EL RECHAZO PARTE 4-¿QUÉ PASA CUANDO SOMOS NOSOTROS LOS QUE RECHAZAMOS
A OTROS?
  1. Oración
  2. Leer Mateo 5.43-48
  3. Introducción
          Hasta ahora hemos hablamos del rechazo desde muchas perspectivas, por ejemplo:
          Hemos dicho que la primera solución al mismo no es una alta autoestima, o una buena
           percepción personal sino; encontrar nuestro valor en lo que Dios dice a cerca de
           nosotros.
          También dijimos que hay unas señales externas que nos ayudan a identificar el rechazo
           en nuestro corazón.
          Y como tercera medida explicamos que Dios ama a los rechazados, que son el tipo de
           personas que Dios ama escoger para llevar a cabo sus propósitos en esta tierra.
          Pero, qué pasa cuando ya no somos nosotros los rechazados y en cambio somos
           nosotros los que por alguna razón rechazamos a otros en nuestro corazón.
          ¿Qué pasa cuando por fuera le hablas y tratas de manera normal a una persona, pero
           por dentro no la soportas?
          Cuando decides excluirte de una reunión o lugar por la presencia de aquella persona que
           no quieres ver o escuchar.
          ¿qué pasa cuando se cambian los planes y eres tú el que agrede, el que se burla, el que
           le da la espalda a una persona?
          Y antes de enfocarnos en lo que las demás personas nos hayan dicho o hecho, me
           gustaría enfocar nuestra atención a ¿Cómo dice la Biblia que debemos comportarnos
           cuando algo así nos sucede?
  4. “Oísteis que fue dicho” “Pero Yo os digo” Verso 43-44
          Levítico 19.18. En aquella época los rabinos enseñaban que los hermanos solo eran los
           mismos judíos, y que todo aquel que no fuese judío debía ser considerado como
           enemigo, y por eso añadieron esa última parte al mandamiento “odiaras a tu enemigo”.
          Estas palabras causaron revuelo en quienes las escuchaban porque eran contrarias a
           todo lo que se les había enseñado. Verso 17-20.
          Y estoy seguro que esas mismas palabras retumban hoy en día aún dentro de las iglesias
           porque la corriente del mundo y la lógica dicta todo lo contrario.
          Es contracultura afirmar que debemos amar a los que nos hacen daño.
          Yo no quiero entrar a detallar la cantidad o el nivel de daño que te hicieron, porque
           posiblemente me quede corto, posiblemente hasta te ofenda solo escuchar a un hombre
           hablando de abusos sexuales, o de alguien que nunca ha formado un negocio hablando
           de perdonar al que te robó todo, etc.
          Lo único que quiero es que tú te puedas ir para tu casa sabiendo que te está mandando
           Dios con respecto a tu situación.
  5. “Para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos” Versos 45
          El amor de ese Padre Celestial no está basado en emociones, ni en sentires, sino en una
           decisión inamovible, El amor de Dios no está condicionado por nuestra manera de
           comportarnos, ni por nuestra características físicas, ni por nuestra posición económico,
           sino por el simple pero poderoso hecho de que ÉL determinó amarnos eternamente.
          Es por esto que demostramos que somos hijos de ese Padre cuando decidimos amar a
           los demás sin importar la manera en la que ellos nos traten a nosotros.
        La vida del creyente es una vida de fe, más que de sentires; si estas esperando sentir
         algo para poder perdonar y amar a tus enemigos entonces debes reconsiderar como está
         tu propia fe.
       Al igual que nuestro padre, nosotros no podemos tener “favoritos” debemos tratar de la
         misma manera a todas las personas. Así como Dios hace salir el sol y llover sobre todos,
         nosotros debemos procurar el bien de todas las personas hasta donde nos sea posible.
6. Pero pastor, eso que la Biblia dice es muy difícil. Verso 46-47.
       Los judíos se consideraban mejores que los publicanos y que los gentiles, por esta razón
         es que Jesús los utiliza de ejemplo para demostrarles que no tiene nada de extraordinario
         lo que ellos hacen, porque sus enemigos, los que son inferiores a ellos; hacen lo mismo.
       Y lo mismo aplica para nosotros hoy día. De que vale vestirte de falda larga o con saco
         y corbata, de que te vale hablar en lenguas y profetizar, que te sirve saber mucha Biblia
         si no eres capaz de amar a los que te maldicen, si no eres capaz de orar por aquellos
         que buscan tu caída.
       Todos nos llenamos la boca diciendo que somos cristianos hasta que nos toca pedir
         perdón, hasta que tenemos que amar al que nos odia.
       Hay hermanos que han matado en su corazón a un familiar, compañero o incluso
         hermano de la iglesia por la falta de perdón.
       Debemos hablar menos y amar más, hablar menos y perdonar más.
7. “Sed pues vosotros perfectos como vuestro padre que está en los cielos es perfecto”
   Verso 48
       Aunque Dios es perfecto, la palabra que se usa originalmente se traduce mejor como
         “ser maduro” o “ser integro”
       Nada define mejor tu madurez y compromiso con el Señor como tu capacidad para pedir
         perdón, perdonar y amar a tus enemigos.
       Un cristiano que no ama, posiblemente no sea cristiano.
       Esto no es un juego ni un mal menor, Jesús quiere destacar la importancia de este
         mandamiento resaltando siempre el hecho de que esto nos hace como nuestro Padre.
       Perdonar y amar son dos atributos inherentes a Dios, por lo tanto deben ser rasgos
         característicos en la vida del creyente.
       Tú no eres más santo si no te equivocas, Dios no busca personas que no se equivoquen,
         primero porque esas no existen y segundo porque la única oportunidad que tenemos de
         perdonar es siendo heridos, y de pedir perdón es hiriendo a otros y de amar es ser
         aborrecidos por otros.
       Así que te van a lastimar muchas veces, y tú vas a lastimar también muchas veces, pero
         lo que determinará si eres o no un hijo de Dios es tu disposición a sanar esas relaciones
         y a restaurar el amor de Dios en los demás.