Primera edicin, octubre de 2013, Santiago de Chile
Instituto de Estudios Avanzados
Universidad Santiago de Chile
Registo de Propiedad Intelectual: 234.520
ISBN: 978-956-353-397-2
Diagramacin: Fabiola Hurtado
Impresin: Grhca Lom
Impreso en Chile / Printed in Chile
LIBERACIN, INTERCULTURALIDAD 
E HISTORIA DE LAS IDEAS
Es+irios sovvi ii Pis.xii+o Fiiosoiito  
i Axfvit. L.+i.
Josf S.+os Hivtic (Coxvii.rov)
ndice
Qu se dice cuando se dice hlosofa latinoamericana?
A modo de introduccin
Josf S.+os Hivtic  7
PRIMERA PARTE
FILOSOFA DE LA LIBERACIN  25
Filosofa para la liberacin y violencia
Hov.tio Civi++i Giirvivc  27
Vigencia actual y proyecciones 
de la Filosofa Latinoamericana de la Liberacin
Ji. C.vios St.oi  45
El estatuto de la universalidad en la Filosofa 
latinoamericana: lo universal-situado
M.vio C.s.ii.  55
La Filosofa de la Liberacin como un historicismo de la 
alteridad? Del historicismo analctico al trabajo vivo
M.vio S.fz  71
SEGUNDA PARTE
FILOSOFA INTERCULTURAL  89
Las culturas del saber y su encuentro en el dilogo  
norte-sur. Cmo pensar el saber que debemos saber?
R.ii Fovi+ Bi+.toiv+  91
En nombre de la lengua perfecta
Firii Tivio Avi.s-Stuviiviv  109
Dilogo intercultural y poltica del reconocimiento. 
Aproximaciones al conuicto en tierras mapuches (Chile)
Rit.vro S.i.s As+v.i  125
De los Estudios Culturales a los sujetos histricos
Di. Pito++i  145
TERCERA PARTE
HISTORIA DE LAS IDEAS  159
La Teora del Discurso y la investigacin  
de lo ideolgico
Av+ivo Arvfs Roic  161
Humanismo emergente y antropologa de la dominacin 
en Augusto Salazar Bondy para una reconstruccin de la 
tradicin del humanismo latinoamericano
Arvi.. Avvii  183
Francisco Bilbao, entre el proyecto latinoamericano y  
el gran molusco
Aiv.vo G.vtI. S. M.v+I  203
El nutrido campo de las historias de la Filosofa 
Latinoamericana
Josf S.+os Hivtic  225
AUTORES  243
   7
Qu se dice cuando se dice hlosofa 
latinoamericana?
1
A modo de introduccin
Josf S.+os Hivtic
Alejandro  Korn  escriba,  a  principios  del  siglo  XX,  respecto 
de  la  Filosofa  en  Argentina  algo  que  creo  puede  aplicarse 
a  muchos  de  los  que  comienzan  a  leer  un  artculo  como  este: 
Me  imagino  deca  Korn  la  sonrisa  del  lector  ().  Desde 
cundo tenemos Filosofa argentina? Acaso tenemos hlsofos? 
(1993:29).  Reaccin  irnica  que  con  toda  probabilidad  ser  la 
de una parte importante de los que se topen con este texto. La 
Filosofa latinoamericana, sin embargo, para sorpresa de muchos, 
constituye  desde  hace  tiempo  un  tema  de  investigacin.  A  la 
fecha, tiene a su haber, tanto considerando los textos originales 
de los hlsofos como el meta-discurso o examen crtico de dichos 
escritos, un enorme caudal de literatura. Utilizando criterios que 
recuerdan  al  concepto  de  normalidad  de  Francisco  Romero, 
podramos decir que se dictan cursos de Filosofa latinoamericana 
por todo el continente, se han escrito innumerables historias de la 
Filosofa  latinoamericana  tanto  continentalmente  considerada 
como por pases, se realizan congresos y coloquios sobre el tema 
regularmente y los libros al respecto llenan bibliotecas. 
El  estudio  de  la  Filosofa  latinoamericana  es,  hoy  por  hoy, 
siguiendo con la categorizacin de Romero algo muy habitual 
en  algunos  lugares  del  continente  donde  dicho  trabajo  se  ha 
generalizado;  digamos  que  all  se  ha  normalizado  en  el 
sentido de que el dedicarse a ella se ha incorporado como () 
1
    Este  texto  fue  publicado  en  la  Revista  Chilena  de  Filosofa,  N  68,  2012, 
pp.65-78.
8  
una  actividad  ordinaria  a  la  comn  vida  del  espritu  (Romero, 
1952:61), se ha ido consolidando hasta pasar a ser (...) uno de 
los asuntos habituales del comn ejercicio intelectual (Romero, 
1952:54). Es tanto as que la Filosofa latinoamericana incluso ha 
trascendido los lmites del continente. 
En este sentido, a inicios del siglo XXI Pablo Guadarrama hace 
ver que () los hlsofos latinoamericanos han podido insertarse 
mejor  en  el  nivel  de  las  discusiones  hloshcas  internacionales 
(2001:177), que () las ideas hloshcas elaboradas en Amrica 
Latina  han  llegado  a  tener  mayor  reconocimiento  mundial, 
que  ()  en  Europa  y  Norteamrica,  se  ha  incrementado 
el  inters  por  estudiar  y  valorar  el  pensamiento  hloshco 
latinoamericano, y que hay un () reconocimiento del grado 
de  madurez  alcanzado  por  la  vida  hloshca  latinoamericana  en 
la actualidad(178).
Esta instalacin y reconocimiento del tema contrasta, sin embargo, 
con  la  situacin  en  algunos  pases  de  Amrica  Latina.  Un  caso 
paradigmtico es el de Chile. En nuestro pas se han publicado 
algunos  pocos  pero  signihcativos  libros  sobre  el  tema
2
.  Los 
cultores  de  esta  temtica  son  un  grupo  relativamente  pequeo, 
pero constituido por prestigiosos hlsofos
3
; sin embargo, a nivel 
2
   Sin la intencin de ser exhaustivo, podran mencionarse aqu los siguientes 
libros: Manfredo Kempf Mercado, Historia de la flosofa latinoamericana, (Santiago 
de  Chile:  Zig-Zag,  1958),  Carlos  Ossandn,  Hacia  una  flosofa  latinoamericana 
(Santiago  de  Chile:  Nuestra  Amrica,  1984),  Mario  Berrios  Caro,  Identidad-
Origen-  Modelos:  pensamiento  latinoamericano  (Santiago  de  Chile:  Instituto 
Profesional de Santiago, 1988), Ivn Jaksic, Filosofa e identidad cultural en Amrica 
Latina  (Caracas:  Monte  vila,  1988),  Luis  Vitale,  Pensadores  latinoamericanos 
contemporneos  (Santiago  de  Chile:  Facultad  de  Filosofa  y  Humanidades, 
Universidad  de  Chile,  2001),  Sergio  Vuskovich,  Filosofa  Latinoamericana 
(Valparaso: Ediciones de la Universidad de Playa Ancha, 2004), Ricardo Salas A. 
tica intercultural (U. Ral Silva Henrquez, 2004), la triloga de Eduardo Devs, 
El  pensamiento  latinoamericano  del  siglo  XX  (Santiago  de  Chile:  Biblos-DIBAM, 
2003-2004) y recientemente de Jos Santos Herceg, Conficto de Representaciones. 
Amrica Latina como lugar para la flosofa (Mxico/Chile: FCE, 2010).
3
    Ricardo  Salas  y  Eduardo  Devs  mencionan  como  cultores  de  este  tema  a 
Osvaldo Fernndez (Universidad de Valparaso), Mario Berros, Carlos Ossandn 
(Universidad  de  Chile),  Carlos  Verdugo  (Universidad  de  Valparaso),  William 
Thayer  (UMCE),  Carlos  Ruiz  (Universidad  de  Chile)  y  Renato  Cristi  (Devs  y 
Salas: 1999). A este grupo habra que agregar, sin duda, a los autores mismos del 
texto: Eduardo Devs (USACH) y Ricardo Salas (UCRSH). Cecilia Snchez, por 
su  parte,  rescata  para  el  tema  a  Javier  Pinedo  (Universidad  de  Talca),  Patricia 
   9
institucional, la Filosofa latinoamericana no ha tenido, hasta hoy, 
un reconocimiento correlativo
4
. En lo referente a la investigacin, 
en  el  tema  prcticamente  no  han  sido  hnanciados  proyectos 
por  FONDECYT
5
.  En  el  mbito  de  la  docencia,  las  carreras  de 
Filosofa, ya sea a nivel de pregrado (Licenciatura o Pedagoga)
6 
o  postgrado
7
,  cuando  se  ofrece  algn  curso  sobre  el  tema
8
  solo 
es uno. En lo referente a las actividades de extensin o difusin 
acadmica, han existido coloquios, seminarios y congresos en los 
que  se  aborda  la  problemtica  de  la  Filosofa  latinoamericana, 
pero son pocos y carentes de toda regularidad. En un contexto 
como este, la alusin inicial a Korn est justihcada. Hacindome 
Bonzi  (Universidad  de  Chile),  Claudio  Rivas,  Gonzalo  Cataln,  Marcos  Garca 
de  la  Huerta  (Universidad  de  Chile),  Jos  Santos  Herceg  (USACH)  y  Jorge 
Vergara (Universidad Bolivariana) (Snchez, 2005: 34). Una vez ms habra que 
incluir en este listado tambin a la autora de la enumeracin: Cecilia Snchez.
4
    Aunque  se  podra  sostener  con  Devs  y  Salas  que  la  posibilidad  de  una 
Filosofa  latinoamericana  es  uno  de  los  temas  que  han  marcado  la  discusin 
hloshca de los ltimos 16 aos en Chile, sin embargo, no se debe olvidar lo 
que estos mismos autores sostienen un poco antes, es decir, que los profesores 
de hlosofa se han especializado en estudiar y difundir los temas tradicionales. 
Son  las  temticas  de  la  Metafsica,  Gnoseologa,  Antropologa,  Filosofa  del 
Lenguaje,  Teora  Poltica  a  la  luz  de  los  autores  clsicos,  las  que  sin  duda 
priman en el trabajo de los chilenos (Devs y Salas, La hlosofa en Chile (1973-
1990), El pensamiento chileno en el siglo XX, (Mxico: FCE, 1999, p.204)
5
    En  sus  30  aos  de  existencia  FONDECYT  ha  patrocinado  243  proyectos 
hloshcos,  de  los  cuales  tan  solo  seis  han  sido  en  el  rea  de  la  Filosofa 
latinoamericana.  Sobre  este  tema  cf.:  Santos  Herceg,  Jos,  Treinta  aos  de 
hlosofa-FONDECYT.  Construccin  de  una  elite  e  instalacin  de  un  nuevo 
patrn investigativo, La Caada. Revista del pensamiento flosfco chileno, nmero 
3, 2012, pp, 76-116. (www.revistalacaada.cl)
6
   Actualmente (2012) las excepciones son la Pedagoga en Religin y Filosofa 
de la Universidad Catlica del Norte (Pensamiento y Cultura latinoamericana), 
la  Pedagoga  en  Filosofa  de  la  Universidad  Cardenal  Ral  Silva  Henrquez 
(Filosofa  latinoamericana),  la  Pedagoga  en  Castellano  y  Filosofa  de  la 
Universidad de la Serena (Filosofa latinoamericana), la Pedagoga en Filosofa de 
la UPLA (Filosofa latinoamericana), la Pedagoga en Filosofa de la Universidad 
de  Valparaso  (Pensamiento  hispanoamericano),  la  Pedagoga  en  Filosofa  de 
la  UMCE  (Literatura  y  Pensamiento  latinoamericano)  y  la  Licenciatura  en 
Filosofa de la Universidad Alberto Hurtado (Filosofa iberoamericana I y II).
7
    El  Magister  en  Filosofa  en  la  Universidad  Alberto  Hurtado  contempla 
un  curso  permanente  de  su  malla  llamado  Problemas  de  la  Filosofa 
Latinoamericana.  Por  su  parte,  el  Magister  de  la  Universidad  de  Valparaso 
ltimamente ha ofrecido seminarios sobre el tema.
8
   Como se puede observar, solo en siete universidades en el contexto de una 
veintena en las que se ensea Filosofa a nivel universitario se ofrecen cursos 
sobre el tema.
10  
eco de sus palabras dira, por lo tanto, que me imagino la sonrisa 
del lector ante el ttulo de este artculo. Desde cundo tenemos 
pensamiento  hloshco  en  Amrica  Latina?  Acaso  tenemos 
hlsofos? 
Sin ningn nimo de ofrecer una respuesta a esta pregunta, ni de 
entrar en una aeja y ya desperhlada disputa acerca de si existe 
o  no  un  pensamiento  hloshco  latinoamericano  y  menos  an 
en  una suerte de  apologa de  ste  quisiera  simplemente hacer 
algunas aclaraciones terminolgicas que permitan confeccionar 
una  suerte  mapa  o  ms  bien,  una  hoja  de  ruta.  Comenzar  por 
estas  aclaraciones  adquiere  sentido  a  raz  de  un  riesgo  del  que 
Ernst Tugendhat nos previene expresamente, esto es, que () 
una palabra se revela como til para nuestro autoentendimiento, 
todo  el  mundo  la  usa  y  nadie  la  explica  (1996:29).  Esta 
oscuridad  parece  ser  una  motivacin  extra  para  utilizarla  con 
ms  frecuencia,  pues  permite  extremar  la  extensin  de  su  uso 
y,  como  dice  nuevamente  Tugendhat,  ()  se  puede  tener  la 
pretensin  de  decir  algo  aunque  no  se  diga  nada  o,  peor  an 
que no decir nada, se puede divagar en la confusin (1996:30). 
De  all  que  tenga  sentido  preguntarse  por  el  trmino  Filosofa 
latinoamericana.  Puntualmente,  a  partir  de  una  inspiracin 
claramente  wittgensteiniana,  la  pregunta  ser  qu  se  dice 
cuando se dice Filosofa latinoamericana? 
El  trmino  ha  rondado  por  el  continente  desde  que  Alberdi  lo 
utilizara por primera vez alrededor de 1842 (Alberdi, 1995:145-
151), se ha usado desde entonces y se ha difundido, sobre todo en 
la segunda mitad del siglo pasado. Se habla normalmente de una 
Filosofa latinoamericana, se ha discutido largamente acerca de 
su  existencia  o  inexistencia,  se  ha  escrito  muchsimas  veces  su 
historia  y  discutido  latamente  acerca  de  sus  temas  principales. 
El  trmino  se  utiliza  hoy  en  forma  habitual,  pero  casi  nadie  lo 
explica.  Dualidad  de  saberes  dira  Wittgenstein:  uno  que  se 
tiene y permite hacer uso correcto del trmino y uno que no se 
tiene, que hara posible explicarlo. De all que se pueda utilizar 
correctamente  la  expresin  que  corresponde  al  concepto,  pero 
no  se  tiene  el  saber  necesario  como  para  aclararle  a  otro  la 
manera  correcta  de  utilizar  dicha  expresin.  Como  el  clsico 
caso del tiempo para San Agustn, quien confesaba saber lo que 
era  solo  hasta  que  se  lo  preguntaban  expresamente,  momento 
en que caa en la cuenta que no poda explicarlo (San Agustn, 
1988:392). 
   11
Esto  no  signihca  que  no  existan  trabajos  tendientes  a  aclarar 
el  trmino  Filosofa  latinoamericana.  Al  menos  cuatro  textos 
pueden  mencionarse:  uno  de  Carlos  Ossandn,  otro  de  Hugo 
Biagini, un tercero de Germn Marqunez Argote y, hnalmente, 
uno  desaparecido  de  Jorge  Millas.  Sin  ser  hel  a  ninguno  de 
ellos  en  particular,  pero  utilizndolos  como  antecedentes  o 
insumos  distinguir  algunos  sentidos  en  que  se  dice  Filosofa 
latinoamericana  e  intentar  caracterizarlos,  poniendo  el  nfasis 
en  los  problemas  que  les  vienen  aparejados.  La  idea  es  mostrar 
los  diferentes  usos  que  se  aparejan  a  la  expresin  Filosofa 
latinoamericana, no con el objetivo de determinar si alguno de 
ellos es ms o menos correcto, si uno es ms o menos adecuado, 
sino simplemente con la intencin de poner de manihesto que la 
expresin Filosofa latinoamericana tiene diferentes usos, que 
a ella le corresponden distintos objetos y que cada uno de ellos 
remite a problemas hloshcamente relevantes. 
I
Comenzar,  algo  arbitrariamente,  por  el  sentido  teleolgico 
del  trmino  Filosofa  latinoamericana,  como  lo  llama  Biagini, 
es  decir,  aquel  sentido  que  ()  se  suscita  como  un  programa 
de  accin,  ante  una  situacin  considerada  dehcitaria  (Biagini, 
1989:15).  De  lo  que  se  trata  aqu  es  de  una  Filosofa  para 
Amrica Latina. El hito fundacional o inaugural de este uso del 
trmino es, sin lugar a dudas, Juan Bautista Alberdi. l fue quien, 
al  utilizar  por  primera  vez  la  expresin  Filosofa  americana 
en aquel famoso texto titulado Ideas para un curso de hlosofa 
contempornea,  lo  hace,  justamente,  en  este  sentido.  Alberdi 
comienza a hablar de repente sin que exista tradicin alguna 
de  una  Filosofa  americana,  con  ello,  como  el  mismo  dice, 
nacionaliza  la  Filosofa,  le  otorga  carta  de  ciudadana,  la 
enraza,  la  especihca,  la  empadrona  y  lo  hace  en  virtud  de  su 
utilidad,  del  servicio  que  habra  de  prestar  a  Amrica.  De  all 
que para algunos autores, la Filosofa en Amrica Latina comienza 
justamente aqu, cuando se toma conciencia de la necesidad de 
hacer una Filosofa de s y para s. Arturo Andrs Roig seala al 
respecto  que  ()  el  comienzo  de  la  Filosofa  latinoamericana 
dependera  de  que  se  haya  constituido  una  consciencia  de  s  y 
para  s,  an  cuando  muestre  grados  y  momentos  diversos.  De 
12  
acuerdo  con  este  punto  de  vista,  la  Filosofa  latinoamericana 
habra comenzado (...) con los escritos de Juan Bautista Alberdi 
de los aos 1838 y 1840 (1986:63). 
Para  Alberdi  es  necesario  estudiar  la  Filosofa  europea,  pero 
no  se  debe  hacer  de  cualquier  manera,  sino  que  ()  a  hn  de 
que  este  estudio,  por  lo  comn  tan  estril,  nos  traiga  alguna 
ventaja  positiva,  vamos  a  estudiar,  como  hemos  dicho,  no  la 
Filosofa  en  s,  sino  la  Filosofa  aplicada  a  los  objetos  de  un 
inters  ms  inmediato  para  nosotros  (Alberdi,  1995:148). 
La  Filosofa  poltica  se  vuelve,  as,  la  de  nuestra  poltica,  del 
mismo modo como la de la religin se trasforma en Filosofa de 
nuestra religin. De acuerdo con esta tesis, la Filosofa europea 
se  aplica  en  Amrica  por  los  americanos,  por  eso  es  que 
Alberdi puede decir que () la Amrica practica lo que piensa 
Europa. Aqu se encuentra el germen de la conocida tesis de la 
intrumentalizacin.  Como  dicen  tanto  Cecilia  Snchez  como 
Leopoldo  Zea,  la  idea  es  que  se  toma  prestado  (Cf.:  Snchez, 
1992:40 y Zea, 1989:32) de la Filosofa europea el indispensable 
arsenal  para  hlosofar.  Es  evidente,  sin  embargo,  que  cualquier 
tipo de prstamo es intencionado, obedece a una hnalidad que 
remite a una necesidad correlativa. En virtud de las necesidades 
concretas, de los problemas puntuales, se elige, se requiere y se 
importa.  No  cualquier  doctrina  llega  a  Amrica,  sino  aquellas 
que  estn  de  acuerdo  con  los  intereses  de  los  americanos.  Del 
caudal  acumulado  durante  la  historia  de  la  Filosofa  se  eligen 
aquellas  herramientas  tericas  que  mejor  sirven  para  enfrentar 
los  problemas  que  se  tenga.  El  hlsofo  latinoamericano  echa 
mano, toma en prstamo, se apropia de determinados conceptos, 
categoras,  argumentos,  para  aplicarlos  en  la  solucin  de 
aquellos  asuntos  que  le  interesa  resolver.  La  Filosofa  europea 
se  constituye  as  en  una  herramienta  en  manos  americanas
9
. 
Sus  conceptos  son,  en  trminos  de  Jorge  Millas,  los  ()  tiles 
9
   (...) quienes sienten el llamado del pensamiento reuexivo en Hispanoamrica 
no pueden dispensarse de adquirir las tcnicas desarrolladas por la Filosofa en 
su larga historia, ni pueden dejar de lado todos aquellos conceptos capaces de 
servir  como  soporte  de  una  teora  rigurosa.  (...)  Pero  todo  el  tiempo  han  de 
tener conciencia de su carcter provisional e instrumental y no tomarlos como 
modelos y contenidos que hay que imitar y repetir como absolutos, sino como 
herramientas  que  hay  que  utilizar  en  tanto  no  hayan  otras  ms  ehcaces  y  ms 
adecuadas (...) (Salazar Bondy,1995:213-14).
   13
instrumentos  de  trabajo,  como  si  dijramos  herramientas  de 
precisin  (1969:115).  Lo  que  hara  el  hlsofo  latinoamericano 
es,  en  palabras  de  Cecilia  Snchez,  simplemente  ()  valerse 
de  la  Filosofa  europea  para  su  propio  inters.  La  historia  de 
la  Filosofa  adquiere  de  este  modo  un  valor  de  uso  (Snchez, 
1992:30).
 No hay, pues, Filosofa universal, sentencia Alberdi, pues ella 
emana y ha emanado de las necesidades ms imperiosas de cada 
perodo y de cada pas (1995:148). De all el surgimiento de una 
Filosofa  americana,  una  que  se  haga  cargo  de  las  necesidades 
sociales  de  nuestros  pases.  Ellas  son  las  que  otorgan  la 
nacionalidad  a  la  Filosofa:  ()  la  Filosofa  se  localiza  por  el 
carcter  instantneo  y  local  de  los  problemas  que  importan 
especialmente  a  una  nacin  (Ibd.:150).  Alberdi  llega  incluso 
a  hacer  una  enumeracin  taxativa  de  los  objetos  de  estudios 
prioritarios para una Filosofa americana. Se pregunta cules son 
los  problemas  que  Amrica  est  llamada  a  establecer  y  resolver 
en  estos  momentos?  Y  responde,  ()  los  de  la  libertad,  de  los 
derechos y goces sociales de que el hombre puede disfrutar en el 
ms alto grado en el orden social y poltico; los de la organizacin 
pblica ms adecuada a las exigencias de la naturaleza perfectible 
del hombre, en el suelo americano (Ibd.:149). 
II
El  sentido  teleolgico  de  la  Filosofa  latinoamericana,  en 
tanto  que  Filosofa  para  Amrica  Latina  experimenta  as  una 
suerte  de  desplazamiento  o  ms  bien,  una  complementacin. 
Si  ella  surge  del  diagnstico  de  un  problema,  de  una  situacin 
dehcitaria y se plantea como un camino de solucin, entonces el 
sentido  teleolgico  de  la  expresin  Filosofa  latinoamericana 
est  imbricado  con  uno  de  carcter  temtico.  La  Filosofa 
latinoamericana,  en  tanto  que  se  la  comprenda  como  una 
reuexin  para  Amrica,  supone  que  los  temas  que  producen 
molestia e incomodidad en el continente son los que dan lugar a 
una reuexin que busca salidas, soluciones. Nos desplazamos as 
a un segundo modo en que se dice Filosofa latinoamericana: 
Filosofa acerca de lo latinoamericano.
De  acuerdo  con  Ossandn,  por  Filosofa  acerca  o  sobre 
Amrica  Latina  se  entiende  aquel  pensar  que  se  realiza  en  o 
14  
fuera  del  continente,  ()  cuyo  objeto  o  problema  hloshco 
es  desentraar  nuestra  realidad  (1984:13),  se  trata  de  aquella 
reuexin que tiene como eje central nuestro mundo americano. 
Aqu  es  donde  se  podran  situar,  por  ejemplo,  las  reuexiones 
acerca de la identidad latinoamericana, sobre la modernidad en 
Amrica  Latina,  las  dilucidaciones  en  torno  a  problemas  como 
el  del  mestizaje,  la  integracin,  el  caudillismo,  el  sincretismo 
religioso,  entre  muchos  otros.  Aqu  habra  que  situar,  tambin, 
la  conocida  disputa  acerca  de  la  Filosofa  latinoamericana 
misma,  su  originalidad,  su  autenticidad.  Amrica  Latina  ser 
el  tema,  el  problema  hloshco  relevante  para  los  pensadores. 
Estos se vuelven hacia la realidad americana, aquella en la que se 
encuentran inmiscuidos, para descubrir all los asuntos que se les 
aparecen como hloshcamente relevantes. Desde aqu es posible 
comenzar a comprender la tesis de A. A. Roig respecto de que la 
Filosofa en el continente habra tenido mltiples recomienzos: 
ella habra surgido cada vez que un sujeto se ha puesto a s mismo 
como valioso a priori antropolgico, lo llama el mendocino y ha 
considerado que tiene valor el pensar sobre s mismo y su mundo.
Esta perspectiva temtica para entender el pensamiento hloshco 
en  Amrica  Latina  puede  rastrearse  a  lo  largo  de  una  nutrida 
tradicin que va desde aquello que Silvio Zabala gustaba en llamar 
Filosofa de la conquista, pasando por el pensamiento hloshco 
de  la  emancipacin  tanto  poltica  como  mental,  atravesando 
todo el siglo XIX y XX. Jos Mart escriba al respecto que () 
cuando  aparece  en  Cojmar  un  problema,  no  se  va  a  buscar  la 
solucin  a  Danzing.  Las  Levitas  son  todava  de  Francia,  pero  el 
pensamiento comienza a ser de Amrica. Los jvenes de Amrica 
se  ponen  la  camisa  al  codo,  hunden  las  manos  en  la  masa  y  la 
levantan  con  la  levadura  de  su  sudor.  Entienden  que  se  imita 
demasiado  y  que  la  salvacin  est  en  crear.  Crear  es  la  palabra 
de  pase  de  esta  generacin.  El  vino,  de  pltano;  y  si  sale  agrio, 
Es nuestro vino! (1995:125). Tambin en el mbito hloshco la 
bsqueda de soluciones creativas, nuevas, sera el nico camino 
viable para resolver los problemas latinoamericanos, dando con 
ello origen a una reuexin propia, nueva, original. 
Un  momento  histricamente  sealado  en  el  sentido  de  la 
instalacin de una Filosofa acerca de lo latinoamericano tal vez 
se  pueda  hablar  de  un  re-comienzo  en  el  sentido  de  Roig  se 
encuentra en aquel grupo de hlsofos mexicanos que Francisco 
Mir  Quesada llam  ahrmativos.  Ellos,  dice  el peruano,  () 
   15
proclaman que solo la meditacin sobre nuestra propia realidad 
puede producir la autntica Filosofa (Mir Quesada, 1974:87). 
Jos Gaos quien tuviera una inuuencia indesmentible sobre este 
grupo  sostena  que  lo  original  de  la  Filosofa  latinoamericana 
sera la preocupacin por lo propio: Americana ser la Filosofa 
que americanos, es decir, hombres en medio de la circunstancia 
americana, arraigados en ella, hagan sobre su circunstancia, hagan 
sobre  Amrica  (1945:368).  De  all  que  para  los  ahrmativos 
hacer  una Filosofa  propia ser  atender a  sus  circunstancias, en 
este  caso,  la  circunstancia  es  Mxico,  en  particular,  y  Amrica 
Latina,  en  general.  Comienzan,  entonces,  por  el  anlisis  de  la 
realidad  mexicana,  para  luego  abordar  el  de  la  historia  de  las 
ideas hloshcas en Mxico y hnalmente ampliarse al continente. 
La consecuencia inmediata de esta preocupacin por lo propio 
es  la  vinculacin,  el  arraigo:  ()  si  la  autenticidad  comenta 
Mir Quesada consiste precisamente en interpretar esta misma 
realidad, la Filosofa latinoamericana debe desentraar el sentido 
de lo que signihca ser latinoamericano, entonces nuestro hlosofar 
queda enclavado en el corazn mismo de la realidad (1974:104).
Esta  idea  tiene  una  reorientacin  hacia  hnales  de  los  aos  60  y 
principios de los 70, giro que queda sancionado en la Declaracin de 
Morelia
10
. A una Filosofa que hace suponer el destino manihesto 
de un conjunto de pueblos para imponer su dominacin al resto 
del mundo, deber ofrecerse una Filosofa que niegue tal destino 
y haga, por el contrario expreso el derecho de todo pueblo a la 
libertad como autodeterminacin. A una Filosofa que justihque, 
como lo ha venido haciendo, la dependencia de unos pueblos en 
exclusivo benehcio de otros, deber oponerse una Filosofa que 
rechazando la relacin vertical de dependencia haga expresa una 
relacin horizontal de solidaridad (Roig, 1981b:95). La Filosofa 
latinoamericana, en tanto que se hace cargo del problema de la 
dominacin  colonial  de  la  que  ha  sido  objeto  el  continente,  se 
vuelve,  entonces,  Filosofa  de  la  liberacin,  haciendo  de  ella 
su  objeto  de  trabajo,  su  problema  central  por  ineludible.  La 
realidad  de  la  dependencia,  se  seala  en  la  Declaracin,  ha  sido 
10
   Esta declaracin fue hrmada por Enrique Dussel, Francisco Mir Quesada, 
Arturo Andrs Roig, Abelardo Villegas y Leopoldo Zea, con motivo del Primer 
Coloquio Nacional de Filosofa, celebrado en la ciudad de Morelia, Michoacn 
(Mxico), del 4 al 9 de agosto de 1975.
16  
asumida  en  el  continente  latinoamericano  por  un  vasto  grupo 
de intelectuales que han intentado o intentan dar una respuesta 
hloshca, precisamente, como Filosofa de la Liberacin. 
III
La  reuexin  acerca  de  lo  latinoamericano  supera,  con  la 
Filosofa  de  la  Liberacin,  una  simple  vinculacin  temtica  al 
modo  de  un  objeto  de  estudio  que  pueda  o  no  tomarse,  y  se 
vuelve una exigencia que surge de la constatacin de los rasgos 
dolorosos  de  su  realidad,  de  la  situacin  de  colonizacin  y 
dependencia en la que se encuentra Amrica Latina. Con ello se 
opera un nuevo desplazamiento. Si la Filosofa sobre Amrica 
Latina implica una preocupacin hloshca por lo propio, por el 
lugar  en  el  que  se  est  y  nos  es  propio  tanto  para  conocerlo 
como  para  cambiarlo,  el  sentido  temtico  transita  hacia  un 
nuevo  modo  de  decir  Filosofa  latinoamericana,  en  tanto  que 
Filosofa en Amrica Latina.
Al hablar del sentido geogrhco a lo que se rehere Biagini es a 
la  Filosofa  hecha  en  Amrica  Latina,  aquella  que  se  ha  dado 
en nuestro continente. La nacionalidad proviene, esta vez, de la 
tierra, de la madre tierra. Ius solis, como se le denomina en jerga 
legal. Quienquiera que venga al mundo adquiere la nacionalidad 
del terruo en el que cay, en el que vio la luz por primera vez. Es 
latinoamericana la Filosofa que surge en los territorios que son 
parte de lo que se ha llamado Amrica Latina. Del mismo modo 
como es inglesa la que nace en Inglaterra, griega o alemana la que 
ve la luz en los respectivos terruos, es latinoamericana la hlosofa 
que  brota  en  tierras  de  Amrica  Latina.  Esta  manera  de  decir 
Filosofa  latinoamericana,  como  Filosofa  en  Amrica  Latina, 
aparece  espontneamente  y  tiene  un  carcter  aparentemente 
ntido,  libre  de  problemas  tericos,  sin  compromisos  y  basada 
solo en un criterio geogrhco. Con ello se pretende aludir solo 
a  un  asunto  cartogrhco:  una  Filosofa  que  nace  dentro  de  los 
lmites de la Amrica Latina, es decir, al sur del ro Grande.
Algunos  autores  han  sostenido  con  razn,  sin  embargo,  que 
no es casual ni anecdtico que una Filosofa tenga como su lugar 
de enunciacin a Amrica Latina, con ello se est diciendo algo 
de  ella,  se  la  est  especihcando  ms  all  de  una  simple  marca 
geogrhca.  En  este  sentido  se  podra  entender  el  que  Ral 
   17
Fornet Betancourt asegure que el tiempo y espacio donde se da 
la  reuexin  ()  no  son  ingredientes  que  se  puedan  aadir  o 
no, segn gusto, al quehacer hloshco, pues ellos determinan, 
especihcan su gusto, su sabor; contornean su rostro (Fornet 
Betancourt, 2001:13). No es indiferente que la reuexin emane 
en  determinado  lugar  del  globo.  Enrique  Dussel  escriba  que 
() se trata de tomar en serio al espacio, al espacio geopoltico. 
No es lo mismo nacer en el Polo norte o en Chiapas que en New 
York  (1977:12)  y,  retomando  expresamente  esta  tesis,  Walter 
Mignolo  hace  ver  que  ()  hacer  Filosofa  en  Amrica  Latina 
o en frica (y tambin en Estados Unidos) no es lo mismo que 
hacer Filosofa en Alemania, Francia o Inglaterra (2001:13). El 
lugar  de  la  enunciacin  no  es  secundario:  no  habra  un  lugar 
abstracto,  en  el  sentido  de  neutro.  El  espacio  y  el  tiempo,  el 
contexto desde el cual se emite un discurso hloshco es su lugar 
y en tanto que tal, es central para efecto de su constitucin como 
discurso. Amrica Latina es el lugar en el cual surge la Filosofa 
latinoamericana, con eso le da su nacionalidad, su nombre, pero 
tambin le otorga su hgura y hsonoma, su especihcidad.
En este sentido se puede comprender el famoso diagnstico de 
Augusto  Salazar  Bondy.  El  pensamiento  latinoamericano  es  
sentencia  el  peruano  defectivo  e  inautntico  y  la  causa  est 
en nuestra sociedad y nuestra cultura (Salazar Bondy, 1988:88). 
Son  tres  elementos  los  que,  a  su  juicio,  caracterizan  a  Amrica 
Latina: subdesarrollo, dependencia y dominacin. Dependientes 
de  Espaa,  Inglaterra  o  Estados  Unidos  hemos  sido  y  somos 
subdesarrollados de estas potencias y, consecuentemente, pases 
con  una  cultura  de  dominacin  (Ibd.:86).  A  partir  de  este  lugar 
cultura  defectiva  no  poda  ms  que  darse  una  sociedad  mal 
formada  que,  como  dice  este  autor,  la  Filosofa  expresa  y  a  la 
vez sufre (Ibd.:87). Tambin, las tesis de aquellos hlsofos como 
Pedro Trigo, que sostienen la necesidad de un pensamiento re-
ligado (1993:111) solo se comprende sosteniendo el vnculo con 
el lugar de enunciacin. Filosofa re-ligada con el mundo, con la 
realidad,  que  para  estos  autores  es  una  realidad  violentada  por 
el llanto de los que no tienen que comer, por la vulnerabilidad 
de los que no tienen casa, por la falta de perspectiva de los que 
carecen  de  educacin,  etc.  La  religacin  de  la  Filosofa  es  una 
reaccin ante o ms bien una re-conexin con el mundo de los 
menesterosos,  los  desposedos,  los  marginales,  que  es  Amrica 
Latina. 
18  
IV
La idea de Filosofa latinoamericana, en tanto que intercultural, en 
el sentido en que ha sido planteada por autores como Ral Fornet-
Betancourt, Dina Picotti, Ricardo Salas, Fidel Tubito entre otros, 
tiene  como  fundamento  el  vnculo  arraigo  del  pensamiento 
con una Amrica Latina que es plural, culturalmente hablando. 
Esta  diversidad  se  expresa  necesariamente  en  un  pensamiento 
hloshco  mltiple.  En  este  punto  se  pone  de  manihesto  que  lo 
geogrhco  lleva  a  un  nuevo  desplazamiento  en  el  sentido  del 
trmino  Filosofa  latinoamericana.  Un  nuevo  modo  de  decir 
Filosofa  latinoamericana  est  all  implcito,  pues  el  lugar,  el 
contexto es relevante solo en tanto que se trata del lugar de un 
alguien  que  hlosofa.  No  hay  lugar  sin  sujeto,  o  dicho  de  otro 
modo, el lugar solo puede serlo para uno o ms sujetos, luego 
por evidente que parezca no hay Filosofa sin hlsofos. El sentido 
geogrhco lleva implcito entonces un sentido personihcador, 
como ha sido llamado por Hugo Biagini.
A  lo  que  apunta  este  nuevo  sentido  de  la  expresin  Filosofa 
latinoamericana es al sujeto mismo y denota una Filosofa hecha 
por latinoamericanos. En este sentido es que se ha hablado de 
una  herencia  paterna,  un  ius  sanguinis,  donde  el  pensamiento 
adquiere su apellido por parte del padre, esto es, de su autor. Si 
el hlsofo es latinoamericano, por aadidura y automticamente 
su  pensamiento  tambin  lo  ser.  En  este  mismo  sentido  es  que 
se  habla  en  el  contexto  mundial,  por  ejemplo,  de  una  Filosofa 
alemana, inglesa, francesa, o china. Los alemanes hacen la Filosofa 
alemana y un Hegel, un Heidegger, un Kant o un Nietzsche hacen 
Filosofa alemana, en tanto que ellos son alemanes. De acuerdo 
con esta denominacin, no importara, en realidad, cules sean 
los problemas de los que se trate, ni la poca en que se escriba y 
menos an el mtodo de anlisis. Sera tan inglesa la Filosofa de 
Hume, como la de Searl y tan francesa la de Rousseau como la de 
Derrida. Desde esta perspectiva, los latinoamericanos no pueden 
ms que hacer Filosofa latinoamericana; es imposible dejar de 
hacerlo  aunque  se  lo  desee,  aunque  uno  se  encuentre  al  otro 
lado del mundo, aunque lo hagamos en un idioma que no sea el 
espaol, aunque no sea de muy buena calidad y su profundidad 
no  sea  la  deseable.  Un  hlsofo  latinoamericano  hara,  por  lo 
tanto, siempre Filosofa latinoamericana. 
   19
Queda a la vista el problema del sujeto, en particular, del sujeto 
hlosofante. Desde una cierta tradicin academicista del hlosofar, 
la  primera  persona  del  singular  se  oculta  y  debe  ser  ignorada, 
tiende  a  esconderse  para  no  ser  vista,  sino  solo  oda,  aunque 
solo  como  una  voz  neutra  o  ms  bien,  neutralizada  por  un 
impersonal. En este sentido, para un hlsofo que se hace cargo, 
por  ejemplo,  de  los  problemas  de  la  moral,  el  que  sea  alemn, 
chino, australiano o venezolano es del todo irrelevante. El sujeto 
hlosofante,  su  origen,  no  tiene  importancia  alguna  para  una 
reuexin que se presenta como autnoma, a-ptrida y hurfana. 
Un  pensamiento  que  se  integra  a  la  arcas  de  conocimiento 
universal. En este caso, el hlsofo no tiene incidencia alguna sobre 
la reuexin misma y solo tendr alguna repercusin en tanto que 
le  hereda  pero  nicamente  de  una  manera  algo  anecdtica 
su  nacionalidad.  Desde  esta  perspectiva  el  pensamiento  de  un 
hlsofo latinoamericano no podr nunca renegar del origen de 
su progenitor, pero su lugar ser el de la Filosofa universal.
Para Humberto Giannini, por el contrario, la Filosofa () no 
debe  desterrar  completamente  de  sus  consideraciones  el  modo 
en  que  el  hlsofo  viene  a  encontrarse  implicado  y  complicado 
en  aquello  que  ex-plica  (1999:11),  pues  solo  as  conserva  su 
profundidad  y  seriedad.  La  Filosofa  sera,  segn  este  autor, 
diarstica.  En  un  sentido  anlogo,  Arturo  Andrs  Roig,  en 
sintona con la tesis de Hegel, sostiene que para que haya Filosofa 
es  indispensable  un  sujeto.  Con  ello,  Roig  est  aludiendo  al 
sujeto emprico, es decir, histrico lo que lo distancia de Hegel. 
Se  trata  del  sujeto  que,  se  pone  a  s  mismo  como  valioso  y 
considera  como  valioso  el  pensar  sobre  s  mismo.  El  acto 
valorativo  originario  nuevamente  el  a  priori  antropolgico, 
sera el antecedente necesario e indispensable para la existencia 
de la Filosofa. Punto de partida y punto de llegada del hlosofar 
segn  Roig;  topa  y  utopa  del  pensar  hloshco  de  acuerdo 
con  la  lectura  de  Prez  Zavala.  La  Filosofa  latinoamericana  en 
tanto que hecha por latinoamericanos, por lo tanto, no solo la 
cualihca como latinoamericana, sino que, en tanto que lo hace, 
la  cualihca  como  Filosofa:  sin  un  sujeto  hlosofante  no  habra 
Filosofa. En este sentido es que debe entenderse la tesis de los 
re-comienzos de la Filosofa latinoamericana sustentada por A. 
A. Roig: ella ha surgido cada vez que un sujeto se ha puesto a s 
mismo como valioso y ha considerado que tiene valor en pensar 
sobre  s  mismo.  Es  as  como  se  podra  hablar  de  un  comienzo 
20  
con  las  ideas  independentistas,  de  otro,  durante  la  etapa  de  la 
organizacin nacional, de un tercero, durante la independencia 
tarda de Cuba y Puerto Rico, etc. (Cf.: Roig, 1981a).
V
Se  podra,  sin  duda  alguna,  seguir  encontrando  y  describiendo 
usos de la expresin Filosofa latinoamericana, algunos de ellos 
presentes en los textos de los autores antes referidos. El recorrido 
aqu presentado no pretende, sin embargo, ser exhaustivo, sino 
ejemplar. Los diferentes usos, como se ha podido ver, se implican 
unos  a  otros  e  incluso  es  posible  desprender  de  ellos  otros  que 
no han quedado especihcados. Para terminar, sin embargo, sera 
interesante recuperar un ltimo uso, ya mencionado de una u otra 
forma, pero que tiene la virtud de englobar todas las discusiones 
antes aludidas. El sentido conceptual, como lo llama Biagini, es 
el que se relaciona con una Filosofa (propia) de Latinoamrica 
y () se rehere a rasgos e inquietudes preponderantes que en 
relacin  con  otras  expresiones  nacionales,  distinguen  nuestro 
hlosofar  (Biagini,  1989,16).  No  se  trata  espechcamente  del 
problema de la originalidad del pensamiento latinoamericano 
como fuera planteado ya desde los aos 50 del siglo pasado. A lo 
que se apunta aqu es a todo aquello que ya se ha dicho: los rasgos 
que  caracterizan  la  Filosofa  latinoamericana,  especihcndola, 
dicen relacin con sus temas, sus objetivos, con su sujeto, con su 
lugar  de  enunciacin.  Caractersticas  que  permiten  ir  saliendo 
del  acorralamiento  del  que  hablaba  Robert  Bernasconi  al 
referirse a la situacin del pensamiento africano. Como dice este 
autor, el pensamiento perifrico se encuentra ante una disyuntiva 
aportica: o bien se hace Filosofa tal como la hacen los europeos 
y ya no es ms que una copia, una imitacin, un vil plagio, o se 
la  hace  de  un  modo  alternativo,  diferente,  particular,  propio,  y 
entonces se pone en cuestin su carcter de verdadera Filosofa 
(Cf.: Bernasconi, 1997:183-196). 
Queda  por  dejar  con  ustedes,  los  potenciales  lectores,  a  los 
autores mismos. Antes, sin embargo, un agradecimiento obligado, 
en  primer  lugar,  a  cada  uno  de  ellos  por  tener  la  gentileza  de 
permitir esta publicacin; en segundo lugar, al Departamento de 
Filosofa de la Universidad Alberto Hurtado, que puso a nuestra 
disposicin el material de coloquio realizado all en el ao 2005, 
   21
de  donde  proviene  una  parte  importante  de  los  textos  aqu 
publicados; en tercer lugar, pero muy especialmente, al Instituto 
de  Estudios  Avanzados  de  la  Universidad  de  Santiago,  que  ha 
patrocinado la preparacin y publicacin de este libro.
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   25
PRIMERA PARTE
Filosofa de la Liberacin
La  Filosofa  que  llega  al  Nuevo  Mundo  junto  con  sus  descubridores 
es  la  flosofa  europeo-occidental  que  dadas  sus  caractersticas,  ha  sido 
llamada, en el espritu de la Declaracin de Morelia, discurso flosfco 
dominador.  Un  pensamiento  eurocntrico  y,  por  lo  tanto,  hegemnico: 
una  herramienta  de  colonizacin.  Sus  repercusiones  alcanzan  tambin 
tal vez sera mejor decir, especialmente a la Filosofa misma, con lo que 
la refexin en el Nuevo Mundo se vuelve una Filosofa colonizada, un 
pensamiento marcado por la dominacin. Pero la herida no es solo llaga. 
Apelando tal vez a lo ms esencial de la Filosofa misma, ella no responde 
nicamente  a  este  panorama  desolador,  sino  que  est  marcada  tambin 
por la reaccin, por el intento de hacerse cargo: esfuerzos de desmarque e 
independencia.  La  Filosofa,  vio  ntidamente  Arturo  Ardao,  puede  ser 
agente  intelectual  de  dominacin  o  de  emancipacin.  Como  bien  se 
sabe, existi un movimiento surgido en Amrica Latina particularmente 
en  Argentina  a  fnales  de  los  aos  60  del  siglo  pasado,  que  se  ha 
denominado a s mismo Filosofa de la Liberacin. Es tambin sabido 
que dicho movimiento da origen a multitud de corrientes de pensamiento; 
que  en  su  interior  se  pueden  distinguir  claramente  diferentes  vertientes. 
Cada una de ellas es distinta, aunque todas estn impulsadas por una 
misma  y  nica  intencin:  crear  un  instrumental  ideolgico  que  logre 
romper  los  resortes  de  la  discriminacin  y  la  dominacin  impuesta  de 
las formas de dependencia. De esta forma se buscar alcanzar la plena 
liberacin de sus hombres (Declaracin de Morelia, 1975).
   27
Filosofa para la liberacin y violencia
1
Hov.tio Civi++i Giirvivc
Hemos elegido una estrategia que nos ha parecido apropiada para 
enfrentar el tema que hoy nos convoca. No es mera ocurrencia, 
sino disposicin a alimentarnos del venero de vas fecundas que 
se  esparcen  generosamente  en  toda  la  amplitud  de  la  obra  del 
maestro  peruano  Francisco  Mir  Quesada.  Nos  proponemos 
partir  de  ciertas  sugerencias  invalorables,  las  cuales  adquieren, 
a  veces,  la  apariencia  desahante  de  insistencias  obsesivas  en  su 
obra, y trataremos de avanzar a partir de all, estribando, por as 
decirlo,  en  ellas.  Y  esto  a  pesar  de  o  alentados  por  la  crtica 
tajante y sin concesiones que efecta, a propsito justamente de 
estas dimensiones de su obra, David Sobrevilla. Conviene anotar 
que, para quienes nos dedicamos full time a la Filosofa, la crtica 
no slo no est reida con el aprecio y la evaluacin ms sincera, 
sino  que  van  de  la  mano.  No  es  conhable  el  puro  sahumerio 
y  los  elogios  desmedidos.  Es  ms,  se  aprecia  la  honestidad  y 
el  rigor  en  el  esfuerzo  receptivo,  junto  a  la  expresin  clara  y 
argumentada de la propia posicin. Dicho lo cual, recordemos la 
evaluacin de Sobrevilla. Despus de haber ahrmado con toda 
justicia,  aadimos  nosotros  que  el  Maestro  peruano  es  ...  el 
ms  importante  de  los  hlsofos  peruanos  de  cualquier  poca
2
, 
aada:
1
   Conferencia magistral presentada en el Congreso Internacional de Filosofa: 
Filosofa  de  la  Liberacin  desde  diferentes  perspectivas  tericas  y  propuestas 
de  desarrollo  poltico,  Universidad  Ricardo  Palma,  Lima,  Per,  11  al  13  de 
septiembre de 2006, con ocasin de recibir el Doctorado Honoris Causa.
2
    Jorge  Gracia haba sealado en  1984: And Peru has had  in this  century three 
of the most important philosophers that Latin America has produced: Alejandro Destua 
(1849-1945),  Francisco  Mir  Quesada  (b.  1918)  and  Augusto  Salazar  Bondy  (1925-
1972) (Gracia, 1984:371).
HORACIO  CERUTTI  GULDBERG 28  
No obstante, la enorme produccin de Mir Quesada es muy 
desigual y aqu quisiramos arriesgar el siguiente juicio: que 
parte de ella es prescindible y que en realidad no aade sino 
resta mritos a la importancia de su labor, por ej., los trabajos 
dedicados  a  la  historia  de  la  hlosofa  latinoamericana 
y  a  la  hlosofa  de  la  liberacin.  Los  primeros  no  han  sido 
redactados  sobre  la  base  de  una  genuina  investigacin,  y 
los segundos representan artculos de ocasin, de nivel ms 
bien periodstico y donde se exhibe una peligrosa tendencia 
a instrumentalizar la hlosofa (Sobrevilla, 1989:835).
No  vamos  a  entrar  ahora  a  considerar  en  detalle  la  crtica  de 
Sobrevilla. Tampoco la posible concepcin residual de la Filosofa 
respecto de la ciencia, la cual estara obstaculizando algunos de 
los  enfoques  de  Mir  Quesada,  cuando  habra  visualizado  a  la 
Filosofa (...) como la parienta pobre de la ciencia, la que se 
viste  de  los  andrajos  a  los  que  sta  no  se  puede  rebajar,  como 
sealara  Sobrevilla  inmediatamente  a  continuacin  del  prrafo 
citado. En todo caso, tanto en los trabajos de evaluacin crtica 
de la historia de las ideas hloshcas latinoamericanas pensamos 
que ms bien son eso y no propiamente trabajos con pretensin 
de  investigacin  historiogrhco-hloshca,  como  en  los  breves 
trabajos dedicados a la Filosofa de la Liberacin y, ms todava, 
en  diversos  lugares  del  conjunto  de  su  obra,  Mir  Quesada  nos 
llama  la  atencin  sobre  puntos  nodales  de  gran  fecundidad 
terica.  Quiz  tambin  deberamos  discutir  si  lo  periodstico 
necesariamente  debilita  o  puede  incluso  reforzar  la  calidad  de 
la  reuexin.  Puntos,  decamos,  que  resultan  decisivos  para  un 
hlosofar  que  se  pretenda  aporte,  por  modesto  que  fuera,  a  la 
liberacin, entindase sta ltima como se la entienda. 
Nos proponemos recuperar algunas de sus sugerencias respecto 
de  un  hlosofar  para  la  liberacin  y  de  sus  reuexiones  sobre  la 
violencia,  para  quedar  en  mejores  condiciones  de  presentar 
algunas hiptesis respecto de la situacin en que nos encontramos 
y  el  modo  en  que  la  Filosofa  podra  aportar  para  esclarecerla 
y  avanzar  en  el  proceso  de  liberacin,  en  el  sentido  en  que  lo 
indicaba  en  su  momento,  con  toda  perspicacia,  Mara  Luisa 
Rivara de Tuesta.
Por ltimo, puede ser signihcativo, para futuros desarrollos 
de la flosofa de la liberacin, el anlisis de los conceptos que 
viene  utilizando  en  sus  diferentes  corrientes:  los  conceptos 
de  dialctica,  de  humanismo,  de  pueblo,  de  mediacin 
FILOSOFA  PARA  LA  LIBERACIN  Y  VIOLENCIA      29
simblica, de cambio categorial, de revolucin y de violencia, 
y de las condiciones que hacen su aplicacin prescindible o 
imprescindible en un proceso de liberacin; la relacin entre 
teora y prctica entre las expresiones latinoamericanas y, por 
ltimo, el carcter liberador de otras hlosofas el marxismo, 
por ejemplo y hasta dnde han inuuido en los hlsofos de 
la liberacin.
As  pues,  para  Francisco  Mir  Quesada,  la  flosofa  de  la 
liberacin,  aunque  ha  dicho  ya  muchas  cosas,  tiene  an 
muchas ms que decir (2000:180)
3
. 
Concentrmonos  en  el  tpico  que  nos  convoca.  Mir  Quesada 
culminaba  un  escrito  de  los  aos  cincuenta  con  sabor  a  diario 
de  viaje  y  que  fuera  calihcado  en  su  momento  de  best  seller,  con 
signihcativas palabras para nuestro tema.
El que pretende ser cristiano, tiene que luchar contra todas 
las discriminaciones, tiene que rechazar todos los privilegios. 
Tiene que estar decidido a transformar el mundo, porque el 
mundo est lleno de injusticia, de explotacin, de privilegios 
y  de  discriminaciones.  Frente  al  mundo,  el  comunista  y 
el  cristiano  tienen  una  posicin  comn:  la  necesidad  de 
trasformarlo.  Los  dos  quieren  cambiarlo.  Los  dos  estn 
decididos  con  toda  su  alma  a  trasformarlo.  Pero  entre 
ellos  hay  una  diferencia  irreconciliable.  El  comunista  est 
decidido  a  matar  para  trasformar  el  mundo.  El  cristiano 
est  decidido  a  dejarse  matar  para  trasformarlo.  Hay  que 
elegir. Todos y cada uno de nosotros debemos elegir. Y una 
vez hecha la eleccin hay que mantenerla hasta sus ltimas 
consecuencias.  El  mundo  tiene  que  trasformarse.  Si  todos 
nosotros, todos los que sentimos que nuestra mayor dignidad 
es, sencillamente, ser un hombre entre los hombres, no nos 
decidimos  a  hacer  lo  que  exige  esta  dignidad,  entonces 
nada  ni  nadie  podr  impedir  que  el  mundo  se  trasforme  a 
travs de la violencia. Porque decir cosas bonitas, hablar de 
amores  y  fraternidades  y  asustarse  cuando  se  exige  por  hn 
la  gran  trasformacin,  no  slo  es  cobarda;  es,  sobre  todo, 
farisesmo. Es, sobre todo, darle la razn a quienes creen en 
la necesidad de la violencia.
3
   Es la misma Mara Luisa acerca de la cual ahrmara Alan Guy: Philosophe inquite 
et sincre, M.L. Rivara de Tuesta, savre lune des plus authentiques reprsentantes de la 
pense davant-garde en Amrique Latine (Guy, Alan,1989: 85-86). 
HORACIO  CERUTTI  GULDBERG 30  
Tenemos que elegir. El camino es slo uno: la trasformacin 
del mundo. La alternativa es doble: la trasformacin por la 
violencia o la trasformacin porque todos la hemos elegido. 
El cristianismo tiene ante s la ltima batalla. Ya ha empezado. 
Slo  podr  ganarla  cuando  todos  los  que  pretenden  ser 
cristianos comprendan que slo pueden serlo si lo son hasta 
sus  ltimas  consecuencias.  Cuando  comprendan  sobre 
todo  que  los  hombres  que  predican  la  buena  voluntad  son 
cristianos.  Cuando  comprendan  que  ningn  eplogo  tiene 
ahora sentido. Porque ahora slo se debe escribir prlogos 
(Mir Quesada, 1959:156-157)
4
. 
Aqu  debemos  remitirnos,  de  nueva  cuenta,  al  hno  anlisis  de 
su  trayectoria  hloshca  e  ideolgica  que  realizara  con  rigor 
Sobrevilla. Este ltimo indicaba que (...) mientras en 1951 Mir 
Quesada todava era un creyente, en 1958 haba dejado de serlo 
(1989:650).  El  mismo  Sobrevilla  nos  ayuda,  citando  textos  del 
propio  Mir  Quesada  a  aclararnos  sobre  el  particular.  (...)  mi 
actitud  escriba  Mir  Quesada  podra  ser  dehnida  como  un 
atesmo  nostlgico.  Atesmo,  porque  en  mi  opinin  Dios  no 
existe;  nostlgico,  porque  infortunadamente  no  existe.  Dios  no 
existe, pero yo deseara que existiera. Esta es mi posicin dehnida 
en pocas palabras y con toda autenticidad (Sobrevilla, 1989:655).
Este  ateo  nostlgico  estaba  y  suponemos  que  sigue  estando 
convencido de que Un Dios que permite el mal no le interesa. 
Le interesa la solidaridad como valor tico supremo. E insista 
Sobrevilla:
Y es el sentido de la solidaridad el que lo lleva a rechazar el 
cielo mientras existe el inherno. Algo patticamente ahrma 
(Mir Quesada):
En  tanto  exista  una  sola  persona  condenada,  he  llegado  a 
la conclusin de que deseo ser condenado con ella. Para m 
no se trata de un asunto de salvacin sino de solidaridad con 
mi prjimo, de simpata hacia hombres que sufren sin saber 
4
    Un  panorama  del  conjunto  de  la  obra  humanstica  de  Mir  Quesada  se 
puede consultar en el trabajo indito de Mara Luisa Rivara de Tuesta, Francisco 
Mir Quesada Cantuarias (1918- ). Filosofa y praxis ante la condicin humana 
preparado  para  el  volumen  II  de  La  intelectualidad  peruana  del  siglo  XX,  que 
ella  coordina.  Gracias  a  su  gentileza  pude  acceder  al  texto  despus  de  leer  la 
presente conferencia.
FILOSOFA  PARA  LA  LIBERACIN  Y  VIOLENCIA      31
cmo  y  por  qu,  y  que  han  entrado  al  mundo  sin  desearlo 
(alguien acaso ha tenido la oportunidad de desearlo?, nos 
preguntamos  nosotros).  Se  trata  de  luchar  por  mejorar  las 
cosas en  tanto puedan  ser  mejoradas.  Es  cuestin  de  hacer 
algo por las otras personas, pese a que sepamos que nosotros 
mismos nos hemos condenado (Ibd.:656)
5
.
No es este el sabor de lenguaje de buena parte del pensamiento 
de la liberacin? No es el talante que anima a los esfuerzos por 
respetar  la  experiencia  de  la  alteridad?  Otra  vez  nos  ayudar 
Sobrevilla cuando recuerda las palabras del maestro:
Nosotros hemos hecho esta experiencia en las comunidades 
campesinas del Per, encontrando en su tradicin sapiencial 
un riqusimo hontanar que ofrece al pensamiento hloshco 
inagotables  posibilidades.  Partiendo  de  esta  tradicin  e 
interpretndola,  mostramos  cmo  ella  ofrece  las  bases 
para  resolver  la  tensin,  en  apariencia  insoluble,  entre 
colectivismo y libertad (Sobrevilla,1989:807).
Pero,  con  todo  y  la  separacin  de  la  fe  cristiana,  quiz  todava 
podra  permanecer  el  planteamiento  desde  un  punto  de  vista 
cultural. Aunque no se tenga fe, se podra adjudicar a la cultura 
cristiana  ese  deber  ser:  dejarse  matar,  antes  que  matar  a  otros, 
para transformar el mundo en algo humanamente vivible y digno. 
Sin embargo, histricamente la atribucin no se sostiene, porque 
sera difcil precisar quines tienen ms muertos ajenos a su favor 
que  los  cristianos.  Baste  recordar  las  Cruzadas,  las  guerras  de 
religin,  la  conquista  y  destruccin  de  las  Indias,  etc.  An  as, 
se  podra  retirar  lo  de  cristiano  y  mantener  ese  deber  ser.  Los 
mrtires seran una prueba de esa conhanza. Aunque en el caso 
de  los  mrtires  se  hace  de  una  situacin  no  elegida  ni  eludible 
o eliminable, virtud
6
. Fue, seguramente, Augusto Salazar Bondy 
quien plante en Bartolom o de la dominacin, uno de sus textos 
ms sugerentes para el gran pblico y escrito con esa intencin, 
lo  que  bien  podramos  denominar  el  embrollo  ineludible  de  la 
violencia en un contexto histrico de dominacin. Consideramos 
que  ha  planteado  de  manera  muy  precisa  el  problema  de  la 
5
    Estos  aspectos  de  la  obra  de  Francisco  Mir  Quesada  son  desarrollados  y 
destacados tambin por Heinz Krumpel (1992:269).
6
   Hace aos intentamos mostrar las caractersticas que el fenmeno asuma en 
nuestra Amrica (Cf. : Cerutti Guldberg, 1989).
HORACIO  CERUTTI  GULDBERG 32  
violencia  en  relacin  con  el  cristianismo,  estrictamente  con  el 
catolicismo, en un trabajo reciente, el telogo dominico mexicano 
Miguel Concha. Despus de reiterar el indispensable supuesto de 
la  justicia  social  y  de  un  importante  recorrido  histrico-terico 
por las variantes de la tradicin catlica respecto de la violencia, 
ahrma:
La tica cristiana actual, haciendo una correccin de los viejos 
errores y antiguas lagunas, tiene que proclamar con valenta 
y  claridad:  a)  la  existencia  de  una  violencia  estructural, 
en  sus  mltiples  formas  y  en  sus  variadas  conhguraciones 
geogrhcas  y  sociales;  b)  el  carcter  pecaminoso  de  la 
violencia  estructural,  dando  as  contenido  real  a  la  nocin 
formal  del  pecado  estructural,  expuesta  en  la  moral 
fundamental,  y  c)  la  importancia  decisiva  de  la  violencia 
estructural,  en  cuanto  principal  condicionante  gentico  de 
las otras formas de violencia social (Concha Malo, 1998:23).
Y no duda en tomar posicin de manera muy precisa tanto sobre 
la violencia, como sobre la no violencia:
Por  nuestra  parte,  creemos  que  la  violencia  revolucionaria 
es la forma ms cualihcada de violencia en la actualidad. Si 
es  lcito  en  algn  caso  el  uso  de  la  violencia  como  medio 
de  lucha  por  la  justicia,  lo  ser  en  el  caso  de  la  violencia 
revolucionaria,  ya  que  sta  se  opone  a  la  otra  forma  ms 
perniciosa de la violencia, la violencia estructural. () [En 
cuanto al movimiento de la no-violencia activa] juzgamos 
vlida esta alternativa, con tal de que realmente sea activa, 
que  cuestione,  se  oponga  y  luche  contra  la  violencia 
estructural  (...)  que  acte  no  slo  como  una  postura 
personal-proftica, sino como un movimiento social-histrico 
(Ibd.:28, 29-30).
Con  lo  cual,  la  cuestin  queda  planteada  en  trminos  de  la 
tensin  entre  lo  deseable  y  lo  posible,  frente  a  la  indeclinable 
demanda de plenitud humana.
Por  su  parte,  ser  el  mismo  Mir  Quesada  quien  subraye  la 
importancia  de  la  Filosofa  de  la  Liberacin  para  su  propia 
reuexin, cuando escriba su interpretacin muy personal acerca 
de esta peculiar modalidad de nuestro pensamiento hloshco:
Un movimiento latinoamericano que debe ser mencionado 
y  que  cuenta,  en  la  actualidad,  con  muchos  adeptos,  es  la 
hlosofa  de  la  liberacin.  Esta  hlosofa,  que  practican  los 
FILOSOFA  PARA  LA  LIBERACIN  Y  VIOLENCIA      33
hlsofos ahrmativos, proviene de la historia de las ideas (...) 
De la historia de las ideas, nace la hlosofa de lo americano, 
de la que brota la hlosofa de la liberacin, que comienza en 
relacin  con  Amrica  Latina  y  se  expande  luego  al  Tercer 
Mundo (1995:300-301)
7
.
En  otro  lugar  ubicara  lo  que,  a  su  juicio,  constituira  el  origen 
de  esta  hlosofa.  Nadie  puede  quitarle  a  Leopoldo  Zea  el 
mrito de haber sido el primero en hablar de La hlosofa de la 
liberacin,  ni  tampoco  de  haber  sido  el  factor  de  aglutinacin 
ms  importante  en  nuestra  Amrica  de  un  movimiento  en 
torno  a  esta  hlosofa  que  logra  expresarse  colectivamente  en  la 
Declaracin de Morelia de 1978 (1992:197)
8
.
En el trabajo antes citado, que llevaba como epgrafe: treintaiseis 
aos despus, insistira:
Desde  antes  de  incorporarme  como  miembro  no  matriculado 
a la Filosofa de la Liberacin, haba llegado a la conclusin de 
que meditar sobre la propia realidad era no slo importante sino 
urgente.  Por  eso  me  lanc  a  luchar  a  brazo  partido  contra  los 
analticos que la criticaban y rechazaban (Ibd.:198)
9
.
7
    El  antecedente  de  estas  ahrmaciones  lo  constituye  la  reconstruccin  del 
itinerario que conduce de la Historia de las Ideas a la Filosofa de lo americano 
en su libro ya clsico, Despertar y proyecto del flosofar latinoamericano. Mxico, FCE, 
1974.  Una  valoracin  de  conjunto  del  aporte  latinoamericanista  del  hlsofo 
peruano  se  encuentra  en  el  trabajo  de  Clara  Jalif  sobre  Mir  Quesada  (Jalif, 
2001:143-154).
8
   Por cierto, si bien se public en 1978, la Declaracin se hizo pblica en 1975.
9
   Arturo Roig apreci muy positivamente en su momento esta misma reuexin 
de  Mir  Quesada:  Otro  de  los  destacados  analticos  peruanos,  Francisco 
Mir  Quesada  que  se  declara  miembro  no  matriculado  de  la  Filosofa  de  la 
liberacin y que a la vez ahrma mantenerse dentro de la analtica, nos expresa 
asimismo con toda fuerza, la conversin que esta posicin hloshca ha tenido 
entre nosotros. Nos dice que ha luchado a brazo partido contra los analticos, 
sus colegas, que rechazaban la Filosofa de la liberacin, saber que tal vez con 
ms fuerza que otros en nuestra Amrica, ha ahrmado la relacin entre hlosofa 
y  cultura,  tal  como  lo  ha  sealado  Ral  Fornet-Betancourt.  Llega  inclusive  a 
poner en tela de juicio el valor hloshco de un saber riguroso por lo mismo 
que el rigor llevado a un extremo nos saca de la flosofa y nos pone en el terreno de la 
ciencia. A lo que suma el rechazo de la acusacin de vaguedad lanzado por los 
analticos a nuestro juicio en ocasiones con sobrada razn contra la Filosofa 
de  la  liberacin,  poniendo  como  ejemplo  de  precisin  conceptual  al  propio 
Salazar Bondy y a sus mismos escritos (Roig,1993:135). Cursivas en el original, 
negritas nuestras.
HORACIO  CERUTTI  GULDBERG 34  
Para despus distanciarse, enfticamente, de posiciones que bien 
podran  caracterizarse  como  con  pretensiones  de  violentar  la 
historia:
(...) los hlsofos de la liberacin debemos reajustar nuestras 
categoras  ideolgicas  y  esto  signihca  enfocar  la  historia 
desde  un  nuevo  punto  de  vista.  Signihca,  asimismo,  tratar 
de  ser  objetivos,  hasta  donde  lo  permita  el  inevitable 
condicionamiento  histrico  y  de  clase  que  es  imposible 
superar  por  completo.  Si  no  hacemos  esto,  nuestro 
movimiento  est  destinado  a  desaparecer  (...)  Signihca  lo 
dicho que el socialismo es un ideal imposible? En absoluto. 
Slo  que,  ahora,  tenemos  que  concebirlo  de  diferente 
manera. No es posible perseguir un modelo de organizacin 
social que debe ser alcanzado a toda costa. Concebir, en los 
tiempos  actuales,  el  socialismo  de  esta  manera  es  matar  a 
un nonato. Lo que nos ha enseado la experiencia histrica 
es  que  los  modelos  sociales  no  se  pueden  imponer  por  la 
fuerza. Ni tampoco democrticamente. Por la simple razn 
de que la historia no puede predecirse (Ibd.:204-205).
Anteriormente,  en  otros  de  sus  trabajos  haba  insistido  en  la 
dimensin decisiva que alienta esta actitud hloshca liberadora. 
En  este  afn  de  liberacin  que  es  la  expresin  ms  acendrada 
del  afn  de  autoahrmacin  y  reconocimiento  humano  que 
caracteriza  nuestro  ser,  se  encuentra  la  razn  por  la  cual  la 
hlosofa  de  lo  americano  se  orienta  tambin  hacia  una  hlosofa 
de la liberacin (Mir Quesada,1977:18).
Al maestro peruano le pareca en esos aos setenta, que 
(...)  la  hlosofa  de  la  liberacin  en  tanto  movimiento 
hloshco es indiferente a toda inuuencia de los economistas 
y socilogos. La hlosofa de la liberacin incluye, como parte 
necesaria, una teora hloshca de la dominacin, pero esta 
teora  no  es  sino  parte  de  la  meditacin  general  sobre  la 
independencia.  En  relacin  a  este  tema  debemos  sealar 
que  antes  de  que  socilogos,  antroplogos  y  economistas 
comenzaran  a  hablar  de  una  cultura  de  la  dominacin, 
Leopoldo  Zea  en  1956  haba  planteado  la  tesis  con  toda 
lucidez: los viejos centros de dominacin ejercen su dominio 
no  slo  a  travs  de  la  violencia  directa  o  de  la  presin 
econmica, sino a travs de la inuuencia cultural (Ibd.:19).
As,  poda  establecer  el  encadenamiento  entre  posiciones 
hloshcas postuladas en la regin. La historia de las ideas genera 
FILOSOFA  PARA  LA  LIBERACIN  Y  VIOLENCIA      35
la  hlosofa  de  lo  mexicano,  sta  evoluciona  hacia  la  hlosofa  de 
lo  americano  propiamente  dicha,  y  partiendo  de  esta  etapa 
evolutiva,  el  movimiento  culmina  con  la  hlosofa  del  Tercer 
Mundo  y  la  hlosofa  de  la  liberacin  (Ibd.:20).  Y  detectaba 
distancias  ideolgicas  que  consideraba  decisivas:  A  diferencia 
del  marxismo  que  slo  ve  en  la  hlosofa  una  expresin  de  la 
condicin de clase, la hlosofa de lo americano considera que la 
hlosofa,  llevada  hasta  sus  ltimas  consecuencias,  no  puede  ser 
sino de liberacin (Ibd.:22)
10
.
Este  esfuerzo  de  reconstruccin  del  pasado  inmediato  y  de 
recuperacin  de  tradiciones  de  pensamiento  es  muy  valioso  en 
nuestra Historia de las Ideas. En su momento, el hlsofo argentino 
Arturo Roig destac tambin esta propuesta del maestro peruano. 
Esta tendencia se ha desarrollado de todos modos partiendo de 
la hlosofa europea contempornea, avanzando hacia atrs en el 
tiempo,  fenmeno que de  modo  acertado ha  sido denominado 
regresin  anabsica  por  Francisco  Mir  Quesada  (Roig, 
1986:64)
11
.
