Zarco
Jess GR
Copyright © 2024 Jess GR
©Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes,
queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita del autor, la
reproducción parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, sea
electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros, así como
la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público. La infracción
de los derechos mencionados puede ser constituida de delito contra la
propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del código penal).
Diseño Portada: Luce G. Monzant
Corrección: Nia Rincón
Los personajes, eventos y sucesos presentados en esta obra son ficticios.
Cualquier semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura coincidencia.
A esas amigas que siempre saber qué decir para traer luz a la oscuridad.
Prólogo
¿Cómo es posible que un pequeño trozo de metal pueda
pesar tanto? Miro de nuevo la estrella de cinco puntas que
cuelga de mi cuello. «Valor». Debería estar pletórica de
felicidad, abrazando a mis compañeros y pensando en mi
ascenso a teniente, sin embargo, lo único que siento es una
presión en el pecho que me impide respirar con normalidad.
«Esto no está bien. No hay culpa ni remordimientos. ¿Por
qué?».
―Sargento Bailey ―mis pensamientos son
interrumpidos. Inspiro hondo antes de cuadrarme y caminar
en dirección al hombre canoso y con pequeñas arrugas en
las esquinas de sus ojos al que yo algún día llamé papá. Hoy
no es más que mi superior, el general Bailey. Paso a su
despacho y espero a que cierre la puerta―. Puedes
sentarte, sargento.
Lo hago de inmediato. Permanezco en silencio mientras
el general rodea su mesa y se acomoda frente a mí.
―Tengo que admitir que me has sorprendido. No
esperaba que ascendieras tan rápido, y menos aún que mi
propia hija fuese condecorada por el mismísimo presidente
de la nación con la medalla de honor. ¿Eres consciente de lo
importante que es?
―Sí, señor ―respondo de manera mecánica.
―Sé que ya están trabajando en tu ascenso a teniente y,
como oficial, no tendrás que regresar al frente si no lo
deseas. Con lo que hiciste, ya has cumplido con tu deber en
el frente, sargento.
Mi padre, el general, sigue hablando mientras yo me
pierdo en mis propios pensamientos. No tendré que volver a
ese infierno, esquivando balas y viendo a mis amigos y
compañeros morir. Mi trabajo consiste en salvar vidas, eso
es lo que hace un médico de combate, pero yo… Sacudo la
cabeza para borrar la imagen de todos esos cadáveres
postrados a mis pies. «No hay nada».
―¿Ocurre algo, sargento? ―inquiere mi padre.
Bajo la mirada a mis manos, unas manos que parecen
pulcras, pero están manchadas de sangre. «No volverás a
matar», resuena en mi cabeza. Tomo una bocanada
profunda y alzo la cabeza despacio.
―Lo dejo ―digo con seguridad.
―¿Cómo dices? ―El general estrecha su mirada sobre
mí, frunciendo el ceño.
―He terminado aquí, general. Quiero dejar el Ejército.
―Tienes que estar bromeando ―masculla―. ¡Mía, ¿te
has vuelto loca?! Van a ascenderte. Tu carrera militar acaba
de empezar de verdad.
Me pongo en pie sin esperar a que me dé permiso, y tras
quitarme la medalla, la lanzo sobre su mesa.
―Puedes quedártela si tanto te gusta, papá. Tú lo has
dicho, he cumplido con mi deber con esta nación y ahora
decidiré yo misma cómo vivir el resto de mis días.
Doy media vuelta y me dirijo a la salida, sin embargo,
antes de que pueda abrir la puerta, escucho su voz a mi
espalda.
―Si te vas ahora, no volveré a reconocerte como mi hija.
Será como si hubieses muerto en esa emboscada.
Me giro a medias y dejo que una de mis comisuras se
eleve apenas un par de centímetros. «No hay nada».
―Hace mucho que dejé de ser hija tuya. Adiós, general.
―Tiro de la manilla y salgo del despacho con una sonrisa.
Capítulo 1
Bailey
Dos años después
Intento leer un poco, pero con los bandazos que da la
ambulancia no consigo concentrarme. Alzo la vista y
George, el conductor, se encoge de hombros a modo de
disculpa antes de saltarse un semáforo en rojo a toda
velocidad.
―No sé cómo puedes concentrarte con el ruido de la
sirena ―comenta Matt, el auxiliar paramédico
Los tres viajamos en la parte delantera del vehículo.
Hemos recibido el aviso de un accidente múltiple en una de
las avenidas más concurridas de la ciudad. Estos últimos
días estamos teniendo más trabajo de lo habitual debido al
extremo calor de mediados de junio. Sin embargo, en el
estado de Arizona aún acaba de empezar la temporada de
monzones y no hemos tenido ninguno, así que la cosa se
puede poner peor muy pronto.
Cierro el libro al ver que el tráfico se intensifica. Apuesto
a que estamos cerca del lugar del accidente. George
comienza a tocar el claxon de manera insistente para que
los curiosos que han salido de sus coches se aparten de la
carretera y nos dejen pasar, no obstante, no es hasta que
llega la Policía que consigue despejar un carril y seguimos
avanzando.
―Somos los primeros ―murmuro, clavando la mirada en
la media docena de vehículos destrozados que consigo ver
desde mi asiento.
Valoro a cuál acudir primero. Uno de ellos está colgando
desde la mediana. Los bomberos ya lo han asegurado, sin
embargo, por la forma en la que está, prácticamente
seccionado por la mitad, no creo que haya supervivientes, y
si es así estarán muy graves.
―Bailey… ―murmura Matt. Está esperando mis órdenes.
―El azul ―digo, y salgo de la ambulancia de un salto.
Varios bomberos me escoltan hasta el vehículo. Matt
vendrá enseguida con la camilla de transporte y los
maletines medicalizados.
―Hay dos personas. El conductor, varón de unos
cuarenta años, y en la parte trasera su hijo de unos cuatro o
cinco años. Ambos están vivos ―me informa uno de los
bomberos.
Aparte de asegurar el vehículo para que no se mueva,
también han logrado abrir un hueco entre el metal para
poder acceder a los heridos. Toco el cuello del padre y
compruebo que su pulso es débil. Tiene una brecha en la
cabeza y el volante del coche incrustado en el pecho. Casi
con toda probabilidad fracturas múltiples en costillas y
esternón, además de una conmoción cerebral. Me muevo y
hago lo mismo con el niño. Toco el lateral de su cuello, pero
no siento ningún latido.
―Bailey, ¿con cuál empezamos? ―inquiere Matt, que ya
ha llegado a mi lado.
Me atrevo a alzar la cabeza del niño y contengo el aliento
al ver la enorme brecha que parte su cabeza en dos. Su
rostro está cubierto de sangre. Inspecciono la herida y veo
masa cerebral saliendo de ella. Suspiro. «No hay nada».
―Saquemos al padre. El niño está muerto.
―Hace un minuto estaba vivo ―replica el bombero.
Matt me mira y frunce el ceño.
―Aún no es tarde. Podemos empezar con la reanimación
cardiopulmonar y…
―No ―lo interrumpo―. El padre tiene más posibilidades
de sobrevivir. Ese crío tiene el cráneo destrozado y daño
cerebral severo. Aunque consigamos reanimarlo, y en el
caso de que tenga la suerte de llegar al hospital con signos
vitales, jamás volverá a despertar.
―Bailey, estoy seguro de que, si el padre de ese chico
estuviera consciente, decidiría intentar salvar a su hijo
antes que a él mismo. ¡Es solo un niño!
Clavo mi mirada en la suya con seguridad.
―Por suerte, esa decisión no le toca a él tomarla, y a ti
tampoco. Prepara el collarín y colócale una vía. Vamos a
estabilizarlo antes de sacarlo del coche. ―Matt me
mantiene la mirada unos segundos y al fin se pone en
marcha. «Ninguna vida vale más que otra», resuena en mi
cabeza.
Conseguimos estabilizar al conductor, y tras sacarlo del
vehículo, lo llevamos al hospital y dejamos que el resto de
paramédicos trabajen con los heridos restantes. Después
regresamos a la base y limpiamos la ambulancia,
reponemos el material gastado y esperamos al siguiente
aviso, que no tarda en llegar. Tras algunos accidentes
domésticos sin importancia, y un infarto en el centro
comercial que resulta en la muerte de un octogenario,
estamos a punto de dar por terminado nuestro turno cuando
la radio vuelve a ponernos en marcha.
―Un tiroteo en la Avenida Veintisiete ―informa Matt
mientras nos metemos en la ambulancia a toda prisa.
Ruedo los ojos y me acomodo en el asiento. Tampoco es
nada extraño. La tasa de criminalidad de Phoenix es
bastante baja en comparación a otras ciudades de tamaño y
población similares, no obstante, en los últimos años, la
prostitución, el negocio de drogas y la violencia entre
bandas ha proliferado en torno a la Avenida Veintisiete.
Cada día recibimos algún aviso de la zona. Lo más habitual
son las heridas con arma blanca o de fuego.
Tardamos menos de cinco minutos en llegar a nuestro
destino. La Policía ya ha acordonado la zona. Frente a un
enorme almacén hay dos chicos jóvenes inconscientes que
varios paramédicos están atendiendo. Con solo echarles un
vistazo sé que sus heridas son de bala.
―Hay dos más dentro y uno en la parte trasera del
almacén ―informa uno de los policías.
Asiento y nos dirigimos al interior. El almacén es enorme
y está completamente vacío. Le pido a George que nos siga
con la ambulancia, ya que dispone de suficiente espacio
para maniobrar. Veo los dos cuerpos y lo primero que hago
es tomarle el pulso a uno de ellos, Matt hace lo mismo con
el otro. También son chicos jóvenes. Por la ropa y los
tatuajes, casi seguro miembros de alguna banda latina.
―Está muerto ―informa Matt.
―Este también.
―¿Empezamos con las compresiones?
Estoy a punto de afirmar cuando veo a dos sanitarios
corriendo en nuestra dirección.
―Ellos pueden encargarse. Vayamos a comprobar el
estado del de atrás.
―¿Crees que ha sido el clan Z?
―No es asunto nuestro. Que la Policía lo investigue.
Matt asiente y nos movemos rápido. Salimos por la
puerta trasera del almacén y le ordeno a George que rodee
el edificio para encontrarse con nosotros. Encuentro al
muchacho en el suelo, está consciente y dos policías lo
vigilan. Me dejan pasar y me arrodillo a su lado.
―¡Apártate de mí, zorra! ―grita antes de que pueda
ponerle una mano encima.
Arqueo una ceja en su dirección y observo su rostro.
Parece incluso más joven que los demás. Dudo que supere
los veinte años.
―Si no me dejas examinarte te desangrarás ―digo,
señalando su vientre.
Se lo está sujetando con ambas manos, sin embargo, la
sangre sigue saliendo y empapa su camiseta y el suelo a su
alrededor.
―¿Quiere que lo esposemos? ―me pregunta uno de los
policías.
Sigo sin dejar de mirar al chico.
―No creo que eso sea necesario, agente. Aquí el
muchacho parece listo y dudo que quiera morir. ¿Me
equivoco?
―Es la muerte o la cárcel ―farfulla―. No sé qué es peor.
―Vive para comprobarlo ―susurro para que solo él
pueda escucharme.
Su mirada se une a la mía. Puedo ver el terror tras sus
ojos oscuros. Tras unos segundos de indecisión, aparta sus
manos y asiente.
Lo empujo despacio para tumbarlo en el suelo y corto su
camiseta antes de inspeccionar la herida. Como ya
esperaba, es un orificio de bala, aunque no de alto calibre.
Lo giro un poco y compruebo que tiene agujero de salida.
Por la zona, más hacia el costado, donde ha recibido el
disparo, es posible que no haya órganos vitales afectados,
sin embargo, no podré estar segura de ello hasta que deje
de sangrar. Tapono la herida con gasas mientras Matt se
encarga de colocarle una vía en el brazo. Veo un tatuaje en
forma de zeta que confirma mis sospechas. Es un miembro
del clan Z. La decisión más sensata es llevarlo cuanto antes
al hospital y que allí se encarguen de él.
George nos acerca la camilla y lo subimos a ella
enseguida. En cuanto lo aseguramos en el interior de la
ambulancia, los policías nos informan de que van a
escoltarnos. Entonces ocurre algo inesperado, escucho el
chirrido de unas ruedas y un enorme todoterreno negro se
detiene junto a nosotros. Cuatro hombres salen de su
interior. Los agentes van a sacar sus armas, sin embargo,
antes de que puedan hacerlo, reciben un disparo en la
cabeza cada uno. Matt se agacha, asustado por el sonido de
las detonaciones, pero yo no me muevo ni un centímetro.
Uno de los hombres armados abre la parte trasera de la
ambulancia y sonríe de oreja a oreja.
―El hijo de perra está vivo ―anuncia.
Todos parecen alegrarse antes de girarse hacia nosotros.
Uno de ellos, el que no tiene el cuello y las manos tatuadas,
me apunta con una pistola.
―¿Quién es el médico? ―pregunta.
―Yo ―contesto tras carraspear.
Sé lo que va a ocurrir antes de que pase. Otro de ellos
alza su arma y dispara en la cabeza a Matt y después a
George. Sus cuerpos caen al suelo sin vida, y sé que no hay
nada que pueda hacer por ellos. Están muertos. «Es una
pena. Me caía bien George».
―Bien. Te acabas de ganar un paseo por la ciudad. ―Me
señala la parte trasera de la ambulancia y sonríe―. Adentro.
Vas a curar a mi amigo y después veremos qué hacer
contigo.
Capítulo 2
Bailey
Ya he conseguido detener la hemorragia. Me muevo
incómoda y resoplo al sentir el cañón de la pistola contra mi
zona lumbar. Uno de los hombres conduce la ambulancia, el
de los tatuajes en el cuello está con él y el otro, al que han
llamado Oscar, se subió conmigo en la parte trasera y no
me quita la vista de encima.
―¿Puedes alejar el arma unos centímetros? Intento
salvarle la vida a tu amigo, y que me apuntes con esa cosa
no me ayuda. ―Me parece escuchar una risa baja y dejo de
sentir el cañón de la pistola.
Sigo trabajando de manera mecánica mientras intento
seguir ubicada. Viajamos a una velocidad normal, en
dirección este desde hace más de veinte minutos. Tal vez
nos dirijamos a Paradise Valley. Dicen que algunos jefes de
bandas criminales viven allí, en pleno desierto rocoso, en
enormes mansiones de lujo.
El chico grita de dolor cuando empiezo a retirar las gasas
del interior de la herida.
―¡¿Qué haces?! ¡Le duele! ―grita a mi espalda el tal
Oscar.
―No puedo darle analgésicos sin descuidar la herida
―digo tras volver a bufar―. Si no hubieseis matado al
auxiliar, esto sería mucho más sencillo.
―No me digas… ―Giro la cabeza un instante y
compruebo que está sonriendo. Tiene los ojos azul claro y
una línea recortada desde la ceja hasta el lateral de su
cabeza. No es una cicatriz, sino algo estético. El chico herido
también la tiene, pero no tan pronunciada―. ¿Por qué no
estás nerviosa? Te hemos secuestrado y matado a tus
compañeros y parece que no te afecta.
«No hay nada». No contesto y sigo trabajando en
silencio. He estado en peores situaciones y no es la primera
vez que alguien me apunta con un arma. Centrarme en
salvar la vida del chico es lo único que importa ahora.
―¿Cómo te llamas? ―le pregunto.
El muchacho hace una mueca de dolor y mira a su amigo
por encima de mi hombro.
―¿Eso qué mierda importa? ―sisea el de atrás.
―No te lo he preguntado a ti ―replico―. ¿Cuál es tu
nombre, chico?
Vuelve a mirar sobre mi hombro y bufa con el rostro
arrugado por el dolor.
―Contesta, de todos modos, no vivirá para contárselo a
nadie ―dice el tal Oscar en español.
Supongo que pensará que no puedo entenderlo, pero se
equivoca. Muchos de mis compañeros en el Ejército eran
latinos. Domino el idioma a la perfección, aunque eso no es
algo que vaya a mencionar. Prefiero que sigan creyendo que
no me entero de lo que dicen.
―Beni ―susurra el chico entre dientes.
―Muy bien, Beni, quiero que respires hondo y no te
muevas para que pueda soltar la herida y pincharte un
sedante. No te dormirá del todo, pero ayudará con el dolor.
¿Puedes hacer eso por mí?
Asiente, y cuento hasta tres antes de apartar mis manos.
La sangre no brota del agujero, así que me muevo rápido,
cojo una jeringuilla y la lleno antes de clavarla en la bolsa
de suero. Enseguida regreso a su lado y, cuando estoy a
punto de seguir con mi tarea, la ambulancia se detiene con
un frenazo brusco. Maldigo en voz baja al darme cuenta de
que el orificio de salida en su espalda ha vuelto a sangrar.
―Fin del trayecto. Vas a tener que continuar dentro de la
casa ―dice el que está a mi espalda, apuntándome de
nuevo a la cabeza.
―Necesito un lugar estéril y el material quirúrgico que
hay en la ambulancia.
―Lo tendrás. Los chicos se encargarán de meterlo todo.
Ahora sal.
Hago lo que me ordena en silencio y sin rechistar. Al
llegar al exterior soy consciente de que ya ha anochecido.
Miro a mi alrededor. No estaba tan desencaminada. Estamos
en Paradise Valley, en lo que parece ser una propiedad
privada. Lo que el tal Oscar ha llamado casa es una enorme
mansión de cristal, acero y revestimiento de piedra rodeada
por jardines iluminados de forma tenue y una cascada de
agua en la parte central. La puerta de entrada mide más de
tres metros y es de madera maciza en color claro. La
estructura es inmensa, de dos pisos y en forma de u, al
menos eso es lo que puedo ver desde esta zona. Miro hacia
arriba, hay una barandilla en la fachada y al fondo puedo
distinguir una piscina con paredes de cristal.
―Sigue avanzando ―me ordena el de los tatuajes,
clavándome la pistola en el costado.
Entramos en la casa y escucho como hablan en español.
El de los tatuajes, al que por primera vez escucho que
llaman Gambo, ordena que despejen la sala de juegos y
sigue empujándome. Echo un vistazo rápido a mi alrededor
y cuento al menos una docena de hombres armados. La
mayoría parecen simples soldados. Oscar y el tal Gambo
son los que dan las órdenes y ellos obedecen. Intento
buscar un punto débil, alguna brecha o descuido para poder
salir huyendo. Debo hacerlo antes de que decidan que ya no
les sirvo para nada y corra la misma suerte que mis dos
compañeros. Van a intentar matarme, eso lo tengo claro. Lo
que no sé es cómo intentaré evitarlo y si estoy dispuesta a
romper mi promesa para ello.
Zarco
Me muevo de un lado a otro de mi despacho mientras le
doy largas caladas al puro que tengo entre los dedos. Hace
ya más de una hora que los chicos trajeron a Beni. Sé que la
médica que secuestraron lo está tratando, pero nadie me
dice nada y yo no soy capaz de entrar en la sala de juegos
por mi cuenta. Eso sería un desastre. Mis hombres no
pueden enterarse de una de mis mayores debilidades, me
perderían el respeto.
―Tranquilo, Zarco. Si hubiese alguna novedad, Oscar ya
estaría aquí. Es un buen perro ―canturrea Luna desde el
sofá en forma de ele que hay en una esquina de la
habitación.
Me detengo y clavo la mirada en Lagos, mi mano
derecha y el hombre en el que más confío después de mí
mismo.
―Ve a ver qué ocurre con mi hermano ―ordeno.
Como es habitual en él, no rechista y hace lo que le digo.
Enseguida sale del despacho y cierra la puerta a su espalda.
―Hablando de perros fieles… ―La sonrisita de Luna no
me pasa desapercibida. Se levanta y camina hacia mí
contoneando las caderas. Se cuelga de mi cuello y empieza
a masajear mi nuca con los dedos―. Sé lo que necesitas
para relajarte un rato, amor ―susurra en tono provocativo.
Aparto sus manos y bufo con fuerza mientras retrocedo
un par de pasos.
―Han disparado a mi hermano. Lo que necesito ahora es
que se recupere, no echar un jodido polvo ―siseo entre
dientes.
Al darse cuenta que no va a sacar nada de mí, vuelve a
sentarse en el sofá con gesto de hastío y fingiendo estar
enfadada. Aún no sé por qué la soporto en mi casa. Está
buena y hace unas mamadas increíbles, pero aparte de
eso… «Es una de los nuestros», me recuerdo a mí mismo, y
vuelvo a bufar. Además, su habilidad para hackear cualquier
dispositivo electrónico suele ser de bastante ayuda. Aparte
de guapa, también es lista, aunque a veces no lo parezca.
Diez minutos después estoy incluso aún más nervioso. Le
dije a Beni que no se arriesgara, pero no me escucha. Está
empeñado en demostrar su valentía y lo único que va a
conseguir es que lo maten. La puerta se abre de golpe y
Lagos me mira sonriendo.
―Tranquilo, está bien. La médica dice que se recuperará.
Suelto todo el aire que no sabía que estaba conteniendo
y asiento.
―Ordena que lo limpien todo.
―Ya lo he hecho ―dice Lagos. No me sorprende, aparte
de Beni, él es el único que conoce mi debilidad.
Sin decir nada más, salgo del despacho a toda prisa y
cruzo toda la casa hasta llegar a la puerta de la sala de
juegos. Tiro de la manilla y abro mucho los ojos al darme
cuenta de lo que está pasando en el interior. Sobre la mesa
de billar está tumbado mi hermano, parece dormido, o
inconsciente, su abdomen está cubierto por vendas, sin
embargo, eso no es lo que llama mi atención. Hay una chica
apuntando a mis hombres con una pistola. Hay algo en su
postura y en la forma en la que sujeta el arma… ¿Policía o
tal vez militar? Da un paso atrás, dejando el talón
suspendido, y me decanto por la segunda opción.
―Dejadme ir y nadie saldrá herido ―dice con un tono
seguro y firme. No parece asustada al estar rodeada de
cinco hombres armados, y eso que aún no me ha visto a mí,
que permanezco a su espalda―. He salvado la vida de
vuestro amigo y quiero marcharme.
Uno de mis hombres da un paso al frente y enseguida me
doy cuenta de que ese no ha sido un movimiento
demasiado inteligente. La chica dispara a su mano. Se
escucha un grito y la pistola de mi hombre cae al suelo.
Enseguida se escuchan dos detonaciones más. Una bala va
a parar al hombro de otro de mis hombres y la última al
muslo de otro. Oscar y Gambo la miran perplejos, este
último hace el amago de moverse y no me queda más
remedio que intervenir para salvarle la vida.
―Baja esa pistola ―digo, y en menos de lo que tardo en
pestañear, la chica se gira y me apunta a la cabeza. «¡Santo
Cristo, es una belleza!». Clavo mi mirada en sus ojos color
miel. Tiene el pelo castaño sujeto en lo alto de la cabeza y
su rostro… Esas facciones deberían ser ilegales. Parece un
ángel de tez clara y cremosa, con los labios rosados y
apetecibles. Ladeo la cabeza y deslizo mis ojos por su
cuerpo que, a pesar de estar cubierto por un pantalón cargo
azul oscuro con franjas reflectantes y una sencilla camiseta
del mismo color, se intuye delgado y curvilíneo―. Lo he
pedido por las buenas. No me hagas quitártela a la fuerza
―susurro.
Capítulo 3
Zarco
―Te mataré antes de que puedas dar un solo paso ―dice
la chica sin ni siquiera pestañear.
Miro sobre su hombro. Gambo y Oscar la tienen
encañonada.
―Es posible, pero de todas formas no saldrás de aquí
viva.
Espero unos segundos y casi se me cae la mandíbula de
la sorpresa cuando la veo encogerse de hombros y esbozar
una pequeña sonrisa. ¿Por qué no está temblando de
miedo? Cualquiera en su situación se habría cagado en los
pantalones, sin embargo, esta mujer me mira de manera
desafiante, como si yo solo fuese una molestia de la que
puede librarse con un gesto de su mano.
―Puedo morir sola o sacar de las calles a un puto
delincuente. La decisión no es tan difícil ―contesta, y sé
que está dispuesta a apretar ese gatillo en cualquier
momento.
―Vale, tú ganas. ―Alzo ambas manos despacio y vuelvo
a mirar sobre su hombro―. Chicos, bajad las pistolas.
Vamos a tranquilizarnos y llegar a una solución que no
implique un derramamiento de sangre.
Oscar y Gambo dudan unos segundos, pero enseguida
hacen lo que les digo. Entonces regreso la mirada a la chica.
―No vas a engañarme. En cuanto deje de apuntarte,
alguno de tus hombres me meterá un tiro en la nuca.
―No lo harán, te doy mi palabra.
―La palabra de un delincuente no vale demasiado
―replica.
―La mía sí ―afirmo, y lo digo muy en serio. Nunca
rompo mis promesas―. Baja esa pistola y nadie te pondrá
un dedo encima.
Me observa de una forma tan intensa que me veo
obligado a respirar hondo para tranquilizarme. No hay ni
una pizca de temor en su mirada. A excepción de un
pequeño tic en su mandíbula, parece completamente
impasible. Pasan varios segundos y entonces empieza a
bajar las manos, afloja el agarre de la pistola y esta cae al
suelo con un ruido sordo.
―Hija de puta ―sisea Ramiro, el hombre que ha recibido
el disparo en la mano.
Veo como camina hacia ella con intención de golpearla, y
no tardo ni un segundo en sacar el arma que llevo en la
parte baja de la espalda y dispararle en la cabeza. He dado
mi palabra. Si no es capaz de cumplir mis órdenes, no lo
quiero entre los míos.
Una vez más, la chica ni siquiera se inmuta al escuchar la
detonación, aunque sí parece sorprendida.
―Nadie va a hacerte daño. ¿Cómo te llamas?
Respira hondo por la nariz y alza la barbilla de manera
desafiante. Me fijo en su cuello, largo y esbelto, y no puedo
evitar pensar en cómo se sentiría clavar mis dientes en él.
La imagen en mi cabeza provoca una reacción en cadena
por todo mi cuerpo que deriva en una jodida erección
inmediata.
―Bailey ―responde, una vez más en tono firme, sin
rastro de miedo en su voz.
Me acerco despacio, hasta que mi rostro queda a apenas
unos centímetros del suyo, y la observo con la cabeza
ladeada y una sonrisa traviesa.
―¿Quién eres, Bailey? ―pregunto en un susurro.
Su barbilla se eleva aún más y endereza la espalda. Me
está plantando cara la muy… Mi polla se tensa todavía más
en respuesta.
―Soy quien ha salvado la vida de tu amigo y ahora
espera regresar a su vida. No quiero problemas con
vosotros, mucho menos con la Policía. Me iré a casa y no
diré nada de lo que he visto aquí.
Expando mi sonrisa e inhalo con fuerza. Un aroma frutal,
como de cítricos, invade mi nariz y un escalofrío recorre mi
espalda. «Voy a follarme a esta mujer. Sea quien sea, la
quiero para mí».
―Supongo que debo agradecerte lo que has hecho por
mi hermano. ―Sus ojos se abren un poco más por la
sorpresa―. Lo siento, lo que me pides no es posible. Puedes
tomarte el hecho de que te perdone la vida como una
manera de devolverte el favor.
―¡Mierda, me estoy mareando! ―exclama Pablo, el que
ha recibido el balazo en el muslo.
La chica, Bailey, se gira frunciendo el ceño y masculla
una maldición en voz baja antes de salir corriendo hacia el
lugar donde mi hombre se está desplomando.
―¡He fallado el tiro, joder! ―farfulla, haciendo presión
sobre la herida con ambas manos.
Mi expresión de sorpresa debe ser muy similar a las de
Gambo y Oscar, que miran atónitos como la chica empieza
a gritar que alguien despeje la mesa de billar para poder
atender al herido.
No lo entiendo. ¿Por qué lo está ayudando si ella misma
le disparó? Mis dos hombres de confianza, a los que
considero mis hermanos, me piden respuestas con la
mirada.
―Dadle todo lo que necesite y después llevadla a una de
las habitaciones de invitados. ―Me dirijo a Oscar y lo señalo
con el dedo índice―. Está a tu cargo. No quiero que nadie
más se acerque a ella, ¿entendido? ―Asiente―. Y más te
vale controlarte. Sin accidentes.
―Sí, Zarco ―dice.
La chica gira su cabeza en mi dirección a la velocidad de
un látigo. Espero su reacción. Ahora ya sabe quién soy, e
incluso así no parece afectada. Vuelve a maldecir y
chasquea la lengua.
―¿Alguien puede ayudarme de una maldita vez? Si no
consigo detener la hemorragia, estará muerto en dos
minutos.
Sonrío. Es una mujer de lo más extraña. Tal vez debería
dejarla ir, sin embargo, necesito saber más sobre ella. Me
muero de curiosidad. Salgo de la habitación y me dirijo de
nuevo al despacho, a medio camino soy interceptado por
Lagos, que de alguna manera ya se ha enterado de lo
ocurrido. Supongo que lo ha visto por las cámaras de
seguridad que hay en la sala de juegos.
―¿Qué quieres hacer con ella? Parece policía.
―No, creo que es militar. Dice que se llama Bailey, pero
creo que ese es su apellido, o tal vez un apodo. Averigua
todo lo que puedas sobre ella para ayer.
―¿Por qué no la matas y acabamos con esto? Si tiene
formación militar puede ser un problema.
―He dado mi palabra ―explico, y me ajusto el cuello de
la camisa.
Lagos asiente. Sabe lo que eso significa.
―Me pongo a ello. Pediré que trasladen a Beni a su
habitación y que se encarguen del cuerpo de Ramiro.
―Ese imbécil llevaba tiempo saltándose mis órdenes, y
eso no es algo que pueda tolerar.
―Lo sé. Se lo estaba ganando.
―Habla con la familia. Que no lo pasen mal.
Asiente de nuevo y continúo mi camino. Al llegar al
despacho, me alegra comprobar que Luna ya no está.
Suspiro al sentarme tras mi mesa y miro la pantalla del
ordenador. Puedo ver la sala de juegos. Dos de mis hombres
están trasladando a Beni y, de inmediato, Bailey le dice algo
a Oscar. Gambo y él suben al herido a la mesa de billar y la
chica se pone a trabajar en su herida. Parece estar tan
relajada que asusta. ¿Quién en su sano juicio se atreve a
enfrentarse al líder de una banda criminal sin pizca de
temor? Está loca, o a lo mejor demasiado cuerda.
Inspiro hondo y deslizo la punta de mis dedos por encima
de mi abultada bragueta. Sea como sea ha conseguido
llamar mi atención. La deseo y pienso tenerla, le guste a
ella o no.
Capítulo 4
Bailey
Me muevo de un lado a otro de la habitación con
nerviosismo. Hace más de cuatro horas que me encerraron
aquí con llave y no he vuelto a ver a ninguno de los
hombres de Zarco; mucho menos a él. Quién lo diría… No
podía ser secuestrada por una banda criminal cualquiera,
no. Me ha tocado la más violenta. El clan Z lleva varios años
actuando en la ciudad y lo único que se sabe de ellos es que
dejan un reguero de sangre y muerte allá por donde pasan.
Bueno, ahora yo sé algo más. Dónde viven, el nombre de
varios de sus miembros, que por lo que pude deducir son los
más importantes, y lo más interesante: conozco el aspecto
de Zarco y tengo que admitir que nunca me lo habría
imaginado así.
Cuando pienso en el líder de una organización criminal,
me viene a la cabeza es un hombre de mediana edad, con
una barriga prominente y sombrero de pala para disimular
la incipiente calvicie, pero nunca, ni en mis más retorcidos
sueños, llegué a pensar que Zarco sería tan atractivo. No sé
si es por el pelo negro a juego con sus ojos o esos tatuajes
que asoman bajo su camisa hasta un lateral de su cuello.
También le cubren los antebrazos. O la barba corta tal vez.
Le da un aire descuidado y macarra con el aro en la oreja
izquierda y el collar grueso alrededor del cuello. No estoy
segura de si es algo específico o el conjunto, sin embargo,
lo que tengo claro es que con ese rostro y ese cuerpo es
capaz de poner a tono hasta a la más beata de las mujeres.
Me siento en el borde de la cama y bostezo. Veo a través
de los enormes ventanales que van del suelo al techo que
no tardará mucho en amanecer; me siento agotada. Al
menos he podido lavarme las manos en el baño que hay en
la habitación, y también me he quitado la camiseta
empapada de sangre. Solo tengo puesta la interior de
tirantes y el pantalón. Me suelto el pelo y masajeo mi
cabeza para destensarme un poco. Tengo que encontrar la
manera de salir de este sitio antes de que ese criminal
cambie de idea y decida meterme un balazo en la cabeza.
La puerta de la habitación se abre y veo como el hombre
en el que estaba pensando pasa al interior. Lleva puesta la
misma ropa y trae una carpeta entre las manos. Se detiene
en el centro del dormitorio, justo sobre la enorme alfombra
gruesa de lana en tonos claros, y clava su mirada en mí.
Ladea la cabeza y la sonrisa que esboza incita a cometer
todo tipo de pecados.
―Mía Bailey ―susurra tras abrir la carpeta. Me pongo de
pie, inspiro hondo y suelto el aire despacio.
Supongo que ha tardado tanto en venir porque estaba
reuniendo información sobre mí. Podría haberle dado un
nombre falso cuando me lo preguntó. Cualquier otra
persona lo habría hecho. Nuestra mayor debilidad, en estos
casos, siempre son nuestros seres queridos. Las personas
tienden a hacer lo que le ordenan por miedo a poner en
peligro las vidas de sus familiares. Bueno, yo estoy sola, así
que no hay nada con lo que puedan chantajearme.
―¿Tanto tiempo y solo has averiguado mi nombre de
pila? Me siento decepcionada ―digo, y cruzo los brazos
sobre mi pecho.
No me pasa desapercibida la mirada de Zarco, que va a
parar directa a mi escote. Solo dura unos segundos y
después regresa a mi rostro.
―Sé algunas cosas más. ―Sigue caminando, hasta que
solo hay un escaso metro entre nuestros cuerpos, y se
detiene para seguir leyendo―. Sargento Mía Bailey, treinta
y dos años. Serviste como médico de combate en el Ejército.
Te desplegaron dos veces en Afganistán. En total fueron seis
años y tres días en el frente. Lo dejaste hace un par de
años, justo después de que el mismísimo presidente te
condecorara con la medalla al honor por salvar la vida de
siete de tus compañeros. ―Me mira de nuevo y vuelve a
sonreír de medio lado―. Tú solita abatiste a más de veinte
enemigos armados y pusiste a salvo a los miembros de tu
unidad.
―Solo a los que aún seguían vivos ―añado, solo para
molestar, y alzo la barbilla de manera desafiante.
Zarco estrecha su mirada sobre mí, entrecerrando los
ojos.
―¿Estás pensando en la manera de matarme, Mía?
―inquiere. Mi nombre lo dice arrastrando las letras.
Bajo los brazos y me encojo de hombros.
―Bailey ―lo corrijo.
Me ignora y da un paso más en mi dirección. Mi instinto
me dice que retroceda para alejarme, pero decido
quedarme quieta y plantarle cara. Si quiere matarme, va a
hacerlo de todos modos.
―Creo que lo de tu padre el general podemos dejarlo
para otro momento, ¿verdad? ―Cierra la carpeta y la coloca
bajo su brazo.
Por primera vez me fijo en su muñeca izquierda. Lleva
una especie de rosario a modo de pulsera. Enseguida alzo la
vista y compruebo que está sonriendo de nuevo.
―¿Qué va a pasar conmigo? ―inquiero.
―Esa misma pregunta me he estado haciendo durante
las últimas horas, Mía. ―Aprieto los dientes, solo que esta
vez no lo corrijo. Está claro que va a seguir llamándome
como le apetezca. Zarco es uno de esos hombres que no
aceptan un «no» por respuesta, lo supe nada más verlo―.
Te he dado mi palabra, así que no puedo matarte. Sin
embargo, dejarte marchar tampoco es una opción. Dime,
¿qué crees que debería hacer contigo?
―No lo sé, pero yo que tú tomaría una decisión cuanto
antes. Estoy perdiendo la paciencia aquí encerrada.
Recibo una nueva sonrisa por su parte y ni siquiera me
inmuto cuando da un nuevo paso hacia mí. Su nariz está tan
cerca de la mía que con solo un pequeño movimiento
podrían tocarse. Zarco ladea su cabeza y fija su mirada en
mis labios antes de inhalar con fuerza por la nariz.
―Tu aroma es delicioso, Mía. Demasiado para tu propio
bien.
Me obligo a pasar saliva por la garganta sin perder la
compostura. No sé qué tiene este hombre que consigue
ponerme nerviosa, aunque no puedo demostrarlo, eso sería
mi fin.
―Y eso que llevo sin ducharme desde ayer ―murmuro
tras chasquear la lengua con desdén.
Zarco ríe bajito y retrocede un par de pasos sin dejar de
mirarme.
―Mis hombres están bastante cabreados por el numerito
con la pistola que montaste en la sala de juegos, por lo
tanto, te aconsejo que no salgas de esta habitación por el
momento. Gambo y Oscar son los únicos que tendrán
acceso a ella. Alguno te traerá comida y ropa limpia
enseguida. ―Se estira el cuello de la camisa blanca―.
Puedes ducharte y descansar unas cuantas horas. A media
mañana vendrán a buscarte para que revises a mi hermano
y a los otros heridos.
―¿Soy una prisionera? ―siseo entre dientes.
Zarco pasea la mirada por el dormitorio y se encoge de
hombros.
―He visto celdas más incómodas que esta, pero si es así
como quieres verlo, no me opondré a ello. ―Da media
vuelta y se dirige a la salida―. Dulces sueños, Mía ―susurra
antes de abandonar la habitación.
Respiro hondo al escuchar el sonido de la llave girando
en el interior de la cerradura, y tras sentarme de nuevo en
el borde del colchón, cierro los ojos y me cubro el rostro con
las manos. Estoy muy jodida. No espero que nadie me
encuentre aquí. La ambulancia tiene un sistema de GPS,
pero no soy tan ingenua como para pensar que no se han
deshecho ya de ella. Si quiero salir de aquí con vida, lo más
probable es que tenga que faltar a mi promesa. «No
volverás a matar», resuena en mi cabeza. Lo intento, de
verdad que sí, pero ese atractivo e insufrible mafioso no
ayuda demasiado.
Capítulo 5
Zarco
Miro de reojo la pantalla del ordenador mientras doy
pequeñas caladas a mi puro y finjo escuchar lo que está
diciendo Lagos. La imagen de Bailey saliendo del baño con
solo una toalla cubriendo su cuerpo acapara toda mi
atención. No ha salido de su habitación en dos días más que
para revisar el estado de los heridos, pero yo no la he
perdido de vista en ningún momento como el puto
psicópata acosador y salido que soy. En las únicas estancias
en las que no hay cámaras son en nuestros dormitorios, el
resto de la casa está vigilada al milímetro y, por suerte, ella
aún no la ha detectado. Estoy seguro de que la hubiese
hecho añicos de ser así.
Me quedo con el puro a medio camino de mi boca al ver
por la pantalla cómo afloja el agarre de la toalla sobre sus
pechos. Mierda, quiero entrar en esa habitación y tirármela
ya mismo. Me está poniendo enfermo.
―¡Zarco! ―Sacudo la cabeza y me obligo a dirigir la
mirada a mi segundo al mando. Lagos no es el único que
está conmigo en el despacho. Gambo y Oscar permanecen
de pie a su lado, y Luna, como siempre, se ha acomodado
en el sofá―. ¿Has escuchado algo de lo que he dicho?
Carraspeo y asiento antes de apagar la pantalla y darle
una nueva calada al puro.
―La mercancía que le hemos robado a Urriaga está a
buen recaudo y lista para ser distribuida. No creo que haya
algo más importante que eso, ¿me equivoco?
―Están furiosos ―dice, empujando sus gafas hacia arriba
por la nariz con el dedo índice―. Alex ha estado intentando
cazar a algunos de nuestros hombres, también tenemos a la
Policía detrás. La muerte de esos agentes no ayuda a pasar
desapercibidos.
Mi mirada va a parar a Gambo y Oscar. Ellos son los
responsables de ese desastre.
―Eran ellos o nosotros, Zarco ―se excusa Oscar―. No
iban a permitir que nos lleváramos a Beni y la médica por
las buenas.
Gambo asiente para confirmar lo que ha dicho su
compañero y da un paso al frente. Si Oscar hubiese actuado
solo, me costaría creer que no mató a esos agentes en un
arrebato de los suyos o por puro gusto.
―Hablando de la médica… ¿Bailey? ―Asiento. No quiero
que la llamen por su nombre de pila. «Mía, que apropiado».
Me río por dentro y sigo escuchando a Gambo―. ¿Qué
vamos a hacer con ella cuando Beni esté recuperado? Ya sé
que diste tu palabra y no podemos matarla, pero si nos das
permiso para divertirnos un rato… ―Por la forma en la que
sonríe y mueve las caderas de manera obscena, sé
enseguida a qué se refiere―. Esa hembra está para
comérsela. ¿Vas a compartirla con tu gente?
Me pongo en pie despacio y aparentemente en calma,
aunque por dentro estoy hirviendo de rabia. Si Gambo, o
alguien en esta sala, cree que puede ponerle un dedo
encima, va a tener que vérselas conmigo. Lagos da un paso
al frente al notar mi cambio de actitud y empieza a decir
algo, pero le ordeno callar con un gesto de mi mano.
―¿Estás proponiendo que hagamos una especie de lista
o cola para violarla? ―inquiero sin apartar mi mirada de la
suya.
―Violar es una palabra muy fuerte, hermano. Le damos
algo para que se tranquilice y después…
―Gambo, deberías cerrar la puta bocaza ―sisea Oscar,
clavando su codo en el estómago de su amigo.
Rodeo la mesa bajo la atenta mirada de todos y me dirijo
a Gambo.
―Esto va a ser divertido ―canturrea Luna desde su lugar
en el sofá.
Me detengo frente a él y agarro su nuca para tirar de su
cabeza en mi dirección.
―No somos animales ―siseo contra su rostro―. Si
sientes la necesidad de abusar de una mujer, puedes
hacerlo, pero fuera de mi casa, y no te molestes en
regresar.
Lo suelto con un empujón y enseguida cambia su actitud.
―Zarco, hermano, yo no…
―Lárgate de mi vista ―ordeno, girándome para no tener
que seguir mirándolo.
―Zarco…
―Nos vamos ―dice Oscar, y escucho como lo arrastra
fuera del despacho y la puerta se cierra de nuevo.
Durante unos segundos nadie dice nada. Regreso a mi
asiento e intento tranquilizarme. No apruebo la violación y
el abuso de mujeres. Si lo hiciese, me convertiría en todo
aquello que odio. Se supone que somos distintos a los
hombres de Urriaga. No tengo ningún problema con traficar
con drogas, armas, incluso personas, eso es lo que hacemos
al cruzar la frontera desde México con inmigrantes ilegales,
pero la trata de mujeres… No, eso no es para mí, y si alguno
de mis hombres está dispuesto a ello es que no debería
estar aquí.
―Él no lo entiende ―dice Lagos, y se sienta al otro lado
de mi mesa―. Zarco, mírame. ―Lo hago a regañadientes―.
No ha vivido lo mismo que nosotros. Por eso habla de ese
modo.
―No es excusa ―bufo, y enciendo la pantalla de nuevo.
Bailey ya está vestida. Se ha tirado boca arriba sobre la
cama. Parece aburrida.
―Aunque en lo que respecta a Bailey, todos nos
hacemos la misma pregunta. Beni está mucho mejor y los
otros tres ya se han recuperado casi por completo. ¿Qué va
a pasar con ella? No podemos tenerla encerrada en esa
habitación para siempre.
Me froto el mentón y muevo el cuello de un lado a otro
para desentumecerlo.
―Esta noche cenará con nosotros.
―¿Cómo dices?
―Ya me has escuchado. La quiero en el comedor. Veamos
cómo se comporta.
―Es broma, ¿no? ―Luna se levanta a toda prisa y viene
hacia nosotros, frunciendo el ceño―. ¿Qué te pasa con esa
mujer, Zarco? ¿Ahora vas a convertirla en una de los
nuestros o es que intentas impresionarla para poder
meterte entre sus piernas?
Suspiro y, de manera muy conveniente, Lagos decide
abandonar el despacho y dejarnos a solas. Luna no se está
tomando demasiado bien que no haya querido acostarme
con ella desde que apareció Bailey. Podría culpar a su mente
inestable, pero en realidad solo es Luna comportándose
como ella misma. Mi mente está demasiado ocupada con su
nuevo juguete como para prestar atención a uno antiguo.
―¿Hay algún motivo por el que yo deba darte
explicaciones en relación a las decisiones que tomo?
Porque, si es así, me encantaría escucharlo.
―¡Vamos, Zarco! Vale, la chica está buena, pero… ―Alzo
una mano para hacerla callar.
―No es asunto tuyo. Preocúpate de hacer bien tu trabajo
y déjame a mí lo demás, ¿quieres?
―Ahora me estás ofendiendo ―sisea, cruzándose de
brazos―. ¿Cuándo no lo he hecho bien?
―¿Estás segura de que todas las imágenes de la
ambulancia que trajeron a la propiedad han sido borradas?
La Policía podría seguir su rastro hasta nosotros.
―Todas y cada una de las grabaciones. ¿Algo más?
―Sí, quiero que estés atenta por si hay que intervenir
algún otro cargamento de Urriaga.
―¿Piensas seguir robando su mercancía? No estarán
contentos.
Me encojo de hombros y sonrío. Eso es justo lo que
pretendo. Quiero que vengan a por mí y cometan errores,
solo de esa manera lograré llegar hasta Leonardo Urriaga y
meterle un tiro en la frente. Después me quedaré con sus
hombres, al menos con los que decidan venirse conmigo, y
usaré su infraestructura para ampliar el negocio.
Capítulo 6
Bailey
Estoy cubriendo la herida de Beni con una gasa limpia
cuando escucho de nuevo los disparos, y me detengo un
segundo antes de continuar.
―Tranquila, solo están practicando.
―Lo estoy ―digo, y empiezo a pasar la venda alrededor
de su abdomen.
En estos últimos dos días no he dejado de escuchar
disparos, y yo misma he deducido que hay alguna zona
cercana donde hacen prácticas de tiro. Solo espero que las
dianas no sean seres vivos. Las detonaciones no me
molestan. He vivido con ese sonido toda mi vida, es como
música para mis oídos. Resulta reconfortante.
―Entonces, ¿ya puedo levantarme? Me encuentro mucho
mejor.
Lo ayudo a recostarse y le administro el antibiótico y
analgésicos antes de deshacerme de los guantes de látex.
―Hace solo dos días que recibiste un disparo, chico.
Tómalo con calma al menos durante una semana más.
―¿Puedes dejar de llamarme chico o muchacho? No soy
ningún crío. ―Contengo una sonrisa al ver sus labios
arrugados. Se enfurruña como un niño pequeño, pero
intenta demostrar que es todo un hombre, valiente y sin
miedo. Muy típico de los jóvenes, y más en estos ambientes.
Acude a mi mente la imagen de un chiquillo incluso más
joven que él apuntándome con una pistola, y sacudo la
cabeza para centrarme en el ahora y dejar atrás el pasado.
―Muy bien, Beni, pero sigues sin poder moverte de la
cama por el momento.
Empiezo a recoger el material usado mientras él me
observa en silencio. De pronto, carraspea y arqueo una ceja
en su dirección.
―No te he dado las gracias por salvarme.
―Tu hermano ya se ha encargado de eso ―musito en
tono sarcástico.
―¿Zarco? Espero que te esté tratando bien. No es tan
malo como parece. Solo intenta cuidar de los suyos.
―Ya, claro. Solo es alguien lo bastante ególatra y
prepotente como para obligar a «los suyos» a tatuarse una
zeta en el cuerpo. ―Señalo su pecho desnudo y pongo los
ojos en blanco. He notado que Oscar también la tiene en la
parte interna de la muñeca, aunque mucho más pequeña, y
Gambo en el cuello.
―¿Crees que nos obliga a llevarla? ―Sonríe y niega con
la cabeza―. Es nuestra decisión. Un símbolo de respeto y
lealtad hacia nuestro líder. No tiene nada que ver con
egocentrismo, Bailey.
Me encojo de hombros. En realidad, me importa una
mierda. Lo único que quiero es salir de este maldito lugar
antes de perder la cabeza. He encontrado un posible punto
de huida. Desde mi habitación puedo acceder al balcón que
vi desde el exterior la noche que me trajeron. Ayer salí y me
di cuenta de que, si me impulso lo suficiente, es posible que
consiga caer en el piso de abajo, justo donde está la piscina.
También existe la posibilidad real de que me quede corta y
acabe con los sesos esparcidos por el suelo de hormigón, o
peor aún, no calcular bien y que el borde de cristal de la
piscina me parta por la mitad. Supongo que es un riesgo
que tendré que correr, ya que una vez allí, solo tengo que
saltar un par de metros para poder llegar al suelo.
Me despido de Beni, y cuando estoy a punto de salir del
dormitorio, la puerta se abre y veo a un hombre que no
reconozco. Frunzo el ceño por su aspecto. Pelo rubio, barba
corta, gafas de pasta y va vestido con un polo beige
abotonado hasta el cuello y unos pantalones chinos caqui.
Parece un profesor de primaria. Lo único que lo delata como
otro de los hombres de Zarco son las marcas de tinta que
recorren sus brazos hasta las muñecas.
―Me han pedido que venga a por ti ―informa, y esboza
una sonrisa tímida. Saluda a Beni con un golpe de cabeza y
vuelve su atención hacia mí―. ¿Cómo se está recuperando?
―Bien. La herida no está infectada y sigue su proceso de
curación. En una semana podrá empezar a hacer vida
normal, aunque debe evitar los esfuerzos excesivos.
―Eso es genial. ―Me acompaña hasta el pasillo y, tras
cerrar la puerta, estira su brazo en mi dirección―. No nos
han presentado. Soy Lagos.
