[go: up one dir, main page]

0% encontró este documento útil (0 votos)
48 vistas85 páginas

IV Ciclo Curso de Liturgia

Cargado por

Vanessa Gisselle
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como DOC, PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
0% encontró este documento útil (0 votos)
48 vistas85 páginas

IV Ciclo Curso de Liturgia

Cargado por

Vanessa Gisselle
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como DOC, PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 85

COMUNIDAD CATÓLICA “BODAS DE CANÁ”

Evangelización Matrimonial Carismática


COORDINACION NACIONAL

ESCUELA DE EVANGELIZACIÓN SAN JUAN PABLO II


CURSO:“LITURGIA”

CURSO: LITURGIA
SYLLABUS
SUMILLA

La presente asignatura busca ubicar al estudiante en una diná mica histó rica y
contextual que le conducirá a conocer los fundamentos, expresiones y celebraciones
que el creyente, como parte de una comunidad eclesial, observa y vive como
manifestació n de su servicio a Dios. Esto le ayudará en la transformació n de su
existencia ya que intentará comprometerlo en una vivencia personal y comunitaria de
su misma fe y este conocimiento le permitirá ayudar a otros a comprender todo lo
cultural como expresió n de la fe y la religió n.

Del mismo modo el curso permitirá introducir al alumno en el contenido de la liturgia


por la cual la Iglesia Cató lica, Cuerpo de Cristo, en unió n con su Señ or y Salvador,
Jesucristo, ofrece el culto de alabanza y acció n de gracias al Padre por la santificació n
del mundo, cumpliendo el mismo mandato del Señ or. (Ts 5,17 - Hb 13,15)

I.- DATOS GENERALES

CURSO : LITURGIA

HORAS : 2 Horas Semanales (8:00 p.m. – 10:00 p.m.)

LUGAR : Escuela de Evangelizació n Juan pablo II – Bodas de Caná

RESPONSABLE : Fr. Samuel Torres Rosas, O.P.

II.- DESARROLLO TEMÁTICO DEL CURSO

 TEMA N° 01 NOCIONES DE LITURGIA


- Definició n, Breve historia.

 TEMA N° 02 COLORES, OBJETOS - MUEBLES, LUGARES, GESTOS.


LIBROS LITURGICOS – HISTORIA

 TEMA N° 03 LA EUCARISTIA, CORAZÓ N DE TODA LA LITURGIA


 TEMA N° 04 EL AÑ O LITURGICO

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 1


 TEMA N° 05 LITURGIA DE LAS HORAS
 TEMA N° 06 FUNCIONES MINISTERIALES EN LA LITURGIA - EUCARISTÍA
 TEMA N° 07 LITURGIA DE LOS SACRAMENTOS - Celebració n y sentido
principal

III.- OBJETIVOS
 Identificar los fundamentos de la Liturgia. Generar nuevos saberes acerca de la
Liturgia y transferirlos a la acció n educativa y pedagó gica cotidiana.

 Analizar los planteamientos Litú rgicos, para contextualizarlos en el á mbito de


nuestras propias vidas y comunidades
 Comparar las formas celebrativas en la Liturgia con las formas religiosas que se
viven hoy.

IV.- METODOLOGÍA

Todas las sesiones de clase será n participativas, diná micas, uso de multimedia, videos,
equipo de sonido. Trabajos personales y en equipo.

V.- CRITERIOS PARA EVALUACIÓN

Se promedia la nota segú n las actividades:

- 2 evaluaciones (parcial y final) …………………. 60%


- Trabajos (personal o grupal)……………….……. 10%
- Participació n y asistencia…………………………. 30%

VI.- BIBLIOGRAFÍA SUGERIDA.


CONCILIO VATICANO II. Constitución Sacrosanctum Concilium”

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA

DIES DOMINI, sobre la santificación del Domingo

SAGRADA ESCRITURA: Biblia de Jerusalén

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 2


COMUNIDAD CATÓLICA “BODAS DE CANÁ”
Evangelización Matrimonial Carismática
COORDINACION NACIONAL

ESCUELA DE EVANGELIZACIÓN SAN JUAN PABLO II


CURSO:“LITURGIA”

Tema 1: NOCIONES DE LA LITURGIA


Definición. Desarrollo Histórico.-

La palabra Liturgia viene del griego (leitourgia) y quiere decir servicio pú blico,
generalmente ofrecido por un individuo a la comunidad. Hoy se usa para designar
todo el conjunto de la oració n pú blica de la Iglesia y de la celebració n sacramental.

El Concilio Vaticano II en la "Constitució n sobre la Liturgia" nos presenta un tratado


amplio, profundo y pastoral sobre el tema. Citamos algunos conceptos para darnos
una idea de lo importante que es vivir la Liturgia, si queremos enriquecernos de los
dones que proceden de la acció n redentora de Nuestro Señ or.

"La Liturgia es el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella, los signos sensibles
significan y cada uno a su manera realizan la santificació n del hombre, y así el Cuerpo
Místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto pú blico
íntegro. En consecuencia, toda celebració n litú rgica, por ser obra de Cristo sacerdote y
de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acció n sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el
mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acció n de la Iglesia" (SC 7).

En esta amplia descripció n encontramos lo que es realmente la Liturgia. Señ alamos


que: 1.-Es el ejercicio del sacerdocio de Cristo. Es decir, en la Liturgia, Cristo actú a
como sacerdote, ofreciéndose al Padre, para la salvació n de los hombres. 2.-Los signos
sensibles realizan la santificació n de los hombres en lo que quieren decir. Por ejemplo,
el agua en el Bautismo significa y realiza la purificació n y es principio de vida, el pan
en la Eucaristía alimenta el espíritu del hombre.

En la acció n litú rgica, Cristo y los cristianos, que forman el Cuerpo Místico, ejercen el
culto pú blico.

Es la acció n sagrada por excelencia, que ninguna oració n o acció n humana puede
igualar por ser obra de Cristo y de toda su Iglesia y no de una persona o un grupo.
Para asimilar mejor los conceptos que nos revelan la importancia de la liturgia,
citamos otro texto del Concilio: "La Liturgia es la cumbre a la que tiende la actividad
de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza".

Significación de la palabra "Liturgia"


1069 La palabra "Liturgia" significa originariamente "obra o quehacer pú blico",
"servicio de parte de y en favor del pueblo". En la tradició n cristiana quiere significar

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 3


que el Pueblo de Dios toma parte en "la obra de Dios" (cf. Jn. 17,4). Por la liturgia,
Cristo, nuestro Redentor y Sumo Sacerdote, continú a en su Iglesia, con ella y por ella,
la obra de nuestra redenció n.

1070 La palabra "Liturgia" en el Nuevo Testamento es empleada para designar no


solamente la celebració n del culto divino (cf Hch 13,2; Lc 1,23), sino también el
anuncio del Evangelio (cf. Rom. 15,16; Flp 2,14-17. 30) y la caridad en acto (cf Rom.
15,27; 2 Co 9,12; Flp 2,25). En todas estas situaciones se trata del servicio de Dios y de
los hombres. En la celebració n litú rgica, la Iglesia es servidora, a imagen de su Señ or,
el ú nico "Liturgo" (cf Hb 8,2 y 6), del cual ella participa en su sacerdocio, es decir, en el
culto, anuncio y servicio de la caridad: “Con razón se considera la liturgia como el
ejercicio de la función sacerdotal de Jesucristo en la que, mediante signos sensibles, se
significa y se realiza, según el modo propio de cada uno, la santificación del hombre y,
así, el Cuerpo místico de Cristo, esto es, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público.
Por ello, toda celebración litúrgica, como obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es
la Iglesia, es acción sagrada por excelencia cuya eficacia, con el mismo título y en el
mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia” (SC 7).

¿Qué es la liturgia?
Etimología.-
El termino liturgia procede del griego clá sico, leitourgía (de la raíz lêit – leô s-laô s- :
pueblo, popular; y érgon: obra) lo mismo que sus correlativos leitourgeîn y leitourgó s,
y se usaba en sentido absoluto sin necesidad de especificar el objeto, para indicar el
origen o el destino popular de una acció n o de una iniciativa, independientemente del
modo como se asumía ésta. Con el tiempo la presentació n popular perdió su cará cter
libre para convertirse en un servicio oneroso a favor de la sociedad.
Liturgia vino a designar un servicio pú blico. Cuando este servicio afectaba al á mbito
religioso, liturgia se dirigía al culto oficial de los dioses. En todos los casos la palabra
tenía un valor técnico

Uso del término “liturgia” en la Biblia


En el AT: El verbo leitourgeô y el sustantivo leitourgía se encuentran 100 y 400 veces,
respectivamente en la versió n de los LXX, y designan el servicio cultual de los
sacerdotes y levitas en el templo. El término en hebreo es algunas veces shêrêr (cf.
Nú m. 16,9) y otras abhâ d y abhô dâ h, que designa prá cticamente siempre el servicio
cultual del Dios verdadero realizado en el santuario por los descendientes de Aaró n y
de Leví. Para el culto privado y para el culto de todo el pueblo los LXX se sirven de las
palabras latreía y doulía (adoració n y honor). En los textos griegos solamente,
leitourgía tiene el mismo sentido cultual levítico (cf. Sab. 18,21; Eclo. 4,14; 7,29-30;
24,10, etc.).

Esta terminología supone ya una interpretació n, distinguiendo entre el servicio de los


levitas y el culto que todo el pueblo debía dar al Señ or (cf. Ex 19,5; Dt. 10,12). No

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 4


obstante, la funció n cultual pertenecía a todo el pueblo de Israel, aunque era ejercida
de forma especial y pú blica por los sacerdotes y levitas.
En el griego bíblico del Nuevo Testamento, leitourgía no aparece jamá s como
sinó nimo de culto cristiano, salvo en el discutido pasaje de Hch. 13,2.

En el NT: La palabra liturgia se utiliza con los siguientes sentidos en el NT:


a) En sentido civil de servicio pú blico oneroso, como en el griego clá sico (cf. Rom.
13,6; 15,27; Flp 2,25.30; 2 Cor 9,12; Heb 1,7.14)
b) En sentido técnico del culto sacerdotal y levítico del AT (cf. Lc. 1,23; Heb. 8.2.6;
9,21; 10,11). La Carta a los Hebreos aplica a Cristo, y só lo a él, esta terminología para
acentuar el valor del sacerdocio de la Nueva Alianza.
c) En sentido de culto espiritual: San Pablo utiliza la palabra leitourgía para referirse
tanto al ministerio de la evangelizació n como al obsequio de la fe de los que han
creído por su predicació n (cf. Rom 15,16; Flp 2,17).
d) En sentido de culto comunitario cristiano: El texto de Hch 13,2 («leitourgoú ntô n»)
es el ú nico del NT donde la palabra liturgia puede tomarse en sentido ritual o
celebrativo. La comunidad estaba reunida orando, y la plegaria desembocó en el envío
misionero de Pablo y de Bernabé mediante el gesto de la imposició n de manos (cf. Hch
6,6).
Esta reserva en el uso de la palabra liturgia por el Nuevo Testamento obedece a su
vinculació n al sacerdocio levítico, el cual perdió su razó n de ser en la Nueva Alianza.

Evolución posterior
En los primeros escritores cristianos, de origen judeocristiano, la palabra liturgia fue
usada de nuevo de nuevo en el sentido del Antiguo Testamento, pero aplicada al culto
de la Nueva Alianza (cf. Didaché 15,1; 1 Clem. 40,2.5).

Después la palabra liturgia ha tenido una utilizació n muy desigual. En las Iglesias
orientales de lengua griega leitourgía designa la celebració n eucarística. En la Iglesia
latina liturgia fue ignorada, al contrario de lo que ocurrió con otros términos
religiosos de origen griego que fueron latinizados. En lugar de liturgia se usaron
expresiones como munus, oficcium, ministerium, opus, etc. No obstante San Agustín la
empleo para referirse al ministerio cultual, identificá ndola con latría (cf. S. Agustín,
Enarr. in Ps 135, en PL 39, 1757.).

A partir del siglo XVI liturgia aparece en los títulos de algunos libros dedicados a la
historia y a la explicació n de los ritos de la Iglesia. Pero, junto a este significado, el
término liturgia se hizo sinó nimo de ritual y de ceremonia. En el lenguaje eclesiá stico
la palabra liturgia empezó a aparecer a mediados del siglo XIX, cuando el Movimiento
litú rgico la hizo de uso corriente.

La palabra liturgia proviene del griego clá sico profano ("obra para la comunidad"). La
traducció n del Antiguo Testamento al griego, realizada por los judíos de la ciudad de
Alejandría, en Egipto, durante los siglos III y II antes de Cristo, conocida como la

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 5


Versió n de los LXX, así como el Nuevo Testamento (NT) cristiano suelen utilizarla en
un sentido cultual. Cfr. Hebr. 8, 2 y Rom. 15, 16 donde a Cristo y Pablo se les llama
"liturgos".

En la iglesia primitiva griega se redujo el uso de la palabra al de "culto divino", y má s


tarde al de "misa". En el occidente europeo la palabra entró mucho má s tarde con el
humanismo renacentista con ese sentido restringido, y só lo desde el siglo XIX lo
utilizan los documentos eclesiá sticos en un sentido amplio de culto divino en la
Iglesia.

La discusió n sobre cuá l es la correcta definició n de "liturgia" entró en una nueva fase a
partir de documentos eclesiá sticos sobre ese tema: Encíclica "Mediator Dei" (MD),
1947; Instrucció n de la Sagrada Congregació n de Ritos del 3-IX-1958; Constitució n
"Sacrosantum Concilium" (SC) del Concilio Vaticano II aprobada el 4-XII-1963 sobre la
sagrada liturgia.

En la encíclica “Mediator Dei” (MD) se rechaza como definició n insuficiente a la que


entienda a la liturgia ú nicamente como la parte externa de las ceremonias y rú bricas
(reglas que enseñ an la ejecució n y prá ctica de las ceremonias) del culto divino. La
liturgia es el mismo culto divino: El culto pú blico íntegro del cuerpo místico de
Jesucristo, de su cabeza y de sus miembros.
Jurídicamente, en el Có digo de Derecho Canó nico, su primera promulgació n fue en
1917, se entendía ú nicamente como liturgia a los actos realizados segú n los libros
litú rgicos de la Santa Sede, y a todos los demá s actos cultuales se les llamaba "pia
exercitia" (ejercicios piadosos). Hasta los tiempos del Vaticano II y especialmente
después de la promulgació n del Nuevo Có digo de Derecho Canó nico, 1983 se
distinguía claramente entre "actos litú rgicos" (la Misa) y "actos no litú rgicos" (el rezo
del rosario), que hoy se consideran como actos litú rgicos en un sentido amplio, a los
que la MD considera "incluidos de alguna manera en el orden litú rgico".

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 6


COMUNIDAD CATÓLICA “BODAS DE CANÁ”
Evangelización Matrimonial Carismática
COORDINACION NACIONAL

ESCUELA DE EVANGELIZACIÓN SAN JUAN PABLO II


CURSO:“LITURGIA”

Tema 2: OBJETOS Y COLORES LITURGICOS


Primera Parte

ACETRE.- Etim. Del á rabe as-satl, el vaso con asa, y este del latín situla.
Caldero de agua bendita que se usa para las aspersiones litú rgicas. El
agua se recoge del acetre y se dispersa con el hisopo.

BOLSA DE CORPORAL.- Donde se guarda el corporal una vez


terminada la Santa Misa

CALIZ.- Etim.: latín calix, taza, copa, vasija donde se bebe.

Recipiente en forma de copa con ancha apertura. En la Liturgia cristiana, el cá liz es el


vaso sagrado por excelencia, indispensable para el sacrificio de la Santa Misa ya que
debe contener el vino que se convierte en la Sangre Preciosísima de Cristo.

El cá liz nos recuerda ciertos pasajes bíblicos en los cuales Jesú s asocia a si mismo y de
una nueva manera, el uso de una copa: los discípulos ¨tomará n de la copa que Jesú s
tomará ¨ (Mc 10: 38). En la Ú ltima Cena, la copa contenía vino que ¨es Su Sangre¨, y en
Getsemaní Jesú s ora para que si es posible, se aparte de él ¨la copa¨.

Su forma, materia y estilo han variado mucho en el curso de la historia. Los cá lices
solían ser de oro y tenían a veces un valor extraordinario. Debe, preferiblemente, para
el cá liz metales preciosos. No puede ser hecho de ningú n material que absorba
EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 7
líquidos. El pie o soporte puede ser de otra materia. El Cá liz debe consagrarse
exclusiva y definitivamente para el uso sagrado en la Santa Misa.

COPÓN.-

Vaso con tapa en que se conservan las Sagradas Hostias, para poder llevarlas a
los enfermos y emplearla en las ceremonias de culto. En la actualidad los
copones suelen ser de menos estatura que los cá lices para distinguirlos de
estos.

CORPORAL.-
Etim.: latín corporalis, del cuerpo

Pieza cuadrada de tela sobre la que descansa la Eucaristía. Sobre ella se


pone la patena y el cá liz durante la Misa. Antiguamente la Sagrada
Hostia descansaba directamente sobre el corporal desde el ofertorio
hasta la fracció n. También se pone debajo de la custodia durante la
Exposició n del Santísimo.

Debe de ser de lino o cá namo y no de otro tejido. No debe llevar bordado má s que una
pequeñ a cruz. Para guardarlo debe doblarse en nueve cuadrados iguales.

CRISMERA.- Vaso o ampolla donde se guarda el crisma.

CUSTODIA.- (ostensorio) Etim. del latín custodia. Recipiente sagrado


donde se pone la Eucaristía de manera que se pueda ver para la
adoració n.

También se le llama ostensorium, del Latín ostendere, mostrar.

Hay gran variedad de tamañ os y estilos. Generalmente alrededor de la


Eucaristía se representan rayos que simbolizan las gracias conferidas a
los que adoran.

GREMIAL.- Etim.: del latín gremium, regazo. Pañ o cuadrado que se ciñ e el obispo
durante ceremonias litú rgicas, por ejemplo en el lavatorio de los pies de la Misa del

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 8


Jueves Santo. El gremial de seda y encaje para las misas pontificas ya no se usa. Uno de
lino u otro material puede utilizarse.

HISOPO.- Etim. del latín hyssopus; este del griego y este del hebreo ’ezob. Utensilio
con que se esparce el agua bendita, consistente en un mango que lleva en su extremo
un manojo de cerdas o una bola metá lica hueca y agujereada para sostener el agua. Se
usa con el acetre.

INCIENSO.- Etim.: del latín, incensum, incienso. Resinas aromá ticas, en forma
granulada o en polvo, que se queman en el incensario durante algunas
liturgias. Su humo tiene fragancia. Cuando se bendicen son un sacramental.
Quema incienso significa celo y fervor; su fragancia: virtud; el humo que se
eleva: las oraciones que ascienden al cielo. Se usa en la Misa para el libro de
los Evangelios, el altar, el pueblo de Dios, los ministros y el pan y el vino. Se
usa también en la bendició n con el Santísimo, en procesiones.

INCENSARIO.- Utensilio para incensar en las ceremonias litú rgicas.