Justamente, a hnales de los sesenta y en los setenta del siglo pasado, 
particularmente  en  nuestra  Amrica,  el  tema  de  la  violencia  se 
articulaba  de  un  modo  preciso.  Se  detectaba  y  denunciaba  una 
violencia estructural, la cual impulsaba a la violencia revolucionaria 
10
    En  relacin  con  el  marxismo  resulta  muy  instructivo  comparar  las 
ahrmaciones que ya hemos citado del maestro peruano con las que pronuncia 
en  Filosofa  de  la  liberacin.  Reajuste  de  categoras....,  donde  habla  de  la 
importancia  del  criterio  para  saber  cundo  han  desaparecido  las  clases 
(1992:200  nota  3),  y  donde  muestra  las  similitudes  hasta  caricaturescas  entre 
marxismo y cristianismo, sobre todo en ciertas versiones (Ibd:1992:203 nota 6).
11
   A propsito de la violencia y su caracterizacin en nuestras tradiciones de 
pensamiento,  el  mismo  Roig  seala  en  otro  lugar:  Los  krausistas  argentinos 
pretendieron cumplir estos hnes por todos los medios. En ellos no hay prdica 
de la no violencia ni menos an la neutralidad en materia poltica. Sostuvieron 
el uso de la fuerza y la legitimidad de los golpes armados e impulsaron la accin 
poltica,  despertando  el  fervor  ciudadano  y  las  exigencias  de  participacin  en 
el  gobierno.  Se  diferencian  sin  duda  en  todo  esto  de  aquella  posicin  de  no 
violencia  y de  neutralidad  impuesta  por  Giner de  los Ros a su  escuela y  de  la 
que se lamenta Luis Araquistain en su libro sobre el pensamiento espaol [...] 
Frente, pues, a la oligarqua que se inclinaba hacia una concepcin evolutiva del 
progreso, el radicalismo sostuvo la legitimidad de la revolucin. La justihcacin 
hloshca del uso de la fuerza se encuentra desarrollada en Yrigoyen casi en los 
mismos  trminos  en  que  lo  hicieron  otros  krausistas,  tales  como  por  ejemplo, 
Eugenio Mara de Hostos o Gumersindo de Azcrate (Roig, 1981:205 y 214).
HORACIO  CERUTTI  GULDBERG 36  
como respuesta. Ello descargaba, en la mayora de los casos, de 
peso (in)moral a esta ltima. A partir de ese diagnstico bsico se 
organizaban la mayora de las discusiones. En general, el planteo 
era  matizado  desde  la  izquierda  y  enfatizado  desde  la  derecha, 
para recualihcarse, en el primer caso, frente a los segundos y para 
descalihcar a los primeros, en el segundo.
Dnde  nos  encontramos  hoy  en  relacin  a  la  violencia?  Basta 
con  caminar  tarea  poco  menos  que  imposible  por  las  calles 
de  nuestras  urbes,  cada  vez  ms  tendientes  a  un  gigantismo 
desbordado  donde  ya  ni  siquiera  queda  espacio  para  hablar 
de  esttica  qu  es  esto  ltimo?  A  qu  se  rehere  en  relacin 
con  la  vida  urbana?,  para  darse  cuenta  que  el  ambiente  (ir)
respirable  es  de  violencia.  Violencia  de  unos  contra  otros,  de 
todos contra todos, policial, delincuencial. Junto a esa atmsfera 
de inseguridad, que conduce a recluirse en la vida privada como 
en  prisin  autoasumida  y  a  refugiarse  mental  y  simblicamente 
frente  a  la  caja  imbcil,  estn  las  actitudes  desbordadas 
y  francamente  irracionales  de  las  llamadas,  ya  de  modo 
completamente caricaturesco, fuerzas del orden. El monopolio 
de la violencia por parte del estado, del cual estara dotado con el 
hn de imponer un estado de derecho, consiste con las debidas 
y honrosas excepciones en que no se ejerce tal monopolio ni se 
obtiene de ello tal estado de derecho. Es una situacin inestable, 
un equilibro precario durante los momentos en que lo hay y una 
tendencia al slvese quien pueda y al rscate con tus propias 
uas  y  a  buscar  hacerse  justicia  por  la  propia  mano  y  a  gastar 
fortunas en la seguridad personal, en sistemas electrnicos, etc., 
etc. No tendr rasgos de exageracin apocalptica este bosquejo? 
Despus  de  todo,  las  cosas  no  estn  tan  mal...  Sin  embargo, 
podra  hablarse  de  una  violencia  liberadora  en  este  contexto? 
No sera mejor la no violencia? Qu hacer con la violencia?
Ha sido un hlsofo chileno, radicado desde los 70 en Costa Rica, 
Helio Gallardo, quien acaba de plantear con gran perspicacia la 
cuestin.
En Amrica Latina y desde posiciones sociales muy diversas, 
dos  luchadores  de  izquierda  coincidieron,  cada  cual  en  su 
momento, con la tesis de que las acciones de violencia armada 
populares  (incluida  la  prctica  de  terrorismo  en  el  sentido 
preciso que hemos reseado en estas lneas) son legtimas si 
se inscriben en una radical cultura del amor. Estos luchadores, 
que  vivieron  militantemente  su  Amrica  Latina  ofendida, 
FILOSOFA  PARA  LA  LIBERACIN  Y  VIOLENCIA      37
explotada,  discriminada  y  necesitada  de  transformacin, 
fueron  el  arzobispo  de  El  Salvador  Oscar  Arnulfo  Romero 
y  el  combatiente  popular  Ernesto  Che  Guevara.  Ninguno 
de ellos entendi la violencia popular armada como receta. 
Tampoco  lo  que  algunos  consideran  inadecuadamente  su 
opuesto,  la  lucha  parlamentaria,  lo  es.  (Gallardo,  2005:31-
32)
12
.
Estas  ahrmaciones,  que  podran  parecer  muy  ingenuas  y  que 
quiz habran indignado a Freud, estn fuertemente sustentadas 
en  el  cuidadoso  anlisis  de  Gallardo,  imposible  de  reproducir 
aqu en todos sus matices. Queremos, con todo, anotar algunos 
puntos clave para nuestra propia reuexin. Despus de advertir 
que  la  violencia  revolucionaria  no  ser  necesariamente  militar, 
aade Helio:
Se constituir como factor de un proyecto poltico y cultural. 
Contendr,  sin  embargo,  inevitable  coercin  y  coaccin 
que,  para  evitar  incorporarse  a  una  espiral  de  violencia, 
deber  revertirse  en  nuevas  identidades  sociales,  grupales, 
personales y comunitarias. Esto es lo que en parte contiene 
el  concepto  de  revolucin  cuando  lo  imagina  (siente) 
(piensa) la izquierda. Cundo es posible hacerlo y cmo, son 
otros aspectos, para nada desdeables, de la realidad.
Contiene  pues  el  concepto  izquierdista  de  revolucin 
violencia? S. Qu caracteriza a esta violencia? Su orgnica y 
hnalidad, determinadas y vividas como situaciones liberadoras. 
Y  por  ello,  procesuales.  Su  insercin  en  una  cultura  de  la 
12
    De  un  modo  sugerente  el  autor  desarrolla  una  distincin  entre  el  uso 
ideolgico y el anlisis politolgico del terrorismo, para concluir en el prrafo 
inmediatamente anterior al que hemos citado con una ahrmacin provocadora: 
Aunque  para  el  sentido  comn  ideologizado  suene  a  exabrupto,  la  lucha 
democrtica, en esta versin politolgica, admite y legitima la prctica terrorista 
como  una  forma  extrema  de  combate  [al  ejercicio  del  terror  por  parte  del 
Estado] que no compromete a inocentes (Ibd.:31, cursivas en el original). A pie de 
pgina aade, a propsito de las hguras insosteniblemente contrapuestas por N. 
Bobbio del guerrero y el mercader: En Amrica Latina los mejores negocios se 
han hecho despus que las fuerzas militar-empresariales han destruido mediante 
la guerra de Seguridad Nacional a los movimientos y organizaciones populares 
(nota  14). Ms  adelante calihcar  de  oposicin  fascista  a esta del  guerrero  y 
el mercader, supuestamente anticipadora del rgimen democrtico (cf. p. 83). 
Quiz conviene anotar, para tranquilidad de Helio, que yo s lo he ledo, citado 
y evaluado en sus planteamientos y en el libro a que hace referencia (cf. su nota 
36, p. 111).
HORACIO  CERUTTI  GULDBERG 38  
solidaridad. Su fe antropolgica. Su carcter de produccin 
de  nuevas  identidades  como  autoestima  que  es  posible 
ofrecer  a  otros  para  su  universalizacin.  Su  aporte  a  la 
autoconstitucin  de  sujetos.  Por  qu  llamar  a  algo  tan 
bello,  clido  y  generoso  violencia?  Porque  lo  es.  Contiene 
capacidad para ejercer tanto resistencia como coercin, coaccin 
y solidaridad. Pero no se explica por el orden de las cosas, 
sino  al  interior  de  un  proyecto  poltico  que,  desde  luego 
y  como  toda  accin  humana,  puede  fracasar  y  de  muchas 
maneras (Gallardo,2005:98).
Para apreciar estas consideraciones en su pleno sentido, Gallardo 
propone  reconceptualizar  la  nocin  de  pueblo:  Este  es  el 
pueblo  poltico  o  pueblo  revolucionario.  Se  trata  de  un  concepto 
que  designa  la  articulacin  (no  la  unidad)  de  un  movimiento 
(movilizacin,  organizacin)  de  diversos  (plural)  que  luchan  no 
slo por necesidades particulares sino por la autoproduccin, en la 
lucha, de su identidad, integracin social y personal, y autoestima. Es 
un categora compleja (Ibd.:110).
Y es que ese pueblo est cansado de esperar y toma su destino 
en  sus  propias  manos.  Del  riesgo  de  seguirlo  haciendo  esperar 
se  daba  cuenta  hace  aos  ya,  entre  otros,  Alan  Garca,  cuando 
expona  con  toda  claridad:  Hay  que  gobernar  as.  Yo  les  he 
dicho  a  los  ministros  que  hay  que  gobernar  sin  burocracia.  Esa 
es la orden que les doy ante el pueblo del Cusco. Hay que tomar 
decisiones.  El  pueblo  no  puede  esperar.  Ya  viene  esperando 
muchos  siglos.  Que  atiendan  sus  pedidos  y  sus  memoriales. 
Tenemos que actuar. Es la hora de la accin (Garca, 1985.:203).
Y  resulta  meritorio,  por  aadidura,  que  Gallardo  diferencie 
formas de expresin de la violencia y que las visibilice, dado que 
generalmente  pasan  como  cuestiones  menores.  Con  la  irona 
que requiere el debate en que se inscribe, seala slo en relacin 
a sectores explotados:
Quedamos  enterados  que  cuando  un  miserable  urbano 
asesina a otro miserable para apoderarse de lo que queda de 
su cigarrillo, en esa accin no existe violencia. Y que tampoco 
es violencia el retiro prematuro de las escuelas de las chicas 
de hogares empobrecidos para que ayuden a la mam en la 
casa o para que se empleen como domsticas mientras sus 
hermanos  siguen  en  la  escuela  con  o  sin  mrito  para  ello. 
Y  que,  por  supuesto,  tampoco  existe  violencia  en  la  paliza 
semanal, fsica o psicolgica, que obreros y campesinos dan 
FILOSOFA  PARA  LA  LIBERACIN  Y  VIOLENCIA      39
a sus compaeras e hijas (no menciono los abusos sexuales) 
para conhrmar que, al menos en su casa, son ellos quienes 
dominan (Gallardo, 2005:399-400).
Y  es  que,  cuando  se  habla  de  violencia  generalmente  se 
piensa  slo  en  revolucin.  Son  como  dos  trminos  asociados: 
revolucin-violencia.  Y,  sin  embargo,  podra  haber  una  cierta 
distancia. El asunto del que pende tambin la violencia poltica 
en  nuestros  das  parece  tener  que  ver,  quiz  prioritariamente, 
con  la  cuestin  de  si  por  va  electoral  se  puede  dar  satisfaccin 
a  las  demandas  populares.  Cuando  esa  va  se  agota,  ah  (re)
comienzan los problemas. Es el caso de la clara toma de posicin 
que  se  desprende  de  la  ltima  encuesta  sobre  democracia  del 
PNUD, encabezada por el ex ministro argentino Dante Caputto. 
Ms del cincuenta por ciento (54%) de los encuestados estaran 
dispuestos  a  renunciar  a  la  democracia  y  a  aceptar  formas 
autoritarias de gobierno con tal de que se les resolviera la situacin 
econmica  apremiante  en  que  viven.  Esto  tampoco  constituye 
una novedad absoluta. Basta con recurrir al sugerente estudio del 
que  Hugo  Garavito  denominara  el  Per  liberal  comparado  con 
el Per social, para advertirlo (Garavito,1989). Por ello, quiz, ha 
resurgido  la  cuestin  de  los  populismos,  la  cual  requiere,  para 
poder encararla con rigor, de considerar las efectivas modalidades 
de organizacin de la sociedad desde dentro y desde atrs; desde 
la gente y desde su historia propia. El neoliberalismo ha querido 
demonizar al populismo, a pesar de haber usado y hasta abusado 
de  sus  formas  ms  desmovilizadoras  y  alienantes,  ejercindolo 
hasta el cansancio. Populismo no es igual a organizacin popular, 
y  mucho  menos  lo  es  esta  ltima  a  cesarismo  democrtico.  Es 
muy  sintomtico,  por  ello,  el  que  en  nuestros  contextos  tomen 
ahora renovada vigencia las palabras con que Fidel se rehriera a 
los comienzos de la revolucin cubana. Creo que una de las cosas 
claves que me ense el marxismo, y que tambin me indicaba la 
intuicin, era que haba que tomar el poder para poder hacer la 
revolucin, y que por los caminos tradicionales de la poltica que 
hasta entonces se haban seguido no se llegaba a nada (Castro, 
1985:169).
Ese inventar caminos al andar se ha hecho ya muy recurrido en 
la regin y parece apuntar a novedades sin cuento. En todo caso, 
siguen teniendo validez las preocupaciones de Mir Quesada y la 
cuestin del  recurso a  la violencia  no se  resuelve,  por analoga, 
en los trminos de la cancin:
HORACIO  CERUTTI  GULDBERG 40  
... en las cosas del amor
sucede lo que al pelear,
antes de quedar herido
es preferible matar...
Aunque no cabe duda de que esta es la reaccin espontnea de 
defensa  de  la  propia  vida.  La  que  cualquiera  suele  adoptar  en 
situaciones extremas. 
Aqu  se  escondera  casi  enigmticamente  la  que  el  hlsofo 
mexicano  Luis  Villoro,  con  su  sutileza  habitual,  ha  reconocido 
como paradoja:
Si para oponerse a un poder impositivo se utiliza otro poder 
del mismo gnero, el crculo de la dominacin, y con l el de 
la violencia, perdura. Los detentadores de valores sociales de 
justicia y libertad cuando impugnan el poder, se convierten 
en administradores de la dominacin y la injusticia cuando 
lo  obtienen.  No  es  eso  lo  que  ha  sucedido  tanto  en  las 
revoluciones  triunfantes  como  en  las  victorias  electorales 
de  los  partidos  socialdemcratas?  Tal  parecera  que  un 
movimiento  disidente  cumplira  su  papel  liberador  en  la 
oposicin y dejara de cumplirlo al llegar al poder. Habra 
manera de romperlo? (Villoro,1997:170-171)
13
.
S. Sera mediante la modalidad del contrapoder, el cual, segn 
Villoro, no se impone, sino que expone la voluntad propia y sera 
la resistencia contra todo poder. Retoma, aqu, Villoro lo que nos 
haba enseado en su momento otro hlsofo mexicano, Joaqun 
Snchez MacGrgor. Finalmente, Villoro concluye taxativamente 
13
    Esto  nos  reconduce  de  lleno  a  las  paradojas  praxiolgicas  examinadas 
por Mir Quesada y a las crticas de su enfoque por parte de David Sobrevilla 
(cf.  Sobrevilla,  1989:827  y  834).  La  paradoja  es  una  situacin  extraa  que 
desconcierta. Este desconcierto puede deberse a que la situacin consiste en una 
autntica antinomia, es decir, en el vaivn sin salida tesis-anttesis. Sin embargo, 
puede darse el caso de que la extraeza no se deba a una contradiccin autntica, 
sino a algo completamente inesperado aunque no estrictamente contradictorio. 
La  verdadera  antinomia  no  tiene  solucin  dentro  de  los  esquemas  lgicos 
imperantes.  Toda  solucin  que  se  alcanza,  dentro  de  estos  esquemas  lgicos, 
es  siempre  incompleta.  Slo  rompiendo  de  manera  total  los  esquemas  lgicos 
dentro  de  los  que  se  ha  producido  (pues  ni  siquiera  bastan  reajustes  que 
permitan mantener los rasgos esenciales del sistema) puede superarse el impasse. 
Lo que ha sucedido en la larga y denodada lucha contra las famosas antinomias 
de la teora de los conjuntos, conhrma de manera espectacular lo que decimos 
(Mir Quesada, 2003:185, nota 16, cursivas en el original). 
FILOSOFA  PARA  LA  LIBERACIN  Y  VIOLENCIA      41
de  un  modo  muy  semejante  al  propuesto,  con  otros  trminos, 
por  Miguel  Concha,  como  ya  vimos:  El  crculo  del  poder  y 
la  violencia  no  se  rompe  con  la  inaccin  y  la  pasividad,  pero 
tampoco  con  otro  poder  y  otra  violencia.  Slo  puede  escapar 
al  poder,  como  quera  Scrates,  quien  opone  al  poder  de  la 
coaccin el contrapoder de una voluntad comn, consciente del 
peligro permanente de convertirse ella misma en otra forma de 
poder coactivo (Ibd., 175).
Aqu  vale,  ms  bien,  tomar  muy  seriamente  en  cuenta  lo  que 
Gustavo Gutirrez sealara a propsito del Obispo de Chiapas, al 
comienzo de la destruccin colonial.
Las  Casas  est  ante  una  decisin  concreta  y  no  ante  el 
enunciado de un principio, el asunto se presenta complejo. 
Los  indios  en  su  poder  se  hallan  dentro  de  un  sistema 
inicuo, pero a nivel personal estn bien tratados por l y 
por Pedro Rentera, y lo estaran seguramente mejor todava 
en el futuro (como padre pudiera hacer a hijos, dice). En 
esas circunstancias, ponerlos en manos de Diego Velzquez, 
la autoridad mayor de la isla, signihcaba que los haban de 
dar a quienes los haban de oprimir y fatigar hasta matarlos. 
Y Las Casas termina, apesadumbrado, su frase: como al cabo 
los  mataron.  Qu  hacer?  Las  Casas  sigue  adelante  con  su 
decisin, pese a lo dolorosa que ella le resulta. De otro modo 
sera presa fcil de calumnias de aquellos que se resisten a un 
cambio radical del sistema de la encomienda, que tendran 
as  un  pretexto  para  fundamentar  su  actitud.  Ceder  por 
motivos tan plausibles a conservar sus indios sera tambin, y 
sobre todo, olvidar a muchos otros oprimidos por un orden 
social  que  es  urgente  atacar  en  la  raz.  Es  un  duro  dilema 
que  reviste  formas  diversas,  pero  que  se  presenta  siempre 
entre  la  necesaria  lucha  contra  las  causas  estructurales  de 
una situacin de explotacin e injusticia, y la consideracin 
inmediata por las personas que la sufren. Con certeza esta fue 
una  de  las  ms  difciles  decisiones  en  la  vida  de  Bartolom 
(Gutirrez, 1992:81-82).
Parece  que  nosotros  no  podremos  eludir  dilemas  semejantes  y 
no  queda  claro  cmo  los  podramos  enfrentar  con  conciencia 
tranquila.  Con  todo,  nuestra  apuesta  ha  sido  y  sigue  siendo: 
ratihcarnos  en  el  respeto  a  la  vida  individual  y  colectiva  y  a 
no  dejar  de  luchar  por  su  plenitud,  a  sabiendas  de  que,  en 
determinadas  coyunturas,  la  violencia  es  ineludible  y  slo 
socialmente articulada puede ser viable como medio muy acotado 
HORACIO  CERUTTI  GULDBERG 42  
de  defensa  y  transformacin.  Y  en  un  aadido  que  no  es  para 
nada  superuuo  sin  olvidar  la  exigencia  de  poner  al  Estado  al 
servicio de la sociedad de manera efectiva
14
.
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ponencia presentada en Simposio sobre La concepcin de la utopa 
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Internacional de Americanistas, Sevilla (Disponible por gentileza del 
autor).
14
    Como  en  su  momento  lo  sealamos  en  nuestro  trabajo:  Violencia  es 
destino? (Snchez Vzquez, 1998: 228).
15
    Despus  de  leer  esta  conferencia  en  Lima,  el  lunes  11  de  septiembre  de 
2006,  tuvimos  acceso  a  otros  materiales,  por  la  generosidad  de  sus  autores  y 
decidimos incluirlos en esta bibliografa con un asterisco.
FILOSOFA  PARA  LA  LIBERACIN  Y  VIOLENCIA      43
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   45
Vigencia actual y proyecciones 
de la Filosofa Latinoamericana de la 
Liberacin
1 
Ji. C.vios St.oi
+. Viciti. .t+i.i
1.1. Ante la actual hgura histrica
Hoy,  la  situacin  de  Amrica  Latina  aparentemente  ha 
empeorado  con  respecto  a  1971.  En  esa  fecha  naci  la  Filoso-
fa  de  la  Liberacin,  a  partir  de  la  conciencia  de  la  injusti cia 
estructural  que  entonces  oprima  a  las  mayoras  populares  de 
nuestro continente. Pues bien, hoy la exclusin se muestra como 
ms injusta y como creadora de ms vctimas an que la explo ta-
cin, y una globalizacin promovida segn la ideologa neoliberal 
que se autoproclama pensamiento nico parece dejar menos 
hsuras para alternativas que la Guerra Fra de aquel tiempo.
De  modo  que,  si  la  Filosofa  de  la  Liberacin,  de  acuerdo  a  su 
misma  idiosincracia,  sabe  adecuarse  a  la  nueva  cuestin  social 
la  de  la  poca  de  la  globalizacin  y  la  exclusin,  no  slo 
permanece  todava  vigente,  sino  que  lo  es  ms  que  en  los  aos 
70.  Pues  su  opcin  terica  y  tico-poltica  por  los  pobres  se 
concretiza  hoy  en  una  opcin  por  los  excluidos,  sean  pueblos, 
grupos  sociales  o  personas.  stos  representan  de  hecho  la 
mayora del mundo global y de Amrica Latina. 
1
    Ledo  en  el  II  Coloquio  Internacional  de  Filosofa,  Filosofa  Iberoamericana, 
Homenaje a los 50 aos de la muerte de Ortega y Gasset, Universidad Alberto Hurtado, 
Chile, 18, 19 y 20 de mayo de 2005.
JUAN  CARLOS  SCANNONE 46  
Por otro lado, nuestro subcontinente, aunque no es el ms pobre 
de la tierra, es aquel donde las desigual dades y la inequidad son 
comparativamente ms indignantes.
1.2. La idiosincracia propia de la Filosofa de la 
Liberacin
A  esa  idiosincracia  alud  ms  arriba,  cuando  ahrm  que  su 
renovada  actualidad  es  consecuencia  de  la  misma.  Me  estaba 
rehriendo  a  dos  de  las  principales  caractersticas  especf cas  de  la 
Filosofa  de  la  Liberacin,  a  saber,  1)  su  opcin  por  y  con  las 
vctimas histricas, de modo que su punto de partida y su lugar herme-
nuti co sean la situacin de las mismas comprendi da y discernida 
hloshcamente, as como la correspondiente opcin tico-histrica 
aun terica por y con ellas y por su liberacin (1.2.1); y 2) el 
uso metodolgi co de la media cin intrnse ca de las ciencias del hombre, 
la  sociedad,  la  historia  y  la  cultura,  para  dicha  interpreta cin 
hlos  hca y correspondiente praxis (1.2.2), cuyos aportes asume 
segn  algunos  de  los  hlsofos  de  la  libera cin  analcticamente 
(1.2.3).
1.2.1. La opcin por las vctimas y su liberacin
El punto de partida de esa hlosofa est, como el de toda hlosofa, 
en la realidad y en la experiencia humana integral y radical de la 
misma. Pero le es espechco que se trate, ante todo, de la realidad 
histrico-social  de  las  vctimas  de  la  injusticia  y  la  inhumanidad, 
como  de  hecho  se  estn  dando  en  Amrica  Latina.  Pues  ellas 
interpelan  radical mente  al  hlsofo  no  slo  como  hombre,  sino 
aun en cuanto flsofo, de modo que ste responde con su praxis 
tico-histrica  de  liberacin,  incluida  principalmente  su  praxis 
terica espec  hcamente hloshca. 
De ah que dicha situacin y opcin se constituyan entonces en 
lugar  hermenutico  del  hlosofar.  Se  trata  del  lugar  desde  donde  se 
interpretan  y  disciernen  no  slo  la  actualidad  histrica  latino-
americana,  sino  tambin  toda  la  realidad,  sin  ms.  As  es  como 
se  replantean  a  partir  de  una  perspec tiva  nueva,  histrica  y 
culturalmente  situada  todo  el  asunto  y  todos  los  asuntos  del 
pensar.  Pues  dicha  opcin  por  los  empobrecidos  y  exclui dos  es 
universal mente humana, ya que se trata precisa mente de la opcin 
ACTUALIDAD  Y  PROYECCIONES  DE  LA  FILOSOFA  DE  LA  LIBERACIN 
LATINOAMERICANA
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por lo humano integral de todo hombre y de todos los hombres 
ante  la  deshumaniza  cin  de  las  mayo  ras  e,  indirectamente,  de 
todos.
Pero las vctimas no slo interpelan y cuestionan al hlsofo y su 
hlosofar, sino que tambin le ensean la sabidura humana elemental, 
que  no  pocas  veces  es  el  fruto  de  un  sufri  miento  lmite  y  de  la 
creatividad  humana  ante  el  sufrimiento  injusto,  en  cada  uno  y 
en los otros. En nuestro contexto, se trata de la sabidura popular 
latino americana renovadamente contextuada. La Filosofa de la 
Libera cin aprende de la misma, aunque lo hace discer niendo la 
autntica sabidura de  lo  que no es  sino  una introyec cin de  la 
cultura dominante. La lleva luego refexi  va y crtica mente al concepto. 
Finalmente, articula categorial, argumen ta tiva y siste mtica mente, lo 
que muchas veces en la cultura popular se expresa en smbolos y 
ritos, se siente sapit ms que se piensa, y se dice en discurso 
narrativo o en testimo nio vivido personal o comuni tariamente .
Dado  el  giro  coperni cano  desde  el  Ego  cogito  moderno  a  la 
alteridad  tico-histrica  de  los  pobres,  se  puede  ahrmar  que  la 
Filosofa  de  la  Liberacin  se  mueve  dentro  del  nuevo  paradigma 
superador  de  la  Filosofa  moderna  del  sujeto.  An  ms,  segn 
mi  opinin  asume,  radicaliza  y  sobrepa sa  el  giro  hermenu tico-
pragmtico  post-heideggeriano  en  la  lnea  de  lo  contextuado  y 
situado no slo histrica sino tambin geocultural men te.
Claro est que, por tratarse de una universalidad situada, el nuevo 
horizonte abierto gracias a la opcin por los excluidos de y por la 
globalizacin y las categoras fundantes que lo reuexionan, tendrn 
caracte rsticas distintas a las que correspondan a la situacin y a 
la opcin por los oprimi dos en los aos 70. 
1.2.2. La Filosofa de la Liberacin y la mediacin de las 
ciencias humanas y sociales 
Otro de los caracteres espechcos de la Filosofa de la Liberacin 
la muestra como muy actual, ya no en su punto de partida y lugar 
hermenutico,  sino  en  su  mtodo:  tanto  por  su  uso  de  las  media-
cio nes analticas proporcionadas por las ciencias del hombre y la 
sociedad  (a),  como  por  la  integra  cin  de  las  mismas  trascen-
dindolas sin reducirse a ellas, gracias al mtodo analcti co (b).
JUAN  CARLOS  SCANNONE 48  
a) La Filosofa y los aportes de las ciencias humanas ms 
analticas y ms hermenuticas
Es otra propiedad de la Filosofa de la Liberacin pre cisamente 
porque  piensa  reuexivamente  la  situacin  y  praxis  histricas,  a 
hn de contribuir a transformarlas, la integracin por parte del 
pensar hloshco, de los aportes de las ciencias humanas. stos son 
primero crtica mente discer nidos desde una concepcin radical e 
integral  del  hombre  que  respeta  la  autonoma  de  las  ciencias, 
para  luego  ser  asumi dos  por  la  Filosofa,  propor cionando  as 
situaciona li dad histri ca y geocultu ral a su universalidad.
 Se trata de las contribu  ciones tanto de las ciencias sociales ms 
analtico-estructu rales  que,  en  cuanto  humanas,  tienen  siempre 
tambin  un  momento  hermenutico,  como  tambin  de  las 
ciencias ms sintticas y hermenuticas, como son las de la Historia, 
la Cultura y la Religin que, en cuanto ciencias, no carecen del 
momento analtico-explicativo.
Pero ambas aportaciones, articuladas entre s y con la reuexin 
radical y universal propia de la Filosofa, se abren por esto ltimo, 
a  lo  humano  integral  de  todo  el  hombre  y  todos  los  hombres 
y  mujeres,  liberndose  de  eventuales  reducciones  a  slo  una 
dimensin humana.
b) Contribucin hloshca del mtodo analctico
La  analoga  no  slo  abre  el  pensamiento  a  la  trascenden  cia 
vertical de lo divino y a la trascendencia horizontal de la alteridad 
de las otras personas y culturas, sino tambin a la novedad y creati-
vidad  histricas.  Adems  contribuye  en  el  empleo  del  mtodo 
analctico  a  que  la  asuncin  de  los  aportes  regionales  de  las 
ciencias  encarne,  site  y  concre tice  la  universali dad  y  radicalidad 
hloshcas, sin reducir las a una dimensin humana particular ni a 
una sola poca ni a un solo mbito social o geocultural. Es propio 
de  la  reuexin  hloshca  analctica  trascender  esas  particula-
ri dades,  pero  sin  diluir las  en  la  mera  abstraccin  y  sin  so-
breasumirlas  (aufheben)  dialctica mente  en  una  universalidad 
concreta  superadora.  Por  el  contrario,  las  piensa  dentro  de 
una  com prensin  universal-situada  y  analgica  del  hombre.  Pues 
ubica las contribu cio nes de las distintas ciencias en una unidad de 
orden, la cual permanece siempre abierta a la eminencia y exteriori-
dad irreductibles de lo humano en cuanto tal y de cada novedad 
ACTUALIDAD  Y  PROYECCIONES  DE  LA  FILOSOFA  DE  LA  LIBERACIN 
LATINOAMERICANA
   49
humana  histrica  situada.  As  es  como  tras ciende  a  todas  y  cada 
una de aquellas aportacio nes de las diferentes ciencias, al mismo 
tiempo que las asume como mediacio  nes que sitan la universa  li-
dad analgica de la comprensin hlosh ca del hombre. 
Por  otro  lado,  su  continua  apertura  a  la  siempre  renovadas 
novedad y alteridad de las situaciones y de las respuestas histricas 
de los pueblos, permite que, aun tratndose analgicamente de 
lo mismo, no se trate de lo unvocamente igual en el drama de la 
Historia. Por esa razn, se conhrma nuevamente lo ahrmado ms 
arriba acerca de la necesaria renovacin histrica de la Filosofa 
de la Libera cin y de su actualidad.
Como resumen de lo expuesto en este apartado, estimo que ambas 
peculiaridades del mtodo de la Filosofa de la Liberacin, a saber, 
su uso mediador de las ciencias humanas y su pensar analctico, la 
hacen hoy tan actual como en los 70 para pensar hloshcamente 
la  nueva  situacin  y  praxis  histrica  latinoamericana  y  para 
replantear,  desde  su  comprensin  crtica,  un  nuevo  hlosofar 
inculturado  e  histri  ca  y  social  mente  contex tuado,  sin  perder 
por ello vigencia analgica universal.
:. Pvovittiois .t+i.iis ri i. FiiosoiI. ri 
i. Liviv.tio
Si  como  queda  dicho  esa  Filosofa  tiene  una  vigencia  actual, 
podr  proyectarse  con  aportes  socio-histricos  hloshcamente 
vlidos,  sobre  nuevas  problem  ticas  que  hoy  nos  acucian.  En 
lo  que  sigue  hablar  de  tres  contribuciones  posibles  de  la 
Filosofa  de  la  Liberacin  a  interrogantes  histricos  actuales, 
que inciden negativa o positivamente en las vctimas de la actual 
hgura histrica. Aqu no intentar desarrollarlas, sino solamente 
sugerirlas, dejando su elabora  cin ms detallada para ulteriores 
trabajos.
2.1. Hacia una globalizacin alternativa
La distincin crtica entre el hecho y la ideologa de la globalizacin 
es  ya  un  aporte  hloshco  liberador  en  favor  de  las  vctimas  de 
sta, as como lo es la crtica antropolgica y tica a la ideologa 
neoliberal  y  a  sus  justih caciones  tericas,  a  partir  de  una 
JUAN  CARLOS  SCANNONE 50  
comprensin integral del hombre, de su dignidad y sus derechos. 
Tambin  lo  es  una  nueva  epistemologa  de  las  ciencias  econmicas 
que  las  reconoce  no  como  naturales,  sino  como  humanas  y, 
por  lo  tanto,  discernibles  en  sus  presupuestos  tericos  tcitos 
de  comprensin  del  hombre,  la  sociedad  y  los  bienes  escasos,  y 
que acepte el mercado como instrumento y no como hn y centro 
regulador  de  la  vida  social.  Sobre  todo,  es  relevante  una  crtica 
a  la  neutralidad  valrica  de  dichas  ciencias  Max  Weber,  y  una 
recomprensin  epistemolgica  de  las  mismas  que  reconoce  sus 
implicancias ticas.
Con  todo,  adems  de  ese  momento  crtico,  la  Filosofa  de  la 
Liberacin  en  dilogo  con  las  Ciencias  Sociales,  polti cas  y 
econmicas debe aportar el momento humano radical y tico 
a las propuestas de una globalizacin alternativa, v.g., segn la 
utopa de una globalizacin de y en la solidari  dad, as como las 
estrategias de lo humano para llevarla a cabo, en la lnea de 
un  nuevo  paradigma  ms  humano:  el  de  la  comunin,  opuesto 
tanto  al  individualismo  competitivo  como  al  colecti vismo 
insectihcador  que  no  respeta  la  libertades  personales  y  de 
iniciativa econmica.
Si  aceptamos  como  escenarios  posibles  de  globalizacin  para 
los  prximos  veinte  aos,  los  que  disearon  Riccardo  Petrella 
y  el  Grupo  de  Lisboa,  la  Filosofa  liberadora  criticar,  desde  su 
opcin por los excluidos y una concepcin integral del hombre, 
los  escenarios  de  fragmentacin  y  conficto  a  saber,  el  todos 
contra todos, la hegemona unilateral norteamericana o la pax 
tridica, para preferir los integradores, como es sobre todo el de 
las comunidades de naciones cuyo ejemplo es la Unin Europea, que 
hoy  se  propicia  en  el  proyecto  de  la  Comunidad  Sudamericana 
de naciones.
An  ms,  la  Filosofa  puede  discernir  tica  e  histrica mente 
proyectos como los del Mercosur o el ALCA, desde su impacto 
en  los  ms  dbiles  y  pobres,  proponiendo  en  el  caso  del 
primero medidas ms humanizantes, como la de no quedarse 
en un mero mercado comn, sino apuntando a una comuni dad 
poltica  con  soberana  ampliada;  o  proponiendo  condicio  nes 
para  que  eventuales  tratados  de  libre  comercio  respeten  a  los 
econmicamente ms dbiles y la soberana de los pueblos, etc.
ACTUALIDAD  Y  PROYECCIONES  DE  LA  FILOSOFA  DE  LA  LIBERACIN 
LATINOAMERICANA
   51
2.2. Estado y sociedad civil en la bsqueda del bien 
comn
Otro posible aporte importante de una Filosofa de la Liberacin 
actualizada se relaciona con el nuevo hecho de la emergencia de la 
sociedad civil como distinta del Estado y del mercado. La novedad 
consiste  en  que  aquella  no  aparece  solamente  como  el  mbito 
de los intereses sectoriales y privados como la teorizaba Hegel. 
Pues  han  ido  surgiendo  en  Amrica  Latina  y  en  el  mundo 
globalizado  organi zaciones  intermedias  y  libres  del  pueblo  en 
servicio del bien comn. Aquel se auto-organiza en distintas ONGs, 
movimientos socia les, voluntaria dos, grupos pluricla sistas, redes 
de solidari dad, etc., que constituyen nuevos agentes y sujetos histri-
cos,  llevando  a  cabo  un  nuevo  modo  de  hacer  polti ca  trans-
parti dista.  Pues  se  mueven  en  el  espacio  pblico  aunque  no 
estatal  en  bsqueda  del  bien  comn.  Se  preocupan  por  intere-
ses  no  slo  propios  sino  universalizables  (Adela  Corti  na),  como 
son los Derechos Humanos, el trabajo, la justicia, la lucha contra 
corrupcin  e  impunidad,  la  ecologa,  los  espacios  verdes,  etc. 
Buscan,  desde  las  bases,  alternativas  viables  al  neolibe ralismo.  Se 
mueven sobre todo en lo local, es decir, en el barrio, el pueblo, la 
parroquia,  el  munici pio,  aunando  generalmente  un  pensar  en 
global con un actuar en local, dando as lugar a la expresin 
gloca lizacin. 
Se  trata  de  un  fenmeno  tpico  de  reaccin  superadora  de  la 
globali zacin neoliberal, que pone en juego la creatividad de los 
pobres  y  excluidos,  as  como  la  de  la  clase  media  empobreci da 
los  nuevos  pobres.  Es  una  nueva  modalidad  de  la  astucia  y 
sabidura  popular  latinoamericanas,  que  toma  cuerpo  social  en 
nuevas instituciones ms humanas. stas van, as, rehaciendo el 
tejido  social  e  institucional,  fragmentado  por  el  individua lismo 
competitivo. 
La Filosofa puede rastrear all caminos tico-histri  cos de mayor 
humaniza cin de  lo  humano  y  mayor  socializa cin de  lo  social; 
pero  tambin  debe  criticar  las  eventuales  ambigeda  des  que  se 
crean cuando las organiza ciones de la sociedad civil se limitan a 
buscar ehcacia y trasparencia, dejando las grandes decisiones a 
los poderes dominan tes, o por el contrario pretenden sustituir 
la imprescindible funcin social del Estado. 
JUAN  CARLOS  SCANNONE 52  
En  cambio,  cuando  dichas  organizaciones  se  hacen  realmente 
participativas  y  se  articulan  con  la  sociedad  poltica,  ellas 
pueden  contribuir  fuertemente  a  que  nuestra  democracia  no 
sea meramente formal, sino sustan cial y partici pa tiva; y a disear 
estrategias  humanizadoras  alternativas  al  sistema,  las  cuales 
puedan mediar la racio na lidad tica en la comunicativa y a ambas 
en la instru men tal, a hn de lograr una ehcacia histrica humani-
zadora;  y  asimismo  contribuir  a  que  el  Estado  cumpla  con  su 
ineludi ble  tarea  por  el  bien  comn,  controlado  por  las  organi-
zaciones de la sociedad civil. An ms, pueden contri buir en el 
nivel internacional a apuntalar social y cultural mente el escenario 
arriba  aludido  de  las  comunidades  polti  cas  de  naciones  y  aun 
una  eventual  Organizacin  de  Naciones  Unidas  que  funciona 
democrticamente y se proponga el bien comn global.
Es ms, la Filosofa de la Liberacin deber tener cuenta del nuevo 
imaginario  colectivo en  la Amrica Latina de  hoy, que es  como  el 
alma cultural de los mencionados movimientos y organizaciones 
sociales que le dan cuerpo. Ese imaginario no es el del status quo 
neoliberal,  pero  tampoco  el  socialista  y  revolucionario  de  los 
aos  70.  Se  ubica  en  la  cotidianidad,  pero  no  entendida  como 
algo  privado,  sino  en  su  dimensin  social  y  pblica.  Apunta  a 
la  creacin  de  vida  y  convivencia  dignas  para  s,  su  familia  y  su 
entorno relacio nes interpersonales personalizadoras y solidarias, 
hbitat y ecologa humanos, hesta, toques de belleza hacindose 
as cargo de una existencia muchas veces dura. Anima la creacin 
de  un  nuevo  tejido  social  interrelacionado  con  la  sociedad 
funcional  moderna  y  el  mercado,  pero  sin  subordinrseles 
culturalmente. Se enmarca en la bsqueda del bien comn. Hay 
pensadores  que  ven  reuejado  ese  nuevo  imaginario  en  obras 
literarias  latinoamericanas  actuales  que  muestran  un  nuevo 
mestizaje  cultural  latinoamericano,  distinto  del  fundacio nal, 
principalmente  en  suburbios  de  grandes  ciudades  de  nuestro 
continente;  as  como  por  su  lado  lo  consideran  tambin 
estudios sociolgicos y antropolgico-cultura les.
2.3. Pluralismo e identidad cultural
Otros hechos histricos nuevos son el creciente plura lismo, tanto 
religioso como tico, en las naciones de Amrica Latina, as como 
el  reconocimiento  del  pluralismo  cultural  latinoamericano  
sobre todo el de las culturas aborgenes y afroamericanas.
ACTUALIDAD  Y  PROYECCIONES  DE  LA  FILOSOFA  DE  LA  LIBERACIN 
LATINOAMERICANA
   53
Pues bien, tambin en eso la Filosofa de la Liberacin tiene una 
palabra  que  decir.  Porque,  por  un  lado,  se  trata  de  respetar  los 
derechos  de  las  culturas  y  la  identidad  cultural  de  los  pueblos 
ante  la  amenaza  de  homogenizacin  globalizado ra,  proveniente, 
sobre  todo,  de  los  medios  de  comunicacin  de  masa,  movidos 
por intereses hegemni cos. Y, por otro lado, se deben evitar los 
fundamentalismos  en  la  defensa  de  dichas  identidades  y  aun  un 
eventual choque de civiliza ciones o de religiones. 
Una  reue xin  hloshca  practicada  segn  el  paradigma  de  la 
comu nin y a partir de los que sufren agresin cultu ral, ha de dar 
la base terica para lograr el respeto de sus cultu ras y religiosidad, 
en  un  verdadero  dilogo  inter  cultu ral  e  interre  ligioso.  Pues  la 
utopa que hay que ir realizan do es la comunin de los diferen tes, 
tanto dentro de cada nacin latinoamericana, como de Amrica 
Latina en su conjunto y aun de la nica humani dad plural. 
Precisamente,  la  Filosofa  de  la  Liberacin  est  siendo  cada  vez 
ms inuuida por la Filosofa intercultural libera do ra.
. A xoro ri totiisio
Los  tres  mbitos  de  problemas  mencionados  en  la  segunda 
parte  de  mi  exposicin,  deben  ser  abordados  segn  lo  dicho 
en  la  primera.  Esto,  porque  la  actualidad  de  la  Filosofa  de  la 
Liberacin se muestra justamente en la renovada vigencia de la 
opcin tico-histrica y terica por las vctimas de la injusticia y la 
violencia, y en el uso de un mtodo interdis ciplinar y analctico 
en el abordaje hloshco de los nuevos desafos histricos.
De  ah  que  la  puesta  en  prctica  de  la  contribucin  hlosh co-
liberadora a esos tres desafos deba hacerse en la perspec  tiva de los 
excluidos tanto en sus aspectos crticos como positivos, y en un 
dilogo recprocamente crtico con las ciencias humanas, segn el 
mtodo  analctico.  Es  imposible  elaborar  ahora  esas  respues  tas. 
Slo he insinuado, ms arriba, algunas pistas para darlas. 
Pero,  si  y  en  cuanto  se  vayan  logrando  con  respecto  a  dichos 
desafos  histricos  y  a  otros  presentes  o  futuros,  se  ir  o  no 
conhrman do la vigencia actual de la Filosofa de la Libera cin.
   55
El estatuto de la universalidad en la 
Filosofa latinoamericana:  
lo universal-situado
1
M.vio C.s.ii.
Si  se  quiere  plantear  la  cuestin  de  una  Filosofa  latinoamericana 
ms all del clsico estudio de la historia de las ideas hloshcas 
en  Amrica  Latina;  o  de  la  aplicacin  de  una  metodologa 
supuestamente universal, a un tema espechcamente americano; 
o  de  la  interrogacin  preliminar  acerca  de  su  existencia  o 
inexistencia operaciones harto frecuentes y repetidas cada vez 
con  menos productividad  es  necesario encarar  de  raz  el tema 
de la universalidad, de la Filosofa (y en la Filosofa). No por cierto 
para negarla, sino para situarla. Esto es precisamente lo que aqu 
sumariamente intentaremos.
Y  cuando  se  est  dispuesto  a  aceptar  este  reto,  haciendo  de  la 
situacin  un  tema  explcito,  el  pensamiento  que  as  lo  hace  no 
sin incomodarse, claro est asume la hgura de un perro que se 
muerde la propia cola. En efecto, cmo hablar de un concepto 
que es, a la vez, el punto de partida y de llegada de todo discurso? 
La  situacin  acompaa  al  pensamiento  desde  todos  los  lugares. 
Es  en  parte  aquello  que  los  medievales  tanto  discutieron  bajo 
los  nombres  de  status  viae  aqul  en  que  efectivamente  estamos 
ahora,  pero  que  a  su  vez  no  es  sino  el  pasaje  o  la  transicin 
entre dos mundos o el status termini la situacin hnal, en aqul 
sentido rico y complejo del punto donde se concentra todo el 
movimiento.  Pero  siempre  el  status,  la  situacin,  como  aquello 
1
    Ledo  en  el  II  Coloquio  Internacional  de  Filosofa,  Filosofa  Iberoamericana, 
Homenaje a los 50 aos de la muerte de Ortega y Gasset, Universidad Alberto Hurtado, 
Chile, 18, 19 y 20 de mayo de 2005.
MARIO  CASALLA 56  
que, a un mismo tiempo, alberga y limita nuestro ser en el mundo. 
Mal tan insondable como necesario. Marca en el orillo de nuestra 
muy humana realidad. Ser hnitos, situados y no absolutos.
Cmo caracterizar en abstracto algo que como la situacin no 
es  un  objeto,  sino  el  darse  de  toda  objetividad  posible?  Para 
decirlo  en  trminos  tan  kantianos  como  angustiantes.  Porque 
sin  lugar  a  dudas,  la  asuncin  de  su  propia  situacionalidad  es 
siempre  un  puetazo  en  el  rostro  para  ese  pensamiento  con 
vocacin de absoluto sin ms y su para su sujeto que slo as se 
considera libre. La situacin es algo con lo que ambos debern 
contar aunque ms no sea como obstculo para llegar a aquello 
que ya se es como en Hegel, por ejemplo. Resistencia que nos 
toma  de  las  solapas  y  nos  impide  desde  el  vamos  proclamar  la 
victoria, el desarraigo, la no determinacin. La ilusin, en hn, de 
un espritu sin mculas.
Muy por el contrario, el desarrollo problemtico del concepto de 
situacin  obliga  a  que  el  discurso  analice  su  propia  posibilidad, 
recorra sin disimulo sus bordes y desde ellos y con toda humildad, 
gnoseolgica  e  histrica  reescriba  su  lmites  y  sus  diversos 
sentidos. Ganando as paradjicamente autntica universalidad. 
Es decir, aqulla que ser resultado y no punto de partida. Despus 
de todo, hasta el propio Hegel le reprochaba a Schelling esa vana 
pretensin de instalarse de un pistoletazo en lo absoluto. 
Y  si  hay  un  tipo  de  discurso  que  viceralmente  se  ha  resistido  a 
este  bao  de  humildad,  sin  dudas  que  es  el  amplio  campo  de 
la  Filosofa  europea  tradicional,  al  menos  hasta  su  consumacin 
metafsica. sta, maosa y reiteradamente comprometida con un 
tipo de universalidad tan impoluta como impune, tan hipcrita 
como violenta, crea haber superado la situacin subsumindola 
en  la  categora  de  accidente.  Aristteles  dixit.  No  fue  as,  por 
cierto, y esta condicin postmoderna de su presente la devuelve 
a una realidad por completo diferente. Aqul relato de la zorra 
y  las  uvas  la  atraviesa  de  medio  a  medio,  a  la  vez  que  la  torna 
mucho ms dialgica. Lo cual renueva a su vez las posibilidades 
y necesidades de pensamientos alternativos
2
. 
2
    Hemos  desarrollado  este  concepto  de  consumacin  de  la  metafsica  
entre otros lugares en nuestro trabajo El cuarteto de Jerusaln (AA.VV, 2000, 
227ss).
EL ESTATUTO DE LA UNIVERSALIDAD EN LA FILOSOFA LATINOAMERICANA      57
Por  esto,  preferimos  aqu  partir,  no  de  un  anlisis  categorial 
y  abstracto  de  la  nocin  de  situacionalidad,  sino  de  una 
caracterizacin del status del discurso en especial del que se ha 
caracterizado como hloshco-cienthco, en sentido tradicional y 
a partir de all, retornar al concepto de situacin.
+. L.s +isiois i+vi viiiixio v si+i.tio
Partimos  de  una  ahrmacin:  toda  reuexin,  todo  discurso, 
toda  lectura  de  lo  real  hasta  la  aparentemente  ms  abstracta 
y  por  supuesto  la  hloshca  est  situada.  Esto  es,  sus  lmites  le 
pertenecen y no le pertenecen, su objeto le es propio y tambin 
dado; su originalidad nunca es absoluta, ni tampoco su pretensin 
de objetividad, imparcialidad y universalidad.
Y, lo que es tan importante como esa ahrmacin, esta situacionalidad 
no  es  algo  negativo,  ni  un  defecto  a  superar  sino  muy  por  el 
contrario  es  su  posibilidad  ms  originaria,  su  oportunidad  de 
ser. Es ese espacio que a la vez contiene y genera al cual Platn 
aluda  con  la  palabra  kra,  reclamando  para  ese  tercer  gnero, 
ni  sensible,  ni  totalmente  inteligible  un  pensamiento  (nous) 
capaz  de  comprenderlo  y  expresarlo.  Singular  topologa,  donde 
el  pensamiento  asumiendo  su  situacionalidad  encuentra 
(ahora  s!)  ese  status  que  la  dictadura  de  lo  absoluto  y  el  reino 
de la universalidad abstracta, prometen e imposibilitan con el mismo 
fervor
3
.
Pero  volvamos  sobre  lo  principal  de  nuestra  lnea  argumental. 
Toda reuexin est situada la que investiga y la que es investigada, 
la que mira y la que es mirada y es desde esta situacin concreta 
a  partir  de  la  cual  se  establecen  y  se  abordan  los  denominados 
hechos.  Tratase  as,  de  una  doble  situacionalidad:  la  del 
investigador  frente  al  hecho  en  el  doble  sentido  que  esta 
palabra  tiene  y  la  de  ste  respecto  de  s  mismo.  No  hay 
investigadores  ni  hechos  aislados  y  el  problema  de  la  bsqueda 
3
    Vicenzo  Vitiello  ha  desarrollado  una  singular  topologa  inspirado  en 
parte en ese rico concepto platnico de kra y revisado con ella la historia del 
pensamiento occidental. Resultan muy sugestivas sus obras Topologa del moderno 
(Marietti, Gnova, 1992) y Elogio dello spazio. Ermeneutica y topologa (Bompiani, 
Milano, 1992). En Platn mismo cf. Timeo, 52 A y siguientes).
MARIO  CASALLA 58  
de  la  pureza  o  de  la  objetividad  en  el  sentido  casi  religioso 
con  que  este  trmino  es  pronunciado  en  el  credo  positivista  y 
neopositivista es tan ingenuo como imposible. 
Ya Husserl, a su manera, haba advertido a comienzos del siglo 
pasado la singular krisis a que dicho credo positivista habra de 
llevarnos:  Meras  ciencias  de  hechos  hacen  meros  hombres  de 
hechos.  Y  en  el  borde  mismo  del  Holocausto  (1935)  despus 
de comprobar que justamente los problemas que ella (la ciencia 
positivista)  excluye  por  principio  son  los  problemas  candentes 
para los hombres entregados a revoluciones que ponen en juego 
su  destino,  en  nuestros  tiempos  infortunados  se  preguntaba 
angustiado: Qu tiene la ciencia que decirnos sobre la razn o 
la sinrazn, sobre nosotros los hombres en tanto sujetos, de esta 
libertad?  (Husserl,  1965).  Evidentemente  nada.  A  no  ser  que 
Auschwitz se tome como la brutal respuesta de una racionalidad 
as unilateralizada (Husserl,1965: cap.1 par. 2)
4 
Pues bien, asumamos, entonces, decidamente la situacionalidad, 
su  singular  topologa.  Veremos,  entonces,  que  todo  pensar  lo 
advierta o no lo advierta; lo asuma o no lo asuma es un pensar de 
y desde una situacin a la vez, personal e histrica y que sta lo 
realimenta permanentemente.
Esto  no  signihca,  ni  siquiera  aproximadamente,  que  el  hecho 
en  particular  deba  ser  reemplazado  por  la  situacin  que  lo 
acompaa.  Muy  por  el  contrario,  lo  que  s  queremos  signihcar 
es  la  imposibilidad  de  abstraer  la  situacin,  de  quitar  del  medio 
sin  ms  y  bajo  el  benemrito  manto  del  rigor  cienthco  la 
estructura dentro de la cual algo es lo que es.
No negamos la posibilidad de esta operacin practicada, por lo 
dems, hasta el cansancio lo que s negamos es la validez de las 
respuestas o conclusiones a las que se arriba desde tal literatura 
fantstica y totalitaria.
De esta manera, la tan mentada objetividad y desinters cuasi 
ahistricos  con  que  cierto  pensamiento  insiste  en  presentarse 
todava,  son  algunas  de  las  cosas  que  en  ciencia  y  hlosofa  hay 
que  volver  a  pensar.  Ms  an,  desde  Khun  hasta  aqu,  ya  es  ste 
un  territorio  bien  explorado,  an  cuando  la  vieja  guardia 
4
   Sobre esa angustia del inminente holocausto, ver Manuel Reyes Mate, 1997.
EL ESTATUTO DE LA UNIVERSALIDAD EN LA FILOSOFA LATINOAMERICANA      59
neopositivista  siga  insistiendo  con  una  suerte  de  rezo  laico  del 
mtodo cienthco y pontihcando sobre la verdad a secas
5
.
Es que no hay ciencia pura, si por pura se entiende incontaminada 
y al resguardo de los vaivenes de la historia y la facticidad lo cual 
a su vez replantea las relaciones entre ciencia e ideologa; ni hay 
aproximacin objetiva, si por ello se entiende la carencia de toda 
proyeccin  o  inuuencia  de  valores  personales  y  sociales  sobre 
los investigadores, las teoras o los sistemas; ni hay consideracin 
desinteresada,  porque  nadie  ms  interesado  y  situado  que  el 
sujeto humano.
Si  partimos,  entonces,  del  reconocimiento  de  la  inextirpable 
situacionalidad  de  todo  pensar  y  de  toda  lectura  de  lo  real, 
el  compromiso  entre  el  pensamiento  y  lo  real  no  puede  ser 
escamoteado ni minimizado (a mero accidente, o circunstancia). 
Por  el  contrario  deberemos  revalorizarlo  e  incorporarlo  a 
nuestros anlisis.
Sin  embargo,  como  sealbamos  y  muy  especialmente  para  el 
caso  del  discurso  hloshco  es  comn  que  esto  no  ocurra.  Ese 
pensamiento que pretende desertar de su kra, de su espacio, se 
torna  ora  bastardo,  ora  historizante.  Conformando  dos  estilos  que 
aunque  ms  no  sea  brevemente  caracterizaremos  aqu,  como 
prlogo  a  nuestra  propia  propuesta  de  una  lectura  culturalmente 
situada.
Se  trata,  decimos,  de  dos  tipos  de  reuexin  que  distorsionan  o 
mutilan  gravemente  las  relaciones  ricas  y  complejas  entre  el 
concepto y lo real, con las consecuencias tericas y prcticas que 
de all se derivan. 
El pensamiento bastardo es un estilo de reuexin que ha renegado 
de  su  situacin  y  que  as  logra  mediante  un  puro  trabajo  de 
abstraccin  ideolgica  conformar  una  suerte  de  entelequia 
incolora y aparentemente universal, que suele hacerse pasar por 
la Verdad.
Por  haber  renunciado  deformndose  a  s  mismo  a  asumir  su 
propia  situacionalidad,  se  instala  en  un  autoerigido  olimpo, 
pretendindose ms alla de las circunstancias y la temporalidad. 
5
    Hemos  desarrollado  nuestra  crtica  a  este  epistemologa  de  pretensin 
ahistrica en nuestra obra Tecnologa y Pobreza, Fraterna, Buenos Aires, 1988, Cap 
II La fbula el banquete tecnolgico universal.
MARIO  CASALLA 60  
En  este  tipo  de  discurso  monadolgico,  lo  histrico,  lo 
situacional,  lo  encarnado  entra  cuando  entra  en  calidad  de 
ancdota  o  pasatiempo,  no  ms.  Algo  que  viene  a  interrumpir, 
inoportunamente, el largo monlogo trascendental de las ideas 
consigo mismas.
Paul Nizan ha caracterizado con irona y agudeza el ejercicio del 
pensamiento desde esta perspectiva bastarda, sin hliaciones, en 
estos trminos: 
...Presentan  ideas  bien  construidas,  teoras  sutilmente 
elaboradas  sobre  la  psicologa,  la  moral  y  el  progreso  (...) 
Son  bonachones:  dicen  que  la  verdad  se  capta  al  vuelo, 
como un pajarito inocente. Emiten mensajes sobre la paz y 
la guerra, sobre el futuro de la Democracia, sobre la justicia 
y la creacin de Dios, sobre la relatividad, la serenidad y la 
vida espiritual. Componen vocabularios porque entre todos 
han descubierto una proposicin importante: una vez que 
los trminos estn correctamente dehnidos, los problemas 
dejarn de existir. Entonces se disolvern en el aire: ni visto, 
ni conocido, plantearlos ser resolverlos (1967:60). 
Claro que sta es la versin ms pachca o bonachona, como la 
llamaba Nizan del pensamiento bastardo; ms propia, quizs, de 
ciertas variantes espiritualistas de comienzos de siglo, aqulla que 
tanto l como dos de sus condiscpulos ilustres Sartre y Merleau-
Ponty haban sufrido en la cole Normale de Pars. Pero existe 
tambin  su  rostro  guerrero  y  militante.  La  versin  cienthca 
positivista y neopositivista de este cierre de siglo suele ser mucho 
menos  bonachona  y  tolerante  con  los  rprobos,  que  monsieur 
Lalande.  La  guerra  al  relativismo  ha  endurecido  los  rostros  y 
los discursos de quienes sienten sus racionalismos y objetividades 
asediadas desde diversos uancos; entonces, s que los discursos se 
vuelven mucho menos comunicativos, plurales y democrticos de 
lo que aconsejara hasta la propia prudencia poltica y acadmica. 
Las pasiones, como era previsible, terminan desacomodando los 
peinados. 
En el otro extremo del espectro y precisamente por eso se tocan 
est lo que denominamos pensamiento historizante. Lo propio de este 
tipo de reuexin es su pretensin de explicar un hecho determinado 
por el cmulo de datos colaterales que lo circunscriben. Tratndose 
de un pensador o de una teora cienthca, por ejemplo, adjuntar 
datos  biogrhcos,  epocales,  polticos,  econmicos,  religiosos, 
todo  ello  con  la  pretensin  de  que  ellos  por  s  mismos  y  por  s 
EL ESTATUTO DE LA UNIVERSALIDAD EN LA FILOSOFA LATINOAMERICANA      61
solos  expliquen  determinada  tarea  especulativa.  As,  el  hecho 
se pierde en su contorno; el texto en el contexto; la singularidad 
concreta en la generalidad abstracta.
Exactamente al revs que el pensamiento bastardo, desemboca en 
el mismo resultado: el empobrecimiento tanto de lo real, como 
del  concepto.  Si  en  el  caso  anterior  nos  hallbamos  ante  una 
ausencia total de situacionalidad, en ste nos encontramos ante 
una versin dehcitaria de la misma.
Superar  ambas,  requiere  que  nos  adentremos  en  un  concepto 
positivo y diferente de situacionalidad.
P.v. i. iit+iv. tii+iv.ixi+i si+i.r.
En  efecto,  la  situacin  no  es  el  conjunto  pre-fabricado  de 
circunstancias  que  rodean  al  hecho  una  obra,  un  autor,  una 
idea.  Proponemos  un  quehacer  intelectual  diferente  y  muy 
especialmente cuando de Filosofa latinoamericana se trate. 
Situar  un  pensamiento  es  comprenderlo  dentro  de  aquella  estructura 
histrica es decir, no meramente forma en relacin con la cual ste se 
expresa y dentro de la cual adquiere su especifcidad.
Y esto nos coloca ya en la direccin que nos interesa: el concepto 
de  lectura  culturalmente  situada  que  apoyada  a  su  vez  en 
la  nocin  de  lo  universal  situado  venimos  proponiendo  y 
ejercitando en las ltimas dcadas
6
.
Pero  si  situar  es  comprender  en  la  estructura,  sta  nunca  se  da  a 
priori,  ni  junto  al  hecho.  Es  una  de  las  tareas  fundamentales  de 
la  crtica  delimitarla  y  plantear  sus  alcances  e  importancia  en 
relacin con el dato concreto que se interroga. Adems, no ha de 
ser confundida con el simple conjunto de hechos concomitantes; 
6
   Acuamos el concepto de universal situado en nuestro libro Razn y liberacin. 
Notas  para  una  flosofa  latinoamericana  (1973),  precisamente  para  dar  cuenta  de 
una  manera  diferente  de  entender  esa  expresin  (Filosofa  latinoamericana), 
dentro de lo que desde entonces se conoci genricamente como Filosofa de 
la  Liberacin.  Cuatro  aos  ms  tarde,  formulamos  y  aplicamos  el  mtodo  de  la 
lectura  culturalmente  situada,  en  nuestro  libro  Crisis  de  Europa  y  reconstruccin 
del hombre. Un estudio sobre M. Heidegger (1977); realizando nuevas aplicaciones del 
mismo  en  nuestras  obras  Tecnologa  y  pobreza.  La  modernizacin  vista  en  perspectiva 
latinoamericana (1988) y Amrica en el pensamiento de Hegel. Admiracin y rechazo (1992). 
MARIO  CASALLA 62  
antes bien, ser advertida como el horizonte de sentido contra y a partir 
del cual opera un determinado pensamiento o actividad.
Todo  pensamiento  es  un  discurso  situado,  esto  signihca:  todo 
pensamiento  es  discurso  de  una  determinada  situacin,  tanto 
como su trascendencia y voluntad de superacin. El pensamiento 
es,  as,  un  modo  determinado  de  la  praxis  nunca  por  ende, 
simplemente teortico o puro y se caracteriza por afrmar y negar, 
a la vez, el espacio (topos) histrico-vital dentro del cual se comprende 
en  el  doble  sentido  del  trmino.  Utilizando,  por  grhco,  un 
trmino  sartreano  y  antes  heideggeriano  adecuado  para  este 
caso, podemos decir: todo pensamiento es un pro-yecto, es decir un 
intento siempre renovado de comprender trascendindola, a su 
vez determinada situacin de origen.
Positividad  y  negatividad,  lo  calihcan  por  igual.  Negativo 
respecto  del  punto  de  partida,  ser  siempre  positivo  en  su 
despliegue hacia el acontecimiento que pretende hacer nacer. Y 
la  originalidad  de  la  tarea  propiamente  especulativa  se  juega  en 
eso: en esa trascendencia respecto del origen
7
.
Pero  si  este  doble  movimiento  de  ahrmacin  y  negacin;  de 
totalizacin y trascendencia es lo que caracteriza a todo discurso 
situado,  la  nocin  misma  de  situacin  encierra  tambin  una  rica 
ambigedad. Es lo dado en tanto matriz y punto de partida pero 
tambin  lo  por  alcanzar.  Y  en  esta  ambigedad  siempre  abierta  e 
irresuelta, se construye la historia y el pensamiento se reencuentra 
con ella.
Se  construye  constituye,  mejor  dicho  la  historia,  porque  la 
situacin,  de  esta  manera,  se  abre  permanentemente  desde  s 
misma hacia lo otro que la de-forma y simultneamente la con-forma 
o  sea,  se  hace  acontecimiento.  Y  el  pensamiento  se  reencuentra 
7
   Es cierto, en esta nocin nuestra del pensamiento como pro-yecto se enlazan 
modihcados,  por  cierto  conceptos  aparentemente  antitticos  provenientes 
de  la  tradicin  dialctica  (Hegel),  de  la  fenomenolgica-existencial  (Husserl/
Heidegger),  as  como  de  su  prolongacin  hermenutica  (Gadamer/Ricoeur). 
Pinsese  en  el  concepto  hegeliano  de  Aufheben  (superacin),  pero  tambin 
en  la  nocin  fenomenolgica  de  trascendencia,  en  las  nociones  heideggerianas 
de  proyecto  y  Ereignis  (acontecimiento),  as  como  en  la  idea  hermenutica  de 
crculo  interpretativo.  Todas  ellas  apuntan,  en  nuestro  entender  y  cada  una  a  su 
manera,  hacia  la  idea  central  de  un  pensamiento  situado,  topolgicamente 
enraizado y, a la vez, crtico y trascendente de todo punto de partida. 
EL ESTATUTO DE LA UNIVERSALIDAD EN LA FILOSOFA LATINOAMERICANA      63
con ella por asumir ese vaivn que lo expresa y lo mediatiza es 
decir, lo torna estructura y palabra. De esta manera, en la situacin 
se reencuentran la historia y el discurso, el pensamiento y lo real
8
.
Y as como la situacin no es una estructura formal, tampoco es 
una suerte de ente explicatio que desde lo general da cuenta 
de  lo  particular.  Ni  las  condiciones  objetivas  a  las  que  cierto 
positivismo y marxismo del siglo pasado, pero tambin de ste 
aluden  cuando  desean  explicar  por  qu  las  cosas  suceden  tal 
como  suceden.  Aqul  juego  que  hemos  descrito  de  totalizacin 
y  trascendencia,  de  singularidad  y  alteridad,  de  vaivn  entre  lo 
fctico y lo hipottico, no puede ser reducido a universalismos, 
trascendentalismos, ni estructuralismos de nueva o vieja especie. 
Es necesario proteger esta bocanada de aire fresco, que una lectura 
culturalmente  situada  vuelve  a  hacer  ingresar  por  las  ventanas, 
demasiado estrechas, de aqullas viejas mansiones. La poca de la 
modernidad consumada es especialmente til para un intento de 
esta naturaleza, an cuando en muchos debates contemporneos 
sobre de la globalidad reaparezcan esas entelequias formalistas 
y positivas
9
.
 Y es en el reencuentro con la situacin donde mora la posibilidad 
ms autntica para toda reuexin creadora y muy especialmente, 
para  la  hloshca.  Si  se  puede  hablar  con  propiedad  de  una 
8
    Quienes  crean  ver  aqu  una  impronta  de  Paul  Ricoeur,  no  se  equivocan. 
Siempre me pareci muy sugestivo aquel breve artculo suyo, La estructura, la 
palabra, el acontecimiento, incluido en El conficto de las interpretaciones. Quizs 
una de las mejores crticas en pleno auge a cierto estructuralismo formalista 
que renegaba de la temporalidad y de la historicidad. 
9
   As como hace un momento recordbamos a Ricoeur, hagmosle ahora justicia 
a Sartre. Justo es reconocer que sus Cuestiones de Mtodo (1957) insertadas luego 
como  prefacio  al  primer  volumen  de  la  Critique  de  la  raison  dialectique  (1960) 
resultaron una crtica pionera, implacable y sugestiva a ese marxismo esclerosado 
en materialismo dialctico que termin por sacrihcar toda especihcidad de la 
situacin, operndola reductivamente. Su crtica a Lukcs, como paradigma de eso 
que l mismo denomina marxismo perezoso, es tan certera como implacable; 
an cuando uno pueda luego tomar distancia de su mtodo regresivo-progresivo 
y de su casi escolar mixtura de marxismo y psicoanlisis.
Y para completar aqul panorama de los sesenta, cmo olvidar al jven hlsofo 
checoeslovaco Karel Kosk que desde el interior de un marxismo que planteaba 
renovarse busc pensar la situacionalidad de manera no reductiva ni metafsica. 
Su Dialctica de lo concreto. Estudio sobre los problemas del hombre y del mundo (de 1965) 
descubierta y traducida oportunamente al castellano por don Adolfo Snchez 
Vzquez en Mxico fue otro muy interesante aporte en esta misma direccin.
MARIO  CASALLA 64  
Filosofa  latinoamericana  (o  europea,  o  africana,  como  se 
prehera)  en  sentido  estricto  y  no  como  simple  aditamento 
geogrhco  o  reiterada  Historia  de  las  Ideas  en...  es  porque 
la  comprendemos  como  pensamiento  situado,  como  lectura 
culturalmente  situada  en  la  cual  lo  universal  y  lo  particular  se 
penetran en un nuevo y peculiar status. Otro tanto vale para el 
ejercicio  del  psicoanlisis  y  de  todas  las  denominadas  ciencias 
humanas y sociales.
Pis.v risri io iivivs.i si+i.ro: i 
voto ri uis+ovi. vitii+i
Lo primero fue sospechar de la candorosa universalidad sin ms 
que, tal como su nombre lo indica, se autoinstala en lo absoluto 
y, desde all concibe a lo otro como particularidad, accidente o 
momento de su despliegue. Lo segundo, la preocupacin por las 
polticas culturales que de tal postura, falsamente universalista, se 
derivaban: a saber, el imperialismo cuasi natural de unas culturas 
sobre otras y la consecuente dependencia de estas ltimas, en aras 
de  una  hipottica  modernizacin,  progreso  o  desarrollo,  hacia 
esas formas culturales superiores.
Eran pocas de grandes cambios y transformaciones polticas en 
Amrica Latina y la respuesta de una Filosofa de la Liberacin desde 
Argentina y luego desde buena parte del continente enseguida 
no  se  hizo  esperar.  Surgi  all  una  manera  diferente  de  hacer 
Filosofa latinoamericana, distante tanto de la tradicional Historia 
de  las  Ideas como  de  la Filosofa  sin  ms,  que la generacin de 
la  normalidad  hloshca  (F.  Romero)  levantaba  como  eje  de 
toda  hlosofa  posible  entre  nosotros.  En  Teologa  y  en  Ciencias 
Sociales  venan  ocurriendo  planteos  semejantes  y  radicalmente 
innovadores; eran aquellos aos de 1970, tiempos en ebullicin 
que la prctica intelectual de la dcada inexorablemente reuejaba 
y que las posteriores y sangrientas dictaduras militares vendran 
a romper de un solo tajo, acaso por aquello de que si razona el 
caballo se acab la equitacin
10
.
