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Tejanos en Laramie M. L. Estefania 3

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© Ediciones B, S. A.

Titularidad y derechos reservados


a favor de la propia editorial
Distribuye: Distribuciones Periódicas
Bailen, 84 - 08009 Barcelona (España)
Tel. 484 66 34 -Fax 232 60 15
Distribución en Argentina: Capital:
Brihet e hijos SRL. Interior: Dipu SRL.
1ª edición en España: agosto, 1995
1ª edición en América: enero 1996
© M. L. Estefanía
Ilustración cubierta: Salvador Fabá
Impreso en España - Printed in Spain
ISBN: 84-406-5648-3
Imprime: BIGSA Depósito legal: B. 28.335-95
CAPITULO PRIMERO

Entremos en este saloon a que nos preparen algo de comer.


—Confieso que estoy hambrienta.
—Y tendrás que estar rendida.
—No lo creas, Spencer. Resisto tanto o más que vosotros.
—No debimos permitirte que nos acompañaras —dijo Spencer—. Es un
viaje demasiado largo para una joven.
—No olvides que mi hermana también nació en Texas —dijo sonriendo
Hank.
¡Pero ha sido un capricho!
—No continúes, Spencer, ya no hay remedio —dijo la joven—. Según
Hank, estaremos en Laramie dentro de una semana.
Sin dejar de hablar, los tres jóvenes entraron en el saloon.
Se sentaron a una de las mesas y solicitaron algo de comer.
No tardaron en servirles.
Los tres demostraron, por su forma voraz de comer, que efectivamente
estaban hambrientos.
—Hemos de damos prisa, para que vengan a comer los muchachos —
dijo Hank—. Mientras ellos comen, cuidaremos los tres del ganado.
—Me da miedo aproximamos a Laramie —comentó Spencer.
¿Por qué? —interrogó Maisy, como se llamaba la joven.
—Porque sucede como en Dodge City: Hay exceso de cuatreros.
—No debes preocuparte —dijo Hank—. No creo que les llame la
atención una manada de cien cabezas.
—Piensa que el ganado que llevamos es envidiado por esta zona.
—Cabezas Hereford las hay por toda la Unión.
—No lo creas.
—De todas formas, no creo que nos suceda nada.
Continuaron charlando mientras comían.
Un hombre vestido con excesiva elegancia entró en el local y, fijándose
en los comensales, preguntó al barman:
¿Quién es esa joven tan bonita?
—No lo sé. Son forasteros los tres —respondió el barman—. Por lo que
les he oído hablar mientras les servía comida deben ser rancheros de Texas
—Es encantadora esa muchacha
—Déjales tranquilos, Steele —dijo el barman—. Ya sabes que el sheriff
no es mucho lo que te estima.
—Es algo que no me preocupa. Si me cansa, el día menos pensado
dispararé sobre La placa —agregó el llamado Steele.
Un amigo de éste se aproximó al mostrador, diciéndole
¿Has visto qué joven tan hermosa?
—Estaba hablando con el barman sobre ello.
—Es lástima que vaya con esos dos zafios —agrego el recién llegado—.
Sería una mina en tu local.
—En eso mismo estaba pensando yo ahora —dijo, sonriente Steele.
¿Por qué no la sacas a bailar? Mientras lo haces yo me ocuparé de
vigilar a los dos muchachos.
—No quiero líos con el sheriff
—No podrá culparte de nada. Además, no creo que sea un delito invitar
a bailar a una joven tan hermosa. El de la placa tendrá que comprender que
no es fácil resistirse ante tanta hermosura.
—De todas formas...
—No creí que pudieras temer tanto al sheriff.
Steele palideció visiblemente y mirando con fijeza al amigo, dijo con
voz sorda y cortante:
¡Tendré que matarte la próxima vez que hables de igual forma!
El amigo de Steele retrocedió asustado.
Conocía muy bien a éste y sabía que sería capaz de disparar sobre él si
volvía a cometer otra equivocación.
—No he querido ofenderte, Steele.
—¡Pero lo has hecho!
—Debes perdonarme... Ahora pienso que esa joven en tu local, sería
una verdadera mina de ingresos.
Steele guardó silencio unos segundos mientras pensaba.
—Creo que por intentar bailar con ella, no perderemos nada —dijo al
fin.
Y decidido, se encaminó hacia los tres comensales.
Pero cuando se aproximaba, miró hacia la puerta y, al ver entrar al
sheriff, siguió hacia otro lugar del saloon.
No quería provocar una bronca mientras estuviera aquel hombre allí.
Sabía que era mucho lo que el sheriff le odiaba.
El de la placa fijándose en los tres comensales, volvió a encaminarse
hacia la puerta y llamó a alguien.
Segundos después entró un caballero vestido elegantemente.
En compañía del sheriff se encaminaron hacia los comensales.
—¡Hola, muchachos! —saludó el de la placa.
—Hola —respondieron los tres.
—¿Sois los propietarios de esa manada que esté en las afueras de la
ciudad?
—Sí.
—Venís de Texas, ¿verdad?
—Así es, sheriff. De Dallas.
—Son ejemplares Hereford, ¿verdad? —dijo el elegante.
—Sí.
—¿Vais a venderlos a Laramie?
—No. Son para un amigo de mi padre —respondió Hank—. Posee un
rancho en las proximidades de Laramie.
—Es que míster Jack Wilson —dijo el sheriff, señalando a su
acompañante— se ha entusiasmado al ver ese ganado y está, dispuesto a
comprar al precio que sea.
—Lo siento, créame, pero no podemos vender —dijo Hank, sonriendo.
—¡Les pagarla a cincuenta por cabeza! —dijo Jack Wilson.
—Lo siento. No venderemos.
—¡Cien! —gritó Jack Wilson.
—Es inútil que insista, míster Wilson —dijo Spencer—. Ya le hemos
dicho que están comprometidas.
—Además que sería un robo por nuestra parte vender a ese precio —
añadió Hank.
—Podríais vender aquí ese ganado y regresar a Dallas por más —dijo el
sheriff.
—¿Y no cree que también podría ir este caballero hasta Texas a
comprar? —interrogó Spencer.
—Tiene razón este muchacho —dijo Jack Wilson—. Pero estoy seguro
que no encontrarla en todo Texas otros ejemplares como esos que lleváis.
—En nuestro rancho habrá unas diez mil cabezas más como ésas —dijo
Maisy, sonriendo e interviniendo en la conversación por primera vez.
Jack Wilson, después de las palabras de la joven, no supo qué decir y
por ello guardó silencio.
El sheriff y él, viendo que sería inútil seguir discutiendo, se despidieron
de los jóvenes.
—No me agrada ese hombre a pesar de sus vestiduras... —comentó
Maisy.
—Coincido contigo —agregó su hermano—. Y creo que tendremos que
marchar cuanto antes de aquí.
—Es que, desde luego, son las cabezas de ganado más hermosas que
había en vuestro rancho.
—Mi madre estima mucho a Kris Davis. Creo que fueron muy amigos
en otra época y ha querido obsequiarle con lo mejor del rancho.
Haciendo comentarios sobre esto, siguieron comiendo.
Jack y el sheriff, apoyados en el mostrador hablaban animadamente.
Hank no les perdía de vista. Aquel caballero no le agradaba y no
comprendía el porqué.
El sheriff salió en compañía del ranchero y entonces Steele se puso en
movimiento.
Sonriente, se aproximó a los tres jóvenes saludándoles afablemente.
—¿Qué quería míster Wilson? —preguntó.
—¿Quién es usted? —interrogó a su vez, secamente, Spencer.
—El propietario de este local —respondió Steele—.
Estoy seguro que míster Wilson quería compraros el ganado que traéis,
¿verdad?
—Así es. ¿Cómo ha podido adivinarlo?
—Conozco muy bien a ese ranchero.
—¿Qué tal fama tiene?
—Es el ranchero más estimado que hay en esta zona. ¡Un gran hombre!
¿Les acompaña esta Joven desde Texas?
Hank y Spencer, al ver la forma que tenía aquel hombre de observar a
Maisy, fruncieron el ceño.
—¿Quién le ha dicho a usted que vengamos de Texas? —interrogó
Hank.
—No es necesario que nadie lo diga —respondió Steele sonriendo—.
Vuestra forma de hablar os delata.
—¿Le puede importar si nos acompaña o no desde Texas? —interrogó
Spencer, que parecía mucho más impulsivo que Hank.
—No es que me importe. Pero llevar a una mujer tan bonita en un viaje
tan largo, sólo puede traer complicaciones, ya que será difícil para los
conductores contenerse para no...
—Escuche, amigo —dijo Spencer'—; no nos interesan sus opiniones,
así que será preferible que nos deje tranquilos. No tenemos ganas de hablar.
Steele, sonriendo, dijo mirando a Maisy:
—Es una pena que la acompañen dos hombres tan mal educados. Estaba
dispuesto a rogar que bailara conmigo, pero ya...
—¡He dicho que nos deje en paz! —gritó Spencer, haciendo que todos
los reunidos en el saloon prestasen atención.
—No me agrada que me chillen —dijo Steele muy serio—. Creo que
antes de marchar de aquí tendré que daros una lección.
—Escuche, amigo —intervino Hank—, esta joven es mi hermana y éste
es su prometido. Así que será preferible que nos deje tranquilos. Le advierto
que después del viaje tan largo que estamos realizando, no tenemos los
nervios tranquilos.
Iba a responder Steele, cuando un grupo de cuatro vaqueros entró en el
local y, fijándose desde el primer momento en ellos, bramó uno:
—¡Fijaos, muchachos! ¡Qué mujer tan preciosa!
Hank, que estaba frente a la puerta y les había visto desde que entraron,
comentó en voz baja para no ser oído por Steele:
—¡Cuidado, Spencer! Esos que entran vienen buscándonos. Deben ser
hombres de ese ranchero, seguramente.
los cuatro recién llegados se aproximaron a ellos.
—¡Es la mujer más bonita que he visto en mi vida!
—añadió otro.
Maisy no pudo evitar el enrojecer al oír aquellas palabras y verse
contemplada de aquella manera.
Hank y Spencer miraban a los cuatro en silencio.
Steele, que conocía a los vaqueros, se alejó. Estaba seguro de que
venían buscando gresca con aquellos jóvenes por orden del patrón.
—¡Darla el sueldo de un año por estar con ella cinco minutos bailando!
—gruñó otro.
—Pues eso es bien sencillo —dijo el cuarto—. Yo consigo que baile
contigo esos cinco minutos y tú nos entregas el sueldo de un solo mes, ¿de
acuerdo?
el de antes respondió:
—¡Encantado!
Hank y Spencer se pusieron en pie, siendo contemplados con curiosidad
por todos.
No parecían tan altos estando sentados, y los dos sobrepasarían los seis
pies y medio.
—¿No veis que está acompañada? —dijo Hank.
—Eso no tiene importancia para nosotros —respondió uno de ellos—.
Y será preferible que no intervengáis en esto si no queréis tener un serio
disgusto con nosotros. Sólo bailaré con ella durante cinco minutos. Después
os dejaremos tranquilos.
—¡Nos dejaréis tranquilos ahora mismo, antes de que pierda la poca
paciencia que me resta! —gritó Spencer.
—Siempre dije que todos los tejanos eran unos fanfarrones —dijo otro a
sus compañeros—. Se creen superiores en todo a nosotros.
—Pero esta vez les daremos una lección que piden a gritos —agregó
otro.
—¡Música! —pidió un tercero, siendo obedecido en el acto.
Y el que dijo que bailaría con Maisy se encaminó decidido hacia ella.
Pero se detuvo al escuchar las palabras de Spencer.
—¡Si das un paso más, te matare! —habla gritado Spencer.
—Escucha, muchacho; no deseamos utilizar las armas —dijo uno con
voz serena—. No nos obliguéis por una tontería a mataros. Mi compañero
sólo desea bailar con esa joven y no creo que sea un delito como para que
nos matemos.
Maisy, temiendo por su hermano y novio, dijo:
—Aunque estoy rendida, será preferible que accedáis.
—¡Cállate! —gritó Spencer.
—Si ella desea bailar conmigo no habrá quien lo impida... —dijo el
vaquero.
—No olvides que si das un paso más, te mataré —dijo Spencer.
Y como al hablar no elevó la voz, hizo que los otros fruncieran el ceño.
Veían a los dos gigantes muy serenos y tranquilos y ello indicaba que se
sentían seguros de sí mismos, lo que equivalía a que debían ser peligrosos.
Steele, apoyado en el mostrador, contemplaba sonriente la discusión.
Aquellos muchachos le evitarían el tener un disgusto con el sheriff.
Si conseguían bailar con ella, después querrían hacerlo todos.
—Mira, muchacho; esta joven, a pesar de confesar que está cansada,
desea bailar conmigo. Por lo tanto, no eres nadie para impedir que lo
hagamos.
—¡Yo no deseo bailar con un cobarde que se atreve a tanto porque viene
acompañado de otros tres cobardes! —gritó Maisy—. Y si tuviera un
<Colts> a mi costado te demostraría que los tejanos somos superiores a
todos.
Los clientes sonreían escuchando a aquella muchacha.
—Veo que eres una fierecilla y ello me agrada —dijo el que deseaba
bailar con ella—. Así es como me agradan las mujeres...
—Procura recordar mi advertencia —dijo Spencer—. Un paso más y
morirás.
—Se está poniendo muy tozudo este muchacho y es una pena.
—¿Quién os ha enviado? —interrogó Spencer.
—¡Nadie! ¿Quién nos iba a enviar?
—Estoy seguro que ha sido un ventajista cobarde vestido de caballero
—dijo Hank ante la sorpresa de todos—. Y su nombre es Jack Wilson, ¿me
equivoco? ¿No pertenecéis a su equipo? Ya veo por el rostro de sorpresa de
los testigos que he acertado.
—¡No consentiré que vuelvas a insultar a nuestro patrón!
—Os doy tres minutos para que salgáis de este local —agregó Hank—.
Si pasado ese lapso de tiempo aún seguís aquí, dispararé sobre los cuatro.
Los reunidos no salían de su asombro. Conocían a aquellos cuatro
vaqueros de Wilson y no comprendían que después de aquellas palabras no
disparasen.
CAPITULO II

