R. Koselleck, Algunas preguntas sobre
la historia
I
Philosophia
76/2delI concepto
2016 I pp.“Crisis”
101 a 115
ALGUNAS PREGUNTAS SOBRE LA
HISTORI“ DEL CONCEPTO CRISIS
1
Reinhart KOSELLECK
TRADUCIDO POR:
MARIANO F. MARTÍN
CONICET-UNCUYO (ARGENTINA)
marianomartin42@hotmail.com
Quien hoy abre un periódico se encuentra con la expresión ―Crisis‖. El
concepto indica inseguridad, padecimiento y prueba y remite a un futuro
desconocido, cuyos supuestos no pueden aclararse lo suficiente. Esto se
2
hizo constar en un Lexicon francés de 1840. Tampoco hoy es distinto. El
uso inflacionario de la palabra se registró en casi todos los ámbitos de la
vida: política interior y exterior; cultura; economía; iglesias y religiones;
todas las ciencias sociales y del espíritu e igualmente las ciencias naturales;
la técnica y la industria; en la medida en que éstos son definidos tanto como
partes de nuestro sistema político y social, cuanto de un elemento
indispensable de nuestro mundo de la vida. Si el uso habitual de la palabra
fuese un indicio suficiente de una crisis real, entonces deberíamos vivir en
1) El presente trabajo es una conferencia dictada por Reinhart Koselleck en el marco de las
llamadas Castelgandolfo-Gespräche: un ciclo de conferencias que se organizaba durante el
pontificado del papa Juan Pablo II y del que participaron intelectuales como Paul Ricoeur, Robert
Spaemann, Leszek Kolakowski, entre otros. La siguiente traducción se ha realizado a partir de la
versión alemana publicada en el volumen Über die Krise. Compilado por Krzysztof Michalski.
Stuttgart: Klett-Cotta, 1986. Agradecemos al Dr. Juan Ormeño Karzulovic por la revisión de los
pasajes que nos resultaron problemáticos (Nota del traductor).
2) Dictionaire Politique, publ. par E. Duclerc et Pagnerre, París 1868 (7 éd.), 1839 (1 éd.), art.
―Crise‖, p. 298. Para las referencias siguientes véase mí artículo ―Krise‖ en: Geschichtliche
Grundbegriffe, comp. por Otto Brunner et al. Vol. 3, p. 617-650, Stuttgart 1982.
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una crisis universal. Pero esta conclusión muestra en primer lugar más de
un modo de hablar difuso, que lo que ella efectivamente aporta para el
diagnóstico de nuestra situación.
A continuación intento desentrañar en medio de la historia conceptual
algunas características estructurales del concepto, que podrían contribuir
para fortalecer y precisar la eficacia de los argumentos. Así, en primer lugar,
paso revista a la historia del concepto. En segundo lugar, bosquejo modelos
semánticos, a los que puede ser reducido el uso moderno. En tercer lugar,
quisiera plantear nuevamente algunas preguntas que resultan de la relación
de la tradición cristiana con el lenguaje conceptual moderno.
1. Síntesis histórico-conceptual
―Crisis‖ pertenece a los conceptos fundamentales, esto es, conceptos
irremplazables del idioma griego. Derivado de ―krino‖, cortar, escoger,
decidir, juzgar: competir, pelear, luchar, ―Crisis‖ apuntaba a una resolución
[Entscheidung] definitiva, irrevocable. El concepto implicaba alternativas
agudas, que no permitían ninguna revisión: éxito o fracaso; justicia o
injusticia; vida o muerte; y finalmente salvación o condenación.
En la lucha de los poderes –así en Tucídides– trataba sobre batallas
bélicamente decisivas, de las cuales, cuatro decidirían la gran guerra contra
Persia. No obstante Tucídides ya inserta las batallas (como más tarde
Montesquieu) en las condiciones generales que hicieron posible
primeramente, que cuatro batallas pudiesen ser decisivas en términos
bélicos.
En la escuela hipocrática se trataba de la fase crítica de una
enfermedad, en la que la lucha entre la muerte o la vida se disputa
definitivamente; en la que la resolución [Entscheidung] tenía fecha límite,
pero todavía no había llegado.