10
    Como  testimonio  argentino  de  aquellos  aos  iniciales  de  la  Filosofa  de  la 
Liberacin  quedaron  los  volmenes  colectivos  Hacia  una  flosofa  de  la  liberacin 
latinoamericana,  Bonum,  Buenos  Aires,  1973  y  Cultura  popular  y  flosofa  de  la 
EL ESTATUTO DE LA UNIVERSALIDAD EN LA FILOSOFA LATINOAMERICANA      65
En nuestro caso espechco lo primero fue introducir la distincin 
entre una universalidad abstracta y una universalidad situada, por 
considerar  insuhcientes  los  trminos  en  los  que  el  mexicano 
Lepoldo  Zea  y  el  peruano  Augusto  Salazar  Bondy  en  una 
polmica muy difundida en aquellos aos planteaban la clsica 
pregunta  por  la  posibilidad  o  imposibilidad  de  una  Filosofa 
latinoamericana
11
. En Razn y Liberacin (1973) decamos: 
...Lo  universal  es  siempre  un  universal  situado  o,  de  lo 
contrario,  un  mero  universal  abstracto  carente  de  todo 
contenido. El discurso hloshco, la Filosofa, es el saber de lo 
universal concreto, un saber donde lo particular superndose 
consecutivamente  alcanza  la  estructura  de  lo  universal. 
En el saber de la Filosofa, lo particular se realiza como tal, 
negndose  y  absorbindose  en  la  estructura  universal  que 
lo  revela  y  lo  destina.  La  Filosofa  realiza  lo  particular  en 
lo  universal  redehniendo  la  validez  de  ambos  trminos 
y,  en  este  sentido,  debe  ser  comprendida  como  una  tarea 
de  perpetua  totalizacin;  una  tarea  que,  a  partir  de  la 
liberacin, Garca Cambeiro, Buenos Aires, 1975. As como los primeros nmeros 
de  tres  revistas  surgidas  casi  simultneamente  en  la  misma  Buenos  Aires:  la 
Revista  de  Filosofa  Latinoamericana;  la  revista  de  temas  teolgicos  y  pastorales 
Nuevo Mundo y la literaria Megafn, las tres editadas por la editorial Castaeda, 
fundada en esos aos por el sacerdote franciscano Juan Alberto Corts. La Revista 
de  Filosofa  Latinoamericana  fue  preparada  por  un  comit  editorial  de  hlsofos 
argentinos,  desde  entonces  comprometidos  con  esa  lnea  de  la  Filosofa  de  la 
Liberacin, e integrado, entre otros, por Juan Carlos Scannone, Osvaldo Ardiles, 
Enrique  Dussel,  Rodolfo  Kusch,  Arturo  Roig,  el  mismo  padre  Corts  y  quien 
esto  escribe  continuada  desde  1986  y  hasta  el  ao  2000  por  nosotros  como 
Revista  de  Filosofa  Latinoamericana  y  Ciencias  Sociales  y  editada  por  la  asociacin 
homnima;  la  revista  teolgica  Nuevo  Mundo  fue  fundada  y  dirigida  por  el 
mencionado Juan Alberto Corts y Megafn fue fundada y dirigida por Graciela 
Maturo,  con  la  colaboracin  permanente  de  Eduardo  Azcuy.  Importante  fue 
tambin en aquellos aos iniciales la revista Stromata de los padres jesuitas y las 
Facultades de Filosofa y Teologa del Colegio Mximo de San Miguel, Argentina, 
que sirvieron de marco a varias Jornadas Acadmicas en esta direccin de una 
renovada y situada Filosofa latinoamericana. 
11
   Las obras de la polmica a que nos referimos publicadas ellas tambin en la 
misma editorial, Siglo XXI, y en la misma coleccin Mnima eran: de Leopoldo 
Zea, La flosofa americana como flosofa sin ms (1969), cuyo ttulo enuncia ya la 
posicin del autor y la de Augusto Salazar Bondy Existe una flosofa de nuestra 
Amrica?  (1968),  pregunta  que  el  autor  peruano  contesta  negativamente,  ante 
la situacin de dependencia poltica en que se encontraba nuestro continente. 
Nuestra obrita planteaba una tercera posibilidad en la misma materia, desde la 
nueva perspectiva de una universalidad situada. 
MARIO  CASALLA 66  
particularidad, se abre hacia un inhnito cargado de sentido. 
(Casalla, 1973:15). 
Era el comienzo y como tal un esbozo que requerira ulteriores 
desarrollos.  Si  bien,  se  planteaba  ya  all  la  categora  de  lo 
universal  situado,  se  lo  haca  todava  en  demasiado  compromiso 
con  el  esquema  dialctico  hegeliano  expresado  en  la  trada 
universal  abstracto/particular/universal  concreto  y  con 
todas  las  implicancias  metafsicas  que  esto  conlleva.  A  saber  y 
principalmente:  la  idea  de  que  lo  concreto  es  el  despliegue 
de un abstracto previo que como tal vuelve a reencontrarse 
luego  de  su  desarrollo  superador  (Aufheben).  Idea  tan  sugestiva 
como  peligrosa  para  lo  que  en  realidad  queramos  plantear. 
De  all  que  todava  se  mezclaran  como  puede  apreciarse  en  la 
cita  las  nociones  de  universal  concreto  y  de  universal  situado, 
casi como equivalentes. Y no lo son, al menos en nuestra nocin 
ulterior de situacionalidad
12
.
Fue necesario, entonces, en un segundo momento precisar esa 
nocin  de  situacionalidad,  distinguindola  de  la  universalidad 
concreta  hegeliana  y  despojndola  de  todo  sentido  sustancial 
e  imperial.  Iniciamos  esta  tarea  en  dos  artculos  posteriores 
a  Razn  y  Liberacin.  Uno  de  ellos  fue  publicado  en  1973  en  la 
revista franciscana Nuevo Mundo bajo el ttulo Filosofa y cultura 
nacional  en  la  situacin  latinoamericana  contempornea 
(Casalla,  1973:38)  y  otro  en  el  primer  nmero  de  la  revista  de 
estudios literarios Megafn, con el ttulo de Situacin histrica, 
cultura latinoamericana y cultura universal (1975).
All  ya  no  pensbamos  lo  situado  en  clave  hegeliana.  Asimismo 
completbamos  el  momento  totalizador,  antes  privilegiado  en  el 
12
    La  confesin  de  Hegel  en  la  segunda  pgina  de  la  Introduccin  a  su 
Fenomenologa  del  Espritu  dicha  como  al  pasar  y  casi  sin  darle  importancia 
...si  no  fuera  que  lo  absoluto  est  ya  desde  un  comienzo  en-s  y  para-s  con 
nosotros...., deja en claro de qu concrecin se trata cuando en su sistema se 
presenta lo concreto: es siempre la particularizacin accidental y pasajera, 
condenada  por  ende  a  su  superacin  de  un  universal  antedatado  y 
simplemente necesitado de autorreconocimiento. Una universalidad imperial que 
se pasea por la historia, con las consecuencias que hemos analizado en nuestra 
obra Amrica en el pensamiento de Hegel. Admiracin y rechazo (Cf. All, por ejemplo, 
el captuo I). No es este concreto la universalidad de la que hablbamos, ni a 
la que aspirbamos. 
EL ESTATUTO DE LA UNIVERSALIDAD EN LA FILOSOFA LATINOAMERICANA      67
discurso hloshco, con un movimiento simtrico de trascendencia, 
dentro del cual la Filosofa ahora efectivamente situada asuma 
el  papel  de  pensamiento  crtico,  as  como  su  singularidad  dentro 
de los registros de una cultura determinada no reductible, por 
ende, al discurso cienthco o social, por ejemplo. 
Decamos  al  respecto  que  la  Filosofa  entendida  ya  desde  lo 
universal  situado  no  es  sino  la  renovada  pretensin  (a  veces 
lograda, a veces apenas balbuceada) de expresar la vocacin de 
totalidad  y  trascendencia  inherentes  al  proyecto  cultural  dentro 
del  cual  esa  Filosofa  vive.  Este  doble  movimiento,  por  un 
lado  enraza  a  toda  existencia  en  su  hoy  concreto  y,  al  mismo 
tiempo,  la  traspasa  mucho  ms  all  de  ste  hacia  su  destino  y 
fundamento histricos y sociales; permitindole, a su vez, a esa 
cultura  dentro  de  la  cual  opera,  ganar  una  cierta  identidad  ya 
que  la  totalizacin,  al  superar  toda  unilateralidad  de  partida, 
singulariza, al mismo tiempo que el mecanismo de trascendencia 
que  reenva  la  anterior  identidad  hacia  su  fundamento  en 
lo  otro  la  universalizaba  situada  y  no  ya  abstractamente. 
El  pensamiento  de  Levinas  sobretodo  el  de  Totalit  et  infni 
empezaba ya a operar entre nosotros y junto a otros clsicos en 
la  crtica  de  la  modernidad  consumada  como  Kierkegaard  y 
Nietzsche terminaba de horadar el duro hueso del racionalismo 
totalizador hegeliano.
Sin  embargo,  todo  esto  exiga  y  exige  una  reapropiacin 
latinoamericana  y  por  ende  esos  autores  y  otros  eran  siempre 
referidos y revisados crticamente desde nuestra propia situacin 
cultural.  nica  manera  en  que  esa  reapropiacin  resultara 
efectiva para un planteo latinoamericamente situado
13
.
En  sntesis,  lo  que  desde  aquellos  aos  entendemos  qued 
diseado fue un esquema categorial que al revisar el estatuto de la 
universalidad haca lugar a la diferencia y a la situacionalidad y 
una metodologa de investigacin la lectura culturalmente situada 
que  pivotea  sobre  la  nocin  de  pro-yecto,  estableciendo  as  una 
13
    As,  a  la  luz  de  esa  reapropiacin  crtica  y  en  funcin  de  un  proyecto  de 
hlosofar  situado,  relemos  a  Heidegger  (Casalla,  1977)  y  a  Hegel  (Casalla, 
1992).  El  primer  libro  nuestro  sobre  Heidegger,  dado  el  tiempo  transcurrido, 
requerira hoy ajustes de interpretacin. En su segunda edicin as lo haremos, 
pero manteniendo intacto el esquema de una lectura culturalmente situada. 
MARIO  CASALLA 68  
peculiar dinmica y formas de relacin entre un pensamiento y 
su poca, entre un autor y su tradicin cultural.
Este  esquema  categorial  y  esta  metodologa  de  investigacin  
enriquecidos  por  el  constante  ejercicio  posterior  nos  parece, 
aqu,  singularmente  apta  para  el  ejercicio  de  una  Filosofa 
latinoamericana,  donde  este  adjetivo:  latinoamericana,  no  se 
limite a calihcar un sustantivo aparentemente universal sin ms: 
la hlosofa, sino que, por el contrario, forme con ste un campo 
de problemas diferente y enriquecedor. Un topos que no se reduce 
al folklore, al paisaje o a un nacionalismo estrecho sino que libera 
nuestro pensamiento para una reapropiacin situada de toda la 
tradicin  hloshca.  La  nuestra  y  la  otra,  sin  ateojeras  y  sin 
falsos prejuicios. 
Riiiviti.s viviiocviit.s
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   71
La Filosofa de la Liberacin como 
un historicismo de la alteridad? Del 
historicismo analctico al trabajo vivo
1
M.vio S.fz
Dii uis+ovitisxo ri.ift+ito .i uis+ovitisxo 
..ift+ito
Comenzemos  con  una  cita  de  un  texto  que  representa  la 
constitucin  de  la  identidad  eurocntrica.  Es  de  El  crimen  de  la 
Guerra de Juan Bautista Alberdi:
Si  el  sector  industrial  de  una  nacin  le  pide  a  su  gobierno 
proteccin  contra  la  industria  de  otra  nacin  porque  sta 
antagoniza  a  aqulla  por  su  simple  superioridad,  entonces 
est sacando al gobierno de su funcin propia y est dando 
prueba de una cobarda vergonzosa.
El gobierno no ha sido establecido para el bienestar de este 
o  ese  gremio,  sino  para  el  bien  del  estado  en  su  totalidad. 
El  gobierno  no  es  el  ()  protector  de  los  comerciantes  o 
los  productores;  es  solo  el  guardin  de  las  leyes,  las  cuales 
protegen a todos por igual en la satisfaccin de su derecho 
de  vivir  baratamente,  algo  ms  precioso  que  producir  y 
vender caro.
Limitar  o  restringir  la  entrada  de  bellos  productos  de 
afuera para que productos domsticos inferiores puedan ser 
1
    Ledo  en  el  II  Coloquio  Internacional  de  Filosofa,  Filosofa  Iberoamericana, 
Homenaje a los 50 aos de la muerte de Ortega y Gasset, Universidad Alberto Hurtado, 
Chile, 18, 19 y 20 de mayo de 2005.
MARIO  SENZ 72  
vendidos a un alto precio es lo mismo que ponerle obstculos 
a  la  entrada  de  hermosas  mujeres  extranjeras  para  que  as 
las mujeres feas nativas se puedan casar mejor; es lo mismo 
que no permitir hombres rubios al pas porque los mulatos, 
quienes forman el fondo de la nacin, seran rechazados por 
su inferioridad por las mujeres (Alberdi, 1975:70-71).
En ese texto el sexismo, el racismo y el liberalismo econmico se 
nutren los unos de los otros en procesos mutuos de legitimacin. 
El  liberalismo  econmico  necesitaba,  en  Latinoamrica,  una 
ideologa  deshumanizante  que  simultneamente  formalizara  la 
igualdad de humanos descarnados, mientras que institucionalizase 
el contenido prejuiciado de sus prcticas contra el indio, el negro 
y el pobre. Esto se ve en la defensa decimonnica de los derechos 
individuales, base ideolgica de la usurpacin de los derechos de 
las comunidades sus tierras, cultura y sustento.
Leopoldo  Zea  analiz  sistemtica  y  extensivamente  esa  actitud 
intelectual de negacin enajenada de la realidad interna como 
una  tentativa  de  negar  el  ser  en  s  en  nombre  de  la  conciencia 
para  otro.  Este  proyecto  de  occidentalizacin,  al  cual  Walter 
Mignolo llam occidentalismo, en vez de sobrepasar el pasado 
colonial  y  las  circuntancias  nacidas  de  l,  estaba  destinado  a 
recrearlo de otras maneras, como una forma de dependencia en la 
supuesta Filosofa universal, pero en realidad en un pensamiento 
eurocntrico  que  se  creaba  a  s  mismo  como  universal  en  la 
construccin del Otro como lo marginable, lo constitutivamente 
peligroso, en palabras de Ortega y Gasset.
Zea propuso lo que l llam un proyecto asuntivo: es decir, una 
asimilacin del pasado y nuestra circunstancia americana como 
nuestra,  en  vez  de  continuar  tratando  de  cortarnos  tajante  y 
formalmente de ellos. Basndose en las enseanzas del espaol 
trasterrado Jos Gaos, quien haba sido estudiante de Jos Ortega 
y Gasset antes de la victoria del fascismo en Espaa, el yo ideal 
el  segundo  yo  de  la  dehnicin  ortegueana,  yo  soy  yo  y  mi 
circunstacia  (Ortega  y  Gasset,  1963:62ss)  se  separa  del  yo 
circunstancial  un  yo  que  no  aparece  como  yo,  sino  ms 
bien  como  lo  del  sujetomi  circunstancia.  Pero  hay  un  yo 
escondido en esa circunstancia, que no es slo el primero, sino 
un  yo  altero  el  zapatista,  el  chavista,  por  ejemplo.  Bajo  esas 
condiciones,  argumenta  Zea,  la  dehnicin  de  Mayz  Vallenilla, 
del  latinoamericano  como  una  entidad  en  expectativa  (Mays 
LA FILOSOFA DE LA LIBERACIN COMO UN HISTORICISMO DE LA ALTERIDAD?      73
Vallenilla, 1959) se mantiene en vigor. Bajo estas condiciones de 
enajenacin, el latinoamericano es, dice Zea, incapaz de asimilar 
el  pasado  en  cuanto  est  proyectado  hacia  el  futuro,  es  verdad, 
pero  slo  como  un  ser  en  expectativa,  esperando  el  desarrollo 
del futuro, pero incapaz de hacerlo propio (Cf.: Senz, 1999: 72-
106).  Roger  Bartra,  de  manera  sarcstica,  compara  este  anlisis 
de  esa  forma  de  ser  en  expectativa,  es  decir,  en  vista  a  un  ideal 
completamente  despegado  de  la  realidad,  con  el  ajolote  que 
madura antes de su transformacin metamrhca (Bartra,1987).
Porque  en  Zea  no  est  claro  quin  es  el  yo  o  el  nosotros 
intersubjetivo,  ya  que  Zea  est  haciendo  referencia  a  la  idea 
de  una  identidad  cultural  autntica  en  este  proyecto  para 
reclamar  nuestra  identidad.  El  latinoamericanismo  de  Zea,  su 
crtica a la interferencia fornea en los asuntos latinoamericanos, 
particularmente por los Estados Unidos, fue en el siglo XX una 
de  las  ahrmaciones  ms  inuuyentes  sobre  nuestra  identidad, 
que  recuperaba  elementos  importantes  de  nuestra  historia 
intelectual. Pero topa con su lmite cuando los retos a la identidad 
latinoamericana  vienen  desde  Latinoamrica,  espechcamente 
de esos sectores que no forman parte de la historia institucional 
del estado-nacin.
Su aceptacin de la diferencia lleg a su lmite espechcamente 
cuando el Ejrcito Zapatista de Liberacin Nacional interrumpi, 
en  1994,  la  celebracin  neoliberal  de  la  entrada  de  Mxico  al 
primer mundo con el Tratado de Libre Comercio y demand la 
redistribucin de la tierra y autonoma poltica para el indgena, 
mientras que retaba la, en ese entonces, sabidura convencional 
sobre los benehcios para todos del sistema capitalista neoliberal, 
la  privatizacin  y  la  eliminacin  de  las  barreras  comerciales  al 
libre uujo del gran capital.
Zea, quien haba propuesto un mestizaje de culturas, de pasado y 
presente, y abogado incansablemente por una identidad cultural 
independiente,  no  poda  solidarizar  con  este  otro  mestizaje 
construido y dirigido desde abajo.
Para  Zea,  el  racismo  estructural  contra  el  indgena  ya 
haba  desaparecido  en  Mxico  con  la  modernizacin  y  la 
institucionalizacin de la Revolucin Mexicana. Dice Zea:
La  mestizacin,  que  insisto  no  es  simplemente  racial,  ha 
disuelto la lucha del Indio contra el blanco.
MARIO  SENZ 74  
En Mxico, el proletariado, as como el burgus o el patrn 
son  pura  y  simplemente  mexicanos;  el  primero  ha  dejado 
de ser indgena y el segundo de ser criollo. Con el hn de la 
fase armada de la Revolucin Mexicana, las instituciones que 
fueron esenciales para la transformacin de Mxico han sido 
animadas  por  mexicanos.  El  observador  extranjero,  y  un 
extranjero tendr que ser, ser capaz de ver solo diferencias 
raciales,  pero  estas  no  corresponden  a  diferencias  sociales, 
polticas o econmicas. Es simplemente una cuestin de las 
diferencias  propias  a  cualquier  nacin  donde  hay  pobres 
y  ricos,  proletarios  y  patrones,  dominadores  y  dominados 
(Zea, 1996:99).
La  ceguera  del  nacionalismo  a  secas  del  ltimo  Zea  no  puede 
observar que el Ejrcito Zapatista de Liberacin Nacional era la 
culminacin  de  luchas  indgenas  campesinas  en  esa  regin  de 
Mesoamrica.  Solo  unos  pocos  aos  antes  del  levantamiento 
zapatista, organizaciones indgenas como el Comit de la Libertad 
Indgena, el XiNich que quiere decir hormiga en maya Chol 
y conocido en espaol como la Coordinadora de Organizaciones 
Sociales Indgenas del Norte de Chiapas, o el Comit de Defensa 
de  la  Libertad  en  Amatn,  Chiapas,  eran  organizaciones  en 
el  sur  de  Mxico  que  protestaban  por  la  libertad  de  presos 
polticos y por el respeto de los Derechos Humanos del indgena 
mexicano con marchas y plantones, y se organizaban en la lucha 
por  autonoma  poltica  indgena  (Cf.:  Roldn,  1996).  El  EZLN 
representaba  un  nuevo  estadio  en  la  lucha.  Como  dijo  uno  de 
los representantes de XiNich, En ese ao de 1994 una pequea 
luz empez a nacer para el indgena que pensaba que l no tena 
derechos. (Roldn, 1996:90).
2
Los  zapatistas  representaban,  hloshcamente,  un  reto  a  la 
subjetividad mexicana que manejaba la maquinaria de identidad 
cultural que haba sido construida en oposicin a la enajenacin 
del intelectual de su ser latinoamericano (Cf.: Bartra, 1987:20ss). 
Polticamente,  era  un  reto  al  estado-nacin  que  haba  de 
organizar el proyecto mexicano pero que, de hecho, amenazaba 
con destruir los viejos retazos del tejido de bienestar social, cosido 
en ese compromiso histrico entre varias clases sociales bajo el 
liderazgo  de  la  burguesa  que  fue  la  Revolucin  Mexicana  de 
2
   Testimonio de Francisco Gonzlez Gutirrez.
LA FILOSOFA DE LA LIBERACIN COMO UN HISTORICISMO DE LA ALTERIDAD?      75
1910-1917; y por tanto, econmicamente, retaba los intereses del 
gran  capital.  Ms  signihcativamente,  se  presentaba  como  una 
nueva forma de lucha contra el neoliberalismo.
En las categoras que Antonio Negri y Michael Hardt proponen 
en  su  teora  postmoderna  de  imperio,  lo  ven  como  un  eslabn 
que conecta la guerrilla policntrica de los sesenta y setenta con la 
expresin organizada de la multitud como red de singularidades 
que  construyen  el  comn  contra  el  imperio.  Esta  es  una  tesis 
que  se  propone  ir  ms  all  de  la  binomia  identidad-diferencia, 
al  pretender  comenzar  desde  la  produccin  biopoltica  de  las 
singularidades  mismas.  Como  veremos  ms  adelante,  ste  se 
semeja al momento analctico de Dussel.
La  enajenacin  de  sus  circunstancias  americanas  que  Zea  not 
en los intelectuales del siglo XIX, de tal manera que el sujeto se 
encontraba dirimido entre un yo ideal y el yo circunstancial, 
surge de nuevo, pero en un sentido ms radical. Porque el yo 
que habla no es, en y para s, el yo circunstancial es decir, el 
horizonte pragmtico mo. Es un yo circunstancial solo para el 
yo ideal, eurocntrico. Esto introduce un elemento de tensin, 
una  lucha  por  el  reconocimiento,  no  prevista  por  Hegel,  para 
quien  fue  una  lucha  entre  iguales  la  que  llev  a  la  desigualdad 
la dialctica de amo y esclavo. En vez de eso, nos encontramos 
con una lucha por el reconomiento entre desiguales, una lucha 
asimtrica en la cual o se preserva el status quo o se le transforma, 
incluyendo  la  diferencia  suprimida,  en  este  caso,  en  el  dilogo 
nacional,  de  acuerdo  a  los  trminos  dehnidos  por  esa  supuesta 
diferencia  por  ejemplo,  en  nuestro  caso,  satisfaciendo  las 
demandas  radicales  de  los  grupos  indgenas  por  autonoma  y 
alcanzando igualdad material no la simple igualdad formal del 
mercado  y  el  da  de  las  elecciones.  Pero  as  como  el  dilogo 
nacional  no  puede  aceptar  al  oprimido  como  interlocutor 
en  condicin  de  igual  a  igual,  cabe  preguntarse  si  la  lgica  de 
identidad-diferencia  sirve  como  punto  de  arranque  para  la 
comprensin de una alteridad radical, lo que era en la metafsica 
de Ortega y Gasset lo siempre latente, pero que en nuestro pensar, 
ms mundano, representa la alteridad de donde surge el mundo 
de la vida, la humanidad concreta a la que se ha referido Zea.
De  all  el  inmenso  reto  que  los  movimientos  indgenas  y  otros 
movimientos de grupos materialmente excluidos representan en 
la  Latinoamrica  de  hoy  un  reto  que  las  lites  estn  tratando 
MARIO  SENZ 76  
de  gestionar  hacia  la  inexistencia,  reduciendo  esas  voces  de 
resistencia  a  una  mera  circunstancia  o  situacin  que  debe  ser 
enfrentada. Lo que desde una crtica occidental aparece como 
un yo circunstancial las comunidades zapatistas, por ejemplo 
que  interrumpe  el  soliloquio  del  yo  que  se  reconoce  en  el  telos 
de  su  historia  y  aboga  por  otra  clase  de  mestizaje  es,  ms  que 
otra  perspectiva  o  construccin  cultural,  otra  realidad:  no  solo 
la pobreza y la pobreza extrema que en el mundo suman 2.500 
millones  y  1.200  millones  respectivamente,  sino  tambin  sus 
organizaciones y sus nuevos telos.
Es importante ahrmar un liberarse de dependencia y dominacin 
externa,  como  se  hace  en  concepciones  historicistas  de  la 
identidad  latinoamericana  la  posicin  de  Zea,  pero  al  mismo 
tiempo  tambin  cuestionar  el  signihcado  de  esa  identidad  en 
relacin  a  la  colonizacin  interna  y  la  desigualdad  econmica. 
En la tica de la liberacin en la edad de la globalizacin y la exclusin 
por Enrique Dussel, se representa una liberacin de marginados 
o  explotados  desde  una  ahrmacin  originaria  de  sus  vidas 
formalmente excluidas y materialmente negadas por sistemas de 
dominacin.  Es  por  eso  que  la  ahrmacin  de  las  vidas  negadas 
por  sistemas  contemporneos  de  dominacin  requiere  la 
reconstruccin  econmica  y  poltica  desde  las  vctimas  de  esos 
sistemas,  pero  como  constructores  de  nuevas  comunidades  y 
prcticas de liberacin. Filoshcamente, la ahrmacin que Dussel 
hace de lo negado por sistemas de dominacin pasa, por tanto, 
de ser una hlosofa de la identidad a una de la alteridad.
Desarrollos  recientes  en  la  Filosofa  latinoamericana  han 
incorporado  una  crtica  anti-capitalista  o  altermundialista  de 
la  globalizacin,  con  una  ahrmacin  de  la  diferencia,  para  as 
tratar de buscar, de acuerdo a Mnica Re, los puntos comunes de 
dos tipos de paradigmas, un paradigma de la igualdad y otro de 
respeto a las diferencias por razn de gnero, orientacin sexual 
y etnicidad (Re, 2003:365). Notablemente, precisamente por esa 
tentativa de articular estos dos paradigmas sintticamente, pero 
con  uuidez,  una  abertura  hacia  comunidades  de  comunicacin 
no-hegemnicas  y  contra-hegemnicas  se  ha  desarrollado.  Este 
me  parece  que  ha  sido  el  caso  con  el  pensamiento  hloshco 
de  Dussel  desde  los  80,  el  cual  ha  asimilado  el  historicismo 
latinoamericano  pero  al  mismo  tiempo  ha  criticado  el  tipo 
de  historicismo  que  sobrevalora  las  producciones  culturales 
LA FILOSOFA DE LA LIBERACIN COMO UN HISTORICISMO DE LA ALTERIDAD?      77
e  ideolgicas  que  no  cuestionan  el  clasismo  y  el  racismo 
contemporneos.  Trata  de  empezar  no  desde  el  punto  cero 
(Cerutti Guldberg, 1988.89:43-61), sino desde los rostros de los 
oprimidos y marginados (Dussel, 1994: 181ss), los cuales tambin 
tienen su historia. Para hacer esto se deben elaborar los aspectos 
crticos de la racionalidad pre-originaria y material:
El  juicio  tico  de  la  razn  crtica  negativa  es  trans-sistmico 
y  si  el  sistema  de  la  comprensin  del  Ser  (en  el  sentido 
Heideggeriano)  es  ontolgico,  sera  entonces  pre-  o  trans-
ontolgico: Es un juicio que procede de la realidad negada 
de las vctimas en referencia a la totalidad ontolgica de un 
sistema tico dado. En este sentido () ms all del ser (si el 
ser es el fundamento del sistema), existe la posibilidad () 
de la ahrmacin de la realidad las vctimas (Dussel, 1998:300).
Me  parece  a  m  un  error,  por  lo  tanto,  entender  la  Filosofa 
analctica  de  liberacin  como  anti-histrica.  Lo  que  Dussel 
critica  no  es  tanto  la  historicidad,  sino  la  historia  de  exclusin 
y  opresin.  Al  mismo  tiempo,  se  busca  recuperar  la  realidad 
encubierta  por  discursos  hegemnicos.  En  su  El  encubrimiento 
del  Indio,  Dussel  se  rehere  a  los  momentos  de  conquista  y 
colonizacin  y  cmo  stos  excluyeron  de  la  comunidad 
hegemnica  de  comunicacin  a  sujetos  histricos  quienes, 
como tales, han en ciertas coyunturas formado el bloque social 
del oprimido y hecho revoluciones polticas (Dussel, 1994:181).
Estas  transformaciones  polticas  son  eventos  histricos 
dramatizados  por  aquellos  cuya  historicidad  ha  sido  negada 
por  el  sistema.  Pero  la  negacin  de  su  historicidad  no  es  en  s 
verdica,  puesto  que  no  se  corresponde  con  la  realidad  de  las 
diferentes  maneras  con  las  cuales  han  resistido,  incluyendo 
esas  discontinuidades  o  rompimientos  caractersticos  de  las 
revoluciones. Estas transformaciones, para usar la terminologa 
de  Dussel  (Dussel,  1998:533),  no  son  un  recomenzar  desde  un 
cero  histrico,  pero  s  momentos  de  crisis,  los  cuales,  si  son 
exitosos, llevan al Otro al poder, aunque hasta ahora, tambin 
siempre  han  llevado  a  nuevas  contradicciones  sistmicas.  La 
reuexin terica sobre la praxis de estos sujetos histricos no es 
tampoco  un  hlosofar  desde  un  punto  cero  histrico,  sino  que 
puede  ser  la  ahrmacin  metodolgica  del  momento  analctico 
de  la  dialctica:  es  decir,  la  ahrmacin  de  lo  que  es  negado 
por  el  sistema.  Existencialmente,  es  la  validacin  de  la  vida  del 
MARIO  SENZ 78  
oprimido,  una  tolerancia  subversiva,  si  se  quiere  decir  de  esa 
manera (Dussel, 1994:35).
3
Hay,  de  esta  manera,  un  corte  transversal  en  el  anlisis  del 
sistema social cuestionado, para revelar discursos y subjetividades 
sumergidas.  La  metfora  de  la  espacialidad  puede  aplicarse 
como  lo  hizo  Ofelia  Schutte  en  un  ensayo  de  hace  varios  aos, 
cuando comparaba las hlosofas de la liberacin de Zea y Dussel 
(Schutte, 1984:61-68). Pero de la metfora de la espacialidad no 
se puede deducir que haya un abandono de la temporalidad o la 
historicidad en el pensamiento de Dussel. Se puede argumentar, 
por  el  contrario,  que  hay  una  yuxtaposicin  quismica  de  la 
temporalidad y  la espacialidad,  en  el sentido  que se  preserva el 
ir y venir contrarios de ese par de conceptos. No slo se va de la 
historia  al  espacio  creado  por  esa  historia  con  la  consecuente 
sumersin  de  otras  historias,  sino  que  tambin  se  va  desde  las 
vidas  en  exterioridad  hacia  sus  historias  con  el  consecuente 
rompimiento  de  las  barreras  creadas  para  s  por  las  clases 
dominantes.  Por  lo  tanto,  la  pulsin  analctica  que  anima  la 
ahrmacin de lo que es negado por el sistema como el momento 
necesario que precede lgicamente a la negacin de la negacin, 
es precisamente el momento de una construccin alternativa de 
la historicidad, en trminos de un pasado encubierto, el presente 
negado qua presencia del oprimido como oprimido y el futuro 
imaginado como horizonte utpico. Mientras que Dussel est de 
acuerdo con la crtica que hace Zea a la razn formalista que usa 
al  formalismo  y  la  construccin  de  cultura  y  gnero  como  algo 
meramente  accidental  (Zea,  1996:84ss),  Dussel  se  mueve  hacia 
la  articulacin  de  una  racionalidad  materialista,  en  la  cual  las 
prcticas discursivas y sus reglas de validez forman parte de una 
arquitectnica  que  echa  races  en  la  ahrmacin  de  la  vida  del 
sujeto humano en comunidad, lo cual es hoy parte del horizonte 
utpico desde el cual se critica la sistmica negacin del Otro/la 
Otra en su exterioridad.
3
    Hay  un  importante  cambio  en  el  nfasis  con  respecto  a  la  relacin  entre 
analctica y dialctica en el pensamiento de Dussel. En 1972, la disjuncin entre 
ambas era exclusiva,  aunque  el  contraste  era algo suavizado por  referencias  al 
pensamiento  de  Feuerbach.  Para  Feuerbach,  nos  recuerda  Dussel,  haba  una 
dialctica  verdadera  y  otra  falsa;  la  primera  tena  apoyo  analctico,  de 
acuerdo  Dussel  un  movimiento  ana-dia--lctico,  dice  l  por  su  punto  de 
partida dialgico (186).
LA FILOSOFA DE LA LIBERACIN COMO UN HISTORICISMO DE LA ALTERIDAD?      79
Es  el  concepto  de  la  alteridad,  en  su  exterioridad,  suhciente 
para despejar, a nivel de principios, la sospecha que nos movemos 
todava  dentro  de  una  lgica  de  identidad  y  diferencia?  En 
Multitude,  Hardt  y  Negri  se  alan  a  una  antropologa  global 
que deje detrs el eurocentrismo que construya al Otro como lo 
diferente  a  lo  occidental:  La  pareja  conceptual  contradictoria 
identidad-diferencia  no  es  el  marco  adecuado  para  entender 
la  organizacin  de  la  multitud.  En  vez  de  eso,  somos  una 
multiplicidad  de  formas  singulares  de  vida  y  al  mismo  tiempo 
compartimos  una  existencia  global  comn.  La  antropologa  de 
la multitud es una antropologa de singularidad y comonalidad 
(Hardt y Negri, 2004:127).
En  mi  opinin,  Dussel  nos  presenta  ya  una  construccin  de  la 
exterioridad  no  eurocntrica.  Encuentro  paralelos  entre  la 
conceptualizacin  no  binaria  de  conjunto  de  singularidades, 
que  crean  el  comn  biopolticamente  de  Hardt  y  Negri  y  la 
creacin ahrmativa de vida humana en comunidad de Dussel. 
Signihcativamente,  la  yuxtaposicin  de  resistencia  y  poder  que 
Hardt y Negri hacen entre negacin de esa produccin biopoltica 
por el biopoder se puede comprender dentro de la anadialctica 
de  Dussel.  Hardt  y  Negri,  as  como  Dussel,  lo  ilustran  con  una 
referecia  clave  a  los  Grundrisse  de  Marx:  el  trabajo  vivo  ante  el 
capital. El trabajo vivo, ya sea como produccin biopoltica o como 
exterioridad  creadora,  es  el  fundamento  de  una  nueva  visin 
de  la  historia,  pero  tambin  de  una  realidad  histrica  siempre 
latente para la vida como realidad radical de Ortega cuyo ser 
es  acumulado  por  un  yo  proyectado  hacia  la  realizacin  de 
su  propio  programa  vital.  Por  lo  tanto,  la  subjetividad  del  Otro 
no  est  presente  excepto  como  ese  ser  objetivado:  el  trabajo 
desechado por el juego.
A  esta  relacin  entre  trabajo  y  capital  se  puede  llegar  con  una 
breve  crtica  del  formalismo  egalitario  que  esconde  la  relacin 
de poder.
Ei +v.v.o vivo toxo iir.xi+o x.+ivi.i 
ri i. ..ift+it.
Al  trabajo  vivo  se  le  esconde  detrs  el  formalismo  tico.  Un 
formalismo tico clsico es el kantiano. Sus frmulas del imperativo 
MARIO  SENZ 80  
categrico  requieren  ser  basadas  en  elementos  puramente 
formales;  estos  son  la  universalidad  y  consistencia  de  la  razn 
a  las  cuales  mis  mximas  subjetivas  se  deben  conformar  (Kant, 
1964:84). As que la forma de la ley moral se convierte en la base 
de la moralidad, hasta tal punto que los ejemplos concretos que 
Kant nos da se autodestruyen, precisamente porque son ejemplos 
concretos: la rectitud de ellos reposa en la abstraccin de todos 
sus  aspectos  concretos  y  por  tanto,  del  ejemplo  mismo.  Este 
formalismo  puro  es  la  base  de  la  relacin  tica  entre  personas. 
Pero,  como  formalismo,  no  establece  relaciones  entre  personas 
diferentes,  sino  entre  una  conciencia  hegemnica  y  la  ley.  La 
ley  es  la  ley  burguesa  basada  en  el  contrato  entre  iguales,  cuya 
nica  diferencia  es  una  posicin  intercambiable  y  puramente 
equivalente  entre  uno  u  otro  segmento,  una  y  otra  parte,  del 
acuerdo.
Al  principio  del  volumen  I  del  Capital,  Marx  elabora  este 
formalismo al nivel abstracto de la mercanca y sus equivalencias. 
Este  nivel  de  abstraccin  es  pedaggico  y  crtico,  porque  nos 
permite,  por  usar  a  Derrida,  deconstruirlo:  mostrar,  es  decir,  la 
tentativa de lo imposible inherente a esa relacin abstracta. Ya no 
son dos mercancas puras, sino un comprador y un vendedor de 
mercancas  o  poseedores  de  ciertas  abstracciones  y,  por  tanto, 
equivalencias, quienes se encuentran en el mercado, en el lugar 
donde siempre las cosas y las ideas son transmitidas. El comprador 
es un capitalista que tiene dinero, el vendedor es un trabajador 
que tiene fuerza de trabajo (Marx, 1992:165).
Parece que ahora se avisora la diferencia que rompe el encanto 
de  la  razn  pura.  Pero  no.  No  mientras  nos  quedemos  al  nivel 
de la circulacin del uujo y reuujo del contrato mismo, Dinero-
Mercanca  (D-M),  porque  al  hn  y  al  cabo,  la  mercanca  y  el 
dinero  son  equivalentes  y  as  el  capitalista  y  el  trabajador  son 
equivalentes.
El  formalismo  de  la  ley  se  empieza  a  desmoronar  al  hnal  del 
captulo  sexto,  cuando  despus  del  contrato  que  establece  el 
acuerdo  entre  comprador  (capitalista)  y  vendedor  (trabajador 
asalariado) en el movimiento D-M, abandonamos, dice Marx, la 
esfera de la circulacin y el trabajador sigue al orgulloso capitn 
de  industria  con  la  conciencia  y  la  experiencia  de  haber 
vendido el pellejo y de que va a ser despellejado.
LA FILOSOFA DE LA LIBERACIN COMO UN HISTORICISMO DE LA ALTERIDAD?      81
En la esfera de la produccin se revela en (el uso de) la carne la 
negacin del trabajador: los trabajadores son disminuidos en la 
medida que acrecientan el capital; arrancados de su verdadera 
vida comn, sus vidas son gastadas en base a la legitimidad de un 
contrato formalmente justo, pero materialmente injusto.
Una  tica  marxista  sera,  entonces,  en  las  palabras  de  Dussel, 
materialista  en  el  sentido  que  su  principio  tico  fundamental 
es material. Si la vida del trabajador es negada en la prctica en 
la  esfera  de  la  produccin,  su  ahrmacin  es  el  principio  tico 
fundamental. Dussel se ha referido a l, en su ltima tica, como 
la  ahrmacin  de  la  vida  humana  en  comunidad.  Con  respecto 
a  Marx,  Dussel  acert  en  haberlo  encontrado  en  los  escritos 
econmicos  maduros  de  Marx.  Le  da  particular  importancia  a 
los  Grundrisse.  Como  vemos,  tambin  se  encuentra  en  un  texto 
posterior como el primer volumen del Capital.
De cualquier manera, la aproximacin desde una Filosofa de la 
Liberacin a la obra de Marx le permiti a Dussel, ms que leer 
de  otra  manera  a  Marx  e  integrarle  dentro  de  otra  perspectiva 
hloshca, descubrir un aspecto fundamental del pensamiento del 
Marx maduro. De tal manera que si ahora se regresa a la esfera 
de la circulacin, Marx demuestra que la negacin de la vida del 
trabajador en la esfera de la produccin se funda en la esfera de la 
circulacin misma disfrazada sta en el acto formal del contrato. 
Esa  negacin  del  trabajador  es,  por  lo  tanto,  simultneamente 
una ahrmacin de la ley.
La igualdad de la ley se basa, entonces, en dos pilares centrales: el 
primero es su aplicacin a dos elementos del contrato en verdad 
desiguales. El segundo nos rehere a la gnesis y a la reproduccin 
continua,  pero  con  formas  diversas  de  esa  desigualdad,  regida 
por la dominacin: Marx se rehere en los captulos postreros del 
volumen I del Capital a la expropiacin de los bienes comunes, 
las  leyes  contra  vagabundos  como  disciplina  externa  sobre  la 
nueva masa trabajadora, hasta la internalizacin de esa disciplina 
en la aceptacin de la relacin capital-trabajo como una relacin 
natural.
Es este segundo pilar que hace posible el elemento formal de la 
tica.  En  cualquier  sociedad  donde  hay  dominacin,  lo  formal 
descansa  sobre  lo  material.  La  ahrmacin  ideal  o  contrafctica 
del  formalismo  tico  expresa,  as,  un  movimiento  paradjico: 
MARIO  SENZ 82  
se  mueve  hacia  una  crtica  de  la  desigualdad  material  cuando 
reconoce  su  fundamento  en  el  reconocimiento  del  otro;  al 
mismo tiempo se siente repelida por la materialidad del otro, por 
la diferencia, y as se aleja de la desigualdad material dejndola 
existir.  Solo  la  materialidad  puede  ex-istir,  estar  fuera  de  s, 
desnuda en el mundo; el formalismo tico simplemente busca ser 
y desde su ser juzgar el existir.
Son  estos  movimientos,  aparentemente  complementarios, 
solo  desde  una  dialctica  de  la  identidad  y  las  diferencias.  Pero 
cuando  se  introduce  la  categora  de  lo  distinto,  de  la  alteridad, 
como fundamento, el primer movimiento hacia una crtica de la 
dominacinse funda en el reconocimiento del Otro dominado. 
Este  reconocimiento  del  Otro  tiene  que  ver  con  el  raciocinio 
formal,  tanto  como  el  contrato  entre  capitalista  y  trabajador 
asalariado tiene que ver con el reconocimiento de la desigualdad: 
casi  nada.  Obviamente,  a  un  nivel,  nos  muestra  la  desigualdad 
dentro de la ley misma del capitalismo: el trabajo vivo crea ms 
valor  que  su  valor  como  fuerza  de  trabajo;  pero  esto  no  nos 
apunta necesariamente hacia el exterior de la ley, ms all de la 
ley, hacia la violacin de la ley. Paralelamente, la fuerza de trabajo 
no nos apunta hacia el trabajo vivo.
Con  respecto  al  trabajo  vivo,  cabe  notar,  siguiendo  los 
descubrimientos de Dussel, y los recientes redescubrimientos de 
Hardt  y  Negri,  que  ste  contiene  un  exceso  tico  en  la  esfera  de 
la produccin. Como exceso, es fundamento y crtica del capital. 
Dussel  nos  rehere  al  pasaje  de  los  Grundrisse  donde  el  trabajo 
vivo es una nada-para-el-capital. Hardt y Negri en su ltimo libro, 
Multitude,  nos  reheren  a  su  exceso  e  inconmensurabilidad  con 
respecto al capital (Hardt y Negri, 2004:140-153). Mientras que la 
lectura que hace Dussel es una base para una reconstruccin de 
la teora de la dependencia en base a la Filosofa de la Liberacin 
latinoamericana (Dussel, 1991:336ss), la lectura que hacen Hardt 
y Negri se convierte en punto de arranque de una referencia a la 
tendencia postmoderna hacia la hegemona de la produccin 
inmaterial. De acuerdo a Hardt y Negri,
El  trabajo  vivo  es  la  facultad  humana  fundamental:  es 
la  habilidad  de  comprometerse  con  (engage)  el  mundo 
activamente  y  de  crear  la  vida  social.  El  trabajo  vivo  puede 
ser  acorralado  por  el  capital  y  reducido  (pared  down)  a 
fuerza de trabajo que es comprada y vendida y que produce 
mercancas y capital, pero el trabajo vivo siempre excede eso. 
LA FILOSOFA DE LA LIBERACIN COMO UN HISTORICISMO DE LA ALTERIDAD?      83
Nuestras  capacidades  innovadoras  y  creadoras  siempre  son 
ms  grandes  que  nuestro  trabajo  productivo-productivo,  es 
decir, del capital. Aqu podemos darnos cuenta que nuestra 
produccin biopoltica es por un lado inmedible, porque no 
puede  ser  cuantihcada  en  unidades  hjas  de  tiempo,  y  por 
otro  siempre  excesiva  con  respecto  al  valor  que  el  capital 
puede  extraer  de  ella  porque  el  capital  no  puede  nunca 
capturar toda la vida (146).
Hardt y Negri analizan los Grundrisse y llegan a conclusions muy 
similares a las de Dussel con respecto a la relacin entre trabajo 
vivo  y  fuerza  de  trabajo.  Los  primeros  ven  esta  lectura  como  la 
base para revisar la nocin marxista de la relacin entre trabajo 
y valor en la produccin capitalista. Por un lado, la produccin 
inmaterial  no  puede  ser  reducida  fcilmente  a  la  relacin  que 
hace  Marx  entre  el  trabajo  abstracto  cuantihcado  y  el  tiempo 
de  trabajo  necesario.  Por  otro  lado,  dicen  Hardt  y  Negri,  el 
paradigma  central  de  la  produccin  inmaterial  es  la  ntima 
relacin  entre  cooperacin,  colaboracin  y  comunicacin,  es 
decir, su fundamento en el comn (147).
Estos conceptos presentan una cierta analoga con las categoras 
dusselianas de la comunidad de las vctimas y de la ahrmacin de 
la vida en comunidad en el contexto de la negacin de la vida del 
trabajador por el capital.
De  acuerdo  a  Marx  en  los  Grundrisse,  el  trabajo  vivo  es,  dentro 
de la separacin entre propiedad y trabajo, nada para el capital 
si no es objetivado en una mercanca o como mercanca. En su 
objetivacin,  el  trabajo  es  valor  y  se  puede  entonces  convertir 
en  capital;  como  tal  no  es  trabajo  vivo.  Como  trabajo  vivo  es 
subjetividad pura: es fuente de valor, pero no es valor en s. Lneas 
similares, pero mucho ms resumidas se leen en El capital: Fuerza 
de trabajo en movimiento, o trabajo humano, crea valor pero en 
s  mismo  no  es  valor  (Marx,  1961:51).  Es  en  su  abstraccin  
histrica y forzada de acuerdo a las condiciones de transicin al 
capitalismo de los instrumentos de trabajo y las materias primas 
para el trabajo, el trabajo vivo es desnudez completa, existencia 
puramente subjetiva (Idem).
Es  este  el  punto  donde  Dussel  nos  presenta  el  principio  de 
exterioridad:  el  trabajo  vivo  es  exterioridad,  de  acuerdo  a 
Dussel.  La  deshumanizacin  del  trabajador  radica,  no  en  su 
desvalorizacin,  sino  en  su  valorizacin  para  el  capital,  es  decir 
MARIO  SENZ 84  
para la vida cosihcada y la cosa fetichizada. Es esta la negacin del 
trabajo vivo o lo que Dussel llama, en su tica del 98, la negacin 
de la vida humana en comunidad. Al mismo tiempo, la negacin 
de  esa  negacin,  a  travs  de  la  ahrmacin  de  la  vida  humana 
en comunidad, es el momento tico-poltico material de la vida 
humana  que  es  irreducible  al  capital  y  va  ms  all  del  poder 
totalizante de su lgica aunque no ha podido todava escapar la 
lgica de su poder.
...la  cuestin  de  la  exterioridad  o  transcendentalidad 
del trabajo vivo por oposicin dialctica al capital es la clave 
completa  para  descifrar  el  discurso  marxista  y  tambin  la 
doctrina del plusvalor. (...) Antes de que el trabajo vivo sea 
valor  de  uso  para  el  capital,  el  trabajador  es  corporalidad 
distinta, persona libre; pobreza absoluta y desnudez radical 
que  el  mismo  capital  produce  como  condicin  de  su 
reproduccin (Dussel, 1991:16).
El pasaje analizado por Dussel en 1985,
4
 el cual se convirti en el 
eje de su marxismo, es reledo por Hardt y Negri y descubren una 
tensin creativa entre los aspectos positivo y negativo del trabajo 
vivo  hacia  una  subjetividad  revolucionaria.  Bajo  la  hegemona 
de  la  produccin  inmaterial,  el  trabajo  vivo  es  ambos:  negado 
como  objetivacin  en  capital  y  ahrmado  como  preservacin 
de  su  capacidad  creadora.  Esta  tensin  entre  lo  negativo  y  lo 
positivo, es decir, entre, el antagonismo expresado en la negacin 
del trabajo vivo como pobreza absoluta (Marx) y su ahrmacin 
como  poder  y  terreno  cero  (Hardt  y  Negri)  de  creatividad, 
fundamenta  la  creacin  de  una  subjetividad  revolucionaria. 
Esta  lectura  que  hacen  Hardt  y  Negri  del  pasaje  clave  de  los 
Grundrisse  corresponde,  en  mi  opinin,  a  la  lectura  que  hizo 
Dussel.  La  subjetividad  es  ambos  producto  y  fuente,  fuerza  de 
trabajo y exterioridad. Como producto y como fuerza de trabajo 
se le niega, mientras que se ahrma simultneamente el capital a 
s mismo. Como fuente y como exterioridad, es auto-ahrmacin 
y por tanto, negacin de la negacin negacin del capital. En 
esta segunda posibilidad, el trabajo vivo se asume a s mismo en 
lo que ha creado, producto de su propia capacidad creativa y la 
subsume en la proyeccin de una posibilidad futura: el comn 
4
   Me rehero aqu al ao de la publicacin de la primera edicin de Dussel, La 
produccin terica de Marx, tambin publicada por Siglo XXI Editores.
LA FILOSOFA DE LA LIBERACIN COMO UN HISTORICISMO DE LA ALTERIDAD?      85
reapropriado por los pobres el trmino que Hardt y Negri usan 
en  Multitude  y  que  Dussel  ha  estado  usando  desde  los  orgenes 
de la Filosofa y la tica de la liberacin o por la comunidad de 
vctimas el trmino usado hoy por Dussel (Dussel, 1998:17).
Pero es esta subjetividad del trabajo vivo de la comunidad de las 
vctimas un sujeto histrico. Sujeto, repito, pero como altero.
...el sujeto (necesitado o productor) funda a la materia en 
su  esencia  (como  contenido  consumido  de  la  necesidad 
o  como  con-lo-que  consumido  constituye  el  objeto 
producido); el sujeto histrico es anterior; el sujeto es el a 
priori  de  la  materia.  Primero  est  el  sujeto  histrico  como 
trabajo,  y  despus  est  la  naturaleza  como  materia  ste  es 
el  concepto  del  materialismo  histrico  o  productivo.  Si  la 
materia  (como  masa  fsica,  astronmica,  cosmolgica)  es 
lo  anterior  al  sujeto  histrico  (materialismo  ontolgico, 
cosmolgico,  intuitivo  o  ingenuo)  es  cuestin  secundaria 
para  Marx,  y  fuera  de  su  discurso  cienthco  (Dussel, 
1991:36-37).
Cotiisio: L. FiiosoiI. i.+io.xivit.. 
toxo EXCURSUS
El historicismo analctico es claramente una contradiccin para 
una lgica binaria formalista o dialctica.
El historicismo de identidad-diferencia nos rehere a narrativas de 
acumulacin de ser, ya sea en una teleologa como la del Hegel 
viejo o abierta hacia un futuro incierto, excepto como proyecto 
o programa vital como en la Filosofa de la Historia de Ortega.
La  analctica  rechaza  el  ser.  Lo  real  es  el  no-ser  marginado  y 
excluido. Es la marginacin-exclusin del no-ser, su alteridad en 
este  ensayo,  el  trabajo  vivo  lo  que  permite  la  actualizacin  del 
ser.
Para  una  lgica  formal  es  obvio  que  la  identidad  o  lo  mismo 
implica en su ahrmacin necesariamente la negacin del no-ser. 
La realidad del primero implica necesariamente la irrealidad del 
segundo. Este momento formal se presupone en la dialctica y en 
la primera versin de la analctica en Dussel. En la dialctica, el no-
ser  abstracto  es  simplemente  un  primer  momento  de  la  lgica, 
un encubrimiento del no-ser que se desarrolla como diferencia. 
MARIO  SENZ 86  
Quiero decir por desarrollo como diferencia la diferenciacin de 
la identidad. En la analctica el no-ser abstracto es, por lo tanto, 
el encubrimiento del ser que se desarrolla como identidad. Por 
desarrollo como identidad, quiero decir la acumulacin de ser.
El  historicismo  analctico  parecera,  pues,  imposible.  O 
historicismo  o  analctica.  Ofelia  Schutte  y  Horacio  Cerutti,  por 
ejemplo,  como  vimos  en  la  primera  seccin,  interpretaron  la 
analctica dusseliana precisamente de esta manera.
Es posible otra versin que nos permita abrirnos paso? Por qu 
otra versin?
Un  historicismo  analctico  como  el  de  Dussel  se  basa  en  la 
ahrmacin de aquello que es negado por el ser y, por lo tanto, en 
la condicin de posibilidad para la negacin de la negacin. Es, 
por tanto un des-cubrimiento de la historia y un programa vital 
de liberacin.
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LA FILOSOFA DE LA LIBERACIN COMO UN HISTORICISMO DE LA ALTERIDAD?      87
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   89
SEGUNDA PARTE
Filosofa Intercultural
Nuestra Amrica es diversidad, pluralidad, multiplicidad, es, como se ha 
dicho,  polifona  y  balcanizacin.  Es  la  Amrica  de  muchos  pueblos,  de 
multitud de culturas, de cantidad de tradiciones originarias e importadas 
de innumerables lugares, de sus yuxtaposiciones y confictos. Como dice 
Jos  Mart  en  Nuestra  Amrica,  El  indio,  mudo,  nos  daba  vueltas 
alrededor, y se iba al monte, a la cumbre del monte, a bautizar a sus hijos. 
El negro, cantaba en la noche la msica de su corazn, solo y desconocido, 
entre  las  olas  y  las  feras.  El  campesino,  el  creador,  se  revolva,  ciego  de 
indignacin,  contra  la  ciudad  desdeosa,  contra  su  criatura.  Hablar 
de Amrica Latina es, entonces, hablar de pluralidad. Un mostrario de 
peculiaridades.  Amrica  Latina  constata  Fornet-Betancourt  no  es  el 
resultado del encuentro de dos mundos. Es ms bien un complejo mosaico 
de muchos pueblos y el comercio de otras tantas tradiciones. La Amrica 
Nuestra la Amrica de todos los latinoamericanos. Nuestra Amrica 
es, por lo tanto, el nombre de una aspiracin, de un sueo, de una Utopa 
histrico-social: la Unidad latinoamericana. Nuestra Amrica es, pues, 
proyecto de realizacin de la unidad a partir de la irreductible diversidad 
originaria. La unidad es tarea pendiente. Aqu se sita la aspiracin de 
interculturalidad de la Filosofa latinoamericana que, de larga data como 
informa Roig, ha sido impulsada con ms fuerza solo hace algunos aos. 
Una Filosofa donde se den cita todas las manifestaciones flosfcas del 
continente,  donde  todas  sean  recepcionadas  y  escuchadas.  Un  flosofar 
que  no  excluya  sino  incluya,  que  acepte  como  vlidos  todos  los  aportes 
provenientes  de  los  distintos  mbitos  culturales  del  continente.  Una 
Filosofa  de  Nuestra  Amrica,  la  de  todos  los  americanos.  El  genio 
dice  Mart  [est]  en  hermanar,  con  la  caridad  del  corazn  y  con  el 
atrevimiento  de  los  fundadores,  la  vincha  y  la  toga,  el  desestancar  al 
indio;  en  haciendo  lado  al  negro  sufciente;  en  ajustar  la  libertad  al 
cuerpo de los que alzaron y vencieron por ella.
   91
Las culturas del saber y su encuentro en 
el dilogo norte-sur. Cmo pensar el 
saber que debemos saber?
1
R.ii Fovi+ Bi+.toiv+
+. L.s vvici+.s ri ioro risri i.s ii 
tosiriv.xos ii +ix.
El tema central que debemos discutir aqu reza: Las culturas del 
saber y su encuentro en el dilogo norte-sur. Por esta formulacin 
se  puede  ver  que  el  tema  presupone  la  reivindicacin  de  la 
pluralidad epistemolgica de la humanidad y que por eso mismo, 
nos confronta con el desafo de proteger y fomentar la diversidad 
cognitiva en el mundo de hoy, que es un mundo como veremos 
luego epistemolgicamente controlado.
Pero  si  el  tema  apunta  a  la  discusin  de  esta  tarea  desahante 
es,  por  una  parte,  porque  debemos  entender  el  concepto  de 
culturas de saber en su signihcado fuerte. Qu queremos decir 
con esto?
  Es  sabido  que,  desde  Parmnides,  Platn  y  Aristteles
2
,  la 
tradicin hloshca occidental, sobre el trasfondo de la distincin 
entre  pensar  y  saber,  entiende  por  saber  el  resultado 
alcanzado  intencionalmente  por  los  procesos  de  conocimiento 
1
   Texto inaugural del XII. Seminario Internacional del Programa de Dilogo 
Norte-Sur, Culturas del saber y su encuentro en el dilogo Norte-Sur, Chennai, 
India, 19 al 31 de enero de 2007.
2
    Cf.  Parmnides,  Un  poema  sobre  el  ser,  sobre  todo  los  fragmentos  2,  3,  6  y 
7-8; Platn, Menn, Fedn, Teeteto o El Sofsta; y de Aristteles, entre otros muchos 
textos, su Metafsica y su tica a Nicmaco.
RAL  FORNET  BETANCOURT 92  
mediante los cuales el ser humano logra, precisamente, el estar 
cierto del objeto de su pensar. Saber es, pues, pensar, pero es 
el pensar que tiene conciencia de lo que piensa y que sabe de 
su conocimiento del objeto.
En  este  sentido  que  llamamos  fuerte,  porque  nos  referimos 
a  un  saber  que  sabe  de  lo  que  sabe,  y,  por  supuesto,  tambin 
de lo que no sabe (Cf.: Patn, Teeteto:194e-210d) hablamos aqu 
de culturas del saber. O sea que no hablamos de culturas de 
pensamiento  en  un  sentido  vago,  de  procesos  de  opiniones  o 
de representaciones ms o menos conhables, sino justamente de 
culturas de saber, que argumentan y que con sus explicaciones 
manihestan contenidos de verdad.
Y  por  otra  parte,  porque  es  obvio  que  al  hablar  de  culturas 
de  saber  en  el  contexto  del  dilogo  norte-sur  nos  estamos 
rehriendo  a  una  pluralidad  epistemolgica,  que  es  mucho  ms 
rica y compleja que la pluralidad epistemolgica, que la historia 
crtica  de  la  ciencia  moderna  (europea)  puede  descubrir  como 
pluralidad  interna  del  mismo  saber  cienthco  de  Occidente 
(Cf.  Bhme,  1993,  Klaus  M.  Meyer-Abich  (ed.),  1997,  de  Sousa 
Santos, 2000 y Maturana / Varela, 1985) o de la pluralidad que 
ha  puesto  de  manihesto  la  crtica  feminista  al  androcentrismo 
epistemolgico  (Adn,2003;  Amors,1989;  Benhabib/  Butler/ 
Cornell/ Fraser, 1995; Conrad/ Konnertz, 1986; Harding, 1991; 
Revista Die Philosophin,1994), por poner slo estos dos ejemplos. 
Pues  hablamos  de  culturas  del  saber  que  no  solamente 
muestran  que  el  saber  se  puede  saber  de  diferentes  maneras, 
sino que narran tambin, y sobre todo, la posibilidad de fundar 
diferenciadamente el saber desde las sabiduras contextuales y de 
jerarquizarlo segn sus valores.
As entendido, nuestro tema es realmente un desafo; un desafo 
que  seguramente  no  es  nuevo  pues,  como  veremos  en  el 
segundo punto, la opresin de la pluralidad epistemolgica tiene 
una larga historia, pero que en nuestra situacin histrica actual 
se plantea con una urgencia acaso antes desconocida.
 Por qu? Porque si Friedrich Schleiermacher tena razn cuando 
observaba que el saber signihca siempre entrelazamiento, y que 
cuando aprendemos para saber estamos tambin siempre en un 
movimiento  de  comunicacin  y  de  mutua  complementariedad 
(Schleiermacher,  1988:157  y  313ss),  entonces  podemos  decir 
que,  de  hecho,  no  hay  saber  sino  ms  bien  culturas  o 
LAS CULTURAS DEL SABER Y SU ENCUENTRO EN EL DILOGO NORTE- SUR      93
constelaciones  de  saberes  (Cf.  Santos,  Meneses,  Nunes,  2006; 
Fornet-Betancourt,  2006),  constelaciones  de  saberes  que,  como 
ha  mostrado  la  sociologa  del  conocimiento  (Cf.:  Lukcs,  G. 
1923;  Mannheim,  K.1965;  Scheler,  M.  1924  y  1926),  remiten  a 
su vez a formaciones sociales o tipos de sociedad determinados. 
Y si esto es as, entonces, la pregunta crucial aqu es la cuestin 
por la constelacin de saberes que rige hoy nuestras necesidades 
cognitivas. Para muchos, y con buenas razones para su opinin, 
la constelacin de saberes dominante hoy es la que conhguran las 
sociedades que, debido a la dinmica de constante innovacin a 
que  las  lleva  su  fundamento  cienthco  tecnolgico  mercantil, 
deben  ser  caracterizadas  como  sociedades  de  informacin  o  de 
conocimiento  (Cf.:  Burke,  P,  2001;  Capurro,  R.,  1995;  Castells, 
M.,  1996-1998;  Spinner,  H.,  1994  y  Fundacin  Heinrich  Bll 
(ed.),  2006),  y  que  sera  justamente  el  tipo  de  sociedad  en  que 
vive la humanidad hoy, o al menos la parte de la humanidad que 
cuenta para el crecimiento y desarrollo econmico.
Creemos  que  este  diagnstico  sobre  la  constelacin  de  saberes 
realmente inuuyente en el mundo de hoy, se puede aceptar como 
un  anlisis  correcto  de  las  transformaciones  modernizantes 
de  que  son  objeto  nuestras  sociedades  actuales  en  todos  los 
continentes  de  la  tierra.  Y  es  porque  compartimos  ese  anlisis 
que decamos antes que el desafo que implica nuestro tema es 
hoy acaso ms urgente que en otros momentos del pasado.
Adems hay que reconocer que se trata de una constelacin de 
saberes  en  la  que  la  cuestin  de  la  pluralidad  epistemolgica 
ya  ni  aparece  como  cuestin  digna  de  ser  tenida  en  cuenta,  es 
decir,  como  una  cuestin  con  dignidad  epistemolgica  vigente, 
ya  que  se  la  desautoriza  como  una  nostalgia  anacrnica,  como 
una cuestin que, en el mejor de los casos, tiene su lugar en el 
museo  de  la  historia  de  la  ciencia.  Es,  dicho  en  otras  palabras, 
una constelacin de saberes en la que pareciera hacerse realidad 
el  sueo  de  Auguste  Comte  con  su  ley  de  los  tres  estadios  del 
desarrollo cultural de la humanidad (Cf.: Comte, 1842; Condorcet, 
1793-1794;  Koselleck,  1959  y  Turgot,  1750);  y  sta,  superados 
dehnitivamente  los  niveles  de  la  religin  y  de  la  metafsica, 
hubiese  entrado  dehnitivamente  en  el  estadio  de  la  ciencia.  El 
saber cienthco es el centro de esta nueva constelacin. Es ms, 
esta  forma  de  saber  es  la  nica  que  se  acepta  como  normativa 
para  el  desarrollo  cognitivo  (Cf.:  Habermas  J.,  1971:  22ss  ),  de 
manera que la pregunta por la pluralidad epistemolgica pierde, 
RAL  FORNET  BETANCOURT 94  
de hecho, su sentido y es sustituida por la pregunta del acceso 
al saber.
En la llamada era del acceso (Cf.: Rifkin, 2000), que ha hecho 
posible nuestras sociedades de la informacin y de conocimiento, 
el  desafo  parece  consistir  nicamente  en  asegurar  que  la 
humanidad acceda al saber mediante la globalizacin total de 
las posibilidades de conexin a las redes.
Pero, es el acceso al saber realmente el problema decisivo? 
Tal es la primera pregunta que proponemos para considerar nuestro 
tema.  Y  tambin  proponemos  una  respuesta:  en  las  condiciones 
dadas de la constelacin de los saberes dominante hoy, la pregunta 
por el acceso al saber es una cuestin ciertamente de importancia, 
pero no es ni primaria ni decisiva. No es primaria, porque antes de 
preguntar por el acceso al saber debemos preguntar por la calidad 
del saber al que se nos da acceso, que quiere decir preguntar por 
su necesidad para nosotros, esto es, si lo necesitamos y para qu; 
pero  tambin  preguntar  por  las  posibilidades  de  participacin  y 
de conhguracin del saber. Y tampoco es decisiva la cuestin del 
acceso al saber, porque en este contexto la cuestin decisiva es la 
pregunta  por  el  tipo  de  sociedad  y  con  ello  tambin  por  el  tipo 
humano que hnaliza ese saber al que accedemos.
Si  no  queremos  ser  simples  consumidores  del  saber  que  hoy 
produce  la  constelacin  de  saberes  dominante  tenemos,  pues, 
que  repensar  crticamente  la  cuestin  del  acceso  al  saber  y  ver 
qu consecuencias conlleva para la reivindicacin de la pluralidad 
epistemolgica.
En  relacin  con  esta  crtica  est  la  segunda  pregunta  de  fondo 
que a nuestro parecer debe guiarnos en la discusin de nuestro 
tema: qu sabe en realidad el saber que se produce (y propaga) 
en la constelacin de saberes dominante? O, formulada de otra 
forma: sabe el saber que se nos impone en nuestras sociedades 
de conocimiento lo que debe saber un ser humano cuya relacin 
con el saber no se agota en la instrumentalidad? 
Sospechamos que la constelacin de saberes dominante, debido 
sobre  todo  a  que  se  levanta  sobre  los  fundamentos  hloshcos 
de  una  modernidad  europeizante  y  androcntrica,  privilegia  el 
saber que sabe hacer industria y nos instala as en una relacin 
instrumental  con  el  saber.  De  modo  que  en  el  horizonte  de 
esta  constelacin  de  saberes,  no  solamente  aprendemos  saberes 
LAS CULTURAS DEL SABER Y SU ENCUENTRO EN EL DILOGO NORTE- SUR      95
instrumentales, sino que se nos ensea a dehnir la relacin entre 
el  ser  humano  y  el  saber  en  trminos  de  instrumentalidad.  El 
saber es un instrumento. Es ms, debe tenerse de tal manera que su 
posesin nos capacite para usarlo como un instrumento ehcaz. Es 
decir, que debe ser un saber que se sabe puede aplicar.
Pero,  qu  sabe  este  saber  del  saber  que  somos,  por  ejemplo,  en 
nuestras aspiraciones por la justicia, la solidaridad o la dignidad 
de  la  tierra,  o  en  nuestros  deseos  de  mejorar  o  de  vivir  en  paz, 
y  que  sentimos  como  necesidad  de  saber  ser  partes  de  un  orden  no 
instrumentalizable?
Es evidente que un saber que construye su historia como proyecto 
de  transhgurarse  en  poder  social,  tiene  que  industrializarse  y 
mercantilizarse.  (Cf.:  Helmuth  Plessner,  1974:121ss).  Pero  hay 
que estar consciente de que esta evidencia de la necesidad de la 
industrializacin  del  saber  (Cf.:  Helmuth  Plessner,  1974:131)
3 
del  saber,  y  slo  del  saber  que  se  proyecta  como  poder  social, 
por supuesto implica un giro cognitivo positivista (Cf. Scheler, 
M.,1960:29ss;  y  Husserl,  E.,  1962:3ss)  que  inmuniza  al  saber 
humano  frente  a  toda  cuestin  o  preocupacin  cognitiva  que 
pueda  perturbar  el  progreso  lineal  hacia  un  saber  cada  vez 
ms industrioso, que es en concreto, progreso hacia sociedades 
industriales y modernas en sentido occidental. En esta perspectiva 
crtica, nos parece importante recordar aqu esta advertencia de 
Husserl:  Die  Ausschlielichkeit,  in  welcher  sich  in  der  zweiten  Hlfte 
des 19. Jahrhun derts die ganze Weltanschauung des modernen Menschen 
von den positiven Wissenschaften bestimmen und von der ihr verdankten 
prosperity blenden lie, bedeutete ein gleichgltiges Sichabkehren von den 
Fragen,  die  fr  ein  echtes  Menschentum  die  entscheidenden  sind.  Bloe 
Tatsachenwissenschaften machen bloe Tatsachenmenschen. (Husserl, 
E.,1962:3-4).
Y hay que tomar conciencia tambin de que el abandono de esas 
otras cuestiones del saber humano, que Husserl identihca como 
las preguntas decisivas para una humanidad autntica, por parte 
del saber industrializado se debe a que son cuestiones que tienen 
otro ritmo temporal, el ritmo de seres humanos vivientes que es un 
ritmo lento, demasiado lento para un saber que tiene que acelerar 
3
   Helmut Plessner habla en este pasaje exactamente de Industrializacin de 
la ciencia. Ver tambin Scheler, M., 1960:98ss. 
RAL  FORNET  BETANCOURT 96  
tanto su ritmo innovador que se desvincula de la experiencia del 
tiempo  de  los  cuerpos  humanos  y  de  los  contextos  geogrhcos 
pensemos,  por  ejemplo,  en  el  ciberespacio.  Este  saber  es 
velocidad y, como tal, pretende ser base de una organizacin veloz 
que asegure la veloz disponibilidad de uso del mundo. No tiene, 
por  tanto,  tiempo  para  las  preguntas  de  un  saber  que  no  sigue 
el  horario  veloz  del  progreso,  es  decir,  para  las  preguntas  que 
requieren pausas y paradas en el camino del pensar y del hacer.
Con estas dos ltimas observaciones vemos que nuestra segunda 
pregunta  implica,  tambin,  cuestionar  el  ritmo  cognitivo  que  se 
nos  impone  con  la  constelacin  de  saberes  dominante,  y  hacer 
ver  cmo  la  industrializacin  del  saber  conlleva  necesariamente 
como consecuencia de la aceleracin temporal la exclusin de 
preguntas y con ello de culturas de saber ligadas al ritmo lento 
e incluso a veces cclico de la vida humana.
