[go: up one dir, main page]

100% encontró este documento útil (4 votos)
17K vistas234 páginas

Princesa de Polvo y Sangre - Jess GR

Este documento es el prólogo de una novela titulada "Princesa de Polvo y Sangre". Presenta a la protagonista, Verónica, hija de un narcotraficante gallego que controla el tráfico de cocaína en Europa. Verónica vive en una ciudad gallega donde la mayoría de la población trabaja para su padre. El documento también introduce a Gael, el hermano adoptivo de Verónica y mano derecha de su padre en el negocio, de quien Verónica está enamorada.
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
100% encontró este documento útil (4 votos)
17K vistas234 páginas

Princesa de Polvo y Sangre - Jess GR

Este documento es el prólogo de una novela titulada "Princesa de Polvo y Sangre". Presenta a la protagonista, Verónica, hija de un narcotraficante gallego que controla el tráfico de cocaína en Europa. Verónica vive en una ciudad gallega donde la mayoría de la población trabaja para su padre. El documento también introduce a Gael, el hermano adoptivo de Verónica y mano derecha de su padre en el negocio, de quien Verónica está enamorada.
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 234

Princesa de Polvo y Sangre

Jess GR
Derechos de autor © 2020 Jess GR
Todos los derechos reservados

Los personajes y eventos que se presentan en este libro son ficticios. Cualquier
similitud con personas reales, vivas o muertas, es una coincidencia y no algo
intencionado por parte del autor.

Ninguna parte de este libro puede ser reproducida ni almacenada en un sistema de


recuperación, ni transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico,
o de fotocopia, grabación o de cualquier otro modo, sin el permiso expreso del
editor.

