LA IGLESIA, UNA COMUNIDAD
QUE VIVE EN EL ESPÍRITU
El día de pentecostés el Espíritu llenó la casa y el corazón de la
primera comunidad con su fuerza: «De repente vino del cielo
un ruido, como el de una ráfaga de viento impetuoso que llenó
toda la casa donde se encontraban» (Hch 2,2). Desde
entonces, todos los bautizados son transformados y reciben la
vida de Cristo en el Espíritu: «Los convertidos y cada uno de
ustedes se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para
perdón de sus pecados, recibirán el don del Espíritu Santo»
(Hch 2, 38).
Después de la resurrección y ascensión al cielo de Cristo, el Espíritu es
enviado no solo en un acontecimiento único o extraordinario, sino
también en el acontecer normal de la vida del creyente, de una forma
invisible y personal la presencia y la actuación del Espíritu no se
reduce a un plano exterior eclesial, sino que abarca la interioridad del
hombre concreto. No se limita a un acontecimiento pasajero, sino que
se convierte en un acontecimiento permanente en la vida del cristiano.
Y este Espíritu se da a cada uno para cumplir unas funciones
determinadas, que pueden sintetizarse de la siguiente manera:
Función Reveladora: la función reveladora del Espíritu de
Cristo la expresan claramente Pablo y Juan. «Nadie puede
decir Jesús es el Señor, si no es en el Espíritu Santo» (1 Cor
12, 3). Su función es hacernos comprender la misma
revelación, continuar realizando en los fieles lo que Jesús ya
llevó a cabo. De la misma manera que el Espíritu nos orienta
hacia Cristo orienta hacia el Espíritu.
Función Santificadora: es el campo de la interioridad donde
el Espíritu despliega con más plenitud si cabe su fuerza
transformante. El Espíritu se nos da, no de un modo
indiferente, sino de un modo eficaz: para la justificación y la
santificación. El Espíritu permite que nosotros como
bautizados vivamos de una manera íntima y viva la triple
función de Cristo: Sacerdote, Profeta, Rey.
Función Transformadora: el Espíritu es una fuerza que trasforma
internamente nuestra vida, pero también una fuerza que tiende a una
transformación externa de la vida. Es luz y fuerza para el combate
interno, pero también ánimo y vigor para el testimonio externo. Este
testimonio ha de consistir en el amor, en la radical disposición para
escuchar obedientemente al Espíritu que habita en nosotros, en la
libertad de los hijos de Dios.
Función Eclesiológica: Pablo no olvida que el Espíritu que poseemos
es el Espíritu de Cristo y de la Iglesia o si, se quiere el Espíritu que
edifica el cuerpo de la Iglesia a través de la santificación de sus
miembros. Por cada uno asume la pertenencia a la Iglesia de manera
consciente y libremente, deja de sentirse ajeno a sus problemas y
dificultades, a sus esperanzas y alegrías. El compromiso del creyente
respecto a la Iglesia no es un compromiso secundario, sino un
compromiso principal. No es un compromiso parcial sino total al
servicio de los demás.