Por  ltimo,  queremos  proponer  una  tercera  pregunta,  cuya 
consideracin nos parece que puede ayudar a enfocar la discusin 
de  nuestro  tema,  de  manera  que  sea  un  debate  que  ilumine  la 
bsqueda del saber que deberamos saber.
La  cultura  epistemolgica  dominante,  que  absorbe  el  saber 
humano  en  su  industrialismo  y  que  contina  as  la  reduccin 
positivista  denunciada  ya  por  Husserl  (Idem),  est  orgullosa  de 
su fuerza innovadora y de su capacidad de produccin de nuevas 
tecnologas. Es fuente o, mejor dicho, una maquinaria que produce 
continuamente nuevos saberes que son aplicados o consumidos a 
lo largo de todo el planeta. Pero ante este, ciertamente majestuoso 
espectculo cienthco-tecnolgico cabe, nos parece, preguntarse si 
con este saber industrializado no sucede lo mismo que con aquel 
pensamiento del que nos deca Cassirer, que cuanto ms enrgico 
y creador deviene su actuar tanto ms se aleja del fondo original 
de  la  vida,  para  culminar  preso  en  sus  propias  creaciones  (Cf.: 
Cassirer, E.,1977:50ss). Sospechamos que es as, y por eso nuestra 
pregunta  apunta  a  la  crtica  de  una  constelacin  epistemolgica 
en la que el saber humano es vctima de la instrumentalidad que 
caracteriza  dicha  constelacin  de  saberes,  pero  poniendo  ahora 
el  nfasis  en  las  consecuencias  que  de  ah  se  desprenden  para 
el  desarrollo  del  saber.  Formulado  de  otra  forma,  se  tratara  de 
preguntar, desde el horizonte del dominio de esta constelacin del 
saber,  hacia  dnde  puede  crecer  un  saber  que  est  preso  en  su 
propia manera de saber; una pregunta que cuestiona no solamente 
LAS CULTURAS DEL SABER Y SU ENCUENTRO EN EL DILOGO NORTE- SUR      97
la  novedad  de  las  innovaciones  de  este  saber  industrializado,  en 
tanto que entiende que, justo por ser un saber preso en su manera 
de saber, sus innovaciones son innovaciones que hacen progresar 
su manera de saber, pero que no son en ningn caso innovaciones 
que  cambien  su  carcter  u  horizonte  de  desarrollo.  Pero  esta 
pregunta interroga tambin por las trampas cognitivas a las que 
posiblemente  tiene  que  recurrir  un  saber  que  en  su  progreso 
prolonga el horizonte sin cambiar nunca el rumbo ni de su mirada 
sobre las cosas ni de su reuexin sobre cmo y para qu conoce 
(Cf.:  Cassirer,  E.,1977:51).  Trampas  de  este  tipo  seran,  por 
ejemplo, la ideologa de la neutralidad y de la objetividad de este 
saber,  as  como  el  manejo  de  la  publicidad  y  de  la  informacin 
como sustitutos de procesos de saber (Cf.: Antequero J., Gonzlez 
E., Ros, L.,1999:93-118 y Wiegerling, W., 1998).
4
Aunque la intencin de fondo de las preguntas que proponemos 
para enfocar el tema de nuestro debate se trasluce en lo expuesto, 
queremos,  sin  embargo,  nombrarla  explcitamente:  se  trata  de 
encaminar una crtica intercultural de la constelacin de saberes 
dominante, como condicin para un verdadero encuentro de las 
culturas  del  saber  en  el  que  la  pluralidad  epistemolgica  de  la 
humanidad no se reprima, sino que, al contrario, se potencie.
Mas,  de  dnde  viene  el  problema  que  tenemos  que  afrontar 
si  queremos  reivindicar,  en  todo  su  sentido,  la  pluralidad 
epistemolgica?  De  esta  cuestin  queremos  ocuparnos 
brevemente  en  el  segundo  punto,  porque  es  importante  para 
nuestro  debate  tomar  conciencia  de  que  las  constelaciones  del 
saber  son  resultados  histricos  en  los  que  intervienen  muchos 
factores y de que, por tanto, la hegemona de una epistemologa 
no se explica slo por razones estrictamente epistemolgicas (Cf.: 
Santos, Meneses, Nunes, 2006).
:. P.v. i. uis+ovi. rii vvoviix.
Por  lo  que  llevamos  dicho  sobre  la  constelacin  de  saberes 
hoy  dominante,  se  entiende  que  si  tenemos  que  reivindicar  la 
pluralidad epistemolgica, es precisamente por el problema que 
4
    En  este  contexto  hay  que  recordar  tambin  la  tradicin  de  la  crtica  de  la 
ideologa.
RAL  FORNET  BETANCOURT 98  
ha creado la hegemona epistemolgica de esta constelacin a la 
que nos hemos referido como una constelacin que se conhgura en 
la modernidad europea capitalista. Es la violencia epistemolgica 
ejercida  por  el  dominio  expansivo  de  esta  constelacin,  la  que 
ha  agudizado  el  problema  con  la  pluralidad  epistemolgica 
de  la  humanidad,  ya  que  y  esta  es  la  cara  epistemolgica  del 
colonialismo  y  neocolonialismo  modernos  la  expansin  de  su 
dominio es proporcional al nacimiento de una nueva geografa 
del saber humano. Las epistemologas de la humanidad reciben, 
desde ese momento, una nueva cartografa en la que empezamos 
a ver que el saber de otras constelaciones, como por ejemplo el 
saber de la cultura bant o maya, es un saber local, particular, 
tradicional; o sea que no es universal y, por tanto, no normativo 
para el desarrollo cognitivo ulterior de la humanidad. Es ste, si 
se  quiere,  el  gran  xito  de  la  epistemologa  del  nuevo  orden 
cienthco:  haber  logrado  como  acompaante  de  la  empresa 
colonial  localizar  al  otro,  reducindolo  en  el  nuevo  mapa 
del  mundo  a  una regin  de  importancia  justamente regional. 
Epistemolgicamente,  tambin  el  otro  es,  pues,  en  este  nuevo 
horizonte cognitivo una quantit ngligeable.
Estamos  conscientes  de  que  la  historia  de  esta  violencia 
epistemolgica no comienza con la aparicin de la constelacin 
del  saber  de  la  modernidad  europea  capitalista.  Su  historia 
viene  de  ms  lejos,  como  muestra  con  claridad  la  temprana 
manifestacin  del  imperialismo  poltico  y  de  la  colonizacin 
cultural  en  el  desarrollo  de  la  humanidad  (Cf.:  Bitterli,  1980  y 
1982; Fink-Eitel, 1994, Mignolo, 1995; y Todorov, 1989). Pero si 
en  el  presente  contexto  nosotros  ponemos  la  constelacin  de 
saberes  de  la  modernidad  europea  capitalista  como  el  marco 
histrico referencial de este problema, ello se debe a que, como 
ya insinubamos, es esta constelacin del saber la que agudiza la 
violencia  epistemolgica  contra  formas  alternativas  del  saber  al 
expandirse, en alianza con el progreso industrial y el comercio, 
como  un  programa  de  masiva  y  sistemtica  desautorizacin 
cognitiva de pueblos y culturas por todo el planeta.
Mas,  observemos  que  esta  agudizacin  de  la  violencia 
epistemolgica por parte de Europa contra otras culturas del saber, 
en la que vemos el punto de partida histrico de nuestro problema 
actual  con  la  diversidad  cognitiva  de  la  humanidad,  se  debe 
tambin al hecho de que la constelacin del saber que conhgura 
la modernidad capitalista signihca una ruptura en el interior de la 
LAS CULTURAS DEL SABER Y SU ENCUENTRO EN EL DILOGO NORTE- SUR      99
tradicin cultural europea; una ruptura que marca, precisamente, 
la marginalizacin de otras formas europeas de saber o su negacin, 
ya que, ante el nuevo tipo de saber que se impone en la sociedad 
europea  capitalista  han  dejado  de  tener  consistencia,  es  decir, 
relevancia  social.  Con  esta  nueva  constelacin  del  saber,  Europa 
sufre  una  profunda  transformacin  epistemolgica  que  cambia 
las referencias fundamentales de su cultura y con ello tambin su 
manera de relacionarse con otras culturas.
Se  nos  permitir  aadir,  como  breve  ilustracin  del  signihcado 
de  este  giro,  que,  segn  nuestra  interpretacin,  la  ruptura  que 
conlleva  la  constelacin  del  saber  de  la  modernidad  capitalista 
es  mucho  ms  radical  que  la  transformacin  cultural  que  se 
da  con  el  cambio  de  la  cultura  de  la  Antigedad  Clsica  greco-
romana  a  la  cultura  cristiana  de  la  Edad  Media.  Pues  en  esta 
transformacin ni el carcter ni la hnalidad del saber cienthco 
cambian  realmente.  La  cultura  cristiana  jerarquiza  el  saber, 
ciertamente,  segn  un  orden  teocntrico  de  la  realidad,  pero 
este ordenamiento del saber es, en el fondo, la continuacin de 
la  concepcin  clsica  antigua  de  un  saber  cienthco  integrado 
orgnicamente  en  el  ideal  de  la  sabidura  y  del  orden  csmico. 
En  ambas  constelaciones,  pues,  el  saber  humano  permanece 
arropado en una cosmologa orgnica que contempla el cosmos 
o la creacin como un orden bueno y bello.
Pero justo con esta concepcin del saber rompe la constelacin 
de la modernidad capitalista; y por eso vemos en esta constelacin 
del saber, el momento histrico en el que se produce la fractura 
dehnitiva y sistemtica entre saber cienthco y sabidura en la 
tradicin europea. La sabidura, que desde Aristteles hasta Santo 
Toms de Aquino, haba sido considerada como una forma de la 
scientia  en  la  que  sta  alcanza,  precisamente,  el  conocimiento 
perfecto  que  abraza  lo  contemplativo  y  lo  prctico
5
,  es  ahora 
expulsada  metdicamente  del  saber.  Es  verdad  que  la  cultura 
europea resiste ante esta reduccin positivista (Husserl), y que 
lo  hace  ininterrumpidamente  como  muestran,  por  ejemplo, 
el  movimiento  del  romanticismo  que  es  al  mismo  tiempo 
5
    Cf.  Aristteles,  Metafsica  y  su  tica  a  Nicmaco,  entre  otros,  Thomas  von 
Aquin,  Summa  Theologica,  I  q.  Ver  tambin,  Bien,  1988;32-50;  Oelmller  (ed.), 
1989. Ver adems: Maritain,1935; Marcel, 1954; Dubarle, 1953 y Ferrater Mora, 
1971 600ss.
RAL  FORNET  BETANCOURT 100  
antipositivista  y  antiandrocntrico  (Cf.:  Francisco  Romero, 
1997:206ss),  la  Filosofa  del  Barroco  (Cf.:  Rivera  de  Ventosa, 
1998:321ss)  las  hlosofas  de  la  vida  del  siglo  XIX  (Schlegel 
(1772-1829),  Dilthey  (1833-1911),  Bergson  (1859-1941),  Klages 
(1872-1926),  Simmel  (1858-1918)  y  Unamuno  (1864-1936)), 
la  Filosofa  religiosa  rusa  (Cf.:  Nicols  Berdiaev,  1937;  1951a; 
y  1951b;  Leo  Schestow,  1938;  y  Wladimir  Solowjew,1957),  el 
existencialismo del siglo XX (Camus (1913-1960), Jaspers (1883-
1969),  Sartre  (1905-1980),  la  Filosofa  cristiana  (Blondel  (1861-
1949),  Marcel  (1869-1973)  o  Mounier  (1859-1941),  la  misma 
tradicin  del  humanismo  marxista  (Benjamin  (1812-1940), 
Fromm  (1900-1980),  Horkheimer  (1895-1973),  Marcuse  (1898-
1979), Adorno (1903-1969), y tambin representantes del Grupo 
Praxis  como  Petrovi5  (1927-1993)  y  Karel  Kosik  (1926-2003) 
o  ms  recientemente,  el  proyecto  hloshco  de  la  inteligencia 
sentiente  de  Xavier  Zubiri  (Zubiri,1980-1983).  Pero,  aunque 
resulte  doloroso  reconocerlo,  estos  desarrollos  representan  el 
margen perif rico del texto fundamental que escribe la ciencia 
desde la modernidad capita lista en Europa.
Con Max Weber podemos decir, por tanto, que el problema con 
la  pluralidad  epistemolgica  se  agrava  justo  en  el  momento  en 
que  la  cultura  occidental  orien  ta  toda  su  fuerza  cognitiva  hacia 
la  articulacin  de  un  saber  racional  espechco,  esto  es,  de  un 
saber  que  basa  su  racionalidad  en  la  capacidad  de  cuantihcar 
y  de  calcular  matemtico-experimentalmente  la  realidad  (Cf.: 
Weber, 1988:10ss). Este es el comienzo del camino especial que 
sigue Occidente en el conocer cienthco y que, como deca mos, 
transforma tanto la relacin de Europa con su propia tradicin 
cognitiva como su relacin con otras culturas del saber. Pues este 
desarrollo, que en la vi sin de Weber es paralelo a la aparicin y 
expansin de la economa capitalista, culmina en la imposicin 
de  la  idea  de  que  ciencia,  en  un  sentido  cienthca mente 
reconocido,  es  el  producto  exclusivo  de  esa  nueva  constelacin 
occidental del saber (Weber, 1988:1ss y 1993).
Importante, tambin, para la consideracin de nuestro problema, 
desde una perspectiva histrica, es tener en cuenta, adems de esa 
ubicacin en una nueva formacin socio-econmica que orienta 
el  saber  a  lo  til  y  rentable,  que  el  giro  hacia  ese  racionalismo 
que  Weber  identihca  como  tpico  de  Occidente  no  se  en tiende 
en todo su alcance como centro de una nueva constelacin del 
saber,  si  no  nos  percatamos  de  que  signihca  un  cambio  que 
LAS CULTURAS DEL SABER Y SU ENCUENTRO EN EL DILOGO NORTE- SUR      101
suplanta el centro y el hn de toda aspiracin cognitiva. Con este 
giro, el cosmos o Dios dejan de ser centros ordenadores del saber, 
para ser suplantados por el hombre.
6
 La nueva conste  lacin del 
saber se dehne as como una constelacin antropocntrica.
Y  a  esta  caracterizacin  de  la  nueva  constelacin  del  saber 
como  antropocntri ca  conviene  aadir  que  se  trata  de  un 
antropocentrismo  que  llamaremos  un  an tropocentrismo 
dominante y posesivo, porque el anthropos que centra el saber en 
torno a sus necesidades o que pone el saber en funcin de lo que 
es til para l, es el anthropos que, como lo comprendieron dos 
de los padrinos hloshcos de esta constelacin del saber, Francis 
Bacon  y  Ren  Descartes,  busca  instituir  su  dominio  sobre  la 
realidad. Por eso este anthropos tiene que redehnir el ideal del 
saber, y lo hace como instrumento de su proyecto de dominio y 
pose sin. Para poder necesita saber, y por ello determina el saber 
como poder (Cf.: Bacon, 1620 y Descartes, 1628)
7
.
Esta lgica es la que asegura que el saber humano se desprenda 
de  toda  carga  humana  y  enfoque  su  desarrollo  siguiendo 
exclusivamente,  como  dira  Hegel,  (...)  la  fra  necesidad 
progresiva de la cosa (Hegel, 1966:10).
 Pero, no ha sido la lgica de esta constelacin antropocntrica 
del saber la que paradjicamente ha conducido al triunfo de la 
fra necesidad progresiva de la cosa, a cuyas consecuencias para 
nuestro tema aludamos en el primer punto sobre el ser humano? 
Pues  si  es  cierto  que  con  el  poder  de  su  saber  el  hombre  ha 
podido organizar el mundo como una mquina cuyas funciones 
conoce  y  cal cula  en  benehcio  del  aumento  de  su  dominio,  no 
hay buenos argumentos para pensar que tambin es cierto que la 
mecanizacin del mundo y la industrializa cin del saber humano 
han  signihcado  la  prdida  del  mundo  como  naturaleza  y  del 
sentido  de  la  relacin  orgnica  con  l  como  nexo  inhnito  de 
relaciones?
8
6
   Usamos intencionadamente la palabra hombre, y no la de ser humano, 
para subrayar que se trata tambin de un programa androcntrico.
7
    Recordemos  en  este  contexto  que  otro  de  los  padrinos  hloshcos  de  esta 
nueva  caracterizacin  del  saber  desde  la  voluntad  de  apoderarse  intelectual  y 
prcticamente del mundo es el humanismo del renacimiento ita  liano.
8
   Compartimos, en este sentido, el juicio de Hannah Arendt cuando subraya 
la  situacin de  Weltlosigkeit  que  origina  la  modernidad  europea.  (Cf. Arendt, 
RAL  FORNET  BETANCOURT 102  
Una  reconstruccin  crtica  de  la historia y  de  las  consecuencias 
de  esta  revo lucin  epistemolgica  en  la  cultura  europea  nos 
debe llevar, por tanto, a pregun  tar por el precio que ha pagado la 
humanidad por la universalizacin de ese nuevo ideal del saber. 
La  intencin  de  esta  pregunta  no  debe  ser,  sin  embargo,  la  de 
defender la reversibilidad de este desarrollo. Pues es posible que 
nos  encon tremos  ante  una  constelacin  del  saber  que,  aunque 
es  histrica  como  cualquier  otra,  sea  irreversible  en  muchos  de 
sus  impactos  culturales  y,  sobre  todo,  en  mu  chos  de  los  daos 
ocasionados. Mas, esto no quiere decir que no sea reorientable. 
Esta posibilidad s est abierta, tambin hoy!
Por eso pensamos que la toma de conciencia de la historia de esta 
constela cin del saber nos debe servir ms bien para reclamar 
como hizo Kant en su tiempo (Cf.: Kant,1967:130ss) la necesidad 
de  una  nueva  revolucin  epistemolgica  que  interrumpa  la 
espiral  del  saber,  que  quiere  ms  saber  para  ms  poder  y  que 
quiere  poder  ms  para  ms  hacer,  al  reencarnar  el  saber  en  la 
vida, para que sea una dimensin vivida de lo que somos, y no un 
simple  instrumento  para  optimizar  la  ehcacia  de  nuestro  hacer 
(Cf.: Teilhard de Chardin, 1955).
Esta  otra  revolucin  epistemolgica  que  transforme  el  carcter 
del  saber  que  Occidente  ha  logrado  universalizar,  supone,  sin 
embargo, el rescate de la pluralidad epistemolgica. Es posible, 
como decamos, que la constelacin cognitiva de la modernidad 
europea  capitalista  sea  irreversible  en  muchos  de  sus  impactos; 
pero  si  logramos  verla  a  la  luz  de  otras  constelaciones  del 
saber,  que  pongan  en  evidencia  su  reduccionismo  y  el  carcter 
espechco del saber que trasmite, podremos resolver el problema 
de la violencia epistemolgica que se ha agudizado al acentuar la 
asimetra cognitiva en la humanidad. Pero esta posibili dad supone 
justamente  la  activacin  de  la  diversidad  epistemolgica.  Y  sta 
es,  para  nosotros,  la  tarea  que  debe  afrontar  hoy  el  encuentro 
de las culturas del saber. Digamos unas pocas palabras sobre esta 
tarea en el tercer y ltimo punto.
1960:249ss y 312). Ver tambin para otra posible lectura Blumenberg, 1966. 
Pero sealemos que ya Berdiaev haba analizado la paradoja que supone que un 
movimiento antropocntri co culmine en la perversin de las relaciones del ser 
humano consigo mismo y con la naturaleza (Cf. Berdiaev, 1951 y 1979). Sobre 
esto ver: Sbato, 1996:156-172; as como en general: P. Hazard, 1961).
LAS CULTURAS DEL SABER Y SU ENCUENTRO EN EL DILOGO NORTE- SUR      103
. H.ti. i. siviv.tio rii vvoviix.
Por  lo  dicho  en  los  puntos  anteriores,  se  comprende  que 
hablamos  del  en cuentro  de  culturas  del  saber  en  un  contexto 
de  violencia  epistemolgica  que  se  concretiza  en  la  fuerte 
asimetra  que  caracteriza  hoy  el  intercambio  cognitivo  en tre 
las culturas de la humanidad. Por eso, la tarea de corregir estas 
relaciones asi mtricas signihca, para el encuentro de las culturas 
del  saber,  empezar  por  el  cam  bio  de  las  condiciones  cognitivas 
del encuentro, exigiendo como regla elemental que no slo los 
llamados saberes endgenos, sino tambin la constelacin epis-
temolgica  considerada  universal  tienen  que  mostrar  cmo, 
por qu y para qu saben lo que saben.
Hay  que  empezar  la  tarea,  pues,  con  la  descolonizacin  de  los 
procesos de intercambio cognitivo. Esto supone que el encuentro 
de  las  culturas  del  saber  de be  servir  para  recontextualizar  la 
constelacin de los saberes dominante, por una parte; y, por otra, 
para que aquellas otras culturas del saber que han sido margi nadas 
por la constelacin dominante y que como secuela de la lucha 
por  el  reconocimiento  a  que  han  sido  sometidas  estn  acaso 
heridas en su autoestima, revisen sus relaciones consigo mismas 
y hagan un balance de las consecuencias que ha tenido para su 
propia autocomprensin actual la violencia epistemolgi ca. Este 
segundo  aspecto  nos  parece  tan  importante  como  el  primero, 
porque solo culturas del saber que tomen conciencia de que su 
saber  no  se  ha  convertido  en  un  europesmo  oculto  (Scheler, 
1960:91)  pueden  contribuir  al  equilibrio  de  las  epistemolo gas 
en el mundo.
Este sera el primer paso a dar para que el encuentro de las culturas 
del  saber  sea  un  proceso  de  interaccin  cognitiva  simtrica;  y, 
con ello, un camino prome tedor para resolver el problema de la 
violencia epistemolgica que hoy nos desafa.
Sobre la base de esta activacin de la pluralidad epistemolgica, 
se tratara de continuar la tarea con un debate sobre el carcter 
que debe tener el saber que de  bemos saber, si es que queremos 
saber con sabidura o en la alianza de tica y episteme para ser 
y convivir, esto es, para saber ser de una manera que detenga la 
catstrofe  antropolgica  y  ecolgica  que  nos  amenaza.  En  este 
sentido,  enten demos  la  situacin  en  la  que  nos  encontramos 
como una poca histrica que nos obliga a reivindicar la dignidad 
RAL  FORNET  BETANCOURT 104  
cognitiva  de  todas  las  culturas  del  saber,  para  re examinar,  justo 
a  la  luz  de  la  diversidad  epistemolgica  que  todas  estas  conste-
laciones  del  saber  hacen  manihesta,  el  ideal  o  los  valores  que 
hnalizan el saber humano.
As, en el encuentro de las culturas del saber, la tarea consiste en 
promover el dilogo simtrico de los saberes, pero sin olvidar que 
parte de esa tarea es posibilitar el dilogo sobre el hn al que cada 
constelacin ordena su saber.
Para  terminar,  una  observacin  que  puede  evitar  posibles 
malentendidos  so bre  nuestra  propuesta.  La  importancia 
que  concedemos  al  dilogo  de  las  culturas  del  saber  sobre  el 
carcter  y  el  hn  del  saber  que  trasmiten,  no  debe  entenderse, 
en  ningn  caso,  en  el  sentido  de  que  queramos  suponer  que 
la  superacin  del  pro blema  creado  por  la  expansin  del  orden 
cognitivo  moderno-capitalista  requiera  un  entendimiento  sobre 
un hn ltimo, universalmente vlido, del conocimiento humano. 
La  misma  contextualidad  que  es  inherente  a  la  diversidad 
epistemolgica hace improbable esperar un acuerdo semejante. 
Ms probable es, nos parece, que este debate se desarrolle como 
el debate de una cuestin abierta. Pero esto es ya suhciente para 
que represente el medium por el que cada constelacin del saber 
pueda y deba, a la luz de las otras, cerciorarse del carcter de 
su saber. Representa este debate, en una palabra, el camino para 
que  las  culturas  del  saber  asuman  que  la  reivindicacin  de  la 
pluralidad  epistemolgica  no  est  reida  con  el  intento  comn 
por evitar que el saber humano degenere, al caer en aquellos dos 
pecados capitales que denunci Mahatma Gandhi, y se convierta 
en  un  saber  sin  carcter  (knowledge  without  character)  y  en 
ciencia sin humanidad (science without humanity).
9
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9
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En nombre de la lengua perfecta
1
Firii Tivio Avi.s-Stuviiviv
Despus del Gran Diluvio todo el mundo era de un mismo 
lenguaje  e  idnticas  palabras.  Al  desplazarse  la  humanidad 
desde  oriente,  hallaron  una  vega  en  el  pas  de  Senaar  y  all  se 
establecieron.  ()  Y  dijeron:  vamos  a  edihcar  una  ciudad  y 
una torre con la cspide en los cielos, y hagmonos as famosos 
por si nos desperdigamos por toda la faz de la tierra (Gnesis 
11, 1-4). Fue as como la humanidad post-diluviana, unida por 
el  poder  de  un  lenguaje  nico,  intent  llegar  al  cielo.  Desde 
entonces, la torre de Babel se ha convertido en el smbolo por 
excelencia  de  la  vanidad  suprema  de  los  mortales:  ocupar  el 
lugar de los dioses. 
 Yahveh percibi con preocupacin el sentido de la obra y urdi 
un ardid para evitar que prosperara: Y dijo Yahveh: he aqu que 
todos  son  de  un  solo  pueblo  con  un  mismo  lenguaje,  y  este  es 
el  comienzo  de  su  obra.  Ahora  nada  de  cuanto  se  propongan 
les  ser  imposible  (Gnesis  11,  6).  Percibi  as  Yavheh  que, 
mientras los mortales se entendieran entre s con transparencia y 
sin confusin pues hablaban la misma lengua, la obra llegara 
a  su  hn  y  usurparan  el  cielo.  Introdujo  por  ello  dice  el  texto 
bblico la diversidad de lenguas () de modo que no entienda 
cada cual la de su prjimo. Y desde aquel punto los desperdig 
Yahveh por toda la faz de la tierra y dejaron de edihcar la ciudad. 
Por eso se la llam Babel, porque all embroll Yahveh el lenguaje 
de todo el mundo, y desde all los desperdig Yahveh por toda la 
faz de la tierra (Gnesis 11, 8-10). 
1
   Este texto fue publicado en Comunicacin, revista Internacional de Comunicacin 
Audiovisual, Publicidad y Estudios Culturales, N4, 2006, pp.51-64
FIDEL  TUBINO 110  
+. L. iiv. B.vii
En el siglo XVII, la humanidad desperdigada y confundida en la 
diversidad de lenguas y culturas, volvi a intentar la construccin 
de  una  nueva  Babel  la  civilizacin  tecnolgica  y  para  ello 
invent un nuevo lenguaje universal, una nueva lengua perfecta: 
la  mathesis  universalis.  La  nueva  ars  combinatoria  es  la  ciencia  del 
orden  y  de  la  medida  del  saber  perfecto.  La  mathesis  universalis 
es  ms  que  un  lenguaje:  contiene  la  clave  del  acceso  al  saber 
perfecto: el Anlisis. A partir del siglo XVII, el acceso a la ciencia 
universal,  es  decir,  al  saber  divino,  es  el  mtodo  matemtico.  A 
travs  de  la  mathesis  universales,  la  humanidad  volvi  a  intentar 
instalarse  en  el  lugar  de  los  dioses,  a  usurpar  la  mirada  divina, 
a poseer el saber absoluto y prescindir as de los dioses: () si 
se  reuexiona  en  esto  deca  Descartes  con  mayor  atencin  se 
descubre al hn que nicamente se rehere a la matemtica todo 
aquello  en  que  se  examina  el  orden  o  la  medida,  importando 
poco si se busca tal medida en nmeros, hguras, astros, sonidos, 
o cualquier otro objeto (Descartes, 1967:51). La clave del acceso 
al saber divino fue el descubrimiento del orden y la medida, dos 
categoras formales que determinan el contenido del saber y hjan 
el lmite de lo cognoscible. Aquello que no se puede investigar con 
orden y no se puede medir adecuadamente es mejor no intentar 
conocerlo, pues es mejor no estudiar nada que estudiar la verdad 
sin  mtodo.  Para  los  modernos,  el  orden  del  saber  perfecto  que 
permite el acceso a la verdad es el orden analtico sinttico. Sin l 
no es posible el conocimiento de la verdad, independientemente 
del asunto del que se trate. Independientemente es aqu la palabra 
clave para entender el origen y el sentido de la universalizacin 
del mtodo matemtico y del proyecto moderno de la Matemtica 
universal. Quiere decir que, as como el sol ilumina el mundo fsico 
sin importar la naturaleza de los objetos, as el anlisis torna claro 
cualquier  asunto  oscuro  independientemente  de  la  naturaleza 
del  asunto.  Para  los  modernos,  el  primado  y  la  universalidad 
del anlisis matemtico no es una enseanza que se extrae de la 
investigacin emprica, es ms bien una determinacin a priori.
Pero la matemtica universal es ms que una gnoseologa: es una 
nueva  ontologa.  Desde  esta  perspectiva,  la  esencia  de  las  cosas 
materiales  es  ajena  a  sus  apariencias,  a  sus  formas  exteriores. 
La esencia de las cosas materiales se determina como extensin 
geomtrica  y  la  extensin  es  una  propiedad  inteligible,  no 
EN  NOMBRE  DE  LA  LENGUA  PERFECTA      111
sensible. Lo extenso alude a la existencia de magnitudes medibles 
en  las  cosas  materiales,  de  donde  se  deduce  que  lo  real  es  lo 
cuantihcable y que el conocimiento de lo real es indesligable del 
clculo.
Con  Descartes  renace  Platn.  Pero  el  cartesianismo  nsito  al 
proyecto  matemtico  de  la  ciencia  moderna  es  un  platonismo 
sui  gneris,  un  platonismo  subjetivizado:  una  metafsica  de  la 
subjetividad.  Para  los  modernos,  lo  real  no  es  sensible  pues  lo 
sensible es apariencia dudosa e incierta. Los sentidos nos informan 
de las apariencias y estas son conhguradas desde la subjetividad. 
Las  propiedades  sensibles  de  las  cosas  son  sus  cualidades 
secundarias, las cuales nos informan, no de las determinaciones 
intrnsecas  de  los  entes  materiales,  sino  de  las  diversas  maneras 
como estos impactan en nosotros. Fiel al primado del Anlisis, la 
Ciencia Natural moderna dej de intentar salvar las apariencias 
mediante explicaciones racionales que daban cuenta del misterio 
de la aparicin. Con la ciencia moderna y el proyecto matemtico, 
el mundo fenomnico dej de ser el lugar del descubrimiento de 
lo  real  y  el  punto  de  partida  del  saber  perfecto.  El  mundo  de 
los experimentos pas a ser el lugar de certihcacin obligada de 
aquello que la razn descubre segn el orden analtico.
Como  hombre  moderno,  Galileo,  el  fundador  del  mtodo 
experimental, desconhaba profundamente del saber espontneo. 
Crea,  ms  bien,  en  las  posibilidades  heursticas  de  la  razn 
matemtica  y  de  las  experiencias  deliberadamente  construidas. 
Galileo ahrma en sus Discursos que l fue persuadido por la razn 
y que luego fue asegurado por sus sentidos, y que en este primado 
de  la  razn  sobre  la  experiencia  reside  la  esencia  del  mtodo 
experimental. Lo que nos quiere decir Galileo es que para ampliar 
nuestro  conocimiento  sobre  bases  slidas  debemos  aprender  a 
usar  la  razn  segn  el  orden  matemtico,  para  luego  conhrmar 
sus desarrollos en experimentos construidos por la razn misma. 
A  partir  del  siglo  XVII,  razonar  fue  sinnimo  de  analizar  y 
sintetizar.  Es  decir,  de  ir  de  lo  complejo  al  descubrimiento  de 
las partes simples de un asunto para luego, desde all, reunirlas 
segn  la  forma  calculable  de  la  identidad  y  de  la  diferencia 
(Foucault, 1966:67).
Los modernos estaban persuadidos de que el orden del Cosmos 
era  matemtico.  Esta  es  la  razn  de  fondo  por  la  que  hicieron 
de  la  matemtica  el  modelo  universal,  por  excelencia,  de 
FIDEL  TUBINO 112  
inteligibilidad del mundo. Pero la ciencia moderna, a diferencia 
de  la  ciencia  antigua,  no  es  contemplativa.  Es  ciencia  activa, 
industrial.  Paradjicamente,  es  en  su  capacidad  de  abstraccin 
de  las  experiencias  naturales  donde  reside  su  impresionante 
poder de transformacin radical del mundo. Y esa capacidad de 
abstraccin se la otorga la Matemtica, y porque es Matemtica es 
ciencia activa, tecnolgica. Las potencialidades tecnolgicas de la 
nueva ciencia Matemtica son inhnitas. 
Infelizmente, los usos de las nuevas tecnologas estuvieron, y estn 
regidos  preferencialmente,  por  la  insaciable  voluntad  de  poder 
del  proyecto  conquistador  moderno  y  por  el  imperialismo  de 
la razn instrumental. Sin la ciencia industrial y, sobre todo, sin 
todas aquellas tecnologas a las que este tipo de saber dio lugar, 
los europeos no hubieran podido colonizar el planeta y someter a 
civilizaciones enteras. La condicin de posibilidad de la primera 
globalizacin  es  decir,  del  colonialismo  fue  indudablemente 
esta  gran  revolucin  terica  y  tecnolgica  que  se  oper  en  la 
Modernidad. A partir de ese momento, la ideologa del Progreso 
y  el  etnocidio  van  de  la  mano.  La  voluntad  de  poder  de  la 
humanidad moderna encontr en la nueva ciencia tecnolgica un 
poderoso instrumento, que la hizo intentar una vez ms capturar 
el  cielo  para  gobernar  el  curso  del  mundo:  este  fue  el  motor 
oculto  del  proyecto  civilizatorio  de  la  Modernidad  europea.  La 
civilizacin moderna se edihc desde sus inicios como civilizacin 
auto-centrada, narcisista, auto- contemplativa, sin alteridad. Para 
los modernos lo valioso est en ellos, la barbarie son los otros. El 
mensaje que transmitieron al mundo fue: la Razn es patrimonio 
nuestro y en nombre de ella gobernaremos el curso del mundo.
Fue  el  descubrimiento  de  la  mathesis  universalis,  de  esta  lengua 
perfecta  y  transparente,  de  esta  nueva  ars  combinatoria  y  de  sus 
capacidades  tecnolgicas,  lo  que  dio  el  impulso  al  ms  grande 
etnocidio de la historia y a la negacin de lo diferente en nombre 
de  los  grandes  ideales  de  la  humanidad.  Gracias  a  la  mathesis 
universalis  y  al  imperialismo  de  la  racionalidad  instrumental  se 
edihc la civilizacin industrial y se transform la vida social en 
una especie de panptico, como dira Michel Foucault (1976). 
La  actual  globalizacin  en  curso  no  parece  haber  cambiado 
de  signo.  Si  bien  es  cierto  que  su  condicin  de  posibilidad 
es  la  revolucin  tecnolgica  de  los  medios  de  comunicacin, 
ello  no  ha  desembocado  en  un  mayor  entendimiento  entre 
EN  NOMBRE  DE  LA  LENGUA  PERFECTA      113
las  culturas.  La  incomunicacin  intercultural  y  la  guerra  de  las 
civilizaciones  parecen  ser  el  sino  del  siglo  que  comienza.  La 
instalacin  del  libre  mercado  a  nivel  mundial  y  del  liberalismo 
poltico  como  pensamiento  nico,  no  hacen  sino  ahanzar  la 
vocacin  conquistadora  y  autocomplaciente  del  hemisferio 
Norte. Mientras tanto, la pobreza y la concentracin de la riqueza 
crecen en progresin geomtrica.
:. L. v.vv.vii so ios o+vos
El  proyecto  modernizador  no  reconoce  alteridad.  La  cultura 
moderna  se  ha  auto-erigido  en  la  cultura  universal  y  las  culturas 
de los otros no pasan de ser obstculos que es necesario erradicar 
para  globalizar  la  racionalidad  instrumental  y  darles  el  Progreso 
que  nosotros  hemos  concebido  por  ellos.  En  nombre  de  la 
Ilustracin reducimos al Otro a la categora de menor de edad. 
El Otro no es un t eres. No es un interlocutor vlido: para serlo, 
debe renunciar a s mismo, asimilarse al proyecto modernizador, 
abdicar a su horizonte moral, desarraigarse de su thos, dejar de ser.
Paradjicamente,  la  modernizacin  enarbol  los  ideales 
ilustrados  de  la  igualdad,  la  libertad  y  la  solidaridad  universal 
como ideales inspiradores del proyecto societal de la Modernidad. 
El  respeto  incondicional  a  la  dignidad  del  Otro  como  un  hn 
en  s  mismo  fue  y  es  el  imperativo  moral  de  la  Ilustracin.  La 
ahrmacin de la persona como sujeto de derechos inalienables, 
ms all de las diferencias culturales, es el principio normativo de 
la utopa ilustrada. El reconocimiento universal de los derechos 
civiles  y  polticos  como  atributos  inherentes  a  la  naturaleza 
humana,  independientemente  de  las  contingencias  culturales  y 
la  diversidad  de  creencias,  es  el  imperativo  moral  del  proyecto 
modernizador.  Sin  embargo,  en  nombre  de  la  tolerancia  y  el 
respeto a las diferencias se justihc, y se justihca, una intolerancia 
cultural  sin  precedentes,  y  en  nombre  de  la  dignidad  humana 
se atropell y se atropellan los Derechos Humanos de los otros, 
los brbaros, los que no son como nosotros, los extraos. Ya en 
el siglo XVIII, Goya pint genialmente la auto-justihcacin de la 
barbarie en nombre de la Razn cuando los ejrcitos napolenicos 
invadieron  Espaa  para  llevar  los  ideales  de  la  Ilustracin  a  la 
pennsula  Ibrica.  Goya  fue  testigo  excepcional  de  la  barbarie 
que  sembraron  los  ejrcitos  napolenicos  en  tierras  espaolas. 
FIDEL  TUBINO 114  
Yo lo vi como se lee en los grabados de Goya, los sueos de la 
Razn generan monstruos. Y esos monstruos de la Razn son los 
que l ha grabado para desenmascarar la barbarie de la Razn y 
la denigracin de la dignidad humana que tal empresa conlleva. 
Esta es la gran paradoja del proyecto ilustrado: que en nombre de 
la dignidad universal se denigra la dignidad del Otro, en nombre 
de la libertad se somete al diferente y en nombre de la igualdad 
se hace homognea la diversidad y se procede al reclutamiento 
y  a  la  asimilacin  forzada  de  aquellos  que  provienen  de  thos  y 
culturas diferentes.
El  discurso  ilustrado  ha  generado  y  generar  contradicciones 
insalvables toda vez que permanezca encerrado en s mismo. Es 
un discurso autoindulgente, que justihca aquello que niega y que 
parte  de  la  desvalorizacin  a  priori  de  las  otras  racionalidades  y 
de  toda  otra  posible  cosmovisin  alternativa.  As,  por  ejemplo, 
desde el proyecto modernizador, la naturaleza es valorada como 
una  fuente  inagotable  de  riqueza.  De  all  que  se  considere  que 
todas  aquellas  otras  concepciones  de  la  naturaleza  que  hacen 
de  ella  una  madre  sagrada  con  la  que  hay  que  relacionarse 
respetuosamente sean consideradas supersticiones que es preciso 
erradicar para poder modernizar las sociedades arcaicas. No hay 
alteridad, no hay tolerancia. El discurso de la Modernidad es un 
discurso auto-referencial: es un discurso cerrado. 
No creo, por ello, que el proyecto modernizador sea un proyecto 
que hay que desechar de plano. Lo que hay que hacer es retomar 
sus ideales, no para justihcar lo injustihcable, sino para realizarlos 
de verdad. El desenmascaramiento de las contradicciones internas 
de  la  Ilustracin  no  debe  conducirnos  al  rechazo  en  bloque  de 
la modernizacin de la vida social. Entre tradicin y Modernidad 
no  hay  una  contradiccin  necesaria.  El  proyecto  modernizador 
ha  funcionado  adecuadamente  en  aquellas  sociedades  donde 
surgi como parte de un largo y complejo proceso histrico. La 
modernizacin  ha  logrado  generar  mejores  niveles  de  igualdad 
social y de libertad poltica en aquellas sociedades donde se gest 
a partir de tradiciones propias. El problema es cuando se trata de 
implantarla  arrasando  las  tradiciones  locales  y  no  arraigndola 
en  ellas.  As,  para  que  en  Amrica  Latina  la  modernizacin 
social nos aproxime a los ideales morales que la inspiraron debe 
inculturarse  en  nuestras  culturas  originarias,  arraigarse  en  las 
ticas locales y en las formas ancestrales de convivencia solidaria 
de nuestros pueblos.
EN  NOMBRE  DE  LA  LENGUA  PERFECTA      115
El agotamiento de la cultura ilustrada y el desenmascaramiento 
del  proyecto  moderno  conducen  fcilmente  al  nihilismo 
deconstructor  y  al  post-modernismo  paralizante.  La  post-
modernidad  nos  ilustra  sobre  las  fortalezas  y  las  carencias  de  la 
Modernidad como proyecto cultural y societal. Es la Modernidad 
reuexionndose  a  s  misma,  es  el  momento  auto-reuexivo, 
autocrtico,  del  proyecto  moderno.  Y  all  est  su  riqueza,  pero 
tambin su limitacin. Su riqueza, porque nos permite hacer un 
balance de los logros y de los problemas que ha generado. Pero 
tambin  su  limitacin,  porque  no  propone  nada.  Nos  permite 
reconstruir  la  inconsistencia  conceptual  de  los  grandes  meta-
relatos  de  la  historia  universal  y  desenmascarar  la  deleznable 
funcin  histrica  que  han  cumplido  las  utopas  sociales  de  la 
Ilustracin.  Pero  como  no  es  propositiva,  en  su  lugar  no  pone 
nada, y al no colocar nada nos hace volver la mirada con nostalgia 
al pasado preilustrado, para encontrar en l formas de convivencia 
alternativas a las modernas. Y as, de postmodernos nos convertimos 
en  tradicionalistas.  El  tradicionalismo  es  la  idolatrizacin  de  las 
tradiciones. El problema es que al sacralizarlas, las petrihca y de 
esta manera las priva de su capacidad innovadora. 
El  proyecto  moderno  para  adquirir  vigencia  y  legitimidad  debe 
ser enraizado y radicalizado, no abandonado. Para ello hay que 
empezar  por  sacarlo  del  discurso  cerrado  y  narcisista  en  que  se 
formul  y  traducirlo  en  clave  hermenutica  en  el  horizonte  de 
los discursos abiertos y el dilogo entre las culturas.
. L. iiviv.tio ri i. rivivsir.r
El  proyecto  cultural  y  societal  de  la  Ilustracin  no  ha  rendido 
los  frutos  esperados.  La  fe  ingenua  en  el  Progreso  y  en  la 
tecnologa ha sido sustituida por el desencanto y la desilusin. La 
postmodernidad recoge, expresa y elabora conceptualmente este 
estado  de  nimo.  Es  un  movimiento  de  denuncia  que  pone  en 
evidencia  las  injustihcables  contradicciones  de  la  Modernidad. 
Pero el nihilismo anarquista al que conduce es paradjicamente 
funcional al modelo societal que denuncia. El postmodernismo 
en  este  sentido,  al  menos  en  poltica,  es  profundamente 
conservador.
Las  uagrantes  contradicciones  entre  los  principios  morales  y 
las  realizaciones  de  la Ilustracin,  entre  las  ofertas  ideales  de  la 
FIDEL  TUBINO 116  
democracia liberal y sus magras concreciones histricas, parecen 
indicar  que  la  Modernidad  o  es  un  proyecto  agotado  o  es  un 
proyecto inacabado. Si aceptamos su acabamiento, nos quedamos 
sin propuesta societal. Y si optamos por aceptar, previa crtica, su 
inacabamiento, entonces lo que debemos hacer no es desecharlo 
sino  radicalizarlo.  Solo  as,  el  discurso  moral  de  la  Ilustracin 
dejar de ser usado para ocultar la voluntad de dominio absoluto 
nsita al proyecto modernizador.
La modernizacin social se basa en los procesos de industrializacin 
que  la  tecnologa  y  la  ciencia  activa  de  la  Modernidad 
hicieron  posible.  La  economa  industrial  de  los  modernos  y  la 
concentracin  de  la  riqueza  en  los  espacios  urbanos  generaron 
grandes desplazamientos poblacionales del campo a la ciudad. Las 
urbes  modernas  se  transformaron  en  enormes  espacios  sociales 
multiformes y variopintos. El pluralismo cultural se convirti as 
en  el  signo,  por  excelencia,  de  la  convivencia  social.  Surgi  as 
un nuevo desafo: cmo convivir en un mismo espacio societal 
personas  que  no  compartimos  ni  costumbres  ni  un  mnimo  de 
creencias bsicas sobre el deber ser de la convivencia? 
En el mundo moderno, la ciudad es el lugar privilegiado de los 
encuentros  y  los  desencuentros  tnicos,  culturales  y  sociales.  Si 
aspiramos a convivir sin estorbarnos entre los diferentes, entonces 
nuestro  desafo  consiste  en  aprender  a  construir  la  tolerancia 
como  norma  de  vida.  Pero  si  aspiramos  a  algo  ms,  a  convivir 
solidariamente entre los diferentes, entonces nuestro desafo es 
otro. 
El  hombre  deca  Gadamer  es  un  ser  vivo  dotado  de  una 
gran  capacidad  de  invencin,  y  ha  inventado  la  guerra. 
Aparte del hombre, no conocemos en la naturaleza ningn 
otro  caso  de  seres  altamente  organizados  en  que  haya 
guerra dentro de la misma especie () y ello nos lleva a la 
cuestin que hace de nuestro tema un asunto especialmente 
urgente: cmo se podr salvar a la humanidad de s misma 
y desarrollar el espritu comunitario, la solidaridad necesaria 
para la voluntad de vivir y de sobrevivir? (Gadamer, 1998:112) 
Para  empezar,  tenemos  que  aprender  a  transformar  el  hbitat 
moderno  en  espacios  interculturales  de  convivencia  solidaria, 
donde la diversidad se reconozca como una riqueza y el ejercicio 
de la democracia como una tarea de todos.
EN  NOMBRE  DE  LA  LENGUA  PERFECTA      117
Lo  que  tenemos  que  hacer  es  exactamente  lo  contrario  de 
aquello que en el relato de Babel tena en mente la gente como 
ideal  delirante:  acceder  a  la  lengua  perfecta  y  prescindir  de  los 
dioses. Nuestro sino es la diversidad de lenguas e intentar borrar 
sus  diferencias  mediante  la  construccin  de  un  nuevo  lenguaje 
universal  nos  condena  a  la  confusin,  a  la  confrontacin  y  a 
la  autodestruccin  de  la  especie.  La  solidaridad  se  construye  a 
partir del reconocimiento de la alteridad de las identidades que 
conviven  en  un  espacio  societal  compartido.  La  asimilacin  del 
otro  y  la  negacin  de  su  autonoma  y  de  su  mayora  de  edad 
no  puede  ser,  desde  ningn  punto  de  vista,  condicin  de  la 
convivencia digna. Nos enfrentamos a una noble tarea: 
no  de  querer  eliminar  la  diversidad  de  las  lenguas  en 
el  curso  de  un  proceso  de  organizacin  por  ejemplo,  por 
motivos  de  racionalizacin  o  burocratizacin,  sino  de 
que cada uno aprenda a salvar las distancias y a superar los 
antagonismos.  Esto  signihca  aprender  a  respetar,  escuchar 
y  cuidar  al  otro,  algo  de  lo  que  carece  el  mundo  actual, 
diseado y gobernado por los expertos (Gadamer, 1998:125-
126).
Para  que  se  puedan  establecer  vasos  comunicantes  entre  los 
diferentes,  debemos  aprender  a  abandonar  la  creencia  en  una 
racionalidad  unitaria  y  universal  y  aceptar  la  existencia  de  una 
pluralidad de racionalidades culturales: 
Una  vez  desaparecida  la  idea  de  una  racionalidad  central 
de  la  historia,  el  mundo  de  la  comunicacin  generalizada 
estalla  como  una  multiplicidad  de  racionalidades  locales 
minoras tnicas, sexuales, religiosas, culturales o estticas 
(como  los  punk,  por  ejemplo),  que  toman  la  palabra  y 
dejan  de  ser  hnalmente  acallados  y  reprimidos  por  la  idea 
de que solo existe una forma de humanidad verdadera digna 
de realizarse, con menoscabo de todas las peculiaridades, de 
todas las individualidades limitadas, efmeras, contingentes. 
(Vattimo, 1990:17) 
Pero no basta que los diversos accedan a la palabra en el espacio 
societal, que su dialecto pase a ser reconocido como expresin de 
una forma de vida vlida entre otras. No basta el reconocimiento 
de las identidades:
El efecto emancipante de la liberacin de las racionalidades 
locales  no  es,  sin  embargo,  solamente  garantizar  a  cada 
FIDEL  TUBINO 118  
uno  una  posibilidad  ms  completa  de  reconocimiento  y 
de  autenticidad;  como  si  la  emancipacin  consistiese  en 
manifestar  hnalmente  lo  que  cada  uno  es  en  verdad  (en 
trminos  todava  metafsicos,  spinozianos)  negro,  mujer, 
homosexual, protestante, etc.
() Si, en hn de cuentas, hablo mi dialecto en un mundo 
de dialectos, ser tambin consciente de que no es la nica 
lengua, sino cabalmente un dialecto ms entre otros muchos. 
Si profeso mi sistema de valores religiosos, estticos, polticos, 
tnicos en este mundo de culturas plurales, tendr tambin 
una  conciencia  aguda  de  la  historicidad,  contingencia, 
limitacin de todos estos sistemas, comenzando por el mo. 
(Vattimo, 1990: 18)
La  conciencia  hermenutica  compartida  debe  sustituir  al  ideal 
delirante  de  la  Modernidad  del  discurso  cerrado  y  del  modelo 
nico:  Todos  hemos  de  aprender  que  el  otro  representa  una 
determinacin  primaria  de  los  lmites  de  nuestro  amor  propio 
y  de  nuestro  egocentrismo.  Es  un  problema  moral  de  alcance 
universal.  Tambin  es  un  problema  poltico  (Gadamer, 
1998:124).
As  pues,  la  condicin  para  la  posibilidad  de  dilogo  implica 
que  Vivir  en  este  mundo  mltiple  signihca  hacer  experiencia 
de  la  libertad  entendida  como  oscilacin  entre  pertenencia  y 
desasimiento (Vattimo,1990:19). 
El dilogo es ms que el intercambio de saberes. El dilogo no es 
trueque, es encuentro, simbiosis diferenciada: Lo que tiene que 
ocurrir es lo que Gadamer denomina la fusin de horizontes 
(Taylor, 1993:99). Es decir, el cruce de perspectivas valorativas y 
horizontes diferenciados y abiertos inhnitamente entre s. Lo que 
se produce en la fusin de horizontes culturales no es el consenso 
entre  los  diferentes,  sino  la  autotransformacin  de  los  puntos 
de vista y la autorecreacin de las identidades: los autnticos 
juicios de valor presuponen la fusin de horizontes normativos; 
presuponen  que  hemos  sido  transformados  por  el  estudio  del 
otro, de modo que no solo juzgamos de acuerdo con nuestras 
normas familiares originales (Taylor, 1993:104). 
El  ideal  ilustrado  de  la  tolerancia  como  virtud  de  lo  pblico 
debe  ser  reformado  y  convertido  en  la  exigencia  tica  del 
reconocimiento  y  del  dilogo  entre  la  diversidad.  Solo  as  se 
puede realizar la tolerancia ilustrada.
EN  NOMBRE  DE  LA  LENGUA  PERFECTA      119
Radicalizar  el  proyecto  ilustrado  implica  pluralizarlo,  arraigarlo 
en la diversidad de thos, reinterpretarlo desde las culturas locales. 
Nuestra  tesis  es  que  la  radicalizacin  y  no  la  renuncia  del 
proyecto Ilustrado pasa, en primer lugar, por la liberacin de la 
diversidad y, en segundo lugar, que la tolerancia como virtud de 
lo pblico pasa por la conversin de las polticas de la dignidad 
igualitaria en polticas de reconocimiento de las identidades. Y en 
tercer lugar last but not the least que la concepcin ilustrada de 
ciudadana homognea debe ceder el paso a la implementacin 
en  el  plano  del  reconocimiento  jurdico  y  poltico  de  las 
ciudadanas diferenciadas. Todo esto implica una reconversin de 
los Estados nacionales modernos en Estados nacionales plurales 
al  interior  de  los  cuales  la  liberacin  de  las  diversidades,  las 
polticas de reconocimiento de las identidades y las ciudadanas 
diferenciadas puedan encontrar las condiciones necesarias para 
su concrecin histrica.
q. Di i.s tiir.r.I.s uoxocfi.s . i.s 
tiir.r.I.s riiiviti.r.s
La  ciudadana  es  el  derecho  a  ejercer  derechos.  Los  derechos 
no  son  ni  condiciones  naturales  ni  concesiones  estatales:  son 
tareas pblicas. La ciudadana, en primer lugar, empieza por el 
reconocimiento  y  el  ejercicio  de  las  libertades  negativas.  Se  les 
llama negativas porque expresan aquello sobre lo que el Estado 
no tiene ni debe jams tener soberana. Se trata de las llamadas 
libertades individuales. En segundo lugar, la ciudadana implica 
el  reconocimiento  y  el  ejercicio  de  las  libertades  positivas,  es 
decir,  la  praxis  de  los  derechos  a  la  participacin  poltica,  a  la 
deliberacin comn y a la calidad de vida. 
El  reconocimiento  jurdico  de  la  ciudadana  como  un  derecho 
para  todos  no  es  suhciente.  Ms  an,  cuando  percibimos  que 
el modelo de ciudadana y de Derechos Humanos de la cultura 
poltica ohcial es ajeno a las ticas propias de las culturas polticas 
locales de los pueblos y de las minoras comprendidas en el mbito 
del  Estado  nacional.  En  Amrica  Latina,  esto  se  constata  en  el 
hecho de que el ejercicio de la ciudadana presupone para un 
indgena el desaprendizaje de sus propios referentes culturales 
y su asimilacin a la cultura poltica propia de la cultura urbano 
castellano-hablante hegemnica. Por ello, 
FIDEL  TUBINO 120  
una  teora  (y  prctica)  adecuada  de  la  ciudadana 
multitnica  en  los  pases  de  Amrica  Latina,  precisa  de 
una  elaboracin  ms  hna  de  los  procesos  de  integracin-
diferenciacin  sociocultural,  de  un  proceso  de  integracin 
no  homogeneizadora,  que  son  extraordinariamente 
complejos. Hasta ahora se ha insistido en planteamientos casi 
unilaterales de integracin simple o de diferenciacin simple. 
Por estas vas solo es posible obtener un concepto sesgado y, 
por tanto, insatisfactorio de ciudadana. Lo que precisamos 
es  una  teora  sobre  el  complejo  proceso  de  integracin-
diferenciacin y no integracin- homogeneizacin, sobre el 
que madura la identidad personal y grupal. (Rivera, 2000:5) 
El  proceso  de  integracin-diferenciacin  a  una  comunidad 
nacional implica, por ello, el reconocimiento terico y prctico 
de  derechos  generales  y  derechos  espechcos.  Los  derechos 
especiales  no  hay  que  verlos  como  un  aadido  a  los  derechos 
generales,  sino  como  un  tipo  de  derechos  que  hace  posible  el 
accionar  de  los  derechos  generales.  Justamente,  para  evitar 
que  los  derechos  generales  se  queden  en  un  plano  abstracto 
y  puedan  ser  ejercidos  por  los  ciudadanos  que  pertenecen  a 
grupos vulnerables o ancestralmente excluidos de la ciudadana, 
es  necesario  luchar  por  el  reconocimiento  jurdico  y  prctico 
de los derechos especiales. En esto consiste la propuesta de Will 
Kymlicka (1996) de las ciudadanas diferenciadas que abarca el 
reconocimiento de: 
-  Derechos  de  auto-gobierno,  dirigidos  de  manera  especial 
a  los  pueblos  o  nacionalidades  oprimidas  al  interior  de  los 
Estados nacionales.
-  Derechos de representacin especialmente en el parlamento 
nacional  y  los  partidos  polticos,  dirigidos  a  los  pueblos 
excluidos, a las mujeres y a las minoras discriminadas. 
-  Derechos  lingsticos,  dirigidos  a  favorecer  la  integracin 
no  homogeneizante  a  la  vida  pblica  de  las  nacionalidades 
excluidas. 
-  Derechos  politnicos,  que  permitan  a  los  grupos  tnicos 
expresar  sus  particularidades  sin  que  ello  obstaculice  su 
integracin  en  las  instituciones  educativas,  econmicas  y 
polticas de la cultura societal nacional.
La  objecin  ms  frecuente  a  la  tesis  de  las  ciudadanas 
EN  NOMBRE  DE  LA  LENGUA  PERFECTA      121
diferenciadas  es  que  fomentan  el  desmembramiento  del  tejido 
social.  Asimismo,  se  sostiene  que  la  discriminacin  positiva 
que  implica  la  aplicacin  de  derechos  especiales  fomenta  la 
reproduccin de los prejuicios interculturales y la consolidacin 
de la discriminacin social. Por otro lado, para aplicar estas tesis 
se  necesita  que  los  grupos  tnicos  implicados  sean  fcilmente 
reconocibles  y  posean  una  base  territorial  identihcable  como 
propia.  Esto  es  difcil  de  encontrar  en  muchos  casos  debido  al 
crecimiento  de  los  procesos  migratorios  del  campo  a  la  ciudad 
y  de  los  grandes  desplazamientos  poblacionales  del  Hemisferio 
Sur  al  Hemisferio  Norte:  En  una  sociedad  en  la  que  las  etnias 
se encuentran mezcladas, es casi imposible aplicar con precisin 
criterios semejantes (Villoro, 1998:101).
Por  ello,  se  torna  importante  complementar  la  tesis  de  los 
derechos  especiales  con  la  tesis  de  lo  que  se  denomina  como 
las ciudadanas restringidas. Debemos construir nos dice Luis 
Villoro (1998) una teora y una prctica de la ciudadana que sean 
capaces de conjugar dos exigencias: la de asegurarle autonoma a 
los grupos excluidos para decidir y practicar sus formas de vida y 
la de asegurarles participacin en la unidad del Estado. Para ello 
hay que partir en la teora de la separacin entre ciudadana 
y  nacionalidad  dominante.  Una  ciudadana  comn  a  todos  los 
miembros  de  un  Estado  multicultural  garantiza  su  unidad  y 
no  tiene  por  qu  ser  incompatible  con  el  establecimiento  de 
autonomas,  con  tal  de  no  incluir  en  la  ciudadana  ninguna 
caracterstica  inaceptable  para  cualquiera  de  los  pueblos  que 
deciden  convivir  en  el  mismo  Estado  (Villoro,  1998:103).  La 
ciudadana  comn  involucra  una  cultura  comn  que  no  debe 
ser la de la nacionalidad dominante. La idea de fondo es que la 
participacin en una nacionalidad comn de segundo orden es 
una necesidad que debe ser atendida para lograr la cohesin del 
tejido social entre los diferentes. Ella, sin embargo, no debe ser 
impuesta,  sino  que  debe  ser  resultado  de  un  acto  voluntario  y 
de un pacto social entre las diversas nacionalidades y etnias que 
la  componen.  La  unidad  social  y  la  conciencia  nacional  tienen 
un fundamento distinto en un Estado nacional plural que en un 
Estado  nacional  homogeneizante.  En  el  Estado  nacional  plural 
la identidad de esa nacin de segundo nivel no podra emanar 
de la posesin de una misma tradicin, ni de los mitos histricos 
de una nacionalidad dominante, sino de un proyecto libremente 
asumido  por  todos  los  pueblos  que  la  componen.  Sera  un  hn 
FIDEL  TUBINO 122  
proyectado y no una herencia recibida lo que dara unidad a las 
distintas culturas (Villoro, 1998:105).
Para concluir quisiera recalcar que la construccin de un Estado 
plural  empieza  por  la  refundacin  del  pacto  social.  El  nuevo 
pacto  social  tiene  que  plasmarse  en  una  deliberacin  comn  y 
en  un  dilogo  sostenido  entre  las  culturas  y  las  nacionalidades 
que componen el Estado plural. Solo de esta manera se pueden 
construir  democracias  constitucionales  autnticamente  plurales 
y, por ende, radicalmente participativas. 
La  interculturalizacin  de  las  ciudadanas  diferenciadas  del 
multiculturalismo  de  los  derechos  especiales  es  la  tarea  ms 
urgente  de  las  democracias  pluriculturales,  como  las  nuestras. 
La renovacin del pacto social y la construccin de una cultura 
poltica comn ya no deben plantearse ms a partir de los mitos 
histricos  de  las  nacionalidades  dominantes.  Deben  generarse 
a  partir  de  un  dilogo  intercultural  en  las  esferas  pblicas  de 
la  sociedad  civil  y  deben  expresarse  en  la  reestructuracin  del 
Estado homogneo que heredamos de la Modernidad ilustrada.
Riiiviti.s viviiocviit.s
Descartes, Ren, (1967), Reglas para la direccin del espritu, Obras 
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Kymlicka, Hill (1996): Ciudadana multicultural: una teora liberal de los 
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EN  NOMBRE  DE  LA  LENGUA  PERFECTA      123
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Villoro,  Luis  (1998):  Estado  plural,  pluralidad  de  culturas.  Paids, 
Mxico.
   125
Dilogo intercultural y poltica del 
reconocimiento. Aproximaciones al 
conuicto en tierras mapuches (Chile)
1
Rit.vro S.i.s As+v.i
I+vorittio
La propuesta de una poltica del reconocimiento, que aparece en 
el ttulo, remite a una discusin hloshca debatida principalmente 
en  torno  a  los  derechos  de  las  comunidades  en  el  mundo 
anglosajn,  se  ha  hecho  conocida  especialmente  la  postura 
defendida  por  Ch.  Taylor  (1993).  En  este  trabajo,  la  ponemos 
en  vinculacin  con  el  debate  surgido  en  Chile,  a  partir  de  la 
recepcin  del  informe  de  la  Comisin  gubernamental  Verdad 
histrica y nuevo trato para los pueblos indgenas. Esta mirada 
podra  concentrarse  en  el  tema  polmico  de  la  verdad  que  se 
instaura por el Estado, o por la forma de evaluar la relacin entre 
el Estado y las comunidades indgenas; hemos preferido plantear 
aqu la cuestin poltica del reconocimiento, que ya es parte de 
un  interesante  dilogo  interdisciplinario,  con  otros  enfoques 
teorticos, disciplinarios y profesionales publicados en Chile (Cf. 
Bengoa 1999, Saavedra 2002, Aylwin 2003, Foerster y Al., 2004).
El  problema  abarcado  por  esta  Comisin  es  central,  tambin, 
para  dar  cuenta  del  estatuto  poltico  del  etnodesarrollo  o  del 
desarrollo  con  identidad  de  los  pueblos  indgenas  en  Chile  y 
Amrica Latina, que ha preocupado en estos ltimos aos, sobre 
1
    Ledo  en  el  II  Coloquio  Internacional  de  Filosofa,  Filosofa  Iberoamericana, 
Homenaje a los 50 aos de la muerte de Ortega y Gasset, Universidad Alberto Hurtado, 
Chile, 18, 19 y 20 de mayo de 2005.
RICARDO  SALAS  ASTRAN 126  
todo,  a  tantos  dirigentes  indgenas,  educadores,  agrnomos, 
juristas,  antroplogos,  economistas  y  hlsofos,  entre  muchos 
otros. Nuestra hiptesis consiste en demostrar que este problema 
del reconocimiento est estrechamente vinculado a la expansin 
de  un  sistema  de  racionalizacin  econmica  del  mundo,  que 
ha  irrumpido  profundamente  en  los  modos  de  vida  de  los 
pueblos  indgenas.  Para  comprender  una  parte  relevante  de 
las  reglas  y  estructuras  que  dehnen  esta  compleja  interseccin 
entre  la  racionalidad  econmica  predominante  y  las  texturas 
sapienciales propias del mundo de vida de las minoras indgenas, 
intentaremos  seguir  la  hiptesis  de  que  existe  una  autonoma 
relativa  de  lo  poltico  (Foerster  et  al,  2004:384),  por  lo  que  la 
evaluacin cultural del choque de las racionalidades y prcticas 
exige ser entendido a partir de un proceso de construccin de un 
espacio  poltico  legtimo  entre  el  Estado  nacional  y  los  pueblos 
indgenas. 
Una poltica del reconocimiento requiere abarcar el anlisis tanto 
de  los  elementos  identitarios  presentes  en  las  organizaciones 
de  las  comunidades,  como  el  estudio  de  las  diversas  lgicas  y 
movimientos sociales emergentes, que dan cuenta de los bosquejos 
razonables y las lgicas de accin presentes en las propuestas de 
un desarrollo. Es preciso destacar, en estos proyectos, su eventual 
carcter autosustentable o sus eventuales logros para sobrepasar 
las  historias  locales  y  regionales  caracterizadas  por  la  lgica  de 
la negacin del otro. Historia violenta que se ha expresado en 
Amrica Latina, en siglos de pobreza y de discriminacin vividos 
por  los  pueblos  autctonos.  En  otras  palabras,  por  la  negacin 
sistemtica de la legitimidad de sus sistemas productivos y de sus 
formas de organizacin social y poltica.
Este  carcter  poltico  de  la  legitimidad  releva,  como  carcter 
central,  la  ciudadana  multicultural  y  la  poltica  de  la  memoria 
para  la  comprensin  de  los  derechos  indgenas.  Esto  rehere  a 
una  particular  precomprensin  tico-poltica  que  gravita  en  el 
modo espechco de acercarse a la realidad indgena, sobre todo 
a  partir  del  debate  asociado  a  los  500  aos  del  denominado 
descubrimiento  de  Amrica  (Fornet-Betancourt,  2004).  Tal 
modalidad hermenutica no pretende reducir, desde un prisma 
teortico y abstracto, la actual realidad socio-cultural y econmica 
indgena,  sino  que  ella  profundiza  unas  convicciones  tico-
polticas acerca del valor y la dignidad de los otros, que nacen en 
DILOGO  INTERCULTURAL  Y  POLTICA  DEL  RECONOCIMIENTO      127
un largo proceso de comprensin de experiencias interculturales 
con  comunidades  y  organizaciones  mapuches,  en  bsqueda  de 
sus propias formas de ciudadana. El anlisis que describiremos 
sucintamente  es  parte  de  una  hlosofa  prctica,  que  intenta 
converger  con  otros  trabajos  hloshcos  que  dan  cuenta  de  los 
aspectos ticos, polticos y jurdicos de la ciudadana multicultural 
o  ciudadana  tnica  (Taylor,  1993,  Kymlicka,  1996,  y  Ricoeur, 
2004).
Ei riioco i+ivtii+iv.i
1. La discursividad y el inter-logos
Se podra decir que la postura hermenutica es particularmente 
fuerte en la comprensin de un sentido narrativo, asociada a la 
ahrmacin de valores relacionados con el mundo de la vida. Es 
en este campo en el que las tesis pragmticas tienen dihcultades, 
en especial para mostrar los procesos de aplicacin de las normas 
a  los  contextos.  La  hermenutica  nos  ensea  que  los  valores 
aprendidos  por  los  sujetos  en  los  mundos  de  vida  son  parte  de 
los soportes simblicos y narrativos con los que debe contar una 
argumentacin  que  responda  a  las  exigencias  de  los  contextos. 
Como  dice  Michelini:  Por  ello,  cuando  discutimos  en  serio,  es 
porque queremos resolver algn problema del mundo de la vida. 
No se trata, por lo tanto, de contraponer artihcialmente la vida a 
la argumentacin, el vivir al argir (2002:122). 
El  modelo  del  dilogo  intercultural,  en  tanto  es  parte  de  una 
pragmtica discursiva, exige acoger la dimensin procedimental de 
la pragmtica, puesto que requerimos un proceso argumentativo 
y universal que contribuya a precisar las reglas concretas que se 
requieren  para  resolver  los  conuictos  inherentes  a  la  accin  en 
sus  contextos.  Esto  entrega  la  indicacin  pragmtica  elemental 
de  que  todo  discurso  intersubjetivo  exige  el  planteamiento  de 
razones.  Por  lo  tanto,  en  el  terreno  de  las  relaciones  humanas 
se  exige  un  tratamiento  razonado  en  que  debemos  ponderar  e 
incorporar  al  mximo  nmero  de  involucrados.  Empero,  esto 
exige que las razones no se dehnan desde una visin deformada 
de  la  racionalidad  hegemnica.  Las  razones  de  las  que  se  trata 
aqu,  no  son  aquellas  inherentes  a  un  sistema  monocultural, 
sino que son las que se conforman a partir de prcticas reuexivas 
RICARDO  SALAS  ASTRAN 128  
asociadas  a  las  diversas  formas  discursivas  existentes  en  cada 
cultura: por ello cabe distinguir el autntico dilogo del dilogo 
inautntico.
La dehnicin pragmtica de las condiciones discursivas exigidas 
por un autntico dilogo intercultural, obliga entrar a conhgurar 
con  ms  precisin  la  idea  que  Gadamer  ha  formulado  con  la 
expresin  de  las  razones  de  los  otros.  Si  nosotros  y  los  otros 
tenemos  razones  de  nuestros  puntos  de  vista,  entonces  habra 
que  caer  en  la  idea  que  todos  tendran  la  razn,  y  por  ello 
caeramos indefectiblemente en los errores del relativismo y del 
hermeneuticismo  sera  sta  una  tesis  contextualista  radical. 
El  error  de  esta  concepcin  es  que  cierra  las  posibilidades 
del  intercambio  de  razones  que  exige  la  comunicacin.  Pero 
sostenemos que el extremo contrario no es tampoco plausible, a 
saber, la tesis de un universalismo radical, a saber, que podemos 
comunicar todo a todos. Nos parece que ambos extremos tienen 
defectos  tericos  insuperables:  el  primero  encierra  las  formas 
discursivas en el particularismo del ethos, y el segundo que exagera 
el discurso argumentativo presuponiendo el triunfo de la razn 
formalista por sobre la razn vital.
En este plano es menester sostener, al contrario de ambos extremos, 
que la postura pragmtica  instruida por la hermenutica,  exige 
una postura mediadora que justihca un principio o meta-norma 
universal,  que  requiere  ser  ubicado  frente  a  los  discursos  y 
prcticas  de  los  sujetos  en  contexto.  La  pragmtica,  en  sentido 
estricto,  justihca  las  normas  que  aseguran  un  tratamiento 
equitativo a todos los hombres y mujeres de todas las culturas, lo 
que requiere un levantamiento de criterios fundacionales de los 
contextos de accin; ellos pueden ser meta-contextuales o intra-
contextuales.  Esta  forma  procedimental  es  preciso  recuperarla, 
pero  no  es  consistente  desgajarla  de  los  contextos  de  vida  que 
son el horizonte donde se articulan las acciones de los sujetos. En 
nuestra ptica, los procedimientos surgen a travs del dinamismo 
operativo de los registros discursivos mismos; es en particular, a 
partir  de  ellos,  que  se  establece  la  dinmica  del  sentido  abierto 
a la universalidad, por lo tanto, los procedimientos se requieren 
articular a las formas reuexivas operantes en cada cultura. 
