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19 Trabajo - Las Condenas Papales

El documento analiza las condenas papales a la masonería a lo largo de la historia, destacando cómo la Iglesia católica ha percibido a la masonería como una amenaza debido a su ideología de libertad, igualdad y fraternidad. Se identifican cuatro períodos de condena, desde el siglo XVIII hasta el reconocimiento de masonerías no hostiles en el siglo XX, reflejando un cambio en la postura de la Iglesia. A pesar de las condenas, se argumenta que la masonería no es una religión, sino una sociedad laica que promueve la fraternidad y el perfeccionamiento humano.
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19 Trabajo - Las Condenas Papales

El documento analiza las condenas papales a la masonería a lo largo de la historia, destacando cómo la Iglesia católica ha percibido a la masonería como una amenaza debido a su ideología de libertad, igualdad y fraternidad. Se identifican cuatro períodos de condena, desde el siglo XVIII hasta el reconocimiento de masonerías no hostiles en el siglo XX, reflejando un cambio en la postura de la Iglesia. A pesar de las condenas, se argumenta que la masonería no es una religión, sino una sociedad laica que promueve la fraternidad y el perfeccionamiento humano.
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A:.L:.G:.D:.G:.A:.D:.U:.

Valle de Lima, 26 de Octubre del 2012 (e:.v:.)

LAS CONDENAS PAPALES A LA MASONERIA

V:.M:., QQ:.HH:.

Hemos sufrido condenas por parte de la iglesia católica, mediante bulas o sentencias, pero la verdad
es que todo esto ha sido un manejo de la iglesia para quitarnos del medio. Esto debido a la fuerza que tomo
con el tiempo la Masonería y sus ideas de Libertad, Igualdad y Fraternidad. En una sociedad donde el dogma
no es cuestionado so pena de excomunión, la Masonería era un obstáculo para los que gobernaban los
poderes políticos y religiosos y muchas veces los dos se combinaban en la iglesia.

Aprovechando el secreto que manteníamos, fuimos victimas de difamación, calumnia e infamia. Pero
cabe anotar que en parte nosotros mismos tuvimos parte de la culpa, debido a que siendo una institución
iniciática, tenemos que mantener nuestros ritos, gripas, palabras y símbolos en secreto que solo es
transmitido de acuerdo al avance de los iniciados.

Si bien es cierto aún mantenemos el secreto de los mismos, ya no somos una institución secreta, sino
una institución discreta que conserva secretos, pero no los que los profanos creen o han tratado de hacerles
creer. Nuestro principal es la transmutación del individuo en ese elemento tan buscado por los alquimistas,
cambiando el plomo en oro

El siglo XVIII fue para la masonería (nacida en 1717) un período de zozobra y persecución, la Santa
Sede no fue la primera ni la única en condenar y prohibir la masonería en dicho siglo. En 1735 lo hicieron los
Estados Generales de Holanda, en 1736 el Consejo de la República y Cantón de Ginebra; en 1737 el
Gobierno de Luis XV de Francia y el Príncipe Elector de Manheim en el Palatinado; en 1738 los magistrados
de la ciudad de Hamburgo y el rey Federico I de Suecia; en 1743 la emperatriz María Teresa de Austria, en
1744 las autoridades de Avignon, París y Ginebra; en 1745 el Consejo del Cantón de Berna, el Consistorio de
la ciudad de Hannover; en 1748 el gran sultán de Constantinopla; 1751 el rey Carlos VII de Nápoles (futuro
Carlos III de España) y su hermano Fernando VI de España; en 1770 el gobierno de Berna y Ginebra; en
1784 el príncipe de Mónaco y el elector de Baviera Carlos Teodoro; en 1785 el gran Duque de Baden y el
emperador de Austria José II; en 1794 el emperador de Alemania Francisco II, el rey de Cerdeña Víctor
Amadeo, y el emperador ruso Pablo I; en 1798 Guillermo III de Prusia, etc., por citar sólo los más conocidos.

En este contexto las prohibiciones y condenas de Clemente XII, en 1738, y de Benedicto XIV, en 1751,
no son más que otros tantos eslabones en la larga cadena de medidas adoptadas por las autoridades
europeas del siglo XVIII.

En todos estos casos se constata que las razones alegadas por unos y otros, que corresponden a
gobiernos protestantes (Holanda, Ginebra, Hamburgo, Berna, Hannover, Suecia, Dantzig y Prusia), a
gobiernos católicos (Francia, Nápoles, España, Viena, Lovaina, Baviera, Cerdeña, Portugal, Estados
Pontificios…), e incluso islámicos (Turquía), se reducen al secreto riguroso con que los masones se
envolvían, así como al juramento hecho bajo tan graves penas, y sobre todo porque toda asociación o grupo
no autorizado por el gobierno era considerado ilícito, centro de subversión y un peligro para el buen orden de
los Estados.