LAVABO.- Etim. Del latín lavabo, lavaré, primera persona del sing. del futuro
de ind. de lavare.

LECCIONARIO.-
Libro que contiene las lecturas de las Sagradas Escrituras organizadas segú n se
utilizan en la Santa Misa: Un el ciclo de tres añ os para los domingos y fiestas solemnes;
un ciclo de dos añ os para los días de semana y un ciclo de un añ o para las fiestas de los
santos. Contiene ademá s lecturas para una variedad de misas, como para fiestas de
pastores, doctores, vírgenes, etc. El leccionario actual se promulgó el 22 de marzo de
1970.

LIBROS.- Los libros de la liturgia son el misal y el leccionario

LUNETA.- Etim.: de luna. Pieza de oro, o dorada, en que se encierra la Sagrada Hostia
para ser expuesta.

MISAL.- contiene las oraciones de la Santa Misa. El sacerdote lo tiene sobre el altar.

MITRA.- Utilizada por los obispos en la liturgia, símbolo del episcopado.


En el "Cæremoniale Romanum" aparecen tres tipos de mitras: 1- la "mitra
pretiosa" para cuando se utiliza el Te Deum en el Oficio Divino, es la má s
ornamentada, 2- "auriphrygiata", para el adviento y la cuaresma y 3-
"simplex", para días de ayuno y penitencia, Viernes Santo y funerales.

NAVETA.- Recipiente, muchas veces en forma de pequeñ a nave, para el incienso que
se utiliza en las ceremonias.
EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 9
PALIA.- Lienzo para cubrir el cá liz

PATENA.-Etim.: Latín, Patena. Plato redondo donde se pone la


Sagrada Hostia. Debe ser de metal precioso como el cá liz y
también debe ser consagrado exclusiva y definitivamente para el uso
en la Santa Misa.

PECTORAL.- Del Latín, pectoralis. Cruz que llevan al pecho los obispos.

PURIFICADOR.- Pequeñ o lienzo que utiliza el sacerdote en la Misa para purificar el


cá liz.

VELO HUMERAL.-Pañ o que cubre los hombros del ministro


cuando lleva el Santísimo Sacramento en procesió n o cuando da la
bendició n con El.

VASOS SAGRADOS.- Cá liz, copó n y patena

VELO DEL CÁLIZ.-

El que cubre el cá liz fuera del ofertorio y el canon de la misa. Es del mismo color
litú rgico que los ornamentos.

VINAJERAS.-
Las vasijas para el vino y el agua que se usan en la Santa Misa.
Generalmente son de cristal y se colocan en una bandeja pequeñ a.
Es permitido que sean de otro material (bronce, plata, oro e
incluso de cerá mica bien sellada) siempre y cuando puedan
dignamente contener los líquidos.

Usualmente tienen asas y tapones. Son de diferentes estilos y


tamañ os. Tradicionalmente, para evitar confusió n al utilizarlas, las vinajeras se
gravaban las iniciales "V" y "A", por el latín vinum y aqua.

Las vinajeras junto con las hostias no consagradas pueden ser llevadas en procesió n
por dos fieles y presentadas al sacerdote durante el Ofertorio.

VIRIL.-
Etim. de vidrio. Pieza redonda, tradicionalmente de cristal transparente con borde de
oro o dorado, en que se pone la Sagrada Hostia para sostenerla en la Custodia.
También se usa un viril para guardar reliquias en un relicario. Ver también "luneta"

LOS COLORES LITÚRGICOS:

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 10


Las acciones litú rgicas (en particular la misa) de cada día se celebran con ornamentos
de diversos colores: blanco, morado, verde, rojo y otros.

La diversidad de colores en los ornamentos tiene por objeto expresar con má s eficacia,
también en el exterior, la particularidad de la celebració n de cada misterio de la fe, y el
sentido de la vida cristiana, que progresa en el curso del añ o litú rgico.

En cuanto al color de los ornamentos:

- El color blanco expresa alegría y pureza. Por eso se usa en los oficios y Misas
del Tiempo Pascual y de Navidad; en las fiestas o conmemoraciones del Señ or
que no se refieran al misterio de su Pasió n; en las fiestas y conmemoraciones
de la santísima Virgen María, de los Santos Angeles, y de Santos no Má rtires;
en las fiestas de Todos los Santos (1°de noviembre), san Juan Bautista (24 de
junio), san Juan Evangelista (27 de diciembre), Cá tedra de San Pedro (22 de
febrero) y la Conversió n de San Pablo (25 de enero).

- El color rojo es el color de la sangre y del fuego. Por eso se usa el Domingo de
Pasió n y el Viernes Santo, en la fiesta de Pentecostés, en las fiestas de la Pasió n
del Señ or, en las fiestas de los Apó stoles y Evangelistas, y en las fiestas de los
santos Má rtires.

- El color verde se usa en los oficios y Misas del «ciclo anual».

- El color morado es signo de penitencia y austeridad; se usa en el tiempo de


Adviento y de Cuaresma. También puede usarse en los Oficios y Misas de
difuntos.

- El color rosado (un morado "suavizado", menos intenso) puede usarse en los
domingos Gaudete (III de Adviento) y Laetare (IV de Cuaresma).

Sin embargo, las Conferencias Episcopales pueden determinar y proponer a la Sede


Apostó lica, adaptaciones que respondan a las necesidades y a la índole de los pueblos.
En los días má s solemnes pueden emplearse ornamentos má s nobles, aunque no sean
del color del día (por ejemplo ornamentos dorados o plateados).

Las Misas rituales (durante las cuales se celebra otro sacramento o sacramental) se
dicen con el color propio conveniente a la Misa que se celebra o también con el color
propio del día o del tiempo.

Pedagogía Del Vestido


No es indiferente el modo de vestir una persona, para determinadas actividades y
situaciones.
Es una ley cultural, que tiene su fuerza pedagó gica, el llevar especiales vestidos para
especiales ocasiones, sean éstas reuniones políticas, fiestas sociales o simplemente la
distinció n de un domingo en relació n con los días de trabajo.

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 11


Normalmente una novia acude a su boda vestida como tal y no simplemente de calle. Y
si va de calle, es un gesto el suyo que sigue teniendo una fuerza expresiva, que bien
puede ser por ejemplo señ al de contestació n o de luto.

El vestido diferencia las personas (autoridades, militares, jueces, distintas clases de


familias religiosas...) y las circunstancias (luto, fiesta). Es un elemento, no esencial,
pero muy expresivo en todo el complejo de las comunicaciones humanas y sociales.

No es extrañ o que también en la celebració n cristiana el vestido tenga su importancia.


Ademá s de obedecer a las leyes de la psicología humana o de las diferenciaciones
sociales, en este caso el vestido apuntará a la naturaleza del misterio que los cristianos
celebramos. Una Misa en la que el presidente no se reviste de modo especial, "valdría"
igual: pero ciertamente sería una celebració n muy poco digna y poco expresiva de lo
que la comunidad cristiana entiende de la Eucaristía. Se puede celebrar el sacramento
de la Reconciliació n sin vestidos litú rgicos. Pero el nuevo Ritual indica que, si se hace
en la iglesia, el ministro reciba a los penitentes revestido de alba y estola: el vestido
quiere de alguna manera expresar que lo que allí sucede no es un mero diá logo entre
amigos, sino una "celebració n" eclesial.

No es el caso de absolutizar la importancia de un vestido o de otro. Jesú s criticó


duramente a los fariseos y sacerdotes de su tiempo por la idolatría en que habían
caído en relació n a pequeñ os detalles, entre ellos el del vestido. Pero el otro extremo
sería el descuidar la funció n que tanto, en la vida como, sobre todo, en la celebració n
cristiana pueden tener las formas de vestir, sobre todo cuando se trata de los
ministros que actú an en ella.

¿También los fieles revestidos?


Cuando en una de las persecuciones romanas fue confiscada una casa en Cirta, en el
Norte de Africa, el añ o 303, los guardias hicieron un cuidadoso inventario de todo lo
que requisaron en el lugar de reunió n de los cristianos de la ciudad. Entre los diversos
objetos de valor que anotaron, ademá s de dos cá lices de oro y seis de plata, de có dices
y lá mparas, constan también unos vestidos que nos pueden extrañ ar: 82 tú nicas para
mujeres y 16 para hombres... Aparte de que ya se nota que había má s mujeres que
hombres ya en aquellas Eucaristías, (cosa que se nota también en el nú mero de
sandalias especiales que requisaron los perseguidores), lo raro es que en aquella
comunidad no parece que se revistieran só lo los ministros, sino toda la asamblea
expresaba su acció n festiva con tú nicas especiales...

El que los fieles cristianos acentú en con vestidos diferentes la solemnidad o las
características de lo que celebran, ha quedado todavía en algunas ocasiones: así, por
ejemplo, en la celebració n del Matrimonio, sobre todo por parte de la novia; en la
primera Comunió n; en los vestidos austeros y especiales que en otros siglos llevaban
los "penitentes", y ahora los miembros de las hermandades de la Semana Santa; en la

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 12


profesió n religiosa, sobre todo en la imposició n de los diferentes há bitos de las varias
familias religiosas...

En el sacramento del Bautismo, después del gesto central del agua, entre las acciones
simbó licas "complementarias", está también la de la imposició n de un pañ o blanco
sobre el bautizado. La intenció n es clara; el nuevo "estado" del cristiano es un estado
de gracia, de "revestimiento de Cristo" (Gal 3,26; Rom. 13,14). Su dignidad y el don de
la nueva vida en Cristo, se significan oportunamente con un vestido blanco, a ser
posible bordado por la misma familia, y que se puede conservar como recuerdo del
sacramento celebrado. En este caso, el vestido quiere ayudar a entender en
profundidad lo que sucede en el sacramento del Bautismo. Con una resonancia clara
de los pasajes del Apocalipsis, en que los seguidores victoriosos de Cristo aparecen
también con tú nicas blancas, cantando a su Señ or (Apoc 7,9), como "invitados a las
bodas del Cordero" (Apoc 19,9).

Por lo general, la comunidad cristiana puede considerarse que subraya la Eucaristía


dominical con sus vestidos de fiesta. También aquí el vestido tiene su elocuencia: los
cristianos se "endomingan" el día del Señ or, distinguiéndolo de los días de trabajo,
acudiendo así a su reunió n má s festiva de la Eucaristía. ¿No es esto una señ al de
libertad, de victoria, de celebració n?

Los vestidos de los ministros: historia


Pero son los ministros, sobre todo el presidente de la celebració n, los que
tradicionalmente se revisten con atuendos especiales en el ejercicio de su ministerio.

Ya en la liturgia de los judíos se concedía importancia a veces exagerada a los vestidos


de los celebrantes. Se veía en ellos un signo del cará cter sagrado de la acció n, de la
gloria poderosa de Dios y de la dignidad de los ministros. Así se describen, por
ejemplo, los ornamentos litú rgicos de un sumo sacerdote: "cuando se ponía su
vestidura de gala y se vestía sus elegantes ornamentos, al subir al santo altar, llenaba
de gloria el recinto del santuario" (Ecclo 50,11).

En los primeros siglos no parece que los ministros cristianos significaran tal condició n
con vestidos diferentes, ni dentro ni fuera del culto. En todo caso lo hacían con
vestidos normales de fiesta, con las tú nicas grecorromanas largas.

Todavía en el siglo V el Papa San Celestino I, en una carta a los obispos de las
provincias galas de Vienna y Narbona, se queja de que algunos sacerdotes hayan
introducido vestidos especiales: ¿por qué introducir distinciones en el há bito, si ha
sido tradició n que no? "Nos tenemos que distinguir de los demá s por la doctrina, no
por el vestido; por la conducta, no por el há bito; por la pureza de mente, no por los
aderezos exteriores" (PL 50,431).

Pero poco a poco se dio una evolució n: se estilizaron los há bitos normales hasta

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 13


adquirir una identidad de vestidos litú rgicos. A medida que el traje civil fue
cambiando -acortá ndose- se prefirió que para el ministerio litú rgico continuara
usá ndose la tú nica clá sica. Con ello a la vez se denotaba el cará cter diferente de la
actividad celebrativa, la distinció n de los ministros y el tono festivo de la celebració n.
No se ponía en ello ningú n énfasis exagerado, al principio. Má s bien se buscaba una
pedagogía para el momento del culto sagrado y se deseaba que fuera, en la vida
normal, no hubiera ninguna distinció n entre los ministros y los demá s fieles (así el
añ o 530, el Papa Esteban prohibía a los sacerdotes ir vestidos de forma especial fuera
de la iglesia, y lo mismo S. Gregorio Magno). Fue a partir má s o menos del siglo IX
cuando se "sacralizó " con mayor fuerza el tema de los vestidos, buscá ndoles un
sentido má s bien alegó rico, interpretando cada uno de ellos en sentido moral (el alba
indicaba la pureza, la casulla el yugo suave de Cristo ... ) 0 como referencia a la Pasió n
de Cristo o como imitació n de los sacerdotes del AT y a la vez se empezó a bendecir los
ornamentos y a prescribir unas oraciones al momentos de revestirlos.

En rigor habría que decir que los actuales vestidos litú rgicos son herencia de los trajes
normales de los primeros siglos; cuando en la vida profana se dejaron de usar, se
decidió seguir utilizá ndolos en el culto, porque se veía la pedagogía expresiva que
podían tener para entender mejor el papel de los ministros y la naturaleza de la
celebració n.

Vestidos actuales
Actualmente es distinta la costumbre respecto a los varios ministros de la celebració n:
mientras el organista y los cantores no se revisten, los lectores y ministros de la
comunió n sí lo hacen a veces; los monaguillos generalmente tienen su vestidura
especial; pero los que como norma se revisten son los ministros ordenados: diá conos,
presbíteros y obispos.

El vestido litú rgico bá sico para estos ministros ordenados es el alba, blanca tú nica, a la
que se va buscando dar una forma má s estética, de modo que no requiera amito
(porque cierra bien el cuello) ni cíngulo (porque adquiere una forma elegante).
Sobre el alba los ministros ordenados se ponen
la estola.- esa franja de diversos colores (su
nombre viene del griego "stolizo", adornar) que
los diá conos se colocan en forma cruzada,
mientras que los presbíteros y obispos lo hacen
colgá ndola por ambos lados del cuello; también
la estola se tiende a que sea de materia má s
digna y estética, para los casos, cada vez má s
numerosos, en que se celebra sin casulla
(diá conos, concelebrantes, etc.).

Ademá s del alba y la estola, el presbítero o el


obispo que preside la Eucaristía se reviste la
casulla: su nombre ya indica que es como una
EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 14
especie de "casa pequeñ a", a modo de manto amplio que cubre a la persona (como el
"poncho" americano actual). La casulla es el indumento litú rgico que ha venido a
caracterizar sobre todo la celebració n eucarística. Mientras que se va perdiendo la
"dalmá tica" (que vendría a ser como una casulla con mangas) que llevaban antes los
diá conos.

Hay otros vestidos menos usados: el "palio", que es como una estola que utilizan los
arzobispos a modo de escapulario, de tela blanca salpicada de cruces, que les envía el
Papa como distintivo de su especial dignidad; la "capa pluvial" que se utiliza
principalmente en las procesiones; las vestiduras corales de los canó nigos (por
ejemplo el manto coral y la muceta negra); las "insignias" distintivas (por ejemplo
para el obispo, la cruz pectoral, el anillo, el bá culo pastoral, el solideo color violeta -
para el Papa es blanco el solideo, para los cardenales, rojo, y para los abades, negro)...

Ú ltimamente diversos Episcopados, ateniéndose a la flexibilidad que el mismo Misal


sugiere (IGMR 304), han pedido y obtenido de Roma un reajuste en el vestido litú rgico
del que preside la Eucaristía, con una soluci6n que tiende a unificar la casulla, el alba y
la estola.

La casulla que, durante siglos, había sido amplia y elegante, había adquirido con el
correr del tiempo unas formas má s recortadas y de poco gusto, hasta llegar a la forma
de guitarra que todos hemos conocido, recargada, ademá s, con adornos y bordados
que hacían de ella má s un "ornamento" que un vestido.

En 1972, a petició n de los obispos franceses, se aprobó el uso de una especie de alba
con una gran estola encima, que por su amplia forma de corte se puede decir que es a
la vez alba y casulla. Se ha ido aprobando) por Roma para todos los países que lo han
pedido (Argentina, Brasil, Canadá , Filipinas ... ), sobre todo para las celebraciones de
grupos, concelebraciones o actos de culto que se tienen fuera de la iglesia, quedando
en pie que el vestido litú rgico del que preside la Eucaristía es la casulla sobre el alba y
la estola, y reconociendo que esta forma de alba-casulla cumple, en esas
circunstancias mencionadas, la finalidad buscada. La bú squeda de una estilizació n de
los vestidos litú rgicos, má s en consonancia con el gusto estético de nuestros días, no
quiere oscurecer, sino por el contrario favorecer, la razó n de ser que tienen en la
liturgia cristiana: expresar pedagó gicamente, con el lenguaje simbó lico que les es
propio, la dignidad de lo que celebramos, y el ministerio característico de cada uno de
los ministros que intervienen en la celebració n. (Cfr. En Phase 72 (1972) 570-571 la
carta de concesió n de esta casulla-alba a los obispos franceses). Ya antes se había
hecho una sabia "modernizació n" en este terreno, cuando en 1968 se dieron normas
para la simplificació n de las insignias y vestidos pontificales. Entonces ya se invitó a
que el obispo, para la celebració n solemne, se revistiera aparte (y no delante de la
asamblea, como sucedía hasta entonces); que no hacía falta que se pusiera diversos
distintivos como los guantes o las sandalias; que bastaba con el alba debajo de la
casulla (sin necesidad de otras tú nicas que antes se sobreponía); que la "cá tedra", su
sede, no debía parecerse a un trono, con su baldaquino y todo... Se quería conjugar a la

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 15


vez la expresió n grá fica de lo que es un obispo para la dió cesis -maestro, animador
espiritual, signo genuino de Cristo Pastor- con una sencillez má s evangélica en los
signos de esa dignidad...

El sentido de que los ministros se revistan ¿Por qué se revisten los ministros en la
celebració n cristiana?

La respuesta la da el mismo Misal, en su introducció n: "En la Iglesia, que es el Cuerpo


de Cristo, no todos los miembros desempeñ an un mismo oficio. Esta diversidad de
ministerios se manifiesta en el desarrollo del sagrado culto por la diversidad de las
vestiduras sagradas, que, por consiguiente, deben constituir un distintivo propio del
oficio que desempeñ a cada ministro. Por otro lado, estas vestiduras deben contribuir
al decoro de la misma acció n sagrada" (IGMR 297).

Los vestidos en la liturgia no tienen una finalidad en sí mismos, como si fueran algo
sagrado. Tienen una funció n que podemos llamar pedagó gica, en la línea que hemos
visto funcionar en la vida social, con el lenguaje expresivo y simbó lico que les es
propio.

Ante todo, estas vestiduras distinguen las diversas categorías de los ministros.

