TRAYECTORIAS SINGULARES, VOCES PLURALES: INTELECTUALES EN
LA ARGENTINA. SIGLOS XIX-XX. Mariano Di Pasquale y Marcelo Summo
(compiladores). Sáenz Peña: UNTREF, 2015. ISBN 978-987-1889-58-7
GARATEGARAY, MARTINA “Intelectuales en democracia: Los casos de Unidos y
Punto de Vista”. En: Trayectorias singulares, voces plurales. Intelectuales y política en
la Argentina, siglos XIX-XX. [Capítulo 8]. UNTREF. Tres de Febrero; 2015; p. 229 –
255.
Introducción: Las trayectorias intelectuales como problema
Mariano Di Pasquale/Marcelo Summo
Capítulo 1: Juan Manuel Fernández de Agüero y la renovación de la filosofía en la
Universidad de Buenos Aires, 1821-1827
Mariano Di Pasquale
Capítulo 2: Arte, saberes y política en Carlo Zucchi y sus corresponsales del Plata,
1827-1849
Rosalía Baltar
Capítulo 3: La causa del Fragmento preliminar: la voluntad filosófica de Alberdi, entre
el derecho y una ciencia de la política
Mercedes Betria
Capítulo 4: La republica enlutada y la república deseada en la voz y en la pluma del
clérigo jujeño Escolástico Zegada, 1813-1871
Federico Medina
Capítulo 5: “Nosotros, los americanos del sur…”: la búsqueda de la renovación y el
tópico americanista en Martín Fierro
Karina Vásquez
Capítulo 6: El peronismo y sus intelectuales
Guillermina Georgieff
Capítulo 7: Nación, cultura e intelectuales en las interpretaciones del joven
Jorge Abelardo Ramos Marcelo Summo
Capítulo 8: Intelectuales en democracia: los casos de Unidos y Punto de Vista
Martina Garategaray
Capítulo 9: La articulación de los espacios científico y político: Carlos Nino en la
presidencia de Alfonsín
María Cristina Basombrío
Intelectuales en democracia
Los casos de Unidos y Punto de Vista
Martina Garategaray
CONICET, Centro de Historia Intelectual de la UNQ, UBA
“Si cuando teníamos “pasado y presente” no éramos tan
duchos para entrever futuros, ahora que queremos tener
ciudades futuras, no se debería ser tan injusto u hostil
con nuestro pasado”
Horacio González1
Entre las décadas del sesenta y setenta, tuvo lugar el compromiso más fuerte de
los intelectuales con la política bajo el prisma de la revolución. La violencia permeó
todas las significaciones y se convirtió en el fundamento del orden social, ya sea como
control del conflicto o como respuesta legítima a la violencia desde arriba, y hasta fue
justificada por un sector de la Iglesia, los curas tercermundistas. Las verdades de
aquellos años se sostenían en la politización de la cultura, en la revolución violenta
como vía al socialismo, y en la reivindicación de la lucha armada; todos estos
imaginarios se correspondían con un tipo de intelectual comprometido y orgánico. Entre
la intelectualidad de izquierda, peronista o socialista, la idea de que la revolución era un
hecho inminente marcó las acciones y las apuestas de muchos por la lucha armada como
la opción más válida de compromiso político. Lo que los llevó a la militancia y a un
amplio debate sobre la identidad del intelectual (en muchos casos al desarrollo de
actitudes antiintelectualistas).
La “vuelta a la democracia” trajo aparejada una fuerte crítica, en términos
“autocríticos”, del rol del intelectual en las décadas anteriores, y puso en cuestión su
vínculo con la política. Fundamentalmente su subordinación a los proyectos
revolucionarios y la politización de la cultura. En estas páginas revistaremos las
posiciones de los intelectuales de “izquierda” a partir de dos revistas emblemáticas de
los años ochenta y representantes de los imaginarios peronista y socialista: Unidos y
Punto de Vista2. Hemos optado por explorar las posiciones político-intelectuales en
revistas por entender que las mismas son un espacio privilegiado de la intelectualidad
argentina ya que las ideas y los debates de una época tienen un espacio de expresión y
constitución en las publicaciones. Es nuestra hipótesis que en las páginas de Unidos y
Punto de Vista quedaron las marcas de ciertas operaciones político-ideológicas que
supusieron un nuevo compromiso por parte de estos intelectuales con la política.
Las revistas
Antes de adentrarnos en Unidos y Punto de Vista, es necesario ubicarlas en un
mapa de revistas. Si bien los años de la “transición a la democracia” significaron un
auge en la proliferación de revistas3, en este mapa el recorte elegido está signado no
sólo por la impronta de la vuelta a la democracia, que en nuestra periodización abarca
desde fines de la década del ´70 hasta principios de la década del „90, sino también por
1
González, (1986), 254.
Sobre estos temas pueden verse Sigal, (2002); Terán, (1993); Gilman, (2003); de Diego, (2007); Patiño,
(2000) y (1998) y (1997).
3 Sin por ello desconocer que antes de la dictadura militar las abundantes revistas constituían un espacio
privilegiado de intervención política e intelectual. Con respecto a las revistas latinoamericanas en la
democracia puede consultarse: Patiño y Sosnowski (Comp.) (1999). Patiño (2006), Tarcus (ed) (2007).
2
1
las problemáticas de aquellos años4. Y en este recorte, sólo incluiremos a aquellas
revistas que llamamos “políticas”, es decir que pretendieron erigirse con un propósito
abiertamente político e ideológico y que se convirtieron en un espacio de conexión entre
el campo intelectual y el político. A pesar de que las mismas en algunos casos no se
identificaran como tal y que por diversas razones prefirieron autodenominarse
culturales, literarias o periodísticas, consideramos que intervinieron de un modo político
sobre la esfera pública, y se vieron sujetas a sus definiciones y tensiones5.
Campo de las revistas políticas durante la década del ochenta
Revista
Lugar y año Director y colaboradores Definición
Conexión institucional
de
destacados
política o campo
publicación
político
ideológico
Punto de Vista
Buenos
D: Beatriz Sarlo
Izquierda
Club de Cultura
Aires, 1978- CR: Carlos Altamirano,
socialista
Socialista
2008
María Teresa Gramuglio,
90 números
Ricardo Piglia (hasta el
número 16), Hilda Sábato,
Hugo Vezzetti, José Aricó,
Juan Carlos Portantiero,
Adrián Gorelik, Raúl
Beceyro, Jorge Dotti,
Rafael Filippelli, Federico
Monjeau y Oscar Terán.
Controversia
México
D: Jorge Tula
Socialismo y
Comisión Argentina de
1979-1981
CR: Carlos Ábalo, José
peronismo de
Solidaridad
14 números
Aricó, Sergio Bufano,
izquierda
Sergio Caletti, Nicolás
Casullo, Ricardo
Nudelman, Juan Carlos
Portantiero, Héctor
Schmucler y Oscar Terán
Testimonio
Barcelona
Álvaro Abós, Hugo
Peronismo
Latinoamericano 1980-1983
Chumbita y Jorge Bragulat
Línea
Buenos
José María Rosa
Aires, 1980- Rubén Ricardo Contesti
2012
en
formato
digital
Crear
1980
D: Oscar Castellucci
JR: Oscar Merlo
Crear en la 1981-1982
Se incorporan: Domingo
cultura nacional
Arcomano, Oscar Bosetti,
Alejandro Guetti, Esteban
Crear para el 1983-1984
Felgueras, Abel Posadas,
Revisionismo
histórico,
peronismo
Partido Justicialista
Cultura nacional Independiente
y popular
4
Solo por poner algunos ejemplos, excluimos de este mapa revistas de amplia trayectoria como Cabildo o
Criterio, las revistas de partido como Cuadernos del PC y Movimiento, las revistas militantes como
Jotapé, y las periodísticas o de humor como El Periodista de Buenos Aires y Humor. Si bien un mapa más
exhaustivo obligaría su incorporación, exceden las pretensiones de este trabajo.
5
Tomamos como referencia para el armado del mapa el trabajo de Juan Pecourt, (2008).
2
proyecto
nacional
1987-1989
Crear en el
pensamiento
nacional
El Porteño
Buenos Aires
1982-1993
Números 1 al
134
Primera
época
Unidos
Buenos Aires
1983-1991
23 números
El Despertador
La Ciudad
Futura
Buenos Aires
1985-1991
Eduardo Romano, Oscar
Sbarra Mitre, Eduardo
Astesano, Fermín Chávez,
Nicolás Casullo, Norberto
Galasso, Pablo Hernandez.
