Antología poética de Federico García Lorca
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Lectura de bachillerato para la PAU 2020-2022 en la Comunidad Valenciana.
Hay autores que con su vida y su escritura levantan un mundo propio, único, que apenas cuesta identificar en medio de un mar de palabras, de imágenes y de emociones. Es el caso de Federico García Lorca, el escritor en lengua castellana más conocido y popular después de Cervantes y, quizás, el poeta español más apreciado, leído, citado y traducido en el mundo. Hay detrás de él y de su obra una fama que expande su figura por los cinco continentes. Es, por decirlo así, un mito contemporáneo, un personaje que encarna en sí mismo el vitalismo y la tragedia del artista y del hombre, y que condensa en su obra extraordinaria las grandes y universales contradicciones humanas.
El poeta, novelista y ensayista José Luis Ferris ha preparado esta antología comentada con la intención de llegar al gran público, ofreciendo una visión amplia y lo más representativa posible de la poesía de Federico García Lorca y de su evolución personal en el contexto de la literatura de su tiempo. Esta edición recoge, a su vez, en sus páginas, la variedad inherente de este autor, la que define su personalidad y sus contradicciones, sus dudas y su admirable coherencia de creador maravilloso, original y carismático, su condición de hombre luminoso y de criatura angustiada, oscura, atormentada por la muerte y por el vacío.
Federico García Lorca
Federico García Lorca nació en Granada en 1898. En la universidad cursó Filosofía y Letras y Derecho. Allí se despertó su interés por la escritura que se plasmaría en 1918 con la publicación de un breve y temprano libro de prosas: "Impresiones y paisajes". Un año después Lorca se trasladaría a Madrid para completar sus estudios en la Residencia de Estudiantes. En un clima liberal y abierto a las corrientes intelectuales y estéticas de su tiempo entabló amistad con Salvador Dalí y Luis Buñuel. El desmesurado éxito del "Romancero gitano" (1928) y la imposibilidad de representar sus obras bajo la dictadura de Primo de Rivera le llevaron a embarcarse hacia Nueva York. Las alucinantes semillas de "Poeta en Nueva York" (que se publicaría de manera póstuma) empezaban a incubarse. La Segunda República y García Lorca se beneficiaron mutuamente. El Ministerio de Educación financió el grupo teatral del poeta La Barraca a cambio de que la compañía representase obras del Siglo de Oro por pueblos alejados de los centros culturales. El periodo que va de 1931 a 1936 supuso un estallido creativo casi inverosímil: obras dramáticas como "Bodas de sangre", "Yerma", "La casa de Bernarda Alba" y poemas como "Divan del Tamarit" o su obra maestra: "Llanto por Ignacio Sánchez Mejías". Lorca consideraba la tensión política como “un juego de niños”. Y cuando las fuerzas sublevadas tomaron la ciudad se refugió en casa de su amigo Luis Rosales, convencido de que los contactos de la familia con el falangismo le protegerían. Pero se le detuvo acusado de ser espía de Rusia, colaborador del ministro de cultura republicano y de “practicar la homosexualidad”. Fue trasladado de inmediato a un calabozo improvisado y fusilado de madrugada, camino de Alfacar. Se cree que su cuerpo descansa en una fosa común.
