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Juan Calvino - Sus Raíces y Sus Frutos

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En saludo al 500 aniversario de su nacimiento

JUAN CALVINO:
SUS RAÍCES Y SUS FRUTOS

por C. Gregg Singer

Publicado por:
La Confraternidad Latinoamericana
de Iglesias Reformadas (CLIR)
con
Publicaciones Sola Scriptura

PUBLICACIONES DE LA CLIR
San José, Costa Ríca
con
PUBLICACIONES “SOLA SCRIPTURA”
San Juan, Puerto Ríco

C. Gregg Singer, Juan Calvino: Sus Raíces y Sus Frutos, trad. Néstor del Valle, 1a ed. (San
José, Costa Ríca; San Juan, Puerto Ríco: CLIR; Sola Scriptura, 2003).
Página 1. Exportado de Software Bíblico Logos, 6:39 a. m. 16 de julio de 2024.
© Derechos reservados - 2003

Título original: John Calvin: His roots and fruits. Esta obra fue publicada por primera vez en inglés
por Presbyterian and Reformed Publishing Co., and has been translated with permission.

284 Singer, Gregg


S617j Juan Calvino: sus raíces y sus frutos / Gregg Singer; traduc. Por Néstor del Valle. -- la
ed. -- San José, Costa Rica: Confraternidad Latinoamericana de Iglesias Reformadas,
CLIR, 2003 122 p.; 14 X 21 cm.

ISBN 9968-894-03-6

1. TEOLOGÍA - CALVINISMO. 2. CALVINISMO - HISTORIA.


I. Valle, Néstor del, trad. II. Título.

Índice

Introducción a la edición en español


Prefacio
Capítulo 1 Fundamentos patrísticos del calvinismo
Capítulo 2 El calvinismo - La cumbre de la teología de la reforma
Capítulo 3 Historia posterior del calvinismo
Capítulo 4 La influencia del calvinismo sobre la historia y la cultura occidentales
Capítulo 5 El calvinismo y la economía
Capítulo 6 El calvinismo y la filosofía
Capítulo 7 El calvinismo y la educación
Capítulo 8 El calvinismo y la sociedad
Bibliografía

Introducción a la edición en español


C. Gregg Singer, Juan Calvino: Sus Raíces y Sus Frutos, trad. Néstor del Valle, 1a ed. (San
José, Costa Ríca; San Juan, Puerto Ríco: CLIR; Sola Scriptura, 2003).
Página 2. Exportado de Software Bíblico Logos, 6:39 a. m. 16 de julio de 2024.
Nunca olvidaré mi búsqueda continua de literatura reformada en español en las
librerías de mi país. En ese tiempo había conocido las doctrinas de la gracia, y su estudio
me había liberado de una vida hundida en la miseria del legalismo y el fariseísmo. Pero la
realidad de no encontrar casi nada me desesperaba. Continuamente hablaba con un
pastor reformado que tenía una pequeña distribuidora de libros, preguntándole sobre las
nuevas publicaciones. Mis decepciones eran continuas, pero poco a poco las casas
publicadoras sacaban más libros reformados.
Inicialmente mi contacto con la fe calvinista fue por medio de los cinco puntos. Estas
verdades las atesoraba y las estudiaba continuamente. Posteriormente fui descubriendo,
ya estudiando en el seminario, que la teología reformada era una fe que abarcaba muchas
áreas con profundas implicaciones de vida. Nunca olvidaré la primera vez que tomé un
libro de Francis Shaeffer en las manos. Me habían comentado que era un escritor
reformado con habilidades apologéticas envidiables. Tengo que admitir que no entendí
casi nada de lo que leía. Estaba entrando en un recinto donde el calvinismo emitía su
opinión fuertemente y yo estaba ajeno a todo.
Posteriormente estudié historia y literatura en la universidad. El socialismo como
sistema de interpretación histórica lograba captar mi atención y simpatía. Pero no era
ciego. El fracaso evidente del materialismo histórico me mantenía alerta frente a cualquier
intento de encajonarme políticamente. Al mismo tiempo las atrocidades del mundo
capitalista, la explotación del hombre sobre el hombre, y el imperialismo no encontraban
en mi ser, profundamente cristiano, terreno fértil para ganarme como aliado.
Ya con herramientas académicas para lograr un acercamiento crítico a la realidad en
que vivía, me preguntaba si el calvinismo tenía una contestación a mis interrogantes
políticas e históricas. Esto me llevó a un peregrinaje que hasta el día de hoy no se detiene.
Descubrí que el calvinismo tiene una opinión para todos los ámbitos de la vida. Desde el
arte, la política, las ciencias, la sicología, etc. La teología reformada levanta la revelación
escritural y la abre ante nuestros ojos. Desde la caída, el ser humano ha intentado
interpretar la realidad desde su perspectiva haciendo alarde de su profunda depravación.
El hombre ha desterrado a Dios de todos las disciplinas y se ha erigido como intérprete
autónomo de las mismas.
La Reforma protestante ha declarado que este mundo pertenece a Dios. Frente a la
escolástica medieval y su autonomía antropológica, los reformadores proclamaron la
caída total del hombre y establecieron que solamente por medio del motivo religioso
bíblico de creación, caída y redención, se podía interpretar correctamente las Escrituras y
las realidades del universo al cual pertenecemos. Estas profundas verdades se fueron
eclipsando poco a poco. Se convirtieron en materias de unos pocos, de unos «iniciados», y
el cuerpo de Cristo recibía el embate de viejas y nuevas filosofías con ropajes de
intelectualidad o de piedad «evangélica». Los motivos paganos y Catolicorromanos se
introducían en la comunidad de fe por la trastienda. Al mismo tiempo el protestantismo se
embelesaba con el empuje del capitalismo y el fortalecimiento de la democracia liberal
que iba desterrando la ley de Dios en forma solapada de sus cartas magnas.
La obra que estás próximo a leer nos da una visión del calvinismo que pasa
desapercibido en los círculos de estudio en Latinoamérica. El calvinismo es una fe

C. Gregg Singer, Juan Calvino: Sus Raíces y Sus Frutos, trad. Néstor del Valle, 1a ed. (San
José, Costa Ríca; San Juan, Puerto Ríco: CLIR; Sola Scriptura, 2003).
Página 3. Exportado de Software Bíblico Logos, 6:39 a. m. 16 de julio de 2024.
completa que abarca todos los ámbitos de la vida. Pero en un gran número de
congregaciones que declaran ser reformadas en este vasto territorio, los postulados del
movimiento de santidad, del pentecostalismo y del pacifismo a ultranza han logrado
acallar la voz fuerte del desarrollo bíblico de la fe reformada.
No estoy de acuerdo con todas las posiciones del profesor Singer sobre lo que él
considera una interpretación correcta del ginebrino y sus herederos, pero tenemos el
beneficio que esta fe tiene la cualidad de ser profundamente bíblica y responderá a las
necesidades mas apremiantes de la vida latinoamericana. Al mismo tiempo la contribución
de tener este material en el idioma de Cervantes, ampliará los horizontes de los
estudiantes serios de la fe calvinista. No queremos terminar estas palabras introductorias
sin agradecer al Rev. Nestor del Valle, mi profesor de Teología Sistemática en el Seminario,
su trabajo en la traducción de este texto. Sabemos de sus limitaciones, pero con todo, se
prestó gustosamente a lograr que este libro estuviera a disposición de todos los que
quieren conocer esta fe que iluminó al mundo. En hora buena llega esta aportación
porque sencillamente este mundo pertenece a Dios.

Prof. Carlos M. Cruz Moya B.A. Th.M.A.


Puerto Rico
2003

Prefacio

El calvinismo es aquel sistema de teología que Juan Calvino (1509–1564) desarrolló a


partir de las Escrituras, y que marca la culminación y cumplimiento del pensamiento de la
Reforma. Edificando sobre el fundamento que echaron Lutero, Zwinglio, Bucer y otros;
Calvino proveyó a la iglesia de una teología que exhibía más claramente y con mayor
exactitud, el sistema de doctrina que las Escrituras revelan. En esta exposición sistemática
de las Escrituras, Calvino sobresalió a tal grado que se le puede llamar justamente el
“príncipe de los expositors”, y muy propiamente se puede decir que todas las teologías
que han surgido desde entonces son, en mayor o menor grado, substracciones o
negaciones de esa teología que desde la Reforma ha sido conocida por amigos y enemigos
como calvinismo. Lo que otros reformadores habían dicho con mayor o menor claridad y
fidelidad al mensaje bíblico, Calvino lo llevó a plena madurez. A diferencia de Lutero, cuya
teología en buena medida fue entresacada de las Escrituras a fin de responder a las
grandes crisis espirituales por las que pasó el gran reformador alemán, Calvino desarrolló
su teología mediante un estudio sistemático de la Biblia siguiendo un plan bien formulado,
y no bajo el apremio de encontrar respuesta a un problema espiritual particular. Esta
diferencia de enfoque prestó al calvinismo un trabazón y coherencia que eran menos
evidentes en la teología de Lutero, y le permitió a Calvino hacer plena justicia a todos los
C. Gregg Singer, Juan Calvino: Sus Raíces y Sus Frutos, trad. Néstor del Valle, 1a ed. (San
José, Costa Ríca; San Juan, Puerto Ríco: CLIR; Sola Scriptura, 2003).
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aspectos de la verdad bíblica y producir una presentación sistemática de todas las
doctrinas de las Escrituras. A diferencia de Zwinglio, Calvino no estaba motivado por el
deseo de encontrar la filosofía perfecta. Mas bien estaba absorto en la grandeza del
mensaje bíblico en conjunto. Su única inquietud era la gloria de Dios, a quien sirvió con
singular propósito y con una constancia de espíritu que lo distinguía de su predecesor en
Suiza y le concedió un lugar único entre los reformadores. Para Juan Calvino lo religioso y
lo espiritual, antes que lo intelectual, era lo primario. Es por estas razones que la Reforma
produjo su mejor fruto en el calvinismo, y recobró para la iglesia en general su patrimonio
y vida bíblica que estaban en peligro de perderse bajo un alud de acreciones escolásticas
acumuladas a lo largo de la Edad Media.
En los escritos de San Agustín se encuentran los rasgos más notables de la teología de
Calvino en tal medida que muchos teólogos consideran el calvinismo como una forma más
desarrollada del agustinianismo según el dechado bíblico. Sin embargo, también es cierto
que el agustinianismo ya estaba prefigurado en las obras de muchos de los Padres que
antecedieron a Agustín. Decir esto no es decir que aquellos teólogos anteriores
percibieron claramente estas verdades con la mente de un Agustín, pero el pensamiento
de aquellos hombres había progresado en la misma dirección hasta el punto que ni a
Agustín ni a Calvino se les puede achacar la introducción en la iglesia de un modo de
pensar totalmente novedoso. A su vez, esta continuidad de pensamiento presta al
calvinismo un fundamento bíblico e histórico que no siempre reconocen o admiten
aquéllos que procuran acusar a Agustín y a Calvino de provocar agitaciones heréticas en la
corriente de la reflexión cristiana.
Un examen cuidadoso de los Padres de la iglesia de los primeros cuatro siglos
demuestra que, en diferentes grados, también ellos habían hallado en las Escrituras las
doctrinas que comúnmente se asocian con el nombre de Calvino. Además, las habían
expresado con suficiente claridad y frecuencia para que la teología agustiniana-calvinista
no pudiera mirarse como nueva o aun extraña. El agustinianismo era la vendimia de
cuatro siglos de ferviente y aplicado escrutinio de la Palabra de Dios. En su penetración de
estas verdades bíblicas los Padres primitivos prepararon el camino para el progreso
posterior. Mientras que Ignacio de Antioquía y el afamado Policarpo no podían ver
doctrinas tales como la soberanía de Dios, o la expiación, con la agudeza intelectual de
Calvino, así y todo prepararon la senda para las doctrinas de la elección y la
predestinación, y otorgaron al calvinismo un linaje honorable en la historia de las
doctrinas.
Debe apuntarse, como Agustín mismo lo vio con claridad, que el aparente fracaso de
aquellos Padres antiguos en alcanzar la plena grandeza de la postura bíblica se debía al
hecho de que la iglesia aún no había tenido que encararse con herejías que
palmariamente negaran la enseñanza cristiana, hasta que surgió la herejía pelagiana en
los comienzos del siglo quinto.

C. Gregg Singer, Juan Calvino: Sus Raíces y Sus Frutos, trad. Néstor del Valle, 1a ed. (San
José, Costa Ríca; San Juan, Puerto Ríco: CLIR; Sola Scriptura, 2003).
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Capítulo 1

Los fundamentos patrísticos del calvinismo

Los teólogos liberales y los arminianos frecuentemente afirman que tanto Agustín
como Calvino fueron culpables de introducir innovaciones doctrinales en la corriente del
pensamiento cristiano, y que su énfasis en la soberanía de Dios, en la elección y la
predestinación estaba desprovisto de fundamentos bíblicos. Que tales afirmaciones
carecen de validez histórica se demuestra fácilmente al examinar la literatura patrística.
No sólo se apoyaban Agustín y Calvino sobre un fundamento bíblico sólido, sino que
estaban igualmente bien cimentados en la teología de la Iglesia Primitiva.

La elección soberana
Ireneo enseñaba que todas las cosas y sucesos son predeterminados por Dios y
regidos por Él para el bien de los elegidos.
Dios predetermina todas las cosas para perfeccionar al hombre, para
efectuar y manifestar Sus disposiciones, a fin de que la bondad quede
demostrada y el juicio recto se perfeccione, y la Iglesia sea conformada a la
imagen de Su Hijo, y al fin sea un hombre perfecto, y por medio de tales
cosas madure, para ver a Dios y disfrutar de Él. (Contra los Herejes, 1, 4, C.
72, p. 419)
Aun Clemente de Alejandría, que generalmente no se incluye entre los teólogos afines con
Agustín, podía escribir:
No es propio que un amigo de Dios a quien Dios ha predestinado desde
antes de la fundación del mundo para ubicarlo en la alta adopción de hijos,
caiga en placeres y temores, y se ocupe en refrenar las pasiones. (Stromata,
1, 6, p. 652)
Similarmente, Orígenes, que representaba la misma posición teológica general que
Clemente de Alejandría, escribió acerca de Isaac y Jacob en su Comentario sobre
Romanos:
Todas estas cosas se ven así para que el apóstol pueda probar que si Isaac o
Jacob hubieran sido escogidos por sus méritos para aquellas cosas que ellos,
estando en el cuerpo, buscaban, y si por las obras de la carne pudieran
justificarse, entonces la gracia de sus méritos podría pertenecer también a
la posteridad de la carne y la sangre; pero ahora, ya que su elección no
proviene de las obras, sino del propósito de Dios, de la voluntad de Aquél
que llama, la gracia no se cumple en los hijos de la carne, sino en los hijos
de Dios, es decir, en tales quienes como ellos, sean escogidos por el
propósito de Dios y adoptados como hijos. (Comentario sobre Romanos, 1.

C. Gregg Singer, Juan Calvino: Sus Raíces y Sus Frutos, trad. Néstor del Valle, 1a ed. (San
José, Costa Ríca; San Juan, Puerto Ríco: CLIR; Sola Scriptura, 2003).
Página 6. Exportado de Software Bíblico Logos, 6:39 a. m. 16 de julio de 2024.
7, folio 195)
Basilio el Grande, otro de los principales Padres del oriente, mostró también gran
perspicacia en la enseñanza bíblica sobre este punto doctrinal de la predestinación:
Nadie llama bendito al pueblo de los judíos sino el pueblo que es escogido
de entre todos los pueblos; nosotros somos el pueblo que Él ha escogido
como herencia suya, una verdadera nación porque somos recogidos de
entre muchas naciones; un pueblo desechado, y porque muchos son
llamados y pocos escogidos. (Homilías sobre los Salmos, p. 208)
Con excepcional claridad entre todos los escritores de aquel tiempo, y yendo al grano,
Hilario el Diácono dijo:
Dios, de su libre gracia desde antaño decretó salvar pecadores (Dios
preconoció lo que habría en el hombre antes de crearlo y de que hubiera
cometido pecado), y predestinó la manera en que habría de ser rescatado;
en qué tiempo, por quién y de qué modo serían salvos, de suerte que los que
son salvos no lo son por su propio mérito, ni por el de aquellos que los
llaman, sino por la gracia de Dios, siendo ese don dispensado por medio de
la fe en Cristo. (Comentario sobre II Timoteo, p. 592)
Es evidente que la doctrina de predestinación de Calvino está prefigurada en los
escritos de los primeros Padres en mayor medida que los arminianos y los liberales de los
tiempos modernos han estado dispuestos a admitir. Pero esto también es cierto acerca de
las otras doctrinas que comúnmente se asocian con su nombre. En ningún lugar es esto
más evidente que en la manera en que ellos tratan de la muerte de Cristo.

La muerte expiatoria de Cristo


En sus observaciones sobre la primera pascua en Egipto, Lactancio presenta una
elevada opinión de esta materia:
Esto (el rociar la sangre del cordero sobre los postes de las puertas en
Egipto) era figura de cosas venideras, pues Cristo es un cordero sin mancha,
es decir, inocente, justo y santo, que siendo sacrificado por los mismos
judíos, es para la salvación de todos los que tengan escrito sobre la frente el
signo de la sangre, es decir, de la cruz en que Él derramó Su sangre.
(Institutos Divinos, C. 26, p. 882)
Ambrosio de Milán escribió con fina penetración bíblica al decir:
La cruz es un precipicio para los incrédulos, pero vida para los que creen.
Cristo es salvación para los que creen, pero castigo para los incrédulos. (De
Filii Divinitate, C. 8, p. 284)
Por vena similar escribió Jerónimo:
C. Gregg Singer, Juan Calvino: Sus Raíces y Sus Frutos, trad. Néstor del Valle, 1a ed. (San
José, Costa Ríca; San Juan, Puerto Ríco: CLIR; Sola Scriptura, 2003).
Página 7. Exportado de Software Bíblico Logos, 6:39 a. m. 16 de julio de 2024.
Aquél que es Salvador de los creyentes es el juez de todos, para que pueda
dar a cada uno según sus obras, a los justos recompensas, a los pecadores
castigo eterno. Y el Señor y Salvador mismo (dice el profeta Isaías) los
llamará el pueblo santo, los redimidos del Señor que son redimidos por la
sangre de Cristo. (Comentario sobre Isaías, p. 109)
En sus observaciones sobre el segundo capítulo de Efesios, Jerónimo escribió
Sin la sangre del Señor Jesús nadie puede acercarse a Dios, porque Él es
nuestra paz, y si Cristo es la paz de los creyentes, luego quien no tenga paz
no tiene a Cristo. (Comentario sobre Efesios, p. 94)

La naturaleza del pecado


Parecería que la doctrina del pecado original recibió tratamiento más adecuado a
manos de aquellos primeros Padres, que cualquier otro aspecto del calvinismo. Agustín
mostró gran empeño en citar extensamente de los escritos de ellos para hacer ver que
estaban de acuerdo con él, y para defenderse de los cargos de innovaciones doctrinales.
Aun en estos Padres del oriente cuya teología estaba reconocidamente teñida de
elementos del pensar griego, el pecado original aparece como parte de su sistema. En su
Diálogo con Trifón, Justino Mártir escribió:
Nacemos pecadores, somos enteramente carne y sangre, y ninguna cosa
buena mora en nosotros… El hombre, por las facultades naturales de su
mente, no puede obtener conocimiento de las cosas divinas. Ni por ningún
poder innato puede salvarse a sí mismo y ganar la vida eterna (p. 323).
Aunque Jerónimo, con algún mérito, insistió en que Orígenes era la fuente de la
herejía pelagiana, no obstante es cierto que a veces este erudito alejandrino mostraba
alguna comprensión de la doctrina bíblica del pecado:
Si alguno considera este cuerpo de humildad en que nacemos, si alguno lo
considera, nadie está puro de inmundicia, aunque su vida es solo un día y
sus meses están contados; verá cómo nacemos con impureza y en
incircunsición del corazón. (Homilía sobre Jeremías, 5, p. 86)
En el occidente, Hilario de Poitiers y Ambrosio de Milán hacen referencias abundantes
a esta doctrina de pecado original, pero fue de mayor importancia aun en el pensamiento
de Jerónimo, que trató de ella una y otra vez.