―Menudos nombres… ―murmuro para mí, rodando los
ojos.
Al darse cuenta de que no voy a estrechar su mano, la
baja y se encoge de hombros.
―La mayoría son apodos o apellidos. Mi nombre es
Arturo Lagos, pero todos me llaman Lagos. Gambo es Felipe
Gamboa y Oscar… Bueno, él es solo Oscar.
―¿Y Zarco? ―inquiero, esbozando una sonrisa
descarada.
Lagos me observa durante unos segundos y niega con la
cabeza.
―Si quieres saber algo sobre nuestro jefe, vas a tener
que preguntárselo a él. Aprovecha la cena de esta noche
para ello. Estás invitada a compartir mesa con nosotros.
Frunzo el ceño y cabeceo de un lado a otro.
―Creo que paso. Prefiero quedarme en mi celda.
―No es una sugerencia, Bailey. Zarco quiere que nos
acompañes. He pedido que te dejen ropa en tu dormitorio.
Debes estar lista en una hora.
―¿Y si me niego?
Resopla y se quita las gafas, las limpia y vuelve a
ponérselas. Me fijo en sus ojos, son de un color azul intenso.
¿Es que no hay ningún hombre feo, calvo y barrigón en esta
organización? Me pregunto si los reclutarán en agencias de
modelos.
―Voy a darte un consejo que no has pedido. No lleves a
Zarco al límite de su paciencia, tiende a perder los estribos
con facilidad y no vas a querer ser la diana de su frustración
cuando eso pase.
―Gracias, pero creo que podré arreglármelas sola. ¿Qué
va a hacer, matarme? Créeme, muchos lo han intentado
antes y no les salió bien.
Vuelve a observarme en silencio durante un rato y
suspira.
―Vamos, te acompaño a tu habitación.
Zarco
No puedo dejar de mirarla de reojo. Está preciosa con el
vestido que ordené que le compraran. Es negro, de tirantes
y con una abertura que llega desde el suelo hasta más de la
mitad de su muslo. El pequeño vistazo que pude echar a su
pierna antes de que se sentara me dejó con un dolor de
huevos que aún conservo.
El ambiente durante la cena está bastante enrarecido.
Las bromas e insultos entre compañeros no aparecen por
ningún lado. Todos permanecen cautos y comen en silencio.
Se sienten incómodos por la presencia de Bailey. A este
comedor, en mi ala privada de la casa, solo pueden acceder
mis hombres de confianza, a los que considero mi familia:
Lagos, Oscar, Gambo, Luna y, por supuesto, Beni, que aún
sigue convaleciente tras el disparo. La única mujer del
grupo es la que más animada parece estar. Luna no deja de
toquetearme el brazo y hablarme al oído. Sé que pretende
marcar territorio frente a Bailey, pero su plan no tiene pinta
de estar dando resultados, ya que mi nueva obsesión
apenas alza la cabeza de su plato. Tiene apetito, eso es
buena señal, sin embargo, se mantiene totalmente apática,
como un robot. Come, bebe un par de sorbos de agua cada
poco tiempo y sigue comiendo. Me pregunto si será siempre
así o, al igual que los demás, también se siente incómoda
con la situación.
Estira la espalda y fija la mirada en un punto de la pared
justo frente a ella.
―¿Puedo retirarme? ―pregunta.
Centro mi atención en su rostro. No transmite ninguna
emoción, nada.
―¿No vas a querer postre?
Sus ojos color miel se clavan en los míos y aprieta los
labios.
―Estoy bien así ―sisea.
Le mantengo la mirada. Me está desafiando, retándome,
y Dios sabe que jamás me amilano ante un reto. Va a ser
mía, tiene que serlo.
―Está bien. Como quie… ―Antes de que pueda terminar
la frase, ya se ha levantado y está caminando por el pasillo
que da a las habitaciones.
Gambo hace el amago de levantarse para ir tras ella y
vigilarla, pero se lo impido. Estamos en una tercera planta.
No hay forma de que salga de aquí sin ser vista. Tal vez no
esté de más darle un poco de confianza y ver qué pasa.
Capítulo 7
Bailey
Tras regresar a mi dormitorio, cambio el dichoso vestido
que usé en la cena por ropa mucho más cómoda, un
pantalón de algodón ajustado y una camiseta de tirantes, y
espero sentada al borde de la cama. Repaso en mi mente
todo lo que ha sucedido esta noche. Sigo sin saber muy bien
por qué Zarco exigió mi presencia en la mesa. Tal vez solo
intentaba humillarme al obligarme a ponerme ese vestido.
Una muestra de poder sobre mí. No obstante, supe controlar
mis impulsos y permanecí en silencio y sin alzar la mirada
del plato todo el tiempo. Incluso en los momentos en los
que, la que supongo que es su amante, la tal Luna intentó
provocarme, no le di el gusto de reaccionar.
Agudizo el oído. Hace ya un buen rato que no escucho las
voces que provenían del comedor. Parece como si hubiesen
esperado a que yo me retirara para empezar a hablar y reír
todos a la vez. ¿De mí? Es posible, pero tampoco es que me
importe. Si todo sale como lo he planeado, estoy a punto de
largarme de este lugar. Me atrevo a caminar hacia el
ventanal y salgo al balcón. No sé exactamente qué hora es,
sin embargo, deduzco que ya habremos entrado en la
madrugada. No veo nada ni a nadie con la escasa luz de las
pequeñas farolas que hay repartidas por el jardín. Me
muevo hacia el fondo del balcón y me subo a la barandilla.
Es una caída bastante importante, sin embargo, si logro
llegar a la piscina habrá valido la pena. Inspiro hondo por la
nariz, cierro los ojos unos segundos y cuando vuelvo a
abrirlos me lanzo al vacío.
Por un instante, mientras caigo, creo que no voy a
conseguirlo. No es así. Mi cuerpo se sumerge en el agua
templada y respiro aliviada al sacar la cabeza. Nado a toda
prisa hasta el borde y me impulso en la escalerilla mirando
a un lado y a otro para intentar ubicarme. Sonrío de oreja a
oreja. Ahora solo necesito llegar al borde y dar un pequeño
salto hasta el…
―¿Piensas ir a algún lado? ―Me giro deprisa y mi sonrisa
muere al ver a Zarco a mi espalda. Solo lleva puesto un
pantalón oscuro de tela y está descalzo. Su pelo cae
despeinado sobre su frente y su expresión es de diversión―.
Bonito salto, deberías presentarte a las olimpiadas. ―Inspiro
hondo y dirijo la mirada hacia el lugar que podría llevarme a
la libertad. Solo son unos metros. Si echo a correr, tal vez
logre sorprenderlo y escapar―. No me obligues a sacar el
arma, Mía ―me advierte.
Supongo que ha adivinado mi intención. He perdido el
factor sorpresa, y con él mi única posibilidad de huir. Lo miro
de arriba abajo. Parece tan relajado el hijo de puta…
―Puedo regresar sola a mi celda ―mascullo, pasando a
su lado con la espalda recta y la barbilla elevada.
Me parece escuchar una risa, pero no me giro para
comprobarlo y noto su presencia detrás de mí a cada paso
que doy. Al entrar a lo que parece ser una enorme sala de
estar, varios hombres me miran sorprendidos.
―Tranquilos, chicos, nuestra invitada ha decidido darse
un chapuzón nocturno. Yo me encargo de escoltarla de
vuelta a su dormitorio ―informa Zarco. No me molesto en
detenerme. Busco un lugar por donde marcharme, y cuando
estoy a punto de dirigirme a él, siento su mano en la parte
baja de mi espalda. Me tenso, y una sensación extraña me
recorre de pies a cabeza―. No es por ahí ―susurra muy
cerca de mi oído.
Me sacudo su mano de encima y dejo que me indique la
salida. Subimos unas escaleras y, tras atravesar una puerta
cerrada, llegamos a una cocina grande, junto a ella hay un
salón pequeño y más allá el comedor en el que he estado
esta noche. Lo reconozco de inmediato. Creo que esta zona
de la casa es la que ocupan Zarco y su círculo íntimo. Me
encamino hacia el pasillo que me lleva a mi dormitorio sin
que tenga que decírmelo, y al llegar me giro para cerrar la
puerta, pero él entra antes de que pueda hacerlo.
―Ya estoy encerrada de nuevo. ¿Quieres algo o solo
pretendes burlarte de mi tentativa de huida frustrada?
―siseo entre dientes.
Zarco no contesta. Solo me observa con fijeza en silencio
y suspira.
―Tal vez, si no estuvieses tan obsesionada con escapar,
te habrías dado cuenta de que no estás encerrada. Esa
puerta lleva abierta desde el mismo día en que llegaste.
―¿Pretendes convencerme de que nadie va a impedir
que me marche si así lo deseo? ―Arqueo una ceja en su
dirección y él se acerca más a mí.
―Yo no he dicho eso ―contesta.
Intento no fijarme en sus brazos, en la forma en la que
sus músculos cubiertos de tinta se flexionan sobre su pecho
esculpido. Es impresionantemente atractivo. «Y un jodido
mafioso, Bailey. No te olvides de eso». Clavo mi mirada en
la suya.
―No llevo demasiado bien lo de quedarme quieta
esperando a que ocurra algo que no sé ni qué es. ¿Puedo
saber qué quieres de mí?
Se acerca aún más y me obligo a apartar el rostro hacia
un lado cuando su boca se pega a mi mejilla. Siento su
aliento golpeando mi cuello y como inspira hondo.
―Lo que quiero es follarte como nunca nadie lo ha
hecho, Mía. Quiero enterrarme tan dentro de ti que sea
imposible saber dónde termina mi cuerpo y empieza el tuyo,
eso es lo que quiero.
Trago saliva con fuerza y un cosquilleo se instala en mi
bajo vientre. Ese tono de voz, tan ronco y animal, no
debería ser legal. Tomo aire despacio por la nariz y me
quedo inmóvil. Zarco coloca sus manos en mi cintura y
busca mi mirada. Pasan solo unos segundos en los que no
soy capaz de huir de ella y entonces su rostro vuelve a
acercarse al mío. Debería apartarme, pero no lo hago, y no
solo porque quiera demostrar valentía, también porque, de
alguna manera, mis músculos no responden ante los
estímulos de mi cerebro. Me he quedado paralizada. Siento
su aliento contra mi boca y después su lengua deslizándose
entre mis labios, los lame despacio, saboreándolos antes de
aprisionar el inferior con sus dientes y tirar de él. Es solo un
pequeño pellizco, sin embargo, lo siento en cada parte de
mi cuerpo.
«¡Maldita sea, reacciona! No puedes permitir que este
hijo de perra piense que tiene algún control sobre ti. Haz
algo. ¡Ahora mismo!».
Retrocedo un paso y me obligo a mantenerle la mirada.
―¿Vas a obligarme? ―inquiero sin rastro de emoción en
la voz.
Zarco chasquea la lengua, esboza una sonrisa
pecaminosa y niega con la cabeza.
―No te equivoques, Mía. Serás tú la que me suplique que
te folle.
―¿No crees que pensar eso es demasiado presuntuoso
por tu parte?
―Sí, es posible. ―Se encoge de hombros y retrocede un
par de pasos.
Ladeo la cabeza para observarlo. No entiendo a qué está
jugando.
―¿Estás loco? ―pregunto sin tapujos.
Me sorprende al soltar una carcajada profunda y asentir.
―Es probable. ¿Y tú?
―Por supuesto.
―Bien, ya tenemos algo en común. ―Me señala con el
dedo índice―. Deberías cambiarte de ropa. Estás
empapada.
Antes de que pueda replicar, da media vuelta y se
marcha de la habitación, dejándome confusa y también un
poco excitada. No sé qué demonios tiene pensado hacer
conmigo. Tal vez todo esto sea parte de su juego. Quiere
volverme aún más loca de lo que estoy para poder
controlarme. Pretende romper mi mente, y si es así… Su
plan es una mierda porque no hay nada que quebrar, ya no.
Capítulo 8
Bailey
Han pasado tres días desde mi intento fallido de fuga, y en
ese tiempo he tenido la oportunidad de pensar con
detenimiento en lo que me ocurrió después, cuando Zarco…
Bueno, da igual. Estoy segura de que solo intenta
desestabilizarme, o tal vez sea un perturbado que disfruta
sodomizando a las pobres chicas que secuestra; si eso es
verdad, lo lleva jodido porque no soy ninguna pobre chica y
antes de que intente algo le habré abierto la cabeza como
un puto melón. No obstante, lo que más me inquieta no es
su actitud de esa noche, sino la mía. Me excitó su cercanía,
e incluso la añoré cuando se fue y me metí en la cama.
Hace mucho que no estoy en mis cabales, eso es algo que
tengo claro, pero lo de sentir atracción por un hombre como
Zarco es para ponerme una camisa de fuerza.
Decido salir de mi dormitorio sin que nadie me lo pida.
Estas últimas noches me he visto obligada a cenar con
todos ellos. Por supuesto, me he mantenido en silencio
hasta terminar y después me he retirado a mi habitación.
Empiezo a no soportar a la pequeña cotorra con tetas
postizas que Zarco lleva siempre colgada al cuello. Su voz
me irrita y no deja de buscar motivos y excusas para
meterse conmigo. Sé que es cuestión de tiempo que
termine dándole un puñetazo en esa boca de zorra engreída
que tiene, y es probable que termine buscándome
problemas, por eso intento evitarla. Hasta hoy no he
querido andar por la casa a mis anchas, a pesar de que la
puerta sigue sin estar cerrada con llave.
Nada más poner un pie en el pasillo me encuentro con
Gambo, el de los tatuajes en el cuello y el aro en la nariz. He
notado un cambio en su actitud hacia mí desde el primer día
que nos vimos. Ahora es más amable y atento, como si
intentara caerme bien.
―Hola, Bailey. ¿Necesitas algo? ―pregunta.
―No, solo quiero desayunar. Se supone que no soy una
prisionera, ¿no? Eso es lo que dice tu jefe, así que puedo
moverme por la casa.
―Eh… ―Se rasca la nuca con una mano―. Sí, supongo.
Aunque solo en el ala privada de Zarco. Fuera están el resto
de los chicos y, bueno… No les caes demasiado bien desde
que disparaste a tres de los suyos.
―Lo tendré en cuenta ―mascullo, y sigo avanzando
hasta donde sé que está la cocina.
Después de desayunar iré a comprobar el estado de Beni
y realizarle las curas. Se está recuperando muy rápido y
tiene ganas de levantarse de la cama, así que es probable
que hoy le permita dar un paseo corto. Me detengo en seco
al ver a Zarco en la estancia. Parece estar cocinando. Hay
varias frutas sobre la isla y una pequeña tabla de madera.
Se gira, y al verme esboza una sonrisa ladeada y me
muestra el cuchillo que tiene en la mano.
―Buenos días… ―Mira por encima de mi hombro―.
Bailey.
Escucho unos pasos a mi espalda y me giro para
comprobar que es Gambo el que me ha seguido.
―Estaré en el campo de entrenamiento si necesitas algo
―le dice a Zarco, y este asiente.
Vuelve a centrarse en mí y empieza a cortar un par de
fresas en pequeños trozos y colocarlos en un bol.
―¿Tienes hambre? He preparado café y hay fruta fresca.
Si quieres, puedo poner algo de pan el tostador.
―Solo café está bien ―murmuro y, sin que nadie me dé
permiso, me siento en uno de los taburetes altos al otro lado
de la isla
Zarco sonríe de nuevo, y tras girarse para servir café en
una taza, me la tiende.
―Si quieres leche y azúcar…
―Así está bien ―digo, y le doy un trago largo.
―Vale… ―Sigue cortando la fruta de manera muy
eficiente y me lanza pequeñas miradas de reojo de vez en
cuando. Aprovecho para observarlo con detenimiento. Se ha
peinado el cabello negro hacia atrás, lleva una camisa negra
abierta con los tres primeros botones desabrochados y el
mismo rosario que normalmente lleva en la muñeca, ahora
cuelga de su cuello. Parece antiguo, o al menos viejo―.
¿Has decidido salir de tu dormitorio por algún motivo en
particular? ―me pregunta.
Alzo la vista de su pecho y dejo la taza sobre la
encimera.
―¿No tengo permitido hacerlo?
Sonríe de nuevo y niega con la cabeza.
―Tienes la mala costumbre de poner en mi boca
palabras que no he dicho. Solo siento curiosidad. Después
de tu triple salto mortal con tirabuzón no habías vuelto a
salir por tu propia voluntad.
―Es complicado tener voluntad propia cuando te
secuestran, ¿sabes? ―Clavo mi mirada en la suya y esbozo
media sonrisa―. Estoy pensando en probar de nuevo lo del
salto, pero esta vez directamente hacia abajo. ¿Qué me
recomiendas?
―Un paracaídas ―contesta con gesto serio. Se queda
callado unos segundos y suspira―. Espero que estés
bromeando. No hagas ninguna locura, Mía.
―¿Crees que también puedes decidir si puedo o no
quitarme mi propia vida?
―No, pero lo que puedo hacer es encerrarte en un lugar
sin ventanas, así que deja de… ¡Mierda! ―El mango del
cuchillo hace un ruido sordo al golpear contra la encimera y
veo una gota de sangre sobre la tabla de madera. Zarco se
gira y busca a tientas un trapo―. Joder, no, no.
Lo observo, entrecerrando los ojos. Su rostro ha perdido
todo el color. Respira de manera irregular e incluso se
tambalea un poco. «No puede ser». Vi cómo mataba a su
propio hombre frente a mí sin pestañear. No obstante, ahora
que lo pienso, no entró en la sala de juegos hasta que la
herida de su hermano ya estaba cubierta y lo habían
limpiado todo.
―¿Te mareas con la sangre? ―inquiero, conteniendo la
sonrisa.
―No, yo no… ―Traga saliva con fuerza y parece estar a
punto de desmayarse.
Por puro instinto, me bajo del taburete de un salto y
rodeo la isla. Llego a su lado justo a tiempo para sujetarlo.
Abre los ojos, mira hacia el corte de su dedo, que no mide
más que tres o cuatro centímetros, y se tambalea de nuevo.
―Vale, no te desmayes. ―Le cojo la mano y envuelvo el
trapo alrededor de su dedo. Lo empujo despacio y me
coloco frente a él―. Mírame, Zarco. ―Consigue fijar su vista
en mí―. Eso es, respira despacio por la nariz y suelta el aire
por la boca. ―Pongo mi mano en la parte alta de su
abdomen y presiono un poco―. Desde aquí, llena el
diafragma.
―Estoy bien ―masculla, aunque no parece que lo esté
en absoluto.
―¿Crees que puedes llegar al sofá? Si te caes aquí, no
podré levantarte.
Asiente y dejo que rodee mis hombros con su brazo y se
apoye en mí. Lo sujeto por la cintura con un brazo y
caminamos despacio hacia el pequeño salón. Tras dejarlo
sentado, salgo corriendo y cojo un par de apósitos y
desinfectante de los pocos suministros que quedan de la
ambulancia y regreso junto a él. Lo encuentro con la cabeza
apoyada en el respaldo hacia atrás y sin aliento.
―Estoy bien ―repite cuando me siento a su lado y
agarro su mano.
Lo ignoro, desinfecto la minúscula herida y ejerzo un
poco de presión para que deje de sangrar, después la
envuelvo con el apósito y toco su rostro. Está helado, pero
empieza a recuperar un poco de color.
―Ya no hay sangre, Zarco. Puedes abrir los ojos. ―Bufa
con fuerza y me mira, aún medio aturdido.
Por más que lo intento, no soy capaz de contener la risa,
suelto una enorme carcajada y su ceño se frunce.
―¿De qué demonios te ríes? ―sisea con rabia.
―Como mafioso dejas mucho que desear si ni siquiera
puedes ver una gota de sangre, ¿no te parece? ―Vuelvo a
reír y veo como se pone en pie hecho una furia.
Se tambalea un poco, sin embargo, logra mantener el
equilibrio y clava su mirada en la mía.
―No te atrevas a burlarte de mí. ―Me señala con el
dedo, y se me corta la risa de golpe.
Decido ponerme en pie, ya que parece estar
amenazándome; lo mínimo que puedo hacer es ponérselo
más fácil. El pobre debe estar viendo doble aún. Es muy
divertido. El jefe de una banda criminal que no soporta la
sangre. Aunque para él debe resultar bochornoso.
―¿Ahora es cuando me amenazas con matarme si se lo
cuento a alguien? ―inquiero, arqueando una ceja.
Sin que me lo espere, me sujeta por la nuca con fuerza y
me atrae hacia su rostro.
―No, ahora es cuando te prometo que las cosas pueden
ponerse muy feas para ti si abres la puta boca. ¿Me hago
entender?
Le mantengo la mirada. Este es el verdadero Zarco, al
que todos temen. Bueno, yo no tengo ni una pizca de
miedo. ¿Quiere matarme? Bien, que le aproveche. Me suelto
de su agarre con un gesto brusco y alzo la barbilla de
manera desafiante.
―Yo también puedo prometer que te meteré un maldito
tiro entre ceja y ceja si vuelves a hablarme en ese tono.
Puede que sea tu rehén, pero jamás me humillaré ante ti.
¿Me hago entender?
Mi réplica parece sorprenderlo. Durante unos segundos
me observa en silencio, sin embargo, un gesto casi
imperceptible en su comisura lo delata.
―Largo de aquí ―farfulla entre dientes, y vuelve a
dejarse caer en el sofá. Sin ni siquiera mirarlo, recojo el
trapo manchado de sangre y se lo lanzo al regazo―. Hija
de… ―Es lo último que escucho antes de abandonar el
salón sonriendo de oreja a oreja.
¿Quién dijo que ser secuestrada no podía ser divertido?
Tal vez esté viendo todo esto de la manera equivocada.
Pueden matarme, sí, pero yo a él también, y puede que
haya llegado el momento de demostrárselo.
Capítulo 9
Zarco
Me detengo frente a la puerta del dormitorio de Bailey con
una enorme caja sobre las manos extendidas. No la he visto
desde el incidente de esta mañana, al menos no en
persona, ya que me he pasado todo el día vigilándola por
las cámaras de seguridad. Me tiene intrigado. Después de
amenazarla, no solo se enfrentó a mí, por su actitud, parece
como si le hubiese dado un chute de energía y positividad.
Si ya pensaba que era rara, ahora estoy seguro de que algo
no funciona bien en su cabeza, y eso me encanta porque no
es que yo esté muy cuerdo tampoco. Supongo que entre
tarados nos entendemos.
Inspiro hondo y me pregunto si estoy haciendo lo
correcto. Tengo que asegurarme de que no abra la boca y
les cuente a mis hombres mi debilidad, no obstante,
también siento la necesidad de disculparme por la forma en
la que la traté, y eso es extraño en mí. Hace mucho que
dejé de sentir remordimientos.
Al tener las manos ocupadas, no me queda más remedio
que golpear la madera con la puntera del zapato. Aguardo
unos segundos y la puerta se abre. Bailey frunce el ceño al
ver la caja.
―Un poco pequeña para meter mi cadáver. A no ser que
pretendas descuartizarme ―murmura.
Una vez más me sorprende su humor tan ácido y
retorcido. ¿Por qué no se asusta? Esa es la gran incógnita.
He visto a hombres que le doblan el tamaño mearse encima
por mucho menos de lo que ella está viviendo.
No espero a que me invite a entrar, al fin y al cabo, estoy
en mi casa. Paso al interior y dejo la caja sobre la cama
antes de girarme y enderezar el cuello y los puños de mi
camisa blanca.
―Voy a llevarte a cenar. Ponte el vestido de la caja y en
media hora te espero en el salón.
Recibo una sonrisa torcida a modo de respuesta.
―¿Una cita? ―Niega con la cabeza―. No, gracias. Tengo
por norma no salir con criminales.
Inspiro hondo y oculto la sonrisa tras un gesto serio y
poco amigable. ¿De dónde sacará esas contestaciones?
―No te lo estoy pidiendo, Mía. Media hora, eso es todo lo
que tienes. ―Antes de que pueda replicar, salgo del
dormitorio y me dirijo a mi despacho.
Podría negarse a venir conmigo, pero sé que no lo va a
hacer. Salir de esta casa es su mejor oportunidad para
planear una nueva fuga, y eso es lo que Bailey más desea,
irse de aquí. Un buen hombre dejaría que se marchara. Yo
no lo soy, por lo tanto, pienso conservarla, al menos hasta
que sacie mi curiosidad. Lo cierto es que Bailey es una
mujer preciosa y no puedo dejar de pensar en cómo sería
tenerla debajo de mí durante una noche entera, sin
embargo, lo que más me atrae de ella no es su cuerpo ni su
rostro. Esa forma de actuar y de pensar… Me vuelve loco. Es
distinta a cualquier persona que haya conocido.
Entro en mi despacho, y tras tomar asiento, enciendo la
pantalla del ordenador y saco un puro de la caja de madera
que hay en la superficie de la mesa. Bailey camina de un
lado a otro de su dormitorio, echa varios vistazos a la caja y
se detiene frente a ella. Parece estar pensando qué hacer.
«Vamos, ábrela». Como si hubiese recibido mi mensaje
mental, destapa la caja y saca el vestido de seda azul
oscuro. Me queda claro por la forma en la que lo lanza sobre
el colchón que no es de su agrado. Sonrío. Puede que no le
guste, pero estoy seguro de que se verá espectacular
enfundada en él.
Tocan a la puerta y me apresuro a desconectar la
pantalla antes de permitir que Gambo entre en la estancia.
―¿Querías verme? ―pregunta.
Nuestra relación ha estado algo tirante desde hace unos
días, no obstante, he notado su cambio de actitud respecto
a Bailey y quiero que entienda que ese es el camino. Somos
delincuentes, traficantes y asesinos, pero no animales
salvajes. Es posible que a él le cueste entenderlo. Al igual
que yo y todos los demás, creció rodeado de violencia y
muerte, sin embargo, le falta la empatía que te da el haber
pasado por lo que Lagos, Oscar, Luna y yo. Gambo jamás
podrá entender lo que se siente al ver cómo deshumanizan
a una mujer, como la convierten en una muñeca de trapo
sin voluntad ni derechos básicos como el de decidir con
quién quiere o no acostarse.
―Voy a salir a cenar con Bailey. Escoge a un par de
hombres y escoltadnos.
―¿Necesitas conductor?
―No, me llevaré uno de los deportivos. Solo seguidnos.
Asiente y dejo que se marche mientras le doy pequeñas
caladas a mi puro. Contengo las ganas de volver a encender
la pantalla y seguir espiando a Bailey. La primera vez que la
vea desnuda no será a través de una pantalla. Quiero ser yo
quien la desvista.
Bailey
Deportivo de lujo, restaurante en un hotel cinco estrellas,
caviar, champán… y lo mejor de todo, ni una sola palabra
por parte del hombre que me ha proporcionado todos estos
maravillosos placeres. ¿Se puede pedir más? Si al final va a
resultar que me gusta que me secuestren.
―¿Quieres más? ―pregunta Zarco justo después de que
me haya terminado el postre, una deliciosa tarta de
chocolate que casi me hace lamer el plato. Supongo que el
silencio no podía durar para siempre. Es una pena. Niego
con la cabeza―. Estás muy callada y, por lo poco que
conozco de ti, temo que estés tramando algo.
Me echo hacia atrás en la silla acolchada y acomodo mi
melena sobre el hombro derecho. El restaurante está vacío.
En realidad, no he visto a ningún empleado aparte del
camarero, y eso me hace sospechar que Zarco ha caído en
que existe la posibilidad de que haga algo para llamar la
atención y librarme de mi cautiverio. Me subestima. Jamás
sería tan obvia. Mi plan es intentar escapar cuando
regresemos a su casa. Una pequeña parada en un semáforo,
un descuido… Aprovecharé la mínima ocasión para huir. Sé
que no hay nadie buscándome.
Tal vez exista una denuncia por desaparición, ya que me
secuestraron junto a la escena de un crimen, sin embargo,
soy consciente de mi situación. No tengo familia que se
preocupe por mí, nadie va a insistir para que la Policía
intente encontrarme. De todos modos, aunque lo hiciesen,
no lograrían dar con mi paradero a pesar de estar a plena
vista. La fama del clan Z le precede. La mitad de los policías
de la ciudad responden ante él.
―Tú tampoco estás demasiado charlatán, y no me
malinterpretes, lo prefiero así.
Sonríe y coloca las manos sobre la mesa, y dirijo la
mirada a su muñeca izquierda. Él parece notarlo.
―¿Te gusta? ―Mueve la mano y toca el crucifijo del
rosario.
―Me resulta curioso que un hombre como tú crea en
algo más que no sea su propio ego.
―Tienes una forma muy extraña de hacerme preguntas,
¿sabes? Si quieres saber si creo en Dios, soy católico o voy a
misa todos los domingos, puedes hacerlo sin acompañarlo
por un comentario sarcástico y ofensivo.
―¿Dónde está lo divertido en eso? ―Arqueo una ceja en
su dirección y él vuelve a sonreír.
―No creo en Dios ―dice tras unos segundos
observándome en silencio―. Este rosario es una especie de
reliquia familiar. Perteneció a mi madre.
―Seguro que se siente muy orgullosa del hombre en el
que te has convertido ―mascullo entre dientes.
―Lo has hecho de nuevo ―sisea. Me encojo de hombros
y no muestro ni un ápice de arrepentimiento―. ¿Por qué no
tienes miedo? ―Contengo un bufido. «Amigo mío, ese es el
menor de mis problemas»―. Cualquiera en tu lugar se
mostraría sumiso y amedrentado.
―No es la primera vez que alguien amenaza mi vida,
Zarco. Créeme, después de seis años en el frente aprendes
a controlar tus propias emociones.
―Vamos, que, para ti, estar secuestrada y amenazada
por una banda criminal es como un paseo por la playa, ¿no?
―En realidad, la arena de la playa me resulta un poco
más molesta. ―Me inclino hacia delante para susurrar, a
pesar de que no hay nadie que pueda oírme aparte de él―.
Ya sabes, se mete por lugares incómodos en los que no
debería estar.
Su mirada se enciende, no sé si por sorpresa o por
diversión, y niega con la cabeza.
―Espero que con esta cena haya podido resarcirme de
mi comportamiento de esta mañana. Tiendo a perder los
papeles con facilidad y creo que no te traté de la manera
adecuada.
Ahora la sorprendida soy yo. No puedo evitar que se me
escape una sonrisa.
―¿Hay una especie de disculpa escondida entre tanta
palabrería barata? ―inquiero divertida.
―Es posible, aunque poco probable ―responde, y él
también sonríe. Nos mantenemos la mirada un rato, hasta
que él la aparta y suspira―. Si estás lista para irte,
deberíamos ponernos en marcha ya.
Dejo que me retire la silla y caminamos hacia la salida a
la par. Zarco se adelanta para abrirme la puerta con una
caballerosidad que no creo que sea propia de él. Al llegar al
exterior, Gambo nos espera junto al deportivo rojo en el que
hemos llegado.
Se me complica bastante entrar en el vehículo con el
vestido y los tacones. Tras unos segundos de lucha, me
acomodo en el asiento delantero del acompañante y me
pongo el cinturón. Zarco arranca el motor y se incorpora a la
carretera. Estamos en el centro de la ciudad y el tráfico es
bastante fluido. El silencio se apodera del habitáculo. No
hay música ni conversación, sin embargo, no me siento
incómoda ni violenta.
Echo un vistazo por el retrovisor y compruebo que
Gambo nos sigue en el todoterreno negro. Estoy a punto de
volver a mirar al frente, pero algo llama mi atención. Detrás
del todoterreno circula una camioneta azul que juraría que
he visto aparcada frente al hotel. No digo nada y sigo
observando a través del retrovisor. Zarco gira a la derecha,
Gambo lo sigue y, como ya esperaba, la camioneta también.
―¿Nos está escoltando alguien más aparte de Gambo?
―pregunto.
Zarco aparta la mirada de la carretera un instante y me
mira, frunciendo el ceño.
―No que yo sepa. ¿Por qué lo preguntas?
―Porque si no es alguno de tus hombres, pensé que te
gustaría saber que una camioneta azul nos está siguiendo
desde que salimos del restaurante.
Enseguida mira a través del retrovisor con gesto serio y
preocupado.
―¿Estás segura?
―Tan segura como que este vestido es lo más incómodo
que me he puesto en mucho tiempo ―mascullo,
removiéndome en el asiento.
De pronto, suena su teléfono y Zarco aprieta un botón en
el volante para contestar la llamada.
―Jefe, tenemos una sombra ―es la voz de Gambo.
―Sí, ya me he dado cuenta ―dice, y pone los ojos en
blanco al ver como arqueo una ceja con chulería―. ¿Alguna
idea?
―Estamos cerca del almacén abandonado que usamos
para lo de los chinos. Puede ser una opción.
―Bien, voy para allá.
―¡Mierda!
―¡¿Qué ocurre?!
―Hay al menos tres sombras más. Uno de los vehículos
ha estado a punto de embestirnos. ¡Huye, Zarco! Van a por
ti.
La llamada se corta y Zarco vuelve a mirarme de reojo.
―Agárrate fuerte ―susurra antes de clavar el pie en el
acelerador.
Capítulo 10
Zarco
Me detengo en la parte trasera de un almacén
abandonado. No es la primera vez que lo usamos para hacer
algunas transacciones. Conozco el lugar, y eso juega a mi
favor. No he podido volver a contactar con Gambo. Me
preocupa que esté herido o algo peor, sin embargo, ahora
mismo debo centrarme en ponernos a salvo a Bailey y a mí.
Me giro en el asiento y estiro la mano para abrir la
guantera, saco de su interior una pistola y compruebo que
esté cargada, al igual que la que llevo en la espalda.
Después extraigo un cuchillo de caza en su funda, que
engancho en la cinturilla de mi pantalón, y le tiendo el arma
a Bailey.
―¿Qué haces? ―inquiere, arqueando una ceja.
―Solo he conseguido un poco de ventaja. Tenemos que
entrar ahí y defendernos. No tardarán en llegar.
―No voy a usar una pistola, Zarco ―afirma.
―¿Por qué? Sabes disparar, lo he visto.
―Porque si llevo una encima corro el riesgo de usarla
―responde, y abre la puerta del coche.
Me apresuro a salir yo también y veo como se quita los
zapatos de tacón y los lanza al asiento antes de empezar a
caminar hacia la nave de hormigón. Es bastante grande, de
más de seis metros de alto. Accedemos por la puerta lateral
y escucho como un coche derrapa en el exterior.
―Ya están aquí ―susurro.
Empujo a Bailey por uno de los pasillos de estanterías
altas. Me giro y apunto hacia la puerta. Entran cuatro
hombres, disparo a los dos primeros antes de fallar con el
tercero y que empiecen a acribillarnos a tiros.
―¡Vamos! ―escucho a Bailey, y cuando me giro ya está
corriendo por el pasillo estrecho. La sigo. Damos varios
giros: a la izquierda, después a la derecha y seguimos
corriendo. Este lugar es como un laberinto de estanterías.
Bailey se detiene de golpe y mira a un lado y a otro antes
de clavar sus ojos en mí―. ¿Qué demonios ha sido eso?
―susurra.
―¿Hubieses preferido que nos mataran ellos?
―¡No, joder! Lo tenías a menos de cinco metros y
fallaste. ¿Dónde os enseñan a disparar a los mafiosos?
¿Habla en serio? Frunzo el ceño y me muerdo la lengua
para no pegarle cuatro gritos o algo peor.
―Si crees que puedes hacerlo mejor, adelante.
―Cualquiera podría hacerlo mejor, Zarco ―escuchamos
con claridad como otro vehículo se detiene frente a la nave
y Bailey resopla―. ¿Quiénes son estos tipos y por qué te
persiguen?
―Hombres de Urriaga, y lo más probable es que quieran
recuperar su mercancía ―mascullo.
―¿Urriaga? ―Abre mucho los ojos con gesto de
sorpresa―. ¿El Urriaga que dirige el cártel de Sonora?
Escucho como varios hombres se mueven no muy lejos
del lugar donde estamos, y empujo a Bailey para que siga
caminando. Llegamos a una especie de codo que queda
bastante escondido, y me detengo.
―Mierda, no sé dónde están ni cuántos son ―farfullo en
voz baja.
Bailey vuelve a bufar y acorta la poca distancia que nos
separa. Coloca las manos en mi cintura y empieza a palpar
como si buscase algo. La miro sorprendido y apenas me
muevo.
―No te emociones, solo quiero el cuchillo ―susurra, y
aparta sus manos de mi cuerpo.
Retrocede un par de pasos, y tras sacarlo de su funda,
coloca el filo sobre la tela de su escote y empieza a rasgar
el vestido de manera vertical.
―¿Qué demonios haces? ―inquiero.
―Quitarme esta cosa que no me deja moverme.
―Termina de rasgarlo con un tirón contundente y la tela
hecha jirones cae a sus pies.
―Era un vestido de dos mil dólares.
―Qué pena ―murmura en tono sarcástico. Se agacha
para recogerlo y no puedo evitar deslizar la mirada por su
cuerpo―. Espero que no te gustara mucho.
Solo lleva puesta la ropa interior. Un sujetador a juego
con la braguita en color negro y de encaje que yo mismo
escogí.
―Me gusta más lo que escondía debajo ―digo sin poder
apartar la mirada.
Tiene un cuerpo increíble, y sus tetas… Joder, son
perfectas.
―¡Ey! ―Chasquea los dedos frente a mi rostro y sacudo
la cabeza para sacar de mi mente la imagen de todo lo que
me gustaría hacer con ese par de tetas tan apetecibles―.
Céntrate, Zarco.
Rasga un trozo de tela más del vestido y lo usa a modo
de cinta para sujetarse el pelo en una coleta. Escuchamos
un sonido. Parece que alguien se acerca. Estoy a punto de
girarme con la pistola en alto, pero ella niega con la cabeza
y me pide con un gesto que guarde silencio.
La veo acercarse al borde de la estantería con lo que
queda del vestido entre las manos. Después de unos
segundos una bota se asoma, y más arriba puedo ver el
cañón de un arma. Bailey enrolla la tela alrededor de la
mano que sujeta la pistola y con un giro rápido lo desarma.
Antes de que el tipo pueda darse cuenta, ella ya está a su
espalda, asfixiándolo con lo que antes era un vestido
precioso.
La miro atónito. ¿Cómo ha hecho eso? El tipo ni siquiera
tiene la posibilidad de defenderse antes de caer al suelo
inconsciente. No lo ha matado.
―¿Quién demonios eres tú? ¿Rambo? ―susurro cuando
regresa a mi lado.
―Sí, pero con un nuevo uniforme. ―Me tiende la pistola
del tipo que acaba de neutralizar sin apenas esfuerzo―. Por
cierto, tienes un gusto pésimo para escoger vestidos, pero
la ropa interior no está nada mal.
―Lo tendré en cuenta ―digo tras repasarla de nuevo con
la mirada.
―Toma esto. ―Agita su mano frente a mí con la pistola.
―No, quédatela tú.
Chasquea la lengua y agarra mi mano, deposita el arma
en ella y se aparta.
―Deja de insistir. Corres el riesgo de que la use contra ti.
―Mira hacia arriba y entrecierra los ojos―. Necesito subir a
las estanterías. Desde allí podré ver cuántos son y dónde
están. ―Me empuja hasta dejarme donde quiere―. Coloca
tus manos entrelazadas e impúlsame.
Dejo el arma que acaba de darme en una de las baldas
metálicas y bufo con fuerza antes de rodearla. La sujeto por
la cintura desde atrás y, sosteniendo todo su peso, la elevo
en el aire. Enseguida se sujeta a uno de los travesaños. No
la suelto del todo. Lo que hago es deslizar las manos por sus
costados, e incluso llego a tocar su trasero. Una vez arriba,
Bailey me lanza una mirada acusatoria. Sonrío y me encojo
de hombros. No iba a perder la oportunidad de tocar ese
precioso culo.
―Date prisa ―susurro.
Bailey
Salto de una estantería a otra intentando hacer el menor
ruido posible. Veo a varios hombres armados que caminan
entre los pasillos. No notan mi presencia y eso es algo que
uso a mi favor. Consigo dejar inconscientes a un par antes
de regresar al lugar donde he dejado a Zarco. Me ayuda a
bajar y, una vez más, sus manos se anclan en mi trasero de
forma innecesaria.
―Ya puedes soltarme el culo ―farfullo, apartándome de
su agarre.
―¿Cuántos has visto?
―Quedan tres. Tienen armas automáticas. Están
vigilando la salida.
―Mierda. ¿Cómo vamos a llegar a ellos sin que nos
acribillen a tiros?
―Yo me encargo de distraerlos y tú… ―Miro hacia el
arma que lleva enganchada en la cintura y suspiro―.
Intenta no matarlos.
―No prometo nada.
―Ya, supuse que dirías eso. Al menos no te desmayes si
alguno sangra. Sígueme y espera mi señal.
―Solo me pasa con la mía ―sisea. Sé que miente,
también le ocurre con Beni. Cuando estaba herido no entró
en la sala de juegos hasta que ya todo estaba limpio y la
herida tapada.
Caminamos casi de puntillas entre las estanterías.
Dejamos atrás a uno de los hombres inconscientes y
seguimos avanzando hasta llegar al lugar donde Zarco
disparó antes. Los tres tipos armados siguen en el mismo
sitio, atentos a cualquier movimiento. Susurran entre ellos
algo en español que no soy capaz de escuchar bien.
Respiro hondo y alzo una mano para pedirle a Zarco que
se quede oculto donde está.
―¿Qué vas a hacer? ―me pregunta casi sin voz.
―Sobrevivir. Eso se me da bien. ―Lo señalo con el dedo
índice y frunzo el ceño―. Cuando te lo diga, dispara contra
ellos. Ya sé que no tienes demasiada puntería, pero intenta
no volarme la cabeza por accidente, ¿quieres?
Antes de poder escuchar su réplica, salgo de mi
escondite y me acerco a los tres hombres con una sonrisa y
contoneando las caderas. Como ya esperaba, lo primero que
hacen es apuntarme con sus armas. Son rifles de gran
calibre.
―¿Quién eres tú? ―pregunta uno de ellos en español.
Expando aún más mi sonrisa y alzo las manos.
―Pasaba por aquí ―respondo en su idioma. Hay un
momento de incredulidad e indecisión entre los hombres,
solo un instante. Lo más probable es que se estén
preguntando qué demonios hace una mujer en ropa interior
en mitad de un almacén abandonado donde se esconde el
mafioso que intentan cazar. Entonces lo veo claro, es el
momento―. ¡Ahora! ―grito.
Escucho las detonaciones y las balas pasan a mi lado
creando un silbido en el aire junto a mi oreja. Los tres
hombres caen al suelo y enseguida noto los pasos de Zarco
a mi espalda.
―¿Qué tienes que decir ahora de mi puntería? ―inquiere
en tono chulesco. Pongo los ojos en blanco y me agacho
para darle la vuelta a uno de los cadáveres. Tiene un
agujero en la frente del que brota un buen chorro de sangre.
Miro a Zarco un instante. No parece afectado. Supongo que
es cierto que solo se marea si ve su propia sangre. Sujeto el
borde de la camiseta del muerto e intento quitársela―.
¿Qué haces? Tenemos que largarnos de aquí antes de que
aparezcan más.
―No voy a salir en ropa interior.
Lo escucho resoplar y tira de mi codo para ponerme en
pie. Antes de que pueda preguntarle qué pretende, veo
como se quita la chaqueta del traje y después la camisa, me
la tiende y vuelve a ponerse la primera sobre el torso
desnudo.
―Date prisa.
Meto los brazos por las mangas y abrocho unos pocos
botones mientras Zarco se acerca a la puerta para
comprobar que no haya nadie más esperando para
matarnos. Cuando estoy a punto de ir hacia él, escucho un
gemido y giro la cabeza hacia uno de los hombres que yace
tendido en el suelo. Frunzo el ceño y entonces veo como
mueve una mano.
―Mierda ―siseo.
Me agacho a su lado y le tomo el pulso.
―¿Qué demonios haces? Tenemos que irnos.
―Aún está vivo ―respondo, y empiezo a presionar la
herida de bala que tiene en el centro del pecho.
―¡Deja de decir tonterías! ¡Pueden llegar más en
cualquier momento! ―Zarco intenta levantarme, pero lo
empujo y sigo intentando contener la hemorragia.
―¡Vete tú! No puedo dejarlo así.
―¡¿Qué dices?! ¡Es un cadáver, joder!
―¡No! ―grito, y clavo mi mirada en la suya―. Aún sigue
vivo. A esto me dedico. Salvo vidas. No puedo dejar a una
persona morir y no hacer nada.
Regreso la atención al hombre que sigue sangrando a
chorros. Es poco probable que consiga salvarlo, sin
embargo, mi sentido del deber me obliga al menos a
intentarlo.
―Si no nos vamos ahora mismo, seremos nosotros los
que estaremos en su lugar.
―Ninguna vida vale más que otra ―murmuro para mí.
―Si ese es el problema… ―Antes de que pueda darle
sentido a su comentario, escucho la detonación y la sangre
me salpica la cara. El hijo de puta acaba de dispararle en la
cabeza―. Ya está muerto. ¿Ahora podemos irnos de una
vez?
Me pongo en pie y la mirada que le lanzo es de auténtica
furia.
―Eres un maldito…
―Sí, lo que tú digas. ―Chasquea la lengua, me sujeta del
brazo y tira de mí hacia el exterior.
Al llegar junto al coche, vemos a Gambo al lado del
todoterreno.
―Zarco, ¿estás bien? ―pregunta, llegando a nuestro lado
casi sin aliento.
Recibo un empujón y Zarco abre la puerta del
acompañante de un tirón.
―¡¿Dónde demonios estabas?! ―brama.
―Nos sacaron de la carretera. Creí que no lo contaba.
Los demás han muerto. ―Me mira a mí y después a él,
frunciendo el ceño―. ¿Qué ha pasado con vuestra ropa?
―Una larga historia. Nos vemos en casa. Avisa para que
vengan a limpiar este desastre. Coge a uno que aún respire
y acaba con los demás.
Capítulo 11
Zarco
He dormido apenas un par de horas en toda la noche.
Quise estar presente mientras Oscar interrogaba al único
superviviente del ataque del almacén. Bueno, al menos lo
era hasta que a mi chico se le fue la mano. Me sorprende su
capacidad para infligir dolor. A simple vista solo es un
muchacho más, tiene veinticinco años, es simpático, amable
y, ante todo, muy leal, pero en su interior se esconde un
monstruo al que no le tiembla el pulso a la hora de torturar
a nuestros enemigos.
Después de robarle más de tres toneladas de heroína a
los Urriaga, sabía que vendrían a por mí, pero no creí que
fuese tan rápido. Fue el dueño del hotel el que me delató.
Se supone que era alguien de confianza. Hicimos algunos
negocios juntos cuando yo aún estaba en el cártel. Supongo
que debió pensar que le vendría bien ganarse el favor de
Leonardo Urriaga. En fin… No volverá a ocurrir, ya que
ahora mismo su cadáver está en algún lugar del fondo del
río Salado.
―¿Estás seguro de que quieres empezar ya con la
distribución de la mercancía? ―inquiere Lagos.
Lo miro desde detrás de mi mesa y asiento.
―Lo de los hombres de Urriaga ha sido un aviso.
Tenemos que mover esa heroína cuanto antes.
―Es arriesgado. Se supone que íbamos a enfriarla unos
meses al menos.
―Lo sé, pero la situación ha cambiado. Necesito que
contactes con nuestros potenciales clientes.
―Los rusos son buenos candidatos ―informa.
―¿Zakharov? ―inquiero. Lagos asiente.
Conocí a Yuri Zakharov en una de sus fiestas. En ese
momento, él era el líder de la Zmeya, una organización
secreta que traficaba con mujeres y niños por todo el
mundo. No me quedó más remedio que acompañar a
Urriaga, y ese día casi me muero de asco al ver todas las
perversiones y locuras que estaban ocurriendo ante mis
ojos. Me dan náuseas al recordarlo. Por suerte, el viejo
murió hace unos años y su hijo Mijaíl se ha encargado de
acabar con esas atrocidades. La Zmeya ya no existe,
gracias a Dios. No obstante, sigue dedicándose a negocios
poco lícitos, entre ellos, el tráfico de drogas y armas. Se ha
asociado con unos mafiosos del norte de España y entre los
cuatro dirigen los envíos y entregas de mercancía a toda
Europa. No es la primera vez que trabajamos juntos y me fío
de él, al menos todo lo que se puede confiar en un
comandante de la mafia rusa.
―¿Quieres ir tú a visitarlo o le pido que viaje hasta aquí?
―Mejor nos vemos en nuestro territorio. Ahora mismo,
con Urriaga detrás, sería una inconsciencia abandonar el
país.
―Bien, me pondré con ello de inmediato.
―Y otra cosa… ―Se gira a miedo camino de la puerta―.
No quiero que nadie más, aparte de nosotros, sepa dónde
tenemos escondida la mercancía.
―Oscar se encargó de ello con los transportistas.
―Pues habla con él y que sea discreto. Si perdemos ese
cargamento después de apalabrarlo con nuestros clientes,
estaremos en un gran lío. ―Asiente y termina de irse,
dejándome solo en el despacho.
Suspiro y me recuesto hacia atrás en la silla. Enseguida
dirijo la mirada a la pantalla apagada de mi ordenador y le
doy una calada al puro que tengo entre los dedos antes de
presionar el botón de encendido. Bailey está en su
habitación. No ha salido de ahí desde que llegamos anoche.
Ni siquiera me dirigió la palabra en todo el camino de vuelta
a casa. Tal vez no debí matar así a aquel tipo. Tenía prisa
por salir del almacén y sé que, si no le hubiese disparado en
la cabeza, no habría podido sacarla de allí.
Cada vez que pienso en la forma en la que redujo a todos
esos hombres con solo un trozo de tela y en ropa interior, se
me pone dura como una jodida piedra. Fue increíble verla
en acción, y solo ha conseguido acrecentar mi deseo de
tenerla, aunque no creo que a ella le pase lo mismo. Estaba
muy cabreada, pude notarlo.
