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Curso de Consagración a María

Este documento resume los principales títulos y atributos de la Virgen María según las enseñanzas de la Iglesia Católica. Explica que María es venerada como la Madre de Dios y el instrumento escogido por Dios para traer gracia a las almas. El fin del hombre es alabar y servir a Dios para salvar el alma, y María es el medio más perfecto para alcanzar este fin.

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Curso de Consagración a María

Este documento resume los principales títulos y atributos de la Virgen María según las enseñanzas de la Iglesia Católica. Explica que María es venerada como la Madre de Dios y el instrumento escogido por Dios para traer gracia a las almas. El fin del hombre es alabar y servir a Dios para salvar el alma, y María es el medio más perfecto para alcanzar este fin.

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Curso de Consagración

El hecho de sentir en nosotros el deseo de consagrarnos a Nuestra Señora es un precioso don


de Dios.
El deseo de unirnos más a Ella, de amarla y servirla mejor, hacerla por así decir, aún más nues-
tra madre y nosotros sentirnos aún más sus hijos, nos lleva a consagrarnos a Ella.
Por medio de esta Consagración buscamos no sólo amarla más, sino también su amparo y su
protección aún más intensa, más maternal, más profunda.
Por tanto debemos comenzar por hacer un acto de agradecimiento a Dios y a Ella por habernos
inspirado a dar este paso.
Y profundizar en el conocimiento acerca de aquella a quien deseamos consagrarnos, qué atri-
butos tiene, cuál es su papel en la historia de la salvación, con qué títulos la ha saludado la Iglesia
desde sus comienzos y a lo largo de su historia.
Conozcamos algunos de esos títulos y atributos para comprender mejor la grandeza de María.
Nos dice la Constitución Dogmática Lumen Gentium del Concilio:

La Virgen María, que al anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su alma y en
su cuerpo y dio la Vida al mundo, es reconocida y venerada como verdadera Madre
de Dios y del Redentor. Está unida a Él con un vínculo estrecho e indisoluble, está
enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser la Madre de Dios Hijo, y por
eso hija predilecta del Padre y sagrario del Espíritu Santo.
Ella aventaja con creces a todas las otras criaturas, celestiales y terrenas.
Ella que es verdadera madre de los miembros (de Cristo)..., por haber cooperado con
su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella Cabeza» .
Por ese motivo es también proclamada como miembro excelentísimo y enteramente
singular de la Iglesia y como tipo y ejemplar acabadísimo de la misma en la fe y en la
caridad, y a quien la Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, venera, como a
madre amantísima, con afecto de piedad filial.
Ella está unida para siempre con su Hijo en la obra de la salvación.
Eso se manifiesta en primer lugar, cuando María, poniéndose con presteza en camino
para visitar a Isabel, fue proclamada por ésta bienaventurada a causa de su fe en la
salvación prometida.

1
En el nacimiento, cuando la Madre de Dios, llena de gozo, presentó a los pastores y
a los Magos a su Hijo primogénito, que, lejos de menoscabar, consagró su integridad
virginal.
Y cuando hecha la ofrenda propia de los pobres lo presentó al Señor en el templo y
oyó profetizar a Simeón que el Hijo sería signo de contradicción y que una espada
atravesaría el alma de la Madre, para que se descubran los pensamientos
de muchos corazones (cf. Lc 2, 34-35).
Después de haber perdido al Niño Jesús y haberlo buscado con
angustia, sus padres lo encontraron en el templo, ocupado en las
cosas de su Padre, y no entendieron la respuesta del Hijo. Pero
su Madre conservaba todo esto en su corazón para meditarlo
(cf. Lc 2, 41-51).
En la vida pública de Jesús aparece reveladoramente su Madre
ya desde el principio, cuando en las bodas de Caná de Galilea,
movida a misericordia, suscitó con su intercesión el comienzo de
los milagros de Jesús Mesías (cf. Jn 2, 1-11).
A lo largo de su predicación acogió las palabras con que su Hijo,
exaltando el reino por encima de las condiciones y lazos de la carne
y de la sangre, proclamó bienaventurados (cf. Mc 3, 35; Lc 11, 27-28)
a los que escuchan y guardan la palabra de Dios, como ella lo hacía
fielmente (cf. Lc 2, 29 y 51).
Avanzó también la Santísima Virgen en la peregrinación de la fe, y
mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual,
no sin designio divino, se mantuvo erguida (cf. Jn 19, 25), sufriendo
profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de
madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación
de la víctima que ella misma había engendrado; y, finalmente,
fue dada por el mismo Cristo Jesús agonizante en la cruz como
madre al discípulo con estas palabras: «Mujer, he ahí a tu hijo»
(cf. Jn 19,26-27).
Antes de derramar el Espíritu prometido por Cristo, vemos que
los Apóstoles, antes del día de Pentecostés, «perseveraban
unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la
Madre de Jesús, y con los hermanos de éste» (Hch 1, 14), y
que también María imploraba con sus oraciones el don del
Espíritu, que en la Anunciación ya la había cubierto con
su sombra.
2
Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa
original, terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la
gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se
asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor
del pecado y de la muerte.
María, signo de esperanza cierta y de consuelo para el Pueblo peregrinante de Dios
(Lumen Gentium).

Grandes son los títulos con que la Iglesia y los Santos Padres la han saludado
desde tiempos inmemoriales:
Lirio entre espinas, o tierra absolutamente intacta, virginal, sin mancha, inmaculada,
siempre bendita, y libre de toda mancha de pecado, de la cual se formó el nuevo
Adán; o paraíso intachable, vistosísimo, amenísimo de inocencia, de inmortalidad
y de delicias, por Dios mismo plantado y defendido de toda intriga de la venenosa
serpiente; o árbol inmarchitable, que jamás carcomió el gusano del pecado; o fuente
siempre limpia y sellada por la virtud del Espíritu Santo; o divinísimo templo o tesoro
de inmortalidad, germen no de la ira, sino de la gracia, que, por singular providencia
de Dios, floreció siempre vigoroso de una raíz corrompida y dañada, fuera de las leyes
comúnmente establecidas.
La gloriosísima Virgen fue reparadora de los padres, vivificadora de los descendientes,
elegida desde la eternidad, preparada para sí por el Altísimo, vaticinada por Dios
cuando dijo a la serpiente: Pondré enemistades entre ti y la mujer.
La Santísima Virgen fue por gracia limpia de toda mancha de pecado y libre de toda
mácula de cuerpo, alma y entendimiento, y que siempre estuvo con Dios, y unida
con Él con eterna alianza, y que nunca estuvo en las tinieblas, sino en la luz, y, por
consiguiente, que fue aptísima morada para Cristo, no por disposición corporal, sino
por la gracia original. (Ineffabilis Deus. Pio IX, Inmaculada Concepción).

Hemos visto algunas de las grandezas de María.


Teniendo en cuenta lo anterior, San Luis María Grignon de Montfort, santo francés que vivió
entre los siglos XVII y XVIII, autor del Tratado de la Verdadera Devoción en el cual nos basamos
para hacer estas reuniones, nos dice junto con toda la Iglesia que Ella es un medio; María es el
gran instrumento de Dios para salvar a las almas, es el canal por el cual nos llegan las gracias
divinas, es la gran intercesora que nos obtiene los favores de Dios.