Es cierto que tanto Clemente XII como Benedicto XIV, a los motivos de seguridad del Estado –es decir,
a los motivos políticos– añadieron otro de tipo religioso, cual fue el que las reuniones de masones eran
«sospechosas de herejía» por el mero hecho de que los masones admitían en las logias a individuos de
diversas religiones, es decir, a creyentes católicos y no católicos, con tal de que pertenecieran a alguna
religión monoteísta. Las reuniones –incluso los simples contactos– entre católicos y no católicos en la época
estaban severamente prohibidos por la Iglesia católica bajo la pena de excomunión.

No obstante, a excepción de Roma y en los países donde estaba implantada la Inquisición, la mayor
parte de estas prohibiciones apenas tuvieron vigencia en el siglo XVIII, dado el desarrollo y prestigio que, a
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pesar de todo, fue adquiriendo la masonería y la pertenencia a ella de importantes hombres de nobleza y el
clero, y en algún caso, incluso de soberanos. En el siglo XIX. La aparición de las sociedades patrióticas o
políticas, por un lado, y el impacto de la revolución francesa en los soberanos absolutistas de la Europa del
Congreso de Viena que no se resignaban a perder su poder, serán objeto de una especial preocupación por
parte de Roma.

Tras la revolución francesa en la que fueron víctimas no pocos masones, entre ellos el sacerdote
católico José María Gallot, de Laval, quien posteriormente sería beatificado por la Iglesia católica, la situación
es radicalmente diferente, pues mientras que en los países anglosajones la masonería adquirió un cierto
prestigio social, sin embargo en los llamados países católicos los ideales de la masonería, confundidos e
identificados en gran medida con los del liberalismo, suscitaron por parte de la Iglesia católica y de los
gobiernos absolutistas de la época una dura reacción; la masonería latina europea se vio involucrada en una
imagen menos sólida y respetable en comparación con la mantenida en el mundo anglosajón, al identificarse
erróneamente a los masones con los iluminados bávaros, los jacobinos, carbonarios y otros por el estilo. Y
especialmente, la aparición de las llamadas sociedades patrióticas y su lucha por la unificación italiana –en
especial los carbonarios rápidamente identificados con los masones– atrajeron la atención de los papas que
veían amenazado su poder temporal.

De Pío VII (1821), y su Constitución Ecclesiam Christi, hasta la Humanum genus (1884) de León XIII, la
masonería será identificada por Roma como una sociedad clandestina cuyo fin era «conspirar en detrimento
de la Iglesia y de los poderes del Estado», con lo que hubo sin más una identificación a priori de la masonería
con las sociedades patrióticas que en unos países luchaban por la independencia de los pueblos y en otros,
como en Italia, por la unificación. El propio León XIII en la Humanum genus alude a las prohibiciones de la
masonería por parte de ciertos gobiernos y recalca que «el último y principal de los intentos» de la masonería
«era el destruir hasta sus fundamentos todo el orden religioso y civil establecido por el Cristianismo,
levantando a su manera otro nuevo con fundamentos y leyes sacadas de las entrañas del naturalismo». Y
como prueba del proceder de la «secta masónica» añade que la masonería «mucho tiempo ha que trabaja
tenazmente para anular en la sociedad toda injerencia del magisterio y autoridad de la Iglesia, y a este fin
pregona y contiende deberse separar la Iglesia y el Estado, excluyendo así de las leyes y administración de la
cosa pública el muy saludable influjo de la Religión católica». Sin embargo, es claro que hoy el Vaticano II
propugna esa separación entre Iglesia y Estado, sin incurrir por ello en ideas naturalistas.

Esta identificación de masonería como una sociedad que «maquina contra la Iglesia o contra las
potencias civiles legítimas» sólo se puede comprender desde la óptica de la problemática planteada en Italia
por la famosa «cuestión romana» o pérdida de los Estados Ponticios.

Curadas esas viejas heridas, lo cierto es que mediante un documento fechado el 19 de julio de 1974 por
el cardenal Seper, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, por primera vez desde la
excomunión de 1738, la Santa Sede admitía públicamente la existencia de masonerías exentas de contenido
contrario a la Iglesia y, por lo tanto, sobre las que su pertenencia no llevaba consigo la pena de excomunión.
Dicho de otra forma, se reconocía que la excomunión lanzada hacía dos siglos tenía su explicación en un
contexto de problemas políticos y de luchas religiosas.

Es claro que con el documento del cardenal Seper se dejaba entender que la excomunión contra los
masones solamente era válida en aquellas logias que obraran expresamente contra la Iglesia; «Por tal motivo
se puede, con seguridad, aplicar la opinión de aquellos autores que mantienen que el canon 2335 afecta
solamente a aquellos católicos inscritos en asociaciones que verdaderamente conspiran contra la Iglesia».

