Lorca esencial
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Esta edición de muchos de sus maravillosos poemas, preparada por Fernando Carratalá, está pensada para entrar en el mundo lorquiano y disfrutar de él... y no querer salir nunca jamás.
Federico García Lorca
Federico Del Sagrado Corazón De Jesus Garcia Lorca, nasceu a 5 de junho de 1898 em Fuente Vaqueros, na província da Andaluzia, no Sul de Espanha. Em 1915, em Granada, iniciou os estudos de Direito, Literatura e Composição na Universidade de Granada. Nos anos seguintes, tornou-se amigo de alguns dos intelectuais mais influentes de Espanha, como o compositor Manuel de Falla, o realizador Luis Buñuel ou o pintor Salvador Dali. Em 1918, publicou o seu primeiro livro, Impressões e Paisagens. Em 1919, a pedido do diretor do Teatro Eslava de Madrid, escreveu e encenou a sua primeira peça, El Maleficio de la Mariposa. Em 1921, publica o primeiro livro de poemas, a que chamou Libro de Poemas, uma seleção do seu trabalho desde 1918. O seu envolvimento no movimento avant-garde influenciou grandemente a sua obra poética e plástica nos anos seguintes, mas seria no folclore que encontraria a âncora para o seu primeiro grande sucesso, Romanceiro Cigano, uma emulação das músicas e poemas contados na Andaluzia, publicado em 1928. Em 1929, viajou para os Estados Unidos, onde foi testemunha atenta dos efeitos do Grande Crash de 1929, que inspirou Poeta em Nova Iorque, publicado postumamente, em 1948. O contacto com as situações mais extremas das realidades urbana, em Nova Iorque, e rural, em Espanha, foi determinante para a sua adesão ao teatro de ação social, de que é exemplo a obra-prima Trilogia Rural, denúncia apaixonada de uma sociedade burguesa classista e repressiva. As suas convicções sociais e afinidades políticas chamariam a atenção dos Nacionalistas de Franco. Pouco depois do início da Guerra Civil Espanhola, a 19 de agosto de 1936, sob a acusação de ser socialista e homossexual, Federico García Lorca foi detido e assassinado por uma milícia nacionalista. O seu corpo nunca foi encontrado.
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Lorca esencial - Federico García Lorca
En nuestra página web: www.edhasa.es encontrará el catálogo completo de Edhasa comentado
Ilustración de cubierta: dibujo de Federico García Lorca, julio de 1925
Diseño gráfico:RQ
mculEste libro ha recibido una ayuda a la edición de Ministerio de Educación, Cultura y Deportes
Primera edición impresa: noviembre de 2024
Primera edición en e-book: noviembre de 2024
© de la edición: Fernando Carratalá, 2024
© de la presente edición: Edhasa, 2024
Diputación, 262, 2º 1ª
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ISBN: 978-84-9740-940-7
A mi nieta Samara, con un añito recién cumplido.
Ha venido a este mundo para traernos alegría y esperanza.
LORCA ESENCIAL
ANTOLOGÍA POÉTICA COMENTADA
Introducción
El contexto histórico literario
En el primer tercio del siglo XX, la literatura española vive un segundo Siglo de Oro (lo que se ha llamado «la Edad de Plata»), al coincidir en el tiempo el modernismo, la generación del 98, el novecentismo, las vanguardias (creacionismo, ultraísmo, surrealismo...) y, por supuesto, los escritores –poetas y ensayistas– de la generación del 27 (y escritoras, pues no hay que olvidar a las llamadas «sinsombrero»). Desgraciadamente, la Guerra Civil tuvo consecuencias devastadoras para muchos de estos autores. Algunos murieron de manera temprana e inicua (García Lorca, asesinado en Granada, en 1936, a los treinta y ocho años; Miguel Hernández, en la cárcel de Alicante, en 1942, a los treinta y dos años); otros fallecieron en el exilio (Luis Cernuda, en México, en 1963 o Pedro Salinas, en Boston en 1951, ambos a los sesenta y un años), aunque muchos tuvieron vidas longevas: tanto los que se quedaron en España (Vicente Aleixandre, Gerardo Diego o Dámaso Alonso) como los que regresaron, tras un largo exilio, con el advenimiento de la democracia (Jorge Guillén y Rafael Alberti). El Premio Cervantes fue un reconocimiento más a los méritos poéticos de Aleixandre, quien consiguió el Nobel de Literatura en 1977, Diego, Alonso, Guillén y Alberti.