3
En efecto, ese instrumento escogido por Dios debería ser la creatura más perfecta, el canal más
limpio y sin impedimento alguno para que por él corriese y llegase la gracia de Dios hasta noso-
tros.
Como el mismo San Luis nos dirá, Ella es el medio más fácil, corto, perfecto y seguro para
llegar a nuestro fin.
Este magnífico medio está hecho para llegar a un fin propuesto y determinado.
Pero, ¿cuál es nuestro fin?
Teniendo claro nuestro fin, comprenderemos mejor la importancia y el gran don de Dios de la
devoción a Nuestra Señora, pues cuanto más apreciamos y deseamos llegar a un fin excelso, tanto
más apreciamos el medio, el instrumento para alcanzarlo.
Nuestro fin nos lo indica San Ignacio al comienzo de sus ejercicios espirituales:

Principio y Fundamento
El hombre es creado para alabar, reverenciar y servir a Dios nuestro Señor, y mediante
esto salvar su alma.
Y las otras cosas, sobre la faz de la tierra, son creadas para el hombre, para ayudarlo
a conseguir el fin para el que es creado.
De donde se concluye que el hombre tanto ha de usar de ellas, cuanto lo ayuden para
su fin, y tanto ha de abstenerse de ellas, cuanto de esto se lo impidan.
Por lo que, es necesario hacernos indiferentes a todas las cosas creadas, en todo lo
que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido.
De tal manera que, no queramos más salud que enfermedad, riqueza que pobreza,
honra que deshonra, vida larga que corta, y, así por delante en todo el resto, deseando
y escogiendo solamente lo que más nos lleva al fin para el que fuimos creados.

Debemos por lo tanto comprender que no podemos llevar una vida medianamente cristiana.
Debemos ser santos.
Debemos extirpar de nosotros ciertas ideas de santidad deformadas por modelos imaginarios de
santos que hicieron cosas que nos asustan.
En primer lugar, la santidad es interior, es una relación íntima, llena de amor, de comunicación
con Dios, con Nuestra Señora, que se refleja necesariamente en comportamientos exteriores.

4
Debemos tender a la perfección interior en nuestros pensamientos, deseos e intenciones, de tal
manera que nuestro interior sea un verdadero santuario donde reine el amor: el deseo de no ofender
a Dios; tener pensamientos, deseos e intenciones puras; deseos de ayudar a los demás, de cumplir
eximiamente nuestros deberes de estado, es decir, como esposo, como esposa, como madre, como
hijo, como amigo, como patrón, como empleado, ya sea teniendo todas las comodidades o estando
privado de ellas, estando sano o enfermo, etc.
Debemos desear imitar a Jesús en todo, siguiendo sus enseñanzas.
No podemos tomar nuestras devociones apenas como un medio para librarnos de cosas desagra-
dables, o para salir del paso. No. Nuestra devoción es algo más alto, más bello, más importante.
Las enseñanzas del Divino Maestro: “quien desea una mujer ya adulteró en su corazón”, “bien-
aventurados los puros de corazón porque ellos verán a Dios”, “si tu ojo de escandaliza…”, son
pecados interiores, por lo tanto, puro debe ser nuestro corazón.
Debemos ser piedras vivas de la iglesia, para así servir mejor a la propia Iglesia por medio de
la cual Jesús nos obtiene todas las gracias. De esa manera, seremos ejemplo de vida cristiana para
nuestro prójimo, para nuestros hermanos. Seremos instrumentos útiles para nuestros párrocos y
pastores, seremos colaboradores eficaces en la divulgación del Evangelio.

Renovación de las promesas bautismales:


En vista de lo expuesto, debemos recordar que esta Consagración es una renovación de las
promesas del Bautismo; por tanto es un nuevo comienzo, así como el Bautismo fue un comienzo.
El Bautismo nos incorpora a la Iglesia; y esta renovación, ya consciente y personal, nos com-
promete aún más con la Iglesia, en cuanto católicos y en cuanto evangelizadores.
¿Qué papel, entonces, cumple la Santísima Virgen en esta inmensa tarea de la santificación?
Ella es nuestra aliada, que nos ayuda en este trabajo, el más importante de nuestra vida; Ella
nos obtiene fuerzas, luces interiores, nos aconseja interiormente por medio de nuestro ángel de la
guarda; Ella vela día y noche por nosotros, para que consigamos y alcancemos nuestro fin.
Ella nos obtiene de Dios la gracia del arrepentimiento cuando pecamos; nos obtiene de Dios la
gracia de la humildad para que confesemos nuestros pecados y errores; nos sostiene para que no
caigamos; aparta de nosotros los obstáculos que encontramos en el camino; nos da fuerza y sabi-
duría para superar los obstáculos que en los designios de Dios debemos sortear.

5
Madre de la Divina Gracia
María es saludada como Madre de la Divina Gracia. ¿Qué es la Gracia?

Breves nociones sobre la Gracia y su necesidad para nuestra santificación y


apostolado.
Lo que para el hombre es imposible, no lo es para Dios.
Dios es nuestro gran aliado para conseguir nuestra unión con Él y nuestra salvación.
La Gracia, llamada Gracia Santificante, es un don, por lo tanto un regalo, que Dios infunde
en nuestras almas, haciéndonos sus hijos adoptivos e infundiendo en nosotros la vida divina y con
ella las virtudes, sin las cuales no podremos santificarnos.
Las virtudes infundidas por Dios nos santifican, por eso se la llama santificante.
Esas gracias o virtudes infusas, llamadas así porque solo Dios, en su bondad infinita, nos las
da y no podríamos nunca adquirirlas por nuestro propio esfuerzo, son las virtudes teologales de
la Fe, Esperanza y Caridad, y las virtudes cardinales de la Justicia, Fortaleza, Prudencia y
Templanza.
Por la virtud de la Fe creemos en Dios; por la Esperanza confiamos en alcanzar la salvación y
llegar a ser santos a pesar de nuestras debilidades; por la Caridad amamos a Dios, las verdades
de la Fe y a nuestro prójimo; por la Fortaleza, Dios nos da la fuerza para practicar las virtudes
cristianas y evitar el pecado; por la Justicia aprendemos a dar a Dios y a los demás lo que ellos
merecen; por la Prudencia Dios nos instruye en escoger los medios más apropiados para alcanzar
la salvación; por la Templanza obtenemos el don de usar los bienes de la tierra con la mesura ne-
cesaria para ser libres, sin permitir que los mismos nos esclavicen.
Dios también infunde en nosotros algo maravilloso: los Dones del Espíritu Santo. Tales son
los dones de Sabiduría, Entendimiento, Ciencia, Consejo, Piedad, Fortaleza y Temor de
Dios.
Estos dones a su vez producen en nosotros unos frutos maravillosos que son los Frutos del
Espíritu Santo.
Esos frutos son: Caridad, Gozo, Paz, Longanimidad, Afabilidad, Bondad, Fe, Manse-
dumbre, Templanza (Gal. 5, 22-23)
Sin esta ayuda gratuita y sobrenatural que Dios nos regala, no podemos practicar las virtudes
cristianas en su totalidad y establemente.
6
Esta es la Gracia Divina, por medio de la cual el mismo Dios nos hace partícipes de su divinidad.
La gracia santificante la recibimos en el Bautismo, pero la perdemos con el pecado mortal; es
decir, con el pecado grave cometido conscientemente y con plena advertencia, con el que ofen-
demos a Dios. La readquirimos en el sacramento de la confesión; la aumentamos en nosotros por
medio de una gran devoción a la Santísima Virgen, quien es llamada Madre de la Divina Gracia;
por la práctica de las buenas obras y de las virtudes cristianas; apartándonos de las ocasiones que
puedan ponernos en riesgo de pecar; así mismo la aumentamos con la oración y la frecuencia a los
sacramentos, especialmente la Sagrada Comunión.
NOTA: Ver textos de apoyo sobre La Gracia