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Antología poética de Federico García Lorca - Federico García Lorca
ÍNDICE
PORTADA
SINOPSIS
PORTADILLA
BIOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN
BIBLIOGRAFÍA
ESTA EDICIÓN
ANTOLOGÍA POÉTICA
LIBRO DE POEMAS (1918-1920)
SUITES (1920-1923)
POEMA DEL CANTE JONDO (1921-1925)
CANCIONES (1921-1924)
ROMANCERO GITANO (1924-1928)
ODAS (1924-1929)
POEMAS EN PROSA (1927-1934)
POETA EN NUEVA YORK (1929-1930)
DIVÁN DEL TAMARIT (1932-1934)
SEIS POEMAS GALEGOS (1932-1934)
LLANTO POR IGNACIO SÁNCHEZ MEJÍAS (1934)
[SONETOS DEL AMOR OSCURO] (1935-1936)
[POEMAS SUELTOS]
GUÍA DE LECTURA, POR JOSÉ LUIS FERRIS
ÍNDICE CRONOLÓGICO
TEXTOS COMPLEMENTARIOS
TALLER DE LECTURA
NOTAS
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SINOPSIS
Hay autores que con su vida y su escritura levantan un mundo propio, único, que apenas cuesta identificar en medio de un mar de palabras, de imágenes y de emociones. Es el caso de Federico García Lorca, el escritor en lengua castellana más conocido y popular después de Cervantes y, quizás, el poeta español más apreciado, leído, citado y traducido en el mundo. Hay detrás de él y de su obra una fama que expande su figura por los cinco continentes. Es, por decirlo así, un mito contemporáneo, un personaje que encarna en sí mismo el vitalismo y la tragedia del artista y del hombre, y que condensa en su obra extraordinaria las grandes y universales contradicciones humanas.
El poeta, novelista y ensayista José Luis Ferris ha preparado esta antología comentada con la intención de llegar al gran público, ofreciendo una visión amplia y lo más representativa posible de la poesía de Federico García Lorca y de su evolución personal en el contexto de la literatura de su tiempo. Esta edición recoge, a su vez, en sus páginas, la variedad inherente de este autor, la que define su personalidad y sus contradicciones, sus dudas y su admirable coherencia de creador maravilloso, original y carismático, su condición de hombre luminoso y de criatura angustiada, oscura, atormentada por la muerte y por el vacío.
Biografía
Federico García Lorca (Fuente Vaqueros, 1898 - Víznar, 1936), hijo de un rico hacendado y de una maestra de escuela, se educó en un entorno rural y completó los primeros estudios en Granada. Se trasladó en plena juventud a Madrid, donde se alojó en la Residencia de Estudiantes y conoció a sus compañeros de generación y a muchas figuras del panorama artístico, como Salvador Dalí y Luis Buñuel. En este ambiente descubre las Vanguardias, cultiva una poesía de honda raíz popular y triunfa definitivamente con su emblemático Romancero gitano. Tras vivir, a lo largo de un año, una enriquecedora experiencia en Nueva York y en Cuba (Poeta en Nueva York fue escrito entre 1929 y 1930), vuelve a España. Durante la República, dirige la compañía La Barraca, grupo teatral universitario con el que llevó el teatro clásico por los pueblos y rincones olvidados de España. En 1933 visita Buenos Aires y Montevideo, donde sus dramas obtienen gran éxito. De regreso, Lorca, que es ya poeta de éxito, manifiesta abiertamente su compromiso con los más desfavorecidos; este hecho y su participación en actos a favor del Frente Popular lo ponen en el punto de mira de los nacionales, que lo asesinan nada más estallar la Guerra Civil, dos meses después de terminar La casa de Bernarda Alba. Otras obras destacadas del autor son Poema del cante jondo, La zapatera prodigiosa, Mariana Pineda, Doña Rosita la soltera o El lenguaje de las flores, Bodas de sangre y El público, todas ellas publicadas en Austral.
INTRODUCCIÓN
Hay autores que con su vida y su escritura levantan un mundo propio, único, que apenas cuesta identificar en medio de un mar de palabras, de imágenes y de emociones. Son creadores que, más allá de la sobrevalorada originalidad, tienen el misterioso don de involucrar al lector en ese universo particular; poseen la capacidad de lograr que nosotros, también desde nuestro silencio, nos reconozcamos en sus versos y compartamos, con una escalofriante complicidad, sus mismas preguntas, sus dudas, sus miedos, sus pasiones, sus sueños, su dolor o su pura alegría.
El caso de Federico García Lorca cumple todos los preceptos para que su poesía alcance las dimensiones que, sin duda, ha logrado, no sólo en nuestro tiempo, sino incluso en vida del autor, en unos años en los que sus versos corrían de boca en boca y su teatro ocupaba los escenarios españoles y de América Latina. Estamos hablando del escritor en lengua castellana más conocido y popular después de Cervantes y, quizá, el poeta español más apreciado, leído, citado y traducido en el mundo. Hay detrás de él y de su obra una fama que expande su figura por los cinco continentes. Es, por decirlo así, un mito contemporáneo, un personaje que encarna en sí mismo el vitalismo y la tragedia del artista y del hombre, y que condensa en su obra extraordinaria las grandes y universales contradicciones humanas.
