“Iglesia en salida, misionera y sinodal”
Encuentro Diocesano de Catequistas (ENDICA) de San Isidro, Argentina
                                  19 de agosto de 2019
Primera ponencia de la Hermana María Irene Nesi hma: “Un nuevo paradigma de la
catequesis”
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           1.1.      El gran reto
Muy buenos días a todos, queridos catequistas.
Antes de comenzar, quiero decirles que me alegra mucho estar aquí en Argentina, en la
Diócesis de San Isidro, con todos ustedes. Le agradezco mucho al Padre Cote Quijano esta
invitación. Mi presencia entre ustedes quiere ser un comienzo, una semilla que ustedes,
luego, harán crecer con la ayuda de Dios.
 El saludo inicial que nos hizo hoy su Obispo, Mons. Oscar Ojea, tocó el centro de nuestro ser
de catequistas. En pocas palabras nos dijo lo esencial de lo que yo hoy vine a decirles. No la
parte específica catequética, pero sí el núcleo vital de lo que yo quiero decirles. Estamos aquí
por vocación, porque el encuentro con Jesús nos movió el piso, nos hizo cambiar nuestros
planes, nos enamoró, nos atrajo. Estamos aquí porque queremos compartir esa experiencia
con aquellas personas que el Señor pone en nuestro camino, para acompañarlos en la fe.
En eso consiste, fundamentalmente, el nuevo paradigma, la nueva catequesis. El catequista,
que se ha encontrado con Jesús, se siente llamado a acompañar a otros, para que hagan la
misma experiencia, más que para instruirlos en una doctrina. Por eso, comenzamos, hace
unos instantes, rezando con el texto de Felipe,1 un verdadero catequista disponible a la acción
del Espíritu.
Los felicito por el estudio y por la radiografía tan clara que presentaron acerca de la
catequesis en su Diócesis reflejándola, como en un espejo, con los datos que nos proporciona
sobre la situación de la catequesis en América Latina el último documento catequético del
CELAM, La alegría de iniciar discípulos misioneros en el cambio de época. Nuevas perspectivas
para la catequesis en América Latina y el Caribe (AIDM de ahora en adelante). Lo que ustedes
expresaron nos sitúa. Según me han dicho, recoge el “contemplar” que realizaron en los
encuentros preparatorios de los distintos decanatos. Desde esa realidad contemplada
partimos hoy.
Quiero hacer una acotación previa, en mi experiencia, los catequistas reciben más rápido y
con mayor disponibilidad, el discurso del nuevo paradigma, que los sacerdotes, los religiosos,
incluidos los obispos y les digo por qué. Porque ellos ven solamente la superficie, la parte de
1
    Hech. 8, 26 – 39.
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arriba… Dicen, por ejemplo, que confirmaron a doscientas personas o que en la misa hubo
quinientos niños haciendo la primera comunión. Rara vez, se fijan en lo que viene después. Y
cuando esas personas desaparecen de las comunidades, después de los sacramentos,
empiezan a regañar a los catequistas como si la culpa fuera de ellos. Los catequistas saben
que no es así. Saben que la culpa no es de ellos.
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Ustedes saben muy bien porque lo expresaron recién en la presentación, el problema no está
ahí. Fueron muy precisos cuando se refirieron el cambio de época y cuando dijeron que el
modelo ya no sirve. Podemos inventar dinámicas y “adornarlo” con películas y con otros mil
recursos. Podemos hacerlo atrayente para los niños, pero es el modelo el que no sirve. Hay
que hacer otro. Es preciso implementar un nuevo paradigma.
Quiero comenzar este tema, con un texto de la introducción que hizo el Secretario General del
CELAM en 2015 cuando presentó el AIDM. Como encabezado de la presentación coloca una
frase del final del N° 14 del Documento de Aparecida. Sin embargo quisiera considerar con
ustedes todo el texto final:
 Aquí está el reto fundamental que afrontamos: mostrar la capacidad de la Iglesia para
promover y formar discípulos y misioneros que respondan a la vocación recibida y
comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con
Jesucristo. No tenemos otro tesoro que éste. No tenemos otra dicha ni otra prioridad que ser
instrumentos del Espíritu de Dios, en Iglesia, para que Jesucristo sea encontrado, seguido,
amado, adorado, anunciado y comunicado a todos, no obstante todas las dificultades y
resistencias. Este es el mejor servicio –¡su servicio! – que la Iglesia tiene que ofrecer a las
personas y naciones. (DA14) En el Documento de Aparecida el 14 es uno de los números
introductorios y lo interesante es que ya está presente implícitamente el tema de la
catequesis.
