LA MUERTE ETERNA
1. LA MUERTE ETERNA COMO REVERSO DE LA VIDA ETERNA, EN LA SAGRADA ESCRITURA
Hay cierto paralelismo entre las formulaciones sobre la vida eterna y la muerte eterna
• Cielo / abismo o profundidad del sheol;
• estar dentro (de la Jerusalén escatológica) / quedar fuera de ella (en Gehenna, fuera de
las murallas)
• derecha / izquierda;
• admisión al banquete de boda / quedarse fuera
a) La semántica geográfica
Expresiones como «profundidades del sheol», o Ge-Ben-Hinnom (= valle del hijo de Hinnom
indican el lado negativo de la topografía soteriológica.
Apuntan al polo opuesto de Dios y de los justos (cielo. Jerusalén celestial, etc.)
Aquí se trata de un lenguaje “espacial”, es decir, dos ámbitos o situaciones existenciales
diferentes: la salvación y la perdición.
(i) Los «lugares profundos» del Antiguo Testamento
Lo más profundo del sheol: La cosmología primitiva judía distinguía entre tres ámbitos de
existencia: el cielo, la tierra y el sheol. Este último se fue «estratificando» en los textos
veterotestamentarios. Se decía que el impío se hundía en el sheol (Is 14, 15; Ez 32, 21-24; Sb
4, 19). mientras que el justo guardaba la esperanza de ser sacado por el Señor de ese lugar
(Sal 49, 16; Sal 16, 10- 11).
La categoría «cielo» sirve para evocar el lugar de Dios y de los justos, resulta natural hablar
de la morada de los impíos como situado en el otro extremo de la cosmografía: en lo más bajo
del sheol
Gehenna: Se trata de un valle o barranco al sur de Jerusalén, Ge-Ben-Hinnom en hebreo (=
valle del hijo de Hinnom).
• En tiempos de los reyes Ajaz y Manasés (siglo VIII a. C.), se ofrecían en ese lugar
sacrificios de niños, en honor al dios Molek. (Jr 7, 31; 19, 4-5; 32, 35; 2 R 16, 3)
• En Is 66, 18-24 alude al valle de Ben-Hinnom, Afirma que yacerán fuera de las
murallas de la Jerusalén escatológica los cadáveres de los rebeldes, comidos por los
gusanos y consumidos por el fuego. Cabe destacar dos aspectos en este pasaje:
(1) el destino final de los impíos es formulado en términos de exclusión (de la
Ciudad Santa);
(2) hay un apunte sobre la duración ilimitada del castigo.
(ii) Hades, abismo y Gehenna en el Nuevo Testamento
Hades: termino proveniente del mundo helénico, refiere a un lugar subterráneo donde, moran
todos los muertos. En el NT se usa en sentido más restringido: como lugar o estado donde se
encuentran los demonios y los hombres impíos. (Mt 11, 23)
Abismo: expresión de “profundidad”, o alejamiento de Dios. Donde se afirma que los
demonios o ángeles caídos moran ahí. (Lc 8, 31).
Gehenna: Este vocablo, aparece frecuentemente en la predicación de Jesús, tal como la
consignan los Evangelios: (Mt 5, 22) (Mc 9, 43- 48).
A este cuadro básico se añaden más rasgos: el «llanto» y el «rechinar de dientes» (cfr. Mt 13,
41-42. 49-50); el destierro a las tinieblas exteriores (cfr. Mt 25, 30). Gehenna se convierte así
en una categoría verdaderamente escatológica.
b) La exclusión de la presencia de Dios
Aparte de las formulaciones anteriores también hallamos otras expresiones bíblicas
que indican un misterio de exclusión de la compañía de Jesús y los justos.
Aunque el hombre del Antiguo Testamento posee la esperanza de superar la
«distancia» que le separa, alberga también en su corazón el temor de quedarse desgajado del
Señor (Sal 51, 13). Aunque el horror principal es quedar excluido para siempre de la
intimidad de Dios, no ser reconocido por Él (Os 1, 9).
En el NT, Jesús, en su discurso escatológico ofrece una descripción del Juicio con
imágenes tomadas de la justicia humana (Mt 25, 31-46). «los de su izquierda» (v. 41),
«malditos» (ibid.), «fuego eterno» (ibid.), «castigo eterno» (v. 46). Pero la formula dirigida a
los que han omitido socorrer, es esta: «Apartaos de mí» (v. 41).