Diseño de la portada de: RachelRP


Corrección: Nia Rincón
Galicia y sus dueños
Prólogo
El pasillo central del instituto está atestado de alumnos que
gritan, charlan y gesticulan los unos con los otros. Mientras
camino entre ellos, siento sus miradas clavadas en mí. Unos
me temen, otros me envidian. No sé quién fue el primero que
me apodó Princesa. En ese momento ni siquiera sabía por qué
susurraban eso a mis espaldas. Fue en el colegio de primaria,
con tan solo diez años de edad, cuando descubrí el significado
de ese mote.
Me llaman princesa porque soy hija del rey, el rey del
narcotráfico en este lado del mundo. ¿Sabéis que Galicia es el
proveedor de cocaína más grande de Europa? Bueno, pues mi
padre y sus socios se encargan de que así sea.
Los Novoa, los Quiroga y los Pazo. Tres familias, clanes,
por llamarlos de algún modo, esparcidos por las costas
gallegas y que controlan toda la mercancía que entra y sale de
la comunidad autónoma. Mi padre es el líder y jefe de los
Novoa. Su territorio abarca todas las Rías Baixas, desde la
frontera de Portugal hasta Muros. A partir de ahí es territorio
de los Pazo hasta La Coruña. Los Quiroga tienen el territorio
más pequeño, hasta Ribadeo, lindando con tierras asturianas
por la provincia de Lugo, pero no por eso son menos
poderosos. Al contrario, de los tres clanes, los Quiroga son
conocidos por ser los más violentos y despiadados. Cada
familia tiene distinta manera de trabajar. Mi padre cree en la
confianza y en mantener contentos a sus empleados, más que
en la violencia. Es un buen hombre, sobre todo con su gente.
Vivimos en Meiral de Gredos, una ciudad de menos de
veinticinco mil habitantes, y el ochenta por ciento de la
población trabaja directa o indirectamente para los Novoa. Sé
que parece mucho, pero son datos reales. Mi familia es dueña
de la gran mayoría de bateas[1] que hay en las rías. Eso son
muchas bateas de cría de mejillón, y ofrece muchos puestos de
trabajo. Además, es la tapadera perfecta para todo el dinero
que mi padre gana con el narcotráfico.
—¡Vero! —mi mejor amigo viene corriendo hacia mí con
su sonrisa habitual. Nos conocemos de toda la vida. Su padre
trabaja estrechamente con el mío—. ¿Te llevo a casa? —
pregunta poniendo cara de niño bueno.
Esa es otra, está colgadito de mí, pero nuestra amistad es
demasiado importante para él como para dar un paso en falso.
Sinceramente, no sabría qué decirle si alguna vez se atreve a
hacerlo. Yo solo le veo como un amigo, como a un hermano.
—Claro —contesto respondiendo a su sonrisa con otra—.
Dime que te has acordado de traer un casco para mí.
—La duda ofende. Yo siempre pienso en ti, princesa.
Vale, momento incómodo. Me encantaría que Juan se
olvidara de una vez de ese encaprichamiento que tiene por mí,
pero por el momento, lo único que puedo hacer es ignorar su
comentario.
Caminamos juntos hacia el exterior del instituto y allí nos
encontramos con nuestro grupo de amigos. La mayoría son
hijos de trabajadores de mi padre, para no variar.
—Verónica —Ana, una de las chicas, me sujeta por el brazo
y tira de mí—. Mira, tu hermano ha venido a buscarte.
Miro hacia donde me indica y sonrío de oreja a oreja. Gael
me observa desde la cima de su motocicleta negra de gran
cilindrada y cuando se quita el casco, un coro de suspiros se
escuchan a mi alrededor.
Sí, es el hombre más guapo que la mayoría de nosotras ha
visto jamás. Pelo negro, ojos oscuros de mirada penetrante y
barba de un par de días cubriendo su mandíbula. Las marcadas
facciones de su rostro junto con su sonrisa ladeada, le da un
aire malote y peligroso que no deja a nadie indiferente. Los
que no babean por él, le tienen miedo.
—Tu hermano está más bueno que el pan —susurra Susana
uniéndose a nosotras en el babeo oficial por Gael.
—No es mi hermano —la corrijo enderezándome.
Lo mío es el colmo de la mala suerte. El chico que
considero como un hermano, está enamorado de mí, sin
embargo, por el que llevo loca desde que tengo uso de razón,
es mi hermano. Obviamente no soy tan pervertida como para
estar colgada por alguien de mi misma sangre. Gael es mi
hermano adoptivo. Su madre los dejó a su padre y a él cuando
era pequeño, desde entonces se mudaron a mi casa. Su padre
era el conductor de confianza del mío, cuando falleció en un
accidente, papá acogió a Gael y le dio su apellido. Desde
entonces se convirtió en mi protector y hermano mayor y, al
cumplir la mayoría de edad, también en la mano derecha de mi
padre en sus negocios.
Veo como me hace señas con la mano para que me acerque,
así que me despido de mis amigos, incluido Juanillo, que
como siempre que aparece Gael, se pone de un pésimo humor,
y camino hacia el hombre de mis sueños con la mochila
colgada del hombro.
—Hola, princesa —saluda con su sonrisa ladeada—.
¿Quieres que te lleve a casa?
—¿Qué haces aquí, Gael? Iba a ir con Juanillo.
Mira por encima del hombro hacia el lugar donde
probablemente mis amigos nos estén observando y frunce el
ceño.
—Ya tendrás ocasión de ir con Junior en su scooter otro día
—palmea el manillar de la moto con una sonrisa engreída—.
Hoy montas en esta belleza.
—¿Me dejas conducir? —pregunto poniendo mi mejor
sonrisa de niña buena, con caída de ojos incluida.
—Claro, cuando seas mayor de edad y te saques el carnet.
—Vamos, no seas aburrido, Gael. Solo una vueltecilla. Solo
me faltan unos meses para cumplir los dieciocho.
—Catorce meses y seis días —contesta mirándome
fijamente a los ojos.
—¿Llevas la cuenta? ¿Por qué? —pregunto confundida.
La forma en la que ha dicho esa última frase, como si
estuviese esperando que ese día llegara, me deja
completamente descolocada. No es posible que Gael esté
interesado en mí, ¿verdad? Eso sería algo completamente
irreal. Él solo me ve como su hermana pequeña a la que cuidar
y proteger. Además, papá nunca lo permitiría. Nos llevamos
ocho años de diferencia. A su lado tan solo soy una cría.
—Deja de hacer preguntas estúpidas y sube. Te voy a
invitar a un helado —señala poniendo el motor en marcha.
—No tengo doce años para que me invites a un helado —
subo tras él y me sujeto a su cintura.
Su cazadora de cuero cruje entre mis dedos cuando la
aprieto, pero a pesar de la dureza de la prenda, puedo notar sus
duros abdominales bajo la ropa.
—Eres una pesada, ¿sabes? Vamos a comer un helado
porque a mí me apetece un jodido helado —se gira hacia atrás
levemente y me tiende un casco—. ¿Algo que objetar?
—Lo quiero de chocolate y…
—Nata, y cubierto con virutas de chocolate blanco —
termina por mí.
—Eso, ahora arranca de una vez.
—A sus órdenes, princesa —una sonrisa deslumbrante tira
de sus labios justo antes de bajar la visera de su casco e
incorporarse a la carretera.
Paramos en uno de los puestos del parque central de la
ciudad para comprar los helados y volvemos a la carretera. Sin
que Gael tenga que decir nada, sé perfectamente hacia dónde
nos dirigimos. En un alto de la montaña, hay un mirador
abandonado desde el que se puede ver gran parte de la ría. Sé
que él adora ese sitio, desde ahí puede controlar una buena
parte de las bateas con unos prismáticos, pero también sube
ahí para pensar y buscar la paz que a veces necesita.
Bajamos de la moto y nos sentamos sobre una piedra
mirando hacia el mar mientras disfrutamos de nuestros
respectivos helados. A pesar de que esta no es la primera vez
que estoy aquí, me quedo alucinada con el maravilloso paisaje
que se presenta ante mí.
—Me encanta este lugar —susurro abrazando las rodillas
con mis brazos.
—Lo sé, a mí también —me mira de reojo y sonríe de
manera pilla—. ¿Ves el horizonte? —asiento—. Todo lo que te
alcanza la vista, algún día será tuyo.
—¿De verdad estás citando al rey león? —pregunto
soltando una carcajada. Gael empieza a reír también—. Eres
un imbécil —golpeo su hombro partiéndome de risa.
—Lo siento. No he podido evitarlo.
—¿Por qué me has traído aquí, Gael?
—¿Necesito un motivo para querer pasar algo de tiempo
con mi hermana pequeña? —inquiere alzando una ceja en mi
dirección.
Otra vez eso de hermana. Definitivamente, tengo que dejar
de soñar con pajaritos y mariposas. Gael nunca me verá del
mismo modo que yo lo miro a él, y ya es hora de que me lo
grabe a fuego en la cabeza.
—No, pero es extraño. ¿Te pasa algo?
—Nada que no pueda solucionar, princesa. No te preocupes
por eso.
—Pero tú sí estás preocupado —busco su mano y le doy un
apretón sintiendo como mi cuerpo se estremece de inmediato.
Tengo que parar esto ya mismo y sacármelo de la cabeza—.
¿Es por algún tema de trabajo?
—Vero, no me pasa nada. En serio, no le des más vueltas.
Mejor cuéntame cómo te va a ti. Últimamente casi no
hablamos.
—Porque tú andas muy ocupado con tu nueva chica —
murmuro apartando mi mano.
—¿Elisa? No es mi chica, solo es alguien que… Bueno, ya
sabes.
—¿Alguien que te estás follando? —ahora soy yo la que
alza una ceja en su dirección. Su reacción no tiene desperdicio.
Le he dejado completamente descolocado—. Vamos, Gael. Ya
no soy una niña. Voy a cumplir los diecisiete en un par de
meses. Créeme, me conozco la historia de la abejita y el polen.
—Espero que no la conozcas tan bien —sisea frunciendo el
ceño.
—Mi vida sexual no es algo que te incumba, muchacho.
—¿Muchacho? —sus ojos se abren como platos—. ¿Vida
sexual? ¡¿Pero qué coño me estás diciendo?! No habrás hecho
ninguna tontería, ¿verdad?
—Ahora hablas como mi padre, pero a ti, ¿qué demonios te
pasa?
—Eres muy joven para… Joder, ¿por qué estamos hablando
de esto? —se pasa la mano por el pelo en un gesto de
frustración y aprieta la mandíbula con fuerza—. Escúchame
bien, Verónica. Eres muy joven y los chicos de tu edad solo
buscan una cosa.
—¿Qué es? —cruzo mis dedos apoyando mi barbilla en
ellos—. Déjame adivinar. Vas a decir que solo quieren meterse
entre mis piernas, ¿es eso?
—¡Exactamente! —exclama.
—¿Y dónde está el problema? ¿Has pensado que quizás yo
quiera que se metan entre mis piernas?
—¡¿Qué?! —se levanta de golpe lanzando los restos de su
helado al suelo y empieza a caminar de un lado a otro como un
león enjaulado. La verdad es que resulta cómico verle perder
los nervios de esta forma. Básicamente porque le estoy
tomando el pelo. No hay ningún chico que haya llamado mi
atención hasta ahora como para que quiera acostarme con él.
Bueno, uno sí, pero es él, así que no cuenta. Tras respirar
hondo varias veces, parece recuperar la compostura. Se acerca
a mí arrodillándose en el suelo y me mira directamente a los
ojos—. Vero, yo no soy nadie para decirte lo que tienes que
hacer, pero ten cuidado, princesa. Eres demasiado buena para
que un capullo se aproveche de ti.
—Ahora me estás llamando idiota, el tipo de chica ingenua
que se deja seducir por cualquier ligón de barrio.
—¡Yo no he dicho eso, joder! —al ver que estoy intentando
retener la risa, su mirada se estrecha y frunce el ceño—. ¿Me
estás tomando el pelo?
—Un poquito —contesto sin poder seguir conteniéndome
por más tiempo.
Empiezo a reír a carcajadas y él resopla empujándome con
fuerza para tirarme de la roca. Caigo de culo y sigo riendo
tirada en el suelo.
—Un día de estos vas a conseguir cabrearme de verdad,
niña —me amenaza, pero hay cierto matiz de diversión en su
tono de voz.
—Ayúdame a levantarme —pido estirando mi brazo cundo
consigo recuperarme del ataque de risa.
Su mano se cierra sobre la mía, pero antes de que pueda
tirar de mí, soy yo la que lo arrastro hacia el suelo. Vuelvo a
reír y él niega con la cabeza tumbándose boca arriba.
—Estás completamente loca —señala con una sonrisa en
los labios.
—Cierto, pero así me quieres.
Su brazo rodea mis hombros y tira de mí hacia su cuerpo.
Solo cuando mi cabeza está apoyada en su pecho y mi brazo
rodeando mi cintura, respira profundamente.
—Sí, yo te quiero con todas tus locuras —susurra besando
mi pelo.
Nos quedamos en silencio un buen rato, cada uno perdido
en sus propios pensamientos. Yo no puedo dejar de imaginar
cómo sería mi vida si fuese una persona normal y corriente, si
mi padre no fuese quien es y no trabajara en lo que trabaja.
—¿Alguna vez has pensado en cambiar de vida? —
pregunto de sopetón—. No sé, irte a otro lugar, con otra gente.
¿Se te ha pasado alguna vez por la cabeza?
Noto el movimiento de su pecho cuando aspira una gran
bocanada de aire, y tras unos segundos, cuando creo que ya no
va a contestar, escucho su voz.
—Todos los días, princesa. Me encantaría largarme de esta
ciudad, incluso del país. Sé que podría encontrar un trabajo
normal y vivir tranquilo el resto de mis días.
—¿No te gusta tu trabajo? Imagino que la cría de mejillón
debe ser una tarea muy dura —bromeo ganándome un pellizco
en la cintura que me hace dar un respingo.
—No te hagas la tonta. Ya sabes que no es ese el trabajo
que no me gusta —suspira de nuevo y sus dedos empiezan a
moverse a lo largo de mi brazo en una leve caricia—. A veces
tengo que hacer cosas que no me gustan, cosas que me
convierten en una persona que no quiero ser.
—¿Por qué no lo dejas? Si no te gusta lo que haces,
simplemente no lo hagas.
—No es tan fácil. Le debo todo a tu padre. Él me dio una
casa, comida, su apellido… No puedo abandonarle sin más.
—Gael, mi padre te adora. Te quiere como si fueses su
propio hijo. Estoy segura de que si le dices cómo te sientes, él
mismo te aconsejará que te marches.
—Tu padre es un buen hombre, princesa, pero también
tiene muchas responsabilidades. Él se debe a su pueblo, a su
gente, y yo soy demasiado importante para el negocio como
para dejarme ir sin más. Sé que me quiere. Yo también le
quiero como a un padre, pero entre mi felicidad y el bienestar
de su gente, no me elegiría a mí.
—Eso no puedes saberlo si no lo intentas —el silencio
vuelve a caer sobre nosotros durante unos minutos—. ¿Dónde
irías? —pregunto para, de alguna forma, llenar ese silencio—.
Cuéntame qué harías si pudieras marcharte.
—No sé, supongo que algún sitio alejado. Quizás una isla
con pocos habitantes —me giro hacia él apoyando mis brazos
en su pecho y le veo mirando hacia el cielo con una sonrisa
soñadora en sus labios—. Podría abrir un taller mecánico. Se
me dan bien los motores y me gusta trabajar con las manos.
—¿Me llevarías contigo? —pregunto sin pensar. Sus ojos
se clavan en los míos y suspira de nuevo—. Piénsalo, una isla,
tú y yo. No suena mal, ¿verdad?
—Vero, no deberías decir esas cosas —comenta frunciendo
el ceño—. Eres mi hermana pequeña y tus palabras pueden ser
malinterpretadas.
No sé si es la forma en la que me mira o el tacto de su mano
en la piel desnuda de mi brazo la que me da coraje para
acercar mi cara a la suya hasta que solo unos centímetros
separan nuestros labios.
—Gael, yo no soy tu hermana —susurro contra su boca.
—Tu padre me mataría —contesta en el mismo tono que
yo. Puedo ver como su mirada pasa rápidamente de mis ojos a
mis labios y vuelve a ascender de inmediato. Quiere besarme,
estoy segura de ello. Levanto mi mano para tocar su cara, pero
en ese momento cierra los ojos y se echa hacia atrás soltando
un resoplido de frustración—. Deberíamos marcharnos ya —
dice poniéndose en pie de un salto.
Le sigo hasta la moto moviéndome de manera automática.
Un hervidero de pensamientos inunda mi cabeza. ¿De verdad
ha estado a punto de besarme? ¿Es posible que se sienta
atraído por mí?
Subo a la moto y le abrazo por la cintura. Gael no vuelve a
abrir la boca hasta que llegamos a casa. Aparca en uno de los
garajes de la enorme casa de campo de los Novoa y tras
quitarse el casco, se gira hacia mí. No hay rastro de su sonrisa
habitual. Más bien parece bastante preocupado.
—Gael, ¿te pasa algo? —pregunto acercándome a él.
Niega con la cabeza e intenta sonreír, pero solo le sale una
mueca extraña. Le noto nervioso y eso no es común en él.
—No me pasa nada. Entra en casa, yo iré en un rato —
contesta acariciando mi mejilla de manera cariñosa—. Hasta
hoy no me había dado cuenta de lo mucho que has crecido.
—Pues me ves todos los días —señalo en broma.
—Sí, quizá sea el momento de cambiar eso —susurra, creo
que para sí mismo. Vuelve a mirarme y me indica con un gesto
de su cabeza que me vaya—. Si tu padre pregunta por mí, dile
que voy enseguida.
—Vale, te quiero —me despido. No es algo nuevo, siempre
se lo he dicho. Aunque para todo el mundo solo sea una
demostración de cariño entre hermanos.
—Lo sé, y yo a ti. Pórtate bien y no te metas en líos.
—Eso no puedo prometerlo —contesto saliendo del garaje.
Entro en casa y voy directamente hacia el despacho de mi
padre que está en la planta baja. Esta vivienda tiene más
habitaciones de lo que cualquiera necesita, pero una de las
estancias más grandes es sin duda el despacho. En ese lugar es
donde mi padre pasa la mayor parte del día.
Custodiando la puerta está Juan, el padre de mi amigo
Juanillo. Es algo así como el guardaespaldas de mi padre. Al
verme llegar, me sonríe de manera cariñosa y abre la puerta
para mí.
—Entra, cielo. No está muy ocupado ahora mismo.
—Gracias, Juan —susurro guiñándole un ojo antes de
atravesar la puerta.
Mi padre está sentado frente a su escritorio inmerso en un
mar de papeles, pero cuando me ve llegar, deja todo como está
y sonríe mirándome con sus ojos grises brillantes, igualitos a
los míos.
Todo el mundo que nos conoce, dice que somos como dos
gotas de agua. El mismo color de pelo castaño, piel clara y
ojos grises. Además, también compartimos carácter, muy
amigable para las buenas, pero no quieras vernos cabreados de
verdad.
—Hola, princesa —me saluda alejándose un poco de la
mesa. Tras darle un beso en la mejilla, tomo asiento encima de
su escritorio justo frente a él—. ¿Juanillo te ha traído del
instituto?
—No, vino a recogerme Gael —su ceño se frunce al
instante y me mira fijamente—. ¿Qué pasa? ¿Por qué has
puesto esa cara?
—Nada, eso solo que… —sacude la cabeza y vuelve a
sonreír—. Últimamente tu hermano está algo raro. ¿A ti no te
lo parece?
Sí, tan raro que estoy segura al noventa y nueve por ciento
que estuvo a punto de besarme hace un rato, pienso, pero
obviamente no lo digo en voz alta.
—Yo lo he visto como siempre. ¿Ha pasado algo para que
pienses eso?
—No, no me hagas caso. Supongo que tendrá que ver con
esa chica con la que está saliendo —comenta.
Cualquiera podría pensar que el comentario de mi padre es
casual, pero yo le conozco lo suficiente para saber que está
intentando medir mi reacción para saber qué pienso al
respecto. Lo sé, porque eso sería algo que yo haría. En eso
también nos parecemos.
—¿Elisa? —me peino la melena hacia atrás con los dedos y
me encojo de hombros como si nada—. Me ha hablado de ella,
pero no la conozco mucho. No creo que tengas que
preocuparte por eso. Ya sabes cómo es Gael, cada semana
tiene una chica nueva.
—Cierto, aunque va a llegar el día en que una mujer le robe
el corazón y entonces sí tendrá un problema de verdad —
afirma sonriendo.
—¿Eso fue lo que te pasó a ti con mamá?
—Más o menos. Tu madre era una cabezota y no paró hasta
que me tuvo comiendo de su mano.
Sonrío de oreja a oreja y agarro su mano. Me encantaría
haber conocido a mi madre, pero ella murió en el parto cuando
yo nací, así que tengo que conformarme con un puñado de
fotos y lo que papá cuenta sobre ella.
—Creo que ya sé de quién he heredado la terquedad —
comento.
—Sí, totalmente —suspira profundamente y da una
pequeña palmadita en el dorso de mi mano—. ¿Qué tal en el
instituto? ¿Te fue bien en el examen?
—Sí, de sobresaliente fijo.
—Esa es mi chica. ¿Tienes trabajos que hacer?
—Un par, pero nada complicado. Voy a hacerlos ya, así me
los quito de encima y puedo disfrutar del fin de semana. Por
cierto, de eso mismo quería hablarte, papi.
—Cuando usas ese tono de voz tan cariñoso, no puedo
evitar echarme a temblar. ¿Qué has hecho ahora?
—No he hecho nada, pero quiero hacerlo. Ya sabes, eso de
mejor pido permiso y no perdón.
—Ya, ese no es tu estilo. Más bien todo lo contrario —
señala frunciendo el ceño.
—Tómalo como una prueba de mi madurez.
—Vale, ahora me tienes intrigado. ¿Qué es eso que vas a
pedirme?
—Mañana por la noche hay una fiesta en la playa y…
—Y quieres ir —adivina.
—Sí, todos mis amigos van a estar ahí. Porfa, papi —
intento poner mi cara de niña buena, esa que siempre me
funciona para salirme con la mía, y una vez más, surte el
efecto deseado—. Juanillo también viene.
Eso último es lo que necesitaba para convencerle del todo.
Mi padre confía mucho en Juan y en su hijo. Para él son como
de la familia.
—Está bien, pero no vuelvas tarde, y por favor, intenta no
beber demasiado. Si tienes algún problema, me llamas a mí o a
Gael de inmediato, ¿entendido?
—Entendido —afirmo con mi mejor sonrisa.
—Ahora, lárgate. Ya te has salido con la tuya y yo tengo
que seguir trabajando.
—Vale —beso su mejilla y me sonríe de oreja a oreja—. Te
quiero, adiós.
Salgo del despacho y recojo la mochila del suelo bajo la
mirada atenta de Juan.
—Estás muy contenta, Vero. ¿Ya te has salido con la tuya
de nuevo? —inquiere en tono burlón.
—Sí, mañana por la noche me voy a una fiesta en la playa y
tu hijo se viene conmigo.
—¿Mi hijo? No me ha comentado nada —señala confuso.
—Ya, eso es porque aún no lo sabe. En realidad, hasta hace
unos minutos ni siquiera había una fiesta, pero ahora ya la hay.
La voy a organizar yo.
—Eres imposible, niña —dice riendo a carcajadas—. Pobre
hombre el que tenga que aguantarte —me despido de él y subo
a mi habitación rápidamente.
El resto de la tarde, me encargo de enviar mensajes a todos
mis amigos informándoles dónde y cuándo será la fiesta. Hay
una pequeña playa, es solo una cala de arena a la que solemos
ir de vez en cuando. Una gran hoguera, alcohol a destajo, y se
convierte en el escenario perfecto para una fiesta nocturna de
primavera.
No vuelvo a ver a Gael ese día, dado que con los
preparativos de la fiesta y mis trabajos del insti, ni siquiera
bajo a cenar. Y en el desayuno y almuerzo del sábado él no
está presente. No he podido dejar de pensar en lo que ocurrió
entre nosotros en el mirador, o más bien, en lo que casi ocurre.
Y después en el garaje… La forma en la que dio a entender
que quería alejarse de mí, me dejó bastante preocupada.
Para la fiesta, decido ponerme unos vaqueros ajustados, una
camiseta holgada dejando un hombro al descubierto y mi
cazadora de cuero, ya que probablemente refresque bastante al
entrar la noche. No me molesto en ponerme unos zapatos
bonitos. Al fin y al cabo, en cuanto llegue a la playa me los
voy a quitar, por lo que tiro de deportivas, que además son
mucho más cómodas. También me recojo la melena lisa en una
cola de caballo para que no me moleste. Fuego, alcohol y pelo
suelto, no pegan demasiado y prefiero evitar accidentes.
Estoy saliendo de casa cuando siento como alguien tira de
mi brazo con fuerza. Me revuelvo para darle un puñetazo a
quien sea que esté forzándome, pero me quedo a medio
camino al ver a Gael.
—¡¿Estás loco?! ¡Podría haberte roto la nariz de un
puñetazo! —exclamo respirando agitadamente. No exagero.
Desde niña he tenido varios profesores de artes marciales y
clases en las que me enseñaron a usar todo tipo de armas
blancas y de fuego. Mi padre, siendo quien es, siempre ha
querido que yo sepa protegerme a mí misma—. ¿A qué viene
este tirón? —pregunto ya más calmada.
—Vamos, Vero. Te tienes que venir conmigo —contesta
tirando de mi mano. Parece muy nervioso y preocupado.
—¿De qué coño hablas, Gael? ¿Qué está pasando?
—Te lo explicaré todo después. Ahora tenemos que irnos.
—Me voy a una fiesta —intento tirar de mi brazo, pero él
sigue arrastrándome hacia donde está aparcada su moto—.
Gael, ¡¿qué coño está pasando?! —no me responde, solo se
sube a la moto y me tiende un casco.
—No voy a montar hasta que me explique qué está pasando
—afirmo cruzándome de brazos.
—Princesa, por favor. Tenemos que irnos antes de que sea
demasiado tarde.
—Demasiado tarde, ¡¿para qué?!
Escuchamos el sonido de un motor acercándose y Gael
maldice en alto golpeando con el puño sobre el depósito de
gasolina de la moto. No entiendo qué ocurre, pero lo que sí sé
es que es algo grave. Nunca había visto a Gael en este estado.
—Sube rápido, Vero. Aún estamos a tiempo —al ver que
dudo, sujeta mi cara con ambas manos y clava sus ojos en los
míos—. Una isla, tú y yo. Confía en mí, princesa.
Asiento sin siquiera darme cuenta y estoy a punto de subir a
la moto cuando vemos como un todoterreno se acerca a la
entrada de la casa a toda velocidad dejando a su paso una nube
de humo y polvo. Los jardines de la propiedad son inmensos.
Hay casi un kilómetro de distancia desde el límite el portalón
que cerca la casa hasta la entrada, así que el coche tiene que
haber venido muy, muy rápido para llegar hasta nosotros en
tan poco tiempo.
—¿Quién es? —pregunto en un susurro viendo como el
todoterreno se detiene a escasos metros de donde estamos.
—Problemas —contesta cerrando los ojos con fuerza.
Resopla y apaga el motor de la motocicleta bajándose con
rapidez. Entonces saca una pistola y la engancha en mi espalda
a la cinturilla de mi pantalón vaquero. Tira de mi chaqueta
para ocultarla y vuelve a sujetar mi rostro entre sus manos—.
Quédate detrás de mí y no digas nada. Yo me encargo de esto,
¿vale? —asiento de inmediato y se gira hacia el hombre que se
dirige a nosotros con la cara desencajada de furia.
Le reconozco. Es Antón Pazo, el jefe del clan Pazo. He
estado en su casa varias veces, en un pueblo llamado
Camariñas. Cuando era niña jugaba con su hijo Roi, que tiene
tan solo un año más que yo, mientras nuestros padres hablaban
de negocios.
—¡Hijo de puta! ¡Has sido tú! —brama Antón señalando a
Gael con la mano.
—No sé de qué me hablas, Pazo. Tranquilízate, ¿quieres?
—la pose de Gael es aparentemente tranquila, pero cualquiera
puede ver la amenaza velada que hay en sus ojos. Es un Novoa
y los Novoa no se amilanan ante nadie, mucho menos en su
propio territorio—. Ten en cuenta donde estás antes de hacer o
decir alguna estupidez —amenaza apretando los puños a
ambos lados de su cuerpo.
—¡Me importa una mierda! —Antón Pazo saca un arma de
su cintura y apunta a Gael directamente a la cabeza.
¡¿Qué demonios está pasando aquí?! Mi corazón late a mil
por hora y siento como el sudor de mis manos va en aumento.
Va a matarle, lo sé. Puedo ver en la mirada de Antón que busca
sangre, la sangre de Gael, y no se va a conformar con nada
más que eso.
—¿Vienes a amenazarme a mi territorio, Pazo? ¿Crees que
esto va a salir bien? —Gael no se inmuta por el arma que lo
está apuntando, pero su tono de voz no augura nada bueno. Yo
lo sé, y su enemigo también.
—¿Tu territorio? ¡Tú no eres un Novoa! ¡¿Qué va a pensar
Xacinto cuando sepa que tiene a un traidor en su propia casa?!
¡Te dio su apellido, te abrió las puertas de su casa, y tú lo has
vendido! ¡Nos has vendido a todos!
Veo como su dedo se mueve sobre el gatillo. Está a punto
de disparar, y Gael también lo sabe, ya que se pone frente a mí
cubriéndome con su cuerpo y simplemente cierra los ojos
esperando su destino.
No sé ni cómo lo hago, pero alcanzo la pistola que está a mi
espalda, y lo siguiente que escucho es el sonido del disparo. Al
principio no sé quién de los dos ha disparado. Si ha sido él,
Gael está muerto. Intento respirar profundamente para
tranquilizarme y miro hacia el frente, Antón está tirando en el
suelo sobre un charco de sangre que rodea su cabeza.
—Le he matado —susurro mirando a Gael.
—Tranquila, princesa —dice él quitándome la pistola de la
mano. No sé si estoy en shock o es que simplemente toda esta
situación me supera, pero soy incapaz de dejar de temblar—.
Mírame, has hecho lo que tenías que hacer. Me has salvado la
vida —escuchamos unas sirenas a lo lejos y Gael vuelve a
maldecir—. Joder, es demasiado tarde.
Al instante, Juanillo llega hasta nosotros corriendo y se
queda mudo al ver a un hombre muerto frente a la puerta de la
casa.
—¡¿Qué coño ha pasado?! ¡Está llegando la policía! —
informa Juanillo siendo bastante obvio, ya que las sirenas de
los coches patrulla cada vez se escuchan más cerca.
—Juanillo, tienes que sacarla de aquí —ordena Gael—.
Coge mi moto y salid por la parte trasera de la finca.
—No, tú también vienes —digo aferrándome a su brazo.
—No hay tiempo, princesa. Alguien tiene que quedarse
para entretenerlos y que no os sigan —sus manos vuelven a
cubrir mis mejillas y sonríe mirándome a los ojos—. Todo
estará bien, te lo prometo. Sal de aquí.
—No, por favor —suplico.
Antes de que pueda darme cuenta, sus labios se pegan a los
míos y me besa, un beso húmedo y apasionado que me deja
completamente atontada.
—¡Llévatela, Juan! —repite justo después de romper
nuestro beso. Intento aferrarme a su mano, pero mi amigo tira
de mí con fuerza y tengo que soltarle—. Te quiero, no te metas
en líos —susurra sonriendo tristemente y con los ojos cargados
de lágrimas.
Intento resistirme, pero Juanillo me sube a la moto y sale
disparado provocando que tenga que agarrarme con fuerza a su
cuerpo para no caerme. Recorre a toda velocidad la finca, y
salimos de la propiedad por la parte trasera escuchando a lo
lejos el sonido de las sirenas mezclado con el de los disparos.
Lealtad
Diez años después
Juanillo entra en mi despacho con gesto serio y hace un gesto
con la cabeza para que Damián, uno de mis guardaespaldas,
salga de la estancia.
—¿Qué pasa? —pregunto intrigada por su forma de actuar.
—Tenemos un problema. El Francés acaba de llamarme.
—¿Qué le ocurre? Acabo de hablar con Quiroga. La
mercancía llegó sin problemas a su destino.
—Sí, pero no llegó completa.
Eso llama mi atención. Me levanto de un salto de la silla
que antaño perteneció a mi padre y camino hacia él.
—¿Cuánto? —inquiero.
—Dos kilos, y creo que no es la primera vez que ocurre.
—¡¿Qué?! ¿Por qué no me dijiste nada antes?
—Creí que se trataba de un error. Ya sabes que el Portugués
suele ser bastante mañoso. Pero parece ser que no exageraba.
Alguien está metiendo la mano en la mercancía.
—¿Tienes idea de quién puede haber sido? —pregunto
frotándome la frente con los dedos.
Odio cuando algo así pasa. Por suerte es algo infrecuente.
Mi gente me es fiel. Confío en ellos, por eso me duele tanto
cuando pasan estas cosas.
—Yo personalmente estuve en la descarga y también
cuando cargaron los camiones. La mercancía fue entregada en
la frontera a los hombres del Francés. Él asegura que fue su
gente de confianza la que lo recibió, y que la fuga está en
nuestra casa y no en la suya.
—¿Quiénes fueron los camioneros?
—Serafín y José.
—¡Mierda! —golpeo la mesa de madera con el puño y
resoplo. Esos hombres trabajaron para mi padre antes de que
todo se fuera a la mierda. Son hombres fieles y trabajadores.
¿Por qué tenían que hacer algo así?—. ¿Dónde están?
—En el muelle. Acaban de llegar. No han ido a casa aún,
así que si han sido ellos, la mercancía seguirá en el camión.
Solo hay que saber en cuál de ellos está y tendrás a tu traidor.
—Avisa a uno de los chicos que esté en el muelle. Dile que
revise los dos camiones sin que ninguno de ellos se dé cuenta,
y que sobre todo no les deje salir de la nave. Yo voy para allá.
—Si quieres puedo encargarme yo, Vero —propone.
—No, esto es cosa mía —contesto poniéndome la chaqueta.
Salimos de la casa y nos montamos en el coche
rápidamente. Juanillo conduce mientras yo miro por la
ventanilla pensando en lo que voy a tener que hacer. El frío
metal del arma que llevo a la espalda, me recuerda que esta es
la peor parte de mi trabajo. Pero yo decidí asumir esas
consecuencias el día que reuní a los cabezas de familia de los
tres clanes para que juntos volviéramos a poner en marcha el
negocio de nuestros padres. Eso fue hace tres años, y desde
entonces me ha tocado hacer cosas que no me han gustado
nada, pero las he hecho, porque si dejo que se me vaya de las
manos, todos acabaremos exactamente como terminaron
nuestros antecesores, muertos o en la cárcel.
Llegamos al muelle y entramos en una de las naves que
usamos para seleccionar y cargar en camiones el mejillón que
producimos. Ese fue uno de los legados de mi padre, las bateas
de cría, que vuelven a funcionar a pleno rendimiento creando
miles de puestos de trabajo.
Nada más entrar, compruebo que solo están presentes
algunos trabajadores de confianza y los dos camioneros
sospechosos de robar la mercancía. Todo lo que pase aquí
dentro, será estrictamente confidencial. Juanillo no necesita
más que una mirada hacia el trabajador al que encargó
investigar para saber cuál de los dos es el ladrón, e
inmediatamente me lo hace saber.
Con la certeza de saber cuál es el culpable de los dos,
camino hacia ellos poniendo mi mejor sonrisa.
—José, Serafín, ¿cómo ha ido el viaje? —pregunto en tono
casual.
Los dos se miran de reojo, extrañados por mi presencia y
por estar rodeados de cuatro de mis hombres de confianza, sin
contar a Juan, que se queda un par de pasos por detrás de mí.
—Eh… Todo bien, señorita Novoa —contesta Serafín.
—Sin ningún contratiempo —confirma su compañero.
—Me alegra escuchar eso, señores —me siento junto a una
de las mesas de selección de mejillón y coloco mi arma sobre
su superficie metálica. Automáticamente, los dos hombres la
miran asustados. José es el mayor de los dos, con más de
sesenta años, frente a los cincuenta y pocos de Serafín—.
Vosotros trabajasteis para mi padre en su momento, y cuando
yo me hice cargo del negocio, quisisteis hacerlo conmigo,
¿cierto? —los dos asienten sin perder de vista la pistola—. El
día que os contraté, igual que a todo aquél que trabaja para mí,
os hice una promesa. ¿Cuál fue, Serafín?
—Prometió que… Eh… Nunca más tendríamos que
preocuparnos por el dinero. Que usted cuidaría de nosotros y
de nuestras familias y no permitiría que jamás nos faltara nada.
—Y creo que he cumplido con esa promesa, ¿o no? —miro
hacia mis hombres y les señalo con la mano—. Chicos, si
alguno de vosotros cree que estoy mintiendo, es libre de
decirlo. No os cortéis —todos asienten afirmativamente. Me
levanto recogiendo el arma y camino hasta quedar frente a
frente con Serafín—. El año pasado, cuando tu mujer estuvo
enferma de cáncer, me pediste dinero para llevarla a Madrid.
¿Te lo negué? —sacude la cabeza, negando de forma rotunda
—. Te presté todo el dinero que me pediste, y cuando
intentaste devolvérmelo no lo acepté. ¿Es cierto eso? —asiente
de nuevo—. También le di trabajo a tu hijo en las bateas, un
trabajo legal como tú me pediste, ¿verdad?
—Sí, nunca nos ha negado nada.
Suspiro y miro a mi alrededor, todos guardan silencio
esperando a que explique a qué viene todo esto.
—Damián —señalo a mi guardaespaldas. Él y Cesar, su
compañero, nos han seguido hasta aquí en otro coche—. ¿Qué
es lo único que yo pido a cambio de todo eso?
—Lealtad —contesta de inmediato.
—Exactamente, lealtad, Serafín. Lo único que yo quiero y
necesito, es poder confiar en mi gente. Te aseguro que yo
moriría por cualquiera de vosotros. No os pido que hagáis
tanto por mí, solo que me seáis leales, y dentro de esa lealtad,
está el no robarme a la puta cara.
—No, yo no… —le hago callar alzando mi mano y me
acerco más a él mirándole fijamente a los ojos—. No decir la
verdad también es una falta de lealtad, así que si vas a mentir,
mejor quédate callado —me alejo unos pasos y los miro a
ambos de hito en hito—. La mercancía que entregasteis
anoche en la frontera de Francia no iba completa, y sé que esta
no es la primera vez que algo así ocurre. Uno de vosotros dos
me está robando, y ahora mismo voy a saber cuál de vosotros
es. Voy a daros la oportunidad de confesar, si no lo hacéis,
actuaré en consecuencia. Tenéis diez segundos. César, empieza
a contar.
—Diez, nueve, ocho, siete… —se miran entre ellos y eso
me dice lo que necesitaba saber. Ambos están metidos en esto.
Sé que uno me ha robado, pero no sé si el otro simplemente lo
sabe y está encubriendo a su amigo o también va a
beneficiarse de la situación— seis, cinco, cuatro, tres, dos,
uno…
—¡Le dije que no lo hiciera! —exclama Serafín señalando
a su compañero—. Le juro que yo no tuve nada que ver en
esto. Nunca se me ocurriría robarle, de verdad.
Miro a José, que agacha la mirada y niega con la cabeza. La
mercancía estaba en su camión y él lo sabe. No tiene como
negar la evidencia.
—Serafín, de verdad que valoro mucho la lealtad que
sientes hacia tu amigo, y entiendo que no lo delataras hasta
ahora, pero esa lealtad deberías de tenerla hacia mí —levanto
mi arma y él se encoge pensando que voy a apuntarle con ella,
sin embargo, lo que hago es colocarla en su mano y alzar su
brazo para que encañone a su compañero—. Mátalo —ordeno.
—No, por favor —suplica José juntando sus manos frente a
la cara.
—Yo no… Por favor, es mi amigo. No me obligue a hacer
esto —pide Serafín.
—¿Quieres demostrarme tu lealtad? Eso es lo que tienes
que hacer. Yo confiaba en ti, y has perdido esa confianza. La
única forma de que te deje con vida es que hagas algo por lo
que podrías perder tu libertad. De esa forma me aseguro de
que nunca vas a traicionarme. Tú decides, Serafín, puedes salir
de aquí con las manos manchadas de sangre o enrollado en una
bolsa de plástico al igual que tu amigo.
—Por favor, haré lo que sea —sigue suplicando José.
Lo ignoro totalmente y no aparto mi mirada de la de
Serafín.
—Esta vez nadie va a contar hacia atrás, lo haces ya o… —
antes de que pueda terminar la frase, aprieta el gatillo y el
cuerpo de José cae desplomado con un agujero de bala en la
frente.
Le quito la pistola de la mano sin tan siquiera echar un
vistazo al cadáver y aprieto su hombro mientras él se
derrumba empezando a llorar.
—Si alguna vez vuelves a traicionarme, el que estará ahí
tirado serás tú, y como me entere de que hablas con quien no
debes, no solo irás a la cárcel por asesinato, me aseguraré de
que tu hijo también te acompañe. ¿Lo has entendido? —
asiente sollozando—. Bien, ahora vete a casa y piensa en lo
que significa la palabra lealtad.
Me doy media vuelta guardando la pistola de nuevo a mi
espalda y camino de forma apresurada hacia la salida de la
nave escuchando las pisadas de Juan a mi espalda. Entro en el
coche y me acomodo frente al volante. Enseguida escucho a
mi querido amigo tocar con los nudillos en el cristal de la
ventanilla, la abro y suspiro cerrando los ojos.
—Has tenido que hacerlo, Vero. Sabes que no había otra
forma. Cruzaron la línea y eso trae consecuencias.
—Lo sé, pero conocía a esos dos hombres desde que era
una niña. Joder, trabajaban para mi padre, y tú y yo fuimos al
colegio con los hijos de José.
—Vero, no hay justificación para lo que hizo. Tú siempre
has estado ahí para él, para todos tus empleados,
especialmente los que se juegan el cuello por ti. Si necesitaba
dinero, solo tenía que decirlo. Él sabía lo que estaba haciendo
y no era la primera vez. Sabes perfectamente que la confianza
lo es todo en nuestro trabajo. Ahora te ha robado, pero dentro
de dos días podría hablar con la policía y mandarnos a todos a
la cárcel. Tú solo proteges a tu gente y a ti misma.
—Lo sé —Resoplo y me paso la mano por el pelo
echándolo hacia atrás—. Encárgate de limpiarlo todo y habla
con la familia. Asegúrate de que guardan silencio y que tengan
suficiente dinero como para vivir sin problemas el resto de sus
vidas.
—Eso está hecho. ¿Estás bien?
—Sí, me voy a casa. Necesito una copa con urgencia.
—Prepara una para mí. Estaré allí en un rato, ¿vale? —
asiento y arranco el motor. Juan se aparta del coche y veo
como entra de nuevo en la nave.
Ese chico es mi ángel de la guarda. Cuando volví de
Londres, hace tres años, con la idea de continuar el negocio de
mi padre, él fue el primero en apoyarme. Al principio fue
difícil. Por suerte la casa familiar estaba a mi nombre y la
policía no pudo incautarla, pero sí se quedaron con todo el
dinero de mi padre, o casi todo. Mi viejo fue lo
suficientemente listo como para dejar unos cuantos bidones de
dinero enterrados en lugares que solo yo conocía. Con ese
capital pude poner en funcionamiento el negocio del mejillón,
comprar cría, nuevas depuradoras, y todo eso. Las bateas
también estaban a mi nombre, igual que el resto de las
infraestructuras necesarias para seguir con el negocio legal,
por decirlo de alguna manera. Lo otro… Solo después de
llevar casi un año trabajando con la empresa de mejillón, fue
que conseguí reunir al resto de los clanes. Roi Pazo fue el
primero en aceptar mi propuesta, y a continuación lo hizo
Sergio Quiroga. De esa forma, las tres familias gallegas,
volvimos a hacernos cargo de proveer a gran parte de Europa
con polvo blanco de la mejor calidad.
Al llegar a casa voy directamente hacia el despacho y me
sirvo una copa de aguardiente de hierbas, una bebida muy
típica de Galicia. Me siento frente al escritorio y echo la
cabeza hacia atrás cerrando los ojos con fuerza. En momentos
como este me viene a la cabeza lo que me dijo Gael la última
vez que estuvimos en el mirador hace diez años, antes de que
todo mi mundo se derrumbara. “A veces tengo que hacer cosas
que no me gustan, cosas que me convierten en una persona
que no quiero ser”. Ahora entiendo sus palabras, pero al
contrario de él, yo he optado por esta vida. Fue mi elección, y
sabía cuáles eran las consecuencias del camino que estaba
siguiendo.
Gael, no me permito pensar en él muy a menudo. Su
traición fue lo que desembocó todas las desgracias que
ocurrieron. La muerte y encarcelamiento de muchas personas,
entre ellos mi padre, el padre de Juanillo, y de gran parte de
mis hombres de confianza. No he vuelto a verle desde ese
fatídico día. Durante años quise saber dónde estaba para
pedirle explicaciones, pero si ni los Pazo ni los Quiroga han
sido capaces de encontrarlo, yo tampoco lo haré nunca.
Seguramente esté escondido en un agujero como el gusano que
es. Sabe que el día que saque la cabeza de su escondite, será su
último día entre los vivos. Tiene cuentas pendientes con
demasiada gente peligrosa.
—Vero, ¿estás bien? —la voz de Juan me saca de mis
oscuros pensamientos y le miro sorprendida. Ni siquiera le
escuché llegar.
—Sí, sí —carraspeo para aclararme la voz y le doy un trago
largo a mi bebida—. ¿Has hecho lo que te he pedido?
—Sí, todo está arreglado. ¿Dónde está mi copa?
—Sírvetela tú mismo, chaval. No soy tu criada —me quejo
en broma.
Juan ríe y va hacia el mueble bar para ponerse una copa
similar a la mía.
—Pronto vas a tener que hacerles una visita a Rivera y al
comandante Mosquera. ¿Has vuelto a hablar con El
Colombiano?
—Sí, todo va según lo planeado. He quedado en una
semana con Pazo para que me dé noticias de los nuevos
barcos. Lo de Rivera no me preocupa. Las elecciones están a
la vuelta de la esquina y sabe que yo puedo asegurarle su
puesto como alcalde. Mosquera… Le voy a enviar un regalito
a su mujer. Estoy segura de que eso facilitará su colaboración
en nuestra causa.
—¿Hay algo o a alguien que no tengas controlado? —
pregunta sonriendo.
—Espero que no, pero ya sabes que no me gusta bajar la
guardia —en ese momento llaman a la puerta del despacho y
Damián asoma la cabeza. Su gesto no augura nada bueno—.
¿Qué pasa, Damián?
—Verónica, aquí hay alguien que quiere verte.
—¿Quién es? —pregunto confundida. No estoy esperando a
nadie.
—Es… Es tu hermano… Gael —antes de que consiga
reaccionar, Gael entra en el despacho con su sonrisa ladeada y
la pose chulesca que le define.
Misericordia
Siempre he intentado imaginar cómo me sentiría si algún día
volviera a verlo. ¿Me cabrearía? ¿Sentiría pena por él?
¿Anhelo quizás? Lo que nunca pensé fue que me quedaría
completamente paralizada, sin poder dejar de mirarlo a esos
ojos oscuros de los que un día estuve completamente
enamorada. Sigue estando igual de guapo que la última vez
que le vi. Sus casi treinta y cinco años le sientan de maravilla.
No parece haber estado escondido en ningún agujero, al
contrario, su piel morena me indica que ha estado llevando una
vida muy relajada.
—Hola, Princesa —saluda sin apartar su mirada de la mía.
—¡¿Qué coño haces tú aquí?! —sisea Juan dando un paso
amenazante hacia él.
—Junior, me alegro de verte. Veo que ya te han salido pelos
en los huevos. ¿Cómo te va? ¿Sigues siendo el perrito faldero
de Verónica?
Veo como mi amigo está a punto de abalanzarse contra él,
así que decido intervenir.
—¡Juan! ¡No! —se detiene de inmediato, pero sigue
mirando a Gael con la muerte velada en sus ojos.
—No hace falta que contestes a mi pregunta —señala Gael
en tono burlón.
—Tienes un par de cojones al presentarte en mi casa como
si nada —comento colocando los codos sobre el escritorio y
entrelazando mis dedos—. ¿No le tienes aprecio a tu vida?
—Sí, bastante la verdad, pero aprecio más la tuya.
¿Podemos hablar? —le echa un vistazo a Juan y alza una ceja
—. Esperaré a que saques al perro fuera.
Me quedo en silencio unos segundos planteándome si
debería pegarle un tiro ya mismo y acabar con esta gilipollez,
pero la curiosidad me puede. Tengo muchas preguntas, y solo
él puede contestarlas.
—Juan, déjanos solos, por favor —ordeno.
—Vero, no sabes… —le lanzo una mirada reprobatoria y él
se calla al instante—. Estaré fuera. Si me necesitas solo
llámame —informa en tono seco. A continuación, abandona el
despacho cerrando la puerta a su espalda
—Vale, ya estamos solos. Ahora explícame qué demonios
haces en mi casa.
—Si no te importa, voy a servirme una copa. Estoy sediento
—se acerca al mueble bar y abre la mini nevera que hay en su
interior—. ¿No tienes cerveza? Tu padre siempre tenía alguna
por aquí.
—Gael, la paciencia nunca ha sido una de mis virtudes y
ahora mismo tú te estás jugando un tiro en la cabeza, de modo
que te aconsejo que vayas al grano de una vez y me digas qué
coño haces aquí —se gira hacia mí y vuelve a sonreír de
manera burlona sirviéndose una copa de licor de café. Cuando
termina, camina hacia mí y se me queda mirando desde el otro
lado de la mesa con su sonrisa engreída y petulante instalada
en el rostro—. ¿Se puede saber de qué te ríes?
—De ti, Princesa. Me amenazas con pegarme un tiro, pero
me pregunto si de verdad serías capaz de hacerlo.
Me echo hacia atrás en el sillón y saco una cajetilla de
tabaco de uno de los cajones del escritorio. También saco una
pistola, pero esta la dejo bajo la mesa, apoyada en la bandeja
que suele utilizarse para colocar el teclado del ordenador. Tras
coger un cigarrillo, me lo pongo en los labios y lo enciendo sin
dejar de mirarle.
—Puedes ponerme a prueba o puedes decirme de una vez
qué es lo que haces aquí —digo tras dar un calada y soltar una
bocanada de humo.
—¿Desde cuándo fumas? —pregunta frunciendo el ceño.
—Gael, no voy a volver a repetirlo.
—Vale, tranquila. Solo quiero charlar contigo un rato —se
sienta en uno de los sillones que hay frente a mi mesa y se
cruza de piernas bebiendo de su copa como si estuviese en su
propia casa.
—¿Charlar? ¿Vienes a contarme cómo traicionaste a tu
propia familia? Creo que deberías hablar con los Pazo o con
los Quiroga. O mejor… Charla con las mujeres y los hijos de
todos los hombres que perdieron la vida el día que tú decidiste
delatarlos, con aquellos que aun hoy, siguen visitando a sus
familiares en las cárceles.
Su sonrisa se esfuma y con ella también su chulería. Se
pasa la mano por el pelo como cada vez que algo le pone
nervioso o lo frustra, y deja la copa sobre la mesa.
—De eso era justo de lo que quería hablarte. Necesito
protección. Si los Pazo o los Quiroga saben que estoy aquí,
estoy muerto. Necesito que me protejas.
Río a carcajadas y vuelvo a darle otra calada a mi cigarrillo.
—Tiene gracia. Yo estaba pensando justo ahora en cómo les
sentaría a ellos que sea yo quien te mate. No creo que les guste
demasiado la idea. Ellos te torturarían primero.
—Deja de amenazarme, Verónica. Si me quisieras muerto,
ya estaría tumbado sobre un charco de sangre.
Hago una mueca de asco y tras darle una última calada,
apago el cigarro en el cenicero que hay sobre mi mesa.
—No es por nada personal. Me gusta esa alfombra —señalo
hacia el suelo, justo a su espalda y él vuelve a sonreír.
Veo cómo se levanta y camina lentamente rodeando el
escritorio hasta que llega a mi lado de la mesa. Me echo hacia
atrás en la silla, y estiro mi mano para alcanzar la pistola, y eso
provoca que sus ojos se estrechen con desconfianza.
—¿Vas a usar esa arma contra mí, Princesa? —pregunta
sentándose en el borde de mi mesa, justo frente a mí.
Demasiado cerca para mi gusto.
—Es posible —contesto sin titubear.
—No lo vas a hacer, ¿y sabes por qué? Porque tienes
muchas preguntas y yo soy el único que puede darte las
respuestas que buscas.
—Yo no tengo preguntas, Gael. Sinceramente, no hay nada
que tú puedas decirme que yo ya no sepa.
—Mientes. Quieres saber qué fue lo que sucedió hace diez
años, y eso es lo único que te impide deshacerte de mí. Eso y
espero que también los sentimientos que yo hago aflorar en ti.
—Vale, sobre eso último… Estás como una puta cabra. Y
sobre lo que pasó hace diez años… No necesito que me des
explicaciones. Yo sé exactamente lo que ocurrió. Les vendiste
a todos. Querías vivir otra vida y sabías que eso no sería
posible, así que buscaste una salida, aunque por el camino
destrozaras la vida de demasiadas personas.
—No fue así, Vero —suspira y se me queda mirando unos
segundos sin siquiera pestañear. Entonces veo como mueve su
mano hacia mí y acaricia mi rostro con suavidad—. Joder, qué
guapa estás —susurra.
—Vale —me aparto de su contacto echándome hacia atrás
—. No sé a qué demonios estás jugando, pero ya me has
cansado.
—¡Maldita sea, me encantaría poder contártelo todo!
—¡Pues hazlo!
—¡No puedo, joder! —se levanta y vuelve a pasarse la
mano por el pelo alejándose de mí para empezar a andar de un
lado a otro de la habitación—. Vale, hagamos un trato, yo te
doy respuestas, y tú me ofreces protección, aquí en casa.
—¿En casa? Hablas como si este fuese tu hogar y dejó de
serlo hace mucho tiempo. Esta era la casa de mi padre —me
levanto hirviendo de furia y voy hacia él con la pistola en la
mano—. ¡Esta era la casa del hombre que te acogió, que te dio
su apellido y su cariño, el mismo hombre al que tú
traicionaste!
—¡Yo no le traicioné, joder!
—¡¿Me estás diciendo que no hablaste con la policía?!
—¡No! ¡Yo no dije nada!
—Nueve hombres murieron ese día en las redadas a los tres
clanes, Gael, entre ellos el padre de Juanillo. Otros treinta y
tres fueron detenidos en total. Mi padre y Xan Quiroga fueran
dos de ellos. La policía encarceló a los dos jefes de clanes, ya
que Antón Pazo estaba muerto, y ambos sabemos quién lo
mató. Todos los segundos mandos fueron apresados, y los
hombres de confianza de los jefes de cada familia… Todos
menos tú. Resulta que saliste de la comisaría libre y sin cargos.
Explícame cómo demonios es eso posible.
—Tu padre no me incriminó. Supongo que hizo un trato
con ellos y…
—¡No te atrevas a ensuciar la memoria de mi padre con tus
jodidas mentiras! —grito alzando el arma y apuntándole a la
cabeza—. Él murió protegiendo a su gente.
—¿De qué hablas, Verónica? Tu padre sufrió un infarto en
prisión.
—¡¿Un infarto?! No sé si en estos años te has vuelto un
idiota o me estás intentando ver la cara de gilipollas a mí.
Vamos, Gael. No creo que seas tan ingenuo como para creerte
eso.
—Yo, no sé… De verdad que no sé de qué me estás
hablando. ¿Crees que lo mataron en la cárcel? Eso no tiene
ningún sentido. Tu padre era respetado y temido por todos los
jodidos criminales de este país. Es imposible que alguien
intentara siquiera ponerle un dedo encima.
Sonrío de manera incrédula y voy de nuevo hacia mi
escritorio, saco una carpeta de uno de los cajones y la dejo
caer sobre la mesa con un golpe seco.
—El CNI[2] lo torturó durante meses. Lo tuvieron
encerrado en un zulo intentando sonsacarle información sobre
sus proveedores de mercancía y de cualquiera que estuviese
involucrado en el negocio.
—Vero, yo no tenía ni idea de nada de esto —susurra
consternado echando un vistazo a los documentos que hay en
la carpeta, en ellos están registrados todos los procedimientos
que usaron con mi padre para sacarle información hasta el día
en que murió por las torturas a las que fue sometido—. ¿Cómo
has conseguido estos documentos?
—El dinero compra de todo, Gael. Solo hay que saber qué
es lo que busca cada persona.
—Vero, te juro que yo no sabía que esto iba a pasar. Tienes
que creerme.
—Vale, ya he tenido suficiente. ¡Juan! ¡Damián! —los dos
entran de inmediato en el despacho, seguidos por César—.
Sacadlo de aquí.
—No, espera —pide Gael. Juan le sujeta por el brazo con
fuerza, pero mi ex hermano se revuelve y le propina un
puñetazo en la mandíbula que lo hace retroceder varios pasos.
Levanto el arma y vuelvo a apuntarle a la cabeza.
—Tienes los cojones de venir a mi casa, manchar la
memoria de mi padre con tus patrañas, y aún por encima,
golpear a mi mejor amigo. ¿Estás buscando que te mate?
—Otra vez la misma situación. ¿Serías capaz de hacerlo,
Princesa?
—Ponme a prueba —siseo tirando hacia atrás del gatillo
superior para cargar la pistola—. Ahora contesta, ¿Por qué
delataste a mi padre hace diez años?
Las comisuras de su boca se estiran hacia arriba y niega con
la cabeza.
—No, no vas a disparar —murmura.
Bajo el arma a la altura de su pierna y aprieto el gatillo. El
disparo impacta en su muslo izquierdo provocando que él aúlle
de dolor.
—Hija de… ¡Me has pegado un tiro! —brama abriendo los
ojos como platos.
Vuelvo a encañonarle de nuevo a la cabeza y alzo una ceja
en su dirección.
—La próxima va a la cabeza. Habla. ¿Por qué lo hiciste? —
niega con la cabeza, así que una vez más, cargo el arma—.
Gael, no juegues con mi paciencia. Ahora mismo estoy muy
mosqueada. Te acabas de cargar mi jodida alfombra con
sangre. Habla de una puta vez o esta noche dormirás entre
peces y con un bloque de cemento a modo de sandalias.
—Si quieres matarme, hazlo —dice apretándose el muslo
que chorrea sangre sin parar—. Adelante, acaba con esto de
una vez, pero no voy a contarte nada, porque no puedo
hacerlo.
Lo miro fijamente y acerco mi dedo al gatillo, lo acaricio, e
incluso llego a presionarlo levemente, pero la forma en que me
mira… Joder, ¿por qué creo ver sinceridad absoluta en su
mirada? ¿Tan buen actor es?
—¡Mierda! —exclamo bajando la pistola. Me echo el pelo
hacia atrás y resoplo golpeando con fuerza la superficie del
escritorio.
—Puedo hacerlo yo —dice Juan agarrando su arma. Un
moratón empieza a aparecer en la parte izquierda de su cara y
tiene un pequeño corte en el labio.
—No. Llevadle a la frontera de Portugal y dejadlo allí —
me giro hacia Gael y clavo mis ojos en los suyos—. Puedes
tomarte esto como una muestra de misericordia. Te aseguro
que si vuelvo a verte, no habrá nada que te salve de la muerte
—tras un gesto por mi parte, los tres hombres sujetan a Gael y
lo arrastran hacia la salida.
Esta vez, aunque intenta zafarse del agarre de sus captores,
no lo consigue, y tras escucharle gritar mi nombre, la puerta se
cierra y yo me dejo caer en el sillón sujetándome la cabeza con
ambas manos. Tendría que haberlo matado. Nunca me ha
temblado el pulso para hacer lo que es debido, pero esta vez…
Joder, ya no soy una cría. Ese encaprichamiento infantil que
tenía hacia Gael, se acabó hace mucho tiempo. ¿O no?
Decido dejar de darle vueltas a la cabeza y salgo de casa en
dirección a la ciudad. Conduzco una de mis motos a gran