En esta antología se ha tratado de mostrar al lector todos esos momentos y perfiles que, unidos, conforman al poeta que fue García Lorca dentro y fuera de su país: bien como emblema de lo español para la mirada extranjera —no olvidemos que la universalidad de Lorca proviene también de una lectura folclórica, castiza, romántica y andalucista (toro, gitano, navaja, luna, duende…) de su obra—, bien como criatura en permanente tensión entre el deseo y la realidad, la inocencia y la conciencia trágica de la vida. Y es que probar la poesía de Federico García Lorca, siquiera con el roce leve de los labios, siempre es una aventura; lo es para aquellos que nunca lo habían hecho hasta el momento y que se adentran por primera vez en el sabor intemporal de sus versos; lo es para quienes han leído ampliamente su obra y se vuelven a estremecer, a inquietar y a sorprender ante el caudal imaginativo, deslumbrante y simbólico de un discurso que no conoce límites, que multiplica sus efectos y que se alimenta, a partes iguales, de misterio y de asombro.
Superados los ochenta años de su asesinato en la Granada que le vio nacer, citar su nombre es congregar en apenas tres palabras —Federico García Lorca— un sueño de contrarios hermosamente conciliables: pasión y desengaño, naturaleza y hombre, emoción y mercantilismo, multitud y soledad, infancia y destino, placer y miedo, materialismo y espíritu, idilio y oscuridad, gracia y profecía, tradición y vanguardia, Andalucía y América, mitología y cristianismo, sangre y luz, pueblo y categoría, raíz y vuelo, vida y muerte, fugacidad y mito.
La labor que ha guiado esta antología, en la que se han elegido unos poemas y se han desestimado necesariamente otros, ha sido, en esencia, la de llegar con ella al gran público, recoger en sus páginas la variedad inherente a este autor, la que define su personalidad y sus contradicciones, sus dudas y su admirable coherencia de creador maravilloso, original y carismático, su condición de hombre luminoso y de criatura angustiada, oscura, atormentada por la muerte y por el vacío. Y para allanar el camino hacia lo verdaderamente importante de este libro —los poemas de García Lorca— invitamos al lector a emprender con nosotros un itinerario que recorre, en tres ciclos y catorce apartados, la vida del poeta, sus avatares, los periodos de su obra y los hilos invisibles que determinaron su deliciosa y seductora personalidad, la arrebatadora alegría que ocultaba un fondo dramático y su final, su violento asesinato convertido en símbolo de la fatalidad, en desenlace de tragedia clásica y en emblema del apocalipsis del siglo XX: un verdadero mártir de la sinrazón vivida en España durante la Guerra Civil y una víctima del cainismo y de la intolerancia.
I. CICLO DE LA IMAGINACIÓN: LA ANDALUCÍA MÍTICA (1898-1928)
1. Fuente Vaqueros: luz primera
En la infancia y la adolescencia de Lorca se hallan ciertas claves esenciales de su personalidad. Su nacimiento el 5 de junio de 1898 en Fuente Vaqueros, un pueblo de la Vega de Granada, y la experiencia de pasar los primeros años de su vida en contacto con la naturaleza, correteando por el campo junto a otros niños, dejaron en el poeta una huella positiva y un claro optimismo —«risa silvestre»— que encontraría temprano acomodo en sus escritos. Federico era el primogénito del matrimonio formado por Federico García Rodríguez, hacendado agrícola, dueño de tierras y cortijos, y Vicenta Lorca Romero, mujer de enorme sensibilidad que había ejercido de maestra de escuela y que poseía gran debilidad por la música, la poesía y las tradiciones orales (canciones populares, relatos…). Después de Federico vendrían al mundo más hermanos, aunque los que sobrevivieron fueron Francisco, Conchita e Isabel.
