REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA
MINISTERIO DEL PODER POPULAR PARA LA EDUCACIÓN SUPERIOR
UNIVERSIDAD NACIONAL EXPERIMENTAL DEL MAGISTERIO
“SAMUEL ROBINSON”
PROGRAMA NACIONAL DE FORMACIÓN AVANZADA DE DOCENTES
ESPECIALIZACIÓN EN DIRECCIÓN Y SUPERVISIÓN EDUCATIVA
EJE 2 – TRAYECTO III
REFLEXIÓN PEDAGÓGICA
UNIDAD CURRICULAR:
Estudiantes, Familia, Escuela y Comunidad
TEMA GENERADOR:
La Escuela como referente de formación
Principios, preceptos y primicias, abordaje integral en por y para vivir bien
Participantes:
Carlos Salazar C.I.: V-9.420.089
Jesús Sandoval C.I.: V-12.505.661
Noryuri Campos C.I.: V-11.969.152
Willian Pérez C.I.: V-10.936.704
28 de Junio, 2019
Tomando como referencia el pensamiento expresado por el Maestro Luis
Beltrán Prieto Figueroa: “la escuela no puede ser reflejo de la sociedad que
tenemos, la escuela debe ser reflejo de la sociedad que queremos”, es propicio
señalar que la escuela es un espacio colectivo. En ella convergen y concurren
personas de diversas culturas, religiones, costumbres y valores, distintos rasgos
físicos, personalidades y comportamientos totalmente distintos. Por eso la
importancia de aprender a convivir. Para aprender a convivir con tanta diversidad,
es fundamental valorar, respetar y reconocer la diversidad y las diferencias. Nadie
escoge con quien trabaja o estudia en una escuela. Pero ahí están, juntos y
juntas, todos los días.
Ahora bien, para constituir la escuela como escenario de formación hay que
tener en cuenta dos tipos de connotaciones que convocan a considerar dos
reflexiones: la primera de ellas referida a la configuración de los elementos
pedagógicos, metodológicos y estructurales propicios para la orientación de los
procesos de enseñanza y aprendizaje; desde esta perspectiva la escuela deberá
entrañar el objeto educativo de la formación. La segunda reflexión que se connota
en la estructuración de la escuela como escenario de formación, es aquella que
trata de responder a la pregunta por el tipo de relaciones que configuran un
espacio propicio para la interacción, la negociación y la objetivación de nuevos
contenidos y sentidos sobre los cuales significar la identidad individual y colectiva
de los actores implicados en el proceso de formación.
La combinación de estas dos reflexiones (la escuela como escenario de
formación) articula las intenciones pedagógicas y educativas de la escuela, cuyo
propósito, además de la lectura de los retos de un contexto, debería concretar un
tipo de institucionalidad, normatividad, administración, interacción y valoración
sobre la cuales erigir su misión. Así, lo que se enseña, los contenidos culturales
circulantes, el tipo de normas de convivencia en construcción, las interacciones en
juego y la estructura organizativa existente, deberían ser concebidos como
elementos siempre cambiantes que orientan y determinan el quehacer educativo.
Se trata, entonces, de ver la escuela como un escenario de circulación de
sentidos, de flujo continuo de contenidos curriculares intencionados al desarrollo
de competencias, de prototipos de interacción y formalización de las relaciones
entre los sujetos, de formas y prácticas de resolución y negociación de los
conflictos, de apropiaciones subjetivas de la intención de formación y la
identificación de las formas particulares de habitar, sentir, conceptuar y configurar
ese espacio educativo en un escenario del reconocimiento.
La escuela será así el espacio del intercambio, de la confrontación continua
entre lo que se enseña y lo que se aprende, de la construcción conjunta de
prácticas culturales del reconocimiento de las subjetividades; será el escenario en
donde la responsabilidad educativa se transfigure en un acto, en una práctica, en
un modo particular de leer las necesidades de la comunidad educativa; será el
ambiente natural de la interacción y de la constitución de sentidos culturales,
sociales y pedagógicos que convoquen a los sujetos a vivir bajo el presupuesto de
la dignidad humana, el respeto a la diferencia y la justicia social.
La escuela en su acción formativa deberá responder a los retos actuales de
la necesidad de construir una sociedad plural, democrática, incluyente, equitativa,
una escuela que desde su quehacer pedagógico lea las necesidades humanas
requeridas para vivir la equidad, la inclusión y el reconocimiento de la diferencia,
condiciones necesarias para la configuración de una sociedad democrática.
Si estos proceso de hacen de manera adecuada, se estaría evidenciando
en la escuela un autentico espacio para la participación y la formación ciudadana,
la cual contribuye a la adquisición de unas habilidades, destrezas, competencias,
actitudes, argumentos y sentimientos humanos que permitan a las personas
(niños, niñas, jóvenes, maestros y demás adultos implicados en la formación)
pronunciarse, evidenciarse e involucrarse en las decisiones que afectan sus vidas,
es decir, perfilarse como interlocutores válidos, importantes, comprometidos e
implicados en la formación y la convivencia; advirtiendo que hacerse un
interlocutor no es sólo ser un buen escucha, sino estar en condiciones de
participar activamente en la construcción conjunta del bienestar común.
En fin, la escuela es un espacio de tregua y de encuentro. Ahí es donde los
educadores y las educadoras, sean docentes de aula, coordinadores,
coordinadoras, directores o directoras no pueden romper este código ético. Los
niños, las niñas, adolescentes y jóvenes como prioridad absoluta e interés superior
para la toma de decisiones y para las acciones, no pueden ser vulnerados o
vulneradas en sus derechos, en su derecho a vivir en una escuela donde se le
enseñe, se le cuide, se le proteja, se le respete, se le ame y se le reconozca. Cada
maestro y cada maestra debe poner en práctica estos principios, preceptos y
primicias abordando de manera integral a los educandos y estando consciente de
su papel equilibrador de diferencias y formador en, por y para vivir bien.