En el ámbito de la política –así en Aristóteles– trataba sobre la
preservación de la ley o sobre su elaboración, en la que todos los
ciudadanos eran llamados a participar, pero también sobre las decisiones
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políticas, aquellas que, sin excepción, debían suponer el necesario juicio
justo.
Dentro de la teología, así desde el Nuevo Testamento, ―Crisis‖,
―Judicum‖, (ambas tomadas del lenguaje jurídico), gana en cierto modo un
significado no superado: el Juicio de Dios. Se trataría de que ―Crisis‖ remite
al Juicio Final, al final de los tiempos; se trataría de que ese Juicio, por
medio de la Venida de Cristo, por medio de la Luz, que Él trajo al mundo, ya
estaría presente para todos los creyentes en su tiempo de vida.
El concepto comprendió entonces potencialmente todas las
situaciones de decisión del interior y del exterior de la vida, de hombres
individuales y de su comunidad. Siempre se refirió a alternativas agudas,
sobre las que se debió dictar que un juicio prudencial, cuya ejecución
alternativa se aplicó pero también en las que se trataba de la cosa
respectiva.
Fue un concepto que siempre acarreó una dimensión temporal que, si
se quiere hablando en términos modernos, en realidad implicaba una teoría
del tiempo. Ya sea el momento correcto que debe alcanzarse para una
acción exitosa; o bien el orden del dominio [político] que se estabiliza
mediante la elaboración o preservación de la ley; o bien el juicio médico
–así en Galeno– que debería diagnosticar la etapa correcta del
comportamiento de una enfermedad, para poder arriesgar un pronóstico. O
bien en la teología, que el mensaje de Dios se debe aceptar, para hic et
nunc salvarse de la condenación –así en San Juan– a pesar del todavía
pendiente Juicio Final, hacia el que se mueve el cosmos, pero cuyo
cumplimiento permanece envuelto en tinieblas.
―Crisis‖ se orientaba igualmente hacia la escasez de tiempo, que
distinguía el sentido del concepto para definirlo. En casi todos los discursos
sobre crisis forma parte de ellos el conocer para prevenir la incertidumbre y
la presión; para impedir una desgracia o encontrar la salvación, de donde
los respectivos plazos de tiempo jamás fueron restringidos de un modo
distinto, según el ámbito de la vida tematizado.
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Desde la antigüedad hasta los albores de la Edad Moderna se
mantuvo firme la palabra y el concepto en el idioma latino, ―Crisis‖ en
medicina y ―Judicum‖ o ―Judicum máximum‖ en la teología. Tomás de
Aquino diferenció, por ejemplo, en su Compendium Theologiae (Cap. 242)
tres fases temporales del Juicio que el Hijo de Dios ejerce: el Juicio que
toca a los seres humanos durante su vida; el de la hora de su muerte y
finalmente el Juicio Final, tras la Segunda Venida de Cristo. La historia del
concepto de ―Crisis‖ se consumó en el lenguaje técnico, en cierto modo,
unido a la Institución de la Iglesia, en las distintas Facultades
respectivamente. Desde la adopción de la palabra griega en el lenguaje
popular europeo – en las postrimerías de la Edad Media– se puede registrar
su creciente y sucesiva propagación. El concepto incluyó cada vez más
aspectos de la vida: la política, la psicología, la economía ya en desarrollo y
por último la historia, nuevamente descubierta. Se puede arriesgar la
afirmación, de que el concepto de ―Crisis‖ incluso contribuyó para
fundamentar los ámbitos antes nombrados como ciencias independientes.
Además la inspiración fue, en primer lugar, del uso lingüístico médico.
El corpus metafórico para los Estados pudo hacerse a partir del avance la
metáfora médica. Ésta sirvió para diagnosticar enfermedad o salud y
predecir vida o muerte.
En el siglo XVIII el concepto se independizó, libremente. La referencia
al sentido médico se definió ahora de modo consciente como metáfora,
como por ejemplo en Rousseau. En Alemania, por ejemplo, está el discurso
de la crisis del sistema imperial alemán, que se destacó en la estructura de
la constitución federal, cuyas reglas internas ya no bastaron para estabilizar
el imperio. Por eso, habría de fijarse un pacto real adicional, de cuyo
Preámbulo de 1785 proviene la formulación.
