Apuntes Catequetica ICCRR 20-21
Apuntes Catequetica ICCRR 20-21
FUNDAMENTAL
                   CURSO 2020-21
               Profesor: Rafael Casado
El realizar un tema de catequesis con los elementos del acto catequético no entra para dar nota, pero es importante para
desarrollar las sesiones de enero. Es un trabajo que requiere leer el material que se ofrece, pero no es tanto un trabajo de
creación como de selección de entre lo que se ofrece y, eso sí, de cálculo de qué actividades se pueden poner en una sesión
de unos 50 minutos. Tiene que obrar en mi poder antes del 31 de diciembre de 2020.
Como actividad complementaria, no obligatoria, se propone a los alumnos que escriban un comentario a la exhortación de
Juan Pablo II Catechesitradendae. Es redactar un comentario a cada capítulo, son 9 capítulos. Este comentario sobre todo
consiste en exponer si es actual y cercano a nuestra realidad lo que se dice en el capítulo, cómo puede ayudar a la praxis
actual. (Y aún más, si el alumno se ve con fuerzas y motivado. Aprovechar que acaba de salir el nuevo directorio de catequesis
y comparar ambos documentos. Repito e insisto, es solo una sugerencia para quienes se sientan más llamados a la
catequesis).
El examen constará de 10 preguntas: 5 breves y 5 de exposición más desarrollada. La nota es 30 % el trabajo, 70% la nota del
examen.
0. Presentación general
1. La evangelización, marco de la catequesis.
2. Término y definición de catequesis
3. Fundamentación del carácter propio de la catequesis en la constitución “Dei Verbum”
4. La catequesis, al servicio de la identidad cristiana.
5. Historia de la catequesis (I).
6. Historia de la catequesis (II).
7. Catequesis de iniciación cristiana.
8. Catequesis y enseñanza religiosa escolar.
9. La pedagogía de Dios, modelo de la pedagogía catequística.
10. El acto catequético.
11. Las diversas responsabilidades en la catequesis.
El plan de las clases presenciales es el siguiente: las dos primeras horas, en noviembre servirán para presentar los temas 1, 2
y 10. Con la presentación de la actividad de elaboración de una sesión de catequesis.
Las horas de enero, si Dios quiere, servirán para revisar las sesiones elaboradas por los alumnos y para presentar el resto de
los temas. El profesor dará su opinión sobre lo realizado y para ello dará a leer todas las sesiones (o al menos un resumen) a
todos los demás alumnos.
Teniendo en cuenta el diseño de las materias de la licenciatura en ciencias religiosas, esta asignatura de catequética
fundamental pretende presentar los puntos centrales de la catequesis.
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TEMA 1-. LA EVANGELIZACIÓN, MARCO DE LA CATEQUESIS
1. La evangelización, opción pastoral prioritaria.
Ante los nuevos retos de la situación actual, es necesario situar la acción catequética dentro de un proyecto pastoral
convincente y de talante renovador. Sólo en ese contexto, la catequesis podrá ser un instrumento eficaz de formación cristiana
y de renovación eclesial.
En la Iglesia de hoy, por todas partes se habla de la necesidad de pasar de una pastoral de conservación, a una pastoral
evangelizadora y misionera. En estos últimos años, numerosos episcopados han puesto en el centro de la atención pastoral la
urgencia de la tarea evangelizadora, como por ejemplo el de Francia, con el documento: Proponer la fe en la sociedad actual.
Carta de la Conferencia Episcopal francesa a los católicos de su país (1996) (En Ecclesia, 2835-6, abril 1997). Pero,
¿podemos decir que esta exigencia ha sido tomada en serio?, ¿estamos realmente en una Iglesia en estado de
evangelización?
Parece que este objetivo está muy lejos de haberse conseguido. Es fácil constatar que nuestra acción pastoral sigue anclada
por lo general en las pautas de la praxis tradicional, concentrada en el ámbito intraeclesial. De ahí los evidentes síntomas de
falta de evangelización: descenso del número de creyentes; expansión de un secularismo cerrado a toda inspiración cristiana,
el oscurecimiento del rostro del Dios cristiano, la crisis profunda de todas las mediaciones cristianas (la Iglesia, los
sacramentos, etc.), la falta de incidencia de los cristianos en la sociedad, la cultura, la política, etc.
Por esto, los obispos franceses decían: “Toda nuestra Iglesia debe ponerse aún más en estado de iniciación, percibiendo y
acogiendo con mayor determinación la novedad del Evangelio, para poder anunciarlo ella misma”.
¿Qué es la evangelización?
El término evangelización estuvo muy poco presente en los documentos del Vaticano II, pero en el posconcilio, sobre todo a
partir del Sínodo de los Obispos de 1974 y el documento de Pablo VI “EvangeliiNuntiandi” (1975) se ha generalizado. Juan
Pablo II acuñó el término “nueva evangelización” y con el Papa Francisco hablamos de una “nueva etapa evangelizadora”.
“EvangeliiNuntiandi” hizo un viraje importante: la evangelización, considerada por mucho tiempo tarea de frontera en las tierras
de misión, ha sido proclamada misión esencial de toda la Iglesia.
“Con gran gozo y consuelo hemos escuchado Nos, al final de la Asamblea de octubre de 1974, estas palabras luminosas:
“Nosotros queremos confirmar, una vez más, que la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión
esencial de la Iglesia”: una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más
urgentes. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda” (EN 14)
En el Concilio Vaticano II, el término evangelización pasa de un significado restringido, como anuncio del Evangelio a los no
creyentes, a otros más amplios que la identifican con el conjunto de la actividad profética y misionera de la Iglesia.
En el Sínodo de 1974 triunfó la idea de no limitar la evangelización al anuncio misionero en sentido estricto, dirigido a los no
creyentes, sino de entender toda la actividad misionera de la Iglesia, en todas sus formas. “EvangeliiNuntiandi” ratificó el
significado amplio del término, explicitando su complejidad y la riqueza de sus dimensiones: “la evangelización es un proceso
complejo, con elementos variados: renovación de la humanidad, testimonio, anuncio explícito, adhesión del corazón, entrada
en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de apostolado” (EN 24).
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Esta acepción amplia aparece también en el Directorio General para la Catequesis de 1997:
“Anuncio, testimonio, enseñanza, sacramentos, amor al prójimo, hacer discípulos: todos estos aspectos son vías y medios para
la transmisión del único Evangelio y constituyen los elementos de la evangelización. (…) Los agentes de la evangelización han
de saber operar con una visión global de la misma e identificarla con el conjunto de la misión de la Iglesia (DGC 46). “Hemos
de concebir la evangelización como el proceso por el que la Iglesia, movida por el Espíritu, anuncia y difunde el Evangelio en
todo el mundo” (DGC 48).
Comenzamos nuestra reflexión evocando el conjunto articulado de la acción evangelizadora de la Iglesia con el esquema:
“Articulaciones de la acción evangelizadora de la Iglesia como sacramento universal de salvación”.
Partimos de la visión conciliar de la Iglesia como “sacramento universal de salvación” evocando los tres momentos
fundamentales de su dinamismo vital: convocación, comunión, misión.
La acción evangelizadora de la Iglesia se articula según sus niveles de importancia, según el grado de proximidad respecto al
fin último de la Iglesia. Podemos distinguir cuatro fundamentales niveles:
2.1. El objetivo y tarea fundamental de la acción evangelizadora: “en el mundo, para el mundo, al servicio del Reino” (primer
nivel).
Un primer rasgo esencial caracteriza la tarea de la Iglesia: el hecho de existir no para sí misma, sino al servicio de un plan
divino que supera con mucho los límites del ámbito eclesial: el proyecto del Reino de Dios.
Este proyecto también recibe los nombres de plan universal de salvación, construcción del Cuerpo de Cristo, unidad del género
humano, vida en plenitud, etc.
Este proyecto es la irrupción gratuita de Dios que se hace presente con su misericordia y su gracia.
Es el plan grandioso de Dios sobre la humanidad, que en Cristo y por medio del Espíritu, se realiza en la historia.
El Reino de Dios es la nueva realidad de un mundo y una humanidad transformada y regida por el amor.
El Reino de Dios es el proyecto de liberación integral de una humanidad reconciliada y fraternal, realización de los valores que
los hombres anhelan y sueñan: “reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz”
(prefacio de la fiesta de Cristo Rey, GS 39).
La venida del Reino constituye el anhelo y meta final de toda la actividad de la Iglesia. Su realización trae consigo un cambio
radical de las relaciones humanas y de los valores imperantes, con la superación de las injusticias y discriminaciones
presentes en el mundo.
En cuanto que la Iglesia es “sacramento universal de salvación” (LG 48), sacramento del Reino, la Iglesia no se identifica con
el Reino de Dios, sino que “constituye en la tierra el germen y el principio de este reino” (LG 48).
La Iglesia constituye una mediación histórica providencial pero sus fronteras no abarcan ni limitan la realización del Reino, sino
que como pueblo mesiánico, tiene la misión de anunciar y ser primicia de este mismo Reino.
Es el proyecto del Reino y por tanto la suerte de la humanidad, el punto de mira de los afanes evangelizadores. Se supera así
la obsesión eclesiocéntrica (Iglesia preocupada de sí misma, de su conservación y expansión) para asumir una orientación
misionera, como pueblo mesiánico que se siente enviado al corazón del mundo para testimoniar y servir.
Vista a la luz del evangelio del Reino, la evangelización es también anuncio y testimonio de la presencia del Espíritu Santo en
la humanidad, del continuo emerger de los valores del Reino más allá de las fronteras confesionales, dondequiera que haya
hombres y mujeres de buena voluntad:
“La evangelización también consiste en descubrir el Evangelio ya hecho, ya practicado, ya presente y operativo en el mundo,
incluso más allá de las fronteras confesionales de la iglesia. Consiste también en reconocer lo que hay de Evangelio en la
historia humana, dentro y fuera de las Iglesias. Reconocer la presencia activa del Evangelio en la sociedad es buena noticia
para la humanidad, también para los cristianos. Cuando descubrimos la presencia operativa del Evangelio en la humanidad, el
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evangelizador se alegra. Pero, además, se siente evangelizado por la propia humanidad. El hecho de que Cristo llegue primero
o antes del predicador, el evangelizador o el misionero es muy importante e invita a una nueva forma de pensar la
evangelización” (Martínez Díez, “qué es evangelizar hoy”, p. 61). Es el neologismo del Papa Francisco: Cristo primerea.
2.2. Las funciones o mediaciones eclesiales (signos evangelizadores) al servicio del Reino: diaconía, koinonía, martyría, liturgia
(segundo nivel).
La tarea de la Iglesia, el servicio del Reino, no puede limitarse a colaborar con los hombres de buena voluntad en la labor
transformadora de la humanidad. En cuanto cristianos, nuestra misión específica es poner de manifiesto qué tienen que ver
esos problemas con el Evangelio de Jesús (o con la fe cristiana y sus valores), y qué tienen que aportar el Evangelio de Jesús
y la fe cristiana a la solución de los mismos.
Es decir, en cuanto depositaria del misterio revelado por Dios en Cristo, la Iglesia tiene la misión específica de iluminar y
estimular la historia de los hombres, para que se acerque de manera formal y consciente al ideal del Reino. Y así actúa su
sacramentalidad (sacramento del Reino) por medio de las mediaciones o funciones eclesiales.
Tradicionalmente se han clasificado esas funciones según el esquema de los tres oficios de Cristo: sacerdote, profeta y rey,
distinguiendo así un triple ministerio eclesial: litúrgico, profético y real. Pero esta división no refleja las reales modulaciones del
quehacer eclesial. Resulta más convincente una división cuatripartita que enlaza con la función sacramental de la Iglesia en
cuanto signo e instrumento del Reino de Dios.
El ideal del Reino se hace visible en el mundo por medio de cuatro formas fundamentales de visibilidad eclesial:
- Como Reino realizado en el amor y en el servicio fraterno (signo de la diaconía);
- Como Reino vivido en la fraternidad y en la comunión (signo de la Koinonía);
- Como Reino proclamado en el anuncio salvífico del Evangelio (signo de la martyría);
- Como Reino celebrado en ritos festivos y liberadores (signo de la liturgia)
De este modo, la Iglesia debe ser en el mundo el lugar por excelencia del servicio, la fraternidad, el anuncio y la fiesta, con
referencia a cuatro aspectos antropológicos básicos: la acción, la relación, el pensamiento y la celebración. Las llamamos
funciones o mediaciones: cuatro formas de ser en el mundo sacramento del Reino, cuatro signos evangelizadores.
Diaconía: La comunidad cristiana está llamada a manifestar un modo nuevo de amar y de servir, una tal capacidad de entrega
a los demás que haga creíble el anuncio evangélico del Dios del amor y del reino del amor.
Koinonía: El signo de la koinonía (comunión, fraternidad, reconciliación, unidad) responde al anhelo de hermandad y de paz de
los hombres de todos los tiempos. En un mundo desgarrado por divisiones, discriminaciones y egoísmos, los cristianos están
llamados a anunciar la utopía del reino de la fraternidad y de la unión, brindando espacios de libertad, de comprensión, de
amor.
Martyría: El signo de la martyría o función profética (primer anuncio, catequesis, predicación, reflexión teológica) debe brillar en
el mundo como anuncio liberador y clave de interpretación de la vida y de la historia.
Liturgia: En la Eucaristía, sacramentos, fiestas y devociones que jalonan la experiencia de la fe, los cristianos deben anunciar y
celebrar, con alegría y agradecimiento, la plenitud liberadora de la vida nueva manifestada en Cristo.
Una puntualización:
Las funciones eclesiales no pueden separarse entre sí como realidades independientes, ya que cada una de ellas participa en
mayor o menor medida de la naturaleza de las otras. Más aún, ninguna de ellas posee autenticidad y transparencia
evangelizadora si queda desligada de las demás.
2.3. Los ámbitos y etapas del proceso evangelizador: acción misionera, acción catecumenal, acción pastoral, presencia y
acción en el mundo (tercer nivel).
La tarea evangelizadora se despliega normalmente en cuatro etapas, ámbitos o momentos, que están dinámicamente
relacionadas entre sí.
