Curso de Consagración a María
Curso de Consagración a María
La Virgen María, que al anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su alma y en
su cuerpo y dio la Vida al mundo, es reconocida y venerada como verdadera Madre
de Dios y del Redentor. Está unida a Él con un vínculo estrecho e indisoluble, está
enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser la Madre de Dios Hijo, y por
eso hija predilecta del Padre y sagrario del Espíritu Santo.
Ella aventaja con creces a todas las otras criaturas, celestiales y terrenas.
Ella que es verdadera madre de los miembros (de Cristo)..., por haber cooperado con
su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella Cabeza» .
Por ese motivo es también proclamada como miembro excelentísimo y enteramente
singular de la Iglesia y como tipo y ejemplar acabadísimo de la misma en la fe y en la
caridad, y a quien la Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, venera, como a
madre amantísima, con afecto de piedad filial.
Ella está unida para siempre con su Hijo en la obra de la salvación.
Eso se manifiesta en primer lugar, cuando María, poniéndose con presteza en camino
para visitar a Isabel, fue proclamada por ésta bienaventurada a causa de su fe en la
salvación prometida.
1
En el nacimiento, cuando la Madre de Dios, llena de gozo, presentó a los pastores y
a los Magos a su Hijo primogénito, que, lejos de menoscabar, consagró su integridad
virginal.
Y cuando hecha la ofrenda propia de los pobres lo presentó al Señor en el templo y
oyó profetizar a Simeón que el Hijo sería signo de contradicción y que una espada
atravesaría el alma de la Madre, para que se descubran los pensamientos
de muchos corazones (cf. Lc 2, 34-35).
Después de haber perdido al Niño Jesús y haberlo buscado con
angustia, sus padres lo encontraron en el templo, ocupado en las
cosas de su Padre, y no entendieron la respuesta del Hijo. Pero
su Madre conservaba todo esto en su corazón para meditarlo
(cf. Lc 2, 41-51).
En la vida pública de Jesús aparece reveladoramente su Madre
ya desde el principio, cuando en las bodas de Caná de Galilea,
movida a misericordia, suscitó con su intercesión el comienzo de
los milagros de Jesús Mesías (cf. Jn 2, 1-11).
A lo largo de su predicación acogió las palabras con que su Hijo,
exaltando el reino por encima de las condiciones y lazos de la carne
y de la sangre, proclamó bienaventurados (cf. Mc 3, 35; Lc 11, 27-28)
a los que escuchan y guardan la palabra de Dios, como ella lo hacía
fielmente (cf. Lc 2, 29 y 51).
Avanzó también la Santísima Virgen en la peregrinación de la fe, y
mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual,
no sin designio divino, se mantuvo erguida (cf. Jn 19, 25), sufriendo
profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de
madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación
de la víctima que ella misma había engendrado; y, finalmente,
fue dada por el mismo Cristo Jesús agonizante en la cruz como
madre al discípulo con estas palabras: «Mujer, he ahí a tu hijo»
(cf. Jn 19,26-27).
Antes de derramar el Espíritu prometido por Cristo, vemos que
los Apóstoles, antes del día de Pentecostés, «perseveraban
unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la
Madre de Jesús, y con los hermanos de éste» (Hch 1, 14), y
que también María imploraba con sus oraciones el don del
Espíritu, que en la Anunciación ya la había cubierto con
su sombra.
2
Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa
original, terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la
gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se
asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor
del pecado y de la muerte.
María, signo de esperanza cierta y de consuelo para el Pueblo peregrinante de Dios
(Lumen Gentium).
Grandes son los títulos con que la Iglesia y los Santos Padres la han saludado
desde tiempos inmemoriales:
Lirio entre espinas, o tierra absolutamente intacta, virginal, sin mancha, inmaculada,
siempre bendita, y libre de toda mancha de pecado, de la cual se formó el nuevo
Adán; o paraíso intachable, vistosísimo, amenísimo de inocencia, de inmortalidad
y de delicias, por Dios mismo plantado y defendido de toda intriga de la venenosa
serpiente; o árbol inmarchitable, que jamás carcomió el gusano del pecado; o fuente
siempre limpia y sellada por la virtud del Espíritu Santo; o divinísimo templo o tesoro
de inmortalidad, germen no de la ira, sino de la gracia, que, por singular providencia
de Dios, floreció siempre vigoroso de una raíz corrompida y dañada, fuera de las leyes
comúnmente establecidas.