―Crisis‖ recorrió en este sentido una carrera similar a ―Revolución‖ o
―Progreso‖, ya que ambos devienen en conceptos temporales, cuyos
auspicios naturales o espaciales se volatilizan desde la Ilustración, para
ascender en primer lugar como conceptos históricos. Esto se muestra, por
ejemplo, en Leibniz, quien durante la guerra nórdica vio, con el ascenso del
Imperio Ruso, erigirse una nueva constelación mundial. ―Momenta
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temporum pretiosissima sunt in transitu rerum. Et l‟Europe est mainteneant
dans un état de changement et dans une crise oú elle n‟a jamais été depuis
3
lÉmpire de Charlemagne‖. El concepto ingresaba a una dimensión
histórico-filosófica; aún más, él abrió esa dimensión, que se llenaría cada
vez más con el correr del siglo XVIII. ―Crisis‖ se eleva como concepto
histórico filosófico fundamental, que reclama sus derechos, para poder
señalar el curso histórico completo, a partir del diagnóstico del propio
tiempo. Es siempre el propio tiempo el que, desde entonces, se vivencia
como una crisis. Y la reflexión sobre el propio momento histórico dispone
tanto para el conocimiento de todo el pasado cuanto para el pronóstico del
futuro.
Más tarde, a partir de la Revolución Francesa, crisis será central para
la interpretación, tanto de la política, cuanto de la historia social. Lo mismo
vale para la duradera Revolución industrial, que fue acompañada e influida
por la doctrina de la actividad económica [Kojunkturlehre] y de la crisis.
A diferencia de la economía nacional llama la atención, sin embargo,
que para la concepción histórica general, en el s. XIX no se desarrolló una
teoría explícita de la crisis. Jacob Burckhardt es la única excepción. Y [aún]
el mismo Marx, que intentó unir su teoría económica con una filosofía de la
historia, se estancó en la elaboración de una teoría de la crisis, [y] de la que
expresamente se abstuvo –en referencia a este concepto- Schumpeter.
También en el siglo XX se circunscribe la teoría de la crisis a ámbitos
especiales de la ciencia como la psiquiatría o la politología. Teorías de la
crisis globales, como las que yacen implícitas en las filosofías de la historia
de los siglos XVIII y XIX, caen rápidamente en descrédito, como poco
serias, porque no son lo suficientemente asegurables o dignas de crédito
empíricamente.
De este modo, pasamos a ver la semántica del concepto de crisis
como un concepto histórico fundamental.
3) Leibniz, conceptos tomados de una carta a Schleinz (23/9/1712), Leibniz‘ Russland
betreffender Briefwechsel, comp por Vladimir Ivanovitch Guerrier, San Petesburgo/Leipzig 1873,
Tomo 2, p. 227 ss. Citado según D. Groh, Russland und das Selbstverständnis Europa, Neuwied
1961, p. 39.
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2. Tres modelos semánticos
A medida en que el contenido significativo de ―crisis‖, originado del
ámbito médico, influía fuertemente en el cambio de léxico político, se
introducían, pues, numerosos elementos teológicos en los conceptos
fundamentales históricos. Esto vale ya para el lenguaje de la guerra civil
inglesa de 1640-1660. Pero vale igualmente para el habla que se impone en
general desde la tardía ilustración. La fuerza de la asociación del Juicio de
Dios y del Apocalipsis entra en juego continuamente en el uso de la
palabra, de suerte que no puede existir ninguna duda del origen teológico
en la formación del nuevo concepto. Esto se evidencia particularmente en
que los diagnósticos histórico-filosóficos de crisis operan de buena gana
con alternativas forzadas, que son contraproducentes para un diagnóstico
diferenciado, pero que se muestran por medio de gestos proféticos para así
ser más convincentes y efectivos.
Cuando bosquejo los tres modelos semánticos yace en ellos el riesgo
de simplificar indebidamente el uso históricamente efectivo del concepto. Se
constatan tres opciones semánticas: Primero puede interpretarse la historia
como una crisis continua. La historia del mundo es el Juicio del mundo.