Los hombres de Jack Wilson sabían que se encontraban, o por lo menos


se lo temían a juzgar por la actitud de aquellos dos hombres, frente a
enemigos excesivamente peligrosos.
Steele era el más sorprendido, ya que conocía personalmente a cada uno
de aquellos cuatro hombres; él en persona no se enfrentaría a ninguno de
ellos en Igualdad de condiciones.
Por eso, aprovechando que los dos muchachos estaban pendientes de los
cuatro vaqueros de Wilson, empuñó sus armas diciendo:
—¡Levantad las manos! Vosotros cuatro no tenéis nada que temer de mí.
Hace unos minutos, mi propósito era el mismo que el vuestro, pero me
interrumpisteis. Por lo tanto, os ruego que vigiléis a esos muchachos
mientras yo bailo con esta preciosidad.
Hank y Spencer levantaron las manos.
Los dos estaban preocupados por lo que pudieran hacer con Maisy.
Contemplaron a Steele con odio, que no pasó inadvertido a éste.
—De acuerdo —dijo uno de los vaqueros de Wilson —. Primero
bailarás tú con esa muchacha, después lo haremos nosotros. Así
demostraremos a estos tejanos que no se puede venir a Colorado
presumiendo.
—Podéis agradecer a ese cobarde traidor vuestro triunfo, de lo contrario
seguramente no estaríais con vida ninguno de los cuatro —dijo Spencer
ante el asombro y sorpresa de los reunidos.
Maisy se aproximó a su prometido, diciéndole en voz baja:
¡Procura tener paciencia y esperar la oportunidad para actuar!
Spencer, en silencio, pensó que la joven estaba en lo cierto.
Pero recordando la facilidad con que Maisy utilizaba el «Colt», le dijo:
—Procura apoderarte de mi revólver y desarmar a ese cobarde.
—¿Por qué crees que me he aproximado a ti? —interrogó sonriente la
joven—. Van a llevarse una sorpresa que jamás olvidarán.
—No dispares a matar... —dijo Spencer—. Procura desarmarle, lo
demás corre de cuenta nuestra.
La joven no respondió, estaba pendiente de Steele.
Esperaba una oportunidad.
¿Queréis encañonar vosotros a estos jóvenes? —dijo Steele a los
hombres de Wilson.
—No creo que sea necesario —respondió uno de ellos—. Sí tienen el
suficiente sentido común, no tratarán de evitar que bailemos con esa Joven.
Mientras hablaban, Steele dejó de vigilar a los dos jóvenes.
Este fue el momento que Maisy aprovechó para como un rayo
desenfundar uno de los «Colt» de Spencer y hacer un solo disparo que
arrancó el que Steele empuñaba, con una seguridad escalofriante.
—¡Levantad vosotros los brazos! —gritó Maisy a tiempo de disparar.
Los testigos abrían y cerraban los ojos sin comprender en realidad lo
que había sucedido.
No comprendían que una mujer pudiera utilizar el revólver como
aquella joven.
Hank y Spencer, sin pérdida de tiempo, empuñaron sus armas.
Steele no salla de su asombro. Por ello retrocedió aterrado.
Maisy, sonriendo, dijo:
—Esto os demostrará que asimilé bien vuestras lecciones.
—¡No nos cabe la menor duda! —dijo satisfecho Spencer.
—Habrá pocos pistoleros que puedan desarmar a un hombre como éste
con esa seguridad y rapidez —agregó Hank, orgulloso de su hermana.
—Me gustarla que lo hubiera' visto papá —agregó Maisy.
—Nosotros se lo contaremos —dijo Spencer—. Ahora vamos a hablar
con estos cobardes como corresponde... ¡Ponle el «Colt» en su funda,
Maisy!
Steele no pudo evitar el palidecer. Si aquella mujer, pensó, era tan
peligrosa, ¿cómo serían los dos maestros?
Maisy obedeció y puso el «Colt» que estaba en el suelo en la funda.
Este, al sentir el peso de su «Colt» en la funda, se tranquilizó.
Sabía que eran pocos los que podrían derrotarle en igualdad de
condiciones y por ello dijo:
—Acabáis de cometer una grave torpeza. Claro que aún estáis en
ventaja, pero no me preocupa...
—¡Ya estamos en igualdad de condiciones! —exclamó Spencer, al
tiempo de enfundar sus armas—. Cuando quieras, puedes iniciar el viaje
hacia tu arsenal.
—No conseguirás engañarme —dijo sonriendo Steele—. Mientras tu
amigo conserve el «Colt» en sus manos, no haré el menor movimiento.
—¡Enfunda, Hank! —ordenó Spencer.
Hank obedeció, ante ¡a sorpresa de todos.
—No creí que pudierais estar tan locos —dijo.
—Estoy esperando a que cometas la torpeza de iniciar el viaje hacia tus
armas. Sería el momento de tu muerte.
—¡Déjame que sea yo quien se enfrente a él! —gritó Maisy, ante la
sorpresa general.
—Este es un enemigo peligroso —dijo Spencer—. Sólo hay que mirar
su funda para comprender que está acostumbrado al manejo del «Colt».
—Veo que eres un muchacho inteligente —dijo Steele—. Pero si crees
que soy un enemigo peligroso, no comprendo que...
—Es que quiero demostrar que sois unos niños comparados a nosotros
—dijo Spencer, interrumpiendo a Steele.
—Creo que el barman está deseando la muerte de éste —agregó Hank
—. Claro que hará un gran negocio con su muerte.
Steele, sin proponérselo, miró hacia el barman,
Este estaba tranquilo, ya que esperaba que su patrón pudiera jugar con
los que tenía frente a él.
—No quisiera obligar a bailar a esa joven después de vuestra muerte —
dijo Steele—. Así que será preferible que nos dejéis que lo hagamos antes
de mataros.
—Voy a contar hasta tres... —dijo Hank—. Cuando finalice, Spencer irá
a sus armas. Así nadie podrá decir que existió ventaja por su parte. ¡Una!
¡Dos...!
Dos testigos casi no respiraban.
Todos estaban pendientes de las manos de Steele al que conocían muy
bien, y por eso no se dieron cuenta del movimiento de Spencer.
Por eso cuando caía Steele sin vida, miraron asombrados a Spencer.
Cuando Hank acabó de contar dos, Steele movió sus manos con
propósitos de sorprender a Spencer, pero, a pesar de ello, fue lento.
Con las armas empuñadas y contemplando a los otros cuatro, dijo
Spencer:
—¿Queréis alguno de vosotros bailar con mi prometida?
Ninguno de los hombres de Wilson se atrevió a responder.
—Creo que el plazo que os concedí finalizó—dijo
Hank, enfrentándose a los cuatro—. ¡Voy a contar tres y...!
No pudo continuar, ya que los cuatro hombres de Wilson salieron
corriendo del local.
—Espero que esto les haya servido de lección —comentó Spencer—.
Aunque me gustarla encontrar a ese Jack Wilson para charlar con él.
—Será mejor que le olvidemos —agregó Hank—. Aunque no creo que
nos deje tranquilos.
—Vamos a visitar al sheriff y comunicarle lo que ha sucedido.
—Hace unos minutos que salió hacia las afueras —dijo uno de los
testigos—. Iba con míster Wilson.
—Más vale así —comentó Spencer—. Si me lo encuentro antes de
marchar, no le salvarla nadie de una muerte cierta.
—Hemos de hablar con el sheriff antes de marchar —dijo Maisy—. Hay
que contarle lo sucedido para que nos deje tranquilos.
—Los testigos se encargarán de decirle lo sucedido, ¿verdad?
Fueron varios los que aseguraron que podían marchar tranquilos.
Y así lo hicieron.
Cuando salieron, todos comentaban lo sucedido.
—¡Vaya unas manos que tiene esa muchacha! —dijo el barman—. Con
qué limpieza ha desarmado a Steele.
—¡Es algo único! —exclamó el que había incitado a Steele a bailar con
la joven—. ¡Esa muchacha nos derrotaría a todos nosotros en pelea noble!
—Es natural, conociendo a sus profesores... —agregó otro—. Y creo
que el otro es superior a ellos.
—Por lo menos me parece el de nervios más templados —añadió otro
testigo.
—¡Cómo corrían los hombres de Wilson! —dijo riendo otro.
—Creo que tendrán más de un disgusto con Wilson agregó el barman de
nuevo—. Wilson no se conformará con lo sucedido.
—Así pensamos todos. Pero esos muchachos terminarán con todos
aquellos que les provoquen...
—No lo creáis tan sencillo —dijo uno—. Entre los hombres de Wilson
hay muy buenos pistoleros.
—Estos muchachos jugarán con ellos.
—No lo creas.
¿Qué piensas hacer con este saloon? —Interrogó el amigo de Steele.
—Me quedaré como administrador hasta que llegue su hermano, que
está en Cheyenne —respondió el barman.
—Yo creo... —dijo en voz baja— que deberíamos llevarlo entre los
dos... Ya sabes que siempre fui muy amigo de Steele.
—Seré yo quien administre el negocio hasta la llegada de su hermano.
¿Piensas comunicarle su muerte?
—¡Claro que sí! ¡Y lo haré ahora mismo!
—Yo en tu lugar no lo haría. Sería una fuente de ingresos admirable.
¡No me gusta traicionar a quienes se portaron siempre bien conmigo! —
casi gritó el barman—. Avisaré ahora mismo a su hermano por telégrafo.
—Como quieras, pero creo que cometes una equivocación... Podríamos
asegurar que nos debía dinero y que por ello nos pertenece el local. El
hermano de Steele nunca fue un valiente.
—Pierdes el tiempo —dijo el barman, muy serio—. No conseguirás
convencerme.
El que discutía con el barman guardó silencio.
Mientras tanto, Hank, Spencer y Maisy montaron a caballo para salir del
pueblo y encaminarse hacia donde habían dejado la pequeña manada.
¡Vaya sorpresa que les has dado! —decía riendo Spencer a Maisy.
—Estoy seguro que los hombres de ese Wilson aún no habrán dejado de
temblar desde que salieron del saloon —agregó Hank, riendo.
—Más vale que fuera así —dijo Hank—. Si hubieras matado a un
semejante, a estas horas no estarlas tranquila y seguramente no conseguirías
tu tranquilidad jamás.
—Ahora que lo pienso detenidamente, creo que estás en lo cierto, Hank
—dijo la joven—. Pero hace unos minutos hubiera disparado gustosa sobre
ese cobarde.
—Dejemos ya eso —dijo Spencer—. Será conveniente que nos
preocupemos de salir cuanto antes de esta ciudad. No creo que sea el último
disgusto que tengamos.
—¡Ya decía yo que ese Wilson no me gustaba! —exclamó Maisy.
Seguían charlando animadamente cuando salían de la ciudad, pero unas
dos millas fuera de ésta se encontraron a los tres vaqueros que les
acompañaban durante el viaje y que se quedaron con el ganado.
Spencer al verles, se encaminó hacia ellas, preguntando:
—¿Qué habéis hecho con la manada?
—¿Cómo? —interrogó el preguntado—. ¿Pero no la vendieron a míster
Wilson?
—¡Ya me temía yo esto! —bramó Hank—. ¿Por qué dejasteis que se
llevaran el ganado sin estar ninguno de nosotros presente?
—Es que les acompañó el propio sheriff —dijo el mismo vaquero—.
Aseguró éste que era cierto lo que míster Wilson decía de que se le habían
vendido. Nos sorprendió, pero la presencia del sheriff corroborando las
palabras de ese ganadero nos convencieron.
¡Tendrán que arrepentirse! —gritó Spencer.
¡Iremos a hablar con el sheriff'. —añadió Hank—. Será éste quien se
encargará de devolvernos la manada si no quiere tener un serio disgusto con
nosotros.
¡Qué miserable! —bramó Maisy.
Y Hank explicó a los vaqueros la conversación que sostuvieron con el
sheriff y el ganadero llamado Wilson.
—¡Tendrán que pagar caro su engaño! —gritó uno de los vaqueros.
—Debes tranquilizarte, Greystone —dijo Hank—. Yo me encargaré de
que todo se solucione sin necesidad de recurrir a las armas.
—¡Te aseguro, Hank, que tendrán que arrepentirse!
—Hay que tener tranquilidad —aseguró Hank—. Yo me encargo, en
compañía de Spencer, de hablar con el sheriff. Os aseguro que tendrá su
merecido.
—Te acompañaremos —dijo Forester, otro de los tres.
¡Demostraré que no es sencillo burlarse de Spike! —gritó el tercero—.
Mis «Colt» buscarán la placa que ese cobarde luce con tanto orgullo.
—Os ruego que no intervengáis y me dejéis actuar a mí —agregó Hank
—. Quiero salir de esta ciudad cuanto antes.
¿Qué piensas hacer? —interrogó su hermana.
—Iremos ahora mismo a hablar con el sheriff.
¡Creo que terminaré por cortarle las orejas a ese cobarde! —gritó
Spencer.
—Debes tranquilizarte tú también.
Se encaminaron de nuevo hacia la ciudad.
Una vez en ella, los seis marcharon a la oficina del sheriff.
Ante la puerta, dijo Hank:
—Acompáñanos, Greystone.
Greystone desmontó también y siguió al patrón y a Spencer.
El ayudante del sheriff les recibió, preguntando:
—¿Qué desean?
¿No está el sheriff?
—No. Pero si desean consultar...
—No, gracias, sólo deseamos hablar con él.
—Pues no creo que tarde.
—Le esperaremos aquí.
Pero dos horas más tarde, aún no habla regresado el sheriff.
Los amigos empezaban a perder la paciencia.
—Creo que esperan que nos alejemos de aquí —dijo Spencer.
—No nos marcharemos sin esa manada, aunque tenga que hacer una
visita al gobernador.
El ayudante del sheriff los recibió, preguntando:
—¿Qué ha sucedido?
Hank le explicó lo sucedido, diciendo el ayudante:
—Deben dejarme que sea yo quien solucione este asunto.
Pero al ver la cara que ponía Spencer, añadió el ayudante del sheriff:
—No deben preocuparse, les aseguro que si es preciso visitaré al
gobernador. Siempre aseguré que la amistad con míster Wilson terminarla
por hacer daño a mi jefe.
—Creo que es usted sincero —dijo Hank—. Lo dejo todo en sus manos.
Y no olvide decir a míster Wilson que no solamente conoceré una a una las
cabezas de ganado por la marca, sino por la raza, así que seré inútil que
pretenda engañarme.
—Descuide usted. Yo le aseguro que mañana a primera hora podrán
ustedes salir de aquí.
—Así lo espero —finalizó diciendo Hank.
—Dígales también que a nuestro regreso les visitaremos —dijo Spike.
—¡Tendrán que arrepentirse de lo que han hecho! —agregó Greystone.
—¡Callaos! —ordenó Hank—. Dejemos que sea este señor quien
solucione el asunto.
—Pueden esperarme donde deseen. Yo les buscaré.
—¿Hay algún hotel en esta ciudad?
—Hay varios. Aquí al lado hay uno.
—Está bien, le esperaremos ahí.
—Y no olvide que si usted no soluciona las cosas por buen conducto,
tendremos que hacerlo nosotros por un medio que comprenden los cuatreros
—dijo Hank.
—Descuiden. Esto puede ser que le cueste la placa.
—Si llega a conocimiento del gobernador, no lo pondría en duda —dijo
Spencer.
—Y les aseguro que el gobernador tendrá conocimiento de esto... —dijo
el ayudante del sheriff—. No es que odie a mi jefe, pero no me agrada que
siempre haga lo que míster Wilson le dice.
—Creo que estaría mucho mejor esa placa sobre su pecho —añadió
Maisy, con gran satisfacción de aquel hombre viejo.
—Pero ya soy muy viejo para llevarla... Nadie me respetaría —dijo el
ayudante.
—Procure solucionarlo cuanto antes —agregó Hank al despedirse—.
Mañana tenemos que salir con ese ganado hacia Laramie y no me gustaría
tener que ir nosotros a visitar a míster Wilson.
—Estén tranquilos —dijo el ayudante—. Me acompañará el secretario
del gobernador, que es mi hijo.
CAPITULO III

Había ya anochecido cuando se presentó el ayudante del sheriff en el


hotel.
Al reunirse con los tres jóvenes, dijo:
—¡Créanme que lo siento! Pero me han entregado esto para usted.
Hank abrió el sobre que guardaba un fajo de billetes.
Una vez contados, comprobó que habla cinco mil dólares.
Sonriendo, dijo:
—No quiero este dinero, sino mi ganado.
—El sheriff asegura que usted se comprometió a vender el ganado
siempre que le pagasen cincuenta dólares por cabeza.
¡Eso no es cierto! —bramó Maisy.
—Tranquilízate, pequeña—dijo Spencer—. Nosotros solucionaremos
este problema.
¿Dónde podemos encontrar al sheriff? —interrogó Hank, muy serio.
¿Qué piensan hacer?
—Eso es cosa que no debe preocuparle. Vamos a solucionar este asunto
a nuestra manera. En Texas siempre se ahorcó a los cuatreros, y este
territorio pertenece al Oeste.
—No cometan una tontería, jóvenes. Mañana podrán hablar con el
gobernador y...
—Primero quiero hablar con el sheriff. ¿Dónde podremos encontrarle a
estas horas? —dijo Hank.
—Le encontrarán en el saloon de Franklin —respondió el viejo
ayudante del sheriff—. Quiero que sepan que he hecho todo lo posible para
solucionar este asunto con arreglo a la ley, pero ellos me han asegurado que
ustedes fueron quienes vendieron.
—Y nosotros le aseguramos que eso no es cierto.
—Les creo, pero no puedo hacer otra cosa.
—Podrá ayudamos si lo desea.
¿Cómo?
—Consiguiéndome una entrevista con el gobernador —dijo Hank.
—A estas horas es imposible.
—Entonces no tendré más remedio que solucionarlo a mi manera.
¡Buenas noches!
El viejo ayudante del sheriff, aun sintiéndolo, se despidió de los tres
jóvenes.
Su hijo, que le esperaba a la puerta del hotel, le interrogó:
—¿Qué han dicho?
—Piensan solucionarlo a su manera.
¿Crees que traten de utilizar el «Colt»?
—Les creo capaces de ello. El sheriff no debió hacer el juego a míster
Wilson.
Pero a ellos les protege la ley, ya que fueron estos muchachos quienes
quisieron vender. Ahora, si han pensado de otra forma, no pueden
arrepentirse.
—Es que no creo que fueran estos muchachos quienes propusieran la
venta.
—Entonces, ¿tú crees que el sheriff miente?
—Estoy seguro.
—Me cuesta creer que míster Wilson cayera tan bajo.
—Eres aún muy joven, hijo mío —dijo el viejo ayudante—. Ya
conocerás a los hombres de la calaña de Wilson.
—¿Por qué odias a míster Wilson, papá?
—No es que le odie, hijo mío. Es que no me dejo engañar por su modo
de vestir.
—Creo que estás equivocado. Prueba de ello es que te entregó cinco mil
dólares para que se los entregaras a esos muchachos.
—Pero esos muchachos no vendieron.
—No puedo creerlo, papá.
—Dejemos esto y retirémonos a descansar. Mañana conoceremos los
sucesos.
—Si crees sinceramente que esos muchachos están dispuestos a utilizar
el «Colt», creo que deberíamos avisar a míster Wilson.
—No. A esos muchachos les sobra razón.
Mientras tanto, Hank decía a su hermana:
—Tú debes esperarnos aquí.
¿Qué pensáis hacer?
—No debes preocuparte. Vamos a recuperar ese ganado.
—¿A qué precio?
—Al que sea. Tú descansa y no te preocupes. Mañana saldremos a
primera hora.
Entre los dos jóvenes convencieron a la muchacha.
Esta, a pesar de quedarse en el hotel, no podía descansar.
Los dos jóvenes salieron del hotel y preguntaron por el saloon de
Franklin donde les dijo el ayudante del sheriff que se encontrarla éste.
Se encaminaron decididos, una vez que les informaron, hacia el local.
El saloon estaba muy concurrido.
Entraron decididos, y efectivamente, allí estaba el sheriff.
Este, al ver a los dos muchachos avanzar hacia ellos, se puso nervioso.
—¡Hola, sheriff. —saludó Spencer.
—Hola, muchachos. Ya sé a qué venia; pero míster Wilson tiene razón
—gritó el sheriff para ser oído por todos—. Vosotros le vendisteis ese
ganado y si os habéis arrepentido no es suya la culpa.
—¡Es usted un cobarde, sheriff. —gritó Hank—. ¿Se lo han dicho
alguna vez?
¿Qué se hace en esta ciudad con los cuatreros? —interrogó Spencer en
voz alta.
El de la placa palideció visiblemente y no sabía qué responder.
Sabía que aquellos muchachos hablan demostrado ser buenos pistoleros
y por ello se sentía acobardado, pero no podía volverse atrás.
—No es cuatrero quien paga una cantidad excesiva por un ganado que
no vale ni la mitad —dijo al fin.
—No quiero discutir con usted, sheriff —dijo Hank—. Mañana tenemos
que ponemos en marcha. ¿Dónde podemos conseguir nuestro ganado?
—Ese ganado no os pertenece... —dijo el sheriff, que se sentía seguro,
ya que se sabía rodeado por hombres de Wilson.
—¡No diga tonterías, sheriff'. —bramó Spencer—. ¡No quisiera perder
la paciencia con usted! Le aseguro que dispararé sobre esa placa que está
siendo un atractivo a mis armas.
¿Qué sucede, sheriff: —interrogó uno de los vaqueros de Wilson.
—Estos muchachos, que después de vender el ganado a tu patrón,
quieren acusarle de cuatrero.
—¿Es eso cierto? —interrogó el vaquero, mirando fijamente a los dos
amigos.
—¡Nosotros no vendimos ese ganado! ¡Se apropiaron de él por las
buenas!
—¿Quieres decir que el sheriff miente? —Interrogó el vaquero de
Wilson.
¡Él sabe que no dice verdad! —gritó Spencer, que empezaba a perder la
paciencia.
¿Qué dice usted, sheriff? —interrogó el vaquero.
—Que los únicos que mienten son ellos.
—Eso es muy peligroso aquí, muchachos —dijo el vaquero—. Creo que
una temporada a la sombra no os vendría nada mal.
—¡Y yo les aseguro que les encerraré una buena temporada! —dijo el
sheriff, más tranquilo al verse rodeado por los hombres de Wilson.
—Escuche, sheriff —dijo Hank—, no quisiera verme obligado a utilizar
un lenguaje que no deja lugar a dudas. ¿Quiere acompañamos a recuperar el
ganado?
—Ese ganado lo vendisteis y yo soy testigo de ello —dijo el sheriff.
¡Es usted un miserable! —bramó Spencer—. ¡Prepárese, que le voy a
matar!
—¡Un momento, Spencer! —gritó Hank—. Antes hemos de agotar
nuestra paciencia para conseguir de este loco...
—¡Yo no consentiría que me hablaran así! —gritó uno de los vaqueros
de Wilson, interrumpiendo a Hank.
—Ya ves que por el camino recto no conseguimos nada —dijo Spencer
—. Así que tendremos que utilizar el Colt» para hacemos entender.
—Creo que estás en lo cierto —añadió Hank—. Por última vez, sheriff,
¿quiere ayudamos a que nos devuelvan nuestro ganado?
—¡Sois unos embusteros! —bramó uno de los vaqueros de Wilson, con
gran satisfacción del sheriff—. Nuestro patrón os pagó mucho más de lo
que puedan valer esas reses y ahora pretendéis acusarle de cuatrero.
—Nosotros no hemos percibido nada por ese ganado tomo tampoco se
lo hemos vendido.
¡Eso no es cierto! —gritó el sheriff—. Mi ayudante es habrá dado cinco
mil dólares, valor de vuestro ganado.
—Puede usted hablar con él y verá cómo no nos lo ha entregado. Mejor
dicho, no lo hemos aceptado.
¡Eso no puede ser! ¡Son cinco mil dólares por unas teses que valen,
como mucho, dos mil!
—A pesar de ello, no las hemos vendido —dijo Hank—. Y no estamos
discutiendo el valor de nuestro ganado, sino procurando que no nos
obliguen a actuar como el comportamiento de ustedes merecen. ¡Los
cuatreros siempre fueron odiados en todo el Oeste!
Los testigos escuchaban la discusión mirándose unos a otros.
No podían asegurar cuál de ellos tenía razón.
—Tienes una lengua muy ligera, muchacho —dijo uno de los vaqueros
que estaba en compañía del sheriff—. Y te advierto que es muy peligroso en
esta tierra.
—¡No pienso discutir una sola palabra más! —gritó Spencer—. ¡Nos
acompaña a recuperar nuestro ganado o de lo contrario tendrán que sentir!
El de la placa, viendo la actitud de Spencer, sintió miedo, pero
sabiéndose protegido por los hombres de Wilson, se sentía seguro.
No creía que aquellos muchachos se atrevieran a mover sus manos.
Su rostro se iluminó con una sonrisa de satisfacción al ver a dos
hombres de Wilson, que se estaban poniendo a la espalda de los dos
muchachos.
Uno de éstos, conseguido su objetivo, dijo:
¡Será conveniente para vosotros que no digáis más tonterías!
Hank y Spencer palidecieron visiblemente.
Se sabían entre dos fuegos y no sabían cómo salir victoriosos de aquella
encerrona.
—Creo que les encerraré un par de días para que mediten —dijo el
sheriff, sonriente—. Nunca me agradaron los tejanos.
—Si no fuera porque se sabe...
¡Cállate si no quieres que dispare sobre ti! —le interrumpió a Hank uno
de los que estaban a su espalda.
Los testigos no sabían qué pensar. Para unos tenían razón los forasteros,
para otros el sheriff y los hombres de Wilson.
Era tan buena la fama que tenía Wilson entre ellos, que no comprendían
que fuera capaz de una bajeza tal.
—Será preferible que Be vayan de aquí y no vuelvan más por esta
ciudad —dijo otro de los hombres de Wilson—. Si el patrón se enterase de
que le están insultando, no se lo perdonarla.
¡Vuestro patrón es...!
—La persona más decente y honrada del contorno —agregó
interrumpiéndole a Spencer un vaquero—. Y será preferible que no digas lo
que pensabas si deseas seguir con vida.
—Es muy sencillo hablar como lo hacéis vosotros sabiendo que hay
otros a nuestras espaldas que nos vigilan —dijo Hank—. Carecéis de valor
para enfrentaros como hombres nobles...
—Sabemos que sois dos pistoleros reclamados de Texas y por ello
tenemos que tomar nuestras precauciones —dijo uno de los que se hallaban
tras la espalda de los dos muchachos.
Hank miró a Spencer rogándole que guardara silencio.
Este, comprendiendo el significado de la mirada, obedeció.
—Yo creo que deberíamos colgarles por Insultar a nuestro patrón y
poner en duda ante testigos la palabra de nuestro querido sheriff —dijo un
vaquero.
—¡Colguémosles! —gritaron varios testigos, Influidos por los vaqueros
de Wilson.
En esos momentos sonaron dos detonaciones y los dos vaqueros que
estaban a la espalda de Hank y Spencer cayeron sin vida para no levantarse
más.
Los que iniciaron un movimiento sospechoso hacia los dos amigos, al
escuchar estas detonaciones quedaron paralizados.
—Lo siento, patrón, pero agotamos hasta el último momento en espera
de que no quisieran cometer un abuso con ustedes —dijo Spike.
—No tenéis de qué arrepentiros —dijo Spencer Sólo sabéis cumplido
con vuestro deber de amigos... Ahora espero que el sheriff sea tan valiente
que luche frente a nosotros en igualdad de condiciones.
El de la placa palideció de tal forma, que todos se dieron cuenta.
Su miedo era bien visible.
—¡Enfundad vuestras armas! —ordenó Hank.
Spike y sus dos compañeros obedecieron, muy a pesar suyo.
Cuando lo hicieron, el sheriff y los tres vaqueros que restaban de Wilson
se sintieron mucho más tranquilos.
—Quiero que esos tres cobardes se enfrenten a nosotros en igualdad de
condiciones —agregó Hank—. Estoy seguro que son hombres del cuatrero
Wilson. Y nosotros estamos acostumbrados a pagar con plomo a los
cuatreros.
—¿Qué piensas hacer con el sheriff? —interrogó Spencer.
—El conseguirá que Wilson nos devuelva el ganado.
—Estáis hablando como si fuera tan sencillo deshacerse de nosotros —
comentó uno de los vaqueros de Wilson—. Nosotros también tenemos
armas a nuestros costados y no somos precisamente unos novatos.
—De eso estoy seguro —dijo Hank— . Míster Wilson, el ranchero más
honrado de los contornos, ha sabido rodearse de buenos pistoleros... Pero
vuestra habilidad con las armas no dará resultado frente a nosotros.
—Pronto podréis comprobar vuestro error. Queréis morir muy jóvenes y
no tendremos más remedio que complaceros —agregó otro vaquero de
Wilson.
—¿ Adónde habéis llevado el ganado? —preguntó Hank.
—Está en nuestro rancho, como el dinero está en tu bolsillo —respondió
sereno uno de los hombres de Wilson.
—Es una pena que por defender a un vulgar cuatrero tengáis que morir
vosotros.
—Puedes decir de nuestro patrón todo lo que te plazca —dijo uno de
ellos a Spencer, que era el que había hablado—. Cuando nos cansemos de
escucharte, dispararemos.
—Debería evitar usted eso, sheriff —dijo Hank—. Pero todos
comprenderán que no hemos tenido más remedio que defender nuestras
vidas.
—También comprenderán que tienen un sheriff que está al servicio de
un solo señor de esta ciudad. ¡Un repugnante cuatrero llamado Wilson! —
agregó Spencer.
—No es necesario que sigáis insultando a nuestro patrón —dijo uno—.
Os mataremos para vengar esas dos muertes que fueron hechas a traición y
por las cuales deberían colgaros...
¡Hemos disparado sobre ellos para evitar una injusticia! —gritó
Greystone.
—Me gustaría conocer la opinión del sheriff —gritó Spencer, sonriendo
—. ¿Qué es lo que piensa de todo esto?
Todos esperaban la respuesta del sheriff con ansiedad.
El sheriff, primero miró a los hombres de Wilson, y esto le tranquilizó
para decir:
—Que no habéis tenido mucha suerte al entrar en esta ciudad.
—Desde luego —dijo Hank—. No podíamos esperar que el propio
sheriff ayudara al mayor cuatrero de la ciudad.
—¡Me he cansado de escucharos! —gritó uno de los vaqueros de
Wilson, moviendo sus manos con gran alegría del sheriff.
Los otros dos compañeros le imitaron.
Pero Hank y Spencer demostraron a los testigos que efectivamente sus
oponentes eran novatos.
Los tres cayeron sin vida a los pies de los dos amigos.
El de la placa, de forma instintiva, retrocedió aterrado al tiempo que
decía:
¡No! ¡No me matéis!
—Si no desea que le suceda lo mismo que a ésos, diga lo sucedido a
todos —dijo Spencer apuntando al pecho del sheriff—. Le aseguro que no
resistiré por más tiempo la tentación de disparar sobre esa placa.
El sheriff, después de tragar saliva con mucha dificultad, dijo:
—Es cierto... Tenéis razón... Pero fue Wilson quien le obligó a hacer lo
que no quería. Me dijo que seria muy fácil entre todos demostrar que erais
vosotros quienes mentíais.
—¿Vendimos nosotros ese ganado?
—No...
—Entonces, eso demuestra que míster Wilson no es como todos creen,
¿verdad?
—Así es...
Los que escuchaban no sallan de su asombro. Siembre habían supuesto
a Wilson como la persona más honrada de la comarca y aquello les estaba
demostrando que estaban equivocados.
¿Nos va a ayudar a conseguir esas reses, sheriff?
—Sí... Ahora mismo iré para que Wilson os traiga esa manada.
—Le vamos a dejar salir. Pero no olvide que si al amanecer no está aquí
esa manada, le buscaremos hasta dar con usted, y cuando eso suceda no
vivirá un solo minuto más —agregó Spencer.
El de la placa, en silencio, salió del local y, al sentirse en plena calle,
respiró más tranquilo.
CAPITULO IV

