuesto muy tarde, a la hora de mi trabajo no estaré en condiciones, como me ha
ocurrido otras veces.
Jeff y Walter esperaban en la parte trasera del edificio.
Diana no tardó en reunirse con ellos.
—¡Se han llevado a Stirling a la cuenca! —dijo—. El comisario me lo ha dicho.
Moviéndose con rapidez, echaron a correr en dirección al edificio en el que Lee se
había quedado.
No encontraron a nadie.
—¡Menos mal! —Exclamó Walter—. Lee ha debido seguirles.
A unas tres millas de distancia del pueblo, Samuel y Monty, los hombres de
confianza de Alec Dawson, hombre en quien únicamente confiaba el comisario del oro,
se detenían con el viejo minero.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 15—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—¿Qué te parece este lugar, Samuel?


—Ya hemos caminado bastante. Prepara la cuerda.
Un ruido extraño les obligó a empuñar las armas con rapidez.
Monty se quitó el pañuelo y amordazó a Stirling con fuerza.
Lee, despistado, fue sorprendido.
—¡Vaya! —exclamó Samuel—. Mira quién es…
—¡Esto sí que es suerte! Y ni siquiera nos dimos cuenta que nos seguía.
Lee fue desarmado y le ataron de pies y manos, dejándole junto a su padre.
—¡Ahora es cuando el viejo hablará! —exclamó Samuel.
Stirling cerró los ojos al ver a su hijo.
—¿Cómo te encuentras, papá?
—Estoy bien, hijo… ¿Por qué nos has seguido? Me obligarán a decirles dónde está
la mina o de lo contrario moriremos los dos.
Hizo una seña a su hijo, indicándole que guardara silencio.
Monty se acercó al viejo.
—Vamos a darte una última oportunidad, amigo Stirling. Si no hablas, condenarás
a muerte a tu hijo también.
—¡No! A él no le hagáis nada… Si le dejáis marchar os diré dónde está la mina.
—Antes tendrás que decirnos dónde está. Serias capaz de dejar que te colgáramos
si permitirnos que marche tu hijo. ¡Somos nosotros quienes imponemos las condiciones!
—Necesito un lápiz y un papel. Os haré un plano para que podáis llegar a la mina.
—Suéltale las manos, Samuel.
Tan pronto como el viejo se vio libre, hizo varios movimientos para desentumecer
los músculos.
De pronto, y sin que ninguno de los dos hombres del comisario se diera cuenta, les
encañonó.
Sin perderles de vista, desató a. su hijo.
Monty intentó dejarse caer al suelo, y el viejo apretó el gatillo.
Recibió el disparo en la cabeza, muriendo en el acto.
Samuel comenzó a suplicar clemencia.
Pero Lee, al ver a su padre con el rostro destrozado, propinó una terrible patada en
el rostro de Samuel, causándole la muerte instantánea.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 16—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—Gracias a este «Colt» hemos podido salvar la vida, hijo. A Diana se lo debemos.
Hay que irse de aquí lo antes posible.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 17—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Capítulo III
Alec Dawson, preocupado por la falta de noticias de sus hombres, se presentó en la
oficina del sheriff.
—Me disponía a salir en este preciso momento —dijo el de la placa—. ¿Necesitas
algo?
—¿Has recibido alguna noticia de Samuel y Monty?
—No. ¿Por qué?
—Resulta muy extraño todo esto.
—Se habrán llevado al viejo a la montaña para obligarle mejor a hablar.
—Tenían orden de avisarme en cuanto consiguieran algo. Estoy seguro que no han
ido a la montaña. Me preocupa que tarden tanto. Ha debido ocurrirles algo.
—No hay que ser tan pesimistas, Alec. En realidad no hace más que unas horas
que abandonaron el pueblo.
—El hijo de Stirling no está aquí tampoco.
—No hace mucho que le han visto en el almacén de Walter.
—No está en el pueblo. Lo hemos comprobado. El propio Walter nos confirmó que
se ha marchado.
Un gesto de preocupación se dibujó en el rostro del sheriff.
—¿Has hablado con Norman?
—Estuve en Eldorado, pero no se ha levantado toda vía. Me acercaré otra vez.
—¿Dónde llevaron a Stirling?
—Tenían orden de colgarle en el lugar más próximo. Alec se despidió del sheriff y
abandonó la oficina.
Norman desayunaba tranquilamente en compañía de Diana cuando Alec se
presentó nuevamente en el saloon.
—Buenos días, Alec Me han dicho que estuviste preguntando por mí. ¿Ocurre
algo?
—Quiero hablar a solas contigo.
—Discúlpame un momento, preciosa —dijo Norman a Diana.
La muchacha no respondió.
Sabía lo que había ocurrido durante la noche y sospechó que aquellos hombres
habían descubierto algo.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 18—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Terminó el desayuno y como Norman no aparecía, se marchó.


Desesperado al ver que no estaba la muchacha, culpó a Alec de que se hubiera
marchado.
—Esa mujer no tiene tanta importancia como tú le das, Norman. A mí me interesa
más saber de mis compañeros.
—Ve a dar una vuelta, tal vez consigas averiguar algo. Buscó al resto de sus
hombres con quienes no tardó en reunirse y les habló con claridad.
Media hora más tarde daban vueltas por los alrededores.
Los caballos acusaron el cansancio y decidieron horas más tarde darles un pequeño
descanso.
Les secaron el sudor e impidieron que bebieran de momento. Transcurridos unos
cuantos minutos les acercaron a la orilla del río.
Allí saciaron su sed los animales.
De pronto uno de los hombres de Alec, que se había quedado rezagado, comenzó a
gritar:
—¡Alec! ¡Alec! ¡Venid todos!
—¿Qué le ocurrirá a ése? —comentó Alec—.¡Estamos aquí!
—¡Venid en seguida!
Corrieron todos al encuentro del hombre que gritaba ¡Allí está! —exclamó uno de
los acompañantes de Alec.
Segundos después contemplaban todos en silencio los cadáveres de Monty y
Samuel.
—¡Lo presentía! —dijo con voz sorda Alec—.¡Y eso que se les advirtió que el viejo
era peligroso!
Alec apretó con fuerza los puños.
Cargaron los muertos sobre un caballo y se presentaron con ellos en el pueblo.
Norman, al recibir la noticia, se presentó inmediatamente en la oficina del sheriff,
lugar donde habían dejado los cadáveres.
—¡Tenías razón, Alec!¿Cómo habrán podido dejarse sorprender?
—¡Stirling es muy astuto! Emplearía alguno de sus trucos…
—Fíjate en Samuel No ha muerto de un disparo como Monty…
—Adivino lo ocurrido. Samuel suplicaría clemencia de rodillas y el viejo le mató
de una patada.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 19—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Todos estuvieron de acuerdo con la teoría de Alec. Ordenó Norman que avisaran
al enterrador, presentándose éste cuando ya habían sido registradas las ropas de los
muertos.
—¡Ni un maldito centavo! —exclamó furioso el enterrador—.¡Así no se puede
trabajar!
Alec se acercó a él.
—¡Termina de una vez, amigo! ¡Otra vez tendrás más suerte!
—Resulta muy extraño que no llevaran nada encima.
—Porque les robaron después de matarles! Me estás poniendo nervioso. Llévatelos
de aquí.
Se hizo cargo de las víctimas el enterrador y cumplió, dos horas más tarde, con su
cometido.
La noticia se extendió con rapidez por todo el pueblo.
Jerry Mac Gregor y su hija Betty comenzaron a dar saltos de alegría al enterarse de
que Stirling había conseguido huir de la cárcel.
El que les había informado abandonó la granja inmediatamente.
—Entremos en la casa, papá. Hace demasiado calor para los animales. Prepararé
un refresco para celebrar la buena noticia que acaban de darnos. Hoy hay que ir sin falta
al pueblo. Hay que traer varias cosas del almacén de Walter.
—Yo me quedaré aquí.
—Vendrás conmigo. No está bien que vaya sola.
—De acuerdo. Tengo la garganta completamente seca.
Mientras la muchacha preparaba el refresco en el interior de la casa, Jerry guardó
en el granero todos los aperos de labranza.
Los caballos que habían estado utilizando agradecieron que les liberaran del
pesado lastre que habían estado arrastrando durante tantas horas.
Padre e hija comentaban lo sucedido mientras bebían tranquilamente a la sombra
del gigantesco árbol que había ante la pequeña vivienda.
—Lo malo es que Stirling no podrá volver por Placerville mientras Sidney Grant
continúe siendo el sheriff.
—Ya falta poco para las próximas elecciones. Supongo que conseguiréis algo en
esta ocasión.
—Yo no estoy tan seguro, pequeña. Ahora son muchos los que se han puesto de
acuerdo, pero cuando llegue el día de la votación, por temor a muchas cosas, votarán,
como siempre, en favor de Sidney.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 20—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—Demostrarán ser unos cobardes si así lo hacen.


—Tal vez tengan razón, Betty. Recuerda lo que pasó aquel año. Únicamente
conseguiremos algo si las autoridades de Sacramento se dignan venir a vigilar las
elecciones, ya que así se lo vamos a pedir por carta.
—¡Naturalmente que vendrán! ¿Te sirvo un poco más de refresco?
—Llena el vaso. Está estupendo este preparado.
—Ya iba siendo hora que dijeras algo… De esto puedes beber todo lo que quieras.
El doctor Morgan no quiere que bebas whisky.
—Un vaso pequeño no me hará daño. Ahora casi no lo pruebo, mejor dicho, hace
más de cuatro días que no pruebo una sola gota.
—Lo consultará antes con el doctor. ¿Preparo el calesín?
—Recoge esto. Yo lo prepararé.
Jerry enganchó el caballo que utilizaban siempre para arrastrar el pequeño
vehículo y partieron para el pueblo.
Betty era la encargada de conducir, animando de vez en cuando al caballo que iba
de tiro.
Ante el almacén de Walter se detuvieron y entraron seguidamente.
—¡Caramba! —exclamó Walter al verles—.¡Benditos los ojos que os ven!
—Hola, Walter. Betty me tiene encerrado en la granja y no hay forma de poder
hacer una escapada.
Se echaron a reír los tres.
—Haces muy bien, Betty. Tu padre no puede venir solo al pueblo. Tienes mucho
mejor aspecto desde que has dejado de beber.
—Eso mismo le digo yo y creo que se lo digo por…
—No empecemos. Sírveme un poco de whisky, Walter.
—¡Ni hablar! ¡Que no se te ocurra, Walter!
Ahora era Jerry el que reía con ganas.
—Echa un vistazo a esta nota, Walter —dijo la muchacha—. Voy a acercarme a la
casa del doctor Morgan. Hace muchos días que no les visito.
—Su esposa suele preguntarme con frecuencia por ti. ¿Viene todo lo que
necesitáis?
—Creo que sí. Después la repasaré, por si acaso. Despidióse de los viejos y salió a
la calle.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 21—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Caminaba tranquilamente por el centro de la calle principal sin darse cuenta que
un cowboy se dirigía a ella.
—¡Eh!¿Dónde vas tan despistada?
—Hola, Rod; disculpa. No te había visto.
—Ya me he dado cuenta. Cada día estás más bonita.
—No me gustan esas bromas, Rod!
—Ahora no está. Lee en el pueblo. Tengo entendido que ni él ni su padre podrán
volver por aquí después de lo que ha ocurrido y que me imagino has de estar enterada
ya.
—Hizo bien Stirling en escapar… No habla ningún motivo para detenerle.
—Que te lo crees tú. Si oyeras hablar al comisario del oro…
—No me resulta simpática esa persona.
—Será mejor que no te oigan sus hombres. Allí en frente tienes a uno de ellos.
Betty dirigió una mirada al hombre que les contemplaba bajo el porche de entrada
de Eldorado.
—Llevo mucha prisa. Cuando veas a tu patrona dile que pronto le haré una visita.
—Otra vez has vuelto a llamarme Rod, y Rod se llama el patrón.
—Siempre me ocurre lo mismo. Discúlpame, Warren
—No tiene importancia… ¿Puedo acompañarte?
—No.
—¿Por qué?
—¡Porque no quiero! ¡O me veré obligada a hablar con tu patrón!
—Al patrón no le importa lo que haga durante mis horas libres. Cumplo
perfectamente con mi trabajo.
—¡No te acerques a mí!
Comenzó a caminar con paso firme y el capataz de los Armstrong la siguió.
Dio unos cuantos pasos y alcanzó a la muchacha.
—¿Quieres dejarme en paz de una vez?
—Antes deseo que me escuches, Betty: Estoy enamorado de ti hace mucho tiempo
y tú lo sabes.
—¡Apártate de mi camino, cobarde! ¡Si Lee estuviera aquí no te atreverías a…!
—Intenta olvidar a Lee —interrumpió el capataz—, Ya no volverás a verle más.
—¡Embustero! ¡Farsante!

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 22—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—Tranquilízate.
La muchacha emprendió de nuevo la marcha.
Warren, por temor a que le vieran, se quedó donde estaba.
Y Betty entró nerviosa en la casa del doctor.
—¡Betty! ¿Qué te ocurre?
—¡Oh, Sally! ¡Ese miserable de Warren no me deja en paz!
—¿Ha vuelto a molestarte?
Explicó lo que le había ocurrido.
—Pediré a mi esposo que hable con Rod, no te preocupes.
—¡Me da miedo ese hombre!
—Alguien le parará los pies. Debes tranquilizarte. Estás muy nerviosa.
—¡No lo puedo remediar! ¡Si supieras lo mucho que odio a ese hombre…!
Al abrirse la puerta de la clínica y aparecer en ella el paciente que había estado
reconociendo el doctor Morgan, Betty dejó de hablar.
Sally, que así se llamaba la esposa del doctor, acompañó al paciente hasta la
puerta.
Y con su característica amabilidad le despidió.
—Hacía mucho tiempo que no te veíamos por aquí —decía el doctor a Betty—.
Sally pregunta todos los días por ti.
—Walter me lo ha dicho…
—¿Te ocurre algo? Pareces muy nerviosa.
—Warren ha vuelto a molestarla —informó Sally a su esposo.
Y le contó todo lo que había ocurrido.
—Cuando vea a su patrón hablaré con él. De todas formas sería conveniente
ponerlo en conocimiento del juez.
—No he querido armar un espectáculo en la calle por temor a mi padre. Me está
esperando en el almacén de Walter.
—¿Cómo no ha venido contigo?
—Lo hará más tarde…
—¿Qué tal se encuentra?
—Estupendamente desde que dejó de beber.
—Es lo que tiene que hacer. El alcohol es un veneno para él. Si lo bebe con exceso,
claro está.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 23—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—Yo no le permito beber nada. Suelo preparar unos refrescos de frutas y es lo