Entonces se trata de un concepto procesual.
En segundo lugar puede calificarse ―crisis‖ como un proceso de
aceleración sin parangón, en el que se anudan muchos conflictos,
violentando el sistema para, luego de la crisis, originar un nuevo estado.
―Crisis‖ indicaría entonces la superación del umbral de una época, un
proceso que, mutatis mutandis, puede repetirse. También si la historia, en el
caso particular, permanece siempre irrepetible, este concepto demuestra
empero que la posibilidad de que puedan ocurrir brotes de cambio en
formas análogas. Por ello propongo denominarlo como concepto de
períodos iterativos.
En tercer lugar ―crisis‖ puede pensarse como la crisis última y por
antonomasia de la historia hasta hoy, en donde la expresión sobre el Juicio
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Final se usa por doquier sólo metafóricamente. En cuanto que tomado
como referencia en la marcha previa de nuestra historia, este modelo puede
ser calificado como utópico, [sin embargo] no puede excluirse sin más que,
considerando los actuales medios de autodestrucción, tiene todas las
chances para ser llevado a cabo. Este concepto de crisis es, a diferencia de
los otros un concepto puro de futuro y apunta a una resolución final.
De hecho los modelos representados no emergen en la filosofía o
teoría de la historia en una forma pura, sino que al mismo tiempo se
apoyan, se mezclan y se dosifican de forma diversa. Es común a los tres
modelos, a pesar de su impregnación teológica, ofrecer un tipo de
explicación histórico-inmanente de la crisis, que puede privarse
teóricamente de la intervención de Dios.
Sobre las tres posiciones semánticas fundamentales habría que emitir
algunas explicaciones. 1.- ―La historia del mundo es el juicio final‖, es un
verso de Schiller y fue elevado, en cierto modo, como lema de la Edad
Moderna. Aparentemente, de casualidad, el pasaje aparece en un poema
de amor, en el que Schiller se lamenta por una situación pasada, que ya no
está más a su alcance. ―Lo que se rechaza en un Minuto/ No retorna en una
4
eternidad‖. Formalmente se trata de la temporalización del Juicio Final, que
se ejecuta siempre y de modo constante. En esto tiene un punto
sumamente anticristiano, porque cada culpa entra irremediablemente en la
biografía del individuo, en la historia de la acción de las comunidades
políticas, en el conjunto de la historia mundial. El modelo es compatible con
el destino que para Herodoto parece brillar detrás de todas las historias
individuales, que una y otra vez puede leerse como el cumplimiento de una
justicia intra-mundana. Pero en el verso de Schiller se alza una pretensión
mayor. No sólo se exige a las historias individuales una justicia inherente a
ellas, sino a la historia universal in toto. Lógicamente se excluyen cada
injusticia, cada inconmensurabilidad, cada crimen no expiado, cada sin
sentido e inutilidad de modo apodíctico. Con ello se incrementa
enormemente la carga de la prueba para el sentido de esta historia. Ya no
4) Schiller, Resignation. Eine phantasie. En: Sämtliche Werke, comp. por Eduard von der Hellen
et al., Stuttgart/Berlin, sin fecha, Vol. 1, p. 199
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es más el historiador, quien ex post cree poder juzgar moralmente el
pasado, en virtud de su mejor conocimiento, sino que se imputa a la historia
misma como un sujeto actuante, que ejecuta la justicia. Hegel asumió las
discrepancias y falencias morales que resultan de este verso, para
compensarlas. Su historia universal permanece [como] el juicio final, porque
en y dentro de ella se aliena el Espíritu del Mundo o los pensamientos de
Dios, para encontrase a sí mismo. Visto teológicamente se trata de la última
Herejía, y también de la única pensable, en la que una explicación cristiana
de la historia quiere hacer justicia.
Pero el poema de Schiller puede reutilizarse sin problemas, en la
medida en que la historia se interpreta como un proceso intramundano. Los
liberales no se cansarán de atenerse a ello, para poder deducir de esto una
legitimidad moral de su acción. Pero también las filosofías de la historia
darwinista e imperialista pudieron reanudar sin problemas esto porque el
éxito, la imposición de los más fuertes, cobró derecho de legitimidad
histórica –incluso hasta la renuncia sentimental de Hitler a la
autocompasión–: Quien naufraga, para ser justos, se lo merecía.