“El proceso evangelizador (…) está estructurado en etapas o “momentos esenciales”: la acción misionera para los no
creyentes y para los que viven en la indiferencia religiosa; la acción catequético-iniciatoria para los que optan por el Evangelio
y para los que necesitan completar o reestructurar su iniciación; y la acción pastoral para los fieles cristianos ya maduros, en el
seno de la comunidad cristiana” (DGC 49).
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Estas tres etapas que indica el directorio las completamos con “presencia y acción en el mundo”.
Acción misionera: Es el primer paso del proceso evangelizador y se dirige a los no creyentes o a cuantos viven religiosamente
alejados. Asume formas variadas: presencia, servicio, diálogo, testimonio, hasta llegar al anuncio explícito del Evangelio.
Acción catecumenal: Es el acompañamiento de cuantos se interesan y quieren ser (o volver a ser) cristianos, siguiendo el
itinerario de la iniciación: acogida, padrinazgo, catequesis, ritos y sacramentos de iniciación, mistagogía. La acción
catecumenal es una función esencial de la Iglesia, expresión de su maternidad (cf. DGC 48).
Acción pastoral: Es el ámbito de la actividad tradicional de la comunidad eclesial ya constituida, en el ejercicio de las clásicas
funciones: culto, celebraciones, sacramentos, predicación, catequesis, piedad popular, vida de comunidad, servicio de caridad,
etc.
Presencia y acción en el mundo: Es la proyección de la acción eclesial hacia las distintas formas de testimonio evangélico en la
sociedad: promoción humana, acción social y política, acción educativa y cultural, fomento de la paz, compromiso ecológico.
Es una dimensión que merece atención especial, pues con frecuencia se descuida. Es aquí donde los cristianos deben salir de
su coto interno para ponerse al servicio del Reino de Dios en el mundo.
2.4. Los agentes y condiciones personales e institucionales de la acción eclesial: estructuras, instituciones, ministerios,
servicios (cuarto nivel).
Consideramos ahora el aspecto institucional de la acción eclesial, que comprende las personas, servicios y estructuras
necesarias para el cumplimiento de la misión (la disciplina eclesiástica, las leyes y reglamentos, los ministerios y agentes
pastorales, la organización de las diócesis, los organismos colegiales, etc.). Son realidades, de por sí necesarias, que
condicionan de manera relevante el ejercicio de la labor evangelizadora.
Hay que subrayar que este cuarto nivel institucional es esencialmente relativo y funcional respecto a los demás: toda su razón
de ser consiste en hacer posible el ejercicio de las funciones eclesiales y, en definitiva, el servicio del Reino. Fuera de esta
esencial referencia, el aparato institucional de la Iglesia se convierte en obstáculo y antitestimonio en orden a la
evangelización. Corresponde por eso a la naturaleza evangélica de la Iglesia, verificar su efectiva funcionalidad y actuar con
valentía las oportunas reformas, manteniendo aquella ductilidad y libertad propias de su misión, como sacramento del Reino.
En su inspiración originaria, la Iglesia de Cristo posee muy pocos elementos institucionales esenciales e inmutables, por lo que
debe revisarlos en cada época histórica para adaptarlos a las exigencias de la misión.
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TEMA 2-. TÉRMINO Y DEFINICIÓN DE CATEQUESIS
1. Significado etimológico
El término catequesis no se encuentra en el Nuevo Testamento, como sustantivo. Es un término elaborado posteriormente
(probablemente en el siglo II) a partir del verbo katechein. El verbo sí que aparece varias veces en el Nuevo Testamento.
Literalmente significa resonar, hacer resonar. Y en los pasajes en que aparece tiene el significado de instruir, enseñar
oralmente, narrar: Lc 1,4; Hech 18, 25; 21, 21; Rom 2 ,18; 1 Cor 14, 19; Gal 6, 6.
Como generalmente se traduce este término por instruir, enseñar, la catequesis aparece de una forma indiferenciada, todavía,
junto a otras expresiones que indican las diversas manifestaciones del ministerio de la palabra: evangelización, instrucción,
profecía, testimonio, exhortación, etc.
Sin embargo, entre estas diversas expresiones, es posible percibir ya una distinción fundamental: entre un primer momento y
un segundo momento:
Un primer momento de lanzamiento o proclamación del mensaje cristiano (con verbos como exclamar (crasein), predicar
(kerissein), evangelizar, anunciar, (euangelissein, euangelizeszai), dar testimonio, (martirein)).
Y un segundo momento de explicitación y profundización, dentro del cual se encuentra la catequesis (con verbos como
enseñar, (didaskein); conversar, (homilein); entregar (paradidónai); y el ya citado (katejein).
Por lo tanto, el verbo katejein es utilizado dentro de un contexto significativo en el cual comparecen otros, como enseñar
(didaskein); transmitir (paradidomi), conversar (homilein). La alternancia de katechein con estos verbos nos da una primera
orientación sobre el significado cristiano de catequesis. En efecto, todos esos verbos están relacionados con personas que se
han adherido al mensaje cristiano. No se trata de personas que por primera vez entran en contacto con la palabra viva de Dios,
que es Jesucristo. Cuando se trata de estos destinatarios, el NT echa mano de otros verbos, como evangelizar, anunciar,
proclamar, dar testimonio…
2. Clarificación de términos.
En nuestro ámbito español se utiliza el término catequesis, pero en otros ámbitos se emplean otros términos. La catequesis, de
hecho, se presenta con nombres diversos, según las distintas áreas lingüísticas y culturales. La terminología se puede agrupar
en torno a estos núcleos semánticos: la catequesis, la fe, la religión y la formación.
Esta terminología trae consigo algunos problemas de precisión teológica, pues cabe preguntarse en qué sentido y hasta qué
punto la fe puede ser educada, enseñada, transmitida, etc. Ahora bien, entendida en un sentido teológicamente correcto, es un
modo válido de identificar la función de la catequesis.
“El fin de la instrucción catequística es que la fe, ilustrada por la doctrina, se torne viva, explícita y activa” (CD 14).
“En el ámbito de la actividad pastoral, la catequesis debe ser considerada como la forma de acción eclesial que conduce a la
madurez de la fe, tanto a las comunidades como a cada fiel” (DCG 1971, 21).
“La catequesis es la actividad que consiste en la educación ordenada y progresiva de la fe y está ligada estrechamente al
permanente proceso de maduración de la misma fe” (Mensaje del Sínodo 77, 1).
“La catequesis es una iniciación ordenada y sistemática a la Revelación que Dios mismo ha hecho al hombre, en Jesucristo,
revelación conservada en la memoria profunda de la Iglesia y en las Sagradas Escrituras y comunicada constantemente,
mediante una “traditio” viva y activa, de generación en generación” (CatechesiTradendae 22).
“La catequesis es la etapa o periodo intensivo del proceso evangelizador, en la que se capacita básicamente a los cristianos
para entender, celebrar y vivir el Evangelio del Reino, al que han dado su adhesión y para participar activamente en la
realización de la comunidad eclesial y en el anuncio y difusión del Evangelio. Esta formación cristiana, -integral y fundamental-
tiene como meta la confesión de fe” (Conferencia E. Española, Catequesis de la Comunidad 34).
“La catequesis es el período en que se estructura la conversión a Jesucristo, orientado a poner los cimientos del edificio de la
fe, iniciación ordenada y sistemática a la revelación” (DGC 97, 63-67).
“La catequesis es el servicio de la Iglesia a la fe de las personas, que depende de la acción del Espíritu Santo. Este servicio
consiste en la necesaria introducción, profundización y toma de conciencia de la fe” (Conferencia Episcopal Alemana, “La
catequesis en un tiempo de cambio”, 2006, 2).
Ante todas estas definiciones, constatamos la existencia de un cierto consenso, en la Iglesia actual, para vincular la identidad
de la catequesis a tres polos esenciales: la palabra de Dios, la fe y la Iglesia:
- La catequesis es ante todo ministerio de la palabra, y por lo tanto transmisión de la fe, servicio al Evangelio y anuncio de
Jesucristo;
- La catequesis es iniciación en la fe y educación de la fe, mediación eclesial para suscitar y favorecer el crecimiento en la fe
de las personas y comunidades.
- La catequesis es acción y experiencia eclesial, expresión de la maternidad de la Iglesia e instrumento esencial de su vida y
misión.
En definitiva, si tenemos presentes los datos del NT y los documentos eclesiales, se puede llamar catequesis a toda forma de
servicio eclesial de la palabra de Dios orientada a profundizar y a hacer madurar la fe de las personas y de las comunidades.
Puntualizaciones:
La catequesis constituye un momento importante dentro del proceso de evangelización. Es, en definitiva, una forma de
evangelización.
La catequesis constituye un momento distinto y sucesivo al primer anuncio o primera evangelización. Presupone este primer
momento orientado a suscitar la conversión inicial. No siempre es posible deslindar los dos momentos, por lo que la catequesis
debe incluir en su cometido el cuidado de la conversión y potenciar su función misionera, ya que la pertenencia sociológica al
cristianismo no asegura la adhesión personal a la fe.
La función catequética es muy amplia y asume formas muy variadas: privadas y públicas, espontáneas e institucionalizadas,
ocasiones y sistemáticas. Puede presentarse como enseñanza, exhortación, iniciación, testimonio, reflexión, etc. Tiene lugar
en una gran variedad de actividades concretas: itinerarios catecumenales, preparación a los sacramentos, cursos de formación
religiosa, reflexión en grupo, predicación litúrgica, usos de los medios de comunicación, etc.
Esta variedad de la función catequética no debe llevar a la pérdida de identidad de la catequesis como educación
y maduración de la fe. Típico de la catequesis, en el conjunto de las acciones eclesiales, es su carácter de
profundización, respecto a la fe inicial y de iniciación o fundamentación respecto a las diversas manifestaciones
de la vida cristiana: oración, liturgia, compromiso, etc.
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TEMA 3-. FUNDAMENTACIÓN DEL CARÁCTER PROPIO DE LA CATEQUESIS EN LA CONSTITUCIÓN «DEI VERBUM»
El carácter propio de la catequesis encuentra sus principios orientadores en la concepción que tiene la Iglesia de la
Revelación, de la Tradición y de la fe. Esta concepción proporciona a la catequesis su verdadero fundamento.En este sentido,
la constitución «Dei Verbum», del Concilio Vaticano II, constituye una sólida base sobre la que apoyar la manera de entender
el carácter propio de la catequesis. Apoyándonos en dicha constitución conciliar, queremos exponer ahora aquellos criterios o
leyes catequéticas más importantes que nos ayuden a discernir la autenticidad de nuestra acción catequizadora.
La constitución «Dei Verbum», en lugar de comenzar por referirse a la Sagrada Escritura y a la Tradición como «fuentes» de la
revelación, prefirió tomar como clave fundamental de la interpretación, el mostrar la Revelación como acto de Dios mismo que
se revela al hombre. Esta orientación conciliar es extraordinariamente fecunda para la catequesis.       La Palabra de Dios
antes que cuerpo de doctrina es acción gratuita de Dios. Y esta acción es algo más que una comunicación de palabras o de
verdades sobre Dios y su obra: es la autocomunicación de Dios mismo a los hombres, es una donación personal de sí mismo
que se expresa en palabras y obras.
Esta acción de Dios es personal en cada catecúmeno (es un «llamamiento que dirige a cada uno», CT 35), respetuosa del
ritmo, peculiaridad e intensidad con que éste va respondiendo a la acción divina. Fiel a este principio, la catequesis se
convierte en un proceso «sinfónico» en el que, dentro de la educación en una misma fe común eclesial, cada uno encuentra el
cauce de una respuesta personal y original.
Nuestro cristianismo aparece, a veces, marcado por un voluntarismo moral, como si el amor de Dios tuviese que ser el
resultado de la conquista de nuestro esfuerzo. La catequesis mostrará que el amor de Dios se adelanta a la respuesta del
hombre, saliendo a nuestro encuentro: «El hombre no se justifica por las obras de la ley, sino sólo por la fe en Jesucristo» (Ga
2,16). Es la aceptación de que Dios ha hecho de él un hombre nuevo, el verdadero motor que mueve al catecúmeno en el
«seguimiento de Jesús», abrazando los valores del Reino: «la fe se actualiza en el amor» (Ga 5,6).
Un ejercicio correcto de esta dimensión de la catequesis exigirá basarse en una pedagogía educadora de la gratuidad, por
desgracia, menos desarrollada entre nosotros. Será necesario, muchas veces, preparar el terreno para ayudar al catecúmeno
a valorar lo gratuito en medio de un contexto cultural en el que apreciamos las cosas sólo por lo que cuestan. En este sentido,
puede ser importante llegar a descubrir el poder de la aceptación incondicional en las relaciones humanas, como energía
dinamizadora de la persona. El hombre actual necesita, hoy más que nunca, poder ser apreciado exactamente por lo que es,
más que por lo que hace o lo que tiene.
La catequesis hará ver las grandes implicaciones que tiene para la psicología religiosa del creyente la gratuidad del amor de
Dios. Una educación cristiana fundada en la pura ascesis podría fomentar la conciencia de un rechazo constante por parte de
Dios, lo que se traduciría en una sorda hostilidad contra sí mismo y contra los demás. La catequesis ayudará a descubrir cómo
la fe nos da la íntima convicción de que Dios tiene la iniciativa en el amor y nos ofrece en Jesús por gracia la reconciliación
con Él, con nosotros mismos y con los demás.
Esto genera la aceptación serena del propio destino, una aceptación profunda del propio ser, una íntima reconciliación con la
humanidad a pesar de reconocerla marcada por la división, el interés egoísta y la injusticia.
Es indudable que la referida actitud de aceptación incondicional del catequista respecto de cada catecúmeno constituirá un
signo importante de esta gratuidad del amor de Dios.
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b) El carácter histórico de la revelación
«Este plan de Revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas. Las obras que Dios realiza en la historia de
la salvación manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las palabras significan. A su vez, las palabras proclaman
las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas» (DV 2).
Dios se revela entrando en la historia de los hombres: haciéndose presente en la historia del pueblo de Israel, encarnándose
en Jesús de Nazaret, y prolongando su presencia en el mundo por medio de los cristianos, que constituyen su Iglesia, el nuevo
Israel.Las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación, iluminadas por la palabra de los profetas, de Jesús y la
Iglesia, manifiestan el carácter histórico de la Revelación divina: La economía de la salvación se realiza en el tiempo: pues
empezó en el pasado, se desarrolló y alcanzó su cumbre en Cristo, despliega su poder en el presente y espera su
consumación en el futuro.