único que los dos bebemos. Precisamente quería consultarle si puede beber algo de licor.
—Naturalmente, Betty. Un whisky o dos todos los días no le harán nada.
—¡Menuda alegría voy a darle cuando se lo diga! Me imagino que a estas horas ya
habrá convencido a Walter para que le sirva un trago.
El doctor se echó a reír.
—¿Queda gente en la sala, Sally?
—No, no hay nadie.
—Estupendo. Me quitaré la bata ahora mismo. Tengo muchas ganas de ver a ese
viejo y gruñón granjero. Y a propósito de esto, ¿cómo va vuestra cosecha?
—Mucho mejor de lo que esperábamos. El tiempo nos está ayudando mucho.
Llovió cuando tuvo que llover.
Miró de manera especial el doctor a su esposa.
—¿Por qué no dices lo que estás pensando? Reconozco que estaba equivocada.
—No quería disgustarte, Sally. Pero, ¿estás viendo cómo yo tenía razón? El padre
de Betty me ha enseñado muchas cosas.
Se quitó la bata y la colgó en el lugar de costumbre. Y poco después se
presentaban los tres en el almacén.
—¡Ty! ¡Sally! —exclamó el padre de Betty.
—Hola, viejo gruñón. ¿Cómo te encuentras?
—Maravillosamente. Supongo que Betty os lo habrá dicho.
—Y mucho mejor te encontrarás cuando sepas lo que el doctor acaba de decirme —
agregó Betty.
Jerry la miró desconfiado.
—¿Qué le has dicho, Ty?
—Que ella te lo diga.
—Estás autorizado a beber un whisky o dos diarios.
—¿De veras? ¿Lo has oído, Walter? ¡Me dan ganas de romperte la cabeza! ¡No ha
habido forma de convencerle para que me sirva un trago!
—Porque Walter es un buen amigo tuyo, por eso no lo ha hecho. Gracias Walter.
Celebraron la buena noticia bebiendo todos.
Y como hacía mucho tiempo que Jerry no probaba el whisky le permitieron beber
tres vasitos seguidos.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 24—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—¡Cuántas ganas tenía de saborear un poco de esta bebida! —exclamó,


chasqueando la lengua contra el paladar para saborear el último trago del vaso.
—Hoy has hecho un exceso. Tienes que prometerme que hasta mañana no volverás
a probar una sola gota.
—¡Te doy mi palabra de honor de que así lo haré!
—Sé que lo harás. No era preciso que hablaras de esa forma…
En la trastienda se reunieron los cinco y charlaron animadamente durante mucho
tiempo.
La conversación se ciñó sobre lo ocurrido con los Baxley.
—Tuvo mucha suerte Stirling —decía el doctor—. Diana estuvo en la clínica y me
lo contó todo. Gracias a esa muchacha ha conseguido Stirling salvar la vida. Escribí hace
unos días a Sacramento y estoy esperando que llegue un buen amigo mío. Pertenece al
cuerpo de los federales hace mucho tiempo.
—Si por cualquier circunstancia faltara el juez Luseland, los mineros se verían
desamparados —agregó Betty.
—Estoy de acuerdo contigo —dijo la esposa del doctor—. Hay que ver los
disgustos que le dan al juez todas estas cosas. No debéis marcharos sin hacerle una
visita.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 25—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Capítulo IV
—Adelante, Jack. Creí que te habías marchado sin hablar conmigo. Hace más de
dos horas que te estoy esperando. Por eso no me he movido del despacho.
—Me entretuvieron en el registro. No he podido venir antes.
—¿Muchos problemas?
—Lo de siempre. ¿Qué quieres de mí?
—Ofrecerte un buen trabajo. Déjame que te explique. Sé por Norman lo mucho que
estás ganando en la cuenca, pero te garantizo que si trabajas para mí ganarás mucho
más sin exponerte tanto y el «trabajo» es mucho más tranquilo.
—¿Has hablado de esto con Norman?
—Antes quería hacerlo contigo…
—Si es como dices, a mí me da lo mismo. Por lo menos sé que aquí tendré
oportunidad de divertirme más.
—Eso por descontado. Precisamente estoy en tratos para traerme un par de
mujeres de Sacramento que volverán locos a los mineros.
—Hablemos de condiciones.
—Saldrás a unos mil dólares mensuales aproximadamente entre unas cosas y otras.
El pistolero se echó a reír.
—Algo más está ganando Diana y ya ves lo que hace. Es cierto que te proporciona
muchos beneficios, pero también yo te solucionaría muchos problemas si decidiera
quedarme. El doble de la cantidad que acabas de mencionar y me quedo, siempre que tú
consigas convencer a Norman.
—Dos mil dólares es mucho dinero.
—Entonces no hablemos más.
Se puso en pie con intención de abandonar el despacho.
—Espera un momento, Jack.
—Hemos hablado suficiente. Continuaré en la cuenca. Norman se alegrará cuando
lo sepa,
—Me interesa que te quedes. Te pagaré lo que me has pedido.
Sonrió el pistolero.
—Habla con Norman. El es quien debe decidir. Si le convences me quedaré una
temporada.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 26—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—No habrá ningún problema entre nosotros. Ya puedes ir preparándote, vas a


tener bastante «trabajo».
—Voy a dar una vuelta por el salón. Como hayan llegado los clientes que estaba
esperando Frank…
—De Frank te hablaré más tarde. Sé que me está engarfiando hace tiempo, pero no
he podido pillarle en un renuncio todavía. Será al primero que tendrás que vigilar.
Si me quedo a trabajar contigo me encargaré de controlar todas las mesas de juego.
Ya verás como Frank no vuelve a jugarte ninguna otra mala pasada.
Edgar le propiné un cariñoso golpe en la espalda, acompañando al pistolero hasta
la puerta.
No tuvo tiempo de pensar en nada, ya que inmediatamente se presentó el
comisario del oro en su despacho.
—Hola. Edgar. Tengo la cabeza loca. ¡No puedo atender a tantas cosas! Mañana
salimos para la cuenca. Una vez allí intentaré localizar al viejo Stirling. ¡No hay
posibilidad de encontrar una sola pista!
Siéntate. Quiero hablarte de algo importante.
Norman dejóse caer sobre uno de los cómodos sillones que adornaban el despacho.
—Sírveme antes un trago. Tengo la garganta seca.
Edgar sacó una botella de la estantería de su lujosa vitrina y llenó dos vasos.
—Quiero hablarte de Jack. Le he ofrecido dos mil dólares mensuales si se queda
conmigo una temporada.
—¿Te has vuelto loco?
—En la cuenca está ganando mucho más… Ahora es aquí donde le necesitamos.
Debe ser él quien se encargue de «convencer» a los que voten en las elecciones que
dentro de unos días se van a celebrar, y nos interesa a todos que Sidney continúe
representando la ley en Placerville.
Norman escuchó en silencio a su amigo y socio, comprendiendo que cuanto le
dacia era muy razonable e interesante.
Pusiéronse de acuerdo, siéndole comunicada la noticia a Jack dos horas más tarde
por el propio Edgar.
Este le habló en presencia de Norman, y Jack aceptó el nuevo cargo prometiendo
que cumpliría a rajatabla las órdenes que le dieran.
Hablaron del problema que se iba a presentar con las nuevas elecciones e hicieron
planes sobre las mismas.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 27—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—Con quien tenéis que estar vigilantes es con el juez. Le creo capaz de cualquier
cosa —aconsejó Norman—. Estuve en su despacho y quiso darme algo a entender que
no alcancé a comprender.
—Tiene muchos amigos en Sacramento. Lo más seguro es que haya escrito, como
ya tenía pensado hacer, pidiendo a las autoridades de la capital que se den una vuelta
por Placerville.
—Lo que hace falta es que todo el mundo vote por Sidney, y si Jack se queda, estoy
seguro que lo conseguirá.
—Puedes estar bien seguro, Norman. Mañana mismo empezaré a «trabajar».
Ahora, si no os importa, deseo continuar divirtiéndome. Frank me habló muy bien de
los ayudantes de Sid.
—Puedes confiar en ellos —agregó Edgar—. Lo mismo Oswald que Carl son de
confianza.
—Entonces no habrá problemas.
Se marchó Jack mientras que Norman y Edgar continuaron charlando
animadamente.
La conversación, más tarde, se ciñó en torno a los problemas mineros de la cuenca.
—En el registro acaban de darme una buena noticia —decía Norman—. Aquí llevo
la situación exacta donde se encuentra la parcela de Wilkie, supongo recordarás este
nombre…
—¡Ya lo creo! Es otro caso parecido al de Stirling.
—Muy similar. Pero con la diferencia que Wilkie cometió el error de registrar su
mina en Placerville. Alec se encargará de visitarle cuando lleguemos.
—¿Qué pasa con aquel tal Ruston? Me has hablado en muchas ocasiones de él
también.
—Ruston es de los mineros más populares de la cuenca. Tan desconfiado como
Stirling. Estuve en el Banco, pero no me atreví a pedir al director que me enseñara el
libro de ingresos de todos los clientes.
—Es muy amigo mío. Si quieres podemos ir ahora mismo a verle.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? Naturalmente que me interesa.
Se pusieron los dos en pie.
Por la parte trasera del edificio salieron a la calle sin que nadie les viera.
El director del Banco miró con sorpresa a los hombres que aparecieron en la puerta
de su despacho.
—¡Qué susto me habéis dado! ¡Creí se trataba de otra cosa! ¿Por qué no me has
avisado, Edgar?

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 28—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—Tú me enseñaste la forma de poder entrar a cualquier hora del día. Míster Drake
es un buen amigo mío y deseo le atiendas.
—Usted dirá, míster Drake. Ignoraba que tuviera amistad con míster Harris.
—Somos muy amigos. Verá, se trata de lo siguiente; deseo aclarar ciertos
problemas en la cuenca y para ello tengo necesidad de echar un vistazo al libro de
ingresos de los clientes del Banco.
—¡Ahora mismo!
Descendieron los tres a la planta baja.
Repasaron varias veces todas las cuentas que figuraban en el libro sin que Norman
encontrara lo que iba buscando.
Y al convencerse de que Ruston, el minero sobre el que deseaba indagar, no había
hecho ningún ingreso en el Banco de Placerville, dijo:
—Ya es suficiente. En ninguna de estas cuentas figura el nombre de la persona que
busco.
—,Cómo se llama? Puede que recuerde…
—Ruston. Es posible que haya oído hablar de este hombre. Se trata de uno de los
mineros más populares de toda la cuenca.
—Ruston... Ruston… —repitió el director— ¡Creo que ya recuerdo! Stirling Baxley
me habló de este hombre… Estuvieron los dos aquí en una ocasión. No logro recordar la
fisonomía de ese tal Ruston, lo único que puedo decirle es que continuó camino a
Sacramento donde se disponía a ingresar una cantidad Importante en uno de los Bancos
de la capital.
—Muchas gracias. ¿A qué hora piensa marcharse?
—En cuanto termine de ordenar los papeles que dejé sobre la mesa.
—Si no le molesta, mi amigo Edgar y yo podemos esperarle. Me gustaría que
cenara con nosotros.
Aceptó la invitación el director.
Tardó unos minutos en ordenar los papeles que había sobre su mesa de trabajo y
marcharon los tres a Eldorado.
Diana, por orden de Edgar, fue la encargada de servirles la cena.
Comieron los tres con apetito.
La sobremesa resultó entretenida y un poco larga, durante la que hablaron de los
más variados problemas del pueblo.
Frank continuaba pendiente de Diana.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 29—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Puso como pretexto el no encontrarse muy bien para abandonar la partida que
estaba jugando y ascendió a la parte alta del edificio, lugar en que se encontraba su
habitación.
Vigiló durante más de una hora, poniéndose cada vez más nervioso al comprobar
que Diana continuaba sin aparecer.
Valiéndose de uno de sus amigos, empleado del local también, se informó que
Diana continuaba en el comedor particular.
Sin embargo, la muchacha, para evitar toda clase de compromisos, se disculpé ante
el director del Banco y se retiró.
Edgar la alcanzó antes de llegar a la puerta.
—¿Dónde vas con tanta prisa? No está bien que nos abandones ahora que nuestro
invitado empezaba a divertirse. Piensa que el director nos puede hacer falta en cualquier
momento y conviene tenerle contento.
—Ya he sido demasiado condescendiente al servirles la cena, cosa que no estoy
obligada a hacer. ¿Qué más quiere que haga? No se equivoque conmigo, míster Harris.
—¡Por favor, Diana! Procura por lo menos que no se dé cuenta nuestro invitado.
—Buenas noches.
Abrió la puerta y desapareció.
El corazón de Frank latía precipitadamente al verla.
Diana pasaba ante él poco después.
—Diana.
—¡Frank! ¿Qué haces aquí?
—Estaba preocupado por ti… No he podido remediarlo.
—Eres un loco. Tendrás un disgusto con el jefe cuando sepa que has abandonado
tu trabajo.
—¿Por qué has estado tanto tiempo en el comedor?
—Me pidió el jefe que sirviera la cena y no tuve inconveniente. El director del
Banco es el invitado…
Frank la miró en silencio.
—Estamos equivocando nuestros caminos —dijo con resentimiento—. Si supiera lo
mismo tu familia que la mía a lo que nos estamos dedicando se morirían de
vergüenza… Abandonemos esta vida. Podemos casarnos en cualquier sitio y vivir
decentemente como lo hacen las personas honradas. No me importará trabajar las horas
que sean…
Unas rebeldes lágrimas aparecieron en los ojos de la muchacha.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 30—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—¡Pobre Frank! A lo que has llegado por mi culpa. No has debido seguirme.
—No habría sabido vivir sin estar a tu lado… Tus padres tienen la culpa de todo lo
que nos está pasando a los dos.
—Por favor, Frank! ¡No me lo recuerdes! Si me hubiera casado con el hijo de los
Marvin tú hubieras continuado en San Francisco.
—Te equivocas… No soportaría verte casada con otro hombre. Desde niños
estamos enamorados el uno del otro…
—Me duele verte así. ¿Por qué no ejerces tu profesión? Eres un buen abogado…
—Olvídalo, Diana. Ahora soy Frank Robsart, el ventajista.
—¡Por Dios, no menciones ese nombre!
Con los ojos cubiertos de lágrimas se abrasaron y besaron repetidas veces.
—¡Soy muy feliz a tu lado, Diana!
—¡A mí me ocurre lo mismo! Pero estoy temiendo que se presenten cualquier día
los hombres de mi padre en el pueblo y me obliguen a ir con ellos.
—Llevo unos cuantos días pensando en algo que no me he atrevido a proponerte.
—¿De qué se trata?
—El juez Luseland nos aprecia a los dos mucho... También el. doctor Morgan.
Casémonos sin decir a nadie nada. Es de la única forma que podemos evitar que tu
padre te obligue a casarte con Jimmy Marvin. Tú misma acabas de decirme hace un
momento que los hombres de tu padre pueden presentarse en Placerville en cualquier
momento.
—¡Cariño! ¡No perdamos tiempo! ¡Lo deseo tanto corno tú! Es demasiado tarde
para pensar en los errores que hemos cometido...
—¡Esto lo recompensa con creces, querida!
Volvieron a besarse.
Pusiéronse de acuerdo y Frank regresó al salón, mostrándose mucho más animado
y alegre.
—Da la impresión que te ha sentado bien el descanso
—le dijo Jack al fijarse en el rostro de Frank.
—Me encuentro estupendamente ahora. No te puedes imaginar el fuerte dolor de
cabeza que tenía.
—Siéntate. Falta un punto para completar la partida.
—Preferiría salir a dar un paseo. Tengo miedo que...

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 31—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—Está bien. Vete si quieres. Procura no alejarte demasiado. Te necesitaré más


tarde.
—No cuentes conmigo esta noche, Jack. Voy a dar un paseo por el río. Si hubiera
hecho caso del doctor Morgan ya estaría completamente curado.
—Está bien, Frank. ¿Sabe Edgar que te marchas?
—No, no le he dicho nada.
—Yo te disculparé si pregunta por ti.
—Gracias, Jack.
Sonrió y se despidió del pistolero.
Sin prisa caminó hacia la puerta.
—¡Eh, Frank!
—Caramba! ¿Qué haces aquí?
—También tengo derecho a divertirme un poco, ¿no crees?
—Desde luego. ¿Qué tal por la cuenca?
—Regular nada más... Te veré más tarde. Mis amigos están impacientes como
podrás observar.
—De acuerdo. También yo tengo que hacer unas cuantas cosas. Ya nos veremos
con más tranquilidad.
Respiró con tranquilidad Frank al verse en la calle. Y para que no pudieran
sorprenderle nuevamente se internó en la parte trasera de los edificios.
Mientras, Diana recibía la visita de uno de los empleados de la casa en su
habitación.
—El jefe quiere verte, Diana.
—.Es que no voy a poder descansar? ¿Qué quiere?
—Que vayas a su despacho.
Un gesto de enfado se dibujó en su rostro.
Y como no quería perder mucho tiempo salió decidida y se encaminé al despacho
de su jefe.
Edgar la recibió con una sonrisa.
Había dos hombres más en el despacho.
—Hola, Diana. Ya sé que no te agrada te molesten durante tus horas de descanso,
pero es que estos amigos...
Diana estrechó la mano de aquellos dos hombres que le fueron presentados.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 32—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

A pesar de la petición de su jefe puso un pretexto, con acierto por cierto, ya que fue
disculpada por los tres.
Una hora más tarde se asomaba a la ventana de su habitación descubriendo a
Frank bajo la misma.
Apagó la luz y no tardó en reunirse con él.
Frank se hizo cargo de los caballos arrastrándolos de la brida, mientras que la
muchacha le contaba lo que le había ocurrido a última hora.
—Conozco a Edgar mejor que tú, Diana. Sin duda estará muy enfadado.
Alejémonos de aquí.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 33—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Capítulo V
Frank se impacientaba a medida que transcurría el tiempo, y temiendo que de un
momento a otro pudieran presentarse en Placerville los hombres del padre de Diana,
propuso a ésta una tarde:
—Ya hemos esperado demasiado. No podemos continuar viviendo así, Diana.
Ayer estuve hablando con el pastor. Está dispuesto a casarnos en cuanto se lo pidamos.
—¿Qué haremos después, Frank? Si nos casamos, no podremos continuar aquí.
—¿Por qué?
—Sería como vivir en un Infierno...
Frank la miró en silencio.
—No pienses mal, cariño. Sabes que te quiero más que a nadie en este mundo.
—Casémonos entonces, Diana. Antes que se presenten en el pueblo los hombres de
tu padre.
La muchacha cerró los ojos en varias ocasiones.
—¡Por favor, Frank! Mi corazón sangra cada vez más de tanto amarte...
—Jeff nos está esperando en el almacén de Walter. También éste firmará como
testigo.
—Jeff es un gran muchacho. ¿Qué tal le va en el almacén?
—Está muy contento. Y Walter también lo está con él,
—Me alegro... ¿Han tenido noticias de los Baxley?
—No me han dicho nada.
—¿Qué será de ellos?
—Parece ser que viven muy tranquilamente en la montaña. Cámbiate de ropa.
Recuerda que Jeff y Walter nos están esperando.
—Tengo miedo, Frank; mucho miedo.
—Yo hablaré con Edgar. Le diré que unos amigos acaban de llegar y...
—No. Hablaré yo con él.
—Está bien. Lo único que deseo es que no tardes.
Diana se presentó en el despacho de su jefe y habló con él.
Inventó una historia que Edgar tragó.
—Vais a tardar mucho?

