Cardenal Caro - Misterio de La Masonería Parte 2
Cardenal Caro - Misterio de La Masonería Parte 2
Segunda parte
Todos saben que hace pocos años, en 1905, el gobierno de Francia rompió con la Santa Sede,
expulsó del país a todas las congregaciones docentes y a muchas que no lo eran, se adueñó de sus
bienes, quitó las iglesias, casas parroquiales y episcopales, después de haber suprimido a obispos y
curas las rentas que, según convenio con la Santa Sede, se les debía. En una palabra, se hizo el
esfuerzo supremo para acabar con la religión Católica en Francia. Se sacaron de las escuelas, como
de los tribunales de justicia, los crucifijos; se borró el nombre de Dios de los libros de enseñanza
oficial, y se intentó suprimir de un golpe toda la enseñanza religiosa.
Pues bien, “de documentos oficiales de la F.·. M.·., contenidos principalmente en el Boletín
Oficial y Actas o Comptes-Rendus del Gran Oriente, se ha probado que todas las medidas
anticlericales tomadas en el Parlamento francés, fueron decretadas de antemano en las logias
masónicas y ejecutadas bajo la dirección del Gran Oriente, cuya mira declarada es controlar casa
cosa y persona en Francia (que personne en bougera plus en France en dehors de nous) (Bullet, Gran
Oriente, 1890, pág. 500 y siguientes).
“He dicho en la Asamblea de 1898, dice el diputado Massé, Orador oficial de la Asamblea de
1903, que es Supremo deber de la Franc Masonería el intervenir cada día más y más en las luchas
políticas y profanas”. “El triunfo (en el combate anticlerical) es debido en gran parte a la Franc
Masonería, porque son su espíritu, su programa, sus métodos, los que han triunfado”. “Si el Blos ha
sido establecido es debido a la Franc Masonería y a la disciplina aprendida en las logias. Las medidas
que tenemos ahora que urgir son la separación de la Iglesia y del Estado y la ley de Instrucción.
Pongamos nuestra confianza en el trabajo del H.·. Combes”. (Cathol. Encyclop.. Mas.)
“Desde 1894, el H.·. Gadaud declaraba en el Convento, como lo atestigua el acta, que “La
Francmasonería no es otra cosa que la República a cubierto, así como la República no es otra cosa
que la Masonería en descubierto”.
El H.·. Lucipia, que presidía el Consejo de la Orden, expresaba eso mismo, diciendo: “A la cabeza
del Gobierno no hay, por decirlo así, sino francmasones. No de esos francmasones que, habiendo
recibido la luz un día, han olvidado en seguida el camino de nuestros talleres, sino de francmasones
que han quedado fieles y abnegados. Por tanto, que nadie se engañe, se dice en todas partes que
nosotros no estamos ahora en República, que estamos en Masonería. La palabra es de un Obispo.
Pues bien, tendría razón este Obispo, si Francmasonería y República no fueran precisamente la
misma cosa”.
En fin, el Presidente de la Gran Logia Simbólica, en un banquete ofrecido a uno de los miembros
del Gabinete, pronunciaba las palabras siguientes: “Encontraréis muy natural, hermanos míos, que
por un encadenamiento lógico yo englobe en el mismo brindis al gobierno todo entero. Desde
mucho tiempo vosotros oís a nuestros adversarios clamar en todos los tonos que Francia está en
manos de la Francmasonería. No tenían razón. Hoy día pueden decirlo. Con el H.·. Félix Fauré son
también de la gran familia todos los miembros del gabinete, con excepción de dos o tres. Sí,
tenemos de un gobierno de Francmasones y de Francmasones dignos de este nombre” (Copin, P.O.
139-140).
De esas declaraciones consta que la persecución religiosa que ha habido en Francia en este
siglo, fue obra de la Masonería, como lo fue también la que hubo en la época del Terror, a fines del
siglo XVIII.
“… Antes, dice, importa introducir al lector en la mina que socavaba entonces los tronos y los
altares, revolucionarios bien distintamente profundos y activos de los enciclopedistas”. Describe en
seguida la Masonería, sus tres primeros grados, la creación de los grados de las traslogias,
reservados a las almas ardientes, la constitución del Gran oriente, como dirección central de las
logias, y agrega: “Desde ese momento la Masonería se abrió, día por día, a la mayor parte de los
hombres que volveremos a encontrar en medio de la contienda revolucionaria” (Copin, O.O., 305-
311).
Es sabido que la revolución no sólo destronó al rey, sino que intentó también destronar a Dios,
declarando que “no hay Dios, que el hombre es para sí mismo su Dios, que la humanidad en
adelante debe reemplazar el culto de la fe cristiana, que la cortesana más hermosa, símbolo de la
belleza del ser divino en la humanidad, debe tomar el lugar del Salvador del mundo sobre los altares
divinos y recibir el homenaje de la nación y de las autoridades públicas” (Eckert 2°, Deuxieme
époque).
Cuenta Barruel que el 12 de agosto de 1792 comenzaron los revolucionarios a datar con la
igualdad los años ya fechados con la libertad, y que a la lectura de ese famoso decreto estalló, en fin,
públicamente, el secreto tan querido de los masones, exclamando ellos: “Henos aquí: La Francia
entera no es ya sino una gran logia; los franceses son todos francmasones y el universo entero lo
será pronto como nosotros”.
En Méjico, pasando también por alto tiranías ejercitadas en el siglo pasado, la Masonería ha dado
en pleno siglo XX muestras de lo que es capaz de hacer para cumplir su programa de respetar las
religiones, ha confiscado y profanado iglesias, prohibiendo hasta los actos más sencillos del culto; ha
destrozado imágenes, ha perseguido al clero, con sed insaciable de oro y de sangre; ha cometido con
personas consagradas a Dios y al servicio de la humanidad doliente o de la educación, brutalidades y
excesos tales, que mi mano se resiste a estampar. Me contentaré con citar a este respecto algo de lo
que dice F. O. Kelly, en la obra que, por eso mismo, tituló: “The Book of the Red and Yellow (El lobro
de los Rojo y Amarillo), y cuya documentación ofrece a quien quiera verla: “Antes de que la
revolución entrara a las ciudades, las logias atacaban fieramente la Religión Católica, por medio de
calumnias lanzadas desde la prensa y desde la tribuna. Sus miembros servían de espías e
informadores, y aún descubrían los escondites de los sacerdotes y de los vasos sagrados. Esta no es
una suposición. Es un hecho admitido en todo Méjico.
“El Liberal, órgano oficial de Carranza, puede ser citado como una autoridad sobre este punto…
“Es indispensable, dice El Liberal, que para cumplir nuestra denominación, se haga un fuerte
llamado a los seguidores de la verdad, para que vengan a la línea a combatir por la victoria o por la
muerte, por la libertad y la fraternidad, en los templos consagrados por triunfos e inexplicables
abnegaciones, las logias… Nosotros, los mejicanos, amantes de la libertad, de la igualdad y de la
fraternidad, apresurémonos a unirnos al ejército en la defensa de estos ideales. Trabajemos en
nuestras logias por su realización” (Kelly), “The Book of the Red and Yellow, p.66).
Ese ideal de libertad, igualdad y fraternidad es el que ha hecho expulsar de Méjico al Delegado
Apostólico, por el crimen de haber asistido a la bendición de la primera piedra de un monumento
religioso.[1] ¡Y eso, según se dice, por instigaciones de la Belén de Sárraga!
Sería interminable si quisiera recordar las persecuciones religiosas en el viejo mundo como en el
nuevo. No hay casi nación que no tenga mártires del respeto que la Masonería tiene por todas las
religiones. Quizás habrá ocasión de citar algunos un poco después.
De furor anticristiano de la Masonería Italiana dará una idea el hecho siguiente contado por
Margiotta.
“Se sabe lo que ha hecho el judío de Stambul (Adriano Lemmi) al entrar en la morada del papa
Paulo V (el Palacio Boghese, donde estableció su sede el Gran Oriente Italiano). Ello causó un gran
escándalo, del cual se hicieron eco los diarios de la época, aún los de ordinario más indiferentes.
Hizo construir las letrinas del Supremo Consejo encima de la Capilla particular, haciendo dirigir el
desagüe sobre el altar mismo. Eso prueba bien su alma puerca; porque para cometer esta
abominación, se veía obligado a apestar el local. Hubo protestas y el arquitecto, por razones de la
higiene, tuvo que arreglar las letrinas en otra forma. Pero Lemmi, entonces imaginó otra cosa: hizo
colocar en los Water-closets un Crucifijo, con la cabeza para abajo; y encima, por orden suya, se
pegó un cartel, con estas palabras: “Antes de salir, escupir sobre el traidor. ¡Gloria a Satán! Para que
el judío masón pudiera hacer eso, es claro que necesitaba contar con ánimos dispuestos a tolerar
tales infamias (Margiotta, A. Lemmi, 250).
En Chile, gracias a Dios aún no hemos tenido esos excesos de libertad, igualdad y fraternidad
masónicas que han tenido que padecer nuestros hermanos de otros países; pero el terreno está
desbrozado y sigue preparándose del mismo modo como se ha hecho en otras naciones. La
Masonería está bien dirigida y no se lanza fácilmente a un fracaso. Esa preparación dará sus frutos
en el momento oportuno, aquí, como en otras partes, si una acción hábil, robusta y constante no
desbarata sus planes.
La Masonería ha trabajado aquí, como en todas partes, por sugestionar la opinión pública en
contra de la Religión Católica, por medio de las palabras mágicas, libertad. Liberalismo, igualdad,
fraternidad, ciencia, progreso, tolerancia, etc., o bien con las declamaciones contra el fanatismo, la
intolerancia, la reacción, el clericalismo, y otras parecidas.
Ella conoce por experiencia el valor y fuerza que tienen esas palabras para producir la sugestión,
aunque se grite libertad y liberalismo, cuando se trata de ejercitar alguna expresión contra la
conciencia y se declame contra el fanatismo. precisamente cuando se da muestras del más feroz
fanatismo. Es difícil decir hasta qué punto ha conseguido la Masonería sugestionar la opinión pública
y hacer de los partidos políticos y de hombres serios y honorables, humildes servidores, con el
encanto o con el terror mágico de esas palabras repetidas en todos los tonos.
¡Cuántas veces, aún tomando formas muy discretas y disimuladas, la Masonería ha hecho sentir
sus influencias no sólo en los círculos de señoras piadosas y de sacerdotes respetables, sino quizás
aún en las mismas curias episcopales, como las ha hecho sentir aún en el trono pontificio por medio
de hábiles diplomáticos, afiliados a ella!
De esa acción anticatólica se gloría la Masonería en sus documentos oficiales, como puede verse
en el opúsculo “La Masonería ante el Congreso”, que debiera ser leído por todos los chilenos. De ahí
tomo las siguientes declaraciones: “Hay que salir de los lindes del terruño; hay que conquistar
nuevas plazas; hay que OPONER tantas logias y triángulos a cuantas catedrales y parroquias hay en la
República”.
“Durante el primer semestre de 1913 todos los masones chilenos y gran número de las logias
proporcionaron muy efectiva cooperación a la campaña anticlerical que valerosamente emprendió
en nuestro país la Belén de Sárraga…” “Si los laureles de triunfo tocaron por entero a la intrépida
propagandista liberal (¡ !) parte importante de los felices resultados correspondió a los masones
asegurarla con su trabajo, con un entusiasmo y con su dinero”.
Son declaraciones del Gran Maestre Luis Navarrete López, en su mensaje anual leído en la
Asamblea de la Gran Logia de Chile, celebrada en mayo de 1914.
Todavía me acuerdo de que en esa campaña tomaron parte algunos católicos que odiaban la
Masonería, y sin embargo, cayeron en sus redes y sirvieron su causa, hipnotizados por el
encantamiento de la palabra liberal de que se gloriaban. Después reconocieron el engaño.
Compárese ahora el trabajo de la Masonería chilena con el consiguiente programa de trabajo del
Gran oriente de Francia, y se llegará a la conclusión que es un Poder Oculto extranjero el que está
dirigiendo, por medio de las logias chilenas, gran parte de nuestra vida nacional.
En sus principales líneas, ese programa es como sigue: “La Francmasonería, que preparó la
Revolución de 1789, tiene el deber de continuar su trabajo” (Circular del Gran Oriente de Francia, 2
de abril de 1889).
Medios para alcanzar los ideales de la masonería: Los siguientes son tenidos como los
principales: 1° Destruir radicalmente por franca persecución de la Iglesia o por el fraudulento e
hipócrita sistema de separación de la Iglesia y del Estado, toda influencia social de la Religión,
llamada insidiosamente “Clericalismo”, y en cuanto sea posible destruir la Iglesia y toda religión
verdadera o revelada, que es algo más que un culto vago de la Madre Patria y de la Humanidad; 2°
laicizar o secularizar, por medio de un sistema parecido, hipócrita y fraudulento de “no sectarismo”,
toda vida pública y privada y sobre todo la instrucción y educación popular. El “no sectarismo”, como
lo entiende el Gran Oriente, es sectarismo anticatólico y aún anticristiano, ateo, positivista y
agnóstico, con el traje de “no sectarismo”.