La gracia irresistible
La doctrina de la gracia eficaz fue expuesta por varios escritores. Hilario demostró
entenderla cuando la discutió:
La gracia de la fe se da para que los creyentes sean salvos. Esto es así

C. Gregg Singer, Juan Calvino: Sus Raíces y Sus Frutos, trad. Néstor del Valle, 1a ed. (San
José, Costa Ríca; San Juan, Puerto Ríco: CLIR; Sola Scriptura, 2003).
Página 8. Exportado de Software Bíblico Logos, 6:39 a. m. 16 de julio de 2024.
porque toda acción de gracias tiene que referirse a Dios que nos concede su
misericordia para llamar a vida a los errantes y a aquellos que no buscan el
camino verdadero; por lo que no debemos gloriarnos en nosotros mismos,
sino en Dios que nos ha regenerado en el nacimiento celestial por la fe en
Cristo. (Comentario sobre Efesios, p. 496)
Ambrosio se muestra igualmente evangélico en su consideración de Juan 3:6, 7:
Quien, cuando le place, en quien le place, y en cuantos le place, y tanto
como le place, inspira por Su buena voluntad; por lo tanto Él llena de Su
gracia a quien le place y tanto como le place. (De. Jacob, i, i, c6. p. 317)
Jerónimo dio una nota igualmente clara:
Los hombres hacemos casi todo por deliberación, mas el efecto en ningún
modo sigue a la voluntad. Pero ninguno puede resistirlo a Él de tal modo
que Él no pueda hacer todo lo que se propone. Por su voluntad hace
cualesquiera cosas que sean llenas de razón y consejo. Él quiere que todos
sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad, mas porque el hombre
se salva aparte de su propia voluntad, pues estamos dotados de libre
albedrío, Él quiere que nosotros queramos lo que es bueno para que cuando
lo hayamos querido Él también quiera cumplir en nosotros su consejo.
(Comentario sobre Efesios, p. 9)
Sobre este punto Clemente de Alejandría se expresa casi como un calvinista:
Estoy persuadido de que ni la muerte que los perseguidores infligen, ni la
vida que vivimos aquí, ni ángeles, ni los apóstatas, ni principados, el
principado de Satanás, que es la vida que él escoge pues tales son los
principados y potestades de las tinieblas, según él; ni las cosas presentes
entre las cuales estamos en este tiempo de la vida, como la esperanza del
soldado, la ganancia del mercader, ni la altura ni la profundidad ni ninguna
otra criatura por una operación propia del hombre, puede resistir la fe de
aquél que valora la libertad de escoger. Criatura es sinónima de función,
siendo obra nuestra, y tal función no puede separarnos del amor de Dios
que es en Cristo Jesús Señor nuestro. (De Unitate Ecclesiae, p. 256)

La perseverancia de los santos


Tanto Cipriano como Tertuliano sostenían firmemente la perseverancia y la
preservación de los elegidos. Cipriano escribió:
Nadie piense que el hombre bueno puede abandonar la iglesia. El viento no
se lleva el trigo ni la tormenta desarraiga el árbol que está asentado con
raíz sólida. El tamo se lo lleva la tempestad, y los árboles débiles quedan
derribados al encuentro con el torbellino. (De Unitate Ecclesiae, p. 256)
C. Gregg Singer, Juan Calvino: Sus Raíces y Sus Frutos, trad. Néstor del Valle, 1a ed. (San
José, Costa Ríca; San Juan, Puerto Ríco: CLIR; Sola Scriptura, 2003).
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Pero de todos los padres que precedieron a Agustín, Ambrosio nos ha dado algunas de
las observaciones más agudas y verdaderamente evangélicas sobre esta gran doctrina
bíblica:
¿Mas quién osa acusar a los que en el juicio son tenidos por elegidos?
¿Puede Dios el Padre rescindir Sus dones?… ¿Puede Él condenar a aquéllos
que ha redimido de la muerte? (De Jacob 1.1. c6., p. 37)
Y otra vez dijo:
La perseverancia no depende del hombre que quiere o que corre, porque no
está en poder del hombre, sino que depende de Dios que tiene misericordia,
para que puedas tú acabar lo que has comenzado… (Comentario sobre los
Salmos, p. 963)

Capítulo 2

El calvinismo - la cumbre de la teología de la Reforma

Todas las grandes doctrinas que comúnmente se asocian con el nombre de Juan
Calvino y con su teología se fundan en los escritos de los Padres primitivos, y fueron
llevadas a una etapa de más amplio desarrollo por Agustín con tan profundo
discernimiento bíblico que Calvino percibió correctamente que Agustín era el más bíblico
de todos los Padres. Pero su profunda admiración por el obispo de Hipona no le cerró los
ojos a ciertas deficiencias en su teología, y no vaciló en corregirlo y aun rechazarlo en
ciertos lugares. Con todo el respeto que Agustín y los otros Padres primitivos le inspiraran
a Calvino, tendía su mirada más allá, hacia las Escrituras que eran para él la regla infalible
de fe y de práctica, la autoridad suprema para la vida de la iglesia, y ante las cuales la
mente y la voluntad del hombre deben inclinarse en humilde sumisión.

El conocimiento de Dios y el de nosotros mismos


Calvino correctamente atribuía gran importancia a todo el problema del conocimiento,
es decir, de qué manera conoce el hombre a Dios y a sí mismo. En la segunda edición de la
Institución del año 1539, trató el tema de un modo más concienzudamente bíblico que
cualquier otro pensador desde Agustín. La respuesta que Calvino dio a esta cuestión no
sólo contestó la pregunta inmediata que la iglesia de sus días confrontaba, sino que
también posee una pertinencia peculiar para los asuntos predominantes de la teología y la
filosofía de nuestros tiempos. El hombre conoce a Dios por el mismo acto con que se
conoce a sí mismo. Calvino trató de esto extensamente en el primer capítulo del libro
Primero, y allí dice que la verdadera y sólida sabiduría consiste en dos puntos, a saber, el
C. Gregg Singer, Juan Calvino: Sus Raíces y Sus Frutos, trad. Néstor del Valle, 1a ed. (San
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conocimiento de Dios y el conocimiento de nosotros mismos. Nadie puede contemplarse a
sí mismo sin que al momento se sienta impulsado a la consideración de Dios en el cual
vive y se mueve. Ya que el hombre fue creado a imagen de Dios, y siendo esa imagen
indestructible, hablando en sentido metafísico, su vestigio sobrevivió a la caída del
hombre en Adán. Hay en el hombre un residuo de aquella imagen divina que subsistió en
medio de los efectos cataclísmicos de la caída, y debido a esto el hombre permanece
hombre, aunque es al mismo tiempo un ser totalmente depravado. Aun el hombre caído,
de acuerdo con Calvino, conserva un conocimiento innato escrito en el corazón, y a la vez
conciencia propia.
Nosotros, sin discusión alguna, afirmamos que los hombres tienen un cierto
sentimiento de la divinidad en sí mismos; y esto, por un instinto natural.
Porque, a fin de que nadie se excusase so pretexto de ignorancia, el mismo
Dios imprimió en todos un cierto conocimiento de su divinidad, cuyo
recuerdo renueva…para que cuando todos, desde el más pequeño hasta el
mayor, entiendan que hay Dios y que es su Creador, con su propio
testimonio sean condenados por no haberle honrado y por no haber
consagrado ni dedicado su vida a su obediencia. (Institución, 1:III:1)
Este conocimiento innato de Dios puede avivarse, hasta cierto punto, por la revelación
natural. Pero la caída tanto afectó la naturaleza humana que aquel conocimiento original
de Dios no basta para el hombre. El defecto no se encuentra en la revelación natural que
rodea al hombre a cada paso, sino en el hombre pecador que ya no es capaz de pensar los
pensamientos de Dios ni cumplir sus mandamientos. No es que Dios se dejara a sí mismo
sin un testimonio, más bien es que el hombre ya no puede interpretar correctamente el
mensaje de la revelación natural ni acatar los dictados de su conciencia. Está en necesidad
de una nueva revelación que no sólo le hable de redención de su condición pecaminosa,
sino que también le llegue en tal forma que pueda entender el mensaje. La incapacidad
del hombre pecador de leer rectamente el mensaje de la revelación natural es
fundamental, tanto en la doctrina del conocimiento de Calvino, como en su concepto de la
inspiración y autoridad de las Sagradas Escrituras.
Sin discusión alguna Calvino estimaba a aquellos que escribieron la Biblia como
órganos del Espíritu Santo, el cual los guió a escribir de tal manera que quedaron libres de
toda clase de error; empero esa influencia divina fue tal que tuvieron campo libre para
expresar su personalidad en su obra. Es muy cierto que ni Calvino ni la Biblia trazan en
detalle el método exacto que Dios utilizó para producir la Palabra inspirada. No obstante,
en la Institución, en los comentarios y en sus numerosos escritos, hay abundantes señales
de sus pareceres sobre esta cuestión básica, y todas apuntan a un hecho ineludible:
Calvino estaba convencido de que la Biblia es la Palabra de Dios singularmente inspirada, y
como tal es de especie diferente de toda la demás literatura.
La doctrina de Calvino tocante a la revelación que Dios hace de sí mismo y de su plan
redentor para con el hombre no llegó a su fin cuando alcanzó este punto. ¿Cómo puede el
pecador comprender la revelación especial mejor que la general? ¿Cómo puede, en su
condición de pecado, apropiarse el mensaje redentor y aplicarlo a su necesidad? Es en
C. Gregg Singer, Juan Calvino: Sus Raíces y Sus Frutos, trad. Néstor del Valle, 1a ed. (San
José, Costa Ríca; San Juan, Puerto Ríco: CLIR; Sola Scriptura, 2003).
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este lugar que el estudio cuidadoso y asiduo de las Escrituras hizo que Calvino viera que el
testimonio del Espíritu Santo, quien dio al hombre una revelación inspirada y objetiva,
asimismo confiere a los elegidos seguridad subjetiva referente a la autoridad de dicha
revelación, y la facultad de apropiarse su contenido a fin de ser redimidos.
Porque, aunque Dios sólo es testigo suficiente de sí mismo en su Palabra,
con todo, a esta Palabra nunca se le dará crédito en el corazón de los
hombres mientras no sea sellada con el testimonio interior del Espíritu. Así
que es menester que el mismo Espíritu que habló por boca de los profetas,
penetre dentro de nuestros corazones y los toque eficazmente para
persuadirles de que los profetas han dicho fielmente lo que les era mandado
por el Espíritu Santo (Institución, 1, VII, 5).
Tengamos, pues, esto por inconcuso: que no hay hombre alguno, a no ser
que el Espíritu Santo le haya instruido interiormente, que descanse de veras
en la Escritura; y aunque ella lleva consigo el crédito que se le debe para ser
admitida sin objeción alguna y no está sujeta a pruebas ni argumentos, no
obstante alcanza la certidumbre que merece por el testimonio del Espíritu
Santo (Institución, 1, VII, 5).
Este enlace de la Palabra objetiva y la obra subjetiva del Espíritu que devuelve al
pecador el conocimiento de Dios que le es necesario para la redención, presta al
calvinismo un carácter que lo distingue de todos los demás sistemas teológicos. Posibilita
una doctrina de revelación general y de la gracia, sin dar apoyo a un concepto tomístico
de la teología natural. Al mismo tiempo evita el error en que cae la neo-ortodoxia pues no
siente obligación alguna de negar la gracia común y la revelación natural a fin de
salvaguardar las doctrinas bíblicas de la gracia redentora.
Porque Calvino unió los elementos objetivos y subjetivos en su doctrina de revelación,
pudo con plena seguridad afirmar que las Escrituras son la autoridad final en todos los
aspectos de la vida humana. No sólo nos instruyen en cuanto a qué debemos creer de
Dios, y qué deber Él nos requiere, también proveen un marco infalible dentro del cual el
hombre puede evaluar todo lo que dice, piensa y hace. Sus principios teológicos dirigen al
hombre en todo su quehacer intelectual, científico, económico, social y político; no
porque la Biblia vaya a usarse como texto de esas disciplinas humanas, sino porque
doctrinas como la soberanía de Dios, el pecado del hombre, y nuestra elección en
Jesucristo para salvación eterna deben ser la pauta en la formulación de programas
científicos, políticos, sociales y económicos. En resumen, el hombre y su quehacer cultural
tienen necesidad de disposición y dirección bíblicas.
Las Escrituras dan al hombre regenerado un nuevo aprecio y discernimiento de la
revelación natural que anteriormente le estaba vedado por su ceguera espiritual.
Todas esas doctrinas que generalmente asociamos con el calvinismo dependen del
concepto que Calvino tenía de las Escrituras. Destruir la Biblia es destruir el calvinismo.
Negar la infalibilidad y supremacía de las Escrituras es condenar y arrojar dudas sobre la
validez del contenido doctrinal íntegro del calvinismo. A la larga se mantienen en pie o

C. Gregg Singer, Juan Calvino: Sus Raíces y Sus Frutos, trad. Néstor del Valle, 1a ed. (San
José, Costa Ríca; San Juan, Puerto Ríco: CLIR; Sola Scriptura, 2003).
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caen juntos. No se puede sostener un calvinismo desprovisto de la doctrina que de la
Palabra de Dios enseñaba Calvino.
Todo esto se aplica con particularidad a la doctrina de Dios. Impugnar la autoridad
suprema de la Biblia es suscitar un importante interrogante acerca de la integridad y del
poder de un Dios que permitiera que aquellos a quien se revela fueran despistados por
una revelación falsa. Tal contingencia es del todo extraña al carácter del Dios del
cristianismo. La doctrina de Dios pertenece a la médula del calvinismo sencillamente
porque está en el centro de las Escrituras en que Él se revela. Si el luteranismo encontró
su centro en la cuestión de la salvación del hombre, el calvinismo, en cambio, considera la
gloria de Dios como su clave: el fin principal del hombre es glorificar a Dios y disfrutar de
Él para siempre. Cuando se mira a esta luz, la doctrina de la redención cobra un nuevo
significado y una grandeza que no le es posible en ningún otro sistema. Calvino hace plena
justicia a la redención poniéndola en su cabal perspectiva bíblica, de suerte que todos sus
diversos aspectos se relacionan con la voluntad soberana de Dios más bien que con el
dilema del hombre pecador.
Para Calvino Dios es un verdadero soberano, limitado sólo en cuanto a que nada
puede hacer que negara sus atributos. En Dios, estos atributos se relacionan entre sí
perfecta y armoniosamente de un modo insondable para la mente finita del pecador; he
ahí la pura esencia de esa soberanía.
Pero la fe ha de penetrar mucho más adelante: debe reconocer por
gobernador y moderador perpetuo al que confesó como creador de todas
las cosas; y esto, no solamente porque Él mueve la máquina del mundo y
cada una de sus partes con un movimiento universal, sino también porque
tiene cuidado, mantiene y conserva con una providencia particular todo
cuanto creó (Institución 1, XVI, 1).
En otro lugar escribió:
De lo cual afirmamos que no solamente el cielo, la tierra y las criaturas
inanimadas son gobernados por su potencia, sino también los consejos y la
voluntad de los hombres, de tal manera que van derechamente a parar al
fin que Él les había señalado (Institución 1, XVI, 8).
Y en otra parte:
Primeramente es necesario notar que la providencia de Dios ha de
considerarse tanto respecto al pasado como al porvenir; luego, que de tal
manera gobierna todas las cosas, que unas veces obra mediante
intermediarios, otras sin ellos, y a veces contra todos los medios.
Finalmente, que su intento es mostrar que Dios tiene cuidado del linaje
humano, y principalmente cómo vela atentamente por su iglesia, a la que
mira más de cerca (Institución 1, XVII, 1).
La soberanía de Dios, según Calvino la entendía, recibió su más brillante presentación
en el inolvidable lenguaje de la Confesión de Fe de Westminster (III, 1, 2):
C. Gregg Singer, Juan Calvino: Sus Raíces y Sus Frutos, trad. Néstor del Valle, 1a ed. (San
José, Costa Ríca; San Juan, Puerto Ríco: CLIR; Sola Scriptura, 2003).
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Dios, desde la eternidad, por el sabio y santo consejo de su voluntad,
ordenó libre e inalterablemente todo lo que acontece. Sin embargo, lo hizo
de tal manera que Dios ni es autor del pecado ni violenta la voluntad de las
criaturas, ni quita la libertad o contingencia de las causas secundarias, sino
más bien las establece. Aunque Dios sabe todo lo que puede suceder en
toda clase de condiciones supuestas, sin embargo, nada decretó porque lo
preveía como futuro, o como cosa que sucedería en circunstancias dadas.
Según Calvino la soberanía de Dios no está condicionada por ninguna acción que el
hombre realice o deje de realizar. El proceso de la historia humana como un todo, en
cambio, y las acciones de hombres individuales, cumplen los decretos de Dios de una
gloriosa manera. El hombre jamás puede frustrar el propósito divino o alterar la voluntad
de Dios.
Asimismo Calvino restauró la doctrina de la caída de Adán y del pecado original a su
pureza y vigor bíblicos, rescatándola de la maraña del escolasticismo con sus sutilezas, y
llamó a la iglesia a retornar a su legado agustino. La caída en el pecado hizo que Adán y su
posteridad perdieran la imagen de Dios que le había sido conferida en su creación. Como
resultado, el hombre ya no tenía la capacidad de pensar los pensamientos de Dios ni de
cumplir su voluntad; no podía glorificar a Dios según el propósito de Dios al crearlo. Esta
impotencia, resultó, a su vez, en enajenación de Dios, y le acarreó a Adán y a toda su
descendencia la muerte, tanto física como espiritual.
Al dejarse, pues, arrebatar por las blasfemias del diablo, deshizo y aniquiló,
en cuanto pudo, toda la gloria de Dios. Consistiendo, pues, la vida espiritual
de Adán en estar unido con su Creador, su muerte fue apartarse de Él. Y no
hemos de maravillarnos de que con su alejamiento de Dios haya arruinado
a toda su posteridad, pues con ello pervirtió todo el orden de la naturaleza
en el cielo y en la tierra… Así, pues, si la maldición de Dios lo llenó todo de
arriba abajo y se derramó por todas las partes del mundo a causa del
pecado de Adán, no hay por qué extrañarse de que se haya propagado
también a su posteridad. (Institución II, 14, 4, 5)
Calvino definió el pecado original como «una corrupción y perversión hereditaria de
nuestra naturaleza, difundida en todas las partes del alma; lo cual primeramente nos hace
culpables de la ira de Dios, y además produce en nosotros lo que la Escritura denomina
obras de la carne» (Institución II, 1, 8).
En el calvinismo el hombre no está espiritualmente enfermo y su voluntad meramente
«torcida». Está muerto en sus delitos y pecados, y nada puede hacer que sea bueno a los
ojos de Dios. No puede producir obras buenas por las cuales pudiera restaurarse a sí
mismo al favor divino o merecer redención. Ha perdido la libertad original de la voluntad,
y está ahora, en su condición natural, completamente sujeto a su naturaleza pecaminosa.
Adán no meramente perdió un supuesto don sobre-añadido (donum super-additum) de
justicia, según decía Tomás de Aquino, sino que sus talentos y capacidades naturales se
corrompieron totalmente.