- PAPEL DE MARÍA EN LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN


En el Protoevangelio.
“Por lo cual, al glosar las palabras con las que Dios, vaticinando en los principios
del mundo los remedios de su piedad dispuestos para la reparación de los mortales,
aplastó la osadía de la engañosa serpiente [y] levantó maravillosamente la esperanza
de nuestro linaje, diciendo: Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia
y la suya; enseñaron que, con este divino oráculo, fue de antemano designado clara
y patentemente el misericordioso Redentor del humano linaje, es decir, el unigénito
Hijo de Dios Cristo Jesús, y designada la Santísima Madre, la Virgen María.” (Bula
Ineffabilis Deus. papa Pio IX. Inmaculada Concepción)

Los profetas.
“La Virginidad de María en la concepción del Mesías fue vaticinada por el Profeta
Isaías, ocho siglos antes de que se cumpliera; “Sabed que una virgen concebirá y dará
a luz un hijo, y su nombre será Emmanuel” (Is. VII, 14).
“Que esta virgen es María y ese Emmanuel es Jesús, nos lo dice expresamente el
Evangelio de San Mateo: “Y todo lo cual se hizo en cumplimiento de lo que pronunció
el Señor por el Profeta que dice: Sabed que una virgen concebirá y dará a luz un hijo:
a quién pondrán por nombre “Emmanuel”, que quiere decir “Dios con nosotros” (Mt.
I, 22-23). (Bula Ineffabilis Deus. papa Pio IX. Inmaculada Concepción)

7
El Ave María y el Magnificat.
Más atentamente considerando los mismos Padres y escritores de la Iglesia que la
santísima Virgen había sido llamada llena de gracia, por mandato y en nombre del
mismo Dios, por el arcángel Gabriel cuando éste le anunció la altísima dignidad de
Madre de Dios.
Más aún, que era como tesoro casi infinito de los mismos, y abismo inagotable, de
suerte que, jamás sujeta a la maldición y partícipe, juntamente con su Hijo, de la
perpetua bendición, mereció oír de Isabel, inspirada por el Divino Espíritu: Bendita tú
entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. (Bula Ineffabilis Deus. papa Pio IX .
Inmaculada Concepción)

Paralelo entre María y Eva


“Y, de consiguiente, para defender la original inocencia y santidad de la Madre de
Dios, no sólo la compararon muy frecuentemente con Eva todavía virgen, todavía
inocente, todavía incorrupta y todavía no engañada por las mortíferas asechanzas de la
insidiosísima serpiente, sino también la antepusieron a ella con maravillosa variedad
de palabras y pensamientos. Pues Eva, miserablemente complaciente con la serpiente,
cayó de la original inocencia y se convirtió en su esclava; mas la Santísima Virgen
aumentando de continuo el don original, sin prestar jamás atención a la serpiente,
arruinó hasta los cimientos su poderosa fuerza con la virtud recibida de lo alto. (Bula
Ineffabilis Deus. papa Pio IX. Inmaculada Concepción)

María, Madre de la Iglesia:


La Virgen Santísima, por el don y la prerrogativa de la maternidad divina, que la une
con el Hijo Redentor, y por sus gracias y dones singulares, está también íntimamente
unida con la Iglesia. Como ya enseñó San Ambrosio, la Madre de Dios es tipo de la
Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la unión perfecta con Cristo. Pues en el
misterio de la Iglesia, que con razón es llamada también madre y virgen, precedió la
Santísima Virgen, presentándose de forma eminente y singular como modelo tanto de
la virgen como de la madre. Creyendo y obedeciendo, engendró en la tierra al mismo
Hijo del Padre, y sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo, como
una nueva Eva, que presta su fe exenta de toda duda, no a la antigua serpiente, sino al
mensajero de Dios, dio a luz al Hijo, a quien Dios constituyó primogénito entre muchos
hermanos (cf. Rm. 8,29), esto es, los fieles, a cuya generación y educación coopera con
amor materno. Concilio Vaticano II - Lumen Gentium.

8
- Dios quiso servirse de María en la Encarnación. TVD 16
La Encarnación es el acontecimiento culminante de toda la Historia, en el cual María tuvo un
papel centralísimo.
María encontró gracia delante de Dios por la fuerza de sus oraciones y la sublimidad de sus
virtudes.
¿Cuál es la fuerza de la oración de María para atraer un Dios a la tierra?
En la oración que Ella hacía, con toda certeza consideraba – esto es una verdad de Fe – la si-
tuación en que había caído el pueblo elegido, la cual había alcanzado un ápice de miseria moral.
En esa oración deseaba ardientemente, pues, que Israel fuese elevado nuevamente a su antigua
condición. Consideraba más aún la decadencia de la Humanidad, sabiendo mejor que nadie cuán-
tas almas se estaban perdiendo en esa era pagana y viendo la gloria de Satanás imperando sobre el
mundo antiguo.
Por lo tanto, María Santísima hizo en la Tierra el papel de San Miguel Arcángel en el Cielo: su
oración pidiendo que Dios viniese a la Tierra equivale al ¿Quis ut Deus? ¿Quién como Dios? del
Arcángel. Ella se levanta contra ese estado de cosas y sólo Ella tiene la oración suficientemente
poderosa para obtener la gracia que lo transforma todo.
Es la plenitud de los tiempos que se cierra: Nuestro Señor Jesucristo nace, y toda la humanidad
es reconstruida, regenerada, elevada y santificada por Nuestra Señora.
Las almas comienzan a salvarse en profusión, las puertas del Cielo se abren, el infierno es aplas-
tado, la muerte destruida, la Iglesia Católica florece sobre toda la faz de la Tierra.Y todo como fruto
de la oración de Nuestra Señora.
¿No es verdad que Nuestra Señora, también bajo ese aspecto, se nos presenta como un verdade-
ro modelo? ¿No debemos desear en nuestros días la victoria de Nuestro Señor, así como María la
deseó en su época?
Dios formó a su hijo en el seno de la Virgen, le dio su carne y su sangre.
La salvación nos vino de Dios pero medio de María
a) – La cooperación de Nuestra Señora con el Padre Eterno
La participación de Nuestra Señora en la fecundidad del Padre Eterno. Él comunicó a Nuestra
Señora su fecundidad, para que Ella engendrase a Jesucristo y a todos los miembros del Cuerpo
Místico de Cristo.