En el nuevo Código de Derecho Canónico promulgado el 25 de enero de 1983, y actualmente en vigor,


el canon 2335 fue sustituido por el canon 1374 que dice así: «Aquellos que dan sus nombres a asociaciones
que maquinan contra la Iglesia, serán castigados con una pena justa; aquellos que las promuevan o dirijan
serán castigados con la pena de entredicho». Es decir, que ha desaparecido toda referencia a la masonería, a
la excomunión y a los que maquinan contra las potestades civiles legítimas, tres de los aspectos básicos que
sólo tenían razón de ser en el contexto histórico de un problema concreto italiano del siglo XIX.
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Sin embargo, a raíz de las presiones desde ciertos sectores fundamentalistas de la Iglesia para que se
mantuviera la excomunión contra los masones hizo que el cardenal Ratzinger, entonces prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe, sorprendiera el 27 de noviembre de 1983, con una «declaración
sobre las asociaciones masónicas», por la que se decía en síntesis que «permanecía inmutable el juicio
negativo de la iglesia respecto a las asociaciones masónicas porque sus principios siempre habían sido
considerados inconciliables con la doctrina de la Iglesia, por lo que la inscripción en ellas permanecía
prohibida». El Osservatore Romano se vio obligado a publicar, el 23 de febrero de 1985, en primera página,
un artículo reflejo oficial del antiguo Santo Oficio romano –bajo el título: «Reflexiones a un año de la
Declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Inconciabilidad entre la fe cristiana y la
masonería».

Conviene saber que tanto la «Declaración» de 1983, como las «Reflexiones» de 1985, se inspiraron en
un documento tan reaccionario y erróneo como la Declaración que los obispos alemanes habían hecho
pública el 28 de abril de 1980 contra la masonería. De hecho más bien asumieron sus puntos fundamentales,
como el supuesto relativismo y el concepto de la verdad en la masonería, las acciones rituales, la visión que
los masones tienen del mundo, etc. El punto de partida es gravemente erróneo al considerar a la masonería
como una religión o pseudo religión y a los rituales masónicos como si tuvieran un carácter sacramental.

Lo cierto es que la masonería no es, ni ha sido nunca, una religión. Es una sociedad laica, con una
finalidad filantrópico-cultural, que tiene un ideario de fraternidad universal y perfeccionamiento del hombre, lo
suficientemente amplio y ambiguo en sus formulaciones para que tengan en ella cabida hombres de
diferentes creencias y opiniones políticas, sin que esto suponga indiferentismo ni sincretismo, sino
simplemente tolerancia y respecto con relación a la libertad de pensar y creencias de los demás. Es una
asociación en la que tienen cabida todos los creyentes –es decir, no ateos–, sean éstos cristianos católicos,
musulmanes, hebreos, budistas…

Pero quizá los más llamativo de las reflexiones vaticanas de 1985 como de la Declaración de los
obispos alemanes de 1980, es que no citan ningún texto auténtico de la propia masonería, ya que utilizan
como única fuente de autoridad el Diccionario de la masonería (Freimaurer-Lexikon) de Lennhoff-Posner,
como si de la Biblia masónica se tratara. Y en la misma medida resultan fuera de lugar todas las reflexiones
filosóficas que allí se hacen en torno a la masonería, pues siguen al pie de la letra a Lessing y su
controvertida Filosofía de la masonería con el mismo error de partida de considerar a Lessing como la
máxima autoridad filosófica de la masonería y su compilador oficial, siendo así que la masonería ni siquiera
tiene una filosofía oficial, si bien a lo largo de la historia ha habido algunos filósofos masones como el propios
Lessing, Herder, Goethe, Fichte y Krause; reflexiones que son radicalmente dispares unas de otras.

CONCLUSIONES:

Se pueden establecer cuatro períodos bien diferenciados en las condenas de la Iglesia Católica a la
Masonería:
1º) El siglo XVIII con las condenas de Clemente XII en 1738 y de Benedicto XIV en 1751.
2º) El siglo XIX condena no solo «reuniones de masones» sino toda la masonería.
3º) Superados los problemas políticos anteriores, el Vaticano II multiplica los intentos de comprensión,
aproximación y olvido de períodos históricos ya trasnochados se llega al reconocimiento por Roma en la
persona del cardenal Seper, de la existencia de masonerías que no maquinaban contra la Iglesia.
4º) A raíz del nuevo Código de Derecho Canónico se pone de relieve el interés de un sector
fundamentalista de la Iglesia católica empeñado en seguir condenando a la masonería con la pena de
excomunión.

Es mi palabra V:.M:.

Q:.H:. José Luján M.


L:.R:.L:.S:. Estrella del Sur Nº10

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