velocidad viendo el todoterreno en el que me sigue César por
el espejo retrovisor. Al llegar a la iglesia, decido parar y algo
me lleva a entrar en la que se supone que es la casa de Dios.
Nunca he sido creyente. Soy una mujer práctica, solo creo en
aquello que puedo ver. A veces pienso que me gustaría poder
tener fe en Dios o en algún ser todopoderoso. Debe ser muy
liberador tener algo a lo que aferrarse cuando todo va mal.
El lugar está vacío, a excepción de un par de señoras que
rezan arrodilladas en la primera fila. Me siento en una de las
últimas y suspiro intentando entender qué mierda me ha
pasado hoy. ¿Por qué no pude matarle?
—Verónica Novoa —miro hacia mi derecha y encuentro al
padre Sandro, el párroco de Meiral de Gredos, mi ciudad,
observándome con sorpresa—. Si alguien me hubiese dicho
esta mañana que te iba a encontrar en mi iglesia, le habría
llamado majadero.
—Solo estoy de paso, padre —contesto con una media
sonrisa que no es para nada sincera.
—¿Estás bien, muchacha? No pareces estar pasando un
buen momento.
—Sí, solo he tenido un mal día, pero me recuperaré,
siempre lo hago —contesto apartando la mirada.
—Niña, si necesitas hablar…
—Padre, no quiero ser irrespetuosa, pero eso de hablar con
Dios… No es muy de mi estilo.
—¿Hablar con Dios? Yo te estaba ofreciendo que hablaras
conmigo. No tengo tanto caché, pero soy bueno escuchando,
para eso me pagan.
Sonrío, esta vez de verdad. El padre Sandro no es el típico
cura que lee el sermón y después predica con él. Es más, si
quieres encontrarlo un domingo por la tarde, puedes hacerlo en
alguno de los bares del puerto jugando la partida de cartas con
los amigos y bebiendo unos vinitos.
—Con caché o sin él, el tipo es famoso. Tiene a toda una
multitud adorándolo —bromeo—. El Justin Bieber de las
ancianas y las solteronas amargadas.
—Muchacha, un respeto, que estás en la casa de Dios —me
regaña, a continuación se santigua y pone los ojos en blanco
por mi comentario—. ¿Vas a decirme ya qué es lo que te
preocupa?
—Ya le he dicho que solo tengo un mal día.
—No acostumbras a venir por aquí y supongo que por tu
trabajo, tienes malos días muy a menudo. ¿Qué ha cambiado
esta vez?
—¿Mi trabajo? —sonrío mirándole de reojo—. Sí, la cría,
depuración y distribución de mejillón es un trabajo muy
estresante.
—Verónica, no me tomes por tonto. Los dos sabemos cuál
es tu verdadero trabajo. No es que yo esté demasiado de
acuerdo con él. Es más, estoy seguro de que cualquier párroco
estaría totalmente en contra de los métodos que usas para
ganarte la vida, pero… —respira profundamente y desvía su
mirada hacia el frente donde la imagen de Jesucristo
crucificado cuelga de la galería principal de la iglesia —. Yo vi
cómo se hundió esta ciudad cuando tu padre fue a prisión.
Todos los trabajos que se perdieron, la industria que
desapareció… La gente pasó de vivir bien, sin pasar
necesidades, a mendigar ayuda a los servicios sociales y la
iglesia porque no tenían dinero ni para comer. Padres que
pasaban hambre para poder alimentar a sus hijos, niños que
faltaban a la escuela porque no tenían dinero ni para el
almuerzo… Fueron épocas muy duras para todos —me mira
de nuevo y sonríe de oreja a oreja—, pero entonces llegaste tú,
y contigo los empleos, la comida, el dinero… Esta ciudad ha
renacido de sus cenizas gracias a ti. Llámame pecador si
quieres, pero no puedo condenarte por haber devuelto la
esperanza a la población de esta ciudad. Tú fuiste su
salvadora, y ellos… Nosotros, te seremos fieles hasta el fin de
nuestros días.
—A veces no me gusta lo que hago, padre. Hoy mismo, he
cometido un acto atroz, y no estoy orgullosa de ello, pero
tampoco me arrepiento, porque con ese acto he conseguido
que las vidas de muchas personas sigan siendo buenas vidas.
—Si buscas que te perdone tus pecados, creo que no va a
ser tan sencillo —señala sonriendo nuevamente.
—No busco el perdón. Además, si tuviese que contarle
todos mis pecados, me llevaría un par de meses, y no quiero
robarle tanto tiempo.
—Bueno, si no puedes evitar tus malas acciones, intenta
compensarla con otras buenas.
—Eso no es mala idea. Hoy he salvado una vida, o algo así.
No estoy muy segura.
—No quiero saber qué significa eso, ¿verdad?
—No, mejor no. Pero gracias.
—¿Por qué? —inquiere.
—Por recordarme porqué decidí dedicar mi vida a seguir
con la obra de mi padre —me levanto y le guiño un ojo
sintiéndome con ánimos renovados—. La charla me ha venido
bien. Quizá pase por aquí más a menudo. Es más, le traeré un
par de kilos… —me mira frunciendo el ceño y yo suelto una
carcajada—. De mejillón, padre. No sé en qué estaba
pensando.
—Vamos, lárgate de aquí, muchacha, y vuelve cuando
quieras. Esta es tu casa.
Me despido del padre Sandro y salgo de la iglesia
respirando profundamente. Supongo que nunca sabré por qué
no fui capaz de matar a Gael, pero voy a hacerle caso al
sacerdote y tomarlo como una buena acción para compensar
las malas.
Saco mi teléfono móvil del bolsillo y llamo a mi contable
para pedirle que haga una sustanciosa donación anónima a
nombre de la iglesia de Meiral de Gredos. Puede que no sea la
mejor forma de agradecerle al padre Sandro la ayuda que me
ha prestado hoy, pero es la única que conozco, y no me gusta
deberle nada a nadie, sea sacerdote o no.
Confianza
Repaso nuevamente todo el itinerario de principio a fin
mientras se lo explico por video llamada a Sergio Quiroga. El
chico solo tiene cinco o seis años más que yo, pero su pose
seria y el permanente rictus de sus facciones, le hacen parecer
alguien mucho mayor. Es una pena, ya que es guapo a rabiar, a
pesar de las dos cicatrices que cubren su mejilla izquierda. Es
todo un misterio cómo las consiguió. Hay rumores de que fue
una especie de tortura por parte de unos mafiosos rusos, otros
dicen que su padre lo maltrataba desde niño. La verdad, no sé
si alguna de las dos historias será cierta.
—Es demasiado arriesgado —señala Sergio tras
escucharme atentamente—. Hasta ahora han funcionado lo de
los barcos de pesca, pero tarde o temprano alguien se dará
cuenta.
—Mi gente es de confianza. Entiendo tu preocupación, pero
soy yo quien se está jugando el cuello con todo esto. El
Colombiano ha sido claro, actuará como siempre.
Transportaran la mercancía por tierra, cruzando Venezuela y
una vez en Caracas empezará el trayecto por mar.
—¿Por tierra? Esa es una buena manera de que los pillen —
refunfuña.
—Aseguran que es mucho más seguro que cruzar el canal
de Panamá, y sinceramente, me da absolutamente igual cómo
lo hagan o por dónde se muevan. No es nuestro problema
hasta que llegue a la isla de San Miguel. Nuestros barcos
estarán esperando para recoger la mercancía y meterla en el
país.
—Sigo pensando que es muy arriesgado usar el mismo
protocolo. La policía podría estar esperando que lo hagamos.
—Si fuese así, yo lo sabría. Me encargaré de que tengamos
vía libre tanto por mar como por tierra.
—También podríamos usar un señuelo. Ya sabes, meter una
pequeña cantidad de mercancía por otra vía de entrada y dar
aviso anónimo a la policía. Mientras ellos se entretienen con
las sobras, no estarán pendientes del gordo del cargamento y
tendremos más margen de maniobra.
—El problema de ese procedimiento son las bajas de
personal. ¿Vas a enviar tú a varios de tus hombres a la cárcel?
Porque yo no estoy dispuesta a sacrificar a mi gente.
—Son daños colaterales —señala encogiéndose de
hombros.
—Daño colateral —murmuro echándome hacia atrás en la
silla y encendiendo un cigarrillo —. Ese término lo inventaron
los americanos en la guerra de Vietnam para referirse al
asesinato de civiles. Yo no soy una asesina de inocentes,
Quiroga, y mucho menos de mi propio pueblo. Si quieres usar
esa baza de distracción, podrás hacerlo cuando tú seas el
encargado de recoger la mercancía.
—Bien, tú mandas, al menos en esta ocasión —cede—.
¿Los barcos estarán listos?
—Eso espero. Mañana voy a hacer una visita a nuestro
querido socio y amigo.
—Buena suerte con eso, y contrólalo de cerca. Roi está
loco. Algún día conseguirá que nos maten a todos. Ten
especial cuidado con los nacionales. He escuchado que andan
bastante revolucionados. Ese inspector… Velázquez. De nuevo
anda metiendo las narices donde no lo llaman.
—No saben nada ni tienen por dónde tirar, pero no estaría
de más cerrar flancos y asegurarnos de que nuestra gente de
confianza lo es realmente.
—Sí, lo tendré en cuenta. ¿Tú vas a hacerlo?
Su pregunta me toma por sorpresa. Conozco a Sergio y sé
que puede llegar a ser muy desconfiado.
—¿A qué te refieres? Mi casa es segura —afirmo.
—Eso no es lo que he escuchado. Tu hermanito te ha hecho
una visita, ¿no?
¡Mierda! Era eso.
—No creo que eso sea asunto tuyo, Quiroga. De mi familia
me ocupo yo.
—Gael Novoa es asunto de todos. Mi padre está encerrado
en la cárcel por su culpa, y estoy seguro de que Roi está
deseando ponerle las manos encima. Su padre está muerto,
Verónica. Es un traidor y ya sabes cómo tratamos a los
traidores.
—Sergio, voy a ser muy clara y rotunda con este tema. Si tú
o Roi encontráis a Gael en vuestro territorio o en cualquier
otro lugar, sois libres de hacer lo que os dé la gana con él, pero
en mi casa mando yo. Si me entero de que tocáis a cualquier
miembro de mi clan, dentro de mi territorio, que tu padre esté
en la cárcel va a ser el menor de tus problemas. ¿He sido lo
suficientemente clara?
—Eso ha sonado a amenaza —una de sus comisuras se
eleva en una sonrisa retorcida. Es la primera vez que le veo
hacer un amago de sonreír, y sinceramente, acojona más que
verle serio—. Conoces los peligros de tenerle cerca, pero
como tú has dicho, en tu casa mandas tú. Nos vamos hablando
—la comunicación se corta y resoplo cerrando el portátil de un
golpe seco.
Ya me imaginé que esto ocurriría. Igual que yo estoy
informada de cada paso que dan mis socios, ellos también me
tienen bajo la mira. Por eso mismo le ordené a Juan que
llevara a Gael a la frontera con Portugal. De esa forma no
tendrá que pisar el territorio de Pazo y mucho menos el de
Quiroga. Si es un poco listo habrá huido por Portugal y en
estos momentos se estará recuperando del balazo que le metí
donde quiera que sea que haya estado escondido hasta ahora.
En casi una semana no he tenido noticias suyas, espero que
eso sea una buena señal. Si puede considerarse buena señal
que aún siga respirando. Eso no lo tengo demasiado claro.
La puerta del despacho se abre y Juanillo entra con cara de
malas circunstancias.
—Dime que no me traes malas noticias —pido antes de que
pueda llegar a hablar.
—No puedo hacer eso. Han visto al inspector Velázquez
por los muelles. Iba de incognito, pero uno de los trabajadores
lo reconoció.
—Ese tipo se está convirtiendo en un jodido grano en el
culo.
—Lo sé, y con la operación con El Colombiano tan
inminente, no es muy buen augurio —señala.
—Vale —respiro hondo y me levanto—. Vamos a tener una
pequeña charla con el inspector. ¿Me llevas?
—Claro, pero ¿crees que es buena idea? —cuestiona.
—Ese policía se está metiendo en mis asuntos, y no voy a
quedarme de brazos cruzados mientras él se pasea por mi casa
como si nada. Encárgate de hablar con los chicos para que no
hagan ninguna tontería estos días. Lo último que necesitamos
es que alguno de ellos acabe en una comisaría donde puedan
interrogarle durante horas.
—Por parte de los Novoa, solo tú, yo y Ana sabemos lo de la
próxima operación. Aunque les interrogaran, no podrían sacar
nada.
—Lo sé, pero mejor no arriesgarse. Mañana tenemos que ir
a Camariñas a comprobar que Roi está haciendo su trabajo y
tiene los barcos listos.
—No sé por qué seguís aguantando a ese capullo. Va por
libre y siempre nos está metiendo en líos. En algún momento
Quiroga va a meterle una jodida bala en el cráneo.
—Eso si no lo hago yo antes —murmuro—. Aunque sea un
inconsciente y un capullo, Roi Pazo controla los astilleros de
donde salen todos nuestros barcos. Le necesitamos, ese es el
único motivo por el cual sigue respirando.
—¿Ya has cambiado de idea en lo de crear tus propios
astilleros? Creí que era algo que ya habías decidido hacer.
—Sí, pero eso lleva trabajo y sobre todo, tiempo. Por el
momento voy a tener que seguir aguantando las gilipolleces de
Roi.
—¿Todas las gilipolleces? —pregunta alzando una de sus
cejas rubias.
Juanillo sigue teniendo esa misma cara de niño bueno de
cuando estábamos en el instituto, aunque ahora lleva el pelo
rubio mucho más corto.
—Tampoco tanto. Amigo mío, ya deberías tener claro que
en mi cama solo se mete quien yo quiero que lo haga, y
créeme, Roi Pazo no es, ni nunca va a ser un candidato —su
sonrisa se expande y me escolta al exterior donde nos
montamos en un coche para ir directamente hacia los muelles.
No tardo en localizar al inspector Velázquez a pesar de la
multitud de trabajadores que hay en la nave. Estamos a plena
faena laboral y las toneladas de mejillones provenientes de las
bateas, no dejan de llegar para ser depuradas tras haber sido
seleccionadas previamente por calidad y tamaño. Las puertas
de la nave están abiertas al público y algunos visitantes pasean
por las instalaciones haciendo fotos y curioseando. Uno de
ellos es el inspector, ataviado con una sudadera negra y una
visera, recorre los inmensos pasillos deteniéndose cada pocos
metros para hablar con algún empleado.
Tras hacerle un gesto a Juan para que no me siga, camino
hacia el policía instalando una falsa sonrisa en mi cara.
—Inspector Velázquez, qué sorpresa encontrarle por aquí
—se gira de inmediato al escuchar mi voz y sonríe. Creo que
sería difícil adivinar cuál de las dos sonrisas es más falsa, si la
suya o la mía.
—Verónica Novoa, me alegro de verla de nuevo —saluda.
—¿Anda buscando trabajo o solo ha sentido curiosidad por
saber cómo se selecciona y depura el mejillón? Si lo que busca
es un empleo, estoy segura de que podremos encontrarle un
hueco.
—No se preocupe por eso. Yo ya tengo un empleo, y me
gusta llevarlo a cabo —contesta sin perder la sonrisa.
—Eso es algo fantástico. No hay nada mejor que disfrutar
de aquello a lo que decides dedicar tu vida.
—Bueno, unos más que otros, pero sí, estoy totalmente de
acuerdo. ¿Usted disfruta de su trabajo, señora Novoa?
—Por favor, inspector, creo que ya nos conocemos bastante
como para tutearnos, llámame Verónica.
—No has contestado a mi pregunta, Verónica. ¿Te gusta tu
trabajo? Algunos podrían considerar que es bastante peligroso.
Me echo el pelo hacia atrás y me pinzo la barbilla con los
dedos fingiendo pensar una respuesta.
—Peligroso… Definitivamente, la cría y distribución de
mejillón no es el trabajo más apasionante del mundo, pero
peligroso… No, no lo creo. Al menos para mí no. Yo solo me
siento frente a mi gran escritorio y me dedico a firmar
documentos. Mis empleados son los que sacan adelante el
negocio.
—Debes tener mucha confianza en tus empleados para
delegar en ellos todo el peso de tu negocio —señala.
—Por supuesto. La confianza es algo muy importante en
cualquier relación, inspector. ¿No lo crees? Estoy segura de
que tú confías plenamente en tus compañeros de trabajo, el
inspector Alcántara, el subinspector Rosales —su sonrisa se
esfuma de inmediato, pero lo mejor aún viene cuando escucha
lo siguiente que digo—. Obviamente en una relación de pareja
la confianza lo es todo. Estoy segura de que tu esposa, Soraya,
confía en ti ciegamente, y ya ni hablemos de la pequeña Coral,
seguro que para ella eres su superhéroe. ¿Qué tal se encuentra?
Ha estado malita, ¿verdad?
—¿Crees que vas a conseguir algo amenazando a mis
compañeros y a mi familia? —sisea quitándose la visera de un
tirón.
—¿Amenazar? Por supuesto que no, inspector. Yo solo
estoy siendo amable y considerada —sujeto su mano
dejándole algo descolocado—. Confianza, en eso se basa todo.
Tú confías en mí y yo lo hago en ti —me aparto soltando su
mano y echo un vistazo al reloj que llevo en la muñeca—. La
charla ha sido muy agradable, inspector, pero tengo un montón
de documentos esperando a que yo los firme. Ya sabes, esas
tareas apasionantes que provocan que ame intensamente mi
trabajo. Habla con Mario, el encargado de sección, y dile que
te dé un par de kilos del mejor mejillón que tenemos. Invita la
casa.
—Nos volveremos a ver muy pronto, Verónica —por su
tono de voz suena más a amenaza que a promesa.
—Eso espero, inspector. Pásate por casa un día de estos, te
invitaré a una copa del mejor orujo de hierbas que has probado
en tu vida —Me despido alzando una mano y camino con la
cabeza bien alta y una sonrisa engreída hacia la salida de la
nave.
Nada más entrar en el coche, Juan me mira fijamente
esperando a que le diga qué es lo que ha pasado con el
inspector.
—¿Todo bien? —pregunta tras arrancar el motor.
—Todo perfecto. Llama a Ana y dile que quiero verla en
casa dentro de quince minutos. Se le han acabado las
vacaciones.
—No va a estar contenta con eso —murmura soltando una
risita.
—Lo sé, pero tengo trabajo para ella —Juan me mira de
reojo mientras se incorpora a la carretera—. Le he puesto un
localizador GPS al inspector Velázquez en la parte interior del
reloj. Necesito que Ana se encargue de mantenerlo vigilado.
Al menos sabremos dónde está en cada momento.
—¿Cómo lo has conseguido? —pregunta sorprendido.
—Confianza, hermano. El exceso de confianza lleva a la
gente a cometer muchos errores, y nuestro amigo el inspector
desborda confianza en sí mismo —ríe y conduce el resto del
camino hacia casa.
Cuando entro de nuevo en mi despacho, compruebo que
Ana ya ha llegado, y para no variar, está sentada en mi mesa y
trasteando en mi ordenador portátil.
—Hola —saluda alzando una mano sin desviar la mirada de
la pantalla.
—¿Algo interesante en mi ordenador, Anita? —inquiero
cruzándome de brazos y lanzándole una mirada reprobatoria.
—Nah… Esperaba encontrar algo de porno al menos, pero
eres una aburrida —tras unos segundos en los que sigue
tecleando sin parar, parece darse por satisfecha, así que levanta
la cabeza y nos mira a mí y a Juan con una resplandeciente
sonrisa—. He comprobado que el cifrado de las video
llamadas estuviera correcto.
—Bonito cambio de look —señalo su corte de pelo de un
color azul eléctrico que combina perfectamente con la argolla
que lleva en la nariz.
La última vez que la vi, hace menos de un mes, tenía el
pelo de color violeta.
—Sí, el azul me sienta bien. ¿Verdad, Juanillo? —como
siempre que se dirige a mi amigo, el tono de voz de Ana se
vuelve meloso y seductor. Le encanta ponerlo nervioso.
—Vale, deja el coqueteo para otro momento —me acerco a
ella y alzo una ceja en su dirección, Ana se levanta de
inmediato poniendo los ojos en blanco y paso a ocupar mi sitio
—. ¿Recuerdas a nuestro amigo el inspector Velázquez?
—¿El tío bueno con pistola? ¿Cómo no recordarlo?
Siempre lo incluyo en mi material de nirvana.
—¿Nirvana? —Juan frunce el ceño al no entender a qué se
refiere.
—Sí, ya sabes, cariño… Gemidos, sudor, respiración
agitada, y finalmente alcanzar el nirvana —contesta Ana
alzando ambas cejas repetidamente con una sonrisa pilla.
—Lo que decía… —les interrumpo—. Le he colocado el
localizador GPS que me diste, así que necesito que lo tengas
localizado en todo momento.
—Eso está hecho. ¿Necesitas algo más?
—Sí, tres móviles cifrados para que pueda comunicarme
con Roi y Sergio durante la operación.
—¿Tenemos una súper operación en marcha?
—Aún estamos ultimando detalles, pero estará pronto.
Consígueme también el calendario de guardias de los
Estupas[3] de las próximas semanas.
—Entrar en la base de datos de la CNP[4], eso mola más —
comenta frotándose las manos—. ¿Para cuándo lo necesitas?
—Los teléfonos móviles para mañana a primera hora, las
guardias en cuanto las tengas, y la vigilancia de Velázquez que
sea constante. Si va a tomarse una caña, quiero saberlo, si va a
trabajar, al parque con su hija… incluso quiero enterarme si
mea y se le cae una gota fuera del inodoro.
—Entendido, móviles mañana, guardias sin prisa y me
pongo en plan acosadora con el poli macizo. Deberías haberle
puesto un micro también. ¿Será de los que jadean y gimen
cuando se corre o de los silenciosos? Ten en cuenta que los
callados son los peores.
—¿Es que eres incapaz de pensar en otra cosa que no sea
sexo? —refunfuña Juan.
—Pienso en sexo porque me gusta. No como tú, que tienes
el sexapil de una ameba, carabebé.
—¿Qué me has llamado? —inquiere mi amigo dando un
paso amenazante hacia Ana.
—Vamos, ¿a qué viene esa barbita de hippie pijo que llevas
ahora? Intentas ocultar la cara de bebé que hay debajo. Muy
malote tú, oye.
—¿Hippie pijo? Te recuerdo que la única pija que hay aquí
eres tú. En el instituto vestías como una jodida modelo y
hablabas como si estuvieses chupando una po…
—¡Vale! —grito al orden—. ¡Por Dios! Os comportáis
como dos críos de colegio —me levanto y camino a largas
zancadas hacia la salida—. Echad un polvo de una vez y dejad
de discutir —cierro la puerta a mi espalda y resoplo subiendo a
mi habitación.
No bajo a cenar ya que me entretengo dándole mil vueltas
al planteamiento del próximo operativo. Todo tiene que salir
perfecto. No hay margen para ningún error. Si llegan a
pillarnos con tantas toneladas de cocaína, nos esperará una
celda para el resto de nuestras vidas.
No es la primera vez que hacemos algo así, y espero que no
sea la última. Podríamos hacer transacciones más pequeñas y
más a menudo, pero en mi opinión el riesgo es mayor. Siempre
he preferido meter toda la mercancía posible en el país de una
sola vez y almacenarla hasta que la distribuyamos por nuestros
distintos compradores. De esa manera, también ocupamos más
el mercado, quien quiera comprar, tiene que acudir a nosotros
y atenerse a nuestros precios. Más seguridad y mayores
beneficios.
Normalmente Sergio, Roi y yo, nos repartimos las
operaciones de recogida, cada vez se encarga uno y los demás
dan apoyo táctico, de medios e infraestructuras. Una vez
tenemos la mercancía en nuestra posesión, cada uno se encarga
de surtir a sus propios clientes, y bajo ninguna circunstancia
nos pisamos los unos a los otros. Así era como funcionaba el
negocio cuando lo llevaban nuestros padres, y nosotros hemos
seguido sus ejemplos. Esta vez la operación la lleva el clan
Novoa y todas las miradas van a estar puestas en nosotros. No
podemos cagarla.
—¿Puedo? —Ana asoma la cabeza en el interior de mi
habitación.
Levanto la mirada de los mapas y apuntes que tengo
esparcidos por la cama y frunzo el ceño.
—Ya has pasado, y sin llamar a la puerta.
—Tampoco es que fuese a pillarte en plena faena,
básicamente porque de eso tú tienes más bien poco —señala
sentándose a mi lado en la cama.
—¿Has venido aquí a decirme que tengo que follar más?
Muy considerado por tu parte, Anita —murmuro recogiendo
todos los papeles para guardarlos.
—No, aunque admito que sí lo pienso, pero solo he venido
para saber si estás bien. Pareces un poco estresada.
—Lo estoy. Ya sabes cómo funciona esto, cuando el balón
está en nuestro campo, tenemos que lucirnos para llegar a la
portería sin que los defensores nos derriben.
—No voy a hablar de futbol contigo, para eso ya tienes al
carabebé.
—Deja de meterte con él. Lo que a ti te jode es que no has
conseguido tirártelo hasta ahora, y por eso lo molestas e
intentas sacarlo de quicio. Eso no te va a funcionar con
Juanillo.
—Nada funciona con Juanillo —dice tras resoplar—. Ese
imbécil es incapaz de ver más allá de ti.
—No digas eso. Sabes que es como un hermano para mí.
—Ya, pero él no lo ve de ese modo. Hablando de hermanos,
me he enterado de lo de Gael. Qué fuerte que apareciera por
aquí como si nada, ¿no?
—¿A esto has venido? —sonrío negando con la cabeza—.
Eres una cotilla. Todo ese rollo del estrés era para sonsacarme
sobre Gael.
—¿Se ha notado mucho? —asiento—. ¿Qué estás
esperando para contármelo? Habla, chica, me tienes en ascuas.
—No hay nada que contar. Se presentó aquí en casa sin que
me lo esperase, le pegué un tiro en la pierna y lo eché, fin de la
historia.
—¿Por qué no lo mataste? Siempre pensé que lo harías si
volvías a verlo. ¿Qué fue lo que pasó?
—Sinceramente, no tengo ni la más remota idea. Llámame
sentimental, pero no pude hacerlo. Y lo siento mucho, de
verdad. Tu padre también está en la cárcel por su culpa.
—En realidad, mi padre está en la cárcel por sus propias
acciones. Vero, estoy de acuerdo en que Gael es un traidor y
no se puede confiar en él, pero tu padre, el mío, el de Juan…
Todos conocían los riesgos de este trabajo, igual que los
conocemos nosotros. Si acabamos en la cárcel o muertos, solo
es responsabilidad nuestra.
—El pelo azul te ha convertido en toda una maestra zen —
bromeo despeinando su cabello—. Te queda bien.
—Lo sé, a mí todo me queda bien —se levanta de un salto
—. Ahora me voy a dormir. Descansa, y mañana no te cortes y
dale a Roi una patada en las pelotas de mi parte si se pasa de
listo.
—Descuida, lo haré.
Se va de mi habitación y yo me quedo de nuevo sola con
mis pensamientos hasta que caigo rendida en los brazos de
Morfeo.
Anhelo
El trayecto en coche hasta Camariñas, la ciudad donde viven
los Pazo, dura aproximadamente dos horas, tiempo que
aprovecho para ponerme al día con el trabajo pendiente de la
empresa. Tengo un gestor que se encarga del trabajo duro, pero
mi autorización y firma son necesarias para algunos trámites.
Al llegar al astillero central, ya tengo todo listo, así que
salgo inmediatamente del coche y entro en el lugar escoltada
por Juanillo y mis dos guardaespaldas. Voy vestida con un
sencillo vaquero y una camiseta de tirantes. Quién diga que en
Galicia no hace calor, debería pasar aquí el mes de agosto y
comprobarlo por sí mismo.
Antes de que pueda ver a Roi escucho su voz. Tiene una de
esas risas altas y contagiosas que hacen gracia a todo el
mundo. Cualquiera que no le conozca en profundidad,
pensaría que es todo un partidazo, guapo, con una sonrisa
preciosa a juego con sus ojos azul claro, y el pelo castaño claro
peinado hacia atrás, pero con volumen. Una cruz plateada
cuelga de una argolla en su oreja izquierda dándole un aspecto
juvenil y macarra que no desentona para nada con sus
facciones. En resumen, todo un caramelito. Si no fuese porque
el tío es un loco de cuidado, yo misma babearía por él.
—Vero —su sonrisa se ensancha al verme—. Ya estás aquí.
Te estaba esperando —me saluda con un beso en cada mejilla
que dura más tiempo de lo que desearía—. ¿Tienes hambre?
He preparado una parrillada en casa. Te quedas a comer,
¿verdad?
—No he venido para hacer vida social, Roi. Tenemos
trabajo pendiente. ¿Está todo listo?
—Como siempre, llegas tú y arruinas mis ilusiones —
comenta tras chasquear la lengua—. ¿Quieres al menos tomar
algo? Tengo un Albariño[5]exquisito.
Acepto su ofrecimiento, y mientras él pide que nos traigan
el vino, miro a mi alrededor recordando todas las veces que
estuve aquí de niña acompañando a mi padre.
—Toma —le tiendo dos de los teléfonos cifrados que ha
conseguido Ana—. Uno es para ti y el otro házselo llegar a
Sergio. Están totalmente cifrados.
—Ana y sus juguetitos —adivina guardando los teléfonos
en su bolsillo—. Dile de mi parte que cuando quiera hacerme
una vista estaré encantado de atenderla.
—Es curioso, justo anoche me dijo que si te pasabas de
listo te diera una patada en las pelotas de su parte —replico
dándole un sorbo a mi copa de vino. Está realmente delicioso.
—No me esperaba menos de ella. Cuando quieras pasamos
y te enseño como va todo. Los barcos están casi listos.
—Especifica casi —alzo una ceja en su dirección y él
sonríe negando con la cabeza.
—Qué poca fe tienes en mí, Princesa. ¿Alguna vez te he
fallado? —alzo nuevamente la ceja y él suelta una carcajada
—. Vale, fue solo una vez, y te lo compensé. Vamos, te
enseñaré cómo está todo. Por cierto, cuando terminemos aquí,
tengo una sorpresa para ti.
—Roi, no empieces con tus jueguecitos, ¿quieres? —le
advierto.
—No, de verdad. Te va a encantar.
Bufo a disgusto sabiendo que cualquier cosa con lo que Roi
Pazo pueda sorprenderme no me va a encantar en absoluto.
Este tipo carece totalmente de sentido común.
Durante las siguientes dos horas, reviso todo el trabajo que
está haciendo con los barcos. No mentía, casi están acabados.
A simple vista pueden parecer pesqueros normales, pero tiene
dobles fondos por todos lados para poder ocultar la mercancía
que van a transportar. Serán una réplica exacta de los viejos
pesqueros propiedad de Sergio que ya están desguazados. La
pesca de altura es lo suyo, la empresa y tapadera de los
Quiroga.
Tras comprobar que todo va según lo planeado, y
esquivando las constantes insinuaciones sexuales de mi socio,
nos montamos en el coche y les seguimos cruzando todo el
pueblo. Roi va con tres de sus hombres armario. No sabe lo
que es pasar desapercibido el muchacho. El coche se detiene
en un descampado donde solo hay una antigua construcción de
hormigón que parece estar abandonada. Me pongo alerta de
inmediato. Confío en Roi, o más bien en su sentido de
supervivencia, pero no me gusta este cambio de planes
inesperado.
—Chicos, entramos con Vero y nos mantenemos alerta —
comunica Juan a César y Damián por el pinganillo que lleva
en el oído. Antes de salir del vehículo, compruebo que mi
arma esté cargada y lista para ser usada en caso de que sea
necesario.
—¿A qué viene todo esto? —pregunto ya el exterior.
Roi da una palmada con sus manos y ríe muy emocionado.
—Te dije que tengo una sorpresa para ti. Te va a encantar,
te lo prometo.
—Roi, ya sabes que no me gustan las gilipolleces. Deja de
hacer el ganso de una vez. ¿Qué coño hacemos en mitad de la
nada? —insisto en un tono nada amigable.
—No te enfades, Princesa —abre la oxidada puerta
metálica del barracón y me hace un gesto con la cabeza para
que entre—. Vamos, tu sorpresa está aquí.
—De verdad, tío, se están rifando un par de tiros y tú tienes
todas las putas papeletas para ganarlos —refunfuño caminando
a largas zancadas para entrar en el lugar. Al principio no
consigo ver nada por la oscuridad que inunda el interior,
además, huele a moho y a…. sangre—. ¡¿Qué mierda quieres
que vea?! —echo un vistazo a mi alrededor y me quedo helada
al ver un bulto sangriento en el centro de la estancia.
—¿Lo reconoces? Acércate —susurra Roi pegado a mi
espalda. Me adentro en el mugriento lugar caminando
lentamente y tengo que tragar saliva con fuerza para ahogar un
jadeo cuando me doy cuenta de que ese bulto sangriento es
una persona atada a una silla, una persona que conozco muy
bien—. ¡Sorpresa! —exclama mi socio acercándose a Gael y
tirándole del pelo para levantar su cabeza.
—¿Se puede saber qué demonios está pasando aquí? —
pregunto intentando no demostrar ninguna reacción ante la
grotesca escena que tengo enfrente.
Gael parece estar inconsciente, si no lo está es que ya no
tiene fuerzas ni para moverse. Su ropa está completamente
destrozada y sucia. Puedo ver un charco de sangre alrededor
de su pie izquierdo. Es por el disparo que yo le di. Un trapo
sucio y encharcado en sangre cubre su muslo, supongo que
para evitar que se desangre, pero lo peor es su rostro cubierto
de sangre, uno de sus parpados está hinchado y tiene los labios
repletos de cortes, probablemente a consecuencia de los
puñetazos que le han propinado.
—Encontré a tu hermanito herido y quise que lo vieras
antes de darle su último adiós. Los chicos y yo nos hemos
estado divirtiendo un rato con él, pero pensé que quizá quieres
ser tú quien termine con su vida. Al fin y al cabo, fue a
vosotros a quien más traicionó.
Trago saliva de nuevo y clavo mi mirada en la de Roi.
—Exactamente, ¿dónde lo encontraste? —inquiero.
—¿Qué importa eso? El caso es que en cuanto salió de su
madriguera, lo cacé para ti. Ya me lo puedes agradecer,
Princesa. Acepto sexo como gratificación —bromea alzando
ambas cejas de manera sugerente.
—Está bien saberlo —murmuro caminando hacia él de
manera coqueta, pongo una de mis manos sobre su pecho y
muerdo mi labio inferior sorprendiéndole por completo,
aunque no tarda en reaccionar, coloca una de sus manos en mi
cintura y sonríe de manera arrogante—. Solo dime
exactamente dónde lo encontraste.
—Ehh… En la frontera con Portugal. Estaba en una clínica
de mala muerte con un disparo en la pierna.
Vuelvo a sonreír y llevo la mano a mi espalda. Ni siquiera
le doy tiempo a reaccionar. El primer disparo impacta en la
frente de uno de sus hombres, el segundo va a la garganta de
otro, y el último cae desplomado al instante cuando la bala se
incrusta en su ojo derecho. Antes de que Roi pueda sacar su
arma, pego el cañón de mi pistola a su piel justo bajo su
mandíbula. Grita de dolor por la quemadura que le estoy
provocando e intenta apartarse, pero le sujeto por el pelo y
pego mi cara a la suya.
—Ahora explícame por qué piensas que voy a agradecerte
que hayas entrado en “mí” territorio para secuestrar a un
miembro de “mí” familia, y no contento con eso, lo torturas
hasta dejarlo en este estado. Quiero escuchar tu jodida
explicación antes de volarte la cabeza, Roi —siseo con furia.
—Vale, vale —levanta las manos a modo de rendición y
hace una mueca cuando muevo el cañón de lugar volviendo a
quemarle—. Estuvo mal lo de meterme en tu territorio, pero
pensé que…
—No pienses. Créeme, eso se te da como el culo.
—Verónica, ese tío traicionó a nuestros padres, a nuestras
familias. ¿Por qué coño le defiendes? Mi padre está muerto
por su culpa —respiro hondo aflojando el agarre en su pelo.
En realidad, su padre está muerto por mí culpa. Fui yo
quien lo mató.
—Por la amistad que unía a nuestros padres, por eso y
porque sé que necesitabas vengar la muerte del tuyo, voy a
pasar por alto esta afrenta, pero escúchame bien, Roi… —
vuelvo a sujetar con fuerza su pelo haciéndole gritar de dolor
—. Ni una más. Como me entere de que has siquiera rozado a
alguno de los míos, te juro que será lo último que hagas en tu
miserable existencia. ¿Lo has entendido? —asiente
rápidamente—. ¿Cómo se llama? —pregunto señalando a lo
que queda de mi hermano adoptivo con la barbilla.
—Gael —contesta extrañado y aterrorizado también. Creo
que si sigo encañonándolo acabará meándose en los
pantalones.
—Gael, ¿qué? Di su apellido.
—Novoa, Gael Novoa.
—Exactamente, Novoa. Es de mi familia, de mi gente, y yo
me ocupo de los míos. ¿Lo pillas o tengo que hacerte un
jodido dibujo? —vuelve a afirmar con la cabeza—. Bien —lo
suelto de un empujón y les hago una seña a mis
guardaespaldas—. Meted a Gael en el coche. Nos vamos de
aquí.
Roi se gira hacia mí cambiando la expresión de miedo por
una de furia.
—¿Vas a volver a meter a un traidor en tu casa? Estás
completamente loca, Princesa.
—Lo que yo haga en mi casa no es asunto tuyo. Si sigue en
pie nuestra colaboración házmelo saber, en caso contrario que
te vaya bien, Roi.
—¿Qué vas a hacer si decido romper nuestro acuerdo? ¿De
dónde vas a sacar los barcos?
Suelto una risa incrédula y me acerco de nuevo a él,
inmediatamente retrocede un par de pasos con temor reflejado
en su mirada.
—¿Realmente crees que eres necesario, Roi? El único
motivo por el cuál te aguantamos las tonterías Sergio y yo, es
por respeto a la memoria de tu padre. Los Novoa tenemos
infraestructuras para almacenar toda la mercancía, los Quiroga
para transportarla por mar. ¿Qué es lo que aportan los Pazo
aparte de todos los problemas en los que tú con tu cabeza de
chorlito y la mierda que te metes nos traes? ¿Barcos? Puedo
comprar un astillero cuando me salga de los ovarios, gilipollas,
o simplemente construirme uno. Nosotros tenemos acceso a
las fronteras por mar y tierra, yo directamente a Portugal y
Quiroga al resto de España. ¿Qué tienes tú? —se mantiene en
silencio y desvía la mirada—. Ya me lo parecía. Si no quieres
seguir en el negocio, simplemente dilo, pero te advierto desde
ahora mismo que como intentes pisarnos a Quiroga o a mí,
acabarás siendo comida para los peces.
Salgo del dichoso barracón caminando a largas zancadas y
con un cabreo monumental. Ahora no solo voy a tener que
lidiar con la mierda de Roi, también tengo que decidir qué
demonios voy a hacer con Gael. Joder, está muy mal herido. Si
no recibe atención médica, no creo que aguante.
—Está en el otro coche —informa Juanillo al ver que estoy
buscando a Gael en la parte trasera de nuestro vehículo—.
¿Qué quieres hacer con él? —resoplo y pateo una de las ruedas
para liberar un poco de frustración—. Vero, está muy mal. Si
lo que quieres es matarle, yo mismo me encargaré —le lanzo
una mirada asesina y él sonríe incrédulo—. No vas a matarle,
¿verdad?
—Llama a la doctora Ibáñez y dile que en una hora y media
estaremos en la casa, que esté allí para entonces —ordeno
metiéndome en el coche y cerrando de un portazo.
—¿Estás segura de esto? —pregunta Juan antes de arrancar
el todoterreno—. No lo entiendo, Vero. ¿Por qué quieres
salvarle la vida?
—¡No lo sé! ¡¿Vale?! Lo único que tengo claro es que
cuando le vi ahí medio muerto, no podía dejar de pensar que
había sido culpa mía. ¡Y me dolió, joder! ¡Dolor de verdad! —
coloco una mano en el centro de mi pecho—. Justo aquí. Creí
que iba a morir de un jodido infarto —respiro profundamente
para intentar tranquilizarme y me peino con los dedos hacia
atrás—. No sé por qué no puedo matarle, pero simplemente no
concibo hacerlo. No soy capaz.
—Sigues enamorada de él —murmura entre dientes
apretando el volante con fuerza—. Después de todo lo que
hizo…
—¡Arranca de una vez, Juan! De verdad que ahora mismo
no estoy para escuchar reproches ni acusaciones. Písale a
fondo y lleguemos a casa cuanto antes.
En menos de hora y media estamos aparcando frente a la
puerta de mi casa. César y Damián se encargan de sacar a Gael
del coche y meterlo en el interior de la vivienda. Por suerte, la
doctora Ibáñez, mi médico de confianza, ya ha llegado, y en
cuanto ve el estado en el que se encuentra Gael, empieza a dar
órdenes a todo el mundo.
—Hay que tumbarlo en algún sitio para que pueda
examinarlo —informa tomándole el pulso.
—Subidlo arriba —ordeno—Dejadlo en su antigua
habitación.
Los chicos hacen lo que les digo, y justo cuando están a
mitad de la escalera, Ana se cruza con ellos y abre los ojos
como platos al reconocer el bulto que están cargando.
—¿Ese es Gael? —pregunta sorprendida al llegar abajo.
Asiento resoplando—. ¿Qué coño le ha pasado?
—Roi Pazo —contesta Juan de mala gana.
—Pero, ¿qué ha pasado? ¿Por qué está aquí?
—Que te lo cuente Juan —resuelvo caminando hacia mi
despacho—. ¡No quiero que nadie me moleste a no ser que se
esté quemando la puta casa! —bramo cerrando la puerta con
un estruendo.
Apoyo mi espalda contra la madera, dejo que resbale hasta
quedar sentada en el suelo. No sé qué mierda me pasa. No
quiero sentirme así. Me trae malos recuerdos, de momentos en
los que me sentía sola y débil, encerrada en una cárcel de lujo
sin nadie en quién apoyarme. Todas las noches que pasé
deseando que todo eso fuera una pesadilla, las lágrimas, el
dolor en el pecho que no me dejaba ni respirar, todo eso
vuelvo a sentirlo ahora, y me niego a ser de nuevo esa chica
frágil y llorica que anhelaba la vida que ya había perdido. El
anhelo es peligroso, provoca que la gente haga estupideces
como las que yo estoy cometiendo.
Me levanto respirando hondo para poder tranquilizarme y
voy hacia mi escritorio. Tengo que dejar de hacer el imbécil y
centrarme en lo que realmente importa, mi gente, su seguridad.
Muchas familias dependen de mí, demasiadas bocas que
alimentar, y no podré seguir haciéndolo si no me vuelco por
completo en mi cometido.
Enciendo el ordenador y selecciono una video llamada.
Tengo que informar a Quiroga de lo que ha pasado hoy. No
estoy dispuesta a seguir permitiendo que Roi ponga en peligro
todo por lo que he luchado durante tanto tiempo, por su mala
cabeza.
Gratitud
La doctora Ibáñez permanece encerrada en la habitación de
Gael durante más de dos horas, y cuando finalmente sale,
parece agotada.
—¿Cómo está? —pregunto en tono neutro.
No he querido esperar delante de la puerta como una
imbécil preocupada, aunque admito que he estado pendiente
de cuando la doctora bajara las escaleras.
—Estable —contesta atándose cabello pelirrojo en lo alto
de la cabeza—. Tiene muchas magulladuras y cortes por todo
el cuerpo, pero lo que peor está es el muslo izquierdo. Parece
que le han pegado un tiro, retiraron la bala, cosieron la herida
y después volvieron a abrirla de mala manera. Juraría que
hundieron los dedos en el orificio reventando los puntos de un
tirón y provocando una hemorragia.
Mierda, eso tiene que haber dolido horrores. Seguramente
cuando los Pazo le encontraron en esa clínica de Portugal ya le
habían curado, pero durante la tortura a la que lo sometieron,
la herida volvió a abrirse.
—¿Algo más aparte de eso? —inquiero sin mover ni un
gesto.
—Sí, mucho más, pero todo son golpes y magulladuras.
Probablemente tenga alguna costilla fisurada, pero en
definitiva, va a recuperarse. Solo necesita descansar y guardar
reposo —me tiende dos paquetes de comprimidos—. Ahora le
he administrado un analgésico y un antibiótico por vía
intravenosa. Está dormido. Cuando despierte que continúe con
la medicación. El antibiótico cada doce horas y los analgésicos
cada ocho. Intenta que coma algo, especialmente cuando tome
el antibiótico, es bastante fuerte, pero quiero prevenir una
posible infección en la herida de bala.
—Está bien, yo me encargo —afirmo.
—Es Gael Novoa, tu hermano. ¿Le has hecho tú eso por
traicionar a tu padre?
Alzo una ceja en su dirección y sonrío de medio lado.
—Laura, creo que eso no se contempla dentro del código
deontológico médico.
—¿Código? Hace mucho que dejé eso a un lado. Si no lo
hubiese hecho, tu hermano seguiría desangrándose en esa
cama.
Amplio mi sonrisa y asiento. Laura Ibáñez siempre me ha
gustado. Es una mujer directa, que habla sin tapujos y digna de
mi total confianza.
—No lo he hecho yo —contesto.
—Me alegra saber eso —mira su reloj y suspira—. Tengo
que irme. Hay pacientes esperándome en la clínica.
—Dales saludos a tus padres de mi parte, y gracias por
todo.
—No hay de qué. Tú sabes compensar mi trabajo. Además,
te debo una por lo que hiciste por mi padre. Si hoy está vivo y
sano es gracias a ti.
Roberto Ibáñez tuvo un accidente hace unos años que lo
postró en una silla de ruedas. Cuando yo volví a Meiral de
Gredos, no era más que un despojo humano que se
emborrachaba día y noche por no ser capaz de mantener a su
familia. En ese momento la gente de esta ciudad estaba en sus
horas más bajas. No había trabajo, y la mayoría de las familias
subsistían gracias a ayudas sociales. Contraté a los mejores
fisioterapeutas y también hice que acudiera a un psicólogo
para tratar su adicción a la bebida. Con esos actos me gané la
lealtad de la familia Ibáñez, entre ellos, su hija Laura. Cuando
haces lo que hago yo, es bueno tener a un médico de confianza
por lo que pueda pasar, y la gratitud, a veces, es un arma
disuasoria mucho más potente que el miedo.
Me despido de Laura y voy a la cocina a preparar algo de
comer. Con todo lo que ha pasado, ni siquiera me ha dado
tiempo a probar bocado. Estoy terminando de hacer unos
sándwiches, cuando Ana entra en la cocina vestida con un
mini short y una camiseta que parece más un sujetador.
—¿Estás de mejor humor? —pregunta tras sentarse de un
salto sobre la encimera.
—No demasiado, la verdad. ¿A qué viene el modelito?
—Hace calor —contesta encogiéndose de hombros—.
¿Quieres hablar sobre ello? El carabebé me ha contado lo que
ha pasado.
—¿Y qué te ha dicho exactamente?
—Según él, has perdido completamente el juicio porque
sigues enamorada de tu hermano adoptivo. ¿Es eso cierto?
—Juan debería meterse en sus asuntos de una vez, para
variar —mascullo.
—Está preocupado por ti, además de celoso —alzo una ceja
en su dirección y mi amiga se encoge de hombros—. Yo solo
estoy preocupada, así que puedo ser más imparcial. ¿De
verdad sigues sintiendo algo por él?
Resoplo tirando de mi pelo hacia atrás con los dedos y
asiento.
—Algo, esa es la palabra clave, ahora solo tengo que
averiguar de qué se trata. Gael fue el culpable de que mi padre
acabara en la cárcel y su posterior fallecimiento. Tu padre, el
de Juan y el de muchos hombres y mujeres que viven en esta
ciudad, sufrieron las consecuencias de su traición. ¿Cómo es
posible que me duela el hecho de pensar en verlo muerto?
Probablemente Juan tenga razón y me he vuelto
completamente loca.
—¿Qué vas a hacer cuando se recupere? Porque doy por
hecho que se va a quedar aquí en casa hasta entonces.
—Sí, se quedará hasta que esté recuperado y después ya
veré qué hacer, pero si de algo estoy segura es de que no
puedo confiar en él. Es un traidor, si ya nos delató una vez,
puede volver a hacerlo.
—¿Esto es para él? —señala la comida que he colocado
sobre una bandeja. Asiento y ella sonríe de manera pilla—. Si
vas a hacer de enfermera con tu hermano el buenorro, creo que
tengo en mi habitación el disfraz de enfermera sexy que usé en
los últimos carnavales.
—No, gracias. Créeme, no me pondría eso jamás.
—Eres una aburrida —se burla sacándome la lengua.
—Y tú un zorrón, pero te quiero de todos modos.
—Lo sé, todo el mundo me quiere —señala encogiéndose
de hombros.
Sonrío y sacudo la cabeza dándola por imposible.
—Voy a subir esto y me lo saco de encima de una vez.
Gracias, Ana.
—¿Por qué?
—Por estar siempre a mi lado y obligarme a salir de mi
cascarón.
—Para eso estamos las amigas. Ahora sube a curarle las
pupitas al chico malo, yo voy a intentar convencer al carabebé
para que me eche un polvo.
—Suerte con eso —digo saliendo de la cocina sin evitar
echarme a reír.
Respiro profundamente antes de abrir la puerta de la
habitación. Gran parte de la casa fue reformada hace un par de
años, ya que tras la redada y el registro posterior, muchos
muebles quedaron inservibles, e incluso tiraron paredes abajo
en el intento de que encontrar algún alijo de droga escondido.
Obviamente no hallaron nada. ¿Quién sería tan imbécil como
para esconder mercancía en su propia casa?
La habitación de Gael es una de las muchas que nunca se
usan. Solo Juan, Ana y yo vivimos en esta casa, y hay
demasiadas habitaciones como para ocupar la suya. Sin
embargo, yo no recuerdo haber entrado aquí desde que era una
adolescente, y ahora, viéndole ahí tumbado sobre la cama
como si el tiempo no hubiese pasado, me doy cuenta de por
qué me mantuve alejada de este lugar. Son demasiados
recuerdos los que encierran estas cuatro paredes. Momentos
felices vividos junto a la que entonces era una de las personas
más importantes de mi vida. En esta habitación me enseñó a
jugar a la videoconsola, disfrutamos de tardes de cine viendo
una película tras otra y devorando chucherías.
Resoplo y me adentro en la habitación, dejo la bandeja
sobre una de las mesitas de noche junto a los medicamentos, y
estoy a punto de marcharme de nuevo cuando escucho su voz,
solo un susurro, como un gemido que dice mi nombre.
—Verónica —me giro cruzándome de brazos de manera
defensiva y lo miro fijamente.
Uno de sus ojos está casi cerrado por la hinchazón y
también tiene una herida en el labio inferior, pero por lo demás
su rostro sigue siendo tan bello como siempre. Hace una
mueca de dolor al intentar incorporarse y la sabana que cubre
su cuerpo se desliza hacia abajo dejando su pecho desnudo
repleto de cardenales a la vista. Un vendaje cubre la zona de su
abdomen y costillas. Esa misma zona es la que se sujeta con la
mano soltando un gemido.
—Si te mueves te dolerá más, así que estate quieto —
ordeno en tono autoritario.
Una sonrisa tira de la comisura de sus labios, pero vuelve a
gemir de dolor.
—Estoy hecho mierda —susurra.
—Podrías estar peor. Muerto, por ejemplo.
—Sí, creí que no lo contaba. ¿Cuándo se ha convertido el
niñato de Roi Pazo en un sádico hijo de puta?
—El día que su padre recibió una bala en la cabeza —
contesto de manera cortante—. Eso me recuerda que esta es la
segunda vez que te salvo la vida. No habrá una tercera, Gael.
Te lo aseguro.
—Por un momento creí que tú misma acabarías conmigo.
Ese pirado no dejaba de decir que cuando me entregara a ti, tú
le estarías muy agradecida. Me explicó exactamente cómo ibas
a agradecérselo, pero prefiero no decirlo en voz alta.
—Ya, nadie dijo que fuese un tío listo. Espero que a partir
de ahora le quede bien claro que no me gustan las sorpresas.
—Te cargaste a esos tíos sin siquiera pestañear —susurra
mirándome fijamente a los ojos—. No te reconocí en ese
momento, Vero. Primero me disparas a mí y después te veo
matar a tres hombres a sangre fría. ¿Qué demonios te ha
pasado?
—Que he madurado —contesto acercándome a la mesita y
tendiéndole la botella de agua que he traído conmigo—.
Tienes que tomarte las pastillas. El antibiótico dos veces al día
y un analgésico cada ocho horas.
Agarra el agua y le da un trago largo haciendo una mueca
de dolor cuando el borde del botellín roza la herida de su labio.
—Gracias, por esto y por salvarme la vida, otra vez.
—No me las des. En cuanto te encuentres mejor quiero que
te largues de mi casa, y esta vez intenta que no te atrapen. No
puedo estar salvándote el culo constantemente. Tengo cosas
más importantes en las que pensar.
—Esa es la vida del narcotraficante, Princesa. Todo son
preocupaciones. ¿Por qué has escogido este camino, Vero? No
lo entiendo. Se supone que ibas a tener una buena vida lejos de
toda esta mierda.
—Esta mierda, como tú la llamas, es el sustento de cientos
de familias, muchas de ellas han sufrido la pérdida de seres
queridos por tu culpa.
—Se supone que tendría que haberse acabado hace diez
años. Cometiste un error al volver a iniciar el negocio de tu
padre.
—Punto número uno—siseo señalándole con el dedo—, no
se te ocurra volver a decirme lo que he hecho bien o mal. Ese
es mi puto problema, no el tuyo. Y punto número dos, como
vuelvas a mencionar a mi padre, te juro que yo misma
terminaré lo que empezó Roi. ¿He sido clara?
—Cristalina —afirma estirando el brazo para dejar el agua
de nuevo sobre la mesita. Al moverse, suelta un nuevo gemido
y la botella cae estrellándose contra el suelo de madera.
Resoplo de nuevo y me acerco para recogerla y dejarla en su
lugar. Cuando me levanto, Gael me está observando con una
sonrisa pilla en los labios, esa sonrisa, la que siempre
conseguía que mis piernas se volvieran de mantequilla y mi
corazón se acelerara—. Joder, qué guapa estás, Princesa. Los
años te sientan bien —susurra sin apartar su mirada de la mía.
—¿Te han golpeado en la cabeza, Gael? —pregunto
frunciendo el ceño.
—Eh… creo que no —responde confundido.
—Entonces, ¿la estupidez que acabas de decir ha salido de
tu estado natural? ¿Por qué me ha dado la impresión de que
intentabas ligar conmigo?
—¿Ligar? —ríe a carcajadas e inmediatamente aúlla de
dolor sujetándose las costillas—. No estaba intentando ligar.
Te recuerdo que eres mi hermana pequeña, Princesa.
—También lo era el día que me comiste la boca —su
sonrisa se expande inmediatamente.
—Te acuerdas de eso —susurra—. Una isla, tú y yo,
¿recuerdas?
—Claro que lo recuerdo. No he sufrido un jodido ataque de
amnesia. Recuerdo todo lo que pasó ese día. Ahora déjate de
jueguecitos y explícame exactamente qué demonios haces
aquí. ¿Por qué has vuelto?
—Si digo que te echaba de menos no me vas a creer,
¿verdad? —alzo una ceja y él sonríe de nuevo—. Vale, no te
cabrees. Ya te dije por qué he venido. Necesito protección y sé
que tú puedes ayudarme con eso. No esperaba ese
recibimiento tan cálido por tu parte, obviamente.
—¿De quién se supone que tengo que protegerte? Pazo y
Quiroga no tenían ni idea de dónde estabas, así que no intentes
decirme que de ellos. Quiero la verdad, Gael, aunque sea por
una sola vez, sé sincero conmigo.
—Yo siempre he sido sincero contigo, pero vale, te lo
prometeré por Snoopy y por las bragas de Mafalda si eso te
deja más tranquila. ¿Lo recuerdas? Tú solías decir eso cuando
eras pequeña.
—¡Al grano, Gael! Deja el viaje por el pasado para otro
momento. ¿Quién te está amenazando y por qué? Tiene que
ser algo importante para que te hayas atrevido a venir hasta
aquí, sabiendo que nada más pisar tierras gallegas tendrías una
puñetera diana en la cabeza.
—Sí, créeme, en comparación a los tíos que me persiguen,
tu amigo el pirado es una hermanita de la caridad.
—Y sin embargo, esa hermanita de la caridad ha estado a
punto de matarte. Solo hay que ver cómo te ha dejado.
—¿Esto? —se señala a sí mismo y vuelve a sonreír—. He
estado mucho peor. En un par de días estaré dando guerra.
—Me alegra escuchar eso, así podrás marcharte lo antes
posible.
—Creí que ibas a ayudarme —dice perdiendo la sonrisa.
—Yo no he dicho tal cosa, además, ni siquiera me has
contado quién te está persiguiendo. No creas que no me doy
cuenta de que estás cambiando de tema contantemente para no
tener que responder a mi pregunta.
—Eres como un jodido perro con un hueso —señala
volviendo a moverse para quedar algo incorporado. Le veo
quejarse de dolor, pero no me acerco a ayudarle. Cuando
consigue sentarse, apoya la cabeza contra el cabecero de la
cama y respira profundamente—. Siempre has sido una
cabezota. Cuando algo se te mete entre ceja y ceja, no lo
sueltas ni aunque te estén torturando. Tu padre… —frunzo
más el ceño y él hace una mueca de disgusto—. Vale, nada de
mencionar a tu padre. ¿Qué es lo que quieres saber
exactamente? ¿Quién me persigue para matarme? —asiento—.
Unos tipos muy chungos.
—¿Cómo de chungos?
—De los que disparan primero y preguntan después.
—Con eso no me dices mucho. Yo también lo hago.
—Sí, lo he visto. Buenos disparos, por cierto. Siempre se te
han dado bien las armas.
—Gael, sigue hablando de una puta vez. Me estás poniendo
de los nervios.
—La Bratva —suelta de sopetón.
—¡¿Qué?! ¡¿La jodida mafia rusa?! —ahora es él quien
asiente—. ¡¿Qué coño le has hecho a la Bratva para que
quieran matarte?!
—Digamos que hice un pequeño negocio con ellos y la
cosa se torció.
—¿Se torció? A ver si lo adivino, los delataste a la policía y
saliste por patas, ¿no? Ese es tu modus operandi.
—No, Verónica, no he delatado a nadie —replica en tono
hastiado—. Fue más bien un conflicto interno.
Eso me deja intrigada. Apoyo mi espalda contra la pared y
cruzo mis brazos sobre el pecho para ponerme cómoda.
—Explícate.
Gael resopla y se pasa la mano por la cabeza volviendo a
hacer una mueca de dolor.
—Me tiré a la hija de uno de los comandantes de la Bratva
y se enteró. ¿Contenta?
Niego con la cabeza sonriendo de manera arrogante.
—¿Tú nunca has escuchado eso de donde tengas la olla no
metas la polla?
—Sí, lo he escuchado, pero nunca se me ha dado bien
seguir esa regla —susurra mirándome fijamente—. Ya ves lo
que me pasó contigo.
—¡¿Conmigo?! —suelto una carcajada—. Qué raro, no
recuerdo que tu polla haya estado dentro de mí en ningún
momento.
—Eso es porque no ha estado, Princesa —se pasa la lengua
por el labio inferior para humedecerlo en un gesto que se me
hace de lo más sexi que he visto jamás, y las siguientes
palabras que salen de su boca me dejan completamente
descolocada—. Créeme, el día que mi polla esté dentro de ti,
vas a notarlo, y mucho.
Trago saliva con fuerza y desvío la mirada peinando mi
cabello hacia atrás con los dedos. Tengo que parpadear varias
veces para sacar la imagen de Gael introduciéndose en mí una