9
b) - La cooperación de Nuestra Señora con Dios Hijo
Nuestro Señor, formado en el seno virginal de María Santísima.
En primer lugar, debemos considerar la Encarnación del Hijo en Nuestra Señora.
El papel de Nuestra Señora en ese misterio fue tal, que Dios quiso que Ella antes diese su con-
sentimiento, para después dar su carne, su sangre y, por lo tanto, algo de su propio Ser.
Como dice San Luis de Montfort, fue voluntad de Dios Padre que Nuestro Señor estuviese
contenido en Ella como dentro de un arca, de un tabernáculo, en el cual Él operaba maravillas de
la gracia conocidas solo por Ella. Y fue dentro de Ella, como dentro de un santuario, que Nuestro
Señor Jesucristo comenzó a dar gloria al Padre Eterno.
Nuestra Señora fue quien recibió la misión de formar en su seno virginal a Nuestro Señor y de
gobernarlo en su infancia.
Era una infancia en la cual Él tenía con Ella las mismas relaciones de un niño con su madre.
San Luis Grignion resume el papel de Nuestra Señora en la Redención así: Ella engendró a la
víctima, formó a la víctima, acarició a la víctima, condujo a la víctima hasta lo alto del altar del
sacrificio que fue la Cruz, y Ella misma consintió en que la Víctima fuese inmolada. ¿Inmolada
en beneficio de quién? En beneficio nuestro. Porque verdaderamente Nuestro Señor murió con
el consentimiento de Nuestra Señora. Ella aceptó que Él sufriese todo lo que sufrió y aceptó que
muriese de la forma como murió. Consintió en esa forma de muerte. Quería que la muerte de su
Hijo fuese de aquella forma dado que así lo quería Dios Padre.
El papel de Ella en la Encarnación y en la Redención del género humano es un papel inmenso;
es un papel como mayor no podría ser.

Dios quiere servirse de María en la santificación de las almas. TVD 22


Nos dice el Concilio Vaticano II: “[María], Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentán-
dolo, presentándolo en el templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras Él moría en la Cruz,
cooperó en forma del todo singular, por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad en
la restauración de la vida sobrenatural de las almas. Por tal motivo es nuestra Madre en el orden
de la gracia”.

NOTA: Donde dice TVD seguido de un número, por ej. TDV 31, es el número del tópico del Tratado de la Verdadera
Devoción en que se encuentra el tema tratado.

10
Santificación de San Juan Bautista.
Jesús santificó a San Juan Bautista cuando Santa Isabel, su madre, escuchó la voz de María.
El primer milagro de santificación, quiso Jesús operarlo por medio de María. “Al escuchar tu
voz el niño saltó de gozo en mi seno”
Jesús está dentro de María, María habla, Jesús santifica, santifica por medio de su Madre que es
la portadora de Jesús.
Así como formó a Jesús, forma a Jesús en cada uno de sus devotos. Nacer en cada uno espiri-
tualmente, es santificarse.
Cuando el Espíritu Santo encuentra en un alma a María ahí hace nacer a Jesucristo.

Aplicación de ese principio a las relaciones de Nuestra Señora


con la Santísima Trinidad.
Una vez establecido ese concepto general, San Luis Grignion lo aplica a las relaciones de Nues-
tra Señora con las tres personas de la Santísima Trinidad. Dice él:
a) - Así como hay un padre y una madre en el orden natural, para la generación sobrenatural hay
necesidad de un padre – Dios – y de una Madre – María. Por eso, no tiene a Dios por Padre, quien
no tiene a María por Madre.
b) - Así como el Verbo quiso formarse en Nuestra Señora para su vida terrena, así también quie-
re hacerlo, para nacer en cada uno de nosotros.
El deseo de Dios Hijo es formarse y, por así decir, encarnarse todos los días en sus miembros,
por medio de su Madre (TVD. 31). Así como Él quiso formarse y encarnarse en Nuestra Señora
para su vida terrena, de la misma forma Él quiere formarse y encarnarse en Nuestra Señora, para
nacer en cada uno de nosotros.
c) Siendo María esposa del Espíritu Santo, solamente en las almas donde Él la encuentra pro-
duce su fruto: Nuestro Señor.
El Espíritu Santo es realmente el esposo indisoluble de María Santísima. Y, dada la indisolubili-
dad de ese vínculo en un alma donde el Espíritu Santo encuentra la devoción a Nuestra Señora, ahí
Él se detiene, acude y produce su fruto, haciendo nacer a Jesucristo. Si Él no encuentra a María en
un alma determinada – es decir, no encuentra la devoción a Ella –, no produce allí su fruto: Nuestro
Señor.

11
- Por eso Ella es la Reina de los corazones. TVD 37
La razón de esta afirmación es profunda y teológica. San Luis Grignion muestra que, si Nuestra
Señora tiene una gran influencia en la generación de los miembros del Cuerpo Místico, Ella tiene,
implícitamente, un gran poder sobre las almas. De lo contrario, Ella no podría obtener la genera-
ción del Cuerpo Místico si no tuviese ese poder.
La devoción a María Santísima actúa sobre las almas y lo hace de forma inmensamente pode-
rosa. Por esa razón, las conversiones más profundas, las mudanzas de espíritu más sorprendentes,
las gracias espirituales más excepcionales son producidas por esa devoción.

- Esta devoción es necesaria a los hombres para éstos alcanzar su último fin.
TVD 39
A seguir, San Luis Grignion saca otra conclusión, también obvia: Nuestra Señora es necesaria
para que los hombres lleguen a su fin último. Es algo evidente, pues si Nuestra Señora es necesaria
para que seamos generados en Jesucristo, también es necesaria para que lleguemos al fin último,
que alcanzamos cuando somos generados en Jesucristo.
En seguida, él nos muestra que la devoción a Nuestra Señora es especialmente necesaria para
aquellos que quieren alcanzar una gran santidad. También es obvio. La santidad es una gracia in-
signe de Dios. Si Nuestra Señora es la medianera de todas las gracias, sin la devoción a Ella jamás
se alcanzará ese estado.

- Más aún para aquellos que son llamados a una perfección especial TVD 43
- Es necesaria aún más en los últimos tiempos. TVD 49.
San Luis Grignion comienza a tratar de la cuestión en el tercer parágrafo de la segunda conse-
cuencia: La devoción a la Santísima Virgen María será especialmente necesaria en estos últimos
tiempos (TVD 49).
En los tiempos de impiedad y abandono de la ley de Dios, (a eso llama San Luis los últimos
tiempos) la devoción a María, su auxilio para sustentarse en la fe de la Iglesia y en la práctica de
los mandamientos y de las virtudes cristianas será más necesaria que nunca.
Será necesaria porque la impiedad campeará a la luz del día, las costumbres más depravadas
serán exaltadas y arrastrarán a muchos; los que quieran defender la verdadera doctrina y la ver-
dadera moral serán perseguidos; los sacerdotes tendrán por esto mismo una tarea muy difícil. En
estos momentos la Santísima Virgen será el sustento, el apoyo de quienes vivan esta situación.
12
Por eso los apóstoles suscitados por María deben ser muy activos y difundir esa devoción.
En nuestro caso debemos ser fermento de esta devoción en nuestra familia y sobre todo en
nuestra parroquia, poniéndonos al servicio de nuestros párrocos, que luchan solos y necesitan de
nuestra ayuda.
Ayudarlos en sus pastorales, en sus planes de evangelización, llevando siempre con nosotros
esta semilla de devoción a la Virgen.

LAS CINCO VERDADES ACERCA DE ESTA DEVOCIÓN


- Primera Verdad. Jesucristo, fin último de la devoción a María. TVD 61

- Segunda verdad. Pertenecemos a Dios y a María como súbditos. TVD 68


Estamos sometidos a otro – en este caso a Dios y a su Madre –, por naturaleza, por la fuerza o
por voluntad propia.
Por naturaleza toda creatura es súbdita, esclava de Dios.
Por la fuerza, cuando en la antigüedad los prisioneros eran convertidos en esclavos.
Por voluntad propia, la esclavitud es el sometimiento por amor, es decir, el deseo de ponerse al
servicio de la Madre de Dios en todo, de entregarle todo lo que tenemos para que Ella disponga
de ello según su inmensa sabiduría, para que, poniéndonos enteramente en sus manos, nos obten-
ga de Dios abundantes gracias y nos tome como hijos y creaturas suyas, y nos ame como tales.