En cualquier caso, son estos nueve nombres los poetas más destacados de una generación que tuvo su arranque en las formas de la poesía pura para concluir en la poesía social. Y estas largas trayectorias vitales y poéticas –con variopintos estilos conforme avanzaba el siglo XX y la propia producción de cada uno–, así como el influjo que han ido teniendo en las sucesivas promociones poéticas, les ha permitido seguir iluminando con sus versos la memoria colectiva de varias generaciones. Y a ellos se les suman otros nombres que sería injusto dejar de citar: Emilio Prados, Manuel Altolaguirre, Fernando Villalón, José Bergamín, Juan Chabás, Pedro Garfias, Ernestina de Champourcín, Concha Méndez...
El arranque de una nueva generación poética
Entre los poetas del siglo XIX y principios del XX, gran admiración sintieron los de la generación del 27 por Bécquer, cuya huella se puede rastrear en los versos iniciales de García Lorca, Salinas, Cernuda y en los de Alberti; por Rubén Darío y por Unamuno y Antonio Machado; aunque es, sin duda, Juan Ramón Jiménez quien ejercerá sobre todos ellos un indiscutible magisterio. Precisamente, la antología que publica Gerardo Diego en 1932 (Poesía española. Antología 1915-1931), en la que se recogen «muestras» de todos los poetas del 27, arranca con una selección de versos de Unamuno, los Machado y Jiménez. De este último, al menos durante los diez o quince primeros años de su labor poética, reciben una indiscutible influencia; así, es común lo hermético del pensamiento poético y un estilo que tiene como norma el lenguaje escrito. Después, con el paso del tiempo, y una vez truncada la teórica cohesión del grupo por la Guerra Civil, cada uno evolucionará hacia un estilo personal, más cerceno a la pauta del lenguaje hablado, con una expresión más directa y una dicción más clara.
El testimonio de Luis Cernuda
«Entre los años 1920 y 1930 aparecen los libros primeros de una nueva generación poética. Federico García Lorca es quien se adelanta en 1921 con su Libro de poemas, y Jorge Guillén, el más tardío, con la edición primera de Cántico en 1928. Mediando de una fecha a la otra, se publican: Imagen, de Gerardo Diego, en 1922 (no es su primer libro, pero sí el más importante de sus primeros); Presagios, de Pedro Salinas, en 1923; Tiempo, de Emilio Prados, en 1925; Marinero en tierra, de Rafael Alberti, también en 1925; Las islas invitadas, de Manuel Altolaguirre, en 1926, y Ámbito, de Vicente Aleixandre, publicado, como Cántico, en 1928, pero anticipado a éste en algunos meses. No se ha aceptado una denominación común para este grupo de poetas; unos proponen que se le llame generación de la Dictadura, por la del general Primo de Rivera, que va de 1923 a 1929; pero, exceptuando la coincidencia cronológica, nada hay de común entre dicha generación y el golpe de Estado que instaura el directorio, y hasta se diría ofensivo para ella establecer tal conexión. A falta de denominación aceptada, la necesidad me lleva a usar la de generación de 1925, fecha que, aun cuando nada signifique históricamente, representa al menos un término medio en la aparición de sus primeros libros».
Así nos lo cuenta Cernuda. Parece extraño ese surgir en pocos años de un poeta tras otro, e incluso se ha llegado a hablar de «un nuevo siglo de oro de la poesía española, aunque expresarse así sea bastante prematuro...».¹
Rasgos distintivos de la Generación del 27
La primera manifestación pública de la generación tiene lugar en 1927 (de ahí su nombre), en el Ateneo de Sevilla. Con un recital colectivo de sus poemas, este grupo de poetas conmemoraba el tercer centenario de la muerte de Góngora, reivindicado como modelo de poeta lírico. Y, en palabras de Lorca, representaban «la mejor capilla poética de Europa».