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La voluntad, pues, se encuentra tan atada por la esclavitud del pecado que
no puede moverse a sí misma, mucho menos dedicarse a nada bueno
(Institución II, iv).
Cuando trata de la esclavitud de la voluntad al pecado, Calvino abiertamente afirma
que no enseñaba alguna novedosa doctrina, solamente la que Agustín había expuesto más
de mil años antes. Tal doctrina recibió expresión clásica en la Confesión de Fe de
Westminster (VI, 2, 3, 4):
Por este pecado nuestros primeros padres cayeron de su rectitud original y
perdieron la comunión con Dios, y por tanto quedaron muertos en el
pecado, y totalmente corrompidos en todas las facultades y partes del alma
y del cuerpo. Siendo ellos el tronco de la raza humana, la culpa de este
pecado les fue imputada, y la misma muerte en el pecado y la naturaleza
corrompida se transmitieron a la posteridad que desciende de ellos según la
generación ordinaria. De esta corrupción original, por la cual estamos
completamente indispuestos, incapaces y opuestos a todo bien, y
enteramente inclinados al mal, proceden todas nuestras transgresiones
actuales.
Este modo de ver el pecado original y la depravación total no sólo hace una distinción
entre el calvinismo y la teología del catolicismo romano y Tomás de Aquino, también la
distingue de todos los otros puntos de vista protestantes contemporáneos, ya que el
semipelagianismo se ha infiltrado más o menos en casi todos los otros sistemas teológicos
del siglo veinte. En el calvinismo se encuentra la doctrina del pecado verdaderamente
bíblica que ofrece apoyo adecuado para lo que generalmente se conoce como la doctrina
de la salvación. El concepto calvinista del pecado exige como corolario necesario el
concepto bíblico de Cristo como el Redentor.
Fue sobremanera necesario que Él que había de ser nuestro Mediador fuese
verdadero Dios y hombre… Porque, habiéndonos nuestros pecados
apartado totalmente del reino de Dios, como si entre Él y nosotros se
hubiera interpuesto una nube, nadie que no estuviera relacionado con Él
podía negociar y concluir la paz (Institución II, XII, 1).
Ningún heredero de Adán ni ningún ángel podía cumplir este oficio de mediador. Con
demasiada frecuencia los estudios sobre Calvino no han sabido recalcar lo que él mismo
dijo tocante a Jesucristo como mediador nuestro. Fue necesario no sólo que el hijo de Dios
se hiciera hombre para que pudiera haber una reunión entre Dios y el hombre, fue
también función del Mediador restaurar al hombre pecador al favor divino, y así
…que de hijos de los hombres nos hiciese hijos de Dios; de herederos del
infierno, herederos del reino de los cielos (Institución II, XII, 2).
…había de vencer la muerte. ¿Quién podría hacer esto sino la Vida? Tenía
que vencer al pecado. ¿Quién podía lograrlo, sino la misma Justicia? Había
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de destruir las potestades del mundo y del aire. ¿Quién lo conseguiría sino
un poder mucho más fuerte que el mundo y el aire? (Institución II, XII, 2)
No sólo aceptó Calvino la fórmula de Calcedonia, también demostró, con gran
perspicacia, la necesidad bíblica de dicha fórmula relacionándola con la obra de Cristo el
Mediador. Para cumplir el oficio que el Padre le asignó Jesucristo tenía que ser verdadero
Dios y verdadero hombre.
Al discutir la expiación, Calvino excedió no sólo a los escolásticos, sino a Agustín
también. Calvino comprendió esta doctrina bíblica mejor que cualquier otro teólogo
anterior o posterior a él. Hay quienes han objetado que, puesto que él no usó la frase
«expiación limitada», no sustentaba esta opinión de la muerte de Cristo, y que la misma
llegó a ser parte del sistema calvinista durante el siglo diecisiete como resultado de
disputas entre sus seguidores. Tal contención violenta toda la evidencia a la mano. Esta
doctrina es parte básica e ineludible de su teología. Además, el lenguaje que usó en su
discusión de la muerte de Cristo y lo que ello significa, es testimonio abundante del papel
que desempeñó este concepto en la formulación de su doctrina de redención. «Esta es
nuestra absolución, que la culpa que nos hace merecer el castigo fue transferida a la
persona del Hijo de Dios».
Una expiación universal no cabe en su sistema. Cristo murió por los elegidos. Una
expiación limitada es parte integral de la doctrina bíblica de la elección, y Calvino concedió
a la elección lugar céntrico en su doctrina de salvación porque ése es el lugar que ocupa
en la Escritura. Es cierto que todos los reformadores, sin excepción, creyeron y enseñaron
la predestinación, pero Calvino, más consecuentemente que Lutero o Zwinglio, mantuvo
una orientación bíblica al tratar de ella. No la aceptó, como Lutero lo hiciera, meramente
por encontrar en ella la respuesta a las apremiantes necesidades de su alma en una
angustiosa búsqueda de seguridad eterna. Ni consideró la elección parte necesaria de una
filosofía lógica. De esta manera pudo evitar el error de Zwinglio de extender su eficacia a
los «gentiles piadosos» que jamás oyeron el llamado del Evangelio, y aún así serían salvos
en Cristo. Calvino vio claramente la relación bíblica de la soberanía de Dios y la
depravación total de la raza humana entera, con las doctrinas de la expiación y la elección.
La elección divina es el medio ordenado por Dios para hacer que la muerte de Cristo sea
eficaz. Ya que el hombre es depravado totalmente e incapaz de hacer nada para contribuir
a su propia salvación, no puede, en su estado natural, responder al llamado del Evangelio,
a menos que antes sea vivificado espiritualmente por una operación de gracia soberana.
Decimos, pues, - como la Escritura lo demuestra con toda evidencia - que
Dios ha designado de una vez para siempre en su eterno e inmutable
consejo, a aquellos que quiere que se salven, y también a aquellos que
quiere que se condenen. Decimos que este consejo, por lo que toca a los
elegidos, se funda en la gratuita misericordia divina sin respecto alguno a la
dignidad del hombre; al contrario, que la entrada de la vida está cerrada
para todos aquellos que Él quiso entregar a la condenación; y que esto se
hace por su secreto e incomprensible juicio, el cual, sin embargo, es justo e
irreprochable (Institución III, xxi, 7).
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La Confesión de Fe de Westminster, en el capítulo X, 1, hace una exposición clásica del
calvinismo en este punto:
A todos aquellos a quienes Dios ha predestinado para vida, y a ellos
solamente, le agrada…llamar eficazmente por su Palabra y Espíritu, fuera
del estado de pecado y muerte en que están por naturaleza, a la gracia y
salvación por Jesucristo; iluminando espiritual y salvadoramente su
entendimiento, a fin de que comprendan las cosas de Dios; quitándoles el
corazón de piedra y dándoles uno de carne, renovando sus voluntades, y por
su potencia todopoderosa induciéndoles hacia aquello que es bueno, y
trayéndoles eficazmente a Jesucristo; de tal manera que ellos vienen con
absoluta libertad, habiendo recibido por la gracia de Dios la voluntad de
hacerlo.
La fidelidad de Calvino a la Escritura en la formulación de su teología en ningún lugar
es más aparente que en éste, cuando afirma que el llamamiento eficaz es un acto de la
gracia libre de Dios, y no el resultado de algún mérito previsto en el hombre. Ni en el
calvinismo ni en la Escritura se ve posibilidad alguna de cooperación de parte del hombre
en el logro de su redención. La elección hace efectiva la obra redentora de Cristo a favor
de aquellos por quien murió. Según el calvinismo, Cristo no murió para hacer posible
nuestra salvación dependiendo de que la aceptemos. Él murió para redimir a los suyos. En
virtud de que Dios nos llama eficazmente por su gracia, los creyentes pueden tener
seguridad de su eterna redención. En interés del poder clerical, la teología católica, según
la definió el Concilio de Trento, plantó un anatema sobre la doctrina de la seguridad
eterna y la certeza de la salvación. El calvinismo, por su parte, pone el énfasis en la
seguridad del creyente ya que la salvación es el resultado de un acto de gracia soberana
en su vida. Mientras que la modificación tomística de la doctrina de la soberanía de Dios
se expresó finalmente en el rechazo de la posibilidad de la certeza del creyente tocante a
la vida eterna, el calvinismo expresa la realidad de esa certeza.
Pero Calvino nunca trató de esta doctrina de certeza cristiana como una abstracción
filosófica o teológica, y siempre tomó la precaución de advertir a sus lectores contra tal
error. La elección y seguridad nuestras debemos mirarlas en todo momento a la luz de la
relación que tenemos con Jesucristo por gracia.
Por tanto, a los que Dios ha tomado como hijos suyos no se dice que Él los
ha elegido en ellos mismos, sino en Cristo (Ef. 1:4); pues no podía amarlos,
ni honrarlos con la herencia de su reino, sino haciéndolos partícipes de Él.
Ahora bien, si somos elegidos en Él, no hallaremos la certeza de nuestra
elección en nosotros mismos; ni siquiera en Dios, Padre, si lo imaginamos
sin su Hijo. Por eso Cristo es para nosotros a modo de espejo en quien
debemos contemplar nuestra elección, y en el que la contemplaremos sin
llamarnos a engaño. Porque siendo Él Aquel a cuyo cuerpo el Padre ha
determinado incorporar a quienes desde la eternidad ha querido que sean
suyos, de forma que tenga como hijos a todos cuantos reconoce como

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miembros del mismo, tenemos un testimonio lo bastante firme y evidente
de que estamos inscritos en el libro de la vida, si comunicamos con Cristo
(Institución III, xxiv, 5).
Calvino compartió con los demás reformadores la doctrina de la justificación por la fe.
Pero en sus doctrinas de la Iglesia y de los sacramentos alcanzó un nuevo pináculo de
discernimiento bíblico que no es aparente en el luteranismo ni en el pensamiento de
Zwinglio. Su doctrina del sacerdocio de los creyentes, aunque la encontramos en cierto
grado en las obras de los otros reformadores, fue elaborada por Calvino con todo lo que
ella implica para la vida, la adoración y el gobierno de la iglesia. Y lo hizo tan plenamente
que dicha doctrina llegó a ser al fin un elemento importante en la teoría y práctica política
de Ginebra y de otras naciones que erigieron gobiernos constitucionales, monárquicos o
republicanos. El calvinismo, luego, fue el despliegue final de las promesas de la Reforma.
El punto fuerte de Lutero fue también su debilidad. Habló a la mentalidad alemana, y a
nombre de ella, con tal potencia que no pudo apelar a los pueblos de otras naciones que
también deseaban una reforma de tipo más universal en la Iglesia. El luteranismo
dependía demasiado del pueblo alemán para lograr su éxito, además de que, como
sistema teológico era principalmente manifestación de la primera etapa de la Reforma. A
Lutero le inquietaba más el estado de las cosas religiosas en Alemania que en el resto de
Europa. El luteranismo fue el precursor necesario del calvinismo dentro del plan de Dios,
pero el calvinismo fue del mismo modo necesario para que la Reforma quedase cumplida.
No sólo era de alcance atractivo internacional, también representaba el fruto de la obra
de Lutero, Bucero, Zwinglio y los demás reformadores. Lutero temía grandemente las
consecuencias de una ruptura con Roma y la tradición romana, y su falta de disposición
para cortar todo lazo con el pasado medieval se evidencia en los elementos del ritual
católico-romano que retuvo en el orden del servicio y en su concepto de los sacramentos.
Su insistencia en la regeneración bautismal se acerca mucho a la idea católico-romana, y
su insistencia en la consubstanciación como la interpretación correcta del significado de la
Cena del Señor, señalan hacia su desgana de hacer una ruptura tajante con aquella iglesia.
Esto no equivale a decir que Lutero no fuera un evangélico fervoroso, o que el
luteranismo, según se desarrolló bajo su dirección, no fuera una teología evangélica. Eso
estaría muy lejos de la verdad. No obstante, es cierto que han quedado restos del sistema
católicorromano en su doctrina y liturgia.
Calvino, por su parte, estaba dispuesto a hacer esa ruptura total con la tradición
cuando esta fuera contraria a la Palabra de Dios. No vaciló en quitar de en medio todo
dogma y elemento ritual que no viera fundamentado en la Escritura. En contraste, Lutero
estaba dispuesto a retener cualquier práctica que la Biblia no prohibiera claramente. El
calvinismo, por lo tanto, vino a ser el más peligroso y temido rival de Roma. Su pureza y
coherencia bíblicas, y el hecho de que representaba la culminación lógica de la teología
agustiniana que el catolicismo profesaba, no se perdieron en los teólogos de la iglesia
romana ni en la jerarquía papal, que veían en Calvino su más formidable opositor.

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Capítulo 3

Historia posterior del calvinismo

El calvinismo alcanzó prontamente, en el movimiento de reforma de la iglesia, un


rango internacional que nunca le fue otorgado al luteranismo o a los esfuerzos más
débiles de Zwinglio, Erasmo y grupos tales como los Hermanos de la Vida Común. Este
predominio se debía en parte al hecho de que Calvino hizo de Ginebra un centro de
reforma internacional, y en parte, era el resultado de la naturaleza misma de su teología.
Ginebra atraía estudiantes de toda Europa a causa de su Academia y las numerosas
actividades personales del propio Calvino. Su predicación frecuente y su cátedra casi
diaria, tanto como su voluminosa correspondencia, todas desempeñaron un importante
papel en hacer que su teología asumiera influencia internacional. Con todo, estos factores,
con la importancia que poseen, serán solo una parte de la respuesta. El luteranismo se
conocía en Inglaterra donde había ganado algunos adeptos, y no era desconocido en el
continente, fuera de Alemania. Igualmente, Zwinglio era conocido en el sur de Alemania y
allí se hizo de algunos seguidores. Erasmo era bien conocido en muchos círculos del
continente, así como en Inglaterra. La influencia internacional que Calvino alcanzó no
puede atribuirse solamente a su propia actividad, o a la Academia. Tampoco se puede
decir que la prominencia de la Academia fuera el resultado de la presencia en Ginebra de
Calvino o Beza o los otros grandes maestros. La respuesta básica al por qué del atractivo y
alcance internacional del calvinismo no la encontraremos en la persona de Calvino, sino
en su fidelidad a la Escritura. Al recobrar el mensaje bíblico y todo el consejo de Dios, el
calvinismo hizo por el pueblo lo que ningún otro sistema pudo lograr. Aunque el
calvinismo como un sistema no surgió en respuesta a las necesidades individuales de su
autor, como es el caso del luteranismo, aun así satisfizo las necesidades del pueblo como
ningún otro sistema lo hizo o podía hacerlo.
De las dos teologías que entraron en la formación de la Reforma, el calvinismo
aventajó por mucho al luteranismo en su habilidad para inspirar la composición de credos
y confesiones nacionales. Echó raíces en países diversos como Escocia, Inglaterra, Suiza,
Francia, Polonia, Hungría, el Palatinado, y aun en Italia, la tierra del papado. La redacción
de los credos comenzó con la Confesión Galicana de 1559 de la iglesia de Francia, y
alcanzó su cenit en los trabajos de la Asamblea de Westminster en Inglaterra (1643–1648).
La Segunda Confesión Helvética de 1566, que Bullinger compuso, es probablemente, de
todas las confesiones continentales, la de uso más corriente, con la posible excepción del
Catecismo de Heidelberg, elaborado bajo la influencia de Federico III del Palatinado, por
Ursino y Oleviano para la instrucción y uso de los calvinistas germanos. La Confesión
Galicana de 1559, redactada por Calvino, fue adoptada por el primer sínodo nacional de la
Iglesia Reformada de Francia, la cual contaba a la sazón con unos 400,000 miembros.
Ya en 1561 la Iglesia Reformada en los Países Bajos produjo la Confesión Belga como
declaración de su calvinismo fundamental. Así también, la Reforma en Inglaterra estuvo
por fin bajo la influencia de Juan Calvino, a pesar de que en 1542 Enrique VIII prohibió la
importación de sus obras. Pero de nada sirvió, y Tomás Cranmer, arzobispo de Canterbury,

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adaptaba progresivamente el calvinismo a su propia teología, haciéndolo parte
permanente de la doctrina de la iglesia de Inglaterra. En la última parte del siglo dieciséis,
y en la primera del diecisiete, el calvinismo se había convertido en una fuerza principal
dentro de la iglesia inglesa. La forma moderada en que se manifestó en los Treinta y
Nueve Artículos adquirió mayor correspondencia con la Escritura en los artículos de
Lambeth de 1597, y los Artículos Irlandeses formulados por el arzobispo Ussher unos años
más tarde extrajeron una buena parte de su substancia de la Confesión Escocesa de 1560.
Pero la culminación de las confesiones calvinistas se manifestó en la Confesión de Fe de
Westminster, y en los Catecismos Mayor y Menor adjuntos. En estos tres documentos la
teología de Calvino recibió su expresión clásica en forma de credo, y han persistido sin
igual en la historia de la iglesia por su fidelidad a la verdad bíblica, por su profundidad de
pensamiento y la claridad de su expresión. Aun después de trescientos años subsisten
como hitos duraderos de la fe reformada para el mundo de habla inglesa. Sirven como
continuo baluarte contra toda herejía y desviación de la teología revelada en la Escritura.
El énfasis que hacen en la inspiración y supremacía de la Biblia como la única regla de fe y
práctica ofrece una roca inexpugnable sobre la cual tanto la presbiteriana como otras
iglesias reformadas se mantienen firmes. Con su énfasis en la soberanía de Dios hablan sin
temor contra todo intento de entronizar filosofías humanistas y teologías eclécticas en la
mente y el alma del ser humano. Con su énfasis en la doctrina bíblica de la elección y el
llamamiento eficaz, constantemente nos recuerdan que la elección es enteramente de
gracia, y en su afirmación del sacerdocio de todos los creyentes constituyen una barrera
sumamente efectiva contra la institución de prácticas litúrgicas y eclesiásticas que
reducirían a nada esta preciosa verdad bíblica en interés de una jerarquía clerical que
reclamaría el sacerdocio para si misma.
Esta prevaleciente y permanente influencia del calvinismo no se limitó a aquellas
iglesias que a conciencia adoptaron la teología reformada en todas sus partes. También
fue la inspiración del movimiento puritano dentro de la Iglesia de Inglaterra durante el
siglo diecisiete, y se hallaba en el corazón de la teología bautista inglesa. Además encontró
un hogar entre los Congregacionalistas ingleses en la Confesión de Savoy de 1658.
El calvinismo no se confinó a Inglaterra y el continente, pues se extendió rápidamente
a las colonias inglesas en América. No solamente era la teología de los puritanos de la
Nueva Inglaterra, también la sostenían los holandeses de las Colonias Medias y los
presbiterianos, que eran numerosos en las Colonias Medias y del Sur. En 1729 el Sínodo
Presbiteriano adoptó oficialmente la Confesión de Westminster como la norma doctrinal
de las iglesias presbiterianas en las colonias, siguiendo el ejemplo de los puritanos de la
Bahía de Massachussets que ya en 1648 habían adoptado la misma postura en la
Plataforma de Cambridge, aunque omitieron los párrafos que trataban del gobierno
eclesiástico. En 1708 las iglesias Congregacionales en Connecticut adoptaron la Plataforma
de Saybrook que seguía los mismos principios generales. La Iglesia Reformada Alemana,
pujante en Nueva Jersey y Pensilvania, sostenía un calvinismo modificado un poco por la
teología federal de Coccejus. También es importante reparar en que los primeros
bautistas en las colonias inglesas eran decididamente calvinistas, aunque, así como los
puritanos de Nueva Inglaterra, procuraban eliminar la forma presbiteriana de gobierno