- Tercera verdad. Debemos despojarnos de lo malo que hay en nosotros. Nuestro fondo
de maldad. TVD 78
Es decir, siempre sentimos en nosotros tendencias hacia el mal, hacia la soberbia, hacia la
pereza, la envidia, la lujuria.
Debemos combatir estas tendencias malas para no pecar de pensamiento, ni de palabra, ni
con actos malos. La Santísima Virgen nos obtiene esa fortaleza para no pecar y para expulsar los
malos deseos y los vicios que quieren instalarse en nuestra alma.
San Luis llama a esto “morir a nosotros mismos”, es decir, morir a nuestras malas inclina-
ciones. No aceptarlas, no aceptar que nos dominen ni se instalen en nosotros.

13
- Cuarta verdad. Necesitamos una mediación junto al medianero que es Jesús. TVD 83
Es mucho más perfecto, porque es mucho más humilde, tomar un medianero para aproxi-
marnos de Dios, que dirigirnos directamente a Él.
Si nos apoyamos en nuestros propios méritos y acciones, veremos que muchas de ellas es-
tán, por así decir, manchadas de imperfecciones, amores propios, etc. Nuestra Señora las presenta
a Dios por nosotros; Ella es accesible y tierna, en ella no hay severidad ni rechazo.
Nunca se oyó decir que alguien haya acudido a su intercesión o socorro y haya sido desoí-
do.

- Quinta verdad. Es difícil conservar las gracias que recibimos. TVD 87


Nuestras almas son vasos frágiles de barro, en los cuales conservamos las gracias. Pidá-
mosle a Ella que nos las conserve, que no permita que nos las roben, dándonos fortaleza, perseve-
rancia, apartando de nosotros las ocasiones de pecado, avisándonos cuando el ladrón está cerca,
etc.

- Sexta Verdad: María es el arma más terrible contra el demonio.


Dios le profetizó a la serpiente que la Virgen le aplastaría la cabeza.
Dios libró a María de toda mancha de pecado en su Inmaculada Concepción y por lo tanto Sa-
tanás jamás tuvo parte alguna con ella.
Es más, San Luis Grignion llega a decir que el demonio le tiene más miedo a María que al
propio Dios. No porque Ella sea más poderosa que Dios, sino porque al diablo lo humilla más el
hecho de ser vencido por una mera creatura, por una mujer, que por el poder infinito de Dios.
Por lo tanto, esta consagración aleja de nosotros cualquier acción diabólica, pues a partir del
momento que nos consagramos a Ella, somos posesión de la misma Virgen, somos parte de Ella y
sus hijos de una forma toda especial. Y a lo que es de Ella, el demonio no se acerca.
En conclusión, este es uno de los medios más eficaces para mantener lejos de nosotros a ese
terrible enemigo.

VERDADEROS Y FALSOS DEVOTOS


- Devotos Críticos: son devotos pero dicen que se exagera en la devoción TVD 93.
- Devotos Escrupulosos: temen desagradar a Jesús al tener mucha devoción a Nuestra
Señora TVD 94.

14
- Devotos Exteriores: sólo hacen actos exteriores de piedad, sin nada de interior TVD
96.
- Devotos Presuntuosos: “Como le rezo, puedo hacer lo que quiera que Ella me salva”
TVD 97.
- Devotos Inconstantes: hoy sí, mañana no TVD 101.
- Devotos Hipócritas: cubren sus vicios con su apariencia de devoción TVD 102.
- Devotos Interesados: sólo rezan para conseguir cosas materiales para sí TVD 103.
- Devotos Sentimentales: si no sienten emoción, no recurren a Ella.

LA VERDADERA DEVOCIÓN ES:


Interior. TVD 106
Es decir, nace del corazón, de nuestro interior. Nace del amor y estima que sentimos por la
Santísima Virgen

Tierna. TVD 107


Es decir, llena de la confianza que un hijo tiene a su querida madre, que lo lleva a recurrir a
ella con simplicidad, confianza y ternura, sin temer importunarla con sus pedidos, grandes o peque-
ños; que recurre a Ella en sus dudas para ser esclarecido; en sus tentaciones para ser sustentado; en
sus debilidades para ser fortalecido; en sus caídas para ser levantado; en sus abatimientos para ser
reanimado; en sus cruces o reveses de la vida para ser consolado.

Santa. TVD 108


Es decir, nos lleva a evitar el pecado e imitar las virtudes de María Santísima: su oración
continua, su fe inquebrantable, su fortaleza heroica, su pureza angélica, su constancia y su pacien-
cia admirable.

Constante. TVD 109


Es decir, no es voluble, no se deja abatir por el desaliento o la melancolía; siempre recurre a
Ella.

Desinteresada. TVD 110


Es decir, no se busca sólo a sí mismo, y aunque no obtenga lo que pida o se demore en ser atendi-
do en sus pedidos, en nada disminuye en el alma el amor a la Virgen y no cesa en pedirle y honrarla.

15
MOTIVOS QUE RECOMIENDAN ESTA DEVOCIÓN
- Nos pone enteramente al servicio de Dios. TVD 135
- Nos lleva a imitar la humildad de Jesucristo. TVD 139
- Nos obtiene abundantes gracias de Dios. TVD 144
- Embellece nuestras acciones haciéndolas gratas a Dios. TVD 146
- Es un camino fácil. TVD 152
- Es un camino corto. TVD 155
- Es un camino perfecto. TVD 157. Jesús vino perfectamente a nosotros por medio de
Ella.
- Es un camino seguro. TVD 159
- Es un gran beneficio para nuestros hermanos. TVD 171
- Es un medio admirable de perseverancia. TVD 173
- Ella ama a sus esclavos de amor. TVD 201
- Los mantiene. TVD 208
- Los conduce. TVD 209
- Los defiende y protege. TVD 210
- Intercede por sus devotos y esclavos. TVD 211.

La Consagración:
Consiste en entregarle a Ella todo nuestro ser y todos los favores que hemos recibido, para que
Ella los conserve, haciendo el propósito de nunca desagradarle, de ser sus hijos verdaderos y amo-
rosos. De su parte, Ella estrechará aún más su vínculo de amor con nosotros.
Ese vínculo de Ella con nosotros es más fuerte que el nuestro con Ella, porque Ella es la Virgen
Fiel, la Virgen Fuerte, la Virgen Amable, etc.,

Conclusión: Cómo vivir los días previos a la Consagración.


- Aumentando nuestra devoción a María, practicándola con más atención y amor;
procurando ser mejores, expulsando de nuestra alma los defectos más protuberantes.
- Haciendo buenos propósitos, para cuando seamos sus esclavos, con relación a
Dios, a la Virgen Santísima y al prójimo.
- Para esto es bueno hacer el examen de conciencia recomendado por San Ignacio.
*****
Dos reuniones en los días previos a la consagración:
Meditaremos el texto de la consagración, de tal forma que se entienda bien lo que se
va a realizar.
16
Oraciones recomendadas para los días de Preparación.