En la obra citada, Cernuda esboza los caracteres de los poetas del 27 en sus primeros momentos: la predilección por la metáfora como instrumento expresivo, que se convierte en uno de los elementos capitales del poema y que significa, entre otras cosas, una primera aproximación a Sthéphane Mallarmé, jefe y teorizante de la poesía simbolista, y a Paul Valéry; la actitud clasicista, influencia de algunos poetas y escritores franceses coetáneos, como el propio Valéry; la influencia gongorina, a la que contribuyó la celebración del tercer centenario de la muerte de Góngora, pues éste consigue crear un bello mundo de imágenes valiéndose de una realidad ordinaria que altera y manipula, revalorizado por los trabajos estilísticos de Dámaso Alonso; y el contacto con el surrealismo, movimiento surgido en Francia de la mano André Breton en 1924, y que en España dio obras tan importantes como Poeta en Nueva York, de García Lorca, o Sobre los ángeles, de Alberti. También el chileno Pablo Neruda y el andaluz Vicente Aleixandre estuvieron inicialmente adscritos al movimiento surrealista. Este contacto con el surrealismo, según Cernuda, marca la separación de la generación del 27 en dos grupos: el primero, formado por Salinas y Guillén; el segundo, por García, Lorca, Aleixandre y Alberti. Gerardo Diego queda fluctuante, sin incorporarse ni a uno ni a otro grupo.
Modalidades estéticas de la Generación del 27
Hasta 1930, pueden señalarse cuatro tendencias diferenciadas en la estética de la generación del 27:
Poesía «pura», representada por Pedro Salinas y Jorge Guillén, que rehúye la retórica sentimental y prescinde de todo cuanto no posea un valor estrictamente estético. A esta modalidad puede sumarse también la poesía inicial de Dámaso Alonso.
Poesía completamente deshumanizada, adscrita a las innovaciones ultraístas y creacionistas, como la de Gerardo Diego.
Poesía neopopularista, representada por Rafael Alberti y Federico García Lorca. A pesar de su estética culta, la profunda veneración que sienten por las formas populares los lleva a cultivar una lírica de tipo tradicional, basada en el romance y la graciosa métrica de los cancioneros medievales.
Poesía surrealista, representada por Vicente Aleixandre y Luis Cernuda. Explora el mundo del subconsciente y se transforma en arte irracional, plagado de metáforas incoherentes que reflejan los estados oníricos de la mente, al margen de controles racionales.
Con la Guerra Civil comienza la dispersión de los poetas del 27: muere García Lorca; Salinas, Guillén, Alberti y Cernuda optan por el exilio, y sólo Alonso, Diego y Aleixandre permanecen en España. Con ello, se quiebran unos lazos que estéticamente no eran muy firmes. Salinas y Guillén comienzan a cultivar una poesía más preocupada por los problemas que afligen al hombre de su época; las obras de Alberti, tras una breve etapa gongorina y surrealista, traducen una honda preocupación social; Dámaso Alonso, con Hijos de la ira, abre un nuevo estilo realista en la poesía española, a caballo entre el tremendismo y el existencialismo... En conjunto, la creación poética de los miembros de la generación del 27 está ya definitivamente alejada de aquel esteticismo y de aquel arte «deshumanizado» que habían cultivado con anterioridad a 1930.