3ª La catequesis educa al creyente para insertar la fe en la vida cotidiana y en los acontecimientos humanos
Este carácter histórico de la Revelación proporciona a la pedagogía catequética otra de sus características peculiares,
convirtiéndola en una pedagogía que impele a leer los acontecimientos y la experiencia humana a la luz de la fe y de la historia
de la salvación. En este sentido, la catequesis debe preocuparse por orientar la atención de los hombres hacia sus
experiencias de mayor importancia, tanto personales como sociales.Entre nosotros, esta referencia a la experiencia humana es
algo ya adquirido en estos años de renovación catequética. Se ha percibido, en efecto, que esta dimensión experiencial no es
algo exterior al mensaje cristiano, sino, justamente, una dimensión interna del mismo en cuanto mensaje de salvación.
Así como Dios asume determinados acontecimientos de la historia de Israel para revelarse en ellos y, más plenamente en la
encarnación del Verbo asume la humanidad de Jesús para hacer de ella la plenitud de su Revelación, de la misma forma la
acción catequética no está aislada de la vida, ni yuxtapuesta artificialmente a ella: «se refiere al sentido último de la existencia
y la ilumina, ya para juzgarla, ya para inspirarla a la luz del Evangelio» (CT 22).
Tres son las funciones principales que puede desempeñar la experiencia humana en el acto catequético:
 unas veces se presenta como objeto que la catequesis debe interpretar o iluminar. La catequesis ha de dar sentido a las
experiencias sobre todo a las más hondas y radicales y a los acontecimientos humanos;
 otras veces servirá para explorar y asimilar las verdades contenidas en la Revelación. En este sentido, nos ayuda a
penetrar mejor en el mensaje del Evangelio;
 otras veces, en fin, estimulará el justo deseo de transformar la propia conducta. La catequesis ayudará así no sólo a
interpretar los acontecimientos, sino a transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores
determinantes y los modelos de vida de la humanidad que están en contraste con la Palabra de Dios (ver EN 19).
La catequesis introduce al catecúmeno en la totalidad del misterio de Cristo y, por tanto, en el misterio de la Iglesia que es,
esencialmente, signo de una realidad que la desborda: «Cuando la Iglesia anuncia el Reino y lo construye, se implanta en el
corazón del mundo como signo e instrumento de ese Reino que está ya presente y que viene» (EN 59).La catequesis
enseñará, por consiguiente, a leer este misterio de la Iglesia en los múltiples signos en los que se expresa: hechos, personas,
doctrinas, testimonios de vida, ritos, instituciones...
Además, por el hecho de que Dios se nos quiere manifestar secreta y constantemente en la historia total de los hombres,
corresponde a la catequesis ayudar al catecúmeno a «discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos, de los cuales
participa juntamente con sus contemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios» (GS 11).
Todavía podemos distinguir otra vertiente significativa en la Revelación de Dios que se hace en la historia. Nos referimos a la
dimensión de futuro escatológico que tiene todo suceso histórico salvífico. La salvación que se nos ofrece en el hoy remite, por
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su naturaleza, a un futuro y, por tanto, no se agota en el acontecimiento mismo: éste es siempre signo de algo que está por
venir, es decir, el Reinado pleno de Dios. Como dice S. Pablo: «Ahora vemos, como en un espejo, confusamente. Entonces
veremos “cara a cara” (1 Co 13,12); ahora “caminamos en la en la fe y no en la visión”» (2 Co 5,7). En este sentido, «la
sagrada Tradición y la sagrada Escritura son como un espejo en el que la Iglesia peregrina en la tierra contempla a Dios, de
quien todo lo recibe, hasta que le sea concedido el verlo cara a cara, tal como es» (DV 7). Esta pedagogía de los signos, es
conforme con la economía de la Revelación, y con la característica propia del conocimiento de fe, que es conocimiento por
medio de signos.La Revelación, como acción gratuita e histórica de Dios, confiere, así, a la catequesis bajo el punto de vista
pedagógico, su carácter propio: ser una pedagogía del don, de la inserción activa en la historia y del signo.
Es importante descubrir, aquí también, que la plenitud de la Revelación operada en Cristo no se realiza sólo por la doctrina que
Él transmite, sino con «su total presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros y, sobre todo, con su
muerte y resurrección..., y con el envío del Espíritu de la verdad» (DV 4).El hecho de que Jesucristo sea la plenitud de la
Revelación confiere a la catequesis su carácter eminentemente «cristo-céntrico». Creemos que éste es uno de los mayores
logros de la catequesis en estos últimos años.
Nosotros queremos recordar aquí, simplemente, los dos sentidos que «Catechesitradendae» otorga al cristocentrismo de la
catequesis, «dos significados de la palabra que ni se oponen ni se excluyen, sino que, más bien, se relacionan y se
complementan» (CT 5).
La catequesis es, ni más ni menos, ese período intensivo en el que los que han sido subyugados por la buena noticia de
Jesús, buscan conocerlo en profundidad y entrar en su discipulado.
Esta iniciación en el seguimiento de Jesús implica adherirse a su persona, descubrir en profundidad su mensaje, adoptar su
estilo de vida, celebrar su presencia en los sacramentos, reunirse en su nombre en una comunidad de discípulos,
prepararse para participar en su envío misionero y esperar su venida gloriosa. Supone, en otras palabras, una catequización
integral.
El seguimiento de Jesús es algo más profundo que una mera imitación de su vida que, en rigor, pudiera ser hecha por un no
creyente a instancias de una mera ascesis moral. Es, ante todo, dejarse cautivar por Alguien que está vivo y, como fruto de
esa vinculación personal, tratar de actualizar en nuestra vida los valores y actitudes que Él vivió. Es, en otras palabras, la
introducción progresiva en la misma experiencia de S. Pablo: «ya no vivo yo: es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20).
La catequesis ha de transmitir el mensaje de Jesús en toda su pureza, de suerte que la formación cristiana integral que ha de
proporcionar se inspire realmente en los criterios y actitudes del Evangelio, por encima de cualquier otra mediación necesaria.
Este problema se plantea, en efecto, al recurrir a la mediación de las ciencias del hombre psicología, sociología... en la
presentación del mensaje cristiano. Ciertamente, uno de los grandes logros de la renovación catequética contemporánea ha
sido la incorporación de estas ciencias en su quehacer. Influyen no sólo en un mejor conocimiento del destinatario de la
catequesis y de la problemática humana, sino en una renovación metodológica más honda y en una comprensión más
profunda del mismo mensaje cristiano. Constituyen, por tanto, una aportación esencial para la catequesis. Sin embargo, existe
el peligro de hacer de ellas el criterio inspirador último en la maduración de la personalidad cristiana o en el compromiso de
transformación de la sociedad. En estos casos se instrumentaliza el Evangelio, se le pone al servicio de determinadas
doctrinas psicológicas o sociológicas y se termina por parcializarlo (ver CT 52).
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La catequesis, al transmitir en su integridad el Evangelio, no puede eludir el escándalo de la cruz a él inherente, y ha de
superar la tentación de ofrecer doctrinas aparentemente más eficaces o humanamente más atractivas y que suponen, en el
fondo, una desconfianza en la fuerza salvadora del Evangelio.
El principio del cristocentrismo obliga a la catequesis a transmitir lo que de específicamente cristiano tiene el anuncio de Dios,
de la salvación, de la moral evangélica, de la opción por los pobres, de la esperanza... Nuestra preocupación central no puede
ser otra que la que Jesús tuvo en su vida: el anuncio religioso del Reinado de Dios y del camino difícil, pero gozoso para
realizarlo entre los hombres, el camino del Siervo.
En esta concepción de la fe, «Dei Verbum» es totalmente coherente con su concepción de la Revelación. Si ésta, antes que
cuerpo de doctrina es comunicación personal del mismo Dios, la fe no podrá ser sólo adhesión a la verdad revelada, sino
también, y fundamentalmente, entrega confiada de todo el hombre a Dios. Vaticano II recoge y desborda el concepto de fe del
Vaticano I. Esta profundización fundamenta el deseo de la Iglesia de renovar la catequesis en su mismo concepto.
«La fe, cuya maduración debe promover la catequesis, puede ser considerada de dos maneras:
 como la plena adhesión del hombre a Dios, otorgada bajo el influjo de la gracia (“fides qua”), o
 como contenido de la revelación y del mensaje cristiano (“fidesquae”).
Estos dos aspectos no pueden separarse por su naturaleza, y la maduración normal de la fe supone su coherente progresión»
(DCG 71, 36).
La catequesis ha de reconciliar desde el interior los dos aspectos, tratando de superar la dicotomía (ver CT 22) que muchas
veces nos afecta. No puede contentarse con presentar la verdad revelada si ésta no informa en igual grado la actitud del
corazón. Ni puede limitarse, tampoco, a fomentar el amor a Dios y el compromiso con los hombres si esta actitud no va
acompañada de un conocimiento serio del mensaje cristiano.
«Si es verdad que ser cristiano significa decir “sí” a Jesucristo, recordemos que este “sí” tiene dos niveles:
 consiste en entregarse a la Palabra de Dios y apoyarse en ella, pero significa también
 esforzarse por conocer cada vez mejor el sentido profundo de esa Palabra» (CT 20).
Se trata, por tanto, de que «el hombre entero» (CT 20) se vea impregnado por la palabra de Dios, ya que la catequesis
«apunta a alcanzar el fondo del hombre» (CT 52). Como indica el Concilio Vaticano II, «es la persona del hombre la que hay
que salvar..., el hombre concreto y total, con cuerpo y alma, con corazón y conciencia, con inteligencia y voluntad» (GS 3).
Esta multiplicidad de tareas exige a la catequesis una pedagogía peculiar, distinta a la de otras formas de presentar la Palabra
de Dios, como pueden ser el anuncio misionero, la homilía, la enseñanza de la teología y la enseñanza religiosa escolar.
Implica, también, la necesidad de superar el concepto restringido de catequesis como enseñanza elemental de la fe, para
otorgarle un concepto pleno como formación cristiana integral.
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e) La Tradición como transmisión de la revelación
«Dispuso Dios benignamente que todo lo que había revelado para la salvación de los hombres permaneciera íntegro para
siempre y se fuera transmitiendo a todas las generaciones» (DV 7). «La Iglesia, en su doctrina, en su vida, y en su culto
perpetúa todo lo que ella es, todo lo que cree. Esta Tradición, que deriva de los apóstoles, progresa en la Iglesia con la
asistencia del Espíritu Santo» (DV 8).
Cristo, revelación total de Dios, entregó a los apóstoles el Evangelio, «fuente» de toda verdad salvadora y de un nuevo estilo
de vida para que lo conservasen y lo transmitiesen íntegro a todas las generaciones, comunicándoles así «los dones
divinos».Con los «Hechos de los apóstoles» se constituye y comienza en la Iglesia la Tradición, que tiene su origen en una
disposición de Dios y se despliega bajo la asistencia del Espíritu Santo.La Tradición está hecha de palabras orales y
escritas, de formas de vida comunitaria y litúrgica, de un estilo específico de vivir, de instituciones y tradiciones eclesiales...
La Tradición, que deriva de los apóstoles, progresa en el pueblo de Dios en virtud de la contemplación y el estudio; por la
encarnación de la predicación evangélica en pueblos culturalmente diversos; y a través de las múltiples acciones de los
cristianos para dar respuesta a las necesidades de los distintos grupos humanos.     Los legítimos sucesores de los
apóstoles, con toda su actividad pastoral y, especialmente, con el ejercicio de su magisterio vivo, constituyen un elemento
fundamental de la Tradición, de cuya autenticidad son los garantes cualificados.
El catecúmeno, por medio de la catequesis, ha de ser iniciado para que se incorpore vitalmente en la Tradición de la Iglesia.
No se trata de que adquiera solamente un conocimiento de las expresiones históricas objetivas de esa Tradición (pensamiento
de los Santos Padres, testimonios de los Santos, manifestaciones de arte cristiano y otras expresiones culturales de la vida de
la Iglesia), sino de que se introduzca y participe en la corriente viva de la existencia cristiana que, desde la época apostólica
hasta nuestros días, ha profundizado y actualizado, cada vez más, el Evangelio de Jesús.
Es la Iglesia la que proporciona a la catequesis su objeto, es decir, el Evangelio de Jesucristo tal como es creído y profesado
por el pueblo de Dios. Le proporciona, también, su medio vital: las comunidades cristianas en las que la Iglesia se realiza. Le
proporciona, en fin, su meta: hacer del catecúmeno un miembro activo de la vida y misión de la Iglesia.
Creemos que éste es un punto clave para la verdadera renovación de la catequesis. No se nos oculta que es un punto
problemático, «particularmente importante en nuestros días» (EN, 61). Todos hemos de reconocer sinceramente que el sentido
eclesial aparece con frecuencia deteriorado entre nosotros, en situación enferma. Y es imposible una verdadera renovación
de la catequesis sin un sentido eclesial sano, como es muy difícil recuperar el auténtico sentido de la Iglesia sin la catequesis.
Nos encontramos, así, ante ese desafío. El no aceptarlo lealmente traería el peligro de hacer:
 o una catequesis atomizada, encerrada en grupos cristianos autosuficientes;
 o una catequesis que, pretendiendo ser bíblica, quede desarraigada de una tradición viva;
 o una catequesis de «temas aislados», que no introduce en la totalidad del misterio cristiano que profesa la Iglesia;
 o una catequesis mediatizada de tal forma por las ideologías que termine por parcializar el Evangelio.
La auténtica catequesis cristiana no tiene sentido si se sitúa al margen de la comunión de fe con la Iglesia:
«Evangelizar no es para nadie un acto individual y aislado, sino profundamente eclesial. Cuando el más humilde catequista...
reúne su pequeña comunidad, aun cuando se encuentre solo, ejerce un acto de Iglesia... Esto supone que lo hace no por una
misión que él se atribuye o por inspiración personal, sino en unión con la misión de la Iglesia y en su nombre» (EN 60).