y otra vez. Carraspeo con fuerza y sacudo la cabeza volviendo
a mirarle.
—Intenta descansar para que puedas recuperarte. Si
necesitas cualquier cosa, grita o algo —me giro para salir de la
habitación, pero su voz me detiene.
—¿Vas a ayudarme, Verónica? Si no lo haces soy hombre
muerto.
—Quizás deberías haber pensado eso antes de meterte en
líos —contesto saliendo de la habitación y cerrando la puerta a
mi espalda.
Galantería
En los siguientes días, Gael permanece encerrado en su
habitación y es Ana quien se encarga de llevarle la comida, así
que ni siquiera le veo. Algunas noches le escucho charlar y
hasta reír con mi amiga que, para disgusto de Juanillo, parece
pasar por alto quién es Gael y lo que hizo en el pasado.
Anoche estuve hasta tarde enfrascada en una video llamada
a tres bandas con mis socios. Como ya esperaba, Roi ha
agachado la cabeza y encogido el rabo entre las piernas, por su
propio bien. A pesar de haber trasnochado, me despierto
temprano y estoy tomando mi primer café en la cocina cuando
escucho un ruido a mi espalda. Al girarme, me encuentro a mi
hermano adoptivo observándome fijamente.
—¿Qué haces aquí? —pregunto dejando mi taza sobre la
encimera—. ¿No deberías estar en la cama?
—Me encuentro mejor y tengo hambre. Ana se despierta
tarde y siempre me trae el desayuno cerca del mediodía. Es un
desastre como enfermera —dice usando su sonrisa ladeada
marca de la casa.
—Ana no es tu enfermera. Deberías estarle agradecido
porque se esté ocupando de ti. Cualquier otra en su lugar, ya te
habría mezclado arsénico en la comida —replico en tono seco
y cortante.
—Joder, Princesa. Menudo humor te gastas por las
mañanas. Solo estaba bromeando. Por supuesto que le
agradezco lo que hace por mí. ¿Dónde ha quedado la chica que
se despertaba cada mañana llena de energía y cantaba a pleno
pulmón en la ducha?
—En un internado inglés, de esos en los que no te permiten
ni respirar más alto de lo que es políticamente correcto en una
señorita —contesto.
—¿Tan malo fue? —inquiere acercándose. El aspecto de su
rostro ha mejorado mucho. Ya no tiene el ojo hinchado,
aunque sí bastante morado, y se mueve con mucha más
soltura, signo inequívoco de que sus costillas y la herida de su
muslo también han mejorado—. No creí que eso fuese tan
jodido.
Vuelvo a beber un sorbo de café y me giro hacia él con mi
sonrisa cínica instalada en el rostro.
—¿Quieres que te hable de mis traumitas de la
adolescencia, Gael? —chasqueo la lengua de manera burlona
—. Lo siento, las cosas importantes solo se las cuento a mis
amigos, y definitivamente, tú no eres uno de ellos.
Sonríe de nuevo y toma asiento frente a mí, demasiado
cerca de mí.
—Antes lo era. En realidad, era mucho más que tu amigo.
Fui tu hermano, tu protector, el que siempre estuvo a tu lado
cuando lo necesitabas —susurra mirándome a los ojos.
—Las cosas han cambiado —digo en su mismo tono.
—No tanto. Yo sigo siendo el mismo, y aunque te empeñes
en aparentar ser una mujer dura, fría y sin sentimientos, sé que
tú tampoco has cambiado tanto.
Nos quedamos unos segundos mirándonos a los ojos sin tan
siquiera pestañear, unos segundos que parecen horas.
—¿Por qué lo hiciste, Gael? Cuéntame qué pasó hace diez
años para que decidieras traicionar de esa forma a tu familia.
—No puedo, Princesa. No puedo contestar a tu pregunta sin
mentirte, y eso es lo último que deseo hacer —contesta tras
soltar una exhalación—. Pídeme cualquier otra cosa y te la
daré, pero no me pidas que te mienta —su cara se va acernado
a la mía lentamente—. Durante diez años no he podido dejar
de pensar en ese beso que te di. He vivido deseando poder
tener la oportunidad de repetirlo.
—No lo hagas —murmuro en tono de advertencia, pero sin
moverme ni un solo milímetro.
Mi amenaza parece resultarle divertida, ya que alza una
ceja y vuelve a sonreír de esa manera tan típica suya.
—¿Qué ocurrirá si lo hago? —pregunta contra mis labios.
Casi puedo sentir el calor que desprende su boca de tan cerca
que está de la mía.
—No quieres averiguarlo —vuelvo a advertirle.
Antes de que pueda pestañear, su boca se pega a la mía y
siento la humedad de su lengua rozando mis labios. Necesito
tirar de toda mi fuerza de voluntad para no responder a su
beso, especialmente cuando su mano se posa en mi mejilla y
ladea la cabeza abarcando por completo mis labios e
intentando encontrar un hueco entre ellos para hundir su
lengua en mi boca, pero lo consigo, me mantengo firme y sin
mover ni un solo musculo.
Al ver que yo no estoy colaborando, se aparta levemente y
suspira cerrando los ojos.
—¿Has terminado? —pregunto sorprendiéndole. Se queda
callado, sin saber qué contestar, de modo que aprovecho el
momento para cogerlo desprevenido y estiro mi mano hacia su
entrepierna. Presiono con fuerza sintiendo como sus testículos
se encojen en el interior de mi puño casi cerrado y Gael suelta
un alarido de dolor que resuena en toda la cocina.
—Nunca, jamás, en tu puñetera vida, vuelvas a hacer eso,
porque te juro que si lo haces, no se te volverá a levantar ni
con tres kilos de viagra. ¿Lo has pillado o tengo que ser más
convincente? —Gael aguanta la respiración para no gritar y
aprieta los dientes con fuerza—. Asiente si lo has entendido —
mueve la cabeza de arriba abajo con vehemencia cerrando los
ojos. Le libero y me levanto tras darle un último trago a mi
taza—. Ya que estás levantado, voy a suponer que te
encuentras mejor. ¿Estoy en lo cierto? —le veo doblarse
sujetando su entrepierna con las manos y respirando de manera
agitada—. Contéstame, Gael. ¿Te encuentras mejor?
—Ahora mismo tengo un dolor de huevos impresionante —
responde con voz ahogada.
—Eso se te pasará en un rato. ¿Tienes más ropa que la que
llevas puesta? —niega con la cabeza respirando por la nariz y
soltando el aire por la boca—. ¿Identificación? —me mira de
reojo frunciendo el ceño y hace el intento de erguirse, aunque
por el rictus de sus facciones, yo diría que con mucho dolor—.
Te he preguntado si tienes identificación.
—Sí, llevaba la cartera encima cuando los hombres de Pazo
vinieron a por mí. ¿Para qué quieres mi DNI[6]?
—Nos vamos de viaje.
—¿Nos vamos?
—Sí, ¿qué parte no has entendido? Es una frase sencilla.
—La parte en la que yo voy contigo —contesta.
Da un paso hacia mí acomodándose la entrepierna.
—Tengo que irme, solo dos días, tres a lo sumo, y no me
fio de ti como para dejarte con Juan.
—¿Crees que voy a hacerle daño a tu perrito?
—En realidad, es por ti que temo. Estoy segura de que
Juanillo te metería un tiro en la frente en cuanto le tocaras un
poco las narices.
—Entonces me estás protegiendo. ¿Has decidido que vas a
ayudarme?
—He decidido que prefiero mantenerte vigilado, al menos
por el momento. Después ya veré qué hago contigo.
—¿Dónde nos vamos?
—Eso no necesitas saberlo. Pediré que te traigan algo de
ropa. Ve a ducharte o lo que sea que quieras hacer. En media
hora te espero en la puerta, listo para salir.
Me doy la vuelta y salgo de la cocina pisando con
contundencia.
—¡No he desayunado! —escucho que grita, pero no me
molesto en contestarle. Tampoco me detengo a pensar en lo
que acaba de ocurrir en la cocina. Me ha besado, otra vez.
Subo las escaleras de dos en dos y despierto a Ana antes de
meterme en mi habitación para darme una ducha de agua
caliente.
Después de salir de casa con retraso, gracias a Ana, a la que
le encanta remolonear por las mañanas, y tras aguantar las
miradas de odio que se lanzan Juan y Gael en el todoterreno de
camino al aeropuerto de La Coruña, finalmente subimos al
avión que nos va a llevar al aeropuerto Punta Raisi, en
Palermo, Sicilia, tras una larga escala en Madrid. Durante las
diez horas que dura el viaje, estoy de un pésimo humor.
Nuestros asientos están en primera clase y voy sentada
junto a Damián. Por suerte, mi guardaespaldas no es
demasiado hablador. Todo lo contrario a los dos parlanchines
que están sentados tras nosotros. Ana y Gael ríen a carcajadas
y bromean sin parar como dos chiquillos, poniéndome de los
nervios. De verdad voy a tener una conversación muy seria
con mi amiga. Una cosa es que se no le guarde rencor al
traidor, y otra completamente distinta que sea tan confiada
como para entablar una amistad con él. Si no fuese porque la
necesito conmigo en Italia, la hubiese dejado en casa. Ese es
otro de los motivos por los cuales estoy de un humor de
perros, he discutido con Juanillo de buena mañana. Mi amigo
se puso cabezota cuando supo que pensaba llevarme conmigo
a Gael de viaje. Insistió en venir también, pero a él le necesito
en Meiral de Gredos, guardando el fuerte y encargándose de
que todo vaya según lo planeado.
Al final consigo quedarme dormida y solo despierto cuando
nos traen el almuerzo. Nunca me han gustado los viajes largos,
así que solo picoteo un poco o acabaré dejándolo todo en el
minúsculo baño del avión. Para pasar el tiempo, decido
encender el mp3 y escuchar algo de música. Una selección de
rock clásico que me mantiene entretenida las siguientes horas
y también me hacen desconectar de las gilipolleces que
susurran los dos superamiguis que tengo a la espalda. Debo
quedarme dormida de nuevo, ya que cuando vuelvo a abrir los
ojos, estamos aterrizando.
Salimos del aeropuerto en un coche alquilado y vamos
directamente hacia el hotel Villa Igea, a media hora de trayecto
en coche. Al llegar ya son más de las nueve de la noche, así
que tras subir al apartamento suite que he reservado, casi no
nos queda tiempo para ducharnos antes de la cena.
La suite está dividida en cinco estancias, cuatro
habitaciones y un salón común. Cada habitación tiene su
propio baño, así que no tenemos por qué molestarnos los unos
a los otros. Siempre que vengo a Palermo, me hospedo en este
hotel, que aparte de disponer de todas las comodidades y lujos,
está ubicado en una zona preciosa junto al mar.
Tras deshacer la pequeña maleta y darme una ducha rápida,
me enfundo un vestido de satén en color morado y unos
zapatos negros de tacón. No soy mucho de vestido de gala y
maquillaje excesivo, pero esta noche tengo que estar a la altura
de la persona con la que vamos a cenar. Me he encargado de
que le hagan llegar un traje y zapatos a Gael. Él va a ser mi
acompañante esta noche. Damián vendrá con nosotros de
apoyo y Ana… Bueno, Ana probablemente acabe
marchándose en mitad de la cena y tras emborracharse, pasará
la noche con algún siciliano. Su cometido en este viaje ya ha
empezado y pronto ya no será necesaria. Podría regresar a casa
sin problema, pero mi amiga no va a desperdiciar unos días de
vacaciones de lujo a gastos pagados.
Al salir de mi habitación, ya vestida y maquillada para la
ocasión, me encuentro a Gael esperando en el salón y vestido
con un traje gris de tres piezas y corbata azul sobre una camisa
blanca. Se me queda mirando con los ojos abiertos como
platos, pero le ignoro yendo hacia mi amiga, que a estas
alturas ya habrá obrado su magia. Está sentada en el sofá
vestida con un vestido rosa fucsia que desentona totalmente
con el color azul de su pelo, pero de alguna manera le queda
espectacular. Sobre sus piernas tiene un ordenador portátil en
el que teclea a toda velocidad.
—¿Lo tienes? —pregunto mirándome al espejo que hay
junto a la puerta para comprobar de nuevo que no tengo
ningún chorretón de rímel en alguno de los parpados.
—Sí, lo primero ya lo tendrá Damián ahora mismo. No creo
que tarde en llegar, y lo segundo… —sigue tecleando sin
desviar la mirada de la pantalla unos segundos más y sonríe de
oreja a oreja—. Soy una puta máquina, chavala —se jacta
cerrando el portátil y dejándolo a un lado sobre el sofá—.
Todo listo. Mi trabajo aquí ha terminado.
—¿Todo correcto? No quiero problemas ni cabos sueltos.
—Me ofendes, hermana. Ya sabes que lo que yo hago
siempre roza la excelencia.
—¿Alguien va a explicarme qué está pasando aquí? —
habla Gael—. Me metéis en un avión y viajamos durante más
de diez horas, tengo que ducharme en tiempo record y
vestirme como si estuviese a punto de ir a una boda, y ahora
habláis en clave como si yo no estuviese presente.
—Gael, si tú no estuvieses presente, no tendríamos por qué
hablar en clave —aclaro—. No tienes por qué saber nada. Si
estás aquí es porque no quiero perderte de vista. Vamos a
cenar con alguien importante, así que quiero que te limites a
comer y callar. No me interesa tu opinión sobre ningún tema y
no estás aquí para hacer amigos. Mantén la boca cerrada y
todo irá bien.
—Qué bonito me lo pintas —murmura poniendo los ojos en
blanco.
Voy a contestarle, pero en ese momento Damián entra en la
habitación con una bolsa de gimnasio en la mano que no tarda
en abrir. Saca de ella tres pistolas 9mm Parabellum, y tres
cargadores repletos de balas para las mismas. Tras guardar la
suya a su espalda, nos tiene una a mí y otra a Ana.
—¿Yo no tengo derecho a arma? —inquiere Gael.
—Tú tienes derecho a cerrar el pico y no hacer gilipolleces
—subo levemente mi vestido para dejar mis piernas al
descubierto, coloco el arma en la funda que llevo en el muslo,
y al levantar la cabeza, compruebo que Gael tiene la mirada
fija en mis piernas desnudas—. Vista al frente —ordeno
dejando caer la falda de mi vestido.
Ana, que ha seguido el mismo ritual que yo, me indica con
un gesto de su cabeza que ya está lista, así que salimos del
apartamento los cuatro juntos. No es que pasemos demasiado
desapercibidos, especialmente porque los colores chillones que
desprende mi amiga llaman la atención de todo aquel con
quien nos cruzamos. La cojera y el ojo morado de Gael
también atraen muchas miradas, así que me resigno a intentar
llegar al restaurante del hotel lo antes posible para dejar de dar
la nota. En el comedor entramos Ana, Gael y yo. Damián se
queda en la puerta vigilándonos desde lejos.
Cuando llegamos a la mesa que nos indica el maître, Franco
Ricci ya nos está esperando. Le conozco hace un par de años y
he coincidido con él en varias ocasiones. Como buen italiano,
es muy galante y adulador y eso, junto a su espectacular físico
y un rostro digno de un dios griego, le convierte en un hombre
verdaderamente interesante.
—Bella Verónica —me saluda rodeando mi cintura con su
brazo para depositar un beso en mi mejilla—. Espero que el
viaje no haya sido muy desagradable —comenta en un español
perfecto, pero con acento italiano.
—Se nos ha hecho corto, Franco —señalo a mis
acompañantes—. Ya conoces a mi amiga Ana —le lanzo una
mirada furtiva a Gael, que frunce el ceño observando a mi
acompañante—. Este es Gael, eh… mi hermano.
El aludido clava sus ojos en mí y sonríe de medio lado.
—Adoptivo, soy su hermano adoptivo —corrige
tendiéndole su mano a Franco. Este la aprieta sin soltarme en
ningún momento—. Gael Novoa. Un placer conocerle,
señor…
—Ricci, Franco Ricci. El placer es mío —señala la mesa
dispuesta para cuatro comensales y separa la silla que hay a su
lado para que pueda sentarme. Cuando ya estoy instalada,
sigue el mismo procedimiento con Ana—. Ana, permítame
decirle lo bella que está esta noche —la lisonjea haciendo
sonreír a mi amiga.
Miro hacia Gael y veo como rueda los ojos de manera
teatral. Le fulmino con la mirada de inmediato y sonríe como
un niño pequeño que acaba de hacer una travesura.
Durante toda la cena, el peso de la conversación lo
llevamos Franco y yo. Mi colaborador, por llamarlo de alguna
manera, no cesa en su empeño de seducirme con palabras
amables e indirectas sutiles. Franco ronda los cuarenta años y
está muy bueno. No voy a decir que nunca me he acostado con
él, porque eso sería mentir descaradamente. Lo he hecho, y lo
he disfrutado. Si algo tengo muy claro es que Franco Ricci
sabe cómo tratar a una mujer, dentro y fuera de la cama.
Como ya esperaba, nada más terminar el postre, Ana
anuncia su retirada.
—Ha sido una agradable velada, pero yo me retiro —se
despide de nosotros—. La noche es joven y yo también, así
que vamos a divertirnos juntas.
—Llévate a Damián contigo —ordeno.
—Vamos, Vero, no voy a ir por ahí con niñera —se queja.
—Ana, esto no es discutible —reitero alzando una ceja en
su dirección.
—Te odio, pero te quiero —refunfuña tras hacer una mueca
de disgusto—. Gael, ¿te vienes?
Mi hermano adoptivo que cumpliendo a rajatabla mis
órdenes, se ha mantenido en silencio durante toda la cena, nos
mira a Franco y a mí de hito en hito, frunce nuevamente el
ceño y niega con la cabeza.
—Me quedo —contesta.
—No, tú te vas —ordeno en tono suave y amable. No
quiero que Franco se dé cuenta de que Gael es un problema
para mí.
—Prefiero quedarme —insiste sin dejar de sonreír.
—No te lo estoy preguntando, Gael. He dicho que te vas —
siseo.
Tras reír sarcásticamente, se encarama sobre la mesa para
acercar su cara a la mía y me mira directamente a los ojos.
—Puede que estés acostumbrada a dar órdenes a diestro y
siniestro y que todo el mundo las acate como buenos perritos
falderos, pero yo no soy tu mono de feria, Princesa —se echa
hacia atrás y vuelve a acomodarse en su silla—. He dicho que
me quedo.
Veo como Ana coloca una mano sobre su boca para detener
una carcajada y como Franco nos mira a uno y a otro
alucinado. ¡La madre que lo parió! Este tío se está ganando
otro jodido balazo. Sonrío para tranquilizar a Franco y pongo
mi mano sobre la suya.
—Creo que ha llegado el momento de retirarme —anuncio.
Su sonrisa se esfuma de inmediato.
—Aún es pronto, Bella —insiste.
—Quedamos mañana para comer solos tú y yo y seguimos
con nuestra charla, ¿te parece? —eso parece agradarle, ya que
asiente y retira mi silla ayudándome a levantarme de manera
caballerosa.
Me jode tener que darle plantón mañana. No era de esta
forma como quería que acabaran las cosas, pero al fin y al
cabo, Franco solo ha sido mi distracción esta noche. La
pantalla que yo he querido mostrar como señuelo. Es una
putada, pero así son las cosas en el mundo en el que vivo.
Tras despedirnos, subo a la habitación seguida por Gael.
Ana ha aprovechado para escabullirse partiéndose de risa.
Mañana me va a escuchar la loca esa. Me gustaría saber de
parte de quién está. Nada más entrar en el apartamento, tiro mi
bolso sobre el sofá y me giro hacia Gael con cara de perro
rabioso. Ahora mismo sería capaz de asfixiarlo hasta la
muerte.
—Vale, antes de que te vuelvas loca… —empieza diciendo,
pero ni siquiera dejo que termine la frase.
—¿¡Qué puta parte de “cierra la maldita bocaza” no has
entendido?! ¡¿Se puede saber a qué coño ha venido la escenita
de ahí abajo?! ¡Se supone que iba a hablar de negocios con
Franco, por eso te dije que te largaras, imbécil!
—¡¿De negocios?! —grita sorprendiéndome—. ¡¿Cuándo
ibas a hablar de negocios?! ¡¿Mientras te follaba?!
—¡No! Probablemente antes, o después, depende de las
veces que me follara —contesto.
—Joder. ¿Así es cómo haces tú negocios, Verónica?
¿Tirándote a tus contactos? Menuda nueva generación de
narcos —suelta una risa sarcástica y se pasa la mano por el
pelo en un gesto de frustración.
—¡¿De verdad vas a decirme tú cómo tengo que llevar mi
negocio?!
—¡Sí! ¡Te recuerdo que tú aún te cagabas encima y yo ya
estaba moviendo toneladas de mercancía por todo el jodido
mundo!
—¡Y ya vi cómo terminó la cosa! Todos en la cárcel o
muertos. ¡Está claro que supiste hacer tu trabajo de puta
madre, chaval!
—¿Sabes? No recuerdo nunca haber visto a tu padre
follarse a un contacto para conseguir lo que quería —alcanzo
la pistola que llevo en el muslo y la levanto para apuntarle con
ella, pero antes de que pueda hacerlo, su mano se cruza en mi
camino y consigue arrebatarme el arma—. No voy a dejar que
vuelvas a dispararme, Princesa. Una vez te la paso, pero la
segunda te la devuelvo —me amenaza, soltando el cargador
del arma y lanzándola sobre el sofá.
—Hijo de puta —mascullo yendo hacia él dispuesta a darle
un puñetazo, pero antes de que pueda llegar a él, se abalanza
sobre mí arrinconándome contra la pared y pega su boca a la
mía con violencia.
Intento resistirme, juro que lo hago, pero la forma en la que
sus labios se mueven sobre los míos, saboreándolos como si se
tratara del más dulce de los manjares, acaba con el poco
autocontrol que me quedaba. Con un suspiro, abro mi boca
dejando paso a su lengua, que no tarda en enredarse en la mía.
Sus manos se anclan en mi cintura mientras nuestros dientes
chocan con violencia y enredo mis dedos entre el pelo de su
nuca tirando de él. No sé si para apartarlo de mí o para
acercarlo aún más.
—Joder, esto es mejor de lo que imaginaba —susurra
contra mi boca mientras sus manos bajan por mis muslos
tirando de la tela de mi vestido hacia arriba—. Llevo soñando
con esto diez jodidos años —sus últimas palabras penetran en
mi embotada mente dejándome paralizada. Diez años, hace
diez años, cuando me besó, justo después de traicionar a mi
familia, a su propia familia—. ¿Qué pasa, Vero? —se aparta de
mí unos centímetros y me doy cuenta del momento justo en el
que el percibe lo que estoy a punto de hacer.
Con un movimiento rápido, alzo mi rodilla, que impacta
directamente en su entrepierna doblándolo de dolor por la
mitad. Respiro hondo y me alejo de él, que arrodillado en el
suelo, gime de dolor. Echo mi pelo hacia atrás intentando
serenarme y me cruzo de brazos sintiendo como la furia hierve
en mi interior.
—¿Sabes, Gael? Empiezo a pensar que eres un puto
suicida. Este es tu último aviso, y considérate un hombre
afortunado por recibirlo. ¡Un solo paso en falso más y te juro
por la memoria de mi padre que acabarás con la boca abierta
en el jodido fondo del mar.
Tras mi discurso, recojo el cargador y mi pistola y entro en
mi habitación cerrando de un portazo.
Valores
Me levanto ya vestida y lista para salir cuando escucho voces
en el salón. Entre todo lo que dormí ayer en el avión y la
escenita de anoche, no he podido pegar ojo. He intentado no
pensar en ese beso, o besos más bien, ni en lo que me hicieron
sentir. Esa es una puerta que ni estoy, ni creo que estaré
preparada para abrir jamás.
—Buenos días —hablo sentándome frente a la mesa, donde
mis tres compañeros de viaje están desayunando. Ignoro
deliberadamente a Gael no dirigiéndole ni una sola mirada y
me fijo en el aspecto de mi amiga—. ¿No estás demasiado
sonriente hoy? Creí que amanecerías con una resaca de mil
narices.
—Pues no, amiga mía —aclara ampliando su sonrisa
mientras unta mermelada en un trozo de pan tostado—.
Resulta que estoy de muy buen humor. Hace un día precioso
de verano, estamos en Italia, la cuna de los hombres guapos, y
anoche eché el polvo de mi vida. Tengo muchos motivos para
sonreír.
—¿Qué le pasa a esta? —pregunto a Damián—. ¿Anoche
se pasó con el polvo? Aunque más bien parece haber esnifado
polvo de hadas. En el momento en que empiece a estornudar
confeti, salimos huyendo.
Consigo que ocurra algo muy inusual, y es que Damián ría
y niegue con la cabeza. Eso sí, no dice ni una sola palabra,
para no variar.
—Muy graciosa —señala Ana—. Sin embargo a ti te veo
hecha polvo. ¿Anoche no dormiste bien? Tienes un aspecto
horrible.
—No he podido pegar ojo. Las siestas que me eché ayer en
el avión me despejaron por completo.
—Ya, te estabas preparando para pasar la noche en vela con
tu italiano favorito, pero aquí tu querido hermanito te jodió los
planes —se burla.
Miro de reojo a Gael y veo como sonríe de medio lado,
como si estuviese muy satisfecho por haber logrado su hazaña.
—En realidad, no lo he dado por perdido —informo
dándole un trago a mi taza de café—. He quedado con él en
media hora —me levanto bajo la mirada estupefacta de mi
amiga y el ceño fruncido de Gael.
—¡Woow! ¡Esa es mi chica! —ríe Ana—. Te hace falta
darle un poco de caña a ese cuerpito que Dios te ha dado.
—No creo que vuelva tarde. ¿Puedes encargarte del vuelo
de vuelta a casa? —asiente—. Por favor, nada de vuelos
comerciales. Si tengo que aguantar otro viajecito de diez
horas, me da algo.
—Me encargaré de que un jet nos esté esperando en el
aeropuerto. ¿Para qué hora?
Miro mi reloj antes de contestar a su pregunta. Son las diez
de la mañana, contando con que me lleve tres horas cerrar el
negocio que tengo entre manos y después comer con mi
acompañante, a las tres de la tarde ya debería estar de vuelta.
—Sobre las cinco está bien. ¿Qué tal va tu tarea como
acosadora?
—Todo tranquilo. El tío estará muy bueno, pero es aburrido
de cojones. Va de casa al trabajo y del trabajo a casa.
—Eso es bueno. No le pierdas la pista y estate atenta a
todos sus movimientos —vuelvo a mirar mi reloj—. ¿Has
terminado, Damián? —este asiente y se levanta rápidamente
—. Pórtate bien, Anita, y no te retrases.
—No lo haré. Voy a pasar la mañana en la piscina del hotel.
¿Te quedas conmigo, Gael o prefieres arruinarle otro polvo a
Vero? —pregunta con maldad.
Gael me mira a mí y sonríe negando con la cabeza.
—Creo que tienes razón. Le vendrá bien darle un poco de
alegría al cuerpo, a ver si se le quita la cara de amargada que
lleva siempre —su sonrisa se convierte en una dulce y amable
—. Que lo pases bien, Princesa.
—Lo haré —aseguro recogiendo mi móvil y la tarjeta de la
habitación, antes de salir de la estancia seguida por Damián.
Al regresar al hotel, mi humor ha mejorado
considerablemente. Me siento totalmente satisfecha, no por lo
que se supone que debería estar, pero sí por tener la certeza de
haber cerrado un gran negocio. Eso es lo que he venido a hacer
aquí.
Entro en la habitación y encuentro a Gael y a Ana sentados
en el sofá riendo a carcajadas por un video que están viendo en
el portátil de mi amiga.
—Hola —saluda esta, deteniendo la imagen y levantándose
—. ¿Qué tal ha ido?
—Perfecto —contesto sonriendo de oreja a oreja. Gael
suelta una carcajada atrayendo la mirada de los demás,
incluida la mía—. ¿Nos cuentas el chiste y así reímos todos?
—solicito alzando una ceja en su dirección.
—No, es que la forma en que has contestado… Me
esperaba otra cosa. Verte llegar con la cara luminosa y una
sonrisa radiante… Ya sabes, la típica cara de bien follada que
os queda a las mujeres tras un buen polvo. Eso me hace
suponer que el italianito no estuvo a la altura de tus
expectativas.
—¿Qué te hace pensar que te voy a dar detalles sobre mi
vida sexual?
—Oye, ¿pero de verdad tienes de eso? Nadie lo diría por la
mala leche que te gastas.
Ana y Damián miran a uno y a otro como si estuviesen
presenciando un partido de tenis.
—Hombre, no soy de las que se juegan el pellejo por echar
un polvo. Sinceramente, tampoco lo necesito.
—¿Qué es lo que no necesitas? ¿Jugarte el pellejo o el
polvo? Porque si me permites opinar, creo que lo segundo te
vendría muy bien para los nervios.
—Mis nervios están perfectamente, siempre y cuando no
estés tú dando por saco —empiezo a cabrearme y eso es algo
que se hace notorio en mi tono de voz.
—Tranquila, Princesa. No es necesario que te exaltes. Es
algo más habitual de lo que crees. No todas las mujeres
consiguen alcanzar el clímax durante las relaciones sexuales.
Deberías probar a cambiar de compañero, quizá te iría mejor.
—Gracias por el consejo que nadie te ha pedido, pero no tengo
ningún tipo de problema en ese ámbito. Según lo que tú
mismo insinuaste anoche, yo consigo cerrar negocios a base de
abrirme de piernas, ¿no? Pues fíjate, mi vida laboral va viento
en popa.
—¿Yo insinué eso? ¿Cuándo? ¿Antes o después de que me
patearas las pelotas?
—Antes, después solo gemiste de dolor y casi te echas a
llorar como un bebé.
—Qué curioso, juraría que también te escuché gemir a ti.
Quizás fue antes, cuando dices que hice esas insinuaciones tan
maliciosas. Ya sabes, cuando te tenía arrinconada contra la
pared y te estaba comiendo la boca.
—¡¿Qué?! —la exclamación de Ana resuena en toda la
estancia—. Espera, vosotros dos… Anoche… ¡¿Qué?! —
repite de manera incrédula.
Asesino con la mirada al capullo malnacido que me sonríe
como si no hubiese roto un plato y bufo de pura rabia.
—Esta conversación se ha terminado. Nos vamos a casa.
—¿Cómo que se ha terminado? No puedes dejarme con la
duda —insiste mi amiga.
—Ana, nos vamos. ¡Ahora! —ordeno.
Sabiendo que ahora mismo no estoy para juegos, toma la
mejor decisión, que es cerrar el pico y recoger sus cosas para
que podamos marcharnos.
Durante las menos de dos horas que dura el trayecto de
vuelta a casa en jet, el silencio se apodera de todos nosotros.
Mi humor que durante la mañana era bastante bueno, ha caído
en picado tras la pequeña batalla verbal que hemos
protagonizado Gael y yo.
Tras aterrizar, vamos directamente de vuelta a casa. Yo voy
delante en el coche, junto a Damián que es quien conduce. En
el asiento trasero, Ana y Gael miran por sus respectivas
ventanillas sin abrir la boca en ningún momento.
Nada más entrar, voy directamente hacia mi despacho y
extiendo los planos sobre el escritorio. Juanillo no tarda ni
veinte segundo en seguirme.
—¿Qué tal ha ido? —pregunta cerrando la puerta para que
nadie nos moleste.
—Perfecto. Mira esto, Juan. Es precioso —señalo los
dibujos que hay sobre los planos y este sonríe echándole un
vistazo.
—¿Lo has visto?
—Sí, y he estado en su interior. Es realmente espectacular.
No demasiado grande, pero eso es un punto a favor. Puede
pasar desapercibido con facilidad.
—Entonces es un hecho, ¿no? —asiento realmente
entusiasmada—. ¿Cuánto nos va a costar?
—He conseguido llegar a un acuerdo. Un millón y medio
en mercancía.
—Eso es un pico —señala frotándose la barbilla.
—Vale la pena. Además, no estamos hablando de algo para
un solo uso como suele ser habitual. Está hecho con muy
buenos materiales, y sobre todo, es muy fiable. Quiero
prevenir posibles accidentes.
—Esto es genial. Tenemos que celebrarlo, Princesa. ¿Nos
vamos esta noche al bar de Genaro?
—Sí, es una gran idea. Seguro que Ana, Damián y César
también se apuntan.
—Y Gael —menciona mi amigo frunciendo el ceño—. ¿A
él también lo vas a invitar?
—No pienso perderlo de vista, eso seguro.
Se frota la mandíbula mientras le escucho resoplar.
—Vero, entiendo lo que estás haciendo, pero creo que es
muy arriesgado. Joder, si no quieres matarlo, simplemente dale
una patada en el culo y que se largue de una vez.
—Mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos aún más —
cito mientras guardo los planos en la caja de seguridad.
—¿Cómo de cerca? Sabes de lo que es capaz. Ese tío ya
nos arruinó la vida una vez, no dejes que lo vuelva a hacer.
—Lo siento, Juanillo. De verdad que sí. Sé que esto es
difícil para ti, pero por ahora, necesito mantenerlo controlado.
Es algo temporal. En cuanto llevemos a cabo la gran
operación, yo misma lo dejaré en cualquier lugar del mundo
sin dinero ni pasaporte.
—Espero que para entonces no sea demasiado tarde —
murmura.
—Todo va a estar bien. He tenido una idea. ¿Qué tal si en
vez de salir de fiesta, traemos la fiesta a casa? Una peli,
palomitas, y ponemos a Anita de barman haciendo esos
cócteles horribles que dejan una resaca de narices.
—Suena bien —sonríe rodeando mis hombros con su brazo
y salimos del despacho charlando como los buenos amigos que
somos. A pesar de nuestras diferencias, siempre nos acabamos
entendiendo.
Esa noche acabamos cenando pizza sentados todos frente al
televisor del salón, unos en el sofá y otros en el suelo mientras
veíamos una peli mala de los ochenta. Tras la sesión de cine,
Ana preparó unas bombas alcohólicas que se suponían que
eran mojitos, y eso junto a la música a todo volumen que se
encargó de poner, la velada se nos pasó volando. Siempre lo
pasamos genial cuando hacemos cosas así. En esos momentos
no hay preocupaciones ni problemas, incluso Damián y César
bailaron y rieron dejando atrás sus poses serias de matones. En
cierto momento de la noche, cuando ya la mitad de mi sangre
se había evaporado por la cantidad de alcohol que corría por
mis venas, Ana tuvo la brillante idea de subir a bailar sobre la
mesa del comedor, y yo, como buena amiga, no iba a permitir
que hiciera el ridículo sola, así que me subí con ella. ¿Qué
sacamos de esa locura? Yo me tengo que comprar una nueva
mesa, y Ana un moratón en el culo por haberse pegado un
leñazo cuando la madera cedió haciéndose pedazos. Pero las
risas que nos echamos… esas no nos las quita nadie.
Gael estuvo con nosotros en todo momento, incluso llegó a
bailar con Ana tras mucha insistencia por parte de mi amiga,
pero no bebió demasiado ni participó en nuestras bromas y
juegos. Solo se quedó en una esquina, bebiendo de su copa a
pequeños sorbos y observando, especialmente a mí. Cada vez
que lo miraba estaba con sus ojos pegados a alguna parte de
mi cuerpo, y esa parte no siempre era mi cara.
—Buenos días —murmuro sentándome frente a la mesa
donde todos están ya desayunando. Miro hacia Ana que tiene
toda la cara de los pies de otro y sonrío de manera ladina—.
Anita, no te veo yo muy animada esta mañana. ¿Dónde está
toda esa energía que te sobraba ayer?
—Te odio —refunfuña revolviendo con el tenedor la fruta
que hay en su plato mientras se sujeta la cabeza con la otra
mano—. ¿Por qué yo tengo una resaca monumental, y tú sin
embargo, estás más fresca que una rosa?
—Porque yo bebo, pero no me paso de rosca como tú. Por
cierto, ¿qué tal tienes el culo? Menuda leche te pegaste —
agacho la cabeza empezando a reír al recordarlo y desatando
las risas de los demás.
—Vosotros reíros, mamones. Tengo el culo como un
mapamundi —empezamos a reír a carcajadas y finalmente,
Ana se contagia de nuestra risa.
—Vale, cinco minutos y nos vamos, Damián —informo
cuando ya he terminado de desayunar—. Juan, encárgate tú de
que todo vaya como es debido con lo de… —miro de reojo a
Gael antes de seguir hablando—. Verifica personalmente que
los camiones sean cargados.
—Entendido —contesta poniéndose en pie—. Vamos,
César.
Los dos se marchan rápidamente y Ana también se levanta,
haciendo muecas de dolor y tocándose el trasero.
—Yo voy a seguir con mi trabajo de acosadora —informa
—. He intentado conseguir los informes que me pediste, pero
aún no los han subido a la base de datos.
—Está bien. Mantente atenta y cuando lo hagan…
—Los birlo. Entendido, jefa.
—¿Y yo qué hago? —pregunta Gael.
—Tú te quedas aquí con Ana, muy quietecito y sin armar
jaleo.
—Eh… Vero, yo tengo trabajo que hacer —dice mi amiga
mirando de reojo a Gael—. Si quieres que siga acosando a
quien tú ya sabes…
—¡Vale, joder! Me estáis volviendo loco con tanto hablar
en clave. Si eso me voy a otro lado para que podáis hablar y
cuando decidáis qué hacer conmigo me lo hacéis saber —se
queja.
—No hace falta —suspiro echándome el pelo hacia atrás
con los dedos—. Vienes conmigo.
—¿Pero no vas a hablar con Rivera? —inquiere Ana.
—Rivera, ¿el alcalde de Meiral de Gredos? —pregunta
Gael.
—Sí. Para no haber estado por aquí los últimos diez años,
estás muy informado, ¿no, Gael?
—No voy a entrar en eso, Verónica. Sé quién es el puto
alcalde del lugar donde nací y crecí. Creo que es no es nada
raro o descabellado. Si quieres acusarme de algo, mejor busca
otra cosa.
—Vale, si ya vais a empezar a discutir, yo mejor me voy a
mi madriguera —señala mi amiga.
—Sin discusiones. Nos vamos —decreto haciéndole un
gesto con la cabeza a Damián para que me siga.
Salimos de casa en el todoterreno y vamos directamente
hacia la casa del alcalde Rivera. Nos recibe en su jardín
privado con una sonrisa que desaparece en el instante en que
reconoce a mi acompañante.
—Gael Novoa —murmura mirándole de reojo—, esto sí es
una sorpresa. Verónica, no me dijiste que tu hermano estaba en
la ciudad.
Damián se ha quedado en el coche, ya que aquí no
corremos ningún tipo de peligro.
—Bueno, para mí también fue una sorpresa. ¿Nos
sentamos?
Rivera señala una mesa redonda con cuatro sillas, y Gael y
yo tomamos asiento.
—¿A qué debo esta agradable visita? —inquiere el alcalde,
después de que una de sus empleadas domésticas nos traiga
unos refrescos para paliar el intenso calor.
—Nada en especial. Solo he querido venir a visitar a un
amigo.
—Verónica, tus visitas nunca son fortuitas. ¿En qué puedo
ayudarte?
—Me conoces demasiado bien, Rivera —señalo sacando un
paquete de cigarrillos de mi bolsillo y encendiendo uno a
continuación—. Pronto voy a montar una pequeña fiesta en la
playa y necesito un permiso del ayuntamiento para llevarla a
cabo.
—¿Una fiesta muy multitudinaria? —pregunta.
—No, solo unos cuantos amigos. Es más, ni siquiera va a
ser necesaria la presencia de la policía municipal. Yo misma
puedo hacerme cargo de la seguridad de mis invitados.
—Verás, eh… Hay cosas que yo no puedo controlar y…
—¿En serio? Eres el alcalde. Creí que no habría nada en
Meiral de Gredos que tú no tuvieses bajo control. Si de verdad
no puedes controlarlo, debería plantearme cambiar mi voto a
la oposición en las siguientes elecciones.
Veo como traga saliva con fuerza y sonríe de manera
forzada.
—No hay nada que se me escape, Verónica. Te conseguiré
los permisos necesarios en cuanto presentes la solicitud
correspondiente.
—Te la haré llegar en los próximos días. Pero cuéntame,
¿cómo va la campaña? He escuchado que vas muy bien en los
sondeos.
—Sí, si todo sale como esperamos, ganaremos de nuevo
por mayoría absoluta.
—Eso es fantástico. Meiral está en su mejor momento de
los últimos años. Prosperamos, hay trabajo, y las cuentas del
ayuntamiento están a rebosar. Está claro que tu gobierno está
haciendo un muy buen trabajo.
Charlamos de cosas banales durante un rato más hasta que
llega el momento de despedirnos. Volvemos a casa y Juanillo
me informa que todo está preparado para que esta noche se
carguen los camiones que van hacia Austria. Él personalmente
va a estar allí cuando los buzos recojan la mercancía que
tenemos fondeada[7] en las bateas. Ese es nuestro gran
almacén. Unos cuantos fardos sujetos con cuerdas en muchas
de las bateas que están desperdigadas por toda la ría. Ahora
mismo nuestro almacén está bajo mínimos. Por eso nos urge
recibir ese cargamento.
Me encierro en mi despacho y Gael no tarda en entrar. Se
pasea con lentitud de un lado a otro, observando cada detalle
de la estancia minuciosamente.
—Has hecho muchos cambios en la casa —murmura
deslizando la palma de su mano sobre la madera de mi
escritorio.
—Antes de nada, aprende a llamar a la puerta. Son reglas
básicas de educación, Gael. Si hay una puerta cerrada, tocas y
esperas a que te den permiso para entrar. Y respecto a tu
observación, sí, he hecho cambios porque la policía dejó todo
destrozado tras la redada. Cuando volví de Inglaterra, esto era
una casa abandonada.
—¿Con qué dinero la reformaste? —pregunta alzando una
ceja. Al no recibir contestación por mi parte, sonríe de medio
lado—. Tu padre te dijo donde había enterrado el dinero,
¿verdad? Yo también lo sabía. Antes de marcharme cogí un
poco. Espero que no te moleste. Se suponía que ese dinero era
para los dos.
—Eso dices tú, yo no lo sé.
—Ya, no te fías un pelo de mí. Aunque me llevas contigo
para que vea como intimidas al alcalde. ¿Qué fue eso? ¿Una
demostración de poder?
—Yo no he intimidado a nadie.
—Por supuesto. Solo has pedido permiso para hacer una
fiesta en la playa. Una fiesta sin policías municipales. Apuesto
a que también tienes a alguien en nómina en la Guardia
Civil[8]. ¿Un teniente? —me echo hacia atrás en mi sillón y
cruzo las manos frente a mi boca escuchándole atentamente—.
No, un comandante. Tú no te conformarías con menos.
Respecto a nuestro amigo Rivera… Por tu comentario sobre
darle tu voto a la oposición, voy a suponer que usas el mismo
recurso que tu padre usaba en su momento. Todos tus
empleados reciben un extra en su nómina el mes de las
elecciones a cambio de votar a quien tú desees. De esa forma
te aseguras de que el alcalde siempre esté de tu parte. Al fin y
al cabo, eres tú quien le regala el puesto —vuelve a hacer ese
movimiento con su ceja—. Si voy mal puedes corregirme,
Princesa.
—No tengo nada que restar ni que añadir. Lo que sí te
agradecería, y te lo digo de este modo porque ya me estoy
cansando de amenazarte y que te lo pases por el forro de los
huevos, es que dejes de mencionar a mi padre de una puta vez.
Tú no tienes derecho ni a pensar en él.
—No puedes evitar eso, Verónica. Yo quería a tu padre
como si fuese el mío propio. Él me enseñó todo lo que sé,
sobre todo, en esta vida. A ti te dejó esta casa, las
infraestructuras de la empresa, y una gran suma de dinero. A
mí me dio las herramientas necesarias para salir adelante por
mí mismo, me dejó muchas enseñanzas y valores.
—¿Valores? No tienes vergüenza, ¿verdad? —me levanto
como un resorte sintiendo como la furia hierve en mi interior
—. ¡¿Qué valores te enseñó?! ¡¿Cómo traicionar a tu familia?!
¡¿Cómo salir huyendo con el rabo entre las piernas cuando
todo se pone feo?! ¡Dudo mucho que esas fueran las
enseñanzas de mi padre!
—¡Por enésima vez, yo no le traicioné, joder! —vocifera.
—Entonces, ¿cómo explicas que solo tú salieras indemne
de toda esa operación policial? —resopla pasándose la mano
por el pelo y niega con la cabeza—. ¡Vamos, Gael! Por una
puta vez en tu vida, di la verdad. Dime cómo hiciste para no ir
a la cárcel. O mejor aún, explícame cómo supiste ese día que
la policía estaba a punto de llegar.
—Yo, no… No puedo, Vero —susurra negando con la
cabeza.
—No puedes —me siento sobre el borde de la mesa y cruzo
los brazos frente a mi pecho—. Claro que no puedes. Yo
busqué esas explicaciones, ¿sabes? Durante dos años, en esa
mierda de internado en el que me encerraron, no podía dejar
de pensar en mil y una excusas para tu actitud. Llegaste justo
antes de que llegara la policía, así que pensé que quizás
Quiroga te había informado de lo que estaba pasando, que ya
habrían ido a su casa también. Me negaba a creer que tú
hubieras caído tan bajo. Pero mi bonita teoría de exculpación,
se vino abajo en cuanto tuve en mis manos el informe policial
de las redadas de esa noche. Operación mejillón, así lo
denominaron. En ese informe detallaba concienzudamente
como se llevaron a cabo las tres redadas y por qué. La primera
casa en la que entraron fue en la de los Pazo. Por eso Antón
Pazo vino directamente aquí cuando se enteró de lo que estaba
pasando. Y hubiese seguido creyendo en mi teoría si el
segundo en recibir la visita de la policía hubiese sido Quiroga,
pero resulta que ellos fueron los últimos. Entonces, ¿cómo
explicas que tú supieses con antelación que iban a venir?
Porque lo sabías. Intentaste sacarme de la casa antes de que
llegaran, pero Pazo llegó a arruinar tu plan de fuga —sonrío de
manera cínica—. Oye, que te agradezco mucho que pensaras
en mí en un momento como ese, de verdad. Siempre he tenido
la curiosidad de saber por qué insistías en que me marchara
contigo, y después le dijiste a Juanillo que me sacara de allí.
—Vero, déjalo ya, por favor —sisea apretando los puños y
la mandíbula.
Sonrío al ver que está intentando contenerse. Quizás esta
sea la oportunidad de seguir presionándole un poco para que
confiese la verdad de una vez por todas.
—Vamos, Gael. Solo estamos charlando. ¿Sabes qué más
ponía en ese informe? Que la operación se había llevado a
cabo gracias a un informante, miembro de uno de los clanes,
específicamente del clan Novoa. Un informante que había
hecho un acuerdo con la policía. ¿Te suena de algo?
—Verónica, detente. No sabes de lo que estás hablando.
—¡Pues explícamelo, joder! —bramo arrastrando con mi
brazo todo lo que hay sobre el escritorio. Saco el arma de mi
espalda y le apunto directamente a la cabeza—. ¿Sabes qué?
Ya me he cansado de jueguecitos. Ahora mismo vas a confesar
lo que hiciste. ¡Vas a relatar cómo destrozaste a tu propia
familia! ¡Él confiaba en ti, te dio su apellido, su cariño!
¡¿Cómo pudiste traicionarnos de esta manera?!
—Vero, baja el arma. Estás nerviosa y puedes hacer una
tontería —pide estirando las manos hacia delante para dar más
énfasis a sus palabras.
—¡¿Tontería?! ¡No, Gael! Si te mato, estaré haciendo lo
que debí hacer en el momento justo en el que volviste a
aparecer en mi vida.
—¡Verónica, maldita sea, baja la puta pistola!
—¡¿Por qué lo hiciste?! —grito.
—¡Yo no lo hice, hostia! —brama.
—¡Última oportunidad! —tiro del gatillo superior hacia
atrás, cargando el arma—. ¡Habla! ¡¿Por qué lo traicionaste?!
—¡No fui yo quien hablo con la policía, fue tu padre! ¡Fue
él quien hizo el trato, joder!
Bajo la pistola sin poder creer ni una sola de sus palabras.
Eso no tiene ningún sentido. ¿Por qué haría mi padre algo así?
Él habría dado su vida para proteger a su gente. Jamás lo
hubiese delatado.
Palabra
Me deja tan descolocada con su contestación, que ni siquiera
consigo reaccionar cuando le veo acercarse a mí a toda prisa.
Al intentar alzar el arma de nuevo, él ya la tiene sujeta y me la
arrebata de la mano de un tirón.
—¡Verónica, tienes que dejar de apuntarme con pistolas,
joder! —grita pasándose la mano por el pelo, frustrado.
—Mientes —siseo mirándole con odio—. Lo que acabas de
decir es todo mentira. Mi padre nunca haría algo así, él no
traicionaría a su pueblo, a su gente, a su familia.
—No te estoy mintiendo, Princesa —replica. Respira hondo
y me lanza una sonrisa triste—. Él me pidió que no te lo dijera.
Me hizo prometerle que jamás te ibas a enterar de esto.
—¡Eres un puto mentiroso! ¡¿Ahora intentas ensuciar su
memoria llamándole chivato?! ¡Mi padre murió en mitad de un
puto interrogatorio para no delatar a su gente! ¡¿Cómo te
atreves a acusarle de algo así?!
—¡Porque él mismo me lo dijo! Yo no supe nada hasta media
hora antes de que te interceptara a la salida de la casa. Tu
padre fue el que me dijo que te sacara de aquí porque la policía
estaba a punto de llegar.
—¡Eso es imposible! —grito sujetándome la cabeza con
ambas manos.
—Lo del CNI se supone que no tendría que haber pasado.
Yo no lo supe hasta que tú me lo dijiste, aunque debí
suponerlo, ellos rompieron el trato adelantando el operativo e
irrumpiendo en las casas e instalaciones de los clanes antes lo
esperado. Tu padre quería hacer las cosas bien. Salvó a todos
los que pudo. La mayoría de sus hombres no fueron
implicados. Solo los más allegados de las tres familias.
—Menos tú, ¿verdad? ¡Qué jodida casualidad!
—Hace un momento dijiste que tu padre no sería capaz de
traicionar a su gente, y estoy de acuerdo contigo, pero con dos
excepciones, salvarte a ti, o salvarme a mí. Solo nosotros dos
éramos más importantes para él que el resto de su gente. Por
eso habló con la policía. Pazo se estaba pasando de la raya. Lo
tenían controlado, esperando que diese el siguiente paso en
falso para ir a por él. Sabes cómo son los Pazo, Vero. No
conocen el término discreción. Con ellos arrastrarían a los
otros dos clanes. Solo era cuestión de tiempo que pasara. Tu
padre fue listo. Le ofreció a la policía el mayor botín de la
historia del narcotráfico, tres capos y sus respectivos hombres
de confianza, pero a cambio, tenían que excluir a todos los
trabajadores de bajo rango, los de la base de la pirámide, y
también a mí.
—No puede ser —susurro notando como mis ojos se llenan
de lágrimas. ¿Será verdad? Su mirada me dice que está siendo
totalmente sincero, pero ya no sé si fiarme de mi instinto,
quizás solo estoy viendo lo que quiero ver—. Si fue así como
dices y mi padre hizo un acuerdo con ellos, ¿por qué le
torturaron?
—No lo sé. Supongo que una vez lo tuvieron bajo su
custodia, pensaron que podrían sacarle más información.
Quizás estaban intentando que delatara a su proveedor o a sus
clientes. ¡Te juro que no tengo ni idea, Vero! Yo solo sé lo que
él me contó. Me dijo que te llevara lejos y dejase atrás toda
esta mierda, que tú y yo nos merecíamos algo mucho mejor
que vivir siempre mirando sobre nuestros hombros.
—Mientes —susurro para mí misma—. Mientes, mientes,
mientes —niego con la cabeza de manera contundente
sintiendo como se me corta la respiración. No sé qué pensar,
no sé qué creer. ¡Me ahogo!—. ¡Mientes!
—Verónica, ¿te encuentras bien? —pregunta al ver que
tengo dificultad para respirar. Intenta tocarme, pero me aparto
empujándole con fuerza—. Vale, tranquila. Respira hondo,
Princesa. Me estás asustando.
Intento coger aire por la nariz y expulsarlo por la boca,
grandes bocanadas. Siento como todo mi cuerpo tiembla sin
control, y hace tiempo que he perdido la batalla contra el
llanto, pero me niego a que nadie me vea llorar, y mucho
menos él.
En cuanto consigo acompasar medianamente mi
respiración, salgo corriendo del despacho escuchando como
Gael me llama a gritos mientras sus pasos resuenan a mi
espalda. No me detengo, sigo corriendo todo lo rápido que mis
piernas me lo permiten, salgo de la casa y corro aún más
rápido hacia al garaje.
Lo primero que se me ocurre es coger uno de los coches,
pero necesito algo más rápido, algo que me obligue a
concentrarme para no seguir pensando, así que me subo de un
salto a la antigua moto de Gael, que he utilizado en algunas
ocasiones, me pongo el casco, y salgo del garaje quemando
rueda.
Conduzco a toda velocidad por la ciudad, sin tan siquiera
prestar atención de a dónde me dirijo. Supongo que no debería
extrañarme acabar en lo alto de la montaña. Siempre vengo al
mirador cuando necesito estar sola y pensar.
Detengo el motor y bajo de la moto dejando el casco sobre
el depósito. Mi cabeza se ha convertido en un maldito
hervidero de pensamientos y emociones. ¿Será verdad lo que
ha dicho Gael? ¿Mi padre fue el chivato? Y más importante
aún, ¿quiero que sea verdad? De esa manera podría volver a
confiar en Gael, él sería inocente y quizás… Resoplo de nuevo
abrazando mis rodillas con los brazos sentada sobre la gran
roca que hay justo ante el precipicio. Ninguna de las dos
opciones es satisfactoria para mí. Si lo que dice Gael es
verdad, mi padre fue un traidor que vendió a su gente, pero si
no dice la verdad, eso significa que yo tenía razón y el traidor
siempre ha sido él.
Las horas van pasando y veo como el sol se esconde bajo el
mar en el horizonte. No sé ni cuánto tiempo llevo aquí, perdida
en mis propios pensamientos. Escucho el sonido de un motor y
segundos después un coche se detiene junto a la moto. Yo
estoy de espaldas mirando hacia al mar, así que no puedo ver
quién es, pero lo imagino. Mis sospechas se confirman cuando
escucho la voz de Gael.
—La he encontrado —afirma—. Sí, yo me encargo —al no
escuchar a nadie más, deduzco que habla por teléfono—.
Junior, no me toques las pelotas. He dicho que yo me encargo
—sentencia de malos modos. Le escucho bufar con fuerza y el
sonido de sus pisadas acercándose a mí—. Princesa, llevamos
horas buscándote. ¿Estás bien? —pone su mano sobre mi
brazo desnudo y yo me aparto inmediatamente—. Joder, Vero,
estás helada —unos segundos después siento el peso de una
chaqueta sobre mis hombros, supongo que la suya propia.
Intento rechazarla, pero Gael me sujeta por los hombros de
manera contundente—. Por favor, por favor —susurra. Le dejo
hacer, y tras un nuevo resoplido por su parte, veo como se
sienta a mi lado—. Habla conmigo, Vero. Sé que tienes
muchas preguntas y…
—No voy a preguntarte nada —le interrumpo con voz
ronca. He estado llorando y eso se nota—. No sé si tus
contestaciones van a ser sinceras o viles mentiras para salvar
tu propio pellejo, así que simplemente no quiero saberlo.
—No intento engañarte. Querías la verdad y yo te la he
dado. Entiendo que para ti sea muy difícil de asimilar. Llevas
años odiándome por lo que supuestamente hice y ahora te
enteras de que en realidad fue el hombre que idolatrabas el que
cometió esos errores y…
—¡Detente! —ordeno girándome hacia él—. Debería
matarte solo por estar ensuciando el nombre de mi padre. Es
muy fácil acusar a alguien que ya no está aquí para defenderse.
—¡Joder, Verónica! —exclama perdiendo la paciencia—.
¡¿Qué quieres que haga para demostrarte que digo la verdad?!
¡Mírame! —sujeta mi cara con sus manos y me mira
directamente a los ojos—. Sabes que no te miento. Me
conoces.
—No, ya no te conozco —susurro—. No sé qué creer.
Quiero creerte, pero no puedo —suspiro y cierro los ojos—.
Estoy hecha un jodido lio, y la única persona que podría
aclarar todo esto está muerta.
Tras unos segundos, siento como su frente se pega a la mía.
Casi puedo saborear el aliento que desprende su boca de tan
cerca que estamos, es cálido y húmedo, y se siente… bien.
—Voy a hacerlo, ¿sabes? —abro los ojos sin apartarme ni
un ápice—. No sé cómo, pero voy a lograr que vuelvas a
confiar en mí.
—Digamos que te creo, ¿por qué no viniste a buscarme,
Gael? Mi padre te pidió que me sacaras de aquí. ¿Por qué
dejaste que me llevaran a ese internado?
—Tenía una diana en la cabeza. Los Pazo, los Quiroga…
Me estaban buscando para matarme. Creí que estarías más
segura allí que a mi lado. Sinceramente, ahora me arrepiento.
Debería haber ido a ese lugar y arrastrarte conmigo, aunque no
quisieras —acaricia mi rostro con suavidad y sonríe de medio
lado—. No te imaginas cuánto te he echado de menos.
Veo cómo acerca su boca a la mía con lentitud, intentando
prevenir mi reacción. Podría apartarme, pero no lo hago, dejo
que sus labios se posen sobre los míos con suavidad y disfruto
del sabor de su lengua acariciando la mía. Por unos segundos
me permito olvidar, poner mi mente completamente en blanco
y dejarme arrastrar por el millón de sensaciones que me
provoca su beso.
—Gael —susurro apartándome levemente cuando su mano
acaricia mi muslo.
—Lo siento. Supongo que un caballero no se aprovecharía
de una dama en un momento de debilidad, pero yo nunca he
sido muy caballeroso —estira su mano para apartar un mechón
de pelo poniéndolo tras mi oreja—. Y tú, como dama… No lo
veo, la verdad —golpeo su hombro con mi mano a modo de
advertencia y él ríe—. Vale, vámonos a casa. Como no te lleve
pronto, tu perrito faldero acabará mordiéndome el culo.
—Tienes que dejar de llamarlo así, y también Junior —le
advierto poniéndome en pie. Empezamos a caminar en
dirección a los vehículos a la par.
—Lo haré cuando él se dé cuenta de que tú nunca vas a ser
suya.
—Tuya tampoco —replico cuando llegamos hasta donde
tengo la moto estacionada. Le veo sonreír y negar con la
cabeza—. ¿Qué? ¿De qué te ríes?
—¿Aún crees que tienes escapatoria, Princesa? No pienso
parar hasta que te des cuenta de que estás completamente
enamorada de mí.
—Eso es bastante presuntuoso por tu parte, ¿no crees? —
pregunto alzando una ceja.
—Tiempo al tiempo. Vamos, después ya me explicarás
quién te ha dado permiso para coger mi moto.
—¿Tu moto? Era tuya, ahora tiene nueva dueña.
—No te equivoques —desliza su mano sobre el cuero del
asiento y vuelve a sonreír—. Esta belleza siempre será mía. La
construí desde cero con mis propias manos.
—¿Esperas que te aplauda o algo? —pregunto en tono
sarcástico.
—Joder, niña, menuda mala leche tienes. Vámonos ya.
Deja la moto a un lado y ya mandarás que vengan a buscarla.
—De eso nada, chaval. La moto se viene conmigo.
Sígueme en el coche si quieres.
Resopla dándome por imposible y va hacia el todoterreno,
pero antes de entrar vuelve a girarse hacia mí.
—La última vez que estuvimos aquí, te dije que tu padre
nunca me elegiría a mí por encima de su pueblo —traga saliva
y me lanza una sonrisa triste. Puedo ver el pesar en su mirada
—. Me equivocaba, Vero. Me eligió a mí —tras echar un
último vistazo al lugar, se mete en el coche y arranca el motor.
Tardo en reaccionar unos segundos. La forma en la que me
ha mirado, la tristeza en su voz… Eso no puede ser fingido.
¿O sí? Sinceramente ya no tengo ni idea de nada.
◆◆◆