Invoca a María, la Estrella del Mar


 

¡Oh! tú, quien quiera que seas, que te sientes lejos de la tierra firme, arrastrado por las
olas de este mundo, en medio de las borrascas y tempestades, si no quieres zozobrar,
no quites los ojos de la luz de esta estrella.
Si el viento de las tentaciones se levanta, si el escollo de las tribulaciones se interpone
en tu camino, mira la estrella, invoca a María.
Si eres balanceado por las agitaciones del orgullo, de la ambición, de la murmuración,
de la envidia, mira la estrella, invoca a María.
Si la cólera, la avaricia, los deseos impuros sacuden la frágil embarcación de tu alma,
levanta los ojos hacia María.
Si, perturbado por el recuerdo de la enormidad de tus crímenes, confuso antes las
torpezas de tu conciencia, aterrorizado por el miedo del Juicio, comienzas a dejarte
arrastrar por el torbellino de tristeza, a despeñarse en el abismo de la desesperación,
piensa en María.
En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María.
Que su nombre nunca se aparte de tus labios, jamás abandone tu corazón; y para
alcanzar el socorro de su intercesión, no descuides los ejemplos de su vida.
Siguiéndola, no te extraviarás, rezándole, no desesperarás, pensando en Ella, evitarás
todo error.
Si Ella te sustenta, no caerás; si Ella te protege, nada tendrás que temer; si Ella te
conduce, no te cansarás; si Ella te es favorable, alcanzarás el fin.
Y así verificarás, por tu propia experiencia, con cuánta razón fue dicho: “Y el nombre
de la Virgen era María”.
San Bernardo
Acordaos (Oración compuesta por San Bernardo)
Acordaos, oh piadosísima Virgen María!, que jamás se oyó decir que ninguno de los
que haya acudido a Vos, implorado vuestra asistencia y reclamado vuestro socorro,
haya sido abandonado por Vos. Animado con esta confianza, a Vos también acudo,
oh Virgen, Madre de la vírgenes, y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados me
atrevo a comparecer ante Vuestra presencia Soberana.
No desechéis mis humildes súplicas, antes bien, escuchadlas favorablemente.
Así sea.
17
¡Ven, Espíritu Divino! 
(Secuencia de Pentecostés)
El himno más antiguo al Espíritu Santo

Ven, Espíritu Divino


manda tu luz des de el cielo. 
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse 
y danos tu gozo eterno. Amén.

18
LETANÍAS DE LA VIRGEN

Señor, ten piedad Vaso espiritual,  Ruega por nosotros, Santa


Cristo, ten piedad Vaso digno de honor,  Madre de Dios. 
Señor, ten piedad. Vaso de insigne devoción, 
Cristo, óyenos. Rosa mística, 
Cristo, escúchanos. Torre de David,  Para que seamos dignos de
Torre de marfil,  las promesas de Cristo.
Dios, Padre celestial,  Casa de oro, 
ten piedad de nosotros. Arca de la Alianza,  ORACIÓN. 
Puerta del cielo,  Te rogamos nos concedas, 
Dios, Hijo, Redentor del mundo, 
Estrella de la mañana,  Señor Dios nuestro, 
Dios, Espíritu Santo, 
Salud de los enfermos,  gozar de continua salud de
Santísima Trinidad, un solo Dios,
Refugio de los pecadores,  alma y cuerpo, y disfrutar de
Santa María,  Consoladora de los afligidos,  las alegrías eternas. 
ruega por nosotros. Auxilio de los cristianos,  Por Cristo nuestro Señor. 
Santa Madre de Dios, Reina de los Ángeles,  Amén.
Santa Virgen de las Vírgenes, Reina de los Patriarcas, 
Madre de Cristo,  Reina de los Profetas, 
Madre de la Iglesia,  Reina de los Apóstoles, 
Madre de la divina gracia,  Reina de los Mártires, 
Madre purísima,  Reina de los Confesores, 
Madre castísima,  Reina de las Vírgenes, 
Madre siempre virgen, Reina de todos los Santos, 
Madre inmaculada,  Reina concebida sin pecado original, 
Madre amable,  Reina asunta a los Cielos, 
Madre admirable,  Reina del Santísimo Rosario, 
Madre del buen consejo,  Reina de la familia, 
Madre del Creador,  Reina de la paz.
Madre del Salvador, 
Madre de misericordia,  Cordero de Dios, que quitas el pecado
Virgen prudentísima,  del mundo, 
Virgen digna de veneración,  perdónanos, Señor.
Virgen digna de alabanza,  Cordero de Dios, que quitas el pecado
Virgen poderosa,  del mundo, 
Virgen clemente,  escúchanos, Señor.
Virgen fiel, 
Espejo de justicia,  Cordero de Dios, que quitas el pecado
Trono de la sabiduría,  del mundo, 
Causa de nuestra alegría, 
ten misericordia de nosotros.

19
TEXTOS DE APOYO PARA CURSO DE CONSAGRACIÓN
I

SAN JUAN PABLO II Y LA VIRGEN MARÍA

María y la Eucaristía
Mysterium fidei! Puesto que la Eucaristía es misterio de fe, que supera de tal manera nuestro
entendimiento que nos obliga al más puro abandono a la palabra de Dios, nadie como María
puede ser apoyo y guía en una actitud como ésta. Repetir el gesto de Cristo en la Última Cena,
en cumplimiento de su mandato: « ¡Haced esto en conmemoración mía! », se convierte al mismo
tiempo en aceptación de la invitación de María a obedecerle sin titubeos: « Haced lo que él os diga
» (Jn 2, 5). Con la solicitud materna que muestra en las bodas de Caná, María parece decirnos:
« no dudéis, fiaros de la Palabra de mi Hijo. Él, que fue capaz de transformar el agua en vino, es
igualmente capaz de hacer del pan y del vino su cuerpo y su sangre, entregando a los creyentes en
este misterio la memoria viva de su Pascua, para hacerse así “pan de vida” ». (San Juan Pablo II,
Ecclesia de Eucharistia, nº54)

María, un cántico de fe eucarística


En cierto sentido, María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera institui-
da, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios.
La Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad
con la Encarnación. María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física
de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en
todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor. (San
Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, nº54)

María, el primer tabernáculo de la historia


« Feliz la que ha creído » (Lc 1, 45): María ha anticipado también en el misterio de la Encarna-
ción la fe eucarística de la Iglesia. Cuando, en la Visitación, lleva en su seno el Verbo hecho carne,
se convierte de algún modo en « tabernáculo » –el primer « tabernáculo » de la historia– donde el
Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como
20
20
« irradiando » su luz a través de los ojos y la voz de María. Y la mirada embelesada de María al
contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigua-
lable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística? (San Juan Pablo II,
Ecclesia de Eucharistia, nº54)
Madre del Redentor
La Madre del Redentor tiene un lugar preciso en el plan de la salvación, porque « al llegar la
plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a
los que se hallaban bajo la ley, para que recibieran la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos
es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! » (Gál
4, 4-6). (San Juan Pablo II, Redemptoris Mater, nº1)
María presente en el misterio de Cristo
En el misterio de Cristo María está presente ya « antes de la creación del mundo » como aquella
que el Padre « ha elegido » como Madre de su Hijo en la Encarnación, y junto con el Padre la ha
elegido el Hijo, confiándola eternamente al Espíritu de santidad. María está unida a Cristo de un
modo totalmente especial y excepcional, e igualmente es amada en este « Amado »eternamente,
en este Hijo consubstancial al Padre, en el que se concentra toda « la gloria de la gracia ». A la
vez, ella está y sigue abierta perfectamente a este « don de lo alto » (cf. St 1, 17). Como enseña el
Concilio, María « sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que de El esperan con confianza
la salvación »
(San Juan Pablo II, Redemptoris Mater, nº 8)
La mediación de María no oscurece la mediación única de Cristo
La Iglesia sabe y enseña que « todo el influjo salvífico de la Santísima Virgen sobre los hombres
... dimana del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo; se apoya en la
mediación de éste, depende totalmente de ella y de la misma saca todo su poder. Y, lejos de impedir
la unión inmediata de los creyentes con Cristo, la fomenta ». Este saludable influjo está mantenido
por el Espíritu Santo, quien, igual que cubrió con su sombra a la Virgen María comenzando en ella
la maternidad divina, mantiene así continuamente su solicitud hacia los hermanos de su Hijo.
(San Juan Pablo II, Redemptoris Mater, nº 38)
Maternidad divina, garantía de la Mediación de María
Efectivamente, la mediación de María está íntimamente unida a su maternidad y posee un carác-
ter específicamente materno que la distingue del de las demás criaturas que, de un modo diverso y
siempre subordinado, participan de la única mediación de Cristo, siendo también la suya una me-
diación participada. En efecto, si « jamás podrá compararse criatura alguna con el Verbo encarnado
y Redentor », al mismo tiempo « la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en
21
21
las criaturas diversas clases de cooperación, participada de la única fuente »; y así « la bondad de
Dios se difunde de distintas maneras sobre las criaturas » (San Juan Pablo II, Redemptoris Mater,
nº 38)