Es ló gico que el obispo, por la plenitud de ministerio que tiene en la comunidad


cristiana, signifique con algú n distintivo su identidad: el bá culo, la cruz pectoral, el
anillo, el solideo, la mitra... Es ló gico que el que preside la Eucaristía, presbítero u
obispo, en nombre de Cristo, se revista de un modo determinado, que ha venido a ser
con la casulla.

Naturalmente que estos vestidos no está n pensados para "separar" a los ministros de
la comunidad. Toda la comunidad cristiana que celebra la Eucaristía es "pueblo
sacerdotal", con una dignidad radicalmente igual, que le viene del Bautismo. Todos
son hermanos en la casa de Dios. Estos vestidos no son signos de poder o de
superioridad, por parte de los ministros. Son unos signos simbó licamente eficaces,
que recuerdan a todos en primer lugar a los mismos ministros- que ahora no está n
actuando como personas particulares en su oració n o en su predicació n, sino como
ministros de Cristo y de la Iglesia. Que está n actuando "in persona Christi" y también
"in persona Ecclesiae". El vestido tiene, para esta finalidad, una contrastada eficacia,
como en la vida civil, judicial, política o académica. Aquí, en la celebració n,
"distinguen" sin separar. Ejercen una cierta mediació n pedagó gica para favorecer el
clima y la identidad de la celebració n cristiana, en la que hay una alternancia
interesante entre una comunidad y sus ministros.

Estos vestidos ayudan también al decoro, a la estética festiva de la celebració n.

No se trata de hacer ostentació n de riqueza, sino de mostrar, por el mismo modo


exterior de actuar, el aprecio que se tiene a lo que celebramos. Se unta el valor de la
Palabra, de la Eucaristía, de la asamblea misma, del día del Señ or- si es domingo-, del

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 16


misterio de la presencia del Señ or en medio de los suyos: todo esto hace que la
celebració n cristiana sea un momento privilegiado en el conjunto de la vida de fe. Un
momento que pide signos exteriores de aprecio; y el vestido, junto a las imá genes y los
cantos y tantos otros signos, es uno de los elementos má s fá cilmente inteligibles para
subrayar el cará cter festivo de la acció n.

En el fondo está siempre la proporció n pedagó gica entre lo que celebramos y el modo
exterior de comportarnos. Y aquí lo que celebramos es en verdad algo importante y
festivo. Y cuanto má s festivo, tanto má s significativo debería ser también el vestido
litú rgico que nos ponemos. Un domingo no es lo mismo que otro día de la semana. La
noche de Pascua no es como cualquier otro domingo... La estética y la "festividad" (lo
que el Misal llama "decoro") son los objetivos de estos vestidos litú rgicos que se
endosan los ministros.

Al decoro festivo de toda la celebració n contribuye ciertamente el que se respeten las


leyes de la estética y la dignidad en esas vestiduras.

Unas leyes que hoy está n presididas por la sencillez (contra el barroquismo que antes
gustaba), por la dignidad en la belleza, sin ampulosidad, pero también sin tacañ ería,
de modo que exista autenticidad también en este signo: unos verdaderos "vestidos",
nobles y dignos, que favorezcan el aprecio a la misma celebració n y el ejercicio del
ministerio por parta de los ministros.

De alguna manera los vestidos litú rgicos ayudan a entender el misterio que
celebramos.
Expresan elocuentemente que estos ministros -sobre todo el presidente- está n
animando una celebració n sagrada. Lo que está sucediendo aquí no es como otros
encuentros que se pueden tener en una comunidad o en una parroquia, sino una
verdadera experiencia sacramental de la gracia de Cristo, un encuentro con el Cristo
presente en su Palabra, en su Eucaristía, en la misma comunidad reunida en su
nombre. Y como tal acció n misteriosa y sagrada, se realiza con signos exteriores
diversos de los ordinarios.

El que los ministros se revistan de modo especial quiere expresar el sentido de este
"salto" que existe entre las otras acciones y ésta: la "ruptura" con la vida normal.
Porque la Palabra que aquí se proclama no es lo mismo que las mil palabras que nos
envuelven continuamente. La comunió n con el Cristo de la Eucaristía no es como una
comida de hermandad cualquiera.

Así como a un ministro, el vestido especial le recuerda que no actú a como persona
privada, sino como ministro de Cristo y de la Iglesia, le recuerda también que él no es
"dueñ o de la Eucaristía", ni de la Palabra. Que está realizando, en nombre de Cristo y
de la Iglesia, una acció n que le sobrepasa totalmente a él: que está sirviendo a un
misterio de comunió n entre Dios y su Pueblo.

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 17


Claro que todo esto no lo dice só lo la indumentaria: es todo un conjunto de
comportamientos, de signos, de palabras y de acciones lo que nos introduce
pedagó gicamente a la experiencia de este misterio cristiano de comunió n con Cristo.
Pero no es indiferente el factor del vestido. Tampoco en el caso de los grupos má s
reducidos (una asamblea de niñ os, de jó venes, de grupos o comunidades):
precisamente porque son grupos má s pequeñ os y homogéneos, a ellos también les
hace falta subrayar con signos exteriores que ellos no son dueñ os de lo que celebran,
sino que lo hacen en unió n con toda la Iglesia, y el ministro que les preside no lo hace
porque es un amigo suyo, sino como ministro de toda la comunidad.

Dejar hablar a los signos

También en el caso de los vestidos litú rgicos habría que evitar los dos extremos: la
supervaloració n cuasi-idolá trica, y el abandono o menosprecio de su funció n
pedagó gica. No tienen un tono fetichista de valor en sí mismos. Pero siguen
expresando pedagó gicamente la dignidad de la acció n sagrada, siguen "ambientando"
el encuentro con Dios, siguen recordando a los ministros su papel de tales en este
encuentro misterioso. No son lo má s importante en liturgia ni lo má s eficaz en la
pastoral.

No hace falta resucitar las oraciones alegó ricas con que antes nos revestíamos cada
uno de los ornamentos. Ni obligar a las mujeres a llevar "velo". Ni tachar de pecado
mortal al sacerdote que celebra sin casulla. Pero lo que sí hay que decir es que estos
vestidos son un factor vá lido en el conjunto de la celebració n.

Seguir, también en esto, las sobrias normas de la Iglesia actual, es un signo de


eclesialidad y de pedagogía celebrativa. Despreciarlos -actuando sin estos vestidos en
la celebració n- creo que, ademá s de ser falta de disciplina, es un empobrecimiento del
lenguaje simbó lico de la liturgia. En una liturgia que está ya muy llena de palabras,
tenemos que dejar hablar también a los signos. Y los vestidos, aunque en el conjunto
son menos trascendentales, en comparació n con la proclamació n de la Palabra o de las
oraciones o los gestos sacramentales, son un elemento muy visible y que ayuda al tono
general de la celebració n y a destacar la identidad de los ministros.

Desde el Concilio se ha dado mayor libertad para que en las diversas regiones las
correspondientes Conferencias Episcopales adapten, si lo creen conveniente, las
vestiduras litú rgicas a la propia cultura y costumbres (IGMR 304, siguiendo a SC 128).

Esta adaptació n, allí donde se realice, irá aportando ciertamente vestidos má s


convenientes, má s estéticos, como hemos visto en el caso de la casulla-alba. Buscar
una mejor estética es también importante para la dignidad del culto cristiano,
evitando los diversos abusos que en esto se habían producido (sensiblería, imaginaría,
barroquismo, ostentació n).

Junto a la estética, se irá n respetando siempre los fines por los que está n pensados
estos vestidos, y de lo que hemos hablado repetidamente: resaltar el papel de los

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 18


ministros, subrayar el cará cter sagrado de la celebració n, y ayudar a su tono festivo y
estético. Cuando Roma, el añ o 1972, permitió la casulla-alba a los países que se lo iban
pidiendo, vino a razonar así: no está de acuerdo con la "letra" que hasta ahora era
norma (por ejemplo, en el Misal), pero un vestido así sirve muy bien al "espíritu" de la
norma.

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 19


COMUNIDAD CATÓLICA “BODAS DE CANÁ”
Evangelización Matrimonial Carismática
COORDINACION NACIONAL

ESCUELA DE EVANGELIZACIÓN SAN JUAN PABLO II


CURSO:“LITURGIA”

Tema 2: OBJETOS Y COLORES LITURGICOS


Segunda Parte
Los Libros litúrgicos
INTRODUCCIÓN.-
Por libro litú rgico, en sentido estricto, entendemos un libro que sirve para una
celebració n litú rgica y está escrito con vistas a ella. En sentido má s amplio, es tal
también el libro que, aun no habiendo sido escrito con vistas a la celebració n,
contiene, sin embargo, textos y ritos de una celebració n, tanto si han sido usados como
si no.
En el primer sentido, el libro es un elemento de la celebració n, y a él también se le
respeta e incluso se le venera; en el segundo sentido, el libro se convierte en fuente
para la historia de la liturgia, y en particular del rito o de los elementos que contiene.

Ademá s de estas fuentes directas, existen también aquellos escritos que nos informan
sobre el hecho litú rgico sin ser por ello libros litú rgicos, como textos de historia,
escritos de los padres, documentos del magisterio, etc.

Por tanto, los libros litú rgicos contienen los ritos y los textos escritos para la
celebració n. Son un vehículo de la tradició n, en cuanto que expresan la fe de la iglesia,
y generalmente son fruto del pensamiento no de un solo autor, sino de una iglesia
particular en comunió n con las demá s iglesias. Pero son también fruto de una cultura,
determinada en cuanto al tiempo y al espacio geográ fico. En efecto, si bien la liturgia
cristiana es sobre todo acció n divina que se realiza en el signo sacramental, los libros
litú rgicos contienen, sin embargo, las palabras y los gestos con que una cultura ve y
expresa esta acció n divina.

Pero esto se verá má s claramente haciendo la historia de los libros litú rgicos.
Podemos dividirla en cinco períodos.

EL TIEMPO DE LA IMPROVISACIÓN.-

Se trata de los tres primeros siglos cristianos. En este tiempo no hay libros litú rgicos
propiamente tales, excepto, si así podemos llamarlo, el texto de la biblia. Para el resto,
todo se deja a la libre creatividad, salvo en los elementos esenciales.

Hallamos rastro de estos esquemas y de esta libertad en textos no propiamente


litú rgicos, como la Didajé, que nos da indicaciones sobre el bautismo, sobre la
EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 20
eucaristía, sobre la oració n diaria y sobre el ayuno; como los escritos de Clemente de
Roma y la Apología de Justino. Hacia el 215 encontramos la Tradició n apostó lica del
presbítero romano Hipó lito. En sentido amplio, éste es el primer libro litú rgico,
porque contiene só lo descripciones de ritos litú rgicos con algunas fó rmulas má s
importantes: consagració n de los obispos, de los presbíteros, de los diá conos y de los
demá s ministros; esquema de plegaria eucarística, catecumenado y bautismo;
oraciones y normas para las vírgenes, las viudas; la oració n de las horas, los
ayunos, bendició n del ó leo.

La importancia de este documento es mú ltiple: nos da por primera vez fó rmulas de


plegaria eucarística, de ordenaciones, del bautismo...; testimonia claramente que no es
necesario que el obispo "pronuncie literalmente las palabras citadas,
como esforzá ndose por recordarlas de memoria, sino que cada uno ore segú n su
capacidad. Si alguno es capaz de orar largamente y con solemnidad, está bien. Pero si
pronuncia una oració n con mesura, no se le impida, con tal que diga una oració n de
una sana ortodoxia" (c. 9).

El texto de Hipó lito ha tenido una influencia muy considerable en varios ambientes,
como testimonian la traducció n copta, á rabe, etió pica y latina.

EL TIEMPO DE LA CREATIVIDAD.-

Desde el siglo IV se precisan los contornos de los diversos ritos litú rgicos, tanto
orientales como occidentales. Y esto se debe a la creació n de textos que cada iglesia
compone y comienza a fijar por escrito, aunque no en forma oficial. Deteniéndonos en
la iglesia de Roma, se había producido un fenó meno importante: el paso del griego al
latín como lengua litú rgica.

Se forma en este siglo el canon romano (la actual primera plegaria eucarística), y se
empiezan a componer textos eucoló gicos en latín. Se continú a así hasta el siglo VI,
componiendo cada vez los textos que sirven para las diferentes celebraciones. Es tos
se conservan, pero no para ser utilizados de nuevo.

Cierta cantidad de tales libelli se encontró en Letrá n, y se reunieron en un có dice que


actualmente se encuentra en la biblioteca capitular de Verona, cod. 85. descubierto
en 1713 por Escipió n Maffei y publicado en 1735 por J. Bianchini, recibió de éste el
título de Sacramentarium Leonianum, por considerarlo una composició n de Leó n
Magno (440-461). A continuació n se descubrió que era obra de diversas manos; entre
ellas, ademá s de la del papa Leó n, la intervenció n de los papas Gelasio 1 (492-496) y
Vigilio (537-555). La edició n má s reciente y mejor es la de L. C.
Mohlberg (RED 1,Roma 1956), con el nombre de Sacramentarium Veronense.

El texto presenta unos 300 formularios, má s o menos completos, divididos en 43


secciones. El redactor los ordenó por meses. Pero faltan los primeros folios, y
comienza con el mes de abril. Normalmente cada formulario comprende colecta,
secreta, prefacio, poscomunió n y super-populum. Falta todo el texto del canon y toda

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 21


la cuaresma y la pascua. De las demá s fiestas a veces tenemos muchos formularios,
mientras que algunas celebraciones está n ausentes. Por todos estos motivos, no es
exacto ni siquiera el término sacramentario.

De todos modos, el có dice reviste una importancia fundamental para la eucología


romana, porque se trata de las primeras composiciones seguramente romanas. En
efecto, se encuentra varias veces romana civitas, devotio, nomen, principes, urbs,
securitas. Muchas oraciones tienen en cuenta situaciones contingentes de la ciudad de
Roma, hasta el punto de que se puede reconstruir su tiempo, a veces también el añ o,
de su composició n. Signo éste de una liturgia viva.

LOS LIBROS LITÚRGICOS PUROS.-

A partir del siglo VII aumenta la documentació n litú rgica. Tenemos libros litú rgicos
propiamente tales en uso. Se trata de libros puros, en el sentido de que contienen cada
uno un elemento de la celebració n, y que por tanto sirven para cada ministro. Así
distinguimos:

1. EL SACRAMENTARIO:

Es el libro del celebrante, obispo o presbítero, y contiene las fó rmulas eucoló gicas
para la eucaristía y los sacramentos.

El primero es el así llamado Sacramentario gelasiano antiguo. Se conserva ú nicamente


en el cod. Vat. reg. lat. 316. Transcrito hacia el 750 en Chelles, cerca de París, fue
publicado en 1680 por G. Tomas. La ú ltima edició n de Mohlberg tiene como
título Liber sacramentorum romanae ecclesiae ordinis anni circuli (RED 4, Roma
1960). El título gelasiano es impropio. Se debe al hecho de que se ha querido
identificar este libro con las "Sacramentorum praefationes et orationes" que, segú n
el Liber Pontificales (ed. Duchesne, París 1925, 1, 225), Gelasio compuso "cauto
sermone".

El sacramentario está dividido en tres libros:

I. Propio del tiempo (de la vigilia de navidad a pentecostés), má s los textos para
algunos ritos, como las ordenaciones, el catecumenado y el bautismo, la
penitencia, la dedicació n de la iglesia, la consagració n de vírgenes;

II. Propio de los santos y el tiempo de adviento;

III. Domingos ordinarios, con el canon, y celebraciones varias.

Característica del gelasiano es la presencia de dos o incluso tres oraciones antes de la


oració n sobre las ofrendas. Se discute si la segunda hay que asimilarla a la super
sindonem del rito ambrosiano. Pero la discusió n má s amplia versa sobre el origen del
gelasiano. Es claro que hay en el có dice influjos galicanos. Pero si el nú cleo es romano,
¿có mo explicar la presencia al mismo tiempo en Roma de dos
sacramentarios: gelasiano y gregoriano?. La tesis má s defendida, salvo detalles, es la
EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 22
de A. Chavasse, segú n el cual el gregoriano era de uso exclusivo del papa, mientras que
el gelasiano era de uso de los títulos (iglesias) presbiterales.

El reg. 316 es de importancia fundamental para los ritos del catecumenado y del
bautismo, distribuidos en el á mbito de la cuaresma, con los tres escrutinios
y las entregas de los evangelios, del símbolo y del padrenuestro, como también para la
celebració n del triduo sacro. Encontramos ademá s en él los ritos de la reconciliació n
de los penitentes y de la misa crismal, etc.

Aludíamos al sacramentario gregoriano. Deberíamos hablar má s bien de familia


gregoriana, porque hay muchos manuscritos. En general, derivarían de una fuente
atribuida al papa Gregorio Magno (590 604), pero redactada bajo Honorio (625 -
638). En general, la estructura gregoriana difiere de la gelasiana por tres aspectos: el
gregoriano no está dividido en libros, sino que el santoral está mezclado con el del
tiempo, e incluso a veces los domingos toman la denominació n de un santo celebrado
precedentemente (los apó stoles Pedro y Pablo, Lorenzo...); tiene só lo una oració n
antes de la oració n sobre las ofrendas; indica la estació n, o sea; el lugar en que el
papa celebraba en un determinado día. Es, en general, un libro má s sencillo y menos
rico que el gelasiano (muy reducido el nú mero de prefacios, no existen ya las
bendiciones sobre el pueblo má s que en cuaresma).

Los dos tipos principales del gregoriano son el Adriano y el Paduense. El primero se
llama así porque deriva de una copia del auténtico gregoriano, que el papa Adriano
I (772 795) mando a Carlomagno, que se la había pedido, y que éste conservó
en Aquisgrá n. De estas copias má s o menos directas quedan muchos manuscritos. El
mejor es el cod. 164 de Cambrai. Pero al ser incompleto el gregoriano recibido de
Roma (faltaban, entre otras cosas, los formularios de los domingos después
de pentecostés), fue necesario proveer a un suplemento. É ste, que antes se atribuía a
Alcuino, parece ser, por el contrario, obra de Benito de Aniane. Un manuscrito
adrianeo sin suplemento es el de Trento.

Otro tipo de gregoriano es el de Padua (bibl. capitular D 47), redactado en Lieja hacia
la mitad del siglo IX y luego llevado a Verona, con adiciones de los siglos X y XI. No es
del todo clara, entre los estudiosos, la sucesió n y la dependencia de dos tipos: si viene
antes la línea de Padua, como pensaba Mohlberg, o al contrario, como piensa
Chavasse.

Una tercera serie de sacramentarios está constituida por los que se llamaban Missalia
regis Pipini, y que hoy llamamos "gelasianos del siglo VIII". Parece tratarse de una
fusió n de estructura gregoriana con textos gelasianos. Dichos sacramentarios son
muchos. Por probable orden deimportancia: Gellone, Angulema, san Galo, el llamado
Triplex, Rheinau, Monza.

2. EL LECCIONARIO:

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 23


Al principio se leían directamente de la Biblia las lecturas para la celebració n
litú rgica, de modo má s o menos continuo. Cuando se comenzó a escoger fragmentos
para determinados días, éstos fueron marcados en el margen del texto sagrado. En un
segundo momento se hizo, primero como apéndice del libro y luego como có dice
aparte, un elenco de perícopas distribuidas para varios días. De ahí el
término capitularia, porque hacían la lista de los capitula con la indicació n del
comienzo y del fin de cada fragmento (faltaba la actual divisió n en capítulos y
versículos).