Piensa que perderás la vida si no entregas ese ganado —decía el sheriff,


para convencer a Wilson—. Han sido cinco las victimas que han hecho esos
muchachos en tu equipo, sin contar la muerte de Steele.
—¡Ahora no puedo demostrar a todos que no es cierto lo que esos
muchachos dicen!
—Siempre será preferible a perder la vida.
—No lo creas —dijo Wilson, mientras paseaba nervioso por el comedor
de su casa—. ¿Qué pensará de mí el gobernador cuando se entere mañana
de lo sucedido?
—Eso no debe preocuparte.
—Lo que sucede es que tú tienes miedo a que esos muchachos te
busquen y terminen contigo como han prometido.
—Y tú debes ayudarme para evitar que me busquen.
—Te ayudaré... Pero sin entregar ese ganado.
—Entonces nos matarán a los dos —dijo el sheriff.
—No creas que les resultará tan sencillo.
—Si les hubieras visto actuar como yo, pensarías de distinta forma.
—Te dejas impresionar por poca cosa —agregó Wilson—. Los vaqueros
que te acompañaban eran de plomo comparados conmigo y con otros que
hay en este rancho.
—¡Nadie podrá derrotarles en igualdad de condiciones!
Emplearemos otros medios.
—Si mañana a primeras horas no está el ganado en el mismo lugar, esos
muchachos nos buscarán para darnos el plomo suficiente para terminar con
nuestras vidas. Y confieso que les creo capaces de ello.
—Has cambiado mucho desde que nos conocimos en Santa Fe.
—Piensa que no en vano pasan ios años. Nuestras manos ya no pueden
compararse a las de esos muchachos.
—¡Pues no pienso entregar ese ganado!
—Vendrá mi ayudante con su hijo mañana por él, y no podrás negarte.
—¡Tú eres testigo de que vendieron! '
—Lo siento, pero no puedo seguir tu juego. ¡Es estúpido que nos
expongamos por un centenar de cabezas de ganado!
—Con esas reses criaré la ganadería más envidiada de todo Colorado.
—Puedes enviar a tus hombres hasta Texas a...
—No serian igual que estas reses. Son los ejemplares más hermosos que
he visto de esa raza.
—Pero no por ello estoy dispuesto a vender mi vida.
Si es preciso, seré yo quien diga al gobernador lo sucedido.
Wilson palideció.
Pero estaba seguro que el sheriff no cambiaría de opinión, y como le
conocía, no se atrevió a imponer su criarlo por la fuerza de las armas.
Después de mucho discutir, el sheriff le convenció para que entregara el
ganado.
—Tan pronto como salgan de la ciudad, no nos resultará difícil
apoderarnos de ese ganado —agregó el para convencerle—. Pero piensa
que si no entregas esas reses, me costará el puesto. Ya conoces al
gobernador.
—Está bien —dijo Wilson—. Diré a mis muchachos que lleven esas
reses.
—Pero no trates de cambiar ninguna. Se darían cuenta en el acto.
—Descuida. Me has dado una gran idea; les asaltaremos por el camino.
—Y sin testigos, podremos asegurar que te las vendieron.
—Puedes marchar tranquilo y decir a esos muchachos que mañana
tendrán las reses en el mismo lugar que las tenían.
El sheriff se encaminó hacia la ciudad, tranquilo.
Cuando encontró a los dos jóvenes, que le esperaban, les comunicó que
a la mañana siguiente tendrían el ganado en el mismo lugar que ellos lo
tenían cuando Wilson se apoderó de él.
Les dijo que debían perdonar a Wilson, que se cegó al ver lo hermosas
que eran las reses.
Cuando se alejó de los dos muchachos, comentó Hank:
—No me agrada la actitud de este hombre.
—Esos traman algo.
—Eso mismo creo yo.
—Seguro que están dispuestos a dejamos sin ganado por algún medio.
—No nos sorprenderán.
—Estoy seguro que piensan asaltamos por el camino.
—Vigilaremos nosotros dos mientras los muchachos y Maisy avanzan.
—Yo creo que será preferible dejarnos ver mañana por la ciudad.
—Vigilarán la manada y sería peligroso para mi hermana.
—Tienes razón. Hemos de pensar en algo.
—Aunque si cabalgamos nosotros dos tras la manada, no se atreverán a
atacarla.
—Es una buena idea.
—Ahora debemos marchar a descansar. Ya que tendremos que vigilar de
noche.
—Vamos. Además, Maisy estará intranquila.
Los dos muchachos se encaminaron hacia el hotel.
Hablaron con la muchacha, contándole lo sucedido.
Los tres se retiraron a descansar.
Cuando el sol aún no había salido, Hank y Spencer se reunieron con los
otros tres vaqueros en el lugar en que el sheriff aseguró que llevarían las
reses.
Una hora después de llegar ellos, unos vaqueros de Wilson llevaron el
ganado al lugar indicado.
Antes de retirarse los hombres de Wilson, Hank y Spencer, así como los
tres vaqueros, recorrieron el ganado para comprobar que no les hablan
cambiado ninguna res.
—Sigue sin gustarme la actitud de esos hombres —comentó Hank.
—Hemos de prevenir a los otros de nuestras sospechas, para que no
dejen de vigilar a su vez.
Reunieron a los vaqueros y les hablaron de sus temores.
—Si cometen una torpeza, les costará muy caro —dijo Greystone—. Ya
nos conoce manejando el rifle.
—Lo sé y por ello os elegí a vosotros precisamente —dijo Hank—. Pero
no quiero que, llegado el momento, disparéis sobre los hombres.
—No le comprendemos, patrón... —dijo Spike.
—Debéis disparar sobre los caballos.
—¿Cree que ellos pensarán igual que usted?
—Eso es algo que no debe preocupamos —respondió Hank—. Tan
pronto como comprueben nuestra habilidad con el rifle, desistirán de sus
propósitos.
—Como quiera.
Tan pronto como Maisy se reunió con ellos, se pusieron en marcha.
Para mayor tranquilidad compraron un rifle, y un Colt» para la joven.
Llegado el momento les sería una ayuda muy útil, ya que disparaba con
tanta eficacia como ellos.

***

Hacia dos días que habían salido de los alrededores de Denver, cuando
Hank dijo:
Nos siguen de cerca.
—Ya lo he podido comprobar, pero no se atreven a aproximarse más.
—Lo que indica que esperan el momento oportuno para atacarnos. Hay
que vivir alerta y sin descuidarse.
—Les desconcierta que nosotros cabalguemos tras la manada.
—Mientras sigamos haciéndolo, podemos ir tranquilos.
—El sheriff les acompaña.
——Ya me he dado cuenta.
—Pues sentiría que cometieran una torpeza y nos obligaran a disparar a
matar.
—Lo haría gustoso. ¡Son unos miserables!
Siguieron cabalgando y de vez en cuando Spencer se adelantaba hasta la
manada para tranquilizar a la muchacha, mientras Hank vigilaba a los
seguidores.
Wilson, que iba en cabeza de los perseguidores, dijo:
—Perderemos el tiempo siguiéndoles. Hemos de pensar en algo para
librarnos de la vigilancia de esos muchachos.
—Ya llegará el momento y terreno apropiado para la sorpresa —
comentó el sheriff.
—Yo creo —comentó el capataz de Wilson— que si continuamos así no
podremos sorprenderles jamás. Sin embargo, si nos adelantamos dando un
gran arco, podremos sorprender a la muchacha y a los otros tres.
Wilson miró al sheriff, mientras exclamaba:
—¡Cómo no se nos habrá ocurrido antes!
Y reunió a los vaqueros, diciéndoles lo que tenían que hacer.
El sheriff y él seguirían atrás para no llamar la atención de los dos
muchachos.
Pero cuando Hank, desde lo alto de una colina, vio avanzar al grupo de
vaqueros por la derecha y encaminarse hacia la manada después de
describir un gran arco, comprendió los propósitos de sus seguidores y,
sonriendo, dijo:
—Tratan de sorprender a los de la manada. Pero serán ellos los
sorprendidos.
—No podré contenerme y dispararé a matar.
—Has de evitarlo. Esos hombres no son responsables de los caprichos
de su patrón y del sheriff. Son los únicos responsables. Hay que avisar a los
de la manada y a Maisy.
—Yo iré a avisarles. Tú debes continuar aquí atrás para que crean que
han conseguido engañarnos.
Y Spencer obligó a su montura a galopar en dirección a la manada.
Reunió a los tres vaqueros y a la muchacha y les explicó la situación.
¡Menuda sorpresa se van a llevar! —dijo Forester.
—Pero debéis evitar el disparar a matar.
—Si compruebo que ellos disparan a matar sobre nosotros, no habrá
quien evite que haga lo propio —gruñó Greystone.
—Es orden de Hank —añadió Spencer.
Después de mucho discutir, Spencer consiguió convencerles para que no
disparasen a matar.
Todos cabalgaban con los rifles preparados.
Los vaqueros de Wilson, guiados por el capataz, esperaron a la manada
emboscados en un grupo de árboles bastante espeso.
Spencer, temiendo que sería allí donde les esperarían, obligó a que el
ganado siguiera otra ruta, desviándose de aquellos árboles.
El capataz de Wilson, al ver esta maniobra, comentó:
—Creo que no les daremos ninguna sorpresa.
—No deberíamos atacarles —dijo un vaquero—. Esos muchachos no
nos han hecho nada.
Todos le miraron con reproche.
¿Es que ya no recuerdas que mataron a varios compañeros nuestros? —
interrogó el capataz.
—No hubieran muerto de no haberse encaprichado el patrón con esas
reses.
—Si tienes miedo, puedes volver grupas a tu caballo —agregó el
capataz—. ¡Pero no se te ocurra volver por el rancho! ¡Te mataría con mis
propias manos!
El vaquero que había protestado guardó silencio y siguió a sus
compañeros.
Uno de ellos, viendo que se alejaba la manada de la zona en que les
esperaban, dijo:
—¡Hemos de atacar ahora o, de lo contrario, saldrán del alcance de
nuestros riñes!
Como si esto fuera una orden, todos se pusieron el rifle sobre el
hombro.
Después de apuntar con serenidad, dispararon.
Da descarga fue oída por Hank, que se adelantó para observar si había
caído alguno de sus hombres.
Greystone fue herido en un hombro, aunque la herida carecía de
importancia, o así lo creía él al menos.
Esto convenció a sus compañeros para disparar a matar.
Forester, enfurecido, cabalgó hacia los atacantes en una carrera
desenfrenada.
Cuando estuvo próximo a los árboles, torció hacia la izquierda y,
echándose el rifle a la cara, hizo dos disparos.
Dos de los hombres de Wilson cayeron sin vida.
Comprobado por sus compañeros que habían muerto, montaron a
caballo y retrocedieron a galope.
El capataz no pudo contenerles y en el fondo se alegró.
Aquellos hombres estaban demostrando que eran unos verdaderos
demonios.
Forester tuvo que ser contenido por Spencer para que no cabalgara tras
los que huían aterrados.
Hank, que vio esta huida, sonrió satisfecho.
Y mirando hacia atrás, desenfundó el rifle y dejó que el sheriff y Wilson
se aproximaran.
El de la placa fue el primero que vio regresar a los hombres de Wilson y
gritó:
—¡Retroceden aterrados!
—Y regresan dos menos... —murmuró en voz baja Wilson.
—Hemos de regresar a la ciudad y olvidarnos de estos muchachos; de lo
contrario no quedaremos ninguno con vida.
—¡Debemos continuar y esperarles en algún lugar estratégico !
Cuando se aproximaban el capataz y los otros vaqueros, sonaron dos
disparos y el caballo del sheriff y el de Wilson cayeron sin vida.
Esto aterró mucho a los perseguidores.
Pero sus cuerpos no temblaron de miedo y terror hasta que dijo uno de
los vaqueros:
—Los dos disparos han atravesado la frente de los brutos.
Todos comprobaron que esto era cierto y pusieron sus monturas al
máximo de su galope.
El sheriff y Wilson retrocedieron, corriendo como gamos.
Hank, contemplándoles, reía a carcajadas.
El de la placa y Wilson, al volver la cabeza, pasados unos minutos, y
comprobar que Hank se alejaba de ellos, se detuvieron para descansar.
Cuando el sheriff se tranquilizó, comentó:
—Ese muchacho ha podido matarnos y no lo ha hecho.
—Tienes razón... ¡Vaya seguridad!
—Y esos cobardes nos abandonaron a nuestra suerte.
¡No regresará ninguno al rancho! ¡Están despedidos!
—Debes comprender que nosotros, en el lugar de ellos, hubiéramos
reaccionado del mismo modo al comprobar la seguridad de esos disparos.
—Creo que ha resultado un capricho estúpido el querer apoderarme de
ese ganado...
—Te ha costado la vida de siete hombres. ¡Es un precio demasiado
elevado por una manada!
—Ahora comprendo tus temores... ¡Son verdaderos demonios!
El capataz de Wilson, volviendo la cabeza, dijo a gritos al resto de
vaqueros:
¡Esperad, ese muchacho continúa alejándose!
Cuando comprobaron que esto era cierto, regresaron en busca del patrón
y del sheriff.
Wilson les insultó sin que ninguno se atreviera a rechistar.
Hank, convencido de que la persecución habla cesada se reunió con el
resto de su equipo.
Examinó la herida de Greystone y dijo:
Carece de importancia.
—Pero pudieron matarnos por tu culpa —dijo Greystone.
—Ahora podemos continuar tranquilamente. No creo que se atrevan a
seguir tras nosotros —comentó Maisy.
—A nuestro regreso por esa ciudad, dejaré un recuerdo mío —comentó
Greystone.
Debes olvidar... Han pagado muy cara su tozudez.
A pesar de ello, he de dar su merecido al sheriff y a ese cobarde
ranchero.
Hank no quiso insistir, ya que estaba seguro que Greystone hablaba así
enfurecido por haber resultado herido.
Estaba seguro que pasados unos días se olvidaría de todo.
Lentamente y con toda tranquilidad continuaron la marcha.
CAPITULO V