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con miras a favorecer otra forma diseñada para garantizar la independencia de cada
congregación.
Si el calvinismo ha desempeñado un papel importante en la configuración de la
teología de muchas iglesias evangélicas desde los tiempos de la Reforma, su influencia no
ha sido menos importante en la historia de la teología en general desde la Reforma. Por
ser fiel a las enseñanzas bíblicas sobre la soberanía de Dios y el pecado del hombre, el
calvinismo ha sido el principal blanco y foco del ataque de aquellos que desaprueban tales
énfasis, y que descubren en el ser humano una bondad esencial, y habilidad para cooperar
con Dios a fin de conseguir la redención humana. En breve, casi toda herejía moderna
rechaza a un Dios ante quien debe inclinarse en humilde sumisión, en favor de otro que
coopere con la humanidad en la realización de fines que el hombre desea lograr. Así como
el Concilio de Trento definió rígidamente la doctrina católico-romana teniendo presente al
calvinismo como la gran antítesis de su postura, así también herejías más recientes han
usado el calvinismo del mismo modo para definir sus posiciones particulares. Esto también
se aplica a aquellas teologías que han salido a escena desde la Reforma y que se
consideran tener tono y propósito evangélicos. El arminianismo histórico puede vivir y
tener sentido sólo como una protesta contra el calvinismo histórico. En grado mucho
mayor la teología reformada es el gran anatema del liberalismo moderno en todas sus
variantes.
La primera protesta importante contra el calvinismo histórico la suscitó Amiraldo en la
Escuela Francesa de Saumur, quien abogaba en sus obras por un universalismo hipotético.
Enseñaba una doctrina de expiación ilimitada con aplicación particular de los beneficios de
la muerte de Cristo, en el propósito soberano de Dios, a los elegidos. El amiraldismo
sostenía que en el orden de pensamiento la elección sigue no sólo el orden divino de la
Caída, sino también el de la redención. En su decreto de elección, según esta opinión, Dios
ve a los hombres no meramente como caídos, sino como ya redimidos. Así que Cristo
murió para ofrecer satisfacción por todos los hombres, si ellos sólo creyeran en su
nombre. Empero Dios, previendo que no todos habrían de creer, eligió a algunos para los
beneficios de la muerte y resurrección de Cristo por la obra eficaz del Espíritu Santo. En
una versión aún más modificada, esta noción de la expiación llegó a América en la forma
de la teología de Nueva Inglaterra según propugnada por Natanael Taylor, Carlos G. Finney
y E. A. Park.
Un alejamiento del calvinismo más serio aún que la versión amiraldiana fue el
arminianismo que surgió en los Países Bajos en los comienzos del siglo diecisiete, y que no
sólo negó la idea calvinista de la expiación, sino también la doctrina de la gracia
irresistible. Hugo Grocio enseñaba la teoría gubernamental de la expiación que negaba la
esencia misma del concepto evangélico de la muerte de Cristo.
Los Cánones del Sínodo de Dort, que expusieron nuevamente los cinco puntos
esenciales del calvinismo, fueron designados para emplearse como una respuesta al
arminianismo, y tender una línea patente de demarcación entre aquélla y todas las demás
teologías. El Movimiento Wesleyano del siglo dieciocho fue un ataque abierto y a
conciencia contra los rasgos esenciales del calvinismo en interés de una idea más
democrática y optimista tanto de Dios como del hombre. Dicho movimiento poseía, en

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cierto modo, un curioso parecido a los decretos del Concilio de Trento en su repulsa de la
seguridad eterna del creyente.
Con el advenimiento de la Ilustración, el calvinismo se encaró a una nueva serie de
ataques de parte de los deístas y los unitarios, que lo atacaron con el mismo vigor con que
dirigían sus asaltos contra el catolicismo romano. Este suceso intelectual desató en el
continente una multitud de nuevos enemigos que se levantaron para confrontar al
calvinismo: el idealismo hegeliano y kantiano, el comunismo marxista, la teoría darviniana
de la evolución orgánica, y la filosofía liberal democrática que era uña y carne con aquel
ambiente intelectual. Cada uno de estos perseguía a su manera uno o más de los puntos
cardinales del sistema reformado como su objeto privativo de escarnio y ridículo. Estas
corrientes intelectuales que se originaron en círculos europeos, encontraron pronto su
camino hacia los Estados Unidos y allí pusieron en marcha tendencias teológicas similares
que procuraban de varias maneras «liberar las mentes de los hombres de los grilletes
cegadores del dogma calvinista», en interés de un tipo de religión más democrática. La fe
histórica fue atacada duramente por muchos de los dirigentes más radicales de la
revolución americana, que oyeron en el calvinismo el doblar de las campanas por sus
propias filosofías de Dios y del hombre, del pecado y de la redención. A tal grado fue esto
cierto que recientemente un escritor que se ocupa de la historia intelectual americana ha
llegado a decir que los jefes revolucionarios pensaron que les era necesario destronar a un
Dios soberano para poder destronar a Jorge III, en cuanto tocaba a las colonias. Tomás
Jefferson particularmente habló sin reparos al criticar doctrinas como la soberanía de
Dios, la supremacía de las Escrituras, el pecado del hombre, y la expiación
substitucionaria. Con la llegada del siglo diecinueve y su trascendentalismo, y la
renovación de los impulsos democráticos, el calvinismo fue criticado y repudiado en un
amplio frente, como en «The One Hoss Shay» (El Coche de un Caballo) de Oliver Wendel
Holmes. A los dirigentes intelectuales de aquella era del hombre común y de la
democracia «Jacksoniana» les parecía que la fe reformada en particular, y el pensamiento
evangélico en general, no armonizaban con una era tan progresista en que el hombre
estaba prestamente encontrando la llave del enigma de su propio adelanto por medio del
proceso evolutivo. Con el virtual triunfo de la filosofía evolucionista como marco de
referencia para la actividad intelectual americana en el último cuarto del siglo diecinueve,
los ataques contra el calvinismo se hicieron más severos e insistentes, a medida que los
partidarios del evangelio social se asociaban con los evolucionistas en su repudio del
cristianismo histórico. Dentro de iglesias que históricamente profesaban la teología
reformada hubo repetidos intentos de refundir los credos en interés de este optimismo
democrático y de la hipótesis evolucionista. Dios tendría que encontrar un modus vivendi
con el sueño americano si quería continuar como el Dios de la América progresista. La
literatura del último cuarto del siglo diecinueve y de las primeras décadas del veinte está
repleta de tales sugerencias sutilmente veladas. Se insistió en que la América de 1910 era
tan capaz de redactar un credo nuevo para sus propios días, como la cultura del siglo
diecinueve pudo hacerlo para los suyos.
El cristianismo americano tenía que desembarazarse de los vestigios de un calvinismo
obsoleto y hacer las paces con una filosofía democrática arraigada y fundamentada en el

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supuesto de que el hombre es esencialmente bueno, siendo el mal sencillamente los
restos de una naturaleza animal inferior de la cual el hombre habría de evolucionar
ciertamente. Era esencial, para este concepto, creer que el progreso es inevitable, y que
una existencia milenial es una meta asequible para la raza humana. Pero esto habría de
lograrse mediante la cooperación del hombre con el progreso de la naturaleza, pues no
vendría como resultado de la intervención divina en la sociedad humana.
Tal filosofía de evolución social invadió profundamente aquellas iglesias americanas
cuya teología era arminiana o semi-pelagiana, pues sus doctrinas del hombre y del pecado
podían armonizarse más fácilmente con el dogma evolucionista. Pero también encontró
amplia recepción en algunas de las iglesias surgidas de la Reforma, pero que hacía ya
tiempo se habían rendido a las demandas de una filosofía democrática y a un evangelio
social intrusos.
Ninguna avenencia era posible entre el calvinismo y cualquier teología que tuviera
orientación evolucionista antes que bíblica. Esto no es decir que la evolución no
encontrara un lugar en aquellas iglesias que se adherían a los principios de la fe
reformada; lo encontró, pero sólo a despecho de esa herencia. En las iglesias reformadas
el conflicto entre el calvinismo y esas teologías evolucionistas y humanistas fue más
prolongado, más intenso y más abierto que en otras denominaciones que hacía tiempo
habían abandonado los principios de la Reforma. No es demasiado decir que el calvinismo
es la única teología que ha resistido efectivamente los efectos corrosivos de las filosofías
democráticas, humanistas y materialistas contemporáneas. Los liberales modernos están
muy conscientes de este hecho, y cuando expresan su oposición a la doctrina evangélica,
casi indefectiblemente la atacan en su forma calvinista.
En el siglo veinte el calvinismo ha tenido que hacer frente también a otros dos rivales:
la neo-ortodoxia en sus diversas formas, y el fundamentalismo dispensacionalista. Estos
merecen mención especial ya que ambos se declaran calvinistas. Karl Barth no vaciló en
reclamar a Calvino como uno de sus precursores, y contados son los fundamentalistas que
no ofrecen su jarabe de pico al reformador ginebrés. Sin embargo, ambas escuelas de
pensamiento sostienen conceptos de las Escrituras que niegan su afirmación de
pertenecer al linaje reformado. El concepto neo-ortodoxo de la inspiración, con su
inevitable socavación de la doctrina de la infalibilidad y autoridad de las Escrituras, dista
mucho del que se nos ofrece en la Institución. Tampoco es este el único punto en que la
neo ortodoxia está reñida con el calvinismo. Muchos de sus líderes también repudian el
punto de vista reformado de la elección y de la expiación, y en cuanto rechazan estas
doctrinas se acercan mucho al universalismo. En esto se asemejan más a Zwinglio que a
Calvino.
Mientras que la teología dispensacionalista acepta el parecer de Calvino sobre la
inspiración y autoridad de las Escrituras, los teólogos de esta escuela aplican a la Biblia
una especie de interpretación que mina seriamente la teología de pacto, e imposibilita
una interpretación coherente de la Biblia como la totalidad del consejo de Dios para
todos. En este proceso no solo destruyen la doctrina que Calvino sostenía sobre la iglesia,
sino que algunos de ellos igualmente niegan la depravación total, la expiación limitada y la
gracia irresistible. Aun así dicen ser calvinistas porque de alguna manera todavía creen

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que la salvación es por la gracia sola, y que el creyente goza de seguridad eterna. En
realidad, gran parte de la teología fundamentalista de esta escuela tiene un parentesco
cercano con la teología de la Nueva Inglaterra del siglo anterior en varios puntos. En cierto
modo el dispensacionalismo es un ataque más insidioso a la teología reformada que la
neo-ortodoxia porque su disposición total es evangélica en espíritu y propósito. Pero su
efecto es dejar a muchos de sus partidarios en tal posición teológica que son fácilmente
influenciados por los atractivos de la neo-ortodoxia que usa lenguaje evangélico para
adelantar su causa.
A pesar de la oposición que encara de parte de arminianos pertencientes a muchos
grupos evangélicos, y de la que encuentra a cada paso de parte de los expositores del
liberalismo moderno, el calvinismo es actualmente el gran baluarte de la ortodoxia
histórica. De sus filas proceden los grandes teólogos y eruditos que se dedican a la
defensa de la fe contra todos sus numerosos enemigos.

Capítulo 4

La influencia del calvinismo sobre la historia y la cultura occidentales

El calvinismo ha ejercido sobre la historia y las instituciones humanas una influencia


mayor que la de cualquier otra teología que la iglesia haya formulado. Por ser la más
grande exposición de la verdad de las Escrituras, ha dado a la iglesia y al mundo el teísmo
más verdaderamente bíblico, y por consiguiente, el más coherente, en la historia
occidental. Las doctrinas básicas del calvinismo, tales como la soberanía de Dios, la
predestinación, la infalibilidad y supremacía de las Escrituras, fe y conducta, la naturaleza
del hombre antes y después de la caída en el pecado, la naturaleza de la expiación, y la
naturaleza y propósito de la iglesia, son no sólo la esencia de una teología fielmente
bíblica, sino también la base de la correcta interpretación de todo aspecto de la vida
humana y de todos los quehaceres en que el hombre se empeña. Tales doctrinas hacen
posible que el hombre cristiano piense, en cierta medida análogamente, los pensamientos
de Dios, y halle en la naturaleza y en la historia humana el significado que Dios ha
impartido a su creación y a la vida del hombre en la tierra. Un teísmo genuino y duradero
es virtualmente imposible aparte del calvinismo. El calvinismo es teísmo cristiano, y como
tal, ha afectado vital e ineludiblemente, todos aquellos aspectos de la cultura occidental
en que echó raíces. Además de capacitar a los cristianos para dar a la vida algo de la
interpretación que Dios le comunicó por sus decretos de creación y providencia, también
inspira al calvinista dedicado a usar la doctrina cristiana como principio formativo de su
vida y sus esfuerzos culturales. El calvinismo no es solamente una interpretación teísta de
la vida, sino también, en la medida en que ejerce su influencia sobre los corazones y
voluntades de los hombres, da forma teísta a la historia. No es sólo una interpretación de

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la vida política, también señala la dirección para la acción política correcta. Igualmente,
desempeña el mismo papel en la vida económica, social, educacional, y cultural del
hombre; y ofrece el único apoyo seguro para el quehacer estético humano. No hay faceta
de la vida o de los intereses humanos que quede desatendida o que sea inmune a su
penetrante análisis e influjo. El calvinismo habla con autoridad a todas estas esferas del
vivir y el obrar porque las ve a la luz de un Dios soberano que es el Creador y sustentador
de toda la vida. Le asegura al hombre que su propia vida, y por ende, sus intereses y
actividades tienen significado y propósito. Estas verdades también le conceden la certeza
de que es una criatura racional que vive en un mundo racional. Como criatura inteligente
tiene la certidumbre de que vive en un mundo conocible. Sólo el calvinismo, pues, provee
las garantías necesarias para cualquier actividad intelectual y científica. Las doctrinas de
creación y providencia confieren al hombre la seguridad de que ha recibido de Dios un
mandato cultural. El científico, consciente de ello o no, supone que hay en la naturaleza
un orden que la hace racionalmente comprensible. Faltando tal suposición, la tarea
científica quedará exenta de todo propósito real y último. Tales suposiciones pueden
hacerse, empero, sólo a la luz de los postulados bíblicos.
El calvinismo no sólo posibilita la tarea cultural y científica, también le confiere una
nueva importancia. Quien no es cristiano carece de un incentivo intrínseco para cualquier
esfuerzo cultural o científico más allá de la necesidad inmediata de ganarse la vida. El
calvinismo insiste en que el hombre está en el mundo con el fin de glorificar a Dios, y que
aquellos esfuerzos culturales y científicos los realiza en obediencia al mandato divino,
pues no son fines en sí mismos. No hay otra teología o sistema filosófico que sitúe el
quehacer intelectual y cultural humano en un papel tan esencialmente significativo. El
luteranismo y el tomismo lo señalan, pero no le confieren el fundamento bíblico íntegro
del calvinismo. El calvinismo, como visión total del mundo y de la vida, se yergue en
contraste aún más marcado con el razonamiento y optimismo pagano de la filosofía
evolucionista, y con la voz desesperada del existencialismo.
Es necesario reparar en que la totalidad del calvinismo yace en el corazón mismo de
esta visión del mundo y de la vida; no es meramente una doctrina tal como la soberanía
de Dios, o la creación, o la providencia, sino también la justificación, la elección, la
santificación y la escatología son fundamentales en el sistema. La doctrina calvinista del
hombre, el pecado, la redención y la santificación, rige su reflexión acerca de la función y
naturaleza del estado y otras instituciones sociales, y sirve para guardar al cristiano de ser
presa del optimismo evolucionista indolente del liberalismo moderno que ve en la
creciente dominación del gobierno, y en la extensión de la democracia como modo de
vida, la llave para lograr el milenio. Su doctrina del hombre es factor determinante en sus
ideas sobre gobierno e instituciones económicas y sociales. Calvino siempre vio al hombre
como un pecador en necesidad de redención. Por lo tanto, siempre valoró las cuestiones
políticas, sociales y económicas a la luz de la realidad del pecado. Las Escrituras fueron la
norma final en todo su pensamiento. Calvino no esperaba mucho del hombre pecador en
cuanto a lo que pudiera ser o hacer; aun así, al mismo tiempo nunca olvidó que, aun
siendo pecador rebelde, era, no obstante, hombre, y todavía sujeto a un mandato divino
que ya era incapaz de cumplir. Calvino jamás lo vio como si fuera menos que un hombre,

