Cuento del pantalón
LAURA DEVETACH
Como todo el mundo sabe, las Sidonias son de enamorarse perdidamente. Y así fue que Sidonia se enamoró de
Peteco, morochón y bigotudo. Y se casaron, con la aprobación de la vaca, las gallinas, el gato, las palomas y demás
amistades.
Los dos tenían el corazón como medialunas a las ocho de la mañana. Y al despertarse, día por día, se enamoraban
otra vez, el uno del otro. Eso sí: cada cual tenía su berretín.
Sidonia sembraba granos de maíz amarillos, panzoncitos y de nariz blanca. –¡Qué grano tan pupipu! –decía Peteco y
los miraba brotar y crecer. Sidonia sembraba también garbanzos peligrosos, de esos que se ponen a rodar y no se
dejan cocinar.
Peteco hablaba con los animales. Y también hablaba con las plantas. Decía que así como las vacas hacen mu, los
gatos miau, cada planta tenía su forma de hablar. Las de hojas largas y finitas iiaban. Las de hojas redondas, ooaban.
Las de hojas en forma de corazón, hacían chuic. Las chiquititas, chiquititas, hacían fru fru, fru fru, secreteando.
El trabajo diario se repartía en paz y con discusiones. Algunos días Sidonia cocinaba y ordeñaba la vaca. Otros días,
ese trabajo le tocaba a Peteco. Día por medio se turnaban con el lavado de los platos, las compras y otras tareas.
Pero había un problema: a Sidonia no le gustaba coser y a Peteco, menos.
Pero el problema estaba en que Peteco tenía un solo pantalón porque tampoco le gustaba salir de compras. Por eso,
de tanto y tanto usarlo, se le rompía el cierre cada dos por tres. Y cada dos por tres Sidonia tenía que salir corriendo
a casa de doña Virtudes, la que arreglaba el cierre a cambio de una canasta de garbanzos peligrosos.
–¡Se lo arregla ya, ya, doña Virtudes! ¡Si no, Peteco va a tener que salir envuelto en papel de diario! –decía enojada–.
¡No hay manera de que se compre otro pantalón!
Un día Sidonia y Peteco tenían que ir a comer asado a casa de unos amigos. Y justo, justo, se rompió otra vez el
bendito cierre. Y doña Virtudes se había ido a escuchar un concierto de canarios flautas, así que... ¡nada!
Sidonia, que antes de encontrarse con una aguja era capaz de hacerles la tarea a todos los chicos del pueblo, le dijo
enojada: –¡Tendrás que ir envuelto en papel de diario! ¡Todo por ese berretín de no comprarte otro pantalón!
Peteco pensó un rato moviendo el bigote y de pronto pegó un salto. En calzoncillos color violeta –no le gustaban los
calzoncillos aburridos–, buscó el diario. Puso las hojas sobre el piso y las marcó con una tiza color ciruela. Después
recortó y unió pedazos y, pácate, quedó listo el pantalón. Se lo puso y compadreó un poco delante de Sidonia.
Le había salido con botamangas anchísimas. Sidonia desató una tormenta de suspiros impacientes y, en silencio
color hormiga, enfilaron para la casa del amigo del asado. Mientras caminaban por las calles del pueblo, unos chicos
empezaron a seguir a Peteco. Iban agachados y torciendo el cuello porque querían mirar las fotos y los chistes del
pantalón.
Sidonia también se agachó porque justo en el bolsillo de atrás, estaba la nota sobre cómo matar los pulgones de las
plantas, que se había olvidado de recortar. Y el panadero quería saber cómo había sido el gol que estaba en la pierna
derecha; la señora de las compras quería saber qué número había salido premiado.
El portero de la Municipalidad quería enterarse sobre el próximo paro. Y así, unos por los policiales, otros por el
último chisme político, otros por el horóscopo, seguían a Peteco leyéndole los pantalones. En eso pasaron por el
quiosco de diarios. –¡Eh! –gritó el diariero enojado–. ¡Qué me hace, don! ¡Me boicotea el negocio!
Peteco empezó a preocuparse porque su presencia en la calle era como un reparto de juguetes, todo el mundo
trepaba uno sobre otro con tal de estar cerca. Un señor que bajó de un auto lo siguió varias cuadras diciendo: –¡Lo
contrato para mi agencia de publicidad! ¡Tome mi tarjeta! ¡Chicles Ñamñam en la pierna derecha, dentífrico Tecomo
en la izquierda, hamburguesas Trapomolido en la cola! Peteco corría, se le movían solos los bigotes, despavoridos.
Así que de pronto, tal como tomaba él algunas decisiones, brrrrum, se metió en la tienda grande del pueblo, se sacó
los pantalones de papel de diario y los tiró hacia afuera.
Cuando el dueño de la tienda y su empleada vieron entrar a un cliente en calzoncillos color violeta no supieron bien
qué hacer. Pero el dueño pescó que Peteco tenía unos billetes en el elástico. Entonces le mostró un montón de
pantalones uno tras otro. Después de probarse tres pilas altísimas –por algo le costaba tanto ir de compras–, Peteco
se quedó con un pantalón color naranja madura. Y ya que había llegado a la tienda, otro, color azul relámpago. Los
dos de oferta. –No hay como salir envuelto en papel de diario –comentó Sidonia.
Y se fueron a comer el asado a casa de los amigos. Parece que los chinchulines estaban ya un poco secos, pero ¿a
quién le importa un chinchulín seco si tiene dos pantalones nuevos y uno viejo para arreglar?