Esperadnos aquí —dijo Hank a sus vaqueros, en las proximidades de


Laramie—. Nos acercaremos hasta el pueblo a preguntar por el rancho de
Davis.
Procurad no tardar mucho —dijo Forester—. Estamos sedientos.
Los tres jóvenes entraron en el pueblo.
Maisy pidió a los muchachos que la invitaran a un refresco.
No debes entrar en ningún saloon, Maisy —dijo Hank. Esta ciudad es
muy semejante a Dodge City. Los conductores, cuando han bebido más de
la cuenta, son muy peligrosos.
—Pero...
—Tiene razón Hank, no debes entrar en ningún saloon — apoyó
Spencer.
—Podemos entrar en cualquier restaurante.
Los dos jóvenes se miraron sonriendo.
—¡Siempre tienes que salirte con la tuya! —dijo Hank.
—Soy tejana —agregó Maisy, sonriendo.
—Esta ciudad debe ser un verdadero infierno —comentó Spencer.
—Hay más locales de diversión que viviendas —agregó Hank,
contemplando los edificios que había en la calle por la que caminaban.
—Es mucho lo que he oído hablar de este pueblo, y confieso que tenía
muchos atractivos sobre mí.
—Ahora podremos comprobar si es cierto todo lo que nos han referido
por el camino de este pueblo.
—Entremos en este mismo restaurante —dijo Spencer.
Se disponían a entrar, cuando se oyeron varios disparos en el interior, y
segundos después salía un hombre tambaleándose hasta caer a pocas yardas
de la puerta para no levantarse más.
Maisy, asustada, se abrazó a Spencer.
Dos hombres aparecieron con los «Colt» empuñados.
Uno de ellos, contemplando al caído, comentó al otro:
—Has tenido que hacer tres disparos y a pesar de ello aún consiguió
salir del local.
—Es el alcohol...
—Pues ya puedes marcharte antes de que se presenten sus compañeros.
—No les temo.
—Lo sé. Pero no estás en condiciones de enfrentarte a nadie en lucha
noble. Te matarían.
—Si me obligan a ello, tendré que dejar a Chinton sin un solo hombre.
—Vayámonos al rancho ahora mismo.
Cuando los dos hombres se alejaron, los tres jóvenes entraron en el
local.
Había varios comensales.
Todos les contemplaron con indiferencia.
La belleza de Maisy no pasó inadvertida.
—¿Van a comer? —les preguntó un hombre de cierta edad.
—No. Sólo deseamos tomar un refresco y hacerle algunas preguntas.
¿Sobre qué?
—Deseamos saber dónde vive Kris Davis.
—¿Sois amigos de él?
—Si. Le traemos una partida de reses desde Texas.
—¿Os las había pagado ya?
—No. ¿Por qué?
—Porque Kris Davis murió hace un par de meses. Tendréis que
venderlas.
—¿ Y su hija ?
—Es la que lleva el rancho, pero tan sólo le ha quedado un vaquero muy
viejo y carece de ganado y de dinero.
—¡Pobre Kitty! —exclamó Hank—. ¿Cómo murió su padre?
—Cayó en una pelea frente a los hombres de Joe Fayette.
¿Fue noble la pelea?
—Eso aseguran los que la presenciaron.
—Hemos de ir hasta el rancho de esa joven —dijo Maisy.
—Cometeréis una torpeza, muchos —dijo el informante—. Si Fayette
se entera que os quedáis en ese rancho, sus hombres os buscarán y tendréis
que sufrir las consecuencias. Fayette tiene rodeada a Kitty y no la deja vivir
en paz. No descansará hasta que la joven se decida a vender el rancho.
—¿Podría decirnos el camino que debemos seguir para encontrar ese
rancho ?
—No tiene pérdida... —y el informante les indicó el camino.
Los tres jóvenes, después de tomar su refresco, se despidieron del
hombre que les había atendido.
Cuando se reunieron con Greystone y los otros dos vaqueros, les dijeron
lo sucedido y se pusieron en marcha.
El viejo Marcus, que cuidaba de las pocas cabezas de ganado que
quedaban en el rancho, al ver avanzar a aquel grupo de jinetes alrededor de
la no muy numerosa manada, galopó hacia el rancho.
¡Kitty! ¡Kitty! —gritaba frente a la puerta, al tiempo que desmontaba.
—¿Qué sucede, Marcus?
—¡Tenemos visita!
—¿Quién es?
—No lo sé... Pero creo que deben ser los tejanos que esperaba tu padre.
—¡Oh, Dios mío! Eso demuestra que no recibieron la carta mía a
tiempo.
¿Qué piensas hacer ahora?
No puedo hacer nada, Marcus. No tengo dinero para pagar ese ganado.
Si eran tan amigos de tu padre, posiblemente nos ayuden.
Sin hacer más comentarios, Kitty montó a caballo y salió al encuentro
de los visitantes.
Les saludó a distancia y cuando se aproximó dijo:
No llegó mi carta a tiempo, ¿verdad?
—No debió llegar — respondió Maisy.
Las dos jóvenes se besaron y Maisy hizo las presentaciones.
Cuando regresaban hacia la casa, decía Kitty:
—Es una pena que no pueda quedarme con esta manada tan hermosa.
Pero no tengo en estos momentos ni para pagar una sola res. Tendréis que
vender a otro.
Hank, que no hacía otra cosa que contemplar a la joven admirado de la
belleza de ésta, dijo, ante la sorpresa de todos:
—Este ganado quedará aquí. Es un regalo que mi padre estaba dispuesto
a hacer al suyo. Cuando salimos nos prohibió terminantemente aceptar un
solo dólar.
Kitty, emocionada, no pudo evitar que unas lágrimas rebeldes le cayesen
por las mejillas.
—Pero...
—No se hable más de este asunto. Este ganado quedará aquí, así como
nos quedaremos una temporada.
—No tengo dinero ni para poder darles de comer... — confesó
entristecida Kitty.
—No debes preocuparte por ello —dijo Maisy—. Nosotros tenemos
dinero más que sobrado para permanecer aquí una larga temporada.
Kitty presentó al viejo Marcus, que recibió la noticia de que las reses
quedarían en el rancho con gran alegría.
—Aunque no estarán en este rancho muchos días —dijo el viejo,
pensando en Joe Fayette y sus hombres.
¿Por qué? —preguntó Hank.
—Porque Fayette se encargará de apoderarse de ese ganado.
—No creo que se atreva mientras estemos nosotros —dijo Spencer—. Y
si lo hiciera, tendría que arrepentirse.
Una vez en el rancho, sentados cómodamente, Kitty explicó lo sucedido
con su padre.
El viejo Marcus la interrumpió diciendo:
¡Fue un asesinato lo que hicieron con tu padre!
¿Quiere explicarnos cómo sucedió?
—Descubrimos un día a los hombres de Fayette llevándose una partida
de temeros de nuestro rancho y fuimos hasta el pueblo para denunciarle ante
el sheriff. Pero éste, que teme mucho a Fayette, dijo que era muy peligroso
acusar de algo tan grave a una persona tan honrada como Joe Fayette. Le
dijimos que encontraría las pruebas suficientes en el rancho de ese ranchero
y nos aseguró que iría al día siguiente a hacer un registro... Pero una hora
después, cuando bebíamos tranquilamente en el local de Fleming, se
presentó Fayette en compañía de su equipo. Kris, sin poder contenerse, le
insultó reiteradas veces y uno de los hombres de Fayette disparó sobre él...
Llegó el sheriff dos horas después diciendo que habíamos mentido y me
tuvo encerrado durante una semana. Creo que me respetaron por mi edad;
de lo contrario, me hubieran linchado. Al día siguiente de la muerte del
padre de Kitty, se presentaron los hombres de Fayette aquí amenazando con
matar a todos los vaqueros que encontrasen al día siguiente. Cuando
regresaron al día siguiente, sólo yo, por estar en la celda del sheriff, seguía
en el rancho, ya que los otros, ante el temor de que los hombres de Fayette
cumplieran su amenaza, abandonaron el rancho. Cuando salí de la prisión
me dediqué a buscar vaqueros, pero ninguno se atrevía a enfrentarse con los
hombres de Fayette. Y tuvimos que ver, sin poder remediarlo, cómo nos
quitaban el ganado. Cuando protestamos al sheriff y al juez, este último nos
aseguró que tenía en su oficina un recibo firmado por el padre de Kitty en el
cual se decía que Joe Fayette había dejado una cantidad de dinero muy
elevada al pobre Kris... Y que Fayette estaba en su derecho de llevarse el
ganado.
¿A cuánto ascendía la deuda?
—El juez nos aseguró días después que Kris debía a Fayette diez mil
dólares.
—¿Cuánto ganado se llevaron?
—Más de mil cabezas.
—¡Eso vale mucho más de diez mil dólares! —exclamó Hank.
—Sí. Pero Fayette aseguró a las autoridades que sólo se llevó quinientas
cabezas.
¡Qué cobarde! —exclamó Spencer—. Hemos de hablar con ese
ranchero.
—¡No! —dijo Kitty, asustada—. No conocen a ese hombre. Carece de
sentimientos y yo sufriría mucho si les sucediera alguna desgracia.
—No debe temer por nosotros, miss Kitty —dijo Hank—. Nos
encargaremos de solucionar este asunto. Antes hablaremos con las
autoridades de aquí.
—Perderán el tiempo —dijo el viejo Marcus—. No obedecen nada más
que a Fayette.
—Entonces emplearemos un idioma que no dejará lugar a dudas —dijo
Hank—. Le aseguro que nos comprenderán perfectamente.
—Fayette no nos dejará tranquilos hasta que consiga este rancho —
comentó Marcus.
—¡No lo conseguirá! —dijo Kitty—. Antes soy capaz de regalarlo a
alguien que no temiese a ese cobarde.
¿Es muy extenso el rancho? —preguntó Hank.
—El más extenso de la comarca —respondió Marcus—. Y el más
hermoso.
—¿Está lejos el rancho de ese Fayette?
—No. Linda con el nuestro por el Este.
—¿ Cuánto ganado les queda ?
—Unas docenas de cabezas. Y tendremos que vender algunas para
seguir comiendo —dijo Marcus.
Siguieron charlando y dos horas más tarde hablaban como viejos
amigos.
Kitty no apartaba sus ojos de los de Hank.
Maisy sonreía al darse cuenta de esto; estaba segura que empezaban a
sentirse atraídos mutuamente.
—Tenía grandes deseos de conocer este pueblo —dijo Spencer—. Había
oído hablar mucho de él.
—¡Es un verdadero Infierno! —exclamó Marcus—. Son varias las
víctimas que hay todos los días. La única ley que se respeta es la del «Colt».
—Hay buenos pistoleros por aquí, ¿verdad?
—¡Ya lo creo! Mañana podréis comprobarlo en los festejos.
—¿Hay fiestas vaqueras?
—Si. Y sin ofenderos, no tienen nada que envidiar a las de Texas.
—¿Qué clase de ejercicios se realizan?
—Desde mareaje hasta el rifle, pasando por «Colt», látigo, cuchillo y
carreras de caballos.
—Creo que nos presentaremos en algún concurso. ¿Son importantes los
premios?
—Mucho. Sobre todo la carrera de caballos; cinco mil dólares.
—Entonces nos presentaremos con el caballo de Maisy. Estoy seguro
que no habrá caballo que pueda derrotarle.
—Es peligroso presentarse en esas pruebas. Los que pierden, siempre
buscan al triunfador para provocarle —dijo Kitty.
—Eso ha sucedido siempre en el Oeste.
—Nosotros nos presentaremos en la prueba de mareaje —respondió
Greystone.
—Yo lo haré en la de rifle —dijo Forester.
—Y yo, con el látigo y cuchillo —agregó Spike—. Creo que
conseguiremos los laureles del triunfo para Texas.
—Nos presentaremos los cinco como el equipo de Kitty Davis —dijo
Hank—. Así comprobarán que no está sola.
—No deben presentarse en esos concursos.
—No se preocupe —dijo Greystone, que ya tenía curada la leve herida
—, este año nos llevaremos nosotros todos los premios.
—No creáis que os resultará tan sencillo —dijo Marcus—. También por
aquí hay hombres muy habilidosos.
—No lo ponemos en duda —dijo Spike—, pero les derrotaremos a
todos.
—¿ Dónde hay que inscribirse ? —preguntó Spencer.
—En la oficina del sheriff.
—Esta tarde, cuando vayamos hasta el pueblo, lo haremos.
Hank y Kitty salieron a dar un paseo por el rancho.
—Debemos tutearnos —dijo Hank—. Los dos somos jóvenes.
—Tienes razón —agregó Kitty, sonriente.
Siguieron charlando mientras cabalgaban.
Hank hizo grandes elogios del rancho.
Le parecía un verdadero paraíso.
—Es mucho lo que debe valer este rancho.
—Así lo debía creer mí padre. Pero la única oferta que he recibido me
demostró que estaba equivocado.
¿Cuánto te ofrecieron?
—Diez mil dólares.
¡Eso es una miseria!
—Pero no me han ofrecido más.
—¿ Quién fue el que te ofreció esa miseria ?
—Un rico ranchero de Cheyenne, amigo de mi padre.
—No debía ser muy amigo de tu padre cuando trata de engañarte.
—Me han asegurado varios rancheros que es un buen precio.
—No saben lo que se dicen.
—Hank, ¿crees que seríais capaces de triunfar en los ejercicios? —
preguntó de pronto Kitty.
—Tengo mucha confianza en mis hombres, y si les ayudamos Spencer y
yo, puedo asegurarte que venceremos con facilidad. ¿Por qué?
—Porque me gustaría enormemente derrotar al equipo de Fayette.
¡Le derrotaremos! ¡Te lo prometo!
—Son los que vencieron en la mayoría de los ejercicios el año pasado.
—Pues este año no les dejaremos que se lleven ni un premio.
—¡Seria mi mayor alegría!
—¿ Se hacen apuestas por aquí ?
—¡Ya lo creo! Pero no tengo un solo...
—Yo te dejaré dinero suficiente para que juegues contra Fayette.
Tendrás que hacer la apuesta públicamente, para que después no se niegue a
pagar, aunque de todas formas cobraríamos. Le sacaremos mucho más
dinero que el valor de las reses que se ha llevado de este rancho.
¡Seria la mujer más feliz del mundo si ello pudiera ser posible!
—Debes tener más confianza en mí.
Creo que la tengo. Pero he visto actuar a los hombres...
Pero aún no nos has visto a nosotros; cuando nos veas, no te quedará
lugar a dudas.
Pero después del viaje tan largo, tus hombres estarán cansados y
acusarán el cansancio en los festejos...
—No lo creas. Hemos viajado con mucha tranquilidad.
La mayor ilusión de mi padre era derrotar a Fayette en los ejercicios. Su
equipo superó siempre al de mi padre.
—Este año, tu equipo conseguirá no solamente derrotar al de Fayette,
sino humillarles.
Kitty desmontó bajo unos árboles, siendo imitada por Hank.
Se sentaron y estuvieron hablando de infinidad de cosas.
Hank le habló a la joven de Texas y de otros muchos lugares del Oeste.
Kitty escuchaba entusiasmada a Hank.
Y mientras le escuchaba, pensaba que terminaría por enamorarse
locamente del muchacho, si no había empezado ya a hacerlo.
CAPITULO VI