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menos que un ser racional. Al hombre nunca se le tuvo por un animal completamente
delimitado por factores ambientales fuera de sí mismo, y de ese modo, sin
responsabilidad moral por sus acciones.
Aun el parecer de Calvino sobre la escatología no dejó de influenciar su pensamiento
social y político. Su doctrina de la segunda venida de Cristo le dio una certeza completa de
que el plan de Dios para la historia habría de triunfar finalmente, a la vez que le proveyó
un concepto correcto del esfuerzo social cristiano en este mundo; cosa que nunca
consideró como el medio para obrar el triunfo de Cristo, ni tampoco usó nunca para
desacreditar ninguna actividad cultural legítima. El calvinismo, como sistema teológico
plenamente desarrollado y maduro, vino a ser para el dieciséis y siglos subsiguientes un
cimiento sólido a causa de su bien formulada presentación de todo el consejo de Dios en
las Escrituras. Proveyó un weltanschauung, una visión del mundo y de la vida desde la cual
la fe reformada podía verterse en cada fase de la vida humana. Así pues, el calvinismo ha
hecho posible, como ningún otro sistema teológico lo permite, que el creyente cristiano
cumpla el mandato cultural que Dios impuso sobre toda la especie humana.
A primera vista, ésta bien pudiera parecer una afirmación asombrosa cuya verificación
sería casi imposible. Pero un juicio tal sería superficial nada más, pues una consideración
más amplia de lo que la fe reformada implica serviría para producir esa misma convicción
en aquellos que se comprometen con todo el consejo de Dios. El secreto de la grandeza de
la teología de Calvino estriba en su claro entendimiento de la enseñanza bíblica sobre la
soberanía de Dios. Pudo ver diáfanamente que todas las otras verdades bíblicas derivan su
esencia y significado de esta realidad central. Las doctrinas de la creación, el hombre, la
caída, la depravación total, la elección y la redención en Jesucristo, la justificación por la fe
y la santificación, todas derivan su significación del hecho de que Dios es verdaderamente
soberano, y por esta razón es que ellas constituyen una teología armoniosa. Esta teología
tiene que ver, no únicamente con la redención del hombre de su pecado, sino que
también habla con gran fuerza al hombre como ser racional que vive bajo un mandato
cultural divinamente impuesto.
Aunque Calvino nunca perdió de vista la importancia central de la redención en el
mensaje bíblico, aun así llamó la atención consistentemente sobre todos los aspectos de
la redención en Jesucristo. Siempre tuvo presente que a aquellos a quienes Dios ha
elegido y redimido en Jesucristo por su gracia, Él les ha dispensado, a causa de esa
redención, un nuevo poder para cumplir el mandato cultural que todavía está vigente con
toda su fuerza en el corazón humano no regenerado. Vio con toda claridad que el
creyente puede cumplir ese mandato hasta cierto punto, pero que el inconverso jamás
podrá hacerlo a causa de la profundidad de su depravación. En todo caso, sólo el creyente
es capaz de pensar los pensamientos de Dios y cumplir su voluntad. Así que, para Calvino,
la redención, si bien es individual en su aplicación, sin embargo es social en sus efectos, y
se manifestará en este mundo a medida que el creyente se esfuerce en cumplir todo el
consejo de Dios.
Es por esta razón, pues, que se puede hablar de Calvino como un filósofo político,
social y económico, y como una importante figura en el desenvolvimiento de la teoría y
práctica de la educación. Hablando con mayor exactitud, debemos decir que Calvino

C. Gregg Singer, Juan Calvino: Sus Raíces y Sus Frutos, trad. Néstor del Valle, 1a ed. (San
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ofreció un fundamento teológico para formarnos ideas más claras del origen y naturaleza
del estado, las actividades sociales y económicas de los hombres, y de la índole y
propósito del proceso educativo. Atendiendo al sentido más riguroso de la palabra,
Calvino no fue un científico político, sociólogo, o economista, y seguramente que no fue
un filósofo; más bien ofreció una interpretación teológica de estos importantes campos de
actividad, y proveyó perspectivas bíblicas para los mismos.

Las doctrinas y la práctica política de Calvino: Su influencia sobre el desarrollo político


occidental
La influencia que Calvino ha ejercido sobre tanto el pensamiento como la práctica
política desde sus días nace de su punto de vista bíblico sobre la vida política, y de la
aplicación efectiva de sus teorías en Ginebra. Poseía un largo y profundo interés en los
asuntos de estado no sólo por causa de su teología, que lógicamente lo llevó a exponer
una filosofía política, sino también porque su preparación anterior la había recibido en las
escuelas de derecho de Orleans y Bourges. Es digno de notar que la primera obra que
publicó fue un comentario sobre De Clementia, de Séneca, que en realidad era un
comentario sobre el ideario político del Renacimiento. Su enfoque cristiano de la
naturaleza y poderes del estado sale más plenamente a la luz en el Libro IV de la
Institución de la Religión Cristiana, y en sus diversos comentarios sobre libros de la Biblia.
Tanto su adiestramiento anterior en derecho como la profundidad de su perspicacia
bíblica, se acoplaron para hacer de Calvino el más influyente entre todos los reformadores
en cuanto al desarrollo del concepto cristiano del estado. Un factor básico en su
pensamiento político fue la doctrina de la soberanía. La última fuente de autoridad no es,
para Calvino, el estado mismo, como lo fue para Hegel y otros filósofos absolutistas
contemporáneos; ni el pueblo, como en la mentalidad democrática moderna; ni en una
sociedad sin clases, según enseñó Marx; sino en la voluntad del Dios trino. Es Dios quien
ordena el estado, le confiere poderes legítimos, e impone límites a sus acciones. No es el
estado el que da origen al derecho, ni a los conceptos del bien y del mal, o a los de justicia
y equidad. Dios ha escrito estos conceptos en el corazón y la conciencia del hombre, el
cual lleva en su interior la imagen divina. Así que el estado no puede asumir la
prerrogativa de dar ley (jus dare), prerrogativa que pertenece a Dios solamente, sino sólo
aplicar la ley (jus dicere). El estado es una agencia de la gracia común de Dios en la
sociedad humana, y su función es estatuir y ejecutar aquellas leyes que Dios ha revelado
en las Escrituras y escrito en los corazones de los hombres. El deber primario del estado,
luego, es ejecutar la ley de Dios y promover la justicia y la equidad.
…el fin del gobierno temporal es mantener y conservar el culto divino
externo, la doctrina y religión en su pureza, el estado de la Iglesia en su
integridad, hacernos vivir con toda justicia, según lo exige la convivencia de
los hombres durante todo el tiempo que hemos de vivir entre ellos,
instruirnos en una justicia social, ponernos de acuerdo los unos con los
otros, mantener y conservar la paz y tranquilidad comunes (Institución IV,
XX, 2).
C. Gregg Singer, Juan Calvino: Sus Raíces y Sus Frutos, trad. Néstor del Valle, 1a ed. (San
José, Costa Ríca; San Juan, Puerto Ríco: CLIR; Sola Scriptura, 2003).
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De modo que el origen del estado no habrá de encontrarse en ningún convenio o
contrato social, según enseñaron John Locke y los dirigentes de la revolución Americana,
sino en la gracia común de Dios. El estado debe su existencia misma a la soberana
voluntad de Dios, y tiene una responsabilidad ante Él aún más alta que la que tiene hacia
su propio pueblo. Ni tampoco deriva sus poderes legítimos del consentimiento de los
gobernados, como lo enseñaba Locke. Hay un sentido en que esto es cierto, en cuanto el
pueblo, como en 1787, puede decidir sobre la distribución de ciertos poderes entre un
gobierno federal y los estados. No obstante, el pueblo no puede conferir a un estado
poderes que no estén dentro de la voluntad de Dios, ni puede negarle aquellos que Dios le
confiere por decreto.
Si la Escritura no nos enseñase que la autoridad de los gobernantes se
refiere y extiende a ambas tablas de la Ley, podríamos aprenderlo de los
autores profanos; porque no hay ninguno entre ellos que al tratar de este
oficio de legislar y ordenar la sociedad no comience por la religión y el culto
divino… Vemos, pues, que los gobernantes son constituidos como
protectores y conservadores de la tranquilidad, honestidad, inocencia y
modestia públicas (Rom. 13:3), y que deben ocuparse de mantener la salud
y paz común (Institución IV, XX, 9).
Dios ordena el gobierno civil para la ejecución de su voluntad en la sociedad, gobierno
que el advenimiento del pecado al mundo hizo necesario; y es, por lo tanto, un correctivo
del pecado, no para redimir, sino para refrenar, en cuanto se trata de las acciones
externas del hombre. El gobernante, bien sea rey o presidente, es el representante de
Dios a fin de hacer cumplir la justicia, pero no es ley por sí mismo. Siempre ha de estar
sujeto a la ley natural de Dios (la que es posesión común de todos los hombres y está
escrita en sus corazones), y a la constitución de aquel estado particular en que ejerce su
magistratura. Pero esa constitución también debe reflejar en sus disposiciones las dos
tablas de los Diez Mandamientos. Solamente cuando se alza sobre el fundamento de la ley
de Dios puede el gobierno civil realizar los magnos propósitos para los cuales fue
ordenado. El estado debe preservar el orden civil y mantener las condiciones en que los
hombres puedan cumplir en plena libertad aquellos deberes divinamente impuestos de
adoración y trabajo, de descubrir la verdad de Dios en la creación, extraer y usar los
abundantes recursos de la tierra, y finalmente, renovar la tierra y perpetuar el linaje
humano por el matrimonio y la procreación.
Calvino enuncia con suma claridad la naturaleza de la ley de la cual el estado es
responsable.
Y como quiera que la Ley de Dios que nosotros llamamos moral, no es otra
cosa sino un testimonio de la ley natural y de la conciencia que el Señor ha
impreso en el corazón de todos los hombres, no hay duda que esta equidad
de la que ahora hablamos queda en ella muy bien declarada. Así pues, esta
equidad ha de ser el único blanco, regla y fin de todas las leyes (Institución
IV, XX, 16).

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Como el profesor Stanford Reid demostrara tan claramente en su contribución a Juan
Calvino, Profeta Contemporáneo, Calvino nunca olvidó el papel del ciudadano común en la
vida del estado. Hay un maravilloso sentido en que el estado existe para el hombre, para
hacerle posible cumplir, en un mundo pecaminoso, las responsabilidades que le vienen de
Dios. Aunque en ninguna parte catalogó los derechos humanos como los filósofos políticos
modernos han intentado hacer a partir de Locke, Calvino dio énfasis a aquellas
obligaciones humanas para con Dios que son el verdadero manantial de nuestros
derechos. Su doctrina de Dios jamás le hubiera permitido conceder primacía a lo que el
hombre es y posee, a expensas de lo que el hombre le debe a Dios y de lo que Dios
requiere del hombre como criatura. A pesar de que a menudo se le aclama como el
precursor de la democracia moderna, Calvino hubiera mostrado escasa paciencia con la
especie de pensamiento democrático que habla tan altamente de los derechos, y tan
vacilantemente de aquellas obligaciones que el hombre le debe a un Dios soberano. Los
derechos, para él, nunca fueron, y nunca podían ser, fines en sí mismos, antes bien son el
resultado de las obligaciones del hombre en relación con Dios. El hombre tiene el derecho
de adorar libremente porque le es preciso adorar de una manera acorde con las
Escrituras. El estado no puede prescribir el modo de la adoración, ni prohibir la auténtica
adoración, ni interponerse entre el hombre y Dios. Adorar es una obligación de la criatura
que el estado no puede negar. Hay una larga distancia entre esto y la interpretación actual
que juzga el derecho de adorar como algo que el hombre puede aceptar o no según bien
le parezca. Asimismo, el concepto que Calvino sustentaba de la libertad de pensamiento,
la libertad de palabra, deriva su significado de la idea bíblica de la libertad, la que insiste
en que el hombre debe ser libre para vivir en condiciones tales que tenga libertad para
expresar sus convicciones y proclamar las verdades del Evangelio y del mundo del cual
forma parte. De modo similar, tiene derecho a la propiedad, a fin de que, al poseerla,
pueda hacer efectiva la mayordomía de posesiones que le debe a su Señor. El estado tiene
el derecho de insistir en que los ciudadanos usen sus bienes de un modo coherente con la
ley moral, y además tiene el deber de salvaguardar a los ciudadanos en la posesión de sus
propiedades. Pero el estado no tiene la facultad de negar el derecho a la propiedad
privada como afirman los socialistas y comunistas. Tal privación constituye una intrusión
por parte del estado en la relación de los ciudadanos con Dios. Así que el estado no puede
privar al hombre de la oportunidad de usar su propiedad de tal manera que sea un buen
mayordomo de Dios. Si un hombre viola la ley moral en el uso de sus bienes, deja, en ese
punto, de ser fiel en su mayordomía, y queda sujeto al uso del poder policiaco que el
estado crea necesario para proteger la vida y la propiedad de los demás ciudadanos.
En sus escritos políticos Calvino discute otro asunto de gran importancia, es decir, las
formas y tipos de gobierno. Es claro que Calvino favorecía el gobierno de una aristocracia,
pero no se trata de una aristocracia basada en fortuna y prestigio social. Él quería decir
una aristocracia de virtudes, de aquellos que están moral y mentalmente calificados para
ejercer el cargo de magistrado.
Tres son las formas de gobierno que se enumeran: la monarquía, cuando es
uno solo el que manda, se le llame rey, duque, o de cualquier otra forma;
aristocracia, cuando son los nobles y poderosos quienes mandan; y la
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tercera, la democracia, que es un señorío popular, en el que cada ciudadano
tiene autoridad. Es cierto que el rey…fácilmente puede convertirse en
tirano. Pero con la misma facilidad puede suceder cuando los nobles que
ostentan el poder conspiran para constituir una dominación inicua; y
todavía es más fácil levantar sediciones cuando la autoridad reside en el
pueblo. Es muy cierto que si se establece comparación entre las tres formas
de gobierno que he nombrado, la preeminencia de los que gobiernan
dejando al pueblo en libertad — forma que se llama aristocracia — ha de
ser más estimada… (Institución, IV, XX, 8)1.
Calvino enseñó muy claramente, sin embargo, que el cargo de magistrado civil, por su
misma naturaleza, es digno de sólo los mejores hombres. El pueblo tiene el deber de
respetar el cargo y siempre reconocer su ordenación y carácter divinos.
El primer deber y obligación de los sbditos para con sus superiores es tener ْ
en gran estima y reputaciَn su estado, reconociéndolo comouna comisión
confiada por Dios; y por esta razón deben honrarlos y reverenciarlos como
vicarios y lugartenientes que son de Dios (Institución, IV, XX, 22).
El carácter del magistrado no es la razón para honrarlo, y Calvino admitió que hombres
indignos podían lograr y lograrían ese alto oficio, pero ese hecho no altera su argumento
básico.
No discuto aquí sobre las personas, como si una máscara de dignidad
debiera cubrir toda la locura, desvarío y crueldad, su mala disposición y
toda su maldad, y de este modo los vicios hubieran de ser tenidos y
alabados como virtudes; solamente afirmo que el estado de superior es por
su naturaleza digno de honor y reverencia; de tal manera, que a cuantos
presiden los estimemos, honremos y reverenciemos por el oficio que
ostentan (Institución, IV, XX, 22).
El derecho a la revolución, parte integral de la filosofía democrática de gobierno, en
nuestros días tenido en gran estima como derecho inalienable, no tiene lugar en el
pensamiento político de Calvino. Resistir al magistrado, es decir, al gobierno legal, es
pecado. «Que nadie se engañe aquí… no se puede resistir al magistrado sin que
juntamente se resista a Dios» (Institución, IV, XX, 22).
Con todo, si ponemos nuestros ojos en la Palabra de Dios, ella nos llevará
más adelante. Porque nos hará obedecer, no solamente a los príncipes que
cumplen justamente con su deber y obligaciones, sino también a todos
aquellos que tienen alguna preeminencia, aunque no hagan lo que deben,
según su cargo lo exige. Porque, aunque el Señor declara que el gobernante
es un don singular de su liberalidad, dado para conservación de la salud del

1Aparentemente Calvino pensaba en algo parecido a la forma de gobierno de la Ginebra


de aquel entonces, en que el pueblo elegía a la aristocracia para ocupar sus puestos.
C. Gregg Singer, Juan Calvino: Sus Raíces y Sus Frutos, trad. Néstor del Valle, 1a ed. (San
José, Costa Ríca; San Juan, Puerto Ríco: CLIR; Sola Scriptura, 2003).
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género humano, y que les ha ordenado lo que han de hacer; no obstante
juntamente con esto afirma que, de cualquier modo que sea, no tienen el
poder de nadie más que de Él. De tal forma que quienes mandan para el
bien público son como verdaderos espejos y ejemplares y dechados de su
bondad; y, por el contrario, quienes injusta y violentamente gobiernan son
colocados por Él para castigo del pueblo; pero unos y otros tienen la
majestad y dignidad que Él ha dado a los legítimos gobernantes (Institución,
IV, XX, 25).
El gobernante malvado, pues, posee la misma majestad que el gobernante justo y
podemos considerarlo como instrumento que Dios usa para castigar y juzgar al pueblo.
Resistir, pues, al magistrado inicuo es resistir el justo castigo que viene de Dios mismo. En
verdad, sería muy difícil justificar las revoluciones modernas si las miráramos a la luz de la
posición de Calvino.
Pero la intención de Calvino no fue justificar al dictador en todo lo que pudiera hacer,
y reconoció que la obediencia que debemos a príncipes injustos y gobernantes tiránicos
tiene ciertos límites. Cuando un magistrado manda a sus súbditos a desobedecer la
voluntad de Dios, o interpone la autoridad del estado entre el cristiano y la adoración de
Dios, entonces se hace necesaria alguna forma de desobediencia. «Si ellos mandan alguna
cosa contra lo que Él ha ordenado no debemos hacer ningún caso de ella…» (Institución IV,
XX, 32).
Tal resistencia, sin embargo, no debía tomar la forma de una revolución violenta con la
intención de derrocar el régimen existente, sino la de rehusar obediencia al príncipe a fin
de que los cristianos obedezcan a Dios.
Hay en el pensamiento político de Calvino otra salvaguardia contra la tiranía que con
frecuencia se ha pasado por alto. Mientras que hablaba con gran firmeza contra la tiranía,
aun cuando insistía en que el hombre no debe rebelarse contra ella, también insistía en
que los hombres tienen el derecho a protestar, apelando a los magistrados, del
desgobierno de un príncipe.
Si en el gobierno hay alguna cosa que corregir, no se debe hacer con
alborotos, ni atribuirse la facultad de poner orden, ni poner manos a la
obra, las cuales han de permanecer atadas al respecto; el deber es dar
noticia de ello al magistrado, el cual solo tiene las manos libres para ello
(Institución, IV, XX, 23).
Se ha objetado a veces que, oponiéndose a la sublevación, Calvino preparó el camino
para la tiranía y el despotismo, pero tal imputación se apoya sobre una evaluación muy
superficial de su posición. Cierto es que la solución citada más arriba encierra dificultades,
pero no son tan graves como los problemas que emergen de una revolución. Además, la
objeción hace caso omiso del hecho de que el pensamiento político de Calvino representa
el único resguardo satisfactorio contra el despotismo en cuanto refiere toda verdadera
soberanía a Dios solamente, y constantemente afirma que todos los gobernantes son
meramente sus regentes. El despotismo resulta de una soberanía descaminada, ya en