Quiero comentar con ustedes algo más bien anecdótico. Durante la preparación de la V
Conferencia, la catequesis se daba por supuesta y no se reflexionó explícitamente sobre ella.
Fue necesaria una intervención del departamento de Espiritualidad y Misión del CELAM, quien
organizó la III Semanas Latinoamericanas de Catequesis (III SLAC) un año antes, en 2006, para
elaborar un aporte a Aparecida debidamente sustentado. Muchos de los que participamos en
esa Semana tuvimos que decirles a los que estaban preparando la V Conferencia del
Episcopado Latinoamericana: ”Cuidado…Hacer discípulos misioneros supone una catequesis.”
Por eso, el número 14 de Aparecida es una verdadera toma de conciencia. El reto que afronta
la Iglesia no es la ecología ni la transformación social, todo eso viene como fruto de este reto
fundamental: formar y promover discípulos misioneros, que respondan a la vocación recibida.
No podemos formar discípulos misioneros como formamos a un técnico electrónico, a un
músico o a un ingeniero. En el discípulo misionero hay un llamado de Dios que brota desde su
interior para que su vida sea feliz y plena. Y nosotros, que somos la Iglesia, tenemos la
responsabilidad de ayudarlo a escuchar esa vocación y a vivirla.
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El gran reto es mostrar que se puede promover y formar discípulos misioneros que respondan
a la vocación recibida en el bautismo. En el origen mismo de nuestro nacer a la vida en Cristo
está la vocación a ser discípulos misioneros que respondan a esa vocación y comuniquen por
doquier y por desborde de gratitud y de alegría, el don del encuentro con Jesús.
Por eso les digo que monseñor Ojea ya dio mi tema. Tal como dice DA 14: no tenemos otro
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tesoro que dar, no tenemos otra dicha ni otra prioridad que ser instrumentos del Espíritu de
Dios en la Iglesia, para que Jesucristo sea encontrado.
Éstas son palabras nuevas en la catequesis. Estaban supuestas… Ahora nos dimos cuenta de
que no se pueden suponer. Es preciso comunicar ese don a través de procesos
evangelizadores, porque toda la Iglesia lo hace en todas sus manifestaciones y nosotros,
específicamente en la catequesis. Tenemos que ayudar a que Jesús sea encontrado, seguido,
amado, adorado, anunciado y comunicado a todos. No obstante todas las dificultades y
resistencias, éste es el mejor servicio que la Iglesia tiene que ofrecer a las personas y a las
naciones. Ahí estamos situados.
       1.2. Una catequesis kerigmática y mistagógica.
Cuando hablamos de nuevo paradigma incorporamos a la catequesis una serie de elementos
que dan una nueva perspectiva. No se trata de cambiar el libro de catequesis por uno más
bonito, con más ilustraciones y dinámicas. Se trata de cambiar la perspectiva, el enfoque y el
proceso. Quizás sirva el mismo libro, pero con otra perspectiva, con otro modo y otro proceso,
en el cual se incorpora primero que nada el encuentro con Jesús. Habitualmente, esto lo
damos por supuesto y ahí está el error.
Formamos para el discipulado, no preparamos a un sacramento. Esto antes no estaba en
nuestro horizonte. La necesidad de la conversión no pasaba por nuestra cabeza. La iniciación a
una vida cristiana, antes, se daba naturalmente en la familia, en la sociedad, en la escuela.
Nadie se planteaba que había que iniciar porque ya respirábamos, nos movíamos y vivíamos
en ese ambiente.
Los tiempos han cambiado. Ahora urge incorporar el primer anuncio y el kerigma, así como la
dimensión de la mistagogía. Siempre me pregunto, por qué Francisco, en la Evangelii
Gaudium, cuando habla del tema de la catequesis le pone esos dos adjetivos: kerigmática y
mistagógica. Profundizando en el tema nos damos cuenta de que son las dos dimensiones que
le faltaban a una catequesis que, después de la renovación de los años ’60 en el mejor de los
casos era bíblica, pero en muchas ocasiones daba por supuesto el kerigma. Era sacramental,
pero no introducía a la vida sacramental. Tanto era así que cada catequesis era un cierre: la
primera comunión muchas veces era la última y la confirmación en vez de ser la introducción
a la comunidad era la despedida. La dimensión mistagógica estaba totalmente ausente. Ella es
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la dimensión de introducción a la vida cristiana, a la vida de la comunidad y de la Iglesia toda y
la introducción en la dinámica sacramental.