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TEMA 4-. FUNDAMENTACIÓN DEL CARÁCTER PROPIO DE LA CATEQUESIS EN LA CONSTITUCIÓN “DEI VERBUM”
(las 10 leyes catequéticas)
a) La Revelación como acción gratuita de Dios
“Quiso Dios en su bondad y sabiduría, revelarse a sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad: por Cristo, Palabra hecha
carne, los hombres tienen acceso al Padre, en el Espíritu Santo, y se hacen partícipes de la naturaleza divina” (DV 2)
1. La catequesis actualiza la acción de Dios en el grupo catecumenal.
2. La catequesis descubre al catecúmeno que la fe es un don de Dios.
«Vivimos en un mundo difícil, donde la angustia de ver que las mejores realizaciones del hombre se le escapan y se vuelven
contra él, crea un clima de incertidumbre. Es en este mundo donde la catequesis debe ayudar a los cristianos a ser, para su
gozo y para el servicio de todos, luz y sal. Ello exige que la catequesis les dé firmeza en su propia identidad y que se
sobreponga sin cesar a las vacilaciones, incertidumbres y desazones del ambiente» (CT 56).
Muchos de los actuales fenómenos sociales, tendencias de pensamiento, realizaciones humanas, escalas de valores y pautas
de conducta que, hablando en general, presenta la cultura de hoy afectan a la identidad de los creyentes en Cristo,
enturbiándola en sus contornos. Nuestra catequesis ha de hacerse cargo de esta realidad y procurar que los catequizandos se
consoliden en la vocación recibida en el Bautismo para que puedan afrontar con la mayor lucidez posible las circunstancias
concretas y los retos de la cultura contemporánea.
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Queremos destacar algunos fenómenos característicos de la cultura contemporánea que parecen incidir de modo más
determinante en la existencia de los cristianos. Para situar mejor nuestras reflexiones, queremos afirmar desde el principio que
nuestra crítica de la cultura actual no ignora sus muchos factores positivos en toda su significación e importancia. En esa línea,
habría que señalar, por ejemplo, el extraordinario poder que el hombre moderno ha conseguido sobre el mundo material; el
mayor dominio sobre el tiempo, manifestado en los progresos de las técnicas prospectivas y los métodos de planificación; la
preocupación efectiva por los problemas del desarrollo de los pueblos y los esfuerzos en favor de la paz; la búsqueda
constante del sentido de la vida, particularmente entre los jóvenes; y, sobre todo, una conciencia cada vez más viva de la
libertad personal y de la dignidad del hombre. No obstante, el mundo de hoy ofrece fenómenos culturales ambiguos que el
cristiano debe discernir, a la luz de la fe, procurando ser muy lúcido para detectar aquellos aspectos de la cultura actual que
pueden poner en peligro su identidad.
1. Pensamos, en primer lugar, que los cambios profundos y acelerados de nuestro tiempo gravitan en gran medida sobre los
modos de pensar y los comportamientos de la humanidad presente. La experiencia del rápido giro de la historia está
acentuando un fenómeno que tiene sus raíces en la modernidad: la pérdida de las referencias del hombre al pasado y al futuro.
El hombre contemporáneo tiende a perder la memoria del pasado, a menospreciarla y a sentirse, por ello, desarraigado de
toda tradición heredada. Su reacción ante el futuro es ambigua. Se siente seguro ante él, porque piensa que puede planificarlo
y configurarlo desde la ciencia y la técnica. Pero este futuro calculable y planificable no es, en realidad, su verdadero futuro: el
futuro en cuanto destino del hombre libre, el futuro de la libertad humana. Ante este verdadero futuro el que concierne al
hombre en cuanto hombre, seguimos angustiados con la misma angustia de siempre, incluso agudizada porque las
poderosas invenciones humanas lo hacen, cada vez, más incierto e imprevisible.
Por ello, el hombre de hoy se instala en el momento presente, acepta su provisionalidad, se conforma con atender a las
necesidades más acuciantes a corto plazo y a los fines más inmediatos, y busca cómo sacar el mayor partido posible del goce
momentáneo. Sin arraigo en el pasado y temeroso por el futuro, el hombre contemporáneo teme comprometerse y arriesgarse,
no aprecia la fidelidad como valor fundamental de la vida y rehúye las responsabilidades. El cristiano, para el cual es esencial
el vincularse a unos acontecimientos del pasado y a una Persona; vivir de una tradición, y comprometerse con fidelidad y
entrega totales a un futuro, queda claramente amenazado en su identidad por estas tendencias de la cultura contemporánea.
2. El hombre de nuestro tiempo ha adquirido un poder valioso y admirable sobre el mundo de las cosas y sobre la organización
de la vida social. Pero, muy frecuentemente, termina por ser esclavo y víctima de las obras de sus manos y de las estructuras
que se da a sí mismo. Le importa, ante todo, el «tener más» en detrimento del «ser más».
Es patente cómo afecta este fenómeno a la identidad del cristiano para quien, según la lógica de la creación y de la
encarnación, todas las cosas, instituciones y estructuras, están ordenadas al hombre. Además, el valorar meramente la
eficacia en el campo de los medios hace muy difícil la comprensión y la aceptación de los valores de la gratuidad, de la
contemplación y del respeto a la persona, que son esenciales a la fe cristiana.
3. En conexión con las características de la actual cultura que acabamos de exponer, encontramos muy amenazada la libertad
del hombre, o sea, la auténtica idea y experiencia de la libertad. Esta se concibe hoy con frecuencia no como la capacidad
responsable para la creación de un mundo más humano, sino como la pura y vacía liberación de cualquier atadura, como la
auto-afirmación del propio yo egoísta, sin solidaridad con los demás hombres, sin empeño alguno con cualquier causa que
trascienda el interés inmediato. El hombre de hoy cree muchas veces que no son posibles ni tienen sentido las decisiones
humanas irrevocables ante el futuro. Algunos juzgan que tales decisiones impiden o hacen difícil una vida humana auténtica, al
cerrar el paso al juego libre de otras futuras posibles decisiones y cancelar una reanudación constante de la existencia.
Aunque, para la mayor parte, el no aceptar decisiones irrevocables se debe al hecho de que consideran que toda situación ha
de ser valorada conforme a los intereses del momento. De aquí nace el continuo sometimiento a crítica de los valores y
objetivos de la vida humana y el análisis inacabable de los mismos, porque se piensa que no hay nada definitivo, desde lo que
pueda vivir el hombre.
A esto se añade la convicción de que es el individuo quien únicamente va dando, en cada instante, sentido a su propia vida, a
su acción y a las cosas. Expresiones como «esto no me dice nada» o «lo importante es lo que yo pienso de la realidad» son
síntomas de que se estima, con frecuencia, que el destino personal se forja únicamente a partir de iniciativas y proyectos que
brotan, en cada caso, de los sentimientos e impulsos del «individuo».
También aquí es patente cómo estas características de la cultura contemporánea ponen en riesgo y afectan a la identidad de
los cristianos, para quienes es fundamental su vinculación definitiva e irrevocable con Cristo, con sus hermanos y con la causa
del hombre, así como el pensar y vivir todo lo libre que se quiera desde la palabra de Dios, desde su juicio y su gracia: esta
vinculación implica el reconocimiento de unos valores absolutos, que de ella se desprenden.
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2. Qué es un cristiano
Hemos dicho que el objetivo de la catequesis es formar cristianos, también podríamos formularlo diciendo que es “formar
comunidades cristianas”, con lo cual evitamos el riesgo del individualismo. Utilicemos mejor la expresión: “al servicio de la
identidad cristiana”. El documento español “La catequesis de la comunidad” lo formula así: “la meta del proceso catequético es
la profesión de fe” (La catequesis de la Comuniad 96), porque el Sínodo del 77 dijo: “la catequesis tiene su origen en la
confesión de fe y conduce a la confesión de fe” (Mensaje al Pueblo de Dios, 8). Básicamente lo que está de fondo es la
cuestión de qué es un cristiano.
El término cristiano se refiere a la persona a la que se le propone un orden de fines, de medios y una praxis de vida, gracias a
los cuales se realiza como seguidora de Cristo y, al mismo tiempo, se influye en su crecimiento y en su maduración humana
con ciertos aspectos peculiares. El término cristiano evoca, por tanto, globalmente, un proyecto de formación y de vida anclado
en el don trascendente y, a la vez, encarnado en el desarrollo normal de la propia realización.
Cristiano no es el que tiene un conjunto de virtudes de un modo estático, sino que a la persona se le propone un proyecto de
vida en nombre del Dios de Jesucristo. Proyecto que tiene una conexión vital y permanente con Jesucristo, muerto y
resucitado; tiene como propia la causa de Jesús, la venida del Reino; comporta, por tanto, una existencia común como hombre
o mujer de este mundo, pero según un modo radicalmente nuevo de vivir: cargado de esperanza en el futuro cumplimiento del
Reino; pero, a la vez, capaz de producir concretas anticipaciones en el presente de aquel futuro, según la potencia del Espíritu
y de la Palabra que iluminan el camino hacia él. La pertenencia a la Iglesia garantiza y promueve la realización del proyecto.
Traducir este proyecto de vida en términos operativos, formar cristianos, es la tarea específica de la catequesis.
El cristiano/a es una persona viva, concreta, que tiene fe en Jesucristo, comparte sus esperanzas, hace propia su causa por el
Reino, aceptando él mismo, ante todo, participar en él mediante la conversión y la fe. Hay un momento sustancial de
reafirmación de esta adhesión: la Eucaristía, donde el proyecto de Jesucristo es anunciado y comunicado al cristiano. Más
radicalmente todavía reconoce que, a partir del Bautismo, gracias a la Pascua de Jesús, se hace familia de Dios, hijo del
Padre, hermano de Cristo, criatura nueva animada por el Espíritu. El cristiano reconoce una dignidad, una responsabilidad,
pero, sobre todo, una confianza interior levantada y sostenida por la misma sublime grandeza de Dios.
El cristiano hace de su vida una producción de signos del Reino o signos mesiánicos. Manifiesta el amor de Dios con los
signos concretos de la justicia que engendra la paz (relación con los demás); en el respeto de la naturaleza, como realidad
creatural al servicio del hombre (relación con el cosmos); en la pobreza sostenida por la comunión (relación consigo mismo). El
cristiano vive la sustancial solidaridad de Jesucristo con el mundo. Ama lo humano, ama la vida, sufre, combate por ella.
Ciertos rasgos propios del humanismo bajo el signo cristiano le serán típicos: la atención a los últimos; el respeto y promoción
de la libertad; el reconocimiento de la trascendencia del otro como persona; el favorecer todo aquello que es amor, don,
dulzura, paz, no violencia; la humanización de lo político; la afirmación del primado de la persona sobre la estructura y la
personalización de ésta; el sentido de lo gratuito, de la admiración, del gracias, etc.
Es el hombre/la mujer del diálogo constructivo, de la reconciliación. Reconoce que vivir en el pluralismo no es una condena
que hay que soportar, sino una magnífica gracia de poder dar cuenta de la esperanza que hay en él. El cristiano será
verdaderamente maduro, cuando, según la visión paulina de recapitulación de todas las cosas en Cristo, sepa unificar, en su
visión de la vida, el orden de la creación y de la redención, no porque sean iguales, sino para percibir la totalidad de las voces
de Dios que habla: en los libros santos, en la comunidad de hermanos de fe, en los hombres y en las expresiones de vida de
hoy, en la historia, en el cosmos mismo.
Hay otro rasgo esencial: la dimensión escatológica o el futuro del ser cristiano. Ante la impaciencia determinada por la
voracidad del deseo, a su vez ligada a la vista miope y a la flaqueza de una sociedad angustiada y sin esperanza, el cristiano
tiene una concepción de futuro que recibe de su credo. Que habla de verdadera no experimentabilidad de la totalidad de los
resultados, de la provisionalidad de todo proyecto de salvación en el tiempo, para un cumplimiento que va más allá de las
realizaciones de nuestro ser mundano. El camino cristiano no es automático, no está exento de fatiga, está surcado por la
oscuridad de la cruz. Es necesario adquirir el sentido positivo de los tiempos perdidos, de los fracasos, de los cambios, de la
esterilidad.
El lugar privilegiado de la experiencia cristiana es la comunidad eclesial. Este es un paso difícil para algunas personas. Es
necesario ser claros en este punto y sobre todo, apasionadamente creativos para suscitar una verdadera conciencia de
pertenencia a la Iglesia, porque no se puede ser verdaderamente cristianos, sino como comunidad en comunión, como
fraternidad misionera. Recordando la opción de Cristo por los pobres, que El pone como su sacramento viviente, la atención y
el compromiso con los pobres y marginados según las diversas formas, es necesaria.
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La atención filial a la Santa Virgen María, da a la experiencia cristiana unas cualidades peculiares, propias de quien ha
conocido a Jesucristo de un modo único, para hacerse así Madre y Maestra del cristiano.
Un resumen de la historia de la catequesis con “lecciones para la catequesis de hoy”, dentro de la formación básica de los
catequistas lo encontramos en “Fundamentos de la catequesis”, Plan Betania de Formación de Catequistas 1, Editorial PPC,
capítulo 6.
1. Los comienzos.
Hay una “catequesis” en el Antiguo Testamento, que sería la pedagogía que usaba el mundo judío. Podemos también hacer
referencia a Jesús como catequista. Pero nos situamos en los Apóstoles, que después de recibir el Espíritu Santo en
Pentecostés, predicaron por todas partes el mensaje de salvación de Dios en Jesucristo. Los Apóstoles son los testigos de la
resurrección del Señor; anuncian que Cristo ha muerto por nuestros pecados y que ha resucitado; señalan que al final de los
tiempos volverá el Hijo de Dios. La respuesta a esta Buena Nueva es la fe. En el Nuevo Testamento podemos distinguir a) una
primera predicación, un primer anuncio del kerigma, y b) una enseñanza más larga y extensa, que sería, propiamente la
catequesis.
Esta catequesis apostólica, vamos a llamarla así, es, ante todo, una predicación misionera: el cristocentrismo es evidente. Si
los que escuchan aceptan con fe el mensaje propuesto, son bautizados. Esta preparación era corta cuando se trataba de
judíos que ya creían en Dios y practicaban la ley de Moisés. Para los paganos la preparación era más larga.