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 34—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—Un par de horas, aproximadamente. Agnes puede ocupar mi puesto mientras


tanto.
—Convence a esos amigos para que se den una vuelta por aquí.
—Es precisamente lo que trato de conseguir... Frank se encargará de ellos.
Se echó a reír Edgar.
Al salir del despacho respiró con tranquilidad Diana.
Llenó repetidas veces de aire sus pulmones y buscó a su amiga Agnes.
Alternaba con un grupo de mineros en una de las mesas y caminó decidida hacia
ella.
—Ven un momento, Agnes.
—Hola, Diana. ¿Ocurre algo?
Pidió a los que alternaban con ella que la disculparan unos minutos y habló Con
Diana.
Y como era con conocimiento del jefe, la amiga de Diana pasó seguidamente a
ocupar su puesto en las mesas de juego.
Frank salió con ella del salón.
—¿Dónde va Frank, Jack?
—Esperad un momento.
En la misma puerta les salió al encuentro.
—¿Dónde va la feliz pareja?
—Hola, Jack. Unos amigos de Diana nos están esperando. Edgar me ha autorizado
a acompañarla.
—Debe valer la pena cuando Edgar ha permitido que vayas con Diana.
Se echó a reír Frank.
—Así lo creo yo también —dijo, al terminar de reír.
—Vamos, Frank —agregó la muchacha—. No quiero hacer esperar a mis amigos.
Salió a la calle seguida por Frank.
Jack hizo un gesto de desconfianza.
Frank y Diana se presentaron minutos más tarde en el almacén de Walter.
—¡Por fin! —exclamó el viejo al verles—. Ahí dentro está Jeff. Se cansó de esperar...
—No pudimos venir antes —dijo Diana.
Refirió la historia que había tenido que idear para que, les permitieran salir del
saloon.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 35—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Jeff salió de la trastienda y les saludó con agrado. Sin pérdida de tiempo
abandonaron el almacén, haciéndolo por la parte trasera para que no pudieran verles.
Los hombres que Jack había enviado con el fin de vigilar a Frank y a Diana
continuaban pendientes de la puerta del almacén.
La ceremonia duró poco tiempo.
Una hora más tarde regresaban los cuatro al almacén.
Frank sentíase muy feliz junto a su esposa.
Había hablando con unos mineros amigos y todo salió como habían pensado.
Regresaron con ellos al saloon, donde Frank viose obligado a separarse de su
esposa.
Jack apareció sonriente ante la muchacha.
—¿Qué tal, Diana?
—Hola, Jack. Estos son los amigos de quienes te hablé. Han montado un negocio
en Sacramento y parece ser que les va bastante bien.
Los mineros, siguiendo las instrucciones de Diana, hablaron del extraño negocio
inventado por la muchacha.
Jack estrechó la mano de los tres y más tarde eran presentados al propietario del
establecimiento.
Edgar les brindó toda clase de atenciones.
Y aquella noche viéronse obligados los mineros a jugar al póquer, dejándose unos
cuantos billetes sobre la mesa de tapete verde.
Informado Edgar al cerrar el local, llamó a Diana para felicitarla.
—Parte de este dinero te pertenece, Tus amigos han resultado ser buenos clientes.
—¿Qué tal se portó Frank?
—Como siempre... Siéntate a mi lado.
—Estoy muy cansada, prefiero retirarme.
—Toma.
Entregó Edgar un puñado de billetes a la muchacha. Los contempló durante unos
segundos, diciendo al final:
—No está mal...
—¿Te parece poco?
—Algo más: me parece ridículo
Un gesto de seriedad cubrió el rostro de Edgar.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 36—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—Van cincuenta dólares en esos billetes.


—Hasta quinientos que se han dejado mis amigos... Edgar pidió a Jack que le
dejara a solas con la muchacha.
Así que el pistolero se despidió, Diana se puso n guardia.
Un sudor frío apareció en su frente al presenciar la maniobra de Edgar.
Este cerró la puerta por dentro para que nadie pudiera molestarles.
De pronto sus ojos expresaron el más firme deseo.
—¿Qué pretende?
—No te asustes, pequeña. Puedes ganar mucho dinero a mi lado. Estoy dispuesto a
darte todo esto si...
—¡No me toque!
—Tranquilízate, mujer. No te asustes. Hace mucho tiempo que estaba esperando
una oportunidad como ésta para hablar contigo.
—Puede hablar sin necesidad de arrimarse tanto. Los ojos de Edgar brillaron de
manera especial. Moviéndose con rapidez, consiguió abrazar por sorpresa a la
muchacha.
—¡Suélteme, cobarde!
—No grites.
—¡Suélteme o grito para que todo el mundo me oiga! Asustado, Edgar obedeció.
Pero decidió poner en práctica uno de sus trucos favoritos, que al final no le dio el
resultado esperado.
Frank estaba pendiente de la puerta del despacho. & tranquilizó al ver salir a su
esposa.
Le hizo una seña para que se acercara, marchando Diana a su encuentro.
Nerviosa, se abrazó a él y le contó lo que Edgar había intentado.
—¡Maldito!
—¿Dónde vas? —exclamó, asustada.
—¡Le ajustaré las cuentas!
—No...¡Por favor! ¡No lo hagas!
Consiguió convencerle.
Nerviosa, lloró en sus brazos.
—¡Tenemos que marcharnos de aquí!, Diana. Como vuelva a molestarte ese
cobarde soy capaz de matarle.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 37—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Estuvieron más de dos horas charlando, viéndose obligados a guardar silencio en


varias ocasiones.
A la mañana siguiente, Frank fue de los primeros en levantarse.
Como era algo temprano, decidió dar un paseo.
Bajo el porche de entrada se detuvo al ver al grupo de jinetes que entraba en la
ciudad, galopando por el centro de la calle principal.
Su corazón latió precipitadamente al reconocer a va nos de los que iban en el
grupo.
Y volvió a entrar inmediatamente en el salón, cerrando la puerta por dentro.
Se metió en su habitación y escuchó los golpes que daban los recién llegados,
pidiendo a gritos que les abrieran.
Frank llamó con suavidad en la puerta de la habitación de su esposa.
Al reconocer ésta la voz de Frank, abrió en seguida. _¿Qué ocurre?
—¡Prepara tus cosas! ¡Los hombres de tu padre acaban de llegar! ¡Por verdadero
milagro no me han visto!
Uno de los empleados de la casa recibió a los visitantes.
—¿Qué horas son éstas de tener cerrado? —protestó uno de los hombres, que
vestían de negro.
El empleado miró con sorpresa a todos.
—¿Dónde está tu jefe? —preguntó otro.
—Todavía no se ha levantado.
—Ve a decirle que han llegado los enlutados... ¡Date prisa!
—¡Sí! ¡Ahora mismo!
Nervioso, llamó repetidas veces en la puerta de la habitación de su jefe.
Edgar debía estar muy dormido, porque tardó en responder.
Sin abrir la puerta, preguntó desde el interior:
—¿Quién es?
—Tiene visita, jefe.
Abrió, furioso, la puerta.
—¡Idiota! ¡Os tengo dicho que no me molestéis cuando duermo! ¿Quién diablos
pregunta por mí?
—Hay varios hombres en el salón esperándole. Me pidieron le dijera que han
llegado los enlutados.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 38—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Cambió de expresión el rostro de Edgar.


—¿Estás seguro que te han dicho eso?
—Visten todos de negro.
—Diles que ahora mismo salgo.
Edgar se vistió con rapidez.
Sonriente, apareció seguidamente ante los visitantes.
—¡Charles! —exclamó.
—Hola, Edgar. Nos hemos enterado que la hija del patrón trabaja aquí como
empleada.
—¿Qué estás diciendo?
—Huyó hace tiempo de San Francisco para evitar el tener que casarse con el hijo de
los Marvin.
—¡Eso no es posible! Me refiero a que aquí no hay ninguna mujer que...
—Se equivoca, mistar Harris. Es a mí a quien vienen buscando.
—¡Diana!
—Me llamo Brenda Mansfield y soy hija de Bob Mansfield, el amigo suyo de San
Francisco.
—¡No puede ser!...
—Hola, Brenda. Tu padre nos pidió que te llevemos a su lado. No debiste
abandonar la casa.
—Charles Riddle, el fiel capataz de los Mansfield... No has cambiado nada,
Charles.
—Recoge tus cosas. Esperaremos aquí...
—No pienso ir con vosotros. El juez Luseland no tardará en llegar. Nadie podrá
obligarme a regresar a San Francisco.
—Los Marvin se pondrán muy contentos cuando sepan que hemos conseguido
encontrarte.
—¡Es otra familia de locos! Si creen que voy a casarme con el imbécil de su hijo, se
equivocan.
—Cambiarás de idea cuando lleguemos. Ya lo verás.
—Te equivocas, Charles. No puedo volver a casarme con otra persona porque lo
estoy con el hombre que siempre he querido.
La sorpresa se reflejé en todos los rostros.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 39—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—,Crees, acaso, que vamos a creerte? —dijo el capataz.


—La capilla está cerca. Hablad con el pastor y saldréis de dudas.
—¡Está mintiendo! —exclamó Edgar—.¡Esta mujer no se ha casado con nadie!
—Frank Robsart es mi esposo. Ayer precisamente nos casamos... Ya hemos
comprado un trozo de tierra muy cerca del pueblo y en ella viviremos hasta que nos
cansemos. Frank es un buen colono.
—¡No le hagáis caso! —gritó el capataz—,¡Te llevaremos a la fuerza si es preciso!...
Guardó silencio el capataz al ver entrar al juez y al pastor en compañía de Frank.
—¡Frank! —exclamó.
—Hola, Charles. Te vi llegar con tus compañeros...¿A qué habéis venido a
Placerville?
—¡En busca de Brenda!
—Brenda se quedará conmigo; es mi esposa.
—¡No es cierto!
—El pastor y el juez Luseland podrán confirmar mis palabras.
Habló primeramente el pastor y después lo hizo el juez.
Hasta el propio Edgar terminé por convencerse, y se mordió los labios de rabia.
—Aunque así sea, tendrás que acompañarnos. Es la orden que nos dio tu padre...
—Mi padre ya no manda en mí. Y ya que la reunión no me resulta muy agradable,
haga el favor de preparar mi liquidación, míster Harris. Haga la de mi esposo al mismo
tiempo. Hoy mismo nos marchamos de su casa. Los hombres de mi padre han
precipitado nuestra marcha. Usted tendrá ocasión de continuar viéndonos. Pronto oirá
hablar de nuestra, granja.
Los enlutados se marcharon.
Edgar no tuvo más remedio que aceptar la propuesta de Diana, ahora Brenda,
como era en realidad su nombre, diciendo, al entregarle el dinero que le correspondía:
—Con tu esposo tengo que aclarar ciertas cosas… a solas.
—Puede hablar, míster Harris —agregó Frank—. El pastor y el juez son personas
de confianza.
Palideció ligeramente Edgar.
—Prefiero hablar a solas contigo.
—Cuando quiera.
Entraron los dos en el despacho.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 40—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—¡Eres un traidor! ¡Me has engañado! ¡Sé que vienes haciéndolo durante mucho
tiempo!
—Ahí tiene al juez. Dígaselo a él.
—Te pesará! ¡Me vengaré de ti! ¡Lo juro!
—Es mejor que deje las cosas como están. Yo no negaré, si llega el caso, que me he
dedicado a engañar a sus clientes, pero también ellos sabrán muchas más cosas...
Lívido como un cadáver, le contempló en silencio.
—¡Ya tendré ocasión de hablar nuevamente contigo a solas!
Frank sonrió y contó el dinero que Edgar le había entregado.
—Falta mucho dinero aquí, amigo Edgar. Doscientos dólares exactamente.
—¡Cobarde!
—¡Cuidado! Le advierto que sé utilizar esto también... Golpeó con suavidad en la
culata del «Colt» que iba en la funda de su costado derecho.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 41—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Capítulo VI
—¡No se reirá de mí! ¡No lo consentiré!
—Tranquilízate, Edgar. ¿Ves cómo Jack tenía razón? Venían comportándose de
manera muy extraña Frank y Diana, bueno, Brenda. Así es como en realidad se llama.
—¿Quién iba a decir que...?
—Nos engañó a todos esa muchacha. Los hombres de Bob ya se han marchado.
Compadezco a Charles cuando llegue a San Francisco y le diga a su patrón lo ocurrido.
—¿Dónde está Jack?
—Estuvo aquí, pero se marchó.
—¡Frank va a pagármelas con creces! ¡Jack se encargará de él! ¡Le pagaré lo que me
pida! Tú continúas siendo el sheriff y puedes ayudarle. ¡Detén a ese cobarde!
—No puedo hacerlo, Edgar. Compréndelo... Las nuevas elecciones están a punto
de celebrarse y no conviene crear un ambiente raro en estos momentos.
—¿Cuándo se celebrarán por fin?
—La próxima semana. Alec ya tenía que haber llegado con los muchachos.
—No tardarán en llegar. ¿Se ha recibido alguna noticia de Norman?
—Yo, por lo menos, no. Lo que debes ir pensando es en traer otra muchacha que
pueda ocupar el puesto de Diana o Brenda, como quieras llamarla.
—Escribí a Sacramento. Me han hablado de una muchacha que está armando una
verdadera revolución en la capital. No voy a tener más remedio que ir personalmente.
—Eso es lo que debes hacer.
—Me iré después de las elecciones.
Edgar, más tranquilo, abandonó la oficina del sheriff. Visitó a su amigo Mark
Curtis, encargado del Registro, por si éste había recibido alguna noticia del comisario
del oro.
Mark era un hombre de carácter duro. Tampoco había recibido noticia alguna.
—También a mí me sorprende no haber recibido noticias de Norman —decía
Mark—. Por cierto que tengo que darle algunos informes muy interesantes para él.
—¿Alguna noticia de los Baxley?
—No, nada se sabe de ellos. El viejo Stirling es muy astuto. Sabe a Jo que se expone
si denuncia su mina.
—¿Qué diablos hacen los hombres de Norman?

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 42—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Algún día averiguarán dónde está esa mina, no te preocupes.