La gloriosísima Virgen fue reparadora de los padres, vivificadora de los descendientes,
elegida desde la eternidad, preparada para sí por el Altísimo, vaticinada por Dios
cuando dijo a la serpiente: Pondré enemistades entre ti y la mujer.
La Santísima Virgen fue por gracia limpia de toda mancha de pecado y libre de toda
mácula de cuerpo, alma y entendimiento, y que siempre estuvo con Dios, y unida
con Él con eterna alianza, y que nunca estuvo en las tinieblas, sino en la luz, y, por
consiguiente, que fue aptísima morada para Cristo, no por disposición corporal, sino
por la gracia original. (Ineffabilis Deus. Pio IX, Inmaculada Concepción).
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En efecto, ese instrumento escogido por Dios debería ser la creatura más perfecta, el canal más
limpio y sin impedimento alguno para que por él corriese y llegase la gracia de Dios hasta noso-
tros.
Como el mismo San Luis nos dirá, Ella es el medio más fácil, corto, perfecto y seguro para
llegar a nuestro fin.
Este magnífico medio está hecho para llegar a un fin propuesto y determinado.
Pero, ¿cuál es nuestro fin?
Teniendo claro nuestro fin, comprenderemos mejor la importancia y el gran don de Dios de la
devoción a Nuestra Señora, pues cuanto más apreciamos y deseamos llegar a un fin excelso, tanto
más apreciamos el medio, el instrumento para alcanzarlo.
Nuestro fin nos lo indica San Ignacio al comienzo de sus ejercicios espirituales:
Principio y Fundamento
El hombre es creado para alabar, reverenciar y servir a Dios nuestro Señor, y mediante
esto salvar su alma.
Y las otras cosas, sobre la faz de la tierra, son creadas para el hombre, para ayudarlo
a conseguir el fin para el que es creado.
De donde se concluye que el hombre tanto ha de usar de ellas, cuanto lo ayuden para
su fin, y tanto ha de abstenerse de ellas, cuanto de esto se lo impidan.
Por lo que, es necesario hacernos indiferentes a todas las cosas creadas, en todo lo
que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido.
De tal manera que, no queramos más salud que enfermedad, riqueza que pobreza,
honra que deshonra, vida larga que corta, y, así por delante en todo el resto, deseando
y escogiendo solamente lo que más nos lleva al fin para el que fuimos creados.
Debemos por lo tanto comprender que no podemos llevar una vida medianamente cristiana.
Debemos ser santos.
Debemos extirpar de nosotros ciertas ideas de santidad deformadas por modelos imaginarios de
santos que hicieron cosas que nos asustan.
En primer lugar, la santidad es interior, es una relación íntima, llena de amor, de comunicación
con Dios, con Nuestra Señora, que se refleja necesariamente en comportamientos exteriores.
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Debemos tender a la perfección interior en nuestros pensamientos, deseos e intenciones, de tal
manera que nuestro interior sea un verdadero santuario donde reine el amor: el deseo de no ofender
a Dios; tener pensamientos, deseos e intenciones puras; deseos de ayudar a los demás, de cumplir
eximiamente nuestros deberes de estado, es decir, como esposo, como esposa, como madre, como
hijo, como amigo, como patrón, como empleado, ya sea teniendo todas las comodidades o estando
privado de ellas, estando sano o enfermo, etc.
Debemos desear imitar a Jesús en todo, siguiendo sus enseñanzas.
No podemos tomar nuestras devociones apenas como un medio para librarnos de cosas desagra-
dables, o para salir del paso. No. Nuestra devoción es algo más alto, más bello, más importante.
Las enseñanzas del Divino Maestro: “quien desea una mujer ya adulteró en su corazón”, “bien-
aventurados los puros de corazón porque ellos verán a Dios”, “si tu ojo de escandaliza…”, son
pecados interiores, por lo tanto, puro debe ser nuestro corazón.