A la mañana siguiente, me despierto bastante más tarde de


lo que es habitual en mí. Todos los acontecimientos del día
anterior me pasan factura dejándome completamente agotada.
Sobre mediodía, mientras trabajo en el despacho, oigo
como un coche se detiene frente a la puerta principal, me
asomo a la ventana y compruebo que es Sergio Quiroga el que
acaba de llegar, acompañado por dos de sus hombres.
Voy hacia la puerta y me encuentro a Juan a medio camino.
—¿Qué hace Quiroga aquí? —pregunta sorprendido.
—No tengo ni la más remota idea —suena el timbre y los
dos nos miramos sin entender nada—. Supongo que lo
averiguaremos ahora.
Abro la puerta mientras Ana y Gael bajan las escaleras
uniéndose a nosotros en la entrada. Sergio entra en casa con su
pose seria habitual, y nos saluda con un gesto de su cabeza.
—Siento venir sin avisar. Espero que no haya
inconveniente.
—En absoluto —contesto—. ¿Ha ocurrido algo? —
inquiero.
Sergio mira hacia Gael y frunce el ceño.
—Los rumores son ciertos. Tienes a un traidor en tu casa —
murmura.
—Yo también me alegro de verte, hermano —contesta Gael
cruzándose de brazos.
Recuerdo que, en otra época, ellos eran buenos amigos. Son
casi de la misma edad y siempre se han llevado bien. Sergio ya
trabajaba con su padre antes de que todo se fuera al garete.
—Tú no eres mi hermano —señala llevando la mano a su
espalda.
—Quiroga, piensa bien lo que vas a hacer —digo en tono
de advertencia. Se detiene a medio camino y me mira
frunciendo el ceño—. Estás en mi casa y aquí mando yo. Si
has venido a disparar a alguien de mi familia, te aseguro que
no me quedaré de brazos cruzados.
Tras mantenerme la mirada durante un buen rato, deja caer
su brazo y endereza la espalda.
—¿Podemos hablar en privado, Verónica? —solicita.
—Claro, sígueme —le indico. Entramos en el despacho y
tras cerrar la puerta, voy hacia mi escritorio y tomo asiento—.
Si quieres beber algo, puedes servirte tú mismo.
—No, gracias —contesta sentándose al otro lado de mi
mesa.
—¿A qué viene esta visita inesperada, Sergio? —pregunto
sin andarme por las ramas.
—Después de lo que pasó con Roi, me enteré de que Gael
estaba viviendo aquí en tu casa, así que he venido a
comprobarlo por mí mismo y a saber en qué demonios estás
pensando.
—Como ya habrás comprobado, los rumores son ciertos. Y
lo que estoy pensando es muy simple. Gael es un Novoa.
Puede que sea un traidor, pero sigue llevando mi apellido. No
estoy diciendo que vaya a dejarle a sus anchas, ni mucho
menos, pero si lo tengo en mi casa es por una buena razón.
—¿Puedo conocer esa razón? Te recuerdo que también es
mi cuello el que está en la guillotina. Si algo sale mal, si tu
querido hermanito vuelve a hacer de las suyas y nos delata,
todos iremos a la cárcel.
—Eso no va a ocurrir. Como ya te he dicho, él no sabe
nada, ni va a saberlo. Por el momento, confórmate con saber
que prefiero mantenerlo vigilado de cerca, pero si llegado el
momento tuviese que matarlo, lo haría sin dudar ni un solo
segundo.
—¿Lo mantendrás controlado? Ya tenemos suficientes
problemas con Roi metiéndose siempre en problemas, no
necesitamos un chivato entre nosotros.
—Te doy mi palabra, Sergio. Gael no será ningún problema
para que llevemos a cabo nuestros planes —asiente dándose
por satisfecho. Sabe que la palabra de un Novoa es
inquebrantable—. Por cierto, ya que estás aquí, quiero
enseñarte algo—voy hacia mi caja fuerte, saco de ella los
planos y los extiendo sobre la mesa—. ¿Qué te parece?
Abre los ojos como platos y los observa detenidamente
durante varios minutos.
—¿Esto es real? —pregunta alucinado—. ¿Es factible?
—Ya lo he comprado. Por el momento, llamémoslo Plan B.
Un seguro por si las cosas se tuercen. Sabía que te gustaría.
—Es increíble. ¿Roi sabe algo de esto?
—No, pensaba decíroslo a los dos en la próxima reunión —
contesto. Veo como Sergio mira hacia la ventana y frunce el
ceño extrañado—. ¿Qué pasa? —pregunto tras cerrar la caja
fuerte con los planos en su interior.
—Acaba de pasar alguien corriendo por delante de la
ventana, y juraría que no era uno de tus hombres —murmura
asomándose para poder ver mejor. Le sigo y miro hacia afuera,
pero no veo nada extraño—. Está pasando algo, Vero. Llámalo
instinto o sexto sentido, pero algo no anda bien.
Escuchamos el ruido de cristales rompiéndose fuera del
despacho. Nos miramos el uno al otro, y salimos corriendo
empuñando nuestras respectivas armas. En cuanto abro la
puerta, todo sucede demasiado rápido. Veo a un hombre
vestido de negro, con la cara cubierta y una M16 en las manos.
Ana baja las escaleras alertada por el ruido, pero es
interceptada por Gael, que la tira al suelo justo cuando el
intruso dispara en su dirección.
No sé si es mi bala la que impacta primero en el tipo o es la
de Sergio. El tirador cae al suelo, pero entonces aparece otro, y
un segundo. Abren fuego a discreción obligándonos a
retroceder para protegernos. Tras unos segundos, las ráfagas
de disparos se detienen, entonces escucho las pistolas. Estoy
segura de que son los hombres de Sergio y los míos, Damián,
César y Juanillo.
Asentimos los dos al mismo tiempo, y nos unimos a ellos
disparando para abatir a los tiradores. Veo a Gael cubriendo a
Ana con su cuerpo en mitad de las escaleras. Por suerte están
en un ángulo muerto, y desde abajo no se les puede alcanzar,
al menos no desde donde están los tiradores, que parecen
reproducirse por segundos. Cada vez que matamos a uno,
llegan dos más. No veo de donde salen, aunque podría apostar
que están entrando por la ventana de la cocina.
Una nueva ráfaga de metralleta, nos obliga a escondernos y
Sergio y yo nos miramos el uno al otro con la respiración
agitada.
—No podemos quedarnos aquí —señala—. Tenemos que
salir por la ventana.
Miro hacia la ventana del despacho y niego con la cabeza.
—No sabemos cuántos tiradores hay fuera. Vete tú si
quieres, pero yo no voy a dejar a mi gente aquí dentro.
—¿Qué propones? —pregunta tras maldecir en voz alta.
—Necesito que me cubras. Iré hacia la escalera. Gael y Ana
están allí y si esos tipos se acercan más, van a quedar al
descubierto. Desde allí tendré mejor ángulo de disparo —los
disparos enemigos se detienen y Sergio respira hondo.
—Vale, a la de tres. Te daré todo el tiempo que pueda.
Espero que los demás empiecen a disparar también o estarás
muy jodida.
—Uno, dos, tres…
Templanza
Salgo corriendo hacia la escalera escuchando el silbido que
producen las balas al pasar a mi lado. Puedo ver a Damián y a
César escondidos en la parte trasera de la escalera, y Juanillo
tras la puerta que da a la biblioteca. En cuanto se dan cuenta
de lo que estoy haciendo, disparan sin dudar hacia los intrusos
obligándoles a esconderse para protegerse de las balas. Eso me
da unos segundos de margen para subir las escaleras a toda
prisa.
—¿Estáis bien? —pregunto agachándome junto a Gael y
Ana. Él sigue cubriéndola con su cuerpo.
Al estar agachada, el lateral de la escalera hace de escudo,
pero puedo escuchar el sonido de las balas adentrándose en el
cemento. Si no salimos pronto de aquí, acabaremos muertos.
—Ana está herida —contesta Gael enseñándome su mano
manchada de sangre—. ¿Tú estás bien? —asiento y me
incorporo levemente para poder seguir disparando desde mi
posición. Consigo abatir a dos tiradores, pero cuando vuelvo a
disparar, me doy cuenta de que me he quedado sin munición,
así que vuelvo a resguardarme tras la pared—. Dime que
tienes otro cargador —niego con la cabeza y Gael suelta una
maldición.
Intento buscar una salida, una forma de ponernos a salvo
mientras el sonido de los disparos sigue rebotando por toda la
casa. Gael alza la cabeza brevemente, pero sin dejar de cubrir
a Ana. No puedo verla, solo espero que esté bien. Igual que
yo, tarde o temprano mis aliados se quedarán sin munición y
entonces estaremos todos muertos.
Por el rabillo del ojo atisbo a ver una sombra. Son solo
milésimas de segundo las que pasan antes de que un grito de
advertencia salga de lo más profundo de mi garganta, pero
Gael actúa con rapidez. Aún agachado, estira su brazo y
alcanza al intruso, tira de su pierna con fuerza, y este acaba
rodando por las escaleras. Antes de que yo pueda pestañear,
está sobre él, le quita el fusil propinándole un golpe en la cara
con la culata que lo deja inconsciente y me lanza el arma.
—Dales caña, Princesa —me anima, volviendo a su
posición anterior sobre Ana.
Asiento y me giro rápidamente con la M16 entre mis
manos. Solo necesito unos segundos para apuntar y empezar a
disparar ráfagas contra nuestros enemigos. Todo mi cuerpo
tiembla por el retroceso del arma y siento como mis brazos se
entumecen, pero no me detengo hasta que veo como los
intrusos comienzan a retroceder. Un nuevo tirador aparece en
lo alto de la escalera, y es abatido al instante.
—Están entrando por arriba también. Tenemos que salir de
aquí —comunico. Hecho un vistazo y compruebo que mis
compañeros siguen en sus posiciones. Un silbido de mi parte,
hace que Damián mire hacia arriba. Le indico con la mano que
suba hacia donde estamos, yo le daré cobertura. Este asiente y
utilizo el mismo sistema para indicarles a Sergio y a Juan los
pasos a seguir—. ¡Ahora! —grito disparando de manera
disuasoria. No tengo ningún objetivo a tiro, pero de esta
manera puedo mantener a los tiradores controlados para que
los chicos corran libremente hasta mi posición.
En solo unos segundos, nos alcanzan, justo a tiempo de
cubrirse antes de que los malos emprendan un nuevo ataque.
—Ana está herida —informa Gael.
—No podemos quedarnos aquí —señala Juanillo.
—Arriba, a la cueva de Ana —ordeno—. Es la única
habitación que no tiene ventanas.
Juanillo le da su arma a César y ayuda a Gael a cargar con
Ana mientras los demás seguimos dando fuego de cobertura.
Me cargo a todo aquél que se me pone a tiro, pero siguen
llegando cada vez más. César va delante, abriendo camino
para que podamos pasar y Damián, Sergio y yo cubrimos la
retaguardia hasta llegar a la sala de ordenadores. Esa a la que
Ana llama cueva. Tras Juan teclear el código numérico en el
panel de acceso a la habitación, la puerta se abre y todos nos
resguardamos en su interior. Inmediatamente, Juan y Gael
dejan a Ana sobre el sofá de cuero que hay en una esquina de
la habitación. Está consciente, pero tiene la camiseta
empapada de sangre.
—Es el hombro —informa Juanillo rasgando la camiseta de
mi amiga para comprobar el alcance de los daños—. Tiene
agujero de salida. Necesito algo para taponarla.
Damián se quita su propia camiseta y se la lanza a Juan
para que pueda usarla a modo de venda. Sergio resopla
mirando la pantalla de su teléfono móvil.
—No hay cobertura —comunica.
Miro mi propio teléfono y compruebo que yo tampoco
tengo red.
—Deben usar inhibidores de frecuencias —Me acerco a
uno de los ordenadores y compruebo que tampoco hay internet
—. También han cortado el resto de comunicaciones. Estamos
solos.
—¡Esto es un jodido asedio! ¡¿Qué mierda está pasando
aquí?! —exclama mi socio andando de un lado al otro de la
habitación mientras resopla como un toro a punto de embestir.
—Las cámaras —susurra Ana soltando un grito dolor
cuando Juan aprieta el nudo que fija la tela a su hombro
herido. A continuación, le lanza una mirada asesina a su
enfermero —. El sistema de video vigilancia es un circuito
interno. No necesita internet.
Accedo de inmediato al sistema de seguridad y compruebo
una por una todas las cámaras. Solo están instaladas en el
exterior de la casa, y un par de ellas en el garaje, pero ninguna
está operativa.
—Se las han cargado —señalo llevándome las manos a la
cara y resoplando.
—¿Cómo sabían dónde estaban instaladas? —inquiere
César.
—Supongo que el que ha provocado esto, ya ha estado en la
casa y conoce nuestro sistema de seguridad —contesta Ana.
—¡Genial! Pues estamos muy jodidos —se queja Sergio—.
¿Dónde están mis hombres?
—Fueron abatidos nada más empezar todo esto —responde
Damián—. Lo siento.
—¡Joder! ¡Joder! ¡Joder! —Sergio golpea la pared con el
puño perdiendo los nervios.
Es extraño verle de ese modo. Él siempre mantiene la
compostura y es muy comedido. Supongo que en momentos
como este, bajo presión, sale a relucir nuestra verdadera
personalidad.
—Vale, estamos solos, así que hay que buscar la manera de
deshacernos de esos tipos —me ato la melena en la parte alta
de la cabeza con una cola de caballo e intento mantener la
cabeza fría. Templanza, eso es lo que necesitamos en estos
momentos—. ¿Cuánta munición nos queda?
—Yo tengo medio cargador —contesta Damián mostrando
la M16 que le ha robado a uno de los tiradores abatidos.
—A mí me quedan un par de balas —dice César.
Miro hacia Juan y Sergio, y ambos niegan con la cabeza.
—Con eso no tenemos ni para la mitad de esos tíos. Son
demasiados —anuncia Juanillo—. ¿Qué quieren? ¿Por qué han
venido? ¿Quién los ha enviado?
—Matarnos, eso es lo que quieren, y yo solo conozco a una
persona que sea capa de traicionarnos de este modo —señala
Sergio mirando fijamente a Gael.
—Espera… ¡¿Qué?! ¿Crees que yo he hecho esto? No sé si
te has dado cuenta de que yo también estoy aquí, y también
intentan matarme.
—Pero el balazo se lo ha llevado Ana, ¿no? Tú estabas a su
lado y no te dieron, pero a ella sí —replica mi socio.
Gael me mira a mí esperando a que me posicione del lado
de uno u otro.
—¿Tú también piensas que he sido yo? —me quedo en
silencio unos segundos sin saber qué contestar. ¿Lo creo? No
lo sé—. ¡No me lo puedo creer!
—Ahora no es momento de buscar culpables, así que dejad
de discutir. Lo importante es que esos tipos quieren matarnos.
Está claro que no son policías.
—Más bien parecen mercenarios —señala César.
—Tenemos que encontrar la forma de acabar con ellos —
expongo—. Estamos en nuestro terreno, así que tenemos
ventaja.
—¿Ventaja? —Sergio vuelve a resoplar—. ¡Estamos
encerrados en una puta ratonera! Ni siquiera tenemos
munición. ¿Cómo pretendes cargarte a esos tíos? ¿Les
golpeamos con nuestras armas descargadas en la cabeza?
—¿No hay más armas en la casa? —inquiere Gael
limpiándose la sangre de las manos con el bajo de su camiseta.
—Aquí solo tenemos nuestras armas personales —contesto
—. Si queremos conseguir más, vamos a tener que robárselas a
ellos.
—¿Y la sala de armas está vacía?
—¿Qué sala de armas? —pregunto confusa.
—¿No conoces la sala de armas? —niego con la cabeza—.
¿En el informe que tienes sobre la redada de hace diez años no
la mencionan? —vuelvo a negar—. Entonces es que no la
encontraron —murmura para sí mismo.
—¿De qué estás hablando, Gael? ¿Dónde está esa sala?
—Bajo tierra. Es una especie de zulo[9]. Tu padre mandó
construirlo. Tenía miedo de que la casa fuera asediada en
algún momento.
—Bendito sea Xacinto Novoa —señala Sergio. Parece
haberse tranquilizado un poco—. ¿Dónde está esa sala? —
inquiere.
—En la parte trasera de la casa, pero se puede acceder a
ella desde el sótano, por una escotilla oculta. Si nadie ha
entrado allí desde hace diez años, habrá armas suficientes para
acabar con todos los tiradores.
—¿Qué tipo de armas? —pregunto.
—De todo. Fusiles de asalto, armas cortas, automáticas,
semiautomáticas… incluso algunas granadas.
—¿Qué pensaba hacer mi padre con eso, empezar la tercera
guerra mundial?
—Era solo por precaución. Si alguna vez pasaba esto
mismo que estamos viviendo ahora, no quedaríamos
desprotegidos.
—Bien, vayamos a por esas armas. Damián y yo iremos
hasta allí —propongo.
—Yo también voy —indica Juan.
—No, tenemos solo tres armas. Mi fusil , que está casi sin
balas, el de Damián con medio cargador, y la pistola de César
con un par de disparos. Tú quédate aquí con Ana, Los demás
podéis proteger la habitación. No podrán entrar aquí —abro la
puerta unos centímetros y echo un vistazo al pasillo, está vacío
—. No creo que sepan dónde estamos. Eso nos dará ventaja.
—Yo voy con vosotros —informa Gael. Antes de que
pueda negarme, levanta una mano en mi dirección—. No sabes
dónde está oculta la escotilla, Vero. ¿De verdad quieres perder
tiempo buscándola? Yo os llevaré hasta la sala, después
vendremos aquí armados hasta los dientes, y entre todos
acabaremos con esos hijos de perra.
Miro hacia Sergio y este se encoge de hombros dejando a
mi criterio la decisión final.
—César, dale tu arma —ordeno. Mi guardaespaldas me
mira sorprendido—. Vamos, hazlo. En cuanto salgamos de
aquí encerraros por dentro y no hagáis ruido. La puerta es
blindada, no les será fácil echarla abajo. Nosotros volveremos
lo antes posible con las armas.
—Trae un botiquín —pide Juan sin apartarse ni un
centímetro de Ana—. No sabes el tiempo que vamos a pasar
aquí. Por ahora he conseguido controlar la hemorragia, pero
habría que limpiar la herida para evitar infecciones.
—Dalo por hecho.
—Esperad —dice Ana—. ¿Y si activamos el cierre
automático de seguridad? Puede hacerse desde aquí de
manera remota. De esa forma no podrán entrar, y los que estén
dentro quedarán atrapados.
—Es una buena idea. ¿Puedes controlar también las luces?
Nos vendría bien algo de oscuridad para pasar desapercibidos.
—No, desde aquí solo puedo bajar las persianas metálicas.
Todas las puertas y ventanas quedarán selladas, pero para
cortar la luz hay que hacerlo manualmente en el cuadro
eléctrico principal.
—¿Dónde está eso? —pregunta Sergio.
—En la planta baja, al lado de la cocina hay un pequeño
cuarto de contadores.
—César y yo iremos con vosotros —propone mi socio—.
Podréis escoltarnos hasta la planta baja. Nosotros nos
encargamos de las luces y vosotros seguís hasta el sótano.
—No tenemos armas para todos —señalo.
—No las necesitamos —añade César—. Quiroga y yo nos
quedaremos escondidos en el cuarto de contadores hasta que
volváis con las armas. No tienen por qué saber que estamos
allí.
Tras pulir un poco más el plan, Ana, con la ayuda de
Juanillo, se sienta frente a los ordenadores.
—Os daré diez minutos para que lleguéis al sótano y
después activaré el cierre automático. A partir de ese momento
nadie podrá salir ni entrar de la casa. Sergio, César, en cuanto
escuchéis el sonido de las persianas bajándose, cortáis la luz.
Espero que para entonces vosotros ya estéis volviendo con las
armas. Acabad con esos mamones y venid a buscarnos.
Todos asentimos de acuerdo y uno tras otro salimos de la
habitación caminando de puntillas para intentar hacer el
mínimo ruido posible. La idea es que pasemos desapercibidos
hasta que consigamos las armas. No podemos enfrentarnos a
ellos con la poca munición de la que disponemos.
Bajamos las escaleras lentamente, con los ojos bien abiertos
y atentos a cualquier sonido. No nos encontramos con ningún
enemigo, aunque sí podemos oírlos en el exterior y también en
la cocina revolviéndolo todo. Tras escoltar a Sergio y a César
al cuarto de contadores, les dejamos allí y caminamos unos
metros más hasta la puerta de acceso al sótano. Damián va
delante, empieza a bajar las escaleras hacia el sótano justo
cuando escuchamos unos pasos acercándose. No nos da
tiempo a cerrar la puerta, nos habrían descubierto, así que nos
quedamos quietos. Si el tipo que está fuera echa un vistazo al
interior, nos pillará in fraganti.
Un paso, después otro, y el intruso se detiene frente a la
puerta. Voy a levantar mi fusil para apuntar hacia la salida,
pero la mano de Gael me detiene. Al mirarle, veo que me está
haciendo un gesto con el dedo frente a sus labios para que
guarde silencio. Me dice que me acerque con la mano, y le
hago caso. Camino muy, muy lentamente hacia su posición. El
tipo sigue al otro lado de la puerta entreabierta, ambos
podemos escuchar su respiración pesada y el chirrido metálico
que emite su rifle al ser manipulado.
Gael me sujeta por la cintura con fuerza pegándome a su
cuerpo para escondernos tras unas tablas, justo cuando la
puerta se abre. Ambos contenemos la respiración. Por suerte,
Damián ya está abajo en el sótano, si no fuese así habríamos
sido descubiertos, ya que el lugar es demasiado pequeño para
que nos escondiéramos los tres.
Pasan varios segundos en los que siento como si mi corazón
estuviera a punto de explotar. Tan solo puedo notar la calidez
del cuerpo de Gael pegado al mío y el golpeteo constante de su
corazón bajo mi mano. Casi puedo percibir la sospecha de
nuestro enemigo. Sabe que algo no anda bien, por eso cuando
escucho el sonido que emite su arma al quitarle el seguro,
empiezo a temblar con fuerza. Nos han pillado. Este es el fin.
Antes de que pueda alcanzar mi propia arma, Gael sale de
nuestro escondite con una rapidez pasmosa, tomando tan
desprevenido al intruso que no le da tiempo a reaccionar. Con
un movimiento rápido de las manos de Gael, el cuello del tipo
emite un chasquido espeluznante y su cuerpo cae a plomo.
Justo antes de golpear el suelo, Gael consigue sujetarlo.
Guardamos silencio esperando escuchar pisadas o algún
sonido que confirme que hemos sido descubiertos, pero nada
sucede. Solo se escuchan los ruidos en la cocina y pasos en el
resto de la casa, pero nadie ha sido alertado de nuestra
presencia.
—Cierra la puerta —susurra Gael tirando del cadáver hacia
el interior. Aún no me puedo creer que le haya matado de esa
forma. Ha sido tan sencillo para él, que acojona—. ¿Estás
bien? —pregunta en el mismo tono cuando ya la puerta está
cerrada. Asiento y él coloca una mano en la parte baja de mi
espalda guiándome escaleras abajo.
Él desarma al tipo y se hace con un par de cargadores antes
de seguirme. Al llegar abajo, le tiende uno de los cargadores a
Damián y otro a mí antes de guardar su pistola a la espalda y
empuñar el rifle.
—¿Todo bien? —pregunta Damián—. ¿Por qué habéis
tardado tanto?
—Está solucionado —contesta Gael.
Su frialdad y templanza me sorprenden. Nunca había visto
esa parte de su personalidad. Ahora entiendo por qué todos los
enemigos de mi padre temían a Gael Novoa. Es implacable, lo
acabo de comprobar con mis propios ojos.
Tras abrir una pequeña escotilla de no más de un metro y
medio que hay oculta en una de las paredes del sótano, Gael
nos indica con la mano que pasemos al interior. Tan solo
llevamos una linterna de mano, que resulta ser la única fuente
de luz que ilumina el estrecho y húmedo túnel que recorremos.
Seguimos caminando unos cuantos metros más, hasta que nos
topamos con otra escotilla, esta algo más grande que la
anterior. Damián ayuda a Gael a abrirla y una vez adentro,
miro a mi alrededor bastante alucinada.
—Aquí hay un jodido arsenal —murmuro en tono
sorprendido.
—Cojamos lo que necesitamos y vámonos de aquí —dice
Gael.
Damián sonríe colgándose varios fusiles de asalto en la
espalda. Parece un niño desenvolviendo sus nuevos juguetes el
día de reyes. Yo hago lo mismo, pero con menos entusiasmo.
Veo como mi amigo se guarda un par de granadas explosivas
en el bolsillo y alzo una ceja en su dirección.
—¿Qué? —pregunta encogiéndose de hombros—. Puede
sernos útil.
Sonrío negando con la cabeza y golpeo suavemente su
hombro desnudo con mi mano.
—Vamos, Rambo. Espero que no tengas que utilizarlas.
Salimos del zulo con armas suficientes como para crear
nuestro propio ejército guerrillero y volvemos al sótano por el
pasadizo. Tenemos que esperar un par de segundos en lo alto
de las escaleras hasta que escuchamos como las persianas
comienzan a cerrarse. Enseguida se monta un buen alboroto en
la casa. Algunos intentan salir para no quedarse encerrados en
el interior y escuchamos como otros entran armados a más no
poder para intentar darnos caza. Un par de segundos después,
todas las luces se apagan y la casa es inundada por una
oscuridad espeluznante.
—Esa es nuestra señal —dice Gael mirándonos a Damián y
a mí—. ¿Estáis listos? —asentimos y salimos de nuestro
escondite resguardados por la oscuridad.
Uno a uno vamos abatiendo a todos los intrusos que nos
cruzamos en nuestro trayecto hacia el cuarto de contadores. Al
llegar allí, aprovisionamos a nuestros aliados con varias
pistolas y fusiles, y seguimos nuestro camino disparando a
discreción y eliminando a nuestros enemigos. Ni siquiera nos
preocupamos de volver a la cueva. Entre los cinco
conseguimos acabar con la mayor parte de los tiradores.
Cuando la planta baja está completamente despejada,
Damián, Gael y yo, subimos al piso superior. Mientras ellos
comprueban las habitaciones una por una, yo voy directamente
hacia donde nuestros amigos continúan escondidos. Introduzco
el código en el panel y la puerta se abre de inmediato.
—Listo. Hemos acabado con todos —afirmo.
En ese justo momento, veo como Juanillo mira por encima
de hombro abriendo los ojos como platos. Hay alguien a mi
espalda, y por su reacción, no creo que sea de los nuestros. Me
giro alzando mi arma, pero antes de que pueda llegar a
hacerlo, un disparo resuena por toda la habitación. Ni siquiera
sé qué es lo que ocurre. Todo sucede tan rápido que no me doy
cuenta de que alguien me ha empujado. Dos disparos más y el
tirador cae, pero entonces noto la calidez de la sangre que
riega mi pecho. Le empujo para sacármelo de encima y llevo
las manos a mi boca ahogando un grito de dolor al ver sus ojos
abiertos. Está muerto.
Sacrificio
Hace más de ocho horas que todo ha terminado, pero sigo
viendo en mi mente esos ojos carentes de cualquier emoción,
de vida. Cada vez que intento borrar esa imagen de mi
memoria, un dolor agudo se instala en mi pecho. Fue mi culpa.
Tendría que haber comprobado que era seguro antes de abrir la
puerta. ¿Por qué no lo hice? ¿Por qué me descuidé tanto?
Ahora él está muerto por mi culpa. Mi amigo, mi hermano, mi
familia.
—Verónica, ¿estás bien? —la cara de Sergio aparece en mi
campo de visión sacándome de mis oscuros pensamientos.
Tiene un golpe cerca del ojo por haber peleado con uno de los
intrusos.
—Cuando la doctora baje, dile que te mire ese golpe —
señalo tras carraspear.
No puedo venirme abajo ahora. Ya tendré tiempo de
lamerme las heridas. Ahora mi gente me necesita. Dios mío,
Ana lo va a pasar fatal. Ellos estaban muy unidos.
—Estoy bien. ¿Tú cómo estás? —me encojo de hombros a
modo de respuesta y me levanto de mi sillón.
Llevo más de dos horas encerrada en mi despacho. Lo
primero que hice en cuanto se restablecieron las
comunicaciones, fue llamar al comandante Mosquera, mi
contacto en la Guardia Civil. Lo último que necesito ahora
mismo es a la policía metiendo las narices donde no les
llaman. Mis hombres ya se están encargando de limpiarlo
todo, y mañana vendrán a hacer las reparaciones en la casa y a
sustituir los muebles dañados. Me hubiese gustado tardar más
en resolver todos esos trámites, así no tendría tanto tiempo
para pensar en lo que ha pasado.
—¿Alguno de los heridos ha hablado? —pregunto cerrando
la puerta del despacho para que tengamos más intimidad.
—No, y créeme, tu hermanito les ha dado una buena. Si no
han hablado mientras él les desfiguraba a golpes, es que no lo
van a hacer.
—¿Sigues pensando que esto fue obra suya? —Sergio
resopla y se rasca la nuca.
—No lo sé. No confío en él por lo que hizo en el pasado,
pero pensándolo de manera fría, no tiene ningún sentido que
asediaran tu casa estando él en su interior. Además, si no fuese
por su ayuda aún estaríamos encerrados en esa habitación, o
muertos. Aunque por otro lado…
—Esto puede haber sido todo un plan para quedar como un
aliado a nuestros ojos y ganarse nuestra confianza —digo
adivinando lo que iba a exponer.
—Sí. ¿Tú también lo has pensado? —asiento—. ¿En qué
punto nos deja eso?
—También hay otra opción. ¿Y si Gael no tuvo nada que
ver con todo esto? ¿Y si alguien intenta hacernos pensar que es
el enemigo? O simplemente quieren sacarnos de en medio —
frunzo el ceño y alzo una ceja en su dirección—. ¿Quién sabía
que ibas a estar hoy aquí?
—Eh… Pues algunos de mis hombres y… —suspira y
niega con la cabeza—. No puede ser. ¿Crees que sería capaz
de hacer algo así?
—Se lo dijiste, ¿no? Le dijiste a Roi que ibas a venir a mi
casa —asiente.
—Pero no tiene ningún sentido que haya sido él. Además,
Pazo no se atrevería a hacer algo así. Sabe que sin nosotros se
hundiría.
—No lo haría si tiene el apoyo de nuestro proveedor
principal.
—¿El Colombiano? ¿Estás pensando que se han aliado para
jugárnosla?
—No lo sé, pero piénsalo, Roi no es tan listo como para
planear un asedio de esta magnitud. Si lo hizo él, no está solo.
—Mierda, y, ¿qué vamos a hacer al respecto?
—Por ahora nada, pero hablaré personalmente con nuestro
amigo El Colombiano y no le mencionaremos a Roi nada
sobre el nuevo juguetito que he adquirido. Creo que vamos a
tener que retrasar un par de semanas la operación. Sería
demasiado arriesgado seguir adelante con un posible traidor
entre nosotros.
—¿Y si te equivocas y el culpable es Gael?
—Tranquilo, yo personalmente voy a encargarme de
mantenerle vigilado. Te aseguro que si fue él quien planeó
todo esto, sus días están contados. Ese hombre que murió ahí
arriba, protegiéndome, era como un hermano para mí.
—Lo sé, y lo siento mucho, Verónica, de verdad. Damián
era un buen hombre y no se merecía morir.
Asiento con la cabeza tragando saliva con fuerza para no
echarme a llorar como una niña pequeña delante de mi socio.
Por suerte, escuchamos jaleo fuera y lo tomo como una excusa
para salir del despacho. Necesito saber si Ana está bien.
La doctora Ibáñez baja las escaleras hablando con Gael y al
llegar a mi lado sonríe de manera triste.
—Vosotros sabéis como montar una fiesta, eso seguro —
comenta.
—¿Cómo está Ana? —pregunto ignorando su comentario
sarcástico.
—Le he hecho un zurcido muy apañado. Con un poco de
suerte no le quedará ni cicatriz. Aunque ha perdido mucha
sangre, y eso puede… —de pronto mira sobre mi hombro y
abre mucho los ojos como si acabara de ver a un fantasma—.
Sergio… —susurra—. ¿Qué haces aquí?
—Justo eso era lo que estaba a punto de preguntarte yo —
contesta mi socio mirándola fijamente.
Durante varios segundos ninguno de los dos dice nada, solo
se miran con tanta intensidad que resulta incómoda para el
resto de los presentes. Bueno, solo estamos Gael y yo, pero es
incómodo de cojones. Ambos nos miramos con esa expresión
de “aquí hay una historia”, y él sonríe negando con la cabeza.
—Bueno, os presentaría, pero creo que ya os conocéis —
me atrevo a decir—. La doctora Ibáñez es nuestra medico de
confianza.
—¿Eso es cierto? —inquiere Sergio frunciendo el ceño.
Laura alza la barbilla enderezándose a modo defensivo.
—Sí, ¿algún problema? —su tono es amenazante. Como si
estuviese preparándose para ser atacada, o atacar, aún no lo
tengo demasiado claro.
—Eres el colmo de la hipocresía, Laurita —señala Sergio
sonriendo sarcásticamente—. Me dejas porque, según tú, no
querías pertenecer a mi mundo, ese mundo de delincuentes,
pero resulta que ahora trabajas para una delincuente.
—No creo que eso sea asunto tuyo, Sergio —replica Laura.
—Por supuesto que es asunto mío. Menuda doble moral has
resultado tener. Eres una hipócrita de mier…
—¡Ten cuidado con lo que vas a decir, Sergio! —le advierte
alzando la voz—. La última vez que me insultaste no saliste
muy bien parado.
Mi socio se lleva la mano a la cara y acaricia las dos
cicatrices que cruzan su mejilla.
—Admito que eso me lo gané, pero esto… —chasquea la
lengua cruzándose de brazos.
—Vale, calmémonos —intercedo al ver que Laura está a
punto de lanzarse sobre Sergio. Creo que esta mujer tiene más
agallas de lo que aparenta a simple vista—. Ha sido un día
duro y todos estamos agotados. Sergio, te invito a que te
quedes a dormir aquí en casa. Mañana mis hombres te
acompañarán a la tuya —mi socio asiente mirando de reojo a
la doctora—. Laura, tú…
—Yo voy a quedarme con Ana. Quiero estar al pendiente
por si tiene fiebre. Ha perdido mucha sangre y no quiero
arriesgarme a dejarla sin supervisión médica.
—A mí no me supervisaste tanto —murmura Gael.
—Es que tú no me caes bien —contesta Laura de manera
cortante—. Ana es una buena amiga y, si me voy, no podré
descansar pensando que su salud puede empeorar.
—Perfecto, entonces está decidido. Nos quedamos todos
aquí. Laura, si prefieres quedarte en una de las habitaciones,
solo escoge una y listo. Ahora, si no os importa, estoy agotada.
Necesito una ducha y dormir unas cuantas horas.
Nos despedimos y Sergio sube conmigo hacia la habitación
que le indico mientras Gael y Laura van a cenar algo a la
cocina. Yo no tengo hambre. Después de todo lo que ha
pasado, lo último en lo que puedo pensar es en comida.
Antes de irme a mi cuarto, paso a visitar a Ana y
comprobar cómo se encuentra. Nada más entrar en su
habitación, veo a Juanillo durmiendo en una silla junto a la
cama de mi amiga. Ella también duerme plácidamente, así que
vuelvo a cerrar la puerta con cuidado y decido marcharme.
Espero que mi amigo Juan sea lo suficientemente listo como
para darse cuenta de la persona maravillosa que es Ana.
Sinceramente, creo que están locos el uno por el otro, pero él
aún no se ha dado cuenta. Quizás este accidente le dé una
perspectiva distinta y deje de hacer el imbécil de una vez por
todas.
Entro en mi cuarto y suspiro profundamente metiéndome en
el baño. Voy desvistiéndome mientras el agua coge
temperatura y a continuación me meto en la ducha. Estoy
completamente agotada, y aún no sé qué voy a hacer sin
Damián. Su puesto, su lugar en nuestras vidas no puede ser
sustituido por nadie más. Él era nuestro amigo, parte de la
familia.
Dejo que finalmente las lágrimas salgan de mis ojos y lloro
durante un buen rato. Lloro por la pérdida que hemos sufrido y
también por el sentimiento de culpabilidad que no me deja ni
respirar. Si no hubiese sido tan descuidada, Damián seguiría
vivo. Es mi culpa, lo sé, y probablemente nunca pueda
perdonarme a mí misma por esto.
Tras sacar todo el dolor y la angustia que mi cuerpo me
permite, bajo el agua caliente, me envuelvo en una toalla y
salgo del baño secándome el pelo con una más pequeña. Ni
siquiera reparo en la presencia de Gael hasta que estoy junto a
él. Lo encuentro sentado a los pies de mi cama, con las piernas
abiertas y las manos apoyadas a cada lado de su cuerpo. Viste
tan solo con un pantalón de algodón, una camiseta blanca de
tirantes, y tiene el pelo húmedo.
—¿Estás bien? —pregunta buscando mi mirada.
—Sí, ¿qué haces aquí? —me giro dándole la espalda y sigo
frotando vigorosamente mi cabeza para no tener que mirarle.
—Te he traído comida. Siéntate a cenar —contesta en tono
autoritario.
—Gracias, pero no tengo hambre.
—No era una sugerencia, Verónica. No has comido nada en
todo el día y después de todas las energías que has gastado,
como no comas algo acabarás desmayándote.
—Tranquilo, no soy tan frágil. Voy a acostarme enseguida.
Gracias por el detalle, pero puedes irte ya —trago saliva con
fuerza cuando una nueva oleada de lágrimas amenaza con
desbordar mis ojos. Por más que intento dejar de llorar, no
consigo detenerme—. Vete, Gael, por favor —susurro con la
voz tomada por el llanto.
—¿Por qué no me miras? —escucho el ruido de la cama
cuando se levanta y sus pasos acercándose, así que me aferro
al borde de mi toalla ajustándola sobre mi pecho y escondo mi
cara hacia el lado contrario intentado huir de su mirada.
Aunque mis evasivas no sirven de mucho. Antes de que pueda
reaccionar, sus manos me sujetan con fuerza por la cintura y
acabamos mirándonos a los ojos—. Princesa —susurra
acariciando mi mejilla con cariño. El aluvión de lágrimas que
estaba conteniendo, sale en cascada de mis ojos y empiezan a
correr por mis mejillas sin que pueda hacer nada por
contenerlo—. Shh… Ven aquí, mi vida —me abraza con
fuerza apretándome contra su cuerpo y yo me dejo hacer,
porque necesito esto, necesito no ser fuerte por una vez y dejar
que alguien cargue con una parte del peso que llevo a mis
espaldas… Le necesito a él.
Lloro contra su pecho sintiendo las caricias de sus manos
recorriendo mi espalda de manera reconfortante. Ni siquiera
me doy cuenta de que nos movemos, pero al rato estoy sentada
sobre su regazo en el borde de la cama y sigo llorando, ahora
con la cara enterrada en el hueco de su cuello.
No sé si pasan minutos u horas, pero el llanto va cediendo,
dando paso a un agotamiento extenuante, tanto físico como
mental. Cuando consigo tranquilizarme, intento ponerme en
pie, pero sus brazos se aferran con fuerza a mi cuerpo
impidiendo que me mueva.
—Suéltame, Gael —pido.
—No, quédate un rato más así —me aparto levemente para
mirarle a la cara—. ¿Te encuentras mejor? —asiento—.
Entonces, ¿por qué quieres irte?
—Estoy sentada justo encima de la herida de tu muslo.
—Estoy bien. No quiero que te alejes ni un centímetro —
susurra acariciando suavemente mi mejilla.
—Antes estabas cojeando. Lo he visto, aunque intentaste
disimular.
—Eres una chica lista —señala sonriendo de medio lado—.
Me da igual que me duela. Estaría dispuesto a dejar que el
tarado de Pazo me torturara otra vez si con eso consiguiera que
tú no te vuelvas a apartar de mí.
—Gael, para —murmuro intentando levantarme de nuevo.
Esta vez me lo permite, pero no sin antes resoplar como un
toro.
—Vero, tienes que dejar de intentar cargar con el mundo
sobre tus hombros. Es una carga demasiado pesada para
cualquiera.
Me paseo por la habitación descalza, y solo con la toalla
cubriendo mi cuerpo.
—Llevo años haciéndolo. No sé funcionar de otra manera,
Gael.
—Pues déjame ayudarte —se levanta y camina hacia mí
con decisión, sujeta mi rostro con sus manos y clava su mirada
en la mía—. Reparte tu peso conmigo, Princesa.
—¿Para que me traiciones igual que lo hiciste con mi
padre? —inquiero alzando una ceja.
—Sabes que yo no lo hice. Lo sabes, Verónica, pero te
niegas a admitirlo porque entonces no te quedarán motivos
para mantenerme alejado de ti. Admite de una vez que… —
antes de que pueda terminar la frase, mis labios ya están
pegados a los suyos y mis manos enredadas en su pelo.
Mi toalla no tarda ni dos segundos en caer al suelo. Gael
me empuja contra una de las paredes recorriendo todo mi
cuerpo con sus manos mientras su lengua indaga en cada
rincón de mi boca. Literalmente nos devoramos el uno al otro.
Me deshago de su ropa sin miramientos, dando tirones hacia
todos lados hasta que consigo quitársela. El único segundo en
el que nuestras bocas se separan, es cuando le aparto
levemente para sacarle la camiseta por la cabeza, pero
enseguida volvemos a unirnos, con más fuerza y pasión si eso
es posible.
Su boca se desliza por mi cuello mientras sus manos
amasan mis pechos con pericia. Vale, tengo que admitir que el
italiano es un puto aficionado en comparación con Gael. Dicen
que las comparaciones son odiosas, pero es imposible no
hacerlo. Gimo con fuerza cuando sus dedos se pierden en mi
intimidad y soy recompensada con una sonrisa ladeada que
provoca un cortocircuito en mi cerebro. ¿Se puede ser más
sexy?
—Gael —susurro en tono de advertencia cuando sus dientes se
clavan en uno de mis pechos.
—¿Quieres que vaya más lento? —pregunta levantando la
mirada.
—¡No, joder! Quiero que vayas más rápido. Deja los
cariñitos para otro momento.
Una nueva sonrisa se dibuja en sus labios y al instante,
tengo mi espalda incrustada en la pared, sus brazos me sujetan
alzándome, y rodeo su cadera con mis piernas notando como
se clava en mi interior de un solo empellón.
—¿Así de fuerte, Princesa? —inquiere saliendo y entrando
en mí cada vez más rápido, más fuerte.
No puedo contestar. Los únicos sonidos que salen de mis
labios son gemidos y jadeos que soy incapaz de controlar. Mis
manos se aferran al pelo de su nuca y tiro de él para acercar su
cara y poder besarle, un beso húmedo y cargado de deseo
contenido durante demasiados años. Su cadera impacta contra
el interior de mis muslos desplazándome hacia arriba en cada
embestida hasta que siento como mi cuerpo empieza a temblar
de placer, y no un pequeño temblor, no, sacudidas violentas
que provocan que Gael pierda completamente el control y se
vuelva aún más salvaje. Clavo los dientes en su hombro y grito
extasiada cuando siento que el también alcanza la liberación.
Varios minutos después, seguimos sin movernos. Bañados
en sudor e intentando recuperar el ritmo normal de nuestras
respiraciones. No creo que pueda moverme aunque quiera,
estoy demasiado agotada hasta para hablar. Por suerte Gael se
da cuenta de ello y me lleva a la cama en brazos, se tumba a
mi lado y tira de mí para que apoye la cabeza sobre su pecho.
No sé si pasan segundos o minutos, pero el sueño me vence y
me quedo dormida con el sonido de fondo de los suaves y
acompasados latidos de su corazón.
Me despierto sintiendo una fuente de calor a mi espalda y el
peso de un brazo sobre mi cintura. Abro los ojos y tengo que
parpadear varias veces para darme cuenta de lo que está
ocurriendo. Es Gael el que está durmiendo a mi espalda,
abrazándome contra su cuerpo y clavándome su endurecida
entrepierna en el trasero. Vale, lo último que pensé esta
mañana al despertarme fue que iba a pasar la noche siguiente
haciendo cucharita con él, pero tampoco imaginé que este
mismo día me iba a quedar sin uno de mis mejores amigos, así
que lo descabellado de esto, quizá no lo sea tanto.
Me muevo despacio intentando apartarme, pero su brazo se
aferra alrededor de mi cuerpo con más fuerza y siento su
aliento contra mi nuca.
—¿Dónde crees que vas? —pregunta en un susurro con voz
somnolienta.
—Tengo que ir al baño —contesto.
—Es mentira, solo quieres huir de mí. Duérmete, Princesa.
—Gael, suéltame. De verdad tengo que ir al baño.
—No, sigue durmiendo.
—Gael, o me sueltas o te meo encima, tú decides.
—Si lo que intentas es ponerme cachondo, olvídalo. No me
van esas guarradas.
—Creo que para eso ya es tarde —murmuro moviendo
levemente mi trasero contra su entrepierna.
—No hagas eso. Solo duerme de una vez.
—Ya he dormido —replico.
—Pues duerme más. Vero, no vas a salir de aquí, así que
deja de intentarlo.
Suspiro dándome por vencida y vuelvo a cerrar los ojos,
pero su erección rozando constantemente mi retaguardia, no
me deja coger el sueño.
—¿Podrías al menos apartarte un poco? Me estás clavando
la polla en el culo, chaval.
—Princesa, si te estuviese haciendo eso, te aseguro que lo
notarías de verdad —deposita un beso en mi cuello que me
pone la piel de gallina y vuelve a suspirar relajándose por
completo—. Ahora cierra el pico y sigue durmiendo.
—Deja de darme ordenes —refunfuño.
Un nuevo resoplido impacta contra mi nuca y siento como
se gira poniéndose boca arriba y dejando de apretarme.
—¿Ahora tienes ganas de discutir? Estas nos son horas, por
favor.
—Deberías volver a tu habitación —sugiero girándome
para mirarle a la cara.
—Estoy bien aquí, pero gracias por la sugerencia. ¿Ahora
podemos seguir durmiendo? —niego con la cabeza y él vuelve
a resoplar una vez más—. No vas a dormirte, ¿verdad? —
vuelvo a negar—. Vale, ¿quieres hablar?
—No, quiero que te vayas para poder seguir durmiendo —
respondo frunciendo el ceño.
—O sea, que quieres dormir, pero no conmigo, ¿cierto?
—Efectivamente. Tú te vas, yo duermo tranquila.
—Vero, no voy a dejarte sola —antes de que pueda replicar
su mano cubre mi boca—. Tú no quieres ni necesitas quedarte
sola ahora mismo. ¿Por qué no puedes simplemente dormir y
listo?
—Porque no estoy acostumbrada a dormir con nadie —
respondo.
—Me alegra escuchar eso, pero vas a tener que hacerte a la
idea —mi ceño fruncido le hace suspirar—. Vale, hemos
echado un polvo y ahora te sientes confusa, pero…
—No es eso. No estoy confusa. Fui yo quien te besó,
¿recuerdas? Quería echar ese polvo, pero una vez listo, ya
puedes irte.
—Si no supiese que estás enamorada de mí desde que eras
una cría, ese comentario podría llegar a ofenderme, Princesa.
No voy a dejarte sola tras todo lo que has tenido que vivir hoy.
—Lo que he vivido hoy no es nada nuevo para mí —
murmuro apartando la mirada.
—¿Me vas a decir que suelen asediar tu casa todas las
semanas, o que ves morir a un amigo frente a tus ojos todos
los meses? —le asesino con la mirada, pero me ignora
deliberadamente—. Eres fuerte, Verónica, la mujer más fuerte
que he conocido jamás, pero no eres de piedra —coloca una
mano justo en el centro de mi pecho desnudo—. Aquí dentro
sientes, quizás con más intensidad que los demás. No tienes
que ser valiente todo el tiempo.
—Sí tengo que serlo, porque si me descuido pasan cosas
como las de hoy. Damián ha muerto por protegerme, porque
yo fui demasiado confiada y no comprobé que el camino
estuviese despejado. Dio su vida por la mía.
—Cierto, lo hizo. Pero dime una cosa… ¿Tú habrías hecho
lo mismo? Si pudieras, ¿habrías dado tu vida por la suya?
—Sí, claro que sí. Era mi amigo.
—Exactamente —sonríe y acaricia mi rostro con sus dedos
—. La amistad a veces requiere sacrificios. Él se sacrificó por
ti, para que pudieras seguir viviendo. Hónralo haciéndolo,
viviendo feliz y a tope. Eso es lo que él hubiese querido.
Tomo una bocanada de aire profunda y dejo que sus brazos
me arropen de nuevo. Nuestras piernas se entrelazan y una
leve caricia recorre mi espalda mientras mis dedos juegan a
dibujar las cicatrices y moratones que hay en su torso.
—Estás hecho un cristo —murmuro presionando levemente
sus costillas—. ¿Te duele?
—No, solo cuando hago esfuerzo.
—¿Esfuerzos como aguantar todo mi peso mientras me
empotrabas contra la pared como un poseso? —pregunto
alzando una ceja.
—Sí, pero ha valido la pena. Además, tú no pesas nada.
Eres como una pluma, muy manejable.
—Voy a tomarme eso como un cumplido —sentencio
volviendo a mover mis dedos sobre su piel. Tras unos minutos
sumidos en un silencio nada incómodo, decido hacerle una
pregunta que siempre he querido hacer—. Gael.
—Dime —susurra posando sus labios en mi frente.
—¿Tú te sientes culpable? Me refiero a… Bueno, después
de matar a alguien. ¿Duermes bien por las noches? ¿Te pesa la
conciencia? —no dice nada durante un buen rato, pero cuando
creo que ya no va a contestar, su voz suena alta, clara, y sobre
todo, contundente.
—No, no me siento culpable. En realidad, no vuelvo a
pensar en ello. ¿Y tú?
Alzo mi cara para mirarle y niego con la cabeza.
—No. Sé que probablemente esas personas tengan familias,
padres, hermanos… Pero sé que si no lo hago pueden ser los
familiares de uno de mis hombres los que lloren su perdida.
Siento culpabilidad si muere uno de los míos, pero no cuando
yo mato a un enemigo. Creí que era rara por sentirme así.
—Pues no lo eres —comenta sonriendo. Me da un beso
suave y dulce en los labios y cierra los ojos—. Ahora duerme.
Mañana tenemos que ir a un funeral.
—No habrá funeral. No podemos arriesgarnos a que…
—César y yo ya nos hemos encargado de todo. Su hermana
vendrá por la mañana e iremos juntos a enterrarle. Ahora
duérmete.
—Sigo teniendo que ir al baño —siento como su pecho se
mueve cuando él ríe.
—Ve, pero vuelve pronto o yo mismo iré a buscarte.
Me levanto tal cual Dios me trajo al mundo y siento su
mirada recorriendo mi cuerpo.
—Gracias, Gael.
—¿Por qué? —inquiere confundido.
—Por llevar parte de mi carga.
—Siempre que quieras, Princesa. Ahora ve al baño y
vuelve rápido a la cama.
Asiento y hago lo que me pide sin rechistar. Supongo que
no pasa nada por ceder una noche. Al fin y al cabo, un
momento de debilidad lo tiene cualquiera, ¿no?
Sinceridad
Al despertar por la mañana, me encuentro sola en la cama.
No sé dónde está Gael, pero agradezco tener un tiempo para
pensar en mis próximos movimientos. Lo de anoche estuvo
bien, bueno… Estuvo mejor que bien. Vamos, que fue una
puta pasada, pero soy consciente de que Gael y yo no vamos a
ser felices y comer perdices. No voy a engañarme a mí misma
fingiendo no tener sentimientos hacia él. Claro que siento,
incluso demasiado. Llevo enamorada de ese hombre desde que
era una cría, pero eso no significa que vaya a dejar a un lado
mi recelo y sentido común. No estoy segura al cien por ciento
de que su historia sea verídica. Si quiere mi confianza, va a
tener que ganársela, y para que eso ocurra voy a tener que
cruzar unas cuantas líneas peligrosas.
Me pego una ducha rápida y tras vestirme con ropa
cómoda, salgo de la habitación. Mi intención es ir a la cocina,
pero antes de llegar, soy interceptada por Gael.
—Buenos días, Princesa —me habla con una sonrisa
deslumbrante—. Justo ahora iba a ir a despertarte —antes de
que pueda reaccionar, ya me está besando. Solo un beso suave
en mis labios, pero la forma en la que me abraza por la cintura
no tiene nada de suave ni inocente—. ¿Cómo has dormido?
—Poco, pero bien —contesto intentando apartarle.
—No luches, Vero. Y por favor, ni siquiera intentes
hacerme creer que lo de anoche no significó nada para ti —
voy a abrir la boca para quejarme, pero su mano cubriéndola
me lo impide—. No quiero escuchar ni un solo “pero”. Lo que
pasó anoche fue maravilloso, tú lo sabes y yo también. Ambos
lo deseábamos desde hacía mucho tiempo.
Aparto su mano de mi boca y alzo una ceja en su dirección.
—¿Vas a dejarme hablar? Ya sé que te encanta oír el sonido
de tu voz y todo eso, pero digo yo, que en algún momento
tendré que aportar algo a esta conversación.
—Depende… ¿Vas a ser sincera, o a mentirme a mí y a ti
misma fingiendo que el polvazo que echamos anoche nunca
debió haber ocurrido?
—Yo siempre soy sincera, Gael. No es mi honestidad la que
está aquí en entredicho.
—Sigues sin confiar en mí —susurra tras resoplar con
fuerza.
—Sí, pero si te sirve de algo… Estoy dispuesta a darte el
beneficio de la duda.
Sus ojos se achinan y clava la mirada en la mía.
—¿Qué significa eso exactamente?
—No estoy segura, pero al menos no te estoy apuntando
con una pistola. Eso es un avance, ¿no? —se carcajea y mueve
su cabeza afirmativamente—. ¿Ahora me sueltas para que
pueda ir a tomarme un café? Realmente lo necesito.
—Yo que tú no iría a la cocina —advierte liberándome.
—¿Por qué? ¿Qué pasa en la cocina? —pregunto extrañada.
Tras el asedio de ayer, toda la casa quedó bastante
destrozada, pero los obreros ya se están encargando de
arreglarla, y supuse que la cocina ya estaría lista.
—Quiroga y tu amiga la doctora están haciendo manitas.
Acabo de ir allí y me marché sin que me vieran para no
interrumpir.
—Pues lo siento por ellos, pero de verdad necesito un café
—murmuro emprendiendo de nuevo el camino hacia la cocina.
Al entrar en la cocina, me doy cuenta de que Gael se quedó
bastante corto con lo de “hacer manitas”. Estos dos más bien
están escenificando una peli porno sobre la encimera de mi
cocina. Laura está sentada sobre ella, con las piernas
enrolladas en la cintura de Sergio mientras se comen la boca
entre gemidos y jadeos ahogados. Carraspeo para llamar su
atención, pero están tan enfrascados en su labor, que ni
siquiera me escuchan.
—Niños, ha llegado la maestra, se acabó la diversión —
señala Gael con diversión.
Los amantes culinarios, se separan rápidamente. Laura
parece abochornada, sin embargo, Sergio ni se inmuta.
Simplemente la ayuda a bajar de la encimera y se gira hacia
mí.
—Buenos días —saluda con su tono serio habitual.
—Buenos días. Siento interrumpir, pero tengo hambre —
paso al interior de la estancia y enciendo la cafetera de
inmediato.
—Tranquila. En realidad, yo ya me iba —señala mi socio
—. Te llamaré si me entero de algo nuevo, y tú haz lo mismo,
¿quieres? —asiento levemente—. Vale. Vamos, Laura, te
llevaré a casa.
—Eh… En realidad, yo me quedo. Aún quiero echarle un
último vistazo a Ana antes de marcharme y… Bueno…
Tampoco necesito que nadie me lleve. Tengo el coche en la
puerta y conozco el camino.
El ceño de Sergio se frunce, pero no replica. Se despide con
un gesto de su cabeza y sale de la cocina caminando a largas
zancadas.
Cuando nos quedamos los tres solos, miro a Gael
diciéndole con los ojos que se largue para que pueda hablar
con Laura. No tiene buena cara y parece bastante afectada.
Tras varios segundos insistiendo, me doy por vencida. Los
hombres son así de cazurros. No entienden nada si no les
pones un jodido cartel de neón en las narices con las
directrices a seguir.
—Gael, por qué no vas a ver si llueve —sugiero en tono
sarcástico.
—Estamos en agosto, ya sería raro que… Ah vale, que
quieres que me largue para que podáis hablar de cosas de
chicas y eso, ¿no?
—Qué listo eres, lo has pillado enseguida, pero no te veo
moverte.
—¿No me puedo servir un café antes?
—¡Lárgate, Gael!
—Vale, vale. Qué humor, madre mía —masculla saliendo
de la cocina.
—No hacía falta que lo echaras —señala Laura tras tomar
una respiración profunda—. Se nota que esta noche habéis
estado muy… Unidos —esboza una sonrisita y me mira de
reojo.
—Puedo decir lo mismo de Sergio y de ti. ¿Qué está
pasando, Laura? Está claro que tenéis una historia.
—Es… Complicado —contesta haciendo una mueca con
los labios.
—¿Te apetece contármelo mientras tomamos un café? —
asiente y en los siguientes minutos me dedico a servir un par
de tazas de café. Cuando cada una tiene la suya, me siento
frente a ella y Laura vuelve a respirar hondo.
—Nos conocimos en Santiago hace unos cuantos años. Yo
estaba en la universidad y él pasaba mucho tiempo en la
ciudad por “negocios”. Al principio no sabía a qué se
dedicaba. Nos presentó un amigo en común, un chico que
estudiaba medicina conmigo. Después descubrí que mi amigo
en realidad pensaba trabajar para los Quiroga en cuanto se
graduara —suspira y se mesa los rizos pelirrojos con su mano
—. Al principio me costó llegar a conocerle de verdad. Ya
sabes cómo es, serio, rígido… Inalcanzable a simple vista.
Pero cuando conseguí que bajara sus barreras y confiara en mí,
descubrí un hombre completamente distinto, un ser cariñoso y
cálido, capaz de hacer mil locuras solo para hacerme sonreír.
Me enamoré de él como una imbécil. Estuvimos saliendo casi
dos años, y en todo ese tiempo él no fue capaz de confesarme
quién era realmente ni a lo que se dedicaba. ¿Sabes cómo me
enteré? Cuando le vi matar a un hombre a sangre fría. La
mayor parte de la semana él estaba en Viveiro, así que solo nos
veíamos los fines de semana. Se supone que íbamos a pasar
juntos ese, pero me llamó el viernes diciéndome que no podría
venir a Santiago. Según él, tenía trabajo pendiente. Al
principio me entristeció, pero después decidí que si Mahoma
no iba a la montaña… —pone los ojos en blanco y le da un
trago a su taza de café—. Tenía su dirección. Ya había estado
antes en su casa, así que me presenté por sorpresa y la
sorprendida acabé siendo yo. Te voy a ahorrar los detalles
perturbadores. Simplemente te diré que ese día descubrí quién
era de verdad el hombre del que estaba completamente
enamorada. Le dejé, y él no se lo tomó demasiado bien —
vuelve a tomar otro sorbo y me mira, esperando que yo aporte
algo a la conversación.
—Hay algo que no entiendo. Como él dijo ayer, tú no tienes
ningún problema en trabajar para mí, y sabes perfectamente a
lo que yo me dedico.
—Es distinto —señala.
—¿Por qué?
—Para empezar porque no me acuesto contigo.
—Ese es un buen punto —comento sonriendo.
—Tú siempre has sido sincera, Verónica. Cuando me
propusiste que trabajara para ti, no mentiste respecto a lo que
hacías. Además, los Novoa no son como los Quiroga. Tú te
preocupas por tu gente. Esta ciudad estaba devastada, y tú sola
has conseguido levantarla y hacerla prosperar. Cuidas de los
tuyos y darías tu vida por ellos. Sergio no es así.
—¿Cómo lo sabes? Quizá si le dejaras demostrártelo,
descubrirías que es mejor persona de lo que crees.
—Lo sé, Vero —afirma—. Lo sé porque al tipo a quien le
vi matar, era el mismo hombre que nos presentó. Mi amigo. Lo
mató a golpes con una barra de metal. Vi su mirada mientras lo
hacía. Estaba completamente lucido, como si lo que estaba
haciendo no le afectase en absoluto.
—¿Le temes? —pregunto alzando una ceja.
—No, yo sé defenderme sola. La cicatriz que tienen en la
cara se la hice ese mismo día, antes de dejarle. No era mi
intención, pero me cabreó tanto que acabé lanzándole un
cenicero a la cabeza, con tan mala suerte que él no se dio
cuenta hasta que le impactó de lleno en la cara. Si lo que
piensas es que yo le tengo miedo, no es así. Pero tampoco
confío en él. Llámame anticuada, pero soy de las que piensa
que la sinceridad es la base de cualquier buena relación, sin
ella, está destinada al fracaso.
Antes de que pueda decir nada más, escuchamos como Ana
entra en la cocina seguida por Juanillo. Están discutiendo, para
no variar.
—¡Que estoy bien, joder! —se queja mi amiga. Al verme
sonríe de manera triste y se acerca a mí para darme un abrazo
—. Lo siento mucho, cariño. Carabebé me lo ha contado.
¿Estás bien?
—¿Y tú? —inquiero.
—Sí, solo un poco atontada por lo que me ha dado Laura.
Echaré mucho de menos a ese capullo —dice con pesar. Tiene
el brazo atado en cabestrillo, pero no parece sentir dolor.
—Todos le echaremos de menos. Me salvó la vida.
—Ana, ¿qué haces levantada? —pregunta Gael entrando en
la cocina.
—Ha llegado mi héroe —Ana sonríe y abraza
cariñosamente a Gael—. Hablando de salvar vidas, te debo
una muy grande.
—No exageres —contesta este rascándose la nuca y
enrojeciendo.
—¿Te acabas de sonrojar? —pregunto reteniendo una
sonrisa.
—Calla —ordena.
—En serio. Estás rojo como un pimiento.
—No sabes estarte calladita, ¿verdad? —replica.
Nos aguantamos la mirada durante varios segundos, hasta
que escuchamos el jadeo ahogado que emite Ana.
—¡Joder, vosotros habéis follado! —exclama.
—¡Ana! —la regaño, sintiendo la mirada incriminatoria de
Juan sobre mí.
—Vale, antes de que empiece una nueva discusión, dime
cómo te sientes, Ana —pide Laura.
—Bien. Dolorida y algo atontada por las pastillas, pero
estoy bien —frunce el ceño y dirige su mirada hacia mí—.
¿Sabemos ya quién fue el responsable de todo esto?
—No, pero estoy en ello.
—Ahora deberíamos marcharnos —anuncia Gael—. La
hermana de Damián estará a punto de llegar.
—¿Habrá funeral? —pregunta Ana en tono de sorpresa.
—Eso parece —señalo a Gael con el dedo y mi amiga le
sonríe de manera cariñosa provocando que Juan resople de
fastidio.
—Bueno, no va a ser un funeral común, eh… —otra vez
ese tono rosado en sus mejillas, que la verdad, se me hace
tremendamente tierno en él— Es una despedida. Un último
adiós a vuestro amigo. No era religioso, ¿no? Porque a una
ceremonia cristiana no llego.
—Pues yo sí —murmuro pensando en voz alta. Compruebo
que los cuatro me están mirando, pero no doy explicaciones.
Me bebo el resto del café de un trago y dejo la taza sobre la
encimera—. Voy a cambiarme de ropa. Id yendo y yo os
alcanzo después.
—Te espero —informa Gael. Por su tono queda claro que
no es una sugerencia.
—Vale, dame diez minutos y nos vamos.
Voy rápidamente a mi habitación, y tras vestirme con un
pantalón vaquero y una camiseta negra, Gael y yo montamos
en uno de los coches.
César, Juanillo y Ana, ya se habían marchado cuando
salimos de casa, y supongo que estarán esperándonos, pero
tengo que hacer algo antes de reunirnos con ellos para darle el
último adiós a mi amigo. Puede que no vaya a tener un
entierro convencional, en un cementerio y todo eso, pero al
menos tendrá una ceremonia religiosa.
—Aparca frente a la iglesia —indico. Gael me mira
sorprendido, pero hace lo que le pido.
—¿Desde cuándo eres creyente? —pregunta tras apagar el
motor.
—No lo soy —veo a través de la ventanilla al padre Sandro
salir de la iglesia—. Vamos. Tenemos que darnos prisa —saco
mi pistola de la espalda y le quito el seguro bajo la mirada
atónita de Gael.
—¿Qué vas a hacer, Verónica? —inquiere en tono
preocupado.
—Voy a tener una charla con el sacerdote —contesto.
Antes de que pueda detenerme, salgo del coche con el arma
escondida a la espalda. En cuanto el padre Sandro me ve,
achina los ojos intentando averiguar cuál es el motivo de mi
visita esta vez. Su desconfianza va en aumento cuando echa un
vistazo sobre mi hombro y ve a Gael corriendo hacia mí con
cara de circunstancias.
—Verónica Novoa, tus visitas a la iglesia comienzan a ser
habituales —dice el padre Sandro a modo de saludo. Gael se
detiene a mi lado y sujeta mi muñeca con fuerza para que no
saque la mano que sujeta la pistola de la espalda—. Y traes a
tu hermano contigo. Ahora sí estoy intrigado. Si venís a
confesaros, mejor volved otro día. Creo que la semana que
viene la tengo toda libre. Nos hará buena falta.
—Padre, aunque disfruto enormemente con su sentido del
humor, el motivo que me trae aquí es algo bastante serio.
Necesito su ayuda.
—¿De qué se trata? —pregunta intrigado.
—¿Cómo le viene oficiar un funeral ahora mismo?
—¿Un funeral? ¿Ahora? —asiento—. Niña, hay protocolos
a seguir en estos casos. El velatorio, preparar la iglesia para la
misa, el cementerio…
—Ya, bueno… Eh… Pongamos que no va a ser un funeral
convencional. Un buen amigo ha muerto, y necesito que haga
esto por mí.
—¿Quiero saber de qué ha muerto tu amigo? —niego con
la cabeza y él resopla—. Está bien, muchacha. Déjame cerrar
la iglesia y nos vamos.
—Gracias, padre.
El sacerdote se aleja cabeceando y yo miro a Gael
sonriendo.
—¿Me devuelves mi mano? —solicito.
—¿Estás loca? ¿De verdad pensabas cargarte al cura si no
aceptaba venir con nosotros? —sisea.