La  modalidad  pragmtica  permitira  precisar  las  condiciones 
lingsticas  que  todos  los  interlocutores,  que  se  quieren 
efectivamente  entender,  utilizaran  para  obtener  acuerdos  que 
DILOGO  INTERCULTURAL  Y  POLTICA  DEL  RECONOCIMIENTO      129
respeten  las  especihcidades  propias.  Esto  sera  el  autntico 
dilogo intercultural: Slo si el que pertenece a la cultura tenida 
como superior trasciende su cultura desde dentro relativizndola 
y no considerndola ya como parmetro, es posible entablar un 
dilogo  intercultural  realmente  simtrico  y  simbitico.  Pero  en 
ese caso el dilogo ser constituyente para ambos, no slo para el 
de cultura popular (Trigo, 2002:74).
Enfatizando  la  conciliacin  de  estas  dos  propuestas:  la 
hermenutica  y  la  pragmtica,  se  requiere  demostrar  el  nexo 
preciso  por  el  que  ambas  son  complementarias.  Si  se  logra 
demostrar,  ello  permitira  avanzar  consistentemente  en  una 
teora  de  una  razn  tico-prctica,  que  permita  comprender  y 
compartir  las  razones  de  los  otros,  en  un  autntico  dilogo 
intercultural.  Entonces,  habra  que  ahrmar  que  estas  razones 
requieren  modularse,  al  mismo  tiempo,  como  parte  de  una 
actividad  hermenutica  en  tanto  considera  la  comprensin 
de  las  actividades  expresivas  y  signihcativas  de  los  mundos  de 
vida,  en  particular  por  su  esfuerzo  de  contextualizacin  de  los 
smbolos, textos, discursos y narraciones presentes en los diversos 
sujetos y comunidades y de una actividad pragmtica en tanto 
destaca la necesaria validacin de un tipo de lenguaje que asegure 
enunciados vlidos que puedan ser confrontados y que entregue 
resultados hables no solo para una comunidad de vida.
El  dilogo  intercultural,  que  implica  la  aceptacin  de  la 
categora de las razones de los otros, supone aceptar, entonces, 
que  la  reuexividad  humana  no  es  algo  exterior  a  los  procesos 
productores  de  sentidos  de  los  contextos  de  vida,  sino  que  ella 
se  vuelve  operante  internamente  a  travs  de  la  articulacin  de 
las formas discursivas, y exige aceptar acuerdos bsicos sobre las 
reglas y procedimientos. Este nexo entre reuexividad contextual 
y  procesos  de  mediacin  normativos,  no  puede  ser  puramente 
localizado  de  acuerdo  a  los  usos  espechcos  de  cada  cultura, 
pues  ello  no  asegurara  el  entendimiento  de  unos  con  otros,  y 
en forma especial entre aqullos que no comparten los mismos 
mundos de vida. 
En este sentido, se exige que la propia teora de los actos de habla, 
que  ha  dado  origen  a  la  discusin  acerca  de  la  heterogeneidad 
de  los  discursos,  retome  la  cuestin  central  del  lenguaje  que  se 
privilegia para enunciar tal heterogeneidad. Es correcto ahrmar 
la existencia de reglas apropiadas a los juegos del lenguaje, como 
RICARDO  SALAS  ASTRAN 130  
lo  ha  indicado  el  segundo  Wittgenstein,  en  su  Investigaciones 
Filosfcas; pero segn nuestra perspectiva, no lo sera ahrmar que 
entre  ellas  no  exista  ninguna  posibilidad  de  convergencia  que 
permita pasar de una a otra, esto supone que al menos podamos 
reconocer las reglas que le son necesarias para hacer signihcativo 
un  discurso.  Aqu  resultar  relevante  estudiar  el  modelo  de  la 
traduccin, que ya vamos a exponer sucintamente. 
La tesis central del vnculo entre las reglas y los contextos es que 
permite dar cuenta de la mutua accin intersubjetiva intercultural, 
que est en el centro del debate de este trabajo; pero por sobre 
todo, asegura la posibilidad de una mutua comprensin, a partir, 
no  de  las  reglas  de  uno  de  los  juegos  del  lenguaje,  sino  de  un 
proceso  de  interconexin.  Esto  puede  ayudar  a  entender  por 
qu no son aceptables las reglas, en el terreno esta vez histrico, 
del conjunto cultural de cdigos discursivos ms poderosos, por 
sobre  los  discursos  debilitados,  y  particularmente  la  riqueza  de 
un estudio de un inter-logos que sugiere el ensamblaje de dos o 
ms conjuntos de cdigos discursivos; esto ltimo es lo que cabra 
denominar el autntico dilogo intercultural.
En  sntesis,  por  dilogo  intercultural  entenderemos  aqul  que 
no se precipita rpidamente a una conciliacin apresurada, para 
anular las diferencias entre los registros discursivos sostener que 
existen  las  mismas  reglas  universales  para  todos  los  discursos, 
ni  tampoco  el  tipo  de  dilogo  que  se  cierra  a  reconocer  las 
dihcultades  efectivas  existentes  en  la  comunicacin  entre  seres 
humanos  que  han  conformado  diferentemente  sus  mundos  de 
vida sostener que las reglas de los registros discursivos son todas 
diferentes.  Este  dilogo  plantea  una  modalidad,  ms  paciente, 
para  entender  a  los  otros  desde  las  propias  articulaciones 
discursivas,  lo  que  implica  sostener  que  en  el  ejercicio  para 
alcanzar las razones de los otros existe siempre una mediacin de 
la articulacin de los registros en que se conforman los sujetos. 
Es un dilogo intercultural, aqul que colabora en el difcil arte 
de comprender los propios procesos discursivos, que no se puede 
hacer nunca de un modo claro sin el apoyo de los otros. 
Esto tiene repercusiones para el anlisis del ideal moral de con-
vivir con otros, en el respeto de las distintas maneras de vivir y el 
aseguramiento  de  una  vida  moral  plural.  Toda  reuexin  moral 
exige  este  re-conocimiento  de  las  reglas  discursivas,  si  se  busca 
una  comprensin  con  otros  sistemas  de  moralidad.  Este  nuevo 
DILOGO  INTERCULTURAL  Y  POLTICA  DEL  RECONOCIMIENTO      131
esfuerzo terico es ms complejo que los anteriores paradigmas 
dehnidos, pues exige considerar la dinamicidad de los procesos 
discursivos  que  forjan  los  recprocos  reconocimientos,  para 
evaluar  las  posibilidades  efectivas  de  comprender  la  accin  de 
sujetos en estas sociedades multiculturales. No se trata de sostener 
una  posicin  de  indiferenciacin  de  los  sistemas  de  moralidad, 
se trata, ms bien, de mostrar las posibilidades de su traduccin 
eventual. Entonces, lo que est en juego es un dilogo, al mismo 
tiempo,  entre  lo  universal  y  lo  contextual,  sin  querer  precipitar 
la discusin a ningn extremo. Esta visin permite asumir de un 
mejor modo las dihcultades histricas de la convivencia humana, 
cargadas de a-simetras y de discriminacin. 
Empero,  esta  tesis  contiene  ciertas  dihcultades,  ella  no  va  de 
suyo,  ya  que  la  comprensin  de  otro  juego  del  lenguaje  puede 
hacerse al interior de mi propia constelacin cultural discurso 
de un cristiano o de un ateo en un mundo occidental, u otros 
juegos  de  lenguaje  alejados  de  nuestra  constelacin  discurso 
chamnico  o  budista.  Es  preciso  distinguir,  entonces,  entre 
el  comprender  a  un  otro  al  interior  de  mi  mundo  de  vida  y 
que  comparte  rasgos  relevantes  de  mi  misma  matriz  discursiva 
cultural,  y  la  comprensin  de  un  otro  que  forma  parte  de  una 
cultura  totalmente  diferente.  Pensamos  que  en  ambos  casos, 
con  diferencias  notorias  por  cierto,  se  est  obligado  a  aceptar 
una  cierta  tensin  entre  unidad-diversidad  de  la  modalidad 
intersubjetiva,  que  justamente  pueden  resolverse  si  apelamos  al 
concurso de una discursividad propia del dilogo intercultural. 
Por esto, la cuestin ya debatida de las razones de los otros no 
puede  ser  radicalizada  a  partir  de  un  modelo  de  su  diferencia 
ni  subsumida  bajo  un  mismo  logos  universal  ya  predehnido 
por  la  propia  tradicin  occidental.  Esto  supondra,  como  lo  ha 
indicado  correctamente  la  profesora  Dina  Picotti,  reconocer 
explcitamente la construccin histrica del logos humano como 
inter-logos (1996:298), es decir, la posibilidad de entender a los 
otros  en  sus  razones,  a  partir  de  una  poli-fona  de  logos,  por  la 
que somos conscientes de la modalidad de nuestro logos cultural 
y de cmo podemos abrirnos a otros logos. 
Esta ahrmacin exige cuestionar la comprensin occidentalizante 
que contiene, en clave de la crtica de una razn monocultural. 
Esto  podra  aclararse  con  un  par  de  indicaciones,  desde  el 
punto de vista intercultural, como el que sugiere Panikkar. Para 
RICARDO  SALAS  ASTRAN 132  
l,  el  problema  epistemolgico  de  la  comprensin  del  otro  es 
relevante, puesto que:
La novedad y la dihcultad de la hlosofa intercultural consiste 
en que no existe una plataforma metacultural desde la que 
realizar una interpretacin de las culturas, debido a que toda 
interpretacin es nuestra interpretacin. Es verdad que este 
intento para interpretar otra cultura es un paso intermedio 
que  nos  abre  a  inuuencias  externas  y  nos  ofrece  un  cierto 
conocimiento del otro. Pero el otro no se sabe a s mismo 
como otro. El otro para la otra cultura es nosotros. Nos 
encontramos  delante  de  una  apora:  Cmo  preservamos 
nuestra  racionalidad  al  trascenderla?,  Cmo  podemos 
entender al otro si no somos el otro? (Panikkar, 2002:47).
  Fornet-Betancourt  plantea  tambin  otras  consideraciones 
hermenuticas  acerca  de  la  dihcultad  de  la  comprensin  del 
otro, y las vincula con el predominio de un tipo de racionalidad 
monocultural,  que  no  es  consciente  de  todas  sus  mediaciones 
contextuales en la comunicacin comprensiva del otro: 
Nuestra  teora  del  entender  tendra  que  hacerse  cargo  del 
otro,  precisamente  por  ser  sujeto  histrico  de  vida  y  de 
pensamiento, no es nunca constituible ni reconstruible desde 
la  posicin  de  otro  sujeto.  Frente  al  otro  no  cabe  entonces 
la reconstruccin terica desde mi forma de pensar, sino la 
reserva terica del que se pone a escuchar el discurso de otra 
forma de pensar, y ya vislumbra en esa escucha el comienzo 
de la trans-formacin recproca. La tarea consistira entonces 
en  emprender  la  reformulacin  de  nuestros  medios  de 
conocimiento  desde  el  pleito  de  las  voces  de  la  razn  o  de 
las culturas en el marco de la comunicacin abierta, y por la 
reconstruccin  de  teoras  monoculturalmente  constituidas 
(Fornet-Betancourt, 2001:42).
Estas observaciones plantean como problema central la cuestin 
de  la  ecuacin  entre  racionalidad  y  lenguaje,  que  nos  parece 
que  est  en  el  centro  de  este  gran  debate  levantado  por  Apel  y 
Habermas  en  la  tica  de  la  discusin,  pero  que  est  contenido 
en  el  problema  del  sentido  de  la  racionalidad  hermenutica 
en  Gadamer,  Ricoeur  y  Ladrire.  Nos  parece  que  el  resultado 
decisivo del dilogo intercultural es ganar en el terreno de una 
crtica  pragmtica  y  hermenutica  de  la  razn  monocultural. 
Habra  que  concluir  que,  tal  como  la  ha  practicado  la  Filosofa 
occidental,  hemos  elaborado  una  construccin  frecuentemente 
DILOGO  INTERCULTURAL  Y  POLTICA  DEL  RECONOCIMIENTO      133
hegemnica,  que  no  acepta  las  razones  de  aquellos  que  no 
han  alcanzado  el  nivel  de  racionalismo  de  nuestra  cultura. 
Este  racionalismo,  que  proviene  de  la  antigedad  griega,  se  ha 
desarrollado en una parte importante por la cultura occidental. 
Algunos pensadores plantean que este racionalismo est grahcado 
hoy en la ampliacin del proyecto de la racionalidad cienthco-
tcnica a todos los mundos de vida. 
Una  crtica  de  las  dimensiones  etnocentristas  que  han 
predominado en las ciencias de las culturas y en el racionalismo 
occidental,  parece  que  es  compartida  por  los  hlsofos  de  la 
pragmtica  y  de  la  hermenutica,  que  debaten  este  punto  y 
entregan  claves  tericas  para  una  Filosofa  y  Teologa  de  la 
accin. Empero, un enfoque intercultural, agrega una cuestin 
ms  al  asociar  la  crtica  a  la  racionalidad  imperante  con  un 
ejercicio  de  des-fundacin  de  la  racionalidad,  no  en  contra 
de  la  racionalidad,  sino  de  un  proyecto  hegemnico  asociado 
a  la  modernidad  occidental.  Por  ello,  este  ejercicio  busca, 
precisamente,  demostrar  que  existen  formas  de  saber  que  no 
han sido valoradas suhcientemente en el este marco racionalista 
de la ciencia europea, por ello consideraremos, en lo que viene, 
junto  a  Ricoeur  y  Maesschalck,  que  es  preciso  nuevamente 
reinterpretar la categora central de la reuexividad.
Los toiiit+os f+ito-voiI+itos rii 
i+oris.vvoiio x.vitui
Para iniciar esta segunda parte de nuestro trabajo, propongamos 
una gruesa ahrmacin acerca de los problemas ticos y polticos 
del  desarrollo.  La  forma  predominante  de  implementar  el 
tipo  de  desarrollo  relativo  a  las  minoras  tnicas,  no  asume 
adecuadamente  y  con  la  fuerza  debida  los  problemas  valricos 
y  normativos  del  sistema  productivo  ni  permite  comprender 
tampoco  modos  de  desarrollo  alternativos.  En  este  sentido, 
parece que el problemtico vnculo entre desarrollo y cultura no 
se  ha  aclarado  suhcientemente  bien.  Una  parte  importante  de 
las ideas acerca de esta problemtica vinculacin surgieron en el 
marco  de  una  experiencia  de  trabajo  de  terreno  con  proyectos 
de  desarrollo  de  nuestro  Equipo  Intercultural,  que  promueve 
y  coordina  proyectos  de  investigacin-accin,  desde  hace  ms 
de  diez  aos  con  organizaciones  y  comunidades  indgenas 
RICARDO  SALAS  ASTRAN 134  
de  la  Novena  Regin  y  con  mapuches  urbanos  de  la  Regin 
Metropolitana de Chile (CERC-UC Temuco, 1996).
En  cualquier  caso,  el  problema  del  etnodesarrollo  aparece  en 
la  situacin  contempornea  de  los  mapuches  y  guarda  muchos 
aspectos  comunes  con  la  situacin  de  otras  etnias.  Para  una 
poltica  del  reconocimiento  no  slo  investiga  el  particular  tipo 
de  interpretacin  que  despliegan  las  instituciones  propias  del 
estado  nacional  y  los  sujetos  abocados  al  despliegue  de  una 
economa  en  contacto  inter-tnico,  sino  que  escudria  en  las 
estructuras  socio-polticas  y  econmicas  sobre  las  que  se  basa  la 
gestin comunitaria del poder. Esto requiere mostrar las lgicas 
ocultas acerca del otro, intra o extra-comunidad y sobre todo, el 
sentido estratgico de las prcticas puestas en juego para dehnir 
las relaciones de poder y obtener la legitimidad de los liderazgos 
(Bengoa, 1999). 
En  este  marco  interpretativo  de  la  poltica  intercultural  cabe 
prestar  mucha  atencin  al  modo  violento  de  responder  a  los 
conuictos crecientes entre las comunidades humanas en contacto 
y a las tcticas polticas concretas que asumen las autoridades que 
intentan  responder  a  los  conuictos  inter-tnicos,  derivados  de 
un desarrollo desigual. La violencia actual no es slo parte de 
un movimiento indgena, sino tambin de un aparato de Estado, 
policial  y  jurdico  que  no  respeta  ni  reconoce  los  derechos 
propios de las comunidades indgenas (Aylwin, 2003). Del mismo 
modo,  cabra  analizar,  en  otros  trabajos  siguientes,  el  aumento 
de  los  modos  hiper-violentos  productos  de  la  justicia  por  las 
propias manos, la implementacin de sistemas para-legales y la 
represin con policas y ejrcitos privados, que tientan tanto a 
las clases regionales dominantes como a algunos miembros de las 
organizaciones radicalizadas. 
El problema poltico principal de la etnia mapuche a comienzos 
del siglo XXI, tiene que ver con las transformaciones culturales, 
asociadas  a  un  creciente  y  sostenido  proceso  de  modernizacin 
que ha vivido la sociedad chilena en las tres ltimas dcadas, y su 
inuuencia  en  el  desencadenamiento  de  un  proceso  migratorio 
de grandes proporciones. Ello es consecuencia de una situacin 
histrica de exclusin del estado chileno, y que se ha acentuado 
en  el  perodo  dictatorial  (1973-1989),  lo  que  ha  reforzado  un 
sostenido  movimiento  migratorio  de  los  mapuches  hacia  las 
grandes  ciudades  de  Chile.  El  censo  de  2002  deja  en  evidencia 
DILOGO  INTERCULTURAL  Y  POLTICA  DEL  RECONOCIMIENTO      135
que la mayor parte de la poblacin indgena habita en las grandes 
ciudades  y  ms  de  un  tercio  lo  hace  en  Santiago  de  Chile.  En 
Chile, ms de un 5% de la poblacin se declara indgena. Nos dice 
un informe actual: De acuerdo al censo del 2002, la poblacin 
de Chile alcanza a un total de 15.116.435, de las cuales 692.192 
(equivalentes al 4,6% del total) declar pertenecer a algn pueblo 
originario o indgena. ()De la poblacin indgena, 604.349 se 
dehnieron como mapuche (ODPI, 2004, N1). 
La  emigracin  de  los  indgenas  de  sus  tierras  ancestrales 
rehere  principalmente  a  la  alternativa  viable  que  visualizan  los 
sujetos  indgenas  para  escapar  de  la  pobreza  endmica  de  la 
vida  rural,  producto  de  un  sistema  histricamente  excluyente 
en  lo  econmico  y  poltico  (Pinto,  2000).  Para  entender 
espechcamente esta situacin actual se requiere destacar que el 
nuevo modelo de desarrollo econmico surgi con el gobierno 
militar, que gobern durante diecisiete aos el pas (1973-1989), 
y que con importantes matices polticos, al decir de los cientistas 
sociales  y  estudiosos  de  la  poltica  nacional,  ha  consolidado  los 
tres sucesivos gobiernos de la coalicin en el poder, denominada 
sintticamente  como  Gobiernos  de  la  Concertacin  (1990-
2005). 
El  cambio  estructural  vivido  por  la  sociedad  chilena  es  de 
envergadura.  Es  difcil  esbozar  todos  sus  rasgos,  pero  en  lo 
esencial  se  trata  de  una  profunda  transformacin  econmica 
dehnida en los mrgenes del estado de bienestar, que consolida 
un modelo que lleva a la plena apertura a los mercados mundiales, 
que integra formas sohsticadas de produccin competitiva en el 
mercado internacional, con una fuerte inversin en tecnologa y 
que asegura un tipo de interaccin con los productos agrcolas; 
todo esto ha desestructurado fuertemente los modos tradicionales 
de produccin rural (Saavedra, 2002). En particular, los efectos 
de  esta  internacionalizacin,  que  tambin  han  vivido  otros 
pases,  han  tenido  resultados  para  los  pequeos  productores: 
ella ha consolidado el papel protagnico de las industrias tecno-
agrcolas  y  ha  reducido  fuertemente  el  papel  de  la  actividad 
agrcola rural de auto-subsistencia, lo que ha marcado el xodo 
a la ciudad como nico destino para la poblacin rural en Chile 
(VVAA, 2000). 
Este  modelo  actual,  gestionado  y  regulado  en  la  ltima  dcada 
y  media  por  un  ejercicio  democrtico  del  poder,  ha  asegurado 
RICARDO  SALAS  ASTRAN 136  
una ampliacin del bienestar a una mayor parte de la poblacin, 
por  ejemplo,  propender  que  la  riqueza  que  el  modelo  chileno 
ha  producido,  en  forma  sostenida,  por  ms  de  dos  dcadas 
pueda  ser  distribuida  a  travs  de  polticas  sociales  a  un  mayor 
sector  de  la  poblacin  del  pas;  que  se  cuenten  con  mayores 
subsidios habitacionales para que las ciudades puedan acoger a 
una  poblacin  rural  cada  vez  mayor,  con  programas  concretos 
de  educacin  para  los  sectores  ms  pobres,  algunos  de  ellos  de 
ndole  intercultural  etc.;  pero  cuyos  logros  sociales  y  polticos 
han  sido  limitados.  En  lo  esencial,  esta  forma  de  entender  la 
internacionalizacin  de  la  produccin  econmica  ha  sellado 
la  suerte  de  la  actividad  agropecuaria  artesanal,  que  es  la  que 
ha  asegurado  durante  siglos,  la  autosubsistencia  de  las  familias 
indgenas  en  sus  tierras  originarias  (Bengoa,  1999).  Existen 
programas  de  apoyo  a  los  proyectos  econmicos  indgenas  en 
curso, pero an es prematuro para evaluar sus resultados en este 
marco.
Esta  transformacin  productiva,  como  lo  indican  los  estudios 
recientes  citados,  ha  conformado  una  sociedad  chilena  que 
dispone  de  grandes  recursos  econmicos  y  culturales  para  las 
clases  y  grupos  econmicos  integrados  al  sistema  econmico 
internacionalizado y a los sectores subordinados, pero se reconoce 
que  existen  extensos  sectores  sociales  que  an  permanecen  en 
los mrgenes y excluidos de los enormes benehcios econmicos 
y  sociales.  En  particular,  los  indgenas  se  cuentan  entre  los 
sectores  ms  pobres  del  pas:  la  pobreza  tiene  una  incidencia 
60% superior entre los indgenas que en el resto de la poblacin 
(Larran, 2003).
Al considerar el diagnstico de la produccin econmica durante 
ms  de  veinte  aos  de  consolidacin  del  modelo  econmico, 
se  constata  que  existe  un  fuerte  impacto  de  la  modernizacin 
productiva en los territorios mapuches: aumento de las industrias 
forestales,  construccin  de  represas  hidrulicas,  crecimiento  de 
los servicios de las empresas tursticas, sistemtica consolidacin 
del  sistema  vial,  urbanizacin  mayor  con  amplia  cobertura  de 
servicios en tecnologa (VVAA, 1995, CERC-UC de Temuco, 1996, 
VVAA, 1998 y 2000). Sin embargo, es frecuente que la opinin de 
los miembros de las comunidades y organizaciones no reconozca 
que los benehcios asociados a estas transformaciones redunden 
en  un  mejor  nivel  de  vida.  Un  dato  menor,  al  considerar  la 
DILOGO  INTERCULTURAL  Y  POLTICA  DEL  RECONOCIMIENTO      137
bibliografa  actual  acerca  de  la  relacin  entre  la  cultura  y  el 
desarrollo  en  tierras  mapuches,  los  ttulos  relativos  el  tema 
identitario  de  la  modernidad  y  de  la  modernizacin  destacan 
reiteradamente  o  una  interrogacin  o  una  disyuncin  entre 
ambos  (VVAA,  1995,  CERC-U.  De  Temuco,  1996,  VVAA,  1998, 
y  2000).  Esta  tendencia  azarosa,  puede  ser  que  justamente  d 
cuenta del difcil panorama socio-econmico, poltico y cultural 
que plantea el desarrollo econmico actual para las comunidades 
tnicas en Chile.
Precisamente,  la  controversia  acerca  del  desarrollo  en  las 
comunidades rurales mapuches ha permitido entender mejor las 
contradicciones del tipo de desarrollo dehnido por las principales 
fuerzas econmicas de la sociedad chilena, y conforma el marco 
actual en que se juegan las polticas sociales del Estado chileno 
y  su  modo  de  relacin  con  las  etnias  a  travs  de  la  Comisin 
Nacional  de  Desarrollo  Indgena  (CONADI).  Con  estas  breves 
indicaciones,  se  podra  concluir  que  el  desarrollo,  en  territorio 
mapuche,  no  es  una  cuestin  simple  ni  superhcial,  pues  cruza 
internamente  en  Chile,  toda  la  cuestin  mapuche  (Saavedra, 
2002). 
PoiI+it. rii vitootixii+o i to+ix+o 
x.vitui
De  acuerdo  a  nuestra  tesis  central,  sintetizaramos  as  todo  lo 
expuesto  hasta  aqu:  segn  los  estudios  analizados  del  caso 
mapuche,  as  como  de  otros  pueblos  indgenas  en  Amrica 
Latina, se observa frecuentemente que las comunidades tnicas 
se  apropian  y  se  integran  a  los  procesos  de  modernizacin 
econmica, poltico-jurdica y cultural, la mayor parte de las veces, 
a partir de sus propias matrices culturales y tnicas. Si estos datos 
son correctos, no se puede pensar la resistencia y la integracin 
que viven ellas, al interior de las sociedades indgenas, como un 
bloque frente a la sociedad chilena dominante. Proponemos que 
este  proceso,  para  que  sea  intercultural,  requerimos  teorizarlo 
como un dinamismo intercultural de co-gestin del poder, en el 
que habra que considerar las diferentes interpenetraciones que 
se producen a travs de las relaciones permanentes en el tiempo, 
el entrecruzamiento entre reas estratgicas de la economa y de 
la cultura, as como los modos de colaboracin y resistencia que 
RICARDO  SALAS  ASTRAN 138  
se  generan  entre  los  grupos  tradicionales  y  emergentes  de  las 
comunidades y, por cierto, los pactos y relaciones de alianzas con 
otros sectores tradicionales y emergentes de la sociedad chilena 
dominante. 
Esto conlleva una preocupacin particular por las comprensiones 
que  los  lderes  indgenas  elaboran  acerca  de  su  propio  modo 
de  gestionar  polticamente  el  desarrollo  auto-sustentable.  El 
desarrollo  indgena  es  algo  que  germina  desde  dentro  de  la 
cultura  mapuche,  a  partir  de  sus  propios  proyectos  histricos 
y  tradiciones,  donde  sus  lderes,  profesionales  y  hombres  y 
mujeres  de  accin  buscan  precisar  los  elementos  centrales  del 
proyecto de desarrollo, acorde a las matrices etno-comunitarias. 
Lo  esencial  de  la lucha interpretativa del  proceso  problemtico 
tanto  de  la  racionalizacin  que  a  veces  se  torna  dicotmico, 
como el de la resistencia e integracin, es que ellos reheren a los 
contextos histricos y culturales de las comunidades mapuches, 
que  involucran  sus  estrategias  de  sobrevivencia  y  las  formas 
interculturales que han generado para lograr gestionar espacios 
del poder. 
Actualmente, no queda casi ninguna duda que el proceso de la 
globalizacin econmica y cultural inuuye en la vida de los pueblos 
indgenas,  porque  las  sociedades  nacionales  mayores  potencian 
fuertemente  una  integracin  creciente  al  mercado  mundial, 
de  modo  que  hoy  es  preciso  pensar  el  vnculo  de  los  sistemas 
econmicos tradicionales con los mercados internacionales. Esto 
conlleva reconocer, a la vez, la des-integracin parcial del sistema 
productivo  tradicional,  tal  como  funcionaba  en  su  entorno 
local  y  regional,  lo  que  implica  una  forma  de  ruptura  cultural 
de  las  bases  tradicionales  de  produccin,  y  asimismo,  potencia 
modos de articulacin en sistemas hbridos que admiten nuevas 
tensiones. Esta nueva fase del conuicto entre cultura y desarrollo 
puede acelerar contradicciones entre las formas de organizacin 
ancestral  y  una  radicalizacin  de  las  posiciones  polticas  de  los 
sectores ms jovenes, pero puede dar paso tambin a profundas 
revisiones  del  trato  histrico  de  los  estados  nacionales  y  los 
pueblos indgenas, como lo muestra ya, tmidamente, el Informe 
de esta Comisin. 
Lo  que  sugiere  esta  poltica  del  nuevo  trato  no  es  slo  un 
discurso,  sino  una  praxis  del  reconocimiento,  con  estrategias 
efectivas sociales, culturales y polticas que valorizan el esfuerzo 
DILOGO  INTERCULTURAL  Y  POLTICA  DEL  RECONOCIMIENTO      139
de una gestin del poder de las minoras, que reconoce el desafo 
de  pensar  una  democracia  intercultural,  la  que  implica  como 
necesidad de su fortalecimiento, la legitimidad de la causa indgena 
y  que  rechace  su  caricatura  en  los  medios  de  comunicacin  y 
en ciertas lites polticas, como si ella fuera desestabilizadora de 
la soberana nacional. Se trata de asumir la gestin intercultural 
del poder destacando fundamentalmente el valor de los procesos 
identitarios de las comunidades y organizaciones, que rearticulan 
de otro modo el mundo social y econmico indgena, y que es un 
capital poltico y cultural signihcativo para una nueva concepcin 
pluralista de la poltica democrtica que benehcia al conjunto de 
la sociedad. 
El  proyecto  poltico  del  reconocimiento  al  que  adherimos,  se 
vincula con la idea de la conuictividad o choque de racionalidades 
y  prcticas  al  interior  de  los  proyectos  desiguales  de  desarrollo 
(Salas, 2003). En clave intercultural y en su sentido ms espechco, 
la  idea  del  autodesarrollo  o  desarrollo  endgeno  exigira  una 
comprensin  contextual  del  desarrollo,  no  a  partir  de  una 
racionalidad  instrumental  hegemnica,  sino  desde  espacios  de 
articulacin  de  las  diversas formas  de  racionalidades  y  prcticas 
que, muchas veces, se han excluido a priori del modelo econmico 
actual.  El  desarrollo  con  identidad,  anhelado  proyecto  de  las 
comunidades  mapuches,  supone  combatir  fuertemente  en  dos 
frentes: por una parte, al predominio a-crtico de la racionalidad 
hegemnica predominante en la sociedad chilena, y por otra, a 
los modos degradados que asumen las relaciones entre el pueblo 
chileno y las comunidades mapuches y los falsos reconocimientos 
que histricamente le han estado adheridos. 
Cotiisiois
Se  podra  decir  que  la  explicitacin  de  la  colisin  de  las 
racionalidades  y  prcticas  en  proceso  en  el  campo  econmico 
mundial,  plantea  desafos  ticos  y  polticos,  porque  a  travs 
de  ellos  podra  entenderse  otra  articulacin  que  la  fctica  y 
propendera a orientar tal choque para resolverle prcticamente 
en  los  espacios  de  poder.  El  avance  de  estas  exigencias  podra 
asegurar su plena subsistencia a los pueblos y a las minoras y que 
no les conduzca a hipotecar las bases de su auto-desarrollo. Esto 
debera  llevar  a  una  rigurosa  discusin  de  la  actitud  occidental 
RICARDO  SALAS  ASTRAN 140  
presente en nuestros pases, herencia que busca apoyar, ayudar o 
subsidiar a las minoras tnicas, como asimismo a la pasividad de 
los dirigentes de las etnias afectadas frente a tales ayudas, las que 
limitan frecuentemente sus propias capacidades de autogestin. 
El  futuro  del  desarrollo  sobre  bases  propias  de  un  sistema 
productivo y cultural implicara una autonoma poltica, racional 
y  razonable,  para  todos  los  pueblos  indgenas;  por  lo  que  es 
vital  profundizar  sobre  sus  nuevas  formas  de  gestin  del  poder, 
a  hn  de  establecer  las  condiciones  reales  para  generar  nuevos 
espacios, de mayor simetra, en el terreno tanto de las relaciones 
econmicas como polticas, y que no se resuelva por una fctica 
geopoltica del poder. 
Esta  apelacin  puede  ser  considerada  ingenua  en  el  juego  de 
ajedrez  mundial  actual,  donde  la  facticidad  del  poder  conlleva 
frecuentamente  alianzas  tcitas  entre  los  dirigentes  de  las 
minoras y las clases dirigentes, en vistas a asegurar una derrota 
del  adversario  y  esto  es,  en  cierto  sentido,  exacto  para  muchas 
regiones del orbe. La facticidad del poder redistribuye los espacios 
de poder a partir de la re-organizacin de la inuuencia econmica 
de  los  conglomerados  poderosos.  Pero  tal  distribucin  fctica 
del  poder  no  puede  ser  traducida  ni  procesada  polticamente, 
si no hay formas reguladoras del poder que no apelen a valores 
y  normas  fundamentales,  por  ejemplo,  el  del  necesario  auto-
desarrollo para todos los pueblos, o la dignidad de cada hombre 
y  mujer  para  satisfacer  sus  necesidades  econmicas  bsicas  o 
los  proyectos  culturales  sobre  la  base  de  memorias  comunes. 
Esto  lleva  a  reponer  la  cuestin  de  las  reglas  del  poder  y  de  las 
autoridades  legtimas  en  el  gobierno  internacional,  y  la  crtica 
de una distribucin fctica y a-simtrica entre los pueblos, que se 
reproduce tambin al interior de cada pueblo y minora.
La  poltica  del  reconocimiento,  entonces,  es  una  exigencia 
terico-prctica  de  la  poltica  concerniente  a  todos  los  pueblos 
y  minoras  del  planeta.  Esto  plantea  que  la  economa  mundial 
interconectada  y  hecha  vigente  por  las  relaciones  de  alianzas 
entre algunos pueblos y conglomerados, no es de ningn modo 
el  hecho  inamovible  de  la  teora  poltica  actual,  sino  que  lo 
esencial  se  juega  en  su  sustentabilidad  democrtica  a  travs  de 
una  regulacin,  lo  que  algunos  denominan  gobernanza.  Esto 
requerira no slo asumir la exigencia de un nuevo trato en la 
regulacin poltica de las minoras, sino sobre todo, de mantener 
DILOGO  INTERCULTURAL  Y  POLTICA  DEL  RECONOCIMIENTO      141
la  reivindicacin  de  la  lucha  tico-poltica  por  la  memoria  y  la 
dignidad  de  las  personas  y  pueblos.  En  este  sentido,  entre  los 
poderes  econmicos,  desigualmente  distribuidos,  se  requiere 
forjar  una  nueva  y  vigorosa  poltica  intercultural.  La  crtica 
intercultural  de  la  economa  globalizada  de  facto  requiere 
consolidarse,  no  slo  como  un  diagnstico  compartido  por 
muchos  pueblos  y  minoras,  sino  como  actuar  en  un  contexto 
donde,  hasta  este  momento,  pesan  fuertemente  los  enormes 
intereses  geo-estratgicos  de  los  conglomerados  econmicos, 
y  donde  se  requiere  una  accin  concertada  entre  los  intereses 
y  expectativas  de  los  pequeos  pases  del  sur  y  de  las  minoras 
tnicas. El problema poltico actual es cmo asumir la gestin del 
poder desde las des-regulaciones de este proceso, sin aceptar su 
crculo vicioso. 
Esta  vigorosa  poltica  del  reconocimiento  surge  desde  la 
interpretacin conuictiva del vnculo entre desarrollo, identidad y 
cultura tradicional. Ella destaca, esencialmente, que los conuictos 
diversos que sufren las minoras son siempre parte de una lucha 
de racionalidades en medio de contextos econmicos, sociales e 
histricos de desarrollo desigual, pero al mismo tiempo de praxis 
contextuales diversas. Es preciso relevar, entonces, la co-existencia 
de mltiples intereses, discursos y prcticas de los sujetos y de las 
instituciones  acerca  del  modo  en  que  participan  del  bienestar 
contextual  de  una  comunidad,  lo  que  hace  preciso  explicitar 
los  modos  de  gestionar  el  poder  y  sobre  todo,  de  profundizar 
la  conformacin  de  un  sistema  de  autoridades  legtimas  que 
respondan a todos los miembros de una comunidad. Por ello, los 
lazos entre desarrollo, cultura y poltica no slo son explicables 
por  razones  intraculturales  o  por  razones  centradas  en  un  thos 
tico-religioso,  sino  que  requieren  dar  cuenta  de  una  desigual 
estructuracin econmica, que contiene variables ticas, polticas 
y jurdicas acerca de la conformacin de la autoridad que decide 
el decurso concreto de los proyectos de desarrollo con identidad. 
Para concluir, volvamos a la situacin socio-econmica compleja 
que afecta hoy a las comunidades mapuches en Chile, as como 
a  otros  pueblos  indgenas  de  la  Amrica  mestiza.  Se  sabe  que 
la  mayor  parte  de  ellas  tendrn  que  insertarse  en  el  proceso 
socio-econmico  mayor,  al  interior  de  los  marcos  desregulados 
generados  por  el  propio  proceso  capitalista  internacional, 
donde la produccin ya no se dehne ni local ni regionalmente, 
RICARDO  SALAS  ASTRAN 142  
sino  que  se  determinar  a  partir  de  los  equilibrios  inestables 
entre  diferentes  fuerzas  econmicas  fcticas,  al  nivel  nacional 
e  internacional.  Por  ello,  la  gobernanza  valorada  desde  una 
poltica del reconocimiento: por una parte, reconoce la necesaria 
reconstruccin  del  sistema  de  las  autoridades  y  quiere  asegurar 
los tipos de liderazgos polticos que ahancen la realizacin de la 
crtica  intercultural  de  los  modelos  econmicos  y  tecnolgicos 
vigentes, y por otra parte, ella vuelve centralsima la conformacin 
de una fuerte ciudadana tnica, que posibilite la des-colonizacin 
de las formas invasivas, sobre todo de aqullas que erosionan los 
mundos de vida indgenas, porque no cabe duda que la identidad 
es parte del capital cultural de los pueblos y minoras. 
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   145
De los Estudios Culturales a los sujetos 
histricos
1
Di. Pito++i
Desde  hace,  por  lo  menos  una  dcada,  venimos  hablando  de 
Filosofa  intercultural  en  Amrica  Latina,  como  un  planteo 
de  mayor  acierto  y  alcance  al  interior  del  permanente  intento 
de  pensar  desde  la  propia  experiencia  histrico-cultural, 
perseguido de un modo u otro a travs de toda nuestra historia
2
; 
pero  no  slo  se  verihca  en  este  continente,  sino  en  reuniones 
hloshcas  internacionales  que  se  han  venido  haciendo,  hasta 
incluso  constituirse,  en  los  aos  90  en  Alemania,  una  sociedad 
de  Filosofa  intercultural.  En  tales  encuentros  y  en  los  escritos 
surgidos  de  los  mismos,  se  fueron  discutiendo  los  ms  diversos 
aspectos:  la  naturaleza  de  un  planteo  intercultural  en  Filosofa, 
sus  posibilidades  y  dihcultades;  si  cabe  conservar  el  nombre  de 
Filosofa o ms bien adoptar el ms genrico de pensamiento, 
para reservar al primero el sentido con que surgi nombrando a 
un determinado modo de pensar con el que justamente se entra 
1
    Ledo  en  el  II  Coloquio  Internacional  de  Filosofa,  Filosofa  Iberoamericana, 
Homenaje a los 50 aos de la muerte de Ortega y Gasset, Universidad Alberto Hurtado, 
Chile, 18, 19 y 20 de mayo de 2005.
2
    Sin  dejar  de  tener  en  cuenta  el  pensamiento  de  las  culturas  indgenas  y 
afroamericanas,  y  los  primeros  planteos  americanos  de  la  poca  colonial,  se 
suceden  los  claros  planteos  americanistas  de  los  Libertadores,  como  los  de 
Jos  Mart  y  Simn  Bolvar,  la  bsqueda  de  emancipacin  cultural  de  hguras 
como Andrs Bello, Juan B. Alberdi, Domingo F. Sarmiento, Francisco Bilbao, 
el propio aprovechamiento de una diversidad de corrientes hloshcas como el 
krausismo y el positivismo y ms tarde el idealismo y la Filosofa de la Existencia, 
la  constitucin  de  ncleos  pensantes  con  caracteres  dehnidos  en  diversos 
pases,  la  Filosofa  de  la  Liberacin  en  los  aos  60,  el  amplio  despliegue  de 
temas  y  autores  de  lo  que  se  ha  llamado  la  Historia  de  las  ideas,  los  grupos 
de Pensamiento Latinoamericano reivindicando un propio punto de partida y 
planteo acordes con la experiencia histrico-cultural.
DINA  PICOTTI 146  
en dilogo; diversas otras cuestiones tratadas interculturalmente 
como  las  de  poder,  gnero,  culturas  dominantes  y  praxis  de  la 
interculturalidad, etc.
A  su  vez,  en  las  ltimas  dcadas  se  observa  una  explosin  de 
Estudios  Culturales,  que  comienzan  hacia  los  aos  70,  sobre 
todo en el mbito anglosajn, priorizando el carcter simblico, 
como  la  antropologa  de  Cliford  Geertz  y  una  multiplicidad 
de  trabajos  y  autores,  revistando  su  antecedente  ms  claro  en 
la  tradicin  hermenutica,  de  larga  tradicin,  pero  redehnida 
moderna y contemporneamente
3
, y se despliegan en un mbito 
caracterizado  tambin,  por  el  as  llamado  giro  lingstico  y  por 
un debate metodolgico en el que las Ciencias Sociales trazan y 
legitiman sus propios caminos.
Quisiera, en esta oportunidad, referirme a una de esas cuestiones, 
ntimamente  vinculada  a  la  primera,  la  de  la  misma  Filosofa 
intercultural  en  su  modo  de  pensar;  y  es  a  la  de  los  sujetos  de 
este  pensar,  pero  en  toda  su  realidad  histrica,  es  decir,  en  su 
protagonismo social, tanto en el aspecto terico como prctico. 
Lo  que  implicar  hacer  una  doble  referencia,  por  una  parte  a 
los planteos que se han ocupado de ellos, por otra al hecho de 
haber  operado  como  factores  intrnsecos  en  la  construccin 
identitaria en nuestros pases y como actores socio-polticos, sin 
lo cual el planteo de lo primero no podra encontrar verdadera 
ubicacin  ni  sostn  histrico,  permanecera  abstracto,  es  decir, 
separado de su concreta realidad. De all el sentido del ttulo: De 
los Estudios Culturales a los sujetos histricos, a hn de no correr 
el riesgo de reducir las culturas a mero objeto de estudio, con lo 
que  no  habramos  adelantado  mucho,  sino  ms  bien  producir 
una  especie  de  segundo  giro  copernicano,  transformando  la 
relacin sujeto-objeto que caracteriza a la racionalidad hloshco-
cienthco-tcnica por la de sujeto-sujeto, en la actitud de dilogo, 
dejndose informar y transformar por quien se pretende conocer 
y reconocer.
3
   En la escuela histrica alemana con autores como Schleiermacher y Dilthey, 
en pensadores posteriores como Heidegger y Gadamer, Ricoeur y Vattimo. 
DE  LOS  ESTUDIOS  CULTURALES  A  LOS  SUJETOS  HISTRICOS      147
L. tiis+io rii sii+o 
Una  de  las  cuestiones  hloshcas  que  necesariamente  debi 
replantear  un  pensamiento  latinoamericano  conciente  de  su 
experiencia histrica y de su horizonte de sentido, fue el de uno 
de los trminos en el que se despleg el pensamiento hloshco 
en su relacin de sujeto-objeto. 
Si  todo  pensar,  en  su  dimensin  ms  originaria,  arraiga  en  la 
comprensin de realidad que implica la cultura a la que pertenece, 
tambin habr de reconocer que su sujeto es comunitario, en el 
sentido  de  una  comunidad  histrica  o  pueblo.  Todo  pensador 
individual pertenece a esta subjetividad ms abarcativa y originaria 
y  se  juega  desde  ella,  aunque  pretenda  partir  slo  de  s  mismo, 
ejerza  una  actitud  crtica  a  su  respecto  y  asuma  tambin  otras 
identidades o se incluya en el hombre genrico.
En  el  mbito  hloshco  entendiendo  por  tal,  en  sentido 
estricto,  el  modo  de  pensar  que  esta  palabra  griega  pretendi 
nombrar  al  surgir,  en  medio  de  sus  constantes  replanteos,  la 
idea de sujeto se fue ampliando a travs del reconocimiento de 
la complejidad de sus aspectos y dimensiones tericas y prcticas, 
de su temporalidad e historicidad, hasta su arraigo comunitario 
en  el  mundo  de  la  vida  y  en  la  comprensin  de  ser;  y  a  la  vez 
diluyendo en meras estructuras del lenguaje, del conocimiento, 
del comportamiento, de la comunicacin y juegos ms amplios 
que la juegan de los sistemas, de la tcnica, del lenguaje, etc, 
hasta  su  borramiento.  Si  bien,  tales  replanteos  tambin  nos 
afectan  junto  con  la  extensin  de  la  civilizacin  planetaria,  sin 
embargo,  persisten  ncleos  innegables,  que  nos  hacen  destacar 
algunos aspectos en medio de tales vicisitudes:
1.   Un sujeto comunitario, en el sentido de comunidades histricas 
o  pueblos,  con  identidad  histrico-cultural,  que  conviven  a 
pesar de sus conuictos y se inuuyen recprocamente. Ello se 
sigue  registrando  an  despus  de  cinco  siglos  de  conquista, 
colonizacin y neocolonizaciones y del proceso globalizador 
actual;  por  ejemplo,  nadie  podr  negar  la  fuerza  que 
mantienen en Amrica la presencia indgena, negroafricana y 
asitica, con toda su variedad interna, adems de la europea.
2.   Un  sujeto  comunitario  que  se  constituye  en  la  medida  de 
la  relacin  tica  de  recproco  reconocimiento  del  yo-t-l. 
DINA  PICOTTI 148  
No  se  trata  slo  de  la  relacin  dialgica  yo-t  resaltada  por 
hlsofos  de  raigambre  judeo-cristiana  como  M.  Buber  y  E. 
Levinas, sino de la relacin trilgica implicada, tambin, por 
la referencia ms lejana del yo-l y t-l, imprescindible para 
la  constitucin  plena  del  nosotros  de  toda  la  comunidad. 
Nuestra historia registra al respecto una experiencia dolorosa 
y  por  ello  mismo  imborrable,  en  cuanto  la  tercera  persona, 
a  nivel  de  individuos  o  comunidades,  que  fue  precisamente 
tambin  la  del  desconocido,  el  marginado  y  en  los  ltimos 
tiempos, del desaparecido y del olvidado o desapercibido en 
el anonimato. A travs de esta experiencia inocultable que se 
revierte cual boomerang sobre todos, se advierte mejor cmo 
cuando  se  ignora  o  elimina  esa  tercera  persona  y  se  reduce 
la  comunidad  al  sector  ms  interesado  del  yo-t,  no  slo  se 
la mutila, sino se le impide realmente ser, en cuanto no se la 
reconoce en toda su realidad, positiva y negativa, en toda su 
identidad histrica, fuente de sus posibilidades ms autnticas. 
As como, en tanto ente de naturaleza social el yo no puede 
ser ni reconocerse a s mismo sino a travs del t, ambos slo 
son  posibles  a  travs  de  la  relacin  ms  lejana  con  el  l,  no 
reducible  a  la  segunda  persona.  El  reconocimiento  real  de 
esta relacin trilgica comunitaria impide, precisamente, que 
el pueblo se convierta en masa, en el simple anonimato de la 
gente o en la borradura posmoderna del sujeto.
3.  Tal sujeto comunitario de identidad histrico-cultural se fue 
constituyendo  a  travs  de  la  mencionada  interrelacin,  a  lo 
largo de un proceso histrico de mestizaje o interculturalidad, 
desde  la  conquista  y  colonizacin  ibricas  sobre  la  raz  de 
pueblos  originarios,  pasando  por  el  aporte  negroafricano 
de la esclavitud, hasta la inmigracin asitica y europea, que 
marca  una  identidad  narrativa  ambigua,  polifactica,  en 
constante recreacin, y sin embargo, caracterizada por ciertos 
rasgos que la diferencian de otras identidades.
4.  Se fue as constituyendo en el estar sobre una tierra, que en su 
inmensidad y exhuberancia o desolacin, imprime una fuerte 
nota de arraigo, que ofrece al pensar su punto de partida ms 
originario, previo a todo fundamento, principio, razn o juego.
5.  Un sujeto comunitario que a lo largo de su proceso histrico 
conhgura  un  horizonte  simblico  de  sentido,  desde  el  que 
articula un pensar y lenguaje, una cultura o forma de vida.
DE  LOS  ESTUDIOS  CULTURALES  A  LOS  SUJETOS  HISTRICOS      149
Nos  queremos  detener  en  una  subjetividad  con  estos  rasgos 
caractersticos, a los que se podran aadir otros, a hn de destacar 
su carcter protagnico en la constitucin de nuestra identidad 
histrico-cultural y su actora en todos los aspectos de la vida, no 
suhcientemente reconocidos. 
En el contexto del proceso globalizador en el que nos hallamos 
inmersos,  que  equivale  a  la  extensin  planetaria  de  la  cultura 
hloshco-cienthco-tcnica, es decir, de una actitud de progresiva 
racionalizacin  objetivadora,  que  se  traduce  tambin  en  una 
determinada  poltica  y  economa,  y  en  general,  en  una  forma 
homogeneizante  de  vida,  con  sus  logros  y  lmites,  sobre  todo 
el  de  una  exclusin  creciente;  se  da  tambin  en  las  sociedades 
contemporneas  el  fenmeno  de  emergencia  de  identidades 
sociales  y  culturales  que  reclaman  sus  propios  derechos.  La 
respuesta adecuada a tales reclamos exige un replanteo terico y 
prctico que permita acoger tales voces del nico modo posible, 
desde ellas, a travs de una construccin interlgica.
L. +.vi. vis.+i
El tema de la identidad ha sido siempre una cuestin ontolgica 
e histrica esencial. Ontolgica, en tanto atae a la naturaleza de 
cada ente ser algo determinado y diferente de otros, subsistir y ser 
visualizado como tal, por lo que afecta a su esencia, su existencia 
y a su inteligibilidad. Histrica, porque si todo cuanto es acaece, 
segn una primigenia y universal experiencia, cada identidad se 
va  conformando  y  persevera  en  la  sntesis  siempre  renovada  de 
sus  diferentes  factores,  en  el  cruce  inevitable  de  sedimentacin 
e innovacin.
Si la identidad de todo ser, en tanto acaece, reposa sobre la unidad 
espacio-temporal de su diversidad interna y de su diferencia con 
respecto  a  otros,  en  el  caso  humano  se  aade  el  protagonismo 
conciente  de  tal  construccin  identitaria,  que  permite  hablar, 
como  sugiere  Ricoeur,  de  identidad  narrativa  (Cf.:  Ricoeur, 
1990 y 1985). Nuestra subjetividad no es una sucesin incoherente 
de  acontecimientos,  ni  una  substancialidad  inmutable,  sino  al 
modo del relato, una concordancia-discordante de sus diferentes 
elementos, que revela inteligibilidad en la estructura misma de la 
accin y la pasin, como lo manihestan las expresiones utilizadas 
por  el  lenguaje  al  referirse  a  ellas  con  todo  un  simbolismo 
DINA  PICOTTI 150  
implcito y una articulacin de signos, reglas y normas; de modo 
que es posible atribuir, como observa el mismo autor, una cualidad 
prenarrativa  a  la  experiencia  humana,  y  en  cuanto  estructura 
temporal  que  convoca  a  la  narracin,  nos  hace  hablar  de  la 
historia  de  una  vida,  distinguindose  de  formas  no  concientes 
y  del  mero  movimiento  fsico.  Tal  conhguracin  narrativa  es 
tambin una sntesis temporal en diversos aspectos: como en el 
relato  se  opera  entre  sucesin  discreta,  abierta  e  indehnida  de 
incidentes por una parte, e integracin, culminacin y conclusin 
por  otra;  este  carcter  temporal  de  las  identidades  funda  su 
construccin histrica en medio del devenir de toda la realidad, 
como  realizacin  en  el  presente  de  potencialidades  abiertas 
por el espacio de experiencia del pasado, desde el horizonte de 
expectativa  que  se  proyecta  en  el  futuro,  sedimentndose  por 
una  parte,  innovndose  por  otra.  Aunque  esta  triple  relacin 
que  exige  su  construccin  histrica  entra  en  crisis,  como  ya  se 
ha  observado,  cuando  se  estrecha  la  dimensin  de  pasado,  la 
memoria,  o  el  horizonte  de  futuro,  la  esperanza.  La  creciente 
reduccin que se opera, por lo menos en un aspecto del proceso 
globalizador,  de  los  seres  a  objeto,  instrumento  y  mercanca  es 
tambin una creciente reduccin del espesor del tiempo a mero 
presente  puntual,  que  podr  ser  registrado  y  medido,  pero  no 
reconocido como el instante de la decisin.
La conhguracin de identidades se realiza, adems, en relacin 
con otras personas, grupos y seres en general, en tanto miembros 
de  una  comunidad  y  habitantes  del  cosmos.  Ello  compromete 
una perspectiva tica, a la que tambin Ricoeur calihc de odisea 
de la libertad, por cuanto se trata de poder ser a travs del difcil 
porque pasa por todo tipo de negaciones reconocimiento de s 
mismo y de los otros, de una adecuada organizacin poltica y de 
la habitacin y no dominio de un mundo.
Esta  caracterizacin  de  identidades  convoca,  como  ya  se  habr 
advertido,  un  modo  de  pensar  correspondiente,  capaz  de 
reconocerlas  en  sus  caracteres  propios  y  de  recorrerlas  en  su 
despliegue, contingencias y desafos. Ello exigir asumir un carcter 
eventual  de  ser  y  conhgurativo  de  verdad,  cual  hermenutica 
de  va  larga,  que  al  atravesar  diferentes  identidades,  no  slo 
personales  y  sociales,  sino  culturales,  deber  revestirse  adems 
de  un  carcter  interlgico,  es  decir,  conhgurarse  a  s  misma  en 
su relacin con las identidades y sus correspondientes lgicas, al 
DE  LOS  ESTUDIOS  CULTURALES  A  LOS  SUJETOS  HISTRICOS      151
instruir en ellas su inteligibilidad y racionalidad. Se tratar de un 
pensar que a la vez que se nutrir en la experiencia de las diversas 
tradiciones  recogiendo  modos  y  recursos,  se  moldear  con  las 
novedades  y  expectativas  de  los  tiempos,  intentando  responder 
a  sus  demandas  desde  las  posibilidades  abiertas  por  lo  sido  y  el 
horizonte de futuro.
Este  intento  de  respuesta  a  los  nuevos  desafos  no  se  reduce, 
adems, a una mera cuestin terica, sino que habr de iluminar 
y  a  su  vez  conformarse  en  desafo  institucional,  es  decir,  en  la 
tarea  poltica  de  reconhguracin  de  las  instituciones,  a  hn  de 
que  devengan  rganos  adecuados  a  las  necesidades  de  todo  el 
cuerpo comunitario, para su adecuada convivencia, perduracin 
y despliegue como unidad en la diversidad.
Cabe, asimismo, analizar la nocin de poder, a menudo reducida 
a  uno  de  sus  aspectos  derivados  y  precisamente  no  el  ms 
importante  para  nuestra  consideracin:  el  poder  de  dominio. 
Lo que denominamos poder, en su dimensin ms originaria, 
reside en la fuerza que despliega y puede desplegar todo lo que 
es,  en  su  modo  determinado  de  ser  y  en  su  relacin  con  otros 
entes. Tanto con respecto a la nocin de identidad como a esta 
de  poder,  auscultar  su  dimensin  esencial  signihca  tambin 
apelar a una lgica ms originaria que la objetivadora, cumplida 
en la relacin sujeto-objeto, la lgica del ser como acaecer, don 
que  requiere  del  hombre  acogida  de  lo  que  todo  ente  ofrece 
por el hecho de ser algo y manifestarse, y respuesta adecuada. Es 
necesario tenerlo en cuenta para no limitarse a una situacin o 
aspecto puntual, ni dejarse atrapar por una determinada realidad 
por ms contundentes que sean o parezcan los hechos, sino saber 
descubrir  la  inefabilidad  e  inhnita  potencialidad  de  las  cosas  y 
en  las  diferentes  voces  de  la  sociedad  otras  tantas  realizaciones 
y posibilidades de lo humano. Si algo han logrado los planteos e 
intentos pacihstas es, sobre todo, apelar a una lgica ms profunda 
que la de dominio y violencia, la del amor, propia de la vida misma 
y  de  todo  tipo  de  realidad,  en  tanto  intercomunicacin  de  los 
individuos,  comunin  exigida  para  su  subsistencia  y  despliegue 
en la unidad y diversidad del cosmos. La propuesta nietzscheana 
de la voluntad de poder en tanto ahrmacin de lo que es como 
superacin de la Metafsica y de su animal rationale, se orienta, sin 
duda, en este sentido. Tambin la idea heideggeriana del acaecer 
del  ser,  apertura  de  un  espacio-de  juego-temporal  en  el  que  se 
DINA  PICOTTI 152  
dan  los  entes,  fundando  su  verdad  en  el  ser  humano  como  ah 
del ser, a quien, entonces, le cabe jugar su libertad en la acogida 
y  la  respuesta.  El  testimonio  unnime  de  las  antiguas  culturas 
abona asimismo en este sentido, por ejemplo, entre nosotros la 
nocin  comn  indgena  de  los  mltiples  rostros  de  las  cosas  al 
que  responde  un  tipo  de  lenguaje  polisinttico  y  aglutinante,  o 
la plurimetra y plurirritmia negras que reuejan en la msica y la 
danza el entrecruce de fuerzas vivientes, y en la improvisacin que 
las caracteriza su recreacin constante, y an el gesto barroco del 
mestizo improvisando su propia respuesta bajo la forma vigente, 
etc.
De este modo, el progreso hacia lo no violencia y la integracin 
parece  dehnir  el  sentido  de  la  historia  para  la  poltica,  como 
ahrmaba  Eric  Weil  (1967)  teniendo  en  cuenta  la  ambivalencia 
del Estado en su carcter de forma y fuerza; lo que por ejemplo, 
se  traducira  en  la  resolucin  y  no  negacin  de  conuictos,  la 
escucha  a  y  la  reunin  de  fuerzas  sociales  desde  el  dilogo 
concebido  no  como  mero  instrumento,  sino  como  el  modo 
propio  de  interrelacin  de  la  vida  comunitaria,  la  construccin 
de  lo  pblico  por  aporte  y  consenso  de  las  diferentes  voces, 
promoviendo la responsabilidad tanto estatal como ciudadana al 
respecto.
L. +.vi. voiI+it.
Las sociedades contemporneas, no slo en Amrica Latina sino 
en el mundo, experimentan la mencionada disociacin entre un 
proceso  globalizador  que  tiende  a  la  sistematizacin  total  cada 
vez  ms  abstracta  y  excluyente,  y  una  pluralidad  de  identidades 
sociales,  centros  histricos,  formas  de  vida  que  reclaman  sus 
propios derechos.
Como  observan  los  cientistas  sociales,  los  profundos  cambios 
que  afectan  el  orden  global  produjeron  la  reestructuracin  de 
las  relaciones  sociales  y  el  desencastramiento  de  los  marcos  de 
regulacin colectiva desarrollados en la poca anterior; sus efectos 
perversos se observan, sobre todo, en las sociedades perifricas, 
en las que los dispositivos de control pblico y los mecanismos de 
regulacin social son indigentes y menores los mrgenes de accin 
pblica. Los sujetos se encuentran, entonces, en un contexto de 
imprevisibilidad,  contingencia  e  incertidumbre  crecientes,  lo 
DE  LOS  ESTUDIOS  CULTURALES  A  LOS  SUJETOS  HISTRICOS      153
que, por  una parte,  induce a  una progresiva emancipacin con 
respecto a las estructuras y por otra, pone de relieve el dhcit de 
los antiguos soportes colectivos, lo que obliga a redehnir el mundo 
exterior para poder establecer una nueva relacin con l. En la 
Argentina contempornea, como lo sealan diversos autores (Cf.: 
Svampa, 2000), se da un proceso de polarizacin social, con una 
alta concentracin de la riqueza y de las oportunidades de vida en 
los sectores altos, una fragmentacin cada vez mayor en las clases 
medias,  un  notorio  empobrecimiento  y  educcin  cuantitativa 
de las clases trabajadoras, un gran incremento de excluidos. En 
muchos casos, los marcos sociales que orientaban las conductas y 
las prcticas de los actores han desaparecido casi por completo y 
los sujetos se han visto obligados a redehnir la nueva experiencia 
para  afrontar  la  situacin  de  empobrecimiento  o  de  exclusin 
social. En otros, los marcos emergentes van conhgurando nuevas 
identidades  sociales,  ms  frgiles  y  voltiles.  Otros,  anclados  en 
vivencias  religiosas,  quizs  constituyan  la  base  de  experiencias 
sociales ms unihcadoras. Por otra parte, las transformaciones se 
operan tambin en aquellos contextos en los cuales se cristalizan 
procesos  de  larga  duracin,  como  sucede  en  el  clientelismo 
y  ciertas  formas  autoritarias  de  reprsentacin  poltica,  que 
terminan  por  refuncionalizar  valores  tradicionales  y  estilos 
polticos jerrquicos dentro de una matriz poltica democrtica.
El desafo de nuestra poca parece, entonces, presentarse como 
el  de  una  necesaria  reunin  de  ambos  procesos  mencionados, 
el  de  globalizacin  y  el  de  emergencia  de  identidades,  con  su 
consiguiente  transformacin,  para  sortear  el  doble  riesgo,  ya 
corrido,  de  racionalizacin  abstracta,  prdida  de  sentido  y 
exclusin  por  parte  del  primero,  o  bien  pertrechamiento  en  s 
mismas y reaccin combativa por parte de las segundas, cuando 
por  el  contrario,  la  vida  en  todos  sus  mbitos  y  formas  exige 
intercomunicacin.
La  buena  convivencia  que  es  preciso  ganar  requiere,  adems 
de  un  modo  de  pensar  y  una  actitud  adecuada,  el  respaldo  de 
los  rganos  a  travs  de  los  cuales  las  comunidades  histricas 
responden  a  sus  exigencias,  es  decir,  las  instituciones  en  tanto 
obra  comn.  Ello  signihca  su  permanente  reconhguracin. 
En el caso contemporneo, es evidente que ya no satisface a las 
demandas  actuales  la  hgura  de  la  ciudadana  universal,  surgida 
con la revolucin francesa para salvaguardar la libertad de todos 
frente a la aristocracia, porque abstrae de las particularidades; ni 
DINA  PICOTTI 154  
el Estado moderno, que represent las libertades burguesas; ni la 
mera tolerancia anglosajona, para defender los derechos privados 
y  su  forma  de  vida,  porque  los  deja  librados  al  aislamiento;  ni 
la  mera  asimilacin  de  lo  diverso  autctono,  mestizo,  criollo, 
inmigrante,  etc.  practicada  por  ej.  en  nuestros  pases,  porque 
signihca  fagocitarlo  en  un  determinado  modelo  considerado 
normativo; ni la mera negociacin entre fuerzas a que casi se han 
reducido los gobiernos actuales, porque las abandona a s mismas. 
Por el contrario, habran de poder ser protagonistas del nosotros 
social en igualdad de posibilidades, a travs de una convivencia 
interlgica  en  la  que  el  patrimonio  de  cada  una  sea  disponible 
para todos y a su vez, se reconhgure en relacin con otros.
Existen razones y ejemplos prcticos que avalan esta propuesta. 
Entre las razones que se imponen de suyo se encuentra la de que 
lo  humano  se  va  constituyendo,  de  hecho,  a  travs  de  toda  la 
comunidad humana, es decir, de cada uno de los hombres y de 
cada pueblo de modo insustituible. Entre los ejemplos prcticos 
podemos  citar  uno  negativo:  el  desajuste  institucional  que  se 
viene dando en nuestros pases desde la poca de su organizacin 
segn  modelos  adoptados,  no  surgidos  del  cuerpo  comunitario 
segn  su  modo  de  vida  y  exigencias,  lo  que  determina  la  razn 
profunda de sus fracasos. Nuestras instituciones se inspiraron en 
los  modelos  democrticos  vigentes  en  la  Europa  central  y  en  el 
Norte de Amrica, sin recrearse segn sus propias exigencias, las 
que ms bien fueron plegadas al modelo civilizatorio; de hecho, 
considerado  ste  normativo,  no  fueron  comprendidas  desde 
s  mismas  ni  acogidas  para  hacer  uorecer  sus  posibilidades,  la 
novedad de Amrica; grandes partes de la poblacin en algunos 
casos la mayora fueron marginadas, tratadas como objeto y no 
sujeto  de  la  poltica  y  continan  sindolo.  Chiapas  es,  en  este 
sentido,  un  ejemplo  paradigmtico,  as  como  los  movimientos 
sociales  los  sin  tierra,  sin  techo,  sin  trabajo,  las  mujeres,  los 
nios, los jvenes, los jubilados, los trabajadores de todo tipo, los 
inmigrantes, las culturas, etc. , no slo entre nosotros, sino en las 
sociedades contemporneas en general, en las que se acrecienta 
la necesidad de saber acoger y reunir la diversidad por vas que 
no pueden ser sino institucionales.
Sin  embargo,  existen  tambin  ejemplos  positivos  de 
conhguraciones  con  sentido  social  y  utpico  que  han  sabido 
abrirse espacio en el marco del sistema vigente, como el caso del 
Banco para los Pobres en India, que logra cumplir su objetivo de 
DE  LOS  ESTUDIOS  CULTURALES  A  LOS  SUJETOS  HISTRICOS      155
apoyo a los mismos, porque no pretende acumulacin y tiene la 
propia colaboracin de stos (Sen, 2000); el sistema econmico 
alternativo de trueque, extendindose cada vez ms en una red de 
servicios a travs de todos los pases; el Grupo Social de Empresas 
en  Colombia,  que  revierte  las  ganancias  en  sus  empleados
4
;  las 
iniciativas  de  accin  solidaria  que  se  diversihcan  y  multiplican 
en  nuestro  pas,  revelando  un  amplio  apoyo  en  la  poblacin
5
; 
iniciativas  varias  por  parte de  la poblacin  ms  carenciada  para 
ayudarse a proveer a necesidades bsicas, planteos diferentes de 
quienes, sensibles a las demandas sociales, piensan otros modelos
6
. 
Otro  tipo  de  ejemplo  positivo  es  ofrecido  histricamente  por 
realizaciones  interculturales,  que  se  dan  a  pesar  del  poder 
vigente o en sus intersticios, en formas de mestizaje, en cada uno 
de  los  aspectos  de  la  vida.  Tomemos,  por  ejemplo,  el  lenguaje, 
que siempre trasunta a los dems. El espaol lleg a Amrica de 
manos  de  la  conquista  y  de  la  colonizacin,  es  decir,  no  de  la 
libertad, sino de la imposicin; sin embargo, quienes lo asumieron 
inevitablemente  lo  recrearon  desde  sus  propias  formas  de  vida, 
as como a quienes lo trajeron. De modo semejante, las lenguas 
indgenas y las africanas, advenidas tambin coercitivamente con 
la esclavitud, se recrearon sin dejar de ser ellas mismas, al punto 
de no ser consideradas por los lingistas variedades del espaol, 
portugus, francs, ingls u holands sino lenguas neoafricanas 
(M.L.Portilla, 1979; J.Jahn, 1970). 
En  la  actual  situacin  de  exclusin  creciente  en  las  sociedades 
contemporneas,  las  identidades,  de  un  modo  u  otro,  hacen 
escuchar  su  voz  y  reclamos,  constituyendo  un  poder  social  y 
poltico de minoras y mayoras en aumento, que ya no es posible 
desoir si se quiere vivir juntos, frente a opciones ya desestimadas 
por  una  dura  experiencia,  como  el  fundamentalismo,  el 
4
   La Fundacin social ha creado en Colombia una serie de empresas econmicas 
y  hnancieras  con  hnes  espechca  e  intrnsecamente  sociales,  tratando  de 
armonizar  la  racionaliad  econmica  con  la  social,  a  travs  de  un  modelo  de 
intervencin  social  constituido  por  las  empresas,  los  programas  sociales,  el 
macro-inuujo  y  la  produccin  de  pensamiento.  Su  opcin  preferencial  por  la 
participacin y los pobres no le impidi alcanzar un lugar destacado entre los 
grupos econmicos y hnancieros del pas. (G. Remolina, 1998).
5
   Tal como aparece pblicamente anunciado e invitando a sumarse en diarios, 
revistas, ahches, radio, televisin, internet, etc.
6
   Por ej. J.L. Coraggio, Economa urbana - la perspectiva popular, Ed. Abya-Yala, 
Quito 1998, y obras posteriores del mismo autor y su equipo.
DINA  PICOTTI 156  
totalitarismo, la violencia revolucionaria o represiva, y la anarqua. 
Politlogos representativos hablan de la necesidad de una nueva 
invencin de lo poltico, de la construccin de una nueva hgura 
de  la  democracia  o  de  un  nuevo  contrato,  aunque  desde  todos 
los  grupos  sociales  (Beck,  1999;  D.Garca  Delgado,  2000),  a 
partir de los cuales tendrn que reconhgurarse las instituciones 
precisamente en tanto obra comn.
Ei ris.iIo i+ivtii+iv.i
Tanto  en  el  caso  de  las  sociedades  contemporneas  en  general, 
como en el de Amrica Latina en particular, y de modo semejante 
en  los  continentes  no  europeos,  el  desafo  que  se  presenta  en 
esta poca globalizada y posmoderna parece darse en la relacin 
civilizacin-culturas.  Si  por  una  parte,  el  proceso  globalizador 
se  extendi  a  todos  los  logros  de  la  racionalidad  objetivadora, 
tambin  los  lmites  propios  de  sta,  que  su  misma  conciencia 
posmoderna  reconoce  declarando  la  cada  de  los  criterios, 
categoras  y  relatos  metafsicos  o  al  menos  la  necesidad  de  su 
radical transformacin. En este sentido han intentado orientarse, 
con  mayor  o  menor  logro,  algunas  lneas  del  pensamiento 
hloshco  contemporneo,  como  La  teora  de  la  comunidad 
comunicativa de la Escuela de Frankfurt al pasar por el lenguaje; 
la propuesta hermenutica de va larga de P. Ricoeur, atravesando 
las interpretiones; la legitimacin paralgica de F. Lyotard ante 
los  diferentes  paradigmas  y  juegos  de  lenguaje;  la  asuncin  de 
la  experiencia  eventual  de  ser  y  conhgurativa  de  verdad  de  G. 
Vattimo, siguiendo a Heidegger y Nietzsche, para poder dialogar 
con  nuestros  tiempos;  la  localizacin  heideggeriana,  que  deja 
la  iniciativa  al  ser  y  exige  se  transporte  el  pensar  al  lugar  de  su 
acaecimiento para constituirse en acogida y respuesta.