—Pero si lo hacen cuando ya no valga la pena...
—Háblame de la hija de Bob. Cuando me dijeron que esa muchacha...
—Prefiero hablar de otra cosa.
Mostró nuevamente su mal humor Edgar.
Ayudó a Mark a repasar los nombres de las últimas denuncias que se habían
registrado, tomando cuidadosamente ambos nota de esto.
Horas más tarde, un empleado de Edgar se presentaba en la oficina del sheriff
Oswald y Carl le recibieron amablemente.
—¿Qué haces por aquí, amigo? —interrogó el llamado Carl.
—Me han dicho que el jefe estaba aquí. Tengo que darle un encargo.
—Entra. Está con nuestro jefe.
Edgar miró con sorpresa a su empleado.
—Le están esperando en el saloon, jefe —dijo—. El comisario del oro y sus hombres
acaban de llegar.
—Ah! Muy bien. Ahora mismo voy, Ya lo has oído, Sid. Norman acaba de llegar.
—Espera, iré contigo.
Se puso en pie el sheriff.
Al salir a la calle habló con sus ayudantes, dándoles instrucciones de lo que tenían
que hacer durante su ausencia.
—Si me necesitáis —terminó diciendo—, ya sabéis dónde podéis encontrarme.
Acompañaré a míster Harris hasta su establecimiento.
El empleado de Edgar se adelantó, llegando al saloon el primero.
Uno de los hombres del comisario le vio entrar y salió a su encuentro.
—¿Encontraste a tu jefe?
—Dentro de un momento le verás aparecer por esa puerta. El sheriff viene con él
Norman Drake sonrió al escuchar esto.
Y tan pronto como Edgar y el sheriff entraron en el local se encontraron con él.
—¡Caramba! —exclamó Edgar—. Ya iba siendo hora que os dejarais ver por
Placerville.
Tendió seguidamente su mano, que Norman estrechó con fuerza.
El sheriff hizo lo mismo.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 43—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Invitados por el comisario del oro, se acercaron al mostrador, donde


inmediatamente fueron atendidos por uno de los hombres que se movían sin descanso
en el interior del mismo.
Ya había sido informado Norman de lo ocurrido con Diana y Frank y salió a relucir
la conversación.
Bebieron tranquilamente, marchando minutos más tarde al despacho de Edgar,
donde tomaron asiento los tres
—Aquí hablaremos con más tranquilidad —dijo Edgar—. Sid y yo estábamos
deseando verte por aquí, Norman.
—Pues aquí me tenéis. ¿Qué tal se porta Jack?
—Estoy muy contento con él. La verdad es que aún no ha tenido que intervenir en
ningún caso importante.
—Cuando tenga que hacerlo te convencerás de lo que te dije hace tiempo.
«Trabajará» con Alec estos días. Le acompañará e sus «visitas». Sidney continuará
siendo el sheriff de Placerville. Nadie se atreverá a votar en favor de otra persona.
—Alguno lo hará, pero eso no tiene importancia. Sid sabe quiénes son las personas
que votarán en su contra El que más me preocupa es Rod Armstrong.
—No creo que Rod se atreva a contrariarnos, Edgar En cuanto lo muchachos le
hagan una «visita»...
—Rod es amigo del juez, tú lo sabes, Sid. Claro que si los muchachos le visitan es
posible que cambie de idea.
Se echaron a reír.
Alec y Jack reuníanse con ellos una hora más tarde. Y en aquel mismo despacho se
tomaron las decisiones de última hora.
En el almacén de Walter se hablaba de lo mismo, pero en distinto sentido.
Jeff escuchaba en silencio al juez y a Walter.
Le hizo gracia lo que decían en aquel momento y no pudo contener la risa.
—¿Por qué te ríes, Jeff?
—Perdona, Walter... Creo que no conseguiréis nada de esa forma, Y mucho menos
si es cierto lo que acabas de decir hace un momento referente a la mayoría de los
ciudadanos de Placerville.
—Tienen atemorizado a todo el mundo. Lo comprobarás el día de las elecciones.
Ya falta poco.
—Mejor todavía. Si tan asustados están, como no empleéis otro método,
continuaréis teniendo a la misma persona de sheriff.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 44—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—Es precisamente lo que hay que evitar. Sidney Grant es uno de nuestros peores
enemigos...
Jeff propuso un nuevo sistema con el que el juez estuvo de acuerdo.
—Jeff tiene razón, Walter. Es preciso nivelar la fuerza. Hay que conseguir, por
todos los medios, unirnos como Jeff nos ha dado a entender.
—Rod cuenta con muchos amigos en el pueblo.
—Rod es uno de los que más asustados está, Walter. Lo sabes lo mismo que yo.
Únicamente podemos contar con él si logramos convencerle de que es preciso
enfrentarse a ese grupo de hombres que desde hace tiempo viene dominando el
pueblo... Yo me encargaré de esto. Hablaré con unos cuantos amigos. El rancho de Rod
es el mejor sitio para reunirnos y evitar que se enteren los demás.
—No te compliques la vida, Sean. Ya tienes bastantes problemas.
—¿Por qué preocuparnos entonces? Para seguir pensando como tú no vale la pena
intentar nada.
—Perdona, Sean. Es que me da miedo.
—Hablaré con mis amigos. A ver si conseguimos reunirnos en el rancho de Rod
dentro de un par de días.
Frank y Brenda apenas salían de la tierra que habían comprado.
Los Mac Gregor les prestaron una valiosa ayuda.
Trabajaron todos sin descanso en la construcción de la nueva vivienda para los
recién casados.
Una tarde recibieron una gran sorpresa al presentarse un grupo de mineros en la
nueva granja.
Brenda lloraba de alegría al conocer los propósitos de aquellos hombres.
Gracias a la ayuda de los mineros, la casa quedó lista dos días mas tarde.
Y el matrimonio, con tal motivo, decidió celebrar una pequeña fiesta en la nueva
casa.
Frank y Brenda sentianse muy felices viendo cómo los invitados se divertían.
El sheriff, invitado también, no acudió a la fiesta por motivos de trabajo.
Y la reunión que el juez había acordado en el rancho de los Armstrong fue
demorada para el siguiente día.
Lynda Armstrong era la mujer más admirada de todo el territorio, lo mismo por
los ricos ganaderos que por los sencillos mineros y cowboys.
Basta en los lugares más apartados se hablaba de su belleza.
Betty Mac Gregor era su compañera inseparable.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 45—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Jeff contemplaba en silencio la forma de bailar de algunas parejas y se reía con


frecuencia al ver las cosas raras que hacían algunos.
Durante uno de los pequeños descanso que hacía la reducida orquesta, compuesta
por tres hombres, Jeff recibió la visita de Betty.
—No te he visto bailar una sola vez.
—Prefiero ver cómo lo hacen los demás. Resulta muy divertido.
—¿No te gusta el baile?
—Apenas sé cómo se hace, que es distinto... No creo que a Lee le hubiera agradado
ver cómo bailas con los demás.
—Trato de evitarlo, pero no puedo... Me dolería disgustar a los propietarios de
estas tierras.
—Warren, el capataz de los Armstrong, no te pierde de vista. Ahora viene hacia
aquí.
—Por favor, Jeff baila conmigo.
—Te advierto que tus pies correrán un grave peligro... —rió Jeff.
Warren se mordió los labios de rabia al ver que llegó demasiado tarde junto a la
muchacha.
Se culpó a si mismo de que esto hubiera ocurrido.
Jeff reía mientras bailaba con Betty.
Y no resulto ser tan torpe como había anunciado.
Betty fue la más sorprendida.
—¿Dónde has aprendido a bailar de esta forma?
—Te lo explicaré en otro momento. A ver si eres capaz de hacer todo lo que iré
diciéndote.
Muchas parejas dejaron de bailar para ver cómo lo hacían Jeff y Betty.
Y como eran los únicos que se movían al compás de las notas musicales de la
desafinada orquesta, Jeff dio una verdadera exhibición de baile.
Terminaron los dos agotados, siendo muy aplaudidos al final.
Y a petición de todos los invitados, viéronse obligados a bailar nuevamente.
Warren, que esperaba la ocasión de poder bailar con Betty, procuraba estar
siempre junto a ella.
Aprovechando que un grupo de mineros felicitaba en esos momentos a Jeff,
movióse con rapidez y abordó a la muchacha.
—Vamos a bailar, Betty.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 46—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—Estoy muy cansada, Warren.


—Para bailar con ese gigante no lo estabas tanto.
—¡No quiero bailar contigo! Jeff es amigo de Lee. Con él no me importará hacerlo.
Palideció visiblemente Warren.
—No me dejes en ridículo o soy capaz de...!
—¡Procura no volver a molestarme si es que no quieres que hable con la hija de tu
patrón y le pida que te eche de la fiesta!
Varios mineros quedaron pendientes de la discusión. Warren forzó una sonrisa al
darse cuenta, pero continuó insistiendo.
Tomó por un brazo a la muchacha con ánimo de obligarla a bailar con él.
—¡Suéltame!
El grito fue oído por Jeff.
Supuso en el acto lo que ocurría al ver al capataz de los Armstrong junto a Betty.
Abrióse paso y llegó, nervioso.
—¿Qué ocurre, Betty? —preguntó.
—Este hombre no hace más que molestarme…
—Déjala tranquila, amigo.
—¡Tengo más derecho que tú a bailar con ella! La conozco hace más tiempo.
—Pero por lo que se ve, no desea bailar contigo.
—¡Eso a ti no te importa!
Lynda buscó a su padre al enterarse de lo que estaba ocurriendo y le pidió que
hablara con el capataz.
Rod Armstrong llamó la atención a su capataz.
—Siempre que bebes demasiado te ocurre lo mismo. —le dijo—. Te conviene dar
una vuelta por el campo.
—¡La culpa la tiene este zanquilargo, patrón! ¡Apenas he bebido! Se ha molestado
porque pretendía bailar con la hija de Jerry…
—¡Soy yo la que no quiere bailar contigo! —gritó Betty.
—¿Lo has oído? —intervino, con naturalidad, Jeff.
—¡Nadie te ha dado vela en este entierro, amigo! ¡Empiezo a cansarme de tus
molestias!
—Yo, en tu lugar, me marcharía a dar un paseo por el campo. Si has bebido
demasiado…

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 47—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—¡Cuidado, gigante! ¡El único borracho que hay aquí eres tú!
—¡Warren! —intervino valientemente Lynda.
—No se moleste, miss Armstrong, el capataz ha bebido demasiado y no sabe lo
que hace en estos momentos.
—¡Maldito! ¡Ahora sabrás lo que es bueno!
Intentó golpear a Jeff, pero éste esquivó con habilidad la embestida y el capataz, al
perder el equilibrio, fue a parar contra un grupo de mineros, que le ayudaron a ponerse
en pie.
Golpeó a uno de ellos, furioso, y dio media vuelta con rapidez.
Jeff había quedado completamente aislado.
—Tranquilízate, amigo. Ese hombre no te hizo nada para que le golpees como lo
has hecho.
—¡Eso no es nada cuando veas lo que hago contigo!
Se echó a reír Jeff.
Intentó nuevamente Warren golpearle por sorpresa.
—Despacio, amigo —dijo Jeff, al mismo tiempo que le sujetaba por las ropas del
pecho, sin permitirle que se moviera.
Soltó con fuerza el puño izquierdo y Warren salió despedido hacia atrás, rodando
seguidamente por el suelo.
El golpe fue tan contundente que perdió el conocimiento.
Con el rostro desfigurado, quedó tendido en el suelo con los brazos en cruz.
Sangraba copiosamente por boca y nariz.
El doctor Morgan viose obligado a entrar en acción.
Reconoció al herido y dio orden que le llevaran a la clínica, ya que allí no podía
atenderle como requería el caso.
Rod Armstrong presentó sus disculpas a los propietarios de la granja y abandonó
la misma.
Linda se quedó con Betty y la fiesta continuó hasta muy tarde.
Las dos muchachas buscaron a Jeff, pero éste había abandonado la fiesta sin decir
nada.
Walter y Jerry Mac Gregor hacían comentarios con Frank sobre lo sucedido horas
ms tarde, siendo los únicos invitados que permanecían en la granja a aquellas horas.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 48—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Capítulo VII
El juez contemplaba en silencio a los cuatro hombres que habían llegado al rancho
de los Armstrong.
Cansados de esperar a los hombres que faltaban por llegar, dijo el juez, poniéndose
en pie:
—Así no conseguiremos nada. Luchar en estas condiciones no vale la pena.
Mañana se celebrarán las elecciones y no habrá forma de impedir que Sidney Grant
salga reelegido para desgracia de muchos.
—¡No hay más que cobardes en este pueblo! exclamó Rod Armstrong—. El juez
tiene razón. ¿Por qué no han venido los que faltan?
No hubo respuesta porque todos se hacían la misma pregunta.
—La sesión ha terminado —dijo el juez—, Regresad todos a vuestras casas. Ya
hemos perdido demasiado tiempo inútilmente.
Abandonaron el rancho todos, sin que nadie les viera.
Rod, al llegar a la casa principal, se detuvo ante la puerta.
Echó un vistazo a la nave de los vaqueros, comprobando que nadie se encontraba
levantado.
Pero al entrar en su despacho recibió una sorprendente visita.
Le temblaban visiblemente las piernas.
—Buenas noches, míster Armstrong —saludó uno de aquellos enlutados hombres
que aguardaban su regreso—. Casi nos quedamos dormidos de tanto esperar., ¿Dónde
estaba?
—¿Qué significa esto?...
—Somos nosotros los que hacemos preguntas y usted el que debe responder.
—Esto es un atropello
—¡Siéntese, amigo!
Fue empujado violentamente sobre uno de los cómodos sillones, sobre el que Rod
cayó de mala postura.
Abrió los ojos, asustado, recorriendo cada uno de aquellos desconocidos rostros.
No tardó en saber lo que se proponían.
Le intimidaron para que votara en favor del sheriff actual al siguiente día,
diciéndole el que debía mandar en el grupo, como así supuso el asustado Rod.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 49—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—Sabemos que tienes una hija y muy bonita por cierto. Mañana, al votar, firma el
papel para que podamos saber si hemos contado o no con tu voto.
El corazón daba la impresión que iba a saltar en pedazos de un momento a otro.
Y así que los enlutados visitantes se marcharon, respiró profundamente y no se
atrevió a moverse de donde estaba hasta que escuchó el galope de los caballos.
Apagó la luz y echó un vistazo a través de una de las ventanas.
En ese momento se encendía la luz en el interior de la nave de los vaqueros.
Vio asomarse a alguien sin que pudiera distinguir el rostro del vaquero.
Otros compañeros del equipo de éste le imitaron.
—Me ha parecido escuchar el galope de varios caballos... —dijo el cowboy a sus
compañeros.
—Siempre estás oyendo cosas raras. ¿Por qué has encendido la luz?
—Juraría que he oído.
—Déjanos dormir en paz. Lo que debes hacer es ir al médico en cuanto amanezca.
Si estuviera Warren despierto ibas a saber lo que es bueno.
Rod se tranquilizó al ver apagarse la luz en la nave de los vaqueros.
Se acercó a la habitación de su hija, comprobando que dormía tranquilamente.
Marchó a su habitación y se dejó caer sobre la cama. Le costó mucho trabajo
quedarse dormido. A la mañana siguiente despertó muy temprano y salió a dar un
paseo.
Había varios vaqueros ante la vivienda destinada a ellos cuando regresó.
Le saludaron como de costumbre.
Warren, que aún conservaba la huella en su rostro del golpe que Jeff le había
propinado, salió de la nave.
—Buenos días, patrón. ¿Cómo se ha levantado tan temprano?
—No podía dormir y decidí salir a dar un paseo. Ya está mejor tu rostro.
—Hoy espero poder ver al cobarde que me golpeó a traición. No crea que he
olvidado esto.
Pasó los dedos de su mano derecha por el lado de la cara donde había recibido el
golpe.
—Debes olvidarlo. Ese muchacho demostró ser más peligroso con los puños de lo
que en realidad aparenta.
—¡La próxima vez le demostraré que es un cobarde y un ventajista! ¡Voy a darle
una paliza como no la ha recibido, en su vida! Y hablando de otra cosa: uno de los