—No. Joder, Gael, era una broma. ¿En serio pensaste que
lo haría? Vale que soy de gatillo fácil, pero aún no llego a loca
homicida.
—¿Estás segura de eso? A mí me disparaste sin dudar ni un
segundo.
—Y lo volvería a hacer, pero el padre Sandro me cae de
puta madre —contesto encogiéndome de hombros.
Sus ojos brillan con maldad al sujetarme por la cintura y
pegar sus labios a los míos.
—¡Santo Dios! —exclama el sacerdote a nuestra espalda—.
Sois hermanos. Eso es… No sé ni lo que es.
Sonrío sacudiendo la cabeza y golpeo el hombro de Gael en
broma, antes de girarme hacia el pobre hombre.
—Es incesto, padre, pero en este caso estoy libre de
pecado. Gael y yo somos hermanos adoptivos.
—Eso ya lo sé, pero os habéis criado como hermanos y…
—chasquea la lengua y resopla—. Da igual. Vámonos ya. En
una hora tengo que estar de vuelta para oficiar la misa.
Nos metemos en el coche y no tardamos ni diez minutos en
llegar. El lugar donde vamos a enterrar a Damián es una zona
arbolada en mitad de la montaña. Hacer esto es muy
arriesgado. Si la policía encontrara su cadáver, tendría un hilo
por dónde tirar y acabarían llegando a nosotros, pero el riesgo
merece la pena. Por Damián, sí.
El padre Sandro le da el último adiós a nuestro amigo
mientras de fondo suena la canción “Revolución” de “Mago de
Oz”. Era su grupo favorito, y siempre que nos liábamos en
casa con el Karaoke, Damián la cantaba a pleno pulmón. Al
ver como Juan, Gael y César sepultan la caja de madera que
contiene el cuerpo de mi amigo, no puedo evitar que mis ojos
se inunden de lágrimas. Voy a echarle mucho de menos.
Después preparamos una Queimada[10], y nos la bebemos en
su honor.
Tras el entierro, dejamos al padre Sandro en el mismo lugar
donde lo recogimos, y volvemos a casa. Nada más entrar, Ana
y Juan empiezan a discutir. Él quiere que ella se vaya a la
cama a descansar, y mi amiga se niega en redondo.
—¡¿Pero a ti qué mierda te ha dado por querer hacer de
enfermero?! —se queja Ana.
—¡Solo quiero que descanses para que puedas recuperarte
antes! —replica Juan.
Gael y yo los miramos como quien asiste a un partido de
tenis. Durante un buen rato más, siguen gritándose a la cara
como dos animales rabiosos.
—¡No me voy a la cama! —insiste mi amiga.
—¡Ana, no voy a volver a repetirlo, o vas por ti misma o te
llevo a la fuerza!
—¡Quiero ver cómo lo intentas, Carabebé! —le reta.
Veo como Juanillo resopla con fuerza antes de ir hacia ella
de manera amenazante.
—¡Arriba! ¡Ahora! —brama.
—¡Vero, dame una pistola! —ordena Ana.
—¡¿Qué?! No voy a darte una pistola —contesto.
—¡Me cago en la puta! ¡Vero, dame un arma ahora mismo!
¡Voy a cargarme a este capullo con complejo de sabelotodo!
Le voy a dar… —antes de que pueda terminar la frase, Juan la
besa con fuerza. Gael y yo nos miramos sorprendidos a más no
poder—. ¡Mi brazo, joder! —se queja Ana apartando a Juan de
un empujón con su brazo sano.
—Lo siento. Yo no quería…
—Vale, chicos. Resolved esto en alguna de vuestras
habitaciones —señalo—. Si me necesitáis, estaré en el
despacho.
Camino sonriendo. Ya era hora que esos dos dieran el paso.
Están locos el uno por el otro, y también me alegra saber que
finalmente Juanillo se ha dado cuenta de que no está
enamorado de mí. Puede que cuando éramos niños le gustara,
pero ahora somos como hermanos, y eso es algo de lo que él
no se daba cuenta.
Me encierro en mi despacho y hago una video llamada para
hablar con Roi. Si de verdad él ha sido el responsable del
asedio de ayer y la consecuente muerte de Damián, va a
pagarlo muy caro. Aunque no espero que se sincere conmigo,
Roi no es de los que admite sus errores. Si quiero saber la
verdad, voy a tener que usar otros métodos.
Responsabilidad
Tras dos horas de video llamada, en la que he repasado punto
por punto todo el plan de entrega con Roi, desconecto el
portátil con la certeza de que algo está tramando. Ni siquiera
ha mencionado lo que pasó ayer, y estoy segura de que lo sabe.
No sé si él fue el que lo planeó o está encubriendo a alguien,
pero aquí hay gato encerrado y yo pienso liberarlo como que
me llamo Verónica Novoa.
Escucho que llaman a la puerta y me apresuro a guardar
todos los papeles que tengo esparcidos sobre la mesa. Todo el
plan está ahí, y no puedo dejarlo al alcance de cualquiera, pero
antes de que pueda terminar mi tarea, Gael entra en el
despacho.
—Hola, no quiero interrumpir, pero los obreros ya han
terminado y…
—Ah, sí —saco un fajo de billetes de cien euros del cajón
de mi escritorio y se lo tiendo—. Dales esto y las gracias por
haber sido tan rápidos.
Gael asiente y se acerca a la puerta para hacer lo que le he
pedido. Tras despedirse del encargado de las obras, entra de
nuevo en el despacho y cierra la puerta.
—Me ha dicho que mañana llegarán los muebles para
sustituir los que se han destrozado.
—Genial —murmuro terminando de organizar la mesa.
—¿Quieres que me vaya y vuelva cuando hayas escondido
todo eso? —miro a Gael frunciendo el ceño y él se encoge de
hombros—. No te lo digo como reproche. Si quieres me voy, y
cuando tengas todos esos papeles guardados donde yo no
pueda verlos, me avisas y entro de nuevo.
Respiro profundamente y niego con la cabeza.
—Ven, échales un vistazo y dame tu opinión —señalo mi
silla bajo la expresión estupefacta de Gael.
—¿Hablas en serio? —asiento con la cabeza
afirmativamente—. ¿Por qué lo haces?
—Alguien me dijo que tengo que empezar a compartir mi
carga —contesto con media sonrisa.
Su mirada se ilumina de entusiasmo y felicidad, y camina
hacia mí sentándose a continuación en mi silla. Señalo los
papeles que están sobre la mesa y me siento en su regazo.
—¿Qué es esto? —pregunta echándoles un vistazo.
—El plan de recogida de un gran cargamento que estamos a
punto de recibir. ¿Cómo lo ves? Se puede decir que eres un
experto en la materia.
—Bueno, yo no diría tanto, pero sí he trabajado muchas
veces en este tipo de procedimientos. ¿El cargamento hará
escala en las islas Azores?
—Sí, en San Miguel. Nosotros nos encargaremos de la
recogida y traslado del cargamento hasta Galicia.
—¿No has pensado meterlo por África? Esa ruta suele estar
menos controlada.
—Sí, pero por tierra es un trayecto demasiado largo. No
quiero tener a mis hombres con tres toneladas de droga
recorriendo todas las carreteras de Marruecos. Además, eso
significaría cruzar el estrecho, y con el tráfico de hachís está
demasiado vigilado.
—¿Tres toneladas? Eso es mucha mercancía. ¿Es toda para
ti? —alzo una ceja en su dirección y él suelta una carcajada—.
Ya sé que eres muy sana y no te metes nada. Voy a reformular
la pregunta. ¿Vas a mover tú sola todo ese polvo?
—Nosotros la almacenaremos e iremos surtiendo a los Pazo
y a los Quiroga según nos la vayan pidiendo. Una tonelada
para cada uno.
—¿Por qué hacer parada en San Miguel y no venir aquí
directamente? Podrían saltar las alarmas.
—Nosotros nos encargamos de recoger la mercancía en las
Azores. Hasta allí son los colombianos quienes se encargan
del transporte.
—¿Barcos de pesca? —asiento nuevamente—. Espera… —
mira fijamente uno de los mapas estrechando la mirada—.
¿Van a cruzar toda Colombia y Venezuela con el cargamento?
—Eso parece. El canal de Panamá no es una opción, así que
se encargarán de hacer el transporte por carretera.
Sinceramente, eso es lo que menos me preocupa. Hasta que la
mercancía llegue a la isla, no será problema mío.
—En eso tienes razón —murmura—. Entonces lo tienes
todo controlado —su brazo envuelve mi cintura y pega su
boca a mi cuello depositando un beso húmedo—. No puedo
evitar recordar todas las veces que te vi aquí con tu padre
cuando eras pequeña. Te sentabas sobre sus rodillas y
prestabas atención a todo lo que él hacía y decía. En aquel
momento creía que solo sentías curiosidad, ahora puedo ver
que estabas aprendiendo.
—Bueno, hay que aprender del mejor, y mi padre lo era.
—Cierto. Aunque no sé si él estaría muy de acuerdo con la
forma en la que has decidido ganarte la vida.
—¿Qué quieres decir con eso? —pregunto confundida.
—Vero, ningún padre desearía esta vida para su hijo. Tener
que vivir toda tu vida mirando sobre tu hombro, con miedo a
que en cualquier momento la policía invada tu casa y se lleve a
tus seres queridos, a tu familia, para acabar viviendo el resto
de tus días en la cárcel. ¿Tú querrías que tu hijo viviera de esa
forma?
—No lo sé. Yo no tengo hijos —contesto encogiéndome de
hombres.
—Ya, pero alguna vez habrás pensado en tenerlos —vuelvo
a encogerme de hombros y él sonríe—. Creía que las chicas
pasabais toda la vida fantaseando con casaros y tener hijos —
bromea.
—Siento decepcionarte, pero yo estoy demasiado ocupada
abasteciendo a media Europa de sustancias ilegales como para
pensar en ello.
—No esperaba menos de ti —dice entre risas—. ¿De
verdad nunca lo has pensado, ni cuando eras pequeña?
—Puede que de adolescente. Era muy pava entonces.
—¿Qué dices? Eras un cielo. Rebelde y medio loca, pero un
cielo —vuelve a besar mi cuello antes de continuar hablando
—. Siempre te pillaba mirándome con ojitos tiernos cuando
creías que yo no te veía.
—Lo que yo digo, muy pava. Además, tú pasabas de mí
como de la mierda. Siempre me tratabas como a tu hermanita
pequeña.
—Es que eras mi hermanita pequeña —clava los dientes en
mi piel arrancándome un gemido involuntario—. Me moría de
ganas de comerte la boca, pero no podía hacerlo. No tienes ni
idea de lo difícil que me resultaba mantenerme alejado de ti. Si
al menos hubiese podido irme… Pero no, el masoquista que
vive en mí me obligaba a permanecer a tu lado, viéndote todos
los días y sin poder tocarte.
—¿Por qué? —pregunto apartándome levemente.
—¿Lo preguntas en serio? —asiento con la cabeza
mirándole directamente a los ojos—. Tu padre era la persona
más importante de mi vida. Él me lo dio todo, un hogar, una
familia, un apellido… No podía hacerle eso. Le respetaba
demasiado como para traicionarle de esa manera.
—Si las cosas no hubiesen sido como fueron…
—No, Vero. Si todo hubiese sido distinto, yo nunca habría
dado ese paso. No sin tener la aprobación de tu padre.
—No he visto que él te diera aprobación para meterte entre
mis piernas anoche.
—Es que esa la tuve hace diez años —lo miro sin entender
nada de lo que dice, y él respira profundamente sin apartar la
mirada—. El día que tu padre me pidió que te sacara de aquí,
me dijo que sabía lo que yo sentía por ti, que él no iba a
interponerse.
—¿Hablas en serio? —pregunto abriendo los ojos como
platos.
—Totalmente. Ni yo podía creerlo cuando lo escuché. Mi
mayor deseo se había cumplido, pero en el peor de los
momentos. Mi intención era sacarte del país. Tenía los billetes
de avión comprados.
—¿Hacia dónde?
—Isla de Chira, en Costa Rica. Una isla, tú y yo,
¿recuerdas? —acaricia mi mejilla sonriéndome con tristeza—.
Tu padre sacrificó a su gente y a él mismo para que nosotros
pudiéramos vivir en libertad y ser felices. Tenía que hacer una
sola cosa, sacarte de aquí, y fui incapaz de lograrlo.
Coloco mi mano sobre su mejilla sintiendo la aspereza de
su barba bajo mis dedos y sonrío. Me encantaría poder creer
en sus palabras al cien por ciento. No dudar, pero es algo
complicado después de todo lo que ha pasado.
Llaman a la puerta y le hago un gesto con la cabeza a Gael
para que esconda los papeles, me levanto de su regazo y le doy
paso a César, que me mira muy serio y con gesto de
preocupación.
—¿Qué pasa? —inquiero.
—Vero, tienes visita. El inspector Velázquez está aquí.
Tras recibir un asentimiento por parte de Gael, respiro
profundamente y le indico a César que le haga pasar.
—Verónica, espero no ser inoportuno —saluda el inspector
tras cruzar el umbral—. Decidí aceptar tu invitación para
probar ese orujo tan bueno que tienes —mira hacia Gael y su
sonrisa se expande—. Gael Novoa, esta sí es una sorpresa.
Según tenía entendido estabas fuera del país.
—He vuelto —contesta Gael acomodándose en mi silla. A
simple vista cualquiera pensaría que es el señor de la casa.
Está… demasiado cómodo.
—Matías. Puedo llamarte por tu nombre de pila, ¿verdad,
inspector? —asiente afirmativamente—. Ya veo que conoces a
mi hermano.
Sirvo un poco de licor en un vaso y se lo tiendo indicándole
con la mano que se siente. Tras ponerse cómodo, el inspector
da un trago a su vaso mientras yo me acomodo en el borde del
escritorio y me cruzo de brazos.
—Tenías razón, es un orujo excelente. Y sí, Gael Novoa es
famoso en el cuerpo de policía. No todos los segundos mandos
de una banda criminal dedicada al narcotráfico andan libres,
por ahí a sus anchas, sin sufrir ninguna consecuencia por sus
delitos.
—Soy un tío con suerte —comenta Gael con una sonrisa
cínica.
—Espero que te estés portando bien, Novoa. Ahora ya no
está aquí tu padre para protegerte. Ese trato que hizo con mis
compañeros no es válido si te pillamos delinquiendo de nuevo.
Miro a Gael y este me devuelve la mirada. Era cierto. Fue
mi padre quien hizo un trato con la policía, no Gael. Al menos
eso es lo que acaba de afirmar el inspector.
—Solo he venido a visitar a la familia, inspector. Ya sabe,
lo de estrechar lazos y todo eso.
—Claro, porque ahora los Novoa son legales, ¿verdad? Los
clanes de narcotráfico gallego ya son cosa del pasado, ¿cierto,
Verónica?
—Tú lo has dicho, Matías. Pero cuéntame, aparte de venir a
probar mi licor, ¿necesitas algo más? Es que ahora mismo nos
pillas un poco liados. Supongo que tú también lo estarás. Tu
compañero está de baja, ¿verdad? —su sonrisa arrogante se
esfuma de inmediato—. Debe ser una putada cargar con su
trabajo aparte del tuyo. Tu mujer y tu hija deben estar hartas
de que no les prestes atención debido a la sobrecarga de
trabajo. ¿Cómo se encuentra la pequeña Coral? ¿Está más
recuperada?
—No te creas. Mi mujer sabía que se estaba casando con un
policía, uno de los buenos, de esos que no descansan hasta que
tiene a los malos donde deben estar, tras las rejas —se bebe el
resto de su copa de un trago y se levanta—. Pero tienes razón.
Tengo mucho trabajo y ya se me está haciendo tarde. Gracias
por la copa, estaba deliciosa.
—Cuando quieras, ya sabes dónde conseguir más —
contesto acompañándole a la salida.
Gael nos sigue hasta la puerta y se mantiene en segundo
plano mientras yo despido al inspector.
—Nos vemos. Gael, Verónica —tras una teatral despedida,
Velázquez se marcha.
Resoplo echándome el pelo hacia atrás con la mano y
maldigo en voz alta. Esto no tendría que haber ocurrido.
—¡¿Dónde vas?! —pregunta Gael al ver que me dirijo al
piso superior a toda prisa.
—A pedir explicaciones —contesto sin detenerme. Tengo
un cabreo monumental y sé quién va a cargar con él.
Al llegar arriba, voy directamente a la habitación de Ana y
abro la puerta sin llamar. Craso error, encuentro a mis dos
mejores amigos desnudos, besándose sobre la cama mientras
gimen de placer.
—¡Mierda! —exclama Ana al percatarse de mi presencia.
Puedo escuchar la risa baja que emite Gael a mi espalda, y eso
me cabrea aún más—. ¡¿Qué coño haces, Vero?! ¿Ahora te ha
entrado la vena voyeur?
—¡¿Que qué coño hago?! ¡¿Qué haces tú?! —señala a
Juanillo que intenta taparse sus partes nobles con una
almohada—. Era una pregunta retórica. ¿Me puedes explicar
cómo es que acabo de recibir una visita del inspector
Velázquez? Se supone que tú le tenías vigilado.
—¡Mierda! No puedo estar pendiente de su posición las
veinticuatro horas, pero puse una alarma en la app de rastreo
del móvil. Suena si está a menos de trescientos metros de la
casa —coge su teléfono de la mesilla y maldice mirando la
pantalla—. Lo siento, Vero. No me di cuenta de que había
sonado.
—Ya, estabas muy ocupada —señalo—. ¡Esto no es un
puto juego! ¡Si queréis follar, hacedlo cuando no interfiera con
vuestro trabajo! ¡Joder! ¡Era tu maldita responsabilidad, Ana!
—salgo de allí sin siquiera cerrar la puerta y bajo de nuevo las
escaleras.
Estoy furiosa. ¿Cómo hemos podido ser tan descuidados?
Primero Damián y ahora esto. Toda la situación se me está
yendo de las manos y no sé cómo reencauzarla.
—¡Vero! ¡Vero! ¡Verónica! —escucho los gritos de Gael y
sus pasos tras de mí, pero no me detengo. Necesito sacar toda
esta rabia que tengo dentro de alguna manera —. ¡Vero,
espera, joder! —me sujeta por el brazo obligándome a
girarme, pero me zafo de su agarre con un fuerte tirón.
—¡Ahora no, Gael! ¡No tengo tiempo para tus gilipolleces!
—grito.
—¡¿Gilipolleces?! ¡¿Pero a ti qué mierda te pasa?! ¡¿Te has
dado cuenta de la forma en la que has tratado a tus amigos?!
—¡Sí! ¡Sé perfectamente cómo les he tratado! ¡Lo de
Velázquez tendríamos que haberlo visto venir! Si no
estuviesen tan ocupados echando un puto polvo, sabríamos
que vendría y estaríamos preparados.
—¡No ha pasado nada! ¡Tranquilízate, coño! Todo ha salido
bien.
—¡¿Bien?! —resoplo frotándome la cara con las manos—.
¡¿Es que tú no te tomas nada en serio?! —frunce el ceño sin
entender a qué viene mi ataque verbal—. ¡Te ríes de todo!
¡Siempre estás bromeando y cachondeándote de todo como un
puto crío de quince años! ¿Sabes qué puede ocurrir si nos
pillan desprevenidos? ¡Iremos todos a la cárcel! Pero eso a ti te
da igual, ¿verdad? ¡No eres tú quien va a cargar con el peso de
haber puesto a tu familia entre rejas!
—Vero, relájate —susurra intentando acercarse a mí.
—¡No quiero relejarme, joder! —bramo.
Antes de que pueda seguir con mi alegato, Gael se abalanza
sobre mí y me besa a la fuerza. Bueno… A la fuerza durante
unos segundos, el tiempo suficiente que necesita mi cuerpo
para reconocerle y dejar de oponer resistencia.
—¿Mejor? —susurra contra mis labios cuando nota como
dejo de pelear. Asiento agachando la mirada y sintiéndome
completamente agotada—. Todo va a estar bien, Princesa.
Tienes que respirar hondo y aprender a relajarte.
—No puedo relajarme —contesto en su mismo tono de voz
pausado—. Ayer me relajé, creí que todo había terminado, y
justo en ese instante, un buen amigo, un hermano, recibió un
disparo que le sesgó la vida. No me pidas que me tranquilice,
Gael, porque si algo sale mal, todas las personas a las que
amo, van a terminar muertos o pasando el resto de sus días en
una celda.
—Y exactamente por eso no puedes dejarte llevar por la ira
y la frustración. Necesitas tener la cabeza fría. Tu gente
depende de ti, cuentan contigo para que los protejas, y no
podrás hacerlo si vives en este estado de tensión continuo.
Puede que yo sea un pasota, que tenga la mentalidad de un
adolescente como tú has dicho, pero si algo tengo claro es que
no puedo controlar todo y a todos los que están a mi alrededor,
y tú tampoco.
Apoyo la frente contra su pecho y suspiro de puro
agotamiento.
—¿Cuándo se va a terminar este puto día? ¿Es que va a
pasar algo más? —pregunto a nadie en particular.
—Déjame ayudarte —susurra Gael abrazándome—. Ven,
vayamos a relajarnos un rato —se aleja y tira de mi mano
hacia la puerta principal.
—Espera, ¿dónde me llevas?
—A un lugar tranquilo donde podrás descansar un rato —
contesta guiándome hacia el exterior.
Una vez fuera, vamos hacia el garaje y Gael suelta mi mano
para coger un par de cascos, se sube a la moto y enciende el
motor.
—Gael, ¿dónde vamos? —inquiero alzando una ceja.
—A un lugar que te va a encantar —extiende su mano
hacia mí sonriendo de esa forma que tanto me gusta—.
¿Confías en mí?
Dudo. Durante unos segundos no puedo evitar pensar que
me estoy dejando llevar por lo que siento por él y eso me hace
perder perspectiva, pero tampoco es que pueda negarme. Le
quiero. Estoy total, completa e irremediablemente enamorada
de este hombre y no quiero ni puedo hacer nada para
remediarlo, así que cojo su mano y me subo tras él en la moto
viendo como su sonrisa se ensancha.
Soledad
Gael conduce hasta el puerto. Ni siquiera cuando bajamos de
la moto y caminamos hasta uno de los embarcaderos me
cuenta cuál es su intención, pero llegados a ese punto, no es
difícil deducirlas. Un paseo en barco es algo que suena genial
en estos momentos. El mar siempre me ha tranquilizado y
ayudado a pensar con claridad.
—¿Te apetece navegar? —pregunto cuando nos detenemos
junto a uno de mis barcos.
La gran parte de los que están atracados en esta zona me
pertenecen. Solo un par de ellos son de paseo, los demás son
usados para acceder a las bateas y transportar el mejillón a
tierra.
—Sí, creo que un paseo por el mar te hará bien. ¿Te gusta
este? —señala una lancha de recreo que suelo utilizar para mi
uso personal. Asiento. Gael salta a bordo y me tiende su mano
para ayudarme a subir.
—Sabes que necesitas una llave para arrancarla, ¿no? —se
encoge de hombros y veo como se dirige al motor fueraborda
y abre uno de los paneles eléctricos—. Ni de coña vas a
hacerle un puente.
—¿Por qué? Solo me llevará unos minutos —alzo la mano
para llamar a uno de los vigilantes del embarcadero y Gael me
fulmina con la mirada—. ¿Estás loca? ¿Quieres que llamen a
la policía? —sisea.
—A la policía voy a llamar yo como no saques tus jodidas
manos del motor de mi barco.
—¿Tu barco? —afirmo y miro hacia el vigilante.
—Señorita Novoa, ¿va a salir a navegar? —me pregunta.
—Sí. ¿Podrías traerme la copia de la llave? He dejado la
mía en casa.
—Sí, por supuesto —el chico se marcha y vuelve un par de
minutos después con lo que le he pedido.
No tardamos ni cinco minutos en soltar los amarres y salir
del puerto en dirección a mar abierto. Gael dirige la lancha
bordeando la costa hasta llegar a una pequeña cala de arena
que es inaccesible desde tierra. Detiene el motor antes de
llegar a la orilla, tira el ancla y empieza a quitarse la ropa.
—¿Qué haces? —inquiero mirándole extrañada.
—No voy a meterme en el agua con la ropa. La dejamos en
la lancha para que esté seca al volver de la playa.
—¿Y piensas estar desnudo todo el tiempo que estemos
allí?
—Sí, ¿tienes algún problema con eso? Tampoco es que
vayas a durar demasiado tiempo vestida desde que lleguemos a
tierra —sonrío y sacudo la cabeza dándole por imposible.
Aunque a veces me desquicie, me encanta su buen humor y
despreocupación por todo. Desearía poder ser así.
—Entonces vamos en plan Adán y Eva, ¿no? —indago
deshaciéndome también de la ropa.
—Adán y Eva —repite sonriendo—. Pues no te veo yo
pariendo niños como una coneja para poblar la tierra —hago
una mueca con la boca y él ríe a carcajadas—. Lo dicho, nada
de Eva. Solos tú y yo. No tenemos una isla, pero sí una
pequeña playa privada.
Cuando quedamos completamente desnudos, nos lanzamos
al mar y nadamos hasta la cala de arena. Ni siquiera llegamos
a tierra, en cuanto podemos caminar en el agua, nos lanzamos
el uno en los brazos del otro y hacemos el amor arrullados por
las olas del mar.
Pasamos la tarde entre besos, caricias y risas. Sí, risas. Me
río más de lo que recuerdo haberlo hecho en los últimos diez
años. Gael siempre tiene una tontería que decir o una broma
que gastar, y yo lo disfruto, porque estos momentos, quizás
sean los últimos que pasemos juntos. Esas son las
consecuencias de vivir la vida como lo hacemos nosotros.
—¿Qué pasó en ese internado? —me pregunta Gael en un
momento en el que estamos tirados boca arriba sobre la arena
tras haber disfrutado de una intensa sesión de sexo—. Algo en
ti ha cambiado, Princesa. Siempre has sido bastante rebelde,
pero la forma en la que te vuelves fría y calculadora por
algunos momentos… Eso no se aprende a controlar. Algo tuvo
que pasar para que cambiaras de esa forma.
—Si esperas que te cuente que me maltrataron o abusaron
de mí en el internado, te vas a quedar con las ganas. No
sucedió nada de eso —suspiro y me giro tumbándome de
costado, usando mi brazo derecho a modo de almohada y
apoyando el izquierdo sobre su cintura—. Solo me sentía sola.
Yo tenía una familia, un padre, muchos tíos que, aunque no
eran de mi sangre, los quería como tal, amigos, un
hermanastro al que deseaba en secreto… —Gael sonríe y
deposita un beso rápido sobre mis labios—. Pero de pronto ya
no quedaba nadie, y yo estaba encerrada en un colegio en el
culo del mundo, rodeada de un montón de niños pijos que lo
único que sabían de mí era que mi padre era un narcotraficante
condenado a pasar el resto de sus días en la cárcel. Como
podrás adivinar, no era muy popular. Los chavales de esa edad
pueden llegar a ser muy crueles.
—¿No había nadie a quien quejarse? No sé, el director del
centro, por ejemplo.
—Gael, yo no tenía a nadie que me defendiera. Al principio
eran solo burlas y comentarios maliciosos. Yo no quería
problemas así que no hice nada. Intentaba evitar cualquier
contacto con los demás alumnos. Iba a clases y después me
encerraba en mi habitación. Pero al no hacer nada, ellos se
crecieron, especialmente un grupo de niños de papá con
demasiado tiempo libre. Tomaron el joderme la vida como un
pasatiempo divertido.
—Hijos de puta —sisea en voz baja—. ¿Alguna vez se lo
contaste a alguien? —asiento rápidamente.
—Las bromas fueron subiendo de nivel de maldad. Una vez
colocaron un gato ahorcado en el interior de mi armario. No sé
si lo mataron ellos o se lo encontraron muerto, pero me llevé
un susto de muerte. Hablé con la jefa de estudios y con el
director, pero ambos me dijeron que lo que tenía que hacer era
concentrarme en mis estudios. Que esos alumnos llevaban
años allí y nunca habían tenido problemas con ellos. Vamos,
que les daba absolutamente igual lo que le pasara a la hija de
un narcotraficante que estaba en la cárcel. Yo no tenía a nadie
que diera la cara por mí, pero a ellos los respaldaban sus papás
ricos y famosos. Algunos eran hijos de políticos y gente muy
influyente.
—Debió ser un infierno —susurra acariciando mi rostro.
—Lo fue. Sobre todo, recuerdo lo sola que me sentía. La
soledad es un sentimiento muy destructivo. Ni siquiera me
importaba lo que dijeran o pensaran esos capullos. Solo quería
que me dejaran en paz. Intenté seguir evitándoles, pero el
acoso fue a más. Una noche me despertó un ruido y alcancé a
ver como uno de ellos me tapaba la cabeza con un saco negro.
Batallé para librarme, pero eran cuatro o cinco y me pillaron
desprevenida. Me llevaron al sótano del colegio, al cuarto de
las calderas, me desnudaron y se dedicaron a sacarme fotos y a
pajearse mientras me miraban.
—Te… Joder, dime que no…
—Tranquilo —digo poniendo mi mano sobre su pecho
desnudo—. No pasó nada más, pero en ese justo momento
supe que, si no hacía nada para evitarlo, tarde o temprano
ocurriría. Es como un ladrón que roba por primera vez,
empieza con cincuenta o cien euros, pero si no lo pillan, si se
cree intocable, lo volverá a hacer, y esa vez cogerá más dinero,
y la próxima más, y más… Tenía que plantarme y decir basta,
así que lo hice.
—¿Qué hiciste exactamente? —pregunta con cautela.
—Les devolví golpe por golpe todas las que me habían
hecho. A partir de esa noche yo me convertí en la cazadora y
ellos en la caza, y no al revés. Mis bromas eran el doble de
pesadas que las suyas, creé bulos sobre ellos y los esparcí por
todo el colegio, les amargué la existencia.
—¿Y ellos no hicieron nada?
—Por supuesto que lo hicieron. Volvieron a intentar
pillarme desprevenida, pero esa noche yo les esperaba con un
bate de béisbol junto a mi cama. El resultado fue, uno con los
dientes rotos, otro con conmoción cerebral, y muchos,
muchos, muchos hematomas.
—Esa es mi Princesa —comenta sonriendo.
—Yo estuve limpiando cuadras y fregando baños el resto
del curso, pero ellos no volvieron a molestarme jamás, nadie
lo hizo. Incluso los profesores me temían. Acababan de
conocer a la Princesa del narcotráfico gallego, y no era alguien
a quien se pudiera mangonear.
—Lo siento, Vero. Tendría que haber ido a por ti. Creí que
estarías más segura si no tenías contacto conmigo, pero nunca
pensé… No tenía ni idea de lo que estabas viviendo.
—No lo sientas. Vivir eso me hizo más fuerte, más
independiente. Me di cuenta de que nunca nadie va a hacer
nada por mí. Si quiero algo, tengo que lograrlo por mí misma,
y no importa lo que tenga que hacer para conseguirlo.
—No tendría por qué ser así —murmura jugando con un
mechón de mi pelo entre sus dedos—. Podrías dejar todo esto
atrás y… —alzo una ceja en su dirección y él sonríe—. ¿Qué?
¿Por qué no? Podemos tener una vida maravillosa lejos de
todo esto.
—¿Podemos? Gael, ¿me estás pidiendo que deje toda mi
vida y me fugue contigo o algo así?
—Algo así. No sería una fuga. Nosotros somos dueños de
nuestras vidas. Solo nos iríamos y listo. ¿No estás cansada de
vivir siempre al límite? —me encojo de hombros y su sonrisa
ladeada vuelve a aparecer—. No, claro que no. Esa es la
diferencia entre nosotros. Yo soy de los que se conforma con
una vida tranquila, sin sobresaltos, junto a la mujer que amo y
en un futuro un par de chiquillos, una casa en la playa, un
perro, no pido más, pero tú necesitas la adrenalina y el poder
que te da esta forma de vida, ¿verdad?
—No se trata de adrenalina o de poder. Se trata de no
fallarle a mi gente. ¿Sabes cuántas personas viven de este
negocio? ¿Te haces una idea de las bocas que alimenta?
—Vero, sabes perfectamente que podrías seguir con el
negocio del mejillón y el trabajo se mantendría en la ciudad.
—No de la misma forma. Meiral de Gredos ha mejorado su
economía en un trescientos por ciento desde que yo volví a
casa y al negocio familiar. Nunca habría logrado algo así con
la cría de mejillón.
—Sí, tienes razón, pero ahora no lo necesitas. Puedes
dejarlo, Princesa. Sabes que solo es cuestión de tiempo. Tarde
o temprano vas a tener que dejarlo. ¿Por qué no hacerlo ahora?
Quizás cuando decidas hacerlo ya sea demasiado tarde.
—Un delincuente está intentando convencerme para que
deje de delinquir. Eso no es algo que se escuche todos los días
—farfullo.
—Yo he pasado por eso. He visto como toda mi familia ha
terminado muerta o en la cárcel. No quiero que a ti te pase lo
mismo. Si… —deja la frase a medias y frunce el ceño.
—¿Qué pasa?
—Shhh —pone un dedo sobre mis labios pidiéndome
silencio—. Acabo de escuchar un motor.
—Será algún barco de pesca que andará cerca de aquí —
deduzco mirando hacia la orilla.
—No parecía un barco de pesca. Aquí hay algo raro —
afirma muy serio.
—¿Has traído un arma? —pregunto poniéndome en pie de
un salto.
—En la lancha —responde haciendo una mueca con los
labios.
—Qué bien. En la lancha también tengo yo una. Vamos
cuanto antes. Aquí somos un blanco fácil y estamos
indefensos.
Nos lanzamos al agua y nadamos a toda prisa hasta llegar al
barco. Gael sube a bordo y estira su mano hacia mí para
ayudarme, pero antes de que pueda agarrarla, siento como una
mano se cierra alrededor de mi tobillo y tira de mí hacia abajo.
Ni siquiera tengo tiempo a reaccionar cuando me veo
sumergida por completo bajo el agua. Pataleo para librarme
del agarre de mi captor, pero no lo consigo. Al mirar hacia
abajo, compruebo que un hombre vestido con un buzo negro
es el que está intentando ahogarme. Grito con fuerza, pero el
agua salada entrando por mi garganta amortigua mi voz y me
deja totalmente exhausta.
Necesito respirar. Me arden los pulmones y siento que estoy
a punto de perder la consciencia. Un esfuerzo más. Apunto
como puedo y lanzo la pierna que tengo libre hacia la cara de
mi enemigo arrancándole el respirador de oxígeno de la boca.
Eso provoca que me suelte un segundo, justo el tiempo que
necesito para nadar hacia el exterior y coger una gran
bocanada de aire. Busco a Gael, pero no lo encuentro por
ningún lado y mi respiración agitada no me permite llamarle.
Entonces siento como esa mano sujeta de nuevo mi pie.
Intento coger todo el aire que me cabe en el pecho antes de
sumergirme. Otra vez vuelvo a luchar, pero en esa ocasión con
más ganas. Este hijo de puta quiere matarme, pero hace falta
más que quererlo para conseguirlo. Estoy a punto de ir hacia él
para enfrentarle, cuando veo como el agua se vuelve
completamente roja frente a mí. Es sangre, estoy segura. Palpo
mi cuerpo buscando una herida, algún lugar de donde pueda
salir toda esa sangre, pero no encuentro nada y vuelvo a estar
sin aire. Entonces la mano que rodea mi tobillo se afloja y
puedo salir al exterior.
En cuanto me sujeto al borde de la lancha, no tarda ni dos
segundos en que Gael salga a la superficie, y también el
cuerpo del tío que ha intentado asesinarme.
—¿Estás bien? —pregunta Gael tras nadar hacia mí más
veloz que un nadador olímpico—. Verónica, ¿estás herida? —
sujeta mi cara con sus manos y yo niego con la cabeza
intentando recuperar la respiración.
Miro hacia el cadáver que flota a nuestro lado y me doy
cuenta de que la sangre proviene de él.
—Le has matado —susurro recuperando parcialmente el
habla.
—Tú me has salvado la vida dos veces, aún te debo otra —
señala con un amago de sonrisa—. Vamos, te ayudo a subir y
nos largamos de aquí.
Tras comprobar que no conocemos a nuestro agresor, nos
vestimos y volvemos al puerto a toda velocidad. No tardamos
en llegar a casa, agotados y con mil dudas en nuestras cabezas.
¿Quién demonios está intentando matarnos? ¿Iban a por mí o a
por Gael? Y, ¿por qué? ¿Quién quiere vernos muertos?
Ana es la primera persona con la que me topo al entrar en la
cocina. Nos miramos y ella agacha la mirada con gesto de
culpabilidad.
—¿Qué tal el paseo? —pregunta con cautela.
—Bien —abro la nevera y saco un botellín de agua que me
bebo en dos tragos. Tras tirar el recipiente de plástico al
contenedor de basura, me giro hacia ella—. Han intentado
matarnos, otra vez, pero el paseo ha ido genial.
—Espera… ¡¿Mataros?! ¿Qué ha pasado? —inquiere mi
amiga.
—No lo sé, pero nos estaban vigilando, y eso no me cuadra.
Hay alguien que intenta librarse de mí, o de Gael, o quizá de
ambos, aún no estoy muy segura. ¿Puedes acceder al teléfono
móvil cifrado que conseguiste para Roi?
—¿Crees que él tuvo algo que ver en todo esto?
—No tengo ni idea, pero hay algo aquí que no me gusta
nada. Primero el asedio a la casa y ahora nos vigilan e intentan
matarnos. No sé si es Roi quien está dando las ordenes, pero
prefiero mantenerlo vigilado.
—Sí, claro. Echaré un vistazo a su lista de llamadas y te
informo con lo que sea. Te prometo que no volverá a suceder
lo del inspector Velázquez.
Resoplo y me acerco a mi amiga sujetando su mano con la
mía.
—Siento mucho lo que pasó antes, Ana. Se me fue mucho
la pinza, y me arrepiento de la forma en la que te hablé. De
verdad que me alegra muchísimo que Juanillo y tú finalmente
os estéis entendiendo. Yo solo quiero…
—Mantenernos a salvo —termina por mí—. Lo sé, Vero. Si
pensaste que yo te iba a reclamar algo por la que montaste
hace unas horas, te equivocas. Sé que solo te preocupas por
nosotros. Hemos perdido a Damián y eso te asusta, porque te
has dado cuenta de que el siguiente podría ser Juanillo, César,
yo o tú misma.
—Me conoces demasiado bien, y eso es una putada —
comento con media sonrisa.
—Verónica, ¿estás bien? —pregunta Juan entrando en la
cocina como un vendaval—. Gael me acaba de contar lo que
ha pasado.
Miro hacia la puerta y veo a mi chico apoyado contra el
marco con las manos metidas en los bolsillos delanteros del
pantalón.
—Estoy bien. Gael estuvo ágil en reflejos y me salvó la
vida —contesto.
—Por primera vez, me alegro de que haya vuelto —
masculla mi amigo mirando hacia Gael de reojo.
—Pues ve haciéndote a la idea, hermano, porque va a
quedarse aquí con nosotros —Juan frunce el ceño y va a
replicar, pero alzo una mano para acallarlo y continúo
hablando—. No necesito tu permiso. Sé que tienes tus motivos
para dudar de él, y lo entiendo, pero a partir de mañana Gael
va a trabajar con nosotros. Le pondremos al día de todo lo
referente a la próxima recogida y tomaremos en cuenta sus
sugerencias. Me da igual si no te gusta. Yo confío en él.
Mi amigo asiente de mala gana y miro hacia Gael, él me
dedica una amplia sonrisa. Quizás me esté equivocando de
lleno, pero necesito hacer esto. Tengo que comprobar si Gael
es o no uno de los nuestros.
Traición
Han pasado dos semanas desde que asediaron la casa y
asesinaron a Damián. Desde entonces, he reforzado la
seguridad. Nadie entra ni sale solo de la casa. Tampoco es que
eso fuese a ocurrir, Juanillo y Ana están en plena luna de miel,
y Gael y yo… Bueno, no nos va mal. Pasamos todo el día
juntos, planeando la forma más fácil y segura de meter en el
país el cargamento que vamos a recibir. Sinceramente, ha sido
de mucha ayuda, es un gran estratega y tiene mucha
experiencia en estas situaciones. Cambiamos completamente
el plan inicial. La droga será descargada en una de las playas
de Meiral de Gredos en vez del pueblo vecino, que era como
íbamos a actuar inicialmente. También hemos retrasado el
desembarco una semana. Para los marineros que transportan la
mercancía en los cuatro barcos de pesca, fue algo complicado,
ya que tuvieron que permanecer en el mar más tiempo de lo
esperado, pero necesitábamos despistar a Roi. Aún no sé si
puedo confiar en él.
—Repasémoslo todo una última vez —ordeno.
Estamos reunidos Gael, Ana, Juan, César y yo en mi
despacho desde primera hora de la tarde. Ahora ya ha
anochecido hace un par de horas, así que casi ha llegado el
momento de ponerse a trabajar de verdad.
—Yo me encargo de vigilar los canales de policía y
avisaros si hay algo extraño —señala Ana.
—César y yo nos vamos a la playa, supervisamos el
desembarco y nos encargamos de dirigir los camiones hacia el
puerto —continúa Juanillo.
—Verónica y yo estaremos allí esperando. Supervisaremos
la descarga de los camiones y que las lanchas repartan la
mercancía por las bateas para su almacenaje —concluye Gael.
—Tendréis vía libre con la policía, chicos. Los municipales
estarán ocupados. Nuestro amigo, el alcalde Rivera, se ha
ocupado de ello. La guardia civil también está controlada.
Nuestro único problema es la policía nacional. Si veis luces
azules, dejáis todo y os largáis de ese lugar cagando leches. No
quiero que nadie se quede atrás. Puedo asumir que perdamos
la mercancía, pero no quiero bajas humanas, ¿estamos? —
todos asienten—. Bien, salimos en diez minutos.
Mis compañeros se marchan dejándonos solos a Gael y a
mí. Él se sienta en el borde de mi mesa y clava su mirada en la
mía.
—¿Qué te pasa? —pregunta cruzándose de brazos—.
Llevas muy seria todo el día.
—Nada. Solo estoy intentando concentrarme en nuestra
tarea de hoy. Esto es muy importante, y todo tiene que salir
según lo planeado —contesto desviando la mirada.
—¿Estás segura de que es solo eso? Esta mañana, cuando
me desperté, ya no estabas en la cama, y has estado rehuyendo
mi mirada todo el día.
—Ya te he dicho que no pasa nada, Gael. Solo estoy
preocupada por lo de esta noche.
Sus dedos sujetan mi barbilla y la alzan para que le mire a
la cara.
—Vero, si quieres decirme algo, este es el momento. No
quiero que salgamos ahí fuera ocultándonos cosas. Tiene que
haber confianza entre nosotros para que esto salga bien.
—No tengo nada que decirte. Y, ¿tú a mí? ¿Hay algo que
quieras contarme? Como tú has dicho, este es el momento
indicado para ser sinceros.
Resopla y niega con la cabeza.
—No, tú ya lo sabes todo sobre mí.
—Bien, en ese caso, vámonos ya —señalo levantándome,
pero antes de que pueda empezar a caminar hacia la salida, sus
manos se aferran a mi cintura y me abraza hundiendo la cara
en mi cuello.
—Estas dos semanas, contigo, han sido las mejores de mi
vida, Princesa —susurra—. Te quiero más de lo que nunca
podrías llegar a imaginar.
—Eso suena a despedida —murmuro apartándole de mí
para mirarle de frente.
—Porque lo es. Ya sabes cómo son estas operaciones.
Pueden ocurrir imprevistos y… Por si acaso, quiero que sepas
lo importante que eres para mí.
Sonrío tristemente y coloco mi mano en su mejilla
acariciando la barba pegada a su piel.
—Tú también eres importante para mí, Gael. Te quie…
—No lo digas —pide poniendo su dedo índice sobre mis
labios—. Sé lo que sientes por mí, siempre lo he sabido, pero
no quiero que lo digas, no ahora. Cuando todo esto pase, tú y
yo hablaremos y nos diremos todo lo que llevamos dentro.
—¿Cuándo todo esto acabe? ¿Hablas de lo de esta noche?
—asiente rápidamente—. Esto nunca se acaba, Gael. Después
de esto será otra cosa. Así es la vida del narco.
—Aún estamos a tiempo de fugarnos juntos —dice
sonriendo de medio lado—. Nos largamos y punto.
—Va a ser que no —acerco mi cara a la suya y le beso. Un
beso rápido, pero cargado de sentimientos—. Vamos o
llegaremos tarde.
—Sí, vámonos —repite.
Nos despedimos frente a la puerta deseándonos suerte los
unos a los otros. Ana se quedará en casa, César y Juanillo se
montan en uno de los todoterrenos negros y Gael y yo en el
otro.
Durante el trayecto ninguno de los dos habla. Yo conduzco
siguiendo el coche en el que van mis amigos hasta que
nuestros caminos se separan, ellos siguen la carretera hacia la
playa, y yo me desvío por una carretera secundaria.
—Por aquí no vamos hacia el puerto —señala Gael.
—Vamos a dar un rodeo primero. Aún tenemos tiempo
antes de que la mercancía llegue allí —contesto.
—Creí que querías organizar a los hombres con tiempo
para la descarga y el reparto de mercancía.
—Hay tiempo —repito mirándole de reojo.
Según vamos subiendo la montaña, puedo notar como Gael
se va poniendo cada vez más nervioso. Esto no es lo que
habíamos planeado, pero sí lo que yo necesito hacer. Aparco
frente al mirador y detengo el motor tras respirar
profundamente.
—¿Qué hacemos aquí? —inquiere.
—He pensado que nos vendría bien coger un poco de aire
fresco antes de que todo empiece, y qué mejor lugar que este.
Los dos adoramos este sitio.
—Cierto. Vamos, salgamos un ratito —propone.
Salimos del coche y nos sentamos en una de las rocas que
hay ante el precipicio. Desde aquí podemos el paisaje nocturno
de toda la ciudad. Miles de luces, algunas de hogares, otras de
los faros de los coches, y más allá, en una pequeña playa, unas
luces intermitentes que podrían pasar desapercibidas para
cualquiera, pero yo sé de qué se trata. Son mis hombres
esperando a los barcos que están a punto de atracar. No puedo
verlos porque navegan en total oscuridad, pero yo sé que están
ahí.
—Ya ha empezado —murmuro mirando fijamente hacia ese
punto en concreto.
—Lo sé. Te diría que tenemos que darnos prisa en llegar al
puerto, pero no vamos a ir allí, ¿verdad?
Le miro y sonrío negando con la cabeza.
—Eso solo depende de ti, Gael. Mientras veníamos de
camino, estaba rezando, pidiéndole a un dios en el que ni
siquiera creo, el estar equivocada. Aún tengo la esperanza de
que podamos salir de aquí e irnos a casa, juntos —en ese
preciso instante, por el rabillo del ojo, veo como la playa en la
que antes había solo un par de pequeñas luces blancas, es
iluminada completamente por luces azules intermitentes.
Cierro los ojos con fuerza cuando el sonido metálico que emite
mi pistola cuando le quito el seguro, resuena en el silencio de
la noche—. Supongo que mis esperanzas acaban de ser
pisoteadas por tu traición.
Gael mira hacia la playa y suspira fuertemente.
—¿Vas a matarme? Creí que ya habíamos superado eso.
¿Ni siquiera vas a preguntarme por qué lo hice?
—¿Me dirías la verdad? —me mira y sonríe tristemente.
—Sí, toda la verdad.
—Muy bien —me levanto y le apunto con la pistola en la
cabeza—. Empieza diciéndome por qué coño has vuelto. ¿Te
envió la policía? Ni siquiera intentes soltarme otra vez el rollo
de la Bratva porque ambos sabemos que eso es una sarta de
mentiras. No hay nadie buscándote, Gael.
—Lo has comprobado —afirma levantándose y poniéndose
frente a mí.
—Por supuesto que lo he comprobado. Si la Bratva
estuviera buscándote, habría una recompensa por tu cabeza en
la Deep web, pero Ana no ha encontrado ni rastro de ti.
Además, me aseguré de ello hablando con un amigo que tiene
influencias entre la mafia rusa. Nadie te conoce ni ha
escuchado hablar de ti.
—¿Un amigo? —afirmo—. ¿El mismo con el que Ana
concertó la cita justo antes de la cena con tu amigo italiano
cuando fuimos a Palermo? ¿El mismo con el que comiste al
día siguiente? —alzo una ceja en su dirección y él suelta una
carcajada macabra—. ¡¿Crees que soy imbécil, Verónica?!
¡Me pusiste delante una puta cortina de humo! Mientras me
presentabas al puto italiano que te follabas de vez en cuando,
haciéndome creer que era tu contacto, te veías a escondidas
con el ruso al que le compraste el submarino que
probablemente esté ahora mismo siendo descargado en
cualquier playa cercana. ¡¿De verdad pensaste que me la
estabas colando?!
—¡¿Cómo mierda sabes lo del submarino?! —grito
pegándole la pistola a la sien.
—Porque yo habría hecho exactamente lo mismo.
—¡Hijo de puta, mentiroso! —exclamo.
—¿Mentiroso yo? ¡¿Tú no lo eres?! ¡Mira toda la
pantomima que has montado! Y sabes lo peor… Que cada
mentira que me contaste, yo la sabía. Me llamas mentiroso a
mí mientras tú te la das de muy digna, pero eres tú la que
comparte cama conmigo todas las noches solo para hacerme
pensar que confías en mí.
—Muy bien. Yo sabía que tú estabas mintiendo y tú que yo
lo hacía. ¡Eso no explica por qué demonios te metiste en mi
casa!
—¡Ya lo sabes, joder! ¡Sabes que trabajo con la policía!
¡¿Era eso lo que querías escuchar?! ¡No he estado en Rusia y
no me persigue ningún mafioso! ¡Volví a casa siguiendo
órdenes de la policía!
—Te voy a matar, maldito cabrón. Lo de mi padre también
es mentira, ¿verdad? ¡Fuiste tú quien los traicionó!
Resopla y mira el reloj en su pulsera con gesto nervioso y
enfadado.
—Verónica, tenemos que irnos de aquí.
—Tú no vas a ir a ningún lado. Tu próximo destino es el
fondo del mar.
—¡Vero, baja la puta pistola! Tenemos que marcharnos
ahora mismo.
—¡¿Por qué?! ¡¿Por qué coño tienes tanta prisa en que nos
vayamos?!
—¡Porque seguramente ya se habrán dado cuenta de que
esos barcos están vacíos y saben que los he traicionado!
—¡¿De qué mierda estás hablando?!
—¡Piensa un poco, joder! ¡Estás tan cegada por la rabia que
no te das cuenta de que a pesar de que yo sabía que la
mercancía no estaba en esos barcos, les aseguré que estaría!
¡Les he dado información falsa intencionalmente! Ahora ellos
han quedado al descubierto y ya saben que no estoy de su lado.
—¿Ah no? ¿Del lado de quién estás, entonces?!
—¡Del tuyo, coño! ¡¿Por qué crees que acepté trabajar para
ellos?! ¡Solo intento protegerte!
—¡Y una mierda! Acabas de verte descubierto y ahora te
inventas eso para intentar salvarte.
—¿Salvarme? ¡¿De verdad crees que puedes matarme?! —
sujeta el cañón de la pistola contra su frente y clava sus ojos en
los míos—. ¡Hazlo! ¡Vamos, Verónica! ¡Joder, aprieta el puto
gatillo! —mis ojos se inundan de lágrimas sin que pueda hacer
nada para evitarlo. Le odio. Le odio por su traición, por su
engaño, por todas sus mentiras. Sin embargo, también le amo,
aunque sé que no debería y que ese amor me va a llevar a la
tumba. Acaricio el gatillo con el dedo, dándome fuerzas a mí
misma para hacer lo que tengo que hacer. No es tan difícil, lo
he hecho cientos de veces, solo tengo que presionar esa
pequeña palanca y todo habrá acabado. Cierro los ojos, respiro
profundamente y me preparo para hacerlo. Me ha traicionado,
a mí y a toda mi gente—. Verónica, abre los ojos —ordena—.
Si vas a matarme, hazlo de frente. Quiero que tus ojos sean lo
último que vea antes de morir —hago lo que me pide, le miro
y él sonríe de esa forma que tanto me gusta—. No pasa nada,
Princesa —susurra. Vuelvo a cerrar los ojos y presiono el
gatillo.
Las lágrimas corren por mis mejillas mientras intento
recuperar el control sobre mi respiración. Un milisegundo,
solo he tardado ese tiempo en desviar la pistola de su cabeza
antes de disparar. Lo he intentado, pero una vez más no he
sido capaz de matarle, y no creo que lo sea jamás.
Me agacho llorando y siento las manos de Gael sobre mis
brazos, pero le aparto de un empujón.
—Vero, tenemos que irnos —dice. Entonces escucho unas
sirenas de policía muy cerca—. ¡Mierda, ya vienen! ¡Tenemos
que marcharnos ahora mismo! —intenta agarrarme de nuevo,
pero vuelvo a apartarle de un empujón—. Escúchame,
Princesa. Te lo explicaré todo, pero tenemos que salir de aquí.
Si nos pillan, los dos acabaremos en prisión.
—¡No me toques! —bramo cuando vuelve a tocarme.
—¡Verónica! —me sujeta con fuerza por los hombros y me
zarandea—. ¡Están llegando! ¡Van a meternos en la cárcel! —
sus gritos provocan que algo se encienda en mi cabeza, una
señal de alarma que activa todos mis sentidos de nuevo—.
¡Levántate, vamos! —hago lo que me ordena y empiezo a
correr hacia el coche, pero Gael me detiene tirando mi brazo
—. ¡No! ¡Es demasiado tarde! Solo hay una carretera para
subir y para bajar. No podemos escapar sin cruzarnos con la
policía.
—Entonces, ¡¿qué coño hacemos?!
—¡Vamos! —empieza a correr monte adentro
arrastrándome por el brazo.
Tropiezo con varias ramas hasta que consigo accionar el
modo huida en mi cerebro. A partir de ese momento, me suelto
del agarre de Gael y corro tras él escuchando los pasos y gritos
de los policías pisándonos los talones. Echo varias veces la
vista hacia atrás, y consigo ver las luces de las linternas
alumbrando la vegetación. Corremos aún más rápido, hasta
que siento como me queman los pulmones y mi corazón late
con tanta fuerza que parece querer atravesar mi caja torácica.
—¿Por qué no conseguimos librarnos de ellos? —pregunto
en susurros cuando nos detenemos a coger aire.
Nos escondemos tras el enorme tronco de un árbol
escuchando a lo lejos como los policías se gritan órdenes y
directrices.
—Llevo un localizador GPS subcutáneo —contesta
señalando su espalda.
—Maldito hijo de perra —siseo mirándole con odio.
—Ya, cariño. Después ya tendrás tiempo de insultarme todo
lo que quieras, pero ahora necesito librarme de este chisme o
no conseguiremos darles esquinazo —saca una navaja de su
bolsillo y me la tiende—. Sácamelo, está justo sobre el
omoplato izquierdo —se gira quitándose la camiseta por la
cabeza.
—¿Cómo coño pretendes que vea algo en mitad de la
noche, Gael?
—No necesitas verlo. Toca mi espalda, donde yo te he
dicho, vas a notar un pequeño bultito, como un pequeño grano.
Solo tienes que hacer un pequeño corte al lado y sacar el
localizador.
—Sí, muy sencillo —murmuro en tono irónico.
—Date prisa, Verónica. Ya están llegando —susurra cuando
escuchamos de nuevo las pisadas, esta vez mucho más cerca
de nuestra posición.
Pongo mi mano sobre su espalda y tanteo con los dedos la
piel que cubre su omoplato izquierdo. No puedo evitar pensar
que justo anoche recorrí esta y gran parte de su cuerpo con mis
manos en un contexto muy distinto. Ayer aún tenía la
esperanza de que mis sospechas fuesen infundadas. Pero no ha
resultado ser así. Yo estaba en lo cierto, y Gael es un traidor
que nos ha vendido a la policía.
Noto la pequeña rugosidad bajo mi dedo índice y no tardo
en clavar la punta de la navaja en la carne para abrir un
pequeño hueco. Gael suelta un pequeño gemido de dolor y yo
chisteo para hacerle callar. ¿Le duele? Bien. Que se joda.
—Ya está —digo cuando he conseguido extraer el
localizador. Siento la humedad y el calor de su sangre en mis
manos.
—Lo has disfrutado, ¿verdad? —pregunta poniéndose la
camiseta de nuevo.
—Disfrutaría más si pudiera hacerlo cien o doscientas
veces —replico guardando la navaja en el bolsillo trasero de
mi pantalón.
—Cielo, creo que tenemos un grave problema de
comunicación. Si salimos vivos de esta, tendremos que ir a
terapia de pareja o algo.
—Gael, ¿sabes por donde te puedes meter tus bromitas?
—Vale, no estás de humor. Entendido —lanza el
localizador al suelo y resopla—. Vamos, conozco un lugar
donde podremos escondernos hasta que se vayan.
Volvemos a correr a través de la maleza, pero ahora
conseguimos coger más distancia de nuestros perseguidores.
Ya no tienen cómo seguirnos en mitad del monte, y esta zona
Gael se la conoce muy bien, incluso por la noche. Estamos en
nuestro terreno y eso nos da ventaja. Al menos hasta que ellos
se reagrupen y decidan crear partidas de búsqueda para peinar
el monte dándonos caza. Para entonces, tenemos que haber
conseguido salir de aquí o estaremos muy jodidos.
Redención
—¿Sabes hacia dónde vamos o simplemente estamos
perdidos? —pregunto tras varias horas caminando.
—Sé perfectamente a dónde me dirijo. Estamos llegando —
responde.
Estoy completamente empapada en sudor y casi no siento
los pies, pero al menos hemos conseguido despistar a la
policía.
—No tendrás un teléfono móvil, ¿no?
—Lo dejé en el coche, igual que tú.
—De puta madre. ¿Cómo se supone que vamos a salir de
aquí?
—De noche no, eso seguro —se detiene y mira hacia
ambos lados—. Ven, es aquí —señala una gran roca cubierta
de maleza.
—Qué bien, has encontrado justo la roca que había perdido
—comento en tono sarcástico—. Ha sido un detalle por tu
parte traerme hasta aquí para buscarla.
Gael resopla y empieza a retirar la maleza que hay en un
lateral de la roca.
—Si me ayudaras, en vez de quejarte tanto, acabaríamos
antes, Princesa —a pesar de la oscuridad, puedo ver como un
pequeño hueco en la roca empieza a aparecer—. Vamos, creo
que ya podemos entrar.
—¿Eso es una cueva? ¿Qué te hace pensar que voy a
meterme en una cueva contigo? Es más, ni siquiera sé qué
demonios hago aquí. ¿Por qué me has hecho huir? En ese
barco no había nada. No pueden acusarme de ningún crimen.
Has sido tú el que les ha dado información falsa, así que yo me
vuelvo a casa.
—Tú no te vas a ningún lado. Aún no lo has entendido,
¿verdad? No estamos aquí por mí. Como mucho he perdido la
credibilidad con la policía, pero no pueden acusarme de nada.
Eres tú quién está muy jodida.
—¿De qué mierda estás hablando? No tienen nada en mi
contra.
—Te equivocas, Verónica. Tienen pruebas suficientes para
enviarte a la cárcel el resto de tu vida —le miro sin entender
de qué está hablando—. Hay grabaciones, documentos, audios,
fotografías… Solo estaban esperando para conseguir pruebas
incriminatorias contra las personas que trabajan para ti, y
sobre todo, de tu proveedor.
—No puede ser —susurro llevándome las manos a la
cabeza.
—¿Por qué demonios crees que yo me ofrecí para
ayudarles?
—No sé. ¡¿Porque eres un cabronazo de mierda?!
—Velázquez vino a hablar conmigo a Berlín. Allí fue donde
estuve estos diez años. No le fue difícil encontrarme, ya que
no me estaba escondiendo. He mantenido una vida
completamente legal desde que detuvieron a tu padre. Él me
ofreció infiltrarme en la nueva organización e informarles
desde dentro.
—¿Y tú qué ganabas a cambio? ¿Qué trato hiciste con
ellos?
—Me permitirían acceder a todos los bienes incautados de
los Novoa. Todo el dinero, las cuentas, todo… Solo tenía que
darles los nombres de tus trabajadores y de tus proveedores, y
a ser posible, informarles de cuándo y dónde se produciría una
entrega de droga importante.
—Vamos, que te vendiste como el puto perro usurero que
eres, ¿no? —escupo con rabia—. Primero traicionaste a mi
padre y ahora a mí.
—¡Joder, no has entendido una mierda! ¡Yo no traicioné a
tu padre! Lo que te conté sobre él es verdad. Xacinto Novoa
hizo un trato con la policía. Yo también lo hice, pero no fue ni
por dinero ni por traicionarte.
—¡Entonces, ¿por qué mierda lo hiciste?!
—¡¿Por qué hago todo lo que hago, Vero?! ¡Por ti! Desde
que he vuelto, no he dejado de intentar convencerte para que
lo dejes todo y nos larguemos de aquí. ¿Cómo puedes creer,
aunque sea por un segundo, que yo te delataría? ¡Solo intento
protegerte!
—Muy buena, Gael. Ahora vas de buen samaritano. Solo le
hiciste creer a la policía que estabas de su lado para ayudarme,
¿es eso? —asiente rápidamente—. Entonces, ¿por qué no me
lo dijiste? ¿Por qué no me advertiste de lo que estaba pasando?
—¡¿Me hubieses creído?! ¡Ni siquiera me estás creyendo
ahora, después de lo que hemos vivido juntos! Nada más
verme, me pegaste un jodido tiro en la pierna. ¿Qué habrías
hecho si te dijera que fue la policía quien me envió a tu casa?
—Matarte, eso es lo que tendría que haber hecho ese día. O
mejor, dejar que Roi te despedazara vivo en aquel cuchitril, en
vez de salvarte la vida.
—Pero no lo hiciste, porque me quieres, y porque sabes que
yo le era fiel a tu padre y te soy fiel a ti.
—¿Qué se supone que quieres ahora, Gael? ¿Qué buscas?
¿Redención?
—No. Yo no tengo que redimirme, porque no he hecho
nada malo. ¡Tienes que creerme!
—Yo no tengo que hacer nada. Cuando salgamos de aquí…
—Cuando salgamos de aquí, vas a tener que huir. Ahora
que saben que les he traicionado, van a ir a por ti sin
importarles que no tengan nada más. No van a arriesgarse a
que te largues del país. También irán a por Quiroga y Pazo.
—¡¿Qué?! ¡¿Cómo que irán a por ellos?! —inquiero.
—Vosotros sois los cabezas de familia, los líderes de los
tres clanes. Os van a empapelar a los tres.
—¡Mierda! ¡Joder! —grito pateando una rama.
—¿Quieres dejar de gritar? Si te pillan aquí, te llevarán
directamente a un calabozo. Si conseguimos llegar a casa,
puedes tener una oportunidad.
—Explícate —ordeno tras resoplar.
—Si quieren entrar en tu casa, necesitan una orden judicial,
y tienen que lograr que un juez emita una orden de búsqueda y
captura para detenerte. Eso no pueden conseguirlo tan
fácilmente. El plan es salir de aquí en cuanto amanezca, llegar
a casa y desde ahí vemos hacia donde nos vamos.
—Yo no pienso irme a ningún lado. No voy a abandonar a
mi familia.
—Verónica, ¿no me has escuchado? No tienen pruebas
sólidas contra ellos, pero sí en tu contra. Si no te vas, te
encerrarán en una jodida prisión.
—¿Por qué debería creerte? ¿Cómo sé que esta no es otra
de tus mentiras, Gael?
—Porque me conoces —se acerca a mí y antes de que
pueda darme cuenta tiene mi rostro entre sus manos y su frente
pegada a la mía—. Sabes que te digo la verdad. Haría
cualquier cosa por ti, Princesa. Solo quiero que nos larguemos
juntos de una maldita vez. Siento mucho haberte engañado,
pero no me arrepiento. Todo lo que he hecho, ha sido para
salvarte de pasar encerrada el resto de tu vida.
—Suéltame, Gael —ordeno empujándole—. Ya no sé ni
qué pensar ni qué creer. Todo lo que sale de ti son mentiras y
engaños.
—Vamos, Vero. Tú sabías que yo estaba jugando a dos
bandas, y yo sabía que lo sabías. Esto no es algo nuevo para ti.
Intentaste hacerme pensar que confiabas en mí, pero yo era
muy consciente de que no era cierto.
—Te equivocas —susurro intentando retener las lágrimas
que pugnan por salir de mis ojos—. Yo no fingí confiar en ti,
yo quería hacerlo. Te juro que hubiese dado cualquier cosa por
haber estado equivocada con relación a ti.
—Vero —Gael da un paso hacia mí, pero lo detengo
alzando una mano entre los dos.
—En un par de horas amanecerá. Descansemos un rato en
tu dichosa cueva. Necesito llegar a casa para encontrar una
maldita solución a este problema.
—Solo hay dos opciones, huyes o vas a la cárcel.
—En ese caso, creo que debería tomar una decisión cuanto
antes —murmuro entrando en la cueva.
Durante las siguientes dos horas, ninguno de los dos habla.
Yo no puedo parar de pensar en el cambio radical que ha dado
mi vida en apenas unas horas. La policía está buscándome y
probablemente pase el resto de mi vida en prisión, pero ¿qué
otra opción tengo? ¿Escapar? Eso sería dejar a mi familia en la
estacada, a mi gente, a esos que siempre han estado a mi lado,
dando la cara por mí.
—¿Estás lista? —pregunta Gael cuando vemos como
empieza a amanecer. Asiento y emprendemos la marcha
montaña abajo.
Tardamos otras dos horas en llegar al núcleo urbano, no
podemos acercarnos a la carretera por si la policía sigue
buscándonos. Al encontrar la primera casa, toco al timbre y le
pido a la amable señora que abre la puerta que nos permita
usar su teléfono. Diez minutos después, Juanillo nos recoge en
la cuneta de una de las carreteras secundarias de acceso a
Meiral de Gredos.
—¿Qué ha pasado? Hemos estado buscándoos toda la
noche —pregunta en cuanto montamos en el todoterreno. Mira
a Gael de reojo y frunce el ceño—. ¿Qué haces con él, Vero?
Nos ha vendido. La policía estaba esperando en la playa, tal
como tú predijiste.
—Es una larga historia, Juanillo. Llévanos a casa. Hay que
darse prisa, la pasma no tardará en ir allí a buscarme.
—¡¿A buscarte?! ¡Qué coño está pasando?!
Pasamos el resto de trayecto en coche explicándole la
situación a mi amigo. Él maldice, golpea el volante con fuerza
y amenaza de muerte a Gael en cuanto se entera de la verdad.
También le cuento lo que hizo mi padre en el pasado. Él tiene
todo el derecho de saberlo. Su padre murió a manos de la
policía intentando defender al mío, el día que lo detuvieron.
Al llegar a casa, nos metemos en el despacho y
continuamos con las explicaciones, esta vez, poniendo al tanto
de todo a Ana y a César también.
—Tu padre hizo un trato con la policía —murmura mi
amiga en tono incrédulo—. Joder, Vero, mi padre lleva en la
cárcel diez años.
—Lo sé, y lo siento, Ana. Por eso he tomado la decisión de
entregarme.
—Espera… ¡¿Qué?! —exclama Gael—. ¡No puedes hacer
eso!
—¿Qué otra opción me queda? Avisaré a Quiroga y a Pazo
para que se larguen y yo asumiré todos los cargos que tengan
contra mí. Necesitan un culpable, y no pararán hasta tenerlo.