Apago la pantalla, y tras hacer lo mismo con el puro, me
pongo en pie y salgo del despacho. Cruzo el pasillo y me
detengo frente a la puerta de su dormitorio. Mi intención es
llamar, pero cambio de idea y solo tiro de la manilla y paso
al interior. La encuentro en la misma posición que la vi a
través de la cámara, tumbada sobre la cama y con un libro
entre las manos. Lagos es un lector empedernido. Supongo
que ha sido él quien se lo ha prestado.
―¿A qué debo el placer de tu visita? ―pregunta sin alzar
la vista de las páginas.
Sonrío. Al menos ya me habla. Creí que me seguiría
castigando con su silencio. Me acerco a su lado y leo el
nombre del libro en la tapa. Está en español. Entonces
recuerdo que anoche, en el almacén, la escuché decir algo
en mi idioma, pero creí que solo se sabía unas cuantas
palabras.
―Hablas español ―murmuro, frunciendo el ceño.
―¿Lo has deducido tú solito? ―Ahí está de nuevo. Un
comentario sarcástico y ofensivo. Se supone que debería
molestarme, pero no es así, al contrario, esa mezcla entre
valentía y pasotismo es la que me tiene tan obsesionado
con ella. Cierra el libro y me mira con una ceja arqueada―.
También hablo francés, ruso y salí con un chico de
ascendencia italiana en la academia, así que lo entiendo un
poco. ¿Quieres saber algo más sobre mí? ¿Peso, estatura,
signo del zodíaco tal vez?
Contengo un bufido y niego con la cabeza.
―Levántate y acompáñame. Tengo que mostrarte algo.
―¿Otra cita? ―Esboza una sonrisa burlona―. ¿No tuviste
bastante con la de anoche?
Me agacho para quedar a su altura y coloco una mano en
el cabecero, después me acerco despacio a su rostro hasta
que nuestras narices casi se tocan.
―Si lo de anoche hubiese sido una cita de verdad, ahora
mismo tú no podrías andar, Mía ―susurro contra su boca,
enfatizando su nombre. Inspiro hondo, inhalando su aroma a
cítricos, y me incorporo―. Vamos, tengo cosas que hacer y
me estás retrasando.
Se me queda mirando con fijeza unos segundos. Parece
como si mi cercanía no le hubiese afectado, a mí, sin
embargo, me tiene desquiciado. Desearía poder besarla,
morder esos labios apetitosos y enterrarme en su interior
una y otra vez. Al fin, se pone en pie con un bufido y le hago
un gesto para que salga primero.
La llevo a la planta baja y salimos por la puerta trasera.
Atravesamos el jardín y me doy cuenta de que está
observando cada sitio con mucho interés. Lo más probable
es que esté buscando otra forma de escapar, aunque
después de hoy espero que se le quite esa idea de la
cabeza. Voy a hacerle una propuesta que espero que
acepte.
Cuanto más nos acercamos a la zona de entrenamiento,
más alto se escucha el sonido de las detonaciones. Dejamos
atrás el jardín y nos adentramos en la finca aledaña. Allí,
junto a Oscar, Gambo y Lagos, hay varios hombres
disparando al aire libre hacia dianas móviles. Unos portan
armas de pequeño calibre y los tiradores más expertos usan
rifles de asalto y de larga distancia.
―Menuda fiesta tenéis montada aquí ―masculla Bailey
justo cuando estamos llegando al lado de Lagos.
Mi amigo enseguida se quita los auriculares protectores y
nos saluda animado. Sé que le cae bien Bailey, me lo ha
dejado claro en varias ocasiones y cree que debería dejarla
marchar. Tal vez tenga razón, sin embargo, aunque quisiera
hacerlo, simplemente no puedo. Necesito seguir intentando
llamar su atención. Es posible que después de tenerla esta
obsesión insana desaparezca, pero no lo sabré hasta que
ocurra. Oscar y Gambo también se unen a nosotros.
―¿Cómo va todo? ―pregunto a modo de saludo.
―Bien ―es Oscar el que contesta―. ¿Pasa algo, jefe?
―No. Solo he traído a Bailey hasta aquí por si le apetece
practicar su puntería un rato.
Al escucharme, se gira con una ceja enarcada.
―¿Qué pretendes? ―inquiere.
―Nada. ¿Quieres disparar? ―Estiro la mano y, a
regañadientes, Lagos coloca una pistola en mi palma. La
sujeto y se la tiendo a Bailey―. Son dianas móviles. Las
mejores del mercado.
―Ya lo he notado. Lo que no entiendo es por qué te
arriesgas a darme un arma cuando sabes que puedo usarla
contra ti.
Me encojo de hombros y esbozo una sonrisa ladeada.
―Hay más de veinte hombres armados aquí. Si intentas
algo, no durarías ni cinco segundos.
Ella también sonríe.
―Me sobrarían cuatro para matarte ―replica, y que me
parta un rayo si no es lo más sexy que he escuchado nunca
en boca de una mujer.
―Pues vas a tener la oportunidad de hacerlo si es lo que
deseas. ―Cojo su mano y coloco la pistola en ella.
Bailey la sujeta, aún sonriendo; parece estar calculando
su peso y niega con la cabeza.
―Estás como una regadera ―susurra.
Inspira hondo por la nariz y se gira hacia las dianas.
Oscar se acerca para darle unos auriculares, pero los
rechaza. Alza la pistola, apunta y empieza a disparar como
una verdadera profesional. Su postura es relajada, pero
firme, y no falla ni un solo objetivo.
―Demasiado sencillo ―murmuro para mí.
Me acerco al mecanismo de las dianas y acelero el
movimiento, alternándolas, para subir la dificultad. Ella se
detiene un segundo, mira a Gambo y señala con el dedo el
rifle que tiene en las manos.
―¿Me lo prestas? ―No espera a que él le conteste, solo
se lo quita de las manos, comprueba que el cargador esté
lleno y sigue disparando.
Todos la observamos alucinados. Incluso mis hombres
dejan de practicar y la miran embobados. Vacía un cargador
en cuestión de segundos y echa la mano hacia atrás.
Entiendo lo que quiere y le doy otro lleno. Sabía que era
buena tiradora, pero esto… ¡Santo Cristo! Nunca he visto a
nadie disparar con tanta precisión.
Pasa varios minutos destrozando dianas sin fallar un tiro
hasta que se aburre y le devuelve el rifle a Gambo.
―Buena puntería ―digo animado.
―Lo sé. Podrías aprender un poco. ―Bosteza y se cruza
de brazos―. Todo muy divertido. ¿Puedo regresar ya al
dormitorio? Tengo un libro a medio leer.
Asiento y le hago un gesto a Gambo para que la
acompañe. En cuanto ambos se marchan, me giro hacia
Lagos con una ceja arqueada.
―Dime si no es la mejor tiradora que has visto nunca.
―¡Por Dios, Zarco! ―exclama―. Esa chica puede ser un
peligro.
―¿No te preocupa que nos mate a todos? Estoy seguro
de que podría hacerlo sin pestañear ―añade Oscar.
Respiro hondo y clavo la mirada en su espalda mientras
se aleja. Podría hacerlo, pero no lo hará. Bailey se dedica a
salvar vidas, no las arrebata.
Capítulo 12
Bailey
No soporto a la tal Luna. De verdad, me crispa los nervios.
Hace un buen rato que nos sentamos a cenar. Por primera
vez, Beni nos acompaña y parece muy animado. En
realidad, todos lo están. Charlan y bromean entre ellos,
hasta llegan a incluirme en alguna conversación, aunque yo
apenas aparto la mirada del plato. Es extraño, siento como
si algo hubiese cambiado y no me resulta desagradable. A
excepción de las constantes pullas y provocaciones por
parte de la morena con tetas de plástico, podría decir que
estoy disfrutando de la cena y la compañía.
Miro de reojo a Zarco, él también está más charlatán de
lo habitual, en especial con su hermano. No había tenido la
oportunidad de verlos juntos, y se nota que lo cuida y lo
quiere mucho. Salta a la vista que Beni lo respeta y venera
como a un jodido dios. Eso no estoy segura de que sea algo
bueno, al fin y al cabo, Zarco no es más que un delincuente.
No puede ser buena influencia para nadie.
Por primera vez me quedo hasta el postre, y solo
después de comérmelo regreso a mi habitación. Me ducho,
me pongo la camiseta larga que uso para dormir y, tras
meterme en la cama, continúo leyendo el libro que Lagos
me prestó hace un par de días. Me tiene entretenida
durante un par de horas, sin embargo, ya cerca de la
madrugada siento sed y decido ir a la cocina a por un vaso
de agua. No acostumbro a salir de mi dormitorio de noche.
Solo lo intenté una vez para comprobar si la puerta que
divide esta ala del resto de la casa estaba abierta. Por
supuesto, no fue así o ahora mismo no estaría aquí.
Camino descalza por el pasillo e intento no hacer ruido.
Tampoco enciendo las luces. Prefiero pasar sin llamar la
atención. Cogeré un vaso de agua y regresaré a mi
dormitorio sin que nadie se dé cuenta. En cuanto me acerco
a la cocina, me doy cuenta de que hay alguien más que no
es capaz de conciliar el sueño, en realidad son dos
personas.
Zarco está apoyado contra la isla, sin camiseta, pero eso
no es lo que llama mi atención. A su lado está Lagos,
también con el pecho al descubierto y el pelo alborotado.
¡Madre mía! ¿Quién lo iba a decir? Debajo de esa ropa
aburrida y sus gafas de pasta hay un hombre realmente
atractivo. Zarco advierte mi presencia y ladea la cabeza,
esbozando una pequeña sonrisa.
―¿No puedes dormir, Bailey? ―inquiere en tono
divertido.
Carraspeo y me acerco. Aunque lo intento, no soy capaz
de dejar de mirar a Lagos. ¿Cómo es posible que esté tan
bueno?
―Tengo sed ―murmuro.
―Yo me voy ya a la cama. ―Lagos pasa a mi lado y me
sonríe―. Buenas noches.
Me giro y lo sigo con la mirada. No sé si es mejor su
pecho o la espalda. No, definitivamente el trasero. Zarco
carraspea y sacudo la cabeza de un lado a otro antes de
centrar mi atención en él.
―¿Qué se supone que estás haciendo? ―inquiere. Su voz
ha cambiado, parece más serio y cortante.
―Voy a beber agua si no te importa ―mascullo, e intento
rodearlo, pero me corta el paso y clava su mirada furiosa en
la mía.
―¿Qué te pasa con Lagos? ―sisea entre dientes.
Frunzo el ceño y vuelvo a intentar pasar, solo que no me
lo permite.
―¿Qué? Me ha sorprendido verlo sin gafas.
―¿Por eso te lo comías con la mirada?
Parece furioso. Empiezo a entenderlo. Me he fijado en su
amigo y su ego no lo soporta.
―Está bueno ―digo con una sonrisa traviesa―. Si no
fuese un criminal… ―Antes de que pueda terminar la frase,
siento sus manos en mi cintura. Me empuja con fuerza y la
parte baja de mi espalda golpea el borde de la isla.
―¡¿Qué?! ―Me estrecha contra su cuerpo y pega su
nariz a mi cuello―. ¿Qué harías si Lagos no fuese un
delincuente? ―Inhala con fuerza y noto la humedad de su
lengua recorriendo mi cuello. Cierro los ojos y trato de
calmar los incesantes latidos de mi corazón. No sé por qué
me excita tanto su agresividad. Zarco aparta su rostro unos
centímetros y vuelve a fijar su mirada en la mía―. ¿Dejarías
que él te follara, Mía? ―Lame la comisura de mi boca y
después mordisquea mi labio inferior―. ¿Permitirías que te
subiera a esta encimera y se clavara en tu interior?
Contengo un gemido cuando sus manos descienden por
mis costados hasta llegar a mis muslos. Sus ojos negros se
oscurecen aún más cuando encuentra el borde de mi
camiseta y empieza a subirla con lentitud.
―Zarco ―susurro. No sé si es una advertencia o una
súplica.
Todo mi cuerpo arde de deseo. Se supone que debería
asquearme su tacto, pero lo ansío como a una jodida Coca-
Cola en mitad del desierto. ¿Por qué me pasa esto justo con
él? «Demasiado tiempo sin sexo», resuena en mi cabeza. Es
cierto. Ya ni recuerdo cuándo fue la última vez que me
acosté con un hombre. Desde que dejé el Ejército hace ya
dos largos años, mi vida ha consistido en trabajar, comer,
beber, dormir y vuelta a empezar. No había ni una pizca de
emoción, nada que rememorar, al menos hasta que me
secuestraron.
Los dedos de Zarco llegan a la unión de mis muslos y
rozan mi sexo por encima de la ropa interior justo cuando
me doy cuenta del motivo por el que no me he esforzado
demasiado en salir de este lugar. La emoción. Esto es lo
más emocionante que me ha ocurrido en los últimos dos
años. Es como si al menos hubiese recuperado una pequeña
parte de la persona que yo era antes, aunque no del todo.
«Sigue sin haber nada».
Alzo mis manos y las coloco sobre su pecho. Durante un
segundo se detiene y me mira con lo que parece ser un
gesto de sorpresa, entonces acorta la distancia que separa
nuestros labios y hunde su lengua en mi boca.
Sin lugar a dudas, es el beso más desgarrador y
apasionado que me han dado nunca. Apenas puedo respirar
y, sin embargo, soy incapaz de dejar de mover los labios
sobre los suyos. Nuestras lenguas se entrelazan y un aroma
a humo y almizcle invade mi nariz. «Es él, es su olor». Sus
dedos profundizan más entre mis pliegues, gime en mi boca
al notar mi humedad, y con un gesto rápido y brusco, me
coge en brazos y me deja sobre la encimera de la isla.
Rompemos el beso a la vez y nos miramos casi sin aliento.
Zarco desliza la tela de mis bragas hacia un lado y hunde
dos dedos en mi sexo sin previo aviso.
No soy capaz de contener un gemido y mi espalda se
arquea de forma involuntaria. El muy cabronazo sonríe y
mueve sus dedos en mi interior de una forma lenta y
tortuosa.
―Pídemelo ―susurra contra mis labios―Dime que te
folle ahora mismo y lo haré. ―Aprieto la mandíbula cuando
su pulgar roza mi clítoris y comienza a estimularlo con
movimientos circulares. Me aferro a sus hombros anchos y
clavo las uñas en su piel al sentir como un rayo de placer
recorre mi columna. Zarco maldice en alto y acelera el
movimiento de sus dedos dentro y fuera de mí. Me muerde
el labio, lame mi mandíbula y después mi cuello―. Deja de
ser terca. Pídelo, Mía.
Me trago un gemido y niego con la cabeza. ¿Deseo
tenerlo en mi interior? ¡Joder, claro que sí! Pero no voy a
humillarme ni suplicar. Nunca lo haré. Sujeto su brazo y
muevo mis caderas para ejercer más fricción. Un par de
segundos, eso es todo lo que necesito para que toda la
tensión acumulada en mi bajo vientre explote. Echo la
cabeza hacia atrás y un grito liberador rasga mi garganta
mientras me sacudo de forma incontrolada.
Aún sin aliento, dirijo mi mirada al rostro de Zarco y lo
veo con el ceño fruncido y gesto cabreado. Aparta su mano
de mi sexo y me sujeta con fuerza por la barbilla. Creo que
va a besarme de nuevo, pero no lo hace. Maldice otra vez, y
tras retroceder un par de pasos, da media vuelta y se
marcha hecho una furia.
Capítulo 13
Zarco
Desnudo, sentado al borde del colchón y con la cabeza
gacha, repaso en mi mente todo lo que ocurrió anoche.
Cómo me sentí cuando vi a Bailey comerse a Lagos con la
mirada. La rabia y… Sí, también los celos. Después su sabor
y ese aroma tan suyo que se ha convertido en mi nueva
obsesión. Se supone que iba a doblegarla al fin. La tuve ahí,
sobre la encimera, dispuesta, mojada para mí. Sentí el calor
de su coño alrededor de mis dedos, y cuando se corrió…
¡Dios santo, jamás había presenciado una escena tan
excitante y provocativa! Solo tenía que decir una palabra,
una sola, y la hubiese follado como un animal allí mismo,
pero no la pronunció. Me marché frustrado, y también
cabreado por su cabezonería y por la mía. Pude haberlo
hecho, sabía que ella lo deseaba y no me rechazaría, sin
embargo, dejé que mi ego ganara la partida. Quería que ella
me lo pidiera, que me lo suplicara. Bueno, esa no fue una
buena decisión.
Regresé a mi dormitorio hecho una furia y consciente de
que había perdido una gran oportunidad, pero lo que más
me afectó no fue tener que ducharme con agua fría para
mitigar el dolor de mis pelotas. La sensación en mi pecho, el
vacío, la necesidad de algo más allá del sexo… Eso fue lo
que me llevó a cometer la segunda estupidez de la noche.
Al salir del baño encontré a Luna sentada sobre mi cama.
Hablamos durante un rato sobre la posibilidad de viajar a
México para sortear el sistema de seguridad de la principal
morada de Leonardo Urriaga. A veces olvido lo buena que
es en su trabajo. Tener la oportunidad de cazar a Urriaga y a
sus hombres en su propia casa sería un jodido sueño hecho
realidad. Una cosa llevó a la otra y entonces ella me besó.
Pensé en negarme como he hecho otras veces, pero ¿por
qué? ¿Bailey me rechaza y yo debo guardarle una especie
de fidelidad? ¡Mierda, no! Nadie, nunca, se ha burlado así de
mí.
Suspiro y me froto el rostro con las palmas de las manos.
Escucho como Luna se mueve en la cama y giro la cabeza
para mirarla. Es hermosa, pero no es Bailey, y es con ella
con quien hubiese deseado despertar. «Idiota. Estás dejando
que esa desquiciada se meta en tu cabeza». Es cierto, y por
ello he tomado la decisión de viajar hoy mismo a México. Tal
vez me haga bien poner un poco de distancia. Necesito
sacarme de encima esta extraña sensación de pertenencia
hacia ella.
Me pongo en pie y me visto en silencio antes de salir del
dormitorio. Al llegar al comedor, veo que Beni, Oscar y
Gambo ya están desayunando. Me siento en el cabecero de
la mesa y me sirvo un café. Entonces llega ella. Bailey toma
asiento en su lugar habitual y apenas murmura un «Buenos
días» a nadie en particular antes de empezar a comer fruta
y cereales. No me mira ni siquiera una vez. Se comporta
como si lo de anoche nunca hubiese sucedido, y esa actitud
me cabrea aún más. «¡¿Quién demonios se cree que es para
ignorarme?!».
Decido dejarlo pasar por el momento e informo a los
chicos de mis planes. No especifico a dónde viajo, solo que
estaré fuera unos días con Luna y Gambo. Ninguno hace
más preguntas. Puedo notar la curiosidad de Lagos. Siempre
tomamos juntos las decisiones sobre temas importantes y
estratégicos. Hablaré con él más tarde. Seguimos
desayunando entre charlas banales y alguna broma por
parte de mi hermano pequeño hasta que Luna decide
acompañarnos. Antes de que se siente a mi lado, sé lo que
va a hacer y no me equivoco. Está sonriente y
excesivamente cariñosa conmigo. Yo casi no le presto
atención. Miro a Bailey de reojo, no parece afectarle, y lo
más jodido es que a mí sí me importa que a ella le dé igual.
«Idiota».
―Zarco, mira lo que me hiciste anoche. ―Giro la cabeza
y compruebo que Luna se ha bajado la manga de la
camiseta y me está mostrando el hombro. Tiene la marca de
mis dientes en él―. Amor, vas a tener que controlarte un
poco.
Detecto un movimiento por el rabillo del ojo, giro rápido
la cabeza y ahí está lo que esperaba. Bailey posa su mirada
en el hombro de Luna, después en mí y un músculo en su
mandíbula se tensa. Dura apenas un segundo antes de que
baje de nuevo la vista a su plato, pero para mí es suficiente.
Esbozo una pequeña sonrisa y sigo bebiendo pequeños
sorbos de mi café en silencio. «Parece que, al fin y al cabo,
sí hay algo capaz de hacer reaccionar a la sargento Bailey».
Bailey
Tras terminar mi desayuno, me levanto y regreso a mi
dormitorio. Me contengo para no azotar la puerta con todas
mis fuerzas. ¡Ese hijo de perra…! ¿De verdad se tiró a la
muñeca de plástico después de lo que pasó anoche entre
nosotros? ¡¿Qué clase de persona hace algo así?! «Un
criminal sin moral ni valores», resuena en mi mente.
Me siento en el borde de la cama y bufo. Estoy cabreada.
Supongo que eso es algo bueno. Buscaba emociones y las
estoy sintiendo, o al menos eso creo. Además, yo lo
rechacé, ¿no? Él solo fue a buscar en otra lo que yo no quise
darle. Aunque no detuve sus avances en ningún momento.
Dejé que me besara, que me manoseara y disfruté del
maravilloso orgasmo que me proporcionó. Lo que no hice
fue suplicar. Antepuse mi orgullo a la excitación y la
necesidad, y no me arrepiento de ello. Si hay algo que aún
conservo de la mujer que fui, es mi amor propio.
La puerta de mi habitación se abre sin previo aviso y
Zarco pasa al interior con las manos en los bolsillos y
esbozando media sonrisa. Se detiene junto a la cómoda y
ladea la cabeza como si estuviese intentando descifrar mis
pensamientos. Nos miramos con intensidad, como un jodido
duelo a muerte en el que estoy decidida a salir vencedora.
Pasan varios segundos, y entonces él suspira y aparta la
mirada. Sonrío por dentro. «Chúpate esa, Zarco».
―Tengo que hacerte una propuesta ―dice, y da un par
de pasos en mi dirección antes de detenerse y cruzar los
brazos sobre su pecho. No digo nada. Solo arqueo una ceja
de manera interrogante―. Admito que tu habilidad con las
armas y en la lucha cuerpo a cuerpo es impresionante. Por
eso quiero que entrenes a mis hombres.
Tardo unos segundos en procesar lo que acaba de decir y
mi ceja se eleva aún más.
―¿Qué gano yo con eso? Creo que se te olvida que no
estoy aquí de vacaciones. Soy una jodida rehén, Zarco.
Vuelve a sonreír y se encoge de hombros.
―Ambos sabemos que, de haberlo querido, ya habrías
escapado. Has tenido la oportunidad de matarnos a todos.
―Yo ya no mato ―mascullo.
Lo veo cambiar el gesto. Frunce el ceño y sé que está
deseando hacer preguntas, pero tiene el detalle de dejarlo
pasar. Suspira y acorta un nuevo paso de la distancia que
nos separa.
―Te ofrezco tu libertad a cambio de tus servicios.
Eso llama mi atención. Me pongo en pie y clavo mi
mirada en la suya.
―Explícate ―pido.
―Es muy sencillo. Tú entrenas a mis hombres, ponle que
durante unos seis meses. Solo a mi círculo íntimo. Lagos,
Oscar, Gambo, Beni y Luna. Les enseñas a disparar como tú
lo haces y eres libre para marcharte, si eso es lo que
deseas, claro.
Esta vez soy yo la que decide ignorar su último
comentario. ¿Por qué querría quedarme aquí? No tiene
ningún sentido.
―¿Cómo sé que me dejarás irme sin más cuando acabe?
―Porque te doy mi palabra de que así será.
«Y él siempre cumple su palabra», me recuerdo a mí
misma.
―¿Y si digo que no?
Un paso más y esa sonrisa torcida se convierte en una
provocativa y arrogante.
―Entonces estarás demostrando que no deseas
abandonar esta casa. Lo entiendo, estás bastante cómoda,
¿verdad?
―Lo que yo hago es el fruto de mucho entrenamiento y
disciplina de combate. Eres un iluso si crees que tus
hombres pueden aprender en seis meses lo que a mí me ha
llevado años perfeccionar.
―Supongo que tendrán que aplicarse al máximo. Cuento
con que aprovechen bien el tiempo y tú sepas entrenarlos
para que mejoren sus habilidades de forma notable. No
espero tener máquinas de matar, solo que estén mejor
preparados.
―Quieres que yo enseñe formas de matar a criminales
despiadados. No creo que sea buena idea. ―Chasqueo la
lengua y soy incapaz de contenerme―. ¿Por qué no se lo
pides a tu amiga Luna? Has demostrado que puede ser una
segunda opción para otros asuntos. Tal vez dé la talla, o
puede que no.
Me arrepiento de mis palabras en el mismo instante en
que noto como su gesto cambia a uno engreído y fanfarrón.
Acabo de darle munición, y sé que va a usarla contra mí.
―¿Celosa, Mía? ―inquiere en un tono dulce y suave que
contrasta con su voz rasgada y profunda.
Inspiro hondo y consigo recomponerme. No voy a dejar
que piense que me importa lo que hace con esa idiota.
―¿De ti? ―Suelto una pequeña risa y niego con la
cabeza―. No seas patético.
Su expresión cambia de inmediato a una mucho más
seria y termina de acortar la distancia. Su rostro se acerca
al mío, y aunque mi instinto me dice que retroceda, no lo
hago. Solo miro sus ojos oscuros con la mandíbula tensa y
los puños apretados a cada lado de mi cuerpo.
―Ten cuidado, Mía. Como ya te he dicho, tiendo a perder
los papeles con facilidad, y no creo que quieras ver la
persona en la que me convierto cuando eso ocurre. Mantén
tus insultos y ofensas dentro de tu linda cabecita ―susurra
contra mi boca. Se acerca más, sus labios están a punto de
tocar los míos, y entonces me echo hacia atrás y estiro los
brazos para apartarlo. Zarco me mira con sorpresa. Toma
aire por la nariz y asiente―. Piénsalo mientras estoy fuera.
Hablaremos de ello cuando regrese.
Da media vuelta y está punto de salir de la habitación
mientras yo me planteo qué es lo que debo hacer. No pierdo
nada con probar. Si acepto, existirá la posibilidad de salir de
aquí. Eso es más de lo que tengo ahora.
―Tres meses ―digo antes de que pueda irse.
Se gira despacio y la mirada que me lanza me hace
darme cuenta de lo listo que es este maldito cabronazo. Su
intención desde el principio era esta. He caído en su juego
como una imbécil.
―Perfecto. Tenemos un trato. ―Sonríe de nuevo sin
apartar su mirada de la mía―. Nos vemos en unos días,
Bailey. Pórtate bien en mi ausencia, ¿quieres?
Antes de que pueda mandarlo a la mierda, ya se ha ido y
yo me quedo con la sensación de haber hecho un trato con
el mismísimo diablo. ¡¿Qué demonios me pasa?! ¿Estoy
perdiendo facultades?
Capítulo 14
Zarco
Llevamos cuatro días encerrados en un motel de mala
muerte a las afueras de Cíbuta, en el estado de Sonora, en
México. Hemos ido cinco veces a las inmediaciones del
rancho desde el que opera el cártel de Sonora. Luna cree
que podría entrar en el sistema de seguridad de la casa si
consigue acceder al panel central, pero para llegar a él
debemos saber cómo hacerlo, y eso se traduce en mucha
vigilancia. Casi me sé de memoria los turnos de vigilancia
de los hombres de Urriaga. A él no lo he visto, sin embargo,
sé que está ahí dentro. Si no fuese así, la casa no estaría tan
asegurada.
Luna aparta la vista un segundo de la pantalla de su
ordenador portátil y se centra en mí. Cuando se concentra
en el trabajo no suele hablar, y eso me deja tiempo y
espacio para perderme en mis propios pensamientos.
Estamos solos. Al final no quise que Gambo nos
acompañara, y no porque desconfíe de él. Al contrario,
apuesto por su lealtad, no obstante, este es un asunto
demasiado importante y peligroso. Cuando menos gente
esté involucrada, mucho mejor. Yo mismo me ocupé de
varios interrogatorios cuando estaba bajo las órdenes de
Urriaga. No es fácil guardar información cuando un hijo de
puta te está cortando los dedos uno a uno. Si no sabes
nada, no hay nada que puedas decir.
―¿Tienes hambre? Puedo acercarme a la tienda a por
algo de cenar ―dice. Niego con la cabeza y me dejo caer de
espaldas sobre el colchón.
Me pregunto si Bailey estará cenando en casa con los
chicos. Ahora que yo no estoy allí para obligarla a
acompañarnos, es posible que esté comiendo sola en su
habitación. ¿Habrá empezado ya con el entrenamiento o
esperará a que yo regrese? Resoplo y me doy un bofetón
mental. ¿Por qué no puedo dejar de pensar en ella? Estoy
obsesionado. Es muy preocupante que me sienta así. Creo
que… La echo de menos. Sí, eso es. Extraño sus
comentarios sarcásticos, esa forma de mirar a todo el
mundo como si les estuviese perdonando la vida, su olor…
Joder, ese aroma es lo más delicioso que he percibido
nunca. Me encantaría embotellarlo y hacerme un perfume
con él. ¡Mierda! Empiezo a pensar que tal vez mi interés en
esa mujer no es solo físico, y si es así… ¡Maldita sea! Estoy
muy jodido.
―Consígueme una línea segura ―ordeno,
incorporándome para mirar a Luna―. Tengo que llamar a
casa.
Bailey
Me siento agotada, aunque Lagos, Oscar, Gambo y Beni
están mucho peor. Llevamos solo cuatro días de
entrenamiento en el gimnasio y creo que empiezo a ver
alguna mejoría en sus movimientos. Al menos Beni y Oscar
parecen entusiasmados. Lagos sigue diciendo que él no
necesita tanto adiestramiento, que su trabajo requiere más
inteligencia que fuerza, aun así, no se ha negado a hacer
ninguno de los ejercicios que le he encomendado. Gambo es
algo más vago que el resto, pero también se esfuerza.
Después de ducharme y hacer algunos estiramientos
para calentar mis músculos doloridos, salgo de mi
dormitorio y recorro toda el ala hasta que doy con los
demás en la sala de juegos. Me quedo observándolos desde
la puerta. Gambo y Oscar están jugando al billar entre risas
y bromas, la misma mesa en la que atendí a Beni el día que
me trajeron a esta casa. Desde entonces no había vuelto a
esta estancia. Beni está conectado a la videoconsola y
Lagos parece estar muy concentrado mientras habla por
teléfono. De pronto parece darse cuenta de mi presencia.
Sonríe un poco y empieza a acercarse.
―Sí, te la paso ―dice, y me tiende el teléfono.
Lo cojo extrañada y me lo llevo a la oreja.
―¿Mía? ―escucharlo pronunciar mi nombre con esa voz
tan rasgada y profunda provoca que un escalofrío recorra mi
cuerpo de pies a cabeza. Me sacudo para librarme de esa
extraña sensación e inspiro hondo por la nariz―. Mía, ¿me
escuchas?
―Sí ―contesto cortante.
Lagos me empuja despacio hacia fuera y entorna la
puerta, como si intentara darme algo de intimidad. Me giro
y camino hasta la sala de estar.
―¿Cómo estás? ―Frunzo el ceño. No entiendo su
pregunta. ¿Cómo voy a estar? Secuestrada, igual que
cuando se marchó.
―Bien. Cansada, supongo ―respondo confusa.
―¿Has empezado con el entrenamiento?
Exhalo con fuerza. Entonces era eso. Solo quiere saber si
estoy cumpliendo mi parte del trato. Vale, eso tiene sentido.
―Sí, tal como dije que haría.
―Hablamos de tres meses, pero no era necesario que
empezaras ya mismo.
―Cuanto antes empiece, antes acabaré y podré volver a
mi vida ―replico.
Lo escucho suspirar y después el sonido de una puerta
cerrándose.
―Bueno, aquí ya casi hemos terminado. No tardaremos
en regresar a casa ―su voz suena distinta, con eco, como si
estuviese encerrado en un lugar pequeño. ¿Un baño tal vez?
Otro suspiro y después un silencio―. He estado pensando
en ti. ―Me quedo muy quieta, casi paralizada, e incluso
contengo el aliento. No entiendo a qué viene todo esto.
¿Intenta jugar con mi mente de nuevo?―. No puedo
sacarme de la cabeza la forma en la que gemiste en mi
boca cuando tenía mis dedos en tu interior. ―Suelto una
gran bocanada y me muerdo el labio inferior al recordar ese
momento. El calor sube por mi cuello hasta mis mejillas y
siento un cosquilleo en mi bajo vientre―. Jamás he deseado
algo tanto como en ese instante, Mía. Quise follarte como
un jodido animal.
―Podrías haberlo hecho si no fueses tan egocéntrico y
prepotente. ―Las palabras salen de mi boca sin que pueda
hacer nada para evitarlo. Me arrepiento al instante, sin
embargo, ya no puedo echarme atrás.
Escucho su risa, ronca y profunda, y juro que siento como
si traspasara mi piel y se incrustara en los huesos.
―Supongo que debo darte la razón ―dice
sorprendiéndome―. No dejaré que vuelva a ocurrir.
Nos quedamos en silencio unos segundos, y entonces
escucho el sonido de alguien golpeando una puerta seguido
de una voz.
―¿Zarco? ―Es Luna.
Sacudo la cabeza de un lado a otro y caigo en que es
posible que estos días de viaje con ella… ¡Mierda! ¿Qué
demonios estoy haciendo? Dejo que ese cabronazo me
endulce los oídos mientras se folla a otra, y lo peor de todo
es… ¡Maldita sea, es un criminal que me mantiene aquí en
contra de mi voluntad! ¡¿Me he vuelto loca del todo?!
―Tengo que colgar. Nos vemos pronto.
Inspiro hondo y aprieto la mandíbula con fuerza.
―Por mí como si no lo haces. Adiós. ―Cuelgo la llamada
y me llevo las manos a la cabeza en un gesto de pura
frustración.
¿Qué me está pasando? ¿Será el síndrome de Estocolmo?
He escuchado hablar de ello. Personas que llegan a coger
cariño o aprecio por sus secuestradores, algunas mujeres
incluso juran estar enamoradas de los que las encierran y
amenazan. No, es imposible que eso pueda ocurrirme a mí.
«No hay nada».
Decido sacar de mi cabeza todas esas estupideces y
regreso a la sala de juegos. Esta vez paso al interior y me
acerco al sofá donde Lagos se ha sentado a jugar con Beni.
Le tiendo el teléfono y espero a que él ponga la partida en
pausa para cogerlo.
―¿Todo bien? ―inquiere.
Asiento y me encojo de hombros.
―¿Quieres jugar, Bailey? ―me pregunta Beni.
Su sonrisa aniñada tira de la mía. A pesar de que se
esfuerza en aparentar ser un tipo duro, no deja de ser un
crío.
―¿A qué jugáis? ―Miro la pantalla, parece ser un juego
de guerra o algo así. Nunca me han interesado demasiado
las videoconsolas.
―Call of Duty ―responde Lagos. Me sonríe y estira el
mando en mi dirección―. ¿Quieres probar? Seguro que se te
da bien.
Me planteo decir que no y regresar a mi habitación.
Tengo un libro a medio leer. Sin embargo, sé que, si lo hago,
no podré concentrarme en la lectura. No, mi mente
perturbada va a pasar horas repasando la extraña
conversación que acabo de tener con Zarco, y eso no es
algo que me apetezca hacer. Cojo el mando y le hago un
gesto con la mano para que me deje un hueco en el sofá.
Lagos se hace a un lado y me siento.
―Explicadme cómo va esto.
―Oh, pobre de ti ―se burla Beni.
Lo señalo con el dedo índice, sonriendo.
―Estás muerto, chico, solo que aún no lo sabes.
Capítulo 15
Bailey
Por tercera noche consecutiva, paso el rato con los chicos
en la sala de juegos. Todos están haciendo turnos para
intentar vencerme, pero no lo consiguen. El juego es
sencillo. Apuntar, disparar y abatir enemigos. Algo para lo
que me he entrenado toda la vida. A diferencia de las
últimas dos noches, hoy Gambo ha decidido abrir una
botella de tequila, y aunque al principio era reacia a beber,
después de mi quinta victoria accedí a tomarme un par de
tragos, y después otro más. Jugar y beber, así han
transcurrido las últimas horas. Empiezo a notar que me
mareo un poco y la lengua se me traba al hablar, sin
embargo, me lo estoy pasando genial.
Cerca de las cuatro de la madrugada, Oscar lleva a
Gambo a su dormitorio ya que apenas puede mantenerse
en pie. Beni también se retira, y Lagos y yo acordamos jugar
una última partida antes de irnos a dormir.
―¡Oh, vamos! ¡Casi lo tenía! ―exclama, y yo lanzo las
manos al aire para celebrar mi victoria. Admito que, con mis
reflejos mermados por el alcohol, me ha costado más de lo
normal ganar―. Exijo mi revancha, pero mañana, hoy no
creo que pueda seguir mirando la pantalla sin vomitar.
Río y, tras dejar el mando sobre la mesa auxiliar, me
recuesto en el sofá echando la cabeza hacia atrás.
―No tienes nada que hacer. Son demasiados años de
entrenamiento. ―Escuchamos un golpe y ambos giramos la
cabeza hacia la entrada de la habitación, pero no hay nadie.
La puerta sigue abierta―. ¿Crees que Gambo se habrá caído
de la cama? ―pregunto, conteniendo la risa.
―Es posible. Menuda borrachera. ―Ambos reímos de
nuevo y suspiro―. ¿Dónde aprendiste a disparar así? Ya sé
que estuviste en el Ejército, pero dudo que todos los
soldados sean tan buenos.
―Yo nunca fui una soldado más. ―Inspiro hondo por la
nariz y lo miro a los ojos. Tengo que admitir que me cae bien
Lagos. También Beni, Oscar y Gambo. A veces olvido
quiénes son y a lo que se dedican. En momentos como
estos, solo parecen un grupo de amigos que disfruta
pasando el rato juntos y, de alguna manera, han decidido
que yo soy uno de ellos―. Se supone que no debería haber
nacido ―confieso. Tal vez sea fruto del alcohol o del
cansancio, pero me siento cómoda hablando con Lagos.
―¿A qué te refieres?
―Mi padre deseaba tener un hijo varón. Por eso, cuando
supo que iba a tener una niña, le pidió a mi madre que
abortara. ―Lagos hace una mueca de disgusto y me encojo
de hombros―. El general Bailey no está acostumbrado a
que alguien le lleve la contraria, y cuando mi madre murió
al darme a luz, se dio cuenta de que iba a tener que hacerse
cargo de la hija que él no quería tener.
―Suena a que es un grandísimo hijo de puta ―sisea
entre dientes.
Vuelvo a reír y asiento.
―Oh, lo es, pero en el fondo creo que lo hizo lo mejor
que supo. Me inculcó los valores en los que él cree. Por
suerte, no pasaba demasiado tiempo en casa. Siempre tenía
alguna misión a la que acudir y me dejaba al cargo de las
niñeras, eso sí, siempre siguiendo un régimen militar
estricto. Levantarme antes del amanecer, ejercicio,
desayuno y después entrenamiento. Antes de cumplir los
seis años ya sabía manejar cualquier arma y era capaz de
recorrer el circuito de obstáculos de nuestro campo de
entrenamiento en tiempo récord. ―Me sirvo un chupito de
tequila y me lo bebo de un trago antes de continuar―. No
escogí ser militar. Era lo que se esperaba de mí, así que
después de la escuela, militar, por supuesto, entré en la
academia y terminé sirviendo en Afganistán. La única vez
que me rebelé fue al decidir que quería ser médico de
combate en vez de un soldado más. Aunque tampoco le
molestó demasiado, ya que los médicos son bastante
apreciados y respetados en ese ámbito. Salvar las vidas de
tus compañeros caídos es un acto honorable, y para mi
padre el honor lo es todo.
―¿Por eso lo dejaste? ―inquiere, estrechando su mirada
sobre mí.
Cierro los ojos y estoy a punto de contestar cuando
escucho un carraspeo a mi espalda. Me giro y compruebo
que Zarco nos está mirando desde la puerta.
―¿Interrumpo? ―pregunta con el ceño fruncido y la
mandíbula apretada.
Zarco
Siento como la rabia me corre por las venas. No sé qué
me molesta más, si haber pillado a Lagos y a Bailey en la
sala de juegos, solos, en un ambiente íntimo y hasta
bebiendo tequila como los mejores amigos del mundo o que
ella le esté confesando cosas sobre su infancia, algo que
dudo que hiciese conmigo. ¿Qué ha pasado entre ellos
mientras he estado fuera? ¿Por qué parecen estar tan
cómodos el uno con el otro?
Tras mi pregunta, Lagos se pone en pie y viene hacia mí
sonriendo.
―No sabía que llegabas hoy, hermano ―dice, y me da un
leve apretón en el hombro.
Puedo notar el olor a alcohol en su aliento y le brillan los
ojos de una manera poco usual.
―Estás borracho. Vete a dormir ―ordeno.
―¿Quieres un trago? Gambo ha…
―Ahora ―siseo entre dientes.
Lagos se echa hacia atrás y un gesto de confusión cruza
su rostro antes de asentir y abandonar la estancia a
trompicones. En cuanto nos quedamos solos, me dirijo a
Bailey, que sigue sentada en el sofá como si nada.
―Hola a ti también ―canturrea, y se sirve un chupito de
tequila. Se lo toma de golpe y vuelve a mirarme―. ¿Puedo
ayudarte en algo?
―Sí, ¿puedes decirme qué mierda estás haciendo aquí a
solas con Lagos?
Arquea una ceja y se pone en pie. Se tambalea y estoy a
punto de sujetarla, pero consigue mantener la verticalidad y
esboza la típica sonrisa de borracho.
―Madre mía, ese tequila es fuerte ―farfulla. Resopla y se
peina el cabello castaño con los dedos―. Creo que me voy a
dormir. Te dejo aquí con tu cabreo y todo eso.
Está a punto de pasar a mi lado cuando vuelve a
tropezar. Esta vez la agarro por el brazo antes de que caiga
hacia delante y la enderezo.
―No me has contestado ―siseo, pegando mi rostro al
suyo. Busco su mirada―. ¿Ha pasado algo con Lagos
mientras yo no estaba?
―¿Algo como qué? ―inquiere, frunciendo el ceño―.
Hemos entrenado y jugado a la videoconsola.
―¿Solo eso? ―Sé que estoy dejando que la
desesperación que siento se note en mi voz, sin embargo,
no es algo que me preocupe. Ahora mismo lo único que
quiero y necesito es que Bailey me confirme que no se ha
tirado a mi mejor amigo. Mierda, no puedo ni imaginarlo sin
tener ganas de asesinarlos a ambos―. Contesta, Mía ―pido.
Parece entender lo que estoy preguntando porque sonríe
de nuevo y alza la barbilla de manera desafiante y
provocativa. «Maldita sea, echaba de menos ese gesto».
―¿Crees que me he follado a Lagos? ―Escucharla decirlo
me provoca una especie de sensación de ahogo.
―¿Lo has hecho?
Trago con fuerza el nudo de angustia que se ha instalado
en mi garganta y contengo la respiración durante los
segundos que tarda en responder.
―No.
Exhalo y la sujeto por la cintura, tiro de ella hacia mí y
hundo mi nariz en el hueco de su cuello. Respiro hondo y
dejo que su olor entre en mis pulmones. ¡Dios santo, estoy
tan jodido…! Se supone que esto no debía pasar. Solo era
un capricho. Tenía que follarla y pasar a otra cosa, pero
ahora… Me aparto un poco para mirarla a los ojos y acaricio
su mejilla con suavidad.
―No voy a dejar que ningún hombre vuelva a poner sus
manos sobre ti.
Otra vez ese gesto con la barbilla que tan cachondo me
pone.
―No creo que eso sea asunto tuyo. Yo decido con quién
quiero follar.
Mi polla se tensa de inmediato al escucharla. No
desaprovecharé otra oportunidad.
―Di la palabra y en menos de cinco segundos estaré
enterrado en ti ―susurro, y me acerco para morder su labio
inferior. No obstante, antes de que pueda alcanzarlo, Bailey
se aparta y me mira con una sonrisa burlona.
―¿Quién está suplicando ahora, Zarco? ―Tardo un par de
segundos en procesar su pregunta, y ella lo aprovecha para
retroceder. Niega con la cabeza sin perder la sonrisa―. Un
poco patético lo tuyo, ¿no crees? Deberías tener más amor
propio y no estar arrastrándote por un puto polvo.
¡Hija de puta! La miro con furia y bufo.
―Cuidado con tus palabras ―siseo con los dientes
apretados.
―Ya, lo que tú digas. ―Hace un gesto de desdén con la
mano y se gira―. Buenas noches, Zarco.
La veo caminar hasta la salida y dejo que se marche
antes de soltar una recua de maldiciones. Está acabando
con la poca cordura que me quedaba, y lo peor de todo es
que tiene razón. Le estoy suplicando, y eso es algo que
nunca antes había hecho para tener a una mujer. Tengo a
Luna esperándome, ella puede calentar mi cama. Durante
los días que hemos estado en México no he dejado de
rechazarla. ¿Por qué? «Ya sabes por qué», resuena en mi
mente, y cierro los ojos con fuerza. Sí, claro que lo sé, pero
eso no significa que me guste.
Capítulo 16
Zarco
―Zakharov te estará esperando en el club a las diez
―informa Lagos.
―Está bien ―respondo sin mirarlo. Prefiero seguir
concentrado en el trabajo, eso es lo que he estado haciendo
los últimos cuatro días. Lo escucho resoplar y no puedo
evitar alzar la vista―. ¿Ocurre algo? ―inquiero con una ceja
arqueada.
―Eso mismo pregunto yo. Estás actuando de manera
extraña conmigo desde que regresaste de México. ¿He
hecho algo malo?
Inspiro hondo y apoyo los codos sobre la mesa sin
apartar mi mirada de la suya.
―No me gusta que estés tan pendiente de Bailey. Te pedí
que la vigilaras mientras yo no estaba, y creo que te
tomaste tu tarea demasiado en serio.
Frunce el ceño. Parece confuso.
―No entiendo a qué te refieres. Ella estuvo aquí todo el
rato. No la perdí de vista. Eso era lo que querías, ¿no?
Me pongo en pie y rodeo la mesa con tranquilidad, me
enderezo frente a mi amigo y cruzo los brazos sobre mi
pecho.
―Cuando llegué estabais borrachos, a solas y en una
situación muy íntima.
―¿Íntima? ―Abre mucho los ojos y niega con la
cabeza―. ¿Crees que Bailey y yo…?
―¿No es así?
―No, claro que no ―responde, aunque no lo hace con
demasiado énfasis.
Me acerco más y coloco una mano sobre su hombro. ¿Me
está mintiendo?
―¿Puedes prometerme que no sientes nada por ella?
―Hay un silencio, y después asiente―. Dilo ―exijo.
―Zarco, no siento nada por ella. Solo me llama la
atención su forma de ser. Tienes que admitir que es distinta
a cualquier mujer que hayamos conocido.
Sigo mirándolo un rato más y exhalo una gran bocanada
de aire. Acaba de hacer una promesa y yo decido creerle,
espero que no me falle.
―Lo es ―mascullo, y retrocedo para apoyarme en el
borde de la mesa y cruzar los pies por delante―. Bailey es
especial, y por eso la quiero para mí.
Su entrecejo vuelve a arrugarse con curiosidad.
―¿La quieres para divertirte con ella o es algo más?
―Suspiro y le digo con la mirada lo que aún no soy capaz de
admitir en voz alta―. Joder, Zarco. ¿En serio? Te estás
metiendo en un buen lío.
―¿Crees que no lo sé? ―Hundo los dedos en mi pelo y
bufo con fuerza.
―Cuando pasen los tres meses del trato ella se irá,
regresará a su vida. ―Aparto la mirada y Lagos maldice en
voz baja―. No vas a dejarla marchar, ¿verdad?
―Le di mi palabra ―farfullo entre dientes.
―Ya, pero harás todo lo que esté en tu mano para
conservarla.
Inspiro hondo por la nariz y asiento.
―Así es, y el primer paso es introducirla en mi mundo.
Por eso va a acompañarme a la reunión con Zakharov.
―¡¿Te has vuelto loco?! Es demasiado arriesgado.
―Nadie la está buscando ―le recuerdo.
Él mismo se encargó de prender fuego a la ambulancia
con el cadáver de una chica en su interior. Después solo
tuve que hacer un par de llamadas y el forense confirmó
que la persona que había fallecido en la ambulancia era
Bailey. Para el mundo, ella está muerta. De no ser así, no
me atrevería a pasearla por el centro de la ciudad como lo
hice cuando fuimos a cenar, y esta noche pretendo que
vuelva a ocurrir.
―No hablo de eso. Me refiero a la reunión. Zakharov y tú
vais a hablar de temas muy serios. Si no logras que Bailey
quiera quedarse contigo cuando finalice el plazo acordado,
tendrá acceso a uno de nuestros mejores clientes. Ya no
solo está en juego nuestra organización, también la suya, y,
por si no lo recuerdas, la Bratva no se anda con tonterías. Lo
que menos nos conviene es tenerlos como enemigos.
Sé que tiene razón. Ya lo había pensado, sin embargo,
estoy seguro de que Bailey jamás nos delataría. Si quiero
que confíe en mí, antes debo darle yo un voto de confianza,
y esta es la ocasión idónea para ello. Además, dudo que
quiera tener en contra a la mafia rusa. Ni siquiera ella, con
sus habilidades y valentía, podría luchar contra ellos en
solitario.
―Si eso llega a ocurrir, me encargaré de la situación
―afirmo.
Lagos bufa de nuevo y niega con la cabeza.
―Espero que valga la pena, hermano. Estás arriesgando
todo por lo que llevamos años luchando.
¿Lo vale? Lo pienso detenidamente. Aunque ahora mismo
aún siga furioso con ella por rechazarme y escoger la
compañía de Lagos sobre la mía, no puedo evitar pensar en
lo que sentí en México lejos de ella. Lo mucho que la eché
de menos. Sí, por supuesto que vale la pena. Al menos
tengo que intentarlo.
―Siéntate, tenemos que hablar sobre lo que ocurrió en
México. Estamos más cerca que nunca de nuestro objetivo.