Encontramos así leccionarios que contienen só lo los evangelios (llamados capitularía


evangeliorum), o só lo las lecturas no evangélicas (llamados Comes, o Liber Comitis, o
Liber commicus) o también ambos.

De los primeros se ha ocupado Th. Klauser, que ha cotejado un millar de manuscritos,


clasificá ndolos en cuatro tipos, designados con las letras griegas, ІІ, Λ,
Σ (romanos) y Δ (franco-romano). En cuanto al tiempo, van del 645 al 750. Hay
que emparentar el primero con el sacramentario gregoriano, los demá s con los
gelasianos del siglo VIII.

Los Comes má s antiguos son el de Wü rzburgo, que corresponde al gelasiano antiguo, y


el de Alcuino, que hay que relacionar con el gregoriano. Siguen, para los gelasianos del
siglo VIII, los de Murbach (que luego pasó al Misal) y de Corbie, como principales.

3. EL ANTIFONARIO:

Es el libro que contiene los cantos de la misa, y está destinado al cantor, o al coro.

Los má s antiguos antifonarios, que hay que emparentar con los gelasianos del
siglo VIII, no tienen todavía notació n musical. Se trata de seis có dices, publicados en
sinopsis por Hesbert, el primero de los cuales es só lo un cantatorium o
graduale, porque contiene só lo los cantos interleccionales. Es el Cantatorio de Monza.
Los demá s no son italianos: Rheinau, Mont-Blandin, Compiégne, Corbie, Senlis. Son
todos del siglo IX.

4. LOS ORDINES:

Para una celebració n litú rgica no bastan los diferentes libros que contienen los textos,
sino que se necesita conocer el modo de estructurar el desarrollo de la celebració n
misma. Los libros mencionados só lo rara vez llevan rú bricas (así llamadas por estar
escritas en rojo = ruber). De éstas se encargan libros especiales, que se
llamará n Ordo (plural, Ordines) u Ordinarium.

El origen de tales libros se debe sobre todo a la necesidad del clero franco, que quiere
saber có mo se desarrollan en Roma las diversas celebraciones.

Después de las ediciones parciales de G. Cassander (1558-1561) y M. Hittorp (1568),


J. Mabillon-M. Germain (1687-1689), E. Marténe (1700-1702),L

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 24


Duchesne (1889), finalmente M. Andrieu publica la edició n crítica de todos
los Ordines romani hasta ahora conocidos Contra los quince ordices de Mabillon, él
distingue cincuenta, divididos en diez secciones, y reducibles a dos
familias: A (romana pura) y B (romanofranca). Entre ellos los má s importantes son el
I, que trata de la misa papal en el siglo VIII; el XI, que describe los ritos del
catecumenado (aquí los escrutinios se convierten sin má s en siete y se trasladan a los
días laborables), y el L, llamado también Ordo romanus antiquus, que será el nú cleo
del Pontifical romano-germá nico del siglo X.

Para la historia de la liturgia medieval no se subrayará nunca bastante la importancia


de tales ordines, junto con las Consuetudines monasticae y los Capitularia (aquí en el
sentido de decisiones administrativo jurídicas, disciplinares de sínodos, concilios
particulares, etc.).

LOS LIBROS MIXTOS O PLENARIOS

En los umbrales del añ o 1000 asistimos a un fenó meno de fusió n de los diferentes
libros por motivos funcionales. Se comienzan a recoger en un solo libro todos los
elementos que sirven para una celebració n. Un primer paso se dará insertando
por extenso en los Ordines los textos eucoló gicos que antes só lo se mencionaban.
Nacen así los libros mixtos o plenarios.

1. EL PONTIFICAL:

Con este nombre se designa el libro que contiene fó rmulas y ritos de las celebraciones
reservadas al obispo (pontífice), como la confirmació n, las ordenaciones, las
consagraciones de iglesias, de vírgenes, la bendició n de abades, pero también la
coronació n de reyes y de emperadores...

El primer libro de este género es el Pontifical Romano-Germá nico del siglo X (=


PRG). Compuesto hacia el 950 en Maguncia, es un interesante ejemplo de la obra de
adaptació n de la liturgia romana a los países franco-germá nicos. Se presenta como
una mina de ritos y de fó rmulas, pero también de partes didá cticas, como sermones,
moniciones, exposiciones de misa, con doscientos cincuenta y ocho títulos de
celebraciones diferentes lo. El PRG, llevado a Roma por los Otones, luego
fue simplificado y reducido, especialmente a partir de Gregorio VII
(10731085).Encontramos así algunos pontificales reducibles a un tipo, llamado por el
editor Andrieu "el pontifical romano del siglo XII”.

En el siglo siguiente, bajo Inocencio III (1198-1216), se creó un pontifical adaptado a


las exigencias de la curia papal de Letrá n.

A finales del siglo, durante el tiempo de cautividad en Avignon, el obispo de Mende,


Guillermo Durando, preparó para su dió cesis un pontifical basá ndose en los
precedentes, pero con mayor claridad. Se divide en tres libros: ritos sobre
las personas; sobre las cosas; celebraciones varias (acciones).

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 25


Con éste tenemos el primer pontifical, que será sustancialmente el que luego se
apropiará toda la iglesia.

2. EL MISAL:

Por la misma exigencia de orden prá ctico y en el mismo período (finales del siglo X)
comienzan a aparecer libros que contienen todos los elementos para la celebració n de
la eucaristía (oraciones, lecturas, cantos, ordo missae).

Se llama a ese libro Missale, o Liber missalis, o Missale plenarium.

La rapidez de difusió n del Misal (con la consiguiente extinció n gradual de los


sacramentarios) se debe al hecho de la multiplicació n de las misas privadas, en que el
celebrante decía todo, incluso lo que correspondía a los otros ministros. Esto
continuará siendo normal incluso en las celebraciones comunitarias, en las que tales
ministros estaban presentes. El Misal es así el libro en que confluyen el Sacramentario,
el Leccionario (de Murbach), el antifonario y los primeros Ordines.

El má s importante es el llamado Missale secundum consuetudinem curiae, que tuvo


una gran difusió n por haberlo aceptado la orden de los Frailes menores, que
prá cticamente lo llevaron en todas sus peregrinaciones misioneras.

Será el primer Misal impreso, como editio princeps, en Milá n el añ o 1474.

3. EL RITUAL:

Como los obispos tenían en el Pontifical su libro, así también era necesario un libro
que contuviese los ritos realizados por los presbíteros (ademá s, claro está , del Misal
para la eucaristía). Desde el siglo XII, y especialmente en el XIV, surgen muchos libros
del género, con nombres diversos: Agenda, Ordinarium, Manuale. Se trata
comú nmente de libros privados, redactados por los mismos sacerdotes con cura de
almas.

El que tuvo mayor importancia fue el Sacerdotale, de Alberto Castellani de 1555, que,
sin embargo, no suprimirá la libertad de que cada cual continuara creá ndose su
propio ritual.

4. EL BREVIARIO:

El mismo proceso que hemos visto para el Misal se produjo con el libro de las horas.

Antes había libros distintos: 1) El Salterio, que en el uso litú rgico ha tenido dos
redacciones: la romana (por haberse usado en Roma hasta el siglo VIII), que
corresponde a la primera revisió n de san Jeró nimo sobre el texto griego de los LXX, y
la galicana (llamada así porque, usada primero en Galia, luego se difundió en todo el
Occidente, excepto en la basílica vaticana), que reproduce el texto de la segunda
revisió n jeronimiana sobre la Hexapla de Orígenes, y que luego entró en la Vulgata.
A menudo en los salterios se insertan para uso litú rgico los cá nticos bíblicos, para los
EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 26
nocturnos y las laudes. 2) El Homiliario, o sea, el libro que recoge las lecturas
patrísticas. El má s importante, que luego pasó al Breviario, es el que Pablo el
Diá cono, monje de Montecasino, preparó para Carlomagno. 3) El Himnario, que
recoge los himnos de composició n eclesiá stica para las diversas horas canó nicas.
Parece que el rito romano acogió los himnos só lo en el siglo XII; pero ya san Ambrosio
los había compuesto para la liturgia de Milá n, y san Benito los había acogido en
la liturgia moná stica. Así el má s antiguo manuscrito de himnario es el cod. Vat. regin.
lat. 11, del siglo VIII,publicado por Tomas en 1683. La publicació n de los himnos que
se fueron componiendo a lo largo del medievo fue reanudada en 1892
por U.Chevalier y por Dreves-Blume, que iniciaron la serie de Analecta Hymnica. 4)
El Antifonal del oficio, que R.J. Hesbert ha publicado recientemente. 5)
El Oracional, del que encontramos huellas en el sacramentario de Verona y en el
Gelasiano, que comprende las oraciones para las diversas horas canó nicas.

Todos estos libros, después del añ o 1000, confluyen en uno solo,


llamado Breviarium, porque era de hecho una reducció n de los diferentes elementos,
especialmente de las lecturas. El má s conocido es el Breviarium secundum
consuetudinem romanae curiae, difundido también por obra de los Frailes menores,
que lo adoptaron oficialmente en 1223.

De este Breviario se hizo en 1525 una reforma desde el punto de vista de la latinidad.
Má s importante es la reforma del cardenal Quiñ ones (llamado de la Santa Cruz, por su
título cardenalicio), por encargo de Clemente VII. Pero esta reforma, bien hecha
bajo el aspecto racional, no tenía en cuenta que el oficio divino de suyo está destinado
al coro, y no al rezo privado (como de hecho sucedía). Publicado en 1535 y reimpreso
varias veces, fue acogido universalmente con entusiasmo, pero en 1556 Pablo IV lo
suprimió por el motivo mencionado arriba, volviendo al Breviario de la curia romana.

LOS LIBROS DEL VATICANO II

El concilio Vaticano II quiso una reforma general de los libros litú rgicos,
con la posibilidad de la traducció n en las lenguas verná culas. Por eso el papa Pablo VI,
ya el 21-1-1964, creaba un Consilium para la recta ejecució n de la constitució n
litú rgica.

El Consilium elaboró diversos documentos, entre los que figuran: Inter oecumenici, de
1964; Musicam sacram, de 1967; Tres abhinc annos, de 1967 (segunda
instrucció n); Eucharisticum mysterium, de 1967, y Liturgicae instaurationes, de
1970 (tercera instrucció n). Con tales instrucciones se daba la posibilidad de introducir
la lengua vulgar en las diferentes partes de la celebració n, por lo que cada una de las
conferencias episcopales toma disposiciones para traducir el viejo Misal, prepara
leccionarios ad experimentum, se traduce parte del Ritual, etc. Entretanto, el
Consilium trabajaba, con grupos especiales de expertos, en la composició n de los
nuevos libros. Así, de 1968 hasta hoy se han publicado en la edició n típica latina:

• CALENDARIUM ROMANUM (1969) (= CR).

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 27


• MISSAI.E ROMANUM. Bajo este encabezamiento tenemos, en volú menes Missale
Romanum (1970; 19752) (= MR); Ordo Lectionum Missae(1970; 19812)
(= OLM); Lectionarium (3 vols., 1970-1972); Ordo Cantus Missae (1973).

• OFFICIUM DIVINUM. Bajo este encabezamiento tenemos, en volú menes: Liturgia


Horarum (por ahora en 4 vols., 1971-1972; 198011) (= LH).

• PONTIFICALE ROMANUM. Bajo este encabezamiento tenemos, en fascículos: De


Ordinatione Diaconi, Presbyteri et Episcopi (1968) (= ODPE);
Ordo Consecrationis Virginum (1970) (= OCV); Ordo Benedicendi Oleum
catechumenorum el infirmorum el conficiendi chrisma (1971) (= OBO); Ordo
Benedictionis Abbatis el Abbatissae (1971) (= OBAA); Ordo Confirmationis (1972
(=OC); De Institutione Lectorum el Acolytorum... (1973) (=1LA); Ordo Dedicationis
Ecclesiae el Altaris (1978) (= ODEA); Caeremoniale Episcoporum (1984).

• RITUALE ROMANUM. Bajo este título tenemos, en fascículos: Ordo Baptismi


Parvulorum (1969) (= OBP); Ordo Celebrandi Matrimonium (1969) (= OCM); Ordo
Exsequiarum (1969) (= OE) Ordo Professionis Religiosae (1970; 1975, pero ya no bajo
el encabezamiento Rituale Romanum) (= OPR), Ordo Unctionis Infirmorum eorumque
pastoralis curae (1972) (=0UI); Ordo Initiationis Christianae Adul torum (1972) (=
OICA);

De Sacra Communione el dé Cultu Mysterii Eucharistici extra Missam (1973); Ordo


Paenitentiae (1974) (= 0O); De Benedictionibus (1984) (= B).

• A éstos hay que añ adir: Graduale simplex (19752); Ordo Coronandi Imaginem
Beatae Mariae Virginis (1981).

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 28


COMUNIDAD CATÓLICA “BODAS DE CANÁ”
Evangelización Matrimonial Carismática
COORDINACION NACIONAL

ESCUELA DE EVANGELIZACIÓN SAN JUAN PABLO II


CURSO:“LITURGIA”

Tema 2: OBJETOS Y COLORES LITURGICOS


Tercera Parte
Textos Oficiales en versión española
Presentamos brevemente los correspondientes textos oficiales en versió n españ ola (el
añ o entre paréntesis indica la primera edició n).

1. EL MISAL ROMANO (1971)

Comprende también la Ordenació n General del Misal Romano (= OGMR). Esta ú ltima
es un texto muy denso, en el que se presenta la teología de la misa, la articulació n del
rito, los cometidos de cada uno de los ministros y de la asamblea, las normas para una
correcta celebració n y las posibilidades de una sana adaptació n. Después de
las Normas universales sobre el añ o litú rgico y sobre el calendario (extractadas del
Calendarium Romanum), sigue el texto del Misal, dividido en propio del tiempo,
propio de los santos, comunes, misas rituales, misas y oraciones diversas, misas
votivas, misas de difuntos. El rito de la misa está colocado entre el propio del tiempo y
el propio de los santos, y a su vez se distingue en rito para la celebració n con el pueblo
(misa normativa) y rito para la celebració n sin el pueblo.

El MR ya no es un misal plenario, porque ya no comprende las lecturas; pero no se le


puede llamar simplemente un sacramentario, porque incluye también las antífonas de
entrada y de comunió n; en efecto, éstas debe decirlas el mismo celebrante, en el caso
en que no se haga un canto o no las recite ningú n otro.

Respecto al Misal de Pío V, la parte eucoló gica está muy incrementada,


comprendiendo alrededor de ochenta prefacios (contra los quince del precedente),
cuatro plegarias eucarísticas (otras se autorizará n a continuació n). Ha sido
repensado ex novo en su totalidad.

2. EL LECCIONARIO (véase “El Leccionario de la Misa”)

3. LA LITURGIA DE LAS HORAS:

(1979) (= LH). Se llama así la oració n de alabanza de la iglesia, que tiene por objeto
extender a las diversas horas (canó nicas) de la jornada aquella glorificació n de Dios
que alcanza su cumbre en la oració n eucarística. Este nuevo nombre especifica el

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 29


de oficio divino (dado a la oració n) y sustituye al de breviario (dado antes al libro). La
edició n está dividida en cuatro volú menes: I. Tiempo de adviento y de navidad; II.
Tiempo de cuaresma y de pascua; III. Tiempo ordinario (semanas 1-17); IV. Tiempo
ordinario (semanas 1834). En el primer volumen se encuentra la Ordenació n General
de la Liturgia de las Horas (OGLH) que, a semejanza de la OGMR, ilustra la teología, la
espiritualidad, las diversas partes, los diversos elementos y cometidos de los
ministros de la Liturgia de las Horas. Son dos las perspectivas nuevas (o renovadas)
de este libro: 1) está destinado no só lo a sacerdotes, diá conos y religiosos con votos
solemnes (que siguen teniendo la obligació n de recitarlo), sino a toda la comunidad
cristiana (religiosas y laicos); 2) se recomienda la celebració n comunitaria,
especialmente de las dos horas má s importantes (laudes y vísperas).

Se espera todavía un quinto volumen (himnos; cá nticos de libre elecció n; oraciones


sá lmicas; textos para las celebraciones de vigilia, etc.).

4. EL PONTIFICAL:

Podemos ordenarlo así:

• Ritual de la Confirmación (1976) (= RC). Se celebra normalmente durante la misa,


o al menos después de una liturgia de la palabra. La renovació n de las
promesas bautismales pone de manifiesto su relació n con el bautismo. El ministro es
el obispo (o el sacerdote que tiene licencia especial para ello), pero pueden ayudarle
otros sacerdotes en la crismació n.

• Ritual de ordenación del diácono, del presbítero y del obispo (1977) (=


RO). Estos son los ministerios ordenados. El conjunto de los ritos, aunque conserva los
textos esenciales de la tradició n, resulta má s ordenado, dando mayor relieve a la
imposició n de manos y a la oració n consagratoria, y menos a los ritos suplementarios.
La restauració n de la concelebració n hace má s sencillos los ritos de la ordenació n del
obispo y de los presbíteros.

• Ritual para instituir acólitos y admitir candidatos al diaconado y


al presbiterado, y para la promesa de observar el celibato (= RLA). Ritual de la
consagració n de vírgenes (= RCV). Ritual de la bendició n de un abad o una abadesa (=
RBnA). Se trata de tres ritos diversos. Los ministerios instituidos son los del lector y
del acó lito (se han abolido los del ostiario y del exorcista, como también el
subdiaconado). Son dos las novedades a este respecto: a) el ministro no es ya el
obispo, sino el ordinario (esto significa que en las ó rdenes y congregaciones
religiosas puede serlo el superior mayor); b) los candidatos son laicos (que
permanecen tales), los cuales pueden aspirar o no a las ó rdenes. La consagració n de
vírgenes es un rito antiquísimo y venerable, por el que una virgen (religiosa o no)
consagra pú blicamente su virginidad como signo deja iglesia virgen que só lo tiene a
Cristo por esposo. La bendició n de un abad o de una abadesa se ha creado ex
novo, porque en el viejo Pontifical tenía má s el aspecto de una ordenació n episcopal.

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 30


Los nuevos textos expresan mejor la funció n del padre y maestro de una
comunidad moná stica.

• Ritual de la bendición del óleo de los catecúmenos y enfermos y de la


consagración del crisma (= RBO). Ritual de la dedicació n de iglesias y de altares (=
DCA) (1980). El primer rito, que se ha de celebrar durante la misa crismal de jueves
santo (mañ ana) en las catedrales, donde el obispo concelebra con su presbiterio, trae
los textos tradicionales (con ligeras adaptaciones) de la bendició n de los ó leos santos.
Los otros dos ritos se han renovado y simplificado sustancialmente, de suerte que
forman con la celebració n de la eucaristía, que es cumbre del rito, una sola acció n
ritual.