Hay opciones semánticas, cuyas cargas subsecuentes de ningún
modo podrían adjudicarse a sus causantes lingüísticas. Quien se implica en
imputarle Hitler a Hegel o a Schiller, sucumbe a una pretensión de efectos
históricos, que procede selectivamente. La historia universal como Juicio
final implica, en primer lugar y sobre todo, la aseveración de que cada
situación está caracterizada de igual severidad para la resolución
[Entscheidung].
En este sentido el poema de Schiller también era adaptable
teológicamente, por ejemplo cuando Richard Rothe en 1837 observó: ―La
historia cristiana en su totalidad es, sobre todo, una gran crisis continuada
5
de nuestra estirpe‖. O cuando Karl Barth despojó esta crisis duradera de
todos los sonidos finalistas o teleológicos: ―La llamada ‗Historia Sagrada‘ es
6
sólo la continua Crisis de la historia, no una historia en o junto a la historia‖.
5) Richard Rothe, Die anfänge der christliche Kirche und ihre Verfassung (1837), citado según
Peter Meinhold, Geschichte der kirlichen Historiographie, München/Freiburg 1967, Vol. 2, p. 221.
6) Karl Barth, Der Römerbrief (1918), (9 ed. 1926) Zollikon-Zürich 1954, p. 57 y 32.
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Crisis sufrió aquí la pérdida de su significado escatológico [endzeintliche] o
de transición temporal [übergangszeitliche] –su significación se convierte
por antonomasia en una categoría estructural de la historia cristianamente
definida; la escatología cobra en cierto modo [sentido] histórico.
2.- Teoréticamente menos exigente está ―Crisis‖ como concepto de
períodos iterativos. Éste pregunta por las condiciones del posible desarrollo
histórico, para poder extraer puntos en común y diferencias desde su
comparabilidad. El modelo semántico no reivindica poder interpretar la
historia de modo permanente o en su totalidad. Jakob Burckhardt
comprendió, por ejemplo, al mostrar constantes antropológicas, que en sus
respectivas articulaciones históricas [se] facilitaron diversos desarrollos
críticos. El definió como crisis histórica sin parangón la época de migración
de los pueblos, que favoreció, no en último término, la aparición de una
Iglesia con pretensión universal. Junto a esto pudo hacer valer todavía a la
Edad Moderna, como una crisis duradera con salida abierta. Detrás de
todas las otras crisis descubrió más continuidades que las que quiso
reconocer la percepción de los involucrados.
También el concepto económico de crisis puede establecerse
semánticamente aquí. Detrás de modelo de crisis económico yace el
equilibrio metafórico del siglo XVIII, que nunca puede cumplirse
completamente de modo empírico. Las Crisis aparecen entonces, siempre
cuando, dicho burdamente, el equilibrio entre oferta y demanda; entre
producción y consumo; entre dinero y mercancía circulantes se daña de tal
modo que por doquier se hace visible la recesión, el retroceso. Pero al
mismo tiempo, la experiencia previa enseña que a una crisis siguió siempre
una suba general de producción. La paradoja de esta doctrina de la crisis
parece existir en que un equilibrio puede ser observado y recuperado
respectivamente, si la productividad se incrementa en el futuro y no se
estanca: porque entonces el descenso parecería no tener escapatoria. En la
medida en que este modelo está orientado hacia el progreso, sin él no sería
empíricamente cumplible. Como afirmó el teórico de la economía del siglo
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7
pasado, Molinari: ―Cada pequeño o gran progreso posee su crisis‖. Que las
crisis sean las generadoras de progreso, este modelo semántico para mi
parece ser verificable sólo en el campo de la Economía, las ciencias
naturales, la técnica y la industria. Me abstengo, para la aplicación del
modelo en toda la historia de la humanidad, de traer citas. Su número es
incalculable. Una sola las resume a todas: ―Out of every crisis mankind rises
8
with some greater share of knowledge, higher decency, purer purpose‖.
Estas [son] palabras de Franklin D. Roosevelt poco antes de su muerte.