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 50—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

muchachos no trabajará por la mañana. Anoche volvió a levantarse diciendo que había
escuchado el galope de varios caballos cuando todos dormíamos. Conviene que le vea el
doctor Morgan.
El vaquero al que el capataz se refería salía en ese momento de la nave.
Rod le contempló con atención durante unos cuantos segundos.
—.Qué te ocurre, muchacho? —le preguntó, al final—. Warren acaba de decirme
que anoche sufriste una de esas pesadillas que te vienen aquejando hace tiempo.
—Lo lamento, patrón, pero aún juraría que anoche escuché el galope de varios
caballos.
—Es muy probable que lo hayas oído...
Varias carcajadas siguieron a este comentario.
—No se rían. Puede que haya pasado alguien por nuestras tierras, cerca de la casa,
y que éste lo haya escuchado.
—Yo también vi anoche un caballo que volaba, patrón —agregó otro cowboy.
Todos sus compañeros se echaron, a reír.
—Ven conmigo, muchacho. No les hagas caso. Te acompañaré hasta la clínica del
doctor Morgan. No estará de más que te vea.
—Si me encuentro estupendamente, patrón...
—¡Y tan estupendamente! —exclamó el capataz.
Cualquier día vas a levantarte diciendo que has visto atracar un barco en el rancho.
La risa fue en aumento.
Rod ordenó a todos que se callaran y pidió al vaquero que había escuchado el
galope de los caballos durante la noche que le acompañara.
Lynda dijo a su padre que no iría por el pueblo. A ella no le importaban las
elecciones.
Rod marchó al pueblo en compañía del cowboy. Ante Eldorado ya había
numerosas personas en espera de que abrieran las puertas.
El doctor Morgan saludó con agrado a Rod.
—,Qué es lo que te ocurre ahora? Sin duda será una de esas cosas raras que de vez
en cuando suelen ocurrirte.
—No vengo yo a consultarme, es este vaquero mío... Pero antes deseo hablar a
solas contigo.
Se puso muy nervioso el cowboy al escuchar esto.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 51—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Las cosas más raras pasaban por su imaginación, y empezó a pensar que en
realidad estaba enfermo.
Rod explicó al doctor lo ocurrido durante la noche, dándole a conocer toda la
verdad.
Cambiaron alguna impresión e inmediatamente pasó el cowboy a la habitación
donde el doctor reconocía a todos sus pacientes.
Y dio comienzo el reconocimiento.
—Dígame la verdad, doctor. Yo sé que estoy enfermo, pero me gustada conocer el
tipo de enfermedad que padezco.
—Yo no he dicho que estés enfermo. Lo que te ha ocurrido anoche le ocurre a
mucha gente que goza de buena salud. Tu organismo está perfectamente. De haber
estado yo anoche junto a ti es muy probable que también hubiera escuchado el galope
de varios caballos.
—¡Por favor, doctor! ¿Qué quiere decir con eso?
—Pues muy sencillo: que no es extraño que oyeras el galope de caballos porque
también tu patrón los escuchó.
—No, sé que no me está diciendo la verdad.
—Sabes que no me agrada mentir. Siempre aconsejo bien a mis pacientes. Salvo
cuando uno de esos casos sin solución se presenta, trato de impedir que el paciente se
entere.
—Mi caso, por ejemplo, puede ser...
—No, afortunadamente, no lo es. Estás estupendamente. Y para que te convenzas
que no te engaño, te diré toda la verdad.
Refirió al cowboy lo que su patrón le había estado contando antes de reconocerle.
Llamó a Rod y éste habló sin rodeos.
Al convencerse el vaquero que no se trataba de un engaño, respiré con
tranquilidad.
Rod le exigió que no dijera nada a sus compañeros, y así prometió hacerlo.
Invitados por el doctor, bebieron un poco de whisky y marcharon a Eldorado.
Mineros, granjeros y cowboys diéronse cita en aquel mismo lugar.
Sidney Grant, acompañado de sus dos ayudantes, saludó a todos los congregados
al llegar:
Entraron en el local donde el juez les estaba esperando para dar comienzo a la
votación.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 52—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

A todo el mundo le fue entregado un papel donde debía escribir el nombre de la


persona que deseaba fuera sheriff de Placerville.
Empuñó el mazo de madera el juez y descargó tres fuertes golpes sobre la mesa.
Seguidamente dio comienzo la votación.
Durante más de media hora fueron pasando todos los votantes por la mesa del
juez.
El sheriff y sus dos ayudantes mostráronse amables y sonrientes hasta el final de la
votación.
Dos horas más tarde se anunciaba públicamente que Sidney Grant había sido
reelegido nuevamente, y fueron muchos los que se acercaron darle la enhorabuena.
El voto de Rod Armstrong le fue entregado al sheriff.
—Ahí lo tienes, Sid. Ahora se levanta de la mesa. Este es su voto, ¿qué te parece?
—Rod es un hombre inteligente —rió el de la placa—. Conservaré este papel por si
acaso.
Una vez cumplido su trabajo, el juez abandonó el local.
La fiesta dio comienzo poco más tarde, a la que acudieron todos los
incondicionales del sheriff.
Norman Drake, Alec Dawson y Jack Enderby celebraban particularmente el
resultado de las elecciones en compañía de Edgar Harris en el despacho de éste.
Las mesas de juego empezaron a funcionar, diseminándose por las mismas todos
los ventajistas al servicio de la casa.
Un minero de avanzada edad, con el rostro cubierto de espesa barba, entró en el
salón y se dirigió al mostrador.
Pidió un doble de whisky y apuré el vaso hasta la última gota de un solo trago.
El barman que le atendió se fijó detenidamente en él. Minutos más tarde se
presentaba en el despacho de su jefe.
—¿Qué es lo que quieres, idiota? ¡No me molestes ahora! A ver qué es lo que
quiere, Jack.
Púsose nervioso el barman.
Jack le dio un golpe cariñoso en la espalda y salió con él.
—El jefe está muy disgustado contigo —le dijo, al salir del despacho—. Ya veremos
qué disculpa le das...
—Tengo un encargo importante que darle...
—Habla. Yo se lo comunicaré.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 53—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—Ese minero en quien tanto interés tenía el comisario en encontrar está ahora
mismo en el mostrador.
El rostro de Jack cambió de expresión.
—Stirling Baxley?
—No, Wilkie creo que se llama.
¡Ah, sí! Había pensado en Stirling... Ven conmigo El jefe no te dirá nada.
—Protestarán mis compañeros si no regreso pronto al mostrador.
Le indicó que le siguiera.
Edgar miró a ambos con sorpresa.
—¿Aun está ahí ese idiota?
—Le he pedido que me acompañe. Cuando entró en este despacho venia con la
intención de decirte que Wilkie acaba de llegar y se encuentra en este momento en el
mostrador.
Norman Drake saltó del asiento.
—¿Estás seguro, amigo? —exclamó, dirigiéndose al barman.
—Hace un momento por lo menos le vi en el mostrador y yo mismo le serví la
bebida que solicitó.
—¡Ya lo has oído, Alec! Jack te acompañará. Edgar mostróse más amable con el
barman y le invitó a un trago.
Minutos después recibía orden de incorporarse al trabajo.
El viejo minero continuaba arrimado al mostrador, contemplando en silencio el
vaso de whisky que acababan de servirle nuevamente.
Alec le abordó sin rodeos.
—Hola, viejo zorro. ¿Qué haces por aquí?
—¡Vaya! Lo mismo digo. Los mineros que trabajan en la cuenca se habrán quedado
descansados al no verte por allí.
Se echó a reír Alec.
—Me gustaría saber por qué me odias tanto. Nunca te hice nada.
—Porque no habéis podido.
—¿Has registrado la mina?
—Es algo que a nadie le importa, amigo.
Cerró los ojos Alec.
Con gran esfuerzo, consiguió serenarse, y dijo:

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 54—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—Me tiene sin cuidado lo hayas hecho o no. Es por el bien tuyo... Ya sabes las cosas
raras que están ocurriendo por no hacer las cosas como es debido.
El viejo le dio la espalda.
—¡Estoy hablando contigo, viejo inútil! —protestó Alec—.¡Vas a conseguir que me
enfade y...!
—Estaba muy tranquilo hasta que tú apareciste. ¿No ha venido Drake contigo?
—Se encuentra en estos momentos reunido con unos amigos. He sido yo quien ha
venido con él, amigo Wilkie.
—¿Amigo?¿Desde cuándo lo somos?
Ahora era el minero el que reía.
—Norman desea hablar contigo.
—¿Para qué?
—El te lo dirá.
—Dile que venga a yerme si tanto interés tiene.
Jack impidió que Alec cometiera un grave error.
—Debéis calmaros los dos —intervino Jack—. Creo que debes ir a ver al comisario,
Wilkie.
—Sé que ha estado preguntando por mí en la cuenca. Unos amigos me informaron
en el poblado.
Consiguió convencer Jack al minero y se presentaron los dos en el despacho de
Edgar.
Norman se mostró amable con el viejo, y tan pronto supieron que había ido a
Placerville a hacer un ingreso importante en el Banco, Jack se despidió.
Marchó directamente al Banco, donde consiguió informarse de la cantidad que
Wilkie había ingresado, comunicándoselo más tarde a su amigo Norman.
Este dio orden que vigilaran todos los movimientos del minero, y dos hombres de
Alec le siguieron a todas partes.
Mark Curtís, el encargado del Registro, se presentó en el despacho de Edgar con
una buena noticia.
—¡Ahora sabrá lo que es bueno ese viejo idiota! —exclamó Norman—.¡Esto es lo
que estaba esperando! En cárgate de Wilkie, Alec... Ya sabemos dónde se encuentra su
mina...
Felicitó al encargado del Registro y brindaron por el nuevo éxito.
Wilkie continuaba en el almacén de Walter.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 55—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—Estoy arrepentido de lo que he hecho —decía—. Si algo me ocurre, ya sabes lo


que tienes que hacer. Cometí el mayor error de mi vida al denunciar la mina...
—No pienses más en ello, ya no tiene remedio. ¿Necesitas todo lo que figura en
esta lista?
—Sí… Mientras lo preparas haré una visita a Jerry...

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 56—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Capítulo VIII
—Acércate a la granja de los Mac Gregor, Jeff. Es muy extraño que Wilkíe tarde
tanto.
—Puede que haya decidido pasar la noche en la granja de Jerry. Si son tan amigos
como dices...
—Tengo el presentimiento que algo ha ocurrido.
—Al final resulta que eres más pesimista que los mineros. Ten un poco de
paciencia. Déjame terminar con esa mercancía.
—Yo continuaré el trabajo.
Encogióse de hombros Jeff y salió a la calle.
Su caballo le empujó con el hocico al arrimarse a él.
—Llevas una vida muy descansada. No te pongas nervioso. A los dos nos ocurre lo
mismo: somos de temperamento Inquieto.
Relinchó el animal al sentir el peso de la silla de montar y Jeff se echó a reír.
Caballo y jinete caminaron sin prisa.
Llegaron a la granja, saludando Jeff a Betty, que se encontraba bajo el porche de
entrada de la casa.
—Hoja, Jeff, buenas noches, Da gusto estar al fresco, ¿Qué te trae por aquí a estas
horas?
—¿Está tu padre?
—Preparando algo de cenar. Le diré que eche un poco más para que puedas cenar
con nosotros.
—Espera un momento, Betty. Walter espera mi regreso... He venido a informarme
si está con vosotros un minero llamado Wilkie. Dijo en el almacén que venía a visitaros.
—Estuvo aquí, pero se marchó hace mucho tiempo. Hace más de dos horas que se
marchó... Tenía bastante prisa en regresar al pueblo. Entra, mi padre podrá contarte
alguna cosa más. Les dejé solos para que pudieran hablar con libertad.
Jerry se alegró al ver a Jeff, pero al conocer el motivo de aquella visita, se preocupó.
—No lo comprendo... —decía—. Wilkie salió de aquí con idea de regresar
inmediatamente al almacén de Walter.
—Pues no ha llegado todavía.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 57—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—Espera... Tal vez se haya entretenido en la granja de los Robsart; sí, la más seguro
es que esté allí. Diré a Betty que termine de preparar la cena y te acompañaré. Regresaré
en seguida.
Trató de impedirlo Jeff, pera no lo consiguió.
Tardaron poco en llegar a la mencionada granja, preocupándose ambos al saber
que Wilkie no había estado allí.
Jeff pensaba exactamente igual que Walter y el mismo presentimiento se apoderé
de él.
Horas más tarde entraba en el almacén.
Walter le escuchó en silencio,
—Estoy seguro que algo le ha ocurrido. Lo presentía... Avisaré al juez.
—¿Quieres que te acompañe?
—Repasa la lista que Wilkie me entregó y ve si falta algo. Regresaré en seguida.
Debe haber alguien aquí, por si se ha entretenido en algún sitio...
Entró Jeff en el almacén y repasó la lista del minero.
A Walter no se le había olvidado nada.
Cansado de esperar, Jeff decidió salir a dar un paseo.
Pasó ante el bar que solían frecuentar él y Walter y se asomó sin ánimo de entrar.
Un gesto de sorpresa se dibujó en su rostro al des cubrir en el interior del reducido
local a Walter y al juez.
Entró decidido y se dirigió a la mesa en la que se encontraban.
—¡Vaya! —dijo—. Ya podía estar esperando…
—Siéntate, Jeff. Es horrible lo que ha ocurrido. Nuestras sospechas se han
confirmado... Estuve con el juez en la oficina del sheriff y he visto con mis propios ojos el
cadáver de Wilkie. ¡Le han asesinado!
—Pobre hombre…
—He tenido que ir al Banco; por eso he tardado..
Walter tenía unas rebeldes lágrimas apuntando en sus ojos.
Con la manga de la camisa impidió que resbalaran por sus mejillas.
Y tan entretenidos estaban los tres, que ninguno se dio cuenta de la presencia de
los ayudantes del sheriff.
Carl pasó intencionadamente junto a Jeff y fingió tropezar con él, dejándose caer al
suelo.
—¡Me has zancadilleado intencionadamente! —protestó, al ponerse en pie.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 58—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—Abre bien los ojos si no quieres tropezar con todos los obstáculos que encuentres
a tu paso. Soy yo el que debía protestar y ya ves que no lo hago.
—¿Lo has oído, Oswald?
—Será mejor que nos acompañe a la oficina. Allí lo aclararemos.
—¡Dejad en paz a este muchacho! —ordenó el juez.
—Tranquilícese, juez Luseland. Preocúpese de sus cosas y deje que nosotros nos
encarguemos de...
—No se mueva de donde está —dijo Jeff al juez, al mismo tiempo que se ponía en
pie—. ¿Qué es lo que queréis?
—¡Que nos acompañes a la oficina!
—¿Para qué?
—Allí te lo explicaremos.
—No tengo ninguna gana de ir con vosotros, y menos a la oficina de vuestro jefe,
sólo porque a vosotros se os antoje.
—Un viejo minero, muy conocido en Placerville, ha aparecido muerto en las
afueras y queremos saber dónde has estado entre las nueve de la noche y las once,
aproximadamente, hora en que al parecer se cometió el crimen.
—Estuve en el almacén. Y ya está bien de molestar.
—Tendrás que acompañarnos.
—¡Hum!... Mal camino habéis elegido, amigos. ¡Cuidado! Otro movimiento como
el que acabas de hacer puede costarte la vida.
Carl, que había sido el que intentó ir hacia sus armas, quedó paralizado.
La presencia del juez les hizo desistir y abandonaron el local.
Poco después informaban a su jefe y éste les echó una fuerte bronca, pidiéndoles
que detuvieran a Jeff.
—¡Traedle aquí! ¡Sois unos idiotas! ¿Sabéis cuánto ofrece Edgar por ese muchacho?
Dos de los grandes...
—Estaba el juez y no nos atrevimos a...
—¡El juez no tiene nada que ver en todo esto!
Respiraron con tranquilidad al verse nuevamente en la calle.
Visitaron el bar, pero Jeff y Walter ya se habían marchado.
En compañía del juez, visitaron al doctor Morgan, con quien estuvieron charlando
durante bastante tiempo.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 59—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

El cadáver de Wilde continuaba en la oficina del sheriff, pero cuando el juez y el


doctor se presentaron en la misma, ya se había hecho cargo del muerto el enterrador.
—Comprendo su disgusto, juez Luseland —dijo el sheriff—. Todos sabemos que
Wilde era un viejo amigo suyo.
—Apreciaba bastante a ese hombre, es cierto. Se lo merecía... El hombre que lo ha
matado no podrá vivir tranquilo vaya donde vaya. Le seguirá a todas partes la misma
sombra.
—Veo que el pastor le ha contagiado, amigo Luseland. Yo no hago caso de lo que
dice.
—Le compadezco entonces... Vámonos de aquí, doctor. Reía escandalosamente el
sheriff al quedarse solo. Durante más de una hora estuvo trabajando el doctor en la casa
del enterrador.
Según su teoría, Wilkie llevaba más horas muerto.
Dirigieron la última mirada al muerto y rezaron una oración en silencio por su
eterno descanso.
Al siguiente día, a la hora que se había anunciado el entierro, no quedó una sola
persona en el pueblo.
Norman, aprovechando esta circunstancia, envió a dos de sus hombres al Banco.
Presentaron un talón al cobro, impacientándose al ver que los empleados no hacían
más que dar vueltas.
Finalmente se les ordenó pasaran al despacho del director.
—Tomen asiento —invitó el director, al verles entrar en su despacho—. Lamento
tener que decirles que no podemos hacerles efectivo el talón que han presentado. Wilkie
no tiene fondos.
—¿Qué está diciendo? ¡Déjese de tonterías! Hemos venido por el dinero y nos lo
llevaremos como sea...
El director les dirigió una mirada de preocupación.
Mostró a ambos los libros, pero los hombres enviados por Norman no entendían
de estas cosas y continuaron insistiendo en que se les entregara el dinero.
—Digan a míster Drake que venga a hablar conmigo. Creo que me entenderé con
él mejor que con ustedes.
Uno de aquellos hombres se puso en pie y agarró por las ropas del pecho al
director.
—Suelta el dinero, amigo! ¡Ordena a tus esclavos que lo traigan aquí!
A pesar de lo asustado que estaba, continuó negándose.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 60—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Le golpearon salvajemente, consiguiendo al final su propósito.