• Ceremonial de los Obispos ( = CO). É ste es uno de los ú ltimos libros promulgados
por la reforma general que decretó el Vaticano II (1984). Se trata de un volumen en
parte muy tradicional y en parte también bastante novedoso. Hay que reconocer que
el CO tiene unas características que lo distancian bastante de los otros libros litú rgicos
emanados de la reforma litú rgica del siglo XX. Su principal característica frente a los
demá s libros litú rgicos actuales es que no ofrece textos eucoló gicos; aparentemente,
por lo menos, se presenta só lo como un volumen de simple normativa litú rgica, como
su mismo título -Ceremonial- parece ya sugerir. No obstante, leído a la luz de la
historia y de la teología litú rgica, el CO debe situarse en el á mbito sacramental con
tanta razó n como puedan colocarse en este á mbito los demá s libros litú rgicos, pues si
los demá s libros ofrecen los textos bíblicos y eucoló gicos de la liturgia, es
decir, las palabras sacramentales, éste presenta los gestos simbó licos de los misterios
cristianos. El CO es, pues, un libro que, en la misma línea que la Institutio que
encabeza el Misal de Pablo VI, aleja el peligro de ver la celebració n só lo como un
conjunto de textos que se van proclamando unos después de otros, acompañ ados
ú nicamente de gestos simplemente espontá neos del ministro. Uno de los principales
valores del CO es el hecho de que sitú a los gestos litú rgicos en su realidad má s
teoló gica: la de acciones sacramental-comunitarias de la iglesia, no simplemente del
ministro ni de la comunidad concreta que celebra la liturgia comú n de la iglesia.

El CO es un volumen tradicional en un doble sentido: a) porque con la descripció n de


los gestos celebrativos mayores conserva y transmite la tradició n litú rgica de la
iglesia, y b) porque se sitú a en línea de continuidad con los Ordines romani de la edad
media. Pero a la vez que tradicional es también un libro nuevo, porque en su mismo
estilo lleva innegablemente la impronta de los libros del Vaticano II: las referencias
doctrinales que justifican las normas son continuas y explícitas; con este estilo el CO -a
pesar del título de ceremonial que lo encabeza se aleja de lo que podría ser una simple
descripció n de ceremonias, enlazando así, por lo menos en cierta manera, con la visió n
que de la liturgia tenían los padres (cf, por ejemplo, las explicaciones de la Tradició n
apostó lica de Hipó lito sobre el significado de las diversas imposiciones de manos en
las ordenaciones, o las Catequesis mistagó gicas de Ambrosio, de Cirilo de Jerusalén,
de Juan Crisó stomo o Teodoro de Mopsuestia.

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 31


Al ser uno de los ú ltimos libros publicados por la reforma litú rgica, al CO le ha sido
fá cil apoyar su normativa en los libros litú rgicos publicados anteriormente. No
obstante, hay que decir también que en algunas pocas ocasiones presenta interesantes
variantes, introducidas o bien para unificar algunas rú bricas que variaban de
un Ordo o Ritual a otro o bien con vistas a mejorar algunos ritos o incluso algunos
usos introducidos y que no siempre resultaban correctos.

El CO está dividido en ocho partes, precedidas de un proemio y seguidas de un


apéndice. El proemio presenta una breve síntesis histó rica de lo que han sido las
diversas descripciones de los ritos litú rgicos que se elaboraron a través de los
siglos hasta llegar al actual CO. Después de una breve alusió n a los Ordines romani -
verdadera raíz primitiva del CO-, el texto se refiere a los distintos Ceremoniales
papales, que fueron como el puente que ha enlazado los antiguos Ordines con el
nuevo CO. En el cuerpo del volumen la primera parte describe algunos principios
teoló gicos de la liturgia episcopal, presentada no a la manera de ceremonias fastuosas,
sino a la luz de la constitució n conciliar Lumen Gentium. Un aspecto particularmente
importante y delicado de esta primera parte ha sido el de aunar aquella "noble
sencillez" de los ritos decretada por el Vaticano II (SC 34) con los necesarios signos de
respeto inspirados por la fe que ve en el obispo la imagen o sacramento de Jesú s,
el Señ or.

La segunda parte trata de la participació n y presidencia del obispo y de sus ministros


en la misa. En esta parte es importante el cambio de perspectiva con que se presenta
la celebració n de la misa presidida por el obispo, acció n culminante de la liturgia
cristiana (SC41); de acuerdo con los otros libros litú rgicos renovados que ya no dan
nunca a los obispos el título de pontífices, tampoco el CO habla nunca de misa
pontifical, sino de missa stationalis (término de versió n ciertamente difícil, pues si en
latín cristiano statio significaba reunió n plena de la iglesia local, en las lenguas
modernas es difícil encontrar un término que exprese esta misma realidad). La tercera
parte describe la celebració n solemne del oficio divino y de la palabra cuando preside
el obispo; la cuarta parte describe las diversas celebraciones del añ o litú rgico: en
esta parte merecen destacarse tanto las breves catequesis que introducen el sentido
de cada una de las fiestas principales como la insistencia con que se subraya la
importancia del domingo, para el que se pide que su celebració n no quede recubierta
con la celebració n de diversos días consagrados a distintas necesidades de la
comunidad cristiana (cf n. 223). La quinta parte habla de la celebració n de los
sacramentos, presidida por el obispo; en esta parte se separan claramente los
sacramentos de la celebració n de los sacramentales, a los que se consagra la sexta
parte (así, la institució n de acó litos y lectores, por ejemplo, viene debidamente
separada de las ordenaciones de ministros). La séptima parte contempla las
celebraciones extraordinarias del obispo desde su nombramiento y ordenació n hasta
su muerte, exequias y tiempo de sede vacante. También se trata de los ritos del
concilio plenario y provincial y del sínodo diocesano. Finalmente, en el apéndice se
sintetizan las varias disposiciones posconciliares ya vigentes antes del CO sobre las
vestiduras de los prelados y se ofrece una tabla, esquematizando las normas

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 32


propias de las misas rituales, votivas y de difuntos. El libro concluye con un extenso y
pormenorizado índice de un centenar de pá ginas que facilita encontrar cualquiera de
los ritos contenidos en el volumen.

5. EL RITUAL:

Publicado también en fascículos, comprende:

• Ritual del bautismo de niños (1970) (= RB). Es un rito sustancialmente nuevo,


porque nunca habíamos tenido un rito propio para el bautismo de niñ os que tuviese
en cuenta su situació n real. Antes era un rito de bautismo para adultos adaptado a los
niñ os. Ahora se tiene en cuenta que se los bautiza en la fe de la iglesia, y
principalmente de los padres y de los padrinos. La celebració n, prevista para el
domingo, se hace de forma comunitaria, inserta en una celebració n de la palabra
(o también, aunque só lo excepcional mente, durante la misa).

• Ritual de la iniciación cristiana de adultos (1976) (= RICA). Es un rito que,


descuidado en los siglos má s recientes, recobra toda la praxis catecumenal de la
iglesia de los siete/ocho primeros siglos. Después de la introducció n general sobre la
iniciació n cristiana, y la particular para la iniciació n de adultos, siguen cinco capítulos
dispuestos así:

1. Rito del catecumenado, dispuesto por grados, que son: a) el tiempo del
catecumenado y su comienzo; b) tiempo de la elecció n y su comienzo;
c) celebració n de los sacramentos de la iniciació n (bautismo, confirmació n y
primera eucaristía) y tiempo de la mistagogia;

2. Rito má s sencillo para la imitació n de un adulto;

3. Rito má s breve para un adulto en peligró pró ximo de muerte;

4. Indicaciones para la preparació n de adultos ya bautizados cuando niñ os a la


confirmació n y a la primera comunió n;

5. Indicaciones para la iniciació n de los niñ os en edad catequística. Tras un sexto


capítulo en que se prevén textos alternativos, se tiene un apéndice para la
admisió n en la iglesia cató lica de cristianos vá lidamente bautizados en
otras confesiones. Este rito de iniciació n de adultos, previsto
principalmente para las tierras de misió n, tiene indicaciones utilísimas
también para nuestras regiones, con vistas a una revalorizació n y una mejor
prá ctica de los sacramentos de la iniciació n.

• Ritual de la penitencia (1975) (= RP). El rito parte de una nueva concepció n de


este sacramento. Ya no se le llama confesió n, que era la parte por el todo,
sino penitencia o reconciliació n. Por tanto, no se pone ya el acento en el momento de
la acusació n, sino en la conversió n. Se prevén tres formas de celebració n:

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 33


a) Individual: es el modo que ha sido tradicional en los ú ltimos
siglos, pero se ha modificado en el planteami ento (prevé también una
lectura bíblica, aunque breve) y en la fó rmula;

b) Comunitaria, con confesió n y absolució n individual (es la forma


preferible);

c) Comunitaria, con confesió n y absolució n general (para usarse en casos


determinados, y con el consentimiento del obispo).

• Rito de la sagrada comunión y del culto de la eucaristía fuera de


la misa (1974). El rito tiene en cuenta diversas situaciones cambiadas:

a) La comunió n fuera de la misa debe hacer siempre referencia a la


celebració n de la misma;

b) Debe insertarse en una celebració n de la palabra;

c) La eucaristía puede ser distribuida también por ministros


extraordinarios;

d) Se regulan las exposiciones y la adoració n de la eucaristía, las


procesiones y los congresos eucarísticos.

• Ritual del matrimonio (1970) (= RM). El rito, si bien conserva la estructura


precedente, presenta algunas perspectivas renovadas: se celebra normalmente
durante la misa (o, al menos, durante una celebració n de la palabra), da mayor relieve
a la bendició n solemne de los esposos, prevé diversos formularios de
textos eucoló gicos, una riqueza de textos bíblicos y destaca má s la teología y la
espiritualidad del sacramento.

Ritual de la unción y de la pastoral de enfermos (1974) (= R UE). Se ve el


sacramento de la unció n en el contexto de la solicitud que la iglesia tiene por el estado
de debilidad de los enfermos. Ya no se llama extrema unció n, y se puede conferir
en todas las enfermedades de cierta gravedad, también a los ancianos. Ha cambiado la
fó rmula (má s ceñ ida al texto de la carta de Santiago); la materia es el aceite
(ya no necesariamente de oliva, sino de cualquier tipo vegetal), el cual, a falta del
bendecido por el obispo, puede bendecirse cada vez. Se prevé la concelebració n por
varios sacerdotes, y la celebració n comunitaria para varios enfermos, también en la
iglesia.

• Ritual de la profesión religiosa (1979) (= RPR). Es un texto que sirve de base y de


modelo para los rituales de cada una de las familias religiosas. Prevé un rito para el
comienzo del noviciado, visto como tiempo de preparació n y de opció n, el rito de la
profesió n temporal y el de la profesió n perpetua, como también un rito para la
promesa que sustituye a los votos religiosos. Los ritos de profesió n o de promesa se
hacen durante la misa.

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 34


• Ritual de exequias (1971) (= RE). El rito se presenta como una mina de
indicaciones, textos eucoló gicos, bíblicos y cantos para utilizar, segú n los
diferentes usos de las iglesias locales, en la casa del difunto, en la procesió n a la iglesia,
en la misa exequial y en el acompañ amiento al cementerio. La perspectiva es
claramente pascual: el cristiano que muere realiza su éxodo de este mundo con la
esperanza de la resurrecció n.

• Bendicional (= B). El B constituye de hecho una de las partes del Ritual


romano reformado segú n los decretos del Vaticano II (SC 79); su edició n típica latina
fue promulgada en 1984 y la castellana, comú n a todos los países de habla hispana,
aparece en 1986. En el conjunto de las partes del actual Ritual, el B es el capítulo má s
extenso, como lo era ya también en la ú ltima edició n del Ritual de Paulo V, aumentada
y reordenada por mandato de Pío XII. Hay que decir que, sin duda alguna, en su
extensió n influye sobremanera el hecho de que el B es el libro litú rgico en el que la
piedad popular má s se avecina a la celebració n litú rgica.

Conforme a los votos del Vaticano II, frente a la anterior edició n del Ritual romano, el
nuevo B ha sido profundamente reformado "teniendo en cuenta la norma
fundamental de la participació n consciente, activa y fá cil de los fieles y atendiendo
a las necesidades de nuestro tiempo" (SC 79).

El B consta de cuarenta y un Ordines o ritos de bendició n; muchos de estos ritos de


bendició n aparecen ademá s desdoblados en rito habitual y rito breve o bien presentan
diversas posibilidades para ocasiones parcialmente distintas (por ejemplo,
la bendició n de niñ os ofrece un formulario para los niñ os bautizados y otro para los
niñ os que se preparan al bautismo). La edició n castellana del B añ ade aú n a estas
cuarenta y un bendiciones algunas otras o bien nuevas o en otros casos
tradicionales en algú n país de América o en Españ a; con ellas el nú mero de
bendiciones en esta edició n alcanza a cuarenta y ocho formularios.

El conjunto de estas bendiciones está precedido de una extensa introducció n y va


seguida de tres índices alfabéticos -de bendiciones, de lecturas bíblicas y de salmos
responsoriales-, de los cuales, en vistas al uso del volumen, es particularmente ú til el
primero (un índice de este tipo aparecía ya en las ediciones del antiguo Ritual
romano).

La Introducció n, de cará cter teoló gico, pastoral y jurídico, expone sucesivamente la


naturaleza y significado de la bendició n tanto en la historia de la salvació n como en
la vida de la iglesia, los ministros de las mismas, su ordenamiento -desde lo que es la
estructura fundamental de toda bendició n hasta los signos que se emplean en las
mismas y las maneras de unir las bendiciones con las restantes celebraciones
litú rgicas o entre sí- y, finalmente, las posibilidades que tienen las
conferencias episcopales en el campo de las adaptaciones o de las incorporaciones
de nuevas bendiciones.

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 35


En el cuerpo mismo del libro, su primera parte presenta las diversas bendiciones que
se refieren a las personas (bendiciones relativas a la vida familiar, bendiciones de los
enfermos, de los misioneros enviados a anunciar el evangelio, de las personas
destinadas a impartir la catequesis, de los peregrinos, de los que van a emprender un
viaje, etc.). En esta parte la edició n castellana añ ade las bendiciones de acó litos y
lectores no instituidos.

La segunda parte trata de las bendiciones que atañ en a los edificios no sagrados y a las
diversas actividades de los cristianos (bendiciones de un nuevo edificio -que no
sea una iglesia- de una escuela, de una universidad, de un hospital); bendiciones de los
medios de transporte (automó viles, ferrocarriles, naves, aviones, etc.); bendiciones de
instrumentos técnicos (central eléctrica, acueducto, etc.); bendiciones de los animales,
de los campos, de los nuevos frutos, de la mesa. En esta parte la edició n castellana
añ ade la tradicional bendició n de los términos de una població n.

La tercera parte agrupa las bendiciones de las cosas que se destinan, en la iglesia, al
uso litú rgico o a las prá cticas de devoció n (fuente bautismal, sede, ambó n, sagrario,
cruz, imá genes del Señ or, de la Virgen María o de los santos, etc.). En esta parte la
edició n castellana añ ade las bendiciones de la corona de adviento, del belén y del
á rbol de navidad.

En la cuarta parte se presentan las bendiciones que o bien sirven para fomentar la
piedad (bebidas y comestibles) o bien son objetos de devoció n privada (objetos de
devoció n, rosarios, escapularios, etc.). La edició n españ ola añ ade en esta parte
la bendició n de los há bitos, tradicional sobre todo en Perú .

Finalmente, en la quinta parte se contienen dos bendiciones de cará cter má s bien


genérico: la bendició n de acció n de gracias, que viene a suplir los antiguos y poco
apropiados Te Deum (poco apropiados porque el antiguo texto de este precioso canto
no tiene demasiado que ver con el uso al que a veces se destinaba), y la bendició n para
diversas circunstancias, que ofrece unos formularios en vistas a las bendiciones no
previstas explícitamente en el B (en cierta manera es la réplica de la antigua
bendició n.

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 36


COMUNIDAD CATÓLICA “BODAS DE CANÁ”
Evangelización Matrimonial Carismática
COORDINACION NACIONAL

ESCUELA DE EVANGELIZACIÓN SAN JUAN PABLO II


CURSO:“LITURGIA”

Tema 3.- LA EUCARISTIA CORAZON DE LA LITURGIA


Primera Parte

INTRODUCCIÓN.-

La eucaristía es fuente de toda la vida cristiana. El Concilio Vaticano II dice “la


eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia”. ¿Quién es el bien espiritual de
la Iglesia? No son los cuadros de arte, ni las catedrales, no los copones de oro, ni las
vestimentas bordadas... El bien espiritual es “Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de
Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo” (Concilio Vaticano II,
Presbyterorum Ordinis, n. 5).

Una Iglesia podría tener todo el arte sacro má s bello del mundo, pero si no tiene la
presencia viva de Cristo eucaristía, ¿de qué sirve ese arte? El arte sacro está al servicio
y para gloria de Cristo eucaristía, como ya dijimos en la segunda parte de este libro al
hablar de los elementos artísticos de la liturgia.

Una Iglesia podría carecer de estatuas, vítraux, ó rgano... pero si tiene la presencia viva
de Cristo Eucaristía, lo tiene todo, pues las estatuas, el vitraux, el ó rgano, deben estar
siempre al servicio y para gloria de Cristo Eucaristía.

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 37


¿Qué queremos decir cuando hablamos de la Eucaristía?
Estamos hablando del Sacramento que nos regaló Cristo en la Ú ltima Cena, al querer
quedarse con nosotros para siempre, dá ndonos su Cuerpo y Sangre, alma y divinidad,
para alimentarnos, unirse a nosotros, entregarnos su vida divina, entrar en comunió n
con nosotros, acompañ arnos durante esta peregrinació n terrena hacia la Patria
Celestial, donde le disfrutaremos cara a cara sin los velos del pan y del vino. También
cuando hablamos de la eucaristía, estamos invitando a nuestros deberes para con este
admirable y sublime Sacramento, es decir el culto que se merece Cristo eucaristía,
Dios que se ofrece, se inmola, se sacrifica por nuestra salvació n, y nos da a comer de su
Cuerpo y a beber su Sangre, para que tengamos vida eterna.

Este culto trae consigo:


• La asistencia y la participació n atenta, consciente y fervorosa a la Santa Misa, cada
domingo y si es posible, todos los días. ¡Dios nos salva en cada Misa!
• La adoració n a Cristo eucaristía, solemnemente expuesto sobre el Altar, en Horas
Santas, momentos de oració n.
• La visita eucarística que deberíamos hacer durante el día, entrando en una iglesia
y dialogando con ese Dios Compañ ero y Amigo que quiso quedarse en los Sagrarios
para ser confidente del hombre.
• El respeto, el decoro a cuanto rodea este misterio: templo, cá lices, copones,
manteles, nuestra manera de vestir en la iglesia, nuestra manera de estar, de rezar de
leer las lecturas de la Misa, de guiar, de servir como ministros de la Sagrada
Comunió n, de celebrar la Santa Misa por parte del sacerdote.
• Y, en la catequesis, este tema de la eucaristía debe ser prioritario, explicado con
unció n, con amor, con fervor y extensamente. La eucaristía es el Sacramento má s
sublime, porque en él no só lo recibimos la gracia de Cristo, sino al autor de la gracia,
en Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad.
Sto. Tomá s de Aquino sintetiza el amor y devoció n de la Iglesia por la Eucaristía en la
siguiente hermosa la oració n que la Iglesia viene rezando ya desde hace siglos!:

- ¡Oh Sagrado Banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el


memorial de su Pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de
la gloria futura!
- Les diste Pan del cielo.
. Que contiene en sí todo deleite.