Más allá de la opción semántica, se debe plantear la pregunta de si
―Progreso‖ es el concepto central para ―Crisis‖; o si el concepto iterativo de
períodos de ―Crisis‖ es el verdadero concepto central, bajo el cual también
está subsumido ―Progreso‖. Si ―Crisis‖ pudiese reclamar una gran fuerza
explicativa como concepto iterativo de períodos, entonces podría
introducirse el progreso, que se da inevitablemente, en su derecho relativo.
*
3.- Crisis como resolución definitiva . Que la Crisis, en la que se está
cada vez, sea la última, única y gran resolución, según la cual la historia en
el futuro se verá totalmente distinta, - esta opción semántica se asume cada
vez más a menudo, cuanto menos se cree en el fin absoluto de la historia
por medio de un Juicio Final. En este sentido se trata de una
―resemantización‖ [Umbesetzung] de una proposición de fe, de contenido
teológico. Ésta se exige de la historia secular misma. Se podrían convocar
algunos testigos. Robespierre se vio como el ejecutor de una legalidad
moral, que mediante la violencia contra las voluntades consigue la irrupción
definitiva. Thomas Paine creyó lo mismo frente a la crisis de la revolución
americana y francesa, que el futuro encierra en sí un cambio absoluto.
También los partisanos originarios de la revolución francesa, que se
volverían acérrimos enemigos de sus efectos bonapartísticos, pudieron
mantener firme esta opción semántica. Sólo para nombrar algunos del
7) Gustave de Molinari, L‟Evolution économique du XIXe siècle. Theorie du Progrès, París 1880,
p. 102 ss.
8) Citado según W. Besson, Die politische Terminologie des Präsidenten F. D. Roosvelt,
Tübingen 1955, p. 20
* Letztentscheidung en el original. Quizá, cum grano salis, se podría traducir también como
―criterio último‖, es decir, la crisis final como medida desde donde entender los acontecimientos
del mundo posterior (N. del T.)
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ámbito alemán: Friedrich Schlegel, Fichte o Ernst Moritz Arndt. El punto
más bajo de la historia garantiza el movimiento hacia la salvación. Para
Francia habría remitido al nacimiento de la sociología desde el espíritu de la
revolución (no sólo de la restauración). Saint Simon o Augusto Comte se
sabían en la ―Grande Crisis Finale‖, que por medio de la planificación
científica y el aumento de la producción industrial podría ser atravesada y
vencida de una vez por todas. También Lorenz von Stein debe nombrarse
aquí, [ya que] él vio en el equilibrio de capital y trabajo la última posibilidad
de salvaguardar Europa de la caída en la barbarie. Aquí Carlos Marx quedó,
en cierto modo, en una posición intermedia: por un lado esperaba con
seguridad, que la última crisis del capitalismo trajera consigo el estado de
libertad de dominio [político] y la supresión de las diferencias de clases; por
otro lado, no fue capaz de interpretar entonces las crisis del capitalismo,
que deberían forzosamente dinamitar el sistema (en lugar de conservarlo).
El operaba, por una parte, con un concepto de crisis inmanente al
sistema, en el cual él mostraría la estructura iterativa de las crisis
económicas. Por otro lado, él conocía un concepto de crisis demoledor del
sistema, al que arribó desde otras premisas y que podía arrastrar la historia
universal a una última gran crisis. La supuesta última lucha entre
proletariado y burguesía se consuma para él, sin duda, en las dimensiones
de un Juicio Final, que no pudo fundamentar de modo puramente
económico.
Con esto llego al último de mis apartados.
3. “Crisis” como pregunta a la tradición cristiana
Es simple mostrar respectivamente la crisis esperada como resolución
final, como una ilusión de perspectiva. Pertenece a la finalidad de todos los
hombres, que ellos contemplen su situación propia respectivamente como
más importante y la tomen como más seria que todas las situaciones
pasadas que han sido. Pero frente a ello se debería tener cuidado en
descartar –ya en relación con la doctrina del Juicio final- sólo como un error
de perspectiva esta autovaloración exagerada por parte de los seres
humanos. Si ya se llega a esto, también sólo para asegurar la
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supervivencia, podría ser que resulten muchas resoluciones como
resoluciones últimas. ―Crisis‖, en el sentido griego de presión para juzgar y
actuar bajo la máxima de la premura del tiempo, permanece como un
concepto irremplazable, también bajo las complejas condiciones de la
sociedad moderna. Esto quisiera discutirlo con un experimento histórico de
ideas.