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manos de un príncipe autócrata tal como Santiago 1 de Inglaterra, o en las de un dictador
moderno como Hitler, o en las de las masas como en una democracia. El totalitarismo es
esencialmente el resultado de una filosofía política errónea. Calvino entendió claramente
que si los gobernantes legítimos escucharan la Palabra de Dios según la proclaman sus
ministros, el fruto de sus reinados sería una genuina libertad.
Resumiendo estos aspectos de la teoría política de Calvino, una observación adicional
es necesaria. Calvino no fue un defensor de la democracia moderna, ni sus ideas políticas
conducen a ella. Mientras que prefería una magistratura elegida a una monarquía
hereditaria, los principios fundamentales del pensamiento democrático moderno eran
harto ajenos a toda su teología. El gobierno no es producto de un contrato social ni deriva
sus justos poderes de consentimiento de los gobernados; ciertamente sus sanciones no
surgen de la voluntad arbitraria de la mayoría, sino antes bien de la voluntad de Dios. Su
propósito no es «el mayor bien para el mayor número», sino la manifestación de la
voluntad de Dios en la sociedad humana para su gloria. Sin embargo hay que admitir que
la práctica democrática moderna es una versión secularizada de las enseñanzas y ejemplo
de Calvino en Ginebra. Cuando se les denudó de sus fundamentos y sustentos bíblicos han
engendrado el gobierno democrático de los tiempos modernos.
Queda por discutirse un asunto adicional. ¿Qué pensaba Calvino de las relaciones
entre la iglesia y el estado? En la respuesta que dio a esta perpetua pregunta fue sin igual
en sus tiempos, y aún más en el mundo del siglo veinte. Calvino creía que tanto la iglesia
como el estado son ordenados y creados por medios divinos, y que ambos están
directamente bajo el dominio de Jesucristo, quien es asimismo Señor de la iglesia y Rey de
reyes. Estas dos instituciones están asignadas a dos diferentes esferas de funcionamiento,
la primera tiene que ver con la vida espiritual y el destino eterno del hombre, y la segunda
se ocupa de la vida presente.
Así mirado, el género de separación entre iglesia y estado que el liberalismo moderno
exige es del todo imposible para quien admite la autoridad de las Escrituras, pues le niega
a Cristo su señorío sobre ambas instituciones. Ninguna separación es posible que desplace
al estado del marco y sostén bíblicos. Pero al mismo tiempo Calvino comprendía que estos
dos funcionan en dos esferas, y que la iglesia es agencia de la gracia especial, mientras que
el estado es producto de la gracia común divina que tiene cuidado de toda la humanidad.
Calvino se esmeró en mantener la independencia de la iglesia aparte del estado. Su
Ordenanza Eclesiástica de 1541 refleja claramente esta inquietud fundamental. Solamente
los creyentes tendrían el derecho a elegir ministros, ancianos y diáconos. Igualmente, las
decisiones sobre lo que constituye la verdadera doctrina y la disciplina correcta para los
miembros de la iglesia quedaban en manos de la iglesia, y en estas cuestiones el estado no
debía inmiscuirse:
Y no debe parecer cosa extraña que yo confíe a la autoridad civil el cuidado
de ordenar bien la religión; tarea que a alguno parecerá que antes la he
reservado fuera de la competencia de los hombres. Porque no permito aquí
a los hombres inventar leyes a su capricho en lo que toca a la religión y a la
manera de servir a Dios, más de lo que se lo permitía antes; aunque
apruebo una forma de gobierno que tenga cuidado de que la verdadera
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religión contenida en la Ley de Dios no sea públicamente violada ni
corrompida con una licencia impune (Institución, IV, XX, 3).
También es cierto que los ministros no debían injerirse en los asuntos de estado. A
propósito de esto, es demasiado frecuente no reparar en que Calvino nunca ocupó un
cargo civil en Ginebra, y ni siquiera fue ciudadano hasta muy avanzada su carrera en la
ciudad. La iglesia, con la fiel predicación de las Escrituras y proclamación de la ley moral,
debe guiar a los magistrados de tal modo que cumplan cabalmente las funciones del cargo
que Dios les confía; el estado es responsable de ejecutar esa ley moral y de mantener el
orden y la seguridad pública de manera tan efectiva que la iglesia pueda cumplir su
misión. Entre la iglesia y el estado existe, por consiguiente, una dependencia y apoyo
mutuos a pesar de que funcionan en diferentes esferas de la gracia. En el plano de lo
práctico Calvino requirió la separación de estas dos instituciones, pero en el plano
teológico ambas están estrechamente vinculadas. Este concepto dista mucho de la actitud
democrática contemporánea hacia esta cuestión; y el protestantismo moderno en
general, así como las iglesias reformadas, se han distanciado demasiado de la teoría y
práctica de la Ginebra del siglo dieciséis.
Que el calvinismo tuviera repercusiones extraordinarias en el desarrollo político del
occidente era de esperarse. Seria correcto decir que Calvino fue un constitucionalista en
cuanto a su teoría política, y que a conciencia procuró resguardar lo que quedaba del
constitucionalismo medieval de la usurpación de un absolutismo emergente en sus días.
En general, su influencia ha recaído en el lado del gobierno constitucional. Los calvinistas,
desde aquellos días hasta los nuestros, se han encontrado casi sin excepción en el bando
de los que se oponen al despotismo y pugnan por monarquías limitadas o
constitucionales. De hecho, hay quienes han argüido que sus últimos seguidores lo
abandonaron por causa de su posición contra la revolución, a fin de desempeñar un papel
más efectivo en la lucha por imponer limitaciones constitucionales al monarca.
Dondequiera que el calvinismo ha aparecido ha traído consigo un impulso casi irresistible
de crear un gobierno modelado según el de las iglesias reformadas y presbiterianas. Nadie
se daba mejor cuenta de esto que Santiago I (James I) de Inglaterra, quien distinguió en el
movimiento puritano una verdadera amenaza a su teoría de gobierno por derecho divino,
pues detrás del celo puritano de reformas en la iglesia y en el estado estaba el calvinismo,
como también condujo a los hugonotes de Francia a un conflicto abierto con el creciente
despotismo de la monarquía borbónica. La lucha por la libertad política en los Países Bajos
fue inspirada por el calvinismo también. Pero la influencia política de Calvino en ningún
lugar fue más marcada que en la formación de la Constitución de los Estados Unidos en la
Convención de 1787. El puritanismo, con su herencia ginebrina, se hallaba en el corazón
mismo del pensamiento y de la práctica política colonial, no solamente en Nueva
Inglaterra, sino igualmente en muchas de las demás colonias. Si la colonia de
Massachussets Bay era en su perspectiva cultural una Inglaterra trasplantada, era también
una nueva Ginebra en su credo político. En el terreno práctico de la política la
reproducción no era idéntica al original, pero en los rasgos esenciales de esa práctica la
influencia del calvinismo era una realidad meridiana. Ni el paso de dos siglos ni el traslado
a un nuevo continente pudo borrar las marcas indelebles del origen del sistema de la
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Nueva Inglaterra, y la forma presbiteriana de gobierno no dejó de ejercer un influjo
duradero en los gobiernos de las otras colonias. En realidad, a ese influjo es que se debe el
desarrollo del constitucionalismo en todas las colonias. La culminación de este
movimiento advino con la formación de la Constitución de 1787, y no es mera casualidad
que el nacimiento de la República coincidiera con la aparición de la Iglesia Presbiteriana
nacional.
La llegada de la democracia unos cincuenta años más tarde, dio comienzo a un
proceso de secularización del pensamiento político americano, y aquella igualdad
entrañada en la doctrina reformada del sacerdocio de los creyentes se transformó en el
concepto democrático del igualitarismo, que vino a América como resultado de la
Revolución Francesa. Es pertinente observar que esta versión secularizada del
presbiterianismo tiene que conducir lógicamente a un despotismo democrático porque su
doctrina del «sacerdocio de los votantes» está desprovista de todo fundamento bíblico y
niega que el hombre es pecador por naturaleza. En general, puede decirse que el
pensamiento y la práctica política contemporánea se han extraviado del fundamento
bíblico que el calvinismo suministra, y esto ha ocasionado el brote de los gobiernos
totalitarios que han plagado el siglo veinte. La teoría política moderna ha reemplazado la
doctrina de la soberanía de Dios con aquella de la soberanía del hombre, y ha repudiado
los propósitos y fines del estado asignados divinamente a favor de los que el hombre
mismo confiere. Específicamente, ahora el estado existe como el medio de expresión de la
voluntad de la mayoría en la sociedad, en interés del mayor bien para el mayor número,
sin referirse para nada al contenido moral de lo que se califica de «bueno». En la
ofuscación de este vago relativismo los derechos humanos se disuelven en un repertorio
de privilegios que existen sólo porque el estado totalitario los consiente, como también
puede abolirlos en cualquier momento.

Capítulo 5

El calvinismo y la economía

La influencia de Calvino en la teoría y la práctica de la economía apenas ha sido menor


que la que ejerció en el orden político, aunque haya sido menos visible a la mente
popular. Doctrinas como la soberanía de Dios, la creación por fiat divino, el hombre antes
y después de la Caída, y la redención por el sacrificio expiatorio de Cristo, hablan al campo
de la economía con el mismo vigor y significado con que se dirigen al hombre en sus
diligencias políticas. El hecho de que un Dios soberano creara al hombre a su imagen,
como su lugarteniente en la tierra, con dominio sobre ella y con un mandato de usarla
para su gloria, se halla en el mismo corazón del pensamiento económico de Calvino. El
hombre es, por lo tanto, mayordomo de Dios y responsable ante Él por la manera en que

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ejerce tal dominio y usa su riqueza. La pauta para el ejercicio de esa mayordomía es la ley
moral, originalmente según fue escrita en su corazón, y ahora, según está revelada en la
Escritura. La caída en el pecado privó al hombre de su habilidad original para cumplir sus
obligaciones ante Dios, pero no lo eximió del mandato que para siempre persiste como
recordatorio de que depende de su Creador de quien fluyen todas las bendiciones, y para
recordarle que nada posee en dominio absoluto.
La actividad económica del hombre, pues, gira alrededor del uso que hace de este
mundo, y por esta razón tiene derecho a poseer propiedades. Así que la propiedad
privada, como derecho humano básico, tiene un fundamento bíblico, y Calvino la defendió
resueltamente contra ciertos anabaptistas y otras sectas que abrazaron un tipo de
comunismo como un modo de vida bíblico. Los diez mandamientos no sólo salvaguardan
el derecho a la propiedad privada, sino que son también prueba adicional de que ese
derecho es ordenado por Dios.

La “libre empresa” y sus límitaciones


Es del todo evidente que en todo esto Calvino presentaba un concepto de libre
empresa estrictamente bíblico. La libre empresa es el medio adaptado al hombre para que
cumpla las condiciones de su mayordomía. La empresa que es verdaderamente libre está
constantemente gobernada por la ley de Dios. La libertad de empresa existe a causa de la
anterior obligación del hombre hacia el Creador. Así que el derecho de propiedad y
empresa privadas no es un fin en sí mismo pues está inseparablemente unido a
consideraciones morales, y nadie está en libertad de usar su propiedad como bien le
parezca haciendo caso omiso de los mandatos divinos. Calvino nunca cayó en el error de
pensar que si el hombre busca sus intereses y ganancias económicas ayudaría de este
modo al bienestar común. La doctrina bíblica del pecado prohíbe las conclusiones
optimistas de Adam Smith y la escuela laissez faire de teoría económica.
La búsqueda de riqueza y provecho económico es, sin embargo, a la vez honorable y
legítima.
Todos los ricos que poseen propiedad con la cual pueden servir a los demás,
son así como magistrados u oficiales de Dios para lo que a ellos les parece
propio, es decir, dar auxilio al prójimo. Aquellos a quien Dios ha dado
mucho grano y vino deben ofrecer parte de estos bienes a los que tienen
necesidad de ello…Dios manda que los que tienen abundancia de
posesiones mantengan siempre las manos abiertas para socorrer a los
pobres…Pero estos deben ser pacientes, y no tienen derecho de saquear a
los ricos, aun si el gobierno fuere lento para castigarlos…Si los ricos no
desempeñan bien su deber tendrán que rendir cuentas de sus inhumanas
acciones, pero esto será ante el Juez Celestial…Dios ha distribuido los bienes
de este mundo según le ha parecido bien, y ni aun a los más ricos, no
importa cuán malos sean, se les robarán sus posesiones por los más
menesterosos (Opera XXVIII, C.R. LVI 199, 200).

C. Gregg Singer, Juan Calvino: Sus Raíces y Sus Frutos, trad. Néstor del Valle, 1a ed. (San
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Este pasaje permite gran penetración en lo que Calvino pensaba acerca de la posesión
de riqueza y la desigualdad en la posesión de bienes. La propiedad queda bajo la
protección divina porque es parte integral de la economía ordenada divinamente para el
hombre. Dios da a algunos más que a otros, de acuerdo con su providencia y sabiduría.
Pero esta desigualdad es ocasión para que aquellos a quien mucho se les ha dado den a
los que están en necesidad. Los ricos son como magistrados en el terreno de la economía,
y tienen el mismo deber de la mayordomía que aquellos que ostentan puestos politicos.

Los pobres
Pero no incumbe a los pobres emprender por su cuenta la redistribución de la riqueza
del mundo a fin de lograr una igualdad que el Señor, por sus propias razones, no se
propuso. Los pobres deben sobrellevar su pobreza con paciencia, pues es la voluntad de
Dios. Sin embargo, Calvino no quiso decir que no debían emplear todo su talento con
diligencia y ambición para aliviar su suerte en este mundo: esta es la manera señalada por
Dios para lograr provecho económico. Más bien quiso decir Calvino que los pobres no
debían empeñarse en rebeliones políticas y económicas para alcanzar igualdad. Así pues,
todos los proyectos de los socialistas modernos para conseguir igualdad económica y
justicia mediante la confiscación de la riqueza son una forma de rebelión contra la
voluntad de Dios, y los cristianos no deben participar en ellas. Por otra parte, Calvino en
ningún momento defendió la riqueza inescrupulosa o a «los malhechores que tienen
mucho caudal». Tanto ricos como pobres están sujetos a la ley divina, y a todos se les
exigirá rendir cuentas estrictas de su mayordomía por el Juez Justo.

El estado y la economía
¿Qué papel, pues, desempeña el estado en los asuntos de la economía? ¿Ser mero
espectador, sin adoptar medidas ni iniciar planes de acción para defender a los
indigentes? El estado, en el campo de la economía, tiene el mandato de hacer cumplir la
ley moral y castigar a quienes la violan para su propio lucro. Puede impedir monopolios y
otras prácticas comerciales que sean contrarias a la ética bíblica, el robo y otras formas de
deshonestidad, y aprobar leyes con este fin. Podemos dar por seguro que Calvino apoyaría
más estatutos de esta clase de lo que algunos defensores de la libre empresa estarían
dispuestos a tolerar hoy en día. En general, sin embargo, Calvino convenía en que el
estado no tiene derecho a emprender proyectos de redistribución de la riqueza con miras
a lograr la igualdad económica. Apoderarse de bienes por medio de legislación so color de
legalidad no es menos robo que el que hacen los ladrones y rateros. Proyectos de esa
naturaleza, antes que una aplicación de principios cristianos, son en realidad una forma de
rebelión humana contra lo que es la voluntad de Dios para el buen ordenamiento de la
sociedad.
Después de derivar de la Escritura sus principios económicos Calvino no se detuvo. La
vida y las prácticas económicas de Ginebra reflejaban en grado asombroso su
pensamiento acerca de estos asuntos. Allí el estado supervisaba los modos de acumular
riqueza, y protegía a los pobres. Pero la reglamentación económica en Ginebra nunca tuvo
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metas utópicas, y al estado nunca se le vio como la agencia por la que se habría de lograr
la redención económica del alma del hombre. El estado no puede deshacer los efectos de
la caída en el pecado que obran en la vida económica; sólo puede funcionar dentro de la
esfera de la gracia común para refrenar la manifestación externa de la naturaleza
pecaminosa del hombre. En Calvino no se descubre ni una señal del evolucionista social, y
las teorías modernas inspiradas por Darwin y Marx son totalmente extrañas en su
pensamiento.
El calvinismo es el más formidable enemigo que el socialismo y el comunismo afrontan
hoy porque se opone a cada una de sus presuposiciones y propósitos. Es una verdad
manifiesta generalmente reconocida que la mayoría de los partidarios de esos
movimientos son enemigos declarados del calvinismo y de la doctrina evangélica histórica.
Su rebelión teológica ha sido el vestíbulo para su rechazo de los postulados bíblicos para la
actividad económica.

El calvinismo y el desarrollo del capitalismo


En cualquier discusión de la influencia de Calvino sobre la economía, alguna atención
hay que prestar a la tesis propuesta por Max Weber, afirmada con modificaciones por
Ernest Troeltsch y R. H. Tawney, a los efectos de que el calvinismo fue directamente
responsable del desarrollo del capitalismo moderno, y culpable de inspirar sus peores
rasgos. Toda esta cuestión ha sido muy hábilmente tratada por Alberto Hyma en Del
Renacimiento a la Reforma, (Grand Rapids, 1951), y más recientemente por André Bieler
en El Pensamiento Económico y Social de Calvino (Ginebra, 1959). Estos eruditos han
examinado a fondo dicha tesis con sus modificaciones, y la han refutado inteligentemente.
Aun así, algunas observaciones son necesarias. En primer lugar, el capitalismo, como
institución, había ya aparecido en Europa occidental varios siglos antes de la llegada del
Renacimiento, y su desarrollo estaba muy en marcha antes de que el calvinismo alcanzara
una posición de influencia. Los cargos lanzados contra el calvinismo por Troeltsch y Weber
son un serio falseamiento de los hechos propios del caso, y realmente no pueden
considerarse como el producto de una investigación histórica libre de prejuicios. En su
forma posterior más sencilla, el argumento simplemente decía que el calvinismo expuso a
la luz ciertas fuerzas que favorecían el nacimiento del capitalismo. Específicamente, se
argüía que el énfasis que Calvino daba al trabajo y al derecho a la propiedad, juntamente
con la prudencia en el cuidado y manejo de la riqueza, fue directamente responsable de la
posterior acumulación de grandes fortunas en las manos de unos pocos, y de la resultante
desigualdad económica. También se hizo la acusación de que, en su ruptura con la iglesia
medieval y su postura contra el concepto aristotélico de la neutralidad del dinero y la
definición de la usura como el cobro de interés de cualquier manera, Calvino abrió las
compuertas de los males económicos.
Esta última acusación es inexacta históricamente. Debe recordarse que la iglesia
Romana ya había dado los primeros pasos para relajar las leyes contra la usura en vista de
los grandes cambios económicos que se habían efectuado en los estados-ciudades del
norte de Italia. Acontecimientos de tan gran alcance, que trajeron a la zaga la banca e

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instituciones financieras modernas, obligaron a la iglesia a abandonar sus rigurosas
prohibiciones contra el cobro de interés; prohibiciones que se basaban, a su vez, en el
concepto aristotélico y tomista de que el dinero es estéril e improductivo, y de que la
usura es recibir cualquier interés sobre fondos prestados. Calvino, fiándose en la Escritura,
rompió con este concepto clásico y redefinió la usura como el cobro de tasas injustas de
interés sobre dineros en préstamo. Pero al mismo tiempo puso ciertas restricciones al
cobro de intereses, sosteniendo que de los pobres no debían recaudarse, e insistiendo en
que tanto el deudor como el acreedor debían compartir las ganancias derivadas de los
préstamos, y en que en todo momento el deseo de lucro personal debe subordinarse al
amor cristiano. Él parece haber estimado el cinco porcentaje como una tasa justa en la
mayoría de las transacciones, aunque en ciertas condiciones tasas hasta el ocho
porcentaje no se consideraban contrarias a la ética.
Las críticas de Weber, Troeltsch y Tawney contra Calvino fueron el resultado de su
incapacidad para entender la ética bíblica entrañada en el pensamiento económico del
reformador, y no poder distinguir entre la posición propia de Calvino y las desfiguraciones
que de ella se hicieron más tarde. En realidad, bien puede decirse que gran parte de la
censura de las ideas económicas de Calvino se origina al rechazar la diferencia entre la
«libre empresa» que se observa en el calvinismo y la que emana de La Riqueza de las
Naciones de Adam Smith. Para Calvino la actividad económica libre debía ser vista siempre
a la luz del mandato bíblico al hombre para el uso de la tierra como un depósito de parte
de Dios. El sistema de «libre empresa» que se ve en el calvinismo y que se puso en
práctica en Ginebra no se basa en una libertad que resulte de una mezcla armoniosa de
muchos intereses económicos antagónicos según los dictados de la ley natural, sino de
una completa sujeción a la voluntad de Dios. En resumen, Calvino proveyó para los
hombres de todos los tiempos el único fundamento firme para una vida económica
verdaderamente libre. Es muy lamentable que con el triunfo de la Ilustración el concepto
de Calvino cedió lugar al que popularizó Adam Smith, y que al fin condujo, en el siglo
diecinueve, a tan serios abusos que el comunismo logró captar la atención de las clases
oprimidas y hacerse pasar por la única alternativa satisfactoria a un sistema económico
despojado de sus propósitos y garantías morales. En los primeros tiempos de la república
Norteamericana muchos se acogían a Calvino antes que a Adam Smith buscando dirección
para la vida económica, pero ante el surgir de las filosofías evolucionistas de la vida, sus
números han disminuido considerablemente. Las ideas de Woodrow Wilson en tomo a la
parte del gobierno en la vida económica recibieron gran influencia de Calvino. En nuestros
días, sin embargo, Calvino ejerce poca o ninguna influencia en la esfera nacional, pues no
puede esperarse que sus conceptos económicos sean escuchados por un pueblo que
rechaza su teología. Ninguno puede sobrevivir largamente sin el otro, ni tampoco la libre
empresa, a menos que sea verdaderamente libre y encuentre sus propósitos y sanciones
dentro de un marco bíblico.