Los nombres de la Eucaristía


Es de tal profundidad y belleza la eucaristía que en el transcurso de los tiempos a este
misterio eucarístico se le ha llamado con varios nombres:
Fracció n del pan, donde se parte, se reparte y se comparte el pan del cielo, como
alimento de inmortalidad.
Santo Sacrificio de la Misa, donde Cristo se sacrifica y muere para salvarnos y darnos
vida a nosotros.

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 38


Eucaristía, porque es la acció n de gracias por antonomasia que ofrece Jesú s a su Padre
celestial, en nombre nuestro y de toda la Iglesia.
Celebració n Eucarística, porque celebramos en comunidad esta acció n divina.
La Santa Misa, porque la eucaristía acaba en envío, en misió n, donde nos
comprometemos a llevar a los demá s esa salvació n que hemos recibido.
Misterio Eucarístico, porque ante nuestros ojos se realiza el gran misterio de la fe.

Antes de empezar a hablar de este misterio hay que preguntarse el porqué de la


eucaristía, por qué quiso Jesú s instituir este sacramento admirable, por qué quiso
quedarse entre nosotros, con nosotros, para nosotros, en nosotros; qué le movió a
hacer este asombroso milagro al que no podemos ni debemos acostumbrarnos. ¡Oh,
asombroso misterio de fe!¿Por qué quiso Jesú s hacer presente el sacrificio de la Cruz,
como si no hubiera bastado para salvarnos ese Viernes Santo en que nos dio toda su
sangre y nos consiguió todas las gracias necesarias para salvarnos? La respuesta a
esta pregunta só lo Jesú s la sabe. Nosotros podemos solamente vislumbrar algunas
intuiciones y atisbos.Se quedó por amor excesivo a nosotros, diríamos por locura de
amor. No quiso dejarnos solos, por eso se hizo nuestro compañ ero de camino. Nos vio
con hambre espiritual, y Cristo se nos dio bajo la especie de pan que al tiempo que
colma y calma, también abre el hambre de Dios, porque estimula el apetito para una
vida nueva: la vida de Dios en nosotros. Nos vio tan desalentados, que quiso
animarnos, como a Elías: “Levá ntate y come, porque todavía te queda mucho por
caminar” (1 Re 19, 7).

Actitudes ante la Eucaristía


Ante este regalo espléndido del Corazó n de Jesú s a la humanidad, só lo caben estas
actitudes:
1. Agradecimiento profundo.
2. Admiració n y asombro constantes.
3. Amor íntimo.
4. Ansias de recibirlo digna y frecuentemente.
5. Adoració n continua.La eucaristía prolonga la encarnació n. Es má s, la
eucaristía es la venida continua de Cristo sobre los altares del mundo. Y la
Iglesia viene a ser la cuna en la que María coloca a Jesú s todos los días en cada
misa y lo entrega a la adoració n y contemplació n de todos, envuelto ese Jesú s
en los pañ ales visibles del pan y del vino, pero que, después de la consagració n,
se convierten milagrosamente y por la fuerza del Espíritu Santo en el Cuerpo y
la Sangre del Señ or. Y así la eucaristía llega a ser nuestro alimento de
inmortalidad y nuestra fuerza y vigor espiritual.Hace dos mil añ os lo entregó a
la adoració n de los pastores y de los reyes de Oriente. Hoy María lo entrega a la
Iglesia en cada eucaristía, en cada misa bajo unos pañ ales sumamente sencillos
y humildes: pan y vino. ¡Así es Dios! ¿Pudo ser má s asequible, má s sencillo?

El valor y la importancia de la Eucaristía

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 39


La eucaristía es la má s sorprendente invenció n de Dios. Es una invenció n en la que se
manifiesta la genialidad de una Sabiduría que es simultá neamente locura de Amor.
Admiramos la genialidad de muchos inventos humanos, en los que se reflejan
cualidades excepcionales de inteligencia y habilidad: fax, correo electró nico, agenda
electró nica, pararrayos, radio, televisió n, video, etc.Pues mucho má s genial es la
eucaristía: que todo un Dios esté ahí realmente presente, bajo las especies de pan y
vino; pero ya no es pan ni es vino, sino el Cuerpo y la Sangre de Cristo. ¿No es esto
sorprendente y admirable? Pero es posible, porque Dios es omnipotente. Y es genial,
porque Dios es Amor.

La eucaristía no es simplemente uno de los siete sacramentos. Y aunque no hace


sombra ni al bautismo, ni a la confirmació n, ni a la confesió n, sin embargo, posee una
excelencia ú nica, pues no só lo se nos da la gracia sino al Autor de la gracia: Jesucristo.
Recibimos a Cristo mismo. ¿No es admirable y grandiosa y genial esta verdad?¿Có mo
no ser sorprendidos por las palabras “esto es Mi cuerpo, esta es Mi sangre”? ¡Qué
mayor realismo! ¿Có mo no sorprendernos al saber que es el mismo Creador el que
alimenta, como divino pelícano, a sus mismas criaturas humanas con su mismo cuerpo
y sangre? ¿Có mo no sorprendernos al ver tal abajamiento y tan gran humildad que nos
confunden? Dios, con ropaje de pan y gotas de vino...¡Dios mío!Nos sorprende su amor
extremo, amor de locura. Por eso hay que profundizar una y otra vez en el significado
que Cristo quiso dar a la eucaristía, ayudados del evangelio y de la doctrina de la
Iglesia. Nos sorprende que a pesar de la indiferencia y la frialdad, É l sigue ahí fiel y
firme, derramando su amor a todos y a todas horas.

Necesidad de la Eucaristía
Necesitamos la eucaristía para el crecimiento de la comunidad cristiana, pues ella nos
nutre continuamente, da fuerzas a los débiles para enfrentar las dificultades, da
alegría a quienes está n sufriendo, da coraje para ser má rtires, engendra vírgenes y
forja apó stoles.

La eucaristía anima con la embriaguez espiritual, con vistas a un compromiso


apostó lico a aquellos que pudieran estar tentados de encerrarse en sí mismos. ¡Nos
lanza al apostolado!
La eucaristía nos transforma, nos diviniza, va sembrando en nosotros el germen de la
inmortalidad.

Necesitamos la eucaristía porque el camino de la vida es arduo y largo y como Elías,


también nosotros sentiremos deseos de desistir, de tirar la toalla, de deprimirnos y
bajar los brazos. “Ven, come y camina”.
Eucaristía y diversos errores doctrinales
En la Eucaristía ocurre el misterio de la transubstanciació n, es decir, el cambio
sustancial del pan y del vino en el cuerpo, sangre, alma y divinidad de Nuestro Señ or
Jesucristo.

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 40


Este misterio só lo se acepta por la fe teologal, que se apoya en el mismo Dios que no
puede engañ arse ni engañ ar; en su poder infinito que puede cambiar las realidades
terrenas con el mismo poder con que las creó de la nada.
Pero a lo largo de la historia de la Iglesia ha habido quienes negaron este misterio de
la transubstanciació n por falta de fe. Hasta el Siglo XI no hubo crisis de fe en el
misterio eucarístico.
Fue Berengario de Tours el primero que se atrevió a negar la conversió n eucarística
en 1046.

El Sínodo de Pistoia, siglo XVII calificaba de “cuestió n meramente escolá stica” y pedía
descartarla de la catequesis. Ciertamente este sínodo no fue aprobado por el Papa.
En el Siglo XX surgió una sutil opinió n de los modernistas que defendían que los
sacramentos estaban dirigidos solamente a despertar en la mente del hombre la
presencia siempre benéfica del Creador. Pero así no só lo se negaba la
transubstanciació n sino también la misma presencia real de Cristo en la eucaristía.
Fue Pío X en 1907 quien corrigió este error modernista en su Decreto “Lamentabili”.

Otros quieren ver só lo un símbolo y signo de la presencia espiritual (no real) de


Cristo. Pío XII corrigió este error en su Encíclica “Humani Generis” en 1950.
Hay quienes creen que se trata de una simple cena ritual, no de una presencia real. Es
un simple símbolo. Y dan un paso má s. Hay opiniones provenientes de teó logos de los
Países Bajos, Alemania y Austria que hablan de transfinalizació n, es decir, después de
las palabras de la consagració n, só lo habría un pan con un fin distinto, y de
transignificació n, es decir que después de la consagració n habría un pan con
significado distinto.
Fue Pablo VI, en 1968, quien hizo frente a estos errores y escribió la bellísima
encíclica sobre la eucaristía titulada “Mysterium Fidei”. Y en esta encíclica volvió a
recordar Pablo VI la doctrina tradicional de la eucaristía: la transubstanciació n.

Tratando de resumir los errores sobre la eucaristía diríamos:


- Es comida de pan solamente. No se acepta que haya habido un verdadero milagro: la
transubstanciació n. Nosotros, por el contrario, decimos con fe: la eucaristía es el
verdadero Pan del cielo, es el cuerpo y la sangre de Cristo, realmente presentes.
- No se acepta que Cristo esté realmente presente en la eucaristía, en los Sagrarios. Se
prefiere decir que es un símbolo o un signo, tal como la bandera es signo de la patria,
pero no es la patria, o la balanza es signo de la justicia, pero no es la justicia. Nosotros
proclamamos con fe: Cristo está realmente presente, humanidad y divinidad, en cada
Sagrario donde esté ese Pan consagrado, reservado para los enfermos y para
compañ ía de todos nosotros.
- Se prefiere decir que es presencia espiritual, no real. Só lo recibimos un efecto
espiritual pero no recibimos al mismo Dios. Es un pan má s, una cena ritual, pero no el
verdadero banquete. Nosotros afirmamos claramente: en la eucaristía recibimos al
mismo Jesucristo y É l nos asimila a nosotros y nosotros lo asimilamos a É l, en una
perfecta simbiosis.

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 41


Otro de los errores comunes de la eucaristía es negar el cará cter sacrificial de la santa
misa, es decir, negar que el pan y el vino se transforman substancialmente en el
cuerpo “ofrecido” y en la sangre “derramada” por Cristo, no só lo en el cuerpo y sangre.
Se prefiere hacer hincapié en el aspecto de banquete festivo. La Iglesia, y Juan Pablo II
en su encíclica sobre la eucaristía ha vuelto a resaltar el cará cter sacrificial de la
Eucaristía. Es banquete, sí, pero banquete sacrificial. Dice el papa en esta encíclica:
“Privado de su valor sacrificial, se vive como si no tuviera otro significado y valor que
el de un encuentro convival fraterno” (n. 10).Es cierto que sin fe en la omnipotencia de
Dios, en el poder de Dios, en Dios mismo, no se entiende la eucaristía. Si É l lo ha dicho,
esto es un milagro, es verdad, aunque nuestros sentidos nos engañ en. Pidamos
entonces fe. Y cantemos el famosísimo himno “Adoro devote”:“Te adoro devotamente,
oculta Verdad, que bajo estas formas está s en verdad escondida, a ti se someta todo mi
corazó n pues, al contemplarte, todo él desfallece.La vista, el gusto y el tacto en ti se
engañ an: só lo el oído es verdaderamente digno de fe; creo cuanto ha dicho el Hijo de
Dios, porque nada hay má s verdadero que la palabra de la verdad.Señ or Jesú s,
misericordioso pelícano, a mí, inmundo, límpiame con tu sangre,pues una sola gota de
ella podría salvaral mundo entero de todo pecado.Oh Jesú s, a quien contemplo ahora
oculto,¡cuá ndo se realizará lo que tanto deseo!:que, viéndote con el rostro
descubierto,sea dichoso al contemplar tu gloria. Amén”.

COMUNIDAD CATÓLICA “BODAS DE CANÁ”


Evangelización Matrimonial Carismática
COORDINACION NACIONAL

ESCUELA DE EVANGELIZACIÓN SAN JUAN PABLO II


CURSO:“LITURGIA”

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 42


Tema 3.- LA EUCARISTIA CORAZON DE LA LITURGIA
Segunda Parte

LAS PARTES DE LA MISA


Instrucción general del Misal Romano

La Misa consta de dos partes, a saber, la Liturgia de la Palabra y la Liturgia Eucarística.


Consta ademá s de algunos ritos que inician y concluyen la celebració n.

RITOS INICIALES.-
Los ritos que preceden a la Liturgia de la Palabra, es decir, la entrada, el saludo, el acto
penitencial, el Señ or, ten piedad, el Gloria y la colecta, tienen el cará cter de exordio, de
introducció n y de preparació n. La finalidad de ellos es hacer que los fieles reunidos en
la unidad construyan la comunió n y se dispongan debidamente a escuchar la Palabra
de Dios y a celebrar dignamente la Eucaristía.

Entrada.-
Estando el pueblo reunido, cuando avanza el sacerdote con el diá cono y con los
ministros, se da comienzo al canto de entrada. La finalidad de este canto es abrir la
celebració n, promover la unió n de quienes se está n congregados e introducir su
espíritu en el misterio del tiempo litú rgico o de la festividad, así como acompañ ar la
procesió n del sacerdote y los ministros.

Saludo.-
Cuando llegan al presbiterio, el sacerdote, el diá cono y los ministros saludan al altar
con una inclinació n profunda. Sin embargo, como signo de veneració n, el sacerdote y
el diá cono besan el altar; y el sacerdote, segú n las circunstancias, inciensa la cruz y el
altar. Concluido el canto de entrada, el sacerdote de pie, en la sede, se signa
juntamente con toda la asamblea con la señ al de la cruz; después, por medio del
saludo, expresa a la comunidad reunida la presencia del Señ or. Con este saludo y con
la respuesta del pueblo se manifiesta el misterio de la Iglesia congregada.

Acto penitencial.-
Después el sacerdote invita al acto penitencial que, tras una breve pausa de silencio, se
lleva a cabo por medio de la fó rmula de la confesió n general de toda la comunidad, y
se concluye con la absolució n del sacerdote que, no obstante, carece de la eficacia del
sacramento de la Penitencia.

Señor, ten piedad.-


Después del acto penitencial, se tiene siempre el Señ or, ten piedad, a no ser que quizá s
haya tenido lugar ya en el mismo acto penitencial.

Gloria.-

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 43


El Gloria es un himno antiquísimo y venerable con el que la Iglesia, congregada en el
Espíritu Santo, glorifica a Dios Padre y glorifica y le suplica al Cordero.

Colecta.-
En seguida, el sacerdote invita al pueblo a orar, y todos, juntamente con el sacerdote,
guardan un momento de silencio para hacerse conscientes de que está n en la
presencia de Dios y puedan formular en su espíritu sus deseos. Entonces el sacerdote
dice la oració n que suele llamarse «colecta» y por la cual se expresa el cará cter de la
celebració n.

LITURGIA DE LA PALABRA.-
La parte principal de la Liturgia de la Palabra la constituyen las lecturas tomadas de la
Sagrada Escritura, junto con los cá nticos que se intercalan entre ellas; y la homilía, la
profesió n de fe y la oració n universal u oració n de los fieles, la desarrollan y la
concluyen.

Lecturas bíblicas.-
Por las lecturas se prepara para los fieles la mesa de la Palabra de Dios y abren para
ellos los tesoros de la Biblia. La lectura del Evangelio constituye la cumbre de la
Liturgia de la Palabra. La Liturgia misma enseñ a que debe tributá rsele suma
veneració n, cuando la distingue entre las otras lecturas con especial honor, sea por
parte del ministro delegado para anunciarlo y por la bendició n o la oració n con que se
prepara; sea por parte de los fieles, que con sus aclamaciones reconocen y profesan
la presencia de Cristo que les habla, y escuchan de pie la lectura misma; sea por
los mismos signos de veneració n que se tributan al Evangeliario.

Después de la primera lectura, sigue el salmo responsorial, que es parte integral de la


Liturgia de la Palabra y en sí mismo tiene gran importancia litú rgica y pastoral, ya que
favorece la meditació n de la Palabra de Dios. Después de la lectura, que precede
inmediatamente al Evangelio, se canta el Aleluya u otro canto determinado por las
rú bricas, segú n lo pida el tiempo litú rgico. Esta aclamació n constituye por sí misma un
rito, o bien un acto, por el que la asamblea de los fieles acoge y saluda al Señ or, quien
le hablará en el Evangelio, y en la cual profesa su fe con el canto.

Homilía.-
La homilía es parte de la Liturgia y es muy recomendada, pues es necesaria para
alimentar la vida cristiana. Conviene que sea una explicació n o de algú n aspecto de las
lecturas de la Sagrada Escritura, o de otro texto del Ordinario, o del Propio de la Misa
del día, teniendo en cuenta, sea el misterio que se celebra, sean las necesidades
particulares de los oyentes. (Los domingos y las fiestas del precepto debe tenerse la
homilía en todas las Misas que se celebran con asistencia del pueblo y no puede
omitirse sin causa grave, por otra parte, se recomienda tenerla todos días
especialmente en las ferias de Adviento, Cuaresma y durante el tiempo pascual, así

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 44


como también en otras fiestas y ocasiones en que el pueblo acude numeroso a la
Iglesia).

Profesión de fe.-
El Símbolo o Profesió n de Fe, se orienta a que todo el pueblo reunido responda a la
Palabra de Dios anunciada en las lecturas de la Sagrada Escritura y explicada por la
homilía. Y para que sea proclamado como regla de fe, mediante una fó rmula aprobada
para el uso litú rgico, que recuerde, confiese y manifieste los grandes misterios de la fe,
antes de comenzar su celebració n en la Eucaristía.

Oración universal.-
En la oració n universal, u oració n de los fieles, el pueblo responde en cierto modo a la
Palabra de Dios recibida en la fe y, ejercitando el oficio de su sacerdocio bautismal,
ofrece sú plicas a Dios por la salvació n de todos.

LITURGIA EUCARÍSTICA.-
En la ú ltima Cena, Cristo instituyó el sacrificio y el banquete pascuales. Por estos
misterios el sacrificio de la cruz se hace continuamente presente en la Iglesia, cuando
el sacerdote, representando a Cristo Señ or, realiza lo mismo que el Señ or hizo y
encomendó a sus discípulos que hicieran en memoria de É l. Cristo, pues, tomó el pan y
el cá liz, dio gracias, partió el pan, y los dio a sus discípulos, diciendo: Tomad, comed,
bebed; esto es mi Cuerpo; éste es el cá liz de mi Sangre. Haced esto en conmemoració n
mía.

Por eso, la Iglesia ha ordenado toda la celebració n de la Liturgia Eucarística con estas
partes que responden a las palabras y a las acciones de Cristo, a saber:
1) En la preparació n de los dones se llevan al altar el pan y el vino con agua, es
decir, los mismos elementos que Cristo tomó en sus manos.
2) En la Plegaria Eucarística se dan gracias a Dios por toda la obra de la
salvació n y las ofrendas se convierten en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo.
3) Por la fracció n del pan y por la Comunió n, los fieles, aunque sean muchos,
reciben de un ú nico pan el Cuerpo, y de un ú nico cá liz la Sangre del Señ or, del
mismo modo como los Apó stoles lo recibieron de las manos del mismo Cristo.