―Lagos sonríe y está a punto de tomar asiento cuando
vuelvo a hablar―. Y para zanjar este tema de una vez…
―Me mira―. Voy dejar algo muy claro. Bailey es mía. No
quiero confusiones. ¿Entendido? ―Asiente, y al fin consigo
relajarme un poco―. Bien, pongámonos al día entonces.
Bailey
Bloqueo un golpe de Gambo que va directo a mi cara y
contraataco con un rodillazo en sus costillas. Escucho como
el aire abandona sus pulmones y cae al suelo con un
gemido.
―Mierda ―susurro. Me agacho a su lado―. ¿Estás bien?
Beni y Oscar comienzan a reírse desde el lado opuesto
del gimnasio. Oscar está levantando pesas y Beni, como no
aún no puede hacer esfuerzos físicos, solo le hace compañía
y aprende la teoría. Les lanzo una mirada de advertencia y
ambos siguen a lo suyo. He aprendido a lidiar con ellos
durante nuestras sesiones de entrenamiento. Con el
hermano pequeño de Zarco es sencillo, aparenta dureza,
pero no puede ser más tierno. Oscar… Bueno, a él no
termino de entenderlo. Es obediente, se esfuerza y siempre
está dispuesto a trabajar, no obstante, hay algo en él que
no termina de convencerme. En algunos momentos, su
forma de mirarme es espeluznante, como si estuviese
intentando descubrir la forma de diseccionar cada parte de
mí para su propio disfrute. Resulta inquietante.
Le doy la mano a Gambo y le ayudo a ponerse en pie. Lo
hace con dificultad y tocándose el costado.
―Estoy bien ―gime, haciendo una mueca de dolor.
Tiro del borde de su camiseta hacia arriba para
inspeccionar la zona. Puedo ver la piel enrojecida a pesar de
los dibujos en tinta negra que cubren todo su torso. Es algo
normal después del golpe que acabo de darle. Palpo sus
costillas una a una.
―No tienes nada roto. Estarás algo dolorido y puede que
te salga un hematoma.
―¿Eso hará que me libre de los entrenamientos?
―pregunta sonriendo.
―Solo un par de días ―respondo, apartando mis manos
de su costado.
―¡Bien! ―Alza el puño en señal de victoria y vuelve a
quejarse por el dolor―. ¡¿Habéis escuchado, hijos de puta?!
Nada de entrenamiento para mí durante una semana.
―Dos días ―lo corrijo.
Gambo me guiña un ojo.
―Ya lo sé. Solo quiero que me tengan envidia ―susurra.
Sacudo la cabeza sonriendo y me alejo para coger una
botella de agua que no tardo en vaciar. La verdad es que
echaba de menos hacer ejercicio a diario. Antes de que me
secuestraran, cuando aún tenía una vida propia, solía salir a
correr todas las mañanas, y después de mi jornada laboral
acudía a un pequeño gimnasio que hay cerca de mi
apartamento. El desgaste de energía me ayuda a dormir
mejor.
Oscar y Beni se acercan a Gambo y los tres empiezan a
vacilarse y reír a carcajadas. Sonrío. Supongo que podría ser
peor. Cuando acepté el trato me esperaba algo muy
distinto. Tal vez malas caras e incluso alguna amenaza, pero
es todo lo contrario. Todos me tratan con respeto y
amabilidad, como si de verdad me consideraran una más de
su familia. No sé si es correcto llamarlo así, ya que yo nunca
he tenido una, pero supongo que esto es lo más parecido
que he visto con mis propios ojos. Bueno, también hay
alguna excepción, como Luna. Sigo pensando que es una
zorra caprichosa y consentida. Hace un par de días le sugerí
de buenas que se pasara por el gimnasio para empezar con
sus clases y se negó. Según ella, ya hace bastante ejercicio
por las noches con Zarco. En fin… Él tampoco es que esté
demasiado comunicativo desde que regresó de su viaje.
Apenas me habla, y creo que la forma en la que corté de
raíz sus intenciones en la sala de juegos la noche que volvió
es la causa de su actitud tan tirante y desagradable. Puede
que haya captado mi mensaje. No soy su juguete. «Te
deseo, pero debes humillarte ante mí. Me acuesto con la
zorra. Ahora me voy y te digo por teléfono que te extraño.
Regreso y vuelvo a ordenarte que supliques». Si de verdad
cree que puede conmigo es que aún no me conoce.
―Bailey. ―Giro la cabeza hacia el origen de su voz y lo
encuentro junto a la puerta, observándome con las manos
en los bolsillos.
Lleva puesto un pantalón vaquero oscuro y una camiseta
blanca que se ajusta a la perfección a su torso musculado.
Lo admito, el cabronazo es guapo como el demonio, y puede
que su sola presencia haga verdaderos estragos en mi
libido, no obstante, hace falta mucho más que un cuerpo
bonito y una mirada intensa para doblegarme.
Dejo la botella vacía junto a la toalla que he usado para
secarme el sudor de la frente y los brazos y camino hacia él.
Su mirada no abandona la mía en ningún momento. Me
detengo a una distancia considerable y es él quien se
mueve para quedar frente a mí.
―¿Qué puedo hacer por ti? Si vienes al entrenamiento,
vas a tener que esperar a mañana. He tenido bastante por
un día.
―No es eso ―dice cortante. Una vez más puedo notar la
tirantez y el desprecio en su tono―. Acabo de dejar un
vestido en tu dormitorio. Después de cenar, quiero que te lo
pongas y te arregles para salir.
Arqueo una ceja con diversión.
―¿Otra cita?
―No lo es ―aclara, y aparta la mirada antes de adoptar
una postura recta e impersonal. Me está mostrando quién
manda. Podría hacer algún comentario jocoso al respecto,
sin embargo, prefiero guardármelo y ver a dónde quiere
llegar con todo esto―. Tengo que acudir a una reunión de
negocios y quiero que me acompañes.
¿Negocios? ¡¿Qué mierda tengo que ver yo con sus
negocios?! Ni siquiera me planteo que pueda ser algo legal.
¿O sí? Los mafiosos suelen tener empresas a modo de
tapadera. Es una forma de lavar dinero. No lo sé. Tampoco
es que esté muy al tanto en estos temas.
―Eso no entraba en el acuerdo ―digo, y me encojo de
hombros.
Su mirada regresa a mi rostro y frunce el ceño.
―Yo decido lo que entra o no en ese acuerdo. ―Da un
paso hacia mí y esboza una sonrisa arrogante y engreída―.
Durante los próximos tres meses eres mía. Es mejor que te
vayas haciendo a la idea.
Antes de que pueda replicar, da media vuelta y
abandona el gimnasio con zancadas largas y contundentes.
Inspiro hondo y sacudo la cabeza de un lado a otro. No sé
qué demonios quiere este hombre de mí. Supongo que solo
hay una manera de averiguarlo. Veamos qué nos depara la
noche.
Capítulo 17
Bailey
Zarco no ha dicho ni una sola palabra desde que salimos
de su casa. Estamos llegando al centro de la ciudad. Un
todoterreno negro, donde viajan Gambo y Oscar, sigue el
deportivo en el que nos encontramos. Sí, vuelvo a llevar
puesto un incómodo vestido que apuesto que vale más de
lo que cobro, o cobraba, ahora ya ni siquiera tengo trabajo y
no sé si podré recuperarlo cuando vuelva, si es que lo hago.
Muchas incógnitas y ninguna respuesta, especialmente en
todo lo que tiene que ver con el hombre que conduce a mi
lado sin apartar la vista de la carretera.
Lo observo en la semioscuridad que proporciona la poca
iluminación proveniente de los faros de los coches que
circulan en sentido contrario al nuestro. Vuelve a llevar el
cabello color azabache peinado hacia atrás. Está guapo el
cabrón con un traje de tres piezas en color gris oscuro y
camisa blanca.
―¿Hay algo que quieras preguntar? ―lo escucho decir, y
gira la cabeza en mi dirección antes de regresar su atención
a la carretera.
Ni siquiera me molesto en apartar la mirada. Me ha
pillado. Lo más sensato es actuar con normalidad.
―Sí, muchas en realidad. Ni siquiera sabría por dónde
empezar.
―Por el principio ―masculla.
Aunque me esté hablando, sigue distante. Ha cambiado
conmigo desde que lo rechacé. Tal vez solo tenga herido el
ego, o puede que sea algo más. De todas formas, tampoco
debería importarme. Tres meses, eso es todo lo que tengo
que aguantar, y entonces podré perderlo de vista para
siempre. «¿Y vas a quedarte con la curiosidad? Aprovecha el
momento, imbécil. Haz preguntas».
―¿Zarco es tu nombre o un apodo? ―inquiero.
Vuelve a mirarme, solo un segundo, y escucho como
exhala despacio.
―Es mi apellido. Me llamo Gabriel Zarco.
―Gabriel ―susurro, y esbozo una pequeña sonrisa―.
Tienes el nombre de un arcángel.
―Mi madre era católica, ¿recuerdas? ―dice, y tras meter
la mano bajo el cuello de su camisa abierta, me muestra el
rosario que siempre lleva encima―. ¿Algo más que quieras
saber sobre mí? Puedo hacerte un resumen.
Me acomodo en el asiento y suspiro.
―Adelante, soy toda oídos.
―Como ya he dicho, me llamo Gabriel Zarco, tengo
treinta y cinco años, soy piscis… ―No puedo evitar soltar
una carcajada. Zarco me mira de reojo y podría jurar que
sus comisuras se elevan unos centímetros, pero enseguida
se recompone y sigue conduciendo en silencio.
Tras un buen rato, y viendo que no va a continuar, vuelvo
a la carga.
―¿Cómo te convertiste en el temido Zarco? Supongo que
uno no se despierta un día y decide convertirse en un
mafioso.
―¿Cómo crees tú que fue? Apuesto a que tienes unas
cuantas teorías.
Inspiro hondo y me doy pequeños golpecitos con el dedo
índice en la barbilla mientras pienso en ello.
―Voy a tirar por los clichés. Niño pobre que quiere sacar
adelante a su familia. Empezaste trapicheando en la
adolescencia, tal vez en alguna banda, y fuiste ascendiendo.
Entonces decidiste independizarte para no tener que dar
explicaciones a nadie. ¿Voy bien?
Se queda callado un instante y después niega con la
cabeza.
―Ni siquiera intentes dedicarte al periodismo. Tu
intuición es horrible.
―¿No he acertado en nada?
Vuelve a cabecear.
―Crecí con todos los lujos que te puedas imaginar. Mi
padre era millonario ―hace una pausa y me mira de reojo―,
y un criminal también. ―Vale, eso tiene sentido. Supongo
que le viene de familia. Se queda callado un buen rato, y
cuando pienso que ya no va a decir nada más, continúa―.
Conoció a mi madre cuando ella tenía solo quince años, él
era mucho mayor. ―Debe intuir mi gesto de horror porque
me mira y se encoge de hombros antes de regresar la vista
a la carretera―. No pongas esa cara. Era algo habitual en el
lugar de donde vengo.
―¿Que es? ―inquiero.
Sé que sus raíces son mejicanas, se le nota un poco el
acento.
―Un pequeño pueblo a menos de cuarenta minutos de la
frontera con Estados Unidos. ―No me dice en qué Estado y
tampoco lo pregunto. Es irrelevante―. Mi padre mostró
interés en ella y su familia decidió entregarla para que
tuviese una vida mejor.
―¿La vendieron?
―No exactamente. Mi padre era un hombre muy rico y
ellos vivían en la miseria. Cualquier cosa era mejor que
morirse de hambre. Nunca se casaron, pero sí actuaban
como marido y mujer ante todos, en especial, los hombres
de mi padre.
―Cuando te refieres a hombres, ¿quieres decir
empleados delincuentes?
―Matones, sí. Ellos respetaban a mi madre porque era la
mujer del jefe. Vivíamos todos juntos en una enorme finca.
Esos hombres también tenían familias, mujeres e hijos. Así
fue como Lagos y yo nos conocimos. Bueno, después
también a Luna y más tarde Oscar. ―Me sorprende su
declaración. No tenía ni idea de que se conocían desde
niños. Por eso parecen tan unidos. Llevan juntos toda la
vida. Gira en un cruce y, tras suspirar, sigue hablando―.
Poco después de mudarse a la finca, mi madre se quedó
embarazada de mí. Sin embargo, mi padre ya tenía otro
hijo, era solo un bebé, así que ella lo crio como suyo.
―Tienes otro hermano ―pienso en voz alta.
―Medio hermano ―susurra, y puedo notar algo de
amargura en su tono―. Mi padre nunca fue bueno con ella,
y con nosotros tampoco. Teníamos siempre un plato de
comida, ropa nueva, los mejores juguetes… A cambio,
teníamos que presenciar como ese hijo de puta la mataba a
palos cada vez que se cabreaba con ella. ―No sé qué decir,
así que solo aguardo en silencio a que continúe con su
relato―. Yo tenía seis o siete años cuando mi padre trajo a
otra mujer a la casa. Era más joven y, por supuesto, estaba
más guapa que mamá, ya que ella aún no había pasado por
el infierno que le esperaba. Desde ese momento, la
situación solo empeoró. Las palizas eran diarias y…
―Carraspea, y aprieta el volante con tanta fuerza que sus
nudillos se ponen blancos―. El muy hijo de puta permitía
que sus hombres se divirtieran con ella. ―Contengo el
aliento. ¿Qué clase de persona hace algo así?―. Una noche,
me desperté de madrugada. Había una enorme tormenta y
los truenos me daban miedo, así que acudí a la habitación
de mi madre. Al llegar a la puerta me crucé con varios de
los matones de mi padre, entre ellos estaba el padre de
Lagos. Supe nada más poner un pie en el interior que algo
iba mal. Recuerdo verla desnuda sobre la cama y la sangre
escurriendo entre sus muslos. Lo empapaba todo. Pedí
ayuda, hice todo lo que pude por ella, pero se desangró en
cuestión de minutos. Esos cabronazos la destrozaron.
Exhalo despacio y me imagino a Zarco siendo solo un
crío y teniendo que soportar el dolor de ver a su madre
morir frente a sus ojos. Ahora entiendo de dónde viene su
aversión a la sangre. La de los desconocidos no le afecta. Es
la suya, la de Beni… Tal vez Lagos y el resto de su círculo
íntimo también. Se marea cuando ve la sangre de las
personas que le importan, al igual que su madre. Me
gustaría poder decirle alguna palabra de consuelo. No sé,
mostrar un poco de empatía, pero simplemente no me sale.
―La mujer que llevó a casa tu padre, ¿era la madre de
Beni? ―pregunto tras carraspear.
Zarco esboza una sonrisa triste y niega con la cabeza.
―No, ella solo fue una desgraciada más que corrió la
misma suerte que mi madre.
―¿Qué pasó con él? ¿Cómo acabaste haciéndote cargo
de tu hermano? ¿Mataste a tu padre?
El vehículo se detiene y Zarco me mira con una ceja
arqueada.
―Esa es una historia para otro momento. Ya hemos
llegado.
¡Mierda! No puede dejarme con la curiosidad. Necesito
saber que le metió una bala en la cabeza a ese desgraciado.
Yo lo habría hecho, de eso no tengo duda.
―Pero…
―Ahora no, Mía ―me corta. Frunce el ceño y clava su
mirada en la mía―. Así es como se crean los vínculos de
confianza. Yo te hablo de mi infancia, mi familia y todo eso y
tú haces lo mismo. Aunque creo que para esas confesiones
prefieres a Lagos. ¿Estoy en lo cierto?
Esta vez soy yo la que arruga el entrecejo y estrecho mi
mirada sobre él. Me escuchó. Aquella noche en la sala de
juegos, cuando le hablé a Lagos de mi padre y cómo me
crio, Zarco estaba oyéndolo todo.
―¿Sabes que es muy feo espiar detrás de las puertas?
―La puerta en cuestión estaba abierta, y os vi tan a
gusto el uno con el otro que no quise interrumpir. ¿Y qué
demonios? Es mi casa. Puedo ver y escuchar lo que me
salga de las pelotas. ―Pongo los ojos en blanco por su
actitud engreída y prepotente y lo escucho resoplar―. Vale,
tampoco es momento para esto. Ahora mismo vamos a
entrar en ese club. ―Señala a través de la luna delantera, y
me agacho para ver la fachada de un enorme edificio de dos
plantas pintado de negro―. Tengo una reunión con Mijaíl
Zakharov. Es un comandante de la Bratva.
―¡¿La mafia rusa?! ―exclamo, abriendo los ojos hasta el
nacimiento del pelo.
―Sí, justo esa. Mijaíl y yo somos viejos conocidos.
Necesito darle salida a una mercancía y él es un potencial
cliente.
―¿Lo que le robaste al cártel de Sonora? ―Asiente y
esboza una pequeña sonrisa.
―Son tres toneladas de heroína pura. ―Sacudo la cabeza
de un lado a otro.
Eso son varios millones de dólares en droga. ¿Siete?
¿Nueve tal vez? «¡Maldita sea, Bailey! ¿Dónde te estás
metiendo?».
―¿Por qué me has traído aquí contigo? ―siseo entre
dientes.
―Ya te lo he dicho. Confianza. Yo confío en ti y tú haces
lo mismo conmigo. ―Sonríe de nuevo y abre la puerta―.
Vamos, nos están esperando.
Capítulo 18
Zarco
Mientras camino por el club abarrotado de gente hacia los
reservados de la planta superior, no puedo dejar de pensar
en que estoy cometiendo un error. Bailey no debería estar
aquí. Quiero que conozca mi mundo, que se acostumbre a él
y decida quedarse conmigo, sin embargo, al traerla aquí es
posible que esté logrando todo lo contrario. ¿Y si la asusto?
Desde que la conozco, siempre se ha comportado con
valentía, sin miedo ni temor. «Es la puta Bratva», resuena
en mi mente. ¡Joder, claro que lo es! Y yo voy a meterla en
medio de un lío muy gordo. Le he hablado de la muerte de
mi madre, de mi infancia y toda esa mierda. Con eso
debería ser suficiente, ¿no? Estoy a punto de girarme y
llevármela de vuelta a casa, pero entonces veo a Mijaíl
sentado en un sofá, él me mira y sé que ya no hay forma de
recular. Es demasiado tarde.
Tomo una respiración profunda y coloco mi mano en la
parte baja de la espalda de Bailey. Noto como su cuerpo se
tensa, pero no me aparto, solo la conduzco hasta el lugar
donde Mijaíl ya nos espera de pie. A su lado hay una mujer
muy hermosa, de pelo y ojos oscuros. Al lado del ruso, la
chica parece bastante baja a pesar de llevar puestos unos
zapatos de tacón altos.
―Mijaíl ―susurro, y extiendo mi mano.
Nos saludamos con un apretón y dirijo de nuevo la
mirada a su acompañante. No me pasa desapercibida la
presencia unos cuantos hombres a su alrededor. Su
seguridad privada. Lo entiendo, yo también tengo a Gambo,
Oscar y varios de mis chicos a algunos metros por detrás de
mí.
―Permite que te presente a mi mujer. ―Señala a la chica
morena y sonríe―. Milena.
Inclino la cabeza y ella hace lo mismo. No me atrevería a
tocarla. Los rusos tienen sus manías y prefiero no
provocarlos. Entonces Mijaíl mueve la cabeza en dirección a
la mujer que está a mi lado. Espero que él haga uso del
mismo respeto que yo y no se le ocurra ponerle un dedo
encima. Si lo hace, será él quien tenga que lamentarlo.
―Ella es Bailey, mi acompañante. ―Es la única manera
en la que se me ocurre presentarla. ¿Qué otra cosa puedo
decir? ¿Es la mujer que he secuestrado y con la que estoy
obsesionado? No quedaría demasiado bien. Mijaíl frunce el
ceño y me apresuro a aclarar la situación―. No tienes nada
que temer. Bailey cuenta con mi absoluta confianza.
―Parece pensarlo unos segundos, y al fin cabecea y me
indica con la mano que tomemos asiento en el sofá que está
justo enfrente.
Durante un par de horas hablamos del negocio que
tenemos entre manos. Zakharov es un hueso duro de roer y
un negociador implacable, pero a mí no se me conoce por
ceder sin más ante cualquier oferta ridícula, de modo que
nos lleva más tiempo del esperado llegar a un acuerdo.
Durante todo el rato que pasamos hablando y bebiendo,
Bailey permanece callada y con la mirada clavada en su
propio regazo. No obstante, Milena, la mujer de Mijaíl, sí que
participa en la conversación, al menos eso parece ya que
habla en ruso y no soy capaz de entender nada de lo que
dice. Cada poco tiempo le susurra algo a Mijaíl y este
asiente con la cabeza.
―Bien, entonces creo que tenemos un trato ―dice mi
futuro socio, y estira su mano para que la estreche.
Lo hago y nos ponemos en pie.
―Lo prepararé todo para que el envío llegue sin
contratiempos ―aseguro.
―Sí, eso es importante. En un par de días tendrás la
mitad del pago por adelantado. ―Asiento. Eso es lo que
hemos acordado. Mira a Bailey y esboza una pequeña
sonrisa mientras rodea la cintura de su mujer con un
brazo―. Rad vstreche s vami [1]―dice.
Bailey sonríe, es el primer gesto que la veo hacer desde
que salimos del coche.
―Udovol'stviye moye [2]―responde en ruso.
Mijaíl parece tan sorprendido como yo, pero entonces
recuerdo que ella misma me dijo no hace mucho que
hablaba ruso. Milena, su mujer, da un paso hacia Bailey y la
mira a los ojos con fijeza.
―Vy ne boites' [3]―susurra.
Bailey esboza una sonrisa ladeada y alza la barbilla.
―Ty ni [4]―replica.
Ambas mujeres se miran durante unos segundos y
después asienten con la cabeza a la vez.
Bailey
Nada más meternos en el coche, Zarco se gira en el
asiento y me mira con una ceja arqueada.
―¿Qué te han dicho? ―pregunta.
Me encojo de hombros y termino de ajustarme el
cinturón de seguridad antes de contestar.
―Solo estaban siendo amables.
―Ya, pero ¿qué fue exactamente lo que te dijeron? La
mujer de Mijaíl no dejaba de susurrarle todo el tiempo. Me
estaba poniendo de los nervios.
Esbozo media sonrisa y sacudo la cabeza de un lado a
otro.
―Esa era su intención. Ella fue la que llevó la
negociación desde el principio, Zarco. El ruso…
―Mijaíl ―la corrijo.
―Lo que sea. Él solo te transmitía lo que ella le decía.
Cedió a tu última oferta porque su mujer estuvo de acuerdo.
―Al final vas a ser más útil de lo que esperaba. Tendré
que empezar a traerte a estas reuniones ―murmura, y no
estoy del todo segura de si lo dice en serio o está
bromeando.
Decido no preguntar y me acomodo en el asiento,
echando la cabeza hacia atrás, mientras Zarco enciende el
motor y se incorpora a la carretera. Estoy agotada. Ya son
casi las tres de la madrugada y, después del entrenamiento
de esta tarde y tener que estar subida a esta mierda de
tacones, solo me apetece meterme en la cama y dormir
hasta la hora del desayuno.
Durante el trayecto de vuelta estoy a punto de quedarme
dormida cuando Zarco clava el freno y me veo obligada a
sujetarme con fuerza para no salir disparada a pesar de
llevar puesto el cinturón de seguridad. Voy a preguntarle
qué es lo que ocurre cuando las luces de unos faros me
ciegan. Zarco maldice en voz alta y estira la mano para
coger la pistola y el cuchillo de la guantera.
―A ver si lo adivino… ¿Hombres de Urriaga? ―pregunto,
lanzándole una mirada poco amistosa.
Gruñe. En serio, literalmente gruñe como un perro
rabioso y sus dientes rechinan por la fuerza con la que los
está apretando.
―Quédate aquí ―masculla, y veo como otros dos pares
de faros se detienen frente a nosotros―. Acabaré pronto. Ya
me están tocando las pelotas.
Antes de que pueda impedírselo, sale del coche y yo
pongo los ojos en blanco. ¿De verdad va a salir ahí solo y
enfrentarse a Dios sabrá cuántos hombres armados? Idiota.
Lo único que va a lograr es que lo maten.
Capítulo 19
Bailey
Al entrar en mi habitación aún estoy sin palabras. Durante
todo este tiempo he estado subestimando a Zarco. Conmigo
es atento, o al menos intenta serlo. Cumplió su palabra de
no matarme. En vez de encerrarme en una celda, me ofreció
un dormitorio con todas las comodidades. Lo he insultado y
ninguneado en numerosas ocasiones y siempre ha
mantenido la calma, pero hoy… Esta noche he conocido la
verdadera cara del líder del clan Z.
Al salir del coche para ayudarlo, escuché las primeras
detonaciones. Había más de una docena de hombres
esperándonos. Nos dispararon y él ni siquiera se inmutó. Le
ordenó a Oscar y a Gambo que no se metieran, y entonces
empezó a abrir fuego sobre los hombres de Urriaga. Los
mató uno a uno, primero con la pistola, y al quedarse sin
munición cambió al cuchillo. Fue implacable, no dudó. Al
último de ellos le asestó tantas puñaladas en el estómago y
con tanta fuerza que juraría haber visto como el filo
sobresalía por su espalda. Fue una escena impactante en la
que pude comprobar por mí misma el motivo por el que en
la calle todos se aterrorizan cuando escuchan el nombre de
Zarco.
Me siento en el borde de la cama y miro mi muñeca
ensangrentada. Tengo sus dedos marcados en ella en rojo
carmesí. Tras acabar con la vida de todos esos tipos, vino
hacia mí y me metió en el interior del coche de malos
modos. Por primera vez desde que lo conozco, no me atreví
a enfrentarlo. Tampoco tuve miedo. No sé qué fue. Tal vez
respeto, o solo estaba tan sorprendida por verlo en ese
estado de salvajismo que no fui capaz de reaccionar. Zarco
es un hombre peligroso, siempre lo he sabido, pero hoy, tras
presenciar semejante acto de violencia, lo tengo más claro
que nunca.
Su ropa, su cara, su pelo… Tenía manchas de sangre por
todos lados. Lo que más me impactó no fueron sus actos,
sino su actitud. Estaba alterado, sí, sin embargo, jamás lo
había visto tan frío y distante. Escuché como les ordenaba a
sus hombres limpiarlo todo, y tras subirse al coche, arrancó
y no volvió a decir una sola palabra. Ya en su ala privada, se
quitó la chaqueta y solo se marchó a su habitación sin
despedirse.
Suspiro y decido darme una ducha rápida antes de
acostarme. Necesito tener la mente clara para valorar si de
verdad estoy segura aquí, con él. ¿Es posible que en algún
momento pueda perder la cabeza de nuevo y sea yo la que
termine con un cuchillo en las entrañas? No he dejado de
hacerme esa pregunta.
Entro en el baño y antes de nada me lavo las manos y la
muñeca. Me miro en el espejo y me doy cuenta de que no
es el único lugar en el que tengo manchas de sangre. Reviso
la parte superior de mi brazo, hay un pequeño corte, como
una rozadura, y entonces lo recuerdo. Durante el tiroteo
sentí que una bala pasaba muy cerca de mí y un pequeño
pinchazo en el brazo, pero estaba tan ensimismada
observando la carnicería que se desarrollaba frente a mí que
ni siquiera le di importancia. Lavo la zona y compruebo que
no es nada grave. Lo más probable es que la bala impactara
contra alguna superficie y rebotara, con tan mala suerte
que una astilla fue a parar a mi piel.
Me ducho con tranquilidad y después salgo a la
habitación. Me visto con ropa interior y una camiseta larga
antes de coger el bolso de provisiones médicas que no hace
mucho Zarco se encargó de que rellenaran para seguir
curando a los heridos. Siempre lo tengo en mi dormitorio, ya
que soy la única que lo usa. Lo dejo en el suelo junto a la
cama y saco de su interior el desinfectante en spray, unas
cuantas gasas y un apósito pequeño. Aún no he empezado a
curar la herida, que ya apenas sangra, cuando la puerta de
la habitación se abre de forma brusca. Giro la cabeza con
rapidez y me siento confundida al ver a Zarco venir hacia mí
dando largas zancadas.
―¡Estás herida! ―exclama. Parece irritado, o molesto. Se
detiene a mi lado mientras aún sigo con la gasa en la mano
a medio camino de mi brazo―. ¿Qué ha pasado?
―¿Cómo supiste…? ―empiezo a decir. Sin embargo,
antes de que pueda terminar la pregunta, veo como el
rostro de Zarco palidece. Pestañea un par de veces y
retrocede tambaleándose―. Oh, mierda. ¿Estás bien? ―Dejo
caer la gasa y me acerco despacio. Parece estar a punto de
vomitar―. ¿Te estás mareando? ―Inspira profundo por la
nariz y cabecea de manera afirmativa.
Actúo rápido. Me coloco a su lado y lo insto a que se
siente sobre el colchón a los pies de la cama. Ya no está
sucio. Al igual que yo, parece haber salido de la ducha hace
poco. Su pelo está húmedo, lleva puesto un pantalón
holgado de algodón, una camiseta negra de tirantes y está
descalzo.
―Estoy bien ―murmura, pero aún sigue blanco como la
cal.
Chasqueo la lengua y me agacho para coger un poco de
alcohol del bolso. Mojo una gasa y se la acerco a la nariz. En
cuanto inhala el olor, aparta la cabeza y hace una mueca de
asco, pero sus ojos se abren más y parece espabilarse un
poco. Aprovecho para curar rápido la herida del brazo y
cubrirla con el apósito para que no pueda ver el pequeño
hilo de sangre que corre hacia abajo por la superficie de mi
piel. Al terminar, me giro y compruebo que sigue algo
pálido, aunque ya no tanto como antes.
―Ya lo he tapado. ¿Te encuentras mejor? ―Asiente y me
acerco de nuevo para volver a poner la gasa con alcohol
bajo su nariz. Intenta apartarse, pero sujeto su cabeza,
poniendo la mano en la parte posterior de su cuello, y lo
obligo a quedarse quieto―. No seas cabezota, Zarco. Espera
un poco a que estés recuperado del todo.
Suspira y alza la vista hacia mi rostro. Sus ojos negros, ya
abiertos y avispados, me observan sin apenas pestañear.
Entonces mi mente empieza a divagar. Recuerdo lo que me
dijo en el almacén, que solo le afectaba ver su sangre y la
de su hermano, y también la conclusión a la que yo misma
llegué hace unas horas, cuando me contó la horrible muerte
de su madre que tuvo que presenciar cuando era un niño.
«Se marea cuando ve la sangre de las personas que le
importan». Trago saliva para bajar el extraño nudo de
emociones que se ha instalado en mi garganta y contengo
la respiración.
―Te importo ―susurro. No es una pregunta, y tampoco
espero que responda, pero él lo hace.
Lo primero que noto es su mano en la parte posterior de
mi muslo. Es solo un pequeño roce, sin embargo, lo siento
expandiéndose por toda la piel que recubre mi cuerpo.
Seguimos mirándonos con fijeza, y una exhalación rompe el
silencio.
―Más de lo que soy capaz de admitir ―masculla.
La sensación de ahogo aumenta y siento una especie
de… ¿Es posible? No, no puede ser. «No hay nada».
Su otra mano sujeta la mía, y tras quitarme la gasa,
acerca su rostro, cierra los ojos y frota su mejilla contra mi
palma con suavidad. Su barba corta es suave al tacto, me
hace cosquillas, y no solo en la mano. Cuando vuelve a
mirarme, no hay ni rastro de ese animal salvaje que he
conocido esta noche en sus ojos. Al contrario, me mira con
ternura, con una dulzura infinita y desbordante. Siento su
agarre más fuerte en mi muslo y me acerca a él poco a
poco, como si estuviese pidiéndome permiso para hacerlo.
Inspiro hondo por la nariz y muevo mi mano por su
rostro. Repaso su pómulo con las puntas de los dedos,
después la ceja oscura con un corte que la atraviesa cerca
de la punta. Acerco mi rostro al suyo hasta que nuestros
labios están a punto de tocarse y respiro su aliento.
―Bésame ―pido.
Zarco esboza una sonrisa traviesa, sus ojos centellean y
estrella su boca contra la mía con brusquedad. Sus manos
se aferran a mi trasero mientras nuestras lenguas se unen.
No es un beso lento ni cariñoso. Todo lo contrario, es un acto
salvaje y agresivo que enciende una chispa de calor en mi
bajo vientre y poco a poco va subiendo de temperatura
cada parte de mi cuerpo. El aroma a humo invade mi nariz.
Lo siento en todas partes, en mi boca, en mi trasero, en mis
muslos desnudos.
Con un movimiento rápido, me ayuda a subir a su regazo
a horcajadas y gimo en su boca cuando mi sexo se roza con
su abultada entrepierna. Zarco rompe nuestro beso, toma
una respiración profunda y muerde mi labio inferior
mientras me mueve de delante hacia atrás con sus manos
en mi cintura. Siento como la piel me arde. La necesidad es
desesperante. Rodeo su cuello con los brazos y hundo mis
dedos en su pelo, tiro de él y bajo mi rostro para lamer su
cuello.
―Voy a follarte tan duro… ―susurra, y después jadea
cuando mis dientes se clavan en el lóbulo de su oreja. Antes
de que pueda adivinar sus intenciones, se pone en pie
conmigo encima y me lanza sobre el colchón. Sin aliento, lo
miro mientras se quita la camiseta de tirantes por la cabeza
y empieza a bajarse el pantalón―. Si quieres arrepentirte,
ahora es el momento ―advierte.
Lo pienso unos segundos. ¿Quiero detenerme? Sé lo que
debo hacer, pero ¿eso es lo que deseo?
―Sin arrepentimientos ―digo, y recibo otra de sus
sonrisas traviesas antes de que se baje el bóxer y caiga
sobre mí completamente desnudo.
Nuestras bocas se unen de nuevo, justo después de que
Zarco se encargue de quitarme la camiseta. Mis bragas
desaparecen de inmediato y acaricia uno de mis pechos,
después el otro y va descendiendo por mi abdomen hasta
llegar a la unión de mis muslos. Abro las piernas para que
pueda acceder a mi sexo y gimo de nuevo cuando aparta su
rostro del mío para mirarme a los ojos.
―Quiero ver cómo te corres una vez más. No puedo
sacarme esa imagen de la cabeza, Mía. ―Hunde dos dedos
en mi interior y mi espalda se arquea de manera
involuntaria. El placer es indescriptible, pero necesito más,
mucho más. Lo sujeto por la nuca y tiro de él para acercar
su rostro a mis pechos. Escucho una risita baja y después su
lengua rodea mi pezón y se dedica a jugar con él un rato. Lo
mordisquea mientras sigue follándome con los dedos cada
vez más rápido―. Solo un poco más ―susurra contra mi piel
con ese tono tan profundo.
Siento el primer latigazo de placer recorriendo mi
columna y me arqueo aún más. Zarco abandona mi pecho y
su pulgar presiona mi clítoris mientras me observa con una
sonrisa engreída. Cierro los ojos y echo la cabeza hacia
atrás.
―¡Oh, Dios! ―exclamo en éxtasis.
―De eso nada. ¡Mírame! ―exige. Por algún motivo, mi
subconsciente decide obedecer su orden y abro los ojos
mientras me deshago en pedazos. Cuando al fin dejo de
temblar, Zarco aparta su mano de mi sexo y me mira con
los ojos encendidos de pasión y lujuria desenfrenada―. Mía
―sisea, y vuelve a asaltar mi boca.
No me detengo a pensar en lo que significan sus
palabras. No creo que se refiera a mi nombre, aunque, si
soy sincera, ahora mismo me da igual. El deseo, aún latente
en mí, se acrecienta con cada roce de su lengua sobre la
mía. Muerde mis labios, después se traslada a mi cuello y
sus manos se aferran a mis pechos con tanta fuerza que
roza lo doloroso. Siento como se acomoda en mi entrada, se
incorpora un poco, coloca su mano en mi cadera y, tras
tomar una respiración profunda, se impulsa hacia mi interior
llenándome por completo. Un pequeño grito rasga mi
garganta. Me muerdo mi propia mano para contenerlo, sin
embargo, tras su segunda embestida, solo soy capaz de
pensar en lo mucho que deseo correrme de nuevo.
Zarco se inclina sobre mí otra vez y empieza a entrar y
salir de mi interior con golpes de cadera certeros y más
rápidos a cada segundo. Nuestras respiraciones se aceleran.
Toco su espalda, acaricio sus músculos, su piel cubierta por
una fina capa de sudor y recibo sus deliciosos empellones
con gusto. De pronto, se retira, alza una de mis piernas y la
coloca sobre su hombro antes de volver a hundirse en mi
interior. El cambio de postura resulta aún más placentero y
soy incapaz de contenerme por más tiempo. Empiezo a
gemir en alto. Zarco se da cuenta y se echa sobre mí,
muerde mi pantorrilla y acelera sus embestidas.
―Voy a… ―No soy capaz de terminar la frase. Empiezo a
temblar cuando uno de los orgasmos más placenteros y
duraderos que he sentido nunca me recorre de pies a
cabeza.
―¡Mírame! ―Lo hago y noto como su rostro se contrae.
Baja mi pierna sin salir de mi interior y se aferra con ambas
manos a mi cintura para follarme aún con más ímpetu.
Gruñe entre dientes sin dejar de mirarme y cae sobre mí.
Me sujeta el rostro. Ambos estamos sin aliento―. Mía
―susurra antes de besarme, como si quisiera que nuestros
labios se fundan entre sí.
Capítulo 20
Bailey
Después de ducharme y vestirme, regreso al dormitorio y
encuentro a Zarco justo en la misma posición que lo dejé.
Está tumbado boca abajo, ocupando tres cuartas partes de
la cama. Tiene la cabeza hacia un lado y mechones de pelo
oscuro le cubren parte del rostro. Inspiro hondo y ladeo la
cabeza mientras lo repaso con la mirada, desde sus
hombros anchos, pasando por su espalda en forma de uve,
hasta llegar a su trasero redondo y prieto, el mismo en el
que hace solo unas horas estaba clavando mis uñas
mientras él se hundía en mi interior una y otra y otra vez.
Perdí la cuenta de las veces que lo hicimos, aunque sí
recuerdo las posturas, al menos la gran mayoría. Me acerco
un poco más para intentar leer lo que dice el único tatuaje
que cruza desde un omoplato a otro y que ocupa toda la
parte superior de su espalda. «Sangre y muerte». Sonrío. No
sé qué esperaba. ¿Un poema tal vez? Eso sería ridículo.
Zarco se mueve y farfulla en sueños un par de palabras
que no soy capaz de entender antes de que su respiración
se vuelva pesada de nuevo. No me arrepiento de lo que dejé
que sucediera anoche. Solo tomé lo que deseaba. Fue
increíblemente placentero y satisfactorio. No recuerdo que
nunca antes me haya corrido tantas veces seguidas, y eso
se lo debo a él. Tampoco soy tan idiota como para creer que
esto ha significado algo más que una reacción física por
parte de ambos. Los dos estuvimos dispuestos, nos dejamos
llevar y ya está. No quiero ni pienso darle más vueltas al
tema.
Abandono el dormitorio casi de puntillas y llevando el
bolso médico colgado del hombro. Voy directa a la
habitación de Beni, y tras llamar a la puerta, entro y lo
encuentro ya levantado y vistiéndose sin ayuda.
―Por lo que veo, ya casi estás recuperado del todo
―digo a modo de saludo.
―No te creas. ―Se sienta en el borde de la cama e
intenta agacharse para ponerse las deportivas, pero
enseguida se incorpora haciendo muecas de dolor―. Sigo
quedándome sin aire si me esfuerzo y no puedo calzarme.
¡Es una mierda!
―Espera, te echo una mano.
Sonrío y me adentro en la habitación. Dejo la bolsa a un
lado de la cama y me arrodillo frente a él para ayudarlo con
su tarea. Primero una deportiva y después la otra. Las
abrocho y me pongo en pie.
―Gracias, Bailey. ―Se fija en el pequeño apósito que
asoma por debajo de la manga de mi camiseta y frunce el
ceño―. ¿Qué te ha pasado?
―¿Esto? ―Me encojo de hombros para restarle
importancia―. Fue anoche. Tu hermano hizo que lo
acompañara a un club y… ―Suspiro―. Da igual. Es solo un
rasguño.
―Lagos me despertó hace un rato y me dijo lo que pasó,
pero se le olvidó mencionar que estabas herida.
―Es que no lo sabe. Una bala rebotó y me rozó la piel.
No es nada, de verdad.
―¿Segura? Si necesitas algo puedes decirlo. Ya te habrás
dado cuenta de que mi hermano es un poco bruto ―me
contengo para no decirle lo bruto que puede llegar a ser en
un ámbito más íntimo. Aún no sé cómo he conseguido
caminar con normalidad después de lo que me hizo
anoche―, sin embargo, sé que jamás permitiría que algo
malo te pasara. Eres una de los nuestros.
Inspiro hondo por la nariz y empiezo a repartir el material
médico sobre el colchón. Beni es un buen chico. Tal vez, si
se hubiese criado de otra forma…
―Deja que te revise las heridas. Si todo está bien, te
quitaré los últimos puntos ―le informo, ignorando su
comentario.
Quito los apósitos y empiezo a desinfectar la zona y
cortar los pocos puntos de sutura que aún le quedan.
―Lo digo en serio, Bailey ―insiste―. Tu llegada a esta
casa no fue la mejor. Sé que no hubieses elegido meterte en
este lío, pero…
―Beni, me han secuestrado ―digo interrumpiéndolo―.
No lo justifiques. Me trajeron aquí en contra de mi voluntad,
con amenazas y una jodida pistola apuntando a mi cabeza.
―Parece como si ese día hubiese sido hace mucho
tiempo.
―Pues no lo fue. ―Descarto las gasas usadas y cojo los
apósitos―. Hice un trato con tu hermano y pienso cumplirlo.
Después me marcharé y seguiré adelante con mi vida.
―Exhalo con fuerza―. Enderézate un poco ―pido. Coloco
un pequeño apósito por delante y otro en la parte trasera de
su costado antes de ayudarlo a ponerse la camiseta.
Después guardo el resto del material en el bolso y
compruebo que Beni sigue mirándome con el ceño
fruncido―. ¿Qué?
―¿Ni siquiera te planteas quedarte con nosotros? Creí
que tal vez podrías…
―Anoche vi como tu hermano terminaba con la vida de
más de una docena de hombres, Beni. Yo soy paramédico.
Salvo vidas, no las arrebato. Además, ni siquiera creo que él
o los demás quieran que yo me quede.
―¡Claro que sí! ¿Es que no te has dado cuenta? Lagos,
Oscar, Gambo, Gabriel… ―¿Gabriel? Hago un gesto de
confusión, pero entonces recuerdo que ese es el nombre de
pila de Zarco―. Todos te adoran, Bailey. Es más, creo que
hasta Luna te está cogiendo un poco de cariño.
Nos miramos unos segundos y ambos rompemos a reír.
No es cierto. Luna me odia, y tampoco se molesta en
ocultarlo. Me pregunto cómo reaccionaría si llegara a
enterarse de que Zarco y yo nos hemos acostado. Apuesto a
que entraría en cólera. Bueno, si me toca las narices puedo
decírselo solo para molestar. Será divertido.
―No estoy de acuerdo contigo, pero tampoco quiero
discutirlo. ―Suspiro de nuevo y doy una palmada―. ¿Te
apetece ir a practicar a la zona de tiro?
Abre mucho los ojos y esboza una sonrisa de oreja a
oreja. No me había dado cuenta de lo mucho que se parece
a su hermano. Sus sonrisas son iguales.
―¿Voy a poder disparar? ―pregunta emocionado.
―No veo por qué no. ―Coloco mi mano sobre su hombro
y sonrío un poco―. A partir de este mismo instante te doy el
alta médica. Solo intenta no realizar esfuerzos excesivos y
todo irá bien.
―¡Genial! ¿Cuándo empezamos?
―Después del desayuno. Me muero de hambre.
Zarco
Busco a tientas en el colchón, pero el lugar que debería
estar siendo ocupado por Bailey se encuentra vacío y las
sábanas frías. Alzo la cabeza y agudizo el oído por si la
escucho en el baño. Nada. Se ha ido. Resoplo y me
incorporo. Apoyo la espalda contra el cabecero y no puedo
evitar esbozar una sonrisa engreída. He pasado una de las
mejores noches de mi vida, y eso que no comenzó
demasiado bien. Los hombres de Urriaga me pillaron por
sorpresa. No sé cómo demonios me localizaron, no
obstante, eso es algo que pienso averiguar. Al menos pude
desahogar mi frustración de los últimos días con ellos. Los
maté a todos. Si no hubiese sido tan impulsivo, tal vez uno
podría haberme dado algunas respuestas. En fin… Ahora ya
no hay nada que pueda hacer para cambiarlo.
Recuerdo la cara de Bailey cuando regresé al coche. Le
dije que no saliera y, como siempre, decidió hacer caso
omiso a mi orden. Aunque lo que más me impresionó fue su
expresión. No dijo nada, pero se la veía horrorizada por lo
que acababa de presenciar. Ni siquiera pude dirigirle la
palabra durante el resto del trayecto de vuelta a casa. Por
primera vez en mi vida me sentí avergonzado por ser quien
soy, y eso es algo que aún ahora no logro comprender. No
busco comprensión ni que nadie se compadezca de mí,
jamás lo he hecho. Sin embargo, anoche sentí la imperiosa
necesidad de disculparme con ella por haber matado a esos
hombres. Tras ducharme, fui a mi despacho para reunir el
valor suficiente para enfrentarme a ella; entonces la vi a
través de la cámara de seguridad que hay en su dormitorio.
Al darme cuenta de que estaba herida, volví a actuar por
puro impulso. Cuando entré en su dormitorio no esperaba
marearme al ver la sangre en su brazo. Me tomó por
sorpresa, y no fue la única de la noche.
Bailey me miro a los ojos y me pidió que la besara. Eso
era lo que había estado esperando, una señal de
consentimiento. ¿Cómo iba a desaprovechar la oportunidad?
Y vaya si no lo hice… La follé de todas las formas que se me
ocurrió. Estuve horas enterrándome en su interior una y otra
vez. No era capaz de saciarme de ella, siempre quería más.
Suspiro y echo la cabeza hacia atrás, recordando como
ella gemía mi nombre, como su cuerpo se retorcía de placer
debajo del mío… ¡Santo Cristo! No sé si podré dejarla
marchar. «Quiero volver a sentir lo que sentí anoche cuando
la estaba tomando… Siempre». La profundidad de ese
pensamiento me golpea como un jodido puñetazo en el
estómago. ¿Qué voy a hacer si no acepta quedarse
conmigo? No, tengo que convencerla como sea.
Capítulo 21
Zarco
Tras ducharme y vestirme con ropa cómoda, salgo del
dormitorio y voy en busca de algo que desayunar. Después
hablaré con Lagos sobre lo que pasó anoche. Estoy seguro
de que los hombres que nos emboscaron pertenecían al
cártel de Sonora. No tengo ni idea de cómo me encontraron.
Estaban muy cerca de la casa, demasiado, y eso me
preocupa, parece como si alguien les hubiese informado de
nuestra posición.
Nada más cerrar la puerta de la habitación de Bailey, me
encuentro de frente con Luna. Frunce el ceño, echa un
vistazo al lugar del que acabo de salir y después a mí de
nuevo.
―¡¿En serio te la has follado?! ―sisea con rabia.
Inspiro hondo por la nariz y me froto la mandíbula para
armarme de paciencia. Espero que Luna no se convierta en
un problema. La conozco desde que éramos unos críos y es
demasiado buena en su trabajo como para tener que
prescindir de ella.
―No te debo explicaciones ―comento, pasando a su
lado.
Como ya esperaba, me sigue hasta la cocina. No dice
nada, pero noto que me observa mientras me sirvo un café.
Al mirarla de nuevo, soy consciente de que su expresión de
cabreo ha aumentado.
―No puedes ir en serio con ella, Zarco. ¡Vas a conseguir
que nos maten a todos! ―No contesto, solo sigo dando
pequeños sorbos de mi café―. ¡No es una de los nuestros!
Dejo la taza sobre la encimera con más fuerza de la que
pretendía y le lanzo una mirada de advertencia. Me estoy
cansando de sus berrinches. Sé que tiene problemas, pero
esta situación ya está llegando demasiado lejos.
―Soy yo quien decide eso, Luna.
―Claro, porque tú siempre tienes la razón, ¿verdad?
Ahora mismo tenemos a todos los jodidos hombres de
Urriaga buscándonos gracias a tu última gran decisión. Si no
hubieses robado su mercancía…
―¡Si tanto dudas de mi criterio, no sé qué demonios
sigues haciendo en mi casa! ―vocifero, perdiendo los
nervios.
―¡Estoy aquí porque somos familia! ―replica. Me
contengo para no seguir gritando. Luna está sobrepasando
los límites, pero en el fondo sé que es culpa mía. Jamás debí
acostarme con ella―. ¿Recuerdas eso, Zarco? Todos
estábamos unidos hasta que esa mujer llegó a nuestras
vidas. Mírate, estás dejando que se meta en tu cabeza.
¿Qué será lo siguiente? ¿Vas a seguir descuidándote para
pasearla de un lado a otro? ¡La llevaste contigo a ver a los
rusos! ¡Maldita sea, estás pensando con la polla!
―¿Cómo sabes eso? ―inquiero, frunciendo el ceño.
Luna recula un par de pasos y agacha la mirada.
―Escuché a Gambo y Oscar hablar esta mañana
―responde.
―¿Ahora espías detrás de las puertas?
―Fue sin querer. Además, no creí que fuese un secreto,
ya que nunca antes los has tenido con nosotros.
Exhalo con fuerza y la señalo con el dedo índice.
―Luna, no voy a seguir discutiendo contigo las
decisiones que tomo respecto a mi organización. Si ya no
confías en mí, puedes irte cuando quieras.
Se queda callada unos segundos y niega con la cabeza.
―¿La estás poniendo a ella por delante de mí? ―inquiere
con los ojos muy abiertos.
Estiro mi camiseta y me encojo de hombros.