Como veremos más adelante, en el catecumenado como proceso, la mistagogía es una etapa
en sí misma y la dimensión litúrgico-celebrativa, orante y simbólica atraviesa todo el proceso
con ritos que expresan el dinamismo de todo el itinerario catecumenal.
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Lamentablemente mucha gente todavía asocia catequesis a catecismo, a memoria, estudio,
aprendizaje… esto es lo que queremos superar.
       1.3.             El nuevo paradigma de la catequesis en el proceso evangelizador
AIDM, en el número 37, citando al 294 de Aparecida, nos dice:
El cambio de paradigma catequético exigirá, por lo tanto, buscar y discernir nuevas formas de
acompañar el camino de fe, no sólo de los que se adhieren a Cristo como discípulos por
primera vez, sino de aquellos que, habiendo recibido este don en la infancia, no lo han
desarrollado en su vida. Aparecida hace su apuesta por el modelo operativo de iniciación (a la
vida) cristiana como manera ordinaria e indispensable para llevar a cabo la evangelización.2
El Directorio del ‘97, cuando define la catequesis lo hace inspirado en Catechesis Tradendae y
dice que la catequesis es un proceso que lleva a su maduración la fe inicial3. Aquí es donde ya
empiezan a cuestionarse nuestros procesos porque si los analizamos, tal como ustedes lo
hicieron muy bien durante el momento del “Contemplar” en este encuentro, nos damos
cuenta de que hoy muchas personas entran y salen de nuestras catequesis casi sin cambios
porque no hay conversión, no hay crecimiento, no hay proceso. Nadie tiene la culpa. Esto
funcionaba bien en un ambiente en el cual, ese proceso se daba en otros espacios. La
catequesis estaba concentrada en darle contenido a esa fe que crecía en familia, en la escuela,
en la comunidad cristiana… Los catequistas estábamos enfocados en el aspecto cognoscitivo –
normativo. Pudimos cambiar, en ocasiones, las metodologías pero el centro seguía en el
aprendizaje del catequizando, porque todo lo demás ya estaba garantizado.
AIDM 37 nos dice que es preciso hallar nuevas formas de acompañar el camino de la fe. Se
trata, entonces, de descubrir que es muy difícil hacerlo con criterios escolarizantes, con
horarios, modalidades y ritmos que coinciden con la dinámica escolar. Acá lo más esperable es
que el catequizando aprenda y no que crezca en la fe. La fe no es un “paquetito” que los
catequistas entregamos a los niños y que “por arte de magia” crece y acompaña la vida del
adulto.
2
     Cfr. DA 294.
3
    Cfr. DGC 61
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El DGC4 afirma que hay que acompañar el crecimiento hasta llegar a la madurez de la fe inicial.
Esto se dice no sólo en función de los que se adhieren a Cristo como discípulos por primera
vez, sino también de quienes habiendo recibido este don en la infancia, no lo han desarrollado
en su vida. Aparecida hace su apuesta por el modelo operativo de iniciación de la vida
cristiana como la manera ordinaria e indispensable para llevar a cabo la evangelización o la
parte del proceso evangelizador, que le toca específicamente a la catequesis.
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El capítulo correspondiente al “Discernir” del AIDM nos dice, en concreto, por dónde va ese
cambio al que llamamos “nuevo paradigma”. La catequesis no lo es todo, es una parte de un
proceso más amplio. Por eso es importante que nosotros miremos nuestra acción vinculada y
articulada a actividades previas y a una continuidad en un proceso de vida eclesial que lleva a
seguir creciendo en la fe. Esto nos ayuda a visualizar claramente la catequesis en el proceso
evangelizador. Une y articula el anuncio del kerigma, en la primera etapa misionera, con la
vida en una comunidad testimonial viva y activa en su acción formadora y de maduración de
la fe. Cuando ya nos damos cuenta de que hay un antes y hay un después nuestra catequesis
no se queda sólo centrada en un sacramento. Tiene que llevar a ese después, que consiste en
la inserción, en ser parte de la comunidad cristiana.
