El mono que se hizo amigo de sus emociones
Érase una vez un mono muy travieso que vivía en la selva. Le gustaba mucho jugar con sus
amigos, pero también le gustaba hacer bromas pesadas y molestar a los demás animales. El
mono no sabía controlar sus emociones y a veces se ponía muy contento, otras muy triste,
otras muy enfadado y otras muy asustado. No sabía por qué se sentía así ni cómo expresarlo.
Tampoco se daba cuenta de cómo se sentían los demás cuando les hacía daño o les faltaba al
respeto.
Un día, el mono estaba jugando con una liana cuando vio pasar por debajo a una tortuga. Se le
ocurrió una idea divertida: soltar la liana y caer encima de la tortuga para asustarla. Así lo hizo, pero
no calculó bien la distancia y se dio un golpe muy fuerte contra el caparazón de la tortuga. La tortuga
se enfadó mucho y le dijo al mono:
¡Eres un maleducado! ¿No ves que me has hecho daño? ¿Qué te crees que eres? ¿El
rey de la selva?
El mono se sintió avergonzado y se puso a llorar. No entendía por qué la tortuga se había
enfadado tanto con él. Solo quería divertirse un rato.
No llores, mono -le dijo la tortuga-. No te he querido hacer daño con mis palabras.
Solo quería que supieras que tu broma no me ha gustado nada. ¿Sabes lo que es la
empatía?
No -respondió el mono entre sollozos.
La empatía es la capacidad de ponerse en el lugar de los demás y comprender cómo
se sienten. Si tú fueras yo, ¿te gustaría que alguien te cayera encima sin avisar?
No -admitió el mono.
Pues eso es lo que yo he sentido cuando tú lo has hecho. Me he sentido asustada,
dolida y enfadada. Y tú también te has sentido mal cuando yo te he regañado,
¿verdad?
Sí -reconoció el mono
Pues eso es lo que pasa cuando no tenemos en cuenta los sentimientos de los demás.
Nos hacemos daño unos a otros sin querer. Por eso es importante tener empatía y
respetar a los demás.
El mono pensó en lo que le había dicho la tortuga y se dio cuenta de que tenía razón. Le pidió
perdón por su broma y le prometió que no volvería a hacerlo.
Está bien, mono -aceptó la tortuga-. Te perdono. Pero tienes que aprender a controlar
tus emociones y a expresarlas de forma adecuada.
¿Y cómo hago eso? -preguntó el mono.
Te voy a dar un consejo: busca un amigo que te ayude a conocer tus emociones y a
gestionarlas mejor.
¿Un amigo? ¿Y dónde encuentro yo un amigo así?
En la selva hay muchos animales que pueden ser tus amigos si les tratas bien. Solo
tienes que buscarlos y hablar con ellos.
El mono le dio las gracias a la tortuga por su consejo y se despidió de ella. Se fue por la selva
buscando un amigo que le ayudara con sus emociones.
Al cabo de un rato, se encontró con un elefante que estaba comiendo hojas tranquilamente.
El mono se acercó al elefante y le dijo:
Hola, elefante. ¿Puedo ser tu amigo?
El elefante levantó la trompa y miró al mono con curiosidad.
Hola, mono. Claro que puedes ser mi amigo. ¿Por qué me lo preguntas?
Porque necesito un amigo que me ayude a conocer mis emociones y a gestionarlas
mejor.
Ah, ya veo -dijo el elefante-. Pues yo puedo ayudarte con eso. Yo soy muy bueno
reconociendo mis emociones y las de los demás.
¿En serio? ¿Y cómo lo haces?
Pues es muy sencillo: solo hay que prestar atención a lo que sentimos en nuestro
cuerpo y en nuestra mente cuando algo nos pasa.
¿Y qué es lo que sientes?
Pues depende de la situación y de la emoción. Por ejemplo, cuando estoy contento
siento una sensación de alegría en mi pecho, una sonrisa en mi cara y unas ganas de
saltar y bailar. Cuando estoy triste siento una opresión en mi garganta, unas lágrimas
en mis ojos y unas ganas de llorar o abrazar a alguien. Cuando estoy enfadado siento
una tensión en mis músculos, una cara fruncida y unas ganas de gritar o pegar algo.