Mientras los dos Jóvenes paseaban, Spencer dio instrucciones a los tres
vaqueros de Hank para que se encargaran de vigilar el ganado.
—Al anochecer iremos todos hasta el pueblo —terminó diciendo.
Spencer les ayudó a reunir el ganado, que se había extendido por todo el
rancho.
Kitty y Hank regresaron al rancho.
Maisy estaba descansando.
Marcus dijo a los dos jóvenes que los otros estaban cuidando del
ganado.
Y caminando hacia el lugar en que dijo Marcus que estaban los
vaqueros, siguieron charlando.
—Hay pasto y espacio para muchas reses —comentó Hank.
—Está, muy abandonado todo esto —dijo Marcus.
¿ Y los otros ranchos ?
—Fayette es el hombre más rico de por aquí. Su equipo es numeroso y
la ganadería que sostiene muy importante. Los otros también poseen buena
ganadería.
Se interrumpieron al ver un grupo de jinetes que desmontaban ante la
vivienda.
¿Quiénes son? —interrogó Hank.
—Vaqueros de Fayette —respondió Marcus— . Sin duda, ha pasado
ganado a nuestro rancho y vienen por ello. Sucede con frecuencia. Pastan
más en este rancho que en el de ellos.
Kitty, en silencio, se encaminó hacia la vivienda, acompañada, seguida
más bien, de Hank y Marcus.
Los jinetes la saludaron con una sonrisa.
—Lo de siempre, miss Davis —dijo uno de ellos—. Las reses se
obstinan en pasar a este rancho.
—¡Deben tener cuidado!
—No es culpa nuestra —dijo uno de los vaqueros—. Son muchas las
reses que tenemos que vigilar, y es natural que alguna pase a este rancho en
busca de los pastos tan hermosos que hay aquí.
—Y después de todo, aquí hay pastos sobrados —replicó otro vaquero.
—¡Estos pastos son nuestros! Se lo podéis decir a Fayette —exclamó
Marcus.
—Terminaremos por disparar el rifle contra toda res que no pertenezca a
mi manada —agregó Kitty—. Será el único medio de terminar con este
abuso.
—Espero que no lo haga, miss Davis —dijo un vaquero—. Sería muy
peligroso que incomodara a nuestro patrón.
—No quiero seguir discutiendo —dijo Marcus—. ¡Ya estáis advertidos!
¡Ahora largo de aquí!
—No te excites, viejo chiflado —dijo otro de los jinetes.
Eran cinco y se reían a carcajadas de las palabras del último que habló.
Sin que Hank hubiera decidido nada en este sentido, aparecieron las
armas en sus manos y gritó:
—¡Ya estáis levantando las manos todos! ¡Y desmontad!
El tono de la voz y la actitud de Hank, en quien no se habían Ajado, les
hizo obedecer sin replicar.
Una vez todos de pie en el suelo, añadió Hank:
—¡Ahora ya estáis pidiendo perdón a ese hombre, que puede ser vuestro
padre! ¡Pronto, o perderé la paciencia! Primero tú, pon las rodillas en tierra
y pide perdón —dijo al que insultó primero al viejo Marcus.
—Te aprovechas porque nos has sorprendido —refunfuñó el interesado.
—No te retrases o dispararé. ¡Tienes tres segundos justos!
Se arrodilló el Jinete y pidió perdón.
Después hicieron lo mismo los demás.
Hank les desarmó a todos y luego les dijo:
—Este es el mensaje de salutación que envió a vuestro patrón, a quien
no conozco, y que supongo tan cobarde como vosotros. Ahora podéis
marchar. Y ya sabéis; res que pase a este rancho será muerta a tiros. Si es un
jinete el que salta la cerca, será recibido del mismo modo.
—No sé quién eres —dijo uno de los jinetes—, pero si tienes sentido
común, debes marchar en el acto de aquí.
—¡No lo haré! Soy un nuevo vaquero de este rancho. ¡Terminaron
vuestros abusos! Si me obligáis a disparar las armas tendré que poner
muchas muescas y daré pasto a las aves amantes de la carroña. ¡Largo de
aquí! No quisiera perder la paciencia. Podéis decir a vuestro patrón que mis
hombres y yo nos enfrentaremos a vosotros en los concursos que darán
comienzo mañana. ¡Os derrotaremos en todos ellos!
Los otros saltaron sobre sus caballos y marcharon.
Hank montó a su vez sobre su caballo y les acompañó hasta que
cruzaron el límite del rancho de Kitty.
—Les ha hablado en el único lenguaje que entienden comentaba Kitty.
—Pero tendrá muchas complicaciones de ahora en adelante. Esos
hombres no perdonarán la humillación de que han sido objeto, y le buscarán
para matarle.
No creo que les resulte tan sencillo como imaginan.
—Puede que no tardando mucho se presenten armados aquí de nuevo.
—Se les recibirá como corresponde.
—Esos hombres necesitaban una lección como la que les ha dado Hank,
pero reconozco que no tardarán en volver y dispararán antes de hablar.
Debes retener a esos muchachos en el rancho hasta mañana. A partir de
mañana estarán mucho más seguros en el pueblo. Habrá muchos forasteros
y los hombres de Fayette no se atreverán a utilizar ventaja.
—No creo que me hagan caso...
—Si tú se lo pides a Hank, no será capaz de negarse.
—Lo intentaré.
Y cuando regresó Hank, Kitty, cariñosa, pudo convencer al joven para
que no fueran ni él ni sus hombres al pueblo hasta el día siguiente.
—Yo iré a inscribiros en los concursos —dijo la joven.
—Te acompañaré, y no me separaré de ti...
—No. Yo no tengo nada que temer. Te ruego que me esperes aquí.
—Como quieras.
Kitty marchó hacia Laramie.
Iba contenta.
Estaba segura que sería una sorpresa para todos los vecinos de la
comarca saber que participaría un equipo de tejanos en nombre de su
rancho.
Spencer y el resto de los muchachos se presentaron en la vivienda,
diciendo a Hank:
—Vamos a echar un trago hasta el pueblo, ¿nos acompañas?
—Primero deseo hablaros de algo que ha sucedido.
Hank explicó con todo detalle lo sucedido con los hombres de Fayette.
Todos rieron de muy buena gana.
—Pero debiste marcarles por cobardes —agregó Forester.
—No hay motivos para que nos encerremos aquí —agregó Spike.
—Estoy de acuerdo con esto —dijo Spencer—. Si nos encontramos en
el pueblo con esos hombres, se acordarán.
Es que he prometido a Kitty...
No debes dejar que esa muchacha imponga su voluntad sobre ti desde el
primer momento —dijo riendo Spencer—. Si lo haces, ya conoces a las
mujeres; estarás perdido para toda la vida.
—Además, no sucederá nada —dijo Greystone—. Iremos juntos los
cinco y no nos separaremos.
Entre todos convencieron a Hank.
—Kitty se enfadará contigo —comentó Marcus—. Pero reconozco que
si no sales, pueden pensar que es por temor hacia ellos.
—Y es natural que lo pensasen.
—¿Y quién cuida del ganado? —interrogó Greystone.
—Lo haré yo solo — dijo Marcus—. Dentro de un par de horas habrá
anochecido y los animales no se moverán mucho. Vosotros podéis marchar
a echar ese trago que tanto deseáis.
Y los cinco hombres se pusieron en marcha.
Kitty desmontó ante la oficina del sheriff.
Este no estaba, pero su ayudante dijo:
¿Qué le sucede, miss Davis?
—Vengo a Inscribir a mi equipo para los concursos.
—¿Su equipo? —exclamó el ayudante.
Sí. Son cinco tejanos.
El ayudante del sheriff, sin salir de su sorpresa, inscribió al equipo de
Kitty Davis.
Da muchacha salió de la oficina, sonriendo. Sabía que pasados unos
minutos, todo Laramie conocería que ella presentaría un equipo en los
concursos.
Iba pensando en la cara que pondría Fayette, cuando de pronto, al pasar
ante el local de Fleming, un vaquero de Fayette la llamó desde la puerta, sin
que ella le hiciera caso.
El vaquero llamó a sus compañeros, que estaban en el interior del local,
diciéndoles:
¡Aquí tenéis a miss Kitty! Ha venido para ver morir a su amigo.
—No creo que seáis capaces, uno a uno y de manera noble, a
enfrentaros con él. Le mataréis a traición y entre varios. Sólo así os
atreveréis con él. ¡Buena lección os ha dado en mi casa! Erais cinco o seis,
y os desarmó a todos, haciéndoos poner las rodillas en tierra para pedir
perdón al viejo Marcus, al que habíais Insultado. Esos son los motivos que
tenéis para odiarle, y estoy segura que habréis inventado una historia, como
hicisteis cuando mi pobre padre fue asesinado por vosotros. No os atrevéis a
confesar vuestra cobardía y vuestros crímenes.
Uno de los vaqueros avanzó furioso hacia Kitty, pero ésta empuñó con
firmeza la fusta y dijo:
——¡Si te acercas te destrozaré el rostro con mi fusta!
—No vas a quedar sin castigo porque seas mujer.
El vaquero continuó avanzando, y Kitty cumplió su palabra,
golpeándole con tal violencia, que el otro retrocedió entre gritos de dolor,
amenazas y maldiciones.
—¡Kitty! —gritó el sheriff—. ¿Qué haces? ¿Por qué le golpeas así?
—Le advertí que lo haría si insistía en venir hacia mi con ánimo de
molestarme.
¡He de darte una lección que no vas a poder olvidar! —gruñó el
vaquero.
—¡Deja tranquila a Kitty! Hoy habéis venido muy pronto.
Buscamos a un forastero que estaba en casa de Kitty y que
aprovechando un descuido nuestro nos desarmó, echándonos del rancho —
dijo el que estaba en la puerta del bar.
—¡No mientas! Insultasteis al viejo Marcus y entonces os encañonó.
Tuvisteis que pedir perdón.
—Bueno, tenéis que olvidar esas discusiones, que no tienen importancia
—dijo el sheriff.
¡Si aparece por aquí...!
Kitty sabía lo que significaban esas frases; pero estaba tranquila porque
suponía que Hank había quedado en el rancho.
En cuanto a ti —dijo el dolorido vaquero a Kitty— , no te perdonaré lo
que has hecho.
Kitty abrió los ojos con espanto.
Hank caminaba, sonriéndole, con la brida del caballo sobre su hombro,
por el centro de la calle.
Le seguían Spencer y los tres vaqueros.
Esta compañía de Hank consiguió tranquilizar algo a la joven. .
Todos los testigos supusieron en el acto de quién se trataba y corrieron
en todas direcciones.
Hank diose cuenta en el acto de este hecho y buscó la causa.
Los vaqueros de Fayette hablan quedado aislados, como él, y Kitty en el
centro.
Lo siento, Kitty, pero creo que ha sido oportuna mi llegada.
¿No nos conoces a nosotros? —preguntó uno de los hombres de Fayette.
—Sois los que os atrevisteis a insultar a un pobre viejo abusando de
vuestra edad y número. Si queréis, os llamo cobardes otra vez.
Quizá los más sorprendidos fueran los propios vaqueros, ya que no
podían esperar que les hablase de ese modo.
—No hay necesidad de reñir —dijo el sheriff—. Este muchacho
defendió al viejo Marcus y ello no es un delito. Vosotros os excedéis en el
lenguaje con frecuencia.
—No servirá de nada, sheriff, que Intente defender a este muchacho
Hemos sido expulsados del rancho de Kitty por sorpresa y le vamos a
castigar como corresponde. ¡Le vamos a colgar!
—¡No quiero linchamientos! ¡No hay motivos para ello! —gritó el
sheriff—. Soy yo quien aplica la ley cuando alguien lo merece.
—Déjeme, sheriff —dijo Hank—, que sea yo quien discuta con ellos.
¿Cuantos sois? Todo este pueblo debe conocer ya vuestro valor y estarán
acostumbrados a que no soléis traicionar ni usar ventajas. Serás tú el
primero que se va a enfrentar a mí en la forma que tú elijas, ¿verdad? Sería
conveniente que no me obligaras a matarte. Con los puños, no hay
consecuencias.
¿Qué dices? ¿Con los puños? ¡No! Tendrás que pelear con las armas.
—Ya te he dicho que no quisiera verme obligado a matarte.
¡Seré yo el que te mataré!
—Eres tan lento comparado conmigo que seria un crimen por mi parte
si accediera a ese modo de lucha.
—No pierdas el tiempo discutiendo. Hemos venido para castigarle, no
para estar hablando con él —dijo otro.
—Tienes razón.
—Terminemos cuanto antes.
—¿ Pero cuántos sois ?
Somos cinco. Pero no necesitamos intervenir todos a la vez...
—Sois tan cobardes que no podréis evitarlo.
Estas palabras de Hank produjeron una huida general de cuantos,
habiéndose confiado, se quedaron cerca de quienes discutían.
Spencer y los otros tres vigilaban con atención a aquellos hombres.
Temían que pudieran sorprender a Hank, aunque le conocían bien y
sabían que era difícil traicionarle.
—Nos ha insultado ante el sheriff.
—Así no podrá decir que abusamos —agregó otro.
—Si nos insultas a todos, todos tenemos que atacarte —añadió un
tercero.
¡Sois unos cobardes! No os atrevéis a enfrentaros a mí más que en
grupo. Y os he visto insultar a un viejo. ¿Es que no tengo motivos para
llamaros cobardes?
—Será mejor que te calles, muchacho. Yo...
—Quien debe callar es usted, sheriff, a no ser que trate de ayudarles
distrayéndome con su conversación.
El de la placa, incomodado, apretó los dientes y guardó silencio.
Sabía que era mucho lo que se hablaba de su obediencia a Fayette y no
quería que los testigos pudieran creer que, en efecto, quería ayudar a los
vaqueros de este ganadero.
—;No necesitamos que el sheriff nos ayude! —gritó el que parecía jefe
del equipo de Fayette.
¡No debéis enfrentaros todos con él! ¡Sois unos cobardes! Y no
comprendo la razón de que todos estos vaqueros lo permitan sin colgaros,
como ejemplo, para terminar con los cobardes.
Hank sonreía a Kitty, que fue quien habló.
—No te preocupes. Podré con ellos.
—¡Pero es demasiado para un solo hombre! —gritó Kitty—. ¡No
deberían consentirlo!
—No debes preocuparte, muchacha —comentó Forester—. Hank podré
jugar con ellos.
Estaba considerado como el mejor pistolero de Texas agregó Spencer, a
sabiendas que sus palabras pondrían nerviosos a aquellos cinco vaqueros.
Y así fue, en efecto, los cinco vaqueros de Fayette se miraron entre sí.
Pero lo que más les preocupó fue que aquello demostraba que aquellos
cuatro hombres le conocían y, por lo tanto, no estaba solo frente a ellos.
Ya veo que no estás solo, como tratabas de...
¡No debes preocuparte! —le interrumpió Hank—. Seré yo el que se
enfrentará a vosotros. Mis amigos me conocen y saben que no necesito
ayuda para terminar con cinco cobardes.
¡Es demasiado para ti, Hank! —volvió a gritar, aterrada, Kitty—. ¡Son
muy peligrosos los cinco!
Debes confiar en mí. En Laramie deben estar acostumbrados a estas
ventajas, que ya no extrañan a nadie. Yo vivo en un Estado donde estas
manifestaciones públicas de cobardía no se permiten.
¡No puedes negar que eres de Texas! —dijo uno de los hombres de
Fayette—. ¡Son todos fanfarrones!
CAPITULO VII
—Pronto os demostraré que no es fanfarrón quien hace lo que dice. En
Texas no hemos consentido jamás ningún acto de cobardía.
—Eres tú quien nos ha insultado a todos, y. cuando en esta tierra se
insulta como tú lo has hecho, ya se sabe cuáles son las consecuencias. No
Ignorabas al insultarnos que somos cinco.
¿Es que vais a permitir que los cinco asesinen a este muchacho? No
hizo otra cosa que defender a un viejo y obligarles a que le pidieran perdón.
¿Qué hacia este muchacho en tu casa? —preguntó a Kitty uno de los
vaqueros de Fayette.
Me han traído desde Texas una manada de terneros y se quedarán para
ayudarme una temporada.
—No tienes por qué decirle nada. Con los cobardes no debe admitirse el
diálogo, y estos cinco lo son.
—Ya no hay salvación para ti y... Kitty, que gritó aterrada al ver
moverse los brazos de los vaqueros, quedó como petrificada al escuchar los
disparos y ver el rostro sonriente de Hank.
Frente a él estaban los cinco cadáveres de los vaqueros de Fayette. Ella
no sabía qué decir ni qué pensar.
Pero corrió hacia él, abrazándole, al tiempo que decía:
¡Qué miedo he pasado!
—Tranquilízate. Ya te dije que debías tener más confianza en mí.
El sheriff estaba pasando por el mismo proceso psicológico de todos los
testigos.
Había creído sinceramente que aquel muchacho seria muerto a tiros por
los otros, y sin embargo, estaba viendo el resultado, que aún no comprendía
del todo.
Los espectadores, testigos de lo que no concebían, abrían y cerraban los
ojos con incredulidad.
El sheriff, por fin, dijo a Kitty:
—¡Y tenías miedo por él! No he visto a nadie que maneje el «Colt»
como este muchacho.
Spencer y sus amigos sonreían satisfechos.
Forester comentó:
—Sus manos son cada día más veloces.
¡Siempre aseguré que temamos por patrón al pistolero más peligroso de
la Unión! —agregó Greystone, sonriendo.
Uno de los testigos, viejo vaquero que masticaba tabaco, espurreó con
fuerza lo que tenía en la boca y dijo:
—¡Buen trabajo, muchacho! Hacía muchos años que no veía nada igual.
Confieso que creí serias tú el muerto. Pero ahora si que debes marcharte.
Cuando esta noticia llegue al rancho de Fayette, saldrán todos sus hombres
en tu busca.
—Si no disparan por la espalda, puedo liquidar hasta diez o doce de una
vez.
¿Piensas presentarte en los concursos? —interrogó el viejo.
—Sí. Nos presentaremos cinco tejanos en representación del rancho de
miss Kitty Davis.
—Después de esta demostración, no hay duda de que será el que triunfe,
al menos en el concurso de «Colt».
—Triunfaremos en todos aquellos ejercicios que tomemos parte —dijo
Spencer, ante la sorpresa de todos los reunidos—. Este año no permitiremos
que los hombres de Fayette consigan un solo triunfo.
—Eso será muy difícil —dijo el viejo vaquero—. Fayette posee un
equipo de hombres muy hábiles en todos los terrenos... Y debéis marchar de
aquí antes de que se presente con todos sus hombres.
Kitty en voz baja, dijo a Hank:
—No tienes derecho a dejarte matar. Hemos de marchamos.
El sheriff, pensando sin duda en lo que había dicho el viejo vaquero,
exclamó:
—Lo siento, pero tendrás que venir a mi oficina.
—Sheriff, si tiene miedo a lo que pueda sucederle con los hombres de
Fayette, no precipite las cosas y no me obligue a que sea yo quien le mate.
Para defender mi vida no será un freno esa placa.
Kitty trató de convencer al sheriff, y los testigos afirmaron que no hubo
ventaja por parte de Hank para que se le detuviera.
Pero el sheriff tenía mucho miedo a las consecuencias cuando Fayette
conociera los hechos.
De todos modos, ya había intentado detenerle.
Culparía a todos los testigos que no le ayudaron.
Encogiéndose de hombros, se alejó de allí después de ordenar que
retirasen los cadáveres del centro de la calzada.
¡Sheriff! —le llamó Hank—. Diga a míster Fayette que apostaremos
fuertemente a nuestro favor y contra él.
El de la placa no se atrevió a decir lo que pensaba.
Y en silencio se alejó.
Kitty, con mucho cariño, consiguió llevarse a Hank.
Spencer y los tres vaqueros entraron en el local de Fleming.
Tan pronto como entraron, se vieron contemplados por muchos
curiosos.
Todos comentaban las palabras que dijeron sobre los ejercicios que iban
a dar comienzo al día siguiente.
Con cierta dificultad, por la mucha concurrencia de clientes que había
en el saloon, consiguieron aproximarse al mostrador.
¡Cuatro whiskys dobles! —pidió Spencer al barman.
Este les sirvió con prontitud. Preguntó:
—¿ Es cierto que representaréis al equipo de miss Kitty Davis ?
—¡Así es! Pertenecemos a su rancho —respondió Spencer.
¿Pensáis triunfar en todos los ejercicios?
—Por lo menos derrotaremos al equipo de Fayette.
—No creáis que os resultará tan sencillo. No solamente en Texas hay
buenos vaqueros.
—No lo ponemos en duda —dijo Spike—. Pero a pesar de ello,
triunfaremos en todas las pruebas en que nos presentemos.
El barman, sonriendo, se alejó de ellos para atender al resto de los
clientes.
Spencer, que no le perdía de vista, se dio cuenta de que el barman
hablaba de ellos con todos los clientes.
Creo que deberíamos marchamos —comentó Spencer—. Nuestros
comentarios sobre los ejercicios nos traerán complicaciones.
—Cada uno puede decir lo que piensa —dijo Greystone.
—Pero habrá más de uno que querrá demostrar antes de mañana que
ellos son muy superiores a nosotros.
Dejaron de hablar al aproximarse a ellos Fleming, el propietario del
local.
Después de saludarles, les dijo:
No debéis hablar como lo estáis haciendo. Es un consejo. Si llega a
oídos de Chinton, tendréis que sentir.
—¿Quién es ese Chinton?
El jefe de un equipo muy temido por toda esta zona.
No nos preocupa —dijo Forester—. Le demostraremos en los ejercicios
que no fanfarroneamos al hablar por adelantado de nuestro triunfo.
—Debéis pensar que ahora no está vuestro amigo con vosotros —dijo
irónicamente Fleming.
—No crea que somos de plomo —dijo Spencer—. Aunque Hank nos
supere a todos.
—Debéis escuchar mi consejo, por vuestro bien.
Le agradecemos su buena intención, pero como pensamos triunfar en
todos los ejercicios a los que nos presentemos, no tenemos por qué
ocultarlo.
Fleming, tras encogerse de hombros, se alejó.
Pero minutos después, un vaquero de rostro descarado preguntó en voz
alta:
¿Quiénes son esos fanfarrones que aseguran que nos derrotarán en todos
los ejercicios?
Spencer, en voz baja, dijo a sus amigos:
¡Mucho cuidado! Ese hombre no estará solo.
No te preocupes, vigilaremos a todos con atención.
Dejad que sea yo quien hable con él.
Y adelantándose unos pasos, dijo:
—Somos nosotros. ¿Por qué?
—¡Quiero conoceros! ¡Jamás había visto tan de cerca a unos
fanfarrones!
¿Por qué nos insultas?
—No es un insulto llamaros por vuestro nombre.
—A partir de mañana demostraremos que no fanfarroneamos.
—Es una pena que hayáis venido de tan lejos para morir.
Los testigos, al escuchar estas palabras, retrocedieron asustados.
El que discutía quedó solo frente a Spencer y sus tres amigos.
—Será preferible que reserves ese valor para los ejercicios —comentó
sonriendo Spencer—. No nos has hecho nada, así que será preferible que
nos dejes tranquilos.
—¡Veis cómo tienen miedo!
—No debes confundir nuestras intenciones —agregó Spencer—. Te
aseguro que no nos sobra paciencia.
¡En este territorio odiamos a los tejanos! —gritó el que discutía con
Spencer—. ¡Y voy a demostrar a todos que podré jugar con vosotros!
—No te hemos hecho nada, muchacho —dijo Spike—. Será
conveniente que nos dejes tranquilos.
—¡No creáis que Chinton está solo! —dijo uno de sus hombres,
encarándose con Spencer y sus amigos—. ¡Demostraremos a todos que no
solamente por el Sudoeste hay buenos pistoleros, como todos creen!
Eso podrá verse en los festejos —añadió Spencer—. Allí, ante toda la
pradera, os demostraremos que sois de plomo comparados a nosotros. Hasta
entonces debéis dejarnos tranquilos.
—Podemos hacer ahora mismo una exhibición —dijo Chinton.
—Si la hiciéramos, no os presentaríais en los ejercicios —dijo Spencer.
¡Yo daré a estos fanfarrones! —gritó el hombre de Chinton.
¡Quieto! —ordenó Chinton—, Soy yo quien habla con ellos. No debes
intervenir para nada. Demostraré que me basto yo solo para ellos.
—Podemos hacer una cosa —dijo Spencer—. Nos enfrentaremos los
dos, en un duelo a muerte ante toda la pradera. ¿De acuerdo?
Todos los testigos hicieron comentarios sobre esto y todos coincidían en
que sería preferible que el duelo se dilucidara en la pradera.
El hombre de Chinton dijo en voz baja a su jefe:
—Debes aceptar. Te dará mucha más fama si consigues derrotarle frente
a todos que no aquí.
Chinton, pensando que su hombre estaba en lo cierto, dijo:
—¡De acuerdo! ¡Nos enfrentaremos en un duelo a muerte!
—Hasta entonces, puedes beber con nosotros... —dijo Spencer—. Yo
invito.
—¡No aceptamos bebida de fanfarrones y tejanos odiosos! —gritó el
hombre de Chinton.
Spike se adelantó y encarándose con el hombre de Chinton, dijo:
—¡Si vuelves a insultarnos, procura mover tus manos en busca de tus
armas! ¡Te mataré la próxima vez que lo hagas!
Los testigos guardaron silencio en espera de la respuesta del hombre de
Chinton a las palabras de Spike.
Spike tenía un cuchillo de monte en sus manos.
El hombre de Chinton no separaba sus ojos de aquel cuchillo.
Pero pensando que no sería con esa arma con la que tratara aquel tejano
de hacerle callar, dijo sonriente, a) verse en ventaja a Spike:
—Eres tan fanfarrón que no te das cuenta que estoy en ventaja.
—No lo creas... —dijo sonriente Spike—. Yo tengo el arma que
utilizaré, llegado el momento, en mis manos. Y te advierto que será en tu
garganta donde se clavará.
Los testigos se miraban en silencio y todos, en general, estaban
pendientes de aquel cuchillo que Spike sostenía en su mano.
El hombre de Chinton sintió un escalofrío intenso por todo su cuerpo al
recordar que más de una vez había visto por el Sudoeste de la Unión,
hombres que manejaban el cuchillo con una rapidez y seguridad asombrosa.
Pero él se sabía muy rápido con los «Colt» y pensaba que el plomo
viajaba a mucha más rapidez hacia su objetivo de lo que pudiera hacerlo un
cuchillo. Estos pensamientos consiguieron tranquilizarle.
Será conveniente, si estimas en algo tu vida, que no obligues a Spike a
utilizar el cuchillo —comentó Spencer—. Varios no quisieron escuchar mis
consejos y a estas horas reposan eternamente.
¿Crees que conseguirás asustarme? interrogó el hombre de Chinton.
—No es mi intención asustarte, sino aconsejarte.
¡No admito consejos de un odioso tejano!
Es una pena que no quieras escarmentar —comentó Spike—. Te he
dicho que la próxima vez que insultaras movieras tus manos y no lo has
hecho. He podido matarte, ya que te había advertido lo que te sucedería si
volvías a insultar, pero como no quiero que crean que he utilizado ventaja,
quiero advertirte que tan pronto como cuente hasta tres, te mataré.
La expectación en los testigos era asombrosa.
Los que no habían estado por el Sudoeste de la Unión, jamás habían
visto enfrentarse a nadie en un duelo, como aquél, que consideraban
desigual.
Pero la mayoría habían oído hablar de la extraordinaria habilidad que
los mexicanos poseían con el cuchillo.
En los últimos años, en los festejos, habían visto realizar trabajos
admirables con el cuchillo, pero jamás para poder enfrentarse a alguien que
conociera lo que eran los «Colt».
Chinton, en silencio, observaba la escena preocupado.
La tranquilidad de Spike empezó a hacer efecto en todos. Si aquel
hombre estaba tan sereno, pensaban, era debido a que debía tener una gran
seguridad en su triunfo.
El hombre de Chinton empezaba a estar un poco arrepentido de lo que
había dicho, pero ya no podía volverse atrás, y por ello insistió:
—Seré yo quien te mate, pero lo haré cuando a mí me plazca y no
cuando tú lo órdenes.
—Yo creo, Spike, que deberías olvidar lo sucedido —intervino Forester
—. Además, se puede comprobar a simple vista que ese hombre no se
atreve a mover sus manos. Lo único que hace es contemplar tu cuchillo con
sus ojos fuera de las órbitas y temiendo...
¡No conseguirás ponerme nervioso! gritó el hombre de Chinton . ¡Es tu
propósito! Siempre aseguré que los tejanos eran unos fanfarrones y
traidores.
¡Prepárate, te voy a matar! —dijo con voz sorda Spike poniendo frío en
la médula de los que escuchaban— — Voy a contar hasta tres; cuando
finalice, mi cuchillo buscará tu garganta. ¡Una! ¡Dos...!
El hombre de Chinton con las quijadas apretadas, movió las manos.
No pudo hacer nada más que eso.
Un grito general de admiración rubricó la muerte de) hombre de
Chinton. Sus manos, a pesar de iniciar con ventaja el movimiento, no
pudieron llegar a las armas.
Spike con una rapidez asombrosa y sin que los presentes pudieran darse
cuenta de lo sucedido, con un movimiento leve en apariencia, lanzó el
cuchillo que sostenía en sus manos, dejándolo clavado hasta la empuñadura
en la garganta del hombre de Chinton.
En los ojos del cadáver se podía leer con claridad la sorpresa con que
recibió la muerte.
Un frio glacial recorría la médula de Chinton y los testigos, al
comprender la exactitud de lo afirmado por el vaquero.
Chinton, que no separaba la mirada de aquel cadáver, sintió que un
sudor frío empezaba a bañar su frente al recordar que por un momento
había estado dispuesto a enfrentarse a aquellos muchachos. Agradecía a
Spencer que hubiera dejado para más adelante el duelo. En lo más íntimo de
su ser pensaba que si el compañero de Spike era tan peligroso con el
«Colt», como éste lo era con el cuchillo, sería una locura enfrentarse a él en
un duelo a muerte. Pero todos los reunidos eran testigos de que había
aceptado y, por lo tanto, antes de quedar como un cobarde, se enfrentaría a
Spencer, a pesar de sus grandes temores.
No quiso comprender el verdadero significado de mi advertencia —
comentó Spike—. Debió ser usted quien evitara la locura de ese hombre.
Chinton, a quien fueron dirigidas las últimas palabras, comentó:
—Confieso que ha sido una sorpresa para mí...
¿Esperaba que fuera él quien tuviera éxito?
—Así es...
Lo que demuestra que no conoce a los hombres. Claro que cuando se
enfrente a Spencer en duelo a muerte, le sucederá lo mismo que a ése.
Si entre los testigos había alguno que pensara presentarse en el ejercicio
de cuchillo, después de ver aquella rapidez en lanzar y la seguridad de pulso
de Spike, se arrepentirían.
Pero cuando Spike iba en busca del cuchillo, uno de los hombres de
Chinton, aprovechando que estaba tras su jefe, sacó un «Colt», gritando
fuera de sí:
—¡Levanta las manos, cobarde! ¡Pronto, o disparo!
Spike obedeció en el acto.
Spencer, Greystone y Forester se miraron en silencio.
Esto es una cobardía... —comentó Spike.
—¡Acabas de asesinar ante todos nosotros a un compañero y no puedo
dejar de castigarte!
—Ha sido una lucha noble —dijo Spike, sereno—. Y tú has sido testigo
de que es así.
¡Tenias el cuchillo ya empuñado y por lo tanto estabas en ventaja!
—Puedes preguntar a tu Jefe —agregó Spike— Porque me imagino que
eres uno de los hombres de ése.
¡Lo que Chinton piense me tiene sin cuidado! ¡Yo sé que ha sido un
crimen lo que has hecho! — —gritó el vaquero de Chinton—. ¡Pero yo os
demostraré que en Wyoming no se puede traicionar a nadie como en Texas,
sin recibir el castigo merecido!
Chinton sonreía complacido.
Spike, dándose cuenta de esta sonrisa, preguntó:
—¿Está usted de acuerdo con su hombre?
Creo que en el fondo tiene razón —respondió Chinton.
—No creí que en una ciudad como Laramie pudiera encontrar tantos
cobardes reunidos —dijo Spike con voz sorda.
Puedes insultar todo lo que te plazca. Cuando me canse de oírte,
dispararé sobre ti —dijo el que empuñaba el «Colt», con sonrisa macabra.
Spencer, comprendiendo que Spike estaba en peligro, pensó en una
solución.
Tenía que intervenir antes de que aquel hombre disparara.
Y sin pensarlo más, sus manos se movieron a una endemoniada rapidez.
El que empuñaba el «Colt» estaba pendiente de Spike y cuando percibió
el movimiento del compañero de éste, fue demasiado tarde.
Los espectadores no salían de su asombro al ver caer muerto el hombre
de Chinton, y éste retrocedió aterrado.
Pero la admiración de los reunidos subió de punto al comprobar que
Spencer había disparado desde las fundas. Lo que demostraba que era un
gran pistolero.
Spike, sonriente y tranquilo ya, cogió el cuchillo y después de limpiarlo
sobre las ropas del muerto, miró detenidamente a Chinton.
CAPITULO VIII