Debemos ser piedras vivas de la iglesia, para así servir mejor a la propia Iglesia por medio de
la cual Jesús nos obtiene todas las gracias. De esa manera, seremos ejemplo de vida cristiana para
nuestro prójimo, para nuestros hermanos. Seremos instrumentos útiles para nuestros párrocos y
pastores, seremos colaboradores eficaces en la divulgación del Evangelio.
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Madre de la Divina Gracia
María es saludada como Madre de la Divina Gracia. ¿Qué es la Gracia?
Los profetas.
“La Virginidad de María en la concepción del Mesías fue vaticinada por el Profeta
Isaías, ocho siglos antes de que se cumpliera; “Sabed que una virgen concebirá y dará
a luz un hijo, y su nombre será Emmanuel” (Is. VII, 14).
“Que esta virgen es María y ese Emmanuel es Jesús, nos lo dice expresamente el
Evangelio de San Mateo: “Y todo lo cual se hizo en cumplimiento de lo que pronunció
el Señor por el Profeta que dice: Sabed que una virgen concebirá y dará a luz un hijo:
a quién pondrán por nombre “Emmanuel”, que quiere decir “Dios con nosotros” (Mt.
I, 22-23). (Bula Ineffabilis Deus. papa Pio IX. Inmaculada Concepción)
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El Ave María y el Magnificat.
Más atentamente considerando los mismos Padres y escritores de la Iglesia que la
santísima Virgen había sido llamada llena de gracia, por mandato y en nombre del
mismo Dios, por el arcángel Gabriel cuando éste le anunció la altísima dignidad de
Madre de Dios.
Más aún, que era como tesoro casi infinito de los mismos, y abismo inagotable, de
suerte que, jamás sujeta a la maldición y partícipe, juntamente con su Hijo, de la
perpetua bendición, mereció oír de Isabel, inspirada por el Divino Espíritu: Bendita tú
entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. (Bula Ineffabilis Deus. papa Pio IX .
Inmaculada Concepción)
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- Dios quiso servirse de María en la Encarnación. TVD 16
La Encarnación es el acontecimiento culminante de toda la Historia, en el cual María tuvo un
papel centralísimo.
María encontró gracia delante de Dios por la fuerza de sus oraciones y la sublimidad de sus
virtudes.
¿Cuál es la fuerza de la oración de María para atraer un Dios a la tierra?
En la oración que Ella hacía, con toda certeza consideraba – esto es una verdad de Fe – la si-
tuación en que había caído el pueblo elegido, la cual había alcanzado un ápice de miseria moral.
En esa oración deseaba ardientemente, pues, que Israel fuese elevado nuevamente a su antigua
condición. Consideraba más aún la decadencia de la Humanidad, sabiendo mejor que nadie cuán-
tas almas se estaban perdiendo en esa era pagana y viendo la gloria de Satanás imperando sobre el
mundo antiguo.
Por lo tanto, María Santísima hizo en la Tierra el papel de San Miguel Arcángel en el Cielo: su
oración pidiendo que Dios viniese a la Tierra equivale al ¿Quis ut Deus? ¿Quién como Dios? del
Arcángel. Ella se levanta contra ese estado de cosas y sólo Ella tiene la oración suficientemente
poderosa para obtener la gracia que lo transforma todo.
Es la plenitud de los tiempos que se cierra: Nuestro Señor Jesucristo nace, y toda la humanidad
es reconstruida, regenerada, elevada y santificada por Nuestra Señora.
Las almas comienzan a salvarse en profusión, las puertas del Cielo se abren, el infierno es aplas-
tado, la muerte destruida, la Iglesia Católica florece sobre toda la faz de la Tierra.Y todo como fruto
de la oración de Nuestra Señora.
¿No es verdad que Nuestra Señora, también bajo ese aspecto, se nos presenta como un verdade-
ro modelo? ¿No debemos desear en nuestros días la victoria de Nuestro Señor, así como María la
deseó en su época?
Dios formó a su hijo en el seno de la Virgen, le dio su carne y su sangre.
La salvación nos vino de Dios pero medio de María
a) – La cooperación de Nuestra Señora con el Padre Eterno
La participación de Nuestra Señora en la fecundidad del Padre Eterno. Él comunicó a Nuestra
Señora su fecundidad, para que Ella engendrase a Jesucristo y a todos los miembros del Cuerpo
Místico de Cristo.