Preparación de los dones:


Al comienzo de la Liturgia Eucarística se llevan al altar los dones que se convertirá n
en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo. En primer lugar se prepara el altar, o mesa del
Señ or, que es el centro de toda la Liturgia Eucarística, y en él se colocan el corporal, el
purificador, el misal y el cá liz, cuando éste no se prepara en la credencia. En seguida se
traen las ofrendas: el pan y el vino, que es laudable que sean presentados por los
fieles. Cuando las ofrendas son traídas por los fieles, el sacerdote o el diá cono las
reciben en un lugar apropiado y son ellos quienes las llevan al altar. Aunque los fieles
ya no traigan, de los suyos, el pan y el vino destinados para la liturgia, como se hacía

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 45


antiguamente, sin embargo el rito de presentarlos conserva su fuerza y su significado
espiritual.

Depositadas las ofrendas y concluidos los ritos que las acompañ an, con la invitació n a
orar junto con el sacerdote, y con la oració n sobre las ofrendas, se concluye la
preparació n de los dones y se prepara la Plegaria Eucarística.

Plegaria Eucarística:
En este momento comienza el centro y la cumbre de toda la celebració n, esto es, la
Plegaria Eucarística, que ciertamente es una oració n de acció n de gracias y de
santificació n. La Plegaria Eucarística exige que todos la escuchen con reverencia y con
silencio.

Los principales elementos de que consta la Plegaria Eucarística pueden distinguirse de


esta manera:
a) Acción de gracias (que se expresa especialmente en el Prefacio), en la cual
el sacerdote, en nombre de todo el pueblo santo, glorifica a Dios Padre de ella,
de acuerdo con la índole del día, de la fiesta o del tiempo litú rgico.
b) Aclamación: con la cual toda la asamblea, uniéndose a los coros celestiales,
canta el Santo. Esta aclamació n, que es parte de la misma Plegaria Eucarística,
es proclamada por todo el pueblo juntamente con el sacerdote.
c) Epíclesis: con la cual la Iglesia, por medio de invocaciones especiales,
implora la fuerza del Espíritu Santo para que los dones ofrecidos por los
hombres sean consagrados, es decir, se conviertan en el Cuerpo y en la Sangre
de Cristo, y para que la víctima inmaculada que se va a recibir en la Comunió n
sirva para la salvació n de quienes van a participar en ella.
d) Narració n de la institució n y consagració n: por las palabras y por las
acciones de Cristo se lleva a cabo el sacrificio que el mismo Cristo instituyó en
la ú ltima Cena, cuando ofreció su Cuerpo y su Sangre bajo las especies de pan y
vino, y los dio a los Apó stoles para que comieran y bebieran, dejá ndoles el
mandato de perpetuar el mismo misterio.
e) Aná mnesis: por la cual la Iglesia, al cumplir el mandato que recibió de Cristo
por medio de los Apó stoles, realiza el memorial del mismo Cristo, renovando
principalmente su bienaventurada pasió n, su gloriosa resurrecció n y su
ascensió n al cielo.
f) Oblació n: por la cual, en este mismo memorial, la Iglesia, principalmente la
que se encuentra congregada aquí y ahora, ofrece al Padre en el Espíritu Santo
la víctima inmaculada. La Iglesia, por su parte, pretende que los fieles, no só lo
ofrezcan la víctima inmaculada, sino que también aprendan a ofrecerse a sí
mismos, y día a día se perfeccionen, por la mediació n de Cristo, en la unidad
con Dios y entre ellos, para que finalmente, Dios sea todo en todos.
g) Intercesiones: por las cuales se expresa que la Eucaristía se celebra en
comunió n con toda la Iglesia, tanto con la del cielo, como con la de la tierra; y
que la oblació n se ofrece por ella misma y por todos sus miembros, vivos y

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 46


difuntos, llamados a participar de la redenció n y de la salvació n adquiridas por
el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
h) Doxología final: por la cual se expresa la glorificació n de Dios, que es
afirmada y concluida con la aclamació n Amén del pueblo.

Rito de la comunión
Puesto que la celebració n eucarística es el banquete pascual, conviene que, segú n el
mandato del Señ or, su Cuerpo y su Sangre sean recibidos como alimento espiritual por
los fieles debidamente dispuestos. A esto tienden la fracció n y los demá s ritos
preparatorios, con los que los fieles son conducidos inmediatamente a la Comunió n.

Oración del Señor


En la Oració n del Señ or se pide el pan de cada día, que para los cristianos indica
principalmente el pan eucarístico, y se implora la purificació n de los pecados, de modo
que, en realidad, las cosas santas se den a los santos.

Rito de la paz
Sigue el rito de la paz, con el que la Iglesia implora la paz y la unidad para sí misma y
para toda la familia humana, y con el que los fieles se expresan la comunió n eclesial y
la mutua caridad, antes de la comunió n sacramental.

Fracción del Pan


El sacerdote parte el pan eucarístico, con la ayuda, si es del caso, del diá cono o de un
concelebrante. El gesto de la fracció n del Pan realizado por Cristo en la Ú ltima Cena,
que en el tiempo apostó lico designó a toda la acció n eucarística, significa que los fieles
siendo muchos, en la Comunió n de un solo Pan de vida, que es Cristo muerto y
resucitado para la salvació n del mundo, forman un solo cuerpo (1Co 10, 17).

Comunión
El sacerdote se prepara para recibir fructuosamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo
con una oració n en secreto. Los fieles hacen lo mismo orando en silencio. Después el
sacerdote muestra a los fieles el Pan Eucarístico sobre la patena o sobre el cá liz y los
invita al banquete de Cristo; ademá s, juntamente con los fieles, pronuncia un acto de
humildad, usando las palabras evangélicas prescritas.

Es muy de desear que los fieles, como está obligado a hacerlo también el mismo
sacerdote, reciban el Cuerpo del Señ or de las hostias consagradas en esa misma Misa,
y en los casos previstos, participen del cá liz, para que aú n por los signos aparezca
mejor que la Comunió n es una participació n en el sacrificio que entonces mismo se
está celebrando.

Mientras el sacerdote toma el Sacramento, se inicia el canto de Comunió n, que debe


expresar, por la unió n de las voces, la unió n espiritual de quienes comulgan,

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 47


manifestar el gozo del corazó n y esclarecer mejor la índole «comunitaria» de la
procesió n para recibir la Eucaristía.

Terminada la distribució n de la Comunió n, si resulta oportuno, el sacerdote y los fieles


oran en silencio por algú n intervalo de tiempo. Si se quiere, la asamblea entera
también puede cantar un salmo u otro canto de alabanza o un himno.

Para terminar la sú plica del pueblo de Dios y también para concluir todo el rito de la
Comunió n, el sacerdote dice la oració n después de la Comunió n, en la que se suplican
los frutos del misterio celebrado.

RITO DE CONCLUSIÓN
Al rito de conclusió n pertenecen:
a) Breves avisos, si fuere necesario.
b) El saludo y la bendició n del sacerdote, que en algunos días y ocasiones se enriquece
y se expresa con la oració n sobre el pueblo o con otra fó rmula má s solemne.
c) La despedida del pueblo, por parte del diá cono o del sacerdote, para que cada uno
regrese a su bien obrar, alabando y bendiciendo a Dios.
d) El beso del altar por parte del sacerdote y del diá cono y después la inclinació n
profunda al altar de parte del sacerdote, del diá cono y de los demá s ministros.

COMUNIDAD CATÓLICA “BODAS DE CANÁ”


Evangelización Matrimonial Carismática
COORDINACION NACIONAL

ESCUELA DE EVANGELIZACIÓN SAN JUAN PABLO II


CURSO:“LITURGIA”

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 48


Tema 4.- EL AÑO LITURGICO

Se llama Añ o Litú rgico o añ o cristiano al tiempo que media entre las primeras vísperas
de Adviento y la hora nona de la ú ltima semana del tiempo ordinario, durante el cual
la Iglesia celebra el entero misterio de Cristo, desde su nacimiento hasta su ú ltima y
definitiva venida, llamada la Parusía. Por tanto, el añ o litú rgico es una realidad
salvífica, es decir, recorriéndolo con fe y amor, Dios sale a nuestro paso ofreciéndonos
la salvació n a través de su Hijo Jesucristo, ú nico Mediador entre Dios y los hombres.

En la carta apostó lica del papa Juan Pablo II con motivo del cuadragésimo aniversario
de la constitució n conciliar sobre la Sagrada Liturgia, del 4 de diciembre de 2003, nos
dice que el añ o litú rgico es “camino a través del cual la Iglesia hace memoria del
misterio pascual de Cristo y lo revive” (n.3).

El Añ o Litú rgico tiene dos funciones o finalidades:


a) Una finalidad catequética: quiere enseñ arnos los varios misterios de
Cristo: Navidad, Epifanía, Muerte, Resurrecció n, Ascensió n, etc. El añ o litú rgico
celebra el misterio de la salvació n en las sucesivas etapas del misterio del amor
de Dios, cumplido en Cristo.
b) Una finalidad salvífica: es decir, en cada momento del añ o litú rgico se nos
otorga la gracia especifica de ese misterio que vivimos: la gracia de la
esperanza cristiana y la conversió n del corazó n para el Adviento; la gracia del
gozo íntimo de la salvació n en la Navidad; la gracia de la penitencia y la
conversió n en la Cuaresma; el triunfo de Cristo sobre el pecado y la muerte en
la Pascua; el coraje y la valentía el día de Pentecostés para salir a evangelizar, la
gracia de la esperanza serena, de la honestidad en la vida de cada día y la
donació n al pró jimo en el Tiempo Ordinario, etc. Nos apropiamos los frutos que
nos trae aquí y ahora Cristo para nuestra salvació n y progreso en la santidad y
nos prepara para su venida gloriosa o Parusía.

En lenguaje má s simple: el Añ o Litú rgico honra religiosamente los aniversarios de los


hechos histó ricos de nuestra salvació n, ofrecidos por Dios, para actualizarlos y
convertirlos, bajo la acció n del Espíritu Santo, en fuente de gracia divina, aliento y
fuerza para nosotros:

En Navidad Se conmemora el nacimiento de Jesú s en la Iglesia, en el mundo y en


nuestro corazó n, trayéndonos una vez má s la salvació n, la paz, el amor que trajo hace
má s de dos mil añ os. Nos apropiamos de los mismos efectos salvíficos, en la fe y desde
la fe. Basta tener el alma bien limpia y purificada, como nos recomendaba san Juan
Bautista durante el Adviento.

En la Pascua Se conmemora la pasió n, muerte y resurrecció n de Jesú s, sacá ndonos de


las tinieblas del pecado a la claridad de la luz. Y nosotros mismos morimos junto con

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 49


É l, para resucitar a una nueva vida, llena de entusiasmo y gozo, de fe y confianza,
comprometida en el apostolado.

En Pentecostés Se conmemora la venida del Espíritu Santo, para santificar, guiar y


fortalecer a su Iglesia y a cada uno de nosotros. Vuelva a renovar en nosotros el ansia
misionera y nos lanza a llevar el mensaje de Cristo con la valentía y arrojo de los
primeros apó stoles y discípulos de Jesú s.

Gracias al Añ o Litú rgico, las aguas de la redenció n nos cubren, nos limpian, nos
refrescan, nos sanan, nos curan, aquí y ahora. Continuamente nos estamos bañ ando en
las fuentes de la salvació n. Y esto se logra a través de los sacramentos. Es en ellos
donde celebramos y actualizamos el misterio de Cristo. Los sacramentos son los
canales, a través de los cuales Dios nos da a sorber el agua viva y refrescante de la
salvació n que brota del costado abierto de Cristo.

Podemos decir en verdad que cada día, cada semana, cada mes vienen santificados con
las celebraciones del Añ o Litú rgico. De esta manera los días y meses de un cristiano no
pueden ser tristes, monó tonos, anodinos, como si no pasara nada. Al contrario, cada
día pasa la corriente de agua viva que mana del costado abierto del Salvador. Quien se
acerca y bebe, recibe la salvació n y la vida divina, y la alegría y el jú bilo de la
verdadera liberació n interior.

El Año Litúrgico, ¿cuántos ciclos tiene?


Tiene dos:
Ciclo temporal cristoló gico: en torno a Cristo.
Ciclo santoral: dedicado a la Virgen y los santos.

A su vez, el ciclo temporal cristoló gico tiene dos ciclos:


El ciclo de Navidad, que comienza con el tiempo de Adviento y culmina con la
Epifanía.
El ciclo Pascual, que se inicia con el miércoles de ceniza, Cuaresma, Semana
Santa, Triduo Pascual y culmina con el domingo de Pentecostés

El ciclo de Navidad: comienza a finales de noviembre o principio de diciembre,


y comprende: Adviento, Navidad, Epifanía.

Adviento: tiempo de alegre espera, pues llega el Señ or. Las grandes figuras del
Adviento son: Isaías, Juan el Bautista y María. Isaías nos llena de esperanza en la
venida de Cristo, que nos traerá la paz y la salvació n. San Juan Bautista nos invita a la
penitencia y al cambio de vida para poder recibir en el alma, ya purificada y limpia, al
Salvador. Y María, que espera, prepara y realiza el Adviento, y es para nosotros
ejemplo de esa fe, esperanza y disponibilidad al plan de Dios en la vida. En el
hemisferio sur sintoniza bien el Adviento, pues el trabajador espera el aguinaldo, el
estudiante espera los buenos resultados de su añ o escolar, la familia espera las

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 50


vacaciones, el comerciante espera el balance, todos esperamos el añ o nuevo... es
tiempo y mes de espera. Y ademá s, estamos en pleno mes de María. ¿Qué color se usa
en el Adviento? Morado, color austero, contenido, que invita a la reflexió n y a la
meditació n del misterio que celebraremos en la Navidad. No se dice ni se canta el
Gloria, estamos en expectació n, no en tiempo de jú bilo. Durante el Adviento se
confecciona una corona de Adviento; corona de ramos de pino, símbolo de vida, con
cuatro velas (los cuatro domingos de Adviento), que simbolizan nuestro caminar hacia
el pesebre, donde está la Luz, que es Cristo; indica también nuestro crecimiento en la
fe, luz de nuestros corazones; y con la luz crece la alegría y el calor por la venida de
Cristo, Luz y Amor.

Navidad: comienza el 24 de diciembre en la noche, con la misa de Gallo y dura hasta el


Bautismo de Jesú s inclusive. En Navidad todo es alegría, jú bilo; por eso el color que
usa el sacerdote es el blanco o dorado, de fiesta y de alegría. Jesú s niñ o sonríe y
bendice a la humanidad, y conmueve a los Reyes y a las naciones. Sin embargo, ya
desde su nacimiento, Jesú s está marcado por la cruz, pues es perseguido; Herodes
manda matar a los niñ os inocentes, la familia de Jesú s tiene que huir a Egipto. Pero É l
sigue siendo la luz verdadera que ilumina a todo hombre.

Epifanía: el día de Reyes es la fiesta de la manifestació n y revelació n de Dios como luz


de todos los pueblos, en la persona de esos reyes de Oriente. Cristo ha venido para
todos: Oriente y Occidente, Norte y Sur, Este y Oeste; pobres y ricos; adultos y niñ os;
enfermos y sanos, sabios e ignorantes.

El ciclo Pascual comprende Cuaresma, Semana Santa, Triduo Pascual, y Tiempo


Pascual.

Cuaresma: es tiempo de conversió n, de oració n, de penitencia y de limosna. No se


dice ni se canta el Gloria ni el Aleluya. Estos himnos de alegría quedan guardados en el
corazó n para el tiempo pascual. Se aconseja rezar el Via Crucis cada día o, al menos,
los viernes, para unirnos a la pasió n del Señ or y en reparació n de los pecados.

Semana Santa y Triduo Pascual: tiempo para acompañ ar y unirnos a Cristo sufriente
que sube a Jerusalén para ser condenado y morir por nosotros. Es tiempo para leer la
pasió n de Cristo, descrita por los Evangelios, y así ir sintonizando con los mismos
sentimientos de Cristo Jesú s, adentrarnos en su corazó n y acompañ arle en su dolor,
pidiéndole perdó n por nuestros pecados. Estos días no son días para ir a playas ni a
diversiones mundanas. Es una Semana Santa para vivirla en nuestras iglesias, junto a
la comunidad cristiana, participando de los oficios divinos, rezando y meditando los
misterios de nuestra salvació n: Cristo sufre, padece y muere por nosotros para
salvarnos y reconciliarnos con su Padre y así ganarnos el cielo que estaba cerrado, por
culpa del pecado, de nuestro pecado.

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 51


Tiempo Pascual: tiempo para celebrar con gozo y alegría profunda la resurrecció n y
el tiempo del Señ or. Es la victoria de Cristo sobre la muerte, el odio, el pecado. Dura
siete semanas; dentro de este tiempo se celebra la Ascensió n, donde regresa Cristo a
la casa del Padre, para dar cuenta de su misió n cumplida y recibir del Padre el premio
de su fidelidad. En Pentecostés, la Iglesia sale y se hace misionera, llevando el mensaje
de Cristo por todo el mundo.

El ciclo Santoral está dedicado a la Virgen y a los santos:


Cada uno de los Santos es una obra maestra de la gracia del Espíritu Santo. Así dijo el
papa Juan XXIII en la alocució n del 5 de junio de 1960. Por eso, celebrar a un santo es
celebrar el poder y el amor de Dios, manifestados en esa creatura.

Los santos ya consiguieron lo que nosotros deseamos. Este culto es grato a Dios, pues
reconocemos lo que É l ha hecho con estos hombres y mujeres que se prestaron a su
gracia. “Los santos, –dirá san Atanasio- mientras vivían en este mundo, estaban
siempre alegres, como si siempre estuvieran celebrando la Pascua” (Carta 14).

Este culto también es ú til a nosotros, pues será n intercesores nuestros en el cielo, para
implorar los beneficios de Dios por Cristo. Son bienhechores, amigos y coherederos
del Cielo. Así lo expresó san Bernardo: “Los santos no necesitan de nuestros honores,
ni les añ ade nada nuestra devoció n. La veneració n de su memoria redunda en
provecho nuestro, no suyo. Por lo que a mí respecta, confieso que, al pensar en ellos,
se enciende en mí un fuerte deseo” (Sermó n 2).

Tenemos que venerarlos, amarlos y agradecer a Dios lo que por ellos nos viene de
Dios. Son para nosotros modelos a imitar. Si ellos han podido, ¿por qué nosotros no
vamos a poder, con la ayuda de Dios?

Sobre todos los santos sobresale la Virgen, a quien tenemos que honrar con culto de
especial veneració n, por ser la Madre de Dios. Ella es la que mejor ha imitado a su Hijo
Jesucristo. Ademá s, Cristo, antes de morir en la cruz, nos la ha regalado como Madre.