Todo esto implica que la formación del discípulo misionero, que es la preocupación de la
Iglesia en América latina, fruto de Aparecida, es más amplia que la sola catequesis. En esa
formación tenemos un papel importante, pero no es el único. Tenemos que tener en claro
que, al formar al discípulo misionero en el proceso de iniciación, tenemos que estar
articulados con quienes van a continuar formándolo, es decir, con la comunidad que
continuará la formación en lo que llamamos catequesis permanente, catequesis vocacional
dentro de la acción pastoral.
Todo lo que es la vida ordinaria de la comunidad debe seguir formando al discípulo
misionero. Vale destacar que, en esta etapa posterior a la IVC5, la dimensión intelectual de la
formación tendrá más peso que en la catequesis. Se trata de una dimensión intelectual de
contenidos que alimenten las opciones específicas de inserción en la comunidad.
Supongamos, por ejemplo, que un grupo o una persona se insertan en la comunidad con un
carisma claro de transformación social. Entonces, sus contenidos tendrán que ayudarlos a
trabajar en esa transformación social desde el Evangelio, porque la catequesis no lo da todo.
La catequesis despierta, lleva a la maduración de la fe inicial. Esa fe va a llegar al punto en el
que la persona descubre su propia vocación en la comunidad cristiana y entra a formar parte
activa de la comunidad cristiana. Y es esta misma comunidad la que tiene que garantizar la
formación de sus miembros en sus vocaciones específicas.
4
    DGC: Directorio General para la Catequesis, 1997.
5
    IVC, iniciación a la vida cristiana
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En esta misma línea, afirmamos el valor y la importancia de la formación de los catequistas
porque el desafío que tenemos es muy grande. Es preciso garantizar esta formación. No basta
con la catequesis inicial porque tenemos que responder a problemas muy concretos, muy
fuertes, no desde nuestra buena voluntad. La catequesis promueve y forma al discípulo
misionero, lo lanza. La comunidad continúa su formación y entramos en proceso de formación
permanente y de acción permanente dentro de la comunidad.
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Otro aspecto a señalar es que el catequista no puede formarse sólo en teología, no es un
teólogo o un biblista que hace catequesis. El catequista es un catequista. Por lo tanto, la
misma formación de los catequistas tiene ahora el gran desafío de ser una formación
iniciática, es decir que los catequistas, en algún momento, podamos experimentar, más
desde la vida que desde la parte teórica qué es eso de iniciático, puesto que la mayoría de
nosotros fuimos iniciados socialmente y sociológicamente, o sea, por el ambiente. Entonces la
misma formación del catequista tiene que incorporar esta dimensión iniciática en su
desarrollo. Y la comunidad tiene que convertirse, como lo dice el Directorio, en la fuente, el
lugar y la meta de la catequesis6. El proceso de iniciación es un proceso realmente
comunitario. Es decir que el catequista es delegado por la comunidad, pero el verdadero
agente de la iniciación es la comunidad.
    1.4.             Iniciación a la vida cristiana (IVC)
AIDM, citando al 289 de Aparecida, afirma que sentimos la urgencia de desarrollar en
nuestras comunidades un proceso de iniciación en la vida cristiana.
Sentimos la urgencia de desarrollar en nuestras comunidades un proceso de iniciación en la
vida cristiana que comience por el kerygma, guiado por la Palabra de Dios, que conduzca a un
encuentro personal, cada vez mayor, con Jesucristo, perfecto Dios y perfecto hombre,
experimentado como plenitud de la humanidad, y que lleve a la conversión, al seguimiento en
una comunidad eclesial y a una maduración de fe en la práctica de los sacramentos, el servicio
y la misión. (DA 289)
Francisco nos dice que la catequesis siempre debe ser kerigmática7 porque conduce a un
encuentro personal cada vez mayor con Jesucristo, perfecto Dios, perfecto Hombre,
6
  Cfr. DGC, 254; cf. CT 24; I SLAC, 4; AIDM 97 y 6.