D: Daniel Levinas
JR: Miguel Briante
SR: Jorge Di Paola
(hasta1989)
Progresismo de
izquierda
Independiente
D: Carlos Álvarez
C: Arturo Armada, Pablo
Bergel, Hugo Chumbita,
Cecilia Delpech, Salvador
Ferla, Horacio González,
Norberto Ivancich, Oscar
Landi, Roberto Marafioti,
Mona Moncalvillo, Diana
Dukelsky, Enrique
Martínez, Claudio Lozano,
Ernesto López, Vicente
Palermo, Víctor Pesce,
Felipe Solá y Mario
Wainfeld,
C: José Pablo Feinmann,
Álvaro Abós, Nicolás
Casullo, Artemio López,
Julio Godio, Daniel García
Delgado y Alcira
Argumedo.
E: Juan Carlos Bisio
CE: Hugo Chumbita (hasta
1986), Rubén Darío
Gómez y Luis Marmol.
Peronismo
renovador
Unidad Básica de
Gurruchaga
Peronismo
renovador
1986
DP: Alberto Carbone
CG: Esteban Tancoff
JR: Horacio Montecoral
Buenos Aires
1986-1998
2001-2003
D: José Aricó, Juan Carlos Socialismo
Portantiero y Jorge Tula
CE: Jorge Dotti, Javier
Frenzé, Carlos Altamirano,
Emilio de Ípola, Rafael
Filipelli, Julio Godio, José
Nun, Beatriz Sarlo,
Marcelo Lozada, Hugo
Club de Cultura
Socialista
3
Vezzetti, Héctor Leis.
Plural
Buenos Aires D: Daniel Divinsky
Alfonsinismo
1985-1989
SD: Amalia Scheuer
13 números
CR: Emilio
Weinschelbaum, Victoria
Itzcovitz, Jorge Cortiñas,
José María Monner Sans
(h), Dardo Cúneo (h), Juan
Carlos de Brasi.
Crisis (segunda Buenos Aires D: Vicente Zito Lema
Izquierda
época)
1986-1987
AE: Osvaldo Soriano y
Números 41 Eduardo Galeano (hasta
al 53
1987)
SR: Carlos Dominguez,
Jorge Boccanera
D: Eduardo Jozami y José
1987-1990
Díaz Coladero
Alternativa
Mendoza
D: Rolando Concatti
Cristianismo
Latinoamericana 1985-1991
peronista
11 números
Cuadernos de la Santa Fe
D: Horacio González
Peronismo
Comuna
Junio 1987renovador
noviembre
1991
Fundación Plural
Independiente
Tercera época
Acción Popular
Ecuménica
Comuna del Puerto
General San Martín,
Provincia de Santa Fe
D: Director; CR: Consejo de Redacción; CE: Consejo Editorial; AE: Asesores Editoriales, JR; Jefe de
Redacción; SR: Secretario de Redacción; DP: Director Periodístico; CG: Consejo General: C:
Colaboradores.
Los 23 números de la revista Unidos salieron entre mayo de 1983 y agosto de
1991. Dirigida por Carlos A. Álvarez, en su consejo de redacción reunía a políticos e
intelectuales peronistas que buscaban desatar un debate en el plano de las ideas para
discutir y reponer al peronismo en el nuevo contexto democrático6. En su primer
editorial titulado “Quienes somos”, se presentaba tanto a la publicación y su proyecto,
como a sus miembros:
Esta publicación es el resultado del encuentro de un conjunto de
militantes peronistas que, desde diferentes opciones coyunturales,
acordamos contribuir al proceso de institucionalizar la lucha por las
ideas.
…la revista no es la expresión de una línea, sector o agrupamiento sino
vehículo de la diversidad de matices que conforman un mismo sistema
de pensamiento.
(…)
Lo que se escriba será punto de partida para una profundización que
creemos imprescindible, fundamentalmente cuando la alternativa del
6
Consejo que estaba integrado en todos o algunos de los números por Arturo Armada, Pablo Bergel,
Hugo Chumbita, Cecilia Delpech, Salvador Ferla, Horacio González, Norberto Ivancich, Oscar Landi,
Roberto Marafioti, Mona Moncalvillo, Diana Dukelsky, Enrique Martínez, Claudio Lozano, Ernesto
López, Vicente Palermo, Víctor Pesce, Felipe Solá y Mario Wainfeld, y los colaboradores: José Pablo
Feinmann, Álvaro Abós, Nicolás Casullo, Artemio López, Julio Godio, Daniel García Delgado y Alcira
Argumedo.
4
poder gubernamental desafía la vigencia de la Revolución Peronista.
Más allá de la insuperable obra doctrinaria que nos legara la relación
entre el General Perón y su pueblo, el pensamiento justicialista, se
enriquece a partir de los aportes que conducen a hacer de la idea, uno
de los principales instrumentos de la lucha política. Las ideas, junto a
la organización, ayudan a vencer al tiempo, sino también le oponen un
muro infranqueable al oportunismo o la desviación.7
De este modo Unidos se ubicaba entre las ideas y la acción política; como una
revista de “militantes peronistas” que buscaban “institucionalizar la lucha por la idea”
trazaba un camino que no era ni común ni fácil teniendo en cuenta el lugar que los
intelectuales solían tener para la tradición peronista.8 Más allá del llamado a hacer de
sus páginas un espacio del debate intelectual, la revista claramente acompañó las
desventuras del peronismo hasta su último número en agosto de 1991. Primero, apoyó
las candidaturas de Lúder y Bittel (Álvarez se había desempeñado como asesor de
Bittel), después de la derrota electoral impulsó la emergencia del proyecto renovador
frente a los denominados “ortodoxos”, identificados con lo viejo del peronismo, con el
peronismo no democrático, y dentro de este heterogéneo grupo, se pronunció por el ala
cafierista (el propio Álvarez colaboró en la redacción de los discursos del Frente
Renovador). Frente a la victoria de Menem en las internas partidarias de 1988 y su
desembarco en el ejecutivo nacional en 1989, la revista propició la ruptura partidaria y
acompaño el surgimiento del bloque opositor peronista: “el grupo de los ocho”
integrado, entre otros, por “Chacho” Álvarez.
La revista se ocupó de los avatares internos del peronismo, las internas entre los
sectores renovadores y ortodoxos en los Congresos partidarios del Odeón, Río Hondo y
La Pampa y de su performance electoral en las elecciones legislativas de 1985,
legislativas y de gobernadores en 1987, la interna justicialista de 1988 y las elecciones
nacionales de 1989. Pero también se registraron en sus páginas las opiniones
concernientes al alfonsinismo, al liberalismo y la modernidad y las posiciones de sus
miembros en torno al los conflictos bélicos, los alzamientos militares y la crisis
económica. Podemos decir que Unidos intervenía hacia adentro del peronismo,
buscando construir al “verdadero peronismo”, y hacia afuera disputándole los sentidos
políticos al radicalismo alfonsinista, y lo hacía en tiempo presente y pasado. Al paso
que abordaba las temáticas que hacían a las problemáticas de la transición democrática
argentina y al gobierno de Alfonsín, resignificaba el pasado reciente del peronismo.
Punto de Vista comenzó a salir en 1978 y nucleaba a intelectuales de la
izquierda argentina frente al desafío, en pleno Proceso de Reorganización Nacional, de
debate crítico. Dirigida por Beatriz Sarlo hasta su último número de abril de 2008, por
su consejo de redacción pasaron personalidades como Carlos Altamirano, María Teresa
Gramuglio, Hilda Sábato, Hugo Vezzetti, José Aricó y Juan Carlos Portantiero, entre
otros9. Más allá de la heterogeneidad de figuras, los miembros de Punto de Vista
también reconocían un pasado compartido, si para Unidos era “la militancia peronista”,
7
Revista Unidos, Editorial, (1983), 1.
Un lugar que llevaba la marca de Arturo Jauretche y su crítica a la “intelligentzia” por su divorcio con la
realidad y con lo nacional.
En otro lugar desarrollamos la implicancia de reponer en los años ochenta “la lucha por la idea” como
herencia del General y el contexto de disputa por el poder por parte de Montoneros en el que Perón acuñó
dicha frase. Garategaray, (2011).
