Durante el Paleolítico [ (del griego παλαιός, palaiós:
‘antiguo’, y λίθος, lithos: ‘piedra’) es el periodo más largo
de la existencia del ser humano (de hecho abarca un 99 %
de la misma) y se extiende desde hace unos 2,59 millones
de años (en África) hasta hace unos 12 000 años] . Y en el
transcurso de sus últimos 10,000 años, el hombre vivió sin
una residencia fija, se alimentaba de la caza, sin ninguna
previsión de cara la futuro; al día. Temía al hambre, la vida
y la muerte, únicamente creía en la brujería. Era
esencialmente naturalista y como tal pintaba con perfecto
realismo. Seguramente el hombre paleolítico imaginaba que
al pintar los animales en las cavernas atrapaba su espíritu y
que este tendría que regresar por él y así poder cazarlo. El
hombre en su imaginación, suponía que el espíritu del
animal estaba atrapado en su mente tras observarlo
durante largos periodos (como cuando uno cierra sus ojos y
queda la imagen “guardada” en la retina) y que al pintar
esta imagen capturada en su memoria en las paredes, lo
apresaba permanentemente. Por eso eran pintadas en
rincones obscuros y muchas veces inaccesibles.
Como lo dijo Freud “El hombre primitivo era como un niño
pequeño en donde le es difícil distinguir entre su
imaginación, la ficción y la realidad (Cf. Tótem y Tabú)
“ Fue en el verano de 1879 cuando Mary la hija de 12 años
de Marcelino Sanz de Sautuola, a quien acompañaba
mientras éste realizaba pacientes excavaciones en el suelo
de la gruta de Altamira, próxima a a Santillana del Mar
(Santarder, España), le dijo a su padre ¡papá, toros! Este no
los podía ver dado lo bajo del techo, mientras que la niña
podía contemplar aquel techo que contenía maravillosas
pinturas.” (Cf. Juan Comas, 1962).