La libertad de pensamiento y de conciencia de los niños se ha de desarrollar en ellos
sistemáticamente en la escuela y ha de protegerse tanto como sea posible contra las influencias
perturbadoras, no sólo de la Iglesia y de los sacerdotes, sino también de los propios padres de los
niños, aún, sin es necesario, por medio de la compulsión moral o física. El Partido del Gran Oriente lo
considera indispensable y un camino infaliblemente seguro para el definitivo establecimiento de la
república Social universal, etc… (Chaine d’Union, 1889), páginas 134, 121 y siguientes; 291 y
siguientes; Actas oficiales del Congreso Masónico Internacional de París, 16-17 de julio de 1889, 31
de agosto y 1-2 se septiembre de 1900. Rivista Masonica, 1880-1910, citada por Cath. Encyclop.)
Hay, pues, una mentira constitucional, internacional tanto en los Estatutos de la Masonería,
como en los labios que, para conquistarse adeptos, comienzan por decir que en la Masonería se
respetan todas las religiones y no se trata de religión. ¡Y las primeras víctimas de ese engaño son
siempre los mismos afiliados a la Masonería!
La Masonería hace profesión de observar la más absoluta tolerancia de todas las opiniones y de
combatir tenazmente el fanatismo. Veamos si en esto es más sincera y veraz que en sus demás
afirmaciones. Tomo las ideas de Copin_Albancelli (La Consp. Juive, páginas 130 y siguientes).
La Masonería, o más bien el Poder Oculto que la dirige, para hacerla aceptar, invocaba en sus
comienzos el espíritu de tolerancia; así lograba que muchos católicos la aceptasen. En seguida
combatió a la Iglesia en nombre de la misma tolerancia que le había permitido existir. “De suerte
que nos es dado asistir a un espectáculo verdaderamente extraño: hay, en efecto, según la
Masonería. Dos iglesias por delante: la una digna de odio a causa de su intolerancia: es el
Catolicismo; la otra, admirable a causa de su tolerancia: es la Masonería. Es lo que dicen los
masones; pero ved lo que pasa en realidad. La Iglesia de la intolerancia existía antes de la que se dice
iglesia de la tolerancia. Por tanto, ha tolerado la existencia de ésta. Al contrario, ahora que esta
última está constituida, ahora que está en pleno triunfo, es ella la que no permite el mantenimiento
de la otra. Es, pues, la Intolerancia la que tolera y la Tolerancia la que no tolera. Y lo que hace más
gracia, es que los que se dicen tolerantes y no toleran, en nombre de su tolerancia, no se daban
cuenta absolutamente de su intolerancia. Es un poco bufo esto para ser verdad; y sin embargo, es el
espectáculo que el mundo entero puede contemplar. ¡Tan profundo es el obcecamiento que resulta
de las sugestiones lanzadas en la Masonería por el Poder Oculto! ¿Cómo pueden ser así falseadas las
conciencias? Sería cosa imposible de comprender y explicar para mí si la mía no hubiese sido
arrastrada, como tantas otras, en el torbellino de demencia, si yo no hubiese sido actor y víctima a la
vez”.
El mismo autor, para manifestar hasta dónde llega la intolerancia y el fanatismo que se apodera
de los masones a fuerza de las sugestiones que se les hacen, dice más adelante: “Yo he oído a esos
“fanáticos de la tolerancia”, cuando comenzaban a ser furiosamente intolerantes en nombre de su
amor desordenado de la tolerancia. He asistido aún a escenas de un cómico irresistible. Una de ellas
tuvo por causa el bacalao que ciertos masones confesaban haber comido el Viernes santo de 1884.
El hecho de observar las prescripciones católicas era, en esa época, considerado como un pecado
mortal masónico por algunos que se decían apóstoles de la tolerancia. Pues bien, uno de esos
avanzados, el Viernes Santo de 1884, pidió en su logia un voto de censura contra los masones que,
“comiendo bacalao el Viernes Santo, contribuían a mantener los prejuicios de otra edad”.
Yo pregunto a los masones, pregunto a sus esposas, madres o hermanas, si esa tolerancia, por ese
mismo motivo, es cosa desconocida o rara entre nosotros. Ya he dicho antes lo que yo mismo he
tenido ocasión de ver y de oír en el ataque que se hizo a la Procesión con que celebrábamos el
Centenario de Constantino, ataque que fue fraguado como consecuencia de las predicaciones de la
masona Belén de Sárraga y a cuya cabeza había conocidos masones. Esa es la muestra de
intolerancia con que combatían la intolerancia de nuestra religión. En cambio, cuando ellos, o los
sugestionados por ellos, hacían desfiles insultando a tirando piedras, los católicos ni siquiera hemos
contestado el insulto con el insulto, ni hemos experimentado ese ataque nervioso y frenético que
experimenta el masón al ver una imagen o encontrarse con un cura en casa de un enfermo. Mis
compatriotas de casi todas las ciudades de Chile, casi con seguridad, podrán atestiguar los mismos
hechos y recoger las mismas experiencias. La historia moderna de todas las naciones donde ha
denominado la Masonería, está llena de la misma comprobación.
La Masonería, una vez más, hace profesión de una cosa que no tiene intención de practicar, sólo
para engañar a los inocentes, que desgraciadamente son muchos en este mundo: hace profesión de
tolerancia y es satánicamente intolerante.
¿Quién creyera que, después de tan serias y constantes afirmaciones y protestas de la Masonería y
de los masones sobre el respeto a todas las religiones, y sobre que la Masonería no se ocupa de
religión, quién creyera, digo, que la preocupación por la religión y el odio por la religión católica
llegara a convertirse en furor? Es, sin embargo, lo que se ha visto, no sólo en la época del Terror y de
la Comuna, en Francia, en Madrid, en 1834, en Italia, etc., sino lo que existe en ciertos grados, en
que se blasfema de Cristo, se blasfema de Dios, diciendo de él que es el ángel o el principio malo; se
profanan las hostias consagradas, atravesándolas con un puñal. Yo mismo he visto un diploma en
que se daba poder para fundar logias, diploma sin duda emanado de alguna Gran Logia, con varias
figuras o emblemas que manifiestan el espíritu de la logia. Uno de esos emblemas era el del cáliz
derramándose y de la hostia atravesada por un puñal; otro, el del mundo con la cruz para abajo;
otro, el del Corazón de Jesús con el mote de exsecrandum, etc.
En la recepción de las Elegidas del Rito Paládico Reformado, se enseña a la que va a ser recibida
a castigar al traidor Jesús y a matar a Adonaí, el Dios de la Biblia, con su divinidad malhechora, y eso
lo hace atravesando la Maestra, y después de ella la iniciada, una hostia con un puñal, en medio de
horribles blasfemias, después que se ha garantizado que es una hostia consagrada. En 1894, dice
Dom Bénoit, se comprobó, en una iglesia de París, la desaparición de 800 hostias, sacrílegamente
robadas por los sectarios para sus misterios abominables (Bénoit, F. M. I, 456).
74. La religión masónica.
He dicho antes que la Masonería tiene las características de un culto religioso. Hablando de la
Masonería Americana de Estados Unidos, Preuss resume las pruebas con estas palabras: “Es
evidentemente una religión distinta la que tiene sus altares distintos y propios; sus templos distintos
y propios; su sacerdocio distinto y propio; y aún su Pontificado supremo propio; sus distintas y
propias consagraciones y unciones; su ritual distinto y propio; su culto distinto y propio; su moral
distinta y propia; su propia y distinta teoría acerca de la naturaleza del alma humana y de sus
relaciones con la Deidad; su Dios propio, distinto y peculiar.
“Pues bien, todas estas cosas se encuentran en la Masonería. Es, por tanto, la Masonería, una
religión distinta”.
El autor prueba cosa por cosa con las mayores autoridades de la Masonería, las de Pike y de
Mackey, y termina: “Nuestra enumeración no ha agotado los rasgos religiosos de la Masonería.
Podíamos haber tratado de sus invocaciones, de sus bendiciones, de su bautismo, de la comunión de
los hermanos, de sus himnos, de sus purificaciones, de los báculos usados en los altos grados, etc.;
pero no queremos dedicar más tiempo a la prueba de un hecho tan evidente. Llámese todo, si se
quiere, un disfraz religioso; redúzcase todo a una mofa santa, no nos importa la sinceridad o falta de
sinceridad de sus protestas”. La Masonería, hemos visto, es una misma institución en todas partes, y
basta leer los ritos de las iniciaciones, para comprender que lo que Preuss dice de la Masonería de
Estados Unidos, se encuentra en todas partes. ¡Y sin embargo, la Masonería dice que no se ocupa de
religión! ¡Siempre la sinceridad acostumbrada!
No es fácil decir en pocas palabras lo que se sabe acerca del culto masónico en las logias. La
Masonería va introduciendo poco a poco a sus adeptos en el santuario de sus misterios, adaptando a
su disposición y preparación la medida en que se la descorriendo el velo. El culto se practica en
distintas fases o períodos: Primera fase: aquélla en que se adora al Gran Arquitecto del Universo,
que, como he dicho, ha sido ya renegado por el Gran Oriente de Francia. El adepto se imagina que se
trata de Dios, de aquel Ser Supremo que tal vez aprendió a amar y adorar en el regazo de su madre,
en la iglesia o en una escuela bien dirigida. El pobrete no se imagina que sólo se trata de un nombre
simbólico, con que se encubre la verdadera divinidad. Cuándo y dónde el símbolo no fue ya
necesario, se dejó a un lado. Es de advertir que los masones evitan nombrar a Dios, en sus actos
oficiales al menos, para no nombrar una falsa divinidad.
Segunda fase: aquélla en que se adora a la Naturaleza, o sea, cuando la idea del Gran Arquitecto se
traduce en la del Dios-Naturaleza, causa universal de las cosas, tal cual la concibe el materialista, el
panteísta o el teósofo, que sólo discuerdan en el nombre y no en la idea que se forman de la primera
causa de las cosas. Los doctores masones americanos, tras largas disquisiciones o rodeos, vienen a
decir que la divinidad es el principio activo y pasivo, o masculino y femenino, de las cosas.
77. El sol y la vida.
Naturalmente, cuando se habla de la vida, de la fecundidad, etc., luego se presenta el sol, como el
agente más activo y más grandioso de la fecundidad y de la producción de los seres, especialmente
de los dotados de vida, que ocupan el grado más alto de la universalidad de las cosas. Es muy lógico
que al rendir culto a la naturaleza, se tome al sol como su representante y símbolo más
caracterizado del Dios-Naturaleza, que adoran los masones, a la par de los salvajes.
De ahí el culto de la carne, no hay más que un paso: el sol no es más que un símbolo. Hay algo que
se acerca más aún a la manifestación más sublime del dios-naturaleza, de la fuente de la vida y de la
inmortalidad: son los principios por los cuales se difunde la vida y se evita que desaparezca,
mediante la propagación. El culto de la carne se presenta entonces como el homenaje más natural
de los adoradores de la naturaleza en su manifestación más sublime, y con ese culto se llega hasta
los cultos paganos, más degradantes y corruptores.
Para quitar todo temor, para trastornar todas las ideas que se han adquirido en el contacto con
una sociedad cristiana, y borrar aún las resistencias que una rectitud natural podría oponer, en
ciertas logias al menos, se rinde culto a Lucifer o Satanás. Según las leyendas masónicas en
conformidad con las cuales expuso aquí en Iquique la Belén de Sárraga el pecado de nuestros
primeros padres, Satanás es el dios bueno o el ángel de luz, que vino a enseñar a Eva el secreto que
había de hacer que el hombre fuera como Dios, seduciéndola carnalmente, conocimiento que ella
participó a Adán, después.
¡Cómo entonces los adoradores de la naturaleza no han de manifestar a Satanás su gratitud, por
los beneficios que hizo al hombre? Ellos, los albañiles, constructores del gran templo de la
naturaleza, después de arreglar a su sabor la narración bíblica, no pueden menos de sentirse llenos
de veneración, de amor y agradecimiento hacia el ángel que enseñó al hombre a tener la libertad
masónica, despreciando a Dios, y con razón miran a Satanás como a su padre y fundador.
He ahí una breve síntesis del culto de la Masonería. He dicho y repito que muchos masones y
aún en muchos grados, no sospechan el sentido oculto de los símbolos que usa, ni lo que se enseña y
practica en grados más altos.
En la orgía anticatólica en que viven los masones dirigentes o ilustrados, hablan de la diosa-
razón, del sios-pueblo, del dios-hombre, o sea, el mismo hombre, etc. Todo viene a ser dios, para
ellos, menos el verdadero Dios.
Los que todavía no han renegado del Gran Arquitecto del Universo, como los ingleses y muchos
americanos, abren sus sesiones, juran, etc., en su nombre, rindiéndole culto.
80. La idea de Dios en la Masonería.
En cuanto al culto de la naturaleza, dice Pike: “Hay un Ateísmo meramente formal, que es la
negación de Dios en los términos, pero no en la realidad. Un hombre dice: No hay Dios; esto es, no
hay Dios que se origine a sí mismo o que nunca fue originado, sino que siempre fue y ha sido, que es
la causa de la existencia, que es la Mente y la providencia del Universo; y por tanto, el orden, la
belleza y la armonía del mundo de la materia y de la mente no indica ningún plazo o propósito de
Divinidad. Pero él dice, la Naturaleza (significando con esta palabra la suma total de la existencia)
eso es poderoso, sabio, activo y bueno; la Naturaleza se originó a sí misma, o sea, siempre fue y ha
sido, la causa de su propia existencia, la mente del Universo y la Providencia de sí misma.