―Si es así como quieres verlo…
―Zarco, escúchame…
―No, presta tú mucha atención. Valoro tu amistad, y
también el trabajo que haces, pero no voy a admitir que
intentes manipularme.
―¿No te estás dando cuenta de que es esa zorra la que
te manipula?
Me acerco a ella y estiro mi mano, sin embargo, antes de
llegar a su cuello la bajo y hago un enorme ejercicio de
contención para no cometer una locura.
―¡Fuera de mi vista! ―siseo furioso.
―Lo que tú digas, jefe ―replica antes de marcharse con
un visible cabreo.
Resoplo y decido dejar la charla con Lagos para más
tarde. No tengo ganas de escuchar también sus quejas. Sé
que me arriesgué demasiado al llevar a Bailey a la reunión
con Zakharov. Soy muy consciente de que, si ella decide
hablar con la Policía, me habré buscado un conflicto con la
Bratva, y eso podría significar el final para todos nosotros.
No obstante, la necesidad de incluirla en mi mundo me
nubló el juicio. Puede que Luna tenga razón y esté pensando
con la entrepierna, pero ¿qué más puedo hacer? No me veo
capaz de renunciar a ella, y la única manera que tengo para
retenerla es ganarme su confianza.
Salgo de mi ala privada y, mientras me dirijo a la planta
baja, me cruzo con varios de mis hombres. Todos me
saludan de manera educada y respetuosa. Ellos dependen
de mí, sus familias viven del dinero que se ganan
trabajando para mí y yo lo estoy arriesgando todo por una
mujer.
Salgo de la casa por la puerta trasera y me encamino
hacia el lugar de donde provienen las detonaciones. A esta
hora de la mañana, lo más probable es que Bailey esté
dando su clase de tiro. Los chicos están mejorando mucho,
eso es algo que salta a simple vista. Además, se nota que se
sienten cómodos con ella, incluso Gambo la trata con
respeto y cariño. Encuentro a Lagos disparando y su lado
está Oscar. Más alejados, Gambo observa como Bailey le
indica a mi hermano cómo sujetar bien el rifle. Me acerco y
me quedo en silencio viendo a mi hermano sonreír mientras
ella se coloca a su espalda.
―No gires los brazos. Desplaza la cadera.
―Eso hago.
Bailey pone los ojos en blanco y se me escapa una
sonrisa. No le sobra paciencia. En eso nos parecemos.
―Vale, prueba con la pistola. ―Le arrebata el rifle y le
tiende una Glock 9 mm―. La mano derecha sostiene el
arma y la izquierda la mueve. ―Beni apunta a una diana y
Bailey chasquea la lengua―. ¿Por qué cierras un ojo? Ves
mejor con los dos abiertos.
―No lo sé. Es por costumbre, supongo.
―Pues olvídala. ―Le tira hacia atrás de los hombros―.
Endereza la espalda. Te estás encorvando.
Beni resopla, pero no rechista, y eso es algo
sorprendente. Mi hermano pequeño no tiene por costumbre
obedecer órdenes. Siempre se las arregla para hacer lo que
le da la gana. Sin embargo, con Bailey no parece tener
problema en mantener la boca cerrada y hacer todo lo que
le dice. Dispara varias veces y después ella sigue dándole
consejos para corregir su postura y afinar el tiro. Tras más
de media hora, al fin se aparta y dan por concluido el
entrenamiento. Beni le pide seguir un rato más, solo que
ella se niega alegando que no debe esforzarse demasiado.
Mi hermano y Oscar se van hacia la casa y Gambo empieza
a practicar también. Al ver a Bailey sola, ordenando la
munición, decido acercarme.
―Buenos días ―susurro a su espalda. No se sobresalta.
Apuesto a que ya me había visto antes, aunque no me ha
mirado en ningún momento. Se gira despacio y me saluda
con un gesto de su cabeza antes de continuar con su tarea.
¿De verdad eso es todo? No esperaba un abrazo ni un beso,
pero al menos podría decir «hola»―. Te levantaste pronto.
―Tenía cosas que hacer ―masculla.
―Podrías haberte tomado la mañana libre. ―Me acerco
más y hundo mi nariz en su pelo de manera disimulada. Me
encanta ese aroma cítrico que desprende―. Esperaba
encontrarte en la cama al despertar.
Cuando estoy a punto de sujetarla por la cintura, se
aparta hacia un lado, se gira y me mira frunciendo el ceño.
―No hagas eso ―pide, aunque por su tono bien podría
ser una exigencia.
―¿El qué? ―Esbozo una sonrisa y ladeo la cabeza,
observando su rostro con atención.
―Lo que estás haciendo: ser atento y galante, como si…
―Suspira y sacude la cabeza de un lado a otro―. Da igual.
Solo déjalo, ¿vale?
―Entendido. ―Alzo ambas manos y amplío mi sonrisa.
Gambo empieza a disparar una escopeta semiautomática
muy cerca de nosotros, y la primera detonación me hace
dar un brinco por el susto. Bailey ni siquiera se inmuta―.
¿Cómo lo haces? ―inquiero.
―¿El qué? ―Coge una pistola y la desmonta por
completo en solo unos segundos. Se nota que lo ha hecho
antes, muchas veces.
―No sobresaltarte. Se te ve tan cómoda en este
ambiente…
―Lo estoy ―afirma, encogiéndose de hombros. Inspira
hondo por la nariz y esboza una pequeña sonrisa―. Las
detonaciones, el olor a pólvora… Crecí en este ambiente y
pasé seis años en el frente. Este campo de tiro es lo más
parecido a un hogar en el que he estado los últimos dos
años.
―¿Por qué dejaste el Ejército si te gustaba tanto?
―inquiero.
Su expresión cambia. Se queda callada y creo que no va
a contestar, pero lo hace.
―En mi última misión en Afganistán toda mi unidad cayó
en una emboscada. Yo iba en la retaguardia, tratando a los
heridos. O más bien intentando reanimar a los que aún
tenían pulso. Todos acabaron muriendo, menos siete de
ellos. Los insurgentes los apresaron en una especie de
cueva subterránea. Se parecía a una antigua mina, aunque
no estoy muy segura de que lo fuera. Creí que podría
sacarlos de allí sin llamar la atención. Me habían preparado
para ello, y al menos tenía que intentarlo. Eran mis
compañeros. ―Hace una pausa y fija la mirada en una de
las dianas―. Entré en la cueva, y apenas había avanzado
unos metros cuando me encontré a un niño. Tenía unos ocho
o nueve años. No sabría decirlo con exactitud. Estaba sucio
y desnutrido. Le pedí que se marchara. No había ningún
peligro allí, o al menos eso creí. ―Me mira de nuevo y
exhala con fuerza―. Cuando vi la pistola ya me estaba
apuntando. Tal vez debería haber dudado, pero no lo hice.
Tiré del gatillo primero y lo maté.
Su relato me sorprende, sin embargo, lo que lo hace aún
más es la forma en que lo narra. No parece afectada. Acaba
de contarme que mató a un niño pequeño como quien lee la
lista de la compra. Carraspeo y cambio el peso de una
pierna a la otra sin dejar de mirarla con fijeza.
―Iba a matarte.
―Lo sé.
―¿Qué pasó después?
―La detonación alertó a todos los insurgentes del lugar.
Escuché los pasos aproximarse y solo tuve tiempo de
levantar el rifle antes de empezar a disparar a todo aquel
que se acercaba. En total abatí a veinticuatro enemigos
armados, entre ellos había mujeres y niños.
―Hiciste lo que debías. Sobreviviste y salvaste a tus
compañeros.
Bailey estrecha la mirada sobre mí.
―Sí, pero ¿a qué coste? ¿De verdad siete vidas valen
más que veinticuatro? ¿Por qué? ¿Por el lugar en el que
nacieron?, ¿por sus creencias? No tendría que ser así.
Ninguna vida debería tener más valor que otra.
―Lo entiendo, aunque a veces eso es algo que no
podemos escoger.
―Yo sí lo hago. ―Alza la barbilla con el ceño fruncido―.
Por eso dejé el Ejército, porque puedo decidir. Elijo salvar
vidas, no arrebatarlas. Me lo prometí a mí misma, Zarco, y
voy a cumplirlo.
La observo en silencio durante unos segundos y asiento.
Al menos ahora ya sé por qué no hace uso de sus
habilidades y el motivo por el cual sigue aquí a pesar de
tener la capacidad suficiente para escapar. No quiere
arriesgarse a tener que matar para sobrevivir.
Capítulo 22
Bailey
Como cada noche, me reúno con Zarco y los suyos
alrededor de la mesa del comedor. Aún sigo pensando que
no debí contarle lo de Afganistán. Ni siquiera sé por qué lo
hice. Puede que, tras lo que pasó entre nosotros, se haya
formado una especie de vínculo íntimo que no entiendo.
Tampoco es que fuese un secreto. Esperaba que me juzgara
por lo que hice, pero no fue así. Supongo que, para un
mafioso asesino, el hecho de que haya matado a más de
veinte personas no es algo relevante. Al fin y al cabo, él
tendrá muchos más cadáveres guardados en su armario.
Mantengo la cabeza gacha y como en silencio. Solo
contesto a algunos comentarios de Beni y Oscar. Lagos
sigue comportándose de forma extraña conmigo, lo lleva
haciendo desde que Zarco regresó de su viaje hace unos
días. Me da la impresión de que me rehúye. No entiendo el
motivo, y tampoco me importa.
―¡¿Mil metros?! ¡Estás loco! ―Gambo empieza a reír a
carcajadas de algo que ha dicho Beni.
―Es cierto, lo vi en un documental. Bailey ―alzo la
cabeza―, ¿es verdad que un francotirador puede alcanzar
su objetivo a más de mil metros?
―En realidad, ya existen rifles de precisión con
capacidad de alcance de dos mil metros ―respondo.
Beni sonríe de oreja a oreja y señala a Gambo con el
dedo.
―¡¿Lo ves, idiota?! ¿Tú has usado alguno?
Abro la boca para contestar, pero Luna se me adelanta.
Hoy está provocándome más que nunca, y aunque hasta
ahora la he ignorado, no creo que mi paciencia tarde en
agotarse.
―Beni, no creo que nuestra… ―hace una pausa y me
mira con malicia― invitada haya disparado una sola bala en
el Ejército. Ella solo es un paramédico. ―Se echa la melena
oscura hacia atrás con un golpe de cabeza―. Exactamente,
¿qué hacías en la guerra, Bailey? Aparte de curar a los
heridos, ¿tenías alguna otra tarea? ―No respondo―. Yo te
veo como una animadora. Ya sabes, la soldado que levanta
la moral de las tropas. Tú sola entre tanto hombre…
―Sargento ―digo interrumpiéndola, y no puedo evitar
apretar con fuerza el mango del cuchillo.
―¿Cómo dices?
―Era sargento, no soldado, y solo para que nutras un
poco más tu mente, te informo de que actualmente un
dieciséis por ciento de los miembros del Ejército son
mujeres, y no, entre sus tareas no está la de follarse al resto
de la unidad.
―¿Me vas a decir que nunca te tiraste a alguno de tus
compañeros? ―pregunta, sonriendo de manera cínica.
―Luna, es suficiente ―le dice Zarco. Cualquiera puede
notar el tono de advertencia en su voz.
―¿Qué pasa, amor? ―Coloca la mano en su antebrazo y
lo acaricia sin dejar de mirarme a mí―. Solo tengo
curiosidad por saber cómo se vive en una zona de guerra.
Inspiro hondo e intento controlarme, no lo consigo.
Esbozo una sonrisa burlona y clavo mi mirada en la suya
mientras me aferro con más fuerza al cuchillo.
―¿Sabes qué me produce curiosidad a mí? ―Vuelve a
mover el pelo con un gesto de su cabeza y arquea una ceja
con curiosidad. Estiro un poco la mano y la señalo con la
punta del cuchillo para carne―. Me pregunto cuánto tiempo
tardarás en ahogarte con tu propia sangre cuando te raje la
garganta.
Luna pierde la sonrisa de inmediato y escucho unas
cuantas carcajadas por parte de Beni y los demás. No
aparto la mirada de la suya hasta que Zarco golpea la mesa
con la palma de la mano.
―¡He dicho que es suficiente! ―brama. Giro la cabeza en
su dirección y frunzo el ceño al darme cuenta de que su
mirada está clavada en mí; no parece contento. ¡Qué se
joda! Mi paciencia tiene un límite, y esta jodida provocadora
ya lo ha sobrepasado―. Bailey, en esta casa no
amenazamos con matar a nadie. Por lo tanto, deberías
disculparte con Luna.
Se me escapa una sonora carcajada.
―Ni de puta broma ―digo entre risas.
―No te lo estaba sugiriendo ―sisea a modo de
advertencia.
Cambio mi expresión a una más seria y niego con la
cabeza.
―No voy a disculparme con tu zorra y me importan una
mierda las reglas de tu casa. ―Me pongo en pie y alzo la
barbilla de manera desafiante―. He perdido el apetito.
Buenas noches. ―Antes de que pueda decir nada, doy
media vuelta y abandono el comedor caminando a largas
zancadas.
Me encierro en mi dormitorio y paso varias horas
leyendo. Sigo inquieta por lo ocurrido durante la cena. No
me arrepiento de nada. Solo le paré los pies a esa idiota, y
eso es algo que debí haber hecho hace mucho tiempo.
Admito que me ha molestado que Zarco la defendiera.
―En esta casa no amenazamos a nadie. Debirías
disculparti con Luna... Mimimi ―digo en tono infantil y
haciendo muecas con los labios―. ¡Jodido imbécil!
―exclamo en voz alta.
La puerta de mi habitación se abre y Zarco me mira
desde la entrada, frunciendo el ceño.
―¿Acabas de insultarme? ―inquiere con una ceja
arqueada.
Bufo y cierro el libro con fuerza. Ni siquiera me molesto
en levantarme de la cama.
―Estaba hablando sola, y no lo habrías escuchado si
dejaras la maldita costumbre de espiarme. ¿Qué quieres?
¿Has venido a regañarme otra vez? Puedes ahorrártelo.
Se me queda mirando con fijeza un buen rato y suspira
antes de caminar en mi dirección. Se detiene al borde de la
cama y se frota el mentón con una mano.
―No te he regañado. Solo intento mantener la
cordialidad entre los míos.
―Yo no soy uno de los tuyos, Zarco. Estoy aquí en
calidad de rehén, ¿recuerdas?
―Creí que eso había cambiado cuando aceptaste el trato
―replica en tono cortante. Vuelve a bufar y se sienta en el
borde del colchón―. Estoy intentando ganarme tu
confianza, Mía, pero no me lo pones nada fácil.
Me incorporo un poco y busco su mirada.
―¿Mi confianza? ¿Qué has hecho para ganártela? Todos
los días permaneces impasible mientras la zorra de tu
amante me provoca. ¿En serio esperabas que me quedara
callada para siempre? ―Esbozo media sonrisa y niego con
la cabeza―. Entiendo que tú la soportes a cambio de
meterte entre sus piernas, pero yo no tengo por qué
aguantar sus tonterías de niña malcriada.
En vez de cabrearse, Zarco me sorprende al sonreír de
oreja a oreja.
―¿Son celos lo que asoma bajo ese tono de indignación?
Pongo los ojos en blanco.
―¿Celos de ti? ―Sacudo la cabeza―. ¿Tan importante te
crees, Zarco?
―Sí. ―Voy a replicar―. Antes de que sueltes alguna
lindeza, te advierto que ahora mismo no estoy de humor
para discutir. ―Inspira hondo y se pone en pie. Lo observo
con los ojos entornados―. Como ya he dicho, pretendo
ganarme tu confianza, y para ello tengo que demostrarte
que yo también confío en ti. ―Se pone en pie y camina
hacia el centro del dormitorio.
Veo como arrastra una silla y se sube ella para alcanzar
la lámpara del techo. Tira de una pieza y saca una especie
de cable de su interior. Cuando se baja, lanza el artefacto
sobre la cama y aterriza justo a mi lado. Lo cojo y lo
inspecciono unos instantes. Es una cámara de unos cinco
centímetros. Entonces todo cobra sentido. Supo que iba a
escapar por la ventana, también que estaba herida tras el
tiroteo y a saber cuántas cosas más. Me ha estado vigilando
todo el tiempo. ¿Cómo es que no me di cuenta? Ni siquiera
lo sospeché.
―Eres un hijo de…
―Te agradecería que no acabaras esa frase ―dice
cortándome.
―¿Qué se supone que quieres que haga ahora? ―Lanzo
la cámara a sus pies―. ¿Pretendes que te agradezca que ya
no me vigiles como un puto pervertido?
El muy cabronazo vuelve a sonreír y ladea la cabeza,
observándome.
―Anoche no te importó que me comportara como un
pervertido.
Cierto, lo disfruté, pero eso fue antes de saber que me
estaba acosando a través de una cámara de vídeo.
―¿Qué haces con las imágenes? ¿Disfrutas viéndome
desnuda? ¿Vendes los vídeos por internet?
Su gesto cambia de inmediato. En un par de zancadas se
planta frente a mí y se cruza de brazos.
―Nadie, aparte de mí, ha tenido acceso a esos vídeos, y
me ofende que pienses lo contrario.
―¿Ahora vas a hacerte el digno?
―¡No has entendido nada, Mía! ―grita. Maldice en voz
baja y cierra los ojos unos segundos, como si intentara
tranquilizarse a sí mismo. Cuando vuelve a abrirlos, ya no
parece tan furioso―. Hay cámaras de vigilancia en todas las
estancias de la casa, menos en los dormitorios de mis
hombres más cercanos. Confío en ellos, por eso no tengo la
necesidad de saber lo que hacen en su privacidad, y con lo
que acabo de hacer solo intento demostrar que también
confío en ti.
―¿Ahora es cuando quieres que te lo agradezca?
―inquiero, arqueando una ceja.
Niega con la cabeza y se acerca aún más. Vuelve a
sentarse, esta vez a mi lado, y busca mi mirada.
―Quiero que dejes de verme como a un enemigo, Mía.
No sé qué contestar. Podría seguir acusándolo de ser un
perturbado y de invadir mi privacidad, pero al fin y al cabo
no soy más que una rehén. Debo recordar eso.
―Bien. Ahora, si no tienes nada más que decir, me
gustaría acostarme a dormir ―murmuro, apartando la
mirada.
Lo escucho bufar de nuevo y el colchón se mueve cuando
se pone en pie.
―Sí, ya ha sido bastante por un día.
Lo oigo caminar por la habitación y por el rabillo del ojo
veo como se detiene al otro lado de la cama. Giro la cabeza
en su dirección y frunzo el ceño.
―¿Por qué te estás desnudando?
―¿A ti qué te parece? ―Tira de la ropa de cama hacia
atrás y se agacha para quitarse el calzado―. No tengo
ganas de ir a mi dormitorio a cambiarme, así que dormiré en
ropa interior.
―¿Dónde? ―Señala la cama… ¡Mi cama! Y se baja los
pantalones―. Zarco, no vas a dormir conmigo.
Me mira, esbozando una sonrisa traviesa.
―¿Apostamos?
Antes de que pueda quejarme, se mete en la cama y
suspira cuando acomoda la cabeza en la almohada.
―Zarco…
―Déjalo ya, Mía. Estoy agotado y necesito dormir.
―¡Pues vete a tu cama!
Se gira de lado para mirarme.
―Esta cama también es mía, yo la pagué. Ahora cierra
esa boquita, con la que doy fe de que sabes hacer
verdaderas maravillas, y acuéstate.
Me quedo sin palabras. No sé si gritarle, echarlo a
patadas de la cama o irme yo a otro lado. Respiro hondo por
la nariz. «Intenta meterse en tu cabeza, Bailey. No muestres
ni un solo signo de debilidad». Muy bien, si eso es lo que
quiere…
―Buenas noches ―siseo.
Me tumbo, dándole la espalda, y apago la luz. Escucho
una risita y me contengo para no patearlo en las pelotas,
que es justo lo que se merece. Después siento como su
brazo rodea mi cintura y se pega a mi espalda.
―Ni siquiera pienses que puedes huir de mí ―susurra en
mi oído. Mi cuerpo se estremece de manera involuntaria y
maldigo en voz baja. El muy hijo de perra ríe de nuevo―.
Dulces sueños, Mía. ―Besa el lateral de mi cuello y me
atrae más hacia él antes de suspirar.
Capítulo 23
Zarco
Me despierto antes del amanecer. Es la segunda noche
consecutiva que duermo en la cama de Bailey y tengo que
admitir que me gusta. Hay algo en su forma de respirar, tan
profundo y limpio, que me transmite paz. Me giro de
costado y apoyo la cabeza en la palma de mi mano
mientras la observo en silencio. Está tumbada boca arriba,
su pelo castaño le cubre parte del rostro y la camiseta larga
que siempre usa para dormir se le ha subido hasta la
cintura, dejando a la vista unas braguitas negras de encaje
que yo mismo escogí para ella.
Sonrío y aparto un mechón de su frente. Tengo que
conservarla, aún no sé cómo, pero voy a hacerlo. Me he
planteado romper mi promesa de dejarla ir cuando acaben
los tres meses estipulados en el acuerdo. Jamás he faltado a
mi palabra, sin embargo, esta vez no estoy seguro de poder
cumplirla.
Bailey se mueve un poco y la camiseta se sube aún más,
sus piernas se entreabren como una jodida invitación.
Supongo que, si fuese un caballero, la arroparía y me
sentiría avergonzado por estar empalmado como un puto
adolescente, sin embargo, nunca he pretendido ser más de
lo que soy.
Deslizo el dedo índice por su abdomen, rodeo su ombligo
y sigo descendiendo hasta llegar al borde de su ropa
interior. Vuelvo a mirar su rostro y compruebo que sigue
dormida, de modo que intento no hacer movimientos
bruscos mientras acomodo mis hombros entre sus muslos.
Sujeto una de sus rodillas y la alzo un poco para tener mejor
acceso a su sexo. Bailey abre los ojos, y durante un instante
pienso que va a darme una patada en la cara. No obstante,
enseguida siento sus manos en mi cabeza y me acerca el
rostro en dirección a su entrepierna. Esbozo una sonrisa de
suficiencia antes de posar mi boca justo en su centro.
Mordisqueo por encima de la fina tela de encaje hasta que
siento como su humedad invade mi boca, y solo entonces
tiro de los bordes de la prenda con fuerza hasta que
escucho como uno de ellos cede.
―Me gustaban esas bragas ―dice Bailey.
Alzo la vista con una ceja arqueada.
―Esto te va a gustar más ―susurro, y hundo mi lengua
en su sexo.
Durante varios minutos disfruto de su sabor, de esos
pequeños gemidos que escapan de su boca, de sus uñas
clavándose en mi cuero cabelludo… Solo cuando noto como
su cuerpo se estremece, abandono su sexo y repto por su
cuerpo. Me deshago de su camiseta, dejando sus pechos
expuestos, y no tardo en darles un buen bocado. Bailey
suelta un grito ahogado y sonrío de nuevo. Sé que no la
estoy lastimando, o tal vez un poco sí, pero le gusta.
Cuando uno mis labios a los suyos, es ella misma quien tira
de mi bóxer hacia abajo. Río contra su boca y me aparto un
poco para poder mirarla a los ojos.
―¿Tienes prisa, Mía? ―Muevo las caderas de forma
deliberadamente lenta. Me rozo contra su centro, pero sin
llegar a meterme en su interior. Gimo y muerdo su labio
inferior―. ¿Cuánto tiempo crees que me llevaría hacer que
te corras solo con esto? ―Tanteo su entrada y vuelvo a
retirarme despacio.
Sus uñas cortas se clavan en mi trasero y río de nuevo.
―¿No tienes cosas que hacer? Dudo que un imperio del
crimen se dirija solo.
Me detengo del todo y busco su mirada. Me encanta
cómo me reta, cómo consigue provocarme sin apenas
esfuerzo. Esos comentarios mordaces se han convertido en
todo lo que quiero escuchar: mañana, tarde y noche.
―Puedo satisfacerte antes de dedicarme a mis negocios,
Mía.
―Deja de llamarme así ―murmura.
―¿No te gusta? ―Me coloco de nuevo en su entrada y
esta vez me sumerjo unos centímetros antes de retirarme.
Creo que nunca antes había poseído tanto autocontrol.
Me muero de ganas de follarla como un animal, no obstante,
creo que estoy disfrutando aún más al tenerla tan expuesta
ante mí. Soy consciente de que me estoy balanceando en
una cuerda demasiado fina. En cualquier momento Bailey
perderá la paciencia, y no soy capaz de adivinar cuál será
su reacción, pero estoy seguro de que será divertido
descubrirla.
―Todo el mundo me llama Bailey ―masculla.
Sus manos se desplazan a mi cintura y mueve las
caderas para buscar algo más de fricción. No se lo permito.
Ejerzo más presión con mi cuerpo sobre el suyo para
inmovilizarla y sigo deslizándome con lentitud entre sus
pliegues mojados y calientes.
―Yo no soy todo el mundo. ―Me adentro otra vez en su
cuerpo, y esta vez casi llego hasta el fondo antes de
retirarme.
Bailey aprieta los labios con fuerza e inspira hondo por la
nariz.
―Es como si yo te llamara Gabriel. ―Arqueo una ceja al
escuchar mi nombre en su boca. Suena… Sexy. Me meto en
su interior con un empellón contundente y coloco mi mano
en la base de su cuello.
―Mírame. ―Salgo y vuelvo a entrar aún con más
fuerza―. A partir de este momento, no vas a volver a decir
ninguna otra palabra cuando te estés corriendo. Solo mi
nombre estará en tus labios. ¿Entendido?
―¿No crees que estás siendo demasiado presuntuos…?
―Antes de que pueda terminar la frase ya la estoy besando
de nuevo. Muevo las caderas cada vez más rápido mientras
mi lengua recorre cada recoveco de su boca.
Cuando me aparto un poco, ambos jadeamos en busca
de aliento, pero no me detengo. Me arrodillo, y sin salir de
su interior, la sujeto por la cintura y sigo hundiéndome en
ella cada vez más rápido. Me falta el aire y casi no tengo
fuerzas, pero no aminoro la cadencia de mis embestidas
hasta que noto como su sexo se estrecha. Bailey arquea la
espalda y sé que está a punto de llevar al orgasmo.
Con un movimiento rápido y brusco, la giro y tiro de su
cadera para hundirme en ella desde atrás. La escucho gemir
en alto y sonrío. Bailey se endereza y casi soy incapaz de
contenerme cuando mi polla queda atrapada entre la parte
baja de sus nalgas. Una vez más, la sujeto por la base del
cuello y es ella misma quien gira la cabeza para que pueda
besarla.
―Más rápido ―pide.
Obedezco y clavo mis dientes en su hombro mientras
golpeo con las caderas. Un nuevo estremecimiento, esta vez
sus manos se aferran con fuerza a mis muslos buscando un
lugar de apoyo.
―Di mi nombre ―ordeno. Su cabeza se sacude. Tenso la
mandíbula y cambio el ritmo a uno más lento.
―Hijo de puta… ―la escucho sisear.
―Solo tienes que decir mi nombre. ―Acelero un poco y
sus gemidos aumentan―. ¡Dilo, maldita sea!
―Zarco ―masculla entre dientes.
Se me escapa una sonrisa. Es una mujer obstinada, eso
tengo que concedérselo. Vuelvo a detenerme y salgo de su
interior.
―¡¿A qué demonios juegas?! ―exclama cuando me dejo
caer de espaldas sobre el colchón. Todo mi cuerpo está
cubierto de una fina capa de sudor y mi pecho sube y baja
con violencia por el esfuerzo―. ¿Qué problema tienes?
―Ninguno ―contesto sin aliento―. Si no vas a darme lo
que quiero, yo a ti tampoco. ―Señalo mi polla, dura como
una jodida roca y húmeda―. Créeme, esto me duele más a
mí que a ti.
Antes de que pueda ser consciente de su siguiente
movimiento, la tengo subida a horcajadas sobre mí. Sus
manos sujetan las mías sobre mi cabeza y baja las caderas,
empalándose con mi polla en una sola sentada.
―También puedo conseguir lo que quiero por mis propios
medios ―dice, y la sonrisa que esboza casi consigue que
me corra de gusto.
Entrelazo mis dedos con los suyos junto al cabecero y
busco su mirada.
―Sabes que puedo girarnos sin apenas esfuerzo,
¿verdad? Por muy hábil que seas, yo sigo siendo más fuerte.
―Lo sé. ―Respira hondo y mueve las caderas creando un
círculo perfecto. Aprieto sus manos con más fuerza y siseo
de placer―. No vas a hacerlo, ¿verdad, Gabriel? ―Sonrío, y
juro que mi polla se pone aún más dura. Niego con la
cabeza.
―Vamos, termina esto de una vez ―susurro, y atrapo su
boca.
Capítulo 24
Bailey
Ya duchada y vestida, me detengo junto a la cama y
observo al hombre que duerme desnudo sobre el colchón.
Siempre acapara más de tres cuartas partes de la cama. No
sé cómo lo hace, pero termina pegado a mi espalda y yo en
el borde. Tal vez debería pedirle, o más bien exigirle, que
regrese a su habitación. Al principio creí que solo serían un
par de noches, que se cansaría de su nuevo juguete
enseguida, pero ya han pasado cinco semanas y sigue
quedándose a dormir todas las noches. No hablamos
demasiado, solo follamos como putos animales hasta caer
agotados y por la mañana yo me aseguro de ya no estar en
la cama cuando él despierta. Eso evita momentos
incómodos. Por lo demás, nuestra relación no ha cambiado
en nada. Yo sigo entrenando a los chicos, Beni ya está
recuperado por completo y cuento los días que faltan para
regresar a casa. Bueno, tal vez esa última parte no sea del
todo verdad. A veces me olvido de que soy una rehén y que
este no es mi hogar, sin embargo, al menos necesito
convencerme de que ahí fuera sigo teniendo una vida a la
que regresar.
Abandono la habitación dispuesta a ingerir mi primera
dosis de cafeína del día antes de comenzar con el
entrenamiento. En el pasillo me encuentro con Luna. Mi
advertencia de en aquella cena no surtió demasiado efecto.
La chica sabe cómo colmar mi paciencia. No obstante,
desde ese día, Zarco ha logrado mantenerla más o menos
bajo control. No ha querido asistir al entrenamiento y se lo
agradezco, al menos me libro de tener que soportar sus
tonterías.
―Buenos días ―susurro pasando a su lado con la barbilla
en alto.
―Perra… ―Me detengo e inspiro hondo antes de girarme
con lentitud. La muy zorra está sonriendo.
―¿De verdad quieres hacer esto? ¿Por qué no solo me
ignoras como hago yo contigo? ―pregunto calmada.
―¿Te crees muy especial? Antes de que tú llegaras,
Zarco dormía en mi habitación. Solo eres una más.
―¿Qué te hace pensar que pretendo ser algo más que
eso?
Aprieta los labios y en un par de zancadas se planta
frente a mí, su rostro casi tocando el mío.
―Cuando se canse de jugar contigo volverá a mí, eso
dalo por seguro ―sisea con furia.
Arqueo una ceja y niego con la cabeza mientras
retrocedo un poco.
―Chica, quiérete un poco. ¡Si un hombre no quiere
acostarse contigo, no te arrastres, por Dios santo!
―Eres una maldita perra.
Respiro hondo y le lanzo una mirada de advertencia.
―Déjalo ya, Luna. Si es así como dices, yo me marcharé
en unas semanas y tú recuperarás a tu querido Zarco,
¿vale? La hostilidad y las amenazas no son necesarias.
―¿En serio crees que él te dejará irte? ―Suelta una
carcajada―. ¿No te has preguntado por qué te saca de esta
casa sin ningún temor? Te secuestraron. Se supone que la
Policía debería estar buscándote, pero no es así. ―Se acerca
de nuevo―. Zarco se encargó de que creyeran que estás
muerta.
―¿Cómo dices?
Retira su melena con un golpe de cabeza y vuelve a reír.
―Para el mundo estás muerta. No vas a salir de aquí,
zorra. Cuando Zarco se canse de ti, solo te pegará un tiro en
la sien.
Contengo el aliento. ¿Habla en serio? Creí que Zarco
siempre cumplía su palabra, por eso acepté el trato. Estoy a
punto de marcharme, pero Luna me sujeta por el brazo.
―No me toques ―le advierto, sacudiéndome su mano de
encima.
―¡Oh, vamos! ¿Vas a llorar?
―Te hice una amenaza, no me obligues a cumplirla.
Vuelve a reír a carcajadas.
―Todos hablan de lo implacable que eres, que sabes
pelear y tienes una puntería excelente. Sin embargo, aquí
sigues. ―Extiende su brazo y toca mi mejilla con el dorso de
su mano―. No eres capaz de matar una mosca, ¿verdad?
Ladeo la cabeza y la observo durante unos segundos.
Antes de que pueda retirar su mano, la sujeto y retuerzo,
haciendo que la zorra grite de dolor. La suelto y, sin que se
lo espere, le lanzo un puñetazo directo a la nariz. Escucho el
chasquido y cae al suelo de espaldas.
―No puedes decir que no te lo advertí ―susurro antes de
dar media vuelta y seguir mi camino hacia la cocina.
Tengo que hablar con Zarco. Necesito saber si nuestro
trato sigue en pie. ¿Será cierto lo de fingir mi muerte? Lo
veo capaz de ello.
Zarco
Me despierto sobresaltado al escuchar un grito
desgarrador. Me pongo en pie, y aún desnudo, salgo del
dormitorio y encuentro a Luna en el suelo, tiene las manos
sobre el rostro. Me alarma la sangre. Siento un leve temblor
en las manos y la bilis sube desde mi estómago, pero
consigo recomponerme. Con los demás no me afecta tanto.
La sangre de Beni, la mía propia y la de Bailey, teniendo en
cuenta que casi me desmayo cuando la vi herida, son las
únicas con las que no soy capaz de lidiar.
―¿Qué ha ocurrido? ―Me agacho para ayudarla, y al
apartar las manos descubro que la sangre sale de su nariz.
Por la forma en la que se tuerce hacia un lado podría jurar
que está rota―. ¿Quién te ha hecho esto?
―¡Ella! ―grita―. La maldita mujer con la que te acuestas
todas las noches. ¡Me ha roto la nariz, joder!
Frunzo el ceño y contengo una maldición. Consigo poner
a Luna de pie e intento no mirar demasiado hacia la sangre.
―¿Qué le has dicho?
―¡¿Vas a echarme la culpa de esto?! ¡Esa perra está
loca!
Resoplo. Conozco a Luna. Estoy segura de que la
provocó, sin embargo, en esta casa no es así como hacemos
las cosas, no entre nosotros.
―Ve a limpiarte eso. Le pediré a Bailey que te eche un
vistazo.
―¡No! No va a volver a tocarme.
―Está bien, entonces llamaré a otro médico, pero lárgate
ya. Estás dejando todo perdido.
―No está bien de la cabeza, Zarco. Ten cuidado o puede
que decida matarte mientras duermes.
Mientras la veo alejarse a toda prisa, suspiro y regreso al
dormitorio. Tardo apenas unos segundos en ponerme un
pantalón de algodón e ir en busca de Bailey. Necesito que
me explique qué mierda ha pasado.
¡Maldición! Creí que todo estaba mejorando. Estas
últimas semanas hemos dormido juntos todas las noches.
Cuando estoy con ella, siento que se entrega a mí en todos
los sentidos. Sí, sigue hablando del final del maldito
acuerdo, pero sé que con un poco de tiempo más podré
lograr que se quede aquí con nosotros. Este es su lugar.
Todo el mundo se da cuenta, menos ella. Bueno, y Luna.
¡Mierda, debo resolver esta situación cuanto antes!
Al asomarme a la cocina, encuentro a Oscar, Gambo y
Beni sentados a un lado de la isla, están charlando con
alguien que no logro ver hasta que me acerco más. Por
supuesto que es ella.
―¡Bailey! ―No se sobresalta. Solo alza la mirada del
sándwich que se está preparando con una ceja enarcada―.
¡¿Se puede saber qué demonios le has hecho a Luna?! ¡Está
sangrando como un cerdo! ¡¿Qué…?! ―Me interrumpe
alzando su mano.
Frunzo el ceño y la miro extrañado mientras se acerca,
me sujeta por el antebrazo y tira de mí hacia el exterior de
la cocina.
―Ven conmigo ―susurra. No parece alterada en
absoluto. Compruebo que los demás nos miran con
curiosidad―. Quédate ahí, por favor. ―Cada vez más
confuso, la veo dar media vuelta y regresa a la cocina.
¡¿Qué demonios está pasando?!―. ¡Ahora puedes volver a
entrar, pero esta vez sin gritos!
Se me escapa una sonrisa y muevo una pierna por
delante de la otra con lentitud. Cuando al fin alcanzo a
verla, compruebo que sigue preparando su sándwich como
si nada.
―Bailey ―siseo entre dientes.
Me mira, se lame una gota de mayonesa de su dedo
índice y la muy cabrona se atreve a sonreír.
―¿Sí, Zarco? ¿Puedo ayudarte en algo?
Esa sonrisa descarada me pone a cien. En un par de
zancadas estoy a su lado. No se lo espera, eso es algo que
queda patente cuando la escucho jadear justo antes de que
mis labios colisionen contra los suyos. Rodeo su cintura con
el brazo y la atraigo hacia mi cuerpo. Sus manos van a parar
a mi pecho y, tras unos segundos, su lengua se enreda en la
mía. Gruño, obligándome a romper el beso, y escucho las
risitas de mi hermano y los demás.
―¡Fuera! ―ordeno sin dar lugar a réplicas.
Todos desaparecen en cuestión de segundos, así que
vuelvo a besar a Bailey y la alzo en brazos para dejarla
sentada sobre la superficie de granito de la isla. El sonido de
varias tazas y vasos estrellándose contra el suelo me hace
detenerme una vez más.
―Para ―pide sin aliento.
Dejo que mi frente caiga sobre la suya e intento
normalizar mi respiración.
―Mía ―susurro antes de clavar mis dientes en su
hombro―. Vas a volverme loco.
Capítulo 25
Bailey
Clavo la mirada en su pecho desnudo y repaso una a una
las cuentas del rosario que lleva colgado del cuello mientras
intento recuperar el aliento. Se supone que mantener el
autocontrol debería ser algo sencillo, pero cuando este
hombre me pone las manos encima pierdo la jodida cabeza.
Se aparta unos centímetros y busca mi mirada. Se ha
detenido justo al instante en el que le pedí que lo hiciera.
Una vez más, a pesar de toda esa agresividad y salvajismo
que desprende, Zarco me demuestra que soy yo la que
tiene el poder de decisión y que en cualquier momento
puedo hacerlo parar con una sola palabra.
―¿Qué ocurre? ―inquiere, y desliza un mechón de
cabello tras mi oreja con suavidad.
―Acabas de montar una escena delante de tus hombres.
Sonríe y se encoge de hombros.
―¿Me ves preocupado por ello? ―Se acerca más y
repasa el lateral de mi cuello con la punta de la nariz. Sus
manos se han anclado en mis muslos y sigue encajado entre
mis piernas abiertas. Inhala con fuerza y lo escucho gemir
despacio―. Si no les gusta, pueden largarse. Yo estaré
encantado de que nos dejen a solas un buen rato.
Intenta besarme de nuevo, pero me aparto.
―¿Eso también incluye a Luna? Porque parecías muy
preocupado por ella hace solo unos minutos.
Bufa y se aleja un poco, aunque sigue tocándome en
todo momento.
―No puedes romperle la nariz a uno de los nuestros solo
porque te cabrea.
―No me ha cabreado, solo me provocó, y no es nada
mío. Esta es tu gente, yo solo estoy aquí de manera
temporal, ¿cierto? ―Arqueo una ceja y él aparta la
mirada―. ¿Gabriel? ―Tal como esperaba, al llamarlo por su
nombre consigo llamar su atención. Esboza una pequeña
sonrisa y desliza sus manos hasta mi cintura.
―No te acostumbres a usar mi nombre como un arma.
―No lo hago. Solo te he hecho una pregunta que aún no
has contestado. ¿Vas a cumplir tu parte del trato? ¿Podré
regresar a mi vida? ―Inspira hondo y asiente―. ¿Y cómo
crees que pueda hacerlo si todo el mundo piensa que estoy
muerta?
Parece tardar unos instantes en darse cuenta de lo que
acabo de decir. Tensa la mandíbula y maldice en voz baja.
―Me has librado de tener que ser yo quien le dé un
puñetazo en la cara a la bocazas de Luna ―sisea entre
dientes.
―Entonces, es cierto. ―Coloco mis manos en su pecho y
lo aparto con brusquedad―. Nunca tuviste intención de
dejarme ir. ―Me bajo de la encimera de un salto―. Tu plan
siempre fue matarme cuando te cansaras de jugar conmigo,
¿no?
―Mía, no voy a matarte ―afirma, poniendo los ojos en
blanco.
―Tampoco vas a liberarme.
Bufa con fuerza y se frota el mentón con gesto pensativo.
―Escúchame bien. Si cuando llegue el momento quieres
irte de aquí, no haré nada para impedirlo, pero eso no
significa que no pueda intentar convencerte para que te
quedes.
―¿Por qué? No tiene sentido que te arriesgues tanto. Sé
demasiado sobre ti y los tuyos. Podría contárselo a la
Policía.
―Podrías, pero no lo harás. ―Se acerca y tira de mi
barbilla para mirarme a los ojos―. No crees en el sistema.
Sabes por experiencia propia que la Policía, los militares, la
política… Todo eso es una mierda. Tú priorizas la vida
humana ante lo que se supone que es lo correcto. ¿Me
equivoco? ―Estoy segura de que puede intuir mis dudas
porque vuelve a resoplar―. ¿Qué más voy a tener que hacer
para ganarme tu confianza?
―Ni siquiera entiendo por qué te esfuerzas tanto para
lograrlo ―mascullo.
Esboza una nueva sonrisa y se encoge de hombros.
―Me gustan los retos, y tú eres uno enorme.
Nos miramos a los ojos durante varios segundos y
empiezo a tener una sensación extraña. No es la primera
vez que me ocurre. Cada vez es más intensa. Siento un
temblor en la mano derecha, como un pequeño espasmo
involuntario, y aparto la mirada de inmediato. «No hay
nada».
Inspiro hondo y retrocedo un par de pasos.
―Bueno, si lo que pretendes es que me disculpe con
Luna, te advierto desde ya que no tengo ninguna intención
de hacerlo.
―Lo supuse. Aunque te agradecería que no volvieras a
golpearla. Cuando te provoque, dímelo y yo resolveré la
situación de la mejor manera.
―Esa chica está loca por ti. Tal vez deberías prestarle un
poco más de atención.
―No es cierto.
Lo miro con una ceja enarcada.
―Eso no es lo que ella dice ni lo que yo veo. Te adora
hasta tal punto que no le importa compartirte con otras
porque sabe que volverás a ella en algún momento.
Zarco bufa con fuerza y niega con la cabeza.
―Luna tiene problemas de confianza. Su infancia no fue
sencilla.
Frunzo el ceño, confusa, y entonces recuerdo lo que me
contó cuando hablamos sobre su madre y la forma en la que
conoció a sus hombres.
―Luna es hija de uno de los hombres de tu padre,
¿verdad? ―Asiente―. ¿A su madre también le hicieron lo
mismo que a la tuya?
―Es probable, y bueno, ella era una chica. Créeme
cuando te digo que lo pasó mucho peor que cualquiera de
nosotros. Por eso confío tanto en Luna. Jamás me
traicionaría. Por muy dolida o cabreada que esté conmigo,
siempre podré contar con su lealtad.
―¿Todos los de tu círculo íntimo son hijos de los hombres
de tu padre? Oscar, Gambo…
―Gambo no. Él trabajaba para Urriaga cuando yo decidí
independizarme, y quiso venir conmigo. Sin embargo, con
los años ha logrado ganarse mi confianza. No hago
diferencias entre él y los demás. Aunque a veces parezca
una cabra loca, es uno de los nuestros.
Asiento y nos quedamos callados unos segundos antes
de que él vuelva a la carga. Siento sus manos en mi cintura
y alzo la vista.
―Tengo que empezar con el entrenamiento ―anuncio.
―Lo sé. Esta noche los chicos van a salir. He pensado
que tú y yo podríamos pasar un rato juntos y a solas.
Arqueo una ceja con diversión.
―¿No es eso lo que hacemos todas las noches? ―La
sonrisa traviesa y canalla que me dedica hace que la
sensación extraña regrese a mi pecho. No sé qué es, pero
resulta inquietante como mínimo.
―Me refiero a pasar tiempo juntos vestidos. Cena, un par
de copas, charla… ―Frunzo el ceño―. ¿Qué? ¿No te
apetece?
―No es eso. Solo que no entiendo a dónde quieres llegar
ni por dónde vas a salir con eso de la cena y la charla.
Se acerca aún más y desliza sus manos hasta mi trasero.
Lo amasa y muerde mi labio inferior.
―Salir no sé, lo que puedo asegurar es que tengo la
intención de entrar en algún lugar antes de que acabe la
noche. ―Pega su endurecida entrepierna a mi bajo vientre y
vuelve a sonreír―. Hay muchas cosas que no sabes sobre
mí y yo tampoco te conozco del todo. Pretendo cambiar eso,
Mía.
Inspiro hondo por la nariz y mi mano sufre otro pequeño
espasmo cuando un nudo extraño se instala en mi garganta.
Cierro los ojos y asiento. «No hay nada», me repito una y
otra vez en mi mente mientras siento los labios de Zarco
moviéndose sobre los míos.
Capítulo 26
Zarco
―Todo está listo ―informa Lagos tras entrar en mi
despacho.
Asiento y respiro hondo. La de hoy es una de las
operaciones más importantes que he llevado a cabo, y no
por la complejidad logística. Esta noche sabré si de verdad
tenemos un topo infiltrado en la organización.
Empezamos a valorar esa posibilidad después de la
emboscada tras la reunión con Zakharov. Lo hablé con él y
estuvo de acuerdo en hacer un pequeño ajuste en nuestra
negociación, aunque eso es algo que solo Lagos y yo
sabemos. No es que no confíe en los demás. Estoy seguro
de que ninguno de ellos me ha vendido a Urriaga, pero
necesito mantener en el más estricto secreto el plan para
que dé resultados. Estoy convencido de que alguien le pasa
información a Urriaga, alguien que está aquí, en mi casa.
Puede que alguno de los últimos hombres que se unieron a
nosotros, o quizá alguien más antiguo. Sea como sea,
después de la operación de esta noche tendré la certeza de
ello y podremos comenzar con la búsqueda del traidor entre
nuestras filas.
―¿Los chicos están listos? ―inquiero.
―Sí. ―Lagos resopla y hunde los dedos en su pelo en un
gesto de frustración―. ¿Estás seguro de que quieres que
Beni y Luna participen en la operación? Si los hombres de
Urriaga aparecen, se puede convertir en un gran problema.
Tu hermano es muy impulsivo, y ¿has visto la cara de Luna?
Casi no puede abrir los ojos desde que Bailey le partió la
nariz esta mañana.
―Tenéis que ir todos. Esta operación tiene que parecer
igual a cualquier otra. Luna vigilando la radio de la Policía y
Beni pendiente de que todo salga como es debido junto a
Oscar y Gambo. Tú los diriges.
―Conozco el procedimiento, Zarco. Solo digo que, si
estamos en lo cierto, los hombres de Urriaga aparecerán.
Nos sabemos cuántos ni con qué medios. Es peligroso.
―Más peligroso aún es tener a un jodido traidor entre
nosotros. ―Resoplo con fuerza―. Quiero que al mínimo
indicio de haber sido expuestos salgáis de allí. No nos
conviene un enfrentamiento directo.
―Sí, lo sé, lo tengo controlado.
―Bien, entonces largaos y avísame si hay alguna
novedad. ―Asiente y se dispone a abandonar la oficina, sin
embargo, antes de que pueda llegar a la puerta lo llamo por
su nombre―. Lagos ―se gira a medias―, tened cuidado, y
no dejes que Beni reciba otro disparo, ¿quieres?
―Haré todo lo que esté en mis manos ―responde serio.
Al salir se cruza con mi hermano pequeño. Le hago un
gesto a Lagos para que lo deje pasar y Beni no tarda en
tomar asiento al otro lado de la mesa. Se me queda mirando
con una sonrisita idiota.
―¿Tú no tienes nada que hacer? ―mascullo, frunciendo
el ceño.
―Sí, estamos listos para salir, pero antes he querido
venir a hablar contigo.
―¿Sobre qué? ―inquiero.
―Bailey. ―Me mira a los ojos y su gesto cambia a uno
mucho más serio―. ¿Qué está pasando entre vosotros?
―Eso no es asunto tuyo, Beni. Vete de aquí e intenta que
no te hieran esta vez.
―Pues yo sí creo que es asunto mío.
―No me digas… ―Pongo los codos sobre la mesa y
entrecruzo los dedos de las manos justo frente a mi rostro.
―Me salvó la vida, y no solo eso, también me ha cuidado
durante todo este tiempo. Es una mujer increíble, Zarco.
Inspiro hondo y arqueo una ceja de manera interrogante.
―¿Te gusta?
―¡¿Qué?! No de la forma que estás pensando. Le tengo
cariño, aunque ella siempre parezca tan ausente e
insensible, en el fondo no creo que lo sea tanto, y tú…
―Suspira y clava su mirada en la mía―. No quiero que le
hagas daño.
Mis comisuras se elevan de manera involuntaria.
―A ver si lo he entendido, estás aquí para advertirme…
¿Amenazarme, puede ser? ―Se me escapa la risa―. ¿Vas a
decirme que me lo harás pagar si lastimo a Bailey?
―¡No te burles de mí! ―sisea, apretando los puños.
Respiro hondo y niego con la cabeza.
―No lo hago. Solo intento entender cuáles son tus
intenciones. ¿Quieres defender su honor o algo así? ¿Ahora
debo pedirte permiso para follármela cuando me dé la
gana?