Spencer, adivinando los pensamientos de Spike, dijo:


—No, Spike, ése me pertenece. Si no le he matado ahora, es porque
deseo hacerlo en la pradera ante todos los que le conocen y deben temerle.
—Es un cobarde, Spencer.
—Lo sé. Pero no quiero que le mates. Aún no ha llegado su hora.
—Piensa que será un peligro para nosotros dejarle con vida. Es capaz de
disparar a traición y por la espalda sobre nosotros o encargar a sus hombres
que lo hagan.
Chinton se apoyó sobre una mesa para que no fuera tan visible su
temblor.
Estaba aterrado.
Su mayor deseo en aquellos momentos era estar fuera de aquel saloon
para montar sobre su caballo y alejarse de Laramie.
Los testigos contemplaban admirados a aquellos dos hombres.
—Te doy un minuto para alejarte de aquí —comentó Spencer—. Si te
vuelvo a ver frente a mí antes del concurso de «Colt», dispararé a matar.
Chinton no se hizo repetir la orden.
Cuando estuvo en la calle respiró con tranquilidad.
Aún no comprendía cómo había salvado la vida.
Se dedicó a buscar a sus hombres por los demás locales de diversión y
cuando los tuvo reunidos, les explicó lo sucedido, finalizando así:
—Son verdaderos demonios.
¡Pues yo creo que no debemos alejamos de aquí sin antes castigarles!
—Sería un suicidio. Estoy seguro de que se han convertido en los Ídolos
de estas fiestas.
Aún no han comenzado.
—Pero todos están seguros que serán ellos quienes triunfarán, por lo
menos en «Colt» y cuchillo.
—¡Eso ya lo veremos! —dijo uno de sus hombres.
—Y el más peligroso no estaba con ellos.
¿A quién te refieres? ¿Al que mató a cinco hombres de Fayette en lucha
noble?
—Al mismo.
—Pues hemos de demostrar que somos más peligrosos que ellos si
deseamos que nuestra fama siga en pie —agregó otro vaquero—. Si no
castigamos a esos muchachos, ya no nos respetarán.
—Eso es lo que menos me preocupa. Ahora lo importante es salvar la
vida.
—¡Creo que estaba equivocado contigo!
¿Qué quieres insinuar?
—Que no creí que pudieras sentir miedo por nadie ni por nada.
—No quisiera demostrarte que eres de plomo comparado conmigo, pero
te aseguro que no es una cobardía sentir miedo hacia esos muchachos.
¡Tejanos repugnantes!
—Ahora debemos desaparecer una temporada.
—¿No piensas enfrentarte a ese muchacho?
—De momento, no.
—Creo que te has dejado impresionar por algo que carece de valor. Ese
muchacho os sorprendió porque sólo estabais pendientes del lanzador de
cuchillo.
—Eso es cierto, Chinton. Lo que ha hecho ese muchacho es una
traición, por lo cual no puedes sentir temor para no acudir al reto que
aceptaste públicamente.
La forma de disparar, indica que es un peligroso gun—man.
—Tú has conocido, al igual que todos, varios hombres que disparaban
desde las fundas, y sin embargo, no podían compararse a nosotros...
Entre todos los hombres consiguieron convencerle para que no se
alejaran de Laramie.
Mientras tanto, en el saloon de Fleming, los curiosos felicitaban a los
tejanos.
Fleming se aproximó al grupo de tejanos, diciéndoles:
—¡Y pensar que hace unos minutos temía yo que Chinton se enterara de
vuestras palabras!
—Todos nos equivocamos, míster Fleming —dijo Spencer—. No se
puede juzgar a las personas hasta que se las conozca bien.
¿Es cierto que piensan derrotar en todos los ejercicios a los hombres de
míster Fayette?
—No les dejaremos ganar en un solo ejercicio al que se presenten —
respondió Spencer.
Como hablaban en voz alta, fueron muchos los curiosos que escuchaban
la conversación.
Todos escuchaban en silencio.
—Les advierto noblemente que el año pasado fueron los que triunfaron
en la mayoría de los ejercicios.
Ya lo sabemos, pero este año no triunfarán.
—Eso será muy difícil, joven —comentó un testigo, interviniendo en la
conversación.—. Yo les vi actuar el año pasado y puedo asegurarles que
resultará para ustedes casi imposible.
—No tardando mucho se convencerán de que están equivocados —dijo
Spike.
—En cuchillo, no nos cabe la menor duda de que será usted quien
triunfe —agregó otro testigo.
—No solamente triunfaré con el cuchillo, también triunfaría con el
látigo —dijo Spike.
Y yo con el rifle —agregó Forester.
—Eso resultará mucho más difícil —dijo Fleming—. Hay buenos
tiradores de rifle por estos territorios.
—Pero puedo asegurarles que no podrán con Forester —dijo Spencer—.
Fue el triunfador en varios concursos de rifle por Texas. Entre ellos y el más
famoso, el de Santone, después triunfó también en Austin y Dallas.
—Pero en mareaje...
—Triunfaremos también.
—Creo que no es conveniente tener esa seguridad —comentó Fleming,
un poco molesto por la seguridad de triunfo con que hablaban aquellos
tejanos.
—¿Se presentarán también en las carreras? —interrogó un testigo.
—Sí.
—¿Piensan derrotar también a los caballos de Fayette y a otros muchos
que vienen desde muy lejos?
—También.
¿Quién se encargará de ese triunfo? —interrogó sonriente Fleming. .
—Nuestra patrona —respondió Spike.
¿Miss Davis?
—No. Nuestra patrona es miss Maisy Tower. Miss Kitty Davis es una
buena amiga de nuestros patronos y por ello nos presentaremos en nombre
de su rancho.
—¿Han traído el caballo con ustedes?
—Si.
—Entonces, no podrá derrotar a nuestros caballos —dijo Fleming—. Yo
mismo poseo uno que quedó el año pasado en segundo lugar, y si desea
hacer alguna apuesta, podemos hacerla.
¿Sobre qué?
—A que mi caballo llegará antes a la meta que el de ustedes.
—Acepto de antemano.
—¿Cuánto desea apostar?
—Es usted quien debe decidir —dijo Spencer.
¿Le parece bien mil dólares?
—De acuerdo. Mañana los depositaré en el Banco y usted hará lo
mismo.
—No es necesario que deposite; usted sabe que estaré aquí y yo
siempre...
—Para evitar malas Interpretaciones y disgustos futuros, será preferible
que deposite el dinero. De lo contrario, no daré por válida la apuesta.
Fleming, comprendiendo que aquel muchacho estaba, en una postura
noble, dijo:
—Está bien. Aunque le advierto que en caso de perder no dudarla un
solo segundo en pagar.
—Le creo, pero así jugaremos ambos mucho más tranquilos.
—De acuerdo.
Hubo muchos comentarios acerca de esta prueba.
Eran muchos los que conociendo el caballo que poseía Fleming y que
era uno de los favoritos en las próximas carreras, querían jugar contra
Spencer.
Pero éste no accedió, asegurando que sólo deseaba ganar a Fayette todo
lo que pudiera.
—¿Saben en qué orden tendrán que actuar? —interrogó Fleming.
—No; aún no nos hemos enterado —respondió Spencer.
—El primer día, lazo y cuchillo; el segundo, látigo; el tercero, las
carreras, y como final, revólver y rifle.
—Lo que me alegra infinito, ya que cuando se efectúe la prueba de
caballos, habremos conseguido el triunfo con el látigo, lazo y cuchillo. Eso
nos dará fuerza para seguir ganando y apostando en mayor cuantía. ¿Y
mareaje?
—El segundo día, con la prueba de látigo.
—Entonces conseguiremos cuatro triunfos. Aunque en Texas la prueba
del lazo se considera igual que la de mareaje.
—Aquí primero se demuestra la habilidad con el lazo y después en el
mareaje. Habremos conseguido cuatro premios antes de derrotar a los
potros que se presenten.
—Hay pura sangres también... —comentó Fleming—. ¿Lo sabían?
—No podrán con «Estrella» —agregó Spencer—. Es la yegua más
rápida y fuerte que hayan conocido por aquí.
—Eso ya lo comprobaremos. No se puede hablar así de un caballo sin
conocer a los otros —comentó un testigo.
—Conocemos a «Estrella» y sabemos que no tiene contrarios. Es muy
celosa y envidiosa y no permite que ningún potro la saque una sola pulgada
de diferencia.
Los testigos sonrieron ante estas palabras de Spike.
¿Y en «Colt» quién se presentará? —interrumpió un testigo—. ¿Usted?
—Puede que lo haga —respondió Spencer—. Aunque creo que lo hará
Hank.
¿El que mató a los cinco hombres de Fayette?
El mismo.
—Aseguran que es un gran pistolero comentó Fleming.
—No en el sentido que usted pretende dar a entender a los demás —dijo
Spencer, un poco molesto—. Pero pueden opinar por lo sucedido.
—Tendrán serios disgustos con los hombres de Fayette —comentó otro
testigo—. Tan pronto como se enteren de la muerte de sus vaqueros, no
tardarán en presentarse todos ellos.
—Sentiríamos tener que matar a más —comentó Greystone—. Pero si
se obstinan, no tendremos más remedio.
—Lo único que deseamos es ganarle todo el dinero posible —dijo
Spencer.
—Creo que será Fayette quien hará un gran negocio apostando contra
ustedes.
—Puede que sea usted quien esté en lo cierto, aunque no lo creemos —
dijo Spencer—. Estamos seguros de nuestra destreza.
—Tan pronto como Fayette se entere, vendrá dispuesto a apostar fuerte.
—Ese es nuestro deseo. Queremos resarcirnos de los abusos que ha
cometido con miss Davis, desde la muerte de su padre —añadió Spencer.
Los reunidos seguían comentando.
La mayoría de los habitantes de Laramie, que conocían muy bien a los
hombres de Fayette, deseaban el triunfo de estos muchachos; pero los
forasteros pensaban que aquel grupo de tejanos eran unos fanfarrones, y por
lo tanto, deseaban su derrota.
El sheriff entró en el local y, contemplando los dos cadáveres que había
a la entrada, interrogó:
—¿Quién ha sido el que mató a esos dos?
—Fuimos nosotros, sheriff respondió Spike—. Pero antes de seguir
hablando debe interrogar a los testigos y comprenderá que lo único que
hicimos fue defender nuestras vidas.
—No me agrada el abuso de ciertas habilidades... —dijo el sheriff.
—Es natural, hubiera preferido que hubiésemos sido nosotros los
muertos, ¿verdad?
El sheriff, ante estas palabras de Spencer, tragó saliva con dificultad y
dijo:
—Lo único que deseo es que haya paz entre todos.
—Para ello debería usted poner algo de su parte —replicó Spencer.
¿Qué quiere dar a entender? —interrogó el sheriff, incomodado y
molesto.
—Que no debería haber consentido los abusos que los hombres de
Fayette cometieron con miss Davis.
—Desconozco esos abusos... —respondió el sheriff.
—No lo creemos nosotros así, como nadie que le conozca puede
creerlo.
—No quisiera disgustarme con vosotros...
—Más vale que no lo haga —respondió Greystone—. Esa placa es un
atractivo para mis armas cuando está colocada en un pecho que no
corresponde.
El sheriff, viendo que aquellos tejanos no se amilanaban, dijo:
Será preferible que dejemos esta conversación. Si efectivamente no ha
habido ventaja por vuestra parte, no tengo nada contra vosotros.
—Puede preguntar si lo desea.
—Estos muchachos dicen verdad —aseguró un testigo.
—Si es así, asunto concluido —dijo el sheriff, saliendo de nuevo del
local.
—No me agrada ese hombre —comentó Spencer.
—En el fondo es una buena persona —comentó un testigo—. Lo que
sucede es que Fayette y su equipo lo tienen acobardado.
De pronto un silencio absoluto se hizo en el saloon.
Spencer y sus acompañantes buscaron la causa que motivó aquel
silencio y se fijaron en el grupo de vaqueros que entraban en esos
momentos encabezados por un caballero muy bien vestido. Quizá con
excesiva elegancia.
Los tejanos comprendieron que debían ser temidos, ya que de lo
contrario no hubieran dejado de seguir comentando los sucesos de última
hora.
Cerca de ellos dijo un testigo en voz baja:
¡Cuidado, muchachos! ¡Es Fayette con sus hombres!
Al escuchar estas palabras, los tejanos se pusieron rígidos y dispuestos a
todo.
Fayette, que era el que iba a la cabeza de sus hombres, interrogó:
—¿ Dónde están esos tejanos que aseguran que nos derrotarán ?
—Les tiene frente a usted —respondió Spencer, sereno.
¿Quién de vosotros fue el que mató a mis hombres a traición?
—En estos momentos no está aquí —respondió Spencer—. Y por su
bien procure no volver a insultar a Hank; de lo contrario, me obligará a
hacer algo que no deseo porque creo que no le ha llegado aún su hora.
Fayette y sus hombres se fijaron detenidamente en aquellos cuatro
hombres que tenían frente a ellos.
—No he insultado a nadie —agregó Fayette—. Sólo digo lo que me han
dicho.
¿Quién ha sido el cobarde que le ha engañado? —interrogó Spencer.
—No quiero discutir... —dijo Fayette—. He venido dispuesto a cruzar
las apuestas que deseéis hacer conmigo. ¿Estáis dispuestos a jugar fuerte?
—Todo lo fuerte que usted pueda.
¿Tanto dinero tenéis?
—Mucho más de lo que usted pueda haber imaginado.
—Eso me agrada —dijo sonriendo Fayette—. Así haré una fortuna que
no esperaba. ¿En qué se basará la apuesta?
—En que triunfaremos en todos los ejercicios en los que se presenten
sus hombres.
¿Y si no triunfan?
—Ganará usted —dijo Spencer—. Jugará con ventaja a su favor, ya que
ustedes sólo tienen que quedar en mejor lugar que nosotros aunque sean
derrotados por otros concursantes.
—Creo que habéis perdido el juicio... —dijo riendo Fayette.
—¿Cuánto apostamos para el concurso del primer día?
—¿Para lazo y cuchillo?
—Si.
—No mucho —dijo Fayette, sonriendo—. Ya que sé que uno de
vosotros es superior a todos con el cuchillo.
—Entonces, para cuchillo, si le parece, jugaré mil dólares contra cien —
dijo Spencer, ante la expectación de todos los testigos.
—¿Diez contra uno? —interrogó Fayette—. Creo que no perderé
aceptando.
—¿Y la prueba de lazo?
—¿Le parece mil contra mil?
—¡De acuerdo! —dijo Spencer.
—Después de esas pruebas de mañana, haremos las futuras.
—Es una gran idea... Y como creo que será mucho el dinero que ganaré,
quiero invitaros a un whisky.
—Aceptamos encantados, ¿verdad, muchachos? —dijo Spencer.
—¡Ya lo creo! —respondieron los otros tres tejanos.
—Pero cuidado con las traiciones —advirtió Spencer—. No dejaremos
que nos sorprendan.
CAPITULO IX