El Rosario: oración destinada a producir frutos de santidad


El Rosario de la Virgen María, difundido gradualmente en el segundo Milenio bajo el soplo
del Espíritu de Dios, es una oración apreciada por numerosos Santos y fomentada por el Magis-
terio. En su sencillez y profundidad, sigue siendo también en este tercer Milenio apenas iniciado
una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad. Se encuadra bien en el
camino espiritual de un cristianismo que, después de dos mil años, no ha perdido nada de la no-
vedad de los orígenes, y se siente empujado por el Espíritu de Dios a «remar mar adentro» (duc
in altum!), para anunciar, más aún, ‘proclamar’ a Cristo al mundo como Señor y Salvador, «el
Camino, la Verdad y la Vida» (Jn14, 6), el «fin de la historia humana, el punto en el que convergen
los deseos de la historia y de la civilización»
(San Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariæ, nº 1)

El Rosario concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico


El Rosario, en efecto, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en
la cristología. En la sobriedad de sus partes, concentra en sí la profundidad de todo el mensaje
evangélico, del cual es como un compendio. En él resuena la oración de María, su perenne Mag-
nificat por la obra de la Encarnación redentora en su seno virginal. Con él, el pueblo cristiano
aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad
de su amor. Mediante el Rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de
las mismas manos de la Madre del Redentor. (San Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariæ, nº 1)

María: Modelo insuperable de contemplación


La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le perte-
nece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella
una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún. Nadie
se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su
corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación, cuando lo concibe por obra
del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos.
Cuando por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el rostro del
Hijo, cuando lo «envolvió en pañales y le acostó en un pesebre» (Lc 2, 7). (San Juan Pablo II,
Rosarium Virginis Mariæ, nº 10)

22
Comprender a Cristo desde María
Cristo es el Maestro por excelencia, el revelador y la revelación. No se trata sólo de comprender
las cosas que Él ha enseñado, sino de ‘comprenderle a Él’. Pero en esto, ¿qué maestra más experta
que María? Si en el ámbito divino el Espíritu es el Maestro interior que nos lleva a la plena verdad
de Cristo (cf. Jn 14, 26; 15, 26; 16, 13), entre las criaturas nadie mejor que Ella conoce a Cristo,
nadie como su Madre puede introducirnos en un conocimiento profundo de su misterio. (San Juan
Pablo II, Rosarium Virginis Mariæ, nº 14)

El Rosario “compendio del Evangelio”


El Rosario es una de las modalidades tradicionales de la oración cristiana orientada a la con-
templación del rostro de Cristo. Así lo describía el Papa Pablo VI: « Oración evangélica centrada
en el misterio de la Encarnación redentora, el Rosario es, pues, oración de orientación profunda-
mente cristológica. En efecto, su elemento más característico –la repetición litánica del “Dios te
salve, María”– se convierte también en alabanza constante a Cristo, término último del anuncio
del Ángel y del saludo de la Madre del Bautista: “Bendito el fruto de tu seno” (Lc 1,42). Diremos
más: la repetición del Ave Maria constituye el tejido sobre el cual se desarrolla la contemplación
de los misterios: el Jesús que toda Ave María recuerda es el mismo que la sucesión de los miste-
rios nos propone una y otra vez como Hijo de Dios y de la Virgen» (San Juan Pablo II, Rosarium
Virginis Mariæ, nº 18)

El Rosario, camino de asimilación del misterio de Cristo


El Rosario propone la meditación de los misterios de Cristo con un método característico, ade-
cuado para favorecer su asimilación. Se trata del método basado en la repetición. Esto vale ante
todo para el Ave Maria, que se repite diez veces en cada misterio. Si consideramos superficialmen-
te esta repetición, se podría pensar que el Rosario es una práctica árida y aburrida. En cambio, se
puede hacer otra consideración sobre el Rosario, si se toma como expresión del amor que no se
cansa de dirigirse a la persona amada con manifestaciones que, incluso parecidas en su expresión,
son siempre nuevas respecto al sentimiento que las inspira. (San Juan Pablo II, Rosarium Virginis
Mariæ, nº 26)

El Rosario y la unidad en la familia


La familia que reza unida, permanece unida. El Santo Rosario, por antigua tradición, es una
oración que se presta particularmente para reunir a la familia. Contemplando a Jesús, cada uno
de sus miembros recupera también la capacidad de volverse a mirar a los ojos, para comunicar,
solidarizarse, perdonarse recíprocamente y comenzar de nuevo con un pacto de amor renovado
por el Espíritu de Dios. (San Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariæ, nº 41)

23
*****
II

LA GRACIA

1 - El hombre, creatura de Dios


En el orden puramente natural, el hombre es, ciertamente, una criatura de Dios, ya que de Él ha
recibido su propio ser y su propia existencia a través de sus padres naturales; pero, hablando con
toda exactitud y precisión teológica, no puede decirse que sea en ese orden un verdadero hijo de
Dios. Toda verdadera filiación consiste en recibir, por vía de generación natural, la vida y la natu-
raleza específica del propio padre.
Ahora bien: en el orden puramente natural, Dios Creador nos comunica, a través de nuestros
padres, el ser y la naturaleza específica del hombre, pero no su propio ser y su propia naturaleza
divina. El ser natural establece una relación estrechísima entre el hombre y Dios en cuanto criatura
suya, pero no aparece aquí ningún género de verdadera filiación. Esto, como veremos, está reser-
vado a la gracia santificante en el orden estrictamente sobrenatural.

EL ORDEN SOBRENATURAL DE LA GRACIA

1 - Elevación del hombre al orden sobrenatural


Es un hecho ciertísimo, puesto que constituye un dogma de fe, que todo el género humano fue
elevado por Dios desde el principio al orden sobrenatural, constituido fundamentalmente por la
gracia y la justicia original, sin que haya existido jamás para el hombre un estado de simple natu-
raleza.

“Dios, por su infinita bondad, ordenó al hombre a un fin sobrenatural, es decir, a


participar bienes divinos que sobrepujan totalmente la inteligencia de la mente humana,
pues, a la verdad, ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni ha probado el corazón del hombre lo
que Dios ha preparado para los que le aman ( 1 Cor 2,9 ) “

24
2 - El pecado de Adán
Desgraciadamente, el hombre no permaneció fiel. Al transgredir el mandamiento de Dios por el
pecado original, nuestros primeros padres perdieron, para sí y para todos sus descendientes, el inmenso
tesoro sobrenatural que habían recibido de Dios, y que hubieran heredado todos sus hijos si no lo hubieran
perdido irremediablemente por el pecado.