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b) - La cooperación de Nuestra Señora con Dios Hijo
Nuestro Señor, formado en el seno virginal de María Santísima.
En primer lugar, debemos considerar la Encarnación del Hijo en Nuestra Señora.
El papel de Nuestra Señora en ese misterio fue tal, que Dios quiso que Ella antes diese su con-
sentimiento, para después dar su carne, su sangre y, por lo tanto, algo de su propio Ser.
Como dice San Luis de Montfort, fue voluntad de Dios Padre que Nuestro Señor estuviese
contenido en Ella como dentro de un arca, de un tabernáculo, en el cual Él operaba maravillas de
la gracia conocidas solo por Ella. Y fue dentro de Ella, como dentro de un santuario, que Nuestro
Señor Jesucristo comenzó a dar gloria al Padre Eterno.
Nuestra Señora fue quien recibió la misión de formar en su seno virginal a Nuestro Señor y de
gobernarlo en su infancia.
Era una infancia en la cual Él tenía con Ella las mismas relaciones de un niño con su madre.
San Luis Grignion resume el papel de Nuestra Señora en la Redención así: Ella engendró a la
víctima, formó a la víctima, acarició a la víctima, condujo a la víctima hasta lo alto del altar del
sacrificio que fue la Cruz, y Ella misma consintió en que la Víctima fuese inmolada. ¿Inmolada
en beneficio de quién? En beneficio nuestro. Porque verdaderamente Nuestro Señor murió con
el consentimiento de Nuestra Señora. Ella aceptó que Él sufriese todo lo que sufrió y aceptó que
muriese de la forma como murió. Consintió en esa forma de muerte. Quería que la muerte de su
Hijo fuese de aquella forma dado que así lo quería Dios Padre.
El papel de Ella en la Encarnación y en la Redención del género humano es un papel inmenso;
es un papel como mayor no podría ser.
NOTA: Donde dice TVD seguido de un número, por ej. TDV 31, es el número del tópico del Tratado de la Verdadera
Devoción en que se encuentra el tema tratado.
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Santificación de San Juan Bautista.
Jesús santificó a San Juan Bautista cuando Santa Isabel, su madre, escuchó la voz de María.
El primer milagro de santificación, quiso Jesús operarlo por medio de María. “Al escuchar tu
voz el niño saltó de gozo en mi seno”
Jesús está dentro de María, María habla, Jesús santifica, santifica por medio de su Madre que es
la portadora de Jesús.
Así como formó a Jesús, forma a Jesús en cada uno de sus devotos. Nacer en cada uno espiri-
tualmente, es santificarse.
Cuando el Espíritu Santo encuentra en un alma a María ahí hace nacer a Jesucristo.
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- Por eso Ella es la Reina de los corazones. TVD 37
La razón de esta afirmación es profunda y teológica. San Luis Grignion muestra que, si Nuestra
Señora tiene una gran influencia en la generación de los miembros del Cuerpo Místico, Ella tiene,
implícitamente, un gran poder sobre las almas. De lo contrario, Ella no podría obtener la genera-
ción del Cuerpo Místico si no tuviese ese poder.
La devoción a María Santísima actúa sobre las almas y lo hace de forma inmensamente pode-
rosa. Por esa razón, las conversiones más profundas, las mudanzas de espíritu más sorprendentes,
las gracias espirituales más excepcionales son producidas por esa devoción.
- Esta devoción es necesaria a los hombres para éstos alcanzar su último fin.
TVD 39
A seguir, San Luis Grignion saca otra conclusión, también obvia: Nuestra Señora es necesaria
para que los hombres lleguen a su fin último. Es algo evidente, pues si Nuestra Señora es necesaria
para que seamos generados en Jesucristo, también es necesaria para que lleguemos al fin último,
que alcanzamos cuando somos generados en Jesucristo.
En seguida, él nos muestra que la devoción a Nuestra Señora es especialmente necesaria para
aquellos que quieren alcanzar una gran santidad. También es obvio. La santidad es una gracia in-
signe de Dios. Si Nuestra Señora es la medianera de todas las gracias, sin la devoción a Ella jamás
se alcanzará ese estado.