Jesús emplea expresiones análogas en sus advertencias a los que se limitan a ser
discípulos nominales: Mt 7, 22-23 y Lc 13, 25-27.
Las expresiones de «exclusión» y «no-reconocimiento» son también utilizadas en tres
parábolas: En la parábola del banquete nupcial (Mt 22, 13); en la parábola de las vírgenes
prudentes y necias (Mt 25, 11-12) y En la parábola de los talentos (Mt 25, 21.23).
San Pablo en referencia al tema de la perdición, (2 Ts 1, 9-10) y también habla de la
exclusión del Reino (1 Co 6, 9-10).
c) Muerte eterna
• En Dn 12, 2 se formulan dos posibles situaciones finales de los que resucitan en el último día:
o «vida eterna» u «oprobio eterno».
• En 2 M 7 los mártires profesan su esperanza de resucitar gloriosamente, a la vez que advierten
al rey perseguidor que le aguarda un destino final que de ningún modo puede llamarse «vida».
También en el NT «muerte» y «vida» se utilizan con frecuencia como categorías
soteriológicas. Según la predicación de Jesús en los Sinópticos, hay un verdadero vivir o
morir, que guarda estrecha relación con el esfuerzo moral del hombre (Mt 7, 13-14).
• También surge aquí una subordinación del significado biológico al soteriológico que
permite la formulación paradójica en Mc 8, 35.
San Pablo recurre al contraste entre «muerte» y «vida eterna», para encarecer a los cristianos
la libertad de que disfrutan (Rm 6, 20-22).
En san Juan: No creer en Jesús, o no querer practicar el precepto de la caridad, significa
«perder» la «vida»: (Jn 3, 36; 5, 24).
2. REALIDAD Y DURACIÓN DEL INFIERNO: HISTORIA DE LA DOCTRINA CRISTIANA
• En un principio los creyentes se limitaban a defender la existencia del infierno.
• A partir del siglo III se abre un largo debate acerca de su posible carácter temporal
(teoría de la apokatástasis1).
1
Apocatástasis (del griego αποκαθιστώ -pronunciado apokacistó-: poner una cosa en su puesto primitivo,
restaurar), es un concepto especialmente utilizado por Orígenes, y que según él, significa que en el fin de los
tiempos, todos, pecadores y no pecadores, volverán a ser uno con Dios.
• Posteriormente se centrarán otros aspectos: la naturaleza del fuego infernal, y la pena
de perder a Dios. Estos aspectos se desarrollada por los pensadores y el Magisterio en
la época post-patrística y hasta la edad contemporánea.
• Los Padres apostólicos se limitan a defender su realidad, basándose en dos
afirmaciones que se encuentran en la Escritura:
o hay diversa retribución para buenos y malos, para estos últimos está
reservado un destino doloroso (fuego).
Los apologistas: San Justino dice que los que enseñan la doctrina de retribución son ayuda
para todos los hombres, y auxiliares de la paz, porque con su predicación «nadie elegiría el
vicio para un breve tiempo, sabiendo que iría a la condenación eterna del fuego» (I Apologia,
12).
En el siglo III: los autores occidentales insisten en las mismas ideas que sus antecesores: la
existencia de un fuego eterno que «mata» sin aniquilar; sus llamas vivas consumen
eternamente.
En Oriente: Clemente, se basa en la idea de una paideia divina para sugerir que todo castigo
postmortal es medicinal y temporal.
• Orígenes afirma la mención del infierno; ya que tales expresiones son meras
amenazas, diseñadas para alejar al pueblo de la maldad.
o La bondad, providencia y omnipotencia de Dios y
o la libertad del hombre, propone la teoría de que todo ser espiritual es siempre
mudable y últimamente salvable:
• incluso los demonios y pecadores difuntos son todavía susceptibles de
conversión. Es decir, que las penas en el infierno son correctivas o
pedagógicas.
• Sobre la naturaleza del “fuego”, dice orígenes es una interpretación pedagógica o
psicológica. Por lo que el fuego se enciende en sí mismo, es como una “fiebre” dentro
del pecador que resulta del desequilibro de sus pasiones, mientras que el dolor
consiste en la acusación de una conciencia atribulada.
• El Sínodo de Constantinopla del año 543, rechaza la teoría de los origenistas de un
infierno temporal: «Si alguien dijera que el castigo de los demonios o de los hombres
impíos es temporal y que en algún momento tendrá fin, sea anatema».