9
El Consejo de redacción en los números 12 al 15 estuvo integrado por: Carlos Altamirano, Ricardo
Piglia, Beatriz Sarlo, Hugo Vezzetti, en el número 16 Piglia abandona Punto de Vista y a partir del
número 17 se incorporó Hilda Sábato, desde el número 20, José Aricó y Juan Carlos Portantiero, a partir
del 42 Adrián Gorelik y en el 53 un Consejo Asesor integrado por: Raúl Beceyro, Jorge Dotti, Rafael
Filippelli, Federico Monjeau y Oscar Terán.
8
5
para Punto de Vista era la “intelectualidad de izquierda” que articulaba experiencias
como la militancia política en el Partido Comunista y la experiencias editorial de Los
Libros de cuyo comité Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano y Ricardo Piglia habían
formado parte10. Si bien la revista enmarcaba su pertenencia al mundo de las letras y a
un proyecto literario, no tardó en asumir posiciones que la ubicaron en el terreno
cultural, cerca de la cultura política1112.
En el período que va, desde que Punto de Vista sale hasta 1991, podemos
establecer un corte en 1983 y otro con la emergencia del menemismo en 1989. La
revista surge de modo oposicional a la dictadura militar, sus primeros números estaban
escritos entre líneas y firmados con seudónimos y esta práctica se abandona en el
número 12, de julio-octubre de 1981, frente a la distensión del régimen militar en el que
aparece el Consejo de Dirección y Jorge Sevilla cede el lugar a Beatriz Sarlo en la
dirección. La segunda etapa se inicia con la incorporación al grupo original, en 1983, de
José Aricó, Juan Carlos Portantiero, Oscar Terán y Emilio de Ípola. Con ellos tendrá
lugar un giro hacia la teoría política, las relaciones entre democracia y socialismo, y la
revisión del pensamiento marxista. Una etapa fuertemente vinculada al alfonsinismo y
la participación de todos los miembros del comité de redacción de la revista, en el Club
de Cultura Socialista que podemos decir que culmina con la crisis del gobierno radical
y la emergencia del menemismo.13
Una vez instalado Menem en el ejecutivo nacional, la revista será critica a su
gestión y a su estilo político, manifestando su disconformidad con lo que consideraban,
“una derecha populista” lejos del pueblo. Esta mirada la situaba, a pesar del tono crítico
de Beatriz Sarlo con respecto a la tradición peronista en su conjunto, cerca de las
posiciones de Unidos con respecto al menemismo.
10
Los Libros, se creó en 1969 bajo la dirección de Héctor Schmucler y el respaldo de editorial Galerna y
fue cerrada por el Proceso en 1976. En sus comienzos buscaba dar cuenta de los debates en torno al
estructuralismo francés, y las novedades en humanidades y ciencias sociales, no obstante para 1971, al
compás de los sucesos políticos, vira hacia la cultura y la política para asentarse firmemente en la política
para 1973. En 1975 le imprimen su marca a la dirección Sarlo y Altamirano, que pertenecían al Partido
Comunista Revolucionario que era una escisión maoista del Partido Comunista, y Piglia de Vanguardia
Comunista. Esta agrupación financió los primeros números de Punto de Vista. Ver Plotkin y González
Leandri (2000).
11
En sus páginas se hacen manifiestas nuevas lecturas o relecturas de la historia de las ideas, la teoría
política, la sociología de la cultura y la crítica literaria. Desde esta estrategia de búsqueda, se introduce el
último Barthes, la sociología de Pierre Bourdieu y los estudios culturales británicos, particularmente
Raymond Williams, autores cruciales para la reforma de la crítica literaria de los próximos años. En el
plano literario, se discutía a Juan José Saer y, más tarde, Sebald y una clara relectura de Sarmiento,
Borges y las vanguardias.
12
En este sentido, enmarcados en el período que nos interesa explorar, aparecen editoriales en los
números de 1983, apoyando la emergencia democrática y al gobierno de Alfonsín, en julio de 1987,
repudiando los sucesos de Semana Santa, y en julio de 1989 criticando al gobierno de Menem.
13
La fundación del Club, en julio de 1984, fue el resultado de la fusión del grupo de la Revista Punto de
Vista y el grupo de Pasado y Presente que había transitado su exilio en México y que se había ampliado
en las experiencias de la Revista Controversia y del Grupo de Discusión Socialista. Su grupo fundador
estaba integrado por: José Aricó, Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano, Juan Carlos Portantiero, María Teresa
Gramuglio, Sergio Bufano, Marcelo Cavarozzi, Alberto Díaz, Rafael Filippelli, Ricardo Graziano,
Arnaldo Jáuregui, Domingo Maio, Ricardo Nudelman, José Nun, Osvaldo Pedroso, Sergio Rodríguez,
Hilda Sábato, Jorge Sarquís, Jorge Tula, Oscar Terán, Hugo Vezzetti, Emilio de Ípola. En 1993, después
del sacudón provocado por la muerte de “Pancho” Aricó en 1991, sobrevino otra crisis en el Club. Frente
a la apatía que producía el menemismo un sector impulsó la idea de revigorizar al Club promoviendo una
inserción mucho más directa y activa en la vida política argentina. Otro sector -mayoritario- optó por
reconocer la necesidad de cambios pero que los mismos debían implementarse de manera gradualista.
Como consecuencia de la crisis, Beatriz Sarlo, Hugo Vezzetti, Rafael Filippelli, Adrián Gorelik y otros
dejaron de pertenecer al Club.
6
En estas páginas revisaremos, al compás de los valores de la naciente
democracia, las posiciones de estas revistas con respecto al vínculo de los intelectuales
con su pasado reciente y con la política en los años ochenta, al paso que iremos trazando
un diálogo común entre las constelaciones ideológicas peronista y socialista14.
Intelectuales y Política
En febrero de 1983 la revista El Porteño, que se definía como “una revista
cultural que desde el comienzo se insertó en los aspectos cruciales de la realidad
argentina”,15 abrió el debate en torno al intelectual. En el apartado destinado a discutir
estas cuestiones podía leerse que “mientras la implantación del régimen militar significó
la desarticulación de las variadas formas de vinculación entre políticos e intelectuales, la
disolución de este régimen reabrió progresivamente la posibilidad y necesidad de
establecer nuevas vinculaciones16.” Y por ello Ford, Sarlo y Muraro eran convocados
para pensar estas nuevas vinculaciones.
La pluma de Beatriz Sarlo, frente a la “apertura” ponía la discusión en estos
términos:
Me parece que, en la etapa que se abre, el intelectual estará enfrentado
a una doble tarea cuya resolución condicionará de manera más o menos
fuerte el futuro. La reconstrucción por un lado de su propio campo,
fragmentado por el exilio. La reconstrucción, por otro lado, de la trama
de relaciones que, en la historia política argentina, vinculó a la capa
intelectual, en sus facciones de izquierda o peronistas, con los sectores
populares”.
(…)
Creo que durante mucho tiempo nos esforzamos por pensar, actuar y
polemizar desde lugares que no eran los que estábamos ocupando
realmente. Y entonces pensábamos y actuábamos en nombre de, ya
sea, la clase obrera, el partido, el líder, etc…
(…)
…reivindicar la legitimidad de ser un intelectual en la sociedad
argentina; pero no implica ni comodidad ni falta de obligaciones.
Supone deberes, supone responsabilidades; pero supone al mismo
tiempo derechos, es decir el derecho a la propia identidad.
(…)
Para decirlo con la jerga de la literatura, un nuevo argumento necesita
de nuevos personajes. Para decirlo con la de las ciencias sociales, una
nueva trama democrática necesita nuevos actores17.
14
En el número 23 de Punto de Vista aparece una reseña escrita por Carlos Altamirano estimulando la
aparición de Unidos (Altamirano (1985), 48) y al poco tiempo realizan de forma conjunta Punto de Vista
y Unidos una mesa redonda en torno a la democracia y el cambio social, temas centrales para sus
perspectivas político ideológicas, en la sede del ILET. Esta mesa, entre “intelectuales del área socialista
(miembros directivos de Punto de Vista): Carlos Altamirano, José Aricó, Juan Carlos Portantiero y otros
del área peronista: Alcira Argumedo, Nicolás Casullo, Julio Bárbaro, Carlos Chacho Álvarez y Vicente
Palermo fue presentado como un diálogo entre los tildados de “nuevos demócratas”, y los
“socialdemócratas”. Resulta pertinente recordar que Casullo, Aricó y Portantiero formaron parte de la
dirección de la revista Controversia en el exilio mexicano.