Todo ello, en esta poca de acabamiento metafsico, es decir, de 
las mximas determinaciones y manejo de los entes en un mundo 
de la sistematizacin total, conuuye por una parte, en la exigencia 
de encaminarse hacia un modo ms originario de pensar
7
, para 
poder asumir lo que se nos da desde su dimensin fontanal de ser, 
7
   Es la propuesta heideggeriana de salto del plano entitativo al ms originario 
del ser mismo como acaecer (Heidegger, 1989).
DE  LOS  ESTUDIOS  CULTURALES  A  LOS  SUJETOS  HISTRICOS      157
como se ha mencionado en el caso de las nociones de identidad 
y  poder.  Por  otra,  slo  desde  este  lugar  se  muestra  posible  el 
reconocimiento de las diferencias entre ellas las identidades a 
travs de un pensar que por ser del ser se instruye en ellas como 
tantos  lugares  y  formas  de  su  acaecimiento,  otros  tantos  logos, 
conhgurndose as interlgicamente. No se trata sino siempre de 
la indispensable intercomunicacin de los seres.
Para  el  desafo  que  nos  ocupa  se  tratar  de  ubicar  y  valorar, 
en  sus  correspondientes  modos  y  lmites,  tanto  la  racionalidad 
objetivadora  de  la  globalizacin,  como  otras  formas  de 
inteligibilidad  y  racionalidad  que  detentan  las  culturas,  o  en 
general las identidades, como otras tantas experiencias y caminos 
de  lo  humano  sin  ms,  con  lo  que  el  proceso  globalizador  se 
transformara en ecumnico, en cuanto interrelacin de fuerzas, 
dilogo de subjetividades y pueblos.
Si  siempre  se  dio  de  alguna  manera,  an  en  los  casos  ms 
negativos  de  dominio,  porque  una  mnima  intercomunicacin 
es  ley  de  la  vida,  dado  que  en  nuestra  poca  se  experimenta 
el  malestar  de  la  civilizacin  en  proporciones  extremas  de 
reduccin  y  desconocimiento;  se  hace  preciso  desde  este  ocaso 
encaminarse hacia este otro comienzo del pensar. Esto que haba 
sido claramente indicado por los poetas romnticos al reuexionar 
acerca del  destino  histrico  de  Occidente, el pas  de  la tarde, 
nos involucra a todos en cuanto se ha extendido a todos, pero en 
el caso de otros centros histricos signihca, tambin, apelar a sus 
propias tradiciones, a su experiencia y conhguracin de realidad, 
para poder entablar tal dilogo de la vida, que requieren ms que 
nunca las actuales circunstancias. 
Riiiviti.s viviiocviit.s
Beck, Ulrich, (1999), La invencin de lo poltico, FCE, Buenos Aires.
Garca  Delgado,  (2000),  Estado-nacin  y  globalizacin  -  Fortalezas  y 
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Weil, E., (1967), La philosophie politique, Pars.
TERCERA PARTE
Historia de las Ideas
En  la  determinacin  de  su  comienzo,  en  el  modo  como  se  organiza  el 
desarrollo  del  pensamiento  flosfco  latinoamericano,  en  las  categoras 
utilizadas  y  en  su  ignorar  el  pensamiento  de  los  pueblos  originarios  se 
trasluce una dependencia evidente, una clara marca de colonizacin de la 
historiografa flosfca latinoamericana. Algunos pensadores, sin embargo, 
se hacen cargo y reaccionan con propuestas que buscan alterar la manera 
en  que  se  cuenta  esa  historia,  cambiar  las  prcticas  historiogrfcas,  por 
una parte, con el objeto de abrir el relato hacia otras formas de pensamiento 
como  parte  de  dicha  historia,  con  lo  que  el  comienzo  se  desplaza  y,  por 
otra,  se  aspira  a  una  narracin  que,  dejando  de  lado  las  categoras 
imperialistas como las llam Gaos proponga otras de orden autctono 
segn  la  denominacin  de  Roig.  El  trabajo  ms  signifcativo  en  este 
sentido se ha dado en el contexto de la tradicin que ya no busca hacer una 
Historia de la Filosofa Latinoamericana o en Amrica Latina, sino que la 
subsume en lo que gustan en llamar Historia de las Ideas. El cambio de 
nombre no es aleatorio, pues como dice Roig, la nocin de pensamiento o 
idea, en tanto que es ms amplia abarca no slo la flosofa expresada 
conceptualmente, sino tambin a los flosofemas incluidos en las diversas 
formas  de  representacin.  La  nocin  de  ideas  es  ms  amplia:  incluye 
todo  acto  de  pensamiento  que  pueden  estar  saturados  de  flosofar,  sin 
ser  acadmicamente  flosfcos.  El  estudio  de  la  historia  de  las  ideas 
flosfcas  trasciende  los  mrgenes  de  la  Filosofa  acadmica.  Esto  queda 
sancionado en las Recomendaciones que una serie de expertos
1
 reunidos 
por UNESCO hicieran en 1974, donde llaman a considerar las diversas 
manifestaciones  de  pensamiento  flosofemas,  vivencias,  ideologas, 
concepciones de mundo, etc., los contextos econmicos, polticos, etc y 
a encarar la historia de las ideas no a partir de campos epistemolgicos 
(flosofa, pedagoga, etc) sino de problemas concretos latinoamericanos y 
las respuestas dadas a cada uno de ellos desde aquello campos.
1
    Arturo  Ardao  (Uruguay),  Roberto  Fernndez  Retamar  (Cuba),  Guillermo 
Francovich  (Bolivia),  Francisco  Mir  Quezada  (Per),  Luis  Navarro  de  Brito 
(Brasil),  Javier  Ocampo  (Colombia),  Elas  Pino  (Venezuela),  Jos  Antonio 
Portuondo  (Cuba),  Arturo  Andrs  Roig  (Argentina),  Abelardo  Villegas 
(Mxico), Ramn Xirau (Mxico) y Leopoldo Zea (Mxico).
   161
La Teora del Discurso y la 
investigacin de lo ideolgico
2
Av+ivo Arvfs Roic
Pocas obras haya habido, tal vez, en lo que va de esta segunda 
mitad  del  siglo,  tan  incitantes  y  fecundas  como  la  realizada 
por  Vladimir  Propp,  dentro  de  los  estudios  de  morfologa 
de  un  texto.  La  edicin  inglesa  de  su  clsico  libro  sobre 
el  cuento  fantstico,  muy  tarda  respecto  de  la  primera 
edicin  rusa,  gener  en  Europa  todo  un  remozamiento  en 
este  campo  de  investigaciones  y,  como  era  de  esperarlo,  las 
posteriores  ediciones  en  lengua  espaola  extendieron  a 
nuestro  continente  el  inters  por  las  todava  insospechadas 
posibilidades que la metodologa proppiana planteaba para el 
anlisis de un texto. En el Ecuador, y por cierto en otros pases 
de Hispanoamrica, aquel inters es un hecho que no podra 
ser justihcado como una nueva moda, una de las tantas modas 
intelectuales,  que  de  vez  en  cuando,  invaden  a  Occidente, 
sino  que  responde  a  urgencias  sentidas  por  numerosos 
grupos  de  estudiosos,  acuciados  por  un  creciente  deseo  de 
poseer  y  de  perfeccionar  instrumentos  metodolgicos  de 
investigacin de la propia riqueza cultural y, en este caso muy 
particularmente,  de  una  veta  tan  poco  trabajada  como  es  la 
de la sabidura popular expresada en la narrativa fantstica. 
Sin  pretender  sealar  todas  las  posibilidades  y  los  campos 
de  estudio  que  no  pueden  ya  profundizarse  sin  tener  en 
cuenta  el  hecho  proppiano,  pensemos,  por  ejemplo,  en  el 
2
    El  texto  presente  corresponde  a  la  Primera  Parte  del  libro  Narrativa  y 
Cotidianidad.  La  obra  de  Vladimir  Propp  a  la  luz  de  un  cuento  ecuatoriano,  en: 
Cuadernos de Chasqui. Revista Latinoamericana de Comunicacin, volumen 4, Quito, 
Editorial Quipus, 1991.
ARTURO  ANDRS  ROIG 162  
caso  tan  sugestivo  de  nuestra  literatura  culta,  en  par ticular  la 
novela,  que  ha  revelado  la  existencia  de  lo  que  se  ha  dado  en 
deno minar  el  realismo  mgico,  que  ofrece  una  correlacin 
muy  sugestiva  con  las  aparentemente  ingenuas  manifestaciones 
de  la  narrativa  popular  y  dentro  de  ella,  precisamente  con  el 
denominado  cuento  fantstico.  Pensemos,  tam  bin,  en  las 
posibilidades  que  los  instrumentos  metodolgicos  de  anlisis 
del discurso, generados a partir del intento de Propp, tienen de 
inters  para  el  es tudio  morfolgico  de  ciertas  expresiones,  no 
ya propiamente narrativas en un sentido estricto del trmino, o 
tal  vez  narrativas latu  sensu, como  es,  por ejemplo,  el discurso 
poltico y an el hloshco-poltico. Baste sealar, para mostrar la 
posibilidad de esta ampliacin, cmo Greimas propone aplicar su 
esquema actancial derivado de la nocin de personaje narrativo 
de Propp al discurso hloshco, dividido, por aquel autor, en dos 
grandes  categoras  movidas  por  lo  que  l  denomina  deseo  de 
conocer  dentro  del  cual  entrara,  por  ejemplo,  el  discurso 
cartesiano  y  deseo  de  transformar  el  discurso  transformado 
por la literatura hloshca y hloshco-poltica marxista. 
En general, las respuestas dadas ante el intento proppiano, por 
lo  menos  las  que  se  han  manifestado  en  Amrica  Latina,  han 
respondido a las mismas exigencias visibles en otros lugares, de 
superar por una parte el formalismo, y por la otra, de extender 
la nocin misma de narrativa dndole una signihcacin mucho 
ms  amplia  que  la  muy  limitada  dentro  de  la  cual  se  mueve  el 
anlisis  morfolgico  del  autor  ruso.  Por  cierto,  cabe  asimismo 
mencionar  el  intento  de  someter  a  una  prueba  sobre  la  base 
de  otros  materiales  tomados  de  la  cultura  folk,  los  hallazgos  de 
Propp  en  relacin  con  aquel  deseo  de  encontrar,  tambin  por 
esta  va  lo  intentado  en  otros  campos  de  estudio,  a  saber,  la 
bsqueda de lo propio dentro de tradiciones culturales diversas 
a  las  de  origen  indoeuropeo  o  dentro  de  estas  mismas,  pero 
desarrolladas  en  marcos  histricos  diferentes,  como  es  nuestro 
caso latinoamericano. 
Por otra parte, desde hace ya varias dcadas, diversos grupos de 
investiga dores,  particularmente  en  algunos  de  nuestros  pases, 
dieron  nacimiento  a  la  sistematizacin  de  lo  que  podra  ser 
un  pensamiento  latinoamericano,  esfuerzo  ste  que,  si  bien, 
comenz  dentro  de  los  marcos  de  la  historiografa  de  las  ideas 
hloshcas, se ha ido ampliando a otros campos, en particular las 
LA  TEORA  DEL  DISCURSO  Y  LA  INVESTIGACIN  DE  LO  IDEOLGICO      163
ideas polticas y econmicas. Este proceso de bsquedas condujo 
a plantearse el problema de la naturaleza de ese pensamiento 
manifestado  en  su  ya  extenso  desarrollo  histrico,  y  tambin, 
como  era  inevitable,  el  problema  de  los  mtodos  apropiados 
para  su  estudio.  No  es  casual  que  los  aportes  de  las  nuevas 
formas del saber, entre ellas las de la Semiologa, la Teora de la 
Comunicacin  y  asimismo,  todos  los  estudios  morfolgicos  del 
discurso, desarrollados a impulsos tanto del formalismo como del 
estructuralismo, en sus diversas variantes, se los intentara asumir 
en  esta  lnea  de  trabajo.  Todo  ello  condicionado,  adems,  por 
una exigencia cada vez ms sentida dentro de los investigadores 
interesados en las ideas hloshcas, de ampliar la nocin misma de 
Filosofa, como tambin de mostrar la correlacin que hay entre 
el discurso hloshco y otras formas discursivas, entre ellas muy 
particularmente las propias de las Ciencias Sociales en general. 
A medida que se fue tomando conciencia de que el viejo problema 
de  la  objetividad  del  saber  no  poda  ya  ser  planteado  sin  tener 
en cuenta el lenguaje como resultado del reconocimiento de su 
permanente funcin de mediacin, y en cuanto se fue alcanzando 
una  nueva  comprensin  del  sentido  de  su  valor  idiolctico; 
superadas,  adems,  dentro  de  la  crtica  literaria,  las  tendencias 
que partan de la posibilidad de un acto creador absoluto, surgi 
con  ms  fuerza  la  necesidad  de  avanzar  hacia  una  Teora  del 
Discurso  que  abra  perspectivas  insospechadas  para  una  nueva 
crtica. De este modo, los aportes de la Lingstica, utilizados casi 
exclusivamente, hasta entonces, dentro de los estrechos lmites de 
un anlisis de textos que no superaba, por lo general, los marcos 
de  una  estilstica,  pudieron  ser  aprovechados  por  la  naciente 
Sociologa del Saber, la que no slo se enriqueci, sino que vino 
a ser profundamente modihcada. En efecto, de una Sociologa 
del  Saber  tal  como  la  haba  elaborado  el  culturalismo  alemn 
de  entreguerras,  se  pas  a  lo  que  actualmente  se  conoce  como 
Teora  Crtica  de  las  Ideologas,  nueva  forma  de  saber  que 
impuso  como  tema  central  de  la  Teora  General  del  Discurso 
la  problemtica  de  su  contenido  y  produccin  ideolgicos.  La 
funcin de mediacin del lenguaje alcanzaba, de este modo, una 
clarihcacin  a  la  vez  que  su  naturaleza  idiolctica  comenzaba  a 
ser entendida en relacin con las diversas formas de la conciencia 
social, por lo mismo que el sujeto del discurso, en cuanto emisor y 
receptor de un mensaje, no poda ser entendido ya como extrao 
a  un  sistema  de  cdigos  y  dejaba  de  ser  un  sujeto  individual, 
ARTURO  ANDRS  ROIG 164  
pretendido  creador  absoluto.  Se  haba  relativizado,  pues,  la 
nocin  de  sujeto,  mas  al  mismo  tiempo,  apareca  revalorada  la 
relacin  histrica,  concreta,  que  hay  siempre  entre  un  discurso 
y  el  sujeto  que  lo  enuncia,  relacin  que  se  haba  borrado  en  el 
anlisis  tradicional  de  los  textos.  Se  trataba  de  un  verdadero 
reencuentro  del  sujeto,  que  a  su  vez  implicaba  una  nueva 
comprensin  del  mismo,  que  vena  a  poner  en  crisis,  de  modo 
radical, las periclitadas hlosofas de la conciencia.
Por otra parte la Teora Crtica de las Ideologas, en relacin 
con  la  Teora  General  del  Discurso,  pudo  realmente 
constituirse  como  una  forma  de  saber  poseedora  de  nuevas 
herramientas  de  investigacin,  que  permiti  superar  los 
principios mecanicistas que la caracterizaron en ms de uno de 
sus cultores iniciales, como tambin facilit la incorporacin 
del formalismo dentro del anlisis de textos, una vez superado 
el problema del desconocimiento del sujeto del discurso por 
parte de esta tendencia. De este modo, se pudo avanzar de una 
primera  lnea  de  trabajo  que  se  interesaba  principalmente 
por  el  contenido  ideolgico  de  un  texto,  determinado  a 
partir  de  una  teora  del  reuejo,  muchas  veces  ingenua  y 
escasamente  cienthca,  hacia  otras  lneas  que  destacaban 
la  importancia  de  descubrir  el  hecho  de  la  produccin  de 
signihcantes por parte de aquel sujeto de discurso rescatado 
en  su  papel  agente  en  relacin  con  los  sistemas  de  cdigos, 
como tambin el problema de la presencia de lo ideolgico, 
no  slo  en  cuanto  contenido,  sino  en  cuanto  forma, 
muchas veces como lo nico sealable con cierto rigor, o por 
lo menos como va de conhrmacin del valor ideolgico de 
contenidos, no determinable en s mismo. 
En  relacin  con  toda  esta  amplia  problemtica  de  la 
Teora  del  Discurso  quisiramos  referimos  precisamente  a 
investigaciones relativas al problema de la forma ideolgica 
y a algunas de las vas de su determinacin, debiendo aclarar 
que  no  supone,  nuestro  intento,  una  alternativa  excluyente 
respecto de las investigaciones que apuntan al sealamiento 
de  contenidos.  Dos  son,  hasta  ahora,  las  vas  posibles  que 
nos  parece  pueden  seguirse,  una  de  ellas  parte  del  discurso 
entendido desde el punto de vista de una teora del mensaje 
y  ms  particularmente,  de  las  funciones  del  lenguaje  en 
cuanto  acto  de  comunicacin;  la  otra,  del  discurso  como 
LA  TEORA  DEL  DISCURSO  Y  LA  INVESTIGACIN  DE  LO  IDEOLGICO      165
narracin  y  en  relacin  con  este  criterio,  tanto  de  las 
funciones narrativas como de las actanciales. 
La primera lnea de trabajo la hemos intentado dar a conocer 
en nuestro ensayo La Filosofa de la Historia desde el punto 
de  vista  hloshco-poltico,  ledo  y  discutido  inicialmente 
en  el  III  Encuentro  Ecuatoriano  de  Filosofa,  organizado 
por la Pontihcia Universidad Catlica en 1978, fruto de una 
serie  de  cursos  iniciados  en  Mxico  sobre  textos  cartesianos 
y continuados en Quito sobre otros textos de Rousseau y de 
Comte,  los  que  constituyen,  a  nuestro  juicio,  un  exponente 
del  discurso  de  la  modernidad  europea.  De  estos  anlisis 
ha  surgido,  a  nuestro  entender,  la  necesidad  de  ampliar  el 
cuadro  de  las  funciones  sealadas  por  Roman  Jakobson  en 
su Essais de Linguistique Gnerale (Pars, 1963), como las que 
caracterizan  la  estructura  del  mensaje,  con  el  aditamento 
de  otras  dos  a  las  que  hemos  denominado  de  apoyo  y  de 
historizacin/deshistorizacin,  cuya  presencia  permite 
justamente  denunciar  modos  formales  del  discurso  que  son 
de naturaleza ideolgica. Todo mensaje se apoya sobre otro, 
al que se le concede un valor absoluto. Baste con sealar, para 
que  se  comprenda  lo  que  queremos  decir,  que  el  mensaje 
del  sujeto  histrico  Rousseau,  parte  del  presupuesto  de  la 
existencia  de  otro  sujeto  con  su  voz  propia,  la  Naturaleza, 
como  as  mismo  la  existencia  de  un  tercer  sujeto  que  acta 
simplemente  como  portavoz  de  la  voz  de  la  Naturaleza, 
el Caribe. Para poder establecer las relaciones entre el sujeto 
real-histrico y los otros, y consecuentemente ejercer aquella 
funcin de apoyo, se ha de recurrir a un complicado juego 
de  historizacin  y  deshistorizacin  de  los  diversos  niveles 
discursivos  que  implica  el  mensaje  rousseauniano,  como  es 
el caso de la ontologizacin y en tal sentido deshistorizacin 
del propio mensaje del autor y a la vez del buen salvaje, en 
cuanto dados inmediatamente sobre la voz de la Naturaleza, 
sujeto  absoluto  justihcatorio,  o  el  caso  de  la  historizacin 
del discurso contrario, al que el autor se opone y que debe ser 
mostrado como carente de apoyo. Pues bien, este complicado 
juego  que  ponen  en  movimiento  las  dos  funciones  aqu 
rpidamente esbozadas, permite mostrar una estructura a la 
cual  podemos  considerar  sin  riesgo,  como  ideolgica,  aun 
cuando  no  podamos  sealar  contenidos  sobre  la  base  de 
otros mtodos, o que nos conhrmarn en el valor ideolgico 
ARTURO  ANDRS  ROIG 166  
de  ellos,  superando  el  problema  de  las  imputaciones  que 
surgen  muchas  veces  del  mtodo  tradicional  derivado  del 
establecimien to de analogas temticas dadas entre la realidad 
social de base y el discur  so. 
La otra va es, decamos, la de la consideracin del discurso 
desde  el  punto  de  vista  de  la  narrativa,  problemtica  que 
tiene su inevitable punto de partida en la obra de Propp y en 
particular en sus dos ms importantes hallazgos, el relativo a 
las funciones y el atinente a los personajes, reconsiderados 
desde el punto de vista del rescate de la nocin de sujeto al 
que  ya  hemos  mencionado,  nica  manera,  a  nuestro  juicio, 
de poder llevar a cabo propiamente un anlisis ideolgico del 
discurso sobre la base de aspectos formales, pero superando 
el  formalismo.  Como  consecuencia  de  ste,  no  pudo  Propp 
darnos  una  respuesta  satisfactoria  acerca  de  la  naturaleza 
de  la  narrativa  fantstica,  en  particular  respecto  de  los 
problemas  de  su vigencia  o  supervivencia, del peso  o  valor 
de lo fantstico en relacin con esa misma vigencia y en hn, 
de lo ideolgico que en l se mantiene externo a la narracin. 
Sin invalidar la determinacin de las funciones narrativas y 
sus secuencias, tal como Propp lo hizo, es posible, a nuestro 
juicio,  encontrar  o  sealar  otras  funciones  ms  generales  y 
comprensivas,  que  superan  el  nivel  meramente  descriptivo 
proppiano, como asimismo es posible una visin distinta de los 
personajes narrativos reconsiderados a la luz de su sentido 
axiolgico. Para esto es necesario reinstalar la narracin, y en 
general, todo discurso, dentro de la cotidianidad, tanto la que 
aparece sealada en el texto, como la que desde un contexto 
social genera la vigencia o permanencia del cuento. Al mismo 
tiempo, la consideracin de lo narrativo desde la cotidianidad 
permite la reelaboracin de un cuadro actancial que supera 
los  restos  de  formalismo  visibles  an  en  el  que  nos  propone 
Greimas,  en  el  que  lo  axiolgico  ha  quedado  relegado  a 
un  nivel  profundo,  el  llamado  por  este  autor,  cuadro 
semitico  o  estructura  elemental  de  signihcacin.  Slo 
all es posible ver la caracterstica bipolar de los valores, en el 
clsico  esquema  de  contrarios,  contradictorios  e  implicados 
al  que  regresa  Greimas,  bipolaridad  que  desaparece  de  su 
cuadro actancial haciendo que los actantes sean los mismos 
para todo tipo de discurso. 
LA  TEORA  DEL  DISCURSO  Y  LA  INVESTIGACIN  DE  LO  IDEOLGICO      167
Mas, esta pretensin de universalizar un esquema, como sucede 
en Greimas, corre el riesgo de ser ideolgica, en cuanto que 
viene a ocultar por lo menos en lo que se rehere a ese nivel de 
superhcie, a saber el de los actantes la existencia de dos tipos 
discursivos que nos parecen a nosotros irreductibles entre s, 
el discurso opresor y el discurso liberador. El actante, en 
cuanto  sujeto  narrativo,  no  encarna  indistintamente  este  o 
aquel valor, sino que su funcin la cumple respecto de un valor 
o de un anti-valor determinados y de modo excluyente, de ah 
que surja un doble cuadro actancial y a la vez dos discursos 
que  juegan  como  discurso  y  lo  que  en  general  puede  ser 
llamado discurso antittico. 
Nuestro intento es, pues, el de establecer una determinacin 
de  funciones  narrativas  y  a  la  vez  de  actantes,  que  permitan 
una  mostracin  de  lo  ideolgico,  no  por  su  relacin  con  un 
nivel axiolgico profundo, sino en su misma manifestacin 
narrativa.  Para  ello,  se  hace  necesario  partir  de  otro  criterio 
deductivo, que es para nosotros lo que bien podra denominarse 
una sintaxis de la cotidianidad, desde la cual lo profundo y 
lo superhcial, en el sentido sealado, aparecen superados y 
el cuadro semitico propuesto por Greimas queda reducido 
tan slo a lo que es: un esquema de posibilidades lgicas de 
combinacin de valores, que no alcanza a darnos una respuesta 
al problema de la relacin ntima que hay entre un actante y 
el  valor  o  el  antivalor  que  encarna  y  de  los  cuales  deriva  su 
propio ser actancial. Nuestro planteo lleva necesariamente a 
proyectar las dos cualidades propias del valor, la bipolaridad 
y  la  jerarqua  al  discurso  mismo.  La  primera  se  muestra  por 
la  presencia  de  la  oposicin  valor/antivalor  en  la  propia 
textualidad  del  discurso,  motivo  por  el  cual  todo  discurso 
supone,  real  o  virtualmente,  el  discurso  antittico.  En  otras 
palabras, el discurso liberador implica el discurso opresor 
correspondiente  y  viceversa.  Y  por  cierto  que  un  fenmeno 
semejante  se  produce  respecto  de  la  jerarqua:  el  anti-
discurso,  como  una  de  las  formas  del  discurso  antittico, 
produce  una  inversin  de  ella,  es  decir,  una  organizacin 
discursiva  sobre  la  jerarqua  contraria.  Lo  axiolgico  no  es 
pues, un nivel profundo, sino que es el nivel mismo en el que 
se desarrolla la narracin y sta no puede, por tanto, zafarse 
de  la  duplicidad  caracterstica  de  lo  valorativo.  El  fenmeno 
ha de mostrarse en las funciones narrativas, tanto como en el 
ARTURO  ANDRS  ROIG 168  
cuadro actancial, diversihcados ambos por las mismas razones 
que hablamos de dos discursos
3
.
La presencia de lo axiolgico en el sentido que hemos indicado 
se hace patente si tenemos en cuenta el problema del sujeto. 
En el cuento se encuentra el sujeto de la accin que es relatada, 
el personaje narrativo, y a la vez est el sujeto que narra. Por 
un  lado  los  actantes,  a  los  cuales  pueden  ser  reducidos  los 
diferentes personajes narrativos en un juego sumamente rico 
y complejo, y por el otro, quien ejerce el papel de transmisor y 
tambin re-generador de la narracin misma. Estos aspectos 
se encuentran, como se sabe, bien lejos del inters de Propp, 
quien  movido  por  su  formalismo,  centr  sus  investigaciones 
en  las  funciones  narrativas,  dejando  a  los  personajes  en 
un segundo plano y enumerados a partir de un criterio ms 
bien emprico. Sucede, sin embargo, que el narrador, el que 
hace suyo el cuento en la medida que lo relata, es de alguna 
manera tambin, un sujeto participante de la narracin. Es un 
sujeto que est por detrs de la narracin y al mismo tiempo, 
a  su  modo,  dentro  de  ella.  Cabe,  por  tanto,  investigar  qu 
papel juega respecto de la narrativa ese sujeto, al que si no lo 
tenemos en cuenta, no podremos responder a lo que hemos 
denominado la regeneracin del relato, como tampoco, en 
el caso concreto del cuento fantstico, podremos dar razn 
alguna de lo que dehne a este tipo de narracin, lo fantstico 
3
    En  trabajos  posteriores  a  este  hemos  hablado  de  la  existencia  de  un 
universo  discur sivo,  que  dehnimos  como  la  totalidad  actual  o  posible  de  los 
discursos  correspondientes  a  un  determinado  grupo  humano  en  una  poca 
dada sincrnicamente o a lo largo de un cierto perodo diacrnicamente y 
sobre cuya base se establece, para una misma comunidad, el complejo mundo 
de  la  intercomunicacin.  Ese  universo  es  expresin,  manifestacin  o  reuejo 
de  las  contradicciones  y  de  la  conuictividad  que  son  propias  de  la  realidad 
social. Atendiendo a esto se puede ahrmar que hay siempre un discurso actual 
o  potencial,  antittico  respecto  de  otro,  por  lo  general  el  vigente.  Ahora, 
esa  anttesis  puede  darse  en  dos  planos  cuya  diferenciacin  es  ciertamente 
importante:  cuando  el  discurso  antittico  se  construye  por  la  simple  in  versin 
de  la  jerarqua  de  valores  del  discurso  vigente  como  sera  el  caso  de  invertir 
el  racismo  blanco  por  un  racismo  negro,  hablamos  de  anti-discurso  o 
simplemente de discurso en lugar de; cuando el discurso antittico se organiza 
sobre  la  base  de  una  determinacin  crtica  de  los  supuestos  del  discurso 
opresor,  no  mediante  una  simple  inversin  valorativa,  sino  mediante  una 
fundamentacin  axiolgica  superadora,  hablamos  de  discurso  contrario  en 
el sentido de discurso liberador propiamente dicho.
LA  TEORA  DEL  DISCURSO  Y  LA  INVESTIGACIN  DE  LO  IDEOLGICO      169
mismo. A nuestro juicio, Propp no poda estar en condiciones 
de dar estas respuestas, pero tampoco las podremos alcanzar 
a  partir  de  una  deduccin  de  los  actantes  al  estilo  de  la  que 
lleva a cabo Greimas. En el primer caso, como consecuencia 
de  una  comprensin  externa  del  hecho  ideolgico  y  en  el 
segundo, debido a que lo axiolgico ha sido colocado en un 
nivel profundo que se reduce a un cuadro de posibilidades 
lgicas y que desaparece del cuadro actancial. 
Propp se haba planteado, es cierto, el problema del origen 
de  la  narracin.  Propona  un  primer  anlisis,  sincrnico,  de 
carcter descriptivo-formal, ms tambin un segundo anlisis 
diacrnico,  histrico,  de  naturaleza  explicativa.  El  planteo 
de  Propp  parte  tambin  de  lo  que  podramos  considerar 
como  niveles  diferenciales  en  razn  de  su  profundidad, 
si bien, con un sentido distinto al que ya sealamos al hablar 
de Greimas. As, desde el punto de vista sincrnico, reconoce 
un  nivel  que  podramos  denominar  temtico-narrativo,  el 
que constituye la superhcialidad de la narracin, en cuanto 
que  los  contenidos  son  siempre  los  que  poseen  una  mayor 
fuerza  fenomnica  o  de  manifestacin;  y  adems  un  nivel 
formal-narrativo,  no  visible  como  el  otro,  que  para  Propp 
se  organiza  principalmente  sobre  las  clebres  31  funciones 
que  l  descubre  y  determina.  Ahora  bien,  cuando  pasa  al 
segundo  tipo  de  anlisis,  el  diacrnico,  nos  encontramos 
con  una  estructura  ms  profunda,  extra-narrativa  o  tal  vez 
pre-narrativa,  que  es  la  de  los  hechos  histricos,  a  partir 
de  los  cuales  se  origin  la  narracin.  En  este  caso,  el  nivel 
profundo no est dado por lo formal, como suceda en el 
momento  del  anlisis  sincrnico,  sino  que  est  constituido 
por una realidad histrica que es a la vez, lgicamente, una 
realidad social. Frente a este otro modo de ver lo profundo, 
el cuento fantstico en su totalidad, en cuanto contenido y 
en  cuanto  forma,  se  convierte  en  manifestacin  o,  dicho 
con trminos proppianos, en un reuejo. 
Y este es el nico sentido de acuerdo con el cual la narracin 
es considerada como ideolgica, en cuanto lo ideolgico 
queda  reducido,  para  Propp,  a  decirnos  que  el  cuento 
fantstico  integra  lo  superestructural,  en  relacin  con 
una  infraestructura.  Por  cierto  que  el  esquema  proppiano 
explicativo  es  ms  complejo,  debido  a  que  entre  el  modo 
ARTURO  ANDRS  ROIG 170  
de  produccin  tpico  de  la  sociedad  cazadora  que  es  la 
sociedad  de  la  cual  derivara  la  narrativa  fantstica  y  sta, 
se  interponen,  en  un  proceso  evolutivo,  el  rito  y  el  mito, 
asimismo, integrantes, segn Propp, de toda superestructura 
de  una  sociedad  primitiva.  En  funcin  de  esto,  decamos 
que lo ideolgico quedaba en el anlisis proppiano como un 
hecho  externo  y  slo  indicado  en  el  momento  diacrnico 
o  histrico  del  problema.  Por  otra  parte,  en  cuanto  toda 
la  cuestin  del  origen  del  cuento  se  reduce  a  determinar 
aquella  lejana  sociedad  en  la  que  las  funciones  narrativas 
eran, sin ms, funciones reales o funciones que se cumplan 
dentro  de  determinadas  instituciones,  resulta  que  las  dichas 
funciones narrativas slo aparecen envueltas en lo fantstico 
o relacionadas con ese mundo irreal de dragones y brujas, 
porque  la  humanidad  ha  olvidado  el  origen  histrico  de  las 
mismas. 
De este modo resulta ser explicado el cuento fantstico. Se 
trata de un relicto, tal como la doctrina de la evolucin de las 
especies  nos  lo  muestra  respecto  de  ciertos  grupos  de  seres 
vivos  sobrevivientes,  ltimos  restos  de  una  especie  en  vas 
de  extincin  o  ya  casi  extinguida.  Hay  aqu,  en  efecto,  una 
especie desaparecida, el modo de produccin de la primitiva 
sociedad cazadora, anterior a la aparicin de la agricultura; y 
un  relicto  de  esa  especie,  el  cuento  fantstico,  que  para 
nosotros resulta tan extrao o fantstico como podran serlo, 
tambin, determinados rganos, visibles en especies vivientes 
y en las que han dejado de cumplir su primitiva funcin y ms 
an, no cumplen ninguna, y que en tal sentido, son asimismo 
relictuales.  Como  consecuencia  de  esto,  la  investigacin 
diacrnica tendra como objeto mostrar que lo fantstico no 
es tal y que el cuento fantstico es un reuejo de algo muy real 
y en tal sentido, la llamada fantasa creadora de los pueblos 
queda reducida a un simple olvido. Por otra parte, el sujeto 
narrante,  de  acuerdo  a  lo  que  venimos  diciendo,  tiene  tan 
slo la funcin de la transmisin de un relicto, cuya razn de 
supervivencia nos es desconocida. 
En cuanto que toda narracin puede ser considerada como 
mensaje,  si  bien  no  todo  mensaje  es  necesariamente 
narracin,  podemos,  por  esa  va,  rescatar  el  papel  del 
sujeto narrador, entendido como sujeto emisor, camino, a 
LA  TEORA  DEL  DISCURSO  Y  LA  INVESTIGACIN  DE  LO  IDEOLGICO      171
nuestro  juicio,  que  permite  superar  la  concepcin  relictual 
y  encontrar  alguna  razn  que  explique  la  supervivencia  o 
vigencia  del  cuento  fantstico  en  las  comunidades  actuales, 
en  particular  en  las  formas  de  cultura  folk  no  primitivas. 
Con  esto  no  ponemos  en  entredicho  el  origen  histrico 
sealado  por  Propp,  sino  que  partimos  de  que  adems  de 
aquel  origen  hay  un  permanente  re-originamiento  de  la 
narrativa,  que  permite  superar  la  te sis  simple  del  olvido, 
que hace de lo fantstico una mera curiosidad e incluso un 
absurdo. Partimos de la tesis de que lo fantstico posee un 
peso  propio  y  por  tanto,  que  ejerce  una  funcin  de  valor 
actual, relacionada con lo ideolgico entendido en este caso 
como algo dado internamente. Este ngulo de consideracin 
permitira  entender  asimismo  la  correlacin  que  hay  entre 
los  personajes  narrativos,  que  era  el  nivel  en  el  que  se 
reconoca  en  Propp  un  sujeto;  dejando,  por  ahora,  de 
lado la cuestin de su reduccin a un nmero de actantes 
bsicos, y el sujeto transmisor y re-originador de la narracin. 
Podemos  aventurar  la  tesis  de  que  el  sujeto  narrador  se 
expresa en determinados personajes encarnndose en ellos 
o rechazndolos, mediante un fenmeno de compatibilidad 
o  incompatibilidad  ideolgica,  es  decir,  que  los  que 
podramos llamar personajes interiores de la narracin, se 
encuentran  apoyados  en  el  sujeto  narrador  que  funciona 
como  personaje  exterior,  en  el  sentido  que  habamos 
anticipado, es decir, que est detrs, pero tambin dentro 
de la narracin transmitida. Y por cierto que, en funcin de 
la circularidad de todo mensaje ese personaje exterior est 
dado por la conjuncin de sujeto-emisor-receptor y sujeto-
receptor-emisor,  o  sea  el  narrante  y  el  oyente.  Dicho  de 
otro modo, que el personaje exterior, del que depende la 
vigencia  de  la  narracin,  es  el  resultante  de  un  cdigo,  por 
donde se trata de un sujeto que acta desde una determinada 
forma de conciencia social. Dentro de ese cdigo, lo fantstico 
juega, sin duda, un papel propio, no es ya un residuo y se 
hace  necesario  investigar  el  peso  que  lo  fantstico  agrega 
al  rgimen  de  valoraciones,  por  ejemplo,  de  qu  manera  se 
encuentra  presente  en  relacin  con  el  valor  concedido  al 
prncipe salvador, ya que no es lo mismo la relacin de ste 
con  lo  fantstico,  que  la  que  mantiene  con  ello  el  dragn 
que ha robado a la princesa o la bruja que la ha encantado. 
ARTURO  ANDRS  ROIG 172  
Para  poder,  pues,  superar  el  formalismo  de  Propp  y  poder 
considerar  lo  ideolgico  como  fenmeno  interno,  se  hace 
necesario  partir  de  la  presencia  de  un  sujeto  real,  que  haga 
algo  as  como  de  soporte  vivihcante  y  re-originante  de  los 
sujetos narrativos, en cuanto que las instituciones de carcter 
ritual relativas a la religin propia de un determinado modo 
de  produccin  dado  en  el  pasado  no  constituyen  una  va 
suhcientemente  explicativa,  por  lo  menos  en  el  sentido 
que  lo  deseamos.  Como  ya  lo  hemos  dicho,  una  sociedad 
actual, en el nivel de lo que se denomina su cultura popular, 
asume  el  cuento  y  le  inyecta  una  vida  que  es  causa  de  su 
permanencia  y  de  su  uso  social,  como  tambin  puede  ser 
causa de su desuso y desaparicin o su modihcacin. A su vez, 
esta lnea explicativa lleva a otros enfoques en lo que respecta 
al momento descriptivo y lo condiciona. 
Dicho  de  otra  manera,  a  pesar  de  la  aparente  estabilidad 
e  inmovilidad  del  cuento  fantstico,  hay  que  tener  en 
cuenta la presencia de un sujeto recreador del mismo, que es 
la comunidad que lo porta. 
Estos  puntos  de  vista  obligan  a  investigar  lo  que  una 
narracin  posee  y  que  permite  que  sea  congruente  con 
un  determinado  rgimen  de  cdigos,  que  es  justamente 
lo  que  facilita  la  vigencia  del  cuento,  congruencia  que 
slo  es  explicable  si  se  acepta  que  esos  aspectos  codales  se 
encuentran tanto en la narracin misma, como en los sujetos 
que  cumplen  las  funciones  comunicativas  de  emisin  y 
recepcin.  Tradicionalmente  y  en  lo  que  respecta  al  cuento 
fantstico,  esos  sujetos  suelen  ser  la  abuela  y  el  nio  y  la 
relacin  entre  ambos  constituye  sin  duda,  una  de  las  tantas 
vas  para  la  incorporacin  pasiva  o  de  rechazo  del  segundo 
dentro  de  los  cdigos  vigentes,  fenmeno  que  se  encuentra 
condicionado, adems, por el nivel social de quienes ejercen 
el acto de transmisin y recepcin del mensaje. 
Propp  ha  dicho  acertadamente  que  lo  que  se  denomina  el 
dao, perjuicio o fechora, nombres con los cuales suele 
designarse la funcin octava dentro de la serie establecida en 
la  Morfologa  del  cuento  fantstico,  constituye  el  nudo  de  la 
narracin.  Ahora  bien,  a  pesar  de  la  importancia  que  se  le 
concede a esa funcin, al ser considerada como un momento 
formal, no queda bien en claro el papel que se le asigna en 
LA  TEORA  DEL  DISCURSO  Y  LA  INVESTIGACIN  DE  LO  IDEOLGICO      173
cuanto movilizador de la narracin en su totalidad. La falta en 
que cae Propp, impulsado por su formalismo, es la de haber 
descuidado  el  fenmeno  de  la  in-existencia  intencional 
de los contenidos de conciencia, de acuerdo con el cual no 
existe  un  campo  semntico  puro  que  se  reduzca  a  la  mera 
denotacin  perjuicio  o  dao,  sino  que  ello  siempre 
implica un alguien que es perjudicado y un algo en lo que es 
perjudicado ese alguien. Dicho de otro modo, no es posible 
un  anlisis  que  no  intente  descubrir  las  relaciones  ntimas 
que hay entre las funciones narrativas y los personajes del 
cuento,  y  ms  an,  entre  el  cuento  y  el  grupo  social  que  lo 
mantiene vigente, es decir, que no ponga en primer trmino 
al sujeto, tanto el que hemos denominado interno como el 
externo. Es justamente porque hay un sujeto que padece 
la accin negativa, que la funcin, ms all de su valor formal 
puede  movilizar  la  narracin  y  presentarse  como  verdadero 
nudo de la misma. 
As  pues,  el  eje  sobre  el  cual  se  moviliza  la  narracin  no  es 
una  fechora,  sino  un  sujeto  que  padece  una  fechora, 
por lo que es ineludible preguntarnos por el mismo. Se trata 
de  un  individuo  que  recibe  o  padece  un  dao,  tal  como  se 
desprendera  de  una  interpretacin  literal  de  los  episodios 
que  muestra  la  narracin.  Sin  embargo,  la  respuesta  es 
todava  ms  compleja,  s,  es  en  efecto,  un  personaje 
narrativo  individualizado,  tal  como  surge  de  la  literalidad, 
pero no es cualquier personaje sino casi sin excepcin un 
alguien  representativo  respecto  de  una  comunidad  dada. 
Por donde el sujeto es tambin esa misma comunidad y ms 
concretamente,  el  orden  sobre  el  cual  funciona  su  sistema 
de cdigos, que padece un cierto desorden por causa de un 
dao  o  fechora.  Se  trata,  en  efecto,  de  una  alteracin 
respecto de un orden, ya sea el mismo un orden actual, que 
parece  ser  el  caso  ms  comn,  ya  sea  posible.  Ese  orden 
en  unos  casos  es  destruido,  en  otros  reparado,  en  otros  es 
modihcado  o  parcialmente  transformado.  Visto  desde  otro 
ngulo que nos parece de esencial importancia, ese orden es 
el de la vida cotidiana y toda narracin del tipo que analiza 
Propp, por ejemplo, gira por entero y manihestamente sobre 
el problema de la cotidianidad. 
Visto  el  problema  desde  la  estructura  elemental  de 
signihcacin  de  Greimas,  segn  la  cual  todo  el  contenido 
ARTURO  ANDRS  ROIG 174  
axiolgico  de  una  narracin  se  organiza  desde  lo  que  l 
denomina  un  eje  semntico  diramos  que  atendiendo  la 
presencia permanente de lo cotidiano, como sujeto ltimo, 
es posible reconocer dos sistemas axiales permanentes, el de 
la cotidianidad positiva y el de la cotidianidad negativa, los 
que generan parejas de contrarios tales como los de violacin-
restauracin  en  relacin  con  el  primer  eje  semntico  y 
los  de  rebelda-represin  respecto  del  segundo  sin  que 
ello  signihque  que  no  puedan  darse  otros,  como  podra 
ser,  por  ejemplo,  el  de  rebelda-transformacin.  En 
todos  los  casos,  se  trata  de  un  sujeto  afectado  dentro  de  un 
determinado orden social, por causa de una fechora, por 
lo que la cotidianidad, sea ella entendida como positiva o 
negativa, resulta ser siempre una cotidianidad afectada en 
un caso con justicia y en el otro con injusticia. 
Ahora bien, desde el punto de vista de un anlisis formal, no se 
trata de determinar si esa cotidianidad, que hace de eje semntico, 
es positiva o negativa, en el sentido de ser realmente justa o 
injusta, sino que se ha de partir de lo que en el cuento o narracin 
se da como presupuesto, lo cual no excluye un segundo anlisis, 
no ya formal, que ha de completar al primero y que nos permitir 
conhrmar aspectos de la estructura ideolgica de la narracin.
Dicho de otro modo, el hecho de que la cotidianidad sea positiva 
o negativa, puede tener tres planos de consideracin: 
a.   A nivel objetivo, es decir, que lo sea realmente; 
b.   A  nivel  subjetivo,  es  decir,  que  seamos  nosotros  los 
que  por  nuestra  cuenta  le  atribuyamos  positividad  o 
negatividad  creyendo  estar  apoyados  en  una  funcin 
referencial establecida de modo correcto; 
c.   A  nivel  discursivo,  vale  decir  que  prescindiendo  de  la 
referencialidad sobre la cual se apoya todo discurso y de 
aquella  en  la  que,  objetiva  o  subjetivamente,  podramos 
apoyamos nosotros, nos reducimos a constatar el hecho 
de  que  para  determinados  personajes  literarios,  que 
constituyen los sujetos de la narracin sean ellos todos 
los de una comunidad o simplemente algunos la vida 
cotidiana en que se mueven se les presenta como positiva 
o  negativa.  Si  realmente  lo  es,  es  otro  problema  y  por 
cierto  que,  en  un  segundo  momento  del  anlisis,  no 
LA  TEORA  DEL  DISCURSO  Y  LA  INVESTIGACIN  DE  LO  IDEOLGICO      175
podremos prescindir de pasar del plano discursivo a lo 
que sera la crtica de su contenido referencial. 
Sin  pretender  dar  categoras  universales,  aunque  tal  vez  las 
mismas  puedan  llegar  a  ser  conhrmadas  en  ese  sentido,  es 
posible distinguir dos tipos de desarrollos narrativos, segn el 
presupuesto  sobre  el  que  se  organizan  respecto  del  valor  de  la 
cotidianidad afectada: 
a.  Narraciones en las que todos los miembros de una comunidad 
consideran  que  su  vida  cotidiana  es  positiva  y  que  debe  ser 
restaurada. Cuento de tipo C.P. 
b.  Narraciones en las que algunos miembros de una comunidad 
consideran que su vida cotidiana es negativa y que debe ser 
alterada. Cuento de tipo C.N. 
Segn sea el presupuesto del cual se parta, sern las funciones 
narrativas, como as tambin los actantes a los cuales pueden 
ser  reducidos  los  personajes  narrativos  intervinientes.  No 
es  posible,  desde  este  tipo  de  anlisis,  ahrmar,  pues,  que  toda 
narracin responde a un mismo sistema de actantes, toda vez que 
la tpica bipolaridad de lo axiolgico impone la distincin entre 
dos tipos de discursos antitticos. Del mismo modo, surgir una 
diferenciacin  en  lo  que  respecta  a  la  estructura  sintagmtica, 
la  que  es  para  las  dos  categoras,  la  misma  formalmente,  pero 
radicalmente  distinta  en  cuanto  a  su  sentido  axiolgico,  aun 
cuando el juicio de valor no sea ejercido por nosotros, sino que nos 
atengamos al que hace de presupuesto de la narracin. Digamos 
todava  que  las  funciones  narrativas  sealadas  por  Propp  no 
son  incompatibles  con  las  que  surgen  a  partir  de  la  narracin, 
desde  el  punto  de  vista  de  la  cotidianidad  y  que  pueden  unas 
encajar en las otras, si bien las funciones proppianas adquieren, 
al ser relacionadas con las que surgen de lo que podemos llamar 
una sintaxis de la cotidianidad, una connotacin axiolgica que 
haba sido sistemticamente eliminada por el autor ruso. Y otro 
tanto debemos decir del cuadro actancial que Greimas deduce. 
De estos criterios surge una estructura narrativa muy simple y a la 
vez sumamente cohesionada, en cuanto que funciones, sintagmas 
y actantes no pueden, en ningn momento, ser considerados por 
separado respecto de la modalidad discursiva. Las funciones sern 
entendidas como los modos de accin bsicos de un determinado 
actante  respecto  de  la  cotidianidad  supuesta  por  el  cuento 
ARTURO  ANDRS  ROIG 176  
mismo;  los  sintagmas  (syntagms  -  coordinatio)  estarn  dados 
por  los  momentos  secuenciales  narrativos  surgidos  del  sistema 
de opuestos, en los que se divide en cada caso el eje semntico 
y los actantes debern ser deducidos, si no queremos caer en una 
universalidad  abstracta,  no  de  una  sintaxis  de  la  lengua,  sino 
de lo que ya dijimos, una sintaxis de la cotidianidad, tomando 
la  palabra  sintaxis  en  su  sentido  primitivo  y  que  respecto  de 
la  vida  cotidiana  es,  sin  ms,  codal  sobre  la  que  se  encuentra 
organizada en cada caso. En ese sentido, deberamos decir que el 
modelo actancial propuesto por Greimas, no se ha desprendido 
totalmente de los actantes propuestos empricamente por Propp. 
En  efecto,  los  actantes  sealados  por  aqul  pretenden  ser  la 
reduccin de los personajes narrativos, es decir que la nocin 
de actantes, si bien en este caso supone un intento de revalorar 
la presencia del sujeto dentro del anlisis del discurso, no va ms 
all  de  aqullos.  Mientras  que  si  se  parte  de  una  sintaxis  de  la 
cotidianidad, el esquema bipolar actancial que obtendremos se 
referir  tanto  a  los  sujetos  narrativos,  los  personajes,  como 
al  sujeto  emisor  de  la  narracin,  que  la  asume  como  mensaje, 
por lo mismo que se ha establecido un concepto de actante no 
depurado  de  todo  sentido  axiolgico.  Es  decir  que  es  posible 
intentar  una  conexin  entre  el  sujeto  narrativo  y  el  sujeto 
real-histrico  que  narra,  entre  lo  narrado  y  el  narrador.  Esto 
ltimo ser posible, a nuestro juicio, en la medida que se pueda 
descubrir  y  sealar  que  la  narracin  se  organiza,  para  quien  la 
narra, como un sistema metafrico. 
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   183
Humanismo emergente y antropologa 
de la dominacin en Augusto Salazar 
Bondy para una reconstruccin 
de la tradicin del humanismo 
latinoamericano
1
Arvi.. Avvii
En  su  acepcin  primera  y  restringida,  Humanismo  alude  a  la 
actitud  consciente  de  estimacin  de  las  letras  clsicas;  a  su 
estudio y cultivo en tanto expresin de la humanitas. Es decir que 
el  Humanismo  clsico  consiste  en  la  exaltacin  de  lo  humano, 
que por su dignidad merece ser cultivado, y en la conviccin de 
que tal cultivo se logra por medio de las letras, sobre el supuesto 
del  carcter  ejemplar  de  la  Antigedad  Clsica.  Sin  embargo, 
ambos  caracteres  no  resultan  inescindibles.  Tras  la  controversia 
de  los  antiguos  y  los  modernos  se  hace  progresivamente 
manihesto  que  es  posible  la  ahrmacin  de  la  dignidad  humana 
prescindiendo del patrn clsico del Humanismo. As, frente al 
humanismo  clasicista,  que  favorece  una  actitud  conservadora, 
surge  un  humanismo  progresista  que  concibe  a  la  historia 
como  crecimiento  e  invencin.  En  este  sentido,  la  realizacin 
de  lo  humano  es  una  tarea  ilimitada,  que  sostiene  una  actitud 
esperanzada  en  lo  porvenir.  Surge,  entonces,  una  variada  gama 
de  adjetivaciones  para  el  Humanismo:  ilustrado,  liberal,  marxista, 
existencialista,  socialista;  la  mayora  de  las  veces  vinculado  a  una 
orientacin ideolgica que se auto dehne como humanista.
1
    Ledo  en  el  II  Coloquio  Internacional  de  Filosofa,  Filosofa  Iberoamericana, 
Homenaje a los 50 aos de la muerte de Ortega y Gasset, Universidad Alberto Hurtado, 
Chile, 18, 19 y 20 de mayo de 2005.
ARTURO  ANDRS  ROIG 184  
En  Amrica  Latina,  las  formas  del  pensamiento  humanista 
quedaron  determinadas  por  acontecimientos  histricos 
singulares. La conquista signihc la destruccin de un mundo y 
la construccin de otro diferente, dejando marcas en los sujetos y 
en los modos de expresin del Humanismo que, como en el caso 
de Bartolom de las Casas, se organiz en torno a la nocin de 
reconocimiento. Sin embargo, como lo ha demostrado Arturo 
Roig, dicho reconocimiento no alcanz, en todos los casos, formas 
legtimas  de  autoahrmacin.  (Cfr.  Roig,  A.,  1981:  209-229).  En 
efecto, si se tiene en cuenta la controversia de Valladolid, de 1550, 
entre  Gins  de  Seplveda  y  Bartolom  de  las  Casas,  acerca  de 
la  condicin  humana  de  los  habitantes  originarios  de  Amrica, 
se  puede  apreciar  que  ambos  organizan  su  discurso  sin  poner 
en  cuestin  los  trminos  de  la  relacin  dominador/dominado. 
Sin  embargo,  sus  discursos  son  contrapuestos.  El  primero  es 
abiertamente violento, en la medida que justihca el sometimiento 
por la fuerza como medio para la evangelizacin. El segundo, en 
cambio, basado en la idea de que todos los hombres pertenecen 
al  mismo  linaje  humano,  abre  la  posibilidad  de  reconocer  al 
otro en su diversidad y de escuchar su discurso, aunque siempre 
dentro de una relacin asimtrica. Con esta forma paternalista de 
reconocimiento heterorreconocimiento se inicia la historia del 
Humanismo en Amrica, que tendr, a travs del tiempo, diversas 
expresiones, manifestando diversos grados de legitimidad.
Por  nuestra  parte,  nos  preguntamos  si  es  posible  rehacer  una 
tradicin  humanista  que  permita  proseguir  la  obra  nunca 
acabada de realizacin humana; asegurar los logros alcanzados en 
la ahrmacin de la dignidad de los hombres y conquistar nuevas 
libertades y derechos en lo econmico, social, cultural y poltico, 
en  base  al  reconocimiento  mutuo.  En  busca  de  una  respuesta 
que, a nuestro entender, es necesario construir recuperando los 
momentos  relevantes  de  la  propia  tradicin  de  pensamiento, 
abordamos  la  produccin  de  Augusto  Salazar  Bondy,  con  el 
propsito  de  analizar,  en  la  obra  del  peruano,  el  modo  en  que 
se  plasman  los  caracteres  del  Humanismo  latinoamericano.  El 
hecho  de  que  Salazar  retome  en  su  argumentacin  la  hgura 
de  Bartolom  de  las  Casas  y  reformule  en  calve  de  una  radical 
historicidad  las  condiciones  del  Humanismo,  nos  permite 
apreciar diferentes momentos del humanismo latinoamericano y 
el proceso dialctico de su transformacin desde la negacin del 
otro,  pasando  por  formas  ilegtimas  de  heterorreconocimiento, 
LA  TEORA  DEL  DISCURSO  Y  LA  INVESTIGACIN  DE  LO  IDEOLGICO      185
hasta su superacin, no como subsuncin de lo otro en lo mismo, 
sino  como  ahrmacin de  la propia sujetividad o  forma  legtima 
de autorreconocimiento. 
Es posible sealar diversas inuexiones en la concepcin salazariana 
del Humanismo. Aun cuando no contamos con un conjunto de 
textos  espechcamente  dedicados  al  desarrollo  de  este  tema,  es 
factible  reconstruir  su  concepcin  del  Humanismo  a  travs  de 
textos dedicados a cuestiones prcticas, tales como la educacin 
y  la  fundamentacin  de  la  praxis  poltica.  En  primer  lugar, 
consideraremos  brevemente  algunos  escritos  sobre  estos  temas, 
a  hn  de  dar  cuenta  de  la  primera  formulacin  del  Humanismo 
salazariano. Nos detendremos luego en el anlisis de dos textos 
que  fueron  publicados  en  forma  pstuma,  nos  referimos  al 
dilogo  indiano  Bartolom  o  la  dominacin,  escrito  en  1973,  y  al 
texto inconcluso Antropologa de la dominacin, en los que aparece 
claramente  incorporada  la  problemtica  de  la  dominacin  al 
caracterizar  el  Humanismo.  En  estos  escritos  comprobamos 
cmo  Salazar  Bondy  atraviesa  y  asume  las  contradicciones 
del  Humanismo  del  siglo  XX,  y  hja  una  postura  dehnitiva  al 
introducir  la  consideracin  de  la  cultura  de  la  dominacin,  lo 
que proporciona originalidad a su concepcin del Humanismo.
Fovx.tio rii uoxvvi v vv.xis voiI+it. 
Primera formulacin del humanismo salazariano
La educacin es formacin del hombre. En esta frase Salazar recoge 
la  leccin  del  Humanismo  que  ha  sacado  a  la  luz  el  ser  libre 
del  hombre,  el  sentido  ascendente  de  su  existencia  y  su  valor 
excepcional  en  el  conjunto  de  la  vida  csmica  (Salazar  Bondy, 
A.,1965:55).  Se  trata  de  un  nuevo  Humanismo  que  asume  y 
supera los del pasado oriental, clsico, medieval, renacentista y 
moderno, cada uno de los cuales puede ser considerado como 
ncleo organizador de una tarea epocal y local, pero cuyo sentido 
es,  en  dehnitiva,  universal.  Con  apoyo  en  algunas  lecturas  de 
Teilhard de Chardin
2
 en quien Salazar reconoce iluminaciones 
2
   Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955), jesuita dedicado a la Paleontologa 
y a la Geologa, formul una sntesis de la evolucin entera del universo y del 
ARTURO  ANDRS  ROIG 186  
inapreciables sobre la esencia del hecho antropolgico, aunque 
ello no implica que suscriba en su totalidad la doctrina teilhardiana 
sobre la evolucin, Salazar sostiene que el hombre, a diferencia 
de  otros  seres  vivos,  no  dispone  de  la  fuerza  del  instinto,  ni  de 
garras, ni de veneno, ni de nada que lo salve inicialmente. Padece 
la ms radical orfandad de medios. El xito de la especie humana 
no  estuvo  asegurado  desde  el  comienzo;  sin  embargo,  una  vez 
superado,  el  hombre  no  es  trabado  por  ninguna  cadena,  no 
est hjado a ningn ser. El Humanismo que Salazar sostiene en 
sus  primeros  escritos  sobre  educacin  queda  sintetizado  en  el 
siguiente prrafo:
Puesto  que  el  hombre,  por  no  estar  determinado  desde 
el  principio  en  su  constitucin  ntica,  por  ser  lanzado  sin 
restriccin  a  la  vida,  por  ser  histrico  en  su  esencia,  ha 
de  seguir  ampliando  ms  y  ms  su  ser,  nuestra  idea  de  su 
destino y de su signihcacin csmica no puede fundarse en 
un concepto natural, es decir, moldeado segn los criterios 
aplicables al ser determinado, esttico del animal o la cosa. 
Ha de consistir, por el contrario, en una idea humanista, esto 
es, nutrida con su ser y adecuada a su ser, y por tanto capaz 
de  sustentar  la  imposibilidad  de  detenerlo,  paralizarlo  o 
limitarlo, salvo por la aniquilacin total. (Ibdem, 60).
Para  Salazar,  el  nuevo  Humanismo  no  puede  suscribir  los 
errores de algunas tesis humanistas del pasado. No puede negar 
el mundo, ni aceptar diferencias de naturaleza entre los hombres 
cuestiones en las que coincide con planteos theilardianos; pero 
tampoco puede concebir la historia como proceso cerrado ni negar 
el carcter dinmico de la naturaleza humana. El Humanismo se 
explica en relacin con el orden de los valores, que en la historia 
han ido objetivndose y nutriendo la vida humana en tanto es un 
hombre,  posibilitada  por  los  progresos  del  conocimiento  cienthco,  que  tiene 
como eje la redencin, abarcando lo natural y lo sobrenatural. Sus postulados 
principales son: a) el Universo se desenvuelve orgnicamente hasta formar las 
condiciones del surgimiento de la vida; b) la evolucin es entendida como un 
proceso  de  hominizacin  y  de  interiorizacin.  El  hombre  aparece  cuando  el 
universo, en el curso de su evolucin, se interioriza hasta dar lugar a la reuexin. 
Toda  la  evolucin  del  universo  es  una  marcha  hacia  Dios,  Centro  Universal 
de  unihcacin,  preexistente  y  trascendente.  Sus  principales  obras,  publicadas 
pstumamente son: Le Phnomne humain (1955), Lapparituion de lhomme (1956), 
Le groupe zoologique humain (1964).
LA  TEORA  DEL  DISCURSO  Y  LA  INVESTIGACIN  DE  LO  IDEOLGICO      187
orden compatible con la autoconstitucin del hombre, pero que 
no est supeditado a ningn principio suprahistrico ni depende 
del orden natural. 
En  un  escrito  de  1961,  Bases  para  un  Socialismo  Humanista 
Peruano  que  circul  como  documento  doctrinario  del 
Movimiento  Socialista  Peruano,  Salazar  sostiene  que  el 
Humanismo,  como  doctrina  y  como  actitud,  se  caracteriza  por 
la ahrmacin y defensa del hombre, de su dignidad y sus valores. 
Dice Salazar:
Una idea de hombre como ser meramente natural, es decir, 
conformado de una vez por todas y reductible a la legalidad 
mecnica,  o  una  idea  de  hombre  como  instancia  ajena  en 
su esencia a la realidad o provista de una garanta absoluta, 
hacen  ilusoria  e  innecesaria  la  actitud  humanista,  como 
hacen  ilusoria  e  innecesaria  toda  tica,  ya  que,  segn  los 
supuestos de esa idea, ningn cambio puede afectar al ser ya 
constituido del hombre, ni depende de la voluntad humana 
la preservacin y promocin de ese ser. Por el contrario, de 
la idea del hombre como historia y como libertad emergente 
en la naturaleza, con una posibilidad expansiva abierta en el 
futuro, pero tambin con una posibilidad real de decadencia 
y  anulacin,  se  sigue  el  imperativo  tico  de  la  defensa  y 
ahrmacin  del  ser  humano  que  dehne  al  humanismo. 
(Salazar Bondy, A., 1973: 171).
Por tanto, el Humanismo es antes que nada una praxis personal y 
colectiva, a travs de la cual se realiza la historia, cuyos elementos 
son: una condicin bsica, la mundanidad del hombre; un agente, 
los  hombres,  la  comunidad  humana;  una  efectuacin  prctica, 
la  operacin  activa  y  creadora  sobre  la  realidad;  una  hnalidad, 
la expansin del vivir y una serie abierta de realizaciones de ese 
vivir.  En  efecto,  si  bien  la  motivacin  inmediata  y  concreta  de 
la praxis es la satisfaccin de necesidades, ella no se agota en el 
circuito necesidad-satisfaccin. El vivir en plan humano implica 
la bsqueda de una existencia cada vez ms rica y ms amplia, no 
una  hjacin  o  un  equilibrio  terminal.  El  momento  positivo  de 
la  praxis  humana,  el  conjunto  de  operaciones  por  las  cuales  los 
hombres  transforman  la  naturaleza  y  hacen  surgir  una  realidad 
indita es el trabajo. Sus notas caractersticas son coextensivas con 
las del ser humano: se sustenta en una realidad fsica, se proyecta 
ms  all  del  crculo  de  la  naturaleza,  se  prolonga  y  se  expande 
gracias  a  la  capacidad  humana  de  generar  sistemas  sgnicos, 
ARTURO  ANDRS  ROIG 188  
implica  cooperacin  entre  los  individuos  por  cuanto  es  una 
actividad que se aprende, se conserva y se perfecciona en comn. 
Pero la praxis humana puede degenerar cuando queda reducida a 
la mera caza de satisfacciones, cuando la conciencia abierta cede 
paso a la conciencia estrecha, egosta e incapaz de universalizarse. 
Los  resultados  de  una  praxis  antihumana  son  la  prdida  de  la 
libertad,  la  ruptura  de  la  comunidad  y,  consecuentemente,  la 
divisin  de  los  hombres  en  dominadores  y  dominados.  Frente 
a  esto,  el  humanismo  genuino  implica  una  revalorizacin  del 
trabajo,  esto  es,  la  recuperacin  de  su  sentido  creador  y  libre, 
contra  todas  las  falsihcaciones  y  deformaciones  de  su  esencia 
humana  (Ibdem,  185).  Esto  implica  una  decisin  poltica,  en 
tanto  la  poltica  es  entendida  como  ordenacin  y  conduccin 
consciente de la praxis social en el sentido de la solidaridad y la 
cooperacin. 
Segn esta lnea de pensamiento, la causa de la inautenticidad de 
la praxis humana radica en un mecanismo econmico externo: el 
modo  de  produccin  capitalista,  basado  en  el  valor  de  cambio. 
Dicho  mecanismo  acta  sobre  los  hombres  conformando 
las  relaciones  humanas  en  base  al  modelo  del  intercambio  y 
provocando alineacin e inautenticidad. Las crticas al capitalismo, 
procedentes  de  diversas  posiciones  tericas,  coinciden  en 
sealar  que  ste  es  incapaz  de  autorregularse,  conduciendo 
inevitablemente  al  agotamiento  de  los  recursos  y  de  la  energa 
productiva.  Pero,  adems,  en  los  pases  subdesarrollados  y 
dependientes,  como  el  Per,  el  capitalismo  no  es  un  producto 
del proceso interno de la vida econmica y social sino un sistema 
impuesto  desde  fuera.  Se  trata  dice  Salazar  de  un  sistema 
injertado  en  la  existencia  nacional  obedeciendo  a  los  intereses 
y  motivaciones  de  fuerzas  extraas  ()  [y]  se  revela  como  un 
sistema  doblemente  pernicioso  e  infecundo.  Lleva  consigo 
los  vicios  del  sistema  originario  sin  poseer  empero  la  ehcacia 
realizadora del capitalismo originario (Salazar Bondy, A., 1972b: 
155-158).  Sin  embargo,  conforme  al  principio  de  realizacin 
humana, que funciona como idea reguladora del obrar, es posible 
revertir esa situacin histrica:
La  reivindicacin  solidaria  del  valor  humano,  del  valor 
comunitario  y  del  valor  nacional,  y  la  eliminacin 
consecuente  de  todos  los  obstculos  que  se  oponen  a  la 
expansin  de  la  vida  social  (...)  es  tarea  que  slo  pueden 
emprender  quienes,  viviendo  dolorosamente  su  ausencia, 
LA  TEORA  DEL  DISCURSO  Y  LA  INVESTIGACIN  DE  LO  IDEOLGICO      189
son  capaces  de  comprender  la  cabal  signihcacin  de  esos 
valores;  quienes  sufren  del  despojo,  se  rebelan  contra  la 
injusticia de un orden que impide una existencia creadora y 
aspiran a cancelar en s mismos la prdida de la humanidad, 
o  sea  a  realizar  la  humanidad  perdida  y  aorada  (Salazar 
Bondy, A., 1972-a: 206) 
Queda  esbozado  as  el  sentido  emergente  del  humanismo 
salazariano,  que  alcanzar  mayor  desarrollo  en  los  ltimos 
escritos del peruano.
Hix.isxo ixivci+i v .+vovoiocI. ri i. 
roxi.tio
Bartolom  o  de  la  Dominacin  texto  publicado  por  primera  vez 
en  la  Argentina,  en  1974,  pocos  meses  despus  de  la  muerte 
del  autor,  acaecida  el  6  de  febrero  de  1974  constituye  un 
ejercicio  ideolgico  en  forma  de  dilogo  indiano,  precedido 
por  la  siguiente  aclaracin  del  autor:  Me  extraara  que  toda 
semejanza con ideas, textos, situaciones o personas de la vida real 
fuese pura coincidencia (Salazar Bondy, A., 1995: 192).
El dilogo est ambientado en algn lugar de la Amrica Espaola, 
en una fecha anterior a 1566 fecha de la muerte de Bartolom 
de las Casas. Los personajes que intervienen son: 
Bartolom,  alude  a  Bartolom  de  Las  Casas,  es  el  personaje 
a  travs  del  cual  el  autor  conduce  la  argumentacin  y  expresa 
preferentemente sus propias opiniones.
Don  Diego,  Gobernador  y  Repartidor  Real  de  los  indios, 
representa la voz del conquistador espaol.
Hatuey,  cacique  de  Guahab,  que  cuando  acepte  ser  bautizado 
llevar el nombre de Ernesto, nombre que signihca combatiente 
decidido, en alusin a Ernesto Che Guevara.
Micaela, mujer de la aldea Guahab.
Gins, alude a Gins de Seplveda, es la hgura del intelectual que 
enfrenta,  apoyndose  en  los  mejores  autores,  los  argumentos 
de Bartolom y de Hatuey. Tambin se opone a Frans.
Frans, caracterizado como hombre de frica y Amrica, es una 
referencia  directa  al  autor  de  Los  condenados  de  la  Tierra,  Frantz 
Fanon (Cfr. Fanon, F., 1972)
ARTURO  ANDRS  ROIG 190  
El texto se abre con un dilogo que transcurre en la ohcina del 
Gobernador, en que intervienen Bartolom, Don Diego y Hatuey. 
El  fraile  se  ha  presentado  ante  el  Gobernador  en  compaa 
de  Hatuey  con  el  propsito  de  establecer  una  tregua,  a  hn  de 
predicar  el  Evangelio  en  la  aldea  Guahab.  El  intento  resulta 
infructuoso.  Bartolom  se  manihesta  solidario  con  la  lucha 
emprendida por los indios y, apoyndose en la Sagrada Escritura, 
reprocha a Don Diego diciendo que es mancillada la ofrenda del 
que hace sacrihcios de lo injusto. Hatuey, por su parte, expresa 
que no puede comprender a los cristianos, pues sostienen que su 
religin y su ley son de amor y justicia, pero hay siempre crueldad 
y avaricia en sus actos.
En  la  primera  parte  del  dilogo,  Salazar  reproduce  en  parte 
el  Humanismo  cristiano  y,  en  parte  actualiza  su  contenido 
introduciendo la problemtica de la alienacin, la dependencia 
y la dominacin. 
Bartolom.  ...  Las  almas  humanas  son  brotes  difciles  que 
languidecen en el cautiverio. Esta gente era antes bella, libre, 
duea  de  s.  Su  ser  est  ahora  disminuido,  su  conciencia 
alienada; deambulan como extraos en un mundo que antes 
comprendan  y  que  ahora  est  para  ellos  lleno  de  signos 
indescifrables (Salazar Bondy, A., 1995a: 193). 
Si bien el Humanismo, en general, consiste en una ahrmacin de 
la dignidad del hombre; ha de reconocerse que tal ahrmacin fue 
realizada de muy diversas maneras por distintos pensadores y en 
diferentes pocas. As, en el Discurso sobre la dignidad del hombre 
para tomar un ejemplo del Renacimiento, Pico della Mirndola 
ahrma que lo propio del hombre es la libertad, entendida como 
la posibilidad que tienen los seres humanos de decidir sobre lo 
que  quieren  ser,  pudiendo  elevar  su  condicin  hasta  semejarse 
a  las  criaturas  superiores,  como  los  ngeles,  o  degradarse  hasta 
parecerse a las bestias. El cultivo de la Filosofa Natural, la tica y 
la Teologa posibilitan la interpretacin de los signos del mundo 
propiamente  humano.  Por  otra  parte,  una  caracterstica  del 
Humanismo  cristiano,  como  el  que  se  puede  apreciar  en  los 
textos  de  Bartolom  de  Las  Casas,  consiste  en  hacer  depender 
la  dignidad  del  hombre  en  el  hecho  de  haber  sido  creado  a 
semejanza de Dios. En uno y otro caso se trata de dehnir aquello 
en que consiste la esencia humana.