La primera infancia del poeta continuaría en la localidad cercana de Asquerosa (hoy Valderrubio), adonde se trasladó la familia hacia 1907. Fuente Vaqueros quedará, sin embargo, en la memoria del poeta como el pueblo tranquilo y oloroso de la Vega de Granada, «rodeado de chopos que se ríen, cantan y son palacios de pájaros y de sus sauces y zarzales que en el verano dan frutos dulces y peligrosos de coger. Al aproximarse hay gran olor de hinojos y apio silvestre que vive en las acequias besando al agua».¹
A este amor por los campos, los ríos y los árboles, vino a juntarse pronto su afición a las canciones y romances populares que oiría en el hogar familiar por boca de las criadas y de los mozos que se reunían al acabar la faena. «Mi infancia es aprender letras y música con mi madre, ser un niño rico en el pueblo, un mandón… Toda mi infancia es pueblo. Pastores, campos, cielo, soledad. Sencillez en suma.»²
Creció, pues, en un ambiente rural y doméstico, en contacto con el campo y bajo la mirada de una madre protectora que velaba por el pequeño, que cuidaba su educación y hasta vigilaba sus pasos, ya que Federico, debido a sus pies planos y al detalle congénito de tener la pierna izquierda algo más corta que la derecha, caminaba con torpeza, cimbreando peculiarmente su cuerpo. Él mismo aludía, en uno de sus poemas tempranos, a sus «torpes andares» y a que éstos podían ser causa de rechazo amoroso. Y no andaría muy desencaminado aquel pequeño que, pese a su gran sociabilidad con otros niños, evitaba participar en juegos que exigían agilidad y destreza. Sus preferidos eran los corros y sus canciones (La pájara pinta, La viudita, El arroyo de Santa Clara, El gavilán…); y, cuando no, su floreciente imaginación y su despierta virtud de observar cuanto le rodeaba se encontraban de pronto con el maravilloso espectáculo del paisaje andaluz de su infancia:
Siendo niño —evocaba el poeta—, viví en pleno ambiente de naturaleza. Como todos los niños, adjudicaba a cada cosa, mueble, objeto, árbol, piedra, su personalidad. Conversaba con ellos y los amaba. En el patio de mi casa había unos chopos. Una tarde se me ocurrió que los chopos cantaban. El viento, al pasar por entre sus ramas, producía un ruido variado de tonos, que a mí se me antojó musical. Y yo solía pasarme las horas acompañando con mi voz la canción de los chopos…³
Pero, además de los juegos infantiles y de ese don de niño contemplativo y observador, Federico mostró a muy corta edad un gusto especial por la representación. Él mismo confesaba su inclinación por construir teatritos y por montar altares para actuar en improvisados rincones de la casa. Entre sus recuerdos siempre quedó el regalo de un pequeño teatro que su padre había comprado en La Estrella del Norte, una conocida tienda de Granada. También evocaría más de una vez la llegada al pueblo de una pequeña troupe de gitanos que, durante varios días, deleitaba al pueblo con su humilde teatro de marionetas —aventuras de Cachiporra y otros personajes populares— que Federico nunca se perdía. También disfrutaba con las pequeñas representaciones que montaba en casa y para las que contaba siempre con un auditorio fiel y con colaboradores tan entregados como sus tres hermanos —Conchita, Paquito e Isabel—, sus primos, su madre y, sobre todo, las sirvientas. Fueron estas últimas, las criadas, las que dejaron una huella clara y fecunda en la infancia de Federico. El poeta nunca olvidó a Anilla la Juanera, a Dolores la Colorina y a Irene, que le enseñaron canciones, romances y versos dramáticos y alegres. «¿Qué sería de los niños ricos si no fuera por las sirvientas, que los ponen en contacto con la verdad y la emoción del pueblo?», declaraba el poeta en 1935, con motivo del estreno en Barcelona de su obra Doña Rosita la soltera.