15
Levinas (1982), 1. La primera época de El Porteño va desde el número 1 de enero de 1982 hasta el
número 134 de 1993. Con Director Editorial: Gabriel Levinas, Jefe de redacción Miguel Briante,
Secretario de redacción: Jorge Di Paola. En el número 13 de enero de 1983 cambia por Gustavo Wagner.
16
Bajo el título “Las otras reivindicaciones de la sociedad Argentina” se publicaron 3 artículos
presentados por Andrés Fontana. El de Heriberto Muraro “La capacidad para subsistir”, el de Aníbal
Ford, “El modelo peronista” y el de Beatriz Sarlo “La historia más reciente” en El Porteño, número 14,
febrero de 1983.
17
Sarlo (1983), 54 y 56.
7
Con estas palabras Sarlo sintetizaba los temas que suponían una ruptura con
décadas anteriores y trazaba los lineamientos de lo que consideramos las claves de los
ochenta con respecto al intelectual: ¿cómo se define la identidad del intelectual? ¿Cómo
asume su singularidad? ¿Cómo se vincula con los sujetos populares? En este sentido, se
ubicaba lejos de otras pretensiones como la de la revista Crear que se había propuesto
fijar el camino de los intelectuales nacionales y populares como “el proyecto político
cultural de la liberación nacional”18. Y se ubicaba lejos también de las miradas
omnicomprensivas que Sigal pone en estos términos:
“Quienes se habían inscripto, con las armas o las palabras, en
proyectos revolucionarios, encontraban ahora la posibilidad de hablar
en nombre propio y no ya, como en el pasado, como portavoces de
otras entidades: Pueblo, Nación o Revolución. En el debate sobre la
democracia la intelectualidad podía asumir, y asumió, una intervención
en primera persona, en nombre de valores que eran ahora los suyos: la
Ley, los Derechos Humanos, la Conciencia”19.
Sigal evidencia el surgimiento de nuevas tramas conceptuales, desvinculadas de
los grandes relatos y las nociones totalizadoras, que tuvieron su peso en la definición de
la acción política, sostenidas en valores como el disenso, el debate, el pluralismo, la
racionalidad y el respeto. Si estos conceptos nutrieron al pensamiento intelectual de los
años de la transición, resulta interesante, sin embargo, señalar que el pasaje de
sustantivos con mayúsculas a otros sustantivos, también con mayúsculas, deja entrever
la persistencia de conceptos universales en la cultura de los años ochenta. En otras
palabras, pone de relieve la tensión latente en esos años entre los viejos y nuevos
lenguajes ya que creemos que si bien los conceptos son otros, no hay nada “propio” en
los Derechos Humanos o la Conciencia frente al Pueblo o la Nación. Sin embargo, esta
operación de apropiación ciudadana, tal como la detalla Sigal, resultaba un proceso
indispensable para la consolidación del lenguaje democrático.
En la tarea de definir estos nuevos lenguajes y a sus nuevos actores, a los que
convocaba Sarlo, se encontraban los intelectuales de Punto de Vista que frente a la
apertura democrática afirmaban:
Para que un proceso de democratización efectiva pueda abrirse paso
(…) la Argentina tiene que transformarse. La democracia podrá
arraigar como hábito, como cultura política, únicamente si esa
transformación no es concebida como tarea de elites.
(…)
Las reconstrucciones de la cultura argentina, de sus instituciones y de
sus redes, de todo aquello que ha sido degradado material e
ideológicamente, constituirá un desafío para los intelectuales. Porque
esa reconstrucción exigirá debate y espíritu crítico, pero también
nuevas ideas. Y los intelectuales no deben participar de ella con
mentalidad de preceptores o de profetas, sino como ciudadanos20.
Estas palabras remitían a un nuevo rol de los intelectuales, lejos de la tradición
socialista que consideraba que el pueblo debía ser guiado y los intelectuales
Crear (1983), 3. Crear se definía como “revista de intelectuales” pero de intelectuales surgido del
pueblo, y que reconociendo un problema en torno al rol del intelectual afirmaba que ese problema era el
de “la enajenación”. Al proponerse seguir la huella trazada por Arturo Jauretche y su crítica a los
intelectuales como una “intelligentzia”, una elite representante de los intereses de la oligarquía y por lo
tanto divorciada de la realidad y del pueblo, la revista enfatizaba el carácter popular del intelectual,
volviendo sobre debates que se correspondían más las décadas pasadas que con los debates de los
ochenta.
19
Sigal (2002), 3.
20
Editorial Punto de Vista (1983 a), 3.
18
8
desempeñaban en ese camino una función educadora. Pero, también lejos de la
“constelación ideológica populismo nacionalista” que fue “el polo de referencia para
una fracción cada vez más numerosa de intelectuales provenientes de las capas medias
progresistas”.21 Puede inferirse que era un modo de saldar el tipo de vínculo que habían
estimulado en el pasado reciente y que ahora era cuestionado; y era un modo también de
trazar la singularidad socialista frente al denostado peronismo y a sus comportamientos
anacrónicos como la quema del cajón fúnebre con las siglas R.A. q.e.p.d en el acto de
cierra de campaña por parte de Herminio Iglesias.
En el número 19 de Punto de Vista, frente a la victoria electoral de Alfonsín se
daba forma al programa intelectual que se desplegaría en sus páginas y que, mediado
por cierto apoyo al alfonsinismo, era el de “reexaminar críticamente nuestro pasado
más reciente, condición indispensable para la producción de una izquierda que no
sucumba a la doble y deformante tensión hacia el populismo o el dogmatismo”22. A ello
colaboraba el corte que las teorías transicionistas y las ciencias sociales habían
establecido entre el autoritarismo y la democracia (y que Alfonsín había asumido como
parte integral de su programa político demonizando el pasado). El pasado se convertía
en límite de la identidad intelectual en democracia, y se teñía de una fuerte autocrítica:
Estamos hoy enfrentados a todo nuestro pasado y se sabe, allí no todas
las condenas ni todas las acusaciones pueden tener a los militares como
objeto. Nuestra autobiografía tiene un lugar abierto para nuestras
responsabilidades… (la) soberbia nos hizo creer…que en la claridad de
la revolución futura nos habíamos convertido en los amos de la
historia23.
Sarlo sostenía que los presupuestos del pasado debían transformarse:
Estaba en primer lugar, la certidumbre de que el discurso de los
intelectuales debía ser significativo para la sociedad, y especialmente,
para los sectores populares. Por lo tanto que debía plantear
articulaciones generales con los que se consideraban grandes
problemas del momento, moverse desde las cuestiones parciales y
específicas hacia las perspectivas globales: instalarse, en consecuencia,
en la esfera pública y colocarlos en relación con la política24.
En segundo lugar, cabía revisar el interlocutor imaginario de los intelectuales, el
pueblo, la nación, la clase, el partido como apuntamos con Sigal. Todas creencias que
para la directora de Punto de Vista habían estado destinadas a la búsqueda de mayor
visibilidad por parte de los intelectuales. Es así que se cruzaron en el pasado, la lógica
intelectual y la lógica política, con la consecuente “rendición de la lógica intelectual”25.
Ni en el peronismo ni en los partidos de la izquierda revolucionaria se
podía actuar y pensar al mismo tiempo. Entonces la acción comenzó a
devorar a la razón crítica sobre la que, de algún modo, se había
fundado este movimiento vasto de incorporación de intelectuales y
artistas a la política.
(…)
la política se convirtió en criterio de verdad y aseguró un fundamento
único a todas las prácticas.26
Si bien la politización era criticada, debía evitar caerse en la despolitización. La
crítica de Sarlo descansaba en que frente al inconformismo revolucionario de los
21
Altamirano, (1983),18.
Editorial Punto de Vista (1983 b), 3.
23
Sarlo, (1984), 2.
24
Sarlo, (1985). 3.
25
Ibídem, 4.
26
Ibídem, 5.