Para referirse al sufrimiento de los impíos, comienzan a distinguir más claramente entre
dos aspectos: por una parte, el fuego; por otra, la separación de Dios.
En occidente:
• San Agustín, utiliza expresiones bíblicas como fuego y gusano para hablar de la
muerte eterna. El distingue:
o “Feliz aquel pueblo cuyo Dios es el Señor” (Sal 144, 15)
o Infeliz, por tanto, cualquier pueblo que está divorciado de este Dios» (De
civitate Dei, XIX, 26).
• El Obispo de Hipona también muestra una honda intelección de las penas infernales.
o El castigo no es más que el resultado natural y el peso del pecado. Dios no
castiga al pecador, sino que lo deja em medio de su propio mal.
o
En oriente:
San Juan Crisóstomo: Afirma la exclusión del Reino, condenado al fuego, es evidente que
pierde el Reino. Catalogada como la desgracia más grande.
Como conclusión: la teología de la muerte se considera bajo un doble aspecto: en primer
lugar, la alienación de Dios y de los santos; en segundo lugar, una existencia dolorosa (con
«fuego»).
El aporte de la teología medieval se resume en tres puntos:
• En cuanto a las penas: formula una distinción entre la pena de ser privado de Dios y la
pena de sentido.
Santo tomas distingue la pena de daño = pérdida de la comunión sobrenatural con Dios y la
pena de sentido = desarmonía entre el cuerpo y el alma; pena en cada uno de los actos
corporales.
• En cuanto al fuego: se entiende no sólo como el dolor experimentado por el pecador en
cuerpo y alma después del Juicio final, sino como parte de la retribución sufrida por el
alma separada, justo tras la muerte. Santo Tomás propone una interpretación del fuego en
sentido de una atadura a un elemento material
• En cuanto al carácter irrevocable del estado de perdición:
a) Los tomistas fundamentan la eternidad del infierno en la natural fijación del alma
humana al separarse de la materia. Durante la vida mortal, es mudable en cuanto a su
opción. Después de morir, ya no lo es: el alma queda fijada, como el ángel o el
demonio, en su elección.
b) Los escotistas mantienen que el alma sería capaz por naturaleza de conversión, antes
o después de morir. Durante la vida terrena tiene acceso al arrepentimiento y no post
mortem.
En el medioevo, Según la doctrina albigense, la salvación del hombre consiste en
desprenderse del mundo material para unirse con Dios. Quien muere imperfectamente
purificado debe encarnarse nuevamente. Por lo que desembocara la aniquilación final de la
materia y la reunión de los espíritus purificados con Dios.
Frente a esto el IV concilio de Letran: declara: «... [todos] resucitarán... para recibir
según sus obras, ora fueren buenas, ora fueren malas; aquéllos [los réprobos], con el diablo,
castigo eterno...»
Benedicto XII, en la Constitución Benedictus Deus (1336) dice:
“las almas de los que salen del mundo con pecado mortal actual,
inmediatamente después de su muerte bajan al infierno donde son
atormentados con penas infernales, y que no obstante en el día del juicio
todos los hombres comparecerán con sus cuerpos ante el tribunal de Cristo,
para dar cuenta de sus propios actos, a fin de que cada uno reciba lo propio
de su cuerpo, tal como se portó, bien o mal [2 Co 5, 10]”.
El concilio Vaticano II, en la Constitución dogmática Lumen gentium (n. 48):
«Debemos vigilar constantemente para que, terminado el único plazo de
nuestra vida terrena (cfr. Hb 9,27), si queremos entrar con Él a las nupcias,
merezcamos ser contados entre los escogidos (cfr. Mt 25,31-46); no sea que,
como aquellos siervos malos y perezosos (cfr. Mt 25,26), seamos arrojados
al fuego eterno (cfr. Mt 25,41), a las tinieblas exteriores en donde “habrá
llanto y rechinar de dientes” (Mt 22,13-25,30).
En efecto, antes de reinar con Cristo glorioso, todos debemos comparecer “ante el
tribunal de Cristo para dar cuenta cada cual según las obras buenas o malas que hizo en su
vida mortal” (2 Co 5,10); y al fin del mundo “saldrán los que obraron el bien, para la
resurrección de vida; los que obraron el mal, para la resurrección de condenación” (Jn 5,29;
cfr. Mt 25,46)».