LA  TEORA  DEL  DISCURSO  Y  LA  INVESTIGACIN  DE  LO  IDEOLGICO      191
Ahora bien, en el texto de Salazar que hemos trascripto ms arriba 
se  introduce  un  elemento  diferente:  se  seala  que  en  ciertas 
situaciones, como el cautiverio, la naturaleza humana languidece 
y los hombres no alcanzan a comprender cabalmente su mundo 
ni a s mismos. Condiciones histricas generadas por los mismos 
seres  humanos  impiden  a  algunos  hombres  autorreconocerse 
como tales; el mundo se vuelve extrao y ellos mismos estn fuera 
de  s.  El  alienado  pierde  la  conciencia  de  s  y  el  sentido  de  sus 
actos.  El  mundo  se  llena  de  signos  que  no  puede  comprender. 
Cul  es  el  sentido  de  sus  esfuerzos  y  de  sus  padecimientos?  El 
hambre,  el  dolor,  incluso  la  muerte  pueden  ser  aceptados  si  es 
posible comprenderlos y darles un sentido. 
Lo  trgico  dice  Salazar  a  travs  del  personaje  Bartolom 
es  padecer  todo  eso  con  prdida  de  s  mismo;  no  lograr 
reconocerse como persona, no poder decidir su destino. (...) 
Para los hombres, en la existencia genuina hay algo ms que 
llanamente vivir o morir: pueden perder su identidad, lo que 
ellos tienen de ms propio, alienndose de s mismos; pueden 
ser  despojados  de  su  capacidad  de  decidir  libremente  (...), 
pueden  ser  degradados  a  seres  inertes.  (...)  El  alienado  se 
pierde en una accin sin libertad ni sentido, como la mula 
que gira en la noria (Ibdem, 195-196). 
El  estado  de  alienacin  implica  que  las  decisiones  acerca  de  la 
vida  de  un  sujeto  dependen  de  otro,  o  bien,  que  su  voluntad 
est  dominada  por  la  voluntad  de  otro.  Pero,  es  necesario 
distinguir cuidadosamente entre ambos conceptos, dependencia 
y dominacin, pues el primero no presenta necesariamente una 
connotacin  negativa,  como  es  el  caso  del  nio  respecto  del 
adulto  que  lo  cuida  o  del  ciego  respecto  del  lazarillo.  Mientras 
que dominar implica oprimir, explotar, menospreciar a un hombre 
(Ibdem, 198).
En  el  hombre  histrico  hay  el  polo  de  la  negacin  y  el 
de  la  ahrmacin,  el  de  ser  menos  y  el  de  ser  ms,  el  de  la 
autenticidad y el del malogro. (...) La esclavitud es un modo 
de ser hombre, justamente el modo defectivo de serlo en la 
relacin con un amo, o mejor dicho, dentro de la estructura seoro-
esclavitud.  En  eso  la  dominacin  de  unos  hombres  sobre 
otros, al degradar al ser, muestra su sustancia destructora, su 
maldad esencial. (Ibdem, 197).
ARTURO  ANDRS  ROIG 192  
La  dominacin  afecta  la  relacin  entre  los  hombres  de  muchas 
maneras.  Existe  dominacin  entre  clases  sociales,  entre  los 
sexos,  entre  los  pueblos,  entre  quienes  tienen  acceso  al  saber 
y  quienes  no  lo  tienen.  En  el  texto,  el  inters  est  centrado 
especialmente en la dominacin entre pueblos, cuyo resultado es 
el fraccionamiento de la humanidad en grupos opuestos, de un 
lado los oprimidos, los pueblos en cautiverio, las clases dominadas; 
del otro los opresores, los pueblos colonialistas e imperiales, las 
clases dominantes y explotadoras. La dominacin de una nacin 
sobre otra, y la consiguiente prdida de identidad, se superpone 
a la que se ejerce en el interior de la nacin dominada entre una 
clase social y otra. Las naciones oprimidas pierden la posibilidad 
de  ser  ellas  mismas,  son  privadas  de  vigor  creador  y  de  alegra 
de  vivir.  Y  noten  que  en  las  naciones  oprimidas  el  siervo  sufre 
doble la dominacin del amo y del extranjero invasor (Ibdem, 
203). La  presencia del  personaje  femenino,  Micaela,  es  ocasin 
para  retomar  la  discusin  acerca  de  otra  forma  de  dominacin 
que  resulta  potenciada  con  las  anteriores,  la  del  varn  sobre  la 
mujer: La libertad de la mujer india se halla an por construir. 
Pero ciertamente no sern los varones los que la construyan, ni 
puede ser un don que se ofrece a la mujer, as como la libertad 
del pueblo indio no le ser dada por nadie, sino que tiene que 
conquistarla l mismo (Ibdem, 213). 
En efecto, la posibilidad de emerger, sacar a la luz y cancelar la 
situacin  de  dominacin  consiste  en  una  toma  de  conciencia 
por  parte  del  dominado,  no  slo  del  lugar  que  l  ocupa  en  la 
estructura de dominacin, sino de la estructura misma en cuanto 
sistema que obstruye la realizacin de los valores de la vida y de 
la  potencialidad  creadora  de  nuevos  signihcados  que  llenen  de 
sentidos el mundo. El planteo salazariano puede ser cabalmente 
comprendido en el marco de la oposicin sealada por Arturo 
Roig entre tica del poder y moral de la emergencia. Oposicin 
cuyo  primer  trmino  hace  referencia  al  conjunto  de  saberes  e 
instituciones  que  legitiman  las  relaciones  de  poder  vigentes; 
mientras  que  el  segundo  consiste  en  una  forma  de  ejercicio 
utpico,  que  introduce  el  disenso,  la  protesta,  la  crtica  de  las 
totalidades opresivas.
En la segunda parte del texto, dos personajes se unen al dilogo: 
Gins  y  Frans.  El  primero  con  el  propsito  de  enfrentarse  a 
Bartolom  y  refutar  sus  argumentos;  el  segundo,  en  cambio,  se 
LA  TEORA  DEL  DISCURSO  Y  LA  INVESTIGACIN  DE  LO  IDEOLGICO      193
apresta  a  luchar  para  cancelar  desde  sus  races  la  dominacin 
y  se  propone  desenmascarar  dehnitivamente  a  quienes  como 
Gins justihcan la esclavitud con razones espurias. A travs de las 
expresiones de los tres personajes se ponen en juego diferentes 
comprensiones del Humanismo.
Gins  representa  un  Humanismo  clasicista,  conservador  y 
libresco,  basado  en  la  autoridad  de  los  hlsofos  griegos  y  en  la 
doctrina  eclesistica.  Recordemos  que  a  Gins  de  Seplveda  se 
lo  considera  como  un  humanista  por  su  conocimiento  de  los 
clsicos  y  por  haber  traducido  a  Aristteles.  Salazar  parafrasea 
el  texto  del  Demcratas  alter,  donde,  mediante  la  apelacin  a  la 
autoridad  de  Aristteles  y  Santo  Toms,  Gins  sostiene  que  es 
posible  librar  guerras  justas  contra  los  indios  y  someterlos  en 
virtud de los pecados cometidos por stos, sus prcticas viciosas 
y  su  idolatra;  con  riguroso  silogismo  intenta  demostrar  que 
estn naturalmente destinados a la servidumbre por su rudeza e 
inferioridad (Cfr. Gins de Seplveda, 1996)
3
. 
Por otra parte, utilizando prrafos de los Tratados de Bartolom, 
Salazar  expresa  una  perspectiva  diferente  del  Humanismo 
cristiano clsico, que con base en las Escrituras, rebate la tesis de 
la inferioridad natural de ciertos hombres.
Contra  esa  tesis  declaro  aqu,  y  lo  declarar  pblicamente 
por doquier, como doctrina sana y cristiansima, que todas las 
naciones del mundo son hombres y el linaje de los hombres 
es  uno.  Todos  son  semejantes  en  su  corazn  y  naturaleza. 
Todos  los  hombres  del  mundo  tienen  entendimiento  y 
voluntad; por lo tanto son capaces de libre arbitrio y pueden 
ser adoctrinados y llevados al buen orden por la persuacin y 
el amor. En cambio la guerra y la violencia y toda otra forma 
de imposicin pierden al hombre y destruyen la hermandad 
3
    El  texto  de  Gins  de  Seplveda,  Demcrates  alter,  est  escrito  como  dilogo 
entre  dos  personajes,  Demcrates  y  Leopoldo,  que  conversan  en  el  palacio 
del  prncipe  heredero  Felipe,  en  Valladolid,  acerca  de  si  han  sido  legtimas 
las  guerras  entre  Corts,  gobernador  de  Mxico,  y  sus  rivales,  los  indios. 
Seplveda  desarrolla  sus  tesis  a  travs  del  personaje  de  Demcrates.  Mantiene 
que  la  guerra  contra  los  indios  es  lcita  e  incluso  recomendable  basndose  en 
cuatro  argumentos:  1)  los  indios  son  idlatras  y  brbaros;  2)  son  esclavos  por 
naturaleza; 3) su previa sumisin facilita la predicacin de los misioneros; 4) es 
menester liberar a los inocentes que hacen morir ofrecindolos como sacrihcio 
a sus dioses. 
ARTURO  ANDRS  ROIG 194  
de  los  humanos  (Ibdem,  221  -  222;  Cfr.  Bartolom  de  las 
Casas, 1965-b: 1249 y ss)
Frente a ambas posiciones se esboza una tercera comprensin del 
Humanismo expresada a travs de Frans, personaje que habla con 
la voz de los desposedos del Tercer Mundo trayendo a colacin 
el pensamiento de Jos Mart: 
[E]n  medio  de  la  corrupcin  de  la  sociedad  que  ustedes 
han fundado, representa una nueva decencia, el decoro del 
hombre. Porque en el mundo debe haber cierta cantidad de 
decoro, como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay 
muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen el 
decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con 
fuerza terrible contra los que roban a los pueblos su libertad, 
que  es  robarles  a  los  hombres  su  decoro.  En  esos  hombres 
van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad 
humana (...) As habl un Apstol de estas tierras, y contra su 
palabra nada pueden ni podrn los telogos de la esclavitud 
(Ibdem, 220; Cfr. Mart, J., 1976: 305)
4
La negacin y la ahrmacin del ser humano son hechos sociales 
que  ocurren  como  consecuencia  del  enfrentamiento  de  los 
hombres  a  lo  largo  del  tiempo  expresa  Salazar  a  travs  de 
Bartolom  (Ibdem,  222).  Precisamente,  la  introduccin  de  la 
historicidad,  como  base  de  la  comprensin  del  hombre  y  de  lo 
humano, pone de manihesto la diferencia entre aquellas formas 
de  humanismo  que  sostienen  una  concepcin  esencialista  del 
hombre,  ya  sea  que  admita  grados  superiores  e  inferiores  en 
la  naturaleza  humana,  o  que  dehenda  la  igualdad  sustantiva 
de  los  hombres;  y  aquel  otro  humanismo  que  reconoce  que 
las  diferentes  formas  de  comprender  al  hombre  se  encuentran 
moldeadas  por  condiciones  histricas  cambiantes  y,  por  tanto, 
concibe  la  posibilidad  de  transformacin  de  las  condiciones 
presentes  en  procura  de  una  realizacin  ms  plena  de  las 
disposiciones humanas. En esta lnea se inscriben el Humanismo 
de pensadores latinoamericanos decimonnicos como Jos Mart 
y Eugenio Mara de Hostos. 
4
    Salazar  reproduce  textualmente  un  pasaje  del  texto  de  Jos  Mart,  Tres 
Hroes,  incluido  en  La  Edad  de  Oro,  donde  el  cubano  recuerda  las  hguras  de 
Bolvar, Hidalgo y San Martn. 
LA  TEORA  DEL  DISCURSO  Y  LA  INVESTIGACIN  DE  LO  IDEOLGICO      195
En  el  dilogo  entre  Bartolom  y  Frans,  en  que  tambin 
interviene Hatuey, se avanza hacia la formulacin de un nuevo 
humanismo  que  constituye  una  superacin  dialctica  de  la 
dominacin  y  del  humanismo  paternalista.  Frans  seala  a 
Bartolom  que,  si  bien  su  doctrina  permite  desenmascarar  la 
injusticia de la guerra, falla en dos puntos esenciales: el primero 
es no poner en cuestin la sobrana de los Reyes de Espaa sobre 
territorios  que  pertenecen  a  otros  pueblos,  de  modo  que  la 
difusin  la  fe  cristinana  signihca  legitimar  por  la  religin  (...) 
el poder de un monarca extranjero y aceptar la imposicin de 
conceptos y valores de una ideologa que los pueblos invadidos 
no  entienden  (Ibdem,  224).  El  segundo  error  consiste  en 
creer  que  mediante  la  difusin  de  la  doctrina  cristiana,  los 
indios lograran superar sus defectos, civilizarse y aproximarse al 
modelo europeo de humanidad; pero tal posicin es humanista 
slo en apariencia o, en el mejor de los casos, imperfectamente 
(Ibdem, 224), ya que no deja de percibir al otro como brbaro. 
Se  trata  de  una  visin  unilateral  que  violenta  la  naturaleza  de 
los hombres, pues no basta con ahrmar, como efectivamente lo 
hace Bartolom de las Casas, que todas las naciones del mundo 
son hombres; sino que es necesario completar la verdad de tan 
bella  frmula:  todos  los  pueblos  del  mundo,  con  sus  propias 
maneras de ser, son hombres, y el hombre es todas esas maneras 
de ser (Ibdem, 226).
La  perspectiva  de  anlisis  salazariano  se  apoya  en  un  ejercicio 
dialctico  que  aspira  a  la  superacin  de  los  opuestos  mediante 
la  emergencia  de  una  sntesis  nueva,  radicalmente  diferente 
de  los  momentos  anteriores,  pero  superadora  de  estos.  Por 
el  contrario,  lo  que  l  caracteriza  como  dialctica  de  la 
dominacin  es  el  proceso  de  las  contradicciones  que  surgen 
en  el  seno  de  colectividades  humanas,  en  las  agrupaciones  de 
individuos  o  de  pueblos.  Este  proceso,  en  todos  los  casos,  est 
determinado por la lucha que se establece entre los dominados 
y  los  dominadores  (Ibdem,  226-227).  Esta  teora  enfrenta  al 
hombre  contra  el  hombre,  como  si  la  lucha  fuera  su  estado 
natural.  No  busca  una  autntica  superacin  de  los  contrarios, 
sino que se conforma con introducir variaciones en el ejercicio 
del poder. Salazar propone, en cambio una autntica superacin 
dialctica, es decir, la cancelacin histrica de las relaciones de 
dominacin. 
ARTURO  ANDRS  ROIG 196  
El  primer  momento  en  la  dialctica  de  la  dominacin  consiste 
en  la  agresin  del  dominador,  que  instala  por  la  fuerza  una 
relacin estructural cuyos elementos esenciales son, de un lado, 
un foco de poder que permite la acumulacin de bienes (...); y, 
de otro lado, un margen en que se acumula la escasez y la pena 
del trabajo. El dominador postula esa estructura como natural, 
dehende ese sistema como expresin y garanta del orden social 
(...),  en  estas  condiciones,  ambos,  dominado  y  dominador,  se 
alienan y malogran su humanidad (Ibdem, 227-228). 
El segundo momento de la dialctica de la dominacin acontece 
cuando,  frustrado  en  su  ser,  insatisfecho  y  dolido,  el  dominado 
quiere  cancelar  la  dominacin  y  arrojar  al  dominador  de  la 
posicin  que  detenta.  Este  no  profundo  del  dominado  emerge 
como factor dinmico de la historia. Aun cuando esa emergencia 
social  es  sofocada,  obliga  al  dominador  a  hacer  concesiones 
tendientes a conseguir la integracin del dominado, postulando 
una  igualdad  formal,  legitimada  mediante  apelaciones  a 
instrumentos  como  las  ideologas,  las  religiones,  el  arte,  el 
lenguaje, a travs de los que se expresan las formas paternalistas 
y/o ambiguas del Humanismo (Cfr. Ibdem, 229).
El momento de la superacin tercer momento de la dialctica 
de  la  dominacin  presenta  dos  alternativas.  Por  una  parte, 
la  integracin  del  dominado,  por  va  de  la  resignacin,  en  la 
estructura  de  la  dominacin.  Pero  esta  no  es  una  autntica 
superacin  porque  la  integracin  tambin  fracasa  como 
proyecto  de  convivencia,  genera  una  vez  ms  alienacin  y 
deshumanizacin. No se trata de una convergencia multilateral 
de  la  que  podra  surgir  una  nueva  estructura  social,  igualitaria 
y  unihcadora,  sino  la  inclusin  forzada  del  dominado  en  un 
mundo organizado alrededor del dominador y que este maneja 
en  su  provecho  (Ibdem,  232).  Se  gesta,  entonces,  la  segunda 
alternativa, autnticamente superadora:
La bancarrota de la integracin dice Salazar provoca en el 
dominado un nuevo movimiento de negacin (...) el rechazo 
del orden establecido es esta vez tan profundo que afecta la 
estructura misma de la dominacin. 
(...) Es preciso tener siempre presente hacia dnde apunta 
la  dialctica,  recordar  que  su  meta  histrica  es  siempre  la 
libertad  realizada.  El  tercer  momento,  cuando  se  logra 
superar  la  alienacin  y  su  negacin,  es  la  cabal  supresin 
LA  TEORA  DEL  DISCURSO  Y  LA  INVESTIGACIN  DE  LO  IDEOLGICO      197
de  la  dominacin  y  del  dominador,  de  la  estructura  misma 
dominador-dominado, en cualquiera de sus formas, o sea, la 
liberacin cabal (Ibdem, 235).
En  sntesis,  el  Humanismo  maduro  de  Augusto  Salazar  Bondy 
es  resultado  de  una  construccin  terica  realizada  sobre  el  eje 
de  la  historicidad  de  todo  lo  humano.  Ello  permite  superar  las 
limitaciones  de  otras  formas  de  concebir  al  Humanismo,  tales 
como  las  de  aqul  que  se  agota  en  los  aspectos  puramente 
formales relativos al conocimiento y anlisis de los textos clsicos 
representado en  el dilogo salazariano  a  travs  de  la hgura  de 
Gins; o bien el Humanismo paternalista, que intenta integrar 
al otro de acuerdo con un modelo ya establecido de humanidad, 
sin atender a las diversas formas de manifestacin de los hombres 
representado en la primera parte del dilogo por Bartolom; 
o  bien  el  Humanismo  esencialista  y  abstracto  que  desconoce  la 
novedad  del  otro,  cultural  e  histricamente  diverso,  al  olvidar 
la  tensin  que  introducen  la  contingencia  y  la  posibilidad 
como  apertura  a  la  novedad  histrica.  Podemos  ahrmar  que 
frente  a  estas  formas  de  comprensin  de  lo  humano,  Salazar 
propone  por  medio  del  dilogo  entre  Frans  y  Bartolom  un 
Humanismo  emergente  y  crtico,  en  la  medida  que  seala  las 
contradicciones entre las que se juega una dialctica histrica, en 
que la contradiccin abre una posibilidad radicalmente diferente 
de comprensin y aceptacin del otro diferente y de la novedad 
histrica. Ello comporta la redehnicin de todas las relaciones 
individuales,  sociales  y  nacionales  y  de  todos  los  principios  y 
normas de accin, de tal modo que ninguna sujecin del hombre 
por el hombre pueda subsistir a la antigua dominacin (Ibdem, 
63). Tal sntesis es anticipada como ideal que, puesto como a priori 
prctico, es orientador de la praxis humana. Sin embargo, siendo 
esta  una  praxis  histrica,  su  anlisis  fenomenolgico  muestra  el 
proceso dialctico en que los hombres pueden levantarse y caer, 
mudar  de  condicin  y  ser  varios  en  la  vida.  De  ah  que,  antes 
que  una  Filosofa  de  la  Liberacin  es  necesario  elaborar  una 
Antropologa  de  la  Dominacin,  que  provea  las  herramientas 
tericas para comprender la situacin real de nuestra condicin 
humana y que ilumine las vas alternativas de superacin. 
Antropologa de la dominacin, es precisamente el ttulo del ltimo 
trabajo, inconcluso, de Salazar. En ella se propone llevar adelante 
un  replanteo  de  la  Antropologa  hloshca  desde  la  perspectiva 
ARTURO  ANDRS  ROIG 198  
de  la  dominacin.  En  efecto,  en  la  primera  parte  de  esta  obra 
prevea  el  abordaje  de  los  grandes  momentos  de  la  reuexin 
antropolgica sobre la dominacin. Aunque slo contamos con 
un esquema y algunas notas sobre lo que hubiera sido su desarrollo, 
es  dable  colegir  que  se  trata  de  una  revisin  histrica  de  dicha 
reuexin, desde el pensamiento oriental hasta el existencialismo 
sartriano,  incluyendo  la  reuexin  en  el  Tercer  Mundo:  Fanon, 
Black Power, Che Guevara (Salazar Bondy, A., 1995b: 286). En 
una de las notas el autor seala que el primer anlisis hloshco 
donde  se  pone  de  relieve  la  importancia  de  la  relacin  de 
dominacin  para  la  concepcin  del  hombre,  se  encuentra  en 
Marx, particularmente, en los escritos de juventud y en el anlisis 
del valor. La segunda parte del libro proyectado es la que cuenta 
con  un  desarrollo  ms  completo;  se  titula  Fenomenologa  y 
lgica  de  la  relacin  de  dominacin  y  otras  relaciones  ahnes. 
El anlisis fenomenolgico, descriptivo de la dominacin revela 
que es un fenmeno bsicamente humano; es decir, se trata de 
una  relacin  negativa  entre  dos  entidades  humanas,  en  la  que 
quedan  compro metidos  lazos  psicolgicos,  sociales  y  culturales, 
los  cuales  pueden  adoptar  diversas  formas:  desde  extremos 
tales  como  la  opresin  violenta,  hasta  el  enmascaramiento  y/o 
aceptacin  pasiva  de  la  dominacin.  Tales  formas  pueden  ser 
abarcadas en una tipologa de la cual se presenta un bosquejo 
en lo que hubiera sido el tercer captulo de la obra. En cuanto 
al  anlisis  lgico  de  la  estructura  de  la  dominacin,  el  autor 
establece que se trata de un modelo real aunque abstracto de la 
relacin en la que A domina a B cuando: a) las acciones, estados 
y decisiones que benehcian o perjudican a B dependen de A en 
grado signihcativo y no a la inversa; b) se da una conexin que 
implica  cierta  permanencia;  c)  resulta  satisfactoria  para  A  ms 
que para B, aunque en ciertos casos B la acepta y la sostiene; d) 
acrecienta el poder de A sobre B y sobre la realidad en general, 
resultando  favorable  a  la  ahrmacin  del  primero  en  perjuicio 
del segundo; e) tiene efecto alienante respecto de B, pues se le 
imponen  pautas  existenciales  ajenas  o  contrarias  a  su  principio 
de  constitucin  interna;  f)  no  es  necesariamente  destructora 
de  B;  g)  aunque  implica  sujetos  con  conciencia  y  voluntad,  no 
exige que estos operen con plena conciencia de las condiciones 
y  resultados  de  la  dominacin,  ni  mediante  actos  cabalmente 
voluntarios. En sntesis, la relacin de dominacin es asimtrica, 
transitiva  e  irreuexiva.  Tambin  puede  considerrsela  en  su 
LA  TEORA  DEL  DISCURSO  Y  LA  INVESTIGACIN  DE  LO  IDEOLGICO      199
dinamismo,  introduciendo  un  factor  diacrnico,  que  permite 
apreciar variaciones en ms o en menos, sin que ello signihque 
que  la  dominacin  desaparece  con  los  cambios.  Correlativos 
de  domina cin  son,  por  una  parte,  el  concepto  de  aliena-
cin, entendida como disminucin o prdida del ser o merma 
de  la  capacidad  para  alcanzar  su  plenitud,  y  por  otra  parte,  el 
concepto  de  liberacin,  considerada  como  relacin  contraria 
a la dominacin, que favorece el surgimiento o acrecentamiento 
de la libertad, es decir, de la capacidad de actuar sin compulsin 
externa ni interna segn el propio principio constitutivo. 
En  el  cuarto  captulo,  Salazar  retoma  y  completa  el  desarrollo 
de  la  dialctica  de  la  dominacin.  En  este  texto  la  denomina 
dialctica  de  la  dominacin  y  la  liberacin  y  la  estructura  en 
cuatro  momentos:  1)  dominacin  incontestada,  2)  dominacin 
cuestionada,  3)  dominacin  combatida  y  4)  dominacin 
comprendida  en  su  signihcacin  estructural.  A  cada  uno 
corresponden diferentes actitudes por parte del dominador y del 
dominado. As, en el primer momento la actitud del dominador 
es  de  cosihcacin  y  explotacin  respecto  del  dominado, 
mientras  que  ste  mantiene  una  actitud  de  aceptacin  y 
descontento, impera, entonces, una conciencia autoritaria. En 
el segundo momento, el dominador procede a la mistihcacin 
de  la  relacin  e  integracin  del  dominado,  y  ste  responde 
mediante  actitudes  de  integracin  e  identihcacin,  prevalece 
una  conciencia  liberal,  pero  tal  identihcacin  no  constituye 
una superacin de la relacin de dominacin, al contrario, ella 
se mantiene favorecida por la alienacin. En el tercer momento 
se produce la ruptura, correspondiendo al dominado la actitud 
de  rebelin  y  al  dominador  la  de  defensa,  sin  embargo, 
tampoco en este momento de mxima tensin queda cancelada 
la  dominacin,  impera  aqu  una  conciencia  revanchista  que 
no excluye la posibilidad de una dominacin inversa; slo en el 
cuarto momento surge la posibilidad de comprender, mediante 
actitudes  de  liberacin  y  dilogo  por  parte  de  ambos,  el 
signihcado  estructural  de  la  dominacin  y  la  posibilidad  de  su 
superacin.  Se  reclama  el  reconocimiento  de  cada  individuo  y 
de  cada  grupo  en  su  humanidad,  la  promocin  de  sus  propias 
peculiaridades, contra toda suerte de sofocacin y opresin. (...) 
Impera  en  esta  fase,  que  es  la  de  la  liberacin,  una  conciencia 
libertaria humanista. (Ibdem, 310).
ARTURO  ANDRS  ROIG 200  
La alienacin hubiera sido el tema del quinto captulo, del cual 
slo  contamos  con  el  ttulo:  Alienacin  y  dominacin.  Races 
histricas  de  la  alienacin.  Algunos  apuntes  nos  permiten 
formarnos  una  idea  del  tema  previsto  para  el  sexto  y  ltimo 
captulo de la Antropologa de la dominacin, cuyo ttulo es Horizonte 
histrico  de  la  nueva  antropologa  hloshca,  una  antropologa 
dualista. Se trata, por una parte, de una antropologa concreta 
por cuanto parte de los datos de la realidad, tomando en cuenta 
los aportes de la biologa, la psicologa, la sociologa y la historia. 
Por  otra  parte,  el  horizonte  histrico  al  que  hace  referencia 
el  ttulo  es  el  del  hombre  contemporneo  (1968),  sea  como 
individuo  o  como  grupo,  en  la  perspectiva  de  las  sociedades 
lderes y en la del subdesarrollo. Menos claro resulta interpretar 
el sentido del dualismo antropolgico al que tambin se alude en 
el  ttulo.  Si  se  considera  que  la  problemtica  abordada  no  es  la 
idea abstracta de hombre, sino la relacin de dominacin que 
se da entre los hombres concretos, ya como individuos, ya como 
grupos sociales o como pueblos, a travs de la historia; entonces, 
podemos interpretar que el dualismo est referido a la oposicin 
de  los  hombres  en  la  relacin  de  dominacin:  hombre-mujer, 
padre-hijo,  maestro-alumno,  amo  y  esclavo,  acreedor  y  deudor, 
mdico y enfermo, jefe y subordinado. Dominador y dominado. 
(Ibdem, 313).
Una  lectura  de  esta  obra  inconclusa  y  pstuma  de  Salazar 
a  la  luz  de  sus  escritos  anteriores  sobre  la  problemtica  del 
Humanismo, permite desbrozar el sentido de una Antropologa 
de la Dominacin. No se trata, aqu, de pensar al hombre en una 
situacin  de  dominacin,  como  si  se  tratara  de  dos  entidades 
que  slo  a  posteriori  se  conectan  entre  s.  Sino  de  pensar  desde 
la  relacin  misma  de  dominacin  la  compleja  problemtica  de 
la constitucin humana, la antropognesis, sus formas defectivas 
y  alienadas  y  las  posibilidades  de  superarlas  en  vistas  de  una 
realizacin ms plena de la humanidad que habita en cada uno. 
En el dilogo Bartolom o la dominacin, Salazar plantea, a travs 
del  personaje  principal,  las  siguientes  preguntas,  por  dems 
sugerentes,  que  dejan  planteados  problemas  que  en  nuestros 
das exigen una revisin del Humanismo en clave intercultural:
Acaso  no  podemos  comunicarnos  todos  y  ponernos  en 
razn y hacer pactos si queremos? No se juntan los hombres 
y mujeres de un pueblo con los de otro, y tienen hijos y los 
aman  por  igual?  Juntos  no  se  alegran,  sufren,  se  salvan  o 
LA  TEORA  DEL  DISCURSO  Y  LA  INVESTIGACIN  DE  LO  IDEOLGICO      201
se  pierden  aunque  sea  distinta  su  raza?  Es  imposible  esto? 
(13).
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   203
Francisco Bilbao, entre el proyecto 
latinoamericano y el gran molusco
1
Aiv.vo G.vtI. S. M.v+I
Revista del Nuevo Mundo
2
Se conoce desde hace algn tiempo la importancia de una carta 
de Lamennais sobre el pensamiento y la obra de Francisco Bilbao, 
carta  fechada  en  Pars,  el  5  de  diciembre  de  1853.  Ella  puede 
servir  de  hito  para  distinguir  dos  grandes  pocas  en  la  carrera 
intelectual  de  Bilbao  (1823-1865).  La  primera  comprendera  el 
perodo  desde  su  regreso  a  Santiago  desde  Lima,  a  comienzos 
de  1839,  hasta  su  partida  de  Lima  hacia  Pars,  en  mayo  de 
1855.  La  segunda  comprendera  el  periodo  entre  su  llegada  a 
Pars, en julio de 1855, y el ltimo periodo de su produccin en 
1
    Este  artculo,  que  es  parte  del  Proyecto  de  Investigacin  FONDECYT  N 
1111041: Francisco Bilbao y el proyecto latinoamericano, fue publicado anteriormente 
en Latinoamrica, UNAM, 2012.
2
   Buenos Aires, Imp. y Lit. de J. A. Bernheim, 1857. (La revista fue fundada, 
dirigida y en gran parte redactada por Francisco Bilbao. La imagen reproducida 
hgura en la portada).
LVARO  GARCA  SAN  MARTN 204  
Buenos  Aires,  a  hnes  de  1864.  La  carta  sera  un  hito  para  esta 
diferenciacin si en ella aparece propuesta la idea de una Amrica 
latina,  y  si  esa  proposicin  es  la  que  da  lugar  a  la  instancia  de 
empleo del nombre la Amrica latina acontecida en la Iniciativa 
de la Amrica, conferencia leda por Bilbao en Pars el 22 de junio 
de  1856,  publicada  dos  das  despus,  y  que  es,  hasta  donde  se 
sabe,  el  documento  de  la  primera  ocurrencia  de  su  utilizacin. 
El  propsito  de  este  artculo  es  volver  a  este  aserto  y  discutir 
la  cuestin  del  empleo  de  la  expresin  en  Bilbao  desde  nueva 
documentacin a la vista.
Edmundo  OGorman  propuso  en  1958,  en  lugar  de  la  idea  del 
descubrimiento  de  Amrica,  la  idea  de  una  invencin  de  Amrica 
por  Europa  (2006).  En  1968,  John  Phelan  tom  la  hebra  de  la 
distincin entre las dos Amricas, la latina y la sajona, y siguiendo 
la pista a la idea de Amrica Latina, concluye que se trata tambin 
de una invencin europea. Amrica Latina, dice, fue concebida 
en  Francia  durante  la  dcada  de  1860,  como  un  programa  de 
accin  para  incorporar  el  papel  y  las  aspiraciones  de  Francia 
hacia  la  poblacin  hispnica  del  nuevo  mundo  (1993:463). 
Concretamente, habra aparecido por primera vez en un artculo 
de L.-M. Tisserand titulado Situation de la latinit, fechado el 1 
de  junio  de  1861,  publicado  en  la  Revue  des  Races  Latines.  Slo 
con posterioridad, aade Phelan, habra sido implementada por 
dos autores hispanoamericanos que residan desde haca mucho 
tiempo  en  Francia  (Idem,  473).  Esos  dos  hispanoamericanos 
aludidos por Phelan son, seguramente, el colombiano Jos Mara 
Torres  Caicedo  y  el  argentino  Carlos  Calvo.  Ninguna  alusin 
existe en el artculo de Phelan, hasta donde advertimos, al papel 
jugado por Bilbao en el mencionado bautismo.
En 1965, sin embargo, Arturo Ardao indicaba fechas anteriores y 
empleos ms complejos del nombre. Este trabajo inicial de Ardao 
fue el comienzo de una investigacin mayor sobre el origen del 
nombre  Amrica  Latina,  que  publica  en  1980,  investigacin 
en  la  que  concluye  que  lAmerique  latine  es  una  idea  francesa 
en  cierto  sentido,  pero  que  el  empleo  francs  del  nombre  es 
posterior  a  la  instancia  de  la  primera  ocurrencia  de  utilizacin. 
El nombre es obra de hispanoamericanos, no de europeos, dice 
Ardao en contra de Phelan (1980:60). De inspiracin francesa, el 
nombre la Amrica latina sera anterior a su uso francs y sera, 
concretamente, localizable en el poema Las dos Amricas de Torres 
FRANCISCO BILBAO.  ENTRE EL PROYECTO LATINOAMERICANO Y LE GRAN. . .      205
Caicedo, poema fechado en Venecia el 26 de septiembre de 1856 
y  publicado  en  El  Correo  de  Ultramar,  el  15  de  febrero  de  1857. 
Ardao  advierte  el  empleo  de  la  expresin  en  la  conferencia  de 
Bilbao, pero no le asigna a esa ocasin de empleo ms relevancia 
que  la  de  un  paso,  que  calihca  de  vacilante,  ocasional  y 
espordico.  No  insistira  Bilbao  en  ella  con  posterioridad 
y  no  dara  lugar,  entonces,  esa  instancia  de  empleo,  a  su  uso  y 
consolidacin  posterior  (Ardao,  1980:81-82).  La  consolidacin 
del  uso  pertenecera  a  Torres  Caicedo,  que  habra,  frente  a  la 
amenaza de la presencia yanqui en Centroamrica en ese mismo 
momento,  credo  encontrar  en  las  tradiciones  de  la  latinidad 
un nuevo horizonte histrico de inspiracin y de cohesin para 
nuestra Amrica (Ardao, 1986:159).
El  libro  de  William  Crawford  publicado  en  1944,  traducido  en 
1966, y las obras de Leopoldo Zea de 1949 y de 1965, aunque de 
muy  distinto  carcter  y  alcance,  suscitaron  primero  un  artculo 
de  Oscar  Kubitz  en  1960,  despus,  un  ensayo  de  Salomon  Lipp 
en 1975, y, hnalmente, otro artculo de Frank Spindler en 1980. 
Este  ltimo  tiene  la  particular  relevancia  de  haber  seguido  de 
cerca la relacin de Bilbao y Lamennais y, pese a que en ocasiones 
desacierta,  llam  la  atencin  sobre  una  carta  de  Lamennais 
dirigida  a  Bilbao  y  su  respuesta,  sobre  la  referencia  en  ellas  al 
manihesto del Comit Latino y a la proposicin de unihcacin de 
las naciones latinas. Las contribuciones de Louis Miard, en 1982, 
sobre las inuuencias de Lamennais, Quinet y Michelet, a mediados 
del siglo XIX en Amrica Latina, a travs de Bilbao, permitieron 
abrir, sin embargo, un captulo distinto a la cuestin del nombre. 
Estas relaciones discipulares de Bilbao las tiene en cuenta Miguel 
Rojas Mix en un trabajo suyo de 1986: Quin fue el primero en 
hablar  de  Amrica  latina?  Bilbao  o  Torres  Caicedo?  Quin  lo 
escuch de quin? o A quin se lo escucharon ambos?. A esas 
inuuencias  no  les  asigna  empero  una  relevancia  gravitacional. 
En  medio  del  trhco  de  las  signihcaciones  de  la  latinidad  de 
entonces,  segn  otro  trabajo  suyo  de  1991,  la  expresin  la 
Amrica  latina  encontrara  en  Bilbao  un  alcance  de  sentido 
singular, y signihcativamente, se encontrara en l tanto su primer 
empleo  como  su  abandono  posterior.  Bilbao  instala  el  nombre 
con motivo de la intervencin norteamericana en Nicaragua, en 
1856 y, despus, deja de emplearlo con motivo de la intervencin 
francesa  en  Mxico,  en  1862.  Rojas  Mix  sugiere  en  ello  una 
LVARO  GARCA  SAN  MARTN 206  
inuuencia  de  La  expedicin  de  Mxico  (1862)  de  Edgar  Quinet. 
Pero  entonces  su  uso,  para  Rojas  Mix,  en  contra  de  la  tesis  de 
Ardao,  no  es  un  uso  simplemente  espordico  o  meramente 
ocasional. El desembarco de las tropas francesas en Mxico y la 
crtica  al  panlatinismo  por  Quinet  opera,  sin  duda  alguna,  un 
efecto  en  esa  decisin:  Cuando  lo  abandona  es  porque  ve  que 
sirve  para  legitimar  el  colonialismo  francs,  dice  Rojas  Mix. 
En  Bilbao,  el  nombre  tendra  una  signihcacin  propia,  y  sera 
la  misma  que  perdurara  hasta  hoy,  a  saber,  una  signihcacin 
decisivamente antiimperialista, y por eso a Bilbao se debera el 
hallazgo de Amrica Latina y la fundacin del trmino en que 
hoy reconocemos nuestra identidad (1991:346). El Post-Dictum 
de  la  Iniciativa  de  la  Amrica  aparece  fechado  el  24  de  junio.  La 
conferencia haba sido leda el da 22 de junio de 1856, en Pars, 
en presencia de treinta y tantos ciudadanos pertenecientes a casi 
todas las Repblicas del Sur (Bilbao, 1956:3), en el contexto de 
una  reunin  en  protesta  por  la  intervencin  norteamericana. 
Rojas Mix especula sobre la asistencia, ciertamente probable, de 
Torres  Caicedo  a  la  conferencia  de  Bilbao,  y  sobre  una  posible 
inuuencia ejercida por Bilbao sobre el poema de Torres Caicedo, 
que  es  tres  meses  posterior.  Hasta  donde  he  podido  seguir  su 
pista, el primero en emplear el apelativo fue el chileno Bilbao, 
concluye  Rojas  Mix,  y  le  sigui  el  colombiano  Torres  Caicedo 
(Rojas Mix, 1991:343-4).
Frente  a  la  recomendacin  de  la  Real  Academia  Espaola  en 
1992,  en  el  sentido  de  la  reinstalacin  en  la  nomenclatura 
ohcial de los trminos Hispanoamrica e hispanoamericano, o 
los  de  Iberoamrica  e  iberoamericanos,  siempre  que  se  quiera 
aludir  tambin  a  los  hermanos  brasileos, y  se abandonen  las 
voces  ajenas  y  equvocas  de  Latinoamrica  y  Latinoamericano, 
Paul Estrade identihca, en 1994, el motivo de la recomendacin 
acadmica  en  la  tesis  de  Phelan  y  convoca  en  su  favor  las 
investigaciones de Ardao y de Rojas Mix: 
Hasta donde est averiguado, la expresin Amrica Latina 
se invent en 1856 para ser lanzada en son de reivindicacin 
identitaria  y  de  manihesto  poltico.  Surgi  con  motivo  de 
la  invasin  de  Nicaragua  por  los  mercenarios  de  William 
Walker,  y  como  protesta  contra  la  misma  y  tambin  contra 
la potencia que, bajo ese disfraz, trataba de llevar a cabo su 
gran designio expansionista a expensas del Sur, despus de 
haberlo  logrado  hacia  el  Oeste  a  expensas  de  Mxico.  En 
FRANCISCO BILBAO.  ENTRE EL PROYECTO LATINOAMERICANO Y LE GRAN. . .      207
Pars  fue  eso  s,  y  no  es  casual  donde  brot  el  trmino 
de  Amrica  Latina  del  cerebro  de  unos  latinoamericanos 
conscientes del peligro del Norte, conscientes de la urgencia 
de  la  unin  del  Sur,  conscientes  de  la  necesidad  de  un 
concepto  dehnidor  y  unihcador  despus  de  decenios  de 
indecisin en la Amrica, antes espaola y an sin nombre 
genuino.  El  22  de  junio  de  1856,  en  Pars,  delante  de  ms 
de  treinta  ciudadanos  de  casi  todas  las  repblicas  del  Sur, 
en un acto de repudio a la agresin a Nicaragua, el chileno 
Francisco  Bilbao  calihc  de  latina  a  la  Amrica  que 
defenda  y  promova  y  evoc  la  raza  latino-americana, 
oponindolas  clara  y  nicamente  a  los  Estados  Unidos  de 
Amrica  y  al  yankee.  Fechado  en  26  de  septiembre  de 
1856  y  motivado  por  la  misma  y  prolongada  agresin,  el 
poema  Las  Dos  Amricas  del  colombiano,  exiliado  tambin 
en  Pars,  Jos  Mara  Torres  Caicedo,  las  enfrenta  del  todo: 
La raza de la Amrica latina / Al frente tiene la sajona raza. 
/ Enemiga mortal que ya amenaza / Su libertad destruir y su 
pendn. Por aquellas fechas, nadie en el mundo usaba tal 
denominacin, ni siquiera en Francia entre los adeptos de la 
latinidad incipiente. (Estrade, 1994:79-80). 
Estrade volvi al asunto en 1998. Esta vez para inclinarse, pensando 
en  la  consolidacin  del  nombre,  por  la  hguracin  de  Torres 
Caicedo:  el  ms  consecuente  promotor  de  la  nomenclatura 
Amrica Latina (1998:179-188).
Tambin en 1998, Mnica Quijada ha abordado la cuestin por 
el lado del  xito  y  de  la difusin  del  nombre  Amrica Latina, 
con  el  propsito,  dice,  de  devolver  el  papel  protagnico  a 
los  principales  actores  de  ese  proceso,  oponindose,  as,  a 
la  tesis  que  ella  misma  llama  imperialista,  de  Phelan.  Desde 
esta  perspectiva,  la  instalacin  y  la  consolidacin  del  nombre 
respondera,  en  parte,  al  inters  de  esos  actores  por  inscribirse 
en  el  proceso  de  modernizacin  occidental  decimonnico,  y 
respondera, en parte, pero sobre todo, al inters de constituirse 
como un conglomerado geopoltico suhciente para hacer frente 
a  los  expansionismos  norteamericano  y  europeo  sobre  Amrica 
del Sur. Con esta clave de lectura, Quijada resita la hguracin de 
Torres Caicedo en la lnea de Ardao y pasa casi por alto el rol de 
Bilbao, que haba destacado antes Rojas Mix.
Desde  otra  perspectiva,  tendiente  a  debilitar  las  tesis  de  Ardao 
y  de  Rojas  Mix,  este  mismo  ao  de  1998,  Vicente  Romero  ha 
LVARO  GARCA  SAN  MARTN 208  
reconsiderado la inuuencia sobre Bilbao de Lamennais y ha hecho 
gravitar sobre l el sentido suyo de la latinidad. Ese sentido sera 
el que pone en circulacin el Comit Latino de Pars, que haba 
fundado y lideraba el propio Lamennais, y el que se encontrara, 
adems, en dos cartas de Lamennais, una de las cuales es la carta 
que dirige a Bilbao el 5 de diciembre de 1853. En esta carta y en 
el  Manihesto  del  Comit  aparecera  un  sentido  espiritual  de  la 
latinidad,  en  oposicin  al  materialismo  del  mundo  anglosajn, 
y sera ste el sentido que actuara en la obra de Bilbao. Es en 
ese molde latino de Lamennais que el chileno Francisco Bilbao 
formular,  rpidamente,  la  latinidad  de  su  continente,  dice 
Romero.  Frente  a  la  tesis  de  fondo  que  compartiran  Ardao  y 
Rojas  Mix,  tesis,  para  Romero,  demasiado  optimista,  pues  ella 
ahrma  la  existencia  de  una  identidad  y  de  una  conciencia 
latinoamericanas,  nos  situamos,  dice  Romero,  como  franco 
tiradores  escpticos.  Enfrenta  la  tesis  optimista,  sin  embargo, 
acantonndose,  segn  nosotros,  en  informacin  insuhciente. 
Dice Romero: 
Es  Lamennais  el  que  pretende  hacer  de  esta  oposicin 
[latino/sajn]  el  principio  que  oriente  la  obra  y  la  accin 
de  Bilbao  en  Amrica,  como  tambin  es  l  quien,  por 
intermedio  de  una  carta  fechada  en  los  primeros  das 
de  diciembre  de  1853,  propondr  a  su  discpulo,  junto  al 
catolicismo social, su nueva visin, y le insta a actuar para 
levantar  un  contrapeso  latino  en  ese  continente:  Tenga 
por  seguro  que  no  hay  nada  que  esperar  de  la  Amrica 
espaola mientras sta siga sometida a un clero imbuido de 
las ms detestables doctrinas, de una ignorancia sin lmites, 
corrompido  y  corruptor.  La  Providencia  la  ha  destinado  a 
formar el contrapeso de la raza anglosajona, que representa 
y representar siempre a las fuerzas ciegas de la materia en 
el  Nuevo  Mundo.  Esta  bella  misin,  slo  la  podr  cumplir 
desprendindose  de  los  lazos  de  la  teocracia,  unindose  y 
confundindose con las otras dos naciones latinas, la nacin 
italiana  y  la  nacin  francesa.  (...)  Usted  puede  apreciar, 
en  el  pequeo  folleto  que  acompaa  a  esta  carta,  como 
ha  comenzado  a  realizarse  esta  unin.  Ella  responde  a  la 
naturaleza,  a  la  necesidad,  por  ello  se  realizar.  Trabaje  en 
esta obra, y que Dios bendiga vuestros esfuerzos. Antes de la 
recepcin de esta carta, no se encuentra en Bilbao la oposicin 
sajn/latino  como  principio  de  accin.  Era  igualitario, 
espiritualista y un puente lo una a la civilizacin sajona: su 
espritu casi puritano de libertad. Es despus de la recepcin 
FRANCISCO BILBAO.  ENTRE EL PROYECTO LATINOAMERICANO Y LE GRAN. . .      209
de  esta  carta  que  encontramos  en  sus  escritos  algunas 
referencias  al  problema  de  las  diferencias  y  oposiciones 
entre  las  civilizaciones  sajona  y  latina.  En  especial  en  su 
Mensaje del proscrito a la nacin chilena (1854). Dos aos ms 
tarde, Bilbao vuelve sobre este problema en su conferencia 
en  Pars  Iniciativa  de  la  Amrica.  Idea  de  un  Congreso  Federal 
de  las  Repblicas  empleando  entonces  las  frmulas  hoy  da 
consagradas (Romero, 2009-2010:412-413).
La, al parecer, evidencia que propone esta lectura puede disolverse 
si la confrontamos con la siguiente observacin. Romero consulta 
las  Obras  Completas  de  Francisco  Bilbao  en  la  edicin  de  Manuel 
Bilbao, que no incluyen y esta ausencia es decisiva La revolucin 
en Chile y los mensajes del proscrito (Lima, 1853), un volumen de 300 
pginas que rene los escritos de Bilbao entre mediados de 1851 
y hnes de 1853. Romero no puede advertir, en consecuencia, que 
la oposicin latino/sajn en Bilbao es algo anterior. Ella remonta, 
mirando  ese  volumen,  al  primero  de  sus  artculos  tras  su  huida 
de  Chile  en  julio  de  1851,  titulado  La  defnicin,  originalmente 
publicado en el diario El Comercio de Lima, el 17 de septiembre de 
1851, y se encuentra con posterioridad en Necesidad de una nacin, 
originalmente  publicado  en  la  Revista  Independiente  de  Lima, 
a  hnes  de  diciembre  de  1853.  Es  seguramente  a  estos  escritos 
a  los  que  se  rehere  el  propio  Bilbao  en  su  carta  de  respuesta 
a  Lamennais  cuando  dice:  El  pensamiento  de  vuestra  carta 
ha  venido  a  imprimir  la  autoridad  de  vuestra  palabra  a  la  obra 
que  he  ejecutado  en  este  pas.  Suceda  que  yo  haba  escrito  en 
el mismo sentido.
3
 Antes de la carta, pues, Bilbao haba escrito 
en la misma direccin, en el mismo sentido, dice. Lo que hay 
todava que comprender es precisamente ese sentido, anterior a 
la  carta  y  el  mismo  de  la  carta.  Tambin  para  nosotros,  la  carta 
de  Lamennais  es  gravitante,  le  otorgamos  el  carcter  de  hito 
en  su  virtud,  pero  es  insegura,  para  nosotros,  la  tesis  de  un  rol 
funcionario en el empleo de la expresin.
Para  Walter  Mignolo,  ms  recientemente,  Amrica  es  la 
invencin  europea  de  la  primera  modernidad,  como  Amrica 
Latina lo es la de la segunda modernidad. La primera corresponde 
a  la  etapa  colonial,  como  la  segunda  a  una  segunda  forma  de 
3
   Carta de Bilbao a Lamennais, 30-IV-1854.
LVARO  GARCA  SAN  MARTN 210  
colonialidad.  Dice  Mignolo:  La  idea  de  Amrica  Latina  es  la 
triste celebracin por parte de las lites criollas de su inclusin en 
la  modernidad,  cuando  en  realidad  se  hundieron  cada  vez  ms 
en la lgica de la colonialidad (2005:81). En el nuevo escenario 
global,  despus  del  declive  de  Espaa  como  potencia  imperial, 
determinado  por  el  conuicto  entre  Inglaterra  y  Francia  como 
imperialismos  rivales,  y  Rusia  insinundose  en  esa  rivalidad;  la 
intelectualidad  criolla  hispanoamericana  emancipada  habra 
buscado  un  amparo  ante  la  avanzada  de  Estados  Unidos  sobre 
Amrica del Sur y la habra encontrado credo encontrarla en 
la  ideologa  francesa  de  la  latinidad.  Para  Mignolo,  entonces, 
Amrica  Latina  no  es  simplemente  un  nombre  que  designe 
una  entidad  ni  expresa  la  conciencia  de  una  identidad.  Para 
Mignolo, Amrica Latina constituye un proyecto poltico. Y es, 
justamente,  en  relacin  a  ese  proyecto  que  resulta  interesante, 
a diferencia de Torres Caicedo, la posicin de Bilbao. Tomando 
una hebra del texto de Rojas Mix, dice Mignolo: 
Ubicado en la encrucijada de una nueva subjetividad disidente 
y una reconhguracin del orden mundial, Bilbao fue crtico 
de  las  ambiciones  imperiales  de  Europa,  Estados  Unidos  y 
Rusia, y  en  especial  de  las de  Francia,  que  incursionaba  en 
territorio mexicano y pretenda controlar a Amrica Latina 
luego  de  la  salida  de  Espaa  y  la  focalizacin  de  Inglaterra 
en  Asia  y  frica.  ()  As,  la  discontinuidad  de  Bilbao 
inaugura  una  perspectiva  crtica  que  tiene  el  potencial  de 
dejar  al  descubierto  la  omnipresente  rearticulacin  de  la 
colonialidad del poder durante el siglo XIX, por medio del 
concepto de latinidad (2005:93).
Volvemos  nosotros  a  tomar  el  hilo.  El  proyecto  en  cuestin  se 
remonta a las Cartas sobre la Amrica del Norte de Michel Chevalier, 
publicadas  en  Pars  en  1836,  y  que  ya  circulaban  en  Chile,  al 
menos desde 1842. Para la llegada de Bilbao a Francia en 1845, el 
libro de Chevalier era todo un xito editorial. Haba alcanzado, 
en  1844,  la  cuarta  edicin.  Adems,  Chevalier  en  el  Colegio  de 
Francia, tena a su cargo la ctedra de Economa Poltica desde 
1840, y Bilbao asiste, segn Manuel Bilbao, al curso de Economa 
Poltica en el Colegio en 1845. 
En la Introduccin a esas Cartas, lo mismo que antes para Hegel, 
para Chevalier la civilizacin a la que pertenecen los pueblos de 
Europa marcha sobre el globo terrqueo de Oriente a Occidente. 
(2010-11:425). No describe esa marcha una lnea recta y avanza, 
FRANCISCO BILBAO.  ENTRE EL PROYECTO LATINOAMERICANO Y LE GRAN. . .      211
ms bien, sinuosa y alternativamente entre las dos grandes razas 
de  la  Biblia,  la  de  Sem  y  la  de  Jafet,  y  entre  las  razas  benditas 
entonces. Pues son tres los hijos de No y tres las razas bblicas. La 
tercera raza, la maldita, es la de Cam. Para Chevalier, Amrica es 
el ltimo paradero de la civilizacin europea, compuesta de tres 
familias: la latina, la germana y la eslava, cada una encabezada 
por  una  distinta  nacin:  Francia,  Inglaterra  y  Rusia.  Y  stas, 
las  tres  naciones,  tambin  las  tres  cabezas  de  Europa,  son  las 
que  disputan  el  predominio  en  la  escena  mundial.  Dejando 
a  un  lado  a  Rusia,  que  es  una  recin  llegada  dice  Chevalier, 
Europa  aparece  dividida,  en  consecuencia,  entre  una  Europa 
latina  y  una  Europa  teutnica.  La  primera  est  constituida 
por  los  pueblos  meridionales,  cuyas  lenguas  proceden  del  latn 
y  cuya  religin  es  la  romana.  La  segunda  es  la  septentrional, 
que  en  cambio  es  protestante  y  habla  lenguas  germanas.  En 
Amrica, aade Chevalier, se ha reproducido esta diferencia, que 
es,  insistamos,  una  diferencia  de  lengua  y  de  religin:  Ambas 
ramas, latina y germana, se han reproducido en el Nuevo Mundo. 
Amrica del Sur es, como la Europa meridional, catlica y latina. 
La  Amrica  del  Norte  pertenece  a  una  poblacin  protestante 
y  anglosajona  (2010-11:430).  As,  pues,  del  mismo  modo  que 
existe  una  Europa  latina,  ha  llegado  a  haber  tambin,  como 
una  extensin  suya,  una  Amrica  latina.  De  todo  este  grupo 
latino el liderazgo, contina Chevalier, le debe corresponder a 
Francia; hallndose en la cumbre del grupo latino, Francia 
Es  responsable  de  los  destinos  de  todas  las  naciones  del 
grupo latino en los dos continentes. Solo ella puede impedir 
que  esta  familia  entera  de  pueblos  sea  absorbida  por  el 
doble  despliegue  de  germanos,  sajones  o  eslavos.  A  ella  le 
corresponde despertarlos del letargo en que se encuentran 
inmersos en ambos hemisferios, elevarlos a la altura de otras 
naciones  y  prepararlos  para  hgurar  en  el  mundo  (2010-
11:432). 
Le corresponde a Francia una funcin tutelar y patronal y es ella 
la que debe proteger el destino de los pueblos latino-americanos, 
porque, dice, no se encuentran an en condiciones de bastarse 
a  s  mismos  (2010-11:433).  El  imperativo  del  liderazgo  es,  en 
Chevalier, ciertamente reactivo. De lo que se trata es de apurarse 
ante el despliegue y avance de los ingleses y de los rusos en Europa, 
como  de  los  yanquis  en  Amrica.  De  apurarse,  y  de  conformar, 
pues  de  esto  tambin  y  principalmente  se  trata,  una  unidad 
LVARO  GARCA  SAN  MARTN 212  
racial  panlatina  capaz  de  equilibrar  las  fuerzas  y  de  distribuir, 
en  consecuencia,  el  mundo  segn  un  modelo  geopoltico  cuyo 
punto de vista es el francs, segn un horizonte recortado por lo 
latino como punto de vista francs.
Con posterioridad a los acontecimientos de 1848 y 1849 en Pars, 
se  haba  constituido  el  Comit  Democrtico  Francs-Espaol-
Italiano, fundado en 1851 por la iniciativa y bajo el liderazgo de 
Lamennais.
4
  En  Londres,  paralelamente,  liderado  por  Mazzini, 
se  haba  constituido  el  Comit  Central  Democrtico  Europeo. 
Mazzini  pensaba  en  la  realizacin  de  la  repblica  universal, 
mientras  Lamennais,  en  lugar  de  la  idea  de  una  confederacin 
que juzgaba irrealizable en ese momento, desde el Comit Latino 
de Pars pensaba ms bien en la reconstruccin de la Repblica a 
partir de un ncleo central de pueblos latinos: Por su posicin 
geogrhca  y  sus  ahnidades  de  origen,  cultura,  ideas,  lengua  e 
intereses,  las  naciones  latinas,  Francia,  Italia,  Espaa,  parecen 
ser  los  elementos  naturales  de  este  ncleo  central  en  torno  al 
que  lleguen  a  agruparse  elementos  nuevos  (Lamennais  et  al, 
1851).  El  citado  es  un  pasaje  del  Manihesto  del  Comit  Latino, 
hrmado,  entre  otros,  por  Lamennais,  Comit  disuelto  poco 
despus con el golpe de Estado del 2 de diciembre de 1851. Es 
entonces  cuando  Lamennais,  comprendiendo  la  signihcacin 
del golpe y decepcionado, vuelve la mirada hacia Amrica y hacia 
Bilbao  en  particular,  y  es  entonces  cuando  fomenta,  en  contra 
del bloque sajn, la formacin de un bloque latino, republicano 
y  espiritual  en  la  Amrica  espaola.  Si  la  Amrica  espaola, 
deca Lamennais a Bilbao en su carta de 1853, entra en alianza 
con  las  naciones  francesa  e  italiana,  y  si  entonces  inscribe  su 
posicin  en  relacin  a  las  naciones  latinas,  dehnindose  a  s 
misma en tanto latina, solo entonces tendra la posibilidad de 
cumplir el destino de ser el contrapeso de la raza anglo-sajona, 
que  representa  y  representar  siempre  las  fuerzas  ciegas  de  la 
materia  en  el  Nuevo  Mundo.  Lamennais  opone,  en  efecto,  las 
dos razas, la latina y la sajona, en trminos de la espiritualidad de 
la primera y el materialismo de la segunda, retomando as, por su 
cuenta, y a distancia de Chevalier, el sentido de la latinidad. La 
composicin de un bloque latino en Amrica del Sur, sostena, es 
4
   Retomamos aqu la investigacin de Vicente Romero.
FRANCISCO BILBAO.  ENTRE EL PROYECTO LATINOAMERICANO Y LE GRAN. . .      213
una urgencia histrica en los momentos en que Estados Unidos 
amenaza con la realizacin de lo que llama su Destino Manihesto 
y que, de cumplirse, le otorgara una hegemona tal que rebajara 
el mundo entero a su nivel y hara del gnero humano una especie 
de gran molusco.
5
La oposicin, referida a Amrica, en 1836, por Michel Chevalier, 
da lugar, entonces, bajo la mediacin de Lamennais a partir de un 
sentido amparado por la oposicin entre la civilizacin espiritual 
de los pueblos latinos y la materialista de los anglosajones a la 
denominacin de la Amrica latina por parte de Bilbao. 
Con todo, antes de la carta de Lamennais, existe en Bilbao el uso, 
en boga por lo dems en la poca, de la oposicin latino/sajn. 
Hasta  donde  hemos  podido  pesquisarla,  segn  decamos,  se 
remonta a La defnicin, de septiembre de 1851, donde Amrica 
aparece  como  un  campo  de  disputa  entre  lo  latino  y  lo  sajn. 
Hacia  el  Sur,  Amrica  aparece,  a  su  vez,  como  la  matriz  de  un 
encuentro y  la ocasin  para  un  ensayo,  la matriz del  encuentro 
latino-indgena y la oportunidad para el tanteo de la Repblica. 
Amrica  del  Sur  sera,  podra  ser,  en  este  sentido,  un  nuevo 
mundo poltico y moral. La novedad posible de este mundo, sin 
embargo, est indecisa. A la oposicin entre Europa y Amrica, 
5
   El citado es un pasaje de una carta de Lamennais a Ligret de Chazey, del 10 
de julio de 1853, que es conveniente ver con ms amplitud: La raza sajona, en 
sus tres expresiones (alemana, inglesa, americana) posee su genio propio, y sus 
propias funciones en el desarrollo universal. Inferior a las razas del Medioda, 
depositarias de los fecundos principios de la verdadera civilizacin totalmente 
espiritual,  ella  se  encarga  de  los  trabajos  pesados  de  la  familia  humana,  de 
desbrozar, de fabricar, de transportar, de manipular la materia, con una energa 
proporcional  a  la  pasin  por  las  ganancias,  el  nico  objetivo  hnal  que  se 
propone, objetivo necesariamente egosta. Dura e invasiva, rebajara al mundo 
entero a su nivel y hara del gnero humano una especie de gran molusco, si la 
Providencia no hubiese dispuesto un contrapeso con otras razas, relativamente 
ociosas en apariencia, ya que, en cuanto su actividad se desarrolla en una esfera 
ms alta, son el instrumento predestinado del progreso intelectual y moral. De 
esos dos tipos de funciones diversas, indispensables la una y la otra para la vida 
humana, resulta un antagonismo, cuya expresin geogrhca en Amrica ser la 
atribucin  de  una  mitad  de  ese  vasto  continente,  desde  los  lmites  boreales  al 
istmo de Panam, para la raza sajona, y la otra mitad para la raza latina, es decir, 
espaola, portuguesa, italiana y francesa, pueblos hermanos cuya ntima fusin 
ya  ha  comenzado  a  realizarse  en  las  riveras  de  La  Plata  y  en  el  mismo  Brasil. 
Corrspondance  Gnrale,  Vol.  VIII,  1841-1854.  Pars,  Colin,  1981,  pp.  815-6.  Cf. 
Romero, traduccin citada, pp. 405-6.
LVARO  GARCA  SAN  MARTN 214  
propia del tiempo de las independencias, se ha unido una distinta 
ahora,  una  oposicin  interior  al  continente,  que  es  distinta  de 
la  oposicin  bolivariana  entre  las  Amricas  Septentrional  y 
Meridional, la del Norte y la del Sur, y es esta una oposicin entre 
una  Amrica  sajona  y  una  Amrica  latina.  Su  indecisin  se 
funda en la amenaza que representa la raza anglo-sajona sobre el 
mundo latino-catlico del Sur, si este no es capaz de replantear 
por  s  mismo  su  condicin  de  cristiandad  y  si  no  es  capaz  de 
replantearse  en  tanto  injerta  en  los  pueblos  indgenas;  si  no  es 
capaz de producir, en sentido tico y poltico, un mundo nuevo 
desde la singularidad de su condicin, desde su condicin, pues, 
latino-americana.  Y  habr  que  pensar  esa  condicin  conjuntiva 
en  Bilbao,  desde  ahora,  como  injerto,  y  pensarla  a  diferencia 
de  otras  metforas,  como  la  del  trasplante  o  de  la  importacin  en 
Sarmiento y Alberdi. 
Despus,  la  oposicin  reaparece  en  Necesidad  de  una  Nacin,  de 
diciembre de 1853, donde el mundo latino en Amrica aparece 
como  un  mundo  despotizado  por  el  catolicismo,  necesitado, 
pues,  de  un  proceso  de  descatolizacin.  La  sociabilidad  latina 
de Amrica debe descatolizarse entonces, y para ello requiere de 
una  nacin  que  lidere  esa  operacin.  Bilbao  vea  ese  liderazgo 
factible en Chile.
Esos  dos  textos  son,  en  cierto  modo,  preparatorios  del  tercer 
Mensaje  del  proscrito,  fechado  en  julio  de  1854  y  publicado  en 
Guayaquil,  que  es,  segn  los  comentaristas,  singularmente 
relevante  para  la  cuestin  de  la  latinidad,  pero  lo  es,  para 
nosotros,  no  porque  encontremos  en  l  una  recepcin  de 
Lamennais y de la carta suya que acababa de recibir, sino porque 
ms bien encontramos en l el cuadro geopoltico delineado por 
Chevalier y su diferencia con Chevalier, que es fundamental. En 
la  agenda  teolgica  y  poltica  de  Bilbao,  Amrica  del  Sur  debe 
descatolizarse,  decamos,  y  recuperar  la  bella  tradicin  latina 
de la sociabilidad. Una tradicin de sociabilidad, sin embargo, 
que no es estrictamente francesa, o que no es francesa sin ms. 
El  Segundo  Imperio  de  Bonaparte  el  chico,  ya  representaba 
para Bilbao una traicin a Francia, al ideario republicano de las 
revoluciones  de  1789,  1830  y  1848,  y  sin  la  Repblica,  pensaba, 
Francia no puede presumir el liderazgo de los pueblos latinos y 
pretender asumir la comandancia de Occidente: La Francia no 
puede hacerse centro del espritu y capitanear al Occidente sin 
proclamar a la Repblica. 
FRANCISCO BILBAO.  ENTRE EL PROYECTO LATINOAMERICANO Y LE GRAN. . .      215
Esta  crtica  a  Francia  se  remonta  a  1849,  y  es  localizable  en  la 
carta a Andrs Bello del 31 de julio de 1849, remitida desde Pars, 
donde se lee: 
La  Francia,  por  su  historia  y  su  genio,  es  la  patria  donde 
se  prepara  la  nocin  prctica  de  la  fraternidad.  ()  Pero, 
adems  de  ser  Pars  el  Panten  o  el  Vaticano  moderno,  es 
tambin  la  aspiracin  de  lo  desconocido.  Y  he  aqu  el  mal 
que  nos  agita  de  un  cabo  al  otro  de  la  tierra.  Cul  es  el 
pensamiento  del  porvenir?  La  marcha  actual  es  conforme 
al pasado revolucionario? Hay decepcin o esperanza? Hay 
resplandores  del  ideal  futuro?  Eternit,  nant,  sombres  abimes. 
Mi  carta,  seor,  toma  proporciones  que  no  esperaba,  y  me 
detengo. () Oh, si puedo un da oponerme a la invasin 
de Europa presente en la Amrica, y sobre todo, en la tierra 
de nuestro amor! Que no escuche, seor, la seduccin de la 
serpiente! Esto sera inagotable. 
Y,  ms  signihcativamente,  en  el  texto  de  colaboracin  a  La 
Tribune  des  peuples  del  7  de  mayo  de  1849,  donde,  a  propsito 
del  desembarco  francs  en  Civita  Veccia,  se  lee:  Esos  signos, 
franceses, signihcan una cosa: la abdicacin de Francia, la muerte 
de la iniciadora del mundo. () Adis Francia, es necesario un 
nuevo mundo. (Cf.: Mondragn, 2013)
Un  texto  de  1855,  escrito  y  publicado  en  Bruselas,  titulado 
Movimiento social de los pueblos de la Amrica Meridional, representa, 
se puede decir, el dehnitivo momento de visibilidad de Amrica. 
Los  pueblos  meridionales  de  Amrica  o  latino-americanos  en 
su  relevo  inmediatamente  posterior,  dice  Bilbao,  aspiran 
igualmente y marchan a la vez, cada uno de su lado, a la realizacin 
de  la  Repblica.  Ello  es  visible  desde  lejos  y  el  texto  importa, 
entonces,  una  distancia,  la  distancia  que  Europa  proporciona: 
Para  apreciarlo  convenientemente  es  necesario  contemplarlo 
desde  las  playas  de  Europa.  Esa  distancia  no  es  slo  la  de  la 
lejana, implica adems un puesto, un lugar de mira y un modo 
de  ver.  Vuelta  hacia  Amrica  y  de  espaldas  a  Europa,  Europa 
misma  es  la  conquista  de  una  perspectiva  a  la  que  se  le  vuelve 
la  espalda:  Nosotros  podemos  hoy  dar  la  espalda  a  la  Europa. 
En  esas  regiones  sombras,  no  vuelve  a  levantarse  el  sol  jams. 
Mirando  hacia  Amrica,  los  pueblos  meridionales  o  latinos 
parecen  marchar,  deshlar  avanzando  hacia  la  realizacin  de  la 
Repblica: en el norte sajn como en el sur latino e indgeno, 
todo  marcha  hacia  la  Repblica,  a  pesar  de  la  diferencia  de 
LVARO  GARCA  SAN  MARTN 216  
razas  y  de  la  diversidad  de  espritus;  hacia  la  realizacin  de  la 
Repblica que, sin embargo, aparece tambin amenazada desde 
tres frentes, y por los mismos que antes fueran sus tres inuuencias: 
por  Espaa  y  la  moral  del  catolicismo;  por  Francia  y  la  poltica 
del  indiferentismo  que  ha  seguido  al  fracaso  de  la  revolucin; 
por  Inglaterra  y  el  individualismo  empresarial.  A  diferencia  de 
los dos primeros, que son peligros de contagio, de inuuencias 
pues contrarrestables, el tercero, el anglosajn, desplazado hacia 
Estados  Unidos  y  localizado  como  frente  interno,  es  en  cambio 
peligro de invasin, amenaza de dominacin. Muy distinto al 
carcter de Grecia y de Roma, el coloso yanqui, dice Bilbao, es 
una especie de estoicismo elctrico que aspira a la dominacin del 
mundo;  es  el  movimiento  perpetuo,  es  un  Saturno  rejuvenecido 
que  devora  a  la  vez  el  tiempo  y  el  espacio.  No  es  nueva  esta 
concepcin colosal de Estados Unidos. Est en otros autores de 
la poca y en Bilbao ya estaba, en cierto modo, en La defnicin y 
en Necesidad de una Nacin, y est tambin en el tercer Mensaje del 
proscrito. En estos textos, sin embargo, la capacidad de respuesta 
todava  no  pasa  por  la  confederacin;  pasa  para  Bilbao  por  el 
liderazgo en Sudamrica de una Nacin y Bilbao cifraba en Chile 
la esperanza de esa nacin. La idea de la Confederacin es posterior 
y se produce en relevo de esa esperanza nacional.