22
9
setenta, no debía erigirse el conformismo, frente a la mimesis tampoco debía adoptarse
la escisión. La intelectualidad estaba destinada a navegar en esos espacios del
pensamiento, por lo que llamaba a revisar ese pasado y a trabajar sobre esos límites. En
sus palabras, “trabajar sobre nuestro encierro corporativo, en el reconocimiento de que
también el lugar de los intelectuales y su función pueden ser transformados”27. Se
trataba de recuperar ese lugar de intervención pública de los intelectuales.
En diciembre de 1985, Unidos organizó una mesa redonda sobre un difícil
matrimonio: el intelectual y la política en el pasaje de la década del ´60 a la del ´80. Se
dieron cita Ariel Bignami (columnista director de Cuadernos de Cultura), Sergio Bufano
(narrador y periodista miembro del Club de Cultura Socialista), Luis Gregorich (radical,
critico literario y presidente de EUDEBA), Aníbal Ford (peronista, narrador y ensayista)
y Nicolás Casullo y Horacio González, colaboradores de la revista.
Gregorich comenzó el diálogo afirmando que en la historia hubieron dos
posiciones extremas, la del intelectual independiente del poder y la del intelectual
comprometido, posiciones que siguen latiendo en los dos horizontes de interpretación
del papel del intelectual en la sociedad de masas. Son los enfoques de Antonio Gramsci
(defensor del intelectual orgánico y comprometido) y Karl Mannheim (quien sostenía
que el intelectual debía ser autónomo con respecto al poder y la política). Entre las
posiciones intermedias menciona a Sartre y las concepciones de la sociología de los
intelectuales como la de Raymond Williams en las que sigue operando el tema de la
independencia y el compromiso con el poder. Para Gregorich, en el plano nacional estos
enfoques se indentificarían con las concepciones de los ´60 ´70 y la relación del
intelectual con la revolución (“en esa discusión estábamos los que estamos acá”) y en
los ´80 en la relación entre el intelectual y la democracia. En algún punto lo que plantea
Gregorich es la posibilidad de desarmar este esquema de interpretación situando la
discusión en un plano en el que lo que se cuestiona no es el compromiso con la
violencia revolucionaria, criticado ampliamente, sino con el poder.
El desencanto del intelectual con la política y sus posibilidades de cambio social
es, para Casullo, lo que permite la emergencia de nuevas disidencias intelectuales, de
nuevos cuestionamientos al orden vigente y al esquema de poder.
En este momento asoma de nuevo la idea del intelectual como sujeto
vinculado al pensamiento del desorden. (…)
reivindicar la figura del intelectual como “conciencia crítica, solitaria,
humanística que apunta a ser testigo de la sociedad, de manera abierta,
señalando los espacios de desorden necesarios, los momentos en los
que despuntan muevas disidencias28.
En este clima podemos leer también la intervención de la revista Debates en la
sociedad y la Cultura que publicó 4 números entre septiembre de 1984 a octubrenoviembre de 1985. Con Jorge Balán como director y un comité editorial integrado por
Beatriz Sarlo, Heriberto Muraro, José Aricó, Gelly Casas, Marcelo Cavarozzi y Oscar
Landi, la revista buscaba estimular las discusiones para generar una sociedad abierta y
democrática. Sus intenciones eran especificadas en su primera editorial:
Debates quiere constituirse en un medio para ampliar espacios de
discusión sobre nuestra sociedad, su cultura y las políticas relevantes a
ella. Escribimos aquí fundamentalmente especialistas en las Ciencias
Sociales conscientes de que un amplio espectro del público ha visto
restringido el acceso a la información y a la reflexión sobre los temas
sociales y políticos, pero no exclusivamente, debido a la coerción y la
amenaza.
27
28
Ibídem, 6.
Casullo, (1985), 164-165.
10
Queremos la especialización profesional pero sin que sea ella base para
una pretendida neutralidad. Aceptamos el compromiso político sin
identificarlo necesariamente con el partidismo. Y creemos en la
necesidad de un espacio de debate pluralista, lo que implica confrontar
y no mantener en compartimientos separados visiones diferentes de los
problemas de la sociedad y la cultura. Porque finalmente estamos
convencidos de la responsabilidad colectiva por la construcción y
afianzamiento de una sociedad realmente democrática.
Una presentación en la que la revista se afirmaba como actor político-intelectual,
y no sólo como espacio para ese vínculo. Debates afirmaba las ideas rectoras de los
ochenta (pluralismo, compromiso ciudadano, discusión) y una labor intelectual
vinculada a los “cientistas sociales” en tanto especialistas. En su último número bajo el
título “Intelectuales y Política en Argentina” se publican las posiciones de cuatro
investigadores del CEDES: Adolfo Canitrot, Marcelo Cavarozzi, Roberto Frenkel y
Oscar Landi29. La nota partía de cierta premisa: la desconfianza de la sociedad civil y el
Estado sobre la función de los intelectuales en la política, y de los mismos intelectuales
hacia los espacios políticos.
Landi, que participaba de la redacción de Unidos y colaboraba con los discursos
de Antonio Cafiero, ensaya “una clasificación de los distintos tipos de configuraciones
político-culturales dentro de las cuales se definía cierto perfil de intelectual” y se
detiene en el tercer modelo:
que en este momento es el que personalmente más me interesa, es el
intelectual popular nacional, como el de FORJA, que tuvo una
compleja relación con el sistema político, incluso con los políticos a
los que le otorgaban su simpatía. Una actitud permamente del
intelectual-crítico-popular es la oscilación entre un contacto directo
con la política y la marginalidad.30
La vocación crítica y un vínculo con lo popular parecen ser las coordenadas que
definirían para Landi, la labor intelectual. Si bien su descripción es histórica y se
vincula a la experiencia forjista no es menor que el autor aclare que en estos momentos
es el perfil intelectual que más le interesa.
En estas definiciones de intelectual-crítico-popular, podemos encontrar ciertos
puentes con la mirada desarrollada por Arturo Armada en las páginas de Unidos.
Para salvar todas las dicotomías y contrasentidos de la oposición
“intelectuales-militantes”…me parece útil retornar a una propuesta
vital y a los conceptos que la fundamentan: el compromiso
El compromiso significa asumir la responsabilidad de una obra a
realizarse en el futuro, obra colectiva para un destino también
colectivo. (…) Por lo cual, no podemos comprometernos sin algún tipo
de participación en ese juego de fuerzas, que es lo que habitualmente
llamamos “la política”.
nunca ha sido posible…elegir entre ideologías y valores abstractos,
incontaminados y coherentes, sino entre fuerzas, entre movimientos
reales que están cargados de pasados controvertidos y equívocos y que
son los vehículos existentes para la construcción del porvenir.
Por la conciencia de la imperfección, conciencia inquieta y constante,
se introduce el componente crítico que debe acompañar el
29
El CEDES, Centro de Estudios de Estado y Sociedad, se fundó en 1975 y sigue en la actualidad
nucleando a investigadores especialistas en temas sociales, políticos y económicos de Argentina y
América Latina.
30
Landi, (1985). 7.
11
compromiso. La revisión crítica de nuestra propia fuerza política debe
ser un elemento esencial del compromiso asumido con ella31.
Unidos parece formular la necesidad de un compromiso pero que, lejos de la
militancia revolucionaria de los setenta, se formule de un modo responsable. Se
proponía saldar la tensión intelectuales-política por medio de una militancia que
recuperara el espíritu de los setenta con la responsabilidad de los ochenta y que
asumiera el compromiso con las opciones políticas, pero de modo cuestionador. Dejaba
entrever una mirada crítica, muy vigente en esos años, a la cúpula de Montoneros y a su
manejo irresponsable de las juventudes como también a la conducción del peronismo
responsabilizada de la derrota electoral.
En esta línea de compromiso intelectual puede leerse la renuncia de 26
intelectuales peronistas, muchos de ellos miembros de Unidos, al Partido Justicialista.
El 19 de agosto de 1985 se publicó el documento “Por qué nos vamos”32 marcando una
identificación de los intelectuales con el peronismo, y profundizando la crítica a la
estructura partidaria y sindical, acusándolas de no adaptarse a los nuevos aires
democráticos. El diagnóstico, en plena disputa entre el sector “ortodoxo” y el
“renovador”, era la crisis y descomposición del Movimiento desde “la frustración
revolucionaria del ´73”. Afirmaban la necesidad de recuperar la esperanza política de
esos años, “los sentidos profundos que engarzaron ese tiempo de los ´70 con antiguos
tiempos de la política popular argentina”. Por ello era que:
Ratificamos nuestra identidad peronista; porque eso fuimos, porque eso
somos, porque inscriptos en esa tradición política hemos transitado
momentos fundamentales del país y de nuestras vidas. Pero también
nos declaramos abiertos a la confluencia con aquellas propuestas
nacionales que aspiren a la renovación de la cultura política argentina
en el marco de una democracia participativa y social33.