―¡No hables así de Bailey! ―exclama, poniéndose en
pie. Me sorprende su reacción, pero no digo nada―. ¡Mira lo
que le haces a Luna! ¡¿No te das cuenta, hermano?!
¡Después de toda la mierda que pasó, tú la tratas como un
trozo de basura inútil!
Me levanto despacio y enderezo los puños de mi camisa
intentando contener mi carácter.
―¿Qué mierda sabes tú sobre lo que ella vivió? No tienes
ni puta idea de lo que ninguno de nosotros pasamos, Beni, y
me alegra que así sea.
―¿Vas a echarme en cara que arriesgaste tu propia vida
para alejarme de nuestro padre?
Abro mucho los ojos y niego con la cabeza. Rodeo la
mesa, y al llegar a su lado, lo sujeto por los laterales del
cuello y lo obligo a mirarme a los ojos.
―Nunca me he arrepentido de lo que hice. Te alejé de
ese lugar y de la influencia del maldito hijo de puta que nos
dio la vida. Fue mi decisión y jamás te lo reprocharé. No sé
en qué momento has pensado que soy tu enemigo, Beni. Lo
de Luna… ―Suspiro―. Esa también fue su decisión. Yo no le
puse una pistola en la cabeza para que se metiera en mi
cama. Le advertí que no obtendría de mí más que un buen
rato, y lo aceptó.
―¿Y Bailey? ¿Con ella también estás pasando el rato?
Lo suelto y me rasco el mentón, pensando en si debo o
no contarle la verdad. Es mi hermano y confío en él, pero
admitir lo que ella significa para mí conlleva ponerle una
jodida diana en la espalda. En mi trabajo no podemos dejar
al descubierto las debilidades, y Bailey es una de ellas. Dejo
escapar una exhalación y niego con la cabeza.
―Mi intención es conservarla. Estoy poniendo todo de mi
parte para que decida quedarse con nosotros.
―¿Por qué? ―Se queda mirándome unos segundos y
entonces sus ojos se abren hasta el nacimiento del pelo―.
Te gusta de verdad ―susurra, esbozando una pequeña
sonrisa.
Me encojo de hombros y doy media vuelta para volver a
mi asiento.
―Como ya he dicho, eso no es asunto tuyo. Ahora
lárgate a cumplir con tu trabajo.
Bailey
Esto es muy raro. La casa está tan silenciosa… Y no me
refiero solo al ala privada de Zarco. La mayoría de sus
hombres se han marchado con Lagos, Gambo, Oscar, Beni y
hasta Luna. Solo unos cuantos permanecen haciendo rondas
por los jardines.
―¿Dónde está todo el mundo? ―inquiero con el tenedor
a medio camino de la boca.
No sé quién ha preparado la comida, pero está deliciosa.
Alguna que otra vez he visto que traen las cenas ya hechas
a este ala de la casa. También hay servicio de limpieza cada
pocos días, y en una ocasión escuché a Lagos decir que
tienen una cocina con chef privado en la casa. No sé en qué
parte.
Zarco aparta la mirada de la pantalla de su teléfono y
suspira. Todo eso de la cena y la charla no está saliendo
como esperaba. Creí que al menos me hablaría, pero ya
llevamos más de una hora sentados en el comedor y apenas
me ha dirigido la palabra.
―Estoy un poco distraído, ¿verdad? ―Se sirve una copa
de vino y la bebe en un par de tragos. Después estrecha su
mirada sobre mí―. Se supone que esta noche íbamos a
pasar un buen rato y te estoy ignorando.
―No me molesta que me ignoren ―digo, siendo del todo
sincera.
Al contrario de muchas personas, no me incomodan los
silencios. Siempre he pensado que, si no tienes nada
interesante que decir, es mejor quedarse callado.
―¿Hay algo que te moleste a ti, Bailey? ―Sonríe
mientras se sirve otra copa. Me encojo de hombros y sigo
comiendo bajo su atenta mirada―. ¿Por qué eres tan
inaccesible? ―Esbozo una falsa sonrisa y niego con la
cabeza. «Esa es la pregunta del millón».
Zarco está a punto de hablar de nuevo cuando su
teléfono empieza a vibrar sobre la superficie de la mesa. Su
gesto cambia enseguida a uno mucho más serio y atiende la
llamada. Sé que es Lagos quién está al otro lado de la línea
porque habla lo bastante alto como para que pueda
escuchar lo que dice.
―¡Nos han jodido, Zarco! ¡Era una puta emboscada!
―¡¿Dónde estáis?! ―Zarco se pone en pie frunciendo el
ceño.
―Seguimos en Cave Creek. Son demasiados. ―Se
escuchan disparos y Zarco se cubre el rostro con la mano
que le queda libre.
―¡Salid de ahí ahora mismo, maldita sea! ―brama, y
juraría que incluso las paredes tiemblan.
―¡No podemos! Nos han rodeado y Oscar está herido. La
cosa pinta muy fea, hermano. Alex está aquí.
Me produce curiosidad saber quién es el tal Alex, sin
embargo, el hecho de que Oscar esté herido llama aún más
mi atención. Me pongo de pie a toda prisa y le arrebato el
teléfono de las manos a Zarco.
―¡¿Qué demonios haces?! ―exclama, girándose con
brusquedad.
Alzo la mano para hacerlo callar y activo el altavoz antes
de colocar el teléfono sobre la mesa.
―Lagos, dime cómo de grave es la herida de Oscar.
Se escuchan varios disparos y después Lagos jadea por
el esfuerzo.
―Bailey ―susurra―. Eh… No lo sé. Le han disparado
cerca del hombro. Está sangrando mucho.
Zarco se aleja y empieza a llamar a los hombres que aún
quedan en la casa mientras yo continúo hablando con
Lagos.
―¿Estás con él? ―pregunto en tono calmado.
―Sí. Lo tengo justo aquí.
―¿Está consciente?
―¿Consciente? El hijo de puta no deja de disparar, así
que sí, muy consciente.
―Bien, eso es bueno. ―Zarco da órdenes a sus hombres,
las cuales no soy capaz de escuchar, y regresa a mi lado―.
Quiero que compruebes si la bala ha salido o aún sigue
alojada en su cuerpo.
Más disparos y Zarco se aprieta el puente de la nariz y
bufa con fuerza. No deja de mover las piernas con
nerviosismo. Lo miro de reojo y le pido que se tranquilice,
solo que no me hace caso. Después de unos segundos,
Lagos vuelve a hablar.
―No la veo, Bailey. ¡Mierda! Creo que le han dado a Beni.
―En un impulso, busco la mano de Zarco y la aprieto con
fuerza. Está temblando―. ¡Joder, están llegando más!
Tenemos que… ―La llamada se corta.
―¡Lagos! ¡Lagos! ―Zarco intenta llamarlo de nuevo,
pero no logra contactar con él.
―Tranquilízate ―le pido.
―Tengo que ir a por ellos, Bailey. Van a morir si no hago
nada.
―Lo sé. ―Varios hombres entran en el comedor e
informan de que ya están listos para partir―. Bien, dame un
minuto. Necesito recoger el bolso medicalizado ―digo.
Zarco me mira frunciendo el ceño y niega con la cabeza.
―Tú te quedas. No voy a arriesgar tu vida también.
―Soy yo la que decide qué arriesgar y qué no. Además,
Oscar necesita asistencia médica urgente. Puede estar
desangrándose, y si a Beni también le han dado… ―Me
mira a los ojos y puedo ver la desesperación en su rostro.
Coloco mi mano en su mejilla―. Vamos a intentar traerlos
de una pieza, ¿vale? Solo mantén la calma. ―Asiente y
suelto su mano para poder ir a mi habitación a por el bolso.
Capítulo 27
Bailey
Los casi cuarenta minutos que separan Paradise Valley de
Cave Creek se convierte en una escasa media hora con
Zarco al volante, dando giros cerrados en las curvas,
derrapando y excediendo todos los límites de velocidad. Nos
dirigimos a una zona apartada, casi desértica. Giramos a la
derecha y la carretera se convierte en una pista estrecha de
tierra árida. Varios coches nos siguen, son los hombres que
quedaban en la casa, los refuerzos. Enseguida llegamos a lo
que parece ser una casa de planta baja en mitad de la nada.
―¿Qué es este lugar? ―pregunto al ver que más de una
veintena de vehículos rodean la casa.
―Aquí solemos almacenar alguna mercancía antes de
distribuirla ―responde. Detiene el coche y se inclina para
abrir la guantera. Saca de ella dos pistolas y su cuchillo de
caza. Se guarda una en la cartuchera que lleva bajo el brazo
y me tiende la otra. Al ver que niego con la cabeza, resopla
y la deja sobre mis piernas―. Ya sé que no quieres matar a
nadie, pero me quedo más tranquilo si sé que tienes algo
con lo que defenderte.
―Zarco, no llevo un arma porque corro el riesgo de
usarla.
―No vas a entrar ahí dentro sin ella, eso te lo aseguro.
―Se guarda el cuchillo en la cinturilla y clava la mirada en
la estructura de la casa.
Todo está en silencio. No hay disparos ni gritos, y eso es
lo más preocupante.
―Pueden estar vivos ―susurro―. Tal vez estén
escondidos o…
―Vayamos a averiguarlo ―masculla, y tras mirarme con
intensidad, sale del coche y no me queda más remedio que
guardar la pistola a mi espalda antes de seguirlo.
Sus hombres van armados con rifles de asalto de alto
calibre, e incluso llego a ver algunas granadas de mano
colgando del cinturón de uno de ellos. Zarco les indica que
rodeen la casa para poder controlar todo el perímetro y
enseguida empiezan a dispersarse. Nosotros nos dirigimos a
la entrada principal. Él va delante. Puedo oler la pólvora
quemada incluso desde afuera y hay agujeros en la puerta
de madera. Zarco se asoma con la intención de abrirla, pero
lo detengo.
―¿Qué haces? ―susurro. Me mira confuso―. Si hay
alguien al otro lado, te volará la cabeza antes de que
puedas notar su presencia.
Chasquea la lengua y frunce el ceño.
―¿Dónde tienes la pistola? ―Pongo los ojos en blanco y,
tras cogerla de mi espalda, se la muestro―. Por Dios santo,
Mía. Úsala si tienes que hacerlo.
―Sí, está bien ―farfullo―. Deja que yo abra la puerta. Le
daré una patada y podrás cubrirme. ―Parece pensarlo
durante unos segundos y, tras resoplar con fuerza, asiente.
Cruzo rápido hacia el otro lado de la entrada, hago una
cuenta atrás desde tres con los dedos y cojo impulso.
Golpeo la puerta con la planta del pie y esta se abre con un
estruendo. Enseguida me aparto y Zarco apunta hacia el
interior. Alzo mi pistola con ambas manos, más por
costumbre que por tener intención de usarla, y me escondo
tras su cuerpo mientras él avanza.
―Habéis llegado tarde ―escucho que dice Lagos.
Me aparto un poco y compruebo que el lugar parece un
jodido cementerio. Hay cadáveres por todos lados, algunos
los reconozco como hombres de Zarco y otros no sé quiénes
son.
―¿Estáis bien? ―inquiero, y me acerco para comprobar
el estado de Oscar. Está sentado en el suelo, con la espalda
apoyada en la pared y Lagos presiona la herida de su
hombro con lo que parece ser una camiseta. Me arrodillo a
su lado y le doy un par de golpecitos en la mejilla con la
palma de la mano. Oscar me mira y alza el dedo pulgar.
Parece más agotado que cualquier otra cosa―. Vale, deja
que yo me encargue ―le pido a Lagos.
Se pone en pie y yo soy yo quien mantiene sujeta la
camiseta para ejercer presión en la herida. Le echo un
vistazo rápido y compruebo que casi no sangra y, tal como
dijo por teléfono, no hay orificio de salida. Lo más probable
es que la bala haya quedado incrustada en la clavícula.
―¿Dónde están los demás? ―escucho que pregunta
Zarco.
―Se han ido tras Alex. Abatimos a la mayoría de sus
hombres, pero un puñado lograron huir. Imaginé que
querrías a ese hijo de perra con vida ―le dice Lagos.
―¿Y Beni? Dijiste que estaba herido.
―Solo fue un rasguño. Tranquilo, tu hermano está bien.
Intenté convencerlo para que regresara a casa, pero ya
sabes cómo es. El único que salió mal parado fue Oscar.
―No es grave ―informo mientras le inmovilizo el brazo
contra el pecho con un par de vendas―. Tengo que
operarlo, pero puede esperar a que lleguemos a un lugar
más estéril que este.
Zarco asiente y suelta un resoplido, creo que de alivio.
―Llama a Luna, está con ellos ―le pide Lagos―. Mi
teléfono se quedó hecho trizas, por eso no pude contactar
contigo, y se marcharon tan rápido que no me dio tiempo a
pedirles uno.
Zarco enseguida contacta con Gambo y este le informa
que han perdido de vista al tal Alex y vienen de camino
hacia nosotros. Con ayuda de un par de hombres, metemos
a Oscar en la parte trasera de uno de los vehículos y Zarco
ordena que lo lleven a casa.
―Yo voy con él ―digo.
Recibo un cabeceo por su parte y me coge de la mano.
―Tú no vas a separarte de mí. Oscar estará bien,
enseguida nos marchamos.
No se lo discuto porque sé que ahora mismo sería un
esfuerzo inútil. Zarco está en modo jefe todopoderoso,
dando órdenes a sus hombres para que se libren de los
cadáveres y limpien toda la zona. Gambo, Luna y Beni no
tardan en aparecer, y tras revisar a este último certifico que
Lagos estaba en lo cierto. Tiene un pequeño corte en el
antebrazo, pero no es más que un rasguño. Lo desinfecto y
después lo vendo solo por seguridad.
Los hombres de Zarco empiezan a trasladar los
cadáveres y apilarlos en el exterior. Veo como uno de ellos
trae un cuerpo colgado del hombro como si fuese un saco
de cemento, lo lanza sobre la pila y se gira para entrar de
nuevo a la casa. No se da cuenta de que lo que se supone
que debería ser un cadáver es un hombre aún vivo. Lo veo
abrir los ojos, y antes de que pueda avisar a Zarco le está
apuntando con una pistola. Va a dispararle y nadie lo ve
más que yo. Tardo solo una milésima de segundo en
reaccionar, lo hago por puro instinto. Empuño la pistola,
levanto el brazo y aprieto el gatillo. La bala entra por su
frente, y con un espasmo involuntario cae hacia atrás sin
vida.
Todos se giran para mirarme. Zarco parece darse cuenta
de lo que ha pasado y se acerca despacio. Me dice algo,
pero no soy capaz de escucharlo. Dejo caer el arma y me
miro las manos. «He matado de nuevo».
Zarco
Pasan varias horas hasta que Bailey sale de la sala de
juegos. La mesa de billar ha vuelto a ser utilizada como
camilla de operaciones, esta vez es Oscar el herido. En
cuanto la puerta se cierra, me abalanzo sobre ella con
desesperación. Necesito saber que está bien. Me preocupa
su actitud después de que mató a ese tipo. No sé qué es,
pero hay algo que no me gusta. Su mirada era tan fría…
Intenté hablar con ella en el camino de vuelta a casa, sin
embargo, Beni vino en mi coche y no pude ahondar más en
ese estado de ausencia en el que ella estaba sumida.
―¿Cómo está? ―pregunto con impaciencia.
Suspira y alza la vista hacia mi rostro. Un segundo, dos y
aparta la mirada.
―Se pondrá bien. Tiene una pequeña fractura en la
clavícula, pero la bala no tocó ninguna vena o arteria
importante. Solo necesita descansar.
―Ordenaré que lo lleven a su habitación.
―Bien.
Está a punto de irse, pero justo cuando pasa a mi lado, la
sujeto por el brazo y busco su mirada.
―¿Y tú cómo estás?
―Cansada, supongo. ―Se encoge de hombros―.
¿Necesitas algo más?
¡¿Eso es todo?! ¿De verdad va actuar como si no hubiese
pasado nada? Inspiro hondo por la nariz y la suelto. Le daré
un rato para que pueda poner en orden sus ideas y después
hablaremos. Esta noche le dejaré muy claras mis
intenciones. Necesito que entienda que este es su hogar y
nosotros su familia, ya no está sola y jamás lo volverá a
estar.
Capítulo 28
Bailey
Tras salir de la ducha, me visto con mi camiseta larga de
dormir y tomo asiento a los pies de la cama. Necesito
aclarar mi mente. Ni siquiera el agua caliente ha sido capaz
de arrancarme de las manos esa sensación de suciedad.
«Unas manos manchadas de sangre». Dos años, eso fue
todo lo que pude mantener mi promesa. Pensándolo ahora,
soy consciente de que no tenía por qué haber matado a ese
hombre. Tal vez, si le hubiese disparado en la mano o en el
pecho… Pero no, tomé la decisión consciente de meterle un
jodido balazo en la cabeza, y lo hice porque la vida de Zarco
estaba en peligro. ¿En qué me convierte eso? ¿Lo volvería a
hacer?
Antes de que pueda contestar alguna de las cientos de
preguntas que se me pasan por la cabeza, soy interrumpida
por Zarco. Entra en el dormitorio sin llamar a la puerta y se
acerca en silencio. Al mirarlo, tengo claro que volvería a
matar por él, y esa confirmación me hace darme cuenta de
que debo salir de este lugar cuanto antes.
―Deja que me marche, Zarco ―pido, mirándolo a los
ojos.
Frunce el ceño y sacude la cabeza de un lado a otro.
―¿De qué demonios hablas? ―Se acuclilla frente a mí y
sujeta mi barbilla con el dedo índice y pulgar―. Mía, sé que
ahora mismo estás disgustada. Matar a ese hombre te ha
afectado y…
―No es nada de eso ―digo interrumpiéndolo.
Chasquea la lengua y bufa con fuerza.
―Claro que sí. No tienes que hacerte la fuerte conmigo.
Yo también siento remordimientos alguna vez. Soy
consciente de que las personas que mueren a mi alrededor
tienen familias. Mujeres, hijos, madres, hermanas… No soy
tan insensible, ¿sabes?
―Yo sí ―respondo con tranquilidad.
Resopla de nuevo y enmarca mi rostro con ambas
manos.
―Puedes ser sincera conmigo. Este lugar es seguro para
ti, a mi lado siempre estarás a salvo.
Me muerdo la lengua para no rebatir su afirmación.
Desde que lo conozco, su hermano y uno de sus mejores
amigos casi han muerto. ¿Cómo voy a estar a salvo?
―Zarco, solo quiero volver a casa.
―Esta es tu casa. Nosotros somos tu familia, ¿es que no
lo ves? ―Toma aire y su garganta se mueve al tragar saliva
con fuerza―. Quiero que te quedes conmigo.
―¿Por qué? ―inquiero confusa.
Esboza una sonrisa nerviosa y se encoge de hombros.
―¿De verdad tengo que decirlo? Estoy loco por ti. Te
quiero, Mía.
Pestañeo un par de veces, y esa sensación tan molesta
regresa a mi pecho. Siento un leve temblor en el brazo, pero
enseguida me recompongo y aparto las manos de Zarco de
mi rostro. Me levanto y camino un par de pasos por la
habitación antes de girarme hacia él.
―No puedes hablar en serio. Tú no me quieres.
Se incorpora y me mira con la cabeza ladeada y las
manos en los bolsillos del pantalón.
―Creo que soy muy capaz de distinguir mis propios
sentimientos, Mía. Sí te quiero.
―No puedes. Tú… ―Resoplo y me cubro el rostro con las
manos―. Soy tu rehén, ¿recuerdas?
―Hace mucho que dejaste de ser solo eso. En realidad,
creo que nunca lo fuiste. ―Intenta acercarse, pero lo
detengo alzando mi mano. Estrecha su mirada sobre mí―.
¿Qué ocurre? Si es por lo que ha pasado hoy, te prometo
que no volveré a ponerte en esa situación. No tendrás que
matar de nuevo. Sé que te sientes…
―¡No sabes una mierda! ―grito. Lo miro frunciendo el
ceño―. ¡¿Cómo puedes decir que me quieres?! Citas, cenas
románticas… No soy tu novia, Zarco. Esto no es una maldita
relación amorosa.
―Ni siquiera intentes negar lo que sientes por mí ―sisea
entre dientes.
―¿Lo que siento por ti? ―Suelto una carcajada―.
¡Maldita sea, yo no siento nada! ¡Es físicamente imposible
que pueda estar enamorada de ti!
―¿De qué hablas? ―inquiere.
Tomo una respiración profunda y me encojo de hombros.
―Después de mi última misión en Afganistán algo se
rompió aquí dentro. ―Señalo mi sien derecha con la punta
del dedo índice―. Estaba allí, de pie, rodeada de más de
veinte hombres, mujeres y niños sin vida y fui incapaz de
sentir nada.
―Mía…
―¡No, escúchame! Quiero que lo entiendas. ―Me acerco
a él en un par de zancadas―. ¿Quieres saber qué sentí hoy
después de volarle la cabeza a ese tipo? ―Hago una pausa
y lo miro a los ojos―. Nada. No hay culpa, remordimientos,
pena o tristeza. ―Pongo la mano en el centro de mi pecho y
exhalo con fuerza―. Aquí dentro no hay nada. Estoy vacía.
Me preguntaste por qué soy tan inaccesible, y esa es la
respuesta. Yo no quiero a nadie, Zarco. No soy capaz de
hacerlo.
Retrocedo y aparto la mirada. Jamás lo había confesado
en voz alta hasta ahora. Permanezco quieta y aguardo a que
él se dé cuenta por sí mismo de que no estoy mintiendo.
Bufa y vuelve a acercarse. Tira de mi rostro hacia arriba y
me mira a los ojos.
―Puedo ayudarte. Aquí, con personas que se preocupan
por ti, puedes sanar y…
Me aparto y niego con la cabeza.
―¿Estás bromeando? ¿Sabes por qué me prometí no
volver a matar? Una persona como yo, con mis habilidades
y que no siente el peso de las consecuencias de sus actos,
puede convertirse en un verdadero monstruo. En este
ambiente… ―Estiro los brazos en cruz para abarcar todo a
mi alrededor―. Tu mundo es un jodido caldo de cultivo para
los monstruos, y yo no quiero convertirme en uno. Lo único
que me queda es mi capacidad para saber lo que es
correcto y lo que no.
―Tiene que haber alguna forma.
―No la hay. Solo quiero regresar a mi vida. Puedes
dejarme ir o lo haré por mi cuenta. Ya he quebrantado mi
promesa hoy. Preferiría no tener que volver a hacerlo.
Me mira ladeando la cabeza, como si intentara descubrir
si hablo o no en serio.
―¿Serías capaz de matarme? ¿Acabarías con la vida de
Beni?
Inspiro hondo y me encojo de hombros.
―Podría volarle la cabeza a cualquiera de vosotros y no
sentiría ni una pizca de compasión ―respondo, y que me
parta un rayo si estoy mintiendo.
Zarco retrocede despacio y sacude la cabeza de un lado
a otro. Resopla y se marcha de la habitación sin decir ni una
sola palabra.
Vuelvo a mi lugar a los pies de la cama y miro mis
manos. Están temblando, y no entiendo el motivo. No estoy
nerviosa o alterada, no soy capaz de estarlo. Espero en
silencio durante más de una hora hasta que la puerta se
abre de nuevo. Alzo la mirada y observo a Zarco. Camina
despacio y se detiene en el centro de la habitación.
―Es la última vez que te pido que te quedes conmigo.
―Me mira, y sus ojos reflejan una tristeza profunda e
hiriente. En momentos como este me encantaría poder
hacer gala de la empatía que hace al ser humano quien es.
No la encuentro. «No hay nada»―. Por favor.
―No ―respondo.
Zarco cierra los ojos y se encorva un poco, como si
acabara de recibir un puñetazo en el estómago. Exhala con
fuerza y gira la cabeza en dirección a la salida.
―Mis hombres tienen órdenes de dejarte marchar
cuando lo desees. Cualquiera de ellos puede llevarte a la
ciudad. ―Hace una pausa y lo escucho tragar saliva―. La
Policía te hará preguntas. Confío en que sepas mantener la
boca cerrada.
―No diré nada ―afirmo.
―Más te vale, porque tu supervivencia no solo depende
de mí. Zakharov te conoce, y si lo delatas…
―No lo haré ―lo corto.
―Bien. ―Suspira y se gira de nuevo. Me sorprende ver el
brillo en sus ojos, como si estuviese reteniendo a la fuerza
las lágrimas tras sus párpados―. Adiós, Bailey. ―Da media
vuelta y sale de la habitación como una ventisca, azotando
la puerta a su espalda.
Respiro hondo y vuelvo a notar el temblor en mis manos.
Supongo que esto es todo. Vuelvo a ser una mujer libre.
Regresaré a mi casa y mis días entre estos criminales solo
serán una experiencia más. Inspiro hondo por la nariz y
cierro los ojos. La sensación extraña se me atasca en la
garganta. Tengo que salir de aquí cuanto antes.
Capítulo 29
Bailey
Tres semanas después
―Entonces, ¿cómo has estado estos últimos días?
―Bien ―respondo, tal como se supone que debo hacer.
Odio la jodida terapia. Me aburre, y lo peor es que estoy
aquí por no haber sido demasiado lista. En el momento en el
que entré en la comisaria, casi me echo a reír cuando los
agentes se dieron cuenta de que se supone que debería
estar muerta, y ahí se acabó toda la diversión. Pasé los
siguientes dos días encerrada en una sala donde me
acribillaron a preguntas. Mi versión no cambió en ningún
momento: Fui secuestrada por tres desconocidos, me
llevaron a un lugar que no soy capaz de identificar. Tras
atender al que estaba herido, me encerraron en una
habitación oscura. Me alimentaron y trataron bien hasta el
día en que decidieron liberarme. Cometí el error de decir
que no recordaba algunos días de mi cautiverio, y eso me
trajo directa a esta maldita consulta donde una loquera no
deja de intentar meterse en mi jodida cabeza. Le encanta
repetir su diagnóstico: estrés postraumático. «Si yo le
contara…».
―En un caso tan grave de síndrome de estrés
postraumático es normal que el cerebro borre algunas
vivencias para protegerse a sí mismo. ―Se me escapa una
sonrisa. Es tan predecible…―. ¿Ocurre algo?
«Mierda. Pillada».
―No, en absoluto.
Me mira unos segundos y después continúa.
―¿Has tenido pesadillas o ansiedad?
―No, nada de eso ―respondo.
¿Ansiedad? Puede que la sensación extraña que me
oprime el pecho sea por eso, y los temblores… Sí, ha habido
bastante de eso desde que me marché de la casa de Zarco.
―Tu mente intenta reprimir los recuerdos, pero te
aseguro que tú eres la que tiene el poder de permitírselo,
Mía.
Inspiro hondo y noto como se me cierra la garganta.
Nunca me ha gustado que me llamen por mi nombre de
pila, sin embargo, ahora me resulta insoportable escucharlo.
―Bailey ―la corrijo tras carraspear.
―Tienes un nombre muy bonito. ¿Por qué no quieres
usarlo? ¿Tiene algo que ver con tu infancia? Tu padre, al ser
un general del Ejército, no pasaba demasiado tiempo
contigo, ¿cierto?
«¡Que alguien me pegue un tiro, por favor! ¿De verdad
va a empezar con la mierda de los traumas infantiles?».
Ahora recuerdo por qué dejé de acudir a terapia después de
abandonar el Ejército. Durante los primeros meses llegué a
pensar que me curaría, que los sentimientos regresarían
poco a poco, sin embargo, los malditos psiquiatras y
psicólogos no dejaban de decir que era yo la que reprimía
las emociones para no tener que enfrentar las
consecuencias de mis actos.
―Estoy acostumbrada a que me llamen por el apellido,
eso es todo ―respondo con una falsa sonrisa.
Ella resopla y deja su libreta de anotaciones a un lado
antes de clavar su mirada en la mía.
―Ambas sabemos que no estás siendo sincera. ―«Ahí
vamos de nuevo»―. Lo entiendo. Prefieres seguir
insensibilizada. Solo quiero que te plantees bien tus
prioridades. No sientes lo malo, pero también te estás
perdiendo todo lo bueno, y eso es lo que nos humaniza.
Miro la hora en mi reloj y suspiro.
―Entendido. ¿Puedo irme ya? Se me hace tarde.
―Claro. Te llamaré para agendar una nueva cita.
―Asiento, aunque no tengo ninguna intención de regresar.
¡Que se joda la Policía! No he hecho nada malo. Se
supone que yo soy la víctima, así que no pueden seguir
obligándome a soportar a esta idiota.
Regreso a casa caminando. Me lleva más de tres horas
atravesar la ciudad, pero tampoco tengo nada mejor que
hacer. Es curioso lo rápido que te sustituyen en el trabajo
cuando creen que has muerto. Supuse que, a volver, podría
retomar mi vida en el mismo punto en el que la dejé, pero
no ha sido así en absoluto. Hasta que regularice mi situación
legal con eso de no estar muerta no podré ponerme a
trabajar de nuevo; tampoco recibo la pensión del Ejército. Al
menos tengo bastante dinero ahorrado para seguir adelante
una temporada. Lo que peor llevo es el aburrimiento. Paso
los días encerrada, leo, veo series e incluso he comenzado a
reformar parte del apartamento por mí misma con la ayuda
de videotutoriales. No sé qué será lo siguiente He pensado
que tal vez debería adoptar a un perro del refugio, al menos
tendría compañía.
Cuando me encamino hacia el portal del edificio donde
vivo ya ha caído la noche. No puedo evitar mirar a mi
alrededor. Ahí está, en el mismo lugar de siempre. Finjo no
darme cuenta de la presencia de un todoterreno negro con
los cristales tintados estacionado al otro lado de la calle. No
sé quién me está vigilando. Tal vez sean los hombres de
Zarco, o del ruso. La verdad es que me importa una mierda.
Mientras no se metan conmigo yo no tendré que
defenderme, y con eso me basta.
Zarco
Me froto el mentón cubierto de barba y miro de nuevo la
hora en mi reloj de pulsera. ¿Dónde demonios se ha metido?
Ya es de noche. ¿Es que no sabe el peligro que corre ahí
fuera? Entonces la veo y saco todo el aire de mis pulmones
con una exhalación. «Está bien». La observo desde el
interior del vehículo con la seguridad que me dan los
cristales tintados de las ventanillas. Apuesto a que se ha
dado cuenta de que alguien la vigila día y noche. Yo apenas
puedo venir un par de horas al día. La búsqueda del traidor
me está llevando más tiempo y esfuerzo del que esperaba.
He renovado gran parte de mis filas, sin embargo,
seguimos sin descubrir quién le está pasando información a
Urriaga. Bailey se mete en el portal y al fin consigo respirar
con normalidad. Está en su casa, sana y salva, y así es
como debe seguir. En estas últimas semanas he resistido la
tentación de hablarle, de subir a ese maldito apartamento,
cargarla sobre mi hombro y llevármela a casa, que es el
lugar en el que debe estar y al que pertenece. Debo
recordarme a mí mismo cada segundo que eso no es lo que
ella desea. No, me destruiría volver a ver en su mirada esa
indiferencia hacia mí. ¿Cómo demonios le haces entender a
alguien que te ama, aunque ni ella misma lo sepa?
Resoplo con fuerza y me pinzo el puente de la nariz en
un gesto de frustración. Sé que lo más lógico y sano sería
dejarla ir, pero no me veo capaz de hacerlo, aún no. Al
menos hasta que encuentre y acabe con el maldito topo,
seguiré cuidando de ella en la distancia. Cojo la radio que
está sobre el asiento derecho y le hablo a mis hombres, que
permanecen a la espera en otro vehículo aparcado a unos
cuantos metros del lugar en el que me encuentro.
―Chicos, mantened la vigilancia y avisadme si hay algún
movimiento sospechoso ―ordeno.
―Entendido, jefe ―responde Oleg con un marcado
acento ruso.
Todos los que aún siguen trabajando para mí han sido
descartados como sospechosos. No obstante, aún nos
queda mucho trabajo por hacer. Mis filas están bajo
mínimos, y eso es algo de lo que tengo que encargarme
cuanto antes. Por suerte, mis negocios con Zakharov están
dando buenos frutos y, tras explicarle la situación, él mismo
se ofreció a enviarme algunos refuerzos de manera
temporal.
―Os enviaré un relevo a primera hora de la mañana.
Echo un último vistazo a la fachada de ladrillo rojizo del
edificio y localizo la ventana del apartamento de Bailey. Las
luces ya están encendidas. Estoy a punto de arrancar el
motor cuando escucho la voz de Oleg, lo que me hace
detenerme.
―Zarco, acaban de detenerse cuatro camionetas cerca
del edificio.
Frunzo el ceño y estiro el cuello para poder ver a través
de la luna delantera. Localizo las camionetas y veo como
salen varios hombres de ellas. Puede ser una casualidad.
―Las veo. Mantened la posición hasta nueva orden
―ordeno.
Llega otro vehículo, este es más grande y ostentoso.
Parece blindado. Alcanzo mi pistola, varios cargadores y el
cuchillo de la guantera. No me da buena espina. Entonces
los hombres comienzan a caminar por la acera y se
detienen frente al portal del edificio en el que vive Bailey.
Dos de ellos se quedan vigilando la puerta y los demás
entran.
―¿Zarco? ¿Actuamos? ―escucho por radio.
Espero unos segundos más con la mirada fija en el portal,
y el corazón me da un vuelco al ver a Alex Urriaga entrar en
el edificio.
―¡Son hombres de Urriaga! ―grito―. Ponte en contacto
con Lagos y pide refuerzos. ―Antes de que puedan
contestar, lanzo la radio sobre el asiento y salgo del coche a
toda prisa.
Son más de veinte hombres armados. Enviar a los míos a
por ellos sería un suicidio. Tengo que buscar la manera de
sacar a Bailey de su apartamento sin cruzarme con ellos.
Corro hacia el lateral del edificio y con un salto me cuelgo
de la escalera de incendios. Empiezo a trepar lo más rápido
que puedo hasta llegar a la cuarta planta. Localizo su
ventana y tengo que descolgarme por la cornisa para lograr
alcanzarla.
Sé que no hay tiempo que perder. Lo más probable es
que esos hijos de puta estén a punto de irrumpir en el
apartamento, así que tomo el camino rápido. Rompo el
cristal con la culata de la pistola y me lanzo al interior.
Aterrizo de pie, y al alzar la mirada veo a Bailey. Sus ojos se
clavan en los míos y abre la boca, pero no dice ni una sola
palabra.
Capítulo 30
Bailey
Está aquí, en mi apartamento. Intento moverme, pero no
soy capaz. Me tiemblan las manos y noto una presión en mi
pecho que me aprisiona las costillas y sube por mi garganta,
quitándome la voz. Abro la boca y vuelvo a cerrarla sin
emitir sonido alguno. ¿Qué hace aquí? ¿Por qué ha entrado
por la ventana? Miro al suelo y veo los cristales sobre la
moqueta que estaba a punto de empezar a retirar.
―Mía, tenemos que irnos ―susurra. Sacudo la cabeza de
un lado a otro y trago con fuerza para librarme del estúpido
nudo que se ha atascado en mi garganta. Zarco parece
nervioso. Echa un vistazo sobre mi hombro y entonces
escucho un chasquido―. ¡Maldita sea, ya están aquí! Hay
que darse prisa.
―¿Quién? ―logro articular con un hilo de voz.
―Hombres de Urriaga, vienen a por ti. ―Se acerca en un
par de zancadas y me sujeta por el brazo―. No hay tiempo
para recoger nada. Saldremos por la escalera de incendios.
Aún aturdida, dejo que me arrastre hasta la ventana, y
justo cuando escucho el sonido de la puerta principal
hacerse pedazos algo se activa en mi cerebro. Me
recompongo lo mejor que puedo y salto hacia el exterior.
Estoy descalza y mi ropa no es más que un pantalón
elástico y una camiseta de tirantes. El frío del metal en la
planta de mis pies termina de espabilarme del todo, y
escucho las pisadas acercarse a toda prisa mientras Zarco
se une a mí.
No necesito que me ayude a colgarme de la cornisa, lo
hago por mi cuenta y espero a que él me siga. Entonces una
cabeza asoma por la ventana y empiezan los disparos.
―¡Se escapan! ―grita alguien―. ¡Zarco está con ella!
Bajo las escaleras lo más rápido que puedo mientras él
sigue disparando su arma. Al llegar al suelo, me la lanza y ni
siquiera me planteo lo que estoy haciendo antes de apretar
el gatillo. No apunto a ningún lugar en particular. Solo hago
ruido para que no lo maten mientras desciende.
Al llegar a mi lado, le tiendo la pistola y Zarco me agarra
de la mano y empieza a correr.
―¡¿A dónde vamos?! ―grito.
―Hay que llegar a uno de los coches. ―Vemos a lo lejos
un grupo de hombres armados que corren hacia nosotros, y
seguimos avanzando. Pequeñas piedras de la calzada se me
clavan en los pies, sin embargo, no me detengo ni aminoro
la marcha―. ¡Mierda! ―Después de escuchar su grito soy
consciente de lo que está pasando. El que se supone que
era nuestro vehículo de huida tiene las cuatro ruedas
pinchadas.
―¿Y ahora qué?
Zarco vuelve a disparar para detener el avance de los
hombres de Urriaga y después mira a su derecha.
―Mis chicos están en ese todoterreno.
No necesito que me ordene avanzar. Lo hago por puro
instinto mientras él nos cubre disparando cada pocos
segundos. Se detiene para cambiar el cargador y las balas
pasan a nuestro lado silbando al cortar el aire. Me agacho
junto al todoterreno y logro abrir la puerta, pero lo que me
encuentro en el interior son varios cadáveres. El conductor
tiene la garganta rajada de oreja a oreja.
―Están muertos ―informo.
Zarco echa un vistazo a las ruedas y vuelve a maldecir.
―Tenemos que salir de aquí y escondernos. No tardarán
en llegar los refuerzos.
Con refuerzos supongo que se refiere a Lagos, Beni y los
demás. Si ya los ha avisado, es cuestión de tiempo que
aparezcan y nos saquen de esta maldita ratonera. Miro a un
lado y a otro buscando una salida. El callejón que rodea el
edificio. Si logramos llegar allí, es posible que tengamos una
oportunidad.
Zarco
Siento la mano de Bailey sujetando la mía y dejo que tire
de mí. No sé a dónde nos lleva, pero cualquier lugar es
mejor que este. Estamos demasiado expuestos y casi no me
queda munición. Cruzamos de nuevo la carretera, y justo al
pasar por la escalera de incendios disparo mi última bala.
Ellos lo saben y empiezan a correr hacia nosotros. Creo que
le he dado a alguno, pero la mayoría del fuego ha sido de
cobertura, y ahora tenemos a más de veinte hombres
dándonos caza a través de un callejón estrecho y poco
iluminado. Al menos, Bailey parece saber a dónde se dirige
y no suelta mi mano en ningún momento. Gira a la derecha
y nos metemos en un pequeño hueco que está parcialmente
tapado por unos contenedores de basura enormes. Las
pisadas y las voces se acercan a cada segundo.
―Tenemos que salir de aquí ―susurro sin aliento.
Me hace callar poniendo el dedo índice frente a sus
labios y rodeo su cintura con la mano que me queda libre.
Su olor invade mi nariz y cierro los ojos. Echaba tanto de
menos ese aroma…
―¡Están aquí! ―Me tenso de pies a cabeza y miro a
Bailey a los ojos mientras empuño el cuchillo.
―No salgas ―ordeno.
Ella frunce el ceño, pero al menos no discute. Escondo la
mano con el cuchillo tras la espalda e inspiro hondo por la
nariz, dando un paso hacia el centro del callejón. Me reciben
tres pistolas apuntando a mi cabeza.
―Muy bien, muchachos. Ya me tenéis ―digo con una
falsa sonrisa.
El sonido metálico de los percutores de las pistolas se me
clava en los oídos.
―No disparéis. Lo quiero vivo. ―Exhalo con fuerza al ver
a Alex caminar hacia mí con parsimonia. Se detiene y ladea
la cabeza―. Me alegra verte, Gabriel. Llevo un tiempo
buscándote.
Me encojo de hombros y vuelvo a sonreír.
―Nunca se te ha dado demasiado bien la caza, ¿verdad?
Él también sonríe y se acerca más, lo suficiente para que
pueda sujetarlo por la chaqueta, darle la vuelta y rodear su
cuello con el brazo. Lo uso a modo de escudo y consigo
inmovilizarlo colocando el filo del cuchillo pegado a su
garganta.
―¿En serio? Menudo recibimiento ―masculla.
―Yo que tú estaría calladito, Alex ―siseo entre dientes.
Sus hombres me siguen apuntando, pero no se atreven a
disparar.
―Tranquilos, chicos. Vamos a resolver esto de la mejor
manera ―les dice a sus hombres, y estos enseguida
retroceden un par de pasos.
Me muevo despacio, dando pequeños pasos hacia un
lateral, y consigo ver a Bailey. Le hago un gesto con la
cabeza para que salga de su escondite y ella asiente. Da un
paso hacia afuera y entonces respiro aliviado al ver a
Gambo acercarse por el callejón, tras él vienen Oscar, Lagos
y Beni; un buen puñado de hombres los siguen, todos
armados con rifles de asalto y pistolas automáticas.
Los disparos se suceden a la vez. No suelto a Alex, solo lo
arrastro hacia un costado y cubro a Bailey con mi cuerpo
para que ninguna bala perdida la alcance. Observo en
tensión como mis chicos acaban con los hombres de Alex en
su mayoría. Gambo es el primero en llegar a nuestro lado.
―Zarco, ¿estás bien? ―pregunta con la respiración
agitada.
―Sí, saca a Bailey de aquí ―ordeno.
Asiente y me rodea para acercarse a ella. La sujeta por el
brazo, y entonces hace algo que me deja completamente
descolocado. Gambo, uno de los míos, alguien en quien
siempre he confiado, agarra a la mujer que amo por detrás
y coloca el cañón de una pistola en su sien.
―Lo siento, jefe ―dice, encogiéndose de hombros.
―¡¿Qué mierda estás haciendo?! ―bramo.
―Oh, no hablaba contigo, Zarco. ―Dirige su mirada a
Alex y aprieta el cuello de Bailey con más fuerza―. Siento
haber tardado tanto.
―Llegas justo a tiempo. ―Clavo el filo en su piel y
escucho un jadeo ahogado. Me muero de ganas de rajarle el
cuello, sin embargo, sé que no lograré sacar nada bueno de
ello. Gambo es el traidor y tiene a Bailey encañonada. Si
mato a Alex, él hará lo mismo con ella―. Gabriel, aparta el
cuchillo. No tienes salida. Tengo un jodido ejército en
camino. Entrégate y dejaré ir a la chica. Solo la quería para
llegar hasta ti. No tengo ninguna intención de hacerle daño.
«¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! Piensa rápido, Zarco». Miro a
Bailey. No parece alterada en absoluto. Me hace un gesto
con los ojos que entiendo de inmediato. Los demás siguen
disparando a los hombres de Alex que aún siguen en pie. No
pueden ayudarme. Tomo una respiración profunda y asiento.
Todo ocurre demasiado deprisa. Bailey echa la cabeza hacia
atrás y golpea la nariz de Gambo. Suelta un alarido de dolor
y afloja su agarre un segundo, lo suficiente para que ella se
gire y le lance un puñetazo directo a la mandíbula.
―¡Corre! ―grito.
Alex también consigue girarse, aunque no antes de que
consiga clavarle el cuchillo en el hombro, muy cerca del
cuello. Echo a correr tras Bailey y entonces escucho una
detonación a mi espalda. Un dolor lacerante se clava en mi
muslo y tropiezo. Caigo al suelo y Bailey se detiene y
regresa corriendo a mi lado.
―¡Vienen más! ―escucho que grita Lagos―. ¡Hay que
salir de aquí!
Bailey se agacha a mi lado e intenta levantarme. Logro
ponerme en pie y camino un par de pasos arrastrando la
pierna izquierda y apoyándome en sus hombros, pero
vuelvo a tropezar.
―¡Vamos, Zarco! ―La oigo jadear por el esfuerzo y
vuelve a tirar de mí. Niego con la cabeza y la aparto.
―¡Vete de aquí! ―ordeno.
―¡No! Ni siquiera pienses que voy a dejarte atrás.
―¡Mía, vete! ―La empujo de nuevo y llevo una mano a
mi pecho mientras intento contener la hemorragia de mi
pierna con la otra. Le doy un tirón al rosario que rodea mi
cuello y lo coloco en la palma de su mano sin dejar de
mirarla a los ojos―. Te amo. Cuida de Beni. ¡Ahora, lárgate!
―Vuelve a negar, y Oscar asoma la cabeza sobre su
hombro.
―¡Hay que irse! ―grita, y sigue disparando. Las balas
pasan rozando nuestras cabezas y ya puedo escuchar como
Gambo y Alex se acercan por mi espalda. Bailey alza la
mirada, y sé que los ha visto―. ¡Chicos, van a matarnos a
todos si no salimos de aquí!
―Vete ―susurro con una exhalación.
Bailey vuelve a negar con la cabeza y Oscar aparece de
nuevo sobre su hombro.
―¡Sácala de aquí! ―le ordeno.
Oscar mira mi pierna herida, aprieta los dientes y asiente
antes de agarrar a Bailey a la fuerza. Ella se resiste. Patalea
e intenta golpearlo, pero enseguida aparece Lagos, que al
darse cuenta de lo que está pasando, lo ayuda a
inmovilizarla y salen del callejón dando tiros a todo aquel
que se les acerca.
Cuando escucho el sonido de las ruedas chirriando sobre
el asfalto y soy consciente de que están a salvo, me dejo
caer de espaldas y aflojo el agarre de la herida. Supongo
que este día tendría que llegar tarde o temprano. Muerto
por un disparo en un callejón oscuro, ese siempre fue mi
destino. Cierro los ojos y noto como las fuerzas me
abandonan.
―De eso nada, hermano ―escucho a lo lejos la voz de
Alex y después unos golpecitos en el rostro―. No vas a
morir hoy. Tienes algo que nos pertenece y queremos
recuperarlo.
Capítulo 31
Bailey
Noto los golpes de Beni contra el asiento como si me
estuviese dando esos mismos puñetazos en el estómago.
Luna pregunta a gritos por Zarco y qué ha ocurrido mientras
conduce toda velocidad. Lagos está cabizbajo y con los
puños apretados y Oscar se toca el hombro haciendo gestos
de dolor. Todos están alterados, todos sufren y yo… Yo no
tengo ni idea de qué es lo que me pasa. Jamás me han
temblado tanto las piernas y esa presión en mi pecho a la
que ya me estaba acostumbrando se ha intensificado tanto
que tengo que hacer verdaderos esfuerzos para poder llenar
de aire mis pulmones.
No puedo dejar de pensar en Zarco, en la forma en la
que me miraba, en su tono de voz cuando me dijo que me
ama. Bajo la vista a mis manos y veo el rosario entre mis
dedos temblorosos. Los gritos continúan y yo sigo
intentando reaccionar, incluso cuando el vehículo se detiene
y todos empiezan a salir en tropel. Camino como una
autómata hacia el interior de la casa. Un paso tras otro,
respiro hondo por la nariz y suelto el aire por la boca. Mi
pecho me arde, escuece como si las garras afiladas de un
animal salvaje atravesaran mi piel, mis músculos y llegara a
perforar mi corazón. Pasan varios segundos, o tal vez son
minutos. No soy capaz de decirlo con seguridad antes de
que alguien vuelva a hablar.
―Está muerto ―dice Beni―. Zarco está muerto,
¿verdad?
Giro la cabeza en su dirección con la velocidad de un
látigo y entonces lo siento, un pinchazo en mi estómago. La
bilis me sube por la garganta y se me doblan las rodillas. Lo
reconozco, es pánico. Me dejo caer en el borde del sofá y
hundo el rostro entre mis manos. Casi no respiro. Todo tipo
de sentimientos me invaden. Miedo, angustia,
desesperación… «Zarco está muerto». Niego con la cabeza
y me concentro en empujar toda esa mierda hacia el fondo
de mi cerebro. «Hay algo».
―Ahora no, maldita sea―murmuro entre dientes.
―Bailey, ¿estás bien? ―escucho la pregunta de Oscar,
pero no soy capaz de contestar. Solo asiento, y eso parece
bastarle.
Lo estoy sintiendo todo, y es tan intenso que amenaza
con destruirme de dentro hacia afuera. Me obligo a respirar
profundo por la nariz y aprieto los dientes. «Un poco más.
No puedes derrumbarte ahora. Zarco te necesita», me
repito una y otra vez en mi cabeza. Visualizo un muro de
hormigón de varios metros de ancho y voy alzándolo poco a
poco, compartimentando mi cerebro y dejando todos esos
sentimientos encerrados. Sé que tendré que enfrentarme a
ellos pronto, sin embargo, ahora mismo mis prioridades son
otras.
―No lo matarán ―afirma Lagos.
Eso llama mi atención. Alzo la cabeza y clavo mi mirada
en la suya.
―¿Cómo estás tan seguro? ―consigo preguntar, aunque
con voz rasgada y casi sin aliento.
―Porque quieren la mercancía que les robamos e
intentarán sacarle la ubicación de donde está escondida.
―No se la dará ―dice Luna. Se sienta a mi lado y niega
con la cabeza. Aún tiene la nariz cubierta por un pequeño
apósito. Parece realmente afectada―. Zarco es un jodido
cabezota. Pueden torturarlo hasta la muerte, pero él no
abrirá la boca.
No digo nada, aunque estoy de acuerdo con su
afirmación. Zarco no cederá ante Urriaga.
―¡Gambo, hijo de puta! ―brama Beni, lanzando la mesa
de café por los aires.
―Ese puto traidor nos engañó a todos ―secunda Oscar.
―Seguro que se lo han llevado al rancho de Sonora. Yo
puedo meternos allí ―informa Luna.
―¿Y cómo lo sacamos sin morir en el intento? ―farfulla
Lagos, hundiendo los dedos en su pelo rubio―. Hay que
encontrar otra forma.
―¿Crees que Leonardo Urriaga será capaz de matarlo?