- Más aún para aquellos que son llamados a una perfección especial TVD 43
- Es necesaria aún más en los últimos tiempos. TVD 49.
San Luis Grignion comienza a tratar de la cuestión en el tercer parágrafo de la segunda conse-
cuencia: La devoción a la Santísima Virgen María será especialmente necesaria en estos últimos
tiempos (TVD 49).
En los tiempos de impiedad y abandono de la ley de Dios, (a eso llama San Luis los últimos
tiempos) la devoción a María, su auxilio para sustentarse en la fe de la Iglesia y en la práctica de
los mandamientos y de las virtudes cristianas será más necesaria que nunca.
Será necesaria porque la impiedad campeará a la luz del día, las costumbres más depravadas
serán exaltadas y arrastrarán a muchos; los que quieran defender la verdadera doctrina y la ver-
dadera moral serán perseguidos; los sacerdotes tendrán por esto mismo una tarea muy difícil. En
estos momentos la Santísima Virgen será el sustento, el apoyo de quienes vivan esta situación.
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Por eso los apóstoles suscitados por María deben ser muy activos y difundir esa devoción.
En nuestro caso debemos ser fermento de esta devoción en nuestra familia y sobre todo en
nuestra parroquia, poniéndonos al servicio de nuestros párrocos, que luchan solos y necesitan de
nuestra ayuda.
Ayudarlos en sus pastorales, en sus planes de evangelización, llevando siempre con nosotros
esta semilla de devoción a la Virgen.
- Tercera verdad. Debemos despojarnos de lo malo que hay en nosotros. Nuestro fondo
de maldad. TVD 78
Es decir, siempre sentimos en nosotros tendencias hacia el mal, hacia la soberbia, hacia la
pereza, la envidia, la lujuria.
Debemos combatir estas tendencias malas para no pecar de pensamiento, ni de palabra, ni
con actos malos. La Santísima Virgen nos obtiene esa fortaleza para no pecar y para expulsar los
malos deseos y los vicios que quieren instalarse en nuestra alma.
San Luis llama a esto “morir a nosotros mismos”, es decir, morir a nuestras malas inclina-
ciones. No aceptarlas, no aceptar que nos dominen ni se instalen en nosotros.
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- Cuarta verdad. Necesitamos una mediación junto al medianero que es Jesús. TVD 83
Es mucho más perfecto, porque es mucho más humilde, tomar un medianero para aproxi-
marnos de Dios, que dirigirnos directamente a Él.
Si nos apoyamos en nuestros propios méritos y acciones, veremos que muchas de ellas es-
tán, por así decir, manchadas de imperfecciones, amores propios, etc. Nuestra Señora las presenta
a Dios por nosotros; Ella es accesible y tierna, en ella no hay severidad ni rechazo.
Nunca se oyó decir que alguien haya acudido a su intercesión o socorro y haya sido desoí-
do.
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- Devotos Exteriores: sólo hacen actos exteriores de piedad, sin nada de interior TVD
96.
- Devotos Presuntuosos: “Como le rezo, puedo hacer lo que quiera que Ella me salva”
TVD 97.
- Devotos Inconstantes: hoy sí, mañana no TVD 101.
- Devotos Hipócritas: cubren sus vicios con su apariencia de devoción TVD 102.
- Devotos Interesados: sólo rezan para conseguir cosas materiales para sí TVD 103.
- Devotos Sentimentales: si no sienten emoción, no recurren a Ella.
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MOTIVOS QUE RECOMIENDAN ESTA DEVOCIÓN
- Nos pone enteramente al servicio de Dios. TVD 135
- Nos lleva a imitar la humildad de Jesucristo. TVD 139
- Nos obtiene abundantes gracias de Dios. TVD 144
- Embellece nuestras acciones haciéndolas gratas a Dios. TVD 146
- Es un camino fácil. TVD 152
- Es un camino corto. TVD 155
- Es un camino perfecto. TVD 157. Jesús vino perfectamente a nosotros por medio de
Ella.
- Es un camino seguro. TVD 159
- Es un gran beneficio para nuestros hermanos. TVD 171
- Es un medio admirable de perseverancia. TVD 173
- Ella ama a sus esclavos de amor. TVD 201
- Los mantiene. TVD 208
- Los conduce. TVD 209
- Los defiende y protege. TVD 210
- Intercede por sus devotos y esclavos. TVD 211.