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Capítulo 6

El calvinismo y la filosofía

Quizá los enervantes efectos de la rebelión moderna contra Calvino y Agustín no sean
más patentes en ningún otro lugar que en el campo de la filosofía. El Renacimiento mismo
fue una negación de los postulados básicos del pensamiento agustino, y esto produjo, por
el 1500, un patrón de actitudes filosóficas que sólo podían mirar de reojo la teología tanto
del Concilio de Trento como la de los reformadores. La filosofía moderna, en la forma
racionalista y en la empírica, estuvo desde sus comienzos en discrepancia, con el
calvinismo. En las presuposiciones básicas que atañen a la naturaleza de la verdad y la
capacidad de la mente para alcanzarla, no podía haber nada en común entre estos
emergentes sistemas filosóficos y la visión del mundo y de la vida basada en las grandes
verdades de la Escritura.
Aun así, en virtud de los efectos del Renacimiento y de la Reforma sobre el poder
temporal del papado y el agarre de la iglesia Romana en la mentalidad europea, la filosofía
tenía libertad, como no la había tenido desde los tiempos clásicos, para seguir un curso
independiente en la expresión de sus fórmulas sin miramientos excesivos hacia las
antiguas restricciones impuestas por los papas y la Inquisición. Por esta razón es que, en
algunos modos, la influencia del calvinismo sobre el pensamiento moderno ha sido
negativa. En gran medida la filosofía después de la Reforma se ocupó a sabiendas en erigir
sistemas completos de conocimiento que habrían de declarar la independencia de la
mente humana de la norma bíblica. Esto ha sido cierto a tal grado que la filosofía de los
siglos diecinueve y veinte parece, en ocasiones, estar resuelta a crear el más profundo
abismo entre sí misma y la Escritura. El resultado último de este movimiento ha sido el
aparecer del existencialismo y la impugnación de los supuestos sobre los cuales Descartes,
Leibnitz, Spinoza y otros filósofos trazaron todo su curso, a saber, que tanto el hombre
como el mundo en que vive son racionales, y que el hombre puede explicar racionalmente
toda la realidad. Este intento de eludir y evadir el calvinismo como una teología
significativa ha llevado a la filosofía contemporánea al nadir de una desesperación
existencialista que escarnece toda actividad intelectual seria. No les faltó razón a algunos
observadores de la crisis que le sobrevino al pensamiento occidental después de la
segunda guerra mundial para considerar dicha crisis como el comienzo de la «Mentalidad
Pos-moderna».
No debemos concluir que toda la influencia de Calvino en la filosofía fue de carácter
negativo. Todavía es asunto muy debatido hasta qué punto Calvino fue un filósofo y el
calvinismo un sistema filosófico. Hay que admitir que, a diferencia de Agustín, Calvino
nunca intentó tratar materias filosóficas ordenadamente, o derivar una filosofía partiendo
de su teología. La situación que lo confrontaba en 1536 era muy diferente a la que el
obispo de Hipona arrostraba en la caída del imperio romano. Cuando Calvino escribió la
Institución de la Religión Cristiana, lo que amenazaba la vida de la Iglesia era la herejía
teológica y la corrupción, no la embestida de una filosofía pagana que desafiara a la fe
histórica. Calvino dedicó su vida a responder a este desafío, y se puede afirmar

C. Gregg Singer, Juan Calvino: Sus Raíces y Sus Frutos, trad. Néstor del Valle, 1a ed. (San
José, Costa Ríca; San Juan, Puerto Ríco: CLIR; Sola Scriptura, 2003).
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confiadamente que no escribió pensando principalmente en problemas filosóficos. Pero
esto de ninguna manera significa que Calvino no tuviera una filosofía, o que no echara los
cimientos de un sistema filosófico reformado.

Calvino y la filosofía
En primer lugar, Calvino había recibido un buen adiestramiento en el pensamiento
clásico y el tomista. Quien quiera que lea sus obras tendrá que llegar a esta conclusión.
Aún así, más de una vez habló de la filosofía como una cosa vana, y de las declaraciones
de los filósofos como conjeturas huecas y mero parloteo. Por otra parte, también la
estimaba como excelente disciplina, y habló de ella como la búsqueda de los fundamentos
primarios del cosmos. La explicación de esta aparente divergencia en su pensamiento
consiste en el hecho de que él reconoció la filosofía como un campo legítimo del humano
inquirir, con tal que el inquiridor la reconozca como parte de los dominios de Jesucristo.
En manos de aquellos que no miren allende la filosofía a la Escritura, la filosofía vendría a
ser una actividad vana y peligrosa.
Podemos ir un paso más allá en este análisis y señalar que Calvino sí usó en sus obras
los principios filosóficos que derivó de la Escritura. En ella encontró conceptos básicos que
constituyen el fundamento de una filosofía basada en la verdadera sabiduría, y que es por
lo tanto, una disciplina académica provechosa. Enrique J. Van Anfel arguye con gran
discernimiento en Calvino, Whitehead, y Dooyeweerd (1961), que en la doctrina de la
Trinidad Calvino encontró su tríada del ser y sus tres categorías de conocimiento,
haciendo en este punto uso particular de Romanos 11:36.
Sin embargo, hay que admitir que desde los tiempos de Calvino la filosofía ha
mostrado singular aversión a valerse del material que él tan abundantemente proveyó.
Con excepción de la Escuela de Amsterdam, de los Países Bajos, ciertos escritores
norteamericanos y escoceses, y otros pocos, este tremendo depósito de material
filosófico ha sido no sólo descuidado por los pensadores, sino que en muchos casos
también ha sido objeto de sus más persistentes ataques. Aún así, el calvinismo poseía el
poder para ejercer influencia sobre la actividad filosófica de una manera muy bíblica y por
lo tanto muy productiva. Cada aspecto esencial del sistema es al mismo tiempo un
ingrediente necesario de una visión cristiana del mundo y de la vida que ofrece respuestas
verdaderas a las perennes preguntas acerca de la naturaleza de la realidad, y de la
naturaleza y niveles de conocimiento con las cuales los filósofos han luchado por las
edades.
En su doctrina de Dios, Calvino brindó a la filosofía la única respuesta segura a las
interrogantes de la metafísica. Barriendo las especulaciones del idealismo platónico y de la
lógica aristotélica, aplicó el hacha a las raíces mismas de todos los conceptos modernos de
la metafísica, no importa la forma que tomen: para Calvino, Dios mismo es la realidad
última, un ser supremo y personal que es el creador y sostenedor del universo.

La epistemología
A la luz de esta profunda verdad, también ofreció una respuesta bíblica al perpetuo
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problema epistemológico que ocupa lugar tan prominente en el pensamiento
contemporáneo. Según Calvino la base de todo conocimiento es el acto por el cual el
hombre conoce a Dios y a sí mismo. Creyó y enseñó que Dios creó al hombre con una
mente conocedora y lo colocó en un mundo conocible. De modo que el Creador ha hecho
provisión para que el hombre pueda conocer la verdad expresada en proposiciones, y para
que aun bajo el dominio del pecado los no regenerados puedan todavía lograr un alto
grado de conocimiento finito.

La relación entre la filosofía y las Escrituras


Calvino ofreció un firme fundamento teológico para los perennes problemas que han
caracterizado a la filosofía a lo largo de las edades, y al mismo tiempo dio a la filosofía una
visión completamente bíblica del cosmos que sirviera como fundamento y marco para su
actividad legítima. Pero también insistió en que la filosofía no debe ser un estudio
independiente que se realiza sin contar con la Escritura. Cualquier actividad filosófica que
se realizara en la suposición de que la mente humana sea competente para alcanzar el
pleno conocimiento, era para Calvino una cosa vana e impía, y sencillamente otra
manifestación del pecado humano.
La historia de la filosofía moderna es el registro de un continuo alejamiento del
calvinismo en particular y del pensamiento evangélico en general que comenzó con
Descartes y los primeros racionalistas, y que llega a su conclusión final en la desesperanza
del existencialismo contemporáneo. Este rechazo de las grandes certezas del calvinismo
encierra la pérdida de la seguridad que Descartes y sus compañeros racionalistas parecen
ofrecer, y el descenso al abismo de pura desesperación que Jean Paul Sartre y sus colegas
existencialistas han preparado para la mente pos-moderna. Es irónico que con esta
revuelta de la mente moderna contra la visión bíblica del mundo y de la vida demasiados
pensadores contemporáneos hayan llegado a la conclusión de que la vida humana está
desprovista de sentido y propósito. Al llegar a esta suposición repudian los supuestos
básicos del Renacimiento y de la Iluminación que aún reclaman como su patrimonio.

Capítulo 7

El calvinismo y la educación

En la esfera de la educación Calvino ha ejercido una influencia duradera y casi tan


grande como la que ejerció en los campos de la política y la vida económica. Inherente en
su teología está el más profundo concepto bíblico de la educación, tanto en la teoría como
en la práctica, que en el mundo se haya visto. En la Academia de Ginebra, dejó para la
posteridad un ejemplo de su filosofía educativa que permanece como un monumento
perdurable a su grandeza en el terreno de la cultura y su fomento.
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La importancia de la educación para Calvino
El calvinismo se ocupa de la educación en todos sus aspectos, pero sobre todo expone
una razón y propósito para todo el saber como ningún otro sistema teológico o filosófico
jamás ha podido hacerlo. Calvino vio muy claramente que la razón básica para la
educación es llevar a los hombres al conocimiento de la verdad de Dios según esta se
manifiesta en la revelación general y en la especial. Así que es deber primario y privilegio
de los padres cristianos ser responsables de enseñar a sus hijos, pues han entrado en un
pacto para criarlos en disciplina y amonestación del Señor, e instruirlos en las grandes
verdades de la Escritura. Calvino reconoció que el temor del Señor es el principio de toda
sabiduría. Por lo tanto un conocimiento sólido de la Biblia es la piedra angular de todo
programa de educación. Ese conocimiento no debe ser solamente factual en cuanto al
contenido, sino también redentor en cuanto al propósito. A los hijos de creyentes hay que
presentarles a Jesucristo como Señor y Salvador.

Una educación amplia


Calvino no era pietista y nunca tuvo la intención de limitar el proceso de la enseñanza
al campo de la revelación especial o redentora nada más. Tal no había sido su propia
experiencia, y tenía conciencia de que el mandato cultural que el hombre recibió al ser
creado lo dirigía a inquirir en todas las áreas del conocimiento hasta donde el talento
individual lo permita. Esto significa que la humanidad caída en pecado tiene el deber de
discernir las verdades de la revelación natural, y que el hombre, como regente, debe
cumplir con las obligaciones de su mayordomía cultural. En su carácter de mayordomo,
por consiguiente, debe conocerse a sí mismo, su papel como individuo en la sociedad, y el
mundo natural del cual es parte. Reconociendo que toda la verdad se origina en Dios,
Calvino insistió en que es tanto el derecho como el deber del cristiano procurar el saber, y
adquirir tanto conocimiento de las diversas esferas de la revelación general como le sea
posible. Así entonces, las ciencias sociales, las ciencias físicas y biológicas, la literatura, los
idiomas, y el estudio de su naturaleza sicológica son campos legítimos y necesarios de la
actividad intelectual del hombre creado a imagen de Dios. Es deber del cristiano no
meramente acopiar los datos de estas ramas del saber, sino también descubrir las
relaciones causales, y otras, que puedan tener entre sí. La interpretación correcta de los
datos es, desde luego, de tremenda importancia, y los cristianos indudablemente deben
estudiar con diligencia para obtener tal perspicacia. Deben descubrir el significado con
que Dios ha provisto a su creación y a todo quehacer y pensamiento humano, hasta el
punto en que pueda ser hallado a la luz de la revelación divina. Por lo tanto, el más alto
logro cultural del hombre es pensar a la manera de Dios.
En el mejor sentido, el cristiano debe considerar la totalidad de la cultura humana
como legítimo campo de estudio. Calvino nunca pudo haber escrito como Tertuliano, que
preguntó: «¿Qué tiene Jerusalén que ver con Atenas?», ni ofrece consuelo a aquellos que,
negando que el mundo tenga que ser conquistado para Cristo, se retiran de él y estiman la
actividad cultural como cosa ajena al cristiano. Calvino insistió en que sólo los que usan los
anteojos de las Escrituras pueden interpretar correctamente el significado íntimo y básico
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de toda la cultura, sea científica o literaria, o que trate de la naturaleza del hombre
mismo, o del hombre en sociedad. Esto no significa que los descreídos no tengan grandes
talentos intelectuales y que no puedan lograr grandes cosas, pues Dios tuvo a bien
dispensarles habilidades naturales de un orden más alto que las que poseen muchos
cristianos. Pero el más ordinario e indocto cristiano tiene el poder del Espíritu Santo que
mora en él y que le permite penetrar el verdadero significado de la vida mucho más
profundamente que lo que la mayor erudición pueda mientras permanezca en la
incredulidad. Sólo el cristiano tiene la facultad, al menos en cierto grado, de pensar los
pensamientos de Dios. Para el incrédulo eso es imposible; no importa cuán grande sea su
capacidad intelectual, nunca podrá ver sus descubrimientos sub specie aeternitatis. En
cambio, el cristiano tiene el deber peculiar de hacer precisamente eso. Con esto no
decimos que Calvino no estuviera interesado en el enriquecimiento de la vida del
individuo; eso estaría muy lejos de la verdad. Pero el enriquecimiento es ante todo
espiritual, acompañado por el desarrollo intelectual.

El propósito de la educación
Calvino no hubiera entendido ni simpatizado con las teorías educativas actuales que
insisten en que la función de las escuelas es producir buenos ciudadanos para una
sociedad democrática, con personalidades bien ajustadas que acepten cambios
revolucionarios tranquilamente. Igualmente ajena a sus ideas es la insistencia de los
progresistas en que es el deber de las escuelas ayudar a realizar un milenio socialista.
Tales conceptos humanistas del propósito de la educación no podrían ocupar un lugar en
su filosofía educativa. Para Calvino la educación es un medio básico para preparar al
hombre con el fin de glorificar a Dios en su vida ocupándose en aquella vocación para la
cual los talentos que Dios le confiere mejor lo capaciten. Cualquier otro propósito habrá
de subordinarse a este fin absorbente, esta meta consumidora. Aborrecía el ideal griego
de que el conocimiento es virtud y que la persona educada es moralmente superior sólo
por efecto de sus logros intelectuales. Su concepto del pecado y sus consecuencias para la
raza humana era tan profundamente bíblico que no había lugar en su mente para un
concepto del proceso educativo que le impartiera a ese proceso algún significado o
función redentora. Esto no es decir que Calvino no apreciaba los muchos beneficios
prácticos de una buena educación. El cristiano bien puede ser, y debe ser, un mejor
ciudadano; también debe ser más apto para cumplir su vocación terrenal. Los rígidos
requisitos para votar en Ginebra reflejan su convicción de que los cristianos son los
mejores ciudadanos, pero su buena ciudadanía en la tierra nace de su ciudadanía celestial,
la cual es obra de la gracia sola.
Calvino tenía ideas muy precisas sobre el plan de estudios que se debía seguir en las
escuelas, y el progreso académico en la Academia en Ginebra es una excelente fuente de
información sobre este aspecto del proceso educativo. Las materias que en la Academia se
enseñaban señalan hacia su convicción de que las disciplinas de las artes liberales deben
formar la médula del aprendizaje en el campo de la revelación general. Idiomas, lógica,
matemática y música se estudiaban cumplidamente como el mejor medio para entrenar y

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formar la mente cristiana juvenil. De ningún modo se limitaba el estudio a la Escritura,
pero tampoco había lugar para las asignaturas que suelen atiborrar los estudios de una
escuela secundaria o un colegio norteamericano. La Academia en Ginebra debía ser un
lugar para dichas disciplinas intelectuales, las cuales él estimaba como parte muy
necesaria de la educación cristiana. Los mejores medios de tal disciplina, como para el
enriquecimiento intelectual, eran las materias de las artes liberales. Sin embargo, Calvino
nunca pensó que estas fueran un fin en sí mismas, sino sólo medios para alcanzar un fin; y
en este punto hubiera diferido de los clasicistas modernos que, siendo humanistas en el
fondo, se atienen a los clásicos como la fuente de todo bien.

El papel de los padres en la educación


Un punto adicional hay que discutir en cuanto a Calvino y la educación. Sostenía que
es el deber de la familia educar a sus niños, no deber del estado, especialmente cuando
los que gobiernan el estado no buscan en la Escritura su norma de acción política. A lo
largo de la historia los calvinistas se han mostrado celosos cuando se trata de quién ha de
enseñar a sus hijos, y para ellos es natural mirar con graves sospechas la educación
pública desde el punto de vista de su filosofía. Aunque algunos calvinistas han estado
dispuestos a aceptar una posición neutral con respecto a la cuestión del papel de la Biblia
en la instrucción pública, esa posición ha sido casi siempre el resultado de consideraciones
pragmáticas antes que el producto de una filosofía de la educación. Esa neutralidad está
muy lejos del calvinismo que profesan.