Claramente hay un plan y propósito donde se producen el orden, la belleza y la armonía. Pero esto
es el plan y propósito de la Naturaleza”. “En tales casos, continúa, la negación absoluta de Dios, s
sólo formal y no real. Se admiten las cualidades de Dios y se afirma que existen y es un mero cambio
de nombre el llamar al posesor de estas cualidades Naturaleza y no Dios. (Preuss, A. F., 157-8).
Que no sea cuestión de nombre solamente, lo prueba la explicación que el mismo Pike, continúa
dando, en la que reduce la trinidad divina del alma, al pensamiento del alma, y a la palabra con que
se expresa ese pensamiento.
Nada agregaré a lo dicho sobre el culto de la carne, el culto que la Masonería ha heredado de
los antiguos paganos. Preuss y Bénoit traen largas informaciones sobre él en sus obras tantas veces
citadas. En Bénoit se verá que hasta en la ceremonia de la sepultación masónica, entra ese culto
pagano, velado, naturalmente, con el símbolo. Lo que acerca de esto he sabido por testigos
presenciales, me ha horrorizado.
Al culto del sol se refieren muchos símbolos o ceremonias que se acostumbran en las logias. Según
Mackey, la circumambulación o procesión que se hace alrededor del altar en las logias, en la cual se
comienza por el oriente, se encamina hacia el sur y se vuelve por el oeste, es una imitación del curso
del sol, y una prueba manifiesta de que los ritos paganos de los adoradores del sol vienen de la
fuente común a la cual la Masonería es deudora de su existencia. “Sólo la Masonería, dice, ha
conservado la primitiva significación, que era una alusión simbólica al sol como fuente de la luz física
y la más maravillosa obra del Gran Arquitecto del Universo”. “El culto del sol, dice en otra parte, fue
introducido en los misterios, no como una idolatría material, sino como un medio de expresar una
restauración de la muerte a la vida, tomado de la reaparición en el este del orbe solar, después de su
nocturna desaparición por el oeste. Al sol también, como regenerador y vivificador de toda cosa, hay
que atribuir el culto fálico que formaba una parte principal de los misterios”. Los tres principios
oficiales de la logia representan, según el mismo autor, al sol en sus principales posiciones, la salida,
el mediodía y la puesta (Preuss, A. F., páginas 120 y siguientes).
El culto del sol, dice Renán, alto dignatario de la Masonería francesa, era el solo culto razonable
y científico; el sol es el dios particular de nuestro planeta”. “El Titán o el sol es, , según una profesión
de fe de los Jueces Filósofos desconocidos, el solo dios, autor del bien y del mal. El Juez Desconocido
(el Juez Supremo) es el sol que debe gobernarlo todo, que debe regir el mundo y hacer la felicidad
del género humano” (Bénoit, F. M., I, 228).
El culto de Lucifer no es tan misterioso que no haya llegado a oídos de los que se han preocupado
de la Masonería. “En la iniciación del grado de Caballero de la Serpiente de Bronce, se adora a la
Serpiente infernal, enemiga de Adonaí, amiga de los hombres, que con su triunfo hará volver a los
hombres al Edén. En el 20° grado, el Presidente dice al que se inicia: “En el nombre sagrado de
Lucifer, desarraigad el oscurantismo”. Ya sabemos qué significa esa palabra en el lenguaje
masónico. “Fue Juan Ziska, quien con Juan Huss, dice una hoja masónica, ha echado en Bohemia las
bases de la Masonería. Representaba a Satanás como la víctima inocente de un poder despótico;
hacía de él un compañero de cadena de todos los oprimidos. Fue más lejos aún: puso a Satán sobre
el Dios de la Biblia. Al antiguo saludo “Dios sea con vosotros”, sustituyó éste: “Que aquél a quien se
hace injusticia os guarde”. Por eso Proudhom lo invocaba diciéndole: “Ven, Satanás, el proscrito de
los sacerdotes, el bendecido de mi corazón” (Bénoit, F. M. I, 460-462).
“El Rito Paládico Reformado tiene por práctica fundamental y por fin, la adoración de Lucifer,
dice Dom Bénoit, y está lleno de todas las impiedades y de todas las infamias de la magia.
Establecido primero en Estados Unidos, ha hecho invasión en Europa y hace cada año progresos
espantosos”. Todo su ceremonial está lleno, como es de suponer, las blasfemias contra Dios y contra
Nuestro Señor Jesucristo (F. M., I, Páginas 449 y siguientes).
Adriano Lemmi, el supremo jefe de la Masonería italiana, ni disimulaba su culto a Satanás. “En
Italia, dice Margiotta, todos saben que Ariano Lemmi es satanista.
“En nombre de Satanás envía sus circulares, aunque acomodándose a vecs a la opinión de los
imperfectos iniciados; pero basta hojear la colección de su diario reservado a los francmasones para
conocer sus sentimientos de ocultismo y de renegado entregado al diablo.
“Sí, como satanista organizó el movimiento anticlerical y se gloriaba de ello en 1883, haciendo
insertar en su órgano oficial, la Rivista della Massonería italiana, (Vol del año 1884, página 306), esta
cínica declaración:
“Vexilla regis prodeunt inferni , ha dicho el Papa. Pues bien, ¡sí! ¡sí! Los estandartes del Rey de
los infiernos avanzan y si no hay un hombre que tenga conciencia de su ser, que tenga amor a la
libertad, no hay uno que no venga a alistarse bajo esos estandartes, bajo esas banderas de la
Francmasonería, que simbolizan las fuerzas vivas de la humanidad, la inteligencia en oposición con
las fuerzas inertes de la humanidad embrutecida por la superstición.
“¡Vexilla regis prodeunt inferni!… ¡Sí! ¡Sí! Los estandartes del Rey de los Infiernos avanzan, porque la
Francmasonería, que por principio, por institución, por instinto, ha combatido siempre y combatirá
siempre sin tregua y sin cuartel todo lo que pueda impedir el desarrollo de la libertad, de la paz y de
la felicidad de la humanidad, tiene el deber de combatir hoy más enérgicamente y más abiertamente
que nunca todos los ardides de la reacción clerical” (Margiotta, A. L., 168-169).
Terminaré lo del culto de Satanás con una cita que me parece oportuna: “Hace algunos años, dice
Copin-Albancelli, una circunstancia me permitió tocar con el dedo la prueba de que hay ciertas
sociedades masónicas, que son satánicas, no en sentido de que el diablo venga a presidir las
reuniones, como lo pretendía ese mixtificador de Leo Taxil, sino en el de que los iniciados profesan el
culto de Lucifer. Adoran a éste como si fuera el verdadero Dios y están animados de un odio
implacable contra el Dios de los cristianos, que declaran ser un impostor. Tienen una fórmula que
resume el estado de ánimo; ya no es “A la Gloria del Gran Arquitecto del universo”, como en las dos
masonerías inferiores; es: G.·. E.·. A.·. A.·. L.·. H.·. H.·. H.·. A.·. D.·. M.·. M.·. M.·.; lo que quiere decir
(traducido: ¡Gloria y Amor a Lucifer! ¡Odio! ¡odio! ¡odio! Al Dios maldito! ¡maldito! ¡maldito!
¡maldito!
“Se confiesa en esas sociedades que todo lo que el Dios cristiano ordena de desagradable a
Lucifer; que, al contrario, todo lo que prohíbe, es agradable a Lucifer; que, en consecuencia, es
menester hacer todo lo que el Dios cristiano prohíbe y que es preciso guardarse como del fuego que
todo lo ordena. Repito que de todo esto he tenido la prueba en mis manos. He leído y estudiado
cientos de documentos relativos a una de estas sociedades, documentos que no me es permitido
publicar y que emanan de miembros, hombres y mujeres, del grupo en cuestión. He podido
comprobar que esta asociación es una verdadera escuela de lujuria que sobrepasa todo lo que se
pueda imaginar (parece que eso agrada a Lucifer) que también se practica allí el asesinato, siempre
porque es desagradable al Dios cristiano y agradable a Lucifer…” (Copin, P. O., 291-292).
Después de leer todo esto, recuerde el lector que la Masonería sostiene en sus estatutos y por
boca de los que le hacen propaganda, que no se ocupa de religión y que respeta la fe religiosa de sus
miembros, y vea si encuentra palabra con que calificar ese engaño, cuyas primeras víctimas son
siempre sus propios adeptos.
“La Masonería no se ocupa… de las constituciones civiles de los Estados… debe respetar y respeta
las simpatías políticas de sus miembros… En consecuencia, toda discusión que tienda a este objeto,
queda expresa y formalmente prohibida”.
Así dicen las constituciones masónicas. Veamos si dicen tanta verdad, como cuando se trata de
religión. A este propósito no estará demás citar los que dice Copin-Albancelli: “Durante ciento
cincuenta años la Francmasonería ha afirmado, ha proclamado en sus estatutos, como lo hemos
dicho, que no ocupaba de política y que aún prohibía en las logias toda discusión que pudiera tener
relación con esta materia. Pues bien, ¡cosa verdaderamente extraordinaria de parte de una
asociación que no se ocupa de política”! Ella apareció súbitamente en posesión de todos los puestos
del Estado durante la Revolución, y en nuestros días se le ve renovar este milagro!
“Agregaremos que se necesitarían volúmenes para citar todos los documentos que probarían
que las reuniones de sus talleres están llenas por las discusiones políticas, a pesar de la declaración
que está contenida en los estatutos”.
Y no de otro modo se podría explicar el hecho de que en 1900 “los masones, que no eran sino
veinticinco mil en Francia, tuvieran más de cuatrocientos senadores y diputados, o sea un senador
por sesenta masones, mientras que para el resto de los franceses, la proporción no era de un
senador o diputado por diez mil electores. Los masones se encontraban, pues, trescientas veces más
favorecidos que la masa de los franceses” (Copin, P. O., 23, 97-98).
Cuando Napoleón llegó a ser el ídolo de la Revolución, la Masonería le dobló la rodilla y lo aduló, al
mismo tiempo que trabajaba por derrocarlo. En 1812, en la fiesta de la Orden, el Gran Orador del
Gran Oriente pronunciaba esta enfática abjuración: “Y nosotros, hermanos míos, colocados en este
Oriente, como en otro tiempo uno de los jefes Hebreros sobre la montaña, mientras que los
guerreros de Israel combatían, elevemos nuestras manos hacia el Eterno, que ha ligado la victoria a
las águilas de su Predilecto y gocemos con reconocimiento de la paz interior que nos asegura su
poder” (Copin, P. O., 369).
Y sin embargo, las mismas logias militares, la mayor parte al menos, se habían hecho
antinapoleónicas, hasta el punto que, durante la invasión, algunas llegaron a admitir a los oficiales
masones de las potencias aliadas.
Cuando subió Luis XVIII al trono hizo con él como con Napoleón: el Gran Maestro Adjunto, el
General Beurnonville, la puso a los pies del monarca, declarando que respondía de ella como de sí
mismo. Pero llegó la nueva subida de Napoléon, a su vuelta de Elba, y al momento la Masonería,
virando hacia él, dirigió un saludo de bienvenida al predilecto del Eterno.
Y cuando Napoleón desapareció, después de los cien días de Restauración, allí estaba de nuevo
la Masonería a los pies de Luis el deseado, elevando oraciones por él y cantando himnos en su
honor. Lo que no quita que al fin terminara por asesinarlo, llegando a falsificar el voto relativo a su
condenación, cuando se vio que no había mayoría para la pena de muerte (Copin, P. O., 374).
Y la misma historia sigue repitiéndose con Carlos X, con Luis Felipe, con la República y con
Napoleón III. Luis Felipe llegó a prohibir que los militares pertenecieran a las logias, sabiendo que la
Masonería estaba trabajando a la sombra para derrocarlo. Todo fue inútil. Un gran congreso de
masones alemanes, franceses y suizos, reunidos en Estrasburgo, el año 1847, decidió sustituir la
Monarquía por la República. Cinco directores[2] de logias parisienses prepararon la revolución, y
Odilón Barrot, masón de la logia de los trinosofos, Presidente del Consejo de Ministros, después de
haber jurado fidelidad a Luis Felipe, hizo cesar el combate contra los revolucionarios, y se organizó el
gobierno provisorio.
En ese Gobierno Provisorio, entre once Ministros, nueve eran masones conocidos. Sólo
Lamartine y Dupont de l’Eure, no lo eran, pero recibían la sugestión masónica, rodeados como
estaban de masones. El Gobierno era, pues, masónico. Cuando el 10 de marzo de 1848, el Supremo
Consejo del Rito Escocés fue a felicitar al Gobierno Provisorio, Lamartine, en el nombre del
Gobierno, respondió a los masones delegados: “Estoy convencido de que es del fondo de vuestras
logias de donde han emanado, primero en la sombra, después a media luz y finalmente en pleno día,
los sentimientos que han acabado por hacer la sublime explosión de que hemos sido testigos en
1789 y de la cual el pueblo de París acaba de dar al mundo la segunda, y lo espero, la última
representación hace pocos días” (Copin, P. O., 380).
Como la nación eligió después una asamblea que no era masónica como el Gobierno, comenzó la
lucha del Gobierno con la Asamblea, hasta llegar al golpe de estado que hizo de Luis Napoleón el
Emperador Napoleón III, en noviembre de 1852. ¿Había tomado parte en todo este movimiento la
Masonería que se había mostrado antes tan republicana?
El Príncipe Murat, primo del Emperador, había sido elegido Gran Maestre al día siguiente del
golpe de estado del 2 de diciembre de 1851, por el cual Napoleón disolvió las Cámaras, para hacer
aprobar una nueva Constitución. Napoleón era saludado y vivado Emperador por las logias seis
semanas antes de serlo.