El proceso de los que se presentan por primera vez a escuchar la Palabra, era el siguiente. Los que habían pedido ser
cristianos o mostraban una conversión inicial, antes de ser admitidos eran interrogados acerca de sus intenciones (se
recababa también el testimonio de quienes los habían conducido a la fe), acerca de su estado de vida y de profesión, con el fin
de averiguar si reunían las condiciones necesarias para seguir con provecho el catecumenado. Quienes superaban este primer
examen, ya eran oficialmente catecúmenos. Empezaban entonces un período de unos tres años de iniciación en la doctrina y
en la vida cristiana, a cargo del catequista (clérigo o laico), designado por la comunidad, quien además oraba con ellos.
Transcurrido este periodo, los catecúmenos eran examinados de nuevo, principalmente sobre su vida moral.
También entonces se reclamaba el testimonio de quienes habían sido sus garantes cuando vinieron por primera vez. Si
superaban este examen o escrutinio, recibían el nombre de “elegidos” para recibir el bautismo, y empezaban la preparación
inmediata, mucho más breve, en la que escuchaban el evangelio, se les imponían las manos, y eran exorcizados por el obispo.
Finalmente, después de ayunar el viernes santo y velar y orar el sábado, al amanecer del domingo de Pascua eran bautizados
y confirmados y admitidos a la Eucaristía. Después del bautismo, había un periodo de mistagogia o profundización. Aunque
también se bautizaba a niños, no existían en el catecumenado ni ritos ni catequesis infantiles. Los padres o alguien de la
familia respondían por ellos.
Esta institución pone de manifiesto la fuerza de la acción misionera que tenía aquella Iglesia, realizada por todos los miembros
de la comunidad. Eran laicos, creyentes convencidos, quienes traían ante los catequistas a los aspirantes a catecúmenos.
Pone también de manifiesto la seriedad de las exigencias de la conversión. Siendo las comunidades cristianas minoritarias, en
un ambiente hostil, preferían disuadir a quienes no estaban dispuestos a vivir conforme al evangelio. Muestra el catecumenado
también el carácter completo de la iniciación cristiana, que tiene lugar propiamente en la celebración de los sacramentos, pero
que incluye también los aspectos experienciales, cognoscitivos, morales, a través de los cuales se vive y se expresa la vida
nueva que se recibe como don.
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Hubo en este periodo dos grandes escuelas catequéticas: la de Alejandría y la de Antioquía. La de Alejandría tuvo una fuerte
dependencia de la filosofía platónica y tenía un método alegórico de interpretar la Escritura (Panteno, Orígenes). La de
Antioquía se caracterizó por la sobriedad teológica y exegética (San Juan Crisóstomo y Teodoro de Mopsuestia).
Y destacamos dos grandes figuras fuera de estas escuelas: San Cirilo de Jerusalén y San Agustín. Conservamos unas
catequesis de gran calidad, dirigidas a los “competentes” (los elegidos) y a los neófitos. Son las famosas 24 catequesis de San
Cirilo de Jerusalén: las 19 primeras se daban en Cuaresma, dirigidas a los catecúmenos que van a ser bautizados y son una
explicación del Credo, y las cinco restantes, mistagógicas, dirigidas a los neófitos y explican los sacramentos de iniciación. En
general, en estas catequesis se expone la fe globalmente. Las narraciones históricas contienen las ideas fundamentales y,
sobre todo, la Pascua de Cristo. La catequesis se hace comunitariamente y en un marco litúrgico. El dogma prima sobre la
moral. El testimonio de la comunidad tenía una gran influencia. Se exigía una madurez en la fe antes de ser bautizado.
Uno de los libros más importantes de esta época, escrito sobre el año 400 es el De catechizandisrudibus, (la catequesis de los
principiantes) dirigido al diácono Deogratias, que expuso a San Agustín sus dificultades sobre la manera de catequizar a los
que pedían el ingreso en el catecumenado. Este es un texto siempre actual. En este libro encontramos esta frase famosa:
“Cualquier cosa que narres, has de narrarla de tal manera que el oyente escuchando, crea; creyendo, espere; y esperando,
ame”.
En los siglos V-VI tiene lugar la decadencia del catecumenado, cuando el ambiente se fue haciendo oficialmente cristiano. Las
conversiones se hacen masivamente y esto lleva consigo que se reduzca la preparación únicamente al tiempo de Cuaresma
(que se limita a una simple iniciación ritual) y que se fomente el bautismo de los niños. Poco a poco el catecumenado va
desapareciendo como institución normal de la Iglesia. La catequesis de los fieles queda confiada sobre todo a la predicación.
Como notas dominantes de esta época, podemos señalar que la catequesis de los niños se hacía en el ámbito familiar. El
individuo y la sociedad vivían lo religioso, si bien, la calidad no era muy grande. A lo largo de estos siglos aparecen intentos de
una catequesis de niños, pero se trata de una catequesis que deja de ser histórico-litúrgica para convertirse en sistemática,
apareciendo los manuales que servirán de guía a los catequistas y que remedian la ignorancia del clero. Estos manuales están
preparados en las Universidades, a base de Sumas teológicas, muy ligadas al pensamiento teológico escolástico, muy
abstracto, con poca conexión con la vida real y cuyas relaciones con la Biblia y la liturgia son escasísimas.
Como libros representativos de esta época podemos citar la Disputatiopuerorum per interrogationes et responsiones, atribuido
a Alcuino (siglo VIII-IX), que quizá es el primer escrito catequístico en preguntas y respuesta y los llamados Septenarios (siete
virtudes, siete pecados, siete artículos de fe, siete obras de misericordia…). Al final de esta época, aparece una obra de
Gerson (1363-1429), De parvulis ad Christumtrahendis, que tiene una gran importancia desde el punto de vista metodológico.
(Tanta importancia tuvo que las “metodologías catequéticas” hasta el siglo XIX se inspiraban en este libro, parangonándolo con
el “De catechizandisrudibus” de San Agustín y completándolo con las disposiciones de San Carlos Borromeo). Es una
verdadera apología de la catequesis. Citemos también, por estar de actualidad y ser español, a Raimundo Lulio con su
Doctrina pueril. También el Concilio de Tortosa de 1429 mandó hacer el que es, quizá, el primer catecismo propiamente dicho
para niños y pueblo.
Junto a la predicación litúrgica y la catequesis familiar, fue muy importante para la educación cristiana medieval la
transposición de la doctrina en imágenes:
1) las llamadas “biblias de los pobres” (biblia pauperum), que representaban pasajes de la historia de la salvación o de la vida
de los santos,
2) la decoración de las iglesias y otros edificios públicos, figurando también el decálogo o los vicios capitales;
Imágenes vivas eran, al fin y al cabo, las representaciones de los dramas religiosos de Navidad, Pasión y Pascua, que
acercaban al pueblo, facilitando su comprensión, a los ritos de la liturgia. Eran de tres tipos: misterios, morales y danzas
macabras.
En resumen, podemos decir que se predica poco la Palabra de Dios. Se participa en la liturgia en fiestas y procesiones
(formándose al individuo a través de costumbres religiosas), pero no entiende su lenguaje (el latín). Hay una excesiva
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confianza en la mera administración de los sacramentos. De algún modo se tiende a un concepto mágico de éstos, fijándose
sobre todo en lo que causan, y no en lo que significan. Es un tipo de catequesis que se inclina, por otra parte, más al
moralismo que al dogma.
1.1. Protestantes
Lutero, para remediar la ignorancia, publicó en 1529 su Pequeño catecismo (para niños y simples fieles) y su Catecismo Mayor
(para predicadores y maestros). Se descubre en ellos una vuelta a la Sagrada Escritura, cada afirmación va apoyada en textos
bíblicos y no precisamente con afán polémico. Otra gran cualidad de este catecismo es su lenguaje directo, vigoroso,
agradable, realiza un gran esfuerzo para “hacerse niño con los niños, si se quiere educarlos”. Hay un cambio interesante en la
estructura de este catecismo: el estudio de los mandamientos, precede al de los sacramentos: así la conciencia de culpa
conduce a la necesidad de redención.
El Catecismo de Calvino (escrito en 1535), con menor valor pedagógico, tuvo más influencia que el de Lutero. Lo tituló
“Catecismo de la Iglesia de Ginebra”, es decir, el formulario para instruir a los niños en la cristiandad, hecho a modo de diálogo
donde el ministro pregunta y el niño responde”. Con estos catecismos aparecen los manuales propiamente dichos de
instrucción religiosa de forma popular e infantil. La reciente invención de la imprenta ayudó a la extensión de estos manuales.
1.2. Trento
Ante el fenómeno protestante, se da una vigorosa reacción en la Iglesia católica y se despierta el celo por la enseñanza
elemental de la doctrina cristiana. En el Concilio de Trento (1545-1563) se reflejó la preocupación del Papa y de los obispos
sobre la amplitud que había tomado la predicación protestante y se mandó enseñar el catecismo los domingos y fiestas,
quedando a cargo el clero de su explicación. Se encomendó a una comisión, presidida por San Carlos Borromeo, que
redactase un catecismo que proporcionase fórmulas seguras para la predicación. Este catecismo, titulado “Catechismus ad
parochos” vio la luz bajo el pontificado de San Pío V (1566).
Su estructura es la siguiente: Credo, sacramentos, mandamientos, oración. La moral brota del misterio y tiene significación
mística. Es un catecismo cristocéntrico y se esfuerza por adaptarse a las personas. Pero tiene también algunos defectos,
inevitables del pensamiento de la época: es todavía intelectualista, ya que el contacto con el misterio de Dios es todavía
escaso; tiene un sentido estático de la Iglesia, ya que no la considera como una comunidad que avanza, sino como una
comunidad que se defiende; le da poco relieve a la formación comunitaria frente a la salvación individual. Desgraciadamente
este catecismo tuvo poca influencia.
Otro catecismo tuvo gran influencia, el de San Roberto Belarmino, compuesto en 1598 a petición del Papa Clemente VIII, que
tiene un marcado carácter polémico. Es un catecismo breve, para aprender de memoria. Tiene pocas referencias a la Sagrada
Escritura y a la Liturgia. Tiene una concepción estática de la doctrina. Su espíritu es diferente del espíritu del catecismo del
Concilio de Trento. Su estructura es: credo, mandamientos, sacramentos. Fue recomendado por los Papas y muy difundido
durante tres siglos. De él dependió nuestra apologética y catequética, hasta hace muy poco tiempo.
Una institución interesante de esta época son las Escuelas de la doctrina cristiana llevadas por las Cofraternidades de la
Doctrina Cristiana. Surgen en Italia, en concreto en Milán, en 1536 y se extienden por toda Europa. Estaban orientadas a
asegurar una adecuada enseñanza de la doctrina cristiana y una iniciación a la conducta moral y a la vida eclesial. Se
impartían todos los domingos por personas preparadas.
En el siglo XVI, florecen también en España los catecismos, a consecuencia de la renovación exegética de Alcalá, el influjo
teológico de Salamanca y la nueva situación misionera que ofrecía América. Los más conocidos son los del Padre Ripalda
(1591) (empleado en el sur de España) y del padre Astete (1599) (zona norte de España), que utilizaban el método de
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preguntas y respuestas. Hasta 1957 han sido los catecismos que se han utilizado en España. Mención especial merece, por el
influjo de su obra, el español José de Calasanz (1556- 1648), fundador de los Escolapios.
Conviene también hacer una pequeña referencia a la catequesis en América. En general, la asociación con las armas, con los
soldados, con la conquista, quitó que hubiera más frutos. No obstante la santidad de muchos evangelizadores logró grandes
éxitos. La mayor dificultad era la lengua. Eso se palió, por un lado enseñando el español a los indígenas y por otro lado,
publicando algunos catecismos en sus lenguas. Hay un pequeño esfuerzo por inculturar la fe. La concepción de la
evangelización era la de bautizar cuanto antes y a cuantas más personas, pero con poca catequesis.
1.3. Durante el siglo XVII, se multiplicaron los catecismos. Muchos obispos redactaron su propio catecismo para su diócesis.
La tendencia general es la de convertir el catecismo en un resumen de un tratado teológico. La preocupación por instruir
domina en todos estos catecismos.
La estructura suele ser: fe, mandamientos, sacramentos. Las características comunes a todos ellos son:
- olvido del contacto directo con la Palabra de Dios, pues parten de esquemas teológicos y no bíblicos;
- antropocéntricos (parten demasiado del hombre y no de la bondad de Dios);
- caen en el moralismo;
- didactismo (apenas tienen en cuenta las necesidades religiosas de los fieles, interesa la instrucción ortodoxa o la fidelidad
literalista).
Merecen destacarse los esfuerzos de San Juan Bautista de la Salle (1651-1719), fundador de los Hermanos de las Escuelas
Cristianas, plenamente dedicado a la enseñanza del Catecismo y que pone la misión del catequista como clave de la
consagración a Dios de los hermanos que él funda. Al final de este siglo, en 1683, Fleury, publica un catecismo histórico,
basado en los relatos bíblicos, que contrasta con los catecismos teológicos de su época. Además de bíblico es litúrgico.
Acusaba Fleury a los catecismos de su época de ser abstractos y racionalistas.
1.4. Durante el siglo XVIII, se va a acentuar el carácter moralístico del catecismo, que se dirige exclusivamente a los niños,
dentro del marco escolar. Los catecismos de este periodo no presentan tanto al Dios que convierte, cuanto al Dios que enseña.
Se da una preocupación excesiva por el aspecto visible de la Iglesia, es decir, la Iglesia como institución. El objetivo más
evidente de la enseñanza era el aprendizaje memorístico de fórmulas exactas: la fe, afirman, viene por el conocimiento del
catecismo.
Al implantarse en muchos países la asistencia obligatoria a la escuela, al final del siglo XVIII, empezó una nueva fase de la
catequesis de niños. Los catecismos toman una orientación netamente escolar, ya que la legislación admite la religión como
asignatura obligatoria. Se insiste más en el saber y en la doctrina, que en la fe y en la vida cristiana. El impartir la enseñanza
religiosa en la escuela, ofrece ventajas e inconvenientes. Como ventajas: alcanza a mayor número de niños (la totalidad, en los
países donde de hecho era obligatoria), tiene un marco fijo, es más intensa y queda asegurada la armonía del conjunto. Pero
también ofrece inconvenientes: el templo es reemplazado por un lugar profano, crece el peligro del intelectualismo, la religión
se convierte en asignatura y lo que importa es saberla. Por otra parte, se insiste más en la razón que en la revelación.