―Todas las miradas se dirigen a Oscar―. Ya sé que es un
cabrón, pero Zarco es su hijo.
Pestañeo un par de veces y sacudo la cabeza.
―¿Cómo dices? ―inquiero, poniéndome en pie.
Noto como las piernas me responden de nuevo. Estoy
logrando mantener la mierda encerrada. No sé durante
cuánto tiempo. Espero que el suficiente para poder sacar a
Zarco de ese rancho.
Oscar y Lagos se lanzan miradas de reojo y este último
resopla.
―Zarco, Beni y Alex, el tipo que conociste en el callejón,
son hermanos e hijos de Leonardo Urriaga.
Mierda, eso tiene sentido. Zarco dijo que había escapado
de su padre y también que decidió dejar de trabajar para
Urriaga e independizarse, sin embargo, no me planteé que
los dos hombres pudiesen ser uno solo.
Abro la boca para preguntar qué información más me
están ocultando, pero antes de que pueda articular una sola
palabra, varios hombres irrumpen en el salón arrastrando lo
que parece ser un cadáver. Lo dejan en el centro de la
habitación, donde antes estaba la mesa auxiliar que Beni ha
destrozado, y al girarlo compruebo que es Gambo; el muy
desgraciado aún respira.
―Está vivo ―informa uno de los que lo han traído―. Lo
dejaron en la puerta hace un par de minutos. Varios
hombres están persiguiendo el vehículo que lo trajo.
Me agacho frente a él y le tomo el pulso. Es débil. El
mango del cuchillo de Zarco sobresale del centro de su
pecho, y pegada a su piel tiene una nota manuscrita
manchada de sangre. Retiro el cuchillo y el muy cerdo
suelta un quejido casi inaudible.
―La mercancía a cambio de vuestro jefe ―leo en voz
alta.
―Alex sabe que no logrará sacarle nada a Zarco ―dice
Oscar, y maldice.
―Devuélveles la droga ―propongo, mirando
directamente a Lagos.
―No puedo, Bailey. Esa mercancía hace mucho que está
repartida por toda Europa.
―¡Entonces, ¿qué mierda vamos a hacer?! ―exclama
Beni.
Respiro hondo y me incorporo. Agarro el cuchillo con
fuerza por la empuñadura y tiro del pelo de Gambo,
obligándolo a echar la cabeza hacia atrás. Coloco el filo en
su garganta, y con un movimiento rápido y preciso le rajo el
cuello. Dejo que se ahogue en su propia sangre, y cuando
ya no respira, alzo la barbilla y limpio los restos de sangre
de la hoja en mi pantalón.
―Ahora yo estoy al mando. El que quiera puede unirse a
mí para traer a Zarco a casa. ―Todos me miran con fijeza y
gesto extrañado, pero nadie se mueve―. El que no, será
mejor que evite cruzarse en mi camino.
Zarco
Toso con fuerza y escupo un buen chorro de sangre. Ya
no me queda nada que vomitar y el mareo es constante. No
sé si me siento tan débil por mi lamentable estado o por el
hecho de estar bañado en mi propia sangre. Tampoco
recuerdo cuánto tiempo llevo metido en este maldito
agujero. No hay ventanas, la única luz que alumbra la
estancia es un foco que está justo sobre mi cabeza. Recibo
otro puñetazo, esta vez en el pecho, e intento liberar las
manos, pero están bien sujetas con una cuerda gruesa a la
parte trasera de la silla.
―Solo tienes que decir dónde está la mercancía, Zarco
―dice Alex.
Sonrío y me encojo de hombros.
―Ya me conoces, hermanito. Soy bueno guardando
secretos.
Suspira y le hace una señal al tipo que me ha estado
golpeando las últimas horas para que vuelva a clavarme el
puño en el rostro. Lo acepto con un gruñido y sacudo la
cabeza. Creí que la herida de bala me mataría, pero los muy
hijos de puta me curaron antes de empezar a torturarme.
Tengo tantas heridas en todo el cuerpo que apenas puedo
distinguir el dolor del balazo.
Tras unos minutos de golpes, Alex ordena a su hombre
que se retire y nos quedamos a solas. Camina hacia mí y se
agacha para quedar a mi altura. Puedo ver un vendaje que
asoma bajo el cuello de su camiseta, justo en el lugar donde
lo apuñalé. Debí haber apuntado más abajo, en su corazón.
―Joder, hermano. No me gusta tener que hacer esto. Se
supone que ibas a largarte. ¿Por qué tuviste que intentar
joder al viejo?
―Soy un rebelde ―siseo, y siento como un chorro de
sangre caliente recorre mi barbilla. Mi estómago se retuerce
y la bilis sube por mi garganta.
―Estás loco, y si no me das lo que quiero voy a tener
que matarte. ¡Sé listo por una vez, maldita sea!
Tomo una respiración profunda y aprieto los dientes con
fuerza cuando un latigazo de dolor me recorre las costillas
magulladas.
―Deja de fingir que te importo, Alex. Eres y siempre
serás su perrito faldero. No hay nada que vaya a cambiar
eso.
Mi hermano mayor niega con la cabeza y retrocede un
par de pasos.
―Si no logramos sacártelo a ti, iremos a por los tuyos.
¿De verdad estás dispuesto a arriesgar la vida de Lagos,
Oscar, Luna e incluso Beni por pura cabezonería?
―Lo que para ti es cabezonería, yo lo llamo orgullo.
Supongo que no sabes de lo que te hablo, ¿verdad?
Tomándome por sorpresa, me agarra la cabeza y pega su
rostro al mío.
―¡Hazlo por Beni, joder! No quiero tener que enterrar a
mis dos hermanos.
―¡Alex! ―escucho su voz y todo mi cuerpo se tensa de
manera involuntaria. Alex se aparta y puedo ver a Leonardo
Urriaga, el hombre que me dio la vida, el mismo que
permitió que mi madre muriera desangrada y sola. Camina
despacio hacia mí y esboza una sonrisa burlona―.
Bienvenido a casa, hijo.
Le escupo sangre y consigo salpicarle la camisa blanca.
―Da por perdida la mercancía, viejo. Mátame si quieres,
pero no diré nada.
Suspira y coloca su mano sobre mi hombro. Me revuelvo
para sacudírmela de encima, sin embargo, solo logro sentir
dolor, como si miles de cuchillas afiladas se me clavaran en
todo el cuerpo.
―No voy a matarte. Hace unos días envié al traidor que
tenías entre los tuyos con un mensaje. Lagos es un chico
listo, sabrá tomar la mejor decisión. ―Sonrío y niego con la
cabeza. Lagos no puede devolverle la droga porque ya no la
tenemos. Pocos días después de que empezara a sospechar
que teníamos un topo, Zakharov se encargó del transporte
de la mercancía. No queda nada. Si ellos lo saben, soy
hombre muerto―. ¿Hay algo que quieras compartir con tu
hermano y conmigo, hijo?
―Eres un viejo idiota ―digo, riendo a carcajadas.
No veo venir el puñetazo que me gira la cara hacia un
lado y consigue aturdirme. Tira de mi pelo y pega su nariz a
la mía.
―Ya deberías saber que conmigo no se juega, Gabriel.
¿Quieres saber lo que voy a hacer? Si en las próximas
veinticuatro horas no tengo noticias de tus amiguitos,
enviaré un jodido ejército a esa casa tan bonita que tienes
cerca del desierto. Yo mismo mataré a Lagos, a Oscar y a la
zorrita de Luna. Y con tu hermano pequeño… Bueno, estoy
seguro de que aún puedo convencerlo de que se una a mí.
―Aprieto los dientes con fuerza y no respondo―. Oh, sí,
también está la otra puta. ¿Bailey? Es guapa. ―Clavo mi
mirada en la suya con rabia―. Disfrutaré follando todos sus
agujeros antes de entregarla a mis hombres. Piénsalo, es
probable que acabe teniendo una muerte parecida a la de
tu madre.
―¡Voy a matarte, hijo de puta! ―bramo, revolviéndome
para intentar alcanzarlo.
Suelta una carcajada y chasquea los dedos. Enseguida
entran dos hombres y se acercan a mí. Mientras me golpean
busco la mirada de mi hermano. Le pido sin palabras que
detenga esto, que me ayude, pero sé que no va a hacerlo.
Capítulo 32
Bailey
―Da, my skoro pogovorim[5] ―me despido, y cuelgo la
llamada.
Al alzar la cabeza, descubro cuatro pares de ojos
observándome.
―¿Y bien? ¿Qué ha dicho Zakharov? ―inquiere Lagos.
―Zakharova, he hablado con su mujer. ―Inspiro hondo
por la nariz y me froto los ojos. Estoy agotada―. Los
refuerzos llegarán en dos días.
Veo un par de sonrisas y Lagos respira aliviado, aunque
frunce el ceño.
―No podemos esperar tanto tiempo para rescatar a
Zarco. Si no contactamos pronto con Urriaga, vendrán a por
nosotros.
―Lo sé. Esta misma noche partimos hacia México. Son
menos de tres horas y media de trayecto. Entraremos en el
rancho de madrugada y al amanecer estaremos de vuelta.
―¿Cómo vamos a hacerlo sin refuerzos? ―pregunta
Oscar.
Miro alrededor. Todos estamos encerrados en el despacho
de Zarco, llevamos aquí tres malditos días con sus noches.
Ahora mismo, la vida o la muerte del que ellos consideran
su hermano depende de las decisiones que yo tome.
―Sin hacer ruido y evitando un enfrentamiento directo
―respondo. Dirijo mi mirada a Lagos―. Supongo que tienes
manera de contactar con Urriaga. ―Asiente, apretando la
mandíbula.
―Mi padre aún sigue siendo su hombre de confianza.
―Bien, dile que estás dispuesto a negociar. Dales la
ubicación de algún lugar que conozcas que no esté
demasiado lejos del rancho. Se sentirán más seguros en su
territorio y eso les hará bajar la guardia.
―¿Para qué quieres reunirte con ellos? ―inquiere Beni en
tono serio y cortante.
Ha estado muy ausente y frío conmigo desde que llegué.
Entiendo que esté preocupado por su hermano, aunque me
parece que hay algo más ahí. Algo personal en mi contra.
Sacudo la cabeza y decido dejarlo para otro momento. Ya
tengo demasiados frentes abiertos como para ocuparme de
un problema más.
―Nadie acudirá a la reunión. Solo pretendo abrir el
camino. Se llevarán a un buen grupo de hombres al punto
de encuentro.
―Son demasiados ―señala Luna. Ha estado ocupada
revisando el ordenador personal de Zarco. Por suerte, es
meticuloso y lo apunta todo―. Urriaga tiene un verdadero
ejército. Entrar en el rancho es un suicidio.
―Por eso voy a hacerlo sola. ―Todas las miradas
regresan a mí. Me encojo de hombros―. Si me pillan,
podréis buscar otra solución.
―Yo voy contigo ―dice Lagos.
―No, tú vas a quedarte fuera, con el jodido motor en
marcha, esperando a que salga con Zarco para traernos de
vuelta. ―Miro a Oscar y después a Beni―. Vosotros no os
movéis de aquí. Organizadlo todo para la llegada de los
refuerzos. Cuando me lleve a Zarco responderán con fuego.
Hay que prepararse para contratacar.
―Necesitaremos más armas ―masculla Oscar.
―¿Las tenemos?
―Sí, en un almacén, pero solo Zarco conoce su
ubicación.
Dirijo la mirada a Luna.
―Dime que hay algo en ese cacharro que pueda
ayudarnos a encontrar las armas.
Arquea una ceja y suspira. Al principio creí que se
opondría a seguir mis órdenes. Aún me sorprende que esté
cooperando sin rechistar. Supongo que Zarco es más
importante para ella que su odio hacia mí.
―Creo que sí, pero es una carpeta protegida con
contraseña. Son solo tres letras. No debería costarme
demasiado hackearla.
«Tres letras». Frunzo el ceño y un pensamiento fugaz
cruza mi mente.
―¿Puedo? ―Señalo el ordenador portátil y ella lo gira
para que pueda ver la pantalla. Acerco mi mano al teclado y
presiono tres teclas: «Mia». La carpeta se abre y cierro los
ojos con fuerza al sentir como la presión en mi pecho
regresa. Son como los arañazos de un animal en un muro de
hormigón; a cada pasada el muro se deshace y se
resquebraja, convirtiéndose en arenilla. «Le dispararon.
Puede que ya esté muerto y lo del intercambio sea un
farol». Aparto ese pensamiento intrusivo de mi mente,
respiro hondo y logro recomponerme―. Busca ese almacén
―ordeno.
―Yo voy a tener que ir contigo al rancho. Debo estar
cerca para colarme en el sistema de grabación de las
cámaras de seguridad. Podremos guiarte a distancia y
minimizar el riesgo de que te descubran. ―Por el tono que
usa, salta a la vista que lo que menos le apetece es volver a
ese lugar.
Recuerdo que Zarco me dijo que ella había sufrido mucho
más que los demás durante su infancia. Es lógico que no
quiera regresar.
―Está bien, pero te quedarás en el vehículo con Lagos.
No te quiero ver cerca de la propiedad, ¿entendido?
Busca mi mirada con el ceño fruncido y parece que va a
replicar, solo que entonces hace algo que me sorprende.
Una de sus comisuras se eleva unos centímetros y asiente.
―Entendido, jefa ―susurra sin apartar sus ojos de los
míos.
―Ahora intentad descansar un poco y preparaos para lo
que está por llegar porque no va a ser fácil. ―Todos
asienten y abandonan el despacho enseguida.
Yo decido quedarme un rato más revisando los planos del
rancho. Memorizo cada entrada y salida, cada lugar
accesible y los que no lo son. Según Lagos, lo más probable
es que tengan a Zarco encerrado cerca de las caballerizas.
Ahí es donde torturan a sus rehenes. Solo pensarlo me
revuelve el estómago y me veo obligada a reafirmar el muro
que yo misma he creado en mi mente. «Solo un poco más».
Cuando mis ojos comienzan a cerrarse por puro
agotamiento, salgo del despacho y me dirijo a mi antiguo
dormitorio. Nada más abrir la puerta el olor a humo invade
mi nariz. Es como si Zarco estuviese aquí dentro. Trago con
fuerza para bajar el nudo de mi garganta y doy un paso al
interior. La cama está deshecha. Hay ropa tirada por el
suelo, botellas de tequila vacías y otras a medio beber sobre
las mesitas de noche y colillas de puros en un cenicero a
rebosar.
―Hola. ―Me giro al escuchar la voz de Lagos a mi
espalda.
―¿Qué ha pasado aquí? ―inquiero.
Se encoge de hombros y pasa a mi lado para echar un
vistazo a la habitación.
―Zarco se volvió un poco loco cuando te marchaste.
Nunca lo había visto tan desesperado, Bailey. No volvió a su
dormitorio y tampoco dejaba que nadie entrara aquí. Estaba
sufriendo sin ti. ―Vuelvo a tragar saliva e intento ignorar el
dolor de las garras clavándose en mi pecho. Lagos estrecha
su mirada sobre mí―. Me contó lo de tu… problema.
Exhalo con fuerza y niego con la cabeza.
―Es un bocazas.
―No lo culpes. ¿Puedes siquiera llegar a imaginar lo que
duele que la mujer que amas te asegure que no es capaz de
sentir nada por ti? ―No respondo―. Yo creo que sí. Pude
verlo en tu mirada el día que se llevaron a Zarco. Estabas
aterrada, y desde entonces te he estado observando.
Intentas reprimirlo, pero sufres. Hoy, frente al ordenador…
―Déjalo ―pido, y coloco la mano en el centro de mi
pecho mientras respiro hondo y muy despacio. Cuando logro
recomponerme, busco su mirada―. Ahora mismo hay una
jodida presa en mi mente que está a punto de hacerse
pedazos. Sé que debo enfrentarme a toda esa mierda
pronto, pero mi prioridad es traer a Zarco de vuelta. ¿Lo
entiendes?
Esboza una pequeña sonrisa y asiente. Se acerca
despacio y, sin dejar de mirarme a los ojos, acaricia mi
mejilla con el dorso de su mano.
―Eres una mujer excepcional, Bailey. Zarco debe sentirse
el hijo de puta más afortunado del mundo por haberte
encontrado. ―Antes de que pueda reaccionar, ya ha
apartado su mano y retrocede un par de pasos. Carraspea y
su gesto cambia a uno mucho más serio―. Por cierto, ¿qué
fue lo que te pidieron los rusos a cambio de su ayuda? En
este mundo, nada es gratis.
―Ya, bueno… ―Hago una mueca con los labios―. Si todo
sale bien, el clan Z va a incursionar en un nuevo negocio.
―¿Qué negocio? ―inquiere, frunciendo el ceño.
―Diamantes.
Sus ojos se abren hasta el nacimiento.
―¿Diamantes?
Asiento y bufo con fuerza.
―Y un pequeño detalle más. Los rusos quieren asegurar
la sociedad de manera más oficial. ―Arquea una ceja de
manera interrogante―. Alguien va a tener que casarse con
la hermana de Mijaíl Zakharov.
Lagos sonríe, negando con la cabeza.
―Nosotros no arreglamos matrimonios.
―Ahora sí ―digo, encogiéndome de hombros.
―Zarco te va a matar por tomar ese tipo de decisiones a
sus espaldas.
―Al menos estará vivo para intentarlo.
Capítulo 33
Bailey
Estoy tranquila. He pasado todo el viaje hasta aquí
preparando mi mente para lo que está a punto de ocurrir.
No puedo fallar, y mucho menos derrumbarme ahora. Ya
habrá tiempo para eso cuando Zarco esté en casa, a salvo.
Respiro hondo y salgo del todoterreno. Ya es bien entrada la
madrugada, sin embargo, el calor del desierto de Sonora no
perdona. Noto como el sudor recorre mi espalda bajo el traje
negro ajustado que llevo puesto. Ropa de asalto muy
parecida a la que usaba en el frente. Me siento cómoda con
ella.
Compruebo que mi arma corta esté cargada y vuelvo a
colocarla en su lugar, pegada a mi muslo derecho. Después
saco el cuchillo de caza de Zarco de su funda, el mismo con
el que maté a Gambo. Yo misma lo afilé antes de salir. Por
último, toco con los dedos el rosario de Zarco, que llevo
colgado del cuello. Me acerco a la ventanilla delantera y
miro hacia el interior del cubículo. Lagos está tras el
volante, con expresión seria, y Luna a su lado sostiene un
ordenador portátil abierto.
―Estoy dentro ―informa, y me tiende un auricular que
no tardo en ponerme―. ¿Me escuchas bien? ―Asiento y
vuelvo a respirar hondo.
―Si por algún motivo perdemos el contacto, esperad
cinco minutos y largaos ―ordeno.
―Bailey, no vamos a dejarte aquí ―replica Lagos.
―No es una sugerencia. Si no he logrado salir es porque
me han capturado y también sabrán que lo de la reunión
era un farol. Volved a casa y defendeos con todo lo que
podáis porque van a ir a por vosotros.
Tras unos segundos, recibo un asentimiento por su parte.
―Ten cuidado, ¿vale? Zarco es nuestro líder y hermano,
pero tú también eres un miembro importante de la familia.
―Trago saliva con fuerza.
No sé qué contestar a eso. ¿Me consideran parte de su
familia? ¿A mí? ¿Por qué? Sacudo la cabeza y decido ignorar
todas esas preguntas. Ahora es el momento de tener la
mente clara y el pulso firme. No me puedo dejar llevar por
las emociones.
Un nuevo asentimiento y me alejo del vehículo con paso
firme. Camino unos veinte metros y logro ver la valla
metálica de más de dos metros de alto que rodea la
propiedad. Este es el lugar que Zarco señaló como punto de
entrada al rancho. Me acerco sin hacer ruido y saco el
alicate de corte que llevo en uno de los bolsillos laterales.
Tardo cerca de cinco minutos en hacer un agujero lo
bastante grande como para poder pasar por él.
―Bailey, ¿va todo bien? ―me pregunta Luna por el
auricular.
―Afirmativo ―susurro, y me agacho para pasar al otro
lado de la valla.
Localizo a varios hombres armados vigilando el exterior
de lo que sé que es la casa principal. Debo recorrer al
menos doscientos metros sin ser vista para llegar a las
caballerizas y rezar para que esté allí. No hay plan B. Si han
decidido encerrarlo en algún otro lugar, estamos muy
jodidos. Consigo esquivar a dos de los hombres, paso tras
ellos sin que me vean ni escuchen, y uso la fachada de
piedra de la casa como parapeto. Por suerte, hay cámaras
en el exterior y Luna puede ir diciéndome dónde están los
vigilantes. Dejo atrás a tres más antes de detenerme.
―Espera, no te muevas ―escucho―. Mierda, Bailey. Van
dos hacia ti. Tienes que salir de ahí. ―Intento retroceder―.
¡No! Por ahí hay otros tres.
Estoy a punto de preguntarle qué demonios pretende
que haga. No puedo solo salir volando, sin embargo, el
hecho de hablar podría delatarme. Cierro los ojos un
segundo y alcanzo el cuchillo. Supongo que ha llegado el
momento de sumar algún que otro muerto más a mi lista.
―Avísame cuando estén a menos de dos metros ―digo
en el tono más bajo que soy capaz de articular.
Puedo escucharlos acercarse. Estoy en una esquina, con
la espalda pegada a la pared exterior de la casa. Si logro
que pasen de largo sin verme, podré atacarlos por la
espalda. Aguardo varios segundos en total silencio. Casi no
respiro.
―Están a punto de pasar a tu lado ―me informa Luna.
Entonces los veo. Llevan rifles de asalto colgados y
caminan a la par. Son hombres grandes. Lo más probable es
que me saquen varias cabezas de alto. Un solo disparo, un
ruido extraño y alertarán a todo un jodido ejército. Dejo que
se alejen unos cuantos pasos más y camino tras ellos de
puntillas. Uno ni siquiera se da cuenta de lo que está
pasando antes de que le raje el cuello de lado a lado,
llevándome por delante sus cuerdas vocales. Su compañero
se gira y alza el rifle, pero logro darle un puñetazo en la
nuez justo cuando está a punto de gritar al mismo tiempo
que sujeto su arma con la otra mano. Después solo deslizo
la hoja del cuchillo por su garganta y le tapo la boca
mientras espero a que se ahogue con su propia sangre. «No
volverás a matar», resuena en mi mente. Bufo y sacudo la
cabeza. «¡A la mierda mi promesa! La vida de Zarco es más
importante».
―¿Hay más? ―pregunto sin aliento y mirando a un lado
y a otro.
―No. Puedes seguir. ¿Vas a dejar los cadáveres ahí?
Los miro. Lo más seguro sería esconderlos, pero son
demasiado pesados para cargar con ellos.
―Sí ―respondo sin dar más explicaciones.
Tras mi enfrentamiento con los vigilantes, decido
apresurarme. Es cuestión de tiempo que alguien los
encuentre. Cuando al fin logro llegar a la gran edificación
donde se supone que están las caballerizas, soy consciente
de que lo más probable es que no logremos salir del mismo
modo que he entrado. Cuento con que Zarco esté lo
bastante sano como para coger un arma y me ayude a
combatir el fuego enemigo que estoy segura de que habrá.
Encuentro una de las puertas abiertas. Resulta sencillo
matar al tipo que la custodia y paso al interior. No parece
haber nadie más alrededor. Quiero pensar que lo de la
reunión falsa con los hombres de Urriaga ha dado sus frutos
y no que, en realidad, me dirijo en busca de mi propia
muerte.
Paso por varias puertas abiertas. El único sonido que
escucho es el de los caballos moviéndose en sus cubículos y
algún que otro relincho. Sigo caminando con el cuchillo en
alto.
―Bailey, ahí no hay cámaras. Necesito que me digas qué
ves.
―Caballos y algunas habitaciones vacías. Parecen
almacenes o algo así ―susurro.
―Sigue avanzando en línea recta. Lagos cree que puede
estar en la parte trasera, cerca del pajar.
Asiento, aunque sé que no puede verme, y continúo
avanzando en total silencio. Encuentro una puerta cerrada y
me detengo delante.
―Creo que he llegado. La puerta está cerrada con llave.
No escucho nada al otro lado.
―¿Tienes algo a mano con qué abrirla?
Busco alrededor. Veo una pala, un rastrillo y algunas
herramientas más, pero nada que pueda servirme para
reventar una cerradura.
―Negativo ―siseo en voz baja.
―Vale, espera un momento. Pensaremos en algo… ¡Oh,
mierda!
―¿Qué ocurre? ―inquiero en tono calmado.
―Acaban de encontrar a los guardias muertos. Se está
montando una buena. Tienes que salir de ahí cuanto antes,
Bailey.
Solo me lleva un segundo tomar la decisión de sacar el
arma, apuntar a la cerradura y tirar del gatillo. Sé que el
sonido alertará a todos los jodidos enemigos de mi posición,
pero es la única forma de sacar a Zarco de aquí. Le doy una
patada a la puerta y lanzo una súplica al cielo para que no
esté en el lugar equivocado. Doy un par de pasos hacia el
interior de la habitación y arrugo la nariz. Apesta a vómito y
orina. Reviso el lugar. No hay ventanas y la única
iluminación proviene de la puerta que acabo de abrir a la
fuerza. Por el rabillo del ojo detecto un movimiento y
agudizo la vista. Hay una especie de bulto en un rincón de
la habitación. Me acerco despacio, con el arma por delante
del cuerpo, y el desagradable olor se va haciendo más
intenso a cada paso.
―Zarco ―susurro al reconocerlo.
Guardo la pistola y me agacho a su lado. Está en el suelo,
encogido. Sus tobillos y manos amarrados con cuerda entre
sí. Saco el cuchillo y empiezo a cortarlas a toda prisa.
―¡Bailey, van hacia ti! ―escucho el grito de Luna en mi
oído, pero la ignoro y empujo a Zarco por los hombros.
Su aspecto es horrible, y eso que apenas consigo verlo
por la escasa claridad. Toco su rostro, parece hinchado y
cubierto de sangre seca. El olor a orina y vómito proviene
de su ropa. La bilis me sube por la garganta, pero soy capaz
de mantener la compostura. Pongo mi mano en su cuello y
compruebo que tiene pulso, sin embargo, no parece
consciente.
―Zarco. ―Golpeo su mejilla despacio―. Zarco, tienes
que despertar.
―¡Bailey, están llegando! ¡Sal de ahí!
―Tengo a Zarco ―informo, y lo arrastro por los hombros
hacia el centro de la habitación. Entonces logro verlo bien y
casi me derrumbo―. ¡Dios santo! ¿Qué te han hecho? ―Su
ropa está cubierta de sangre y vómito. Sus pantalones
húmedos y está descalzo. Aparto un mechón de pelo sucio
de su rostro y vuelvo a intentar hacerlo reaccionar. No
puedo salir de aquí sin su ayuda―. Vamos, Zarco. Tienes
que despertar. ―Gime algo y sujeto su rostro con ambas
manos―. Eso es, abre los ojos. ―Nada, ni un solo
movimiento―. ¡Maldita sea, Gabriel! ―grito.
Estoy a punto de darme por vencida, por lo que me llevo
la mano al muslo para coger la pistola y atrincherarme en
este lugar. Van a llegar y me matarán, pero al menos
intentaré defendernos. Entonces siento su mano tocando la
mía y bajo la vista de nuevo a su rostro.
―Mía ―susurra.
Exhalo con fuerza y sujeto su rostro una vez más.
―Soy yo. Tienes que ayudarme a sacarte de aquí. Están
llegando.
―No ―dice con voz débil y rasgada―. Vete.
―No voy a ningún lado sin ti. Así que espabila y ponte en
pie de una jodida vez. ―Reviso su pierna. Está vendada.
Parece que al menos tuvieron el detalle de sacarle la bala y
coser la herida, aunque supongo que solo lo hicieron para
poder mantenerlo con vida mientras lo torturaban―. Vamos,
sé que duele, pero no podré salir de esta ratonera sin tu
ayuda.
Me mira con un solo ojo y suspira.
―Lo intentaré ―susurra.
Le lleva varios intentos ponerse en pie y, cuando lo hace,
apenas es capaz de mantenerse erguido, así que no me
queda más remedio que sostener todo su peso sobre mis
hombros. Caminamos muy despacio a través de las
caballerizas. Llevo el arma en una de mis manos y con la
otra lo sujeto por la cintura.
―Estamos saliendo ―informo a Luna con la respiración
agitada. Dudo que lleguemos muy lejos―. ¿Dónde están?
―Demasiado cerca. Creo que no han sabido identificar
de dónde provenía el disparo, pero ya se han dado cuenta
de que estás ahí, Bailey.
―Mierda. ―Doy un par de pasos más y Zarco gruñe de
dolor―. No creo que podamos lograrlo.
―Necesitas una distracción. Podemos usar algo…
Dejo de prestarle atención cuando la puerta se abre y
veo entrar al hombre del callejón. Es Alex, el hermano de
Zarco. No sé cómo no noté su parecido en ese momento.
Levantamos nuestras pistolas al mismo tiempo.
―Voy a salir de aquí con tu hermano, y cualquiera que
intente impedirlo recibirá un jodido disparo en la cabeza. Tú
decides si quieres ser el primero ―siseo.
Se me queda mirando unos segundos, después hace lo
mismo con Zarco, y tras suspirar en alto, baja la pistola y la
guarda en su espalda.
―No podía encontrar una mujer sencilla, el muy
cabronazo fue a por una incluso más loca que él ―masculla,
y da un par de pasos hacia mí―. Baja el arma. Os ayudaré a
salir de aquí.
―¿Cómo sé que no es una trampa? ―inquiero.
―No lo sabes, pero tendrás que confiar en mí porque el
jodido ejército que se acerca ahora mismo no está dispuesto
a negociar, te lo aseguro.
Inspiro hondo y soy consciente de que tiene razón. Para
tener alguna posibilidad de salir de aquí con vida necesito
su ayuda. Bajo la pistola y Alex enseguida se coloca al otro
lado de Zarco y me quita la mayoría de peso de encima.
―Ahora avisa a los demás de que se marchen. Iremos en
mi coche ―dice mientras caminamos, con su ayuda, mucho
más rápido.
Nos dirigimos al vehículo que está aparcado justo delante
de la puerta y entonces empiezan los primeros disparos.
―¡¿Qué está pasando, Bailey?! ―grita Luna.
―¡Marchaos! Nos vemos en casa ―ordeno.
―¿Pero, cómo…?
―Largaos de una vez. ―Me quito el auricular y lo lanzo al
interior del coche en cuanto Alex abre la puerta trasera.
Juntos conseguimos tumbar a Zarco en el asiento y me
acomodo a su lado para poder disparar fuego de cobertura
por la ventanilla mientras Alex sube a la parte delantera.
―Cierra la ventana. Es un vehículo blindado.
Hago lo que dice y compruebo que más de cincuenta
hombres nos rodean y disparan contra nosotros, pero las
balas rebotan en la carrocería. Alex pisa el acelerador a
fondo y salimos a toda velocidad, dejando una nube de
polvo a nuestra espalda.
Cuando al fin atravesamos los límites de la finca y nos
adentramos en la carretera, guardo la pistola y me muevo
en el asiento para colocar la cabeza de Zarco sobre mi
regazo. Acaricio sus cejas oscuras e hinchadas y él abre un
ojo. Levanta una mano y coge la mía, la mira y, al verla
manchada de sangre, su garganta se mueve al tragar saliva.
―No es mía ―aclaro para que esté más tranquilo.
Asiente de manera casi imperceptible y vuelve a cerrar el
ojo.
―Has vuelto a matar ―susurra muy bajito.
Tomo una respiración profunda y me agacho para besar
su frente manchada de sangre seca y mugre.
―Me he dado cuenta de que sí que hay vidas que valen
más que otras y, para mí, la tuya es una de ellas.
Capítulo 34
Zarco
Soy apenas consciente de que me mueven de un lado a
otro. Creo que no son las heridas. Me duele todo el jodido
cuerpo, aunque lo que peor llevo es el cansancio. Ni siquiera
recuerdo cuándo fue la última vez que pude dormir. Escucho
voces a mi alrededor, sin embargo, la oscuridad vuelve a
arrastrarme con ella y todo se apaga.
∞∞∞
El calor me rodea, un calor húmedo que envuelve mis
extremidades, mi torso y mi cuello. Estoy tumbado boca
arriba y siento unas manos recorriendo mis hombros y
después mi rostro. Se hunden en mi pelo y tomo una
respiración profunda. Es agradable. Un aroma conocido
invade mi nariz. Es Bailey, estoy seguro. Reúno las pocas
fuerzas que me quedan para lograr abrir los ojos, primero
uno y después el otro. La luz blanca me hace daño a la
vista.
―Estás despierto ―susurra, y vuelvo a sentir esas manos
sobre mi cara.
Un nuevo esfuerzo y vuelvo a abrir los ojos. Me recibe su
mirada y exhalo con fuerza. Intento ubicarme. Creo que
estoy en el baño de mi dormitorio, en la bañera. Muevo un
poco el cuello y compruebo que el calor que siento proviene
del agua caliente en la que estoy sumergido. Regreso la
mirada a Bailey. Ella me está limpiando.
―¿Estoy muerto? ―logro preguntar, aunque ni siquiera
reconozco mi propia voz.
Recibo media sonrisa a modo de respuesta y niega con la
cabeza.
―Necesitabas un baño antes de acostarte. Te he
administrado un buen cóctel de analgésicos. El dolor cederá
pronto.
Consigo alzar un brazo y sacarlo del agua, acerco mi
mano a su mejilla y la acaricio con suavidad.
―¿Por qué viniste a buscarme?
―Estoy loca, ¿recuerdas? ―Se encoge de hombros y
ladea la cabeza para rozar su mejilla contra mi palma, como
si de verdad disfrutara de mi tacto―. Los locos no seguimos
ninguna lógica, pero ¿qué voy a contarte a ti? Tienes
bastante experiencia en ese ámbito.
Mis párpados amenazan con cerrarse. Lucho para
mantenerlos abiertos al menos unos segundos más.
―Creí que moriría sin volver a escuchar ese tono
sarcástico en tu voz ―susurro, y toco sus labios con la punta
de los dedos―. Volvería a ese jodido infierno si a cambio
puedo besarte una vez más.
Su respiración cambia y noto como su pecho se eleva y
baja con violencia. Bailey aprieta los dientes e inspira hondo
por la nariz. Busco su mirada y, justo antes de que la
oscuridad me arrastre de nuevo con ella, me parece ver
como una lágrima recorre su mejilla.
∞∞∞
Escucho a lo lejos unos gritos y también golpes. Me
muevo despacio. Ya no estoy en la bañera. Este lugar es
mucho más mullido y suave. ¿Mi cama? Es posible. Siento
dolor, sin embargo, ya no es tan intenso como antes y mi
mente parece estar más lúcida, aunque el agotamiento
sigue ahí. Solo quiero seguir durmiendo un rato más, pero
los gritos son cada vez más altos.
―¡Bailey, detente! ―Abro los ojos de golpe al escuchar la
voz de Lagos. ¿Qué puede estar ocurriendo para que se
altere tanto? Intento incorporarme y busco a Bailey en la
habitación. No está―. ¡Bailey, por favor! ¡Vas a lastimarte!
Me incorporo rápido y un pinchazo de dolor me atraviesa
el costado. Miro hacia abajo y compruebo que tengo el torso
rodeado por vendas gruesas, seguramente para mantener
inmovilizadas mis costillas. Con el corazón latiendo a toda
velocidad, me arrastro hasta el borde del colchón y bajo las
piernas. Me lleva varios intentos ponerme en pie, al menos
lo logro, y me sorprende descubrir que el dolor de la pierna
es bastante soportable. Abandono la habitación y camino lo
más rápido que soy capaz siguiendo los sonidos de golpes y
los gritos. Suena como si alguien estuviese tirando cosas al
suelo y proviene del despacho.
Antes de llegar a la puerta veo a Beni, Oscar y Luna.
Están en el pasillo, mirando con fijeza lo que sea que esté
pasando en el interior de mi despacho. Ni siquiera se dan
cuenta de mi presencia hasta que llego a su lado.
―Zarco, ¿qué haces levantado? ―Mi hermano pequeño
se coloca a mi lado e intenta ayudarme, pero niego con la
cabeza y doy un paso más para poder mirar hacia dentro de
la habitación.
Mis ojos se abren como platos al ver a Bailey moverse de
un lado a otro. El despacho parece una zona de guerra. Hay
libros, cristales y trozos de madera tirados por el suelo. Está
arrasando con todo el mobiliario. No habla, solo golpea
cosas, gruñe, jadea y sigue dando puñetazos, patadas y
empujones a todo aquello que se encuentra en su camino.
Lagos está a su lado, guardando una distancia prudencial e
intenta hacerla entrar en razón sin éxito. Parece
desquiciada, completamente fuera de control.
―Bailey, tienes que tranquilizarte. ―Da un paso en su
dirección y frunzo el ceño.
Mi amigo logra sujetarla por los hombros y recibe un
codazo en la cara, aunque no se mueve y solo la agarra con
más fuerza y la atrae hacia su cuerpo.
―¡Aparta tus manos de mi mujer! ―bramo. Mi voz suena
rasgada, pero firme.
Lagos da un paso hacia atrás y Bailey me mira con los
ojos muy abiertos. Solo entonces soy consciente de sus
mejillas húmedas y sus ojos enrojecidos. Arruga los labios y,
antes de doblarse sobre sí misma, un sollozo sale del fondo
de su garganta.
―Zarco, solo intento tranquilizarla. Lleva varias horas así
y no sé qué más hacer ―explica Lagos de manera
atropellada.
Yo no lo miro. Toda mi atención la tiene la mujer que se
está derrumbando en pedazos justo frente a mis narices.
―Todos fuera ―ordeno.
―Zarco…
―¡Fuera! ―grito.
Lagos desaparece y escucho como cierran la puerta del
despacho arrastrando por el suelo los pedazos de cristal,
madera, cuero y plástico. Cojeando, me acerco a Bailey, que
sigue acuclillada y cubriendo su rostro mientras solloza.
Estiro mi mano y toco su brazo. Espero unos segundos antes
de darme cuenta de que me está ignorando. Chasqueo la
lengua y respiro hondo.
―No me obligues a agacharme, Mía. Va a doler como el
jodido infierno, pero lo haré.
Consigo hacerla reaccionar, alza la vista y niega con la
cabeza.
―No puedo pararlo ―farfulla entre sollozos. Sujeto su
mano y tiro de ella para levantarla, la atraigo hacia mí y
seco su mejilla mojada con la punta de mis dedos―. Todo
está saliendo y… ―Coloca una mano en el centro de su
pecho y se le corta el aliento―. Quiero que se detenga.
―No te entiendo ―susurro, mirando sus ojos―. ¿Qué
ocurre?
―Lo siento… ―Respira hondo varias veces y sorbe por la
nariz―. Lo siento todo, Zarco. Es tan intenso… Es doloroso
y… ¡Me está matando!
Estrecho la mirada sobre ella y me da un vuelco el
corazón al darme cuenta de lo que está pasando. Está
sanando, aunque ella misma no lo sepa; esto es lo mejor
que podría sucederle.
―Ven aquí. ―Tiro de ella y la estrecho con fuerza contra
mi pecho.
Sus brazos rodean mi cintura y sigue llorando de manera
desesperada mientras yo beso su pelo y acaricio su espalda
para intentar tranquilizarla. Dejo que se desahogue durante
lo que se me hace un tiempo eterno. Estoy sufriendo lo
inimaginable al verla así. Mi jodido corazón sangra por ella,
pero sé que no hay nada que pueda hacer para evitarlo;
tampoco quiero hacerlo. Cuando al fin parece calmarse un
poco, la aparto de mí unos centímetros y busco su mirada.
―Siento decir esto, pero tengo que sentarme. Se me
están doblando las rodillas.
Bailey sacude la cabeza y se seca las lágrimas de un
manotazo. Mira alrededor y parece ser consciente del
destrozo que ha hecho.
―No hay sillas.
―Aún queda un poco de sofá ―digo, sujetándome a sus
hombros para no caer. Creí que podría aguantar más.
Bailey me ayuda a llegar al sofá. Solo hay un cojín
inferior intacto, así que, tras sentarme, tiro de ella para
acomodarla en mi regazo.
―Vas a lastimarte ―murmura con voz ronca por el llanto.
―Me da igual. ―Rodeo su cintura con mi brazo y hundo
la nariz en su cuello. Inhalo su aroma y mi corazón se
acelera. ¡Maldita sea, moriría feliz ahora mismo, con ella a
mi lado! Me obligo a apartarme un poco y retiro un mechón
de su pelo para poder mirarla a los ojos―. ¿Estás mejor?
―No, aunque supongo que lo estaré. ―Toma una
respiración profunda y se me escapa la sonrisa.
―Hay que aceptar lo malo para poder disfrutar de lo
bueno, Mía.
―Es más sencillo no sentir nada ―replica, apartando la
mirada.
La obligo a girar la cabeza en mi dirección y pego mis
labios a los suyos. El beso solo dura unos segundos y
retrocedo.
―¿Sientes eso? ―Traga saliva con fuerza y asiente con
nuevas lágrimas en los ojos―. Bien, porque pienso dedicar
mi jodida vida a crear nuevos sentimientos para ti, tan
intensos y poderosos que opacarán por completo todos los
malos. ―La beso de nuevo y saboreo sus lágrimas―. Espero
que seas consciente de que no volveré a dejar que te vayas.
Eres mía, ahora y siempre. Tuviste tu oportunidad de vivir
alejada de mí y no la aprovechaste. No te daré otra. Estoy
dispuesto a encerrarte en esta casa, encadenarte a mí el
resto de tus días si es necesario, pero no vas a
abandonarme otra vez. ―Inspiro hondo y pego mi frente a
la suya―. Tienes mi palabra.
Capítulo 35
Bailey
He pasado medio día de ayer y toda la noche durmiendo, y
aún me siento agotada. No es un cansancio físico, es algo
más… Emocional. Sí, creo que de ahí provienen todos mis
males en este momento. La presa está rota. El muro que
tanto me esforcé en mantener en pie se ha hecho pedazos,
y ahora ya no hay nada capaz de contener los sentimientos.
Me giro despacio en la cama y compruebo que Zarco
sigue dormido. Por un momento, cuando estaba sumida en
ese momento de locura y descontrol, pensé en huir, pero
fue verlo a él junto a la puerta, casi sin poder mantenerse
en pie y mirándome con tanta intensidad que supe que no
hay un ningún lugar en el que pueda esconderme de mí
misma y de lo que este hombre me hace sentir. Fue tan
cariñoso y comprensivo… Solo me dejó llorar hasta
quedarme dormida sobre su pecho, después nos metimos
en su cama y me abrazó otra vez.
Deslizo el dedo índice por su frente y toco una de sus
cejas, la que aún está hinchada, después palpo con
suavidad su ojo amoratado y la mandíbula cubierta por
barba más larga de lo habitual. A pesar de todos los
hematomas y cortes, sigue siendo condenadamente
atractivo, «y mío». Pongo los ojos en blanco por ese
pensamiento tan descabellado. Me está costando lidiar con
todas las emociones de golpe, pero si algo tengo claro es
que estoy enamorada de Zarco. Supongo que es algo que
me lleva pasando ya hace algún tiempo y, como todo lo
demás, lo reprimí. Sin embargo, ahora resulta tan obvio y
natural que asusta. «Amo a un criminal». Yo, la sargento
Bailey, la misma que creció con la certeza de que no existen
los tonos grises. Buenos o malos, hay que elegir un bando.
Bueno, parece ser que yo ya he elegido el mío.
Inspiro hondo e intento contener el aluvión de
sentimientos que me invaden. No los encierro, solo dejo que
se disipen un poco para poder asimilarlos de uno en uno.
Deposito un beso fugaz en los labios de Zarco y me levanto
de la cama. Tengo un leve dolor de cabeza. Lo más probable
es que sea producto de todo lo que lloré ayer. Fueron las
lágrimas no derramadas durante dos años, y salieron todas
a la vez. Tampoco creo que esté tan mal. Podría haber sido
peor, y con peor me refiero a una camisa de fuerza y
habitación acolchada.
Me doy una ducha rápida y me visto con una camiseta de
Zarco que me queda bastante larga antes de abandonar el
dormitorio. Después de una búsqueda en mi habitación de
lo que ha sobrevivido a la locura de Zarco, me cambio y
llevo conmigo el bolso medicalizado. Regreso a su lado, me
siento al borde de la cama y empiezo a preparar la
jeringuilla con el antibiótico. Cuando la aguja atraviesa su
piel, abre los ojos y me mira frunciendo el ceño.
―¿Me pinchas a traición? ―Esboza una sonrisa
somnolienta―. ¿Qué es eso?
―Antibióticos. ―Retiro la aguja, y tras coger otra
jeringuilla, la relleno y estrecho la mirada sobre él―. Me
alegra que estés despierto. Eso facilita mi trabajo. Necesito
que te gires. ―Arquea una ceja―. Vamos, solo es un
pinchazo de nada.
―En el culo, supongo.
―Sí, en una nalga. ¿Puedes girarte un poco o tengo que
hacerlo yo por ti?
Inspira hondo y vuelve a sonreír.
―Ya veo que te encuentras mejor. ¿Cómo lo llevas? ―Me
encojo de hombros―. Esa respuesta no me sirve. Necesito
que te comuniques conmigo.
Resoplo con fuerza y bajo la jeringuilla.
―Estoy abrumada. Aún sigo intentando gestionar todas
las emociones y… Bueno, supongo que se irá haciendo más
sencillo.
―¿Algún otro ataque de ira a la vista? ―inquiere
divertido.
―Solo si no te giras de una vez y me dejas administrarte
los analgésicos ―respondo tras chasquear la lengua.
Escucho su risa grave y una sensación de euforia invade
mi pecho. La intensidad del sentimiento me deja sin aliento.
Zarco se mueve hacia un lado haciendo muecas de dolor y
aparta la sábana para dejar al descubierto su trasero. Al
darse cuenta de que no me muevo, gira la cabeza hacia
atrás y me pilla mirándolo con fijeza.
―¿Qué ocurre?
Carraspeo y sacudo la cabeza antes de recuperar el
control sobre mi cuerpo. Me agacho y clavo la aguja en la
parte alta de su nalga, presiono el embolo y la retiro.
―Eso va a noquearte durante al menos un par de horas.
Deberías seguir durmiendo.
―Está bien. ―Se tumba de espaldas y señala el lugar
vacío a su lado.
―Yo tengo cosas que hacer.
―¿Qué es más importante que cuidarme?
Sonrío y me pongo en pie.
―Ya te enterarás.
―Tengo miedo de preguntar ―replica, frunciendo el
ceño.
―Pues no lo hagas. ―Guardo todo el material en el bolso
y lo dejo junto a la cama―. Descansa todo que puedas y
recupérate porque vamos a necesitarte.
―Ahora sí que voy a tener que preguntar. ¿Qué está
pasando, Mía?
―Nada que yo no pueda manejar en tu ausencia. ―Me
agacho para medir su temperatura tocándole la frente, y
antes de que pueda retirarme, sujeta mi mano y me atrae
hacia él con un tirón contundente. Caigo sobre su abdomen
y lo escucho gemir por el dolor―. ¡Eres imbécil! ―siseo,
intentando incorporarme. No me lo permite.
Me lanza una mirada de advertencia con la mandíbula
tensa y los dientes apretados.
―Creí haber dejado claro que no me gusta que me
insulten ―masculla.
―No es un insulto. Solo estoy definiendo tu personalidad
en base a tu comportamiento, idiota.
Alcanzo a ver un atisbo de sonrisa en su boca antes de
que colisione contra la mía. Zarco me besa con pasión, y
algo de rabia también, y yo le correspondo encantada. Cada
pasada de su lengua contra la mía sabe a gloria bendita.
Cuando rompemos nuestro beso estoy sin aliento. Nos
miramos a los ojos y su mano acaricia mi mejilla con
suavidad, pero de manera posesiva.
―Esa lengua mordaz va a ser mi jodida perdición, Mía
―susurra con la respiración agitada.
Baja la mirada por mi cuello y después al centro de mi
pecho. Sonríe de nuevo al ver su rosario.
―Te lo devuelvo ―digo, y llevo las manos a mi nuca para
sacármelo por la cabeza. Sujeta uno de mis brazos y niega
con la cabeza.
―Ni se te ocurra. Te queda mucho mejor a ti.
Dejo caer las manos y lo miro, frunciendo el ceño. Sigo
apoyada en su abdomen, sin embargo, apenas estoy
cargando mi peso sobre él.
―Zarco, era de tu madre.
―Sí, y ahora es tuyo. ―Desliza el pulgar por la base de
mi cuello y toca la cruz antes de regresar su mirada a mi
rostro―. Ella estaría encantada de que lo tuvieses.
―No me parece correcto ―replico.
Suspira y se encoge de hombros.
―Piensa que es algo así como un préstamo. Lo tendrás
tú hasta que en algún momento decidas cedérselo a alguno
de nuestros hijos.
Abro mucho los ojos. Por un momento me quedo
paralizada. ¿Hijos? ¿De qué demonios está hablando?
Inspiro hondo por la nariz y me salgo de la cama lo más
rápido que puedo.
―Debo irme ―farfullo mientras intento gestionar todos
los sentimientos encontrados que chocan en mi interior.
―Mia, ¿qué ocurre?
―Nada. ―Me giro y me dispongo a salir de la
habitación―. Descansa. Vendré después a…
―¡Maldita sea, ni se te ocurra salir por esa puerta!
―brama.
Me detengo, inspiro hondo y me doy la vuelta con el ceño
fruncido.
―Modera el tono que usas conmigo, Zarco. No soy uno
de tus hombres ―siseo entre dientes.
―Si quieres que no pierda la paciencia contigo, deja de
huir de una maldita vez. ¿Se puede saber qué demonios te
pasa? Habla conmigo, Mía. Eso es lo único que te pido.
―Cierra los ojos con fuerza e inspira hondo, como si
intentara tranquilizarse―. ¿Es por regalarte el dichoso
rosario o por lo que dije sobre tener hijos? Porque te
recuerdo que entre nosotros ha habido mucho sexo sin
protección.