Las fiestas de Laramie eran famosas en Wyoming y a ellas acudían de


los estados y territorios limítrofes, especialmente de Colorado y Utah, gran
cantidad de vaqueros.
Corrida la noticia de las grandes apuestas cruzadas, por todos los
contornos de tan vasta comarca, el día anterior del comienzo de las pruebas,
la afluencia era tan extraordinaria que, agotados los alojamientos, se veía en
los alrededores infinidad de tiendas de campaña junto a grandes carromatos
que servían para el transporte de familias enteras.
Puestos de acuerdo los rancheros y dado el entusiasmo de los festejos,
elevaron los premios para los ganadores absolutos en cada uno de los
ejercicios, motivo este que hizo aumentar de modo insospechado el número
de participantes.
La lejana Texas veíase representada por Hank y sus amigos, y su gente
estaba dispuesta, por un prurito de superioridad, a un pugilato que originó
muchas desgracias en aquella época. Los vaqueros de Utah, Colorado,
Nebraska. Montana e Idaho buscaban más que el importe del premio, la
satisfacción orgullosa de que fuera su Estado quien triunfara frente a los
otros ya famosos.
El sol implacable daba a todos los rostros la misma tonalidad, aunque el
modo de vestir fuera característica de cada región o Estado.
En los campamentos formados, así como en las reuniones en los salones
de diversión, veíanse agrupados por regiones a los vaqueros, taciturnos unos
y alegres otros.
Los conductores de profesión, famosos por su poca paciencia,
provocaban constantemente a todos los demás cuando el alcohol dejaba
sentir sus efectos.
El sheriff estaba preocupado; en los últimos días, en horas incluso,
habíanse celebrado más duelos que en varias semanas. Las victimas
sumaban algunas decenas.
Era una ola de locura que amenazaba asolar la ciudad. En cambio, los
ingresos en los saloons superaban por día a los de mensualidades anteriores.
Las existencias de bebida disminuían de modo angustioso para los
propietarios, que veían en esa aglomeración el mayor negocio de sus vidas.
Las mesas de póquer dejaban varios miles de dólares por sesión.
Sobre estas mesas se ahogaron con plomo, alevosamente usado, más de
una decena justa de protestas que impedía a los demás seguir por ese
camino.
En el rancho de Kitty Davis, los jóvenes charlaban animadamente.
—El concurso de hoy le costará varios miles de dólares a Fayette —
cementó el viejo Marcus— . Ya que está aceptando muchas apuestas de los
que confían en vuestras palabras... ¡Sería una terrible decepción para ellos si
resultarais derrotados!
—No lo seremos —comentó Spike.
—De momento, le ganaremos mil cien dólares —comentó Spencer.
—Has debido apostar más —agregó Hank.
—He querido que fuese él quien pusiese la cifra. Mañana le
apostaremos el doble y así sucesivamente hasta que finalicen las pruebas.
—El querrá resarcirse de sus pérdidas en la carrera de caballos —
comentó Kitty—. Apostará todo lo que vosotros podáis aceptar.
—Para ese momento tengo una apuesta que deslumbrará a todos —
comentó Hank.
Todos sus amigos y acompañantes le contemplaron curiosos.
¿A qué te refieres? —interrogó su hermana.
—Apostaremos el rancho de Kitty contra treinta mil dólares.
Todos se quedaron en silencio.
No sabían qué decir.
Kitty era la más sorprendida.
Marcus, después de unos segundos de silencio, dijo:
—Creo que es demasiado lo que piensas exponer, por la confianza que
puedas tener en el caballo que monta tu hermana...
¡Ganaremos! —exclamó Hank.
—Pero es que yo temo que pueda ganar él y no quisiera que Fayette se
saliera con la suya... —comentó Kitty nerviosamente.
—No debes estar intranquila. En caso de que nos derrotara, cosa que no
creo, te darla yo el doble... Si pongo tu rancho en juego es porque no puede
mi padre enviarme a tiempo ese dinero, de lo contrario no lo haría.
Kitty, sonriendo, comentó:
—Desconozco los motivos de mi confianza en ti, pero es así. Puedes
jugar mi rancho contra esos treinta mil dólares. ¡Creo, como tú, que
ganaremos!
Esto sorprendió a todos. No esperaban que la muchacha accediera.
Maisy fue la única que dijo:
—Piensa que «Estrella» estará aún cansada del viaje.
—Para pasado mañana, estará en forma.
—Creo que es demasiado lo que te propones.
—Debéis confiar en mi. Ellos se pondrán muy nerviosos cuando
exponga esta apuesta.
—Pero piensa que si perdemos...
—¡No perderemos!
—Eso no puedes asegurarlo sin conocer a los caballos que se
presentarán.
—Tú sabes, Maisy, mejor que nadie, que es mucho lo que entiendo de
esos animales y que cuando me atrevo a hacer esa apuesta, es porque estoy
seguro de nuestra victoria.
—¡Yo confío como tú! —exclamó Kitty, segura de sus palabras.
—Entonces, no hay más que hablar —agregó Hank—. Vayamos hacia la
pradera antes de que se haga tarde.
Mientras tanto, Fayette hablaba en su rancho con sus hombres.
El que Intervendría en la prueba de lazo dijo:
—¡No conseguirán derrotarme esos tejanos!
—Piensa que la mitad del premio, más la mitad de las apuestas, serán
para ti.
—Descuide, patrón. No conseguirán derrotarme esos tejanos.
—Así lo espero. ¿Y tú qué piensas, Grant?
—Después de lo que hizo ese muchacho con el cuchillo, creo que no
podré derrotarle. Para hacer lo que él hizo, es preciso tener una gran
habilidad.
—Así pensamos todos, pero debes poner de tu parte todo lo que puedas.
—Así lo haré.
—No debes ponerte nervioso... Procuraré que seas tú el primero que
actúe.
—De todos modos, no creo que perdamos mucho si somos derrotados
—comentó otro.
—Sólo perderemos cien dólares, y si ganamos nos llevaríamos los mil
—dijo Fayette, sonriendo—. Así que los novecientos restantes serán para ti
si triunfas.
Estas palabras alegraron a Grant, que le dieron ánimo para su futura
actuación, aunque sabía que Spike le derrotaría, ya que jamás conseguiría él
la seguridad que aquél demostró.
Fayette siguió animando a sus hombres.
Su capataz, Alton, comentó:
—Creo que tendremos que luchar duramente para conseguir derrotar a
esos muchachos, sobre todo en cuchillo y revólver.
—Pero en caso de que nos derroten ganaré muchos miles de dólares en
las carreras —comentó riendo Fayette—. No creas que tengo mucha
confianza en nuestros hombres frente a esos tejanos, pero en las carreras me
resarciré de las pérdidas que pueda tener.
—¿Conoces el caballo que presentarán esos muchachos?
—No. Pero conozco a los nuestros y ya sabes que no tienen contrarios.
—De todos modos, no debes fiarte demasiado. Antes de hacer las
apuestas hemos de conocer a esa yegua.
—Da conoceremos. Creo que la monta la hermana de uno de esos
muchachos. Y piensa que acaba de realizar un viaje de muchos cientos de
millas.
—Pero hasta pasado mañana, puede descansar lo suficiente.
—¡Estoy seguro de nuestro triunfo!
—No es que yo dude; pero ya me conoces, no me agrada confiarme.
—Si es preciso, buscaremos un medio de inutilizar ese caballo... Pero
antes hemos de comprobar si nos derrotan en las pruebas anteriores.
—¿Has depositado el dinero de las apuestas en el Banco?
—Sí. Ese muchacho no se ha fiado de mí.
—Vayamos hacia la pradera. Hablaré con los muchachos.
Ya lo he hecho yo. Harán todo lo que puedan.
—El año pasado vencieron a muchos codos de...
—Este año estoy seguro que por lo menos en cuchillo nos derrotarán.
Puede que no... Grant es muy seguro.
Recuerda lo que ese muchacho hizo en el saloon de Fleming.
—Pudo ser una casualidad.
***

Las calles de Laramie, con sus infinitos saloons de diversión,


acumulaban a una abigarrada multitud que de vez en cuando huía como
reses asustadas en busca de huecos donde protegerse.
Los vaqueros, vestidos con sus alegres trajes y los multicolores
pañuelos agitados con una mano, corrían la pólvora al galopar de sus
caballos, enjaezados de modo vistoso.
El saloon de Fleming, por ser espacioso, embalsaba mucha de aquella
corriente humana, que en espera de acudir a la explanada de los festejos se
divertían bebiendo y bailando.
Tanta era la gente allí reunida que hacía imposible el baile e
imposibilitaba a los sirvientes de complacer con la prontitud deseada a tanta
demanda de líquido.
Fleming, satisfecho, paseaba por el saloon repartiendo sonrisas a unos y
otros.
Las risas argentinas de muchas jóvenes daban al saloon una vitalidad
especial.
Constantemente llegaban carromatos, cochecillos y verdaderas
diligencias que volcaban sin descanso lo más heterogéneo en tipos, que
daban un colorido especial al pueblo.
Eran muchos los forasteros llegados del Este que acudían a Laramie
para presenciar por primera vez el duelo titánico de los vaqueros para
conseguir el triunfo.
Todas las casas de Laramie albergaban algunos huéspedes.
Maisy, Kitty y los tejanos eran contemplados con curiosidad por todos.
Las dos muchachas, con su belleza extraordinaria, hacían que todas las
miradas coincidiesen en ellas con la satisfacción de Spencer y Hank, que
orgullosos, las tenían muy pegadas a ellos.
Eran muchos los que les interrogaban si aún seguían pensando en el
triunfo, asegurando ellos que podían apostar a su favor si querían conseguir
unos dólares que hiciera la estancia en la ciudad más cómoda y alegre.
Esta seguridad de los tejanos hacía sonreír a la mayoría.
Branton, como se llamaba el vaquero de Fayette que se enfrentaría a
Spencer en la habilidad de lazar, se aproximó a los jóvenes, interrogando:
¿Quién será el que se enfrentará a mí con el lazo?
Yo —respondió Spencer.
¿Crees que tienes las suficientes facultades para ello?
Si no fuera así, no me presentaría; pero te derrotaré sin que quede la
menor duda en los demás.
No creas que te resultará tan sencillo.
—Te demostraré que es mucho más fácil para mi derrotarte que derrotar
tú al resto. Este año os ganaremos en todo.
¿También en las carreras?
También.
Pronto os convenceréis de vuestro error —comentó Branton, como
despedida.
Cuando se alejó Branton, dijo Hank:
Vayamos hacia la explanada. Pronto comenzarán las pruebas.
Los que no habían visto utilizar el cuchillo a Spike deseaban comprobar
si efectivamente era tan bueno como aseguraban.
Había varios que se inscribieron con la idea de derrotar a Spike.
La explanada en donde se celebrarían las pruebas estaba concurridísima.
Infinitos vehículos de la época estaban materialmente cubiertos de una
multitud delirante.
No se permitía andar a caballo por dentro del círculo formado por tantos
y tan variados vehículos.
En la parte dedicada a presidencia, el juez y varios lancheros de los
contornos que formarían el jurado, preparaban las cosas para dar comienzo
a las pruebas.
La llegada de los equipos que formarían el elenco de luchadores fue
saludada con una prolongada salva de aplausos y gritos de aliento para cada
uno de sus preferidos.
El sheriff, provisto con un gran megáfono, hacia ademanes pidiendo
silencio.
Cuando con no pocas dificultades lo consiguió, gritó: Señoras, señores:
Van a dar comienzo las grandes pruebas de habilidad y arte entre los
representantes de los distintos equipos que este año toman parte en el
concurso, para disputarse los premios ofrecidos y que han sido aumentados
a última hora por la gran lucha que existirá. Los representantes de cada uno
de los equipos que piensen presentarse para las pruebas de cuchillo, deben
adelantarse para que el jurado les instruya de las condiciones. El primero
que intervendrá en esta prueba será Grant, vaquero perteneciente al equipo
de míster Joe Fayette. En segundo lugar, lo hará el tejano que representará
al equipo de miss Kitty Davis.
Cuando los dos llamados aparecieron en la explanada, reanudáronse los
aplausos y los gritos ensordecedores llenaron el ambiente.
Cientos de sombreros agitábanse al viento como estímulo y saludo a los
gladiadores.
Griterío que se repitió cuando los dos, en pie ante el jurado, escuchaban
sus instrucciones.
Colocaron dos grandes tableros, en los que figuraban unos dibujos
cuyas líneas debían ser cubiertas por veinticinco cuchillos, en los lugares al
efecto marcados con una cruz.
La precisión y el tiempo eran los dos factores que puntuaban.
Un silencio expectante siguió al griterío cuando el representante del
equipo de Fayette, frente a su tablero, se disponía a empezar.
A ocho yardas del tablero, una mesita con los cuchillos preparados y
junto a ésta, el vaquero.
Cuando se adelantó Grant y sus cuchillos fueron buscando con acierto
las cruces del dibujo, decía Kitty a Maisy, que presenciaban nerviosas
aquella prueba:
—Es desesperante esa seguridad. No yerra uno.
—Es muy frío —respondió Maisy—. Pero no podrá con Spike.
Sólo el último cuchillo, quizá por cansancio, desvióse pocos milímetros
de la cruz central, y ello arrancó un grito de rabia al propio Grant.
Los que pensaban presentarse después de Spike sabían que les resultaría
difícil vencer a Grant, pero lo intentarían.
Adelantóse Spike sonriendo a sus amigos.
Dada la señal, empezó a lanzar con tal rapidez y seguridad que sólo
llevaba la mitad de los cuchillos lanzados cuando empezaron los aplausos.
De no tener aquel temperamento tan frío, le habrían distraído.
Antes de salir el último cuchillo de su rapidísima mano habían saltado a
la pista varios vaqueros que, entusiasmados, se dirigieron hacia él, y
mientras vibraba en el blanco el último disparo, el lanzador era elevado a
hombros de aquellos enardecidos vaqueros.
No había la menor duda de quién era el vencedor.
Los que esperaban a presentarse, después de lo que acababan de
presenciar, se retiraron, seguros de su fracaso.
Kitty besaba entusiasmadamente a Maisy.
—Es maravilloso ese hombre —decía el capataz de Fayette a éste—. No
hay duda que será el vencedor.
—Espero que sea en lo único que triunfen.
El sheriff comunicó a los espectadores que Spike había sido el vencedor,
a muchos codos sobre los demás.
Al escuchar estas palabras, Kitty emocionada, se abrazó a Hank,
besándole.
Este gesto produjo tanta algarabía como el resultado de la prueba en los
espectadores.
A Fayette, que no perdía un detalle de aquella escena, le costaba gran
esfuerzo contenerse.
—Serán varias las pruebas en que nos derrotarán —comentó Alton, el
capataz de Fayette—. No debes apostar mucho.
—Les dejaré sin cinco centavos en sus bolsillos pasado mañana. El
caballo que presentan no podrá con el nuestro.

***

Durante la noche no había más comentarios en todos los locales de


diversión que los que se referían al resultado de las dos pruebas realizadas.
Spencer había triunfado también sin lugar a dudas sobre Branton, con el
lazo.
Todos los vaqueros que se habían dado cita en Laramie ya no dudaban
del triunfo en todo de aquellos tejanos.
Fayette estaba disgustadísimo. Le había costado muchos dólares, ya que
eran muchos los que hablan jugado a favor de los tejanos. Esto le
demostraba que no era muy estimado y que se alegraban de su derrota.
Maisy y Kitty, acompañadas de los tejanos, entraron en el local de
Fleming para celebrar el triunfo.
Fleming les felicitó.
—Como ha podido comprobar —dijo Spencer a Fleming—, hemos
cumplido nuestra palabra.
—De momento, así es —añadió Fleming—. Y no dudo, después de lo
que he presenciado hoy, que derrotarán mañana también a todos los
concursantes. Pero en las carreras de caballos serán ustedes los derrotados.
—No lo crea, míster Fleming —dijo Kitty, que estaba influida por el
optimismo de los tejanos—. ¡Triunfaremos también!
No comprendo que diga usted eso, miss Kitty... Usted conoce muy bien
los caballos que tomarán parte pasado mañana en las carreras.
—¡A pesar de ello les derrotaremos!
Hank sonreía satisfecho escuchando a la joven.
Fleming se separó de ellos para atender y ayudar a sus empleados. .
Fayette, en otro saloon, estaba charlando con sus hombres.
—Creo que mañana también nos derrotarán —comentó Fayette—. Son
muy peligrosos esos muchachos.
—No cabe la menor duda de que en revólver nos derrotarán.
En esto no estoy yo tan seguro —dijo Alton— . Seré quien se presentará
si es necesario.
—Ese muchacho es mucho más peligroso que todos nosotros.
—No lo creas. Piensa que los cinco compañeros que murieron a sus
manos, no podían compararse a nosotros.
—Conozco a los hombres, Alton —dijo Fayette—. Y estoy seguro de
que nos derrotarán.
¡Ha sido una desgracia que esos tejanos se presentaran a tiempo!
Y convencerán a Kitty para que no venda —se lamentó Fayette—.
Hemos de apoderarnos de esas reses Hereford que han traído desde Texas...
Valen una verdadera fortuna.
Se encargarán los muchachos de hacer desaparecer ese ganado —
comentó Alton.
—Pero con mucho cuidado. No quiero disgustos con esos muchachos.
—Descuida, sabrán hacer las cosas.
¡Y pensar que siempre creímos que Grant y Branton no tenían rivales...!
—dijo sonriente Fayette.
Reconozco que ese Spike es un demonio con el cuchillo —confesó
Grant, un poco molesto.
—Y al otro con el lazo no hay quien le iguale agregó Branton.
Alton, mirando hacia la puerta de entrada, dijo:
¡Ahí entra Godfrey con sus hombres!
El llamado Godfrey, al fijarse en Fayette, se encaminó hacia él.
Después de saludarle, interrogó:
¿Es cierto que habéis sido derrotados por unos tejanos?
—Así es, Godfrey.
¡No puedo creerlo!
—Pues te aseguro que han vencido merecidamente.
—¡No hubiera pasado eso de haber llegado yo con mis hombres a
tiempo!
—El año pasado no pudisteis con nosotros dijo Grant, molesto.
—¡Este año tengo gente nueva! dijo Godfrey. Además no hubiera
consentido que se llevaran los premios.
¿Cómo lo hubieras impedido?
—Hay un sinfín de formas...
—Y de cuerdas —le interrumpió Fayette. En estos días no se puede
jugar con los vaqueros. Hay muchos forasteros.
¿Pagaste todo el dinero que dicen te hicieron perder esos tejanos?
No me quedaba otra solución.
—¡Jamás creí que pudieras ser tan tonto!
Cuidado con tus palabras. Godfrey no quisiera disgustarme contigo. Si
pagué fue porque el dinero estaba depositado en el Banco.
Tengo deseos enormes de conocer a esos tejanos dijo Hauser uno de los
hombres de confianza de Godfrey. Aseguran que vencerán en todas las
pruebas, ¿es cierto?
Y empiezo a pensar que así será respondió Fayette entre el asombro de
Godfrey y sus hombres. Solamente les derrotaremos en las carreras.
,.No confiás en derrotarle con el Colt y el rifle?
Si les hubieseis visto manejar el Colt tampoco lo dudaríais vosotros.
¡No te comprendo!
Pues no puede estar más claro, Godfrey. Considero a esos muchachos
muy superiores a nosotros.
¡No puedo creer que pienses así!
Cuando les veas actuar, pensarás igual que yo.
Me gustarla encontrármelos aquí comentó otro hombre de Godfrey. Os
demostraré que os dejáis impresionar por poca cosa.
Pues si lo deseáis, podéis acompañarnos —dijo Fayette He de ir a ver a
esos muchachos al saloon de Fleming para concretar las apuestas para
mañana. Tengo esperanzas de poderles derrotar en algo.
¡Vayamos! exclamó Godfrey Nosotros nos encargaremos de darles una
lección a esos tejanos. No he conocido a ninguno que no fuera un fanfarrón.
Estos cumplen lo que dicen agregó Fayette
¡Os demostraremos que estáis impresionados!
Escucha un buen consejo, Godfrey dijo Fayette – si deseas seguir
viviendo algunos años más procura no avocar a esos tejanos... ¡Te matarían!
Godfrey, muy serio, miró a Fayette.
No comprendo cómo conociéndome te atreves a hablar así.
Es un consejo. Si no te apreciara, no te lo daría.
Después de estas palabras, mataré a esos muchachos para convencerte
de tu error.
Fayette, mirando a su capataz, sonreía satisfecho.
Alton sonrió a su vez, ya que comprendió el motivo por el cual su
patrón hablaba a Godfrey de aquella tetina. Quería incitarle para que fuera
en busca de los tejanos con propósitos homicidas.
Si deseáis conocerles, podéis acompañarnos dijo Fayette— , Pero
entraremos primero nosotros; no quiero que esos muchachos piensen que
somos nosotros los responsables de que les provoquéis, y nos maten
también.
¡No creí que fueras tan cobarde, Fayette! gritó Hauser muy serio.
Fayette miró fijamente a Hauser pero como comprendió que estaba en
una situación mucho más ventajosa que la suya para sacar, sonriendo,
agregó;
—No debemos ser nosotros quienes luchemos. Cuando conozcáis a esos
muchachos pensaréis igual que nosotros, ¡.verdad, Alton?
—Así es, Hauser dijo Alton—. No debéis provocar a esos muchachos a
no ser que estéis cansados de vivir.
—¡Vamos! —gritó Godfrey a sus hombres—. Vayamos al local de
Fleming.
—Primero debemos ir nosotros... —dijo Fayette.
¡Puedes ir después! —gritó Godfrey—. ¡Pero no les encontrarás con
vida!
—Es una pena que no quieras escuchar mi consejo. Godfrey. Esos
muchachos podrán jugar con vosotros. Es un suicidio ir a provocarles.
¡Una vez que terminemos con ellos, hablaremos nosotros! Lo único que
pretendes con tus palabras es ponernos nerviosos... Pero no lo conseguirás,
no somos tan cobardes como vosotros.
Fayette, con el gesto, evitó que sus hombres cometieran una tontería, ya
que los hombres de Godfrey estaban en ventaja con ellos.
—Podéis marcharos —dijo Fayette, sonriendo—. Y puedes creer,
Godfrey, que te deseo suerte, aunque estoy convencido del resultado.
¡Puedes ir al local de Fleming dentro de unos minutos! ¡Habrán dejado
de existir esos tejanos!
Y sin más comentarios, dio media vuelta, saliendo de! local seguido por
sus hombres.
Fayette, viéndole salir, sonreía.
Alton se aproximó a su patrón, diciéndole:
—No se han dado cuenta de tu verdadero juego.
Así es... Esperemos que tengan suerte, cosa de la que en realidad dudo.
Hauser es un pistolero muy peligroso.
—También lo es ese muchacho Lo único que he quejido obtener de ellos
es que no se distraigan y que si es preciso disparen a traición.
—Lo has hecho muy bien... Te aseguro que Godfrey antes de entrar en
el saloon de Fleming, lo pensará
Y efectivamente, Alton no se equivocaba.
Próximos al saloon de Fleming, dijo Godfrey a sus hombres:
—Hemos de entrar con las manos apoyadas en los Colt». Si es cierto
que son tan peligrosos, debemos estar en ventaja cuando llegue el momento
de iniciar los fuegos artificiales.
—No creo que sean necesarias tantas precauciones —comentó Hauser
—. Fayette ha intentado ponernos nerviosos. Y creo que con vosotros lo ha
conseguido.
—De todos modos, será preferible que entremos con las manos
apoyadas en los «Colt».
Y en estas condiciones entraron en el saloon.
Los tejanos charlaban animadamente con las muchachas.
Kitty, al fijarse en Godfrey, al que conocía muy bien, y ver la forma que
tenía de observarles, dijo nerviosa a Hank:
¡Cuidado con esos que entran!
Se fijó Hank en ellos y al ver que sus manos iban apoyadas en las
culatas de los «Colt», se puso un poco pálido, preguntando a la muchacha:
¿Les conoces?
—Sí.
¿Quiénes son?
—Godfrey y sus hombres. Se dicen cosas de ellos, pero —adíe se atreve
a enfrentárseles. Tiene fama de pistolero.
¿Cuál de ellos es Godfrey?
—El más corpulento.
¿Qué sucede? —interrogó Spencer, extrañado.
Hank se lo explicó en pocas palabras y Spencer, antes que Godfrey se
aproximara más, habló con Greystone. Forester y Spike, advirtiéndoles que
había que vigilar con suma atención.
Godfrey, al verse contemplado por los tejanos, dijo a Hauser que
caminaba a su lado entre los curiosos:
—Creo que ya no existirá sorpresa. Están pendientes de nosotros.
—Ya me he dado cuenta... Ha sido Kitty la que les ha avisado.
Cuando estuvieron a pocas yardas de los tejanos, interrogó Godfrey:
¿Sois vosotros los tejanos que habéis triunfado en los concursos de hoy?
—Si —afirmó Hank, sonriendo—. ¿Por qué?
—Porque de haber estado nosotros aquí no hubierais conseguido esos
premios.
¿Está seguro? —preguntó Spike.
—Así es —respondió Hauser.
—Pues si lo desea, podemos enfrentarnos mañana en la pradera —dijo
Spike—. Demostraré una vez más que no tengo contrario cuando se trata de
lanzar el cuchillo.
Y al hablar, mostró el cuchillo que tenía en su mano.
Godfrey y Hauser, al ver esta arma, no pudieron evitar el palidecer, pero
se rehicieron en seguida.
—Y yo puedo enfrentarme de nuevo con el lazo — dijo Spencer—.
Aunque será suficiente con que les derrotemos en los ejercicios que aún
quedan.
—Nosotros no somos los hombres de Fayette —comentó uno—. No nos
dejamos impresionar por nada y mucho menos por algo que carece de
importancia.
—Ello me alegra, ya que eso demostrará que somos muy superiores a
todos los vaqueros de estas llanuras —dijo Spencer.
¡Sois fanfarrones como todos los tejanos que he conocido hasta ahora!
gritó Hauser. Pero cuando me canse, os mataré, como siempre lo hice con
todos.
Hank, que estaba seguro de que aquellos hombres ceñían dispuestos a
provocarles, dijo:
—Eres demasiado cobarde para atreverte a enfrentarte a cualquiera de
nosotros en igualdad de condiciones.
Hauser palideció al verse insultado de aquella manera.
Los testigos de aquella discusión se retiraron hasta dejar a los dos
grupos que discutían frente a frente.
Acabas de dictar tu sentencia de muerte, muchacho dijo Hauser.
Kitty palideció visiblemente. Conocía a Hauser y sabía que era un
pistolero muy peligroso, pero recordando lo que Hank hizo frente a aquellos
cinco hombres de Fayette que también estaban considerados como rápidos,
se sereno.
¿Quién os ha enviado a provocarnos'.’ interrogó Spencer ¿ Fayette ?
¡No nos envía nadie! gritó Godfrey. ¡Si me conocieras sabrías que
Godfrey no trabaja para nadie!
Entonces. ¿por qué venís a provocarnos? .
¡Porque odiamos a los tejanos y mucho más si son fanfarrones! —gritó
Godfrey.
¡Si tuviera un Colt a mis costados, os demostraría que no podéis ni con
las mujeres tejanas! gritó Maisy.
Estas palabras hicieron sonreír a todos los reunidos
Hauser sonriendo, dijo:
Una vez que terminemos con estos muchachos, te afilaré las uñas en el
rancho de Kitty. . Creo que en este viaje lo vamos a pasar mucho mejor de
lo que habíamos pensado. .
Eso creo yo. Hauser — dijo Godfrey— Después de demostrar a todos
éstos que los tejanos no pueden ser nada más que unos fanfarrones
indeseables, bailaremos con Kitty y esa fierecilla ante los cadáveres de
ellos.
Estaríais muertos si mi hermana tuviera un Colt a su alcance —dijo
Hank. Es mucho más peligrosa que todos vosotros. Sólo Spencer y yo
podríamos derrotarla.
¡Empiezo a sentir un miedo cerval: — gritó Godfrey entre carcajadas,
contagiando a sus hombres.
Creo que deberíamos terminar de una vez con ellos.
Hank —dijo Spike —. No hay duda de que vienen dispuestos a terminar
con nosotros.
Y no tardando mucho, demostraremos que no se puede venir a
Wyoming y mucho menos a Laramie presumiendo de pistolero —dijo
Hauser.
—Es una pena que no os hayan dicho lo peligroso que es enfrentarse a
nosotros —dijo Hank— . Llegado el momento, a pesar de vuestra ventaja,
sólo serán nuestras armas las que dispararán.
—No somos como los hombres de Fayette, que se han impresionado
demasiado — dijo Godfrey.
Eso indica que habéis hablado con Fayette, ¿verdad? — dijo Hank.
Acabamos de dejarle en otro saloon.
¿Espera el resultado de vuestra visita?
—Yo no espero nada —dijo Fayette apareciendo—. Les he advertido
que sería muy peligroso enfrentarse a vosotros y no quisieron escuchar mis
palabras y eso que les aconsejé como amigo que no os provocaran.
Te vamos a demostrar. Fayette que estás equivocado —dijo Hauser— .
Y después hablaremos contigo. Ahora debes guardar silencio si no quieres
que llegado el momento de iniciar el viaje a nuestras armas te incluya en el
castigo.
No es con las palabras cómo se hacen las cosas —dijo Spike.
¡Tienes razón! —gritó Hauser—. Pero no tardando mucho habrá llegado
la hora de vuestra muerte.
¡Termina de una vez! —dijo Hank—. Empiezo a perder la paciencia y
quiero que seáis vosotros quienes iniciéis el movimiento, a pesar de vuestra
ventaja.
—Si ése es tu deseo... —dijo Godfrey—. Por nosotros no hay
inconveniente en ello, ¿verdad, muchachos?
¡Así es!
—Creo que estamos concediendo demasiada Importancia a este grupo
de ventajistas, Hank —dijo Spencer.
¡Os vamos a matar! —gritó Godfrey, moviendo sus manos y siendo
imitado por Hauser y el resto de sus hombres.
Los testigos no salían de su asombro.
Fayette temblaba como hoja azotada por el viento.
A pesar de la ventaja de Godfrey y sus hombres, solamente dispararon
las armas de los tejanos.
Siete cadáveres yacían sobre el suelo para no levantarse más.
Espeto que esto sirva de lección a los demás —comentó Hank —. Es un
consejo para usted, Fayette... Dígaselo a sus hombres.