Si yo huyo, irán a por vosotros y a por el resto de trabajadores.
—¡Escúchame bien, Verónica! ¡Yo no he venido hasta aquí
para ver como tú te conviertes en mártir! —grita Gael, resopla
y niega con la cabeza—. No voy a permitir que lo hagas.
—No es tu decisión. Creo que tú ya has hecho suficiente.
Es más, ni siquiera sé qué demonios estás haciendo aquí. Se
supone que te metiste en mi vida para ayudarme, ¿no? Pues
muy bien, ya me has ayudado. Me has avisado de lo que está
pasando, y ahora puedes largarte por dónde has venido.
—Yo no me voy a ningún lado —afirma.
—Vale, chicos, dejad ya de discutir. Ahora es el momento
para buscar soluciones a este problema —señala Ana—.
¿Cuánto tiempo tenemos hasta que la policía irrumpa en la
casa?
—Horas, minutos quizás —contesta Gael.
—Bien, pues aprovechemos ese tiempo —mi amiga
empieza a caminar de un lado a otro de la habitación con aire
pensativo—. Has dicho que la policía quiere un culpable, ¿no?
—Claro, llevan meses investigando. Necesitan resultados,
algo que justifique todos los medios que han usado para
conseguir pillarnos —contesta Juan.
—Vale, pero si no habían actuado hasta ahora, era
básicamente porque no se conformaban con deteneros a
Sergio, a Roi y a ti.
—No. Os quieren a todos, desde el que da las ordenes hasta
el que descarga la mercancía o los que la transportan. Es más,
si pueden saber a quién se la suministráis, será un enorme
logro para la policía.
—¿Y si les damos un culpable? —sugiere Ana.
—Explícate —ordeno.
—He estado investigando lo que me pediste. Repasé todas
las llamadas que hizo Roi, tanto desde el móvil cifrado que le
proporcionamos como desde otro que descubrí. La mayoría de
ellas son internacionales, precisamente al país de donde viene
nuestra mercancía.
—¡Hijo de puta! —siseo—. Nos la está jugando. Se ha
confabulado con El Colombiano para sacarnos del medio.
—¿Crees que el asedio a la casa fue cosa suya? —inquiere
Gael.
—Sí, y probablemente el buzo que intentó matarnos
también trabajaba para él. ¿Qué propones, Ana? ¿Crees que
podríamos cargarle a él todas las culpas?
—Eso es imposible —dice Gael—. Tienen pruebas en
contra de los tres. No se van a conformar solo con uno de
vosotros.
—¿Y si Verónica hace un acuerdo con la policía? —sugiere
mi amiga—. No solo le entrega a Roi, también tres toneladas
de cocaína que van a estar en su poder y toda la información
que tenemos sobre El Colombiano.
—¿Dónde está esa mercancía? Si ni siquiera tendréis
tiempo para descargarla del submarino —replica Gael.
—Ese cargamento lleva casi una semana almacenado —
informo sorprendiéndole—. No tardaríamos demasiado en
cargarlos en camiones y dejarlos en una de las naves de los
astilleros de los Pazo. No es una mala idea, pero, aun así, no
van a dejarme libre sin más, como mucho me reducirán la
condena.
—Seis años por tráfico de drogas, otros cuatro por
pertenecer a una banda criminal —enumera Juan—. Eso si no
te caen unos cuantos más por asesinato. No sabemos qué clase
de información tienen. Pero como mínimo, yo le calculo unos
quince años fácil.
—Otra opción es largarnos ahora mismo de aquí —insiste
Gael.
—Olvídalo, no voy a hacerlo.
—Vale, piénsalo un momento, Verónica —respira
profundamente y se acerca a mí—. Aunque quieras hacer un
trato, ahora ya es demasiado tarde. Probablemente la policía ya
esté de camino.
—Juan, ¿en cuánto tiempo crees que puede estar la
mercancía en el territorio de los Pazo? —demando.
—Calculo que esta misma noche podría estar en
Camariñas.
—Vale, entonces Sergio y yo solo tendríamos que
escondernos hasta entonces, buscar un lugar seguro y hacer un
trato con la policía.
—Eso considerando que Quiroga esté de acuerdo con todo
esto —señala César.
—Sí, y dudo que la policía lo incluya en el acuerdo —
secunda Gael.
—Si alguno de vosotros está sugiriendo que traicione a
Quiroga, la respuesta es no —informo—. Puede que Sergio no
sea el más simpático y amable de los hombres, pero siempre
me ha cubierto las espaldas y no voy a traicionarlo ahora.
—Sea lo que sea que quieras hacer, tiene que ser ya —
insiste Gael—. Nos quedamos sin tiempo.
—Vale, Juan, encárgate de transportar toda la mercancía, y
por Dios, que nadie os pille o estaremos cubiertos de mierda
hasta las orejas. Ana, tú consígueme un transporte y reúne toda
la información que tenemos de El Colombiano. Llamaré ahora
mismo a Sergio para ponerle al corriente. Creo que él tiene una
casa en Burela. Podemos escondernos allí hasta que lleguemos
a un acuerdo con la policía —veo como César coge su móvil y
se lo lleva a la oreja rápidamente—. ¿Qué haces? —pregunto
sorprendida.
—Ganar algo de tiempo. Conseguiré mantener a la policía
alejada para que tú puedas marcharte —sale del despacho a
toda prisa dejándonos a todos desconcertados.
—Bien, chicos. Gracias por todo —susurro.
—Eres consciente de que vas a ir a la cárcel, ¿verdad? —
pregunta Ana con lágrimas en los ojos.
—Sí, pero de esta forma todos vosotros estaréis a salvo —
voy hacia mi caja fuerte y saco de su interior una carpeta
repleta de documentos—. La empresa está a vuestro nombre
—digo señalando a Juan y a Ana—. Dejad el negocio del
polvo. No vale la pena. La empresa de mejillón es
suficientemente rentable como para mantenerse a flote sin
problemas y no tener que prescindir de ningún trabajador. Esta
vez va a ser distinto. Esta ciudad y su gente, no tendrán que
sufrir las consecuencias de mi encarcelamiento como pasó con
mi padre. Todos mantendrán su trabajo porque vosotros no
estabais enterados de que la empresa se usaba para una
actividad ilegal, ¿entendido? Todo fue cosa mía.
—Nos estás pidiendo que declaremos en tu contra, que te
hundamos aún más —señala Juanillo—. ¿Por qué crees que
vamos a hacerte caso?
—Porque ya no importa lo que yo quiera, o lo que queráis
vosotros. Ahora se trata de intentar salvar cientos de puestos
de trabajo, de no dejar que esta ciudad vuelva a hundirse en la
miseria. Yo estaré bien, lo prometo. Soy una chica dura,
¿recuerdas?
—No lo suficiente como para sobrevivir en la cárcel
después de haber delatado a un tipo como El Colombiano.
Sabes perfectamente que no durarás ni una semana, Verónica.
—Tu fe en mí resulta abrumadora, hermano —murmuro en
tono sarcástico—. Estaré bien, de verdad. Él tendrá muchos
contactos, pero yo también. Soy una Novoa, no olvides eso.
—No lo hago —contesta sonriendo—. Eso es lo que más
me preocupa. Los Novoa tenéis la mala costumbre de
sacrificaros por los demás.
—Vamos, poneos a trabajar de una vez. Yo voy a darme
una ducha rápida.
—Yo me voy contigo —informa Gael.
—No, tú te largas. Vuelve a Berlín, a tu dichosa isla en
Costa Rica, o a dónde sea, pero te quiero a más de cien
kilómetros de mí.
—Eso no va a pasar, Princesa —murmura con media
sonrisa—. Has decidido sacrificarte por tu gente, y te juro que
no podría estar más orgulloso de ti, pero yo voy a estar a tu
lado, hasta el final, y eso no es algo discutible —cierro los
ojos con fuerza y suspiro. No contesto, simplemente salgo del
despacho y subo a mi habitación.
Durante los escasos diez minutos que tardo en ducharme y
cambiarme de ropa, no puedo dejar de pensar que esta
probablemente sea la última vez que vea mi casa, a mis
amigos, y a Gael. No soy tan ilusa como para pensar que voy a
convencerle de que no me siga, lo hará, así tenga que venir
corriendo tras el coche hasta Burela. Pero a Ana, a Juan y a
César no volveré a verlos jamás. Mi amigo está en lo cierto, si
entro en prisión tras haber delatado al Colombiano, estoy
muerta. Pero no van a librarse de mí sin que yo presente
batalla. Pienso luchar hasta que no me quede aliento en los
pulmones.
Fidelidad
Gael
Bebo el resto del licor que queda en mi copa de un solo trago.
Ni siquiera sé qué estoy haciendo. Yo no vine aquí para esto.
Lo único que pretendía era salvar a Verónica, llevármela lejos
de toda esta mierda, pero no he logrado mi cometido. Ahora
ella va a entrar en la cárcel, y no podré hacer nada para
evitarlo.
—No creo que emborracharse sea lo más sensato en estos
momentos —señala Ana entrando en el salón.
—Solo me he tomado una copa para intentar asimilar todo
lo que está pasando.
—Con que trabajabas con la policía desde el principio.
Debería sentirme ofendida porque no me lo contaras. Creí que
éramos amigos.
—Y lo somos, Anita. Te juro que mi única intención era
intentar ayudaros. Bueno… A Verónica.
—Ya, pensaste que conseguirías convencerla para que
dejara atrás su carrera delictiva y se fugara contigo a algún
remoto lugar, donde viviríais felices y comeríais perdices,
¿no?
—Sí, esencialmente, eso fue lo que pensé.
—Como si no la conocieras… Vero nunca haría eso. Para
ella su gente es lo más importante, siempre. Te ama, Gael.
Lleva enamorada de ti desde que era una cría, y está dispuesta
a sacrificar una vida feliz a tu lado por proteger a los suyos.
Así de buena gente es.
—No te ofendas, Ana, pero yo no soy tan bueno. Si de mí
dependiera, la subiría ahora mismo a un avión, aunque fuese
en contra de su voluntad.
—Ya, pero si haces eso, ella nunca te lo perdonará —
asiento frotándome la cara con vigor.
—¿Por qué no subes a darte una ducha y a cambiarte de
ropa? Quien sabe cuándo podrás volver a hacerlo. ¿Habéis
comido algo desde ayer?
Estoy a punto de contestar cuando escucho a lo lejos las
sirenas de la policía. Ana y yo nos miramos abriendo los ojos
como platos y salimos corriendo hacia la entrada. Justo cuando
llegamos, Vero también alcanza el final de la escalera. Está
guapísima a pesar de todo esto. Con solo un vaquero ajustado
y una camiseta negra lisa de manga corta, lleva el pelo suelto y
húmedo por la ducha y ni una pizca de maquillaje, pero no
necesita más para estar deslumbrante, así de hermosa es.
—Ya han llegado —murmura guardando una pistola a su
espalda—. Ana, ¿tienes lo que te he pedido?
—En este pen drive está toda la información que he
recopilado de El Colombiano —le tiende una memoria USB
que Vero no tarda en guardar en el bolsillo de su pantalón—.
Tu transporte estará a punto de llegar a la carretera secundaria
que pasa tras la casa, así que ve por detrás.
—Eso si le da tiempo —señala Juan apareciendo—.
Podemos intentar retenerlos, Vero.
—¡No! Quiero que les dejéis pasar y colaboréis en todo lo
que os pidan. No ofrezcáis ningún tipo de resistencia.
Recordad que esto no trata solo de vosotros. Necesito que
estéis libre de cargos para dirigir el negocio. La vida de mucha
gente depende de ello. ¿La mercancía?
—Ya están trabajando en ello. En unas cuantas horas estará
en Camariñas —responde Juanillo.
—Bien, entonces nos vamos ya —me mira a mí y respira
profundamente—. ¿Lo has pensado mejor? Gael, tú estás
limpio de todo esto. Puedes simplemente marcharte y seguir
con tu vida como si nada.
—Me voy contigo —sentencio.
César entra corriendo en casa y cierra la puerta a su
espalda.
—¿Qué hacéis aún aquí? ¡Largaos! —todos escuchamos un
enorme jaleo aparte del sonido que emiten las sirenas.
—¿Qué está pasando? ¿Qué es todo eso? —inquiero.
—Eso es mi forma de ganar tiempo, aunque ha salido
mucho mejor de lo que esperaba. La policía no puede pasar del
portón principal.
—¿Por qué? Simplemente pueden echarlo abajo y entrar sin
más.
—No, sin más no. Hay una jodida muralla de gente
impidiéndoles el paso.
—¿De qué hablas? ¿A qué te refieres con muralla de gente?
—pregunta Vero.
—A tu gente, Princesa. Están haciendo una cadena humana
frente a la casa para evitar que pase la policía. Hay cientos de
personas ahí fuera.
—Pero… ¿Qué…? César, no debiste haberles obligado a
hacer algo así. Están poniéndose en peligro por mí.
—¿Obligarles? —César ríe y niega con la cabeza—. Yo no
he obligado a nadie. Solo pedí unos pocos voluntarios y la
gente empezó a pelearse por venir. Hombres, mujeres… Todos
han querido ayudarte voluntariamente.
Verónica abre la boca asombrada.
—Pero… ¿Por qué? ¿Por qué hacen esto por mí?
—Se llama fidelidad, Princesa. Tú siempre le has sido fiel a
tu gente y ellos ahora están demostrando que también te son
fieles a ti. Pero marchaos ya. No sé cuánto tiempo podrán
retenerles.
—Cuidad los unos de los otros, ¿vale? —dice Vero
abrazando a Ana, después de ella se despide de Juan y después
de César.
Ana se acerca a mí y me abraza con fuerza.
—No dejes que haga ninguna locura —susurra en mi oído.
Asiento y tras despedirme de César con un par de palmadas
en la espalda, veo como Juanillo se acerca a mí con gesto
serio.
—Cuida de ella, Gael, esta vez de verdad —me ordena.
Asiento firmemente y recibo un manotazo en el hombro por su
parte.
—Salid por detrás —dice Ana.
Cojo a Vero de la mano y tiro de ella hacia la salida.
Mientras corremos atravesando la parte trasera de la finca, no
puedo dejar de pensar en las similitudes de este día con el de
hace diez años. Una vez más la policía irrumpe en la casa de
los Novoa, pero en esta ocasión sé que estoy haciendo lo
correcto. Estoy con Verónica, con la mujer que he amado y
amaré el resto de mi vida, y eso es lo único que me importa.
Seguimos corriendo hasta llegar al punto de encuentro, allí
nos espera un coche azul marino estacionado a un lado de la
carretera. Nos metemos en su interior y ambos nos
sorprendemos al ver a Laura al volante.
—¿Qué haces tú aquí? —pregunta Vero.
—Necesitabais un transporte y yo estaba cerca. ¿A dónde
vamos?
—A Burela —contesto.
—Acabo de hablar con Sergio por teléfono —añade Vero
—, nos está esperando en la casa que tiene en las afueras.
Tienes que ir por…
—Sé dónde queda —le interrumpe Laura—. He estado allí
en un par de ocasiones —arranca el vehículo y se incorpora a
la carretera a toda velocidad.
No nos topamos con ninguna patrulla en el trayecto, y
Verónica aprovecha para ponernos al tanto de lo que ha
hablado con Sergio Quiroga. Obviamente, no se ha tomado
nada bien la noticia de los últimos acontecimientos, pero ha
accedido a vernos en una de sus propiedades para poder
discutir el asunto.
Desde el asiento trasero, no puedo dejar de mirar a mi
Princesa, con la cabeza apoyada en la ventanilla del pasajero,
parece estar perdida en un mundo de pensamientos. Necesito
hablar con ella, intentar convencerla, aunque solo sea una vez
más para que acabe con toda esta locura y nos vayamos juntos
a cualquier remoto lugar donde nadie pueda encontrarnos.
Al llegar a la casa, Sergio nos recibe con su gesto serio
habitual. Hubo una época en la que fuimos buenos amigos.
Entonces él era el mano derecha de su padre y yo del mío,
Xacinto Novoa, el hombre que me crio y me enseñó todo lo
que sé, el mismo que se sacrificó para que yo fuese libre.
—¿De verdad piensas hacer un trato con la policía? —le
pregunta a Verónica tras los saludos de cortesía. Ni siquiera
hemos pasado del hall principal de la casa de campo.
—Es la única opción que me queda, Sergio —contesta ella
—. Te lo expliqué por teléfono. Si no hago algo, todos
caeremos, y no estoy dispuesta a que mi gente pague por mis
delitos.
—¿Qué te hace pensar que el policía ese, Velázquez, quiera
hacer un trato contigo? ¿Qué puedes ofrecerle?
—Puedo darle las tres toneladas de cocaína que acabamos
de recibir, a Roi y al Colombiano.
—Vale, en lo de Roi te apoyo. Si ese hijo de puta nos la ha
jugado, se lo merece, pero… ¿El Colombiano? Ya sabes cómo
se las gasta. Con ese tipo no se juega, Novoa. No llegarás viva
al juicio.
—No te preocupes por eso. Yo puedo arreglármelas.
Sergio resopla y maldice en alto.
—Entonces, ¿se acabó? Todo el negocio, la sociedad…
¿Todo ha terminado?
—Quiroga, tarde o temprano esto tenía que suceder. Solo
era cuestión de tiempo. Nuestros padres cayeron y ahora
nosotros también.
Sergio me mira frunciendo el ceño.
—¿Es verdad lo que me contó Verónica? ¿Fue su padre
quién delató al mío y a todos los demás? ¿Él fue el traidor? —
asiento levemente y su mirada se dirige hacia Vero—. ¿Tú le
crees? ¿Confías en él?
Vero me mira y una pequeña sonrisa tira de sus labios.
—Sí, confío en él —afirma.
—Bien. Ya hace bastante tiempo que estaba pensando dejar
toda esta mierda —murmura Quiroga mirando a Laura
fijamente—. Supongo que tendré que hacerlo después de pasar
unos añitos a la sombra. ¿Cuál es el plan? Le ofrecemos a
Velázquez el trato y después, ¿qué?
—Le ofrecemos nada —replica Verónica—. A duras penas
voy a poder conseguir un trato, mucho menos dos. Tú te vas
ya mismo. Haces una maleta, obligas aquí a la pelirroja a
subirse a un avión y os largáis del país.
—Eh, bonita. A mí nadie me obliga a hacer nada —se queja
Laura.
Vero, suelta un amago de sonrisa, pero de pronto veo como
cierra los ojos con fuerza y se tambalea. No tardo ni una
milésima de segundo en sujetarla.
—¿Estás bien? —pregunto mirándole a la cara. Está blanca
como la cal y muy fría—. Verónica, ¿qué te pasa?
—Estoy bien —susurra frotándose los ojos con la mano—.
Solo ha sido un pequeño mareo, pero ya se me está pasando.
—A ver, déjame echarte un vistazo —dice Laura
sujetándole la muñeca para tomarle el pulso—. ¿Has comido
algo hoy? ¿Has dormido mal?
—Lleva sin comer nada desde ayer al mediodía y esta
noche no hemos pegado ojo —contesto yo.
—Verónica, necesitas descansar y comer algo —señala la
doctora.
—No, tengo que llamar a Velázquez y…
La sujeto por la cara obligándola a mirarme a los ojos.
—Princesa, hasta dentro de unas horas no llegará la droga
al territorio de los Pazo. Come algo y descansa. Tienes tiempo
y lo necesitas. Estás convencida en ofrecerte como sacrificio y
eso significa que los próximos días van a ser muy duros. Al
contrario de lo que tú puedas pensar, no eres invencible.
—Hazle caso al guapo de tu hermanito —secunda Laura
ganándose una mirada reprobatoria de Sergio, que ella ignora
deliberadamente—. Vamos, te acompaño a una de las
habitaciones, te tomaré la tensión y después podrás descansar.
—Yo te conseguiré algo de comer —afirmo.
Al ver que no nos vamos a dar por vencidos, Vero accede a
irse con Laura dejándonos a Sergio y a mí a solas.
—Vamos, la cocina está por aquí —masculla caminando a
largas zancadas hacia el interior de la casa.
Paso los siguientes veinte minutos preparando un par de
bocadillos mientras Quiroga me mira fijamente sin decir ni
una sola palabra. Al terminar, suspiro fuerte y le miro de
vuelta.
—Tío, me estás poniendo de los nervios —señalo—. ¿Vas a
seguir mirándome así?
—Solo intento averiguar si realmente puedo confiar en ti.
Te creía un traidor, y ahora resulta que eres un aliado. No me
acabas de convencer del todo.
—Antes de creerme un traidor, me considerabas un amigo,
¿no? —mueve su cabeza afirmativamente—. Entiendo que
dudes de mí, y esto no lo hago por limpiar mi nombre, ni por
ganarme el perdón de nadie, solo lo hago…
—Por Verónica —dice interrumpiéndome—. No soy
imbécil, Gael. Hace diez años me di cuenta de que no la
mirabas como un hermano debe mirar a su hermana pequeña,
y ahora… Joder, solo hay que pasar dos segundos con vosotros
dos para intuir que estáis locos el uno por el otro.
—Bueno, míralo de este modo. Yo voy a serle fiel a
Verónica, siempre. Voy a hacer lo que sea por ayudarla y
mantenerla a salvo, y ella va a hacer lo mismo por ti y por los
suyos. Eso nos hace aliados. No necesitas confiar en mí.
—Cierto. Yo confío únicamente en ella. Se lo ha ganado,
¿sabes? —esboza una sonrisita y sacude la cabeza levemente
—. El día que vino a hablar conmigo y me propuso reflotar el
negocio de nuestros padres, me reí en su cara. Se veía tan…
Inofensiva. Con su sonrisa dulce que al final aprendí a temer…
Esa sonrisa nunca trae nada bueno —sonrío afirmando con la
cabeza. Es cierto, cuando Vero pone su sonrisa de niña buena,
a mí mismo me acojona—. Pero se ganó mi respeto y mi
lealtad a base de trabajo duro. Me ha demostrado en más de
una ocasión que es una mujer honorable en la que se puede
confiar. Así que, si ella se fía de ti, yo también voy a hacerlo
—extiende su mano hacia mí y yo la sujeto de inmediato
dándole un apretón—. Ve a llevarle la comida y aprovecha
para descansar tú también. Yo voy a encargarme de que todo
vaya según lo planeado.
Suelto su mano y le sonrío una última vez, antes de ir hacia
la habitación. De camino me cruzo con Laura y esta me indica
donde está Vero.
Entro en la habitación sin llamar a la puerta y veo cómo
Verónica sentada a los pies de la cama, cierra su portátil
rápidamente, como si intentara esconderme algo. No debería
extrañarme que no confíe en mí al cien por ciento, al fin y al
cabo, no he hecho otra cosa que mentirle y engañarla.
—Te he traído algo de comer. ¿Te encuentras mejor? —
pregunto dejando la bandeja con la comida sobre la cómoda.
La habitación no es muy grande, pero es muy acogedora.
Tan solo tiene una cama de matrimonio, un par de mesitas de
noche, y una cómoda alta a los pies de la cama.
—No es que tenga demasiada hambre, pero supongo que
necesito comer si no quiero volver a marearme —contesta con
una sonrisa triste.
—No me has contestado, Princesa. ¿Te encuentras mejor?
—Sí —suspira y deja el portátil a un lado—. Solo estoy
algo cansada.
—¿Tengo alguna posibilidad de convencerte de que
detengas esta locura? Aún estamos a tiempo, Vero.
Larguémonos de aquí.
Niega con la cabeza y vuelve a sonreír igual que antes.
—Ven aquí —susurra palmeando el colchón a su lado.
Me siento donde me indica y respiro profundamente.
—¿Ya no estás cabreada conmigo? —inquiero.
—Oh, muchacho, créeme, estoy muy cabreada, pero no voy
a pasar las últimas horas que me quedan a tu lado, gritando y
peleando contigo. Además, aparte de enfadada, también estoy
agradecida.
—¿Por qué? —mi cara de sorpresa la hace sonreír de
nuevo, esta vez una sonrisa sincera.
—Bueno… Has dejado tu maravillosa vida en Berlín para
venir a rescatarme, eso tiene su mérito.
—No, no lo tiene. Vas a ir a la cárcel de todos modos. No
he conseguido salvarte.
—Pero sí has salvado a nuestra gente, a nuestro pueblo. Has
hecho mucho, Gael —bufo alzando la mirada hacia el techo
para intentar retener las lágrimas. Me estoy viniendo abajo y
esto es último que ella necesita—. Hey, mírame —sujeta mi
cara con sus manos y me obliga a bajar la mirada hacia ella—.
No hagas esto, por favor. ¿Prefieres que te grite y te insulte?
Puedo sacar la pistola si quieres —bromea.
Limpio la humedad de mis mejillas respirando
profundamente por la nariz para intentar controlar el llanto.
—Iré a verte siempre que me lo permitan, te lo prometo.
—No lo harás —dice, y no sé si es una afirmación o una
orden.
—Por supuesto que lo haré —insisto.
—¿Qué es lo que pretendes, una visita a la semana
separados por un cristal y un vis a vis al mes? Yo no quiero
eso, Gael.
Sorbo por la nariz limpiando el rastro que dejan las
lágrimas que soy incapaz de contener.
—¿Qué es lo que quieres, Princesa? —pregunto con un hilo
de voz.
Verónica sonríe abiertamente y coloca su mano sobre mi
mejilla.
—Quiero que cuando todo esto acabe, te vayas a la isla esa
de Costa Rica.
—Isla de Chira.
—Eso. Quiero que vayas allí, te sientes en la playa mirando
hacia el mar y te bebas una cerveza bien fría a mi salud.
—Estás loca si crees que no voy a esperarte. Llevo
esperándote más de diez años, puedo seguir haciéndolo diez
más.
—¿Esperándome? Claro, porque estos últimos años hiciste
un voto de castidad por mí, ¿verdad? ¿Las alemanas no son tu
tipo?
—No, no hice ningún voto de castidad, pero no dejé de
pensar en ti ni un solo día. Acabo de recuperarte y ya voy a
perderte de nuevo.
Vero suspira, se levanta de su lugar y se sienta a horcajadas
sobre mis piernas, rodeando mi cuello con los brazos.
—Escúchame bien, tarde o temprano volveremos a estar
juntos, sea en esta vida o en otra —me mira directamente a los
ojos reteniendo ella también el llanto—. Te quiero más que a
nada en el mundo, y no puedo ni quiero renunciar a ti.
Llámame masoquista, pero quiero seguir comprobando
cuántas veces más puedes intentar engañarme.
—Ninguna más, te lo juro —pego mi frente a la suya
abrazándola con fuerza—. Te prometo que nunca volveré a
mentirte, y cuando salgas de la cárcel, yo estaré ahí,
esperándote. Nos largaremos juntos a esa isla.
—Eres un cabezota —susurra contra mis labios.
—Eso ya lo sabías cuando me compraste —bromeo.
—¿Comprarte? Creí que era solo un alquiler temporal.
—Pues lo siento mucho, pero no se admiten devoluciones.
Vas a tener que soportarme el resto de tu vida, ya que no
pienso apartarme de ti, aunque me apuntes con una pistola.
—Eso ya ha quedado claro. Ni dispararte sirvió de nada.
—La próxima vez apunta más arriba —digo rozando mis
labios contra los suyos.
Su mano se posa en mi muslo y va deslizándola lentamente
hasta llegar a mi entrepierna.
—¿Aquí arriba? —pregunta en tono seductor acariciando
mi miembro con suavidad por encima del pantalón.
—Vero, tienes que comer algo y descansar —murmuro
intentando apártala, pero un nuevo apretón de su mano, esta
vez con más firmeza, provoca que un jadeo involuntario salga
de mi boca—. Me estás matando, Princesa —exhalo.
—Aún no, pero dame unos minutos —contesta sonriendo.
Admiración
Sujeto su cintura con firmeza mientras Verónica baila
sensualmente sobre mí. Su piel cubierta por una capa fina de
sudor, resbala al contactar con la mía. Tengo que contenerme
para no tumbarla sobre su espalda y abalanzarme sobre ella
para conseguir la liberación que tanto ansío, pero entonces
todo terminaría, y no estoy dispuesto a que eso suceda aún.
Necesito seguir escuchando esos gemiditos de placer que salen
desde el fondo de su garganta, sintiendo como el calor y la
humedad de su sexo rodea el mío por completo,
succionándolo, estimulándolo, y volviéndome completamente
loco de placer en el proceso.
Vero mueve su cadera en círculos largos y deliberadamente
lentos. Resoplo intentando retener mis impulsos, pero esta vez
no lo logro, hago el amago de incorporarme para tomar el
control, pero sus manos sujetan las mías y las fijan al colchón,
justo sobre mi cabeza.
—Ya deberías saber que yo soy quien manda —susurra
manteniendo el lánguido ritmo de sus caderas.
Deposita un beso en mis labios y a continuación los
muerde, mandando al infierno cualquier autocontrol que
pudiera tener hasta el momento. Sonrío de medio lado e
impulso mi pelvis hacia arriba con un golpe seco,
sorprendiéndola y arrancándole un jadeo.
—No te equivoques, Princesa —digo en su mismo tono de
voz—. Puede que fuera de la cama seas tú la jefa, pero aquí el
que manda soy yo.
Con un movimiento rápido y preciso nos giro a ambos,
quedando sobre ella, y esta vez soy yo quien retiene sus manos
sobre su cabeza.
—Eres un aguafiestas —protesta.
—¿Aguafiestas? Te voy a follar tan duro que se te van a
quitar las ganas de andarte con jueguecitos conmigo.
Una sonrisa tira de una de sus comisuras y enrosca las
piernas alrededor de mi cintura aprisionándome.
—Promesas y más promesas —murmura volviendo a
morder mi labio inferior.
Muevo mi cadera saliendo de su interior lentamente y
cuando menos se lo espera, me hundo de nuevo en ella con un
golpe certero que la hace aullar de placer.
—No grites —ordeno tras repetir el mismo movimiento
nuevamente.
La beso para acallar sus gemidos y sigo haciéndolo una y
otra vez, con más fuerza y rapidez en cada ocasión, hasta que
los dos llegamos al orgasmo.
Tras recuperar un poco el aliento, salgo de su interior y me
tumbo boca arriba sobre el colchón arrastrándola hacia mí para
poder abrazarla.
—Promesa cumplida —murmura besando mi pecho.
Sonrío y niego con la cabeza dándola por imposible. ¿A
quién quiero engañar? Me encanta que siempre esté dispuesta
a desafiarme y llevarme la contraria.
—Se supone que deberías estar descansando —digo
besando su pelo.
—Ahora mismo me siento muy descansada —replica.
—Verónica, hablo en serio. Tienes que reponer fuerzas para
lo que está por venir. Aún no has comido nada.
—Ya voy. Solo deja que disfrute de esto un ratito más —
pide abrazando mi cintura con su brazo y entrelazando
nuestras piernas desnudas.
—Creo que el ordenador portátil que tenías sobre la cama,
ha terminado en el suelo.
—Da igual, no es mío. Me lo ha prestado Laura. Si se ha
roto se lo pagaré —contesta.
—Ya, bueno… Eh… ¿Para qué se lo has pedido? —
pregunto intentando sonar lo más casual posible.
Vero alza la cabeza para mirarme y sonríe.
—Ya estabas tardando.
—¿Qué quieres decir con eso? —inquiero entrecerrando los
ojos.
—Pues que llevas conteniendo esa pregunta desde que
entraste en la habitación y me viste con el portátil.
—Ya. Oye, si no quieres decírmelo no pasa nada, pero
como antes afirmaste que confiabas en mí, pensé que…
Bueno, pues eso, que creí que era cierto.
—¿En serio crees que con ese tonito vas a conseguir darme
pena y que te cuente qué es lo que hacía? Me conoces, Gael,
ya deberías saber que no soy tan manipulable.
—Vale, pero, ¿me lo vas a decir o no?
—Solo me estaba despidiendo de un amigo —responde
encogiéndose de hombros.
—¿Un amigo? Dime que ese amigo tuyo no habla italiano.
—Franco es un gran tipo —señala.
Resoplo y me llevo las manos a la cabeza,
—Un gran tipo al que te tirabas —refunfuño.
—¿En serio? ¿Ahora vas a ponerte celoso por esta tontería?
—¿Qué pasa? Tengo a derecho a ponerme celoso por lo que
yo considere oportuno. Te has acostado con el espagueti ese, y
eso me jode.
—No sabes lo ridículo que acabas de sonar ahora mismo —
comenta tras soltar una carcajada—. Te enfurruñas como un
niño pequeño porque yo me haya acostado con otro tío. Te
advierto que no ha sido él solo.
—Tú sigue pinchando —aprieto su costado con los dedos
haciéndole cosquillas y ella empieza a reír—. Ahora en serio,
tienes que comer algo y descansar. Te he traído un bocadillo.
—Está bien. Después de comer, llamo a Velázquez y
duermo un rato, pero con una condición —alzo una ceja de
manera interrogativa—. Tú te vas antes de que llegue la
policía.
—Olvídalo, necesitas mi ayuda. Sabes perfectamente que
en cuanto te vean te detendrán. No puedes darles ninguna
información antes de firmar el acuerdo.
—Gael, yo puedo…
—¡No! Eso no es negociable, Verónica. Yo me quedo
contigo, y se acabó la discusión —me levanto de la cama
completamente desnudo y resoplo con fuerza.
—Oye, aunque me pones de los nervios cuando eres tan
tozudo, también resulta muy sexy —susurra alzando ambas
cejas de manera sugerente.
—No vas a convencerme, Princesa —dejo la bandeja con la
comida sobre la cama—. Voy a ducharme, cuando vuelva
quiero que no quede ni una migaja, ¿entendido?
—¿Tú desde cuando eres tan mandón?
—Estoy aprendiendo de ti —contesto encogiéndome de
hombros. Le guiño un ojo y veo como rueda los ojos antes de
que yo me gire para caminar hacia el baño.
—¡Bonito culo! —escucho su grito cuando ya he cerrado la
puerta y no puedo evitar soltar una carcajada.
Esta podría haber sido nuestra vida si todo no se hubiese
torcido tanto, y sería una vida feliz, pero esto está a punto de
cambiar. En tan solo unas horas, volveré a perderla, aunque en
esta ocasión no pienso irme a ningún lado. Voy a estar
esperándola toda la vida si es necesario.
Tras tomar una ducha rápida, vuelvo a la habitación vestido
con tan solo una toalla alrededor de mi cintura. Encuentro a
Verónica en el mismo lugar en el que la dejé, pero ahora lleva
puesta mi camiseta como pijama.
—¿Has comido todo? —pregunto sentándome a su lado.
—Sí, papá —contesta en tono hastiado—. Voy a llamar a
Velázquez.
—¿Quieres que te deje sola?
—Gael, ya te he dicho que confío en ti. No me hagas
repetirlo más, ¿vale? —asiento y ella suspira antes de coger el
teléfono móvil, tras marcar el número, activa el altavoz y deja
el aparato sobre la cama—. Hola, Matías —saluda en tono
neutro.
La observo y compruebo que su postura es rígida, pero
confiada. En cuestión de segundos, ha pasado de ser Vero, la
chica divertida y juguetona, a la Princesa de polvo y sangre,
así es como la conocen en el mundo del narcotráfico.
—Verónica Novoa, me sorprende que me llames —comenta
el inspector, su tono de voz también transmite confianza en sí
mismo—. Supongo que no lo haces para decirme dónde estás,
¿cierto?
—En realidad, eso depende de ti. Quiero proponerte un
trato, Velázquez.
—¿Un trato? No creo que estés en posición de algo así.
Tengo una orden de búsqueda y captura con tu nombre. Sabes
que tarde o temprano te pillaré. Mientras tanto, puedo
dedicarme a recopilar pruebas en contra de tus amigos. Por
cierto, no sabrás dónde están Roi Pazos y Sergio Quiroga,
¿no? Ellos también tienen un papelito con su nombre escrito.
—Es posible. Eso es parte del trato —contesta Vero.
—Ya veo. Quieres seguir los pasos de tu padre también en
esto. ¿Qué es lo que sugieres? ¿Te detengo a ti y dejo a todos
los demás libres? Esto no funciona así, Novoa. No hay nada
que tú puedas ofrecerme que pueda ser de mi interés.
—Te equivocas. Además, los términos del trato no son
exactamente esos.
—Lo siento, pero no me interesa. Nos vemos pronto.
Miro a Verónica abriendo los ojos como platos. Va a colgar,
estoy seguro.
—Si quieres colgar, adelante, pero estás a punto de perder
la oportunidad de llevarte el mérito por desmantelar la mayor
red de narcotráfico que alguna vez haya visto este país, y me
atrevo a decir que el continente.
Durante unos segundos, el inspector se queda callado.
Tengo que admitir que el temple y la calma que demuestra
Verónica en este tipo de situaciones es digna de admiración.
Actúa como si en realidad no se estuviese jugando su vida al
todo o nada.
—Te escucho —susurra Velázquez.
—Bien, este es el trato. Te ofrezco a dos de los
narcotraficantes más poderosos de Europa y…
—Tengo órdenes de detención para tres —replica el policía.
—Matías, no me interrumpas, ¿quieres? Como iba
diciendo, te ofrezco a dos narcos, además de tres toneladas de
cocaína y un narcosubmarino nuevecito.
—Espera, creo que te he entendido mal. ¿Has dicho
narcosubmarino?
—Sí, eso es lo que he dicho. Puedo darte su localización
exacta, además de una buena incautación de droga, y lo mejor
de todo el negocio… Te entregaré un informe exhaustivo con
todo lo que necesitas saber para pillar a uno de los proveedores
de cocaína más importantes de Sudamérica.
—¿El Colombiano? ¿Crees que no seremos capaces de
pillarlo? Mis compañeros de la DEA y de la Interpol llevan
mucho tiempo siguiéndole el rastro. Colombia no es un país lo
suficientemente grande como para esconderse de ellos.
Vero suelta una carcajada, que sinceramente, me pone los
pelos de punta. No consigo acostumbrarme a esta faceta suya
de mafiosa.
—Eso demuestra lo perdidos que estáis todos con relación
al Colombiano.
—¿Por qué? ¿Crees que tú puedes decirnos algo que no
sepamos ya? Creo que te das demasiada importancia, Novoa.
—Eso no te lo voy a negar, me doy mucha importancia,
pero lo hago porque realmente soy importante. Para empezar,
no es que estéis buscando en una ciudad equivocada, es que no
habéis acertado ni en el país. El Colombiano solo es un apodo,
pero el tío ni es de Colombia, ni vive allí, y mucho menos
opera en ese país.
Tras unos cuantos segundos de silencio, escuchamos como
resopla al otro lado de la línea. Vero cierra los ojos y sonríe de
oreja a oreja haciendo un gesto de victoria con su puño.
—¿Qué quieres a cambio? No voy a dejarte libre, si eso lo
que quieres, puedes colgar el teléfono inmediatamente.
—Te dije que te daría a dos narcotraficantes a parte del
Colombiano, y yo soy uno de ellos. Roi Pazo y yo, ese es el
trato. A cambio quiero una reducción de mi condena y que no
se remueva más la mierda. Cerraras el caso con nuestras
detenciones, la incautación de la mercancía y del submarino, y
toda la información que vas a obtener de nuestro proveedor.
—Te sacrificas por los tuyos. Eso es muy honorable por tu
parte y digno de admiración, pero Quiroga tiene muchos
cargos sobre su espalda. No puedo simplemente hacer un
tachón y listo. Las cosas no funcionan así.
—Lo sé, pero si está en paradero desconocido, puedes no
gastar energías ni recursos de la policía en buscarlo
demasiado.
—¿Se ha ido del país? —inquiere.
—Sí, probablemente ahora este en cualquier rincón del
mundo, tumbado en una playa, bajo una sombrilla y con un
coco en la mano —miente.
—¿Qué más quieres?
—Mi gente seguirá trabajando en las bateas, criando,
depurando y comercializando el mejillón que sale de ellas. Se
acabaron las actividades delictivas, pero nadie va a ser
imputado aparte de Roi y yo misma.
—Vas a vender a tu socio. ¿Qué te hace pensar que él no
vaya a denunciar a toda tu gente? Si lo hace, no voy a poder
omitirlo. Si Pazo empieza a cantar, tendré que detener a todos
los sospechosos.
—Roi no hablará —afirma Verónica.
—¿Cómo estás tan segura? —inquiere.
—Porque lo estoy. Tú no tienes que preocuparte por eso.
Roi no dirá ni una sola palabra.
—Bien, entonces creo que tenemos un trato. ¿Dónde estás?
—No tan rápido, Velázquez. ¿A cuánto será reducida mi
condena?
—Lo mínimo que puede ofrecerte el juez con los cargos
que hay ahora mismo sobre ti, son diez años. Por buen
comportamiento, estarás fuera a los ocho como muy tarde.
Vero me mira y sonríe de manera triste. Ocho años, ese es
el tiempo que vamos a pasar separados. Asiento y sujeto su
mano darle ánimos.
—Está bien. Dime dónde estás y te diré lugar y hora. No
pienso darte nada sin firmar antes el trato. No intentes
engañarme, Matías. Sabes que no soy tonta. Lo que más te
interesa es la información sobre El Colombiano, y esa no la
tendrás en tus manos hasta que ese papel esté firmado por
ambos.
—Supongo que esa información la tendrá alguien de tu
confianza mientras firmas, ¿no? A ver si lo adivino… ¿Tu
hermanito Gael? —Vero vuelve a dirigir su mirada hacia mí—.
¿Está ahora mismo contigo? ¿Nos está escuchando?
—Hola, Velázquez —digo ganándome una mirada asesina
de mi chica.
—Gael Novoa, me tienes muy mosqueado, chaval. Nos la
has jugado, pero bien. Tengo una duda, ¿decidiste cambiarte
de bando sobre la marcha, o nunca estuviste en el nuestro?
—¿De verdad pensaste que podrías comprarme con dinero
y propiedades? La familia es mucho más importante que todo
eso, Velázquez.
—¿Por qué lo hiciste? Podrías haberte negado a ayudarnos.
No tenías ninguna obligación. ¿Por qué aceptaste trabajar para
nosotros en vez de mantenerte al margen sin meterte en
problemas con la ley?
—El amor a veces te obliga a hacer locuras —murmuro
clavando mis ojos en los de Vero. Ella me sonríe y niega con
la cabeza.
—Gael también va en el trato —añade Verónica—. No va a
tener ningún tipo de problema legal por lo que ha hecho.
—Tranquila por eso. Que nosotros sepamos, no ha hecho
nada ilegal, pero repito, si Pazo abre la boca, tendremos que
investigarlo todo. Asegúrate de que no sea así o el trato
quedará anulado. Estoy en Santiago de Compostela.
—Perfecto. En cinco minutos te envío un mensaje con la
dirección, en tres horas nos vemos, firmamos el trato, te
entrego el dossier, la localización exacta del submarino y la
droga, y yo misma te llevo al lugar donde está escondido Pazo.
—Prefiero que me des su localización. En cuanto firmemos
el trato, tu detención será inmediata.
—Puedes detenerme si quieres, pero voy con vosotros. El
lugar donde se encuentra es de difícil acceso. Podéis buscarlo
durante meses y no lo encontraríais.
—Está bien, pero no quiero jueguecitos, Novoa. Si intentas
huir o jugármela, adiós al trato. Iré a por todas. Lo siento por
tu pueblo. Entiendo que haces todo esto por salvarles, pero yo
no voy a hacer el papel de gilipollas, ni por ti ni por nadie. ¿Ha
quedado claro?
—Cristalino. En cinco minutos te mando la localización.
Verónica cuelga la llamada y respira profundamente. Por el
momento todo va según lo planeado, aunque no estoy seguro
de que eso sea algo bueno.
Respeto
Tras descansar un par de horas, nos vestimos y salimos de la
habitación para encontrarnos con Sergio y Laura. Ellos ya
están listos para marcharse, antes de que llegue la policía.
—No me parece bien largarme y dejarte a ti con todo el
marrón —comenta Sergio ya junto a la puerta.
Vero sonríe de manera incrédula.
—¿En serio, Quiroga? Nunca te imaginé siendo un
sentimental.
—No se trata de sentimentalismos, sino de respeto. Te has
ganado el mío y el de cualquiera que te conozca, Novoa.
—No te preocupes, ¿vale? Tú procura que no te pillen —
Vero mira hacia Laura alzando una ceja—. ¿Tú te vas con él?
—Aún me lo estoy pensando —contesta mirando de reojo a
Quiroga.
—Ni caso. Se viene conmigo, por las buenas o por las
malas.
—Oye, bonito, no empieces que la liamos —refunfuña la
doctora.
—Vale, podéis decidiros en el coche —señalo—. En menos
de una hora esto estará a tope de pasma. Tenéis que iros ya
mismo.
—¿Tú te quedas? —pregunta Sergio. Asiento y él cabecea
de manera aprobatoria—. Verónica, si necesitas algo, solo dilo.
Y ten cuidado con Roi. Ya sabes que es muy traicionero.
—Lo sé. Te aseguro que puedo con él.
Nos despedimos de la pareja y vamos hacia el salón,
Verónica se sienta en uno de los sofás y enciende un cigarrillo
con la mirada perdida en ninguna parte.
—¿Tienes uno para mí? —pregunto sentándome a su lado.
Me tiende el paquete, pero cuando quiero devolvérselo
niega con la cabeza.
—Este es mi último cigarrillo —señala.
—¿Crees que es un buen momento para dejarlo? La cárcel
es muy aburrida y estresante, eso he oído. Si quieres puedo
llevarte tabaco todas las semanas.
—No. Este será el último que voy a fumar —repite.
—Me alegra escuchar eso. Ya tienes suficientes malos
vicios.
—¿Cómo cuáles? —alza una ceja inquisitoria en mi
dirección y yo sonrío.
—Las actividades delictivas, el chocolate, yo…
—¿Tú? —sonríe y niega con la cabeza. Beso su cuello y
soy recompensado con una caricia fugaz en mi mejilla—. Creo
que ese va a ser el que peor voy a llevar. ¿Cómo me hago una
desintoxicación de ti?
Suelto una carcajada y voy a contestar cuando escuchamos
el sonido de unos motores acercándose. Vero mira su reloj y le
da una última calada al cigarrillo antes de aplastarlo en el
cenicero.
—Llegan demasiado pronto. ¿Crees que se habrán cruzado
con Quiroga?
—¿Alguna vez has ido en un coche con Sergio Quiroga al
volante? —niego con la cabeza—. Es un kamikaze. A estas
alturas ya estarán a varias decenas de kilómetros —respira
profundamente y me mira—. ¿Estás listo? —asiento—. ¿Sabes
lo que tienes que hacer?
—Me quedo escondido hasta que me des la señal. Lo tengo
controlado —susurro abrazándola por la cintura—. Ven aquí
—poso mis labios sobre los suyos y la beso. Posiblemente sea
la última vez que pueda besarla en libertad—. Te quiero, no lo
olvides, ¿vale?
—Y yo a ti —contesta dándome un último beso.
El timbre suena y nos separamos con pesar. Me escondo en
el guardarropa de la entrada mientras Vero se prepara para
abrir la puerta. Escucho un par de saludos y sus pisadas de
vuelta hacia el salón. No sé cuántos son, ya que no puedo
verlos, pero como mínimo distingo cinco pisadas distintas
aparte de las de Verónica. Me mantengo en total silencio y
agudizo el oído para intentar escuchar la conversación entre
Vero y Velázquez.
—Ahí tienes lo que habíamos acordado —dice él—. Solo
tienes que firmarlo y se hará oficial.
Tras un par de minutos sin decir nada, escucho la voz de mi
chica. Supongo que estará leyendo el documento.
—Todo correcto —un nuevo silencio se crea en la sala, a
excepción del sonido de la radio que proviene de alguno de los
policías—. Aquí tienes.
—Yo ya he cumplido, te toca a ti, Novoa.
—El submarino podréis encontrarlo fondeado en estas
coordenadas, también he apuntado la dirección donde están los
cuatro camiones cargados con la droga, como te dije por
teléfono, son tres toneladas de cocaína, de setenta por ciento
de pureza. Yo misma te llevaré al lugar donde se esconde
Pazo. Estoy segura que ya habéis irrumpido en su casa, pero
no estaba allí.
—¿Y el informe? —inquiere el policía—. ¿Dónde está tu
hermano con la información sobre El Colombiano?
—Gael —llama Vero.
Atendiendo a su señal, salgo del armario con la carpeta con
los documentos que hemos sacado del pen drive en la mano.
Tres de los seis policías de paisano que hay en el interior de la
casa, me apuntan con sus armas, pero Velázquez no tarda en
ordenarles que las bajen. Me acerco a Vero y con un gesto de
su cabeza, me indica que le entregue la carpeta al inspector.
—Velázquez —le saludo tendiéndole los papeles.
—Novoa, me alegra verte. Es una pena que decidieras
traicionarnos.
—Yo no pienso igual —replico rodeando con mi brazo la
cintura de Verónica y atrayéndola a mi costado.
Velázquez nos observa un segundo y sonríe antes de abrir la
carpeta y empezar a leer los documentos.
—¿Ecuador? ¿La droga viene de Ecuador? —pregunta
extrañado. Sigue ojeando los papeles un par de minutos y
cuando parece satisfecho, cierra la carpeta y suspira—. Esta es
mucha información —señala.
—Te dije que valdría la pena —dice Vero.
—Sabes que vas a tener problemas, ¿verdad? Puede que tú
te hayas ganado el respeto de la mayoría de los delincuentes y
mafiosos importantes de Europa, pero El Colombiano es otra
cosa. ¿Eres consciente de que va a ir a por ti? Ya sabes cómo
funciona esto, Verónica, siempre hay fugas de información, y
ese tipo es demasiado peligroso.
—Voy a confiar en que la justicia española sabrá cómo
protegerme. Además, yo he cumplido mi parte del trato, confío
en que tú hagas lo mismo, aunque algo me pase.
—Lo único que se me ocurre es una prisión de máxima
seguridad y que estés en aislamiento el máximo tiempo
posible, pero eso será muy duro para ti. Por el trato no te
preocupes, aparte de ese documento, tienes mi palabra.
—Gracias por tu preocupación, Matías, pero me las
arreglaré. Ahora vamos a por Roi. No tardará en anochecer y
aún nos quedan unos kilómetros.
—¿Por qué no me dices dónde está y acabamos antes? Tú
te vas hacia el calabozo y nosotros lo detenemos.
—Ya te he dicho que no podréis encontrarlo sin mí. Ese
cabronazo sabe esconderse bien.
—Está bien. Date la vuelta, tengo que esposarte.
—¿Eso es necesario? —pregunto tensándome de pies a
cabeza—. Se está entregando y no opone ninguna resistencia.
—Está detenida, Novoa. Lo siento, pero es el protocolo.
—Está bien, no pasa nada —dice Vero. Me sonríe de
manera tranquilizadora y se gira poniendo las manos a la
espalda.
Cuando termina de colocarle las esposas, Velázquez tira de
su brazo para que camine hacia la salida.
—Yo también voy —informo.
—No digas gilipolleces, Novoa. Eres un civil. Esto es una
operación policial, no una puta excursión de boy scouts —
objeta.
—Podéis llevarme con vosotros desarmado, o puedo
seguiros con una pistola en la espalda. Tú decides, Velázquez
—apunto.
—Joder, esto es una puta locura —farfulla tras resoplar con
fuerza—. Entrega tu pistola. Solo por esta vez, voy a hacer la
vista gorda. Podría meterte un paquete por tenencia ilegal de
armas, ¿sabes? —les hace un gesto con la cabeza a sus
hombres y estos se dirigen hacia mí—. Coged su arma y
metedle en uno de los coches. Si da problemas, lo esposáis.
Sale de la casa tirando de Verónica y la mete en la parte
trasera de un todoterreno, después se sube al asiento del
conductor y espera a que los demás estén listos para salir. A mí
me indican que suba a otro coche, con tres policías sin
uniforme. En realidad, ninguno de ellos lo lleva.
Durante el trayecto, no dejo de mirar hacia el coche en el
que va Vero. No lo pierdo de vista ni un segundo. Son dos
horas y media de viaje por carretera hasta llegar a Laxe, el
pueblo donde se esconde Pazo.
Empezamos a circular por carreteras secundarias, algunas
de difícil acceso. Finalmente, nos detenemos en mitad de la
nada. La carretera es tan estrecha, que a duras penas pueden
cruzarse dos coches en distinto sentido. Vero tenía razón, la
policía nunca encontraría a Pazo en este remoto lugar sin su
ayuda.
Ha anochecido y apenas se ve nada, así que los policías
empiezan a salir de los vehículos armados con linternas para
alumbrar el lugar. Yo también salgo, y enseguida busco a Vero
con la mirada. La veo salir de la parte trasera del coche del
inspector con las manos esposadas al frente. Al menos
Velázquez ha tenido el detalle de prestarle una chaqueta. Al
caer la noche ha refrescado bastante y ella vestía solo con un
vaquero y una camiseta de manga corta.
Los policías no me quitan la vista de encima, pero eso no
me impide ir hacia mi chica para comprobar cómo se
encuentra.
—¿Estás bien? —pregunto colocándome a su lado—.
¿Tienes frío?
—Estoy bien, Gael —contesta con media sonrisa—. Matías
ha sido tan amable de prestarme su chaqueta. Ya ves, yo
vestida de poli. ¿A que nunca en tu vida pensaste que llegarías
a ver algo así? —bromea.
Tiene razón. La chaqueta, que por cierto le queda enorme,
lleva las siglas CNP en la espalda y el escudo de la policía
nacional. Le queda bien, aunque tiene razón, nunca imaginé
verla vestida de esa forma.
—Si empiezas a canturrear lo de viva España, viva el rey,
viva el orden y la ley, te encierro en un centro psiquiátrico para
que te hagan una lobotomía —cuchicheo para seguir con la
broma.
Vero sonríe, pero puedo notar que no lo hace de manera
sincera. Está esposada y a punto de ingresar en prisión durante
casi una década, cualquiera en su lugar estaría acojonado, pero
mi chica está hecha de una pasta especial, aunque esté muerta
de miedo, no va a dar ningún signo de debilidad. Así somos
los Novoa, llevamos la cabeza bien alta hasta la hora de
nuestra muerte.
—¿Estás segura de que estará aquí? —inquiere Velázquez
acercándose a nosotros.
—Completamente. Subiendo por ese camino de tierra —
señala con las manos esposadas un sendero que se pierde entre
la maleza a un lado de la carretera—. A doscientos metros
aproximadamente, hay una cabaña de caza, Roi Pazo está ahí
dentro, probablemente acompañado por cuatro o cinco de sus
hombres. Todos estarán armados y no se van a rendir sin
luchar, así que preparaos para disparar unas cuantas veces.
—¿Crees que pueden tener ahí dentro a algún rehén? —
sigue interrogando el inspector.
—No. Esta es solo una parada momentánea. Lo más seguro
es que piense marcharse a primera hora. Solo se está
escondiendo mientras lleva a cabo su plan de fuga.
—Bien, vosotros conmigo —ordena a varios de sus
hombres—. Vosotros tres os quedáis con los Novoa —tres
policías nos rodean de inmediato siguiendo las órdenes de su
jefe—. Más te vale que no me estés mintiendo, Verónica. Te
juro que, si esto es una trampa, no quedará ni uno solo de tus
trabajadores en libertad. Los encerraré a todos.
Se marchan por el sendero y Vero y yo nos quedamos junto
a uno de los coches sin decir nada. Los tres policías
encargados de vigilarnos, no pierden de vista el lugar por
donde han entrado sus compañeros.
—¿Cómo estás tan segura de que Roi no va a hablar? —
pregunto en un susurro.
—Estoy segura —contesta sin mirarme—. Está a punto de
comenzar la fiesta.
En cuanto termina la frase, escuchamos varios disparos.
Los policías se ponen en guardia y levantan sus armas hacia el
lugar de donde provienen los estruendosos sonidos provocados
por las armas. Durante varios minutos seguimos
escuchándolos, pero Verónica ni se inmuta. Parece muy
relajada, con la parte trasera de la cabeza apoyada en la
ventanilla del todoterreno y los ojos cerrados, como si en vez
de estar escuchando un tiroteo, fuese un concierto de su grupo
musical favorito.
Cuando los disparos cesan, suspira y abre los ojos
enderezándose y apartándose del vehículo.
—¿Crees que Roi ha sobrevivido? —inquiero.
—Sí. Es demasiado importante para Velázquez como para
pegarle un tiro sin más. Gana más llevándole a juicio y
colgándose unas cuantas medallitas —suspira de nuevo y me
mira fijamente a los ojos—. Gael, sabes que te quiero,
¿verdad?
—Claro que lo sé. ¿Por qué me preguntas eso? —inquiero
extrañado.
—Por nada. Solo quiero que te quede claro —Se acerca
más a mí y besa mis labios de manera fugaz.
—Separaos —ordena uno de los policías.
Le envío una mirada asesina y veo como empiezan a
aparecer entre la maleza el resto de policías. Con ellos también
vienen los hombres de Pazo esposados. Alguno está herido. El
último en llegar es Velázquez, él mismo trae a Roi casi a
rastras. Pazo se revuelve e intenta liberarse como el jodido
desquiciado que es, pero el inspector le da un empujón que
provoca que se estrelle de lleno contra el capó del coche.
Entonces alza la cabeza y nos ve a Vero y a mí, la rabia emana
de su mirada al darse cuenta de que ha sido delatado. Se fija en
las esposas de Vero y después vuelve a mirarme a mí.
—¡Hijo de puta! —brama forcejeando con todas sus
fuerzas. Toma por sorpresa a Velázquez y consigue empujarle,
entonces se abalanza sobre mí, pero dos policías lo interceptan
—¡Traidor! ¡Te voy a matar! —grita desgañitado.
Velázquez se pone frente a nosotros mientras sus hombres
intentan controlar a Roi. Todo sucede tan rápido que apenas
puedo verlo, Pazo consigue quitarle la pistola a uno de los
policías de su cartuchera, levanta el arma y apunta hacia mí, en
ese mismo instante, veo como Verónica hace lo mismo, pero
quitándole la pistola a Velázquez y apuntando a Roi.
—¡Baja el arma! —ordena ella.
Todos los policías desenfundan sus pistolas y apuntan a uno
y después a otro sin saber cuál de los dos es el enemigo.
Velázquez les ordena a gritos que no abran fuego.
—¡Tu hermano nos ha traicionado, Verónica! —grita Pazo
—. ¡Primero lo hizo con nuestros padres y ahora con nosotros!
¡Mi padre murió por su culpa!
—Tu padre no murió por su culpa. Fui yo quien le mató —
anuncia. Roi abre los ojos como platos y dirige la pistola hacia
ella—. ¿Buscas un culpable? Aquí me tienes. Antón Pazo era
un hijo de puta desquiciado, igual que tú. Yo le volé la cabeza
hace diez años, y como no bajes ahora mismo esa pistola, voy
a hacer lo mismo contigo. ¡Baja la puta arma! ¡Ahora, joder!
—brama en tono autoritario.
Velázquez ve la duda en la mirada de Pazo y no se lo
piensa, le arrebata rápidamente la pistola y sus hombres
consiguen reducir a Roi de inmediato. Cuando se gira hacia
Vero, veo como frunce el ceño. Es a él a quien está apuntando
ahora.
—¿Qué haces, Verónica? —pregunto intentando acercarme
a ella.
—No voy a pasar diez putos años en la cárcel —advierte
presionando el gatillo trasero del arma para cargarla, sin dejar
de apuntar al inspector.
—Novoa, tenemos un trato —señala Velázquez
apuntándola a ella también. Todos los policías la tienen en su
punto de mira en estos momentos.
—Puedes meterte el trato por el culo, Matías. No voy a ir a
la cárcel —insiste.
—Vero, no hagas esto —suplico. No tiene escapatoria, yo
lo sé y ella también. Estamos completamente rodeados de
policías armados.
Me mira, durante solo una milésima de segundo, y puedo
ver un amago de sonrisa en sus labios. Sé lo que pretende. Una
vez más va a sacrificarse. Si Roi abre la boca, toda su gente
estará en problemas. Por eso estaba tan segura de que él no iba
a hablar. Su plan siempre fue matarlo.
Intento llegar hasta ella, pero antes de que pueda mover un
solo musculo, su pistola resuena, la bala alcanza a Roi justo en
la cabeza y este se desploma. Aún no ha tocado el suelo
cuando se escucha el estruendo de otros dos disparos, estos por
parte de Velázquez.
Un grito desgarrador sale de mi garganta al ver a Verónica
caer al suelo. Los disparos le han dado directamente en el
pecho.
—¡Verónica! —grito su nombre e intento correr hacia ella,
pero varios brazos me sujetan y me apartan cada vez más de su
cuerpo que yace inerte en el suelo.
No puedo verle la cara. Sigo intentando librarme de mis
captores y grito a pleno pulmón su nombre repetidamente,
pero no se mueve. Es el propio Velázquez el que se arrodilla
junto a ella y le toma el pulso. Me detengo durante un
segundo, incluso mi corazón deja de latir, esperando el
veredicto. Necesito que esté viva. ¡Tiene que estar viva!
El inspector levanta la cabeza y dirige su mirada hacia mí.
Solo un movimiento, casi imperceptible, pero puedo ver como
su cabeza se mueve de un lado a otro en un gesto inequívoco
de negación. No respira. Mi Princesa está muerta.
Rabia
En las películas, los funerales siempre se celebran en días
lluviosos, la gente se refugia bajo los paraguas en un ambiente
triste y lúgubre. La música de los violines de la banda sonora
se mezcla con el repiqueteo del agua cayendo sobre las lápidas
y el suelo embarrado, pero hoy no llueve. Al contrario, el sol
brilla en lo alto del cielo y se escucha el canto de los pájaros,
el murmullo de las ramas de los árboles al ser azotadas por la
brisa. Este podría ser un día cualquiera. En realidad, es un día
muy común para el resto del mundo, menos para nosotros.
Meiral de Gredos ha declarado tres días de luto oficial por
la muerte de Verónica. Todos están aquí, mostrado su respeto
ante el ataúd de la mujer que sacrificó su propia vida por ellos.
Siento la mano de Ana sobre mi hombro y cierro los ojos
con fuerza para no ver como introducen el ataúd en ese
estrecho lugar. El padre Sandro habla sin parar recitando
pasajes de la biblia, sin embargo, yo soy incapaz de prestar
atención a lo que dice. Solo quiero salir de aquí, quiero volver
a esa habitación en la casa de Quiroga, ese lugar en el que
Vero estaba viva y a mi lado. Necesito despertar de esta
maldita pesadilla y encontrarla a mi lado, con sus ojos grises
abiertos y brillantes de felicidad.
—Gael, vámonos —susurra Juanillo palmeando mi espalda.
Miro a mi alrededor y compruebo que la gente ya se está
dispersando. Todos caminan hacia la salida del cementerio
cabizbajos y decaídos—. Ya no hacemos nada aquí, hermano.
Tenemos que irnos —insiste.
Niego con la cabeza y cierro los ojos de nuevo. No voy a
irme. Necesito despedirme de ella, pero ¿cómo lo hago?
¿Cómo le dices adiós para siempre a tu alma gemela? Vero era
mi hermana, mi amiga, mi amante, el amor de mi vida… Ella
lo era todo para mí, y ahora ya no está. Todos nuestros planes,
mi sueño de llevármela lejos… Todo se ha esfumado en tan
solo un parpadeo.
Me acerco a su lápida y rozo con mis dedos la inscripción
con su nombre. Verónica Novoa. Princesa de polvo y sangre.
Las lágrimas se deslizan en cascada por mis mejillas cuando
me arrodillo frente a su tumba. Esto no tendría que haber
terminado así. Debí haber hecho más.
—¿Cómo pudiste? —susurro sorbiendo por la nariz—. ¡Me
has dejado solo, joder! —grito empezando a sollozar.
Cubro mi cara con las manos y dejo salir toda la rabia y
tristeza que oprime mi pecho en forma de llanto. No sé cuánto
tiempo pasó así, pero cuando creo haberme quedado sin
lágrimas que derramar, vuelvo a sentir una mano sobre mi
hombro. No necesito girarme para saber que Juan, Ana y
César están detrás de mí. No me han dejado solo en ningún
momento desde esa maldita noche.
Desde entonces no he sido capaz de cerrar los ojos más de
cinco minutos seguidos. Cada vez que lo hago, puedo verla, su
sonrisa ladeada al disparar a Roi y cómo todo su cuerpo se
sacudió cuando las balas impactaron en su pecho. Esa es una
imagen que jamás podré olvidar, porque justo en ese
momento, perdí lo que más quería en el mundo.
—Vamos, Gael —dice Ana—. Volvamos a casa.
Asiento y me seco el rostro con la manga de mi chaqueta
levantándome. Ana entrelaza su brazo con el mío y
caminamos lentamente entre las tumbas para salir de este
lugar. No me giro, no echo un último vistazo a su lápida,
porque si lo hago sé que no podré marcharme.
Ya ha anochecido cuando traspasamos la puerta de salida
del cementerio, pero la multitud de gente sigue aquí, todos
vestidos de riguroso negro y con gesto serio, esperándonos.
Miro a mi alrededor sin entender qué es lo que están
esperando, cuando las primeras notas de la canción Cuando
suba la marea del grupo Amaral comienza a sonar a todo
volumen desde uno de los coches que hay estacionados junto a
nosotros. La gente agacha la cabeza en señal de respeto y se
mantiene en silencio.
Estaríamos juntos todo el tiempo
Hasta quedarnos sin aliento
Y comernos el mundo, vaya ilusos
Y volver a casa en año nuevo.
Pero todo acabó y lo de menos
Es buscar una forma de entenderlo
Yo solía pensar que la vida es un juego
Y la pura verdad es que aún lo creo.
Y ahora sé que nunca he sido tu princesa
Que no es azul la sangre de mis venas
Y ahora sé que el día que yo me muera
Me tumbaré sobre la arena
Y que me lleve lejos cuando suba, la marea.
Por encima del mar de los deseos
Han venido a buscarme los recuerdos
De los días salvajes, apurando
El futuro en la palma de nuestras manos
Y ahora sé que nunca he sido tu princesa
Que no es azul la sangre de mis venas.
Y ahora sé que el día que yo me muera
Me tumbaré sobre la arena
Y que me lleve lejos cuando suba, la marea
Y ahora sé que el día que yo me muera
Me tumbaré sobre la arena
Y que me lleve lejos cuando suba
Y que me lleve lejos cuando suba, la marea.
La canción termina y todos aplauden. Una enorme ovación
resuena en todo el lugar, mezclada con el llanto de algunos y
un sentimiento de profunda tristeza que emana de cada uno de
ellos.
Esta es su gente, su pueblo, aquellos por los que ella se
sacrificó. Verónica Novoa vivió como una heroína, y también
murió como tal, y ahora se convertirá en una leyenda.
◆◆◆