En  Iniciativa  de  la  Amrica,  la  confederacin  es  la  estrategia  de 
lo  que  llama  la  segunda  campaa.  La  primera  fue  la  de  las 
independencias  americanas.  La  primera  fue  contra  Espaa.  La 
segunda lo ser contra Estados Unidos. Durante la primera, Bolvar 
pens la confederacin fundamentalmente contra Europa. En los 
tiempos de la segunda, Bilbao piensa la confederacin desde un 
contexto  mundial  que  ha  desplazado  la  cuestin.  La  estructura 
de las relaciones geopolticas mundiales, en efecto, se ha vuelto 
ms  ntida  en  algn  sentido  y  ms  difusa  en  otro.  Ms  ntida  la 
emergencia  de  las  nuevas  potencias  mundiales.  Ms  confusa, 
puestos en ese mismo contexto y ms urgida que nunca en esa 
posicin  la  situacin  de  Amrica  del  Sur;  especialmente  si  la 
iniciativa latina que le urge tomar tiene que ser antiimperialista 
y  serlo  en  tres  direcciones:  en  direccin  al  panamericanismo 
anglosajn, al paneslavismo ruso y al panlatinismo francs. Es en 
estos  panismos  donde  se  acoda  y  contra  ellos  como  se  piensa, 
en  Bilbao,  el  proyecto  de  confederacin,  y  es  tambin  este  el 
contexto de trhco desde donde se piensa la nocin de latinidad. 
Frente  a  los  imperialismos  rivales  y  emergentes  del  momento, 
FRANCISCO BILBAO.  ENTRE EL PROYECTO LATINOAMERICANO Y LE GRAN. . .      217
frente  a  las  civilizaciones  que  representan,  y  a  las  razas  y 
pueblos  que  los  protagonizan,  Amrica  del  Sur  tiene  que 
buscar, no puede menos que encontrar una posicin en la nueva 
escena mundial, y con los elementos de un discurso racial, Bilbao 
cree encontrarla en la nocin de la raza Latina-Americana, de 
nuestra  raza  Americana  y  Latina.  Ese  soporte  discursivo,  que 
no es naturalista al parecer, sino ms bien cultural y lingstico, 
y  en  un  contexto  geopoltico  preciso,  es  la  condicin  para  que 
en  Bilbao  pueda  aparecer  y  aparezca  por  primera  vez  en  el 
texto  de  la  Iniciativa  de  1856,  publicado  en  Pars  la  expresin 
la Amrica latina (Gabilondo; 2009). El diferencial latino aqu 
no representa una opcin simplemente espiritualista, una opcin 
arielista;  es  el  sntoma  de  una  angustia,  ms  bien,  y  dehne  una 
posicin  americanista  singular;  si  se  quiere,  salvacionista  de  la 
iniciativa poltica y moral en riesgo en Amrica del Sur. 
En  La  Amrica  y  la  Repblica,  publicado  en  la  entrega  de  julio 
de  La  Revista  del  Nuevo  Mundo  fundada  en  Buenos  Aires  por 
Bilbao  en  1857  escribe  en  la  misma  lnea  de  los  dos  trabajos 
anteriores,  escritos  en  Bruselas  y  Pars.  Hay  en  l,  sin  embargo, 
un  desplazamiento  signihcativo.  Ya  no  se  habla  de  raza,  sino 
de  mundo,  de  un  mundo  Latino-Americano  en  peligro  de 
consumo por el mundo yanqui: El zapador americano prolonga 
sus  lneas  de  ataque  para  envolver  al  continente  y  asimilarse 
el  mundo  Latino-Americano  (19).  Este  trabajo  y  las  lneas 
programticas  de  la  Revista,  poco  conocida  por  los  lectores 
de  Bilbao,  dan  la  pista  ms  segura,  especialmente  por  sus 
consideraciones sobre los pueblos indgenas, de la signihcacin 
de este mundo.
En  suma,  decamos  que  Ardao  sostuvo  que  el  empleo  de 
Amrica latina en la conferencia de Bilbao de 1856 haba sido 
una ocurrencia ocasional; que Rojas Mix, en cambio, vio en esa 
ocasin de empleo una decisin, porque vio rehusar su uso con 
posterioridad; que, tiritando el nombre en esa renuncia, Estrade 
y Quijada concedieron a Torres Caicedo la obra de consolidacin; 
que  Romero,  resolviendo  en  trminos  de  inuuencias,  sobre 
Torres Caicedo la de Chevalier y sobre Bilbao la de Lamennais, ve 
en ambos un empleo funcionario de la expresin; y que Mignolo, 
hnalmente, ve en Amrica Latina un proyecto poltico antes que 
un  nombre  expresivo  de  una conciencia  y  una identidad,  y  por 
lo  mismo,  una  diferencia  entre  el  uso  funcionario  de  Torres 
Caicedo y el empleo crtico de Bilbao. 
LVARO  GARCA  SAN  MARTN 218  
Ese  sentido  crtico  y  singular  lo  hemos  seguido  de  cerca  en  la 
preparacin  del  nombre  con  anterioridad  a  la  conferencia  de 
1856,  y  sera  preciso  seguir  la  pista  tambin  a  la  insistencia  de 
su empleo hasta el momento de su efectiva denegacin. Tal vez 
para  ello  puede  ser  conveniente  retomar  el  camino  andado  en 
1973 por Alberto Varona (1973), y seguir a Bilbao en los diarios 
El Orden (1858) y El Nacional Argentino (1859), de los cuales fue 
redactor. En ellos hemos visto y es esta una labor en curso sobre 
la que ser preciso volver en otra ocasin un empleo reiterado y 
sistemtico de la expresin. 
Por ahora indiquemos, en primer lugar, la evaluacin retrospectiva 
de la conferencia de Pars. Deca as, por ejemplo, el 21 de mayo 
de 1858 en el diario El Orden de Buenos Aires:
En Europa, y desde all, abarcaba a la Amrica en mis brazos, 
como el continente prometido al ensayo de la Repblica de 
la  fraternidad,  a  la  regeneracin  y  desarrollo  del  poderoso 
elemento latino, despreciado, desprestigiado, esclavizado en 
el viejo mundo. En Europa se revela mejor la patria americana. 
Esa  patria  americana  amenazada  de  invasin,  destrozada  y 
absorbida en partes, desquiciada y caminando al suicidio en 
otras, se me presentaba como el polo del eje de la civilizacin 
del  mundo.  Cmo  salvar  el  elemento  latino  en  peligro, 
cmo salvar la patria americana, de qu modo dar garantas 
a la libertad ausente de la Europa continental, de qu modo 
realizar  las  sublimes  profecas  de  los  sabios,  las  esperanzas 
de  los  buenos  que  desde  el  viejo  mundo  nos  tienden  los 
brazos como al tabernculo de la alianza, como al arca que 
sobrenada en el diluvio de esclavitud y corrupcin que cubre 
las montaas de la Europa? Con la Nacin Amrica, que en 
Ingls  y  Espaol  diga  libertad,  abundancia  y  fraternidad  a 
todas  las  razas  y  naciones!  Esa  Nacin  Amrica  ser  en  el 
porvenir los Estados Unidos del Norte y los Estados Unidos 
del Sur. Los Estados Unidos [del Norte] existen constituidos, 
como salvacin de la Repblica. Los Estados Unidos del Sur 
estn  por  constituir.  Luego,  la  federacin  de  Sud  Amrica 
debe  ser  el  gran  pensamiento  de  los  polticos  y  gobiernos 
que  no  quieren  vivir  con  el  da,  sino  preparar  el  camino 
de  la  era  futura  que  garantizar  todo  bien,  toda  libertad  y 
toda  fuerza.  Habitando  las  alturas  de  ese  pensamiento  fue 
que  conceb  el  proyecto  de  la  Federacin  Americana,  para 
lo cual reun en Pars a los jvenes de Amrica. Las prensas 
de  Amrica  han  reproducido  el  proyecto  y  tres  gobiernos 
[los de Chile, Per y Ecuador] han dado los primeros pasos 
FRANCISCO BILBAO.  ENTRE EL PROYECTO LATINOAMERICANO Y LE GRAN. . .      219
para llegar a un resultado preparatorio [el Tratado Tripartito 
de 1856] de la federacin de las Repblicas del Sur. [] He 
llegado  a  Buenos  Aires  posesionado  del  gran  pensamiento 
de la federacin de las Repblicas, y resuelto a cooperar a su 
realizacin,  creyendo,  como  creo,  que  este  pueblo,  por  sus 
antecedentes  gloriosos,  por  la  gloriosa  iniciativa  que  tom 
en  tiempo  de  la  Independencia,  era  la  mejor  tribuna  para 
proclamarlo.
Y  el  15  de  abril  de  1859,  al  tomar  la  redaccin  de  El  Nacional 
Argentino,  el  diario  ohcial  del  gobierno  de  la  Confederacin  en 
Paran, tambin deca:
Hace  tres  aos  presentbamos  ante  una  reunin  de 
americanos convocada por nosotros en Pars, el proyecto de 
un Congreso Federal de las Repblicas del Sur.
La  desaparicin  progresiva  de  Mjico,  la  anarqua  de  la 
Amrica  del  Centro,  en  cinco  repblicas  independientes 
dividida,  sin  poder  arrojar  de  su  territorio  a  una  banda  de 
hlibusteros,  y,  ms  que  todo,  el  espectculo  grandioso  que 
podra presentar el continente americano dividido tan solo 
en  dos  nacionalidades  colosales,  los  Estados  Unidos  del 
Norte y los Estados Unidos del Sur, con el ingls y el espaol 
como  idiomas,  y  la  Repblica  como  verbo  dehnitivo  de  la 
fusin de todas las razas, en orden y libertad explotando las 
maravillas  conocidas  y  por  conocer  del  mundo  de  Coln, 
he  ah,  en  resumen,  el  impulso  y  motivo  que  nos  hicieron 
aceptar y propagar la idea de la Federacin Americana.
Lejos de la Repblica Argentina, jams pudimos comprender 
la separacin de Buenos Aires. Penetrados de la grande idea, 
esa  separacin  era  un  obstculo  primordial  que  levantaba 
la  cabeza  de  Medusa  para  espantar  a  los  pueblos  y  hacer 
desesperar de los destinos de la raza latina. () En la Revista 
del Nuevo Mundo fundada por nosotros, en la redaccin del 
Orden,  en  la  correspondencia  del  Uruguay,  proclamamos  la 
cuestin  nacional  como  cuestin  capital  de  la  Repblica. 
() Hoy, casualidad o Providencia, hemos venido a redactar 
el diario de la Nacionalidad, y nos inclinamos ante el honor 
y la responsabilidad que la tribuna del Nacional Argentino nos 
impone.
Signihcativamente, en segundo lugar, en ambos peridicos hemos 
visto mayusculado el nombre. En El Orden vemos el nombre con 
maysculas en un artculo del 28 de marzo de 1858. La federacin 
LVARO  GARCA  SAN  MARTN 220  
americana,  dice,  podra  llegar  a  constituir  un  coloso  desahante 
de  Europa,  apoyando  una  planta  en  la  Amrica  Sajona  y  la 
otra  en  la  Amrica  Latina.  La  mayscula  del  nombre  vuelven 
a  aparecer  en  El  Nacional  Argentino  el  7  de  mayo  de  1859:  Si 
volvemos  nuestras  miradas  a  la  Amrica,  vemos  al  momento  la 
palabra libertad pronunciada tan slo en dos idiomas: la Amrica 
Latina,  la  Amrica  Sajona.  Desconocemos  un  texto  anterior  a 
este, en Bilbao mismo o en otros autores, donde Amrica Latina 
se escriba as, con maysculas. 
Por  ltimo,  en  La  Amrica  en  peligro,  como  se  sabe  escrita  en 
reaccin  a  la  intervencin  francesa  en  Mxico  ese  mismo  ao 
de 1862, y donde, por lo tanto, no se trata de la Amrica latina en 
peligro,  sino  del  peligro  latino  de  Amrica,  el  nombre  es  empleado 
denotativamente,  e  incluye  Mxico,  Centroamrica,  Colombia, 
Venezuela,  Ecuador,  Per,  Bolivia,  Chile,  Argentina,  Uruguay, 
Paraguay  y  Brasil  (1862,  29-30).  Brasil  y  Paraguay  entran  en 
el  conglomerado  latinoamericano  virtualmente,  pues  sus 
situaciones  polticas  respectivas  de  ese  momento  los  hacen 
permanecer a la expectativa de su efectiva inclusin; el primero, 
porque  es  todava  un  imperio  y  el  segundo,  una  prolongada 
dictadura.  Esas  exclusiones  arrastran  una  doble  signihcacin 
poltica  para  Amrica  Latina,  que  habr  de  ser  en  dehnitiva, 
republicana  y  democrtica.  Que  tiene  otra  signihcacin,  pues, 
que  la  procedente  del  imperialismo  panlatinista  francs.  En 
un  artculo  inmediatamente  posterior  artculo  de  polmica 
publicado en La Nacin Argentina el 7 de octubre de 1862 Bilbao 
usa, hasta donde sabemos, el ttulo por ltima vez: 
Cuando en la Amrica latina se trata nada menos que de la 
vida o muerte de una religin y de una nueva manifestacin 
o  desarrollo  del  axioma  eterno  de  la  libertad  en  la  regin 
del dogma (), al frente de una situacin moral tan grave, 
en  nombre  de  Dios  y  de  la  humanidad,  a  todos  conjuro 
para  sostener  la  columna  fundamental  del  nuevo  mundo: 
la  libertad  de  pensamiento,  la  libertad  de  la  conciencia,  la 
autoridad de la razn.
En el retiro, tan reuexivo como decisivo, de la expresin, opera 
seguramente la lectura de Lexpdition du Mexique de Edgar Quinet 
(1862),  que  Bilbao  traduce  y  publica  en  Buenos  Aires  el  20  de 
octubre de 1862, y donde hay un explcito cuestionamiento de la 
raza latina. Dice Quinet traducido por Bilbao: 
FRANCISCO BILBAO.  ENTRE EL PROYECTO LATINOAMERICANO Y LE GRAN. . .      221
Es a ttulo de latinos que vais a cubrir con vuestra invasin 
al  pueblo  mexicano?  Y  todo  lo  que  es  latino  en  el  mundo 
debe esperar de vuestra parte una violacin semejante? () 
Es,  pues,  como  miembro  de  la  familia  que  vens  a  ocupar 
el  hogar,  a  arrojar  de  l  a  sus  dueos,  a  imponerles  la  ley, 
o  la  ausencia  de  ley,  que  ser  ms  de  vuestro  agrado?  () 
Os  declaris  su  seor?  Cambiaris  a  vuestro  capricho  su 
gobierno, su voluntad? Os diris los mayores de esta familia, y 
a ttulo de mayorazgo reduciris a los menores a la condicin 
de los siervos.
La  denuncia  de  la  raza  latina  como  dispositivo 
ideolgico por Quinet exhibe la distancia crucial de Bilbao con 
Amrica Latina, que se expresa as en Emancipacin del espritu en 
Amrica  de  1863:  Atrs  la  Francia  Imperial,  personihcacin  de 
la hipocresa y de la perhdia; hipcrita, pues se llama protectora 
de  la  raza  latina  para  someterla  a  su  rgimen  de  explotacin; 
prhda,  pues  habla  de  libertad  y  nacionalidad  cuando,  incapaz 
de libertad, conquista para esclavizar. Bilbao remiti este mismo 
artculo  para  su  reimpresin  en  La  voz  de  Chile  a  comienzos  de 
1863: Envi a Guillermo Matta un artculo mo contra Francia, 
que ha causado algo como asombro aqu. No s si lo publicar. 
Nos hemos de libertar de todas esas fementidas tutelas. Amrica 
libre!  es  todo  un  programa.  Los  ilustrados  son  los  ms  siervos 
en  Amrica.  Pero  la  reaccin  empieza.
6
  Para  Bilbao,  pues, 
Latinoamrica empieza en esta reaccin, cuando Latinoamrica 
no se llama (sin) ms Amrica Latina.
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6
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   225
 El nutrido campo de las historias de la 
Filosofa Latinoamericana
1
Josf S.+os Hivtic
Es  mucho  lo  que  ha  ocurrido  y  lo  que  se  ha  escrito  en  el 
campo de la Filosofa en Amrica Latina durante los ltimos dos 
siglos. Tanto, que a estas alturas emprender la tarea de escribir 
su  historia  se  ha  vuelto  una  empresa  que  puede  calihcarse  de 
enorme,  monumental,  incluso,  titnica.  Trabajo  que,  pese  a 
esta  constatacin,  una  considerable  cantidad  de  autores  han 
tenido  la  valenta  y  la  motivacin  de  emprender.  Es  a  raz  de 
ello que sorprende tanto que hace algunos aos (2004), Carlos 
Boerlegui al comenzar su libro titulado Historia del pensamiento 
flosfco  latinoamericano.  Una  bsqueda  incesante  de  identidad 
seale que pese a existir algunas monografas y artculos sobre 
diversas  pocas  o  historias  de  los  pases  iberoamericanos 
ms  potentes,  hloshcamente  hablando,  todava  no  hay 
ninguna  investigacin  que  se  dedique,  de  forma  amplia  y 
pormenorizada, a presentar lo ms destacable del pensamiento 
hloshco  latinoamericano  en  todas  sus  pocas  histricas  y  en 
todas sus nacionalidades (2004:21). Boerlegui pretende, por lo 
tanto, ser el primero en hacer el esfuerzo de sistematizar todas 
las historias del pensamiento hloshco latinoamericano.
Como  ha  puesto  de  manihesto,  ya  muy  claramente,  David 
Sobrevilla  (2007),  en  realidad  la  nica  novedad  que  presenta 
el  libro  de  Boerlegui  en  este  sentido  es  el  haber  sido  la 
primera  historia  del  pensamiento  hloshco  latinoamericano 
1
   Texto ledo en el III Encuentro del SICLA (Seminario Identidad Cultural 
Latinoamericana) Independencia de Amrica. Primer Centenario y Segundo 
Centenario,  Escuela  de  Estudios  Hispanoamericanos  del  Consejo  Superior 
De Investigacin Cienthca (CSIC), Sevilla, 12 al 18 de septiembre de 2010.
JOS  SANTOS  HERCEG 226  
que  se  publica  en  Espaa  escrita  por  un  espaol.  De  hecho, 
en  otros  pases  de  Europa  ya  se  haba  emprendido  esa  tarea, 
como son los casos del libro del italiano Sergio Sarti, Panorama 
della  flosofa  hispanoamericana  contempornea  (1976);  la  obra  del 
francs  Alain  Guy,  Panorama  de  la  Philosophie  Ibro-Amricaine. 
Du  XVF  Sicle  a  nosjours  (1989)  y  el  estudio  del  alemn  Heinz 
Krumpel, Philosophie in Lateinamerika. Grundzge ihrer Entwicklung 
(1992).  En  Amrica  Latina,  por  su  parte,  los  esfuerzos  en  este 
sentido  ya  constituan  una  abundante  tradicin  al  momento 
en  que  Boerlegui  publicaba  su  libro.  A  partir  de  mediados 
del  siglo  pasado,  sobre  todo  a  raz  de  un  impulso  dado  por 
el  mexicano  Leopoldo  Zea  en  vistas  de  recuperar  el  pasado 
hloshco  del  continente,  se  inici  un  movimiento  que  no  ha 
conocido  detencin  hasta  hoy.  En  efecto,  entre  1945  y  1946 
Zea recibe una beca que le permite recorrer un ao los pases 
iberoamericanos. En dicho viaje contacta a un selecto grupo de 
intelectuales latinoamericanos, reclutndolos para su proyecto 
de recuperacin. Entre ellos estaban Arturo Ardao (Uruguay), 
Joao Cruz Costa (Brasil), Francisco Mir Quesada (Per), Jos 
Luis  Romero  (Argentina)  y  Guillermo  Francovic  (Bolivia). 
Ms adelante se sumarn Ernesto Mayz Vallenilla (Venezuela), 
ngel  y  Carlos  Rama  (Uruguay),  Jos  Antonio  Portuondo  y 
Roberto  Fernndez  Retamar  (Cuba)  y  Darcy  Ribeiro  (Brasil), 
entre otros. Comenzaba as la labor de relatar la historia de la 
Filosofa en Amrica Latina.
Estos autores escarbaron en las tradiciones de sus propios pases y 
en la de Amrica Latina en general, dando lugar a una considerable 
textualidad, la mayor parte de la cual se ha publicado en el Fondo 
de Cultura Econmica en Mxico. Aunque no es mucho el tiempo 
que ha pasado desde que se iniciara este proceso, a estas alturas 
y  contradiciendo  uagrantemente  la  ahrmacin  de  Beorlegui, 
son multitud las historias de la Filosofa que se han escrito, tanto 
en  los  mbitos  nacionales  como  continentales.  Es  as  como  hay 
historias  de  la  Filosofa  nacional  en  prcticamente  todos  los 
pases del continente. A modo de ejemplo, podra mencionarse 
EL  NUTRIDO  PANORAMA  DE  LAS  HISTORIAS  DE  LA  FILOSOFA  EN 
AMRICA  LATINA
   227
el  caso  de  Chile
2
,  Bolivia
3
,  Argentina
4
,  Per
5
,  Mxico
6
,  Costa 
Rica
7
,  Repblica  Dominicana
8
,  Panam
9
,  Uruguay
10
,  Colombia
11
, 
Venezuela
12
,  Ecuador
13
,  Cuba
14
,  etc.  Todos  estos  pases  tienen, 
en  distinto  grado,  trabajo  adelantado  sobre  las  historias  de  sus 
respectivas hlosofas nacionales.
En el plano de las historias continentales de la Filosofa, y solo con 
la  intencin  de  mencionar  las  ms  conocidas,  publicadas  antes 
de 2004, habra que aludir, en orden de aparicin, los libros de 
Ramn Insua Rodrguez, (1945), Leopoldo Zea, (1949), Alberto 
Caturelli  (1953),  Manfredo  Kempff  Mercado  (1958),  Alfredo 
Carrillo  Narvez  (1959),  Francisco  Larroyo,  (1963  y  1968), 
Abelardo Villegas (1963), William Rex Crawford (1966), Augusto 
Salazar  Bondy  (1968),  Francisco  Mir  Quesada  (1974  y  1981), 
Jaime Rubio (1979), Arturo Andrs Roig (1981), Horacio Cerutti-
Guldberg  (1986),  Jos  Lus  Gmez-Martnez  (1987),  Enrique 
Dussel  (1994),  Javier  Sasso  (1998),  Pablo  Guadarrama  (2000)  y 
Germn  Marqunez  Argote  (2001),  entre  muchos  otros.  Como 
se puede observar, entre los textos de Historia de la Filosofa en 
Amrica Latina y en los diferentes pases en particular, de hecho, 
se puede constituir una contundente biblioteca.
Justamente,  la  existencia  de  esa  multitud  de  historias  pone  de 
manihesto  que  ninguna  de  ellas  es  la  Historia  de  la  Filosofa 
en Amrica Latina, y cada una es solo una versin posible de lo 
2
  Roberto Escobar (1976 y 2008), Ivn Jaksic (1984) y Cecilia Snchez (1992).
3
  Guillermo Francovic (1945 y 1956).
4
  Celina Lertora (1976), Diego Pro (1980) y Alberto Caturelli (2001).
5
  Augusto Salazar Bondy (1967), y Mara Luisa Rivera de Tuesta, (2000).
6
  Leopoldo Zea (1943, 1955), Samuel Ramos (1943), Antonio Ibargengoitia 
(2007),  Jos  Mara  Gallegos  Rocafull  (1951),  Mauricio  Beuchot  (1996), 
Abelardo  Villegas  (1985  y  1988),  Mario  Magalln  (1998),  Mara  del  Carmen 
Rovira (1997).
7
  Medardo Vitier y Constantino Lscaris (1964 y 1970).
8
  Armando Cordero (1962) y Rosa Elena Prez de la Cruz (2000).
9
  Ricaurte Soler (1971 y 1991).
10
  Arturo Ardao (1950).
11
  Jaime Jaramillo (1964) y Germn Marqunez (1981).
12
  Jos  Ramn  Luna,  Jos  Romn  (1971),  Juan  David  Garca  Bacca  (1953  y 
1972), ngel Muoz (1999).
13
  Arturo Andrs Roig (1977) y Carlos Paladines (1991).
14
  Medardo Vitier (1948), Pablo Gadarrama (1986 y 1995), Jos Manuel Mestre, 
(1952),  Humberto  Piera  Llera,  (1960),  Dale  Riepe,  (1989)  y  Oleg  Ternevoi, 
(1981).
JOS  SANTOS  HERCEG 228  
acontecido.  Como  ha  sido  puesto  mltiples  veces  de  relieve,  el 
discurso historiogrhco es solo y simplemente una representacin 
del pasado, y la historiografa es nicamente un relato acerca de 
la  Historia,  una  produccin  mayoritariamente  escrita  acerca  de 
lo acontecido. La historiografa (es decir historia y escritura) 
ha  escrito  acertadamente  Michel  de  Certeau  lleva  inscrita  en 
su nombre propio la paradoja y casi el oxmoron de la relacin 
de  dos  trminos  antinmicos:  lo  real  y  el  discurso.  Su  trabajo 
es unirlos, y en las partes en que esa unin no puede pensarse, 
hacer como si los uniera (2000:13). 
La  futilidad  del  discurso  historiogrhco  como  la  llama  De 
Certeau,  es  decir,  aquella  constatacin  de  que  nunca  ser 
llenado  el  espacio  que  separa  al  discurso  de  la  realidad  (22) 
es  lo  que  abre  la  posibilidad  para  que  el  relato,  la  relacin  que 
se  hace  de  los  hechos  pueda  ser  alterado,  cambiado,  dando 
origen  a  la  coexistencia  de  mltiples  versiones  de  la  historia 
o,  dicho  de  otra  forma,  a  muchas  historias  que  se  reheren  los 
mismos acontecimientos. Lo nico que queda de lo sucedido son 
vestigios, ruinas fuentes con los cuales se construyen discursos 
sobre el pasado, interpretaciones ms o menos coherentes, ms 
o  menos  verosmiles  de  lo  acontecido.  Los  archivos  dice  De 
Certeau  forman  el  mundo  de  este  juego  tcnico  (2000:23). 
La  historiografa,  en  tanto  que  reproduccin  de  la  realidad 
pasada  es,  en  realidad,  una  produccin  del  pasado.  En  este 
sentido  seala  Le  Goff  que  El  pasado  es  una  construccin  y 
representacin constante (1995:28). 
De la Historia de la Filosofa en Amrica Latina se han construido 
mltiples representaciones; es por ello que al titular este trabajo 
he  preferido  utilizar  en  plural  la  palabra  historia  y,  de  hecho, 
lo he llamado El nutrido campo de las historias de la Filosofa 
latinoamericana.  Ante  este  panorama  mltiple  y  variado  de 
historias se hace necesario encontrar algn modo de organizarlo. 
Hay,  sin  duda,  muchas  formas  de  organizar  este  material, 
utilizando diferentes criterios tanto formales como de contenido. 
En esta oportunidad, ordenaremos el campo de acuerdo con la 
manera  en  que  los  diferentes  historiadores  organizan  el  relato, 
ms bien, de acuerdo con los criterios que escogen los autores para 
ordenar su narracin. En efecto, una nota que marca diferencia 
entre  los  relatos  y  determina  la  aparicin  de  representaciones 
alternativas,  tiene  que  ver  con  las  decisiones  de  los  autores 
EL  NUTRIDO  PANORAMA  DE  LAS  HISTORIAS  DE  LA  FILOSOFA  EN 
AMRICA  LATINA
   229
respecto de la forma en que se articula, se ordena la narracin, 
dndole  una  coherencia,  un  sentido,  una  racionalidad.  Cecilia 
Snchez,  analizando  este  tema,  se  ha  referido  a  tres  criterios 
que, a su juicio, se han utilizado para organizar el desarrollo del 
pensamiento  latinoamericano  (1997:34-36).  La  autora  llama  a 
estos criterios: racionalista, romntico e institucional.
El criterio que Snchez llama racionalista, es aquel que tiende 
a  historizar  el  pensamiento  de  acuerdo  al  progreso  por  edades 
o etapas de ciertas ideas magistrales. Dicha concepcin se fa de 
la coherencia interna, autnoma y evolutiva del pensamiento, en 
concordancia con el patrn enciclopdico del siglo XIX (Snchez, 
1997:98).  Es  as  como,  por  ejemplo,  la  historia  hloshca  de  la 
tradicin europea-occidental se divide habitual y tradicionalmente 
en Filosofa Antigua, Medieval, Moderna y Contempornea. Sobre 
esta base se articulan la gran mayora de los textos que pretenden 
describir  dicha  historia,  sobre  ella,  tambin,  se  confeccionan  los 
programas  de  cursos  en  las  universidades,  y  sirve  para  distinguir 
los  mbitos  de  trabajo  de  los  profesores,  de  los  alumnos,  etc. 
Este  criterio,  como  puede  constatar  cualquier  observador,  tiene 
una  aceptacin  y  utilizacin  institucional  sumamente  amplia.  Su 
sustento,  sin  embargo,  es  dbil,  pues  la  coherencia  interna,  la 
autonoma y la evolutividad de cada una de dichas edades o etapas 
es  cuestionable.  Pese  a  ello,  como  se  deca,  tiene  una  amplia 
aceptacin institucional, la mayor de la veces a-crtica.
La  tendencia  de  los  historiadores  de  la  Filosofa  en  Amrica 
Latina  ha  sido,  sobre  todo  cuando  se  iniciaba  el  proceso  de 
recuperacin,  la  utilizacin  de  las  mismas  etapas  o  perodos 
que se distinguen habitualmente en el desarrollo de la Filosofa 
occidental  y,  con  modihcaciones,  aplicarlas  para  describir  la 
evolucin  de  la  Filosofa  en  el  continente.  Las  modihcaciones, 
aluden,  segn  hace  ver  Roig,  a  dos  asuntos:  discontinuidades  y 
ausencias (1986:65). El proceso de la Filosofa en el continente, 
por  tanto,  se  saltara  etapas,  momentos,  fases  que  se  dieron  en 
la tradicin occidental. Salazar Bondy, por su parte, rehrindose 
a  estas  modihcaciones,  coincide  con  lo  dicho  por  Roig  en  lo 
referente a la discontinuidad, pero agrega el hecho de que dicho 
decurso es sinptico y presenta un retardo decreciente y una 
aceleracin  creciente  (1988:26-27).  Con  ello  alude  a  que  la 
Filosofa  en  Amrica  Latina  est  cada  vez  menos  retrasada,  a  la 
vez que cada da est ms activa. 
JOS  SANTOS  HERCEG 230  
Un  caso  paradigmtico  de  este  tipo  de  organizacin  es  el 
utilizado  por  el  mismo  Salazar  Bondy,  quien  sostuvo  ya  hace 
treinta aos, sin ambigedad alguna, que el desenvolvimiento 
ideolgico hispanoamericano corre paralelo con el proceso del 
pensamiento  europeo  (y  ahora  tambin  norteamericano)  y  los 
cambios  que  se  producen  en  l  coinciden  estrechamente  con 
las transformaciones de la hlosofa occidental (1988:26). Sobre 
este supuesto el autor establecer la existencia de cuatro grandes 
etapas. Una primera, que llama Escolstica y que ira desde el 
siglo XV al XVII, es decir, durante gran parte del perodo colonial; 
una segunda titulada Ilustracin, que abarcara lo ocurrido en 
el  siglo  XVIII,  y  hnalmente,  distinguir  una  tercera  etapa  que 
llama  Independencia  poltica.  Esta  ltima  se  subdivide,  para 
el peruano, en cuatro momentos: a) hasta 1870: Romanticismo, 
Filosofa de la Ideologa, Escuela escocesa del common sense y el 
espiritualismo; b) ltimas dcadas del siglo XIX: Positivismo; c) 
primeras dcadas del siglo XX: Antipositivismo y los Fundadores; 
4) Etapa contempornea: Marxismo y otras corrientes de Filosofa 
social: Neotomismo, Fenomenologa, Normalizacin.
Dentro  de  este  mismo  modo  de  categorizar  y  organizar  el 
desarrollo del pensamiento hloshco en el continente se puede 
mencionar, tambin, la propuesta del boliviano Risieri Frondizi, 
quien distingue cinco etapas que van, como l seala, desde 
las culturas indgenas hasta la futura formacin de una conciencia 
hloshca  genuina  y  propia  (1983:216).  Dichas  fases  seran, 
segn  este  autor:  Weltanschauung  indgenas,  Escolsticas 
como ideologa, Ideas modernas y Positivismo-Antipositivismo, 
para  terminar  en  una  que  llama  simplemente,  Futuro.  Del 
mismo  modo,  el  clsico  texto  de  Leopoldo  Zea,  El  pensamiento 
latinamericano,  escrito  en  1965,  est  dividido  en  dos  secciones 
que  coinciden,  para  este  autor,  con  las  dos  grandes  etapas  del 
pensamiento  latinoamericano  hasta  entonces:  Romanticismo 
(Ilustracin) y Positivismo. 
Finalmente, para mencionar otro ejemplo ms contemporneo, 
est el libro compilado por Germn Marqunez Argote y escrito 
por  una  pluralidad  de  autores,  titulado  La  flosofa  en  Amrica 
Latina.  Dicho  texto  tiene  expresamente  como  objetivo,  segn 
su  compilador,  ser  un  libro  de  texto  para  los  estudiantes 
sobre  el  proceso  histrico  de  las  edades  hloshcas  en  Amrica 
Latina  (Marqunez,  2001:11).  Con  esa  hnalidad  divide  sus 
EL  NUTRIDO  PANORAMA  DE  LAS  HISTORIAS  DE  LA  FILOSOFA  EN 
AMRICA  LATINA
   231
captulos  dedicados  a  los  siglos  XIX  y  XX  en:  El  positivismo 
latinoamericano, Antipositivismo, Metafsica y Ontologas, La 
Neoescolstica de los siglos XIX y XX, Dinmica y especihcidad 
de  las  ideas  marxistas  en  Amrica  Latina,  La  Fenomenologa 
en Amrica Latina y Filosofa de la ciencia y anlisis hloshco.
Como una suerte de reaccin a este modo de historiar utilizando 
categoras y esquemas organizacionales importados categoras 
imperiales como dira Jos Gaos, surgen propuestas que buscan, 
siempre  dentro  del  esquema  racionalista,  innovar  en  cuanto  al 
orden y categorizacin: buscan categoras autctonas, como las 
llamara Arturo Roig. 
Una  propuesta  paradigmtica  en  este  sentido  es  la  de  Enrique 
Dussel,  quien  distingue  entre  pocas  y  Perodos  (1982:405). 
Segn  el  autor,  la  Filosofa  latinoamericana  ha  pasado  por  tres 
grandes pocas y ocho Perodos, siendo los Perodos momentos 
internos  de  las  pocas.  La  Primera  poca  llamada  Filosofa 
colonial (1492-1807), comprende los cuatro primero Perodos: 
Filosofa  poltica  ante  la  conquista  (1492-1553),  Primera 
normalizacin  hloshca  (1513-1700),  que  corresponde  a 
la  instalacin  universitaria  de  la  Escolstica  y  La  crisis  de  la 
Ilustracin  (1700-1756/67,  1750-1800).  En  la  Segunda  poca 
denominada  Filosofa  de  la  dependencia  Neocolonial  (desde 
1907) se enmarcan los cinco Perodos siguientes: Filosofa ante 
la  primera  Emancipacin  (desde  1807),  El  fracaso  del  nuevo 
orden (desde 1820), El positivismo a la sombra de la expansin 
del  imperialismo  (desde  1880),  La  segunda  normalizacin 
(desde 1910) y Los avatares de la crisis de dependencia (1945-
1955).  Finalmente  se  abre  una  tercera  poca  que  Dussel 
denomina  La  hlosofa  ante  la  segunda  emancipacin  (desde 
1959).
Junto  a  este  modo  racionalista  de  articular  la  Historia, 
Cecilia  Snchez  se  rehere,  como  se  deca  antes,  a  una  manera 
romntica  de  hacerlo,  que  tambin  ha  sido  utilizada  por  los 
historiadores  de  la  Filosofa  latinoamericana.  Con  este  modo 
de  organizacin  se  alude  a  aquella  periodizacin  que  busca 
construir la historia del pensamiento en torno a ciertos genios 
del pensamiento. Se trata de lo que Jos Gaos denominaba los 
nombres centrales (1990:57-59). Se toman ciertos autores que, 
por diferentes razones, se consideran especialmente relevantes y 
se estructura la Historia del pensamiento sobre la base de aquellas 
JOS  SANTOS  HERCEG 232  
cabezas  particularmente  sobresalientes:  Platn,  Aristteles, 
Santo  Toms,  San  Agustn,  Descartes,  Kant,  Hegel,  Husserl 
y  Heidegger  para  el  caso  Europeo.  De  este  modo,  se  organiza 
la  Historia  del  pensamiento  hloshco  como  una  seguidilla  de 
mentes brillantes. Por complejo y discutible que sea este modo 
de  organizacin  pensemos,  por  ejemplo,  en  lo  difcil  que 
fundamentar objetivamente un criterio para decidir quienes son 
los fundamentales este modo de historia goza de gran vigencia, 
aunque  aparece,  la  mayora  de  veces  articulado  con  el  criterio 
racionalista. Es as como, por ejemplo, en el caso de la tradicin 
europea-occidental la Filosofa Antigua est constituida por el 
pensamiento de Platn y Aristteles y la Filosofa Moderna es la 
que va de Descartes a Hegel.
En  el  caso  de  Amrica  Latina,  este  esquema  fue  muy  utilizado 
durante  una  poca  para  referir  la  Historia  de  la  Filosofa  en  el 
continente.  Un  caso  paradigmtico  es  el  de  Mamfredo  Kempff 
Mercado en su libro Historia de la Filosofa en Latinoamrica (1958). 
All,  el  autor,  en  su  segunda  seccin,  que  llama  Histrica, 
contempla  una  divisin  en  tres  partes.  La  primera  llamada  La 
cultura en la Colonia: Escolstica, la segunda que denomina La 
hlosofa  moderna,  donde  aborda  la  descripcin  y  anlisis  del 
pensamiento de Enrique Jos Varona, Jos Ingenieros, Alejandro 
Korn,  Carlos  Vaz  Ferreira,  Alejandro  Destua,  Antonio  Caso, 
Jos  Vasconcelos,  Enrique  Molina,  Mamerto  Oyola,  Raimundo 
de  Faras  Brito,  Jakson  de  Figueiredo  y,  hnalmente  una  tercera 
parte,  llamada  La  hlosofa  actual,  donde  se  rehere  nica  y 
exclusivamente al pensamiento de Francisco Romero. 
Algo semejante es lo que se puede encontrar en la tercera seccin 
de  la  obra  de  Francisco  Mir  Quesada  Despertar  y  proyecto  del 
flosofar latinoamericano seccin que curiosamente no hgura en el 
ndice. All, el autor lleva a cabo una revisin del pensamiento 
de  los  llamados  forjadores  de  la  Filosofa  latinoamericana 
uno  por  uno:  el  argentino  Francisco  Romero,  los  peruanos 
Francisco Garca Caldern, Victor Andrs Belande, scar Mir 
Quesada, Julio Chiriboga, Honorio Delgado, Mariano Ibrico y, 
hnalmente, el mexicano Leopoldo Zea. El segundo libro de Mir 
Quezada, titulado Proyecto y Realizacin del flosofar latinoamericano, 
complementa  el  primero,  en  tanto  que  habla  del  presente  del 
autor  y,  aunque  organiza  los  autores  en  tres  ejes  temticos,  el 
texto se dedica a exponer por su orden el pensamiento de Miguel 
EL  NUTRIDO  PANORAMA  DE  LAS  HISTORIAS  DE  LA  FILOSOFA  EN 
AMRICA  LATINA
   233
ngel Villaroso, Alberto Wajner de Reyna, Renato Cirell, Mario 
Sambarino,  Emilio  Esti,  Juan  Adolfo  Vsquez,  Ernesto  Mayz 
Vallenilla,  Octavio  Nicols  Derisi,  Eugenio  Pucciarelli,  Danilo 
Cruz Vlez, Leopoldo Zea y Abelardo Villegas.
Una  variacin  interesante  de  este  modo  romntico  de 
periodizar, es el llamado mtodo generacional. Lo que est en 
juego aqu es la conocida teora de las generaciones que fuera 
difundida  por  Ortega  y  Gasset  y  continuada  por  Julin  Maras. 
En palabras de Ortega el conjunto de los que son coetneos 
en  un  crculo  de  actual  convivencia,  es  una  generacin.  El 
concepto  de  generacin  no  implica,  pues,  primariamente,  ms 
que estas dos notas: tener la misma edad y tener algn contacto 
vital  (2006:46).  Las  edades  humanas  se  dividiran  en  5  grupos 
de 15 aos cada una y las generaciones vigentes seran, por tanto, 
las que van de 30 a 45 aos y de 45 a 60 estando la primera en 
gestacin y la segunda en gestin. Al margen de las crticas que 
se  pueden  hacer  y  se  han  hecho  con  razn  a  este  mtodo,  lo 
interesante, para efecto de este trabajo, es su aplicacin.
La  propuesta  que  hace  Mir  Quesada  en  la  primera  parte  de 
primer  su  libro,  en  cuanto  a  la  periodizacin  generacional  del 
pensamiento  latinoamericano  es,  sin  duda,  la  ms  conocida. 
Hay  que  reconocer,  sin  embargo,  que  el  peruano  toma  las 
categorizaciones  fundamentales  del  argentino  Francisco 
Romero. Es as como se distingue, primero que nada, la llamada 
Generacin de los fundadores, entre los que menciona a Korn, 
Rod, Vaz Ferreira, Molina, Deusta, Faras, Vasconcelos, Caso. A 
sta habra seguido una Generacin de los forjadores integrada 
por  Romero,  Astrada,  Anqun,  Figeiredo,  Liman,  Maritegui, 
Ramos. En tercer lugar estara la Generacin joven o tcnica que 
sera la que se divide en Ahrmativos y Asuntivos. En su segundo 
libro, Mir Quesada agrega la Generacin de la articulacin, a 
partir de 1960, y la Generacin de la liberacin: Salazar Bondy, 
Roig, Kusch, Scannone, Dussel, Freire y Villegas.
Finalmente,  junto  al  modo  racionalista  y  al  romntico,  Cecilia 
Snchez  habla  de  un  criterio  poltico  institucional  de 
periodizacin.  Segn  este  criterio  forman  parte  constitutiva 
del  pensamiento  acontecimientos,  decisiones  y  operaciones 
considerados usualmente externos a las ideas, cuya conhguracin 
en  un  espacio  se  encuentra  regulada  directa  o  indirectamente 
por  algn  tipo  de  poder  (Snchez,  1997-98:35).  Dicho  ms 
JOS  SANTOS  HERCEG 234  
claramente,  la  Iglesia,  el  Estado,  la  Universidad  o  incluso 
el  mercado,  segn  este  criterio  de  anlisis  histrico,  han 
determinado  la  conhguracin  de  los  espacios  hloshcos,  por  lo 
que historia su decurso para por tener en cuenta lo que ocurre 
con dichos poderes.
El  mismo  texto  de  Cecilia  Snchez  llamado  Una  disciplina  de  la 
Distancia. Institucionalizacin universitaria de los estudios flosfcos en 
Chile es un ejemplo paradigmtico de la utilizacin de este criterio 
para  organizar  el  desarrollo  de  la  Filosofa  (1992).  El  texto  da 
cuenta de la Historia de la Filosofa en Chile de acuerdo con su 
vinculacin a la Universidad aunque la autora misma reconoce 
que una porcin importante del trabajo hloshco no ha pasado 
por ella, poniendo el acento en el grado de autonoma que la 
disciplina adquiere o pierde respecto del Estado. De esta forma 
se hace evidente cun estrecho y delicado es el vnculo entre 
la  universidad  y  el  poder  poltico  del  Estado  y  con  ello  cun 
indesmentible  y  poderosa  la  relacin  entre  la  Filosofa  que  se 
da  en  las  aulas  y  el  poder  poltico.  Es  as  como  el  desarrollo  
segn la autora admite tres momentos, que corresponden a las 
tres  partes  del  libro:  El  uso  de  la  hlosofa  en  Chile  durante  el 
siglo XIX y principios del XX, la Constitucin disciplinaria de 
los Estudios hloshcos y La Filosofa, un ejercicio tolerado (a 
partir de 1973).
En una perspectiva anloga Jos Luis Gmez Martnez, al referirse 
al pensamiento hispanoamericano del siglo XIX, parte de la 
conviccin  de  que  todo  pensador  responde  a  una  circunstancia 
concreta. A raz de ello, divide su exposicin en cinco momentos 
de  acuerdo  con  los  procesos  polticos  vividos  por  los  pueblos 
americanos:  La  herencia  del  siglo  XVIII:  la  ilustracin  en 
Hispanomrica, De la autonoma de la independencia: idealismo 
utpico, El fracaso inicial y las bsquedas de sus causas, Triunfo 
de los liberales, y El progreso mediante el orden.
A partir de las diferentes formas de organizacin de los discursos 
historigrhcos  se  pueden  clasihcar  las  mltiples  formas  en  que 
se  ha  relatado  el  decurso  de  la  Filosofa  en  Amrica  Latina. 
Esta nota, que marca diferencia entre los relatos y determina la 
aparicin de representaciones alternativas, es decir, las decisiones 
de los autores respecto de la organizacin del relato, admite, no 
obstante,  otra  variante  que  ya  no  es,  ni  puede  ser,  racionalista, 
romntica  ni  poltico-institucional.  Se  trata  de  la  alternativa  de 
EL  NUTRIDO  PANORAMA  DE  LAS  HISTORIAS  DE  LA  FILOSOFA  EN 
AMRICA  LATINA
   235
historiar  las  ideas  hloshcas  renunciando  a  toda  periodizacin, 
dejando  por  completo  de  lado  la  alusin  a  pocas,  etapas, 
nombres o generaciones; abandonando, incluso, las referencias 
polticas  o  institucionales  con  las  que  se  intenta  organizar  o 
articular el relato historiogrhco.
En  el  mbito  latinoamericano  es  Arturo  Andrs  Roig  quien, 
por  inspiracin  confesada  de  Gramci,  comienza  a  hablar  de  la 
posibilidad  de  construir  una  historia  episdica.  Su  punto  de 
partida  es  la  constatacin  de  que  las  historias,  los  relatos  sobre 
acontecimientos  exigen,  se  cree  que  exigen,  una  organizacin. 
La  organizacin  que  se  hace  de  la  Historia,  ya  sea  en  fases, 
etapas,  momentos,  autores,  generaciones,  etc.  es,  como  dice 
Roig,  un  elemento  .sin  el  cual  se  piensa  que  no  se  puede 
llevar  a  cabo  una  tarea  historiogrhca  (1994:97).  Ella  sera  lo 
que hace posible agrupar los acontecimientos en unidades. Estos 
elementos funcionaran como los guiones de los que habla De 
Certeau cuando se rehere al hacer historia como una fbrica 
de  guiones,  que  permiten  organizar  el  discurso  acerca  de  los 
hechos del pasado (Cf.: 2000:20). Organizacin que busca una 
pretendida continuidad en el decurso de los acontecimientos, 
una continuidad que, desde Foucault es, como se sabe, objeto de 
sospecha. 
Se  podra  pensar,  como  dice  Roig,  que  la  continuidad  es  ms 
una  expresin  de  deseo  de  los  historiadores,  que  es  solo  un 
proyecto  de  continuidad  y  hasta  una  desesperacin  por 
una  continuidad  a  la  que  se  la  reviste  de  necesidad  racional 
(1994:101).  Las  lneas  de  continuidad,  entonces,  seran  una 
aspiracin-imposicin  sin  objetividad  y  necesidad.  Es  en  este 
contexto  en  el  que  Roig  introduce  la  idea  de  una  historia 
episdica,  es  decir,  una  historia  que  se  reduce  a  momentos 
puntuales  que  quedan  sealados  como  rupturas  sin  signihcado, 
momentos  de  irracionalidad  que  no  encajan  dentro  de  una 
racionalidad que podra justihcarlos (1994:101). Momentos que 
se describen renunciando a justihcarlos racionalmente dentro de 
una  totalidad  de  sentido  y  que,  por  lo  tanto,  dejan  fuera  toda 
pretensin de articularlos. Al modo de una suerte de lbum de 
fotos, de coleccin de momentos, la historia comprendida como 
conjunto de episodios se agota en la descripcin de instantes. 
La seleccin de los episodios referidos, sin embargo, es central, 
pues  no  cualquier  irrupcin  de  pensamiento  es  hloshco  para 
JOS  SANTOS  HERCEG 236  
Roig,  sino  solo  aquellos  en  que  aparece  el  hlsofo,  en  que, 
usando su terminologa, aquellos en que concurre lo que llama a 
priori antropolgico ([1984]2009). La Historia de las ideas hloshcas 
debe comenzar por la nocin de sujeto de sujeto hlosofante, en 
nuestro  caso  lo  que es  completamente  coherente,  pues, segn 
Roig,  sin  sujeto  no  hay  Filosofa.  Se  trata  de  aquel  sujeto  que 
se  pone  a  s  mismo  como  valioso  y  considera  como  valioso 
el  pensar  sobre  s  mismo.  El  relato  de  la  Historia  de  las  ideas 
hloshcas en el continente ha de tomar en cuenta la instalacin de 
aquel sujeto. Ahora bien, segn hace ver el mendocino, el sujeto 
hlosofante latinoamericano, de hecho, no se ha instalado de una 
vez y para siempre. Es as como Roig sostiene que la Filosofa en 
el continente ha tenido mltiples recomienzos: ella ha surgido 
cada  vez  que  un  sujeto  se  ha  puesto  a  s  mismo  como  valioso 
y  ha  considerado  que  tiene  valor  el  pensar  sobre  s  mismo.  Se 
puede hablar de un comienzo con las ideas independentistas, de 
otro durante la etapa de la organizacin nacional, de un tercero 
durante la independencia tarda de Cuba y Puerto Rico, etc.
Deca, al comenzar este texto, que es mucho lo que ha ocurrido 
en  el  campo  de  la  Filosofa  en  Amrica  Latina  durante  los 
ltimos dos siglos, que es tanto, que intentar escribir su historia 
es  una  tremenda  tarea.  Tarea  que,  sin  embargo,  como  he 
intentado mostrar, ya ha sido cumplida por mltiples estudiosos 
latinoamericanos  y  no-  latinoamericanos,  con  lo  que  haca  ver 
que  el  esfuerzo  de  Carlos  Boerlegui  se  viene  a  sumar  a  una 
relativamente  breve,  pero  contundente  tradicin  de  estudios 
sobre la Historia de la Filosofa en Amrica Latina. Las historias 
que  se  han  narrado,  sin  embargo,  aunque  admiten  algunas 
coincidencias,  tienden  a  divergir  profundamente,  al  punto 
de  que,  en  ocasiones,  parece  que  se  rehrieran  dehnitivamente 
a  objetos  del  todo  diversos.  Da  la  impresin  de  que  se  relatan 
historias  de  lugares  diferentes,  pues  los  autores  relevados 
diheren, las organizaciones cambian, los estilos son diversos, etc. 
Lejos de ver un problema en esta pluralidad de representaciones, 
que  llegan  a  ser  incluso  antagnicas,  lo  que  se  tiene  aqu  es, 
sin  lugar  a  dudas,  una  riqueza:  una  multiplicidad  de  versiones 
que  permite  observar  una  historia  desde  distintas  perspectivas, 
desde diferentes escorzos, reconociendo, desde el principio, que 
ninguno  de  ellos  es  la  versin  verdadera,  la  Historia  de  la 
Filosofa latinoamericana.
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Autores
Horacio  Cerutti  Guldberg,  nace  en  Mendoza  (1950)  y  luego  se 
naturaliza mexicano (1993). Es Licenciado y Profesor (Maestro) 
en Filosofa por la Facultad de Filosofa y Letras de la Universidad 
Nacional  de  Cuyo,  Mendoza,  Argentina  (1973)  y  Doctor  en 
Filosofa por la Universidad de Cuenca, Azuay, Ecuador (1978). 
Ha  sido  Becario  de  Posgrado  en  la  Fundacin  Bariloche,  Ro 
Negro, Argentina (1976) y Becario de Postdoctorado Fundacin 
Alexander  von  Humboldt,  Nrnberg,  Alemania  (1986).  Se  ha 
desempaado  como  Profesor  en  las  Universidades  de  Salta, 
Argentina;  de  Cuenca,  Ecuador  y  Pedaggica  Nacional  en 
Mxico. Desde 1982 a la fecha es Catedrtico de la Universidad 
Nacional  Autnoma  de  Mxico,  Investigador  en  el  Centro 
Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos y Profesor 
de  Filosofa  Latinoamericana,  Historia  de  las  Ideas  y  Filosofa 
Poltica  en  la  Facultad  de  Filosofa  y  Letras.  Entre  sus  libros 
cabe  mencionar:  De  Varia  Utpica  (Ensayos  de  utopa  III).  Bogot, 
Universidad  Central,  1989.  Presagio  y  tpica  del  descubrimiento. 
Mxico,  UNAM,  1991.  Filosofa  de  la  liberacin  latinoamericana. 
Mxico,  FCE,  tercera  edicin  corregida  y  aumentada,  2006. 
Memoria comprometida. Heredia, Costa Rica, Universidad Nacional, 
1996. Hacia una metodologa de la historia de las ideas (flosfcas) en 
Amrica  Latina.  Mxico,  Miguel  ngel  Porra/UNAM,  segunda 
edicin,  1997.  Filosofas  para  la  liberacin.  Liberacin  del  flosofar? 
Toluca,  Universidad  Autnoma  del  Estado  de  Mxico,  segunda 
edicin,  2001.  Filosofar  desde  Nuestra  Amrica.  Mxico,  Miguel 
ngel  Porra/UNAM,  2000.  Experiencias  en  el  tiempo.  Morelia, 
Editorial  Jitanjfora,  2001.  Historia  de  las  ideas  latinoamericanas 
disciplina fenecida? en colaboracin con Mario Magalln Anaya. 
Mxico,  UCM/Casa  Juan  Pablos,  2003.  Confguraciones  de  un 
flosofar  sureador.  Mxico,  Ayuntamiento  de  Orizaba,  Veracruz, 
1 reimpresin corregida, 2006. La utopa de Nuestra Amrica (De 
244  
Varia  Utpica.  Ensayos  de  Utopa  III),  Coleccin  Prometeo  37. 
Heredia,  Costa  Rica,  Universidad  Nacional  de  Costa  Rica,  2 
ed.  Corregida,  2007.  Democracia  e  integracin  en  Nuestra  Amrica 
(Ensayos),  Mendoza,  Argentina,  Editorial  de  la  Universidad 
Nacional de Cuyo, 2008. Filosofas para la liberacin liberacin del 
flosofar? San Luis, Argentina, Editorial de la Universidad Nacional 
de San Luis, Tercera edicin corregida, 2008. Filosofando y con el 
mazo  dando,  Madrid,  Editorial  Biblioteca  Nueva  /  UACM,  2009. 
Y  seguimos  flosofando  La  Habana,  Cuba,  Editorial  de  Ciencias 
Sociales,  2009.  Utopa  es  compromiso  y  tarea  responsable  (Ensayos 
de  utopa  V),  Monterrey,  N.L.,  CECyTE-CAEIP,  2010.  Doscientos 
aos  de  pensamiento  flosfco  Nuestroamericano,  Bogot,  Colombia, 
ediciones desde abajo, 2011.
Juan  Carlos  Scannone,  s.j,  naci  en  Buenos  Aires  (1931)  es 
Licenciado en Teologa por la Universidad de Innsbruck y Doctor 
en Filosofa por la Universi  dad de Munich. Entre 1970 y 1980 y 
desde  1998  ha  sido  Decano  de  la  Facultad  de  Filosofa  de  San 
Miguel  en  la  Universidad  del  Salvador  en  Argentina,  donde  es 
Profesor ordinario. Desde 1996 es Profesor invitado anualmente 
en la Pontih cia Universidad Gregoria na, Roma. Entre 1992-2001, 
y desde 2005 es Presidente del rea San Miguel en la Universidad 
del Salvador. Fue Profesor invitado en las Faculta  des jesuitas de 
Filosofa (Munich) y Teologa (Frankfurt), y en las Universi dades 
de Frankfurt y Salzbur  go; director de investiga  cin del Equipo 
Thyssen  de  Filosofa  de  la  Religin  en  Argentina;  coordina dor 
del  Grupo  Argentino  Interdisci plinar  de  Investi gacin  sobre 
Doctrina  Social  de  la  Iglesia  Monseor  Gerardo  Farrell,  del 
que  actualmente  es  miembro  y  Vicepresi  dente  de  la  Sociedad 
Argentina  de  Teologa  (1971-1982;  1998-2004).  Es  coordina  dor 
del  Equipo  Jesuita  Latino  americano  de  Reuexin  Filoshca, 
miembro  de  la  Academia  Europea  de  Ciencias  y  Artes  y  asesor 
del  CELAM.  Particip  en  numerosos  Congresos,  Jornadas 
Acadmicas,  etc.  Autor  de  los  libros:  Sein  und  Inkarnation  (Ser 
y encarnacin), Fribur  go-Munich, 1968; Teologa de la liberacin y 
praxis popular, Salamanca, 1976; Teologa de la liberacin y doctrina 
social  de  la  Iglesia,  Madrid-Buenos  Aires,  1987;  Evangelizacin, 
cultura y teologa, Buenos Aires, 1990; Nuevo punto de partida en la 
flosofa latinoamerica na, Buenos Aires, 1990; Weisheit und Befreiung 
(Sabidura  y  liberacin),  Dsseldorf,  1992;  Religin  y  nuevo 
pensamiento. Hacia una flosofa de la religin para nuestro tiempo desde 
Amrica Latina, Barcelona, 2005. Compilador y coautor de otros 
   245
muchos numerosos libros y artculos en obras colectivas y revistas 
cienthcas.  Sus  escritos  (anteriores  a  2003)  fueron  catalogados 
por  A.  Fresia  SDB,  en  el  ndice  bibliogrhco  de  Juan  Carlos 
Scannone, Stromata 59 (2003) 301-317.
Mario  Casalla  es  Doctor  en  Filosofa  por  la  Universidad  de 
Buenos  Aires,  en  cuya  Facultad  de  Psicologa  se  desempea 
como  Profesor  Regular  e  Investigador  Principal,  en  temas  de 
Historia  de  la  Psicologa,  Psicoanlisis  y  Filosofa  Moderna  y 
Contempornea. Es tambin profesor de Historia de la Filosofa 
Latinoamericana en la Facultad de Filosofa de la Universidad del 
Salvador (Colegio Mximo de San Miguel). Como conferencista 
y profesor invitado, ha dictado cursos en numerosas casas de altos 
estudios  del  pas  y  del  extranjero.  Ha  sido  consultor  de  varios 
organismos  internacionales  en  temas  culturales  y  educativos, 
desempendose adems como asesor del Senado de la Nacin 
Argentina,  desde  el  ao  1983.  Su  obra  escrita  ha  recibido 
numerosos  premios  nacionales  e  internacionales,  siendo  sus 
ltimos  libros  La  Tecnologa.  Sus  impactos  sobre  la  educacin  y  la 
sociedad  contempornea  (1996)  y  Amrica  Latina  en  perspectiva. 
Dramas el pasado, huellas del presente (2003, 2005, 2011), adems de 
numerosas obras en colaboracin y artculos escritos en diarios y 
revistas del pas y del extranjero. 
Mario  Senz  es  Profesor  de  Filosofa  de  la  Universidad  de  Le 
Moyne,  una  universidad  jesuta  en  Syracuse,  en  el  estado  de 
Nueva York de los Estados Unidos. Entre sus trabajos se destacan 
los libros The Identity of Liberation in Latin American Thought: Latin 
American Historicism and the Phenomenology of Leopoldo Zea (1999) y 
Latin American perspectives on Globalization: Ethics, Politics, Alternative 
Visions  (2003)  (compilador)  y  artculos  como  Philosophies 
of  Liberation  and  Modernity:  The  Case  of  Latin  America  (en 
Philosophy Today, 1994) y Tolerancia, diversidad e imperialismo 
en  la  pgina  de  la  red  digital  de  la  Asociacin  de  Filosofa  y 
Liberacin,  as  como  artculos  sobre  Dussel  en  libros  y  revistas 
como Erasmus.
Ral  Fornet-Betancourt,  nacido  en  Cuba,  es  Doctor  en  Filosofa 
por  las  universidades  de  Aachen  y  de  Salamanca.  Su  doctorado 
de  habilitacin  lo  obtuvo  en  la  Universidad  de  Bremen,  donde 
es  Profesor  de  Filosofa.  Es  Director  del  Departamento  de 
Amrica Latina del Instituto de Misionologa en Aachen, de cuya 
universidad es Catedrtico Honorario. Es director de Concordia. 
246  
Revista  Internacional  de  Filosofa  y  coordinador  del  Programa 
de  Dilogo  Filoshco  Norte-Sur  as  como  de  los  Congresos 
Internacionales  de  Filosofa  Intercultural.  Es  tambin  Profesor 
Invitado Permanente de varias universidades en Amrica Latina y 
miembro de la Societ Europenne de Culture. Entre sus trabajos 
destacan: Introduccin a Sartre (Mxico, 1989); Estudios de Filosofa 
Latinoamericana  (Mxico,  1992),  Jos  Mart  (Madrid,  1998)  ;  O 
marxismo na Amrica Latina (So Leopoldo, Brasil, 1995), Modele 
befreiender Theorie in der europischen Philosophiegeschichte, (Frankfurt, 
2000), Transformacin intercultural de la flosofa. Ejercicios tericos y 
prcticos  de  flosofa  intercultural  desde  Amrica  Latina  en  el  contexto 
de  la  globalizacin,  (Bilbao,  2001),  Transformacin  del  marxismo 
en  Amrica  Latina,  (Mxico,  2001),  Filosofa  e  interculturalidad  en 
Amrica  Latina,  (Aachen,  2003),  Filosofar  para  nuestro  tiempo  en 
clave  intercultural,  (Aachen,  2004),  La  interculturalidad  a  prueba, 
(Aachen, 2006); e Interculturalidad y religin, (Quito, 2007).
Fidel  Tubino  es  Doctor  en  Filosofa  por  la  Universidad  Catlica 
de Lovaina. Actual Decano de la Facultad de Estudios Generales 
Letras y Profesor Principal del Departamento de Humanidades de 
la  Pontihcia  Universidad  Catlica  del  Per  (PUCP).  Es  tambin 
Coordinador de la Red Internacional de Estudios Interculturales 
(RIDEI).  Ha  sido  Coordinador  del  Doctorado  en  Filosofa  de 
la  PUCP.  Miembro  fundador  de  Foro  Educativo  y  experto  en 
educacin  intercultural.  Responsable  acadmico  del  proyecto 
de la Fundacin Ford: Educacin Ciudadana Intercultural para 
Pueblos Indgenas de Amrica Latina en Contextos de Pobreza. Sus 
reas de epecializacin son la tica y la hermenutica. Coautor del 
libro Interculturalidad, un desafo (1992) y de numerosos artculos 
en revistas especializadas sobre ciudadana y diversidad cultural.
Ricardo  Salas  Astrain,  chileno,  Profesor  de  Filosofa  y  Doctor  en 
Filosofa por la Universidad de Lovaina con una tesis acerca de 
una  hermenutica  del  lenguaje  religioso  mapuche.  Ha  escrito 
dos  libros:  Lo  Sagrado  y  lo  Humano  (Santiago,  Ediciones  San 
Pablo  1996)  y  tica  Intercultural.  (Re)  Lecturas  del  pensamiento 
latinoamericano,  (Santiago,  Ediciones  UCSH,  2003).  Es  editor 
de  la  obra  colectiva  Pensamiento  crtico  latinoamericano  (Santiago, 
UCSH,  2005).  Ejerce  como  Profesor  Titular  de  Filosofa  en  la 
Universidad  Catlica  Cardenal  Silva  Henrquez  de  Santiago 
de  Chile  y  es  Coordinador  del  Programa  Mapuche  del  CERC-
Universidad Academia de Humanismo Cristiano. 
   247
Dina  Picotti  es  Licenciada  en  Filosofa  por  la  Universidad  del 
Salvador  y  Doctora  en  Filosofa  por  la  Universidad  de  Munich. 
Ejerce  la  docencia  en  universidades  nacionales  y  privadas  en 
Argentina.  Ha  sido  Decana  de  la  Facultad  de  Filosofa  y  Letras 
de  la  Universidad  de  Morn  y  Directora  de  su  Instituto  de 
Pensamiento Latinoamericano; es actual Directora del Doctorado 
de Filosofa de la Universidad de Morn. Ha sido coordinadora 
de  la  Maestra  en  Ciencias  Sociales  en  la  Universidad  Nacional 
de La Matanza. Es actual Directora del Instituto de Pensamiento 
Latinoamericano  de  la  Universidad  Nacional  Tres  de  Febrero  y 
Coordinadora de las Orientaciones en Estudios indoamericanos y 
en Estudios afroamericanos en la Maestra en Diversidad Cultural. 
Es investigadora-docente de la Universidad Nacional de General 
Sarmiento. Investigadora en temas de Filosofa Contempornea, 
Filosofa de la Historia y Pensamiento Latinoamericano. Autora 
de artculos sobre los mismos en revistas especializadas nacionales 
y extranjeras y entre otras obras de El descubrimiento de Amrica y 
la  otredad  de  las  culturas  (1990),  El  movimiento  positivista  argentino 
(1985)  (coautora),  A  los  500  aos  del  choque  de  dos  mundos  1492-
1992  (1989)  (coautora),  Pensar  desde  Amrica  (1995)  (prlogo 
y  compilacin),  Kulturen  der  Philosophie  (1998)  (coautora).  La 
presencia africana en nuestra identidad (1998). El negro en Argentina 
 presencia y negacin (2000) (compiladora y coautora), Interaction 
and Asymmetry between Cultures in the Context of Globalisation (2002) 
(coautora), El pensamiento alternativo en la Argentina del siglo XX, t.I 
Identidad, utopa, integracin (1900-1930), coautora, Ed. Biblos 
(2004). Traductora al castellano del original alemn de los t.65. 
Beitrge  zur  Philosophie-Vom  Ereignis  (2003),  t.68  Hegel 
(2001),  Besinnung  (2005),  t.66  y  Unterwegs  zur  Sprache 
(1989,  indito)  de  la  edicin  de  Obras  Completas  de  Martin 
Heidegger,  las  dos  primeras  en  Editorial  Almagesto/Biblioteca 
Internacional  Martin  Heidegger/Biblos,  Buenos  Aires,  la  3  en 
Editorial Biblioteca Internacional Martin Heidegger/Biblos.
Arturo Andrs Roig: Argentino (1922-2012). Fue profesor de Filosofa 
por la Facultad de Filosofa y Letras de la Universidad Nacional 
de Cuyo, Mendoza. Profesor Titular de la misma institucin y de 
otras  universidades  latinoamericanas.  Investigador  Principal  de 
CONICET,  fue  Director  General  del  Centro  de  Investigaciones 
Cienthcas y Tecnolgicas de Mendoza, Director del Instituto de 
Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales del CONICET. Autor 
de ms de cuatrocientas publicaciones, entre las que se destacan 
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Los krausistas argentinos (1969), El espiritualismo argentino entre 1850 
y 1900 (1972), Platn o la flosofa como libertad y expectativa (1972), 
Teora  y  crtica  del  pensamiento  latinoamericano  (1981),  La  utopa 
en  el  Ecuador  (1987),  El  pensamiento  latinoamericano  y  su  aventura 
(1994), tica del poder y moralidad de la protesta (2002).
Adriana Arpini es Profesora y Doctora en Filosofa por la Facultad 
de Filosofa y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, 
Argentina.  Investigadora  Independiente  de  CONICET  en  las 
lneas temticas de la Filosofa Prctica y la Historia de las Ideas 
Hispanoamericanas. Profesora Titular Efectiva de Antropologa 
Filoshca  y  Profesora  Asociada  Efectiva  de  tica  Social  y 
Profesional  en  la  Universidad  Nacional  de  Cuyo.  Profesora  de 
postgrado.  Autora  y  compiladora  de  libros:  Amrica  Latina  y  la 
moral de nuestro tiempo (Mendoza, EDIUNC, 1997). Razn prctica 
y  discurso  social  latinoamericano  (Buenos  Aires,  Biblos,  2000). 
Filosofa, narracin, educacin (Mendoza, Qellqasqa, 2002), Eugenio 
Mara de Hostos, un hacedor de libertad (Mendoza, EDIUNC, 2002). 
Otros  discursos,  Estudios  de  Historia  de  las  ideas  latinoamericanas 
(Mendoza,  Facultad  de  Ciencias  Polticas  y  Sociales,  UNCuyo, 
2003).  Autora  de  artculos  en  revistas  especializadas  de  su  pas 
y  extranjeras.  Directora  de  proyectos  de  investigacin  de  la 
Secretara  de  Ciencia  y  Tcnica  de  la  Universidad  Nacional  de 
Cuyo y de CONICET (Argentina).
Alvaro  Garca  San  Martn  es  Profesor  en  el  Departamento  de 
Filosofa  de  la  Universidad  Metropolitana  de  Ciencias  de  la 
Educacin  (UMCE)  y  Director  de  la  revista  Archivos  de  Filosofa. 
Actualmente, es miembro investigador de un Proyecto FONDECYT 
(N 1111041) sobre el pensamiento y la obra de Francisco Bilbao: 
Francisco Bilbao y el proyecto latinoamericano.  Es asimismo, 
coeditor  de  La  Caada,  la  revista  del  pensamiento  flosfco  chileno 
(www.revistalacaada.cl).
Jos  Santos  Herceg  hizo  sus  estudios  de  Licenciatura  en  Filosofa 
en  la  Pontihcia  Universidad  Catlica  de  Chile  (1991-1995)  y 
de  Doctorado  en  la  Universidad  de  Konstanz  Alemania  (1996-
2000).  Se  ha  desempeado  como  Profesor  en  la  Universidad 
Catlica  del  Maule  (Talca)  (2000-2001),  la  Universidad  Alberto 
Hurtado (2002-2005) y actualmente es investigador del Instituto 
de  Estudios  Avanzados  de  la  Universidad  de  Santiago  de  Chile. 
En  su  trabajo  se  destaca  su  investigacin  en  torno  a  la  Filosofa 
Latinoamericana  y  Chilena,  por  una  parte,  y  por  otra,  su 
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investigacin  referente  a  la  Interculturalidad.  En  el  mbito  de 
la Filosofa Latinoamericana ha publicado algunos textos y ledo 
ponencias tanto en Chile como en el extranjero. Cabe destacar 
la  publicacin  de  su  libro  Conficto  de  Representaciones.  Amrica 
Latina como lugar para la flosofa (FCE, Chile /Mxico, 2010) que 
obtuvo  el  premio  Municipal  del  Literatura  en  categora  ensayo 
(2011). En lo referente a la Filosofa Chilena, junto a un nmero 
importante  de  textos  publicados,  cabe  destacar  la  creacin  del 
Centro  Difusin  de  Pensamiento  Filosfco  Chileno  y  junto  a  lvaro 
Garca la coedicin de La Caada: revista del pensamiento flosfco 
chileno. La interculturalidad, hnalmente, ha sido el tema central 
de  sus  dos  ltimos  proyectos  FONDECYT,  de  los  cuales  han 
emanado un nmero importante de comunicaciones en eventos, 
as como tambin de textos publicados en revistas y libros.