Pero lo curioso es que, después de todo esto, la Masonería ha echado sus maldiciones al
“hombre de diciembre”, “al bandido”, al “asesino de la libertad”, como lo llamaba Víctor Hugo, y le
fue preparando la caída. “M. Charles Goyau, dice Copin-Albancelli, nos muestra en su hermoso libro
sobre “La Idea de Patria y el Humanitarismo”, cómo la Masonería se opuso a la reorganización del
Ejército, emprendida por el mariscal Niel; cómo la masonería francesa acogía con las muestras de la
más estúpida ternura la fundación de una logia alemana en París; cómo el H.·. Brisson iba a esta
logia, la Concordia, a estrechar con su corazón a sus HH.·. alemanes, y a celebrar con ellos la
supresión de fronteras y la fraternidad universal. Durante este tiempo, Alemania aumentaba
incesantemente el poder de su organismo de combate. El Poder Oculto hacía predicar el pacifismo y
el humanitarismo en Francia, por la Masonería francesa, mientras que hacía predicar el patriotismo
en Alemania por la Masonería alemana. Atacado en sus recursos morales y en sus recursos
materiales, el Imperio acabó por caer” (Copin, P. O., 387-388).
Lo que pasó en Francia es lo que la Masonería ha procurado hacer en todas partes. En las
confesiones del conde de Haugwitz, presentadas al Congreso de Verona, después de hablar de la
división de la Masonería en dos partidos, uno con sede en Berlín y el otro con el Príncipe de
Brunswick, como jefe aparente, agrega: “En lucha abierta entre sí, los dos partidos se daban la mano
para llegar a la dominación del mundo. Conquistar los tronos, servirse de los reyes como de
administradores, tal era su fin… Ejercer una influencia dominante sobre los tronos y sobre los
soberanos, tal era nuestro fin, como había sido el de los Caballeros Templarios…”
Siento que el espacio no permita dar en toda su amplitud el testimonio de Weishaupt, Jefe de
los “Iluminados”; citaré sólo algunas de sus palabras: “Soplar por todas partes un mismo espíritu,
dirigir hacia el mismo objeto, en el mayor silencio y con toda la actividad posible, a todos los
hombres esparcidos sobre la faz de la tierra: he ahí el problema por resolver aún en la política de los
estados, pero sobre la cual se establece el dominio de las sociedades secretas. Una vez establecido
este dominio, por la unión y la multitud de los adeptos, haced que la fuerza suceda al imperio
invisible: ligad las manos a todos los que resisten, subyugad, ahogad la maldad en su germen. Los
sacerdotes y los príncipes resisten a nuestro gran proyecto…. Alrededor de los poderes de la tierra es
menester reunir una legión de hombres infatigables… Pero todo esto debe hacerse en silencio.
Nuestros hermanos deben sostenerse mutuamente, socorrer a los buenos en la opresión, y tratar de
ganar todos los puestos que dan poder para el bien de la Orden” (Bénoit, F. M., I, 173-175).
¿Es o no el plan que aconsejaba Weishaupt el que se ha ejecutado o se está ejecutando en todas
partes? ¿Qué se ha hecho en Méjico? ¿Qué se ha hecho en Uruguay, donde se ha llegado hasta
prohibir la entrada a los eclesiásticos extranjeros, lo que no se prohíbe a los anarquistas? ¿Qué es lo
que se está haciendo actualmente en Rusia?
No tendría espacio para dar una idea siquiera de lo que Masonería ha hecho en Italia, valiéndose de
la política; pero de ello será una muestra la siguiente plancha secreta dirigida a todos los Venerables
por el Gran Oriente del Valle del Tíber y firmada por Adriano Lemmi, el 10 de octubre de 1890
“El edificio que los Hermanos del mundo entero están en camino de elevar, no podrá ser
declarado construido con solidez, mientras los Hermanos de Italia no hayan dado a la humanidad los
escombros de la Institución del gran enemigo.
“Nuestra obra se persigue con actividad en Italia, y el Gran Oriente del Valle del Tíber ha podido,
en el aniversario de 1789, proclamar que las leyes en Italia se elaboran a la luz del espíritu de la
Masonería universal. Vamos a aplicar el escalpelo al último refugio de la superstición, y la fidelidad
del Hermano 33° que está a la cabeza del poder político (Crispi) nos sirve de garantía segura de que
el Vaticano caerá bajo nuestro martillo vivificante”.
“Pero para que este trabajo no tenga tregua y no pierda ninguno de los beneficios que de él
espera la humanidad, es indispensable que en las próximas elecciones políticas entren en la Cámara
Legislativa al menos 400 hermanos. En la legislatura actual son 300. Este número no basta para el
trabajo futuro…
“La Logia del Tíber adhiriéndose a las numerosas logias italianas, ha podido obtener que su
Venerable Crispi prorrogase la disolución de la Cámara, a fin de que nosotros pudiésemos arreglar
juntos las listas de nuestros candidatos a la representación nacional…
“Los hermanos de las diferentes logias obrarán, pues, cerca de los Prefectos, que nos
pertenecen en su mayoría, cerca de los Consejos Departamentales y de las personas influyentes por
el triunfo de nuestras candidaturas. Quien haya cooperado a la difusión de la luz vivirá de la luz. Es
menester poner en la imposibilidad de hacernos daño a los sacerdotes, a los diarios de las tinieblas y
aún a los irregulares que han atacado, durante la legislatura actual, a la Masonería bajo pretextos
fútiles, tales como la cuestión de los tabacos o la de nuestras influencias. Y aprovechamos esta
circunstancia para recordar que son legítimos los medios que nos permitan hacer dinero con el fin
de sembrar una propaganda fecunda, y, respecto de nuestras influencias, a las cuales el Gran
Oriente no debe renunciar, que las hagamos valer siempre en favor del interés supremo de la Orden.
“El Gran Oriente invoca el Genio de la Humanidad, a fin de que todos los Hermanos trabajen
haciendo el último esfuerzo por dispersar las piedras del Vaticano para construir con ellas el templo
de la Razón…”
Adriano Lemmi, 33° Delegado Soberano Gran Comendador” (Margiotta. A. L., 196-197).
Es tanto el interés que suele reinar en las logias, que, cuenta Copin-Albancelli, que uno de los
rarísimos casos en que advirtió que se daban órdenes en la Masonería, fue aquél en que la
Masonería se empeñó por inutilizar para candidato a uno de los Hermanos que, como diputado
elegido en 1898, no seguía sus inspiraciones respecto de la campaña antisemítica que se levantó en
Francia por aquellos años.
No repasaré el simbolismo de varios grados y ritos, que arman a sus adeptos para la revolución y
contra los soberanos. Pueden verse en la obra de Bénoit. Siento no poder, por falta de espacio,
manifestar hasta dónde llega la dominación masónica sobre sus adeptos políticos, si bien lo que ya
se ha dicho es más que suficiente para comprender que con la intervención política de la Masonería
resulta terriblemente verdadera la frase de D’Israeli: “Los que gobiernan el mundo no son los que
parecen gobernarlo sino los que operan tras de bastidores”. Con razón decía el H.·. Blatin, diputado,
en 1888: “Hemos organizado en el seno del Parlamento un verdadero sindicato de Francmasones y
me ha sucedido no diez sino cien veces a mí mismo el obtener intervenciones verdaderamente
eficaces cerca de los poderes públicos”.
El autor tantas veces citado, Copin-Alancelli, dedica en su libro, Le Pouvoir Occulte, un artículo a
los medios de coerción de que dispone la Masonería para mantener a los Diputados, Senadores y
Ministros Francmasones en la disciplina masónica. Siento no poder darlo aquí, pero por él se ve que
no hay medio: o el político obedece a la sugestión de las logias o cae en la nada de donde las logias
lo han levantado.
El Gran Oriente de Bélgica ha afirmado categóricamente “el derecho y el deber de las logias de
supervigilar los actos de la vida pública de aquellos de sus miembros que ellas han hecho entrar en
las funciones políticas, el deber de pedir explicaciones… el deber de aceptarlas con benevolencia
cuando son satisfactorias, de reprimir, si dejan de desear, y aun de cortar del cuerpo masónico a los
miembros que han faltado grave y voluntariamente a los deberes que su calidad de masón les
impone, sobre todo en su vida pública” (Copin, P. O, 132).
¡No deja de ser envidiable la libertad de que gozan en la Masonería los hombres públicos!
Y para que no se crea que en Estados Unidos, donde hay tanto masón, se piensa de otra manera,
terminaré este artículo citando algunas palabras pronunciadas por Mr. Merritt, Gran Maestro de
Ceremonias y Gran Maestro, en su contestación al brindis “El Gran Consistorio de California”.
“Nosotros sostenemos que ningún hombre o corporación de hombres tiene el derecho de
influenciar nuestra conducta política. No reconocemos partido. Votamos según los principios de la
Masonería del Rito Escocés, y el hombre que pertenece al Rito Escocés y no lo hace así, viola toda
obligación, desde la primera hasta la trigésima tercera, cada una de ellas” (Preuss, A. F. 284).
No haré comentarios sobre la patente contradicción que está bastante clara entre la primera
afirmación y la última.
Así lo dice en sus Estatutos[3] y lo proclama por boca de sus propagandistas y adeptos. Y, sin
embargo, se ve también aquí realizado el milagro que se observó en Francia: que siendo,
relativamente al resto de los electores, muy pocos los masones, sin embargo, son muchos sus
representantes en las distintas ramas del poder de la nación y en los puestos públicos, como si la
mayoría de los chilenos fueran masones. Es cosa sabida de cuántos tienen contacto con el manejo
político del país. Éstos saben también que no son los méritos los que se toman en cuenta para dar
esa preferencia a los masones, sino la insignia del mandil y las órdenes de las logias, órdenes mucho
más respetadas que los acuerdos del Gobierno. Eso está en la conciencia de los que conocen a los
hombres. ¡Ojalá me engañara! Los que hemos vivido algún tiempo en Iquique, donde hay más
facilidad para conocer a los hombres, sabemos muy bien cuánto ha valido el ser masón para ocupar
altos puestos y ser mantenidos en todos los órdenes del poder, al mismo tiempo que se hacía la
busca de adeptos para la Masonería, pregonando que la Masonería es una asociación de
beneficencia y que en ella no se trata ni de religión ni de política; cosa que se decía, por supuesto, a
los que manifestaban temores o desconfianzas, mientras que a otros más preparados para recibir la
verdad masónica se les prometía ayudarles a obtener buenos puestos. Naturalmente, los puestos,
por muchos que sean, no han de alcanzar para todos. Debe pasar ahora lo que se cuenta en la
revista de la Orden que aconteció en tiempos de Santa María, contado por un ex-masón:
Es de tener lástima a los señores Ministros cuando son masones, sobre todo si ignoran los consejos
de los jefes de la Orden: “Nuestros hermanos deben sostenerse mutuamente… y tratar de ganar
todos los puestos que dan poder para bien de la Orden”.
Los que hemos vivido algún tiempo en Iquique, podríamos refrescar en la memoria cambios de
empleados o jefes, horribles hostilidades para con algunos, inesperados favores políticos para con
otros, sin que haya habido otra explicación que la intervención de las logias, Se podría citar hechos y
nombres; pero no debo herir a nadie. Mi propósito es sólo dar a conocer la verdad, si fuera posible
aún a los mismos que han caído víctima del engaño inicial que los llevó a las logias, es decir, la
palabra dada de que en ellas se respeta toda religión y toda opinión política.
Tenemos, entonces, que la afirmación que hace la Masonería y que suelen hacer también sus
adeptos de que en ella no se hace política, es otra gran mentira constitucional de la Asociación, y
que las primeras víctimas de ese engaño son los propios adeptos de la Masonería.
Como al hablar de los fines de la Masonería, ella hace alarde de batallar por los ideales de la
libertad, igualdad y fraternidad. Veamos qué hay en eso de sinceridad y de verdad.
Semejante libertad en la revuelta, la rebelión contra toda autoridad. Si alguno creyere que hay
en esto exageración, no tiene más que leer las declaraciones de autoridades masónicas ya citadas.
Hay que darse cuenta también del simbolismo masónico y de los discursos rituales, para comprender
toda la profundidad de la libertad masónica. Esos datos pueden verse en Bénoit (La F. M. I, 7).
En cuanto a los políticos, por lo que se ha dicho poco antes poco antes, se puede ver que son
todavía menos libres que los demás ciudadanos. Basta recordar las decisiones del Gran Oriente de
Bélgica y la conclusión a que llega, que “es menester ser severo e inexorable contra los que, rebeldes
a las advertencias, llevan la felonía hasta apoyar en la vida política actos que la Masonería combate
con todas sus fuerzas, como contrarios a sus principios, sobre los cuales no puede ser permitido el
transigir” (Copin, P. O. 132-133).
Ahí tenéis, pues, al hermano masón, que no tiene aquella libertad de que goza el último de los
ciudadanos; que ha renegado de la infalibilidad de la Iglesia para reconocer una infalibilidad que no
sabe dónde está ni de dónde viene. Mientras el profano obedece a autoridades legítimas, visibles, y
a leyes que conoce, al Hermano está expuesto a ser manejado como el niño pequeñuelo, según el
capricho de esa dirección oculta que, como se ha visto, en Francia lo pasó jugando a la política,
haciendo adorar y derrocar sucesivamente a los jefes de la nación. Por algo se le obliga a hacer en las
logias ejercicios infantiles.