Como tónica general, se puede afirmar que existe en todos los catecismos de este siglo una gran preocupación por la doctrina
y la Biblia y la liturgia están prácticamente ausentes de estos manuales.
2. Edad contemporánea
2.1. El siglo XIX. Ve florecer numerosas congregaciones religiosas dedicadas a la enseñanza. La descristianización se va
notando cada vez más. La mayoría de los niños son bautizados, sí, e incluso son instruidos religiosamente, pero la práctica
religiosa decrece como consecuencia de la industrialización y de otros complejos fenómenos del cambio socio-cultural.
Prevaleció en Europa el catecismo del padre Deharbe (1847), que era exhaustivo en cuanto a la materia tratada, modelo de
precisión en la doctrina expuesta, fácil de memorizar. La argumentación racional y la exposición ordenada eran sus dos
grandes cualidades. Se impuso en toda Alemania e influyó en toda Europa. Su estructura era: Credo, mandamientos y
sacramentos. Los mandamientos aparecen más como normas éticas que como consecuencias de la Ley de Cristo. Los
sacramentos son presentados como medios que Jesucristo nos dejó para poder cumplir los mandamientos.
Las catequesis escolares se limitaban a explicar fórmulas, haciendo algunas aplicaciones prácticas. La Biblia se utilizaba como
fuente de historias y ejemplos edificantes. La liturgia no era estudiada, ni practicada y estaba ausente de los catecismos. El
moralismo se acentúa en los manuales.
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En España podemos destacar como gran catequista del siglo XIX a San Antonio María Claret (1807-1870).
b) Esta formación orgánica no debe ser sólo una enseñanza, sino un aprendizaje de toda la vida cristiana, una iniciación
cristiana integral, que propicia un auténtico seguimiento de Jesucristo, centrado en su Persona. Se trata de educar en el
conocimiento y en la vida de fe, de forma que el hombre entero, en sus experiencias más profundas, se vea fecundado por la
Palabra de Dios. Se ayudará así al discípulo de Jesucristo a transformar el hombre viejo, a asumir sus compromisos
bautismales y a profesar la fe desde el corazón.
c) La catequesis debe ser una formación básica, esencial, centrada en lo nuclear de la experiencia cristiana, en las certezas
más básicas de la fe y en los valores evangélicos más fundamentales. La catequesis pone los cimientos del edificio espiritual
del cristiano, alimenta las raíces de su vida de fe, capacitándole para recibir el posterior alimento sólido en la vida ordinaria de
la comunidad cristiana.
El directorio lo resume así de bien: “En síntesis, la catequesis de iniciación, por ser orgánica y sistemática, no se reduce a lo
meramente circunstancial u ocasional; por ser formación para la vida cristiana, desborda –incluyéndola- a la mera enseñanza;
por ser esencial, se centra en lo común para el cristiano, sin entrar en cuestiones disputadas ni convertirse en investigación
teológica. En fin, por ser iniciación, incorpora a la comunidad que vive, celebra y testimonia la fe. Ejerce, por tanto, al mismo
tiempo, tareas de iniciación, de educación y de instrucción. Esta riqueza, inherente al catecumenado de adultos no bautizados,
ha de inspirar a las demás formas de catequesis” (DGC 68).
Es decir, hay que dar a los fieles una claridad en la articulación de la misma. Básicamente hay dos formas de recorrer el
camino de la Iniciación cristiana:
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a) la que afecta a los párvulos que son incorporados en los primeros meses de su vida en el misterio de Cristo y en la Iglesia
por el Bautismo y se recorre con la recepción de los sacramentos de la Confirmación y de la Eucaristía a lo largo de la infancia,
la adolescencia y la juventud;
b) la iniciación cristiana de personas no bautizadas (niños, jóvenes o adultos) que se lleva a cabo mediante la participación en
un catecumenado, que culmina en la celebración de los tres sacramentos de la iniciación.
Nosotros, los creyentes, estamos persuadidos del valor humanizador de lo religioso para una existencia humana y de la fuerza
del Evangelio para liberar y dar plenitud al hombre. La ERE es exigencia de la escuela porque la función de ésta es transmitir
de manera sistemática y crítica la cultura. Y un sistema educativo debe ser factor de liberación y de humanización; contribución
esencial a la comprensión del mundo y apertura universal y realista a los problemas de la humanidad.
b) para que el alumno se inserte críticamente en la sociedad (a no ser que pensemos que la sociedad ya es perfecta). Su
inserción crítica hará posible que la pueda ir mejorando. La fe cristiana es instancia crítica, pues propone ideales que actúan
de motor.
c) para dar respuesta al sentido último de la vida, con todas sus implicaciones éticas.
Según estas tres razones, la ERE es con toda legitimidad una materia propia y rigurosamente escolar, equiparable a las demás
asignaturas en el planteamiento de sus objetivos, en el rigor científico de sus contenidos, en el carácter formativo de sus
métodos y en la significación educativa dentro del conjunto del programa escolar.
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Hay un principio general que debe guiar la presencia de la escuela en la sociedad: La competencia e iniciativa radical sobre la
escuela se encuentra en la sociedad, basada en el derecho de la familia y configurada por grupos diversos; la competencia
garantizadora del tipo de educación, se encuentra en las diversas comunidades culturales y religiosas del país; la competencia
e iniciativa promotora y de tutela en el Estado. Por eso la confesión religiosa debe asegurar la autenticidad de la enseñanza
religiosa que se imparta, el contenido y las líneas metodológicas fundamentales. Y desde este punto de vista, el profesor de
ERE actúa en nombre de la sociedad y desde la naturaleza propia de la escuela, pero también en nombre de la Iglesia.
La ERE tiene como característica propia que está llamada a penetrar en el ámbito de la cultura y a relacionarse con los demás
saberes. La ERE “hace presente el Evangelio en el proceso personal de asimilación, sistemática y crítica, de la cultura” (DGC
73). Es decir, la escuela, el sistema escolar tiene una función propia: “transmitir de manera sistemática y crítica, la cultura”
(Orientaciones de 1979, 10). Se trata de formar personas, que por un lado conozcan bien la sociedad, la cultura, etc, y por otro
lado contribuyan a su mejora. Dentro de esa finalidad general no se debe mutilar, no se debe evitar la dimensión religiosa y
trascendente. “Por ello es necesario que la ERE aparezca como disciplina escolar, con la misma exigencia de sistematicidad y
rigor que las demás materias. Ha de presentar el mensaje y el acontecimiento cristiano con la misma seriedad y profundidad
con que las demás disciplinas presentan sus saberes” (DGC 73).
Pero son acciones complementarias. La ERE debe ser considerada con estatuto propio dentro del ministerio de la Palabra. La
ERE es una peculiar forma del ministerio de la Palabra.
Pero Dios es el totalmente otro, el trascendente. De ahí la cantidad de fórmulas, de circunloquios empleados para describir a
Dios, para describir su modo de actuar en la historia. Todas esas fórmulas y palabras son intentos de aproximación humana a
la inagotable riqueza de Dios. Pero a pesar de que está más allá, esos recursos humanos nos sirven –son los únicos que
tenemos- para tratar a Dios y con Dios. Es más, Dios mismo, con una gran condescendencia, ha hablado a los hombres con
lenguaje humano y su palabra se ha hecho carne. Y por esos medios se ha revelado a sí mismo y su proyecto salvador. Por
eso podemos y debemos hablar de Dios como pedagogo, aunque sea de modo análogo.
1. Dios pedagogo
La Sagrada Escritura describe con bellos trazos las características del actuar de Dios en el diálogo de la salvación como Padre
misericordioso, como maestro y amigo: Dt 8, 5 (Dios corrige como un padre a su hijo); Pr 3, 11-12 (Dios reprende al que ama);
Hb 12, 7 (Dios os trata como a hijos). Lo presenta como un Dios providente y fiel que toma a su cargo y cuida de los hijos del
pueblo que ha elegido: “Lo halló en una heredad desierta, en la soledad rugiente del desierto. Lo abrazó y cuidó de él, lo
guardó como a las niñas de sus ojos, como el águila que incita a la nidada y revolotea sobre sus polluelos, así desplegó El sus
alas y los tomó llevándolos sobre sus plumas. Sólo el Señor los guiaba, no había con El ningún dios extraño. Le hizo cabalgar
sobre las montañas, lo alimentó con los frutos del campo, y le dio a gustar miel de la peña, aceite de la roca dura” (del Cántico
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de Moisés Dt 32, 10-14). Es un Dios que alecciona, que instruye, que corrige y se hace presente y cercano en las situaciones y
acontecimientos de la vida de su pueblo (cf. Dt 4, 36-40 “Desde el cielo te habló para enseñarte…”)
2. Jesucristo.
Jesús es modelo para el catequista. Es auténticamente Maestro.
Las palabras de Catechesitradendae resumen muy bien en qué sentido fue maestro, catequista:
“Toda la vida de Cristo fue una enseñanza continua: sus momentos de silencio, sus milagros, sus gestos, su oración, amor por
el hombre, su predilección por los pequeños y los pobres, la aceptación del sacrificio final en la cruz para la salvación del
mundo y su resurrección; todo esto convierte su palabra en real y verdadera, y cumple su revelación. De esta manera, el
crucifijo se convierte para los cristianos en una de las imágenes más sublimes y populares del Cristo docente” (CT 9).
Este sería el sentido amplio de la catequesis de Jesús, pero nosotros en estas líneas que siguen vamos a hablar de los
contornos didácticos y de las estructuras metodológico-catequísticas de la actividad docente de Jesús.
Jesús presenta con precisión su mensaje a diversos círculos de oyentes. Lo que en el lenguaje pedagógico se conoce por
“análisis psicológico y social” constituye un signo inconfundible de la actividad docente de Jesús. Jesús hablaba de manera
distinta a los hombres del campo y a los de la ciudad; argumentaba de modo distinto a los fariseos o a los saduceos. Jesús
conoce las necesidades y angustias de los impedidos físicos. Su amabilidad conmueve a los niños. Las conversaciones de
Jesús se caracterizan por su flexibilidad. Se acomoda a la situación vital de su oyente. No obstante, el mensaje que transmite
es el mismo.
La palabra de Jesús es clara, concreta y con perspectiva abierta a dimensiones profundas. Jesús se mueve en el tipo hebreo
de pensamiento y de expresión, que se adapta muy bien al dato concreto, existencial e histórico-salvífico. Como correspondía
a la expresión didáctica de los rabinos, Jesús usaba frases cortas, proverbios, paralelismos, ejemplos y parábolas. Mientras
que el apóstol Pablo, en sus argumentaciones, adopta el material lingüístico del mundo urbano, del deporte y de la condición
militar, Jesús se mueve a gusto en las imágenes y ejemplos del mundo rural. Jesús utiliza un lenguaje concreto y directo.
Jesús es capaz de presentar de manera simple e incisiva temas difíciles y oscuros. El arte narrativo de Jesús tiene una
dimensión profunda: sabe abrirse a un niño con una sencillez consciente, pero al mismo tiempo descubre profundidades
siempre nuevas a un adulto que reflexione seriamente, se interrogue y crea. Representa un fenómeno singular el que las
palabras de Jesús, a pesar de su sabor palestino, sean “comprendidas” en Africa, India, Japón, América, tanto en el primer
como en el último siglo de la historia de la fe cristiana.
Jesús combina catequesis individual y grupal. Junto a diálogos personales (como con el rabino judío Nicodemo), están las
catequesis grupales en forma de instrucción a los discípulos y la catequesis al pueblo. Jesús no sentía temor ante sus oyentes,
por muy críticos o enemigos que fuesen. No evita el diálogo con sus adversarios, ni reduce su mensaje en aras de una falsa
tolerancia para no provocar.
El mensaje de Jesús no se reduce a un simple conocer. El mensaje de Jesús quiere ser confrontación y provocación
consciente e intencionada. Quiere conducir a los oyentes a una crisis, a una zona de decisión existencial. Jesús quiere un
cambio de conducta, quiere llegar más allá del ámbito de una simple toma de conciencia intelectual. Quiere una conversión
total, presupuesto para el seguimiento y el compromiso por el Reino de Dios.
Por tanto, el carácter gratuito y sorprendente de la iniciativa divina, sitúa a la acción catequética bajo el signo de una
pedagogía del don.
La acción catequética está al servicio de la acción de Dios en cada catequizando. El catequista tiene que saberse tan sólo un
mediador entre Dios y el catequizando. El catequista se esforzará por crear un clima propicio de oración, para fomentar la
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escucha de las invitaciones y llamadas de Dios. La catequesis tratará también de que el catecúmeno vivencie, una y otra vez,
el don de la fe que ha recibido, el descubrimiento del Evangelio, el nuevo nacimiento en el bautismo, la gracia de la comunidad
concreta en la que vive…
La pedagogía del don concierne también a la educación de la conciencia moral, según el Evangelio. Es un error presentar lo
que nos pide el Evangelio como una exigencia exclusivamente, sin haber experimentado la gracia de un camino encontrado.
La catequesis debe mostrar que la gracia es más fuerte que el pecado, es decir, la experiencia del don del perdón. Y lo
sorprendente de Dios se concreta en que hemos de mostrar al catecúmeno que los caminos de Dios piden frecuentemente
enfrentarse con lo imprevisto de la vida. Aunque estemos tratando un tema conocido o un texto evangélico muchas veces
comentado, hemos de educar la actitud de escuchar a Dios sin prejuicios, sin creer saber de antemano lo que nos va a decir.
Dios no se repite nunca (Is 48, 6-7)
El carácter histórico de la Revelación divina sitúa a la catequesis bajo el signo de una pedagogía que asume la historicidad del
hombre.
En catequesis esto conlleva:
- Respeto al ritmo de cada catequizando. Hemos de ser respetuosos con el personal proceso de fe de cada catecúmeno.
- Dios habla desde lo ordinario y si a veces, interviene extraordinariamente es para suscitar la sorpresa y el asombro de
quienes no descubren el milagro de lo cotidiano. Es decir, Dios se revela al hombre con sencillez. La pedagogía catequética ha
de ser sencilla.