Horas más tarde se comentaba en el pueblo que el Banco había sido atracado.
Los dos hombres enviados por el comisario del oro desaparecieron
automáticamente.
Norman visitó al director, abriéndose paso entre los curiosos que se encontraban
ante la puerta de la clínica del doctor Morgan.
—¡Sus hombres han atracado el Banco! —dijo el director al ver a Norman.
—Tranquilícese, amigo... Es precisamente lo que vengo a aclarar. Yo no envié a
nadie al Banco.
—¡Lo suponía! ¡Tienen que encontrar a esos cobardes! ¡Han robado el Banco!...
La noticia se extendió con rapidez por todo el pueblo.
Sin embargo, uno de los empleados del Banco había tomado nota de la serie de los
billetes y no dijo nada a nadie.
Más tranquilo, Norman regresó al despacho de Edgar.
Entre ambos celebraron una pequeña fiesta en honor a los billetes de Banco que
tenían escondidos.
El director dio orden de que comunicaran a la central lo ocurrido, y así lo hizo uno
de sus empleados de confianza por mediación del telégrafo.
Horas más tarde recibían órdenes de Sacramento en el Banco.
Anunciaban la llegada de dos inspectores, uno del Banco y otro de los federales.
La suerte de Norman fue que los empleados del Banco no conocían a los hombres
que envió por el dinero.
Dos días más tarde recibían la visita de los mencionados inspectores.
El inspector federal resultó simpático, dado su carácter, haciendo buenas migas
con los ciudadanos de Placerville.
Abrieron la investigación y dieron comienzo los interrogatorios.
Pero el verdadero motivo del inspector federal era otro muy distinto al que todo el
mundo creía.
Por las noches trabajaba en compañía del juez en el despacho de éste.
—El único culpable de todo lo que está ocurriendo en la cuenca es Norman Drake,
el comisario del oro
—decía el juez.
—Sospechamos de ese hombre hace mucho tiempo, pero aún no hemos podido
conseguir las pruebas que necesitamos. ¿Conoce a Mark Curtís?

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 61—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—¿Se refiere al encargado del Registro?


—Sí, a él me refiero.
—Es persona conocida en Placerville.
—O no me he explicado bien, o no ha querido entenderme.
—Creo que ya le entiendo. No tengo ningún trato con ese hombre. Poco es lo que
puedo decirle.
—La mayoría de los crímenes que se cometen en la cuenca, coinciden casi siempre
poco después de las denuncias que se efectúan en el Registro de este pueblo.
El juez quedó pensativo.
—¿Me está escuchando? —agregó el inspector.
—Disculpe, inspector...
—Farrell. John Farrell es mi nombre completo.
—Le ruego me disculpe, inspector. Farrell Le estaba escuchando perfectamente, Lo
que ocurre es que su teoría coincide con la de un joven cowboy que trabaja en el
almacén de Walter, un viejo amigo mío. A él no se le pasó por alto este pequeño
detalle…
—Me gustaría conocer a ese muchacho. Puede serme muy útil aquí.
Consultó su reloj el juez.
—Si nos darnos prisa, le encontraremos aun en el almacén.
Abandonaron el despacho.
Jeff se preparaba para salir a dar una vuelta cuando llegaron al almacén.
Walter saludó al inspector y seguidamente éste le fue presentado a Jeff.
Durante más de una hora estuvieron hablando en la trastienda.
Y la conversación derivó más tarde en los Baxley, a quienes el inspector prometió
ayudar con todos los medios a su alcance.
Aquella noche terminaron cenando en la granja de los Mac Gregor.
Betty estaba muy contenta por lo que había oído decir al inspector.
—Dentro de unos días llegarán dos hombres con quienes formaré equipo y nos
dedicaremos a aclarar muchas cosas —decía el inspector.
Supusieron en el acto que se trataba de dos agentes más.
Lynda Armstrong llegó con su padre más avanzada la noche.
Hablaron de cosas muy importantes, aprovechando Lynda y Betty para dar un
paseo mientras.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 62—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Se hizo tarde y Lynda obtuvo permiso de su padre para pasar la noche en la granja.
Jeff durmió en el campo.
Varios días más tarde, el empleado del Banco que había anotado la serie de los
billetes robados se encontraba tranquilamente bebiendo en Eldorado cuando de pronto
su corazón latió precipitadamente al fijarse en el billete nuevo que uno de los ayudantes
del sheriff había puesto sobre el mostrador.
Continuó bebiendo tranquilamente y simuló que no se había fijado.
—Mira a quién tenemos aquí, Carl —dijo Oswald, el otro ayudante del sheriff
—¡Hola, amigo! Como se entere el director que bebes tanto terminará por
despedirte del Banco.
Contagiaron con sus potentes carcajadas a un grupo de mineros que había cerca de
ellos.
—Mientras cumpla con mi trabajo, el director no me dirá nada.
—Tengo entendido que no le gusta que sus empleados abusen de la bebida.
—Es la primera vez que lo oigo. Lo único que nos pide el director es que
cumplamos todos con nuestra misión, y creo que así lo venimos haciendo.
—Resulta muy extraño que no conocierais ninguno a los que os atracaron hace
unos días...¿No estaréis complicados alguno de vosotros?
—Es una broma de mal gusto.
—¡Yo nunca hablo en broma, amigo! ¿Es que no sabes que también representamos
a la ley?
—¿Aceptáis una invitación? Me queda algo de dinero en los bolsillos. Esta semana
me ha sobrado más que otras veces... Aún tengo un billete de diez dólares.
—¡Caramba! —exclamó Oswald, al fijarse en el billete que mostró el empleado del
Banco—. También yo tengo otro, mira.
—Está más nuevo que el mío... Esos son los únicos billetes que guardo. Si me lo
cambias por éste no lo gastaré.
—¡Ahí lo tienes! A mi me da igual uno que otro.
—Gracias... Veré si me queda dinero suelto en el bolsillo... Sí, aún tengo. ¿Qué vais
a beber?
—Nosotros bebemos siempre whisky. Es la bebida más sana.
El barman les atendió inmediatamente.
Tan pronto como el empleado tuvo oportunidad de desentenderse de los
ayudantes del sheriff abandonó el saloon.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 63—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Y no tardó en comprobar que, en efecto, aquél billete pertenecía a la serie robada


en el Banco.
Se marchó a casa, tumbándose boca arriba en la cama, y comenzó a pensar en lo
que acababa de descubrir, sin saber qué decisión tomar.
Y se quedó dormido sin darse cuenta.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 64—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Capítulo IX
Hola, Jeff. Buenas tardes.
—Hola, amigo, si necesitas algo tendrás que esperar un momento. Walter no
tardará en salir de la trastienda, Yo me marcho ahora mismo. Me está esperando un
amigo.
—Deseo hablar contigo de algo muy urgente, pero a solas.
—Veamos de qué se trata. Habla, te escucho.
—Echa un vistazo a esto.
Jeff contempló con indiferencia el billete de Banco.
—Es un billete de diez dólares —dijo, con naturalidad.
—Sí, pero pertenece a la serie de los billetes robados en el Banco.
Cambió ligeramente de expresión el rostro de Jeff.
—¿Estás seguro?¿Cómo lo sabes?
—Se me ocurrió anotar aquí en esta pequeña libreta el número de serie de aquellos
billetes…
—Muy bien, amigo. ¿Sabe alguien más esto?
—No.
—Tranquilízate. Estás temblando.
—¡Tengo miedo, Jeff! Los ayudantes del sheriff me han seguido. Han debido
desconfiar...
Seguidamente refirió la historia que ideó para pedir que le cambiaran aquel billete
por otro.
Con disimulo echó Jeff un vistazo al exterior a través de una de las ventanas y
descubrió a los ayudantes del sheriff, comprobando que, en efecto, vigilaban la entrada
del almacén.
Dijo al empleado lo que tenía que hacer y le entregó una navaja barbera.
Salió tranquilamente el empleado del Banco con el pequeño paquete en la mano.
Al pasar junto a los ayudantes del sheriff, uno de ellos le llamó.
—Eh, tu, acércate.
—Me has asustado…
Carl le contempló con una maliciosa sonrisa.
—¿De dónde vienes? —interrogó seguidamente.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 65—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—Del almacén de Walter.


—¿Has comprado algo?
—Esta navaja para afeitarme.
—Supongo que conservarás el billete que me cambiaste, ¿verdad?
—Desde luego... Ya te dije que es la única forma que pueda ahorrar algo.
—¿Dónde lo tienes?
Se llevó la mano al bolsillo y enseñó el billete nuevo. Oswald, más tranquilo, se
echó a reír.
—Lo estas viendo, Carl? Has perdido la apuesta. Yo estaba seguro de que no se
había deshecho del billete…
A pesar de las bromas de aquellos hombres, el empleado del Banco diose cuenta
que los propósitos habían sido otros.
Jeff les contemplaba desde el interior del almacén.
Y como Walter continuaba en la trastienda, entró en ella.
—Perdona, Jeff. Ahora mismo salgo.
—Entré a decirte que me marcho... No quiero hacer esperar demasiado al
inspector.
—¿Hablasteis por fin con el sheriff?
—No sé si el inspector lo ha hecho o no. Me lo dirá en cuanto llegue. Recuerda que
el almacén se queda solo.
—Puedes marchar tranquilo...
Despidióse Jeff y salió a la calle.
Caminó sin prisa por el centro de la calle principal, pensando en lo que el
empleado del Banco le había contado.
Un grupo de mineros, clientes de Walter, le saludaron al cruzarse con él.
—¿En qué vas pensando, Jeff?
—Hola, amigos... Perdonad... Iba pensando en mi trabajo —mintió Jeff.
—¿Vienes con nosotros? Te invitamos a un trago.
—Demasiado pronto para beber. Además, un buen amigo me está esperando en el
bar de Alex.
—Puedes saludar a ese viejo gruñón en nuestro nombre. Si no fuera tan malo el
whisky que tiene...

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 66—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—Tenéis razón —rió Jeff—. Se lo he dicho muchas veces y no hace caso. El sabrá lo
que hace. Terminará quedándose solo como no cambie la bebida.
—Es más tozudo ese viejo que los mulos dé Texas. Rieron todos y Jeff se despidió.
Caminó basta el final de la calle, exactamente hasta el lugar en que se encontraba
el último de los edificios, y miró con disimulo hacia atrás por el rabillo del ojo.
Desmontó bajo un grupo de árboles y se ocultó durante unos minutos.
Y al convencerse de que nadie le había seguido, caminó unas cuantas yardas con el
caballo de la brida.
Minutos más tarde se presentaba en el despacho del juez.
—Hola, Jeff. Cierra la puerta. Me alegro que hayas venido. Llevo no sé cuánto
tiempo repasando este montón de papeles y todavía no he conseguido encontrar un
documento me hace mucha falta. Sé que tiene que estar en los cajones de esta mesa, pero
no soy capaz de dar con él.
—¿Ha venido por aquí el inspector Farrell?
—Tú eres la única persona que me ha visitado hasta este momento.
—No le distraeré más. Me gustaría poder ayudarle a encontrar ese documento,
pero… —
—Ya aparecerá. Siéntate, Jeff. ¿Se ha recibido alguna noticia de los Baxley?
—Ninguna que yo sepa.
—La hija de Jerry está muy preocupada. Ayer estuvo aquí. Me dijo que pensaba ir
a la montaña en busca de Lee.
—¡Es una locura!
—Jerry ya lo sabe. No he tenido más remedio que decírselo.
—Ha hecho bien. Haré por verla hoy mismo. Debo convencerla de que no corneta
el error de ir sola a la montaña.
—No creo que se atreva a hacerlo después de lo que le dije en este mismo
despacho.
Sonrió el juez al fijarse en uno de los papeles que había sobre la mesa.
—¿Te das cuenta, Jeff? —exclamó—. Mira dónde estaba el documento que con
tanto interés estuve buscando. Lo he tenido más de doscientas veces en la mano y no me
he dado cuenta.
Se echó a reír Jeff.
Unos golpes en la puerta de la calle anunciaron una nueva visita.
Se puso en pie el juez y no tardó en recibir al visitante.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 67—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—¡Caramba! —exclamó—. Adelante, inspector. Jeff está conmigo. Va a ponerse


contento cuando le vea.
—Supuse que estaría aquí, Walter me dijo que había salido a buscarme.
Jeff, sonriente, estrechó la mano del inspector.
—Tengo que hablar contigo, John. Es muy importante lo que tengo que decirte.
Y en presencia del juez, habló sin rodeos.
—Hablaremos con ese empleado cuando salga del Banco —terminó diciendo.
—¿Por qué no me hablaste de ello, Jeff?
—Porque usted ya tiene bastantes problemas con los mineros, Esto viene a
demostrar que el dinero robado no ha salido de Placerville.
—Hablaré con los ayudantes del sheriff. Les preguntaré quién les dio ese billete.
—Yo me encargaré de hablar con ese par de cobardes, John. Silo haces tú pondrás
en peligro la vida de ese hombre. Emplearé un sistema distinto al vuestro, que dará
mucho mejor resultado.
—¿Sabe algo el director de esto?
—No. Es mejor que no lo sepa... Esta noche me divertiré en Eldorado. Los dos
ayudantes del sheriff no salen de ese local.
—Mucho cuidado, Jeff —aconsejó el juez—. Como levantes la menor sospecha,
puede costarte muy caro.
—No desconfiarán la verdad. Están muy tranquilos. Una vez puestos de acuerdo,
Jeff abandonó el despacho.
A la hora de la comida se entrevistó con el empleado, a quien dijo que había estado
hablando con el inspector Farrell.
Y se pusieron de acuerdo para verse aquella misma noche en el saloon de Edgar
Harris.
Las horas transcurrían con lentitud.
Jeff no hacía más que consultar el pequeño reloj que guardaba en su bolsillo del
pantalón.
Poco antes de la hora de cerrar se presentó un minero en el almacén al que Walter
hacía mucho que no veía.
Entregó una carta y se marchó.
—¿Quién es ese hombre, Walter? —preguntó Jeff.
—Un amigo de Stirling y mío... Acaba de entregarme esta carta. Me pidió que la
abriera con cuidado para no romper el sobre que va en el interior.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 68—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Fue Jeff el encargado de realizar el trabajo.