2. Impresiones y paisajes
En el verano de 1909, el poeta se traslada con su familia a Granada. La decisión de vivir en la capital —aunque seguiría pasando los veranos en el campo— no fue del agrado de aquel muchacho de diez años que sentía profundamente tener que alejarse de ese paraíso primero que conformaba el paisaje de la Vega y el ambiente rural de unos orígenes a los que nunca renunciaría. De hecho, transcurridos los años, Federico seguía firme y fiel en su amor por la tierra que le vio nacer —«Me siento ligado a ella en todas mis emociones»—, reconociendo al mismo tiempo lo mucho que ese ambiente rural había afectado a su obra:
Mis más lejanos recuerdos de niño tienen sabor a tierra. Los bichos de la tierra, los animales, las gentes campesinas, tienen sugestiones que llegan a muy pocos. Yo las capto ahora con el mismo espíritu de mis años infantiles. De lo contrario no hubiera podido escribir Bodas de sangre.⁴
Parece innegable que una parte esencial de la poesía y del teatro de García Lorca se alimenta de las historias, de las leyendas, de la música y de las costumbres del entorno geográfico de la Vega. La experiencia de ese universo campesino caló intensamente en su vida, y no sólo como lugar idealizado al que necesitaba regresar cada cierto tiempo para activar su inspiración, sino como espacio y escenario de situaciones, de personajes y de hechos que sus ojos de niño retuvieron para siempre: el mundo de las criadas y de los jornaleros, las desigualdades sociales, las tradiciones que amparaban viejas injusticias, el resentimiento, la impotencia, el erotismo reprimido… Fue en esos años primeros cuando Federico desarrolló, como hemos señalado, su capacidad de observación, su mirada aguda y certera para recrear lugares y momentos que, partiendo de paisajes vividos, recordados, pasarían a convertirse en espacios simbólicos de las inquietudes humanas: el amor, la muerte, el deseo, la búsqueda de la identidad, la soledad…
La llegada a Granada removió en él, más si cabe, esa incipiente conciencia de las desigualdades sociales que había experimentado en su vida rural. Federico temía perder sus lazos con ese pasado en el que dejaba escuela y amigos. «Hoy de niño campesino me he convertido en señorito de ciudad», escribía el poeta desde sus años adolescentes.
Los niños de mi escuela son hoy trabajadores del campo y cuando me ven casi no se atreven a tocarme con sus manazas sucias y de piedra por el trabajo. ¿Por qué no corréis a estrechar mi mano con fuerza? ¿Creéis que la ciudad me ha cambiado? No… Vuestras manos son más sanas que las mías. Vuestros corazones son más puros que el mío. Vuestras almas de sufrimiento y de trabajo son más altas que mi alma. Yo soy el que debiera estar cohibido ante vuestra grandeza y humanidad. Estrechad, estrechad mi mano pecadora para que se santifique entre las vuestras de trabajo y castidad.⁵
Una vez encarrilada su vida en la capital andaluza y ya iniciado el Bachillerato —con el paréntesis de unos meses de estancia en un instituto de Almería—, Federico emprende estudios musicales con Antonio Segura Mesa, un verdadero maestro que encauzaría su sensibilidad hacia Beethoven, Debussy y Chopin, entre otros clásicos. Hasta esos días, el poeta había mostrado más afinidad por la música que por la literatura, de ahí que los amigos y los compañeros de clase le conocieran en ese tiempo como músico y como virtuoso del piano.
Se podría afirmar que en esos años, y hasta 1917, la vida del joven granadino estaba consagrada especialmente a la música, ya que a esos inicios en la canción y en los romances cantados de su infancia se une el estímulo que recibe del citado Antonio Segura, cuya influencia artística, filosófica e ideológica —ejercida hasta su muerte en 1916— se ve reflejada en el repertorio de temas, formas e imágenes que emplea Lorca en sus primeras obras. «Yo, ante todo, soy músico», dirá el poeta con vehemencia muchos años después (durante su viaje a Buenos Aires en 1933), sabedor de que fue la música el vehículo del que se pudo servir, en un primer momento, para dar salida a sus inquietudes.