- La condescendencia divina llega hasta a hacer del hombre un colaborador activo de los propios hechos de la historia de la
salvación. La pedagogía catequética suscitará la actividad y la creatividad de los catecúmenos.
El carácter trascendente del misterio de Dios y de la salvación, confiere a la pedagogía catequética el carácter de ser una
pedagogía de signos.
Por eso, la catequesis ha de dar toda su importancia al lenguaje simbólico, es decir, al lenguaje de los signos. La catequesis
ha de tomar como tarea importante iniciar a los catequizandos en el lenguaje de los símbolos y de los signos. Es esencial a la
catequesis favorecer el paso del signo al misterio. También ayudar a leer los signos de Dios: por ejemplo: Jesús, el rostro
humano del Padre es el signo principal; la Iglesia por su vida, su misión y talante comunitario; los signos litúrgicos, como
manifestación del encuentro con Dios. La catequesis también debe enseñar a leer e interpretar los signos de los tiempos,
tratando de descubrir en ellos la presencia y los planes de Dios (GS 11). Y también debe procurar que el catequizando se deje
interpelar por el testimonio de tantos creyentes que muestran, con su vida evangélica la acción del Espíritu en ellos. La
referencia a la vida de los santos es esencial para la catequesis.
La catequesis debe propiciar, aunque no de modo exclusivo, una catequesis inductiva, que “consiste en la presentación de los
hechos (acontecimientos bíblicos, actos litúrgicos, la vida de la Iglesia y la vida cotidiana), considerándolos y examinándolos
atentamente a fin de descubrir en ellos el significado que pueden tener en el misterio cristiano.
Hay una situación de partida, una experiencia de los dos de Emaús. Aquellos dos discípulos, uno se llamaba Cleofás, el otro
no lo sabemos, habían sido discípulos de Jesús, le habían oído predicar, se habían entusiasmado con su propuesta del Reino
de Dios. Pero también lo habían visto ser maltratado y crucificado. La muerte de Jesús parecía el fin de sus pretensiones. Por
eso estaban llenos de desánimo. Esta es la experiencia que tuvieron, esto es lo que vivieron en su propia carne. Jesús se
acerca a ellos de modo oculto. Ellos no saben que están tratando con Jesús, pero Jesús les va preguntando para que
expresen su vivencia. Jesús es muy hábil preguntando, sabe sacar de aquellos discípulos su interior, sus recuerdos, etc. Hasta
aquí podríamos decir que es el primer elemento del tema de catequesis: la experiencia.
Es importante cuidar la experiencia como punto de partida. Y esto porque estamos en una sociedad como la nuestra, tan
refractaria a lo trascendente, que la cuesta tanto llegar a la fe, que duda tanto de lo espiritual, que está muy esclavizada y
pegada al dato empírico, observable y experimentable. Por eso empezar por algo que a esta sociedad le es familiar viene bien,
para luego llevarla a la realidad de lo que está más allá, de lo espiritual, de lo trascendente. La fe es un don, ciertamente, es
algo que viene de Dios, pero no es algo alejado de la realidad humana creada, de lo humano, de lo racional. Es suprarracional
pero no es antirracional. No sólo partimos de algo que se ve, es que partimos de su misma vida. Una observación: hay que
evitar el peligro de emplear demasiado tiempo a la experiencia, puesto que hay que calcular el tiempo para que tengan
también espacio las otras dimensiones.
Volvemos al pasaje de Emaús. Inmediatamente toma la palabra Jesús. Deja de preguntar e ilumina la situación o experiencia
de aquellos dos de Emaús. Después de una breve interpelación en forma de “llamada de atención: (qué necios y torpes sois
para creer lo que anunciaron los profetas) les explica la Sagrada Escritura. Dice el texto: “les explicó lo que se refería a El en
toda la Escritura”. Durante esta explicación o toma de palabra de Jesús, el corazón de aquellos dos discípulos se fue
animando. Su desánimo fue deshaciéndose, porque iban viendo que tenía una razón de ser y estaba dentro del plan de Dios.
La proclamación de la Palabra de Dios fue encendiendo el ánimo de aquellos dos discípulos (de hecho, luego dirán ellos que
cuando oían a Jesús, “ardía su corazón”). Oían, escuchaban, lo iban interiorizando, lo iban aceptando internamente. Esta fase
es la iluminación de la experiencia, el mensaje de fe.
A partir de aquí los discípulos empiezan a expresar su fe: le dicen a aquel caminante tan sabio que se quede con ellos:
quédate con nosotros que la tarde está cayendo. (Se hacen hospitalarios y caritativos con el “caminante extraño”). Jesús
acepta y les prepara una celebración en la que Jesús se da a conocer de modo completo. Pero desaparece Jesús, es decir, se
pone de relieve que las cuestiones relacionadas con Dios tienen que ver con la fe y los dos discípulos van a anunciar la buena
noticia de que Jesús está vivo. Este es el tercer momento, el de la expresión de la fe, de sacramento, de testimonio, de alegría.
Por tanto, como norma general, a la hora de dar un tema de catequesis tendremos en cuenta estos tres pasos o elementos:
experiencia, iluminación cristiana con la Palabra de Dios, expresión de fe.
Dentro de la flexibilidad con que estos elementos pueden conjugarse a lo largo de un proceso de catequización, queremos
indicar brevemente algunas cuestiones, de especial importancia, referentes a los mismos:
a) La experiencia
La experiencia humana entra en el proceso catequético por derecho propio. Si hoy la Iglesia insiste en el papel que juega la
experiencia en la educación de la fe, no es por concesión a una corriente de la pedagogía general en los tiempos actuales. La
misma naturaleza de la fe cristiana y de su trayectoria de maduración postula que se atienda debidamente a la experiencia en
el acto catequético. Diciéndolo de otro modo, se puede afirmar que una «catequesis de la experiencia» es algo más que una
mera modalidad transitoria de la pedagogía catequética, es algo más que una metodología: es algo inherente a la transmisión
del Evangelio para que éste pueda ser recibido como mensaje de salvación.
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El hombre, desde su ser más profundo, es radicalmente capaz de dialogar con Dios, de ser alcanzado por Dios que le habla y
de responder de manera real a su Palabra interpelante; lo cual supone que el hombre es radicalmente capaz de acoger
responsablemente la salvación gratuita que Dios le ofrece para resolver en plenitud sus más hondos y decisivos problemas.
En realidad, nos hallamos aquí ante uno de los principios teológicos subyacentes a toda la temática de la experiencia en la
catequesis. Las experiencias de mayor importancia del hombre tanto personales como sociales, cuando son profundizadas,
le ponen al descubierto al catecúmeno los interrogantes más acuciantes de su existencia. Ahora bien, si el catecúmeno es
capaz de entender la Palabra viva de Dios como respuesta salvadora a esas preguntas entonces es que se da, radicalmente,
una correlación vital entre Dios, que se comunica, y el hombre, que está a la escucha.
Donde se hace posible la comunicación entre Dios y el catecúmeno es en la condición que tiene el hombre de «imagen de
Dios» (imago Dei), de la que brotan las supremas preguntas que cuestionan al hombre y que constituyen el substrato de sus
fundamentales experiencias. Si se admite con seriedad que el hombre es imagen de Dios y sacamos de ahí todas las
consecuencias, no hay ninguna bipolaridad o dualismo irreconciliable entre experiencia y mensaje cristiano: todo lo contrario, el
Evangelio está destinado a penetrar en el terreno de la experiencia humana para fecundarlo y hacer que brote de él la fe.
Esto supuesto, tratemos de responder ahora a alguno de los interrogantes más frecuentes que se nos plantean, en la acción
catequética, respecto a este tema de la experiencia:
a.1.) ¿Cómo superar la yuxtaposición «experiencia-mensaje» en la catequesis? Refiriendo la experiencia humana del
catecúmeno a las experiencias humanas paradigmáticas individuales y sociales ya asumidas por la Revelación histórica de
Dios y expresadas en la Sagrada Escritura.
Hemos de reconocer que, a veces, se da esa yuxtaposición un tanto artificial entre la experiencia humana y la iluminación
evangélica en el acto catequético. Esto ocurre cuando al analizar tal o cual experiencia del catecúmeno, y recurrir luego al
Evangelio para que la ilumine, reducimos la función de éste a iluminar sólo la zona o dato de experiencia que le presentamos,
dispensando al Evangelio del propio e imprescindible papel de ensanchar esa experiencia, de hacerla más honda, de abrirla a
nuevos horizontes.
Llevando esta dinámica hasta el extremo podríamos elaborar una programación catequética a base de unas preguntas que
nosotros formularíamos al Evangelio, pero dispensando a éste de evocar en nosotros aquellas experiencias humanas que
también vive el catecúmeno y que son las experiencias que realmente nos abren a la fe cristiana.
Creemos que la manera de superar esta yuxtaposición artificial es relacionar o referir la experiencia concreta del catecúmeno
tal como él la vivencia, con las experiencias bíblicas fundamentales individuales y sociales, de las que el mismo
catecúmeno participa ya en algún grado y ayudarle a dejarse interpelar por ellas para recabar una más honda comprensión de
sí mismo desde la Palabra de Dios.
a.2. ¿Qué papel desempeña la experiencia directamente religiosa del catecúmeno? Es fundamental que la catequesis asuma la
experiencia cristiana y eclesial del catecúmeno, sin reducirse a sus experiencias humanas.
En nuestro contexto socio-cultural, ordinariamente, el catecúmeno tiene una experiencia e idea de Dios determinadas, unas
actitudes concretas respecto a la Iglesia. Tiene una experiencia de oración y de compromiso cristiano concretos. Tiene y esto
es muy importante un pasado, una biografía religiosa hecha de acontecimientos y decisiones que le acercaron o le alejaron
del Evangelio o de la vida eclesial. Para él, la Persona de Jesús supone algo determinado, tiene ante ella una postura ya
tomada.
Toda esta experiencia cristiana y eclesial ha de ser contrastada con el Evangelio a lo largo del proceso de catequización: los
genuinos valores religiosos han de ser potenciados, los prejuicios han de ser disueltos, las crisis pasadas no resueltas han de
ser analizadas. Dicho de otro modo, la catequesis asume, purifica y potencia la experiencia religiosa concreta del catecúmeno.
b) La Palabra de Dios
La Palabra de Dios ilumina todo el acto catequético y es el elemento que da conexión a todos los demás. La catequesis, en
efecto, es ese proceso en el que el grupo y cada persona del grupo, entra en contacto con el Evangelio que la Iglesia le
entrega, para dejarse interpelar por él, para conocerlo en profundidad y para vivirlo orientando desde él la existencia.
De ahí que sea esencial para la catequesis el abrir, ante el corazón del catequizando, la Sagrada Escritura y enseñarle a
interpretar su mensaje. La catequesis es, en otras palabras, enseñar a leer la Escritura con el corazón de la Iglesia: la
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catequesis «ha de estar totalmente impregnada por el pensamiento, el espíritu y actitudes bíblicas y evangélicas a través de un
contacto asiduo con los textos mismos... y será tanto más rica y eficaz cuanto más lea los textos con la inteligencia y el
corazón de la Iglesia» (CT 27).
Supuesto esto, una serie de interrogantes surgen aquí también al tratar de analizar el empleo de la Sagrada Escritura en el
acto catequético:
b.1.) ¿Qué relación existe entre la iniciación a la Sagrada Escritura y la entrega del Símbolo y del Padre nuestro, elementos
todos ellos esenciales en toda catequesis de inspiración catecumenal?
La relación viene pedida por la finalidad de la catequesis, la confesión de fe, porque la catequesis tiene su origen en la
confesión de fe y conduce a la confesión de fe. A lo largo de su preparación, los catecúmenos reciben el Evangelio (Sagrada
Escritura) y su expresión eclesial, que es el Símbolo de la fe.
Para una auténtica introducción en la Sagrada Escritura, la Iglesia entrega al catecúmeno unas claves de lectura: el Símbolo
(Credo), el Padre Nuestro y una normativa de conducta que recoge lo esencial del estilo de vida del Evangelio, como son el
«mandamiento del amor» y las «Bienaventuranzas» (que son la referencia moral concreta señalada por Pablo VI en el «Credo
del Pueblo de Dios»).
La importancia de esta clave de lectura consiste en que tanto el Símbolo, como el Padre Nuestro, como el Mandamiento del
amor, junto a las Bienaventuranzas, son lo esencial de la Sagrada Escritura: son la «regla de la fe», el modelo de toda oración
cristiana y las actitudes básicas que configuran la vida evangélica. Son el corazón de la Escritura y el criterio de su
interpretación.
En el Símbolo de la fe se contienen el misterio de Dios y los hechos salvíficos esenciales. Al introducir al catecúmeno en las
diferentes perícopas del Antiguo y Nuevo Testamento, el Símbolo le ayuda a situar esas perícopas en referencia al misterio de
Cristo, a hacer una lectura cristiana del Antiguo Testamento y a jerarquizar la lectura bíblica en torno a la salvación de Dios en
Cristo.
El Padre nuestro, por su parte, le permite adentrarse en la lectura de los salmos y más en general en el amplio campo de la
oración bíblica desde el modelo paradigmático de toda oración cristiana que es la oración del Señor. Desde la óptica del Padre
Nuestro, la plegaria de los salmos se convierte en oración cristiana; desde las actitudes básicas que lo configuran, la
autenticidad de la iniciación catecumenal en la oración y celebración queda asegurada.
El Mandamiento del amor y las Bienaventuranzas que en último término encarnan las actitudes interiores de Jesús mismo,
ayudarán al catecúmeno a situar y relacionar las numerosas perícopas bíblicas de contenido moral, dándoles una coherencia y
un punto de referencia desde el que desarrollar ese «cambio progresivo de sentimientos y costumbres» (AG 13), implicado en
todo proceso catecumenal y que, en último término, es fruto del Espíritu (ver Ga 5,13-26).