Por algo también hace sus juramentos, en los cuales renuncia a su voluntad mucho más aún de
lo que lo hace un religioso. “Juro obedecer sin restricción, tanto la Const.·. masónica, como los
Reglamentos Generales de la Ord.·. etcétera”, dice en Chile el masón. El Minerval de los Iluminados
decía: “Prometo un silencio eterno, una fidelidad y obediencia inviolables a todos los superiores y
estatutos de la Orden. En lo que es objeto de esta misma Orden, renuncio plenamente a mi propio
modo de ver y a mi propio juicio” (Bénoit, F. M. I, 589).
Por otra parte, desde que la Masonería puede imponer la ley, se pueden dar por perdidas aún
aquellas libertades que son más naturales e inviolables, como es la libertad de conciencia, la de
educar a los hijos, la de vivir cada cual conforme a sus inclinaciones, con tal de no perjudicar a
terceros, etc. En Méjico, por ejemplo, está prohibido el traje eclesiástico, desde hace muchos años.
Allí, como en Francia y en otras partes, está prohibida la enseñanza religiosa en las escuelas públicas.
En Estados Unidos, la Masonería está empeñada en suprimir la enseñanza privada, para obligar a
todos los niños a ir a la escuela laica. En varios países, la Masonería ha desconocido las
congregaciones religiosas, al mismo tiempo que amparaba toda clase de asociaciones inmorales o
subversivas; las que ha expulsado y perseguido como no se persigue en ninguna parte a los
anarquistas o subversivos.
La libertad que predica la Masonería es, pues, otra gran mixtificación con que engaña a los
propios adeptos y prepara la tiranía para con los extraños y las sociedades en general. La Masonería
sabe realizar las instrucciones ya citadas de Weishaupt: “Que la fuerza suceda al imperio invisible:
ligad las manos a todos los que resisten, subyugad”, etc.
Los que saben entre nosotros el poderío que la Masonería ejerce en el ramo de la enseñanza y
la tendencia a suprimir en ella toda libertad y lo mucho que ya se ha hecho en ese sentido, tendrán
en casa una prueba de la libertad masónica.
Cualquiera, al oír repetir con tanto entusiasmo esa palabra como las otras dos, creería que la
igualdad se practica con mucha perfección dentro de la Masonería y para con los profanos.
Precisamente, sucede todo lo contrario. Al hermano iniciado, desde su misma iniciación, se le hace
creer que en la Masonería todos son iguales, salvo la distinción de cargos o dignidades, y sin
embargo, no hay asociación alguna en que haya más desigualdad. Los masones compañeros,
maestros o de altos grados, llaman “hermano” al aprendiz. “Pero es un hermanito de tres años
solamente, que no está iniciado sino en la sociedad de los niños masones, y esta sociedad aún
formando cuerpo con las sociedades masónicas de los altos grados, no solamente está debajo de
todas, sino que, cosa mucho más importante, está penetrada y realmente dominada por todas. Los
aprendices, se puede decir, no pueden entrar en ninguna parte del templo masónico, si no es en
cierta parte que se les ha asignado. Asignado, decimos, no reservado, porque ellos no pueden cerrar
la puerta a los masones de los grados superiores. Éstos van y vienen como les place en las reuniones
de los aprendices, lo mismo que los profesores pueden ir y venir en las diversas clases de los liceos,
donde hacen cursos”. Son palabras de un ex-masón (Copin, P. O. 210).
Lo mismo les va pasando a los de los demás grados respecto de los grados superiores: no saben
sus secretos, no pueden asistir a sus reuniones, y son constantemente espiados o vigilados, sin que
ellos se den cuenta siquiera; lo que les hace ser de peor condición que los niños de la escuela, que al
menos saben quién los vigila.
La Iglesia Católica, acusada por la Masonería de mantener la desigualdad entre los hombres,
enseña que ante Dios todos los hombres son iguales, y de hecho todos los católicos tenemos la
misma doctrina, no hay doctrina oculta para nadie; todos podemos llegar a la misma mesa
eucarística, es decir, todos podemos tomar parte en el acto más elevado del culto que profesamos.
En la Masonería los masones de los grados inferiores no son más que el juguete de los grados
superiores, especialmente de los ocultísimos, en donde se admirarán de la estupidez humana que se
deja atraer con el cebo de un secreto que jamás se revela.
Éste es el otro lema con que la Masonería difunde en rededor suyo una atmósfera de simpatía,
especialmente entre aquéllos que necesitan ser alentados en la vida. Esa fraternidad tiene, como se
ha dicho, un doble sentido: el de borrar toda diferencia de familia, patria, religión, derechos, etc., y
el de mutua protección entre los masones.
No niego que esta fraternidad se ejercite entre hermanos y que sea un derecho legítimo, el de
buscar en la asociación esa ayuda mutua; pero con tal que sea dentro de ciertos límites, con tal que
no sea contra los derechos que por equidad natural o justicia corresponden a un tercero, o no se
causen perjuicios a la sociedad, a la nación o a particulares. Así, por ejemplo, ¿quién negará que las
preferencias por los hermanos en el ejército francés causaron gravísimo daño a la institución y
pusieron en gravísimo peligro a la nación entera, que en la última guerra, guiada por el instinto de
conservación, fue dejando a un lado a los jefes ineptos que la Masonería había encumbrado y
llamando a los jefes católicos que ella había dejado en la sombra, y gracias a eso se salvó? ¿Quién
negará que las preferencias para con los hermanos en la provisión de los empleos públicos ha dado
en todas partes ocasión a grandes desfalcos al fisco y a grandes injusticias para con los particulares?
Sería interesante leer la historia de la cuestión de los tabacos en que se vio envuelto el Ven. Crispi y
el delegado Supremo Gran Comendador Adriano Lemmi, Gran Maestro de la Masonería Italiana, en
1890. Los masones eran 300 en la Cámara; el total de los diputados 504. El diputado Imbriani pidió
que se abriese una investigación. Los diputados masones se vieron en la alternativa de ser o buenos
masones o buenos diputados, y para ser buenos masones y ayudar al hermano en sus apuros,
negaron la investigación y salvaron al hermano Crispi y al Hno. Y Gran Maestro Lemmi. Margiotta
suministra los datos sobre este asunto (Margiotta, A. L., 188 y sigs.).
En el debate que hubo en nuestra Cámara sobre la Masonería y el Ejército, se leyeron datos
interesantísimos sobre la escandalosa cuestión de las fichas en el ejército francés, sistema que usó la
Masonería para hacer ascender a los suyos y concederles todas las gollerías posibles y para
postergar a los que no eran suyos y negarles todos los favores posibles. Es digna de leerse la
interpelación que se hizo en la Cámara con este motivo. Especialmente cuando se trató del castigo
impuesto al coronel Quinemont, “que como jefe de regimiento poseía los más bellos estados de
servicio del ejército; que había sido hecho subteniente en el campo de batalla de Morsbronn… y que
no había cesado de ser soldado irreprochanle”. ¿Por qué fue puesto en reserva? Porque había
castigado con toda justicia a un oficial prevaricador. Pero el oficial era hermano y la Masonería lo
vengó: “Entre un prevaricador de oficina y un soldado heroico, terminaba el interpelante,
dirigiéndose al Ministro, no habéis dudado: Habéis herido al soldado heroico y, habéis protegido al
ladrón”. (La Masonería ante el Congreso, p. 73-89).
Ese asunto de las fichas que usó en Francia la Masonería para hacer su trabajo en el ejército, es
uno de los más repugnantes y bajos que, sobre todo para un militar, puede haber. ¡Quiera Dios que
esa horrible gangrena no esté minando también a nuestro glorioso ejército!
A esos extremos suele conducir la fraternidad interna de la Masonería, para con los suyos, y
ésas son también muestras de la fraternidad que ejercita para con los profanos, muestras que, por
desgracia y para vergüenza nuestra, comienzan a verse estampadas en la gran prensa del país y a
vislumbrarse alrededor nuestro[4]
Ya se ha visto que la Masonería fue dueña en Francia durante la revolución Francesa, como lo ha
sido últimamente, antes de la guerra, según confesión de los mismos masones. Han tenido, pues, la
ocasión de manifestar al mundo la realización de aquellos sublimes ideales proclamados por el
Cristianismo. Ved lo que han hecho: “En nombre de esa fórmula se ha visto establecer, por decirlo
así, de una manera legal, el saqueo, el incendio,, la proscripción, el despojo y el asesinato. Tres años
después de su proclamación, nada más que tres años, el ideal de fraternidad revolucionaria
terminaba con la innobles matanzas en las prisiones. ¡Sí! Tres años habían bastado para que se
produjese esa atroz desfiguración!
“Y un año más tarde era el Terror y los millares de cadáveres con que se ensangrentaba a
Francia. En cuatro años la destrucción del verdadero espíritu cristiano y su reemplazo por la
contrahechura de que hablamos, tenían, como consecuencia del establecimiento de la más
espantosa tiranía de que la historia haya hecho mención jamás”.
A fin de explicar cómo la fraternidad revolucionaria pudo morder tan ferozmente la carne
humana, se han buscado razones; pero no se han encontrado sino sinrazones. Se ha dicho que los
principios se encontraron falseados por los obstáculos que les fueron opuestos. (El Cristianismo los
encontró también y no por eso se convirtió en el destructor de la humanidad: el Cristianismo moría,
no mataba).
“Sin duda se encontraron obstáculos. Los hay siempre, cualquier cosa que se haga; pero es lo
que reprochamos precisamente a los principios revolucionarios: el haberse dejado falsear tan
fácilmente. Han sido falseados en 1789; falseados en 1871; falseados ahora; falseados siempre…”
(Copin, C. C. J., 243-244).
En los tiempos del Terror, el sacerdote, para poder celebrar una misa, tenía que ocultarse en los
bosques y esperar las sombras y el silencio de la noche. Tal era la libertad. Y si era sorprendido, era
fusilado o guillotinado por la fraternidad imperante. Cuando volvió la Masonería a adueñarse del
poder, a principios de este siglo, puso de nuevo en práctica sus ideales al revés: los ciudadanos
franceses fueron expulsados del país por el delito de cargar sotana en una congregación religiosa.
¡Santa libertad! A ellos, que enseñaban la doctrina cristiana, se les prohibió enseñar, mientras que
hasta los anarquistas podían predicar sus doctrinas disolventes con toda tranquilidad. ¡Santa
fraternidad e igualdad! Sólo los religiosos no podían tener una casa en Francia.
La libertad, la igualdad y la fraternidad masónicas son, pues, una mixtificación más, un engaño
más, cruelísimo a veces, con la Masonería engaña al mundo profano, como engaña a sus propios
adeptos.
Dice el Dr. masón Mackey que es una definición muchas veces citada la que dice que “La Masonería
es una ciencia de moral, velada en alegorías e ilustrada por símbolos” (Preuss, A. F., 8). En el art 1°
de la Constitución Masónica se nos dice que: “La Orden Masónica tiene por objeto la beneficencia, el
estudio de la moral universal y la práctica de todas las virtudes[5]. El Congreso Mas.·. Intern:: de
Ginebra (1921), entre los principios de la “Asociac.·. Mas.·. Intern::” establece que “La Francmas.·.
tiene por objeto la investigación de la verdad, el estudio y la práctica de la moral…” Es pues, de sumo
interés conocer la moral masónica.
Fíjese bien el lector que digo la moral masónica y no la moral de los masones. En repetidas
ocasiones he dicho que hay en la Masonería muchos hombres sinceros, que nada o casi nada saben
de Masonería, que no están sino superficialmente iniciados en sus secretos y doctrinas, que no viven
masónicamente, aun cuando tampoco vivan del todo cristianamente. No hablo, pues, de la moral de
los masones, en general ni en particular, salvo de aquellos que viven en conformidad con las
doctrinas masónicas.
Es imposible precisar los fundamentos de la moral que enseña la Masonería. Y la razón es muy
sencilla: esa no es la moral fundada en la Religión Cristiana; no es la fundada en Budismo, ni en el
Mahometanismo, ni en ninguna religión particular, por lo mismo que la Masonería prescinde de
todas para agrupar en su seno a los hombres de todas las religiones.
Tampoco es una religión fundada en el Deísmo, o conocimiento racional de Dios, puesto que ella
ha renegado de Dios, como Ser Supremo, distinto del hombre y superior a él. Y tener una moral que
corresponda a las exigencias del cristiano y del materialista, del budista y del mahometano, es
simplemente imposible. Y sin embargo, la Masonería afirma que se dedica al estudio de la moral
universal y a la práctica de todas las virtudes. ¿Cuál es esa moral maravillosa que puede avenirse con
todos los credos religiosos? Es imposible a un profano como yo imaginarla o concebirla.
108. El fin justifica los medios.
A decir verdad, una cosa se encuentra de cierto y de fijo, cuando se busca la moral masónica no
sólo en las declaraciones doctrinarias, que suelen ser muy falaces, sino en la práctica, en el modo de
proceder a que se ajusta la Masonería, y es ésta: El fin justifica los medios.