Si por un lado asumían el “desgarramiento” de romper, presentado como el
desenlace necesario del camino transitado por el peronismo, por el otro, reconocían la
posibilidad de transitar nuevos caminos, aquellos signados por la confluencia con otras
propuestas que reconocieran la cultura democrática y participativa del peronismo. Y una
vez más, el pasado de luchas, los años setenta, aparecía como una marca indeleble en
esta generación.
Si la construcción del intelectual, tal como venimos afirmando, supuso una
relectura de su compromiso en el pasado, no todas las relecturas fueron iguales. Sarlo
supo afirmar la necesidad de no enterrar el pasado, sin embargo tampoco formuló algún
tipo de rescate del mismo. Para Feinmann, eso respondía a que “está de moda pensar
contra los setenta”, es “la convicción (conciente o no) de muchos: todo lo que se pensó
en los setenta estuvo mal pensado. Condujo al desastre; en consecuencia: no servía”.34
En su mirada, la derrota de los proyectos revolucionarios habría provocado el
desprestigio de los ideales de esos años. Y esa marca, fuerte y traumática, ponía coto a
cualquier intento de revisión entendido como una recuperación.
31
Armada, (1986), 60 y 61.
El mismo fue firmado por: Alvaro Abós, Ana María Amado, Alcira Argumedo, Dora Barrancos, Jorge
Luis Bernetti, Cristina Bertolucci, Jorge Carpio, Nicolás Casullo, Susana Checa, Bibiana Del Bruto, José
Pablo Feinmann, Liliana Furlong, Mempo Giardinelli, Horacio González, Pedro Krotsch, Roberto
Marafioti, Eduardo Moon, Vicente Palermo, Víctor Pesce, Adriana Puiggros, Jorge Ramos, Patricia
Terrero, Carlos Trillo, Aída Quintar, Héctor Verde y Mario Wainfeld. Carlos Álvarez participó
activamente en la redacción pero finalmente no firmó el documento.
33
Documento por qué nos vamos. El subrayado es nuestro.
34
Feinmann, (1986), 41y 44.
32
12
En este marco podemos introducir un nuevo espacio de debate que tuvo lugar
entre el 5 y el 8 de noviembre de 1986 en la Comuna de Puerto Gral. San Martín en la
Provincia de Santa Fe: El Congreso Nacional de Filosofía y Ciencias Sociales. Dos
particularidades se dieron cita. Era una Comuna gobernada por sectores del peronismo
renovador desde 1983, y en los debates no sólo confluyeron “personas vinculadas
notoriamente a las diferentes corrientes de pensamiento filosófico y político que
caracterizan la actual discusión de ideas en la Argentina”35 sino también revistas. En
palabras de Leis y Forster “a pesar de todos los participantes pertenecer a instituciones
académicas públicas y privadas, los referentes secundarios de muchos expositores no
eran estas instituciones sino algunas revistas político culturales (Unidos, Punto de Vista
y La Ciudad Futura)”36.
En los paneles se partió de la crisis de esa generación, de izquierda socialista y
peronista, como una crisis de sus creencias. Mientras Oscar Terán afirmaba en tono
autocrítico que la crisis descansaba en que el compromiso adoptado por toda una franja
de intelectuales con la política había culminado en la muerte, para Álvarez, la crisis era
la crisis de “nuestras viejas certezas”, de los ideales.
Pero creo que la discusión fundante es cómo salir de esa situación de
crisis, no pensada como metáfora de la muerte, sino como capacidad de
reinvención, capacidad de repensar nuevamente la política. De esto
creo que es buen ejemplo lo que nos pasó en los ´70”.
(…) recogimos bien, o enlazamos bien la historia de la revolución con
nuestra propia historia y fue el momento más fecundo de la historia
política argentina de los últimos años. Esa fecundidad fue el
entrelazamiento de dos tradiciones, la tradición revolucionaria europea
y tercerista, tercermundista, y la tradición revolucionaria, libertaria,
anarquista, izquierdista-peronista a nivel nacional.
Así, entrelazamos memorias y luchas, entrelazamos ideas y vida
popular. Fue el momento más rico, dónde una generación intentó
construir un sistema de pensamiento y al mismo tiempo se mezcló
absolutamente en los destinos y en los compromisos del mundo de la
vida popular, del mundo de la vida del pueblo”.
(…)
Así, como alguna vez tuvimos la originalidad de los años setenta, que
estuvo centrada en un gran relato épico e histórico, hay una idea de
modernidad a rescatar, hay una idea de lo nacional-popular a rediscutir,
y creo que hay una forma de dialogar con nuestros viejos mitos que no
deben ser clausurados o cerrados en lo que fueron, sino abiertos a una
nueva contemporaneidad37.
En esta larga cita Álvarez borraba, con cierta melancolía y añoranza del pasado
reciente, las críticas que apuntamos con Sarlo o la autocrítica de Terán. La crisis se
abría como posibilidad en su intervención, como un camino sinuoso entre ese pasado de
luchas y el presente y que podía ser recuperado en su sentido épico y mítico.
Políticamente era una apuesta a un nuevo peronismo (a la renovación peronista de la
que participaba redactando discursos) capaz de recuperar la empresa que Perón dejó
inconclusa con su muerte y de la que, en tanto militantes que habían roto con la
Tendencia manifestándose leales al General, se sentían auténticos herederos.
En este sentido, la forma de aprehender el pasado difiere en las distintas
tradiciones de izquierda, pero, lo que resulta común, como marca intelectual de los
35
Se publicó un Acta sobre este Congreso a partir del cual seguiremos las exposiciones y los debates.
González, 1986.
36
Leis y Forster (1986), 6.
37
Carlos Álvarez, (1986), 87, 88 y 89.
13
ochenta, es ese tránsito confuso y contradictorio entre tiempos y entre espacios. Estas
palabras de Brocato en La Ciudad Futura, resultan esclarecedoras:
Me interesa en cambio, o apuesto a él, ese lugar errático, en los bordes
(tal vez otra ilusión) en que deambula una franja de argentinos jóvenes
y maduros que busca una reflexión desdogmatizada, un pensar sin
garantías fiduciarias. Emergentes de los remezones y desajustes de los
setenta, reconocen las incertidumbres como tierra propicia para la
reflexión teórica y no disimulan ni se disimulan la precariedad y
provisionalidad de ese lugar38
El rol del intelectual en democracia estuvo atravesado por un tránsito en los
límites o los bordes, entre la mimesis y la escisión para Sarlo, entre lo liberal y nacional
popular para Altamirano, entre la militancia y la intelectualidad para Armada, entre las
certezas y las incertezas para Casullo. Este lugar incómodo de la labor propia de un
intelectual, fue suspendido en las décadas del ´60/´70 bajo los pliegues de un fuerte
compromiso con las certezas rectoras de esos años, sin embargo, era recuperado en los
´80, como un valor irrenunciable y con cierta positividad.
La Intelligentzia
Muchos intelectuales acompañaron, de diversas formas, los proyectos políticos
en la “vuelta a la democracia”, en la mayoría de los casos se acercaron a Alfonsín y al
proyecto de Renovación y Cambio y, en menor medida, al peronismo renovador39.
Oscar Landi organizaba el Club de los sábados en el CEDES40, integraba el Comité
Editorial de Debates y se desempeñaba como asesor de Antonio Cafiero, Carlos
“Chacho” Álvarez que militaba políticamente en Unidad Básica de Gurruchaga y
colaborada en la redacción de los discursos del Frente Renovador. Las revistas Unidos,
El Despertador41, Cuadernos de la Comuna también acompañaron el derrotero de la
Renovación.
Asumiendo su labor en una clave técnico-política, fueron muchos los
intelectuales que se acercaron al gobierno de Raúl Alfonsín, entre ellos los nucleados en
el Grupo Esmeralda como Juan Carlos Portantiero y Emilio de Ípola42, en el IDES, las
38
Brocato, (1987), 12.