La Consagración:
Consiste en entregarle a Ella todo nuestro ser y todos los favores que hemos recibido, para que
Ella los conserve, haciendo el propósito de nunca desagradarle, de ser sus hijos verdaderos y amo-
rosos. De su parte, Ella estrechará aún más su vínculo de amor con nosotros.
Ese vínculo de Ella con nosotros es más fuerte que el nuestro con Ella, porque Ella es la Virgen
Fiel, la Virgen Fuerte, la Virgen Amable, etc.,
¡Oh! tú, quien quiera que seas, que te sientes lejos de la tierra firme, arrastrado por las
olas de este mundo, en medio de las borrascas y tempestades, si no quieres zozobrar,
no quites los ojos de la luz de esta estrella.
Si el viento de las tentaciones se levanta, si el escollo de las tribulaciones se interpone
en tu camino, mira la estrella, invoca a María.
Si eres balanceado por las agitaciones del orgullo, de la ambición, de la murmuración,
de la envidia, mira la estrella, invoca a María.
Si la cólera, la avaricia, los deseos impuros sacuden la frágil embarcación de tu alma,
levanta los ojos hacia María.
Si, perturbado por el recuerdo de la enormidad de tus crímenes, confuso antes las
torpezas de tu conciencia, aterrorizado por el miedo del Juicio, comienzas a dejarte
arrastrar por el torbellino de tristeza, a despeñarse en el abismo de la desesperación,
piensa en María.
En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María.
Que su nombre nunca se aparte de tus labios, jamás abandone tu corazón; y para
alcanzar el socorro de su intercesión, no descuides los ejemplos de su vida.
Siguiéndola, no te extraviarás, rezándole, no desesperarás, pensando en Ella, evitarás
todo error.
Si Ella te sustenta, no caerás; si Ella te protege, nada tendrás que temer; si Ella te
conduce, no te cansarás; si Ella te es favorable, alcanzarás el fin.
Y así verificarás, por tu propia experiencia, con cuánta razón fue dicho: “Y el nombre
de la Virgen era María”.
San Bernardo
Acordaos (Oración compuesta por San Bernardo)
Acordaos, oh piadosísima Virgen María!, que jamás se oyó decir que ninguno de los
que haya acudido a Vos, implorado vuestra asistencia y reclamado vuestro socorro,
haya sido abandonado por Vos. Animado con esta confianza, a Vos también acudo,
oh Virgen, Madre de la vírgenes, y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados me
atrevo a comparecer ante Vuestra presencia Soberana.
No desechéis mis humildes súplicas, antes bien, escuchadlas favorablemente.
Así sea.
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¡Ven, Espíritu Divino!
(Secuencia de Pentecostés)
El himno más antiguo al Espíritu Santo
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LETANÍAS DE LA VIRGEN
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TEXTOS DE APOYO PARA CURSO DE CONSAGRACIÓN
I
María y la Eucaristía
Mysterium fidei! Puesto que la Eucaristía es misterio de fe, que supera de tal manera nuestro
entendimiento que nos obliga al más puro abandono a la palabra de Dios, nadie como María
puede ser apoyo y guía en una actitud como ésta. Repetir el gesto de Cristo en la Última Cena,
en cumplimiento de su mandato: « ¡Haced esto en conmemoración mía! », se convierte al mismo
tiempo en aceptación de la invitación de María a obedecerle sin titubeos: « Haced lo que él os diga
» (Jn 2, 5). Con la solicitud materna que muestra en las bodas de Caná, María parece decirnos:
« no dudéis, fiaros de la Palabra de mi Hijo. Él, que fue capaz de transformar el agua en vino, es
igualmente capaz de hacer del pan y del vino su cuerpo y su sangre, entregando a los creyentes en
este misterio la memoria viva de su Pascua, para hacerse así “pan de vida” ». (San Juan Pablo II,
Ecclesia de Eucharistia, nº54)
22
Comprender a Cristo desde María
Cristo es el Maestro por excelencia, el revelador y la revelación. No se trata sólo de comprender
las cosas que Él ha enseñado, sino de ‘comprenderle a Él’. Pero en esto, ¿qué maestra más experta
que María? Si en el ámbito divino el Espíritu es el Maestro interior que nos lleva a la plena verdad
de Cristo (cf. Jn 14, 26; 15, 26; 16, 13), entre las criaturas nadie mejor que Ella conoce a Cristo,
nadie como su Madre puede introducirnos en un conocimiento profundo de su misterio. (San Juan
Pablo II, Rosarium Virginis Mariæ, nº 14)
23
*****
II
LA GRACIA
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2 - El pecado de Adán
Desgraciadamente, el hombre no permaneció fiel. Al transgredir el mandamiento de Dios por el
pecado original, nuestros primeros padres perdieron, para sí y para todos sus descendientes, el inmenso
tesoro sobrenatural que habían recibido de Dios, y que hubieran heredado todos sus hijos si no lo hubieran
perdido irremediablemente por el pecado.
Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando
nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida por Cristo - de gracia habéis sido
salvados -, y nos resucitó y nos sentó en los cielos en Cristo Jesús, a fin de mostrar
en los siglos venideros la excelsa riqueza de su gracia por su bondad hacia nosotros
en Cristo Jesús. Pues de gracia habéis sido salvados por la de; y esto no os viene de
vosotros, es un don de Dios ( Ef. 2, 4-8 ).
4 - La gracia santificante
Definición: La gracia santificante es un don divino, una cualidad sobrenatural infundi-
da por Dios en nuestra alma, que nos da una participación física y formal de la misma natura-
leza divina haciéndonos semejantes a El en su propia razón de deidad.
a) LA GRACIA SANTIFICANTE - Se llama así porque santifica realmente a todo aquel que tenga
la dicha de poseerla. Esta santificación inicial admite muchos grados en su desarrollo y expansión; pero
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su mera posesión en su grado mínimo santifica esencialmente al que la recibe; de suerte que entre el niño
recién bautizado y el santo más grande del cielo hay tan sólo una diferencia accidental.
b) ES UN DON DIVINO - Don es un regalo divino que Dios confiere del todo gratuitamente al alma
que la recibe. Ninguna naturaleza creada o creable, tanto humana como angélica, podría jamás exigir ese
divino regalo como algo debido a cualquier acción heroica realizada con las simples fuerzas de la propia
naturaleza. La gracia pertenece al orden sobrenatural. Ningún hombre, ningún ángel, por muy perfectos
que sean, llevan en su misma naturaleza el germen o la exigencia de la gracia santificante. La materia,
como muerta que es en sí misma, no puede darse la vida, sino que ha de recibirla de otro cuerpo viviente.
Que no habéis recibido el espíritu de siervos para recaer en el temor, antes habéis
recibido el “espíritu de adopción”, por el que clamamos: ! Abba, Padre! El Espíritu
mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y sí hijos, también
“herederos”; herederos de Dios, “coherederos de Cristo”. ( Rom 8,15-17 )
Apoyados ene este sublime texto paulino, vamos a señalar, en primer lugar, los tres
principales efectos que produce en nuestras almas la gracia santificante.
Sin la gracia, las obras naturales más heroicas no tendrían absolutamente ningún valor en
orden a la vida eterna.
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2 - Los dones del Espíritu Santo
a) El don de sabiduría.
b) El don de entendimiento nos da una penetración profundísima
de los grandes misterios sobrenaturales.
c) El don de ciencia
d) El don de consejo
e) El don de piedad Tiene por objeto excitar en la voluntad un
afecto filial hacia Dios considerado como Padre amantísimo, y un
sentimiento profundo de fraternidad universal para con todos los
hombres en cuanto hermanos nuestros e hijos del mismo Padre
que está en los cielos.
f) El don de fortaleza refuerza increíblemente la virtud del mismo
nombre, haciéndola llegar al heroísmo más perfecto en sus
dos aspectos fundamentales: resistencia y acometida viril del
cumplimiento del deber a pesar de todas las dificultades.
g) El don del temor de Dios
7 - La aumentamos con los actos de virtud, con nuestras oraciones, con la frecuencia
de los sacramentos, con la práctica de las virtudes cristianas.