La Masonería suele atribuir a los jesuitas ese principio o norma de moral; en lo cual no hace sino
confirmar que miente y que ella es la que sigue esa norma. No hace muchos años se aceptó por
parte de los católicos un desafío, con los que les atribuían esa moral, en Alemania, si mal no
recuerdo, exponiéndose una buena cantidad de francos por parte del que perdiera. Se nombró un
jurado; se examinaron con diligencia las obras de los moralistas jesuitas jesuitas. En ninguna se
encontró esa doctrina; en todas se encontró reprobada, como no puede menos de serlo, estando
tan claramente condenada por el Apóstol S. Pablo: “Y no (como somos calumniados y dicen algunos
que nosotros decimos), hagamos el mal para que resulte un bien. Los que dicen esto son justamente
condenados” (Rom., 3, 8). Es, pues, una calumnia que infieren a los jesuitas, empleando una norma
corriente en la Masonería. La Civitta Cattolica dio cuenta de aquel desafío.
Para no aparecer calumniador yo también, voy a dar las pruebas de que no sólo en declaraciones,
sino sobre todo en la práctica, se sigue esa moral.
Desde luego, Weishaupt, el famoso Jefe de los Iluminados, en la instrucción que hace a un
iniciado en el grado de Mago, después de recordarle todo lo que se ha hecho antes para
descuartizarlo, le dice: “Acordaos que el fin legitima los medios, que el cuerdo debe tomar para el
bien todos los medios del malvado para el mal: Los que hemos usado… no son sino un piadoso
fraude, etc.” (Ronel, 104).
En la misma secta de los Iluminados se hacía al novicio estas preguntas, entre otras: “2ª.
Pregunta: ¿Habéis pesado maduramente que aventuráis un paso importante, al tomar compromisos
desconocidos? 6ª.; Si llegaseis a descubrir en la orden algo de malo o de injusto por hacer, ¿qué
partido tomarías? 12ª. Pregunta: ¿Estáis dispuesto a dar en toda ocasión a los miembros de nuestra
Orden la preferencia sobre todos los demás hombres? 20ª. Pregunta: ¿Os comprometéis a una
obediencia absoluta, sin reserva? La respuesta está sugerida en las preguntas, y los archivos de la
Orden presentan el protocolo de la recepción de dos novicios. Uno de ellos responde a la sexta
pregunta: “Haría aún esas cosas (malas o injustas) si la Orden me las mandase”. Y da esta razón:
“Aun cuando podrían ser injustas bajo otro aspecto, dejan de serlo desde que llegan a ser un medio
de llegar a la felicidad y para obtener el bien general”. El segundo novicio responde a la misma
pregunta: “No rehusaría hacer estas cosas, si contribuyen al bien general”.
“De todos los detestables principios de los iluminados, decía Reuner en su deposición jurídica, el
más peligroso me parece éste: El objeto santifica los medios.. Según esta moral y según su práctica
fielmente seguida, les bastará para calumniar a un hombre de bien, el suponer que un día podrá
poner obstáculos a los proyectos de la Orden. Intrigarán para arrojar a éste de su puesto; asesinarán
a otro; en suma, harán todo lo que les conduce al gran fin”. Nota. Reuner fue iluminado; pero se
retiró de la secta cuando se dio cuenta de sus principios. Era profesor de la Universidad de Munich.
En el mismo sentido se hicieron varias otras deposiciones jurídicas que pueden verse en Bénoit
(f: M. II, 273-274).
Hablando de los Carbonarios, decía Juan Vitt, que había llegado al grado de Príncipe Soberano
Patriarca: “Todos lo medios para la ejecución de sus proyectos, la ruina de toda religión y de todo
gobierno positivo, son permitidos: el asesinato, el veneno, el juramento falso, todo está a su
disposición”.
En los estatutos de la Alianza humanitaria universal se lee: “Los reyes, los nobles, la aristocracia
del dinero, los empleados de la policía o de la administración, los sacerdotes y los ejércitos
permanentes, son los enemigos del género humano. Contra ellos uno tiene todos los derechos y
todos los deberes. Todo es permitido para aniquilarlos: la violencia y la astucia, el fuego y el fierro,
el veneno y el puñal: el fin santifica los medios”.
Pueden verse varios otros testimonios tomados de los mismos estatutos o catecismos
masónicos citados por Bénoit (T. II, 274-276).
De conformidad con esas doctrinas morales, Adriano Lemmi, en la plancha secreta ya citada,
decía que aprovechaba aquella circunstancia “para recordar que son legítimos los medios” que
permitían a los hermanos hacer dinero para su propaganda.
Lo que no siempre se dice con toda la crudeza y claridad de las declaraciones citadas y de otras que
he omitido en favor de la brevedad, se inculca de otros modos igualmente eficaces: “En todos los
institutos masónicos se enseña al adepto desde los primeros grados, que no podrá jamás, bajo
ningún pretexto, revelar nada de todo lo que ha visto u oído, de lo que verá y oirán en las logias; se
agrega que no está ligado por ninguno de sus compromisos anteriores contrarios a sus nuevos
deberes de masón. Es implicítamente declarar que podrá verse obligado a hacer lo que es injusto o a
violar sus obligaciones más sagradas”.
“En la mayor parte de los institutos, el que va a ser recibido jura ejecutar pronta y
perfectamente todos los mandatos que sean dados por sus superiores y aun renunciar a su propio
modo de ver y a su propio juicio, para seguir la conducta que le sea indicada. ¿No es esto tomar el
compromiso de hacer tanto el bien como el mal? (Bénoit, F. M. II, 272-273).
113. Hecho incontestable.
Dice un adagio filosófico que contra el hecho no hay argumento. Si alguna duda quedara de que en
la Masonería se sigue esa norma moral: el fin justifica los medios, los hechos, la práctica constante
disiparía toda duda. Para no alargar demasiado este trabajo, reduciré esos hechos a tres categorías:
la mentira, ya sea en forma de simple mentira, ya en la de hipocresía o calumnia; el crimen, en forma
de atentado contra los individuos o contra las sociedades, en forma de revueltas, sediciones, etc., y
la deshonestidad y el libertinaje, autorizados y elevados aún a la categoría de un culto o de una
ceremonia cultual.
Aunque, por lo que va dicho, casi no hay necesidad de demostrarlo, sin embargo, para que
aparezca con mayor luz la moral masónica, agregaré alguna cosa a lo dicho. Desde luego, la
Masonería no sólo engaña al que quiere conquistar, como se ha probado, sino que lo engaña,
cuando ya esta bajo su dirección: Los grados azules, dice el Dr. Mackey, no son más que el pórtico
del templo. Parte de los símbolos se explica allí al iniciado; pero es intencionalmente extraviado con
falsas interpretaciones. No se intenta que él los entienda, sino que se imagine que los entiende. Su
verdadera explicación está reservada para los Adeptos, los Príncipes de la Masonería”…. (Morand,
Dogma, 819, cit. Por Preuss A. M. 12). “La Masonería dice el H.·. Pike como todas las religiones,
todos los misterios, Hermeticismo y Alquimia, oculta sus secretos a todos, menos a los Adeptos y
Sabios o Electos, y usa explicaciones y representaciones falsas de sus símbolos, para engañar a los
que merecen ser engañados… Así la Masonería celosamente oculta sus secretos e
intencionadamente extravía a los intérpretes presumidos” (Preuss, A. F., 13-14)[6].
Hablando del engaño que se hace a los iniciados sobre el respeto a las religiones, dice Knigge-
Philon en su carta desde luego que descubrir a los adeptos este piadoso fraude, en seguida
demostrar por los escritos el origen de todas las mentiras religiosas” (Preuss A. F. 86).
Entre los estatutos de la secta de los Iluminados se lee: “Vosotros tendréis como principio
constante entre nosotros que la franqueza no es una virtud sino ante los superiores”. Aplicaos al arte
de contrahaceros, de ocultaros, de enmascararos, observando a los demás para penetrar en su
interior”; era una de las instrucciones de Westhaupt.
La mentira, decía Voltaire, no es un vicio sino cuando hace mal; es una gran virtud cuando hace
bien. Sed, pues, más virtuosos que nunca. Es preciso mentir como un diablo, no tímidamente, no
por un poco tiempo, sino audazmente, siempre… Mentis, mentid, amigos míos, yo os lo pagaré,
cuando llegue la ocasión, yo sé bien lo que haría; pero como no los tengo, comulgaré por Pascua y
vosotros me llamaréis hipócrita hasta que os dé la gana…”
“Aunque la Masonería Francesa, como todas las otras, haya comenzado por decirse espiritualista y
deísta, de hecho siempre ha tendido a obrar la concentración de los ateos y materialistas.
“Aunque anunciase en su enseña y mientras creyó tener en ello interés, que trabajaba a la
Gloria del Gran Arquitecto del universo, se ha apresurado a renegarlo, cuando se sintió libre de toda
presión.
“Aunque afirma su respeto por toda fe religiosa, hace una guerra fanática a la fe católica.
“En fin, aunque haya declarado que no se ocupa de política, se ha instalado dos veces en el
poder, que ha ocurrido durante la Revolución como lo ocupa ahora (1910), manifestando su espíritu
de tolerancia, a veces por matanzas en masas en las prisiones y fuera de ellas, a veces por las
proscripciones, las persecuciones y el monopolio de la enseñanza que se propone establecer para su
exclusivo provecho” (Copin, P. O., 100.101).
No haré caudal de las calumnias que aquí mismo, donde era tan fácil destruirlas, la prensa inspirada
por la Masonería ha inventado contra el clero, sin que jamás haya hecho un honrado desmentido.
¿Cuántas por ese estilo habrá todas partes! ¡Cuántas que han pasado a la historia, como las
inventadas para llevar a cabo la supresión de la Compañía de Jesús, después de cometer con sus
miembros toda suerte de vejámenes! Cuando estaba por celebrarse el Congreso Eucarístico de
Montreal, que por el número de fieles y por su fervor, quizás ha sido el más grande de todos, la
Masonería intentó desbaratarlo levantando calumnias al clero. Felizmente, se pudo saber la
maquinación y se previno el golpe y se destruyó el infame plan. ¡Cuántas otras calumnias, como la
de los “mónita secreta” de los jesuitas, que la Masonería ha tenido especial cuidado en divulgar y
mantener!
En el libro ya citado “The Book of Red and Yellow”, el autor Kelly, entre los puntos que indica que va
tratar y probar, señala con el número octavo el siguiente: “Para llevar a cabo todas esas cosas
(matanzas, ultrajes, sacrilegios, etc.) con alguna muestra de razón, han publicado (los
revolucionarios) los más viles mentiras contra la Iglesia y contra el clero”. Ya sabemos que la
Masonería fue como el alma de esa revolución.
Terminaré con el resumen que hace Mgr. Rosset sobre el mentir de la Masonería: “En la campaña
que ha emprendido contra el clero, las congregaciones religiosas y la enseñanza cristiana, ella
emplea el equívoco, la hipocresía, la tergiversación de la verdad, la mentira, la calumnia, todo lo
emplea. Hace mentir la historia, hace mentir los monumentos, mentir la ciencia, mentir la poesía,
hace mentir todo; es la conspiración de la mentira universal contra la caridad, la justicia y la verdad”
(La F. M., p. 54-55).
La lectura del ritual masónico deja ver, al menos en muchos casos, que prepara a sus adeptos
para la revolución y para el crimen. “En todos los ritos, dice Bénoit, los masones son sometidos a una
educación que les enseña, en la teoría y en la práctica, la violencia. Se les dice que la Orden
masónica tiene por fin vengar la muerte de Adonhiram de sus tres compañeros traidores, o la de
Jacobo Molay, de “sus asesinos, el Papa, el Rey y Noffodai”. En un grado, el que va a iniciarse, ensaya
su valor sobre cuellos y cabezas guarnecidas de tripas llenas sangre; en otro grado, el que va a
recibirse debe derribar cabezas colocadas sobre una serpiente, o aun degollar un cordero (grado 30°
del Rito Escocés AA), creyendo matar a un hombre. Aquí debe tratar sangrientos combates con
enemigos que le disputan la vuelta a su patria; allí hay cabezas humanas expuestas sobre estacas,
hay un cadáver encerrado en un ataúd y alrededor los hermanos de duelo conciertan la venganza.
“Estas ceremonias diversas… tienen por fin enseñar a los adeptos que es po la violencia que la
Masonería ha de destruir a sus enemigos, los sacerdotes y los reyes, y hacer volver la humanidad al
estado de naturaleza.
“Por las mismas razones se prescribe a los miembros de la Jove Italia armarse de un puñal, de
un fusil y de cincuenta cartuchos; y en todas las logias, como lo hemos notado, se sacan a relucir
espadas, puñales y todo un aparato militar[7].
“En fin, para hacer de todos los hermanos instrumentos pronto a ejecutar los crímenes, para
tener en ellos los ejecutores dóciles de los atentados tramados por criminales invisibles, se exige que
cada adepto desde su entrada a la orden y a la recepción de un nuevo grado, se ligue con
juramentos execrables, jure una obediencia absoluta a jefes desconocidos y se comprometa bajo
penas horribles a hacer todo lo que le sea mandado…
“En verdad, si se quisiese formar asesinos, diremos con un autor del último siglo, ¿se obraría de
otro modo para acostumbrarlos a los horrores de la muerte y hacerlos ahogar los remordimientos de
una conciencia que sería capaz de alarmarse?
…¡Ah! si en la Iglesia de Dios se encontrase la sombra siquiera de este aparato de violencia, ¡qué
generosos arranques de indignación!