En el sobre que iba en el interior figuraba el nombre de Betty Mac Gregor.
Media hora más tarde llegaba la carta a poder de la muchacha.
Con lágrimas en los ojos entregó la carta a Jeff una vez leída, para que él hiciera lo
mismo.
Se negó al principio Jeff, pero Betty insistió tanto que no tuvo más remedio que
leerla.
—Muy bien... ¿Estás contenta?
—¡Mucho! Me preocupa lo que dice Lee de venir a Placerville... No debe hacerlo.
—Fui yo quien le pidió que lo hiciera, Betty. El inspector Farrell conoce la historia.
Y contra Lee no existe ningún cargo.
—¡El sheriff es capaz de inventar algo! ¡Tengo mucho miedo! Debes convencerle
para que no haga el viaje que anuncia.
—Demasiado tarde, Betty. Lo más seguro es que Lee se haya puesto ya en camino.
—¿No quieres entrar? Mi padre no tardará en llegar.
—Salúdale en mi nombre... Walter espera mi regreso. No puede ya con los trabajos
pesados del almacén.
—Si llegas un poco antes habrías encontrado aquí a Lynda. Tienen un huésped de
Sacramento en el rancho. Se trata del hijo de un rico y conocido ganadero.
—No la veo hace mucho tiempo. Salúdala en mi nombre cuando la veas.
—Me preguntó por ti.
—¿De veras?
—Te estoy hablando en serio, Jeff. Siempre que estamos juntas menciona tu
nombre con frecuencia. Algo raro ha debido ocurrirle a partir de la inauguración de la
granja de los Robsart.
—Ya tendremos tiempo de hablar sobre este particular, Betty. No puedo ni debo
perder más tiempo.
—Mi padre se molestará cuando sepa que has estado aquí y...
Jeff se dirigió al caballo, que había dejado ante la puerta de la vivienda.
Y regresó al pueblo sin pérdida de tiempo.
Esperó a que anocheciera y entró tranquilamente en Eldorado.
Las mesas de juego estaban completamente llenas y eran varios los mineros que
permanecían en pie junto a las mismas, esperando quedara un sitio desocupado para
poder probar fortuna.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 69—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Vio al empleado en el mostrador y se acercó a él.


El sheriff no tardó en llegar con sus ayudantes.
Bebieron tranquilamente y hablaron sin que nadie les molestara durante varios
minutos.
Una de las empleadas de la casa tocó suavemente en el hombro a Jeff y le dijo:
—¿Me invitas, gigante?
—Lo siento, pequeña. No me quedan en los bolsillos más que unos cuantos
centavos.
—¿Y tu amigo tampoco tiene dinero?
—Estoy ahorrando para poder casarme —respondió el empleado del Banco.
—¡Compadezco a la mujer que cargue contigo! ¡Sois unos tacaños!
Con aire enfadado, se mezcló entre los mineros.
Warren salió al encuentro de la muchacha y le preguntó ¿que te ha dicho ese
cobarde? Me refiero al empleado de Walter.
—¡No me hables de él! Le pedí que me invitara y dijo que no llevaba dinero en sus
bolsillos.
—Espera, no te vayas... Hace tiempo que estaba esperando tener una oportunidad
como ésta.
Warren se dirigió a Jeff.
Le empujó violentamente por la espalda y Jeff cayó sobre un grupo de mineros.
—Perdonad, amigos... He sido empujado inesperadamente, como podéis ver.
Warren reía escandalosamente.
—¿Qué te ha ocurrido, cobarde? —gritó.
En unos cuentos segundos quedaron completamente aislados.
—¿Por qué no me dejas en paz? Me obligaste en una ocasión a darte una paliza y…
—¡Eres un cobarde! ¿Lo has oído?¿A qué estas esperando para ir a tus armas? Te
he llamado cobarde!
—Eres un loco, amigo... La verdad es que no tengo ningún interés en matarte.
Menos mal que ahí llega el sheriff... Acérquese, sheriff.
—¡Deja tranquilo al sheriff! ¡Él no tiene nada que ver en...!
—Diga a ese loco que se calle, sheriff —ordenó el inspector Farrell.
Palideció visiblemente el de la placa al reconocer al inspector.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 70—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—Conozca a este hombre, inspector. Siempre suele crear algún problema cuando
bebe un poco más de la cuenta.
Warren diose cuenta de lo que el sheriff quería decirle con aquello y guardó
silencio.
—¡Tengo una deuda pendiente con este cobarde!...
—¡Camina! —ordenó el sheriff a Warren.
Con los brazos en alto, viose obligado a caminar hasta la calle.
Y el sheriff se lo llevó a su oficina.
Al llegar, y sin poder contenerse, le golpeó con fuerza en el estómago.
—¡Te advertí que te callaras! ¡Me dan ganas de llenarte el vientre de plomo!
—¡Yo no creí que...!
—¡Cállate, idiota!
Y el sheriff volvió a golpearle.
Poco después le entregó las armas y le ordenó que no apareciera por el pueblo en
toda la noche.
Warren se marchó furioso.
Rod había sido informado de lo ocurrido y se disgustó.
Lynda, con más decisión, al ver llegar al capataz, esperó a que desmontara y se
acercó.
—¡Tienes media hora para recoger todas tus cosas!
—le dijo—. ¡Estás despedido!
Warren se puso muy nervioso.
—¡Qué le ocurre, patrona? ¿A qué viene esto?
—¡Tus amigos te lo explicarán cuando llegues al pueblo!
—¡Patrona!
—¡Ya no soy tu patrona! ¡Tienes media hora para abandonar el rancho!
El elegante que acompañaba a Lynda miró en silencio Warren.
—Ya lo has oído, amigo... Si transcurrida la media hora que te han dado no te has
ido, yo me encargaré do obligarte a salir.
—¡Recibo las órdenes del patrón nada más! ¡Procura no meterte donde nadie te ha
llamado, «caballero»!
Rod Impidió que el elegante disparara sobre Warren.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 71—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—¡Hace tiempo que he debido despedirte, Warren! Hoy me sobran motivos para
hacerlo... Márchate antes que sea demasiado tarde.
Los ojos de Warren despedían fuego.
Recogió la ropa que tenía en la nave y la cargó sobre su caballo.
La noticia se extendió con rapidez, y fueron muchos los que pidieron a Warren que
les explicara lo sucedido.
—¡Atrás! ¡Dejadme tranquilo! ¡Apartaos! —gritaba.
Marchó a la oficina del sheriff, liberándose de esta manera de los curiosos.
—¡Eres un inútil, Warren! —recriminó el de la placa—. Tendrás que irte a la cuenca
con Alec…

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 72—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Capítulo X
—Tenemos más billetes para cambiarte. Mira, están igual de nuevos que el que te
cambié hace unos días.
Carl se echó a reír.
—Si esperáis a que termine la semana y cobre...
—¿Lo has oído, Oswald? Este idiota pretende reírse de nosotros. ¡Me dan ganas
de…
Retrocedió, asustado, el empleado del Banco.
—No tengo dinero ahora mismo…
—¡Pídele un anticipo a tu jefe!
—No lo necesito…
—Me da la impresión que te da lo mismo un billete viejo que nuevo. ¿Por qué nos
cambiaste aquel billete? ¡Responde!
—Ya lo sabéis. Una manía como otra cualquiera.
—Vamos a la calle. Aquí no hay forma de poder entenderse con este ruido.
Obedeció el empleado y salió con los ayudantes del sheriff.
Le obligaron a caminar delante, empujándole de vez en cuando.
—¡Vamos, muévete! —gritó Carl, al mismo tiempo que le propinaba una tremenda
patada.
—Creo que vamos a divertirnos en la oficina —agregó Oswald—. Sidney no
aparecerá en toda la noche…
La risa de ambos murió en flor —al sentir el frío en los riñones de los cañones de
los «Colt» de Jeff.
—Los brazos en alto —ordenó.
Obedecieron en el acto.
—¿Qué significa esto?
—Creo que vamos a ser nosotros los que nos vamos a divertir.
—¡Déjame, Jeff! ¡Este cobarde ha estado a punto de dejarme inútil con la tremenda
patada que me ha dado! ¡Tiene la misma fuerza en los pies que un mulo!
El empleado golpeó a placer a Carl.
Marcharon junto al río, lugar en que se detuvieron.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 73—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Jeff se encargó de registrarles, comprobando que llevaban en sus bolsillos más


dinero del que cualquiera se hubiera imaginado.
—Todos los billetes son nuevos —comentó Jeff— ¿Quién os ha dado este dinero?
—El jefe nos ha dado una pequeña gratificación —mintió Carl.
—Entonces ya sabemos quién robó el Banco. La serie de estos billetes fue anotada
por este hombre el día que atracaron el Banco.
Palidecieron los dos ayudantes y sus piernas comenzaron a temblar.
Y Jeff les obligó a confesar por escrito cuanto sabían, Recibió una sorpresa Jeff al
leer la confesión. Hacían mención en ella de la muerte de Wilkie, el viejo minero tan
querido en el pueblo…
Ciego de ira, comenzó a golpear a aquellos dos hombres.
El empleado del Banco le ayudó, y minutos más tarde, los ayudantes del sheriff
colgaban sin vida de uno de aquellos árboles.
—¡Servirán de carroña a las aves carniceras! —dijo
El empleado del Banco marchó a su casa y se encerró en su habitación, muy
nervioso.
Jeff esperó a que el sheriff se retirara a su oficina. Cargado de alcohol, se presentó
en la misma dos horas más tarde.
—Buenas noches, sheriff…
—¿Qué haces tú… aquí? ¡Hip!...
—Ha bebido bastante por lo que puede verse... Sus ayudantes me enviaron en su
busca. Descubrieron algo muy importante junto al río.
—Diles que regresen… Yo no puedo ir ahora a ninguna parte…
—Han sorprendido a Stirling Baxley y le tienen...
—¡Vamos! … Stirling es hombre muy rico y… Estoy hablando demasiado.
Montaron a caballo y se dirigieron al río.
Pero antes de llegar al lugar en que se encontraban los cadáveres de los dos
ayudantes del sheriff, Jeff se detuvo y desmontó, pidiendo al de la placa que hiciera lo
mismo.
Le ayudó a descender del caballo.
Y sin que se diera cuenta le quitó el «Colt» que llevaba a su costado derecho.
—¿Dónde están?
—Un poco más adelante... Ya nos han visto llegar.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 74—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Llevó la mano derecha a la funda y fue cuando se dio cuenta que iba desarmado.
—Espera... Se me ha caído el «Colt» al desmontar...
—No lo vas a necesitar.
—¡Un momento, amigo!...
—¡Camina!
Le empujó con fuerza y el sheriff rodó por el suelo. Intentó levantarse y no pudo.
Jeff le arrastró hasta el árbol del que colgaban Oswald y Carl.
—Ahí tienes a tus ayudantes. Stirling ha sido más astuto que ellos y los ha colgado.
El sheriff tenía la garganta seca.
Intentó tragar saliva y no pudo.
—Antes de morir escribieron en este papel muchas de las cosas que sabían. Una de
las cosas que te culpan es de haber robado en el Banco. Llevaban encima varios de los
billetes robados.
—¡Canallas! ¡Fueron los hombres de Alec quienes...! ¿Por qué tengo que darte
explicaciones?...
—¿Quién es Alec? ¡Ah, ya recuerdo! Así se llama el hombre que acompaña a
Norman Drake casi siempre…
El sheriff se dio cuenta del grave error que había cometido, pero comprendió que
era ya demasiado tarde.
Intentó confiar a Jeff, pero éste, que vigilaba todos sus movimientos, le golpeó
cuando intentaba utilizar el pequeño «colt» que escondía en el interior de su camisa.
Lo elevó con facilidad sobre los hombros, estrellándole de bruces contra el suelo.
La muerte fue instantánea
***
La noticia revolucionó al pueblo y se extendió a lo largo de la cuenca.
Días más tarde acudían a Placerville numerosos mineros para poder dar crédito de
lo que se decía.
Norman, con todo su equipo, continuaba en el pueblo, Alec y sus hombres
investigaron incansablemente, tratando de encontrar alguna pista que les condujera
hasta los autores de aquellas muertes.
Edgar vivía asustado.
Apenas salía de su despacho, del que Norman Drake tampoco salía.
—Esto se pone feo, Norman. Alguien ha debido traicionarnos.
—Estoy seguro de que así es, ¿pero quién?

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 75—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—El juez tiene que saber algo...


—¡Un momento!...¡ Acabas de facilitarme una gran Idea, Edgar! ¡Naturalmente! ¡Y
no se me ocurrió pensar siquiera en ese cobarde!
—¿Qué piensas hacer?
—¡Lo que he debido hacer hace tiempo: colgarle!
Piensa en el inspector Farrell. Mientras continúe en el pueblo…
—¡Me tiene sin cuidado la presencia de ese sabueso! Esta misma noche saldremos
de dudas.
Mientras, en el saloon los dos hombres que se habían llevado el dinero del Banco
fueron reconocidos por varios empleados.
Jeff se fijó detenidamente en ellos.
Sabía que si el inspector llegaba se haría cargo de aquellos dos asesinos, y decidió
obrar por su cuenta.
Jugaban tranquilamente una partida de póquer, volviéndose cuando sintieron que
les tocaban en la espalda.
—¿Qué quieres, zanquilargo? —protestó uno—. Si llevas mucho dinero encima
podrás sentarte...
—No es jugar lo que deseo. En el mostrador hay dos hombres que os conocen y
desean saludaros.
—¿A nosotros?
Se pusieron en pie.
Al reconocer a los dos empleados del Banco, se pusieron algo nerviosos.
—¿Dónde están los que han preguntado por nosotros?
—Estos dos son.
—Es la primera vez que nos vemos.
—Además de cobarde estás demostrando ser un embustero. So acuerdan
perfectamente de vosotros. Supongo que aún conservaréis alguno de los billetes que os
llevasteis del Banco…
—¡Te voy a…!
Dos detonaciones llenaron el local.
La mayoría de los testigos no se dieron cuenta ni comprendían cómo pudo sacar
Jeff.
Jack Enderby saltó del asiento y se dirigió a Jeff.
—¿Por qué has matado a esos dos hombres?

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 76—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—Me anticipé a sus deseos.