Pertenece a la doctrina cristiana, que Dios acortará los tiempos antes
de que sobrevenga el final del mundo. Detrás de esto subyace la
representación cosmológica, de que Dios como Señor de los Tiempos
podría ocasionar el fin del mundo anunciado antes de lo previsto, y en
verdad [lo haría] por los elegidos, cuyo padecimiento se acortaría (Mc.
13,20; Mt. 24,22). Ahora bien, este lenguaje mitológico de la espera
apocalíptica puede psicologizarse o ideologizarse. No cuesta ver en esta fe
en el inminente acortamiento un deseo de los oprimidos y de los que
padecen, por cambiar tan rápido como sea posible la miseria por un
paraíso. Pero [si] se observa el Topos del acortamiento escatológico a lo
largo de su significación histórica, se está así ante el sorprendente hallazgo,
que a partir del acortamiento primeramente suprahistórico ha existido,
sucesivamente, una aceleración de la historia misma. Lutero, por ejemplo,
creyó firmemente en ello: que Dios acortará el tiempo antes del fin
desconocido. Pero él ya no creyó en que los años devendrían en meses, los
meses en semanas, y las semanas en días, antes de que la Luz eterna
quite la diferencia entre día y noche, sino que él señaló el acortamiento ya
de modo histórico: los resultados mismos, que se precipitarían
aceleradamente con la ruina de la Iglesia, fueron para él una premonición
del cercano final del mundo. La carga de la prueba para el inminente Juicio
Final no estuvo ya más comprendida en una representación mítica, [por/en
la] que el tiempo mismo sería acortable, sino que ella [la carga de la prueba]
era exigida por resultados empíricamente visibles e históricos en cuanto
tales. Desde una perspectiva totalmente distinta se señaló la historia de los
descubrimientos científico-naturales de modo análogo. Para Bacon era
todavía una proposición de espera y esperanza, que los inventos tuvieran
lugar cada vez en intervalos más cortos, para poder dominar la naturaleza
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R. Koselleck, Algunas preguntas sobre la historia del concepto “Crisis”
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cada vez mejor. De esto concluyó la inteligencia de la temprana Edad
Moderna, por ejemplo Leibniz, que el progreso inmanente al mundo cada
vez más rápido, aceleradamente, conduce hacia un orden mundial mejor.
La aceleración del progreso histórico proviene del acortamiento
apocalíptico. El contenido del arquetipo se cambió completamente. El
alcanzar el paraíso recién después del fin del mundo y alcanzarlo ya en
este mundo se excluyen lógicamente.
Pero el acortamiento cósmico, que debería preceder al juicio final, no
le quita al concepto de crisis su sentido. También la aceleración del mundo
moderno, sobre cuyo contenido de realidad no existe ninguna duda, puede
definirse como crisis.
Evidentemente son exigibles criterios que,
científicamente o no, de modo intencionado o no, decidan, si y cómo la
supervivencia en este planeta es posible o no. El acortamiento cósmico,
que antaño en lenguaje mítico debería ir delante del Juicio Final, se puede
verificar hoy empíricamente como aceleración de secuencias históricas de
resultados. En palabras de Jakob Burckhardt: ―El proceso mundial se
introduce repentinamente en una aceleración atemorizante; desarrollos que
antes requerían siglos, aparecen para pasar en meses y semanas como
9
fantasmas fugitivos y con ello terminan de ser‖. El término genérico común
para el acortamiento apocalíptico que precedería el Juicio Final, y para la
aceleración es ―crisis‖. ¿Podría ser esto sólo una coincidencia? En la
significación cristiana y no cristiana ―crisis‖ indica en cada caso una
creciente premura de tiempo, que la humanidad en este planeta no parece
recordar.