En la secta del Martinismo se llega a jurar honrar el agua tofana, un veneno en que entra el opio
y las cantáridas, que produce un debilitamiento y consunción que conduce irremediablemente a la
muerte. Se jura honrarla “como un medio seguro, pronto y necesario, para purgar la tierra por la
muerte o embrutecimiento de los que tratan de envilecer la verdad o de arrancarla de las manos de
los masones (Bénoit, F. M., I, 396).
Y la enseñanza del crimen es práctica de veras, a juzgar por lo que el ex-masón Uriele Cavagnari
escribía a Lemmi en 1871, retirándose de la Masonería: “…No hay que pensar que la Masonería nos
desprecie porque somos pequeños! … No! La Masonería tiene fierro, calumnias y veneno para todo
el mundo.
“En la casa y en la villa del difunto Gran Maestre de la Masonería José Petroni, se hacía un doble
orden de estudios teórico-prácticos de toxicología mineral, vegetal y animal. Especialista perfecto
en la cultura de las tomainas era el Gran Maestre Adjunto Rafael Petroni, y en Roma hay aún
personas que pueden atestiguarlo tanto como nosotros” (Margiotta, A. L., 195).
¿Pero toda esa preparación para el crimen ha servido alguna vez para cometerlo? ¿Es culpable
la Masonería de algunos crímenes?
Los autores que han escrito sobre la Masonería citan varios, clasificados de castigo de las
traiciones, de suicidios ordenados por las logias y de asesinatos individuales; de matanzas,
ejecuciones sumarias y saqueos, sediciones, guerras, revoluciones y el Terror. Dentro del plan que
me he propuesto y del espacio de que dispongo, no puedo detallar todo eso. Puede verse en Dom
Bénoit (F. M., II, 355-405), o en Sena (II, 152-164). Extractaré algo, sin embargo, de lo que traen esos
autores:
Todos conocen el asesinato de Rossi, Ministro de Pío IX, por sus antiguos hermanos de la Carbonara.
Todos saben que Orsini fue encargado por las logias, en 1858, para atentar contra la vida de
Napoleón III, acusado de infidelidad a sus juramentos, y que desde entonces los sectarios no cesaron
de arrancarle nuevas concesiones, con amenazas de muerte.
En el último siglo, el caballero Lescure, que quiso renunciar a la logia Ermenonville, fue
envenenado: “Muero víctima de esta infame horda de los Iluminados”, dijo a su amigo el marqués
de Montroi.
“En 1833, cuatro italianos, Emiliani, Scuriatti,, Lazzoneschi y Andriani, miembros de la Joven
Italia y refugiados en Francia, fueron denunciados a Mazzini y a sus cómplices como culpable: “1° De
haber propagado escritos contra la sociedad santa; 2° de ser partidarios del infame gobierno Papal”.
Algunos jefes se reunieron en Marsella bajo la presidencia de Mazzini, y sin oír a los acusados, sin
darles defensores, condenaron a Emiliano y a Securiatti a la pena de muerte, a Lanzoneschi y
Andriani, a ser azotados con varas. Como los condenados estaban refugiados en Rodez, el tribunal
agregó a la sentencia el decreto siguiente: “El Presidente de Rodez elegirá cuatro ejecutores de la
presente sentencia, que quedarán encargados de ella en el plazo riguroso de veinte días; el que
rehusaré incurrirá en la pena de muerte ipso facto”. La sentencia se ejecutó.
“Cuando la Revolución Francesa trabajaba por sus emisarios toda la Europa y preparaba esas
numerosas traiciones que debían servir, más aún que el valor de los soldados franceses, para
obtener victorias y conquistas provincias, el brabantés Segré, enviado a Portugal para urdir una
conspiración, pero descubierto, arrestado y encarcelado, recibió de sus hermanos… un colchón con
el anuncio de que encerraba una navaja. El sectario comprendió el lenguaje mudo de sus jefes:
pronto se le encontró sobre el colchón nadando en su sangre”. “Cuando, casi por la misma época, la
Corte de Viena descubrió esa famosa conspiración de Semonville, dirigida por los clubs de París, y
lista para trastornar completamente la monarquía austríaca, varios sectarios se dieron la muerte
para escaparse al interrogatorio” (Bénoit, F. M. I, 360-362).
Leopoldo II, emperador de Alemania, fue envenenado el de 2 de marzo de 1792 por sectarios
italianos, y quince días después, Gustavo III de Suecia, fue muerto a bala por Ankastroem, emisario
de la gran logia de presidía Condorcet.
“El Cardenal Mathieu, arzobispo de Benzanzón, y Mons. Besson, Obispo de Nimes, han referido,
en cartas conocidas de todo el mundo, las revelaciones que les han sido hechas sobre la resolución
tomada en 1787 por el convento de Wilhelmsbad de asesinar a Luis XVI y al rey de Suecia. Esas
revelaciones les habían sido hechas por dos antiguos miembros de ese convento… El asesinato del
Duque de Berry… el del gran patriota y ardiente católico de Lucerna, José Leu, el del incomparable
Presidente del ecuador García Moreno… han sido resueltos y ejecutados por sectarios…”
Cuando se trató en nuestra Cámara de Diputados del asesinato de García Moreno, uno de los
defensores de la Masonería opuso por único testimonio la declaración de uno de los asesinos: “Yo lo
afirmo y se me debe creer”, decíame ese honorable historiador cuyas palabras, citaba el Hon.·. “La
imputación del asesinato a las logias ha sido repetida en todo el mundo civilizado, en la prensa, en
las revistas, libros y en discursos desde el propio día del suceso…”
En Chile, don Carlos Walker Martínez, en su magistral discurso sobre el Liberalismo y los
principios religiosos, lanzó al rostro de la Masonería ese crimen… y ningún diputado masón osó
romper el silencio que siguió a las palabras de aquel hombre extraordinario (La Mas. Ante el
Congreso, 68).
El famoso crimen de Sarajevo, ocasión de la Gran Guerra, fue también obra de la Masonería. Lo
publicó un diario de Londres, poco tiempo después, y fue reproducido por un diario de Iquique. Una
logia serbia que funcionaba en Londres lo había decretado.
El intento de asesinato del Rey de España, don Alfonso XIII, el día de su casamiento,
milagrosamente frustrado, tuvo por autor a un miembro de la Escuela Moderna, centro anarquista
de Barcelona, cuyo Director era Ferrer. Pues bien, Ferrer desempeñaba un gran papel en la
Masonería. Después de haber sido profesor de Español en los Cursos Comerciales del Gran Oriente,
en París, y miembro de la Logia “Les Vrais Experts” y del Capítulo “Les Amis Bienfaisants”, mantenía
en España las más estrechas relaciones, en nombre de la Gran logia Regional de Cataluña, con el
Gran Oriente de Francia. En el Convento del Gran Oriente se han afirmado los proyectos de
establecimiento de una república española y la Gran Logia de Cataluña tiene por programa político la
ruina de la monarquía española. ¿Ha tenido parte la Masonería en aquel conato de crimen? El lector
podrá juzgar y sabrá por qué se formó tanto ruido en el mundo por el proceso de Ferrer.
¿Quiénes subieron al poder en Portugal, después del asesinato del Rey don Carlos y de su hijo?
El lector ya lo sabe. Fue la Masonería la que entró a gobernar el país. ¿Quiénes habrán sido entonces
los autores del crimen? El lector lo podrá suponer[8] (Copin, P. O., 85-86; Bénoit, F. M., I, 434).
Cuando se sabe esto, entre otras muchas cosas, cuando se lee que Felipe-Igualdad llevó su
crueldad hasta llevar en triunfo a los jacobinos la cabeza de su padre y de su madre, entonces se
comprende que por algo la Masonería glorifica a Caín y se jacta de tenerlo por padre y fundador!
Sería necesario leer la descripción de Taine, libre pensador, para tener idea de lo que pasó en
Francia cuando dominaron los masones en 1789 y tres años siguientes: Cuanta más de 150.000
fugitivos y desterrados; 10.000 personas muertas sin ser juzgadas en la sola provincia de Anjou;
50.000 muertos en la sola provincia del Oeste. En 1796, el general Hoche escribía al Ministro del
Interior: “No hay sino un hombre por veinte de la población de 1789”. Ha habido hasta 400.000
detenidos a la vez en las prisiones. Más de un millón doscientos mil particulares han sufrido en sus
personas; varios millones, todos los que poseían algo, han sufrido en sus bienes (Taine, cit. por
Bénoit, F. M. I, 368, nota).
Si la Iglesia Católica, a quien se atribuye falsamente la San Bartolomé, la revocación del Edicto de
Nantes, y a quien se echa en cara la prisión de Galileo en un palacio que tenía por cárcel, hubiera
hecho una centésima parte siquiera de lo que se hizo en esos cuatro años de furor masónico, ¡cómo
estaría aún resonando toda la tierra de las imprecaciones y condenaciones del género humano! Pero
lo ha hecho la Masonería, y eso ¡no es más que el fruto de una santa exaltación!
¿Qué pasó en Italia cuando las fuerzas organizadas por la Masonería se dejaron caer sobre Nápoles?
Se han visto sacrificios humanos de 40 ó de 50 prisioneros a la vez. En Montecoglioso, de 87
prisioneros, 47 fueron pasados por las armas; en Montefiacone, fueron degollados 50 hombres que
se habían refugiado en la casa de Dios. En Montecoglioso, un oficial hizo encerrar en una choza diez
o doce labradores que no le habían dado buenas indicaciones sobre la marcha de los que defendían
a su rey y los quemó en presencia de sus familias. En el tiempo de Garibaldi, poblaciones enteras
han asistido a las matanzas de Ariano, de Trasso, de Paduli, de Monemileto, de Terrecuso, de
Panepisi, de Sant-Antino, de Castelacio, de Castelsarraceno, de Carbone, de Lutronico, asilos
pacíficos de la Agricultura y de la industria…
Según Las cifras oficiales, comunicadas por el Ministerio del interior de Turín, sin duda muy
inferiores a la realidad, y referidas por el “Postafoglio Maltese”, habría 30.000 italianos mendigando
el pan en tierra extranjera; 80.000 privados de su posición y reducidos a la miseria en el interior;
fusilados o caídos en las matanzas más de 18.000.
Los napolitanos reducidos a prisión en un solo año pasarían de 14.000 (Memorias sobre la
Revol. Y los acontecimientos de Italia. Bénoit, L. M. II, 371-372).
La matanza tuvo lugar en Madrid el 17 de julio, y fue preparada con la calumnia que los frailes
envenenaban las aguas, de donde provenían los estragos del cólera, que por aquellos días eran
espantosos. Siguió ese año y el siguiente en otras poblaciones, principalmente en Murcia y
Barcelona (25 julio 1835). Hay que leer la descripción que hace Menéndez Pelayo de aquellos
horrendos crímenes y sacrilegios, obrados por la Masonería (Heterodoxos, t. III, 590-595).
En 1871, cuando las matanzas e incendios de los comunistas en París, aquella monstruosa
Comuna, que destruyó monumentos respetados por las balas enemigas y que hizo morir a bala o
quemados con petróleo, los soldados patriotas que habían escapado con vida en la guerra, esa
Comuna que asesinó a los rehenes mismos, fue solemnemente aprobada, felicitada y aplaudida por
diez mil francmasones, que organizaron con ese fin la más odiosa manifestación (Rosset, la F.M.,
193).
De las sediciones dice Dom Bénoit, que todas las que ha habido desde 1789, si se exceptúa tal vez
tres o cuatro, son obra de la Masonería.
Edmond About, redactor de la Opinión Nacional, ha escrito en ella que desde 1728 hasta 1789
no ha hecho otra cosa que conspirar (Rosset, La F.M., p. 67).
Sería demasiado largo entrar a detallar el modo de obrar que se ha seguido, primero con las
órdenes dadas en las logias, después con la conquista de soldados o policía y levantamiento de las
turbas, para producir el movimiento. Puede verse en el autor citado (F.M. II, 372-388). Es interesante
la narración de la revolución de Parma, hecha por Carletti, encargado de ejecutarla. Parece una
comedia.
Una vez en el poder, la Masonería ha sido implacable para manejar las fuerzas nacionales en
provecho de sus planes. La historia nos dice que, dueña del poder en Francia, el año 1792, en pocos
meses y aún en pocos meses y aún en pocos días declaró la guerra a Austria, a Holanda, a Inglaterra,
a Italia y a España, y no cesó de trastornar la Europa hasta establecer un nuevo orden de cosas en
conformidad a sus aspiraciones. En Crétinneaux-Joli[9], en Margiotta, etc., puede leerse toda la
intervención que tuvieron no sólo las logias italianas, sino aún de los Estados Unidos, de Inglaterra y
de Francia en las guerras de Italia, para despojar al Papa y a otros soberanos legítimos de sus Estados
y para falsificar la violuntad popular, y en la guerra de Crimea que costó tantas vidas.
¿Por qué se han formado tantas coaliciones contra el Austria? ¿Por qué vinieron los desastres
de Francia en 1870? ¿Por qué se formó el gran imperio protestante alemán? ¿Por qué Napoleón I
encontraba tantos amigos y auxiliares en sus campañas por toda Europa? “Los gobiernos de este
siglo, decía en 1876, D’Israeli, primer Ministro de Gran Bretaña, los gobiernos de este siglo no tienen
que hacer solamente con los gobiernos, con los emperadores o los reyes y ministros, sino aún con
las sociedades secretas, que en el último momento pueden dejar en nada los arreglos, que tienen
agentes en todas partes, agentes sin escrúpulos, que empujan al asesinato y pueden, si es menester,
ocasionar una matanza” (Discurso en Aglesbury, el 20 de sept. Bénoit, F. M., I, 390-391).