―¿Sin protección? ―Se me escapa la risa y arqueo una
ceja―. ¿De verdad crees que te hubiese permitido ponerme
un dedo encima si existiera la mínima posibilidad de que me
dejaras preñada? ―Bufo y me acerco a su lado. Estiro mi
brazo y le muestro el interior de la parte alta―. Llevo un
implante subdérmico anticonceptivo.
―¿Un qué? ―pregunta extrañado.
―Es un implante metálico, del tamaño de una cerilla,
que se coloca bajo la piel y libera hormonas… ―Chasqueo la
lengua―. Da igual. El caso es que todo ese sexo que hemos
tenido nunca ha sido sin protección, al menos no en lo que
se refiere a la concepción.
―Vale, aunque eso no explica por qué te has puesto rara
cuando lo he mencionado. Ven aquí, Mía. ―Aunque suene
como una orden, su tono es de súplica. Respiro hondo y me
siento a su lado. Enseguida coloca su mano sobre mi rodilla
y empieza a hacer pequeños círculos con los dedos―. No sé
cómo más decirte que estoy loco por ti. Te amo. Quiero
pasar el resto de mi vida contigo, y sí, también quiero hijos
y…
―Zarco, detente ―pido, alzando mi mano―. Estoy
oxidada con esto de los sentimientos, ¿vale? No me obligues
a enfrentarme a más de lo que puedo manejar aún.
Asiente y da un pequeño apretón en mi rodilla.
―Está bien. Eso puedo hacerlo, pero necesito te sigas
comunicando conmigo. No soy adivino. Por más que lo
desee, soy incapaz de saber lo que piensas. Tienes que
decírmelo tú.
―Lo intentaré ―susurro.
El muy cabrón esboza una gran sonrisa triunfal antes de
acomodar la cabeza sobre la almohada.
―Te estás volviendo razonable. Eso me gusta. Ahora
lárgate y déjame dormir. ―Le lanzo una mirada poco
amistosa y me pongo en pie, haciendo que el colchón se
mueva más de la cuenta. Zarco sisea de dolor sujetándose
las costillas―. Lo has hecho a propósito ―se queja.
Me encojo de hombros y sonrío de manera arrogante.
―Por supuesto. Solo para que no te acostumbres a que
sea tan razonable ―escucho su risa mientras me dirijo a la
salida. Una vez más, antes de abrir la puerta, me giro a
medias―. ¿De verdad estás dispuesto a traer a un niño a
este mundo? Vives entre sangre y muerte. ¿Por qué harías
algo así?
―Hasta que te conocí ni siquiera me lo había planteado,
pero ahora… ―Suspira―. Sí, la sangre y la muerte me
rodean, pero también el amor y la pasión. No se puede
tener lo bueno sin lo malo, Mía. Tú mejor que nadie deberías
saberlo.
Capítulo 36
Bailey
Aún algo aturdida por la conversación que acabo de tener
con Zarco, me dirijo a la cocina. Todos están desayunando y
me miran con curiosidad, y creo que algo de temor también,
cuando me ven aparecer. Tengo que lograr mantener mi
mierda para mí misma. Lo iré asimilando poco a poco, sin
embargo, si dejo que me bloquee, será peor que no sentir
nada. Inspiro hondo por la nariz y alzo la barbilla.
―Buenos días ―saludo.
No contestan, solo me siguen observando como si un
extraterrestre hubiese poseído mi cuerpo. Tras servirme una
taza de café, me giro con una ceja enarcada y todos fingen
seguir desayunando. Lagos es el primero en hablar.
―¿Cómo se encuentra Zarco?
―Mejor. Se va recuperando, pero debe descansar todo lo
que pueda antes de que empiece la fiesta. ¿Sabes algo de
Urriaga? No estará contento, supongo.
―No hay noticias, aunque eso no significa que sean
buenas.
―Los rusos llegaron esta mañana ―informa Oscar―. Los
he instalado en las habitaciones de la planta baja.
―Bien, después me reuniré con ellos. Ahora quiero saber
dónde está Alex.
―¿Vas a matar a mi hermano? ―inquiere Beni. Como en
los últimos días, su tono es serio y cortante. Está claro que
le pasa algo conmigo.
Clavo mi mirada en él y me encojo de hombros.
―No lo sé. Antes quiero averiguar por qué nos ayudó a
escapar del rancho.
―¿Y eso qué importa? Lo hizo, os salvó la vida a ti y a
Zarco, ¿no?
Decido ignorarlo por el momento y dirijo la vista a Lagos.
―Lo tenemos encerrado en el sótano. Te llevaré con él.
―Bien. ―Le doy un trago a mi café―. Oscar, ¿las armas?
―Todas en el garaje, custodiadas por un par de hombres
de confianza. Tenemos un buen arsenal para defendernos.
―¿Por qué no han atacado aún? Esperaba al menos
alguna señal de amenaza. ¿El perímetro está bajo
vigilancia?
―He instalado cámaras de posición y sensores de
movimiento en los alrededores de la propiedad ―dice Luna.
―Además de las patrullas de vigilancia continuas
―añade Lagos―. Esta casa, ahora mismo, es una jodida
fortaleza. Si alguien se acerca, lo sabremos.
―Eso es lo que quería escuchar. ¿Puedes esperarme
abajo? Necesito hablar a solas con Beni un momento.
Lagos asiente, y con un gesto de su cabeza los demás lo
siguen. Inspiro hondo y, tras dejar la taza sobre la encimera,
me acerco a Beni.
―¿Qué quieres de mí, jefa? ―masculla con recochineo.
―Vale, explícame qué ocurre porque estoy perdida. ¿He
hecho algo para que te cabrees conmigo?
―¿Eso importa? Tú das las órdenes y nosotros las
cumplimos, ¿qué más quieres?
Me froto el rostro con ambas manos. Ya no recordaba
cómo se siente la frustración. Es una puta mierda.
―Beni, ¿qué ocurre? Creí que éramos amigos.
Clava su mirada furiosa en la mía y resopla con fuerza.
―¿Amigos? No, yo pensé que éramos familia. Sin
embargo, no tuviste ningún reparo en largarte sin ni
siquiera despedirte. ―Se detiene un instante para tragar
saliva y continúa hablando muy alterado―. ¡Zarco se volvió
loco! Me prohibió que te buscara. Quise ir a verte para
pedirte explicaciones. ¡¿Cómo es posible que solo te hayas
marchado sin más?! ¡¿Es que te importamos tan poco?!
Un dolor intenso me atraviesa el pecho, su dolor y
también el mío. Doy un paso hacia él y busco su mirada.
―Lo siento. Tienes toda la razón. Debí hablarlo contigo.
Estaba pasando por un momento horrible y sé que no es
excusa, Beni, pero entonces yo no era capaz de sentir…
Bueno, nada. No sentía nada.
Se queda callado unos segundos y se seca los ojos antes
de que las lágrimas se derramen.
―¿Y ahora? ―pregunta con la mandíbula tensa y los
dientes apretados.
Me encojo de hombros y esbozo una pequeña sonrisa.
―Ahora me está matando verte así y me muero de
ganas de abrazarte, pero temo hacerlo y que me rechaces
porque va doler tanto que… ―Antes de que pueda terminar
la frase, se abalanza sobre mí y me estrecha con fuerza
contra su pecho. Acaricio su pelo corto y lo beso en la
mejilla―. ¿Me perdonas? ―pregunto tras apartarme unos
centímetros. No contesta, solo asiente con la cabeza.
―No vuelvas a hacerlo, Bailey. Eres de los nuestros. Tu
lugar está aquí, con nosotros.
Sonrío y acaricio su mejilla.
―Empiezo a entenderlo. ―Sorbo por la nariz y bufo,
sonriendo―. Vale, no puedo seguir así. Necesito centrarme
para ir a ver a Alex.
―Es mi hermano, Bailey. Si es posible, intenta no
matarlo.
―Está bien. Haré todo lo que esté en mis manos.
Zarco
Me despierto algo aturdido. Esos jodidos medicamentos
son tan fuertes que no puedo dejar de dormir. Las cortinas
del dormitorio están cerradas, pero tampoco veo que se
filtre nada de luz, por lo que supongo que ya ha anochecido.
Bailey no está en la cama. Me incorporo con cuidado y
descubro que ya no siento tanto dolor. Mi estómago ruge
por el hambre. Recuerdo haber probado algo de sopa entre
siesta y siesta, sin embargo, ahora mi cuerpo me está
pidiendo alimentos sólidos y en gran cantidad.
Me lleva menos tiempo del esperado ponerme en pie. No
me molesto en cambiarme de ropa. Salgo de la habitación
cojeando, aunque mucho menos que ayer. Supongo que las
drogas aún estarán haciendo efecto en mi organismo, ya
que consigo moverme relativamente bien. Las costillas me
tiran un poco, así que mantengo el torso recto y sigo
avanzando. Escucho voces que provienen del comedor y
agudizo el oído. Es Bailey quien habla.
―Entonces, ¿van a atacar? ―pregunta, no sé bien a
quién.
―Sí, es solo cuestión de tiempo. Sin mí tendrán que
reorganizarse, pero eso no les detendrá. ―Me suena esa
voz.
Frunzo el ceño y al fin llego a la entrada del comedor.
Bailey está sentada en la cabecera de la mesa y los demás
alrededor de la misma, incluido mi hermano Alex.
―¿Qué mierda está pasando aquí? ―inquiero, y siento
como la rabia recorre mis venas.
Clavo mi mirada en el hijo de puta que permitió que me
torturaran y casi mataran sin mover un dedo para
ayudarme. Alex se acomoda hacia atrás en la silla y esboza
una sonrisa burlona.
―Hermanito, bienvenido al mundo de los vivos ―saluda,
moviendo los dedos en el aire.
―¿Qué haces levantado? ―inquiere Bailey. No parece
contenta. Bueno, yo tampoco lo estoy.
―Por lo visto, interrumpir una reunión a la que no he sido
invitado ―siseo.
La escucho bufar y nadie se atreve a decir nada.
―Zarco, siéntate para que podamos ponerte al día.
Dirijo mi mirada furiosa en su dirección.
―No puedo. Estás en mi sitio. ―Rueda los ojos, y tras
resoplar, se pone en pie y señala la silla vacía.
Con la espalda recta, intento caminar sin apenas cojear y
aguanto el dolor de las costillas cuando me agacho para
tomar asiento.
―Ahora que ya te has golpeado el pecho con los puños,
hablemos de lo que nos importa ―dice.
Antes de que pueda alejarse, agarro su mano y tiro de
ella para sentarla en mi regazo. No se resiste, aunque sí
recibo una mirada poco amistosa por su parte.
―¿Puede alguien explicarme qué hace él aquí sentado a
mi mesa en vez de estar bajo tierra y con un puñado de
gusanos en la boca? ―inquiero, señalando a Alex con el
dedo índice.
―Os salvó la vida a Bailey y a ti ―responde Beni.
Frunzo el ceño y giro la cabeza para mirar a la mujer que
está sentada sobre mí. Ella asiente.
―Quiero saberlo todo. Ahora mismo.
Durante un buen rato, permanezco en silencio y solo
escucho el relato de Bailey de lo que ocurrió cuando vino a
rescatarme. También menciona algo de un trato con
Zakharov a cambio de refuerzos, solo que no da demasiados
detalles al respecto. Dejo que continúe. Me queda claro que
ella ha tomado el mando de mi organización mientras yo
estaba ausente, y una parte de mí se siente jodidamente
orgullosa por ello. La otra aún no sabe si sentir celos o
admiración. Al terminar, giro la cabeza hacia Alex en busca
de una explicación.
―No me ayudaste cuando te lo pedí. Dejaste que esos
cabronazos me molieran a palos ―le reprocho―. ¿Por qué
salvarme la vida?
Se encoge de hombros, mirándose las uñas de manera
distraída.
―Es lo que llevo haciendo media vida, Zarco. Cuido de
vosotros.
―Ya, claro. ―Suelto una falsa carcajada―. ¿Cómo
demonios haces eso mientras le comes los huevos al viejo?
Alza la vista y se estira para colocar los codos sobre la
mesa.
―¿De verdad creíste que podías huir de él sin más?
Todos os largasteis de la noche a la mañana. ―Extiende la
mano para señalar alrededor de la mesa―. Escapasteis, y
de pronto se os ocurre crear vuestra propia organización con
mercancía robada al puto cártel de nuestro padre. Si no
fuese por mí, hace mucho que el viejo os habría encontrado,
Zarco. He pasado años cubriendo vuestras pistas, rezando
para que dejarais de ser tan imbéciles como para seguir
robando a quien puede aniquilaros sin apenas esfuerzo.
―Bufa con fuerza y se vuelve a recostar hacia atrás―. Me
convertí en su perro para protegeros. Él confiaba en mí. Me
costó mucho cubrir cada pista de vuestro paradero. Maté a
muchos dispuestos a hablar, algunos de ellos eran amigos
fieles. Si vas a echarme en cara que no te ayudé, hermano,
piensa antes qué has hecho tú para ayudarte a ti mismo.
―Tener pelotas ―siseo―. Pudiste haber venido con
nosotros. Y ya de paso, sacarme de allí antes de que me
mataran.
―Estaba buscando la manera de hacerlo. ―Chasquea la
lengua, contrariado―. Te lo dije en su momento, era un
suicidio irse sin más. Si no estáis todos muertos es
precisamente porque yo me quedé.
―Ahora te debemos la vida ―murmuro en tono
sarcástico.
―¡Maldita sea, claro que sí! ―Golpea la mesa con la
palma de la mano e intento ponerme en pie, pero Bailey me
sujeta por los hombros.
―Deja que hable ―me pide. La miro furioso. ¿Por qué se
pone de su parte? Antes de que pueda decir nada, coloca
sus manos en mi rostro y me obliga a mirarla a los ojos―. Te
aseguro que yo misma le hubiese metido una bala en la
cabeza si no lo necesitáramos.
―¿Para qué?
―Para que no os maten ―responde Alex―. Ahora mismo
todo el cártel de Sonora se está preparando para entrar en
esta casa y liquidaros. El traidor de Gambo la cagó. No pude
silenciarlo antes de que hablara con Lagos. ―Desvío la
mirada en dirección a mi amigo―. El otro Lagos, su padre
―aclara.
―¿Por qué no han venido ya si saben dónde estamos?
―Porque sin mí les va a resultar más difícil organizarse.
Las cosas han cambiado mucho desde que te marchaste,
Zarco. Logré que el viejo dependiera de mí para casi todo.
Casi siempre me hacía caso. Yo era el encargado de toda la
logística respecto a sus hombres, pero vendrán, solo es
cuestión de tiempo.
Respiro hondo. No termino de fiarme de Alex, sin
embargo, tenerlo de nuestro lado durante el enfrentamiento
puede darnos ventaja. Conoce bien el comportamiento de
los hombres de Urriaga.
―¿Qué medidas se han tomado para protegernos?
―inquiero.
Se escucha una especie de suspiro de alivio generalizado
y Bailey toma la palabra.
―Tenemos el perímetro vigilado. Si alguien se acerca,
seremos alertados de inmediato. Tenemos los refuerzos que
nos ha enviado Zakharov. Son bastantes, bien entrenados y
sin miedo a morir.
―Hay armas escondidas…
―También las tenemos ―me corta. Arqueo una ceja por
la sorpresa―. Tenías la ubicación en tu ordenador.
―Sí, protegida por una contraseña ―señalo.
―Ni siquiera tuve que hackearla ―añade Luna, y señala
a Bailey con un gesto de su mano―. Ella la adivinó
enseguida.
Es lógico, puse su nombre.
―Eres demasiado predecible ―dice Bailey, encogiéndose
de hombros.
¿Predecible? Será… Si estuviésemos solos, ahora mismo
le estaría demostrando lo poco predecible que puedo llegar
a ser. Aferro mi mano con más fuerza a su cintura y tiro de
ella para colocarla justo sobre mi entrepierna. Como ya
esperaba, con un solo roce empieza a endurecerse y ella se
remueve incómoda e intenta alejarse. No se lo permito.
―Ya veo que lo tenéis todo controlado. Supongo que no
me necesitáis. ¿Cuándo pensáis atacar el rancho? ―Todas
las miradas se dirigen a mí―. ¿De verdad vais a esperar que
el jodido cártel de Sonora al completo irrumpa en nuestra
casa?
―¿Tienes otra idea mejor? ―inquiere Bailey.
―Por supuesto que sí. Vayamos a por ellos. No se lo
esperan, así que es el momento de atacar. Entremos en el
rancho matando a todo aquel que se cruce en nuestro
camino y acabemos con ese hijo de puta de una vez por
todas.
Capítulo 37
Bailey
Mientras aplico el desinfectante sobre la herida del muslo
de Zarco, noto como me tiembla la mano. Estoy inquieta, o
tal vez sea miedo lo que siento. Aún no logro identificar
algunas emociones. El miedo sería lo más racional. Dentro
de unas cuantas horas partiremos para México. Todo está
preparado. Vamos a asaltar el maldito rancho de Leonardo
Urriaga a plena luz del día, y lo más probable es que alguno
de nosotros no sobreviva.
―Sigo pensando que Alex puede traicionarnos ―susurra
Zarco sin apartar la mirada del techo.
No parece nervioso. Solo pensativo y relajado. Mientras
no se vea la herida, todo irá bien.
―Es un riesgo que debemos tomar si queremos ganar
esta guerra ―contesto.
En vez de cubrir la herida con la venda, decido ponerle
un apósito para que pueda mover mejor la pierna. Lo
necesitará para sobrevivir.
―Ya hablas como una de los nuestros, sargento Bailey.
―Su tono burlón me hace sonreír.
Niego con la cabeza, recojo todo el material y me aparto
un poco.
―¿Cómo lo notas? ¿Es cómodo?
Aún tumbado, flexiona la rodilla un par de veces y
asiente.
―Mucho mejor que la venda. ¿No puedes hacer nada con
esta? ―Señala su torso y niego con la cabeza.
―Es una locura que vayas a meterte en una jodida lucha
a muerte con las costillas rotas, Zarco. Serás un blanco fácil.
―No tengo demasiadas opciones. Voy a necesitar
muchos de esos analgésicos, aunque no de los que me
dejan atontado.
―Haré lo que pueda, pero no prometo que vayas a salir
vivo de esta. ―Mi tono es casual, y hasta burlón. Sin
embargo, solo pensar que de verdad pueda morir en unas
horas, siento como si me clavaran un hierro candente en el
centro del pecho.
Zarco agarra mi mano y tira de mí para acercarme.
Consigo detener el impacto colocando las manos a cada
lado de su cuerpo y le lanzo una mirada furiosa.
―Lo sé, soy un bruto.
―Al menos eres consciente ―siseo.
―Y tú debes admitir que eso te encanta. ―Desliza las
manos por mis costados e intenta subir la camiseta larga
que me puse justo después de la ducha. Detengo su avance
y niego con la cabeza―. Vamos, llevo conteniéndome toda
la noche. No puedo ir a la jodida guerra sin antes haber
estado dentro de ti.
Suelto una carcajada.
―¿En serio? Ese es un intento de manipulación muy
pobre, Zarco. Sabes hacerlo mejor.
―No debería tener que manipularte para que quieras
follarme, Mía ―dice con voz ronca y rasgada.
―Tienes las costillas rotas, una herida de bala en la
pierna y ni siquiera podría llevar la cuenta de la cantidad de
hematomas que decoran tu cuerpo. ¿De verdad crees que
serías capaz de tener relaciones sexuales?
―Si puedo disparar un arma, puedo follar. Eso es así.
Sus manos vuelven a mi cintura y la mirada que me
lanza es de auténtica lujuria. No puedo creer que de verdad
me esté planteando hacer esto. Lo más probable es que
termine empeorando su estado de salud aún más.
―No, olvídalo. ―Intento apartarme y me sujeta con
fuerza―. Zarco, he dicho que no.
―No insistiría si te negaras porque no tienes ganas, sin
embargo, sé que, si ahora mismo meto la mano en tus
bragas, voy a encontrarte húmeda y caliente para mí. Así
que deja ya de hacerte la difícil. Desnúdate y ponte sobre
mí. Dejaré que tú hagas el trabajo duro.
―No puedes… ―Mi queja muere en el interior de su
boca. Es implacable. Hunde la lengua entre mis labios y
gruñe mientras da tirones a la camiseta hasta que logra
quitármela por la cabeza―. Eres un jodido manipulador
―siseo antes de morder su labio inferior.
Sonríe contra mi boca y me muevo para colocarme a
horcajadas sobre él. Rompo nuestro beso y pongo mis
manos en su cadera. Lo siento duro debajo de mí.
―Eso es, ahora fóllame ―jadea.
Sonrío y niego con la cabeza.
―Tienes que aprender a aceptar un no por respuesta,
Gabriel ―susurro.
Su mirada se enciende aún más y me aparto justo
cuando sus manos están a punto de sujetarme por la
cintura. Desciendo por su cuerpo arrastrando su bóxer por
las piernas y libero su erección. Antes de que pueda
adivinar mis intenciones ya lo tengo en la boca. Escucho su
gemido y sigo engulléndolo una y otra vez.
―Mía, detente ―sisea, y me tira del pelo para alzar mi
cabeza―. Ven aquí. No me obligues a ir a buscarte.
Vuelvo a colocarme a horcajadas sobre él e intento no
ejercer presión en su torso mientras dejo que su miembro se
adentre en mi interior. Durante varios minutos me muevo
despacio, disfrutando del roce tan placentero contra las
paredes de mi sexo. Zarco acaricia mis pechos y tira de mí
para besarme de nuevo. El orgasmo nos alcanza a al mismo
tiempo, moviéndonos al unísono y mirándonos a los ojos.
Cuando al fin logro recuperar la voz, alzo la cabeza que
tenía enterrada en el hueco de su cuello y lo miro a los ojos.
No recuerdo haberme sentido tan plena y dichosa, ni
siquiera antes de Afganistán. Aunque también hay otro
sentimiento igual de intenso que no puedo ignorar. El
pánico. Estoy aterrada por la simple idea de no poder volver
a estar así con él después de mañana.
―No te mueras, ¿vale? ―le pido.
Esboza una sonrisa triste y acaricia mi mejilla con
suavidad.
―Lo mismo digo. Tienes prohibido abandonarme.
―Lo intentaré.
Respira hondo y una lágrima solitaria recorre su mejilla.
―Si ocurre algo, si alguno de los dos… ―Traga saliva con
fuerza y otra lágrima sigue el camino de la primera―. La
muerte no puede separarnos. Eres mía, en esta y en
cualquier otra vida. Te encontraré.
―¿Me das tu palabra? ―pregunto con un hilo de voz.
―La tienes. ―Sellamos nuestra promesa con un beso
profundo y apasionado antes de que empiece a moverme
de nuevo sobre él.
Lo más coherente sería descansar antes de una batalla
tan importante como la que nos espera. Sin embargo, no
me veo capaz de apartar mis manos de su cuerpo. El
sentimiento es tan brutal y desgarrador… Lo amo con todo:
mi alma, mi cuerpo y mi corazón. Quiero decírselo, pero las
palabras se quedan atascadas en mi garganta. «No voy a
despedirme aún».
Capítulo 38
Zarco
―Explícame otra vez cuáles fueron los términos del
acuerdo con los rusos ―pido, apartando la mirada de la
carretera.
He querido probar mi propia resistencia al conducir
durante más de tres horas. Tal vez no haya sido la mejor
idea. Empiezo a sentir dolor en el costado izquierdo, pero la
pierna responde como debería.
―Ya te lo he dicho. Tuve que aceptarlo para conseguir los
refuerzos.
―Lo de los diamantes me parece bien. Es algo exótico,
pero me gusta. Con una buena negociación podremos sacar
unos cuantos millones de eso. Lo que no termina de
convencerme es el matrimonio.
―Sí, ya lo sé ―masculla―. Intenté negarme, te lo
aseguro. Tampoco estaba en posición de rechazar su ayuda.
―Nosotros no arreglamos matrimonios. Eso es cosa de
los italianos y los rusos. Para los cárteles, el honor y la
palabra está por encima de los lazos familiares. ―Giro a la
derecha para adentrarme por la pista de tierra y compruebo
que todos los vehículos donde viajan mis hombres me
siguen antes de seguir hablando―. ¿Has pensado ya quién
va a ser el afortunado?
La escucho suspirar y aminoro la velocidad cuando nos
acercamos a los límites de la propiedad.
―¿Quieres ofrecerte como candidato? ―La miro de reojo
y sonrío.
―Dudo que puedas soportarlo. Los rusos esperan que los
matrimonios concertados se consuman. ¿Estás dispuesta a
ser la amante que espera en la habitación contigua?
―Recibo una mirada de advertencia y río con más fuerza. Mi
mano derecha va a parar a su rodilla y la acaricio con
suavidad―. Soy tuyo, Mía. No habrá nadie más entre
nosotros, nunca.
No dice nada, aunque puedo notar cierto aire de
satisfacción en su rostro.
―No se conformarán con cualquiera. Debe ser alguien de
tu círculo íntimo.
―Eso supuse ―mascullo.
―Lagos, Oscar… Beni es demasiado joven e inmaduro
para asumir ese rol.
Me planteo todas las posibilidades. Lagos nunca ha
tenido intención de casarse, al menos que yo sepa, y
Oscar… Bueno, él ya tiene suficiente con lidiar con sus
propios demonios. Resoplo y detengo el vehículo en el punto
de encuentro.
―Si salimos de esta, se lo propondré a los tres. Lo que no
voy a hacer es obligarlos. Si ninguno está dispuesto a
casarse con la hermana de Zakharov, lo hablaré con él e
intentaré llegar a otro acuerdo.
―Me dejarás en evidencia ―señala, y sé que tiene razón.
Dio su palabra, y si yo no estoy dispuesto a cumplirla, será
ella la que tenga que asumir las consecuencias.
―Lo sé, y lo siento. No permitiré que nadie te haga daño,
pero mi deber es proteger a los míos. No puedo obligarlos a
casarse con una mujer que ni siquiera conocen.
Tras unos segundos de silencio, asiente con la cabeza.
―Eso lo respeto.
―Bien. ―Tomo una respiración profunda―. ¿Estás lista?
―Alex ―suelta de pronto.
―¿Alex?
―Sí, él puede casarse con la rusa. Es tu hermano mayor,
¿no? Además, tiene que servirle de algo llevar el apellido
Urriaga.
Pongo los ojos en blanco. Yo decidí no hacer uso de él
cuando abandoné el cártel. Zarco era el apellido de mi
madre y lo llevo con orgullo.
―No confío en Alex. Sigo pensando que traerlo con
nosotros es demasiado arriesgado.
―Veamos cómo se desarrollan las próximas horas.
―Bailey se gira en el asiento y entrelaza sus dedos con los
míos―. Es posible que al final del día no quede nadie vivo
para cumplir con esta tarea.
Asiento y busco su mirada.
―¿Cómo estás? Si quieres quedarte aquí con Luna…
―No, me necesitas.
―Claro que lo hago, en todos los sentidos, y ese es el
jodido problema. ―Sujeto su rostro entre mis manos y pego
mi frente a la suya―. Te prohíbo que mueras.
Bailey esboza una sonrisa traviesa y niega con la cabeza.
―Tú siempre tan mandón… Aunque, por una vez, voy a
hacer todo lo posible por no llevarte la contraria.
―Más te vale ―susurro antes de besarla.
Salimos del vehículo y tardamos varios minutos en
organizarnos. Estamos en minoría de fuerzas y efectivos. No
obstante, tengo la esperanza de que el factor sorpresa nos
dé un poco de ventaja.
―Déjame entrar primero ―pide Alex, deteniéndose
frente a mí.
Lo miro frunciendo el ceño y niego con la cabeza.
―¿Y darte la posibilidad de que alertes a tus amiguitos?
Olvídalo. Tienes suerte de que no te haga entrar ahí
desarmado y en pelotas.
―Gabriel, muchos de esos hombres no tienen la culpa de
las cagadas de nuestro padre. Luchan por él porque es lo
que les han enseñado. No merecen morir sin tener la
posibilidad de rendirse. Permíteme hablar con ellos y
conseguiré que cambien de bando.
Lo pienso unos segundos. Si de verdad pudiera hacer
algo así, tendríamos media batalla ganada. No obstante, el
riesgo es demasiado extremo.
―No. Mantén la boca cerrada y no te separes de mí. Si
veo algún movimiento sospechoso, ante la duda, dispararé
primero y preguntaré después. ¿Te ha quedado claro?
Resopla con fuerza y termina asintiendo.
―Intentad matar lo menos posible ―pide Bailey tras
terminar de ajustar la correa de su rifle. Todos la miramos
confusos. ¿Pretende que entremos en el rancho dando tiros
al aire?―. Sé que es difícil, pero mi mente no está pasando
por su mejor momento y no necesito más cadáveres de los
estrictamente necesarios sobre mi conciencia.
Me acerco y beso su sien.
―Ya la habéis escuchado ―digo en voz alta y con tono
autoritario―. Intentad disparar a las extremidades de
nuestros enemigos y desarmarlos. Cabeza y corazón solo
como último recurso.
Capítulo 39
Bailey
Intento concentrarme en mi tarea. Es algo mecánico que he
hecho cientos de veces. Antes de que mi mente se
rompiera, era capaz de combatir en el frente sin sentir que
me derrumbaba en pedazos, así que ahora solo tengo que
dejarme llevar y hacer lo que mejor se me da. Inspiro hondo
y miro de reojo el lugar por donde Zarco se está alejando
con un numeroso grupo de hombres tras él. Sería más
sencillo si no estuviese tan aterrada por la posibilidad de
perderlo.
Avanzamos unos metros más. Yo estoy liderando otro
grupo, la mayoría de ellos son rusos y después está Beni,
pegado a mi espalda e imitando cada paso que doy. Quiero
pensar que lo he entrenado bien, al menos lo bastante
como para que sobreviva a esta batalla. Escucho los
primeros disparos y cierro los ojos con fuerza. Busco la
forma de evadirme de mi propia mente y poder hacer lo que
debo para salvar a las personas que me importan. Esa
motivación es la que me hace levantar el rifle y apretar el
gatillo cuando varios hombres se cruzan en mi camino. La
primera bala le da a uno en el hombro, muy cerca del
cuello, y después avanzo al siguiente.
En solo unos minutos se desata el caos. Cientos de
hombres armados nos rodean. Nos protegemos tras un
coche alto y seguimos lanzando ráfagas cortas cada pocos
segundos. Algunos de los rusos caen. Beni aguanta bien. No
puedo detenerme para saber cómo está, aunque me parece
ver algo de sangre en su brazo izquierdo. El grupo de Lagos,
que también está muy mermado, se une a nosotros y
logramos abatir a todos nuestros enemigos. Hay cadáveres
y heridos por todas partes, pero no me detengo a
comprobar cómo están, aun en contra de mi propio instinto
como médico.
Nos dirigimos a la parte trasera de la casa y nos
encontramos con el grupo de Oscar, apenas quedan en pie
un par de hombres, y él mismo parece estar herido.
Seguimos peleando con todo. Y entonces veo a Zarco. Está
solo. Nadie de su grupo ha sobrevivido. Una veintena de
tipos lo acorralan y me desplazo para darle fuego de
cobertura. Beni me sigue. Conseguimos escondernos tras
una esquina y busco su mirada.
―¿Estás bien? ―pregunto con la respiración alterada.
Hace una mueca de dolor y se sujeta las costillas.
―Duele como el infierno, pero voy aguantando. El hijo de
puta de Alex salió huyendo en cuanto empezaron los
disparos. ―«¡Mierda! Él tenía razón, no debimos confiar en
Alex»―. ¿Tú cómo vas?
―Bien. ―Me asomo y, tras disparar una gran ráfaga, me
vuelvo a esconder―. Esto es como andar en bici. Nunca se
olvida.
Zarco sonríe, negando con la cabeza.
―Tengo que entrar por la puerta que están custodiando
esos tipos. Estoy seguro de que Urriaga está ahí.
―¿Qué necesitas? ―inquiero.
―Que me cubras las espaldas.
Me giro y lanzo una nueva ráfaga para que Beni pueda
detenerse a recargar su rifle.
―Voy ―dice al terminar.
Me aparto y yo también cambio el cargador. Al alzar la
vista, compruebo que Zarco me está observando. Resoplo,
me giro hacia él y saco una jeringuilla de bolsillo lateral de
mi pantalón. La clavo en su brazo y él frunce el ceño.
―¿A qué viene eso?
―Te va a ayudar con el dolor. ―Enmarco su rostro con
mis manos y busco su mirada―. Entra ahí y haz lo que
tengas que hacer, pero no permitas que te maten.
―Suspiro―. No puedo perderte, Gabriel.
Sonríe de manera burlona y rodea mi cintura con el
brazo.
―Estás loca por mí, ¿verdad?
―Solo un poco ―susurro antes de que sus labios caigan
sobre los míos.
―¡Chicos, es muy bonito todo, pero ayudadme, joder!
―grita Beni.
Nos apartamos y nos miramos a los ojos una última vez
antes de que él se marche esquivando balas mientras Beni
y yo le damos fuego de cobertura.
Zarco
No sé cómo soy capaz de entrar en la casa de una sola
pieza. Descarto el rifle al quedarme sin munición y recorro
los largos pasillos en los que aprendí a caminar cuando era
un niño con el arma corta en la mano. Disparo a todo aquel
que se mueve. Aunque intento no matarlos, alguno se me
escapa. Me dirijo al despacho de mi padre. Conociéndolo, sé
que estará atrincherado allí, rodeado por sus hombres de
confianza. Puede que Alex esté con él. Disfrutaré matando a
ese traidor en cuanto lo vea.
Abato a un grupo de cinco o seis y al fin logro llegar a la
puerta del despacho, sin embargo, me queda claro que al
otro lado ya me están esperando. Decido tomar un camino
alternativo. Entro en la habitación contigua. Las paredes son
de ladrillo, lo bastante finas como para que las balas
puedan atravesarlas. Me hago con uno de los rifles de un
cadáver, y tras colocarme lo más alejado posible de la pared
que divide esta estancia del despacho, presiono el gatillo y
vacío el cargador. Después salgo corriendo antes de
empezar a escuchar los disparos al otro lado, le doy una
patada a la puerta del despacho y mato a dos hombres
antes de ver a mi padre apuntándome con una pistola. El
padre de Lagos también está aquí, herido, aunque no
parece grave. Los demás están muertos y no hay ni rastro
de Alex.
―Me sorprendes, Gabriel ―dice el viejo, y se toca el
abdomen. Está sangrando―. Te enseñé bien, demasiado
bien. ¿Qué pretendes hacer ahora? ―Se mueve por la
habitación en dirección a la puerta sin dejar de apuntarme,
yo tampoco bajo el arma―. ¿Vas a matarme?
―No dejaré que salgas de aquí. Se acabó.
Sonríe y niega con la cabeza.
―¿Escuchas eso? Aún no ha terminado. Mis hombres
morirán por mí. Jamás se rendirán.
―¿Estás seguro de eso, viejo? ―Alex entra en el
despacho seguido por Bailey y Beni, todos armados y
apuntando a nuestro padre. Me mira a mí, frunciendo el
ceño―. Te dije que podría hacerlos cambiar de parecer. ¿Por
qué nunca me escuchas?
Dirijo la mirada a Bailey y ella asiente.
―Tenemos la situación controlada ―informa―. Los que
no han sido abatidos, se han cambiado de bando y están
obligando al resto a rendirse.
Sonrío y mi padre me mira con auténtico terror.
―No te atrevas a dispararme, Gabriel. Juro que, antes de
morir, me llevaré a cualquiera de tus amigos conmigo.
―Eso no va a ser necesario, jefe. ―Todos miramos a
Lagos padre. Escucho un sonido metálico a sus pies y
compruebo que lleva una granada de mano que acaba de
activar―. Si hay que morir, lo haremos todos juntos.
―¡A cubierto! ―grita Bailey.
Apenas soy capaz de reaccionar. Veo como Beni corre
hacia Lagos e intenta quitarle la granada de la mano. Me
muevo para alcanzarlo, pero soy derribado por Alex, y
entonces la habitación entera explota por los aires.
Bailey
Alex se abalanza sobre Zarco justo cuando escucho la
detonación. No sé ni cómo, logro esconderme tras la puerta
y la onda expansiva me golpea con fuerza contra la pared.
Aturdida, pateo lo que queda de la madera y consigo llegar
al centro de la habitación. Todos los muebles están
destrozados. Noto el sabor a polvo y ceniza en la boca.
Busco a Zarco. Lo veo junto a Alex en el suelo. Espero unos
segundos y respiro aliviada cuando los veo moverse. «Está
vivo». Escucho un gemido y todas las alarmas se activan en
mi mente.
―Beni ―susurro.
Vi cómo intentaba quitarle la granada al otro tipo antes
de que explotara. Localizo sus pies asomando entre los
escombros y me dispongo a ir hacia él, pero entonces siento
el cañón de una pistola en mi sien y como un brazo me
rodea el cuello desde atrás.
―Ni se te ocurra moverte, zorra ―sisea Urriaga en mi
oído.
Me quedo muy quieta. Alex ayuda a Zarco a ponerse en
pie. Lo hace con visible dolor, pero no duda en venir hacia
nosotros con el arma en alto.
―¡Suéltala! ―ordena.
―Me la llevaré conmigo si das un solo paso más
―amenaza.
Miro a Zarco. Ya hemos hecho esto antes. Necesito una
distracción para poder librarme de él. Parece entenderlo, y
Alex también porque es él quien hace el amago de
abalanzarse sobre su padre. Solo necesito una milésima de
segundo para echar la cabeza hacia atrás. Escucho el
chasquido que emite su nariz al romperse, agarro su mano y
la retuerzo para desarmarlo. Antes de que la pistola toque el
suelo, una bala pasa silbando junto a mi oreja e impacta en
el cuello de Urriaga. Zarco le ha disparado.
Salgo corriendo hacia el lugar donde aún sigue Beni
inmóvil y le pido ayuda a Alex para retirar los escombros.
Busco el latido de su corazón tocando el lateral de su cuello,
y el mío propio vuelve a la vida cuando lo noto, aunque muy
débil.
―¡Está vivo! ―anuncio.
―Urriaga también ―dice Zarco.
Entre Alex y yo movemos a Beni hacia una zona más
despejada y mi preocupación aumenta al ver el estado en el
que se encuentra su brazo izquierdo. Tiene el hueso
expuesto y destrozado por completo. Casi no hay músculo y
la mano ha desaparecido por completo. Dudo que pueda
salvar nada del codo para abajo, eso si sobrevive a la
pérdida de sangre.
―Necesito un cinturón.
Alex se quita el suyo y me lo da enseguida. Lo enrosco
alrededor del bíceps y aprieto todo lo fuerte que soy capaz.
―¿También quieres salvarlo a él? ―inquiere Zarco. Lo
miro de reojo, está señalando a su padre con expresión
furiosa.
―Acaba con ese hijo de puta y saquemos a Beni de aquí.
Escucho la detonación y enseguida lo tengo justo a mi
lado.
―¿Cómo está? ―inquiere con preocupación.
―Mal. Estoy intentando contener la hemorragia. Sal de
aquí antes de que te desmayes. ―Chasqueo la lengua con
fuerza al ver una herida en su rostro también, es un corte
importante que le recorre la mejilla de manera vertical―.
Alex, busca alguna toalla o trapo limpio.
―¿Esto sirve? ―Giro la cabeza y cojo la chaqueta que me
tiende Zarco. Aparte de algunos rasguños y los viejos
hematomas, no parece herido. Se agacha a mi lado―. ¿En
qué puedo ayudar?
―Hay que sacarlo de aquí.
―Hagámoslo.
―¿Aguantarás? ―Su nuez se mueve al tragar saliva con
fuerza. Tensa la mandíbula y asiente―. Bien, pues vámonos
de una vez.
Mientras yo sujeto lo que queda del brazo de Beni, Alex y
Zarco lo sacan de la habitación medio derruida. Echo un
vistazo al cadáver de Urriaga al pasar a su lado. Se acabó.
Ya no podrá hacernos daño nunca más. Zarco se ha cobrado
su venganza y, si Beni sale de esta, podremos seguir
adelante.
FIN
Epílogo
Bailey
Seis meses después
Me las arreglo para salir del dormitorio sin despertar a
Zarco. Desde que ya está recuperado por completo me
cuesta despegarlo de mí. Tengo que admitir que el chico
tiene resistencia, y me encanta cómo me siento cuando
tenemos sexo, pero necesito un descanso o acabaré
muriendo por puro agotamiento.
Mi intención es ir a la cocina, sin embargo, al pasar por la
sala de estar me doy cuenta de que Beni está allí, sentado
frente al televisor. Sonrío. Es bueno que haya decidido
abandonar su madriguera. Casi no se relaciona con nadie
desde lo que pasó en el rancho. Lagos, Oscar y Luna han
decidido mudarse a distintas alas de la casa para darnos
más intimidad a Zarco y a mí. Siguen viniendo cada día,
desayunamos, comemos y cenamos todos juntos. Alex…
Bueno, él se está encargando de reconstruir lo que queda
del cártel de Sonora, aunque ahora bajo el nombre del clan
Z. Alguno de los antiguos hombres de Urriaga lograron huir,
entre ellos, el padre de Luna.
―Hola, desconocido ―saludo y me siento a su lado en el
sofá. Se ha dejado crecer el pelo y la barba. La verdad es
que ya no es el mismo chico sonriente y jovial que conocí
hace menos de un año, la mayor prueba de ello es la
cicatriz que recorre su rostro, desde el ojo izquierdo hasta
más abajo de la mandíbula―. ¿Cómo estás?
―Sigo siendo manco, si eso es lo que quieres saber
―responde, señalando el muñón aún vendado justo por
debajo de su codo.
Suspiro y acaricio su cabeza de forma cariñosa. Hubiese
dado cualquier cosa por poder salvar su brazo, pero no pude
hacer más que amputar los colgajos de piel, hueso y carne
para evitar males peores.
―¿Te sigue doliendo?
―Siempre ―susurra. Gira su cabeza en mi dirección y
estrecha su mirada sobre mí―. Voy a necesitar más
pastillas.
―¿Te las has tomado todas? ―Asiente―. Beni, no puedes
comerte los analgésicos como si fuesen caramelos. Son muy
fuertes, y lo que es peor, pueden crear adicción.
―¿Prefieres que me muera de dolor? ―inquiere,
empezando a cabrearse.
Respiro hondo e intento mantener la calma. Cada día
está más irascible, y sé que debo tener paciencia con él. El
pobre chico debe acostumbrarse a vivir sin media
extremidad y con dolor el resto de su vida.
―Te daré algo cuando regrese, pero vamos a tener que
recortar las dosis por tu propio bien.
Resopla con fuerza y se pone en pie con un movimiento
brusco.
―No te atrevas a decirme qué es lo mejor para mí,
Bailey. ¡Soy un tullido de mierda porque tú decidiste
cortarme el puto brazo!
―¡Ey! ―Ambos miramos a Zarco, que irrumpe en la sala
de estar y no parece contento―. Te aconsejo que cambies el
tono. No vuelvas a hablarle así a mi mujer. Te salvó la vida,
y si no eres capaz de agradecérselo, al menos deja de
hacerla sentir como si hubiese hecho algo malo.
Beni parece querer replicar. No obstante, inspira hondo
con los ojos cerrados, después se acerca a mí y deposita un
beso en mi frente.
―Lo siento. No estoy pasando un buen momento, pero
todo irá bien.
Asiento y contengo el nudo de emociones que se instala
en mi pecho.
―Sabes que puedes contar conmigo, Beni. Siempre
estaré aquí para ti.
―Lo sé. ―Esboza una pequeña sonrisa y se marcha.
Al pasar junto a Zarco, golpea su hombro de manera
cariñosa antes de abandonar la sala de estar.
―Estará bien ―murmuro para mí.
―Claro que sí. Solo es cuestión de tiempo que se
acostumbre. ―Zarco llega a mi lado y me abraza por la
cintura―. Ahora explícame por qué he despertado solo en la
cama.
Rodeo su cuello con los brazos y muerdo su labio inferior.
―Porque yo no estaba allí ―susurro contra su boca.
―Voy a tener que esposarte a mí para que no salgas
huyendo en cuanto me descuido.
―No te atreverías ―replico, frunciendo el ceño. La
mirada que me lanza dice todo lo contrario―. Vale, nada de
esposas. Vístete, que tenemos que ir a comprobar que la
mercancía haya llegado bien.
―Ya lo hice anoche ―informa. Hunde la nariz en mi
cuello e inhala con fuerza.
―Entonces, ahí es donde estuviste.
Desde que arreglamos todo el tema del matrimonio
concertado con los rusos, pusimos en marcha el negocio de
los diamantes y estamos bastante entusiasmados con ello.
Hay mucho dinero en juego y todo tiene que salir bien.
―Sí, siento haberte hecho esperar, pero quise
asegurarme de que todo estaba correcto.
―¿Y?
Mete la mano en el bolsillo de su pantalón de algodón y
saca un pequeño diamante.
―¿Qué te parece?
Observo la palma de su mano y me encojo de hombros.
―Es bonito, aunque no soy experta en joyas. Si Zakharov
dice que es de calidad, yo le creo.
―A lo que me refiero es si te gusta para ti.
―¿Qué mierda pretendes que haga con eso? ―inquiero
confusa.
―Imagínatelo engarzado en un aro de platino. ―Coge mi
mano izquierda y desliza su dedo índice justo por encima de
mi anular―. Aquí quedaría perfecto.
Abro mucho los ojos al entender cuál es su intención.
Zarco sonríe y noto su nerviosismo.
―Es la propuesta de matrimonio más extraña que he
escuchado nunca ―digo tras soltar una carcajada―. No sé,
al menos arrodíllate o algo.
Me sujeta con más fuerza por la cintura y pega su cuerpo
al mío.
―Yo me arrodillo ante ti cuando me lo ordenes, pero no
creas que solo voy a hacerte una pregunta de mierda.
―Alza ambas cejas de manera provocativa y vuelvo a reír―.
No has dicho que no.
―Tampoco que sí ―replico.
―Mía… ―gruñe―. ¿Es que ni una vez puedes dejar de
llevarme la contraria? Solo di lo que quiero escuchar y
acabemos con esto.
Inspiro hondo y vuelvo a colgarme de su cuello. Clavo mi
mirada en la suya y sonrío.
―Gabriel, te amo con toda mi alma.
Chasquea la lengua y pone los ojos en blanco.
―Eso ya lo sé. Di que quieres casarte conmigo.
―¿Y si no lo digo? ¿Qué va a cambiar eso? Te dije que no
quería tatuarme la zeta y no paraste hasta salirte con la
tuya.
―Es muy sexy ―dice, acariciando el hueso de mi cadera.
―Conociéndote, me llevarás a rastras ante un juez y no
me dejarás en paz hasta que diga «sí, quiero».
―Me alegra saber que lo tienes tan claro ―masculla
antes de pegar sus labios a los míos.
Mientras nos besamos, no puedo evitar recordar la
primera vez que puse mi mirada sobre este salvaje y
arrebatadoramente atractivo hombre. Lo amé antes incluso
de poder sentir nada. De alguna forma, supo meterse bajo
mi piel, en mi corazón y en mi mente. Esta última la
trastornó por completo. Yo era una militar, alguien que
siempre se regía por un código moral intachable, y ahora
aquí estoy, a punto de casarme con el líder de una banda
criminal, hablando de tráfico de diamantes y quitando vidas
en vez de salvarlas. Lo más curioso de todo es que nunca
antes había sido tan feliz, y eso es lo único que me importa.
Epílogo extra
Bailey
―Gabriel, ni se te ocurra desmayarte ―grito mientras
dos mujeres que apenas conozco miran con fijeza entre mis
piernas.
―No lo haré ―dice sin aliento, y aprieto su mano cuando
una nueva contracción amenaza con partirme por la mitad.
―Señora Zarco, solo un empujón más ―pide la partera.
Tomo una respiración profunda y un grito desgarrador
sale del fondo de mi garganta. Empujo con todas mis
fuerzas y entonces lo escucho, un llanto débil que poco a
poco va subiendo de volumen. Sin aliento, busco la mirada
de Zarco y lo veo sonreír de oreja a oreja.
―Ya está ―dice, y sonríe aún más.
―Enhorabuena, es una niña preciosa. ―La dejan sobre
mi pecho y acaricio su pequeña cabecita. Estoy sin
palabras. ¿Cómo es posible que pueda sentir tanto amor por
alguien a quien aún no conozco?
―Mía, tiene sangre ―susurra Zarco.
Giro la cabeza en su dirección con la velocidad de un
látigo. Está pálido y se tambalea hacia atrás.
―Oh, mierda. No te desmay… ―Antes de que pueda
terminar la frase, lo veo caer de espaldas y pongo los ojos
en blanco―. ¿Alguien puede levantar a mi marido? ―Beso
la cabeza de mi pequeña y sonrío de nuevo―. No te
preocupes, cielo. Tu papá se alegra mucho de verte.
Enseguida se despertará y siempre estará a tu lado,
protegiéndote y cuidándote. Has nacido en una familia algo
peculiar. Te va a encantar, ya lo verás.
AGRADECIMIENTOS
Otro libro más terminado y tengo que admitir que me he
quedado con ganas de más. Gracias por haber llegado hasta
aquí y espero que hayas disfrutado de la historia de Zarco y
Bailey. Este libro no sería como es si unas cuantas personas
no me hubiesen ayudado a hacerlo realidad. Ni siquiera voy
a molestarme en mencionar sus nombres porque saben
quiénes son.
Lagos, Oscar, Luna, Beni… ¿Tienes ganas de saber qué
les depara el destino? Yo también, ja, ja, ja.
Nos vemos pronto.
Descubre el resto de mis obras en:
Jessgr.net
[1] «Encantado de conocerte» en ruso.
[2] «El placer es mío» en ruso.
[3] «No tienes miedo» en ruso.
[4] «Tú tampoco» en ruso.
[5] Traducción del ruso: Sí, hablamos pronto.