El poeta andaluz se aproxima al arte por necesidad y por una exigencia vital. Lo hace, sin duda, en su primer libro, Impresiones y paisajes, escrito en prosa y dedicado con emoción a su maestro de piano: «A la venerada memoria de mi viejo maestro de música, que pasaba sus sarmentosas manos, que tanto habían pulsado pianos y escrito ritmos sobre el aire, por sus cabellos de plata crepuscular, con aire de galán enamorado…». Esta primera obra, publicada en 1918 en edición no venal y que costeó el padre de García Lorca, era, como veremos, más que una crónica de viajes por las tierras de España, un recorrido por el interior de las cosas, del «alma incrustada en ellas».
Pero para llegar a este libro inaugural, el autor tuvo que acabar, con más tropiezos que gloria, los estudios de Bachillerato y matricularse en la Universidad de Granada, ya en 1915, en el curso de acceso a las carreras de Derecho y de Filosofía y Letras. No sería un estudiante ejemplar ni brillaría por las notas obtenidas; sin embargo, su carácter, su ferviente inquietud por aprender y su talento artístico le permitieron congeniar desde el primer momento con profesores y compañeros decisivos para su formación, así como integrarse en círculos de amistad y en tertulias culturales. Como se ha señalado en muchas ocasiones, el ambiente intelectual que rodeaba al joven estudiante era de una riqueza sorprendente para una ciudad provinciana. Allí descubrió Federico la tertulia de «El Rinconcillo», situada en el café Alameda de la plaza del Campillo, donde se solía reunir un grupo de jóvenes intelectuales y artistas que, con el tiempo, desempeñarían importantes papeles en el mundo de la cultura, de las artes, de la educación y de la diplomacia. En los veladores de aquel café, incluso después de su traslado a Madrid, García Lorca compartió interminables charlas, entre otros con Manuel Ángeles Ortiz, Ismael González de la Serna, Melchor Fernández Almagro, Antonio Gallego Burín, José y Manuel Fernández Montesinos, Constantino Ruiz Carnero y Francisco García Lorca, hermano del poeta.
En el ámbito universitario, la figura del profesor Martín Domínguez Berrueta fue determinante en la formación de nuestro autor. Catedrático de Teoría de la Literatura y de las Artes, Domínguez Berrueta era un destacado discípulo de la corriente reformadora de la Institución Libre de Enseñanza, fundada en 1876 por Francisco Giner de los Ríos. Como docente forjado en el espíritu de aquella gran institución y como profesor progresista y renovador de los métodos educativos, era muy dado a organizar viajes con sus alumnos por los paisajes de España. Federico fue protagonista de varios de aquellos «viajes de arte» del catedrático institucionalista que le llevarían a descubrir tierras de Andalucía, Castilla, León y Galicia, así como a disfrutar de su primer encuentro con Antonio Machado en un instituto de Baeza, donde éste ejercía de profesor de francés, y con Miguel de Unamuno en la Universidad de Salamanca. Fue también el primer contacto del joven poeta de Granada con dos grandes referentes de la Generación del 98; todo un magisterio literario al que muy pronto uniría el de Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez.
Estos viajes de estudio fueron reveladores y un verdadero hallazgo para Federico, hasta el punto de despertar su vocación de escritor. De esta experiencia surgiría el ya citado libro en prosa Impresiones y paisajes, que más que un diario de viajes habría que valorar como una selección de estampas de fuerte influencia modernista en las que se entrecruzan paisajes castellanos, campos machadianos, rincones finiseculares de jardines en ruinas, recuerdos de ciudades muertas, espacios donde habitan las almas románticas que el siglo desprecia y numerosas referencias a figuras y personajes de la música, del arte y de la literatura: Beethoven, Schumann, Mendelssohn, Zuloaga, Darío de Regoyos, Unamuno…
3. A la conquista de Madrid
A la influencia de Domínguez Berrueta en la etapa universitaria de Federico cabe unir la poderosa presencia de Fernando de los Ríos, catedrático de Derecho Político Comparado y futuro líder del socialismo español. Considerado, en cierto modo, el padre intelectual del poeta, el que fuera sobrino del fundador de la Institución Libre de Enseñanza, don Francisco Giner de los Ríos, no tardó en advertir lo beneficioso que podría ser para su discípulo trasladarse a Madrid, tal y como