Para muestra creo que basta. El que desee conocer más sobre esa repugnante actitud, tendrá
mucho con que entretenerse en las obras citadas.
Allí pueden verse también las pruebas de que la Masonería no sólo presidió, sino que preparó y
decretó de antemano la época del Terror, la que en curso de los siglos, entre todas las que han sido
de terror, ha merecido por excelencia ese nombre (Bénoit, F.M., II, 397-403).
Hay principios masónicos que necesariamente deben conducir a mayor licencia de costumbres a los
que los profesan y sienten su influencia, aun cuando sea inconscientemente. Tales son: La libertad
masónica; es decir la independencia de toda sujeción, de tal modo que cada cual sea su dios, su rey y
su Papa, el adorado y adorador, a la vez.. Cuando no se reconoce ley alguna superior, falta un freno
poderoso que contribuya a sujetar las malas inclinaciones.
De ahí viene como consecuencia muy natural la enseñanza de que el decálogo, o sea los diez
mandamientos que todos nos conocemos, no obliga a los masones. Expresamente lo dice “The
Encyclopedia of Freemasonry”: “No son obligatorios (los diez mandamientos) para un masón como
masón, porque la institución es tolerante y cosmopolita…” (Preuss, A. F., 295-296).
Es doctrina masónica también, proclamada por los doctores como Mackey, que “la mujer es
esencialmente incapaz de verdadera moralidad; ¡lejos de ellas las cadenas del error y de la
ignorancia cristiana y de Moisés!” “El masón no debe luchar contra sus propios instintos”. Son
enseñanzas de A. Pike, generalísimo que fue de toda la Orden (Preuss, A. F., 303).
Por otra parte, y en conformidad con los mismos principios, se dice que el hombre difícilmente
tiene una moral superior a la de los brutos. “El hombre, dice Mackey, gran doctor de la Orden, no
tiene falta o vicio que alguna bestia no los tenga; y por tanto, en sus vicios no es más que una bestia
de orden superior, y difícilmente tiene alguna excelencia moral, tal vez ninguna que algún animal no
la tenga en el mismo grado y aún más excelente, como la generosidad, la fidelidad y magnanimidad”
(Morals and Dogma, 857. Preuss, A. F., 305).
El mismo autor enseña, siempre en conformidad con las doctrinas fislosóficas de la Orden, que el
hombre es un animal que ha recibido un rayo de la divinidad que hace las veces de alma. ¡Si será
capaz de pecado el rayo de la divinidad o el simple animal!
De tales principios proviene todo un culto de lo que en lenguaje cristiano suele llamarse la carne, a
tal punto, que según los doctores masones más estudiosos, todo en las logias, todos los símbolos
tienen un sentido que tiende al honor, en conformidad con los ritos paganos: escuadra y compás;
columnas del templo; árbol del medio y sala del medio, el círculo con el punto en el medio, el culto
mismo dado al sol, culto puramente simbólico, todo, digo, va encaminando a honrar las facultades
generativas del hombre. La misma letra G, que los ingleses tal vez se imaginan que es la inicial de
God, Dios, no es más que la inicial de generación. (A veces le dan también el sentido de geometría).
La misma palabra God, si alguna vez la usan con todas sus letras, no es más que la resultante de las
iniciales de tres palabras que representan ideas relativas al mismo objeto de culto pagano (Preuss, A.
F., 410). (Ver también el cap. Amer. Freem. And Paganismo, entre otros).
En la Masonría de adopción, como llaman a la Masonería de las mujeres, bajo símbolos o leyendas,
se les enseña el vicio más nefando y dañoso para la humanidad, el amor de la poligamia, el amor
libre y a practicar la beneficencia masónica, con los hermanos o amigos. Los lectores me excusarán
de dar más detalles sobre esta materia y de decir lo que se practica en grados más altos aún.
Lo dicho hasta para tener alguna idea de la moral masónica, que es todo el reverso de la moral
cristiana, y aun de lo que podríamos llamar la moral natural, que nunca autorizará el sistema de la
mentira, de la violencia y de la licencia de costumbres.
No había querido tocar este punto, pero como suele ser el más tenido en cuenta por los que
dominan las opiniones sociales, cuando se juzga de la moralidad y corrección de los hombres, me es
necesario hacerlo, aunque sea brevísimamente.
Repito la advertencia ya muchas veces hecha: No me refiero sino en general a las personas de los
masones y sólo a aquéllos que viven masónicamente. Sería injusto si pensara siquiera que tantos y
tantos masones, que conozco, en los cuales no han penetrado las doctrinas masónicas, en los cuales
no han penetrado las doctrinas masónicas, y que las ignoran casi por completo, fueran a manchar su
honradez con actos incorrectos; como sería injusto quien atribuyera a la doctrina católica los robos y
escándalos que cometen los católicos que no viven como tales, que no conocen, o al menos no
practican, las doctrinas que profesan.
Desde luego, hay que notar en la Masonería el ningún respeto por la propiedad de la Iglesia y el
plan sistemático de apoderarse de sus bienes, como lo ha hecho en las varias naciones que ha
dominado: Francia, Italia, Méjico, Portugal, España, etc., y como se ve que piensan hacerlo aquí
mismo mandando hacer la estadística de sus propiedades. Ya se sabe que en Francia, cuando se hizo
la confiscación de los bienes de la Iglesia, se dijo al pueblo que iba a ser para dedicarlo a sus
necesidades, y es que eso iba a ser para dedicarlo a sus necesidades, y es notorio también a qué
escándalos dio lugar la liquidación. Esa explotación de los bienes que los pueblos cristianos han
mirado como sagrados basta por sí sola como lección objetiva muy elocuente para quitar el temor al
robo; ¡pero ojalá fuera eso sólo!
146. Mentira masónica.
Comentando una circular del Gran oriente de Francia a las logias de su obediencia, en que se les
habla de la prudencia, de la “obra grande y bienhechora de la Masonería”, Copin-Albancelli hace
esta observación, que viene a propósito: “La Masonería miente. Trata de hacer creer que su obra es
“grande y bienhechora”, que las ideas a las cuales se consagra son “nobles y puras”. Pero los hechos
la desmienten; porque hay miembros conspicuos de la congregación masónica que se llaman Wilson;
Mayer, antiguo director estafador de la Linterna; Geyer, perceptor, en quiebra de caja; Tomás, el
desvalijador de las Iglesias; hay otros en gran número que se cuentan en los panamistas, los suditas,
los humbertistas, los defraudadores del sur, los falsificadores de toda especia y los coimeros de toda
suerte. ¡Es cosa extraordinaria que una doctrina “noble y pura” produzca tales frutos y en tan gran
número!” (Copin, P. O., 9).
Los robos y escándalos de Adriano Lemmi, Supremo Gran Pontífice de la Masonería Italiana, han
sido públicos, especialmente los fraudes de la provisión de tabacos, de los cuales ya se ha hecho
mención, y otros muchos en que anduvo Crispi, Sciarra, Carducci, el poeta de Satanás, etc. Los narra
Margiotta, en su obra Adriano Lemmi.
¡Ojalá la Masonería entre nosotros pudiera levantar la frente siempre pura y limpia de esa
mancha que se ha echado encima en otras naciones! ¡Ojalá sólo la Iglesia tuviera que temer de las
doctrinas que quitan todo temor de Dios y que enseñan al hombre a no combatir ninguna de sus
inclinaciones!
No voy tampoco a negar la generosidad individual de muchos adeptos; pues hay personas que
son naturalmente inclinadas a dar y lo harían siendo o no siendo masones. Pero en Iquique, donde la
Masonería está floreciente, con sus cuatro o cinco logias, donde ha reinado durante tanto tiempo,
realmente su beneficencia es mucho más misteriosa y secreta que sus conspiraciones contra la
Iglesia o sus trabajos políticos, que por algo salen a luz.
148. La generosidad.
Y lo curioso es que lo que me pasa a mí les pasa y les ha pasado a todos los que han puesto alguna
atención a las cosas de la Masonería. Ved lo que decía Eckert de su tiempo: “Se dice que la
beneficencia es el fin de la Masonería. Pero en ninguna parte se comprueba esa beneficencia, que
sería el sello distintivo de la Orden. ¿Dónde están, pues, sus larguezas y actos de generosidad en
vasta escala? Jamás se ha visto nada sino cosa muy modesta. Además, esos actos de beneficencia,
por mínimos que sean, no han sido sino locales, de ningún modo universales” (La F. M., I, p. 121).
Preuss, por su parte, después de un largo estudio de la doctrina masónica, tal cual la expone
Mackey, llega más o menos a la misma conclusión: “Su caridad, dice, es para el pobre Hermano.·.
que ha caído en pobreza o desgracia y para ninguno más. Si el hermano ha caído en pobreza, no
estaba en esa condición al ser recibido. La prosperidad o al menos el bienestar mudado en pobreza,
la fuerza de vigorosa humanidad minada por la edad y necesitada, y esto solamente dentro de los
límites de la Orden, que rigurosamente excluye de sus filas a las clases necesitadas, ése es el propio
campo de la caridad masónica; si algún campo más estrecho de caridad puede encontrarse,
señálesele” (Preuss, A. M., 340).
Y como el Doctor masón había dicho que la principal beneficencia consiste en los beneficios
intelectuales de la Orden, enseñando “la verdad de Dios y del alma”; en “quebrantar las cadenas del
error y de la ignorancia que antes han tenido al candidato en el cautiverio moral e intelectual”, etc.,
el autor citado hace ver que, dado el secreto que usan las logias con extraños y aún con los propios
hermanos de grados inferiores, esa benevolencia o beneficencia es lo más mezquina que pueda
darse, ante una necesidad tan universal de luz masónica como la Masonería tiene que suponer.
Por otra parte, lo que ya se ha dicho hasta aquí y lo que ve todo el que quiere abrir los ojos, la
conducta bárbaramente cruel de la Masonería para con sus enemigos, hace pensar que la sonada
beneficencia masónica ha de seguir el mismo estilo de las demás afirmaciones que hasta ahora se
han estudiado. Cualquiera puede preguntarse: ¿Dónde están las obras de beneficencia masónica?
¿Quién las ha visto?
Fuera de la Masonería Inglesa, que tiene algunas obras de beneficencia, con el auxilio de unos
pocos HH.·. ricos, es difícil, si no imposible, divisarlas en otra parte.
Como apéndice a esta capítulo transcribiré los siguientes datos sobre la formación de una Logia,
que me escribe un amigo en cuya veracidad tengo absoluta confianza:
“He tenido ocasión de sorprender en su primera reunión a los fundadores de una logia aquí en
el norte. El H.·. fundador era antiguo meritorio militar, decrépito ya; el Secretario, a quien
sorprendimos con el maletín de la documentación en la mano, un Visitador de Escuelas que tuvo que
salir… los profesores jóvenes podrían contar el porqué; otro de los fundadores, un militar, tal vez el
más envuelto en el pavoroso proceso de ha pocos años, y que ha quedado fuera del Ejército porque
no hacía honor al uniforme; un Director de Correos, que era una medianía y que tuvo que optar por
ocultar las insignias masónicas que ostentaba sobre su abultado abdomen como dije de cadena; un
Director de establecimiento de enseñanza y municipal, que era el tony de las sesiones; otro
municipal fatuo e ignorante; un profesor que, por desgracia, lo es todavía, de una inmoralidad
públicamente escandalosa dentro y fuera de su hogar; cuatro jovenzuelos sin vergüenza, sin
educación y sin ley ni Dios, de patriotismo dudoso; un empleado fiscal henchido de orgullo, elevado
de la nada, hereje empedernido y envuelto en ruidos procesos… Tales eran lumbreras que
pretendían difundir la luz, la ciencia y la filantropía en aquella ciudad”.
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[1] La Revista Católica de El Paso ha dado cuenta que hasta se había prohibido continuar el trabajo
para elevar ese monumento.
[3] “La Masonería respeta tanto la fe religiosa como las simpatías políticas de sus miembros”.
(Const. de la Gr.·. Log. De Chile, 1912).
[4] “Aun la sospecha universalmente extendida de que la justicia en algunas veces estorbada y los
criminales masones librados del debido castigo, no puede creerse sin fundamento. Dicha práctica de
mutua ayuda es tan reprensible que aun autores masones (e.g. Krause Macbach) la condenan
severamente (CATH. ENCYCL).
[5] “La F. M.·. es una institución esencialmente filosófica y progresista, tiene por objeto la
investigación de la verdad, el estudio de la moral y la práctica de todas las virtudes” (Constit.·. de
1912).
[6] Ya se ha dicho que es falso que la religión cristiana tenga una doctrina pública y otra secreta.
Todas las verdades que enseña son para todos los fieles, y la autoridad docente tiene interés en que
todas las conozcan.
[8] Ver en Magiotta, adriano Lemmi 24 y sigs. el complot masónico para asesinar a Fernando de
Nápoles, p. 20 sigs. el complot de las logias que terminó con el asesinato del Duque de Parma (1854).
[9] L’Église Romaine en face de la Révolution.
[10] “Hemos adquirido (con Guillermo III de Prusia, decía Hangewitz, la convicción de que todas las
asociaciones masónicas, desde la más modesta hasta la más elevada, no pueden proponerse sino
explorar los sentimientos religiosos, ejecutar los planes más criminales y servirse de los primeros
como de manto para cubrir los segundos” (Eckert II, 179).