Una literatura transplantada
Octavio Paz
                            (fragmento)
 
 
 
Ciertos autores, engañados o deslumbrados por la originalidad de
algunas de las obras del barroco novohispano –palacios, iglesias, poemas–
las consideran como los primeros frutos del naciente espíritu nacional.
Aunque los temas propiamente mexicanos –la conquista, las leyendas
indígenas, la “grandeza” de la ciudad de México, el paisaje de Anáhuac–
aparecen en los poemas de esa época, sería muy arriesgado afirmar que
son expresiones del “nacionalismo literario”. De una manera natural
–la estética misma del barroco lo exigía– la poesía culta aceptó los
elementos nativos. No por nacionalismo sino por fidelidad a la estética
de lo extraño, lo singular y lo exótico. En sus canciones y villancicos sor
Juana no sólo usa admirablemente el habla popular de mulatos y criollos
sino que incorpora la lengua misma de los indios, el náhuatl. No la mueve
un nacionalismo poético sino todo lo contrario: una estética universalista
que se complace en recoger todos los pintoresquismos y hacer brillar
todos los particularismos. Al catolicismo político del Imperio español
correspondía el catolicismo estético del arte barroco.
 
No pretendo negar lo que salta a los ojos: hay una conjunción entre la
sensibilidad criolla y el estilo barroco, lo mismo en el campo de la
arquitectura que en el de las letras (y aun en otros órdenes, como la
cocina). De ahí la frecuente felicidad de las expresiones artísticas de la
época. Pero la explicación de este fenómeno no se encuentra en el
nacionalismo criollo. Ya he señalado los límites y las ambigüedades del
patriotismo criollo, dividido entre su fidelidad al Imperio y su necesidad
vital de diferenciarse del mundo español, su lealtad de súbdito a al Corona
y sus sentimientos de justicia y dignidad personal ofendidos por la
dominación de la burocracia de Madrid. No obstante, sólo hasta bien
entrado el siglo XVIII se manifiestan plenamente las tendencias
 
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    separatistas de los criollos. El acento particular de muchas obras de la           neoclásica ni de la romántica. Ambas fueron también imitaciones, pero
    época, lo que podríamos llamar el “criollismo” del barroco                         imitaciones pálidas, desteñidas: no había afinidad entre estos poetas y
    novohispano, fue involuntario. En realidad, la aparición de esos                   los modelos que se proponían imitar. En cambio, la singularidad
    particularismos fue una consecuencia de la universalidad misma de la               estética del barroco mexicano correspondía a la singularidad histórica y
    estética barroca.                                                                  existencial de los criollos. Entre ellos y el arte barroco había una
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    Los estilos artísticos son siempre transnacionales y el barroco lo fue             Respiraban con naturalidad en el mundo de la extrañeza porque ellos
    acentuadamente. Sus dominios se extendieron de Viena a Goa, de Praga               mismos eran y se sabían seres extraños.
    a Quito. La estética barroca acepta todos los particularismos y todas las           
                                                                                        
    excepciones –entre ellas “el vestido de plumas mexicano” de Góngora–                
    precisamente por ser la estética de la extrañeza. Su meta era asombrar y            
                                                                                        
    maravillar; por eso buscaba y recogía todos los extremos, especialmente             
    los híbridos y los monstruos. El concepto y la agudeza son las sirenas y los        
    hipogrifos del lenguaje, las equivalentes verbales de las fantasías de la          Octavio Paz, “Una literatura transplantada”, en Sor Juana Inés de la Cruz o
    naturaleza. En este amor por la extrañeza están tanto el secreto de la             las trampas de la fe, pp. 85 y 86.
    afinidad del arte barroco con la sensibilidad criolla como la razón de su           
                                                                                        
    fecundidad estética. Para la sensibilidad barroca el mundo americano era            
    maravilloso no solamente por su geología desmesurada, su fauna                      
    fantástica y su flora delirante, sino por las costumbres e instituciones               Toda la cuestión logocéntrica del origen, en la literatura brasileña (lo cual podría
    peregrinas de sus antiguas civilizaciones. Entre todas esas maravillas                 ser válido para otras literaturas latinoamericanas, considerando aparte y bajo
    americanas había una que, desde el principio, desde Terrazas y                         un enfoque especial el problema de las grandes culturas precolombinas) choca
    Balbuena, habían exaltado los criollos: la de su propio ser. En el siglo               con un obstáculo historiográfico: el barroco. Puedo decir que, para nosotros, el
    XVII la estética de la extrañeza expresó con una suerte de arrebato la                 barroco es el no-origen, porque es la no-niñez. Nuestras literaturas, al
    extrañeza que era ser criollo. En ese entusiasmo no es difícil descubrir               surgir con el barroco, no tuvieron infancia (infans: lo que no habla). Nunca
    un acto de compensación. La raíz de esta actitud es la inseguridad                     fueron afásicas. Nacieron ya adultas (como ciertos héroes mitológicos) y hablando
    psíquica. Ambigua fascinación: a la inversa de los franceses de ese                    un código universal extremadamente elaborado: el código retórico barroco.
    mismo siglo, los criollos se percibían a sí mismos no como la                       
    confirmación de la universalidad que encarna cada ser humano, sino como                Haroldo de Campos, “De la razón antropofágica”, en De la razón
    la excepción que es cada uno.                                                          antropofágica y otros ensayos, Siglo Veintiuno Editores, México, 2000,
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    Muchas veces se ha dicho, en ocasiones como elogio y en otras para
    lamentarlo, que el barroco mexicano exagera sus modelos peninsulares.
    En efecto, la poesía de la Nueva España, como todo arte de imitación,
    trató de ir más allá de sus modelos y así fue extremadamente barroca:
    fue el colmo de la extrañeza. Este carácter extremado es una prueba de su
    autenticidad, algo que no se puede decir ni de nuestra poesía
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