La educación y la religión
No cabe ninguna duda de que la noción actual de la educación, que insiste en que las
escuelas deben permanecer neutrales con respecto a la religión y que la Biblia no ocupa
lugar alguno en el plan de estudios de las escuelas públicas, hubiera horrorizado a Calvino
y suscitado su más tenaz oposición. Igualmente se opondría a las filosofías educativas
contemporáneas que niegan que toda la verdad procede finalmente de Dios, y que por lo
tanto niegan también que la educación deba tener un propósito moral. De igual modo
hubiera rechazado las ideas filosóficas corrientes que ven al hombre como un producto de
fuerzas evolucionistas ciegas, y que relegan toda educación a un mero proceso
acondicionador.
Ya que Ginebra era una teocracia o «bibliocracia», para los padres no eran cuestiones
vitales insistir rígidamente en la fiscalización de la educación o sospechar de la educación
pública. Calvino insistió en que la educación era para todos los niños, y Ginebra en efecto
proveyó instrucción de excelente calidad. En realidad, la influencia de la Academia a lo
largo de los siglos ha sido tremenda, y su fundación constituyó un hito en la historia de la
educación, que Norteamérica desestima a riesgo propio. Los puritanos trajeron a
Massachussets Bay un modelo teocrático de educación, y las otras colonias recibieron
profunda influencia del modelo de Ginebra. El gobierno colonial de Massachussets Bay,
dirigido por la jerarquía puritana, aprobó leyes que son jalones fundamentales en el
desarrollo educativo de este país. Pero con la secularización del estado vino la del
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programa educativo también. Como resultado, el antiguo énfasis calvinista en la
educación ha venido a ser un arma que los seculares han usado contra los que insisten en
que el programa educativo debe tener un énfasis teísta.

Capítulo 8

El calvinismo y la sociedad

Calvino no fue solamente un líder en el campo de la educación, sino también un


estadista social que habló con una urgencia bíblica todavía muy pertinente en nuestros
días. Que esto sea así no es sorprendente pues su pensamiento social es tan producto de
su teología como su filosofía política o educativa. Estas, de hecho, juntamente con sus
teorías económicas, forman un gran mosaico que refleja toda su doctrina de la gracia
común. Alguien tan dedicado como él al consejo íntegro de Dios apenas podía prescindir
de una sociología bien desarrollada (aun cuando ese término no llegó a usarse por casi
tres siglos después de su muerte). Decir que él fue un sociólogo moderno, en cualquier
sentido de la palabra, sería un gran error. Su manera de plantear la cuestión era de
carácter muy diverso del patrón moderno de pensamiento sociológico. Aun así, tenía un
concepto claramente definido de las instituciones y las relaciones sociales, y se daba
buena cuenta del hecho de que el hombre, como ente pecador y aun como cristiano, vive
en sociedad. Así que los problemas de la sociedad tienen que ponerse dentro de la órbita
de la visión cristiana del mundo y de la vida y bajo el escrutinio de la doctrina bíblica. En
este punto surge una diferencia muy significativa entre el enfoque que Calvino hacía de
estos asuntos y el pensamiento y práctica social actuales. Mientras que estos erigen su
norma de conducta social partiendo del estudio de casos particulares, fusionándolo con el
concepto evolucionista de la sociedad a fin de cristalizar sus principios y fórmulas, Calvino
se remitía a la Palabra de Dios para allí encontrar el origen de las instituciones sociales y
su papel en la sociedad humana.
Con razón Calvino está en desacuerdo con los teóricos sociales modernos; se valía de
un contexto totalmente distinto para diagnosticar los males sociales y sus remedios. La
sociedad y sus instituciones él las juzgaba a la luz de la revelación divina. Sus teorías
sociales, hasta donde puedan propiamente atribuirse a él, no surgieron de la experiencia
de la humanidad, ni de los hallazgos de los asistentes sociales, ni de las muestras de
opinión y prácticas públicas cuidadosamente acopiadas, sino de la Santa Escritura. De
modo que cuando se expresaba sobre las cuestiones sociológicas de su tiempo, lo hacía
como profeta, como alguien que traía al hombre el mensaje de Dios, y que procuraba
presentar toda la Palabra de Dios ante la atención del pueblo. Para Calvino, Dios, y no el
hombre, debe ser siempre la medida de todas las cosas y el intérprete final de toda la
experiencia humana.

C. Gregg Singer, Juan Calvino: Sus Raíces y Sus Frutos, trad. Néstor del Valle, 1a ed. (San
José, Costa Ríca; San Juan, Puerto Ríco: CLIR; Sola Scriptura, 2003).
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Aunque Calvino no escribió tratados sociológicos formales sobre teoría o práctica, en
sus comentarios y en otras obras hay una abundancia de material pertinente que nos da
una percepción clara de la naturaleza de su perspectiva social. Como reformador e
influencia dominante en Ginebra, quiso realizar en esa ciudad-estado la nación cristiana
ideal que hallaba en las páginas de la Escritura. Fue en su papel de mentor espiritual que
Calvino presentaba a la atención diaria del pueblo los aspectos sociales del Evangelio y, al
hacer esto, expuso a la luz, de una manera notable, la armonía íntima que existe entre la
gracia redentora, que obra en la vida de los creyentes, y la gracia común, que influye en la
sociedad total. Ginebra no era solamente un lugar donde se proclamaban en teoría los
aspectos sociales del Evangelio como una parte del consejo total de Dios, sino también la
escena de la aplicación práctica. A pesar de que Calvino nunca ostentó cargos oficiales en
la ciudad, y ni siquiera fue ciudadano hasta después de 1555, gran parte de la legislación
social aprobada a partir de 1541 lleva la impronta de su enérgico carácter y el sello de su
devoción a la Palabra de Dios. En Ginebra el calvinismo hizo valer sus méritos como guía
de la conciencia de una comunidad cristiana.
En dos aspectos muy importantes el pensamiento de Calvino difiere de la postura de
casi todos los sociólogos modernos. En primer lugar, estaba convencido de que la base de
toda vida social sana debía buscarse en los Diez Mandamientos, y que los últimos seis son
la norma para todas las relaciones sociales correctas. Aún más, al estado se le encarga la
responsabilidad de hacer cumplir toda la tabla de la ley. Así como le incumbe impedir la
práctica abierta de la idolatría y proveer las condiciones necesarias para una adecuada
observancia del día de reposo, también debe el estado resguardar la santidad de la vida
humana, del matrimonio y de la propiedad. Esta no es una obligación opcional para el
magistrado, ni depende de un contrato social escrito o tácito, sino que procede de Dios
mismo.
En segundo lugar, Calvino insistió en que instituciones sociales como la familia y la
iglesia son divinamente ordenadas, y así sus esferas de acción y sus propósitos son
divinamente asignados. La institución matrimonial no es producto de la experiencia social
o de la necesidad, ni de algún descubrimiento de que la unión de un hombre y una mujer
es el mejor método de regular la relación entre los sexos a fin de guiarlos por sendas
socialmente aceptables. Calvino hubiera mirado con horror una evaluación tan superficial
de la vida familiar. En su estima, que las instituciones sociales sean necesarias o deseables
jamás debía determinarse a base de métodos empíricos.

La institución de la Iglesia
De la misma manera, consideraba él la iglesia como una institución ordenada por Dios
con el fin de satisfacer las necesidades espirituales del hombre. No se originó en una
búsqueda humana de Dios, ni surgió de un deseo de manifestar la necesidad de adorar
algo más allá del hombre mismo. Calvino nunca consideró la adoración como actividad
electiva; y el hombre no creó la iglesia con el propósito de ejercer su arbitrio. Para Calvino
la iglesia era no solamente ordenada por Dios, sino también por Él cuidada y gobernada, y
se es miembro de ella sólo por elección divina.

C. Gregg Singer, Juan Calvino: Sus Raíces y Sus Frutos, trad. Néstor del Valle, 1a ed. (San
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De modo que, según Calvino, la iglesia no se creó con el fin principal de enriquecer la
vida en este mundo, ni para abolir la guerra, ni para combatir la pobreza, ni aun para
efectuar la igualdad de las razas. Tampoco fue ordenada para promover la democracia, ni
establecer un estado socialista o comunista. La iglesia no es ni una rama del gobierno ni
una institución que la sociedad pueda reclutar por la fuerza para sus propios fines
particulares. Según Calvino, la iglesia está en el mundo para proclamar el Evangelio y
sustentar a los santos, y existe nada más que para estos fines.
Es evidente que tales ideas tocantes al origen y naturaleza de las instituciones
humanas habrían de conducir lógicamente a ciertas conclusiones acerca de las funciones y
actividades de dichas instituciones. Así pues, no debe causar sorpresa que, mientras que
algunas de sus declaraciones sociales parezcan tener una perspectiva muy moderna, con
mayor frecuencia sus opiniones parecerán estar extrañamente fuera de lugar en una
sociedad cuyo concepto de la vida está arraigado y cimentado en la filosofía democrática,
y que en gran medida está imbuida en las doctrinas éticas del utilitarismo y el hedonismo.

La diversión
Ya que la Escritura era la norma de toda la vida y acción social, existía en Ginebra una
reglamentación más rígida de la conducta pública y privada de lo que se toleraría en una
comunidad americana corriente. El consistorio de la iglesia podía advertir y amonestar a
los culpables de una gran variedad de ofensas, algunas serias, otras menos. El concilio de
Ginebra castigaba a los que incurrían en ofensas como ausentarse de la iglesia, bailar o
jugar a las cartas en el día de reposo, jurar y maldecir, dar una hija en casamiento a un
católico, acordar un matrimonio entre una anciana y un joven, criticar la doctrina de la
elección, o negar la realidad del diablo y del infierno. A los ojos de los ministros y del
pueblo estas no eran ofensas triviales, ni meramente de naturaleza personal, sino
contrarias a la ley de Dios y al bienestar de Ginebra, y se les debía tratar de manera
correspondiente. Con todo, y a pesar de lo que debe a la mente moderna parecer una
severidad extrema en la reglamentación, no se debe perder de vista que a Calvino no le
interesaba imponer al pueblo una piedad extrabíblica. No era él partidario de sombría
especie de religión o de sociedad que excluyera la diversión y el regocijo de la vida de las
gentes. La verdadera piedad no es equivalente de lobreguez, ni él se oponía a la música y
la jovialidad, ni al baile per se. Sin embargo, estaba lejos de equiparar la diversión genuina
con la mundanalidad pecaminosa. La caricatura de un Calvino opuesto a todo
entretenimiento y placer, tan a menudo pintada por críticos ignorantes, sencillamente no
es verdadera.
…reírse, saciar el apetito, añadir nuevas posesiones a las antiguas recibidas
de nuestros antepasados, deleitarse con la armonía de la música, y el beber
vino, en ningún sitio está prohibido… (Institución, III, XIX, 9)
Calvino no se refugió en un ascetismo pietista ni se retiró del mundo. No podía ver una
verdadera vida cristiana en ese escape; su piedad era mucho más robusta y bíblica. Su
oposición al baile estaba en gran parte condicionada por la vergonzosa inmoralidad con

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que se le asociaba en Ginebra antes de la Reforma.

La familia y el matrimonio
Como estadista social, Calvino hizo algunas de sus más duraderas contribuciones a una
sociología cristiana en el campo del matrimonio y la familia. Mucho más allá de lo que
generalmente se conoce, todos los reformadores tuvieron que adoptar una postura ante
los problemas maritales. La emancipación de tantos sacerdotes, monjes y monjas de los
votos de castidad y celibato había creado un serio problema para los reformadores, y el
libertinaje crónico, por largo tiempo característico de Ginebra, lo había agudizado
singularmente. El casamiento de Calvino en 1541, como el de Lutero anteriormente, fue
una abierta declaración de que renunciaba a la posición católico-romana respecto al
celibato del clero y a la supuesta superior calidad espiritual del estado célibe. Aunque
Calvino negó que el matrimonio fuese un acto sacramental según la definición romana,
insistió en que debía celebrarse en la iglesia puesto que es una institución divinamente
ordenada. Esta profunda convicción reforzaba su propia idea sobre la seriedad del
adulterio y el divorcio. El adulterio lo veía como el mayor de los pecados sociales:
Ella injuria a su marido, lo expone a la vergüenza, deshonra el nombre de su
padre, a sus hijos por nacer, y a los que ya ha dado a luz en lícito
matrimonio. Cuando una mujer está de modo tal en las manos del diablo,
¿qué remedio habrá sino la exterminación? (Opera XVIII, 31).
Calvino sostenía que antes que la raza cayera en el pecado, el propósito del
matrimonio era la procreación de hijos, pero después de la caída, vino a ser un freno
necesario para la inclinación hacia la incontinencia en la naturaleza humana pecadora. De
aquí que la relación matrimonial es una de las provisiones bajo la gracia común para la
propagación de la raza y la crianza de los niños; así que no hay virtud inherente en el
celibato, y el matrimonio es el estado normal para hombres y mujeres.
Calvino claramente favorecía familias grandes, y la fecundidad se consideraba como
don y bendición de Dios. Mientras que es cierto que vivió en un tiempo en que los dilemas
de nuestros días no se asomaban amenazadores en el horizonte social de Ginebra, no
existe razón para creer que él hubiera visto alguna necesidad de alterar sus ideas sobre el
tamaño apropiado de la familia. Él no hubiera visto porqué modificar sus principios
sociales derivados de la Biblia, para enfrentarse a las presiones de una sociedad industrial
y urbanizada. La limitación de la natalidad, al menos en su connotación moderna, sería
totalmente ajena a su filosofía social.

El divorcio
La posición de Calvino ante el divorcio merece que los sociólogos y aquellos que
procuran impartir consejos matrimoniales la estudien de cerca. Comentando sobre
Deuteronomio 24:1–14, asumió la actitud de que la Escritura sanciona el divorcio
solamente por la causal de adulterio, pero en otros lugares parece aceptar la incapacidad

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física y la deserción prolongada como causas legítimas. En todos aquellos casos en que el
divorcio se conceda sobre bases bíblicas, Calvino sostenía que la parte agraviada podía
casarse de nuevo. Pero al mismo tiempo se asemeja mucho al consejero matrimonial
moderno cuando señala que el divorcio jamás es el remedio ideal y que el perdón es con
mucho la mejor solución.

La relación entre esposo y esposa


En un punto Calvino muestra una postura muy contemporánea: sostenía la completa
igualdad de los sexos en el consorcio matrimonial. Si el marido fuere culpable de
adulterio, la mujer debía también ser capaz de gestionar el divorcio de su errante marido.
Por otro lado, aseveró en los términos más enfáticos la superioridad del marido sobre la
mujer como cabeza de la familia. Al comentar sobre Deuteronomio 24:1–14, dijo que
faltar a la obediencia debida al marido es desobedecer a Dios mismo. La primacía del
esposo en la vida de la familia es un punto central, con muchos derivados, en la teoría
social de Calvino. Por tal razón la mujer ni ostentaría cargos en la iglesia ni predicaría.
Concederle a ella ese derecho sería trastornar la legítima relación que guarda con su
esposo; pues si el marido llegara a sujetarse a su mujer en los asuntos de la iglesia, se le
haría muy difícil asumir su función propia en el hogar. Por la misma razón las mujeres no
deben ostentar cargos políticos, ni ocupar ningún otro lugar de autoridad que
comprometa su papel en el designio divino para con la sociedad. Las mujeres no deben
gobernar, sino sujetarse. No cabe duda que Calvino hubiera visto el actual surgir de
prerrogativas y poderes femeninos como una seria desviación de la norma social bíblica.
Aun así, es interesante observar que no se opuso a la reina Isabel de Inglaterra, ni a María
reina de Escocia con la vehemencia que caracterizó la oposición de Juan Knox. Las mujeres
que gobiernan son una visitación de la ira divina, y como tales han de ser aceptadas y
obedecidas.
No obstante, la idea que Calvino sustentaba sobre el papel del marido no es la de un
tirano. Refiriéndose a este punto dijo:
«El marido gobierne de tal manera que sea la cabeza, no el tirano, de su esposa. La mujer,
por su parte, se rinda modestamente a las demandas de él» (Opera, XLV, 529).
La familia para Calvino no era un consorcio democrático, ni tampoco una monarquía
absoluta. Era más bien una relación ordenada por Dios, inspirada por el amor, en la cual
cada cónyuge tiene un papel asignado por Dios.

La disciplina de los hijos


En cuanto a la instrucción de los niños, Calvino mantenía una opinión completamente
desestimada hoy por la mayoría de los teóricos y escritores en el campo de la educación.
Los niños deben criarse en la disciplina y amonestación del Señor. La disciplina, amorosa
pero firme, es la nota característica de la autoridad de los padres. La desobediencia de los
niños es una seria ofensa contra el Señor, y como tal se debe tratar. Que los padres

C. Gregg Singer, Juan Calvino: Sus Raíces y Sus Frutos, trad. Néstor del Valle, 1a ed. (San
José, Costa Ríca; San Juan, Puerto Ríco: CLIR; Sola Scriptura, 2003).
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rehúsen o fracasen en disciplinar a sus hijos es, para el cristiano, violar los votos del pacto
hecho con Dios en el bautismo. De igual manera, a los padres se les tiene por responsables
de la educación formal de los hijos, tanto con respecto a la Escritura como a la educación
general. El hogar en Ginebra era algo muy diferente del hogar americano corriente en el
siglo veinte.
Cuando trata cuestiones sociales, Calvino no se extiende en los temas que demandan
la atención de los sociólogos actuales. El mundo en que se movía y vivía era mucho menos
complejo que el de América en el siglo presente. Asuntos que ahora parecen importantes
eran casi inexistentes en la Ginebra de 1541, o no se pensaba que presentaran problemas
para la sociedad. La sicología moderna se inquieta grandemente con problemas como el
seguro social, limitación de la natalidad, cuidado de los ancianos, salud y atención médica,
y la delincuencia juvenil. Varios de estos se han convertido en asuntos de importancia vital
sencillamente porque la América de nuestros días ha descuidado los principios bíblicos
básicos que Dios ha dado para guiar a su pueblo. El problema de la atención de los
ancianos es, más de lo que muchos se dan cuenta, el resultado de una natalidad
decreciente muy en boga durante gran parte del presente siglo. Las familias con tres o
cuatro hijos no tenían la misma dificultad para cuidar de padres ancianos que muchos
experimentan ahora. La delincuencia juvenil puede verse surgir cuando la familia se
debilita y los padres fracasan al no tomar en serio sus votos del pacto con Dios. Una
sociedad que desdeña la Palabra de Dios cosechará el fruto de la desobediencia a su
voluntad revelada.
El calvinismo es una teología que enaltece la Palabra de Dios y procura proclamar todo
su consejo; se aplica a todos los aspectos de la cultura, y provee un marco y fondo para
una vida que es verdaderamente bíblica en todas sus facetas. Es esta teología el pleno
florecimiento de la Reforma en la vida del hombre moderno. Es aquella Reforma hecha
viva con un profundo significado para el siglo veinte, y para todos los siglos que puedan
sucederse, por la misericordia de aquel Dios soberano que ha dado su Palabra a su pueblo.

Bibliografía

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Página 51. Exportado de Software Bíblico Logos, 6:39 a. m. 16 de julio de 2024.

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