Con respecto a algunas de las relaciones más significativas entre intelectuales y política, véase Lesgart,
(2003).
40
El Centro de Estudios de Estado y Sociedad reunía a intelectuales que habían estado en el exilio y otros
que habían permanecido en el país.
41
El Despertador se presentaba de este modo reafirmando el terreno sedimentado de la democracia:
“Convengamos en la necesidad de renovar, en esta encrucijada, un pensamiento nacional a la vez crítico y
constructivo, abierto y riguroso…Quienes impulsamos esta iniciativa provenimos de una experiencia
histórica marcada por las contradicciones y vicisitudes del país en la últimas décadas…En preciso
replantear nuestra concepción nacionalista y popular, dentro de un espíritu de búsqueda, con una
exigencia de lucidez y una disposición para dialogar a fondo. En nuestras páginas habrá espacio para
todas las ideas…Solo excluimos por definición las posiciones incompatibles con la ética democrática, que
es el requisito sine qua non de cualquier convivencia”. El despertador (1985). Identificada con el
peronismo renovador y nacida para la misma época invitaba a una “lectura crítica y alerta de la realidad, a
través de la discusión y el contraste de opiniones: eso que se llama pluralismo, el cual queremos ejercer,
con absoluta buena fe, dentro del campo nacional y democrático”. Afirmaciones estas que, más allá de ser
fieles expresiones de los propósitos de la revista, fijaban un tipo de paraguas democrático en el que las
revistas se veían constreñidas a inscribir el debate.
42
Responsables del Discurso de Parque Norte y parte del grupo de ideólogos del Grupo Esmeralda. El
Grupo Esmeralda surgió por iniciativa del sociólogo Meyer Goodbar, y como resultado del pedido del
flamante Presidente para que constituyera un grupo que lo “ayudara a pensar”. Entre fines de 1984 y
durante 1985 las reuniones en la calle Esmeralda comenzaron a darle entidad al grupo que a su vez
reconocía dos subgrupos. Uno de Análisis de discurso coordinado por Margarita Graziano, al que se
incorporaron los sociólogos Daniel Lutsky, Gabriel Kessler, y Claudia Hilb. Y un segundo grupo armado
por Goodbar y Eduardo Issaharof en el que con el objetivo de elaborar ideas para el discurso
39
14
revistas Plural43 y La Ciudad Futura, y el Club de Cultura Socialista44. Pero además
había otros intelectuales que estaban cerca del gobierno como Eliseo Verón y Francisco
Delich, que participaba en el gobierno como rector de la Universidad de Buenos Aires y
luego de la de Córdoba. En el caso del sociólogo Juan Carlos Torre, colaboraba tanto en
el equipo de Juan Sourrouille en el Ministerio de Economía, como asesorando a los
miembros del Grupo Esmeralda en cuestiones económicas. Del grupo originario del
CISEA (Centro de Investigaciones Sociales sobre el Estado y la Administración)
salieron dos ministros, Dante Caputo que ocupó la cartera de Relaciones Exteriores y
Jorge Federico Sábato, la de Educación, ya avanzado el gobierno radical. Pero no eran
los únicos miembros del grupo que se incorporaron al nuevo gobierno. Jorge Roulet fue
nombrado Secretario de la Función Pública y Enrique Groisman Subsecretario de la
Función Pública.
Si el acercamiento de los intelectuales socialistas con el gobierno había llevado a
La Ciudad Futura a aclarar que “No somos alfonsinistas, ni radicales, ni
socialdemócratas. Somos simplemente socialistas que tenemos una convicción
compartida”45, estas palabras de Sarlo en la misma revista ponen en evidencia que los
límites no eran tan claros:
Habíamos sido opositores a la dictadura militar y en ese carácter
nuestra identidad se resumía más o menos sencillamente: ellos y
presidencial, confluyeron Fabián Bosoer, Pablo Guissani, Pedro Pasturensi, Sergio Bufano, Hugo
Rapoport, Marcelo Cosin, Damián Tabarosky, las hijas de Goodbar, Eva y Laura, y por último Carlos
Soukiasian. Este último grupo tenía dos sectores, los que escribían los discursos y los intelectuales o
ideólogos. Puede verse al respecto la Tesis de Elizalde, (2009) y los trabajos de Basombrío (2007) y
(2008).
43
En su primer editorial afirmaba que “La Fundación Plural decidió hacer su contribución construyendo
un canal de participación no partidario ni burocrático, no sectorial ni sectario: una institución para la
participación democrática, que se sustente con aportes de sus fundadores, donaciones y subsidios. (…) De
tal modo se hace posible complementar, enriquecer y contrastar las corrientes de opinión actuantes dentro
de las instituciones gubernamentales con la perspectiva que ha no hallarse abocados a las urgencias
propias del ejercicio de la función pública. …Con el fin de complementar la acción del gobierno
democrático y crear una corriente de opinión técnico-política de carácter no convencional” Divinsky,
(1985). Cada número de la revista se organizaba en torno a un eje temático (el autoritarismo, la
participación democrática, la modernización, los medios de comunicación, la justicia o los partidos
políticos) que acompañaba, más allá de su pronunciado carácter no partidario, la empresa de gobierno.
Contaba con la colaboración de intelectuales, académicos y políticos o funcionarios que acompañaban
(con diversos grados de compromiso) al gobierno de Alfonsín y que llevaban a que la misma afirmara
que “las colaboraciones proceden de un amplio espectro ideológico, unificado sólo por sus convicciones
democráticas, de modo de subrayar hasta la redundancia que el pluralismo que nos inspira –se debería
decir nos habita- excede lo declarativo”.
44
En la declaración de principios del Club de Cultura Socialista podía leerse: “La democracia y la
transformación social estarán en el centro de las preocupaciones del Club (…) El lugar privilegiado que le
conferimos a la cuestión democrática tiene para nosotros un doble significado. En primer término, el del
reconocimiento de que sólo en un contexto democrático puede expandirse un movimiento social de
izquierda que impulse la transformación y adquiera una presencia relevante y hasta determinante en la
vida de la sociedad argentina. En segundo término, el de la reafirmación de nuestra certidumbre de que el
conjunto de libertades civiles y políticas asociadas con el funcionamiento de la democracia constituyen un
patrimonio irrenunciable para una perspectiva socialista, aunque ese patrimonio requiere en forma
imprescindible de su innovación y enriquecimiento”. Así presentado, el Club de Cultura Socialista,
retomando algunos de los argumentos desplegados en la mesa redonda, no surgía exclusivamente con la
idea de intervenir en el debate teórico de la renovación del pensamiento de izquierda, sino también con la
idea de participar activamente en la vida política y cultural del país. Esto permitió que sus miembros se
acercaran a la UCR y al presidente Alfonsín específicamente y que el Club como institución apoyara la
propuesta alfonsinista. Pero más importante aún, estas palabras significaban un cambio en el tipo de
definición política del socialismo y en el modo en que se encadenaba a la democracia.
45
La Ciudad Futura (1986), 2.
15
nosotros (…) de pronto ese sistema binario simple se disgregó. Ellos,
los militares seguían siendo ellos. Pero, ¿cómo volvíamos a definir el
nosotros? El gobierno radical no es simplemente un “ellos” frente al
cual pueda entablarse una relación de exterioridad total y oposición.
Pero tampoco es un nosotros en el que podamos sumergirnos los
intelectuales de izquierda (…) La democracia nos legaliza en la vida
académica, el periodismo, los medios de comunicación de masas, pero
al mismo tiempo volvía caduca esa fuerte identidad oposicional que
había caracterizado a la izquierda durante la dictadura
(…)
Frente al radicalismo que incorpora cuadros a sus filas y ha ampliado,
al parecer, su base tradicional de capas medias, frente a las iniciativas
políticas presidenciales, algunas de las cuales parecen sintonizar zonas
de nuestras preocupaciones, ¿qué cosas diferentes tenemos que decir?
El desafío parecía ser, “diseñar un conjunto de temas, alternativas y
modos de acción que sean distintos a las consignas blindadas de la
izquierda partidaria (…) y que expongan nuestras diferencias con el
programa radical juzgado a partir de sus realizaciones y de sus patentes
límites46.