—Vas a terminar con las reservas de alcohol de toda la


comarca —señala Ana al verme coger una botella de licor del
despacho.
Eso es lo único que hago desde hace más de un mes,
encerrarme en la habitación de Verónica y beber hasta caer
dormido. Solo salgo de allí para reponer mi stock de botellas.
—No te metas donde no te llaman, Anita —mascullo
saliendo del despacho, pero antes de que pueda llegar a la
puerta, me sujeta por el brazo deteniendo mi huida.
—Gael, tienes que salir de ahí. Sé que la echas de menos,
pero te estás dejando morir. Casi no comes, ni duermes, y
créeme te hace falta una buena ducha y un afeitado.
—Ana, de verdad que no necesito tu maldita compasión —
replico de mala leche—. Metete en tus jodidos asuntos.
—¡Tú eres mi asunto! Eres mi amigo, Gael. ¿De verdad
crees que a ella le gustaría verte así?
Resoplo cerrando los ojos con fuerza y estampo mi puño
contra la pared.
—¡Déjame en paz! —grito—. ¡¿Yo me meto en tus asuntos
y en los de tu novio?! No, ¿verdad? Entonces dejad vosotros
de decirme lo que tengo que hacer a cada momento —Ana
retrocede un par de pasos con cara de espanto—. Mierda, lo
siento. No quería hablarte así —susurro.
—Gael, de verdad tienes que hacer algo con todo eso que
estás sintiendo. Ve al monte y pega cuatro gritos, destroza algo
si quieres, pero no puedes dejar que te consuma. Va a matarte,
hermano.
—Quizás eso sea precisamente lo que necesito —balbuceo
antes de salir del despacho con mis ojos bañados en lágrimas.
Subo a la habitación y cierro la puerta de un golpe que
retumba en toda la estancia. Grito con fuerza y estampo la
botella contra la pared. Me da igual lo que piense Ana o el
resto del mundo. Todos quieren que siga con mi vida como si
nada hubiese pasado, pero no puedo hacerlo. ¿Cómo demonios
arranco el dolor que siento en mi pecho cada vez que pienso
en ella? No puedo y tampoco quiero. Necesito seguir
sintiéndome así para recordarla. ¿La rabia? Esa sé exactamente
cómo manejarla. Solo tengo que acabar con la vida del hombre
que me la robó, y voy a hacerlo, solo estoy esperando el
momento indicado.
◆◆◆

Le doy un último trago a la botella y salgo del coche. No


debería conducir con todo el alcohol que corre por mis venas
en este momento, pero tampoco me importa. Llevo casi tres
meses esperando este momento, el día en el que finalmente
voy a hacer justicia. Saco mi pistola de la parte trasera de mi
pantalón y traspaso de un salto la valla de la propiedad. Las
luces de la casa están encendidas finalmente.
El cabronazo de Velázquez lleva desaparecido desde la
noche en la que asesinó a Verónica, pero ha vuelto, justo a
tiempo para que yo acabe con su vida.
Busco un acceso a la casa por la parte trasera. Ya son
pasadas las doce de la noche y no veo a nadie a través de las
ventanas, pero hay luz, así que alguien tiene que estar
despierto. Espero que sea él. Con un pequeño golpe de la
culata de mi arma, rompo una de las ventanas y entro en la
casa. Agudizo el oído, pero no escucho nada. Camino de
puntillas y con la pistola en la mano, listo para acabar con
cualquiera que se interponga en mi camino. Entonces le veo,
justo frente a mí, en pijama y con un vaso de agua en la mano.
—Gael, ¿qué coño crees que estás haciendo? —me mira
sorprendido y también asustado.
Levanto mi mano y le apunto directamente a la cabeza.
—Voy a matarte, hijo de puta —escupo.
—Vamos, baja esa pistola —pide dejando el vaso sobre la
encimera y alzando las manos a modo de rendición—. Sabes
que solo hice mi trabajo.
—¡La mataste! —bramo dando un paso amenazante hacia
él.
—Ella quiso que la matara. Escúchame bien, Gael. Sabes
perfectamente que lo planeó todo. Prefirió eso a que El
Colombiano la tuviese indefensa en la cárcel. Tenía una
pistola, mató a Pazo sin pestañear y estaba apuntándome a mí.
No pude hacer otra cosa.
—¡El Colombiano está en la cárcel! Ha salido en todos los
periódicos.
—Sí, pero tiene amigos, aliados, y muchos de ellos aquí en
España. Verónica sabía perfectamente que tras delatarle no
podría volver a vivir tranquila, ni en la cárcel ni fuera de ella.
Fue su decisión, Gael.
—¡Cállate! —ordeno sintiendo como las lágrimas bañan
mis mejillas.
—¿Papi?
Escucho una voz a mi espalda y me giro rápidamente
apuntando hacia ese lugar. Solo es una niña pequeña, me mira
aterrada y empieza a llorar.
—Tranquila, tesoro —dice Velázquez—. Vuelve a la cama.
Yo iré enseguida a arroparte.
Bajo la pistola al ver que la pequeña no deja de mirar con
auténtico pánico y Matías aprovecha el momento para cogerla
en brazos.
—Papi, ¿quién es ese hombre malo? ¿Por qué grita? —
pregunta la niña hipando.
—Es un amigo de papá. Vete a la cama, cariño —le pide.
En cuanto la deja en el suelo, la niña sale corriendo y
Velázquez se gira hacia mí frunciendo el ceño—. ¿Vas a
matarme delante de mi hija? Si quieres puedo llamar a mi
mujer también.
Me llevo las manos a la cabeza y maldigo en voz alta. Esto
no me va a devolver a mi Princesa. Solo conseguiré causar aún
más daño, pero ¿qué otra cosa puedo hacer?
—No voy a disculparme —afirmo limpiándome las mejillas
de un manotazo. Respiro profundamente y encaro al inspector.
—No esperaba que lo hicieras. ¿Quieres un café? Se nota
que has bebido. No deberías irte en este estado. Hablemos un
rato y después…
—Yo no voy a hablar una puta mierda contigo —rebato.
Me doy media vuelta y salgo de la casa corriendo y
escuchando como Velázquez me llama a gritos.
Ni siquiera me subo al coche. Comienzo a caminar sin
saber muy bien a donde dirigirme. El único plan que había
hecho era matar a Velázquez, y ahora sin eso, no sé qué hacer
ni a donde ir. Doy vueltas por toda la ciudad durante horas. Ya
está amaneciendo cuando llego a la iglesia. Ni siquiera sé qué
hago aquí, pero algo me dice que estoy en el lugar correcto.
Pruebo a abrir la puerta, pero está cerrada con llave, aún es
muy temprano.
—¿Puedo ayudarte, muchacho? —me giro y veo al padre
Sandro observándome con gesto reprobatorio—. Benditos los
ojos que te ven. He ido a tu casa una docena de veces y no has
querido recibirme.
—Lo siento, padre —murmuro sentándome en uno de los
escalones que hay frente a la puerta de la iglesia. Resoplo y me
froto la cara con las manos—. Ahora mismo no estoy pasando
por mi mejor momento.
—Me lo imagino, hijo —El sacerdote se sienta a mi lado
acomodando su sotana para no pisarla—. Pareces un mendigo
con esas pintas. ¿Estás bien?
—No —exhalo con fuerza y me muerdo el labio inferior
para no echarme a llorar de nuevo—. La echo tanto de
menos… He esperado toda mi vida para poder estar con ella, y
justo cuando la tenía, me la arrebataron de las manos. No sé
qué hacer, padre. Me siento solo y perdido. Ni siquiera sé qué
hacer con mi vida. Nosotros teníamos planes, aunque
tuviésemos que esperar una década para poder cumplirlos,
pero existía esa posibilidad. Ahora ya no tengo nada.
—Por supuesto que tienes algo —dice poniendo su mano
sobre mi rodilla—. Tienes salud, juventud, y deberías tener
muchas ganas de vivir.
—Créame, padre, ganas de vivir es lo que menos tengo
ahora mismo.
—¿Por qué no haces realidad esos planes? Puede que
Verónica no esté contigo, pero la llevas aquí —coloca su mano
en el centro de mi pecho y sonríe levemente—. Ella te quería
mucho, hijo. No le hubiese gustado verte de ese modo.
—Lo sé. Todo el mundo me lo dice.
—Quizás es que tenemos razón. Sé que perder a un ser
querido es muy duro, pero la mejor manera de honrar a los
muertos es viviendo nuestras vidas plenamente. Tienes que
hacerlo por ti y por ella.
◆◆◆

Camino por la empedrada playa con una botella de cerveza


en la mano. El paisaje que tengo ante mí dista mucho de ser
paradisiaco. No hay tumbonas ni sombrillas por ningún lado,
pero eso no lo hace menos bonito. Estoy en la Isla de Chira, en
Costa Rica, el lugar donde Vero y yo planeamos venir cuando
todo acabara.
Ha pasado una semana desde que hablé con el padre Sandro
aquella mañana. Sigo igual de perdido, pero al menos ahora
tengo una misión. Voy a vivir cada día de mi vida intentando
honrar su memoria, recordándola y viviendo por mí y por ella
hasta que llegue el día en el que nos volvamos a ver.
Abro mi cerveza y tras darle un trago largo, cierro los ojos
e invoco su imagen en mi cabeza respirando el aire salado del
mar. Veo su sonrisa nítida en mi mente, sus labios, sus ojos
despiertos y de un gris brillante. Si agudizo el oído incluso
puedo escuchar su voz, como un murmullo en el viento, Una
isla, tú y yo. Sonrío sin abrir los ojos y puedo sentir sus brazos
rodeando mi cuerpo, su aliento en mi oído, como si realmente
estuviese aquí conmigo.
—¿Por qué has tardado tanto?
Abro los ojos de golpe y me tenso de pies a cabeza. Su voz
ha sido tan real… Y sigo sintiendo sus manos en mi pecho…
Aún puedo notar el calor que emana su cuerpo pegado a mi
espalda. Creo que me estoy volviendo completamente loco,
pero me alegra estarlo. Me atrevo a mirar hacia mi pecho y
veo unas manos posadas sobre él.
No estoy loco. Realmente alguien me está abrazando por la
espalda, alguien que suena como ella, que huele como ella, y
mierda… alguien que se siente como ella.
Me giro lentamente y con la respiración acelerada. ¿Cómo
es posible? La estoy viendo, aquí frente a mí, con una enorme
sonrisa instalada en su rostro. Necesito saber si es real. Estiro
mi mano y la toco con suavidad. Es de carne y hueso. Sus
dedos se entrelazan con los míos en su mejilla y vuelve a
sonreír.
—¿De verdad estás aquí? —pregunto con un hilo de voz.
Ella asiente y coloca una de sus manos sobre mi pecho—.
¿Cómo? Te vi morir, te enterré. Yo… —sacudo la cabeza y
una vez más mis ojos se inundan de lágrimas.
—Mírame, Gael —susurra sujetando mi cara con ambas
manos—. Lo siento mucho. No tenía otra opción. Sé que te he
dado un susto enorme, pero…
Antes de que pueda terminar la frase ya la estoy abrazando,
con tanta fuerza que escucho un gemido de dolor por su parte,
pero no intenta apartarme. Sollozo contra su cuello, la huelo,
me aparto levemente para tocar su rostro y vuelvo a abrazarla
de nuevo llorando como un jodido chiquillo.
—No tienes ni idea del infierno que me has hecho pasar —
digo entre sollozos. Me aparto levemente y clavo mis ojos en
los suyos—. Nunca más vuelvas a hacerme algo así,
¡¿entendido?! —grito.
—Lo siento, lo siento mucho —susurra hundiendo sus
manos en mi pelo y echándolo hacia atrás—. No había otra
opción. La policía, El Colombiano… Estaba de mierda hasta
arriba, y te juro que hubiese seguido el plan de no ser por… —
suspira y sujeta mis manos, las coloca sobre su vientre y sonríe
—. Una vez me preguntaste si esa vida sería algo que yo
querría para mi hijo. Solo tuve la respuesta a esa pregunta en
el momento en que supe que iba a ser madre.
Abro los ojos como platos y palpo su vientre notando una
pequeña curva.
—¿Estás…? —carraspeo para aflojar el nudo de emociones
que tengo en la garganta y trago saliva con fuerza—. ¿Estás
embarazada? —Verónica asiente y su sonrisa se ensancha—.
¿Por qué no me lo dijiste? ¿Por qué no me contaste lo que
pensabas hacer? Podría haberte ayudado.
—¿Me habrías ayudado a recibir dos balazos estando
embarazada? —pregunta alzando una ceja—. Por mucho
chaleco antibalas que llevara, dudo que hubieses estado de
acuerdo con mi plan.
—Habríamos encontrado otra manera.
—No había otra manera. Mi plan inicial era ir a la cárcel e
intentar sobrevivir, pero todo cambió ese día en la casa de
Quiroga, cuando Laura me dijo que estaba embarazada. Ya no
se trataba solo de mi vida, así que cambié un poco el plan.
—¿Cómo? ¿De dónde sacaste el chaleco antibalas? No
entiendo nada, Verónica. Yo te vi morir. Enterramos tu cuerpo.
—En realidad solo me viste tirada en el suelo. Velázquez
dijo que yo estaba muerta y se encargó de llevarme él mismo a
la morgue saltándose todos los protocolos, allí le dio el
cambiazo a mi ficha por la de un cadáver sin identificar. No sé
cómo se las arregló, pero todo salió bien.
—¿Velázquez? ¿Él te ayudó? ¿Por qué?
—Ya te lo dije una vez, todos tenemos un precio, solo hay
que saber cuánto o qué pagar. En este caso, la hija de Matías
tiene una de esas enfermedades raras que en España no saben
ni cómo se pronuncia.
—Le prometiste pagar el tratamiento —murmuro
empezando a atar cabos.
—Los mejores médicos de Suiza se han encargado de la
pequeña y se está recuperando favorablemente. Creo que ya
han vuelto a España.
—Pero, ¿cuándo le ofreciste ese trato? Yo estuve contigo
todo el tiempo, Y ¿cómo saliste del país sin más?
—Cuando nos trasladaron al escondite de Roi. Tuve dos
horas y media de trayecto en coche a solas con Velázquez para
convencerle de que me ayudara. Él mismo me dio el chaleco
antibalas que llevaba bajo la chaqueta. Y salir del país… Eso
fue sencillo. Tengo un amigo italiano que hace unos
pasaportes falsos increíblemente buenos. Desde que lo llame,
en menos de cinco minutos tenía un mail con la dirección en la
que un coche me recogería al día siguiente para llevarme al
aeropuerto, y el conductor tendría mi pasaporte con una nueva
identidad. Ahora soy Verónica Almansa.
—Dios, esto es tan surrealista —susurro tocando de nuevo
su rostro para asegurarme de que es real—. Estás aquí, y estás
viva. Eso es lo único que me importa.
—¿Y que vayamos a tener un hijo no te importa? —
inquiere alzando una ceja.
Miro de nuevo su vientre y asiento sonriendo como un
imbécil. Sinceramente, ya no sé ni por qué estoy llorando, pero
soy incapaz de detenerme.
—Vamos a tener un hijo —murmuro con la voz tomada por
el llanto.
—Sí, y tú y yo vamos a tener una conversación muy seria
también. Cuando te diga que hagas algo, no tardes tres jodidos
meses en hacerlo. Creí que iba a parir antes de volver a verte,
zoquete. ¿Qué demonios estuviste haciendo hasta ahora? No es
tan difícil, ¿sabes? Solo tenías que coger un avión y…
Sonrío de oreja a oreja y niego con la cabeza de manera
incrédula poniendo una mano sobre su boca para callarla.
—Aún no me has dejado ni besarte y ya me estás echando
la bronca —me quejo.
Vero aparta mi mano de su boca y frunce el ceño.
—No, si por eso también te va a caer una buena. No sé qué
coño estás esperando para…
Antes de que pueda seguir con su alegato, pego mi boca a
la suya y la beso con fuerza. Un beso apasionado en el que
pongo todos mis sentimientos. Un beso apasionado y
demencial que despierta en mí cosas que creí que jamás
volvería a sentir.
Cuando nos separamos ambos estamos jadeantes y con la
respiración agitada. Pego mi frente a la suya y sigo sonriendo
y llorando al mismo tiempo.
—Como vuelvas a hacer algo así, esta vez seré yo el que te
pegue un tiro, ¿entendido, Princesa?
—Entendido. Ahora cállate y vuelve a besarme.

FIN
Epílogo
Nada más despertar lo primero que veo son unos ojos grises
que me miran fijamente. Pego un brinco en la cama y me llevo
una mano al pecho asustada.
—¡Anxo, por Dios! Tienes que dejar de despertarme de esta
manera —mi hijo sonríe de manera pilla y niega con la cabeza.
—Estabas roncando y se te caía la baba —dice en tono de
burla.
—Oye, eso es mentira, chaval —golpeo el colchón a mi
lado y mi pequeño sube de un salto y se tumba apoyando su
cabeza en mi abdomen—. ¿Has visto a papá?
—Sí, acaba de marcharse. Ha dejado café hecho y tostadas.
Me dijo que te despertara y te diera esto —se pone de rodillas
sobre la cama y tras abrazar mi cuello con sus pequeños brazos
deposita un sonoro y baboso beso en mi cara.
Sonrío limpiándome y tiro de él para sentarlo sobre mi
regazo. Es increíble que ya tenga cinco años, hace nada era un
bebé.
—Recuérdame que le diga a tu padre que le quiero —
susurro.
—Lo haré —contesta con su sonrisa pilla habitual, tan
parecida a la de Gael.
—¿Has desayunado? —asiente rápidamente—. Pues yo
necesito un café. ¿Qué te parece si después nos vestimos y le
hacemos una visita a papá en el taller?
Mi pequeño baja de un salto de la cama y sale corriendo
hacia su habitación, pero unos segundos después, vuelve a
entrar y se me queda mirando con gesto serio.
—Mamá, ¿dónde están mis pantalones azules?
—En el cesto de la ropa sucia. Ponte otros. ¿Quieres que te
ayude? —me levanto de la cama intentando dar algo de forma
con los dedos a mi pelo revuelto y bostezo. Sin siquiera
contestarme, Anxo sale corriendo de nuevo—. No hace falta
que me contestes —murmuro para mí.
Siempre hace lo mismo. Tiene la mala costumbre de
largarse sin más y dejar a los demás hablando solos. Este niño
es un terremoto andante, incansable y con una energía
inconmensurable, pero yo no lo cambiaría por nada en el
mundo.
Tras desayunar y poner varias lavadoras, ordenar la casa y
hacer cincuenta mil cosas más que ni sabía que tenía
pendientes, finalmente consigo ponerme a trabajar un rato. Me
sumerjo en una tonelada de documentos repletos de cifras y
más cifras. He pasado de ser una de las narcotraficantes más
importantes de Europa a llevar la contabilidad de pequeños
negocios en una isla en mitad de la nada. Esa es mi vida ahora,
pero eso es otra cosa que tampoco cambiaría por nada. Me
gusta mi trabajo y me deja tiempo suficiente para cuidar del
pequeño monstruito que tengo de hijo.
Cuando estoy a punto de avisar a Anxo para que deje la
videoconsola y vayamos al taller a hacerle una pequeña visita
a su padre, la puerta se abre y Gael entra en casa vestido con
su mono azul de trabajo y cubierto de grasa de pies a cabeza.
—Hola, has llegado pronto. Ahora mismo íbamos a pasar
por el taller.
—Hoy hubo poco trabajo —contesta acercándose a mí para
darme un beso rápido.
—¿Te has visto a un espejo, muchacho? Tienes grasa hasta
en las pestañas —comento divertida.
—¿Muchacho? —alza una ceja en mi dirección y en sus
labios aparece esa sonrisa pilla que tanto me gusta. Antes de
que pueda pestañear, ya lo tengo frente a mí, pone sus manos
sobre mi cara y vuelve a besarme, esta vez un beso de verdad,
de esos que me dejan con las piernas temblando—. Ahora tú
estás tan grasienta como yo, muchacha —dice con recochineo.
Me toco el rostro y resoplo al ver mis manos cubiertas de
grasa negra y pegajosa.
—¿Esto era necesario? —inquiero haciendo una mueca de
asco.
—Totalmente —responde muy pagado de sí mismo.
—Hace unos años te habría pegado un tiro por hacer algo
así —susurro para que Anxo no me escuche.
—¿Tienes ganas de jugar con pistolas, Princesa? —sus
manos sujetan mi cintura dejando mi camiseta blanca
completamente perdida, pero ni siquiera me inmuto—. Yo
tengo una pistola con la que puedes jugar —dice en tono
sugerente. Muerde mi cuello y yo suelto una carcajada.
—¡Papá! —escuchamos el grito del pequeño y Gael suspira
apartándose de mí—. Ayúdame a matar este zombi. Siempre
me mata en este nivel.
—Salvada por el zombi —susurra antes de darme otro beso
y marcharse hacia el salón.
Tras tomar una ducha, Gael se sienta a jugar al dichoso
videojuego con nuestro hijo mientras yo preparo la comida.
Después entre los dos ponen la mesa y nos sentamos a comer
tranquilamente. Bueno, todo lo tranquilos que podemos estar
con el monstruillo moviéndose de un lado a otro y hablando
sin parar en todo momento.
—Estás embobado con el dichoso juego de zombis, Anxo
—comento cuando ya hemos terminado de comer—. ¿Sabes
que puedes hacer otras cosas para divertirte?
—¿Cómo qué? —pregunta frunciendo el ceño.
—Pues no sé. Cuando yo era pequeña no jugaba a la
videoconsola y lo pasaba bien haciendo otras cosas.
—¿Persiguiendo dinosaurios? —pregunta con una sonrisa
pilla antes de salir corriendo hacia el salón.
Gael suelta una carcajada y yo le fulmino con la mirada.
—¿Te ríes porque me llame vieja?
—Eres una vieja muy guapa —dice sin poder dejar de reír.
—Te recuerdo que eres ocho años mayor que yo. Si yo soy
vieja, tú eres prehistórico.
—Un prehistórico muy cachondo —sigue bromeando.
Al final yo también acabo riendo y entre los dos recogemos
la mesa. Gael se encarga de lavar los platos y después nos
tiramos los tres en el sofá a ver una película, y digo ver porque
escucharla resulta casi imposible con los constantes
comentarios y burlas de Anxo. Al final acabo dándome por
vencida y dejo que pasen el resto de la tarde con el jueguecito
del demonio. Los dos se quedan embobados delante de la
pantalla aporreando los mandos de la consola durante horas.
Aprovecho para ducharme y cambiarme de ropa. Lo malo de
vivir aquí, es que en verano hace un calor demencial.
—Chicos, ¿os apetece salir a dar un paseo después de
cenar? Seguro que hace una noche muy buena —comento
entrando en el salón.
Al levantar la vista, me quedo de piedra al ver a todos mis
amigos frente a mí. Ana, Juanillo, César, Laura, Sergio y los
mellizos de estos últimos que tienen solo un par de años.
—Sorpresa —dice Ana abriendo sus brazos en cruz.
La expresión estupefacta que tendré ahora mismo me
recuerda al día en el que mis amigos descubrieron que yo
seguía viva. Gael no tuvo una idea mejor que invitarlos a su
boda cuando no había pasado ni seis meses desde mi supuesto
fallecimiento. Mi mejor amiga llegó a la isla con ganas de
darle una paliza. No entendía cómo es que, tras tanto
sufrimiento por mi muerte, estaba a punto de casarse con una
desconocida. Obviamente, le quedaron muy claras sus razones
cuando descubrió quién era la novia, y más aún cuando le
dijimos que esperábamos un hijo. Sergio y Laura también
acudieron. Ellos actualmente viven en México. No tienen
problemas con la ley, ya que al igual que hice yo, Sergio
cambió de identidad.
—¿Se puede saber que hacéis vosotros aquí? —pregunto
boquiabierta.
Gael se acerca a mí y me abraza por la espalda poyando su
barbilla en mi hombro.
—Sé que los echas de menos, así que les he invitado a
pasar unos días con nosotros —dice.
—Además, que hace mucho que no nos vemos y ya tenía
ganas de cotillear un rato contigo —añade mi amiga de pelo
azul.
Tras pasar un buen rato charlando en el salón, cenamos
todos juntos entre risas y bromas. Los mellizos de Laura y
Sergio son bastante tranquilos, pero Anxo no tarda en
revolucionarlos. Estamos terminando el postre cuando mi
pequeño se sube al regazo de su padre y empieza a explicarnos
lo buen tirador que es jugando al bendito juego al que ya le
estoy cogiendo manía.
—¿Qué vas a ser de mayor? —le pregunta Sergio—.
¿Asesino de zombis?
—No, voy a ser policía —responde mi pequeño.
Escupo el vino que acababa de beber y le miro abriendo los
ojos como platos.
—De eso nada, chaval. Puedes ser lo que quieras menos
policía.
—Vero, no le digas eso al crío —me regaña Juanillo.
—¿En serio quieres un poli en la familia, tío? —alzo una
ceja en su dirección y él suelta una carcajada.
—La verdad es que sería la leche. Nos mandaría a todos a
chirona —dice Sergio entre risas.
Así como vino, Anxo vuelve a marcharse corriendo y sin
dar explicaciones mientras nosotros seguimos bromeando
sobre la posibilidad de que algún día pudiese llegar a ser
policía.
—Aunque mirándolo por el lado bueno, es mi hijo. No creo
que me mandara a prisión y sería un buen contacto —señalo
entrecerrando los ojos.
—Sí, además nadie pensaría que somos nosotros —
continúa Quiroga—. Yo estoy desaparecido y tú muerta.
¿Quién va a desconfiar de un muerto?
—La verdad es que no podría tener mejor coartada. Y la
localización en la que estamos es la ideal, una isla con pocos
habitantes y perdida en mitad de la nada.
Al alzar la mirada veo que los demás nos están observando
fijamente, especialmente Laura y Gael.
—¿En serio? —pregunta mi marido—. No me puedo creer
que estéis planeando un nuevo futuro delictivo sin ni siquiera
haber acabado el postre. Lo vuestro no es normal.
Sergio y yo nos miramos y empezamos a reír con fuerza.
Entrelazo mis dedos con los de Gael y tras guiñarle un ojo me
encojo de hombros.
—Cariño, puedes sacar a la Princesa del negocio, pero
nunca sacarás el negocio de la Princesa.
Agradecimientos

Hola de nuevo. Esta vez voy a ser muy rápida y concisa.


Antes de nada, gracias por darle una oportunidad a uno de mis
libros, sin vosotr@s l@s lector@s no podría seguir creando
historias. Es enorme el apoyo que recibo por vuestra parte,
tanto en redes sociales como los que me conocen en persona.
Dicho esto, quiero empezar dándole las gracias a mi mano
derecha, izquierda, y mi medio cerebro, Mara. Creo que ya te
lo he dicho muchas veces, pero sin ti ya no sabría qué hacer.
Eres la primera persona a la que acudo cuando algo no me
cuadra o me descoloca en la historia. Sé que algún día te
cansarás de que te pida ayuda y después acabe pasándome tus
consejos por la mismísima, pero mientras no te canses de mí,
lo seguiré haciendo jaja.
Por otro lado, están Moni y Adri, mis amigas del otro lado
del mundo. Ellas también son muy importantes para mí a la
hora de escribir, una con su alentador entusiasmo y la otra con
sus audios interminables que me ponen una sonrisa enorme en
la cara.
Raki, mi compañera de letras y de historias nocturnas. Es
un honor para mí poder contar con tu opinión sincera. Arwen
Mclane, otra compañera de letras que también ha sido testigo
de cómo se desarrollaba esta historia capitulo a capitulo.
Muchas gracias.
Como es costumbre, no me olvido de mis bipos, unas
chicas maravillosas a las que adoro. No voy a nombrarlas a
todas porque he prometido ser rápida jaja, pero ellas saben que
están presente en mi cabeza y en mi corazón.
A mis Diosas, semidiosas y Ninfas del Olimpo entre libros,
ni siquiera sé cómo agradecerles todo el apoyo y cariño que
me brindan de manera totalmente desinteresada. Las quiero
muchísimo a todas y espero poder seguir con ellas durante
muchos años más.
Las crazys, esas compañeras de blog a las que adoro.
Chochetilla, Trilli, Mara, Rach y Maripuri, a esta última tengo
algo muy importante que decirle, y es que, yo nunca, y
repito… Nunca, podría olvidarme de ti, porque eres una
persona demasiado importante en mi vida, alguien a quien he
aprendido a querer a pesar de la distancia. Muchas gracias a
todas por aguantar todas mis gilipolleces.
A mi querida Fer, porque siempre me alegra la vista con sus
chicos guapos jaja. Y Dayana, que a pesar de que nos
conocemos hace tiempo, últimamente he tenido la ocasión de
tratarla más de cerca y he descubierto a una persona increíble.
También quiero mencionar a mi amiga, compañera y gran
artista RachelRp. Ella es la creadora de la mayoría de mis
portadas y de todas las maquetaciones en papel de mis libros,
y sobra decir que es increíblemente talentosa. Nia Rincón, otra
compañera y amiga, es la que se encarga de darle el toque final
a mis novelas. No quedo satisfecha hasta que ella no me da el
visto bueno tras hacer una última corrección.
De verdad que podría seguir y seguir dando nombres de
toda la gente que me apoya y a la que quiero, pero no
terminaría nunca. De modo que voy a ir finalizando,
únicamente agradecerle a mi Patita su amistad y cariño, a mi
familia su apoyo, especialmente a mi hermana Mónica que ha
decidido empezar a leer mis libros y eso me hace muy feliz.
Por último, a mi chico, el que aún no ha sido capaz de terminar
el primero, pero sé que lo intenta. Te quiero, cariño.
[1] Estructuras metálicas o de madera flotantes que se utilizan para la cría de
mejillón.
[2] Centro Nacional de inteligencia, servicio de inteligencia española.

[3] Coloquialmente, brigada antidroga de la Policía nacional española.

[4] Cuerpo nacional de policía

[5] Nombre con el que se conoce al tipo de vino blanco que se produce con la
variedad de uva del mismo nombre. Exclusivo de la zona de Rías Baixas, Galicia.
[6] Documento Nacional de Identidad

[7] Fondear: Al igual que las anclas de los barcos, mantener algo en el fondo
del mar.
[8] Cuerpo de seguridad pública de naturaleza militar y ámbito nacional que
forma parte de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado.
[9] Agujero o habitáculo oculto, generalmente subterráneo y de dimensiones
reducidas, que se usa para esconder a alguien o algo.
[10] Bebida típica gallega a base de aguardiente de orujo. Se prepara con fuego
y recitando un ritual de llamado a los espíritus. Es una tradición gallega.

También podría gustarte