La decisiva influencia de Juan Ramón Jiménez
Como ejemplo de la admiración que los poetas del 27 sintieron por Juan Ramón Jiménez en sus primeros años de quehacer poético, es suficiente el testimonio de Luis Cernuda, en un texto fechado en 1958, y por cierto nada encomiástico para el poeta de Moguer: «Jiménez creía en verdad que la poesía española había llegado con él a una cima de perfección antes nunca alcanzada por los poetas anteriores; por tanto, le resultaba grotesco e imperdonable que otros poetas más jóvenes pretendieran seguir escribiendo y (lo que agravaba todavía más su crimen) gustaran a los lectores. [...] De ahí la campaña de difamación que desde hacía unos veinte años emprendiera contra los poetas más importantes de la generación que yo mismo he llamado del 25. Cierto que con anterioridad a esa fecha solían circular por Madrid anécdotas más o menos divertidas acerca de alguna pulla de Jiménez contra Fulano o Mengano. Mas los que entonces lo admirábamos, ciegos ante la maledicencia diabólica ahí aparente, preferíamos considerarla más bien como justicia rara en medio de los compromisos y transigencias de la vida literaria española».²
Confiesa Cernuda que su «admiración juvenil» por su obra «se había ido extinguiendo, y de ella no quedaba rescoldo alguno; mi indiferencia era tal que ni siquiera tuve curiosidad de hojear Animal de fondo, uno de sus últimos libros». Sin embargo, también recuerda con devoción su primer encuentro con el poeta, a quien conoció por mediación de Pedro Salinas: «Quienes conozcan el lugar [los jardines del Alcázar de Sevilla] podrán suponer lo que su fondo añadiría, en la imaginación de un poeta mozo, a la presencia casi mítica del gran poeta, del maestro considerado como algo divino. [...] Me sentía como el creyente a quien en un trance sobrenatural se le permite vislumbrar un rincón del paraíso. Ese Jiménez-Jekyll, el autor de la Segunda antolojía poética y de otros libros que eran entonces mi delicia y mi guía (y cuánto trabajo me costaría luego librarme de ese tipo de poesía personal subjetiva, desatenta por completo ante la vida y el mundo, que Jiménez, heredero de los románticos, contagió, como con un virus, a sus admiradores), es el único que quisiera recordar. [...] Ése es el poeta al que debió otorgarse en aquellos años el premio literario, entonces más merecido que nunca, sólo obtenido al final de su vida, cuando, ahogado por el rencor, tendría para sus antiguos admiradores, los únicos que podrían apreciarlo, insultos y denuestos».
Pero ¿qué papel desempeña Juan Ramón Jiménez en esta nueva generación poética, la del 27? ¿Influye de manera más o menos explícita en los jóvenes poetas? ¿Recurren éstos, con cierto exceso, a la intertextualidad, insertando en sus propios versos palabras procedentes de versos de Juan Ramón Jiménez? ¿Puede hablarse, en algunos casos, de plagio descarado? Cierto es que los poetas del 27, uno tras otro, tomaban versos prestados de Juan Ramón Jiménez para construir los suyos propios, aunque cada cual siempre acaba interpretando con voz distinta. Por lo tanto, más que hablar de intertextualidad propiamente dicha –porque no se trata de disfrazar la repercusión de los versos ajenos en los propios–, hablaríamos, en todo, caso, de una «polifonía de voces», a través de la cual los poetas del 27, con Juan Ramón Jiménez de telón de fondo, exhiben un complejo juego de virtuosismo formal a través del cual ponen de manifiesto su intensa capacidad creadora.
La combinación de inspiración poética y técnica literaria
Juan Ramón Jiménez consideraba que la inspiración sola es insuficiente, y que se requiere una ingente labor de «orfebrería técnica» para poner en pie un poema que sólo ocasionalmente deja satisfecho a su autor (actitud resumida en dos palabras: trabajo y reflexión, que son los conceptos que desde un principio informan su quehacer poético). Este criterio es compartido, en cierta medida, por los poetas del 27, que buscan, asimismo, la perfección formal de sus poemas. Baste como ejemplo el original del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (1934), la larga elegía de intensa fuerza dramática, escrita por García Lorca en honor y recuerdo del famoso torero muerto en agosto de 1934 en la plaza de Manzanares. A este respecto, el testimonio de García Lorca, como inicio de su Libro de poemas (1921), es muy revelador: «En mis conferencias he hablado a veces de la Poesía, pero de lo único que no puedo hablar es de mi poesía. Y no porque sea un inconsciente de lo que hago. Al contrario, si es verdad que soy poeta por la gracia de Dios, o del demonio, también lo es que lo soy por