Y cuando estoy asustado siento un nudo en mi estómago, unos escalofríos en mi
espalda y unas ganas de huir o esconderme.
El elefante siguió explicando al mono las diferentes emociones que podía sentir y cómo
reconocerlas en su cuerpo y en su mente.
El mono escuchó atentamente al elefante e intentó identificar las emociones que había sentido
él mismo en distintas situaciones.
Se dio cuenta de que muchas veces no sabía qué emoción estaba sintiendo ni cómo expresarla
correctamente.
Le preguntó al elefante cómo podía hacerlo mejor.
El elefante le dijo:
Lo primero es aceptar tus emociones tal como son, sin juzgarlas ni reprimirlas. Todas
las emociones son válidas y tienen una función adaptativa: nos ayudan a sobrevivir y
a relacionarnos con los demás.
¿Y cómo acepto mis emociones?
Pues dejándolas fluir sin resistirte ni aferrarte a ellas. No tienes que negarlas ni
exagerarlas: solo tienes que observarlas con curiosidad e interés.
¿Y luego qué hago?
Luego tienes que nombrar tus emociones con palabras claras y precisas: por ejemplo:
“estoy contento”, “estoy triste”, “estoy enfadado” o “estoy asustado”. Así podrás
entender mejor lo que sientes y comunicarlo a los demás.
¿Y eso me ayuda?
Claro que te ayuda: te ayuda a ti mismo porque te liberas del peso de tus emociones
y te sientes más tranquilo y aliviado. Y te ayuda a los demás porque les muestras
cómo te sientes y qué necesitas. Así podrás establecer una comunicación más sincera
y respetuosa con ellos.
¿Y si mis emociones son muy intensas y me cuesta controlarlas?
Entonces tienes que usar estrategias para regular tus emociones y evitar que te
desborden o te bloqueen. Por ejemplo: respirar profundamente, contar hasta diez,
pensar en algo positivo, hacer ejercicio, escuchar música, dibujar, escribir o hablar
con alguien de confianza.
El elefante le enseñó al mono algunas de estas estrategias y le animó a practicarlas cuando
sintiera que sus emociones se le escapaban de las manos.
El mono le agradeció al elefante su ayuda y le dijo que iba a probar esas estrategias la próxima
vez que se sintiera muy contento, muy triste, muy enfadado o muy asustado.
El elefante le felicitó por su decisión y le dijo que estaba orgulloso de él.
Has dado un gran paso para mejorar tu inteligencia emocional, mono. Estoy seguro
de que pronto notarás los resultados.
¿Qué resultados? -preguntó el mono.
Pues que te sentirás mejor contigo mismo y con los demás. Que tendrás más amigos
y menos enemigos. Que podrás resolver los problemas de forma más creativa y
pacífica. Que disfrutarás más de la vida y serás más feliz.
El mono se quedó pensando en lo que le había dicho el elefante y se dio cuenta de que tenía
sentido. Quería sentir todo eso que el elefante le había descrito. Quería ser más inteligente
emocionalmente.
Así que se despidió del elefante con un fuerte abrazo y se fue por la selva buscando más
amigos que le ayudaran a seguir aprendiendo sobre sus emociones.
En su camino se encontró con muchos animales que le enseñaron cosas nuevas sobre la
inteligencia emocional: un pájaro le enseñó a expresar sus emociones con canciones, una
cebra le enseñó a cooperar con los demás, un cocodrilo le enseñó a superar sus miedos, una
mariposa le enseñó a adaptarse a los cambios, un oso le enseñó a cuidar de sí mismo y un
camaleón le enseñó a respetar la diversidad.
El mono aprendió mucho de todos ellos y se hizo amigo de todos ellos. Se dio cuenta de que
cada animal tenía su propia forma de sentir y de mostrar sus emociones, y que todas eran
válidas y enriquecedoras.
El mono se hizo amigo de sus emociones y las integró en su personalidad. Ya no las veía
como algo malo o molesto, sino como algo bueno y útil. Ya no las escondía ni las rechazaba,
sino que las aceptaba y las compartía. Ya no las dejaba dominar su vida, sino que las usaba
para mejorar su vida.
Y así fue como el mono se hizo más inteligente emocionalmente.
FIN