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La Devoción A María Según El Concilio Vaticano II

El documento describe la posición de la Iglesia Católica sobre la devoción a María según el Concilio Vaticano II, señalando que se le debe honrar y venerar pero sin adorarla, y solicitando su intercesión. También analiza las apariciones marianas privadas y su relación con la revelación pública cerrada con los apóstoles.
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La Devoción A María Según El Concilio Vaticano II

El documento describe la posición de la Iglesia Católica sobre la devoción a María según el Concilio Vaticano II, señalando que se le debe honrar y venerar pero sin adorarla, y solicitando su intercesión. También analiza las apariciones marianas privadas y su relación con la revelación pública cerrada con los apóstoles.
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La devoción a

María santísima,
según el Concilio
Vaticano II

Por: David Romero


«El santo Concilio enseña expresamente
esta doctrina católica. Al mismo tiempo,
anima a todos los hijos de la Iglesia a que
fomenten con generosidad el culto a la
santísima Virgen, sobre todo el litúrgico.
Han de sentir gran aprecio por las
prácticas y ejercicios de piedad mariana
recomendados por el Magisterio a lo largo
de los siglos» (Gaudium et Spes, 67).
La Iglesia ve en María, Virgen y Madre, que, por la gracia de Dios,
es ensalzada, por encima de todos los ángeles y los hombres, por ser
Madre de Jesús, formar parte de los misterios de Cristo, debe ser
honrada en toda la Iglesia con un culto especial (GS, 66).
La Iglesia desde los primeros cristianos la invocan como Madre de
Dios Hijo, al cual se amparan en sus peligros y necesidades (Cf.
Breviario Romano, antífona «Sub tuum praesidium», de las primeras
vísperas del Oficio Parvo de la Santísima Virgen). Es la oración
popular que hacemos: “Bajo tu amparo nos acogemos santa Madre
de Dios, no desprecies nuestras suplicas que te dirigimos en nuestras
necesidades, ante bien, líbranos de todo peligro, Oh Virgen gloriosa
y bendita”.
Desde el Concilio de Éfeso (431 d.C.) se ha ofrecido un culto a
María santísima como Madre de Dios, veneración y en amor, en la
invocación e imitación, de acuerdo con sus proféticas palabras:
«Todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha
hecho en mi maravilla, el Poderoso» (Lc 1, 48-49). Ahora, este culto
se distingue esencialmente del culto de adoración. A María se le
agradece y se le invoca su intercesión, no se le adora. Pero, al ser
honrada la Madre, el Hijo, por razón del cual son todas las cosas
(Col 1, 15-16) y en el que plugo al Padre eterno «que habitase toda la
plenitud» (Col 1,19), sea mejor conocido, amado, glorificado, y que,
a la vez, sean mejor cumplidos sus mandamientos (Lumen Gentium,
66).
“Cultivando el estudio de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres
y Doctores y de las liturgias de la Iglesia bajo la dirección del
Magisterio, expliquen rectamente los oficios y los privilegios de la
Santísima Virgen, que siempre tienen por fin a Cristo, origen de
toda verdad, santidad y piedad. En las expresiones o en las
palabras eviten cuidadosamente todo aquello que pueda inducir a
error a los hermanos separados o a cualesquiera otras personas
acerca de la verdadera doctrina de la Iglesia. Recuerden,
finalmente, los fieles que la verdadera devoción no consiste ni en
un sentimentalismo estéril y transitorio ni en una vana credulidad,
sino que procede de la fe auténtica, que nos induce a reconocer la
excelencia de la Madre de Dios, que nos impulsa a un amor filial
hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes” (Lumen
Gentium, 67).
Posición teológica ante la devoción a María
Se parte de que Dios nos ha revelado su verdad a través de
los tiempos, “Pero la verdad íntima acerca de Dios y acerca de
la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en
Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la
revelación” (Dei Verbum, 2). Por ende, María no podrá
revelarnos nada más, sino mostrarnos a su Hijo. Ya que
“Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he
aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo
amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Mt 17,5). Por
tanto, no hay que buscar en María mayor revelación que en
Jesucristo. Simplemente hay dos cosas: pedir su intercesión e
imitar sus virtudes (suyas y de su Hijo).
Posición teológica ante la devoción a María
Por eso, la Iglesia tiene reserva ante las apariciones y mensajes que, supuestamente,
vienen de María.
Primero, las mayorías de apariciones son privadas. Ya el doctor de Salamanca decía en el s.
XV: “Las revelaciones privadas no conciernen a la fe católica y no pertenecen al fundamento
y principio de la doctrina eclesiástica, es decir, de la verdadera y auténtica teología, porque
la fe no es una virtud privada, sino común” (Melchor Cano, Opera de locis regis, libro 12).
Esto se debe a que, según la teología católica, la revelación de Dios ha quedado cerrada
con la muerte del último de los apóstoles ("revelación pública"), por tanto, una revelación
posterior y privada, sea de Jesús, María o un ángel, no puede añadir nada a lo ya revelado,
es el principio de la certidumbre de la revelación contra la incertidumbre relativa de las
apariciones que suponen un componente personal en el o los videntes.
Vistas en su aspecto positivo, las apariciones marianas ayudan en la medida en que motivan
a los creyentes a una vida coherente con su fe, y los mensajes remitan siempre a la
Revelación Pública. Como señala Santo Tomás de Aquino, “las revelaciones privadas son
relativas a la virtud de la Esperanza antes que a la de la Fe” (Santo Tomás de Aquino, Suma
teológica - Parte II-II a, e - question 17).
¿Cuáles son las devociones públicas a María
santísima?

• El Santo Rosario.
• Ángelus.
• Oraciones litúrgicas: Magnificat, Bajo tu amparo, Ave
María, etc.
• Oraciones piadosas propias de cada cultura.
• ¿Cuáles otras se pueden incluir?

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