—¡No hicieron intención de ir a sus armas!
—¿Eran amigos tuyos?
—¡Sí!
—¿Sabías que fueron los que robaron en el Banco? Un gran silencio se hizo en todo
el local.
—¿Qué estás diciendo?
—Cuidado, Jack... Conozco tu sistema... En San Francisco hacías lo mismo cuando
te disponías a disparar.
Un profundo gesto de sorpresa se dibujó en el rostro del pistolero.
—No recuerdo haberte visto antes...
—Pues yo a ti sí. Solías ir con el grupo de enlutados. Se habló mucho de estos
jinetes en todo el territorio de California.
—Tienes facilidad para inventar historias, amigo —rió Jack—. Lo que ocurre es que
conmigo no te valdrán esos trucos, ¡porque voy a matarte!
—Sabes que tan pronto muevas un solo dedo harás compañía a esos dos.
—Maldi…!
Movió con la mayor rapidez sus manos, y cuando conseguía acariciar las culatas de
sus armas, dos nuevos disparos rompieron el silencio.
Jack, con los ojos vaciados, se estrelló de bruces contra el suelo.
Alec, Norman y Edgar desaparecieron, saltando a la calle por la parte trasera del
edificio.
El inspector Farrell llegó con los dos agentes, y al informarse de lo ocurrido y
escuchar lo que dijeron los empleados del Banco, entraron en el despacho de Edgar y
registraron todos los rincones.
Uno de los agentes fue quien descubrió el lugar donde Edgar guardaba gran parte
de los billetes robados en el Banco.
El director se hizo cargo del dinero y envió un amplio informe a sus superiores, así
como a las autoridades de Sacramento.
Y como era preciso que alguien se hiciera cargo de la placa, el inspector Farrell
entregó la misma a un conocido de todos en Placerville, quien tomó automáticamente
posesión del cargo de manera provisional.
Las próximas elecciones se celebrarían cuando lo anunciaran las autoridades de
Sacramento, que de un momento a otro se esperaba llegaran al pueblo.
***

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 77—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—¡Sois una pandilla de inútiles! ¡Abandonáis el mejor «negocio» en plena


producción!
—Compréndelo, Bob…
—¡Cállate, Norman! Pronto se hablará nuevamente de los jinetes enlutados. En
ellos es en quienes únicamente confío. Verás qué pronto averiguan si ha sido Frank el
que nos ha traicionado.
—Le hemos respetado por ser el esposo de tu hija...
—¡No es mi hija! ¡Brenda sufrirá las mismas consecuencias que su esposo por
traidora! ¡Me ha desobedecido y eso no se lo perdonaré mientras viva! Podéis quedaros
todos en el rancho… Charles se encargará de proporcionarles alojamiento. Tú te
quedarás en el saloon, Edgar. Volverás a tu trabajo antiguo. Supongo que tus manos no
habrán perdido habilidad.
—¿Quieres que te haga una pequeña demostración?
Edgar tomó una baraja en sus manos y realizó unas cuantas exhibiciones.
Al final fue muy aplaudido.
Bob Mansfield marchó en su compañía a la ciudad. San Francisco era una ciudad
agitada donde el dinero se ganaba con asombrosa facilidad.
El Nevada, saloon propiedad de Bob Mansfield, estaba considerado como uno de
los mejores de la ciudad.
Y sobre las mesas de tapete verde, incautos mineros, ganaderos y cowboys, así
como los numerosos aventureros que de paso hacían escala en la ciudad, vertíanse
fabulosas fortunas con una escalofriante insensibilidad.
El sheriff era un hombre duro, acostumbrado a esta agitada vida.
Las muertes y suicidios se sucedían diariamente sin que nadie concediera gran
importancia a esto.
Bob Mansfield era el hombre que tenía dominados todos los negocios de la ciudad.
Edgar sintió una sensación extraña al entrar en El Nevada.
Fue presentado por Bob al encargado de las mesas e inmediatamente encontró
«trabajo» Edgar.
Pero su debut no fue muy brillante que digamos, ya que al preparar uno de sus
trucos favoritos fue descubierto por un viejo minero y le acusó de ventajista.
Los empleados de la casa pidieron a Edgar y al minero que les acompañaran.
Edgar recibió instrucciones de uno de aquellos hombres —Te equivocaste
conmigo, idiota. No me viste hacer trampas.
—¡Lo vi con mis propios ojos!

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 78—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

En la parte trasera del edificio era el lugar ideal para cierta clase de «trabajos».
Edgar desenfundó un «Colt» y apuntó al viejo.
—¡No!... No dispares!...
—¿Dónde llevas el dinero?
—¡Aquí!
—Dispararé sobre otro lado para no estropear los billetes…
Riendo, apretó dos veces el gatillo.
Registró las ropas del muerto y se incautó de todo lo que llevaba encima.
El encargado le estaba esperando en el interior del saloon.
—¿Cuánto dinero llevaba encima? Es aquí donde debes dejarlo… Y la próxima vez
no te lo guardes tanto.
Edgar entregó el dinero y regresó a la mesa. Nadie se preocupó por el viejo, y
Edgar continuó jugando toda la noche.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 79—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Final
—¡Míster Harris! ¡Qué sorpresa!
—Hola, Agnes… Se me han hecho muy largas las semanas que he estado fuera.
¿Alguna novedad?
—No… Todo continúa igual.
—¿Dónde está el dinero de la recaudación?
—En el Banco. Yo misma suelo llevarlo todos los días.
—No di orden de que lo llevaras al Banco.
—El inspector Farrell me encargó que así lo hiciera.
—¡Vaya! ¿Y quién es el inspector Farrell para dar órdenes en mi negocio? Ahora
irás al Banco y retirarás todo el dinero que haya en la cuenta.
—Está bloqueada la cuenta. Hable usted con el juez.
—¿También el juez? ¡Naturalmente que hablaré con él! Primeramente lo haré con
el inspector Farrell…
—Se marchó hace un par de días y no creo que vuelva.
Sonrió con agrado Edgar.
Le agradó la noticia.
Dio una vuelta por el salón, recibiendo una gran presa al encontrarse con el viejo
Baxley.
—¿Qué haces tú por aquí, Stirling?
—Ya no tendré necesidad de vivir huyendo. He comprado unas tierras junto á la
granja de los Mac Gregor para mis hijos.
—¿Tus hijos? En todo caso, querrás decir para tu hijo.
—Su esposa es hija mía ahora también.
—¡Vaya! Se ha casado al fin con esa muchacha… Ha cometido un grave error.
—¿Por qué?
—Porque esa muchacha servirá de diversión a los jinetes enlutados cuando
lleguen, lo mismo que la hija de Rod Armstrong.
—¡Canalla!
—¡Cuidado, Stirling! Todavía no ha llegado el momento de matarte.
Retrocedió, asustado, el viejo.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 80—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Dio una vuelta por el salón con el solo propósito de que todos los clientes le vieran
y comenzó a protestar al ver que todas las mesas de juego habían desaparecido.
Supo que la orden la había dado el juez y el nuevo sheriff y salió decidido a la calle
para entrevistarse con el primero de los dos mencionados.
El juez recibió una gran sorpresa al verlo.
—Creí que no se atrevería a volver —dijo el juez—. Hubiera sido mucho mejor que
no lo hiciera.
—¡Idiota!
Con la mano del revés abofeteó al juez.
Charles Riddle, capataz de Bob Mansfield, visitaba en aquel mismo momento al
nuevo sheriff de Placerville.
Los cuatro hombres que acompañaban a Charles rodearon al de la placa.
—¿Qué deseáis?
—Dame esa placa que llevas en el pecho.
—¿Te ha vuelto loco?...
—Ya lo has oído, amigo. Déjala sobre la mesa si es que no prefieres que te la
quitemos nosotros.
—¡No podéis hacer esto!...
Hizo una seña Richard con la cabeza y el viejo recibió un golpe en el estómago.
Le arrancaron la placa y le sacaron a la calle por la parte trasera del edificio.
Minutos después colgaba de un árbol a la entrada del pueblo.
Un grupo de jinetes enlutados se presentaron en el despacho del juez.
Este fue conducido al mismo lugar que el sheriff y del mismo árbol le colgaron
también.
Bob Mansfield se presentó en la granja de su hija acompañado de los enlutados
jinetes.
Brenda se alegró de que su esposo no estuviera en casa.
Sonriendo cínicamente, se acercó Bob a su hija.
—Hola, Brenda.
—¡Papá! ¿Qué haces aquí con esa gente?
—¡No me llames papá! Venimos a buscar a Frank... Haremos con él lo mismo que
hemos hecho con el juez y con el sheriff.
Brenda retrocedió asustada.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 81—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—¡No vuelvas a pisar más estas tierras!


—¿Adónde está Frank?
—¡No lo sé!...
—Adelante, muchachos.
—¡No!...¡No entréis!...
Uno de los enlutados intentó besarla y resultó con el rostro destrozado.
Comenzó a dar gritos de dolor, riéndose el padre de la muchacha.
—Te está bien empleado por idiota... Buscad a Frank.
Minutos más tarde salían de la casa.
—No hay nadie dentro —dijeron.
—Está bien. No importa, Ya vendremos en otra ocasión.
La noticia se extendió con rapidez por toda la comarca, huyendo numerosas
familias a la montaña por temor a que los enlutados jinetes les visitaran.
Jeff se llevó a Walter al rancho de Lee.
Apenas habían salido del pueblo cuando los hombres de Bob Mansfield visitaban
el almacén.
Cargaron toda la mercancía sobre un viejo carretón y la transportaron al saloon de
Edgar.
El almacén fue incendiado.
El director del Banco escondió el dinero de la caja fuerte bajo tierra, ayudado por
dos de sus empleados, y huyeron todos.
Edgar, Norman y Bob se presentaron más tarde en el Banco.
—Abrid la caja —ordenó Bob.
Los hombres que les acompañaban se encargaron de este trabajo.
—¡Está vacía! —exclamaron varios a un mismo tiempo.
Bob apartó a sus hombres bruscamente.
—¡Se han reído de nosotros! ¡Buscad al director! ¡Moveos!
Bob se hizo prácticamente dueño del pueblo.
Su intención era conseguir todo el dinero que les fuera posible en el menor tiempo
para impedir el tener que enfrentarse con las autoridades de Sacramento, que sabía
serían avisadas inmediatamente.
Lo del Banco fue el peor de los contratiempos. De haber encontrado el dinero
habrían marchado al siguiente día a la cuenca, donde pensaban hacer algo parecido.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 82—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

Lee decía a Jeff:


—Hay que enviar un aviso al inspector Farrell. Es una pena que no hubiera estado
aquí...
—No hay tiempo que perder, Lee. Nosotros nos encargaremos de ellos. Hay que
impedir que continúen asaltando de esa forma...¡Pobre Brenda!
—¿Qué podemos hacer nosotros Jeff?
—¡Acabar con todos ellos! Las mujeres deben quedarse en la montaña. Yo me
encargaré de reunir a unos cuantos hombres.
—Está todo el mundo asustado...
El galope de varios jinetes llegó hasta ellos.
—¡Vienen hacia aquí! —exclamó Lee.
Empuñaron las armas y se escondieron.
Jerry y Walter se metieron en la casa.
Los jinetes galoparon hacia la casa eran 8 en total.
—¡Es Ruston! —exclamó Walter, al reconocer al jinete que galopaba en cabeza.
Rod Armstrong galopaba a su lado.
Jeff y Lee fueron los primeros en salir al encuentro de los visitantes.
Stirling fue el último en abandonar la casa.
—¡Están cometiendo verdaderas barbaridades en el pueblo! —dijo Rod—. Menos
mal que a Ruston se le ocurrió pasarse antes por el rancho; si no, no le hubieran dejado
escapar con vida del pueblo. ¡Se han vuelto locos!
—Tienen prisa por reunir dinero. Saben que pronto les perseguirán las
autoridades... Posiblemente hagan mismo en la cuenca, pero no se lo permitiremos
nosotros.
Jeff ideó un plan con el que todos estuvieron de acuerdo.
Y esperaron a que llegara la noche.
Poco antes de que las primeras sombras hicieran su aparición, Jeff situó a los
hombres en los lugares acordados, adelantándose él y Lee.
En Eldorado, Bob se divertía con sus hombres.
A todas las mujeres que encontraron en el pueblo las obligaron a entrar en el
saloon.
Las protestas se sucedían con frecuencia.
Tres mujeres eran arrastradas a la calle por otros tantos hombres.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 83—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—¡Suéltame, canalla! ¡Suelta!...


—¡Pórtate bien y yo haré lo mismo contigo, preciosa! Nadie va a enterarse de
nada…
—¡Canalla! ¡Traidor!...
Las obligaron a caminar a la fuerza.
Jeff y Lee esperaron a que pasaran ante ellos.
Moviéronse con rapidez y les sorprendieron por la espalda, golpeándoles en la
cabeza.
Las tres mujeres lloraban de alegría ahora.
Dijeron a las mujeres dónde encontrarían protección y marcharon a reunirse con
los mineros que Ruston había reunido.
También ellas empuñaron las armas.
Jeff y Lee colgaron a los tres enlutados en el primer árbol que encontraron.
Los dos que vigilaban a la entrada del saloon fueron aprendidos también.
Los cuchillos lanzados por Jeff les alcanzaron en la garganta, donde se clavaron
hasta la empuñadura.
Ruston y los mineros a su cargo recibieron orden de adelantarse.
Y lo mismo la parte trasera que la delantera del saloon eran estrechamente
vigiladas.
Warren apareció en la puerta arrastrando a otra mujer.
—¡Ahí dentro hay demasiada gente, preciosa! ¡Conozco un lugar donde nadie nos
molestará!
Dio un tirón la muchacha y consiguió soltarse. Echó a correr y cruzó la calle
principal.
—¡Verás cuando te eche la mano encima! ¡No corras, condenada! ¡Te pesa…!
Un cuchillo se le clavó en el cuello.
Y un grito quedó ahogado en su garganta.
Jeff le arrancó el cuchillo del cuello y limpió la acerada hoja sobre las ropas del
muerto.
Bob vio que faltaban varios de sus hombres y ordenó a Norman y Alec que les
obligaran a entrar.
Mark Curtis, encargado del Registro, se unió a ellos. Salieron confiados y se
encontraron con Jeff ante ellos.
Alec resultó el más peligroso de los tres, pero tampoco le dio tiempo a disparar.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 84—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

El ruido de los disparos obligó a los que se divertían en el saloon a tomar otra
clase de medidas.
Empuñaron en el acto las armas y dio comienzo el tiroteo.
Edgar corrió a la parte de atrás y saltó a la calle por una de las ventanas.
Una descarga cerrada le segó la vida.
—¡Estamos rodeados, jefe! ¡No saldremos de aquí ninguno con vida!
—¡Ve a aquella ventana!
Tres de los enlutados saltaron a la calle con los brazos en alto.
—¡Cobardes! ¡Canallas! ¡Traidores! —gritó Bob, al mismo tiempo que disparaba
sobre los tres por la espalda.
Minutos más tarde no quedaban con vida más que Charles y el padre de Brenda.
—¡Estamos perdidos, Bob! ¡Apenas nos queda munición...!
—¡Aún queda bas…¡Ay!
—¿Te han alcanzado?
—¡Esto no es nada!
—¡Está sangrando mucho...!
—¡Dispara! ¡Por aquella ventana!
Charles miró en silencio a su jefe.
Por primera vez en su vida se dio cuenta de que era un loco y además peligroso.
—Creo que debemos entregarnos, Bob…
—¡No lo repitas otra vez!
—¡Eres un loco, Bob! ¡Ahora me doy cuenta…!
—¡Charles...!
Charles apretó el gatillo hasta agotar por completo la munición del «Colt» que
empuñaba.
Una bala alcanzó a Charles en la cabeza mientras contemplaba el cadáver del
hombre que le había llevado al crimen.
***
—¿Quién es, Jeff?
—El doctor Morgan, querida. Hola, doctor.
—Hola, Jeff. ¿Cómo se encuentra Lynda?
—Yo la encuentro bastante bien, pero es usted quien debe decirlo.

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 85—86


MARCIAL L. ESTEFANIA Jinetes enlutados

—Creo que hemos tenido mucha suerte, Jeff. Ha sido un parto muy difícil. Salvar
al pequeño ha sido un milagro…
Lynda sonrió al saludar al doctor.
—¿Cómo nos encontramos, Lynda?
—Algo mejor parece, doctor… ¿Has leído este periódico, Jeff? No puede ser cierto
esto. Habla de los jinetes enlutados de San Francisco... Tú debes saberlo, me dijiste que
estuviste mucho tiempo en San Francisco.
—No hables de eso ahora, querida. Betty y su esposo no tardarán en llegar... No te
muevas tanto, yo cuidaré del pequeño.
Besó cariñoso a su esposa, la que una vez reconocida anunció el doctor que el
mayor peligro había desaparecido.
Se presentaron los esperados visitantes y bromearon con ella.
—Vaya un hijo más precioso que Dios te ha dado, Lynda.
—¡Es maravilloso, Betty!
—Yo no he tenido la misma suerte.
—¡Por favor, Betty; la tendrás, estoy segura…! Recuerda lo que te dijo el doctor.
—Habrá que tener paciencia.
Stirling entraba en ese momento con unos papeles en la mano.
—¿Qué traes ahí, papá?
—He registrado la mina. Tú y Jeff os encargaréis de la explotación. Nosotros ya
somos demasiado viejos. Con atender de nuestros nietos ya tenemos bastante… De vez
en cuando habrá que contarles alguna de esas historias que uno revive al contarlas
también. Procura ponerte pronto buena, Lynda. En la montaña lo pasaréis bien. Es un
lugar muy bonito donde está la mina.
—¿Dónde vas, papá?
—Me vais a perdonar, pero es que me están esperando en el pueblo. Ya sabéis
cómo es Walter.
—Espera un momento, Stirling. Iré contigo.
Rod se marchó con Stirling mientras que en el interior dé la casa se quedaban
criticándoles.

Fin

Escaneado por Conxa y corregido por birmayo Nº Paginas 86—86

También podría gustarte