Por eso, para concluir, se podría ofrecer una hipótesis temporal que,
por lo demás, no es nueva. [Si] Se observa desde hoy la historia de la
humanidad, se puede entonces presentarla por medio de tres curvas de
tiempo exponenciales. Tomando como referencia los cinco mil millones de
años, desde que nuestro planeta se cubrió con una corteza sólida, es un
pequeño lapso de tiempo [sólo] mil millones de años de la vida orgánica,
pero es todavía mucho más corto el lapso de tiempo de los diez millones de
9) Jakob Burckhardt, Weltgeschichtliche Betrachtungen, comp. por Rudolf Stadelman, Pfullingen
1949, p. 211.
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años de la supuesta esencia humana, de los que recién desde hace dos
millones de años se puede comprobar la fabricación de herramientas
propias.
La segunda curva exponencial de tiempo se puede trazar en los dos
millones, desde que el ser humano se particulariza por medio de la
fabricación de herramientas propias. El primer documento en cierto modo
de tipo genuino data de 30.000 años [y], la aparición de la agricultura y la
ganadería alrededor de 10.000 años. Y tomando como referencia los dos
millones de años de productividad propia son [sólo] alrededor de 6000 años
de una cultura desarrollada en el ámbito de las ciudades, desde que hay
signos de tradición, un corto período de tiempo y ocurre todavía mucho más
tarde la reflexión en Filosofía, Poesía e Historia escrita.
La tercera curva exponencial de tiempo se perfila si se parte de la
auto-organización de tipo estatal de las civilizaciones más desarrolladas,
que datan recién de 6000 años. Tomando como referencia de modo
comparativo la historia continua, la moderna sociedad industrial, que se
funda en la ciencia y la técnica, se desarrolló recién hace alrededor de 300
años. La curva de aceleración estaría demostrada sólo en tres series de
datos: la comunicación del sistema informativo se aceleró en un modo que
la identidad de acontecimiento y noticia se produjo potencialmente. Pero
también la aceleración del tráfico se multiplicó por diez aproximadamente,
desde que fueron desplazaron los recursos de existencia natural, el viento,
el agua y los animales por instrumentos técnicos, la máquina de vapor, las
maquinarias eléctricas y los motores a explosión. La aceleración de los
medios de comunicación pudo reducir el planeta a una astronave. Al mismo
tiempo el crecimiento poblacional resulta en una curva temporal
exponencialmente análoga: de aproximadamente 500 millones, en el siglo
XVII la población mundial aumenta desde entonces, pese a todas las
exterminaciones masivas, 2500 millones de personas en la mitad de
nuestro siglo, para alcanzar ya al final de este siglo el límite de los 8000
millones.
Las tres curvas de tiempo exponenciales pueden ser rechazadas
como juegos aritméticos. Pero se dibuja claramente un límite, que ya no
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R. Koselleck, Algunas preguntas sobre la historia del concepto “Crisis”
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puede ser superado mediante ningún progreso técnico ni científico. Como si
fuera poco, se multiplica en la misma curva exponencial de tiempo la fuerza
para la autodestrucción de la humanidad autónoma.
Así aparece la pregunta sobre si nuestro modelo semántico de crisis
como resolución última no tiene más chances de poder realizarse que en
cualquier otro momento pretérito. Si esto es así, entonces todo dependería
de apuntar todas las fuerzas, para evitar la decadencia. El Katejon es
también una respuesta teológica a la crisis.
Las tres curvas de tiempo exponenciales se pueden leer también
como fortalecimiento de la aceleración, que hace imposible finalmente,
arriesgar proyecciones en el futuro. Quizá la respuesta a la crisis consista
en buscar los estabilizadores que se pueden deducir de la larga duración de
la historia humana hasta el presente. Podría ser que esta pregunta no sólo
pueda formularse en términos históricos y políticos, sino también teológicos.
El traductor es Profesor y Licenciado en Filosofía por la Universidad
Nacional de Cuyo. Actualmente es alumno de la carrera de doctorado en
la Universidad Nacional del Sur (Bahía Blanca) y becario doctoral de
CONICET. Su tema de tesis es el papel de la filosofía política en la
llamada "Rehabilitación de la filosofía práctica de habla alemana". Su
área de interés es la Filosofía Práctica, con especial interés en la
Filosofía Política.
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