7
   Cfr. EG 164 y 165. Hemos redescubierto que también en la catequesis tiene un rol fundamental el primer anuncio o
«kerygma», que debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora y de todo intento de renovación eclesial. El kerygma es
trinitario. Es el fuego del Espíritu que se dona en forma de lenguas y nos hace creer en Jesucristo, que con su muerte y
resurrección nos revela y nos comunica la misericordia infinita del Padre. En la boca del catequista vuelve a resonar siempre
el primer anuncio: «Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para
fortalecerte, para liberarte». Cuando a este primer anuncio se le llama «primero», eso no significa que está al comienzo y
después se olvida o se reemplaza por otros contenidos que lo superan. Es el primero en un sentido cualitativo, porque es el
anuncio principal, ese que siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y ese que siempre hay que volver a
anunciar de una forma o de otra a lo largo de la catequesis, en todas sus etapas y momentos. Por ello, también «el sacerdote,
como la Iglesia, debe crecer en la conciencia de su permanente necesidad de ser evangelizado.
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experimentado como plenitud de la humanidad. De modo que no es un Jesús que está afuera,
al que yo le pido, sino un Jesús que como es plenamente Dios y Hombre, me lleva a la plenitud
de la humanidad. O sea, descubrir en Jesús lo que hoy el ser humano busca afuera, que es
vivir plenamente. Se trata de otra visión de Jesús. No es sólo el Jesús crucificado a quien le voy
a pedir por mi mamá enferma, por mi hijo con diabetes o con cáncer o con un accidente. Él
está ahí y yo voy a llorar frente al Cristo porque lo siento cercano pero después que pasó la
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necesidad ya pasó Jesús y busco mi felicidad en otra parte. Más aún, habitualmente no se
asocia la felicidad con Cristo porque no lo hemos presentado como la plenitud del ser
humano.
Hay un número de Gaudium et Spes8 muy bello. Cuando habla de Jesús dice que el misterio de
Jesús Dios y Hombre verdadero revela al ser humano su profunda dignidad. Para aprender
nosotros a vivir humanamente, se nos invita a mirar a Jesús como plenitud del ser humano.
Que conduzca a ese encuentro, que lo lleve a vivir plenamente su humanidad, que lleve a la
conversión, al seguimiento en una comunidad eclesial y a una maduración de fe en la práctica
de los sacramentos, en la misión y en el servicio. Todo esto ausente en la catequesis
tradicional…
Estos elementos nos dan una perspectiva integral de lo que es el crecimiento y la maduración
de la fe. Ahora los vamos a integrar en el concepto de iniciación a la vida cristiana: hay que
comenzar por el kerigma, guiado por la palabra de Dios que conduce al encuentro personal
con Jesús vivo, experimentado como Dios y Hombre verdadero, y abre a la humanidad plena.
Esto produce la conversión y el seguimiento en una comunidad eclesial. La fe va madurando
en la vida sacramental, en la misión, en el servicio y en la donación.
Vamos a lo esencial y nos preguntamos qué se entiende por iniciación a la vida cristiana (IVC).
Para ello, comenzaremos leyendo el número 43 del AIDM. Aquí se nos presenta una
descripción global e integradora de la IVC.
No hay que pensar que en la catequesis el kerygma es abandonado en pos de una formación supuestamente más «sólida».
Nada hay más sólido, más profundo, más seguro, más denso y más sabio que ese anuncio. Toda formación cristiana es ante
todo la profundización del kerygma que se va haciendo carne cada vez más y mejor, que nunca deja de iluminar la tarea
catequística, y que permite comprender adecuadamente el sentido de cualquier tema que se desarrolle en la catequesis. Es el
anuncio que responde al anhelo de infinito que hay en todo corazón humano. La centralidad del kerygma demanda ciertas
características del anuncio que hoy son necesarias en todas partes: que exprese el amor salvífico de Dios previo a la
obligación moral y religiosa, que no imponga la verdad y que apele a la libertad, que posea unas notas de alegría, estímulo,
vitalidad, y una integralidad armoniosa que no reduzca la predicación a unas pocas doctrinas a veces más filosóficas que
evangélicas. Esto exige al evangelizador ciertas actitudes que ayudan a acoger mejor el anuncio: cercanía, apertura al
diálogo, paciencia, acogida cordial que no condena.
8
  El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la
semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada
también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre.
Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre.
Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado.