El Catecismo de la Iglesia Católica recoge el dogma de la existencia del infierno:
«La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los
que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de
la muerte y allí sufren las penas del infierno, “el fuego eterno”» (n. 1035).
«La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien
únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que
aspira»
3. REFLEXIÓN TEOLÓGICA: EL INFIERNO COMO ALEJAMIENTO DE LA CRIATURA DE DIOS-
APROXIMANTE
Podemos distinguir dos vertientes del misterio de perdición:
a) El infierno como ausencia de Dios (Dios perdido por el hombre)
Contemplada desde el hecho de un Dios-que-se-aproxima y que pretende comulgar
con los hombres, la posibilidad de que una criatura libre diga que No y se aleje aparece como
lo más opuesto al designio divino.
Aquí no hay una simetría entre la vida eterna y la muerte eterna. Dios quiere que
todos los hombres se salven. Por lo que el hombre, es capaz de sustraerse del camino que
lleva al encuentro con Dios.
El infierno es sobre todo evasión de la criatura frente a la venida de Dios; un No
creatural ante el don que Dios hace de Sí mismo. En términos trinitarios, es un repeler o
«entristecer» al Espíritu, que quiere habitar en la persona para conformarla con el Hijo y
vincularla íntimamente con el Padre (Ef 4, 30).
Como misterio de no-relación con las Personas divinas, es la tragedia de la ausencia
de Dios, la tristeza de la soledad absoluta, un desierto en el que falta toda comunión amorosa.
La muerte eterna parece un misterio más ligado a la antropología –al hombre, a la
decisión de su libertad finita y falible, al pecado–, mientras que la vida eterna parece más
ligada a la teología –a Dios que se autodona, al consorcio que logra con el justo–.
La teoría de los origenistas (apokatástasis) a pesar de ser errónea, encierra una intuición
válida: la intangibilidad de la libertad creatural. Dios nos deja libres, siempre.
En el momento en que Dios proyecta formar con las criaturas una familia
escatológica, debe incorporar en la creación el libre albedrío. La vida eterna, misterio de
Amor, pide protagonistas libres.
La libertad se entiende así entonces como capacidad puesta por Dios en la criatura
para autoconfigurarse, en un Amén o un Non Serviam ante Dios.
b) Teorías que niegan la existencia del infierno
• El infinito amor, misericordia y poder de Dios hacen impensable la posibilidad de
«fracaso» en sus planes de salvar a la humanidad;
En este sentido, es obligado conceder espacio a la nesciencia o apóphasis cuando se habla
de condenación; reconocer que ignoramos los pormenores del proceso salvífico, que
prosigue hasta la última sílaba de la biografía terrena del individuo.
• La existencia de criaturas perdidas para siempre parece incompatible con la plena
felicidad de los ángeles y santos.
La tesis de «la imposibilidad de condenación de cualquier criatura», es decir, la caída de
algunos ángeles, y su consiguiente estado de enemistad permanente con Dios.
la «imposibilidad de condenación», pierde consistencia cuando se coteja con una
verdad revelada. La afirmación ocurrente de que «el infierno existe, pero está vacío», se
muestra sencillamente falsa, porque existen los demonios. El hecho de que haya seres
angélicos perdidos para siempre basta para afirmar que «existe el infierno».
c) Poena sensus
De la ausencia de Dios se deriva la experiencia de un vacío existencial, colmado
por el macizo amor propio. Es un fenómeno de involución hacia lo finito, en el cual el
hombre, hecho para la comunión con el Bien infinito, se contenta con poseerse a sí
mismo.
En su interior, la frustración y el hastío, debido a pensamientos, deseos,
sentimientos, pasiones y sensaciones centrados en su yo endiosado pero incapaz de
funcionar como fuente suficiente de gozo. Y en el exterior, la alienación de todos los
demás seres.
En este sentido los sufrimientos del infierno pueden considerarse autoinfligidos
por el pecador, ya que es él mismo quien deja reinar el caos en su existencia, el
funcionamiento desordenado de sus facultades para pensar (piensa en sí mismo) y para
querer (quiere a sí mismo y no a los demás).
Dios nunca puede desaparecer totalmente del horizonte de la criatura, ni siquiera de la
criatura pecadora. Así, por mucho que el pecador empedernido lo quiera, no puede borrar a
Dios. De ahí su sufrimiento. Dios es gozo para los que le aman y dolor para los que no le
quieren.