FINAL

¿Qué sucede, Fayette? —interrogó Chinton en el rancho del primero.


—Te he enviado llamar, porque quiero que me hagas un trabajo.
—Si te refieres a esos tejanos, no quiero nada con ellos.
¿Y contra ellos?
—Mucho menos.
¿Les temes?
—No es que les tema, Fayette es que no quiero exponer mi vida.
—Piensa que ello te daría el suficiente dinero para retirarte a vivir
tranquilamente a zonas donde seas desconocido.
¿Cuánto?
—Diez mil.
—De momento me interesa... Puedes hablar.
Fayette estuvo hablando durante varios minutos.
Chinton escuchaba con máxima atención.
Cuando finalizó Fayette, interrogó Chinton:
—¿ Por qué tienes interés de deshacerte de esos muchachos ?
—Me preocupan demasiado.
¿Es mucho el dinero que has perdido con ellos'
No tanto como el que he perdido por culpa de ellos.
¿Qué temes?
—Que nos derroten, igual que han hecho en los deis ejercicios, en las
carreras.
¿Cuánto perderías en caso de que triunfasen en las carreras?
—Treinta mil dólares.
—Mucho dinero.
—Demasiado.
¿Por qué has aceptado?
—No podía negarme. ¿Con cuántos hombres cuentas?
—Con cuatro nada más. El resto está operando por los alrededores.
—Comprendo. ¿Tienes confianza en ellos?
Sí. Pero esos muchachos creo que nos han sacado de quicio a todos,
sobre todo desde que sucedió lo de Godfrey y sus hombres.
Es que son excesivamente peligrosos. No olvides que debes eliminarles
antes de mañana. No quiero que participen en las pruebas de caballos.
—Descuida. ¿Cuánto me darás por adelantado?
—La mitad.
—Está bien. Con ese dinero, mis hombres serán capaces de enfrentarse
al mismísimo diablo.
—Ellos son varios... — agregó Fayette, sonriendo.
—Jamás pensé que pudieran preocuparte unos vaqueros.
Estos son diferentes a los que estamos acostumbrados a tratar, no lo
olvides.
—Eso es cierto. Pero te aseguro que mis hombres se encargarán de
ellos.
—Y si no, debes hacerlo tú personalmente.
—Descuida. Por diez mil dólares soy capaz de matar a todos mis
hombres.
Fayette quedó tranquilo al ver marchar a Chinton.
Tenía confianza en ese hombre.
Chinton, una vez en la ciudad, reunió a sus hombres y les habló
claramente de lo que se proponía.
¿Cuánto te ha ofrecido por ese trabajo? —interrogó uno de sus hombres.
—Cinco de los grandes.
¡Está bien! —exclamó el mismo, contento.
¿Cuándo te los dará?
—Una vez que hayamos terminado con esos dos tejanos.
¿No te dio nada por adelantado?
—Si. Tres mil.
Entonces, yo creo que deberíamos marchar con ese dinero y...
¡Chinton siempre cumple lo que promete! —dijo éste enfurecido. ¡No es
un traidor!
No debes molestarte, pero creo...
—Pierdes el tiempo. Si te conviene entras en el negocio y, de lo
contrario, olvídalo.
Está bien, Chinton. Tú dirás lo que tenemos que hacer.
Es bien sencillo —dijo Chinton—. Sólo tendremos que esperarles en el
local de Fleming, donde acostumbran a ir a diario, y tan pronto como se
presenten, disparar sobre ellos.
Será peligroso. Esos muchachos se han convertido en los ídolos de estas
fiestas y quien se atreva a traicionarles, será colgado por los demás.
—No creo que lo hagan con nosotros.
—He visto cosas parecidas lejos de aquí y no quisiera que me ajustasen
una corbata de cáñamo a mi garganta.
—Entonces, creo que debemos provocarles. Si sabemos situarnos, no
nos resultará difícil el triunfo.
Y dicho esto, se pusieron de acuerdo en la forma que tendrían de
provocar al equipo de tejanos.
Sabían que eran todos ellos muy peligrosos y, por lo tanto, tomaron toda
clase de medidas.
Esa misma noche se situaron en el local de Fleming en espera de que se
presentasen los tejanos, como acostumbraban.
Fleming, al ver que este grupo se separaba, frunció el ceño y dijo a uno
de sus empleados:
—No me agrada la actitud de Chinton y sus hombres.
Ya me he dado cuenta. Juraría que esperan a los tejanos.
—Eso mismo estaba pensando yo... ¿Qué crees tú que debemos hacer?
—Yo en tu caso avisaría a esos muchachos. Me resultaron simpáticos
desde el primer día Sobre todo, desde que han demostrado que no son
fanfarrones...
Está bien. Sal tú del local y vigila para cuando se levanten esos
muchachos.
Y el empleado salió, sin que Chinton y sus hombres se dieran cuenta de
este detalle porque estaban atentos exclusivamente a la puerta.
El empleado, minutos después de salir, al ver desmontar a los tejanos,
habló con ellos.
Hank pensativo, dijo a sus hombres:
—Debéis entrar vosotros y vigilarles; no se atreverán intervenir hasta
que estemos todos.
Y así lo hicieron.
Greystone, Forester y Spike entraron decididos, haciendo que Chinton y
sus cuatro hombres se pusieran en guardia.
Pero Chinton, al no ver aparecer a los otros dos tejanos, frunció el ceño.
Miró hacia sus hombres para que no les provocaran.
Mientras tanto, Spike, Greystone y Forester vigilaban con atención.
Cuando descubrieron a los cuatro hombres de Chinton, quedaron
tranquilos.
Los vigilaban con disimulo y sin que Chinton ni sus hombres se dieran
cuenta de que eran vigilados a su vez
Cuando entraron Spencer y Hank, Chinton sonrió a sus hombres.
Spencer que buscaba a Chinton con la mirada, cuando se encontró le
dijo;
Te advertí noblemente que la próxima vez que te encontrara te mataría.
Peto yo también he tomado mis medidas... — dijo sonriente Chinton. Os
tenemos rodeados y no podréis salir de aquí con vida.
Estas palabras hicieron que todos se separasen hacia los laterales,
dejando frente a frente a los dos grupos.
Deberías habernos conocido antes, Chinton dijo Spencer . Es una pena
que hayas cometido una torpeza. . Tus hombres, que nos vigilan con
atención, están a su vez vigilados por los nuestros. ¿Es que no te has dado
cuenta de ello?
Chinton y sus cuatro hombres palidecieron visiblemente al ver que
Greystone, Spike y Forester les vigilaban con atención.
—Como ves, hasta estamos en ventaja —agregó Hank. Ya que siendo
como somos superiores en el manejo de las armas, estamos en igualdad
numérica.
Creo que han tenido que ofrecerte mucho dinero para que perdieras el
juicio.
Chinton, contemplando a Spencer, que era el último que había hablado,
dijo:
¡Nadie me ofreció un solo centavo por vuestra muerte!
—Entonces, ¿por qué has venido en mi busca?
—No te buscábamos...
¡Estás mintiendo! —gritó Hank.
No hubo más palabras, Chinton y sus hombres quisieron o intentaron
traicionar a los tejanos, encontrando en ello su muerte.
Una vez más, Spencer y Hank demostraron que eran muy superiores a
todos.
Contemplando los cinco cadáveres, comentó Spencer:
Estoy seguro que esto es obra de Fayette.
Ya le llegará su turno —agregó Hank.

***

Esos muchachos desconfían de ti, Fayette... decía Alton.


—Pero no tienen pruebas. Les mataron antes de que hablasen —dijo
Fayette.
Hemos de pensar en algo o, de lo contrario, nos arruinarán.
—Lo tengo todo planeado. Esta tarde, antes de las carreras de caballos,
hemos de ir hasta el Banco para formalizar la apuesta... Allí les
sorprenderemos.
¿Cómo?
Estaréis allí cuando nosotros lleguemos, y con los Colt > empuñados.
Escucha...
Alton, escuchando a Fayette, sonreía complacido.
Cuando Fayette terminó de hablar, dijo Alton:
—Reconozco que sigues siendo el más inteligente de todos nosotros.
¡Magnífica idea!
—Una vez muertos esos muchachos, nadie querrá di raerlos por temor.
De acuerdo.
Siguieron hablando y gozando con la sorpresa que tenía preparada a los
tejanos.
Kitty decía a los dos amigos:
—No me agrada la actitud de Fayette. No sé ni puedo decir por qué,
pero no me agrada; no es esa forma apacible de comportarse su costumbre.
—Puedo que se haya dado cuenta de que no se puede yugar con
nosotros —dijo Hank.
No lo sé, pero no me agrada. Debe tramar algo Chinton y sus hombres,
si os provocaron, estoy convencida de que fue por orden de él.
No lo creo así. Chinton quería demostrar, al igual Que Godfrey, que...
A pesar de todo, debéis estar con mucha precaución y sin fiaros de
nadie.
—Así lo haremos.
¿Vamos hasta el pueblo? —interrogó Spencer— . Hemos de concertar la
apuesta con Fayette en el Banco.
—No me agrada que vayáis... Si no quiso hacerle anoche, después de la
muerte de Chinton, es porque espera sorprenderos o hay algo que no
consigo adivinar.
—Debes estar tranquila, Kitty. Soy yo quien más desea que no me
suceda nada. Ya que una vez que finalicen estos concursos, te diré algo que
ahora no me atrevo... Antes quiero que ese Fayette te devuelva el dinero que
te robó. Y que confiese ante todos que el juez le ayudó a robar el ganado
que tu padre dejó en el rancho. Ya que no creo en el recibo que el juez
aseguró que existía.
—¿Qué es lo que deseas pedirme. Hank? —preguntó ansiosa la joven.
¿Qué puede pedir un hombre enamorado que no sea que te cases con él?
— interrogó sonriendo Maisy—. Es lo que espero que me pida Spencer.
—Te lo pediré tan pronto como regresemos a Texas... —respondió
Spencer, riendo.
Ya hablaremos de estas cosas más adelante — dijo Hank—. Ahora
debemos ir a hablar con Fayette.
Y los tejanos montaron a caballo, alejándose del rancho.
Maisy con dos Colt pendientes de sus costados, dijo a Kitty:
Vayamos nosotras también hasta el pueblo.
Y las dos jóvenes marcharon tras los muchachos.
En el Banco les esperaba ya Fayette en compañía del director.
Una vez formalizada la apuesta, salieron del Banco.
Pero a la misma entrada, dijo Alton con sus dos Colt empuñados:
—¡Levantad las manos! ¡Pronto o disparo!
Los cinco tejanos obedecieron ante el temor de que Alton disparase.
Fayette sonreía complacido.
¡Esto es una cobardía! —exclamó Hank
Procure no insultar si no desea que mi índice se contraiga —advirtió
Alton.
Los que pasaban por la calle, que eran muchos, se detenían para
contemplar la escena.
¿Qué piensa hacer? — interrogó Spencer.
Disparar sobre vosotros cuando mi patrón me lo ordene — respondió
Alton.
—No creo que se atreva delante de tantos testigos —comentó Hank.
Una vez muertos, nadie se preocupará de vosotros —dijo Fayette,
sonriendo.
Si se lija en los testigos, no pensará así —dije Hank—. En el Oeste
siempre se castigó a los cobardes.
Fayette, al ver el rostro de quienes les rodeaban, no pudo evitar el sentir
un escalofrío; pero como conocía las reacciones de las multitudes, sabía que
una vez muertos aquellos muchachos, nadie se atrevería a exponer su vida.
—Vamos a hacer con vosotros lo mismo que vosotros hicisteis con
varios compañeros nuestros —dijo Alton — Os vamos a matar a traición.
En esos momentos sonaron dos disparos y las armas de Alton cayeron al
suelo ante la sorpresa general.
Maisy, sonriendo a su hermano y a su prometido, comentó:
—Podéis dar gracias a que me colgué mis Colt de lo contrario, no
hubiera podido intervenir.
Fayette y sus hombres retrocedieron al ver los Colt en manos de los
tejanos.
Todos hacían grandes elogios de la habilidad de aqueja joven que con
tanta limpieza pudo desarmar a Alton.
Alton no dejaba de contemplar a la joven con odio y miedo al mismo
tiempo. No comprendía que una mujer pudiera utilizar el Colt con la misma
seguridad de un buen pistolero.
—Ahora todo ha cambiado para vosotros — comentó Hank—. Y espero
que míster Fayette condese algo que nos interesa a todos escuchar. ¿Por qué
quena traicionarnos y eliminarnos?
—Temía que me vencierais en las carreras también — dijo asustado
Fayette.
¿Quién asesinó al padre de miss Kitty?
Fue una pelea noble.
¿Quién disparó sobre él por la espalda?
Fayette, antes de responder, miró fijamente a Alton.
Spencer, comprendiendo el significado de aquella mirada dijo:
Fue ese cobarde, ¿verdad?
Fayette movió afirmativamente la cabeza.
¡Eres un traidor! — gritó Alton sin poderse contener.
Piensa que ahora está desarmado —dijo Hank a Alton—. ¿Es cierto que
míster Kris Davis le debía diez mil dólares? preguntó al ganadero.
Fayette, completamente pálido, movió negativamente la cabeza.
—¿Por qué mintió el juez, entonces? —interrogó Spike.
Porque tenía que repartir con él los beneficios de mis robos a miss
Kitty...
Un gran murmullo se escuchó entre los testigos.
Murmullo que se convirtió en un movimiento que asustó a Fayette y sus
hombres, y por ello trataron de sorprender a los tejanos, pero éstos, con las
armas empuñadas no tuvieron otra cosa que hacer que oprimir los gatillos.
Fayette y sus hombres cayeron sin vida.
Alton, que se salvó porque estaba desarmado, fue linchado por los
testigos.
Tampoco se salvó el juez, ya que 'la enardecida multitud se encaminó
hacia la oficina de éste y tan pronto como lo encontraron, hicieron lo mismo
que con Alton.
Kitty se abrazó a Hank, asustada, cubriéndose los ojos.

***

El viejo Marcus quedó en el rancho de Kitty como administrador y ella


marchó con los jóvenes a pasar una temporada a Texas.
Tres meses más tarde, en Dallas se preparaban Spencer y Hank para
contraer matrimonio con Maisy y Kitty.
Una vez casados, comentó Maisy ante todos los invitados:
—Podéis asegurar, sin temor a equivocaros, que estas bodas se han
podido celebrar gracias a que con mi tozudez os acompañé hasta
Wyoming... Una vez en Denver y otra en Laramie os libré de una muerte
cierta.
Todos rieron de muy buena gana, aunque los dos jóvenes
comprendieron que eran justas aquellas palabras.

FIN

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