Si bien Sarlo esbozaba un vínculo entre los intelectuales de izquierda socialista
con el gobierno de Alfonsín, nos interesa precisar que aunque esto no era nuevo en la
política argentina, las condiciones bajo las cuáles tuvo lugar ese vínculo y la aparición
de una nueva modalidad de intelectual, sí lo era. Como venimos argumentando, este
cambio respondía no sólo a las secuelas de la traumática experiencia pasada, que
llevaron a la revalorización democrática y al desprestigio de las interpretaciones de los
sesenta y setenta, sino a un cambio de paradigma a nivel internacional resultado del
nuevo rol de los medios de comunicación y de la técnica en política, la
compartimentación y especialización del saber en desmedro de las visiones
totalizadoras y omnicomprensivas de los comportamientos sociales junto a la dilución
del componente antagónico y las contradicciones en la sociedad que los intelectuales
reconocían y explicaban, en el pasado.47
En palabras de Altamirano, se puede hablar de “cierta tendencia a la
institucionalización académica del intelectual, reconocido como experto” 48, aquellos a
los que González caracterizaba como: “intelectuales de Instituto y Lengua Básica
Común, de Modelo de Investigación Controlado y Carrera de Investigador, de Gabinete
de Asesoría y Comunidad Científica Establecida” 49. Como también de “otra forma de
institucionalización, que podríamos llamar estatal o, más genéricamente, política”50, de
intelectuales en funciones de gobierno, y un último tipo dado por la presencia de los
intelectuales en los mass media.
Sin embargo, si bien no son criticadas abiertamente, no son los caminos que se
insinúan ni desde Punto de Vista ni desde Unidos. Con estas palabras Altamirano
apunta a resaltar otro tipo de intelectualidad:
Si la modernidad no ha de ser únicamente una cultura de la eficiencia y
la razón instrumental, si la democracia no ha de ser sólo preservación
del estado de derecho y ritualización de la competencia política,
siempre aparecerán, más allá del poder y de los que aspiran al poder,
más allá de la institucionalización académica o estatal, intelectuales
46
Sarlo, (1986), 5.
En Quiroga, (2004), 15.
48
Altamirano (1986), 4.
49
González, (1988), 78 y 79.
50
Altamirano (1986), 4.
47
16
que hagan preguntas impertinentes, reinterpreten el conflicto, lo hagan
aparecer y legitimen cuestiones que no figuran en la agenda pública ni
merecen la atención de los media51.
En este punto las objeciones se entremezclaban con las posiciones presentadas
en Unidos que, sin despreciar el vínculo de los intelectuales con la política criticaba que
los intelectuales devinieran meros técnicos. Mientras para Casullo “el papel del
intelectual político cobra sentido si se desacopla de las castas que lo buscan como
técnico de las incertezas y de las nuevas certezas,” 52para Horacio González:
(en el peronismo) más que en otro lado, se precisa esa autonomía
crítica, tanto para los que creen que deben aceptar
responsabilidades en los momentos de vorágine….como para los
que creemos que hay espacios mudos e insalvables entre ciertas
actividades vinculadas a la crítica cultural y el ejercicio de la
política tal como hoy se hace entre nosotros. 53
La victoria del peronismo en 1989 trasladaba estas preocupaciones, antes propias
de los socialistas que se vincularon al radicalismo alfonsinista, a los intelectuales
nacionales y populares. En El Despertador podía leerse:
“Esta es la hora de optar por un compromiso serio y definitivo…un
compromiso que no deberá evitar el debate interno…No se puede
optar…por ser francotiradores neuróticos que elijen ser oposición,
porque es el único oficio que conocen. No se puede…dejar de dar todo
el apoyo militante al gobierno peronista elegido por ocho millones de
voluntades esperanzadas.
En esa tarea estamos. En esta tarea estará comprometida esta revista
que ha servido como instrumento de circulación de ideas y propuestas
para la Nación en su conjunto. En esta tarea estarán muchos de
nuestros colaboradores que han sido designados para ocupar puestos de
gobierno54.
El Despertador claramente anulaba las tensiones del lado del compromiso y
reconocía a la crítica como una opción que, llegado el movimiento nacional al gobierno,
no construía. En otras palabras, la crítica era una opción siempre que se estuviera en la
vereda de la oposición política.
La experiencia de Cuadernos de la Comuna, buscó instalarse también en esos
límites difusos. La revista buscaba “contribuir al debate y a la crítica política, una
propuesta de vinculación de un organismo municipal con la vida cultural e intelectual
del país”55. En palabras de su director, Horacio González, los cuadernos eran “una
contribución a la discusión política argentina que quiere ser amplia, comprometida y
rigurosa. Pero sabiendo que la información y la formación política no se contraponen,
sino que son complementarias con la razón crítica”.56 El vínculo de los Cuadernos con
las autoridades de la Comuna era explícito, y se justificaba porque aquellos políticos
eran considerados intelectuales57. Sin embargo, con el correr de los números el modo de
precisar el vínculo terminó haciendo de la revista un espacio para “mostrar las ideas de
nuestro intendente, Lorenzo Domínguez, su concepción de gobierno y su anhelo por la
formación de una sociedad democrática”58. En su descargo puede afirmarse que para los
51
Ibídem.
Casullo (1986), 66.
53
González (1987a); 66.
54
El Despertador, 1988.
55
González (1987b), 4.
56
Ibídem
57
Ibídem
58
Brienza (1989).
52
17
Cuadernos no ser menemista, es decir no ser oficialistas, era la credencial que les
permitía mantenerse, a pesar del vínculo con el gobierno local, en la vereda de la crítica.
Como corolario de este difícil maridaje puede mencionarse la aparición de la
revista El Ojo Mocho, originada en el aula 310 de la Facultad de Ciencias Sociales,
como supieron afirmar sus editores, como un espacio, ya en los años noventa, que se
propuso no sólo recuperar el debate en torno a los intelectuales, el rol de las Ciencias
Sociales y la profesionalización, sino darle “otra textura ética y científica a las Ciencias
Sociales”59 en un momento en el que “la pasión de la crítica está en retirada”60. Si bien
los debates en esta revista se corresponden más con aquellos de los años noventa que de
los ochenta, el pedido por una “crítica participativa”, puede ser enunciada como una de
las marcas que aún perviven con respecto a la función del intelectual en democracia.
A modo de conclusión podemos afirmar que tanto los miembros de Unidos
como los intelectuales nucleados en Punto de Vista se pronunciaban por mantener la
“autonomía crítica” y la distancia entre la política y la crítica cultural 61. Pero, debe
reconocerse que mantenerse en esos bordes, como apuntamos con Brocato, no era fácil.
Si bien el “compromiso crítico” parecía ser la fórmula que mejor saldaba el pasado
reciente en los años ochenta, y la que les permitía a los intelectuales moverse con cierta
soltura entre la política y la cultura, esta definición no resolvía las tensiones. Creemos
que estas posiciones independientes aunque a veces de apoyo permitieron que Punto de
Vista apoyara al gobierno de Alfonsín hasta las leyes de Punto Final y Obediencia
Debida y a Unidos justificar, a partir de la consolidación menemista, la ruptura con el
peronismo. En palabras de Wainfeld:
quien asume la dura (desde el ángulo pragmático, sentimental o
ideológico) decisión de escindirse de una identidad que lo albergó por
años necesariamente debe extremar sus posiciones, forzar al máximo
sus argumentos y sus críticas para autoconvencerse, para convencer a
los afines, para poder bancar la siempre difícil actitud de “romper”62.
Unidos dejó de salir llamando a extremar las críticas y los argumentos para
encarar la ruptura con las estructuras partidarias, pero no con la política. Quizás su
propio derrotero fue símbolo de esta particular articulación de los años ochenta. Los
intelectuales “unidos” se ubicaron en el difícil sitio entre la política y la cultura, entre el
pasado y el presente, entre el compromiso y la crítica, pero, como exploramos, no
estaban solos.
Como venimos desarrollando, el intelectual esta tensionado por ambos tipos de
motivaciones, políticas e intelectuales, por lo que la supresión de la tensión sólo podía
llevar al paso del intelectual al profesional, al especialista. Buscando escapar a esta
suerte tanto en las páginas de Unidos como de Punto de Vista quedaron las marcas de
una apuesta por la crítica como una forma de construir un legado para otras
generaciones.
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59
El Ojo Mocho (1991), 3.
Ibídem
61
González (1987a); 66.
62
Wainfeld, (1991), 15.
60
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