la obligación de ser feliz
El dolor es una compleja configuración cultural. Su
presencia y su significado en la sociedad dependen
también de las formas del poder. La sociedad pre-
moderna de los mártires tiene una relación muy
íntima con el dolor. Sus espacios de poder rebo-
san de gritos de dolor. El dolor sirve como medio
de poder. La tenebrosa fiesta, el cruel ritual de los
mártires, las fastuosas escenificaciones del dolor dan
estabilidad a la sociedad. Los cuerpos mortificados
son insignias del poder.
En la transición de la sociedad de los mártires a
la sociedad disciplinaria cambia también la relación
con el dolor. En Vigilar y castigar Foucault señala que
la sociedad disciplinaria aplica el dolor de una ma-
nera más discreta. El dolor se somete a un cálculo
disciplinario:
Unos castigos menos inmediatamente físicos, cierta
discreción en el arte de hacer sufrir, un juego de dolo-
res más sutiles, más silenciosos, y despojados de su fas-
to visible [...]: en unas cuantas décadas, ha desapare-
cido el cuerpo supliciado, descuartizado, amputado,
marcado simbólicamente en el rostro o en el hombro,
expuesto vivo o muerto, ofrecido en espectáculo. Ha
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desaparecido el cuerpo como blanco mayor de la re-
presión penal.1
Los cuerpos mortificados ya no encajan en la so-
ciedad disciplinaria, que está organizada en función
de la producción industrial. El poder disciplinario
fabrica cuerpos capaces de aprender como medios
de producción. También el dolor es integrado en
la técnica disciplinaria. El poder sigue mantenien-
do una relación con el dolor. Las obligaciones y las
prohibiciones se inculcan infligiendo dolor al suje-
to que debe obedecer, hasta que se afianzan en su
cuerpo. En la sociedad disciplinaria el dolor sigue
teniendo un papel constructivo. Forma al hombre
como medio de producción. Pero ya no se exhibe
públicamente, sino que se relega a espacios discipli-
narios cerrados, tales como cárceles, cuarteles, ma-
nicomios, fábricas o escuelas.
La sociedad disciplinaria tiene una relación bá-
sicamente afirmativa con el dolor. Jünger designa
como «disciplina» aquella «forma mediante la cual
el ser humano mantiene el contacto con el dolor».2
Precisamente el «trabajador» de Jünger es una fi-
gura de la disciplina. Con el dolor se endurece. La
vida heroica, que «aspira incesantemente a mante-
ner el contacto con el dolor», busca el «robusteci-
miento» o la «aceración».3 El «rostro disciplinado»
1 M. Foucault, Vigilar y castigar, Buenos Aires, Siglo xxi, 1976, pp.
15-16.
2 E. Jünger, Sobre el dolor, op. cit., p. 44.
3 Ibíd., p. 35.
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está «concentrado». Concentra «su mirada en un
punto fijo», mientras que el «rostro refinado» de un
individuo sensible es «nervioso, inquieto, mutable»
y está sometido «a influencias y estímulos de todo
tipo».4
De la cosmovisión heroica necesariamente for-
ma parte el dolor. En un manifiesto futurista de
Aldo Palazzeschi titulado El antidolor se lee:
Cuanta mayor cantidad de risa sea capaz de descubrir
un hombre en el dolor, tanto más profundo será ese
hombre. Uno no puede reír desde lo más hondo del
corazón si antes no ha escarbado profundamente en el
dolor humano.5
En la cosmovisión heroica hay que organizar la vida
de tal modo que en todo momento esté «pertrecha-
da» para encontrarse con el dolor. El cuerpo como
lugar del dolor es subsumido bajo un orden supe-
rior:
Ese procedimiento presupone ciertamente la existen-
cia de un puesto de mando situado a una altura tal que,
desde ella, el cuerpo se considera un puesto avanzado
que el ser humano es capaz de lanzar al combate y
sacrificar manteniéndose a gran distancia.6
4 Ibíd., p. 45.
5 A. Palazzeschi, «Der Gegenschmerz», en C. Baumgarth, Geschich-
te des Futurismus, Reinbek, Rowohlt, 1966, pp. 255-260, aquí: p. 257.
6 E. Jünger, Sobre el dolor, op. cit., p. 34.
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Jünger contrapone la disciplina heroica a la senti-
mentalidad del sujeto burgués, cuyo cuerpo no es
una avanzadilla ni un medio para un fin superior.
Su cuerpo sensible es más bien un fin en sí mismo.
Pierde aquel horizonte de significado que muestra
el sentido que tiene el dolor:
El secreto de la sentimentalidad moderna reside en que
esa sentimentalidad corresponde a un mundo en el que
el cuerpo es idéntico al valor. Lo dicho explica que la
relación de tal mundo con el dolor sea la relación con
un poder que ante todo hay que evitar, pues en él el do-
lor golpea al cuerpo no acaso como a un puesto avan-
zado, sino como al poder principal y al núcleo esencial
de la vida misma.7
En la época posindustrial y posheroica el cuerpo no
es avanzadilla ni medio de producción. A diferencia
del cuerpo disciplinado, el cuerpo hedonista, que
se gusta y se disfruta a sí mismo sin orientarse de
ninguna manera a un fin superior, desarrolla una
postura de rechazo hacia el dolor. Le parece que el
dolor carece por completo de sentido y de utilidad.
El actual sujeto del rendimiento se diferencia ra-
dicalmente del sujeto disciplinario. Tampoco es un
«trabajador» en el sentido de Jünger. En la sociedad
neoliberal del rendimiento las negatividades, tales
como las obligaciones, las prohibiciones o los cas-
tigos, dejan paso a positividades tales como la mo-
7 Ibíd., p. 35.
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tivación, la autooptimización o la autorrealización.
Los espacios disciplinarios son sustituidos por zonas
de bienestar. El dolor pierde toda referencia al poder
y al dominio. Se despolitiza y pasa a convertirse en
un asunto médico.
La nueva fórmula de dominación es «sé feliz».
La positividad de la felicidad desbanca a la negati-
vidad del dolor. Como capital emocional positivo,
la felicidad debe proporcionar una ininterrumpida
capacidad de rendimiento. La automotivación y la
autooptimización hacen que el dispositivo neolibe-
ral de felicidad sea muy eficaz, pues el poder se las
arregla entonces muy bien sin necesidad de hacer
demasiado. El sometido ni siquiera es consciente de
su sometimiento. Se figura que es muy libre. Sin ne-
cesidad de que lo obliguen desde afuera, se explota
voluntariamente a sí mismo creyendo que se está
realizando. La libertad no se reprime, sino que se
explota. El imperativo de ser feliz genera una pre-
sión que es más devastadora que el imperativo de
ser obediente.
En el régimen neoliberal también el poder asu-
me una forma positiva. Se vuelve elegante. A diferen-
cia del represivo poder disciplinario, el poder elegan-
te no duele. El poder se desvincula por completo del dolor.
Se las arregla sin necesidad de ejercer ninguna repre-
sión. La sumisión se lleva a cabo como autooptimi-
zación y autorrealización. El poder elegante opera
de forma seductora y permisiva. Como se hace pasar
por libertad, es más invisible que el represivo poder
disciplinario.También la vigilancia asume una forma
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