Entre la Sagrada Escritura y estas claves de lectura que la Iglesia entrega al catecúmeno, la relación circula en el doble
sentido:
 desde el Símbolo, el Padre Nuestro y las Bienaventuranzas podemos seleccionar aquellas perícopas bíblicas que mejor
contribuyan a nutrir la síntesis de fe. Desde ahí detectaremos enseguida cuándo nuestra lectura de la Escritura es parcial e
incompleta. El conjunto de «documentos de la fe» propuestos por la catequesis será así más armónico;
 desde la Sagrada Escritura, tanto el Símbolo, el Padre Nuestro, como las Bienaventuranzas se irán cargando de contenido,
el esqueleto se irá llenando de carne, cada artículo, cada petición, cada bienaventuranza se verá enriquecida por figuras
bíblicas, parábolas evangélicas, salmos, acontecimientos..., que de uno u otro modo desarrollan aquel núcleo esencial.
Esta misma clave de lectura contribuye también a hacer una selección catequética adecuada de los textos del Magisterio,
dentro de la abundante riqueza de los mismos, en función siempre de la mejor comprensión de la Sagrada Escritura y de las
necesidades más características del creyente y de la comunidad, hoy.
Los catecismos son los «libros de la fe» que recogen el anuncio cristiano y la experiencia de fe vivida por la Iglesia, la cual
traduce esta riqueza a fin de que sea legible y significativa para los que caminan hacia la maduración cristiana. Al proponer a
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los creyentes esta riqueza de manera autorizada y auténtica, los obispos ofrecen a sus comunidades un conjunto que
constituye «regla de fe» y orientación básica de la catequesis.
El catecismo, por supuesto, no agota todos los elementos que deben concurrir al acto catequético, pero es elemento de
fundamental referencia. Es obvio que, si la «catequesis no consiste únicamente en enseñar la doctrina, sino en iniciar a toda la
vida cristiana» (CT 33), la pedagogía catequética no puede reducirse a explicar el catecismo al niño y a que éste se limite a
aprenderlo. Es en la dinámica de una pedagogía de la fe, concebida como formación cristiana integral, donde el catecismo
sobre todo en el nivel de niños y adolescentesdesempeña una función esencial.
c) La expresión de la fe
La Palabra de Dios semilla depositada en el campo de la experiencia humana hace madurar la fe en el corazón del
catecúmeno.
Esta fe, que penetra y transforma la totalidad de la personalidad del creyente, se expresa mediante la profesión o proclamación
de la misma, la celebración y el compromiso cristianos, que son el corolario constante que acompaña de manera
ininterrumpida todo el proceso de catequización:
 mediante la profesión de fe, proclamada en la comunidad, el catecúmeno devuelve progresivamente interiorizado el
Símbolo que le fue entregado;
 mediante la celebración, el catecúmeno refiere constantemente a Dios, verdadero artífice de su crecimiento, la maduración
progresiva de su fe cristiana al compartirla en la comunidad fraterna;
 mediante el compromiso, el catecúmeno transforma progresivamente su vida y da testimonio ante el mundo de ese hombre
nuevo en que se va convirtiendo.
Tal vez a la luz de lo expuesto se perciba mejor la densidad del acto catequético, al que concebimos como una interrelación de
elementos, en constante comunicación interna entre ellos:
 la experiencia humana;
 la Sagrada Escritura y el Símbolo;
 la expresión de la fe; profesión, celebración y testimonio.
A lo largo de un proceso catequético, importa menos el orden concreto que se establezca en la programación de los temas, así
como también la pedagogía de cada uno de ellos, que puede partir de la experiencia, de la Escritura, del Símbolo, de la
celebración o del testimonio. Lo importante es que el acto catequético dinamice los tres planos a los que nos hemos referido y
que, a lo largo de todo el proceso de catequización, vaya madurando la fe del catecúmeno en la línea de una confesión cada
vez más madura de la misma, más arraigada en la Escritura y más significativa para su vida.
La catequesis es una acción evangelizadora básica de toda Iglesia particular. Mediante ella, la diócesis ofrece a todos sus
miembros y a todos los que se acercan con el deseo de entregarse a Jesucristo, un proceso formativo que les permita conocer,
celebrar, vivir y anunciar el Evangelio dentro de su propio horizonte cultural.
La catequesis es una responsabilidad de toda la comunidad cristiana. La iniciación cristiana, por ejemplo, no deben procurarla
solamente los catequistas o los sacerdotes, sino toda la comunidad de los fieles. La catequesis es, por tanto, una acción
educativa realizada a partir de la responsabilidad peculiar de cada miembro de la comunidad, en un contexto o clima
comunitario rico en relaciones, para que los catecúmenos y catequizandos se incorporen activamente a la vida de dicha
comunidad. La comunidad cristiana debe seguir el desarrollo de los procesos catequéticos, ya sea con niños, con jóvenes o
con adultos, como un hecho que le concierne y compromete directamente. Más aún, la comunidad cristiana al final del proceso
catequético acoge a los catequizados en un ambiente fraternodonde puedan vivir, con la mayor plenitud posible, lo que han
aprendido.
En la diócesis, la catequesis es un servicio único, realizado de modo conjunto por presbíteros, diáconos, religiosos y laicos, en
comunión con el obispo. Toda la comunidad cristiana debe sentirse responsable de este servicio. Aunque sacerdotes,
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religiosos y laicos realizan en común la catequesis, lo hacen de manera diferenciada, cada uno según su particular condición
en la Iglesia.
Tiene como misión la alta dirección de la catequesis, que engloba estas concretas tareas:
– Asegurar en su diócesis la prioridad efectiva de la catequesis, cuidando que tenga los recursos, personas y medios
económicos necesarios.
– Ejercer la solicitud por la catequesis con una intervención directa en la transmisión del Evangelio a los fieles, velando al
mismo tiempo por la autenticidad de la confesión de fe y por la calidad de los textos e instrumentos que deban utilizarse.
– Suscitar y mantener una verdadera mística de la catequesis, pero una mística que se encarne en una organización adecuada
y eficaz.
– Cuidar que los catequistas tengan el nivel de formación adecuado, es decir, que conozcan con claridad tanto la doctrina de la
Iglesia como las leyes psicológicas y las disciplinas pedagógicas.
– Establecer en la diócesis un proyecto global de catequesis, articulado y coherente, que responda a las verdaderas
necesidades de los fieles y que esté convenientemente ubicado en los planes pastorales diocesanos. Tal proyecto ha de estar
coordinado, igualmente, en su desarrollo, con los planes de la Conferencia episcopal.
Actualmente estas tareas, el obispo, generalmente, las realiza mediante el vicario de pastoral y el delegado diocesano de
catequesis, pero ningún obispo debería desentenderse de estas funciones.
El sacerdote debe ser el animador más directo de la obra catequizadora (y los diáconos como cooperadores). Nunca debe
desentenderse de ella, dejando por ejemplo todo el peso en algún laico. Es cierto que puede encomendar tareas de
coordinación a ese laico, pero debe supervisar, animar, alentar, etc.
En el “Catequista y su formación” 42, enuncia las tareas más importantes: suscitar la responsabilidad de la comunidad cristiana
respecto a la catequesis, discernir las vocaciones para este servicio, fomentar en la comunidad el aprecio hacia el catequista;
poner en relación la catequesis con otras formas de educación de la fe; cuidar la relación de la catequesis con la oración, la
liturgia, la acción caritativa y de promoción social; procurar la formación de los catequistas (el sacerdote ha de ser “catequista
de los catequistas”); integrar la acción catequética dentro del proyecto evangelizador de la comunidad; garantizar la vinculación
de la catequesis con la persona del obispo y la Iglesia particular.
Los padres de familia: Deben ser “catequistas” de sus hijos. Constituye en ellos un verdadero “ministerio eclesial”. Cuando
transmiten la fe lo hacen en un clima de cariño, de relación afectiva con el hijo. El niño percibe gozosamente la cercanía de
Dios y de Jesús y esta primera experiencia cristiana deja en el niño una huella que dura toda la vida. Por eso es muy
importante que los padres hagan el despertar religioso infantil. También, los padres pueden hacer referencias a la fe, con
ocasión de fiestas o acontecimientos familiares (una muerte, una boda...). Y también estaría muy bien que los padres
comentasen y ayudasen a interiorizar la catequesis sistemática que el hijo, ya crecido, recibe en la comunidad cristiana.
Por ello es preciso que la comunidad cristiana preste una atención especialísima a los padres. Mediante contactos personales,
encuentros, cursos e, incluso, mediante una catequesis de adultos dirigida a los padres, ha de ayudarles a asumir la tarea, hoy
especialmente delicada, de educar en la fe a sus hijos. Esto es aún más urgente en los lugares en los que la legislación civil no
permite o hace difícil una libre educación en la fe. En estos casos, laiglesia domésticaes, prácticamente, el único ámbito donde
los niños y los jóvenes pueden recibir una auténtica catequesis.
Los religiosos-as: Es muy importante la presencia de los religiosos en la catequesis. La profesión de los consejos evangélicos,
que caracteriza a la vida religiosa, constituye un don para toda la comunidad cristiana. En la acción catequética diocesana, su
aportación original y específica nunca podrá ser suplida por la de los sacerdotes y laicos. Esta contribución original brota del
testimonio público de su consagración, que les convierte en signo viviente de la realidad del Reino. Es cierto que los valores
evangélicos deben ser vividos por todo cristiano, pero las personas de vida consagrada encarnan la Iglesia deseosa de
entregarse a la radicalidad de las bienaventuranzas. En el curso de la historia, siempre se han encontrado muy comprometidos
en la acción catequética de la Iglesia.
Los laicos. Actualmente la mayoría de los catequistas son laicos, y en concreto, mujeres. Hay que reconocer,
agradecidamente, los desvelos y trabajos que están dedicando. Un laico o laica ejerce la catequesis desde su inserción en el
mundo, compartiendo todo tipo de tareas con los demás hombres y mujeres, aportando a la transmisión del Evangelio una
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sensibilidad y unas connotaciones específicas. Viven la misma forma de vida que aquellos a quienes catequizan. Los propios
catecúmenos y catequizandos pueden encontrar en ellos un modelo cristiano cercano en el que proyectar su futuro como
creyentes.
La vocación del laico para la catequesis brota del sacramento del bautismo y es robustecida por el sacramento de la
confirmación. Ser catequista debe ser considerado como una vocación, fruto de la llamada del Señor. Aunque muchos laicos
sólo son catequistas durante un tiempo, es interesante promover la estabilidad de los laicos en la tarea catequética.
En las parroquias hay que procurar formar un equipo de catequistas, lo más estable posible, que lleven el día a día de la
catequesis. Para elegir al catequista, se deben tener los criterios claros. Debe ser una persona madura en la fe (si no tiene fe,
¿qué va a transmitir?). El catequista joven puede ir aprendiendo de algún catequista experimentado. No es necesario que el
catequista al principio sea muy perfecto, sino que quiera caminar hacia esa perfección y tenga unas mínimas cualidades.
Luego, se perfeccionará, sin duda, con el acompañamiento del sacerdote y de la comunidad.
Hay que cuidar la espiritualidad del catequista, o lo que llaman algunos la identidad o el “ser”. Si logramos tener un equipo de
catequistas profundamente enamorados de su tarea, con una vida cristiana robusta, es muy posible que la catequesis vaya
bien.
En la formación de catequistas hay que cultivar estas dimensiones: la conciencia evangelizadora, la formación doctrinal y la
iniciación en la variada experiencia cristiana, el conocimiento del hombre y del mundo, la capacidad pedagógica, la vivencia
comunitaria y la madurez humana y cristiana del catequista. Dicho de modo sintético: la formación de catequistas trata de
situar al catequista en la misión evangelizadora de la Iglesia y de capacitarle para poder iniciar en la totalidad de la vida
cristiana al hombre de hoy, con la pedagogía original del Evangelio, todo ello dentro de un clima comunitario y de diálogo,
mientras el catequista va madurando como hombre, creyente y educador de la fe.
BIBLIOGRAFÍA DE CATEQUETICA
CATECISMOS
Catecismo de la Iglesia Católica
Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica
CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Mi encuentro con el Señor, los primeros pasos en la fe(Este catecismo
corresponde al despertar religioso, de 0 a 6 años)
CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Jesús es el Señor(Este catecismo corresponde a la llamada iniciación sacramental,
de 7 a 9 años, lo que llamamos popularmente catequesis de primera comunión).
CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Testigos del Señor(Este catecismo corresponde a las edades de 9 a 14 años, que
en muchas diócesis corresponde con la confirmación).
CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Esta es nuestra fe(Este catecismo se pensó inicialmente como catecismo para
chicos preadolescentes, pero terminó siendo más bien para adultos).
(También se suele proponer como catecismo para jóvenes el Youcat, si bien, propiamente hablando no es un catecismo).
MANUALES DE CATEQUÉTICA
Uno que está programado que no termina de llegar: el de la colección de Manuales de Teología SapientiaFidei de la BAC (¡A
ver si llega algún día!)
EMILIO ALBERICH, Catequesis evangelizadora. Manual de catequética fundamental, CCS, Madrid 2009.
DICCIONARIOS.
AUTORES VARIOS, Nuevo diccionario de catequética. 2 volúmenes. Editorial San Pablo, Madrid 1999.
MONOGRAFÍAS.
ASOCIACIÓN ESPAÑOLA DE CATEQUETAS (AECA), Comentario al Directorio general para la catequesis, PPC, Madrid
2005.
AUTORES VARIOS, Evangelización, catequesis, catequistas. Una nueva etapa para la Iglesia del Tercer Milenio, Edice,
Madrid 1999. (Comentario del Directorio)
ASOCIACIÓN ESPAÑOLA DE CATEQUETAS (AECA), Hacia un nuevo paradigma de la iniciación cristiana hoy, PPC, Madrid
2008.
JOSEPH GEVAERT, Primera evangelización. Aspectos catequéticos, CCS, Madrid 1992.
JOSEPH GEVAERT, El primer anuncio. Proponer el Evangelio a quien no conoce a Cristo. Finalidades, destinatarios,
contenidos, modos de presencia, Sal Terrae, Santander 2004.
OLEGARIO GONZÁLEZ DE CARDEDAL-JUAN ANTONIO MARTÍNEZ CAMINO (eds.), El catecismo posconciliar. Contexto y
contenidos. San Pablo, Madrid 1993.
MICHEL DUJARIER, Breve historia del catecumenado. DDB, Bilbao 1986.
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