(GS 22)
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Se entiende como iniciación a la vida cristiana el proceso por el cual una persona es
introducida en el misterio de Jesucristo y en la vida de la Iglesia a través de la Palabra de
Dios y de la mediación sacramental y litúrgica, que va acompañando el cambio de actitudes
fundamentales de ser y existir con los demás y con el mundo, en una nueva identidad como
persona cristiana que testimonia el evangelio inserta en una comunidad eclesial viva y
testimonial.
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Sus elementos indispensables son:
    a. PROCESO.
    b. LA PERSONA.
    c. INTRODUCIDA EN EL MISTERIO DE JESUCRISTO Y EN VIDA DE LA IGLESIA.
    d. A TRAVÉS DE LA PALABRA DE DIOS Y DE LA MEDIACIÓN SACRAMENTAL Y LITÚRGICA.
    e. ACOMPAÑANDO EL CAMBIO: NUEVA IDENTIDAD COMO CRISTIANO.
    f. INSERTO EN UNA COMUNIDAD ECLESIAL VIVA Y TESTIMONIAL
Ellos son los seis elementos que configuran un proceso de iniciación a la vida cristiana. Este
concepto de IVC puede ser referido a cualquier proceso de catequesis, con tal que los
contenga a todos. Por eso, decíamos al comienzo: no se trata de cambiar el libro, se trata de
cambiar la perspectiva. Para que haya un proceso de iniciación tienen que darse los seis
elementos antes mencionados.
Primer elemento: Proceso
¿Qué queremos decir cuando hablamos de proceso?
Avanzar... Camino de cambio... En el tiempo, y en el espacio y tiempo... Maduración...
Etapas... Metas... Inicio... Fin... Es un itinerario. Implica un plan, objetivos, acciones… Tiene
una gradualidad.
Eso es muy importante. Lo sabemos muy bien. Lamentablemente, nosotros somos expertos
en no hacer procesos. Estamos habituados al microondas, al celular, a que todo sea de
inmediato y ya. Pero cuando queremos hacer un buen asado, no lo hacemos en un
microondas ni “a balazos,” como decimos en Venezuela. Porque, por más rápido que sea un
microondas, el asado requiere un tiempo y si se apaga el fuego lo reavivamos con cuidado. Y
lo no se pone el asado en el fuego vivo, se pone en la brasa. Si sabemos esperar todo el
tiempo que sea necesario para un buen asado, ¿por qué no esperamos la maduración de la
fe?
Hoy nuestra cultura es express. Lavandería express, comida express, supermecado express,
pedidos ya... Queremos todo ya, aquí y ahora. Para entrar en la dinámica de los procesos,
tenemos que superar la dinámica de lo express: bautismo express, confirmación express,
comunión express, pre-matrimonial express. Divorcio express... claro... porque no maduró...
Observemos qué pasa con el kerigma: es el flechazo, la atracción, el deslumbramiento.
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                             E-mail: cebitepal.viceacadem@celam.org – http://www.celam.org/cebitepal
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Así se sintieron Andrés y Simón cuando conocieron a Jesús9. Le preguntaron: ” ¿Dónde
vives?... Queremos seguirte…” Y Jesús les respondió:” Vengan y vean…”
El kerigma, ese primer anuncio, es el que enamora.
El kerigma requiere del tiempo de profundización, tiempo para ir pasando del enamoramiento
al noviazgo que llevará al compromiso. ¿Qué pasa habitualmente con chicos que se casan sólo
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con el enamoramiento? Muchas veces, esto fracasa, porque el enamoramiento deslumbra,
pero requiere el noviazgo para conocerse en profundidad, para generar ese proyecto común
de vida, comprometiendo la vida de uno con la de otro.
Hoy los matrimonios, las parejas que se casan, quieren ser, no un proyecto de comunión de
vida, sino dos proyectos, dos personas que conviven con su proyecto individual. Eso es la
negación de lo que debe ser, de lo que es, en sí mismo, por naturaleza, el matrimonio. Lo dice
la Escritura: “serán los dos una misma carne”10, pero no solamente por la fusión sexual sino
porque las dos personas se integran en una.
Y eso que tiene que pasar para construir un proyecto de vida común familiar es lo que sucede
con Jesús, el que nos enamora y nos sacude. El mismo Jesús a quien le decimos: “Sí. No te
había descubierto, no te conocía, pero ahora quiero seguirte…” Tanto en la pareja como en
nuestra relación con Jesús, cuando empieza la vida ordinaria, el enamoramiento no alcanza,
no es suficiente. El proceso de IVC se requiere para profundizar el amor primero, y hacerlo un
amor duradero y fiel.