3 - La restauración realizada por Cristo


La catástrofe producida por el pecado original era, de suyo, absolutamente irreparable por
las solas fuerzas de la naturaleza humana, en razón de la distancia infinita que media entre el hom-
bre y Dios, imposible de salvar con las solas fuerzas humanas. Pero Dios, en su infinita misericor-
dia, se compadeció del género humano y decretó la encarnación de su propio Hijo unigénito, que,
haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz ( Flp 2,8 ), restableció con su sacrificio
redentor el orden conculcado por el pecado, restaurando para siempre la vida sobrenatural a que
habían sido elevados nuestros primeros padres.

Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando
nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida por Cristo - de gracia habéis sido
salvados -, y nos resucitó y nos sentó en los cielos en Cristo Jesús, a fin de mostrar
en los siglos venideros la excelsa riqueza de su gracia por su bondad hacia nosotros
en Cristo Jesús. Pues de gracia habéis sido salvados por la de; y esto no os viene de
vosotros, es un don de Dios ( Ef. 2, 4-8 ).

Cristo es para nosotros la fuente única de nuestra vida sobrenatural.

4 - La gracia santificante
Definición: La gracia santificante es un don divino, una cualidad sobrenatural infundi-
da por Dios en nuestra alma, que nos da una participación física y formal de la misma natura-
leza divina haciéndonos semejantes a El en su propia razón de deidad.

a) LA GRACIA SANTIFICANTE - Se llama así porque santifica realmente a todo aquel que tenga
la dicha de poseerla. Esta santificación inicial admite muchos grados en su desarrollo y expansión; pero

25
su mera posesión en su grado mínimo santifica esencialmente al que la recibe; de suerte que entre el niño
recién bautizado y el santo más grande del cielo hay tan sólo una diferencia accidental.

b) ES UN DON DIVINO - Don es un regalo divino que Dios confiere del todo gratuitamente al alma
que la recibe. Ninguna naturaleza creada o creable, tanto humana como angélica, podría jamás exigir ese
divino regalo como algo debido a cualquier acción heroica realizada con las simples fuerzas de la propia
naturaleza. La gracia pertenece al orden sobrenatural. Ningún hombre, ningún ángel, por muy perfectos
que sean, llevan en su misma naturaleza el germen o la exigencia de la gracia santificante. La materia,
como muerta que es en sí misma, no puede darse la vida, sino que ha de recibirla de otro cuerpo viviente.

“El don de la gracia excede toda la potencia de la naturaleza creada, porque no es


otra cosa que una participación de la naturaleza divina, que es superior a toda otra
naturaleza. Es, por consiguiente, absolutamente imposible que una criatura produzca
la gracia. El hierro no puede recibir las propiedades del fuego si no se mete en él y en
la medida en que se una a él; por semejante manera, sólo Dios puede divinizar una
criatura admitiéndola a la participación de su divina naturaleza”.

EFECTOS DE LA GRACIA SANTIFICANTE


El primer efecto de la gracia santificante es darnos esa participación de la naturaleza divina,
de la que ya hemos hablado.

Que no habéis recibido el espíritu de siervos para recaer en el temor, antes habéis
recibido el “espíritu de adopción”, por el que clamamos: ! Abba, Padre! El Espíritu
mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y sí hijos, también
“herederos”; herederos de Dios, “coherederos de Cristo”. ( Rom 8,15-17 )

Apoyados ene este sublime texto paulino, vamos a señalar, en primer lugar, los tres
principales efectos que produce en nuestras almas la gracia santificante.

1º - La gracia nos hace verdaderamente hijos adoptivos de Dios


2º - Nos hace verdaderamente herederos de Dios Es una consecuencia necesaria de
nuestra filiación divina adoptiva. Lo dice expresamente San Pablo: Sí hijos, también herederos (
Rom 8,17 ).
3º - Nos hace hermanos de Cristo y coherederos con Él
26
Es la tercera afirmación de San Pablo en el texto de su carta a los Romanos que hemos
citado más arriba.
Dios nos ha predestinado - afirma San Pablo - para ser conformes con la imagen de su Hijo,
para que sea éste el primogénito entre muchos hermanos ( Rom 8,29 ).

4º - Nos da la vida sobrenatural

5º - Nos hace justos y agradables a Dios

6º - Nos da la capacidad para el mérito sobrenatural

Sin la gracia, las obras naturales más heroicas no tendrían absolutamente ningún valor en
orden a la vida eterna.

7º - Nos une íntimamente a Dios

8º - Nos hace templos vivos de la Santísima Trinidad

Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre te amará, y vendremos a él y


haremos en él nuestra morada ( Jn 14,23 ). Y el apóstol San Pablo repite insistentemente
en sus epístolas: ¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu Santo habita
en vosotros? ( 1 Cor 3,16 ); ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu
Santo? ( 1 Cor 6,19 ); Pues vosotros sois templo de Dios vivo ( 2 Cor 6,16 ).
Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre te amará, y vendremos a él y en él
haremos nuestra morada. ( Jn 14,23 )
Dios es caridad, y el que vive en caridad permanece en Dios, y Dios en él ( 1 Jn 4,16 ).
¿ No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?
Si alguno profana el templo de Dios, Dios le destruirá. Porque el templo de Dios es
santo, y ese templo sois vosotros ( 1 Cor 3,16-17 ).

Lo que lleva consigo la gracia santificante


1 - Las virtudes sobrenaturales o infusas. Fe, Esperanza, Caridad. Prudencia, Justicia,
Fortaleza y Templanza.

27
2 - Los dones del Espíritu Santo

a) El don de sabiduría.
b) El don de entendimiento nos da una penetración profundísima
de los grandes misterios sobrenaturales.
c) El don de ciencia
d) El don de consejo
e) El don de piedad Tiene por objeto excitar en la voluntad un
afecto filial hacia Dios considerado como Padre amantísimo, y un
sentimiento profundo de fraternidad universal para con todos los
hombres en cuanto hermanos nuestros e hijos del mismo Padre
que está en los cielos.
f) El don de fortaleza refuerza increíblemente la virtud del mismo
nombre, haciéndola llegar al heroísmo más perfecto en sus
dos aspectos fundamentales: resistencia y acometida viril del
cumplimiento del deber a pesar de todas las dificultades.
g) El don del temor de Dios

3 - Los frutos y las bienaventuranzas


Cuando el alma corresponde fielmente a la moción divina de los dones del Espíritu Santo,
produce actos de virtud sobrenatural tan sazonados y perfectos, que se llaman frutos del Espíritu
Santo.
Los frutos del Espíritu Santo son: caridad, gozo, paz, longanimidad, afabilidad, bondad,
fe, mansedumbre, templanza. Contra éstos no hay ley. ( Gál 5, 22-23 ).

4 - Nacemos a la Gracia por el Bautismo

5 - Perdemos la Gracia por el Pecado

6 - La recuperamos con el arrepentimiento sincero manifestado en el sacramento de la


confesión.

7 - La aumentamos con los actos de virtud, con nuestras oraciones, con la frecuencia
de los sacramentos, con la práctica de las virtudes cristianas.

8 - Necesidad de la meditación, de los momentos de intimidad con Dios y la Santísima


Virgen.
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