Ese amor cada día más profundo y, a la vez, cimentado en el amor primero tiene que ir
acompañado del conocimiento existencial. No se trata de “saber” el Evangelio, sino de ir
viviendo con Jesús su Evangelio, mientras nos consustanciamos con Él. Como dice Pablo: “ya
no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”11. Ése es el dinamismo que se vehiculiza en
un proceso de catequesis.
Segundo elemento: persona
Ese proceso implica a una persona, no a un grupo. El grupo va haciendo el camino y en ese
camino cada persona tiene su ritmo. El catequista respeta y acompaña el caminar de cada
uno.
Nuestro rol como catequistas es hermoso porque consiste en generar ese espacio que, en la
anécdota que nos narró hoy el Obispo, el niño definía con sus palabras muy sencillas:”
Encuentro aquí lo que yo no encontré en mi casa, algo que me dice que Él está vivo.”
Tercer elemento: introducción al misterio de Cristo en la Iglesia.
9
  Cfr. Jn 1, 35 - 51
10
   Cfr. Mc. 10, 8
11
   Cfr. Gal 2, 20
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Ése es el encuentro catequístico, encuentro que va generando cambio de vida, encuentro que
requiere acompañamiento, encuentro con Jesús y con su Iglesia. Por eso el proceso de
iniciación tiene que contar con la comunidad. Ella está llamada a acompañar a los que están
haciendo este camino de fe. Pueden acompañarlos, sencillamente, a través del testimonio o
haciéndolos partícipes de algún momento de la Eucaristía o cuando están presentes en los
ritos de paso de una etapa a la otra en el proceso de iniciación…
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Tercer elemento: la mediación de la Palabra y los sacramentos (la celebración y liturgia)
El encuentro con Cristo que no se produce por la mediación del texto de catequesis ni por la
mediación del Catecismo de la Iglesia, sino por la mediación de la Palabra de Dios, del
Evangelio, y de los sacramentos o sea, por la dimensión de la experiencia litúrgica gradual y
progresiva. Dicho de otro modo, esta catequesis no es solamente encuentros en torno a la
Palabra sino gestos, signos sacramentales que van transmitiendo la gracia realizando lo que la
Palabra les va mostrando, porque eso es el sacramento.
Cuarto elemento: el cambio de vida, nueva identidad cristiana
¡Cuánta riqueza en la catequesis que se abre a la dimensión litúrgico-celebrativa! Lo que ella
anuncia lo va realizando, lo va celebrando en la liturgia y esto es lo que genera la
transformación. No es la mera voluntad de la persona. Es la voluntad sostenida por la gracia.
De tal manera que se producen cambios muy profundos. Éste es uno de los aspectos más
sensibles y notables porque en la catequesis tradicional el cambio no estaba incorporado, no
era intencionalmente buscado. Y si no hubo cambio, el encuentro con Jesús no se produjo,
puesto que es la Persona de Jesús la que transforma, lo leemos por ejemplo, en las cartas de
Pablo. En su experiencia él no conoce a Jesús personalmente. No lo conoce en su historia
temporal, lo conoce resucitado, pero a medida que Él avanza en ese encuentro con Cristo, él
ve que su vida se transforma continuamente de una manera radical, hasta llegar a decir ya no
vivo yo, es Cristo que vive en mí.
¿Nosotros tenemos los sentimientos que Cristo? ¿Completamos en nuestra vida lo que le falta
a la entrega de Jesús?
Sexto elemento: inserción en la comunidad, viva y testimonial.
Si hay un cambio interior hacia una nueva identidad, hay un cambio que se proyecta en el ser
con los demás. Nacemos a una nueva identidad como personas cristianas. Yo no sé si aquí
pasa, pero he visto en mi país, cuando una persona te dice yo me hice evangélico porque ahí
encontré a Cristo y cambié de vida. Yo me pregunto... ¿pero qué hicimos en la Iglesia, que esta
persona no encontró a Cristo ni cambió de vida en la Iglesia? Nuestra gente en la catequesis,
a medida que el proceso se desarrolla, tiene que poder afirmar “estoy cambiando de vida”. Y
esa nueva identidad se hace testimonio en la comunidad.
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