COMUNIDAD CATÓLICA “BODAS DE CANÁ”


Evangelización Matrimonial Carismática
COORDINACION NACIONAL

ESCUELA DE EVANGELIZACIÓN SAN JUAN PABLO II


CURSO:“LITURGIA”

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 52


Tema 5.- LITURGIA DE LAS HORAS

Es una plegaria litú rgica, oficial, que vincula en la misma plegaria a todos los fieles de
todos los lugares.

La Instrucció n General de la sagrada Congregació n para el Culto Divino de 1971, en su


nú mero 12 nos dice: “La Liturgia de las Horas extiende a los varios momentos del día
las alabanzas y acciones de gracias, igualmente que la memoria de los misterios de la
salvació n, los ruegos y la pregustació n de la gloria celestial que se nos ofrecen en el
Misterio eucarístico que es el centro y la cumbre de toda la vida de la comunidad
cristiana. Ademá s, la misma celebració n eucarística se prepara ó ptimamente por la
Liturgia de las Horas, ya que las disposiciones para la fructuosa celebració n de la
eucaristía, como son la fe, la esperanza, la caridad, la devoció n y el espíritu de
sacrificio, adecuadamente se excitan y crecen en ella”.

El papa Juan Pablo II en su carta apostó lica del 4 de diciembre de 2003, con motivo del
cuadragésimo aniversario de la Constitució n conciliar sobre la Sagrada Liturgia nos
dice lo siguiente: “Es importante introducir a los fieles en la celebració n de la Liturgia
de las Horas, que, como oració n pú blica de la Iglesia, es fuente de piedad y alimento de
la oració n personal. No es una acció n individual o privada, sino que pertenece a todo
el cuerpo de la Iglesia...Por tanto, cuando los fieles son convocados y se reú nen para la
Liturgia de las Horas, uniendo sus corazones y sus voces, visibilizan a la Iglesia, que
celebra el misterio de Cristo. Esta atenció n privilegiada a la oració n litú rgica no está
en contraposició n con la oració n personal; al contrario, la supone y exige, y se
armoniza muy bien con otras formas de oració n comunitaria, sobre todo si han sido
reconocidas y recomendadas por la autoridad eclesial” (14).

¿Qué es la Liturgia de las Horas?


Es el resultado de un proceso por el cual aquella doble exhortació n del Señ or Jesú s a la
oració n y a la oració n comunitaria se va estructurando en una serie de sú plicas que,
distribuidas a lo largo de cada jornada, impregnan todo el día. Germen de esto lo
podemos encontrar en la primitiva comunidad cristiana que se reunía para la oració n
(cf Hech. 2, 42). 46).

Ciertamente no es una oració n cualquiera. Es, má s bien, una plegaria litú rgica, oficial,
que vincula en la misma plegaria a todos los fieles de todos los lugares, por lo que se
realiza aquello de que, aunque sea una multitud dispersa a través del mundo, “tiene un
solo corazó n y una sola alma” (Hech. 4, 32) y busca tener también una sola voz,
uniéndose en las mismas palabras. “De esta manera las oraciones hechas en comú n
poco a poco se ordenaron como una serie definida de “horas” (o momentos). Esta
Liturgia de las Horas u Oficio Divino, enriquecido por las lecturas, es, sobre todo,
oració n de alabanza y de sú plica y también oració n de la Iglesia con Cristo y a Cristo”
(Instrucció n General, n. 2).

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 53


Por esto podemos comprender que la Liturgia de las Horas es una nueva manera de
ejercicio de la participació n del sacerdocio de Cristo, por lo que constituye un derecho
de todo bautizado y una dignidad de la que nadie debería sentirse al margen. Y por
eso, hay que desterrar definitivamente la idea de que esta Liturgia de las Horas sea
tarea que compete só lo a los sacerdotes y a los religiosos y religiosas de especial
consagració n.

Todo el pueblo de Dios está llamado a tomar parte en ella. Por lo que la constitució n
conciliar sobre la Sagrada Liturgia expresa: “Se recomienda a los laicos que recen el
Oficio Divino o con los sacerdotes o reunidos entre sí e incluso en particular”(n. 100).
Y unos nú meros atrá s nos decía la misma constitució n conciliar: “La funció n
sacerdotal de Jesucristo se prolonga a través de su Iglesia que sin cesar alaba al Señ or
e intercede por la salvació n de todo el mundo no só lo celebrando la eucaristía, sino
también de otras maneras, principalmente recitando el Oficio Divino”(n. 83).

Estructura actual de la Liturgia de las Horas


La estructura concreta se realiza mediante una serie de oraciones, que señ alan,
consagran, santifican diversos momentos del día.

En el fondo de la estructura subyace todavía la clá sica manera antigua de computar las
horas que, en comparació n con la actual, nuestra, va de tres en tres horas. Así
primitivamente y, sobre todo, en los monasterios, el Oficio Divino comprendía ocho
momentos de oració n en el transcurso de cada jornada (8 por 3 = 24 horas).

A propó sito de lo cual, resulta positivo incluso para nosotros, hombres del siglo XXI,
recordar las palabras de san Juan Crisó stomo, que no han perdido actualidad: “Porque
somos hombres, nos relajamos y distraemos fá cilmente. Por eso, cuando una hora, o
dos o tres después de tu plegaria, te das cuenta de que tu primer fervor se ha
entibiado, recurre lo má s pronto posible a la oració n y enciende de nuevo tu espíritu
que se enfría. Si haces esto durante todo el día, encendiéndote a ti mismo por
frecuentes plegarias no dará s ocasió n al demonio para tentarte o para que entre
dentro de tus pensamientos”.
Y ya mucho antes de san Juan Crisó stomo, las Constituciones Apostó licas del siglo II-
III recomendaban a los cristianos: “Debéis orar por la mañ ana, a la hora tercia, sexta,
nona, a la tarde y al canto del gallo”.

La actual estructura de la Liturgia de las Horas comprende estas horas:


- Oració n de la mañ ana, al levantarse: Laudes.
- Oració n hacia las nueve de la mañ ana: Hora Tercia.
- Oració n del mediodía: Hora Sexta.
- Oració n hacia las tres de la tarde: Hora Nona.
- Oració n al finalizar las tareas, de las seis a las ocho de la tarde: Vísperas

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 54


- Una oració n, que actualmente puede ubicarse en cualquier momento de la
jornada: Oficio de lectura.
- Y, finalmente, una oració n inmediatamente antes del reposo nocturno:
Completas.

Son, pues, siete momentos de oració n en el transcurso de cada jornada, segú n aquello
del salmo: “Siete veces al día te alabo por tus justos juicios” (Salmo 119, 164). De esos
siete momentos hay dos que son principales y se consideran como “quicios” o ejes de
toda la Liturgia de las Horas: Laudes y Vísperas.

El contenido de las “Horas”


Consta de:
- Un himno inicial que –poéticamente- nos ubica en el momento propio en que se
hace la plegaria.
- Tres salmos.
- Una lectura bíblica: extensa en el “Oficio de Lecturas”, menos extensa en las
restantes horas.
- Oració n de intenciones en Laudes y Vísperas.
- Oració n conclusiva.

En el “Oficio de Lecturas” hay, ademá s, una segunda lectura má s o menos extensa,


referida a diversos temas y tomada de los Santos Padres o de los Santos festejados.

Ademá s, en el oficio de “Completas”, antes de acostarse, se añ ade, al comienzo, un


examen de conciencia y un acto penitencial. Como término obvio al final de la jornada,
ademá s de dar gracias al Señ or por todos sus dones y lo bueno que hemos podido
realizar con ellos, no podemos eludir la necesidad de pedir perdó n por nuestras faltas.

Quiero terminar esta pregunta, valorando una vez má s la Liturgia de las Horas. Esta
Liturgia brota de la esencia misma de la Iglesia que es comunidad orante por
excelencia y que busca tributar a Dios aquella “adoració n en espíritu y en verdad” de
que Jesú s habla a la samaritana (cf Jn 4, 23); y que intercede constantemente por la
salvació n de los hombres todos, en unió n con Jesú s, que rogó tan insistentemente por
ella.
Con la Liturgia de las Horas nos asociamos, desde la tierra, al himno que los á ngeles y
los santos tributan para siempre a Dios en la gloria y por mismo se convierte en algo
así como un “adelanto del cielo”. Con razó n dice sobre esto la Instrucció n propia: “Con
la alabanza ofrecida a Dios en la Liturgia de las Horas, la Iglesia se asocia al canto de
alabanza que, en el cielo, se canta sin cesar; y así pregusta aquella alabanza celestial
descrita por Juan en el Apocalipsis que resuena siempre ante el trono de Dios y del
Cordero” (n. 16).

Por eso, la Liturgia de las Horas es fuente de grande gozo. Como que en ella, ademá s, la
Iglesia asume “los deseos de todos los cristianos e intercede por la salvació n de todo el

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 55


mundo ante Cristo y, por él, ante el Padre” (n. 17). De esta manera, la Liturgia de las
Horas no es só lo medio de santificació n personal (n. 14), sino también eficaz
instrumento de fecundidad apostó lica.

Termino esta pregunta recomendando vivamente a todos los laicos a que acepten la
cá lida invitació n que ha hecho Dios, a través del Concilio Vaticano II, y se vayan
poniendo en contacto con este Oficio divino que les abrirá , como la misa, una nueva y
copiosa fuente de vida cristiana. Quien aprende a gustar esta Liturgia nunca má s la
abandonará .

COMUNIDAD CATÓLICA “BODAS DE CANÁ”


Evangelización Matrimonial Carismática
COORDINACION NACIONAL

ESCUELA DE EVANGELIZACIÓN SAN JUAN PABLO II


CURSO:“LITURGIA”

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 56


TEMA 6.- FUNCIONES MINISTERIALES EN LA LITURGIA – EUCARISTÍA
Primera Parte

Del misterio de la Iglesia nace la llamada dirigida a todos los miembros del Cuerpo
místico para que participen activamente en la misió n y edificació n del Pueblo de Dios
en una comunió n orgá nica, segú n los diversos ministerios y carismas. El eco de tal
llamada se ha sentido constantemente en los documentos del Magisterio, sobre todo
del Concilio Ecuménico Vaticano II en adelante. En particular en las ú ltimas tres
Asambleas generales ordinarias del Sínodo de los Obispos, se ha reafirmado la
identidad, en la comú n dignidad y diversidad de funciones propias, de los fieles laicos,
de los sagrados ministros y de los consagrados, y se ha estimulado a todos los fieles a
edificar la Iglesia colaborando en comunió n para la salvació n del mundo.

Es necesario tener presente la urgencia y la importancia de la acció n apostó lica de los


fieles laicos en el presente y en el futuro de la evangelizació n. La Iglesia no puede
prescindir de esta obra, porque le es connatural, en cuanto Pueblo de Dios, y porque
tiene necesidad de ella para realizar la propia misió n evangelizadora.

La llamada a la participació n activa de todos los fieles a la misió n de la Iglesia no ha


sido desatendida. El Sínodo de los Obispos del 1987 ha constatado « como el Espíritu
ha continuado a rejuvenecer la Iglesia suscitando nuevas energías de santidad y de
participació n en tantos fieles laicos. Esto es testimoniado, entre otras cosas, por el
nuevo estilo de colaboració n entre sacerdotes, religiosos y fieles laicos; por la
participació n activa en la liturgia, en el anuncio de la Palabra de Dios y en la
catequesis; por los mú ltiples servicios y tareas confiadas a los fieles laicos y por ellos
asumidas; por el fresco florecer de grupos, asociaciones y movimientos de
espiritualidad y de compromiso laical; por la participació n má s amplia y significativa
de las mujeres en la vida de la Iglesia y en el desarrollo de la sociedad ». De igual modo
en la preparació n del Sínodo de los Obispos del 1994 sobre la vida consagrada se ha
encontrado « en todas partes un deseo sincero de instaurar auténticas relaciones de
comunió n y de colaboració n entre Obispos, institutos de vida consagrada, clero
secular y laicos ». En la sucesiva Exhortació n Apostó lica post-sinodal, el Sumo
Pontífice confirma el aporte específico de la vida consagrada a la misió n y edificació n
de la Iglesia.

Se tiene, en efecto, una colaboració n de todos los fieles en los dos á mbitos de la misió n
de la Iglesia, sea en aquel espiritual de llevar el mensaje de Cristo y de su gracia a los
hombres, sea en aquel temporal de permear y perfeccionar el orden de las realidades
seculares con el espíritu evangélico. Especialmente en el primer á mbito —
evangelizació n y santificació n— « el apostolado de los laicos y el ministerio pastoral
se completan mutuamente ». En él, los fieles laicos, de ambos sexos, tienen
innumerables ocasiones de hacerse activos, con el coherente testimonio de vida
personal, familiar y social, con el anuncio y la condivisió n del evangelio de Cristo en

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 57


todo ambiente y con el compromiso de enuclear, defender y rectamente aplicar los
principios cristianos a los problemas actuales. En particular los Pastores son invitados
« a reconocer y promover los ministerios, los oficios y las funciones de los fieles laicos,
que tienen su fundamento sacramental en el Bautismo y en la Confirmació n, y ademá s,
para muchos de ellos, en el Matrimonio.

En realidad la vida de la Iglesia, en este campo, ha conocido, sobre todo después del
notable impulso dado por el Concilio Vaticano II y por el Magisterio Pontificio, un
sorprendente florecer de iniciativas pastorales.

Hoy, en particular, el prioritario compromiso de la nueva evangelizació n, que implica


a todo el Pueblo de Dios, exige junto al « especial protagonismo » del sacerdote, la
total recuperació n de la conciencia de la índole secular de la misió n del laico.

Esta empresa abre de par en par a los fieles laicos horizontes inmensos —algunos de
ellos todavía por explorar— de compromiso secular en el mundo de la cultura, del
arte, del espectá culo, de la bú squeda científica, del trabajo, de los medios de
comunicació n, de la política, de la economía, etc., y les pide de genialidad de crear
siempre modalidades má s eficaces para que estos ambientes encuentren en Jesucristo
la plenitud de su significado.

Dentro de esta vasta á rea de concorde trabajo, sea específicamente espiritual o


religiosa, sea en la consecratio mundi, existe un campo má s especial, aquel que se
relaciona con el sagrado ministerio de los clérigos, en el ejercicio del cual pueden ser
llamados a colaborar los fieles laicos, hombres y mujeres, y, naturalmente, también los
miembros no ordenados de los Institutos de Vida Consagrada y de las Sociedades de
Vida Apostó lica. A tal á mbito particular se refiere el Concilio Ecuménico Vaticano II,
allí en donde enseñ a: « La jerarquía encomienda a los seglares ciertas funciones que
está n má s estrechamente unidas a los deberes de los pastores, como, por ejemplo, en
la exposició n de la doctrina cristiana, en determinados actos litú rgicos y en la cura de
almas ».

Precisamente porque se trata de tareas íntimamente relacionadas con los deberes de


los pastores —que para ser tales deben ser marcados con el Sacramento del Orden—
se exige, de parte de todos aquellos que en cualquier modo está n implicados, una
particular atenció n para que se salvaguarden bien, sea la naturaleza y la misió n del
sagrado ministerio, sea la vocació n y la índole secular de los fieles laicos. Colaborar no
significa, en efecto, sustituir.

Debemos constatar, con viva satisfacció n, que en muchas Iglesias particulares la


colaboració n de los fieles no ordenados en el ministerio pastoral del clero se
desarrolla de manera bastante positiva, con abundantes frutos de bien, en el respeto
los límites fijados por la naturaleza de los sacramentos y por la diversidad de carismas
y funciones eclesiales, con soluciones generosas e inteligentes para hacer frente a las

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 58


situaciones de falta o escasez de sagrados ministros. De este modo se ha aclarado
aquel aspecto de la comunió n, por el que algunos miembros de la Iglesia se ocupan
con solicitud de remediar, en la medida en que les es posible, no siendo marcados por
el cará cter del sacramento del Orden, a situaciones de emergencia y cró nicas
necesidades en algunas comunidades. Tales fieles son llamados y delegados para
asumir precisas tareas, tan importantes cuanto delicadas, sostenidos por la gracia del
Señ or, acompañ ados por los sagrados ministros y bien acogidos por las comunidades
en favor de las cuales prestan el propio servicio. Los sagrados pastores agradecen
profundamente la generosidad con la cual numerosos consagrados y fieles laicos se
ofrecen para este específico servicio, desarrollado con un fiel sensus Ecclesiae y
edificante dedicació n. Particular gratitud y estímulo va a cuantos asumen estas tareas
en situaciones de persecució n de la comunidad cristiana, en los ambientes de misió n,
sean ellos territoriales o culturales, allí en donde la Iglesia aú n está escasamente
radicada, y la presencia del sacerdote es só lo esporá dica.

No es este el lugar para profundizar toda la riqueza teoló gica y pastoral del papel de
los fieles laicos en la Iglesia. La misma ha sido ya aclarada ampliamente en la
Exhortació n Apostó lica Chritifidelis laici.

El objetivo del presente documento, má s bien, es simplemente aquel de dar una


respuesta clara y autorizada a las urgentes y numerosas peticiones enviadas a
nuestros Dicasterios de parte de obispos, sacerdotes y laicos los cuales, de frente a
nuevas formas de actividad « pastoral » de los fieles no ordenados en el á mbito de las
parroquias y de las dió cesis, han pedido de ser iluminados.

Con frecuencia, en efecto, se trata de praxis que, si bien originadas en situaciones de


emergencia y precariedad, y repetidamente desarrolladas con la voluntad de brindar
una generosa ayuda en las actividades pastorales, pueden tener consecuencias
gravemente negativas para la entera comunió n eclesial. Tales prá cticas, en realidad
está n presentes de modo especial en algunas regiones y, a veces, varían bastante al
interno de la misma zona.

Las mismas, sin embargo, son un llamado a la grave responsabilidad, pastoral de


cuantos, sobre todo Obispos, son responsables de la promoció n y tutela de la
disciplina universal de la Iglesia sobre la base de algunos principios doctrinales ya
claramente enunciados por el Concilio Ecumenico Vaticano II y por el sucesivo
Magisterio Pontificio.

Se ha tenido un trabajo de reflexió n al interno de nuestros Dicasterios, se ha reunido


un Simposio en el que han participado representantes de los Episcopados
mayormente interesados en el problema y, en fin, se ha realizado una amplia consulta
entre los numerosos Presidentes de las Conferencias Episcopales y otros Presules y
expertos de distintas disciplinas eclesiá sticas y á reas geográ ficas. Ha resultado una
clara convergencia en el sentido preciso de la presente Instrucció n que, sin embargo,

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 59


no pretende agotar el tema, bien porque se limita a considerar los casos hoy má s
conocidos, bien por la extrema variedad de circunstancias particulares en las cuales
tales casos se verifican.

El texto, redactado sobre la segura base del magisterio extraordinario y ordinario de


la Iglesia, se confía para su fiel aplicació n, a los Obispos interesados, pero se hará
conocer también de los Présules de aquellas circunscripciones eclesiá sticas en donde,
aunque no se presenten de momento praxis abusivas, podrían ser implicados en breve
tiempo, dada la actual rapidez de difusió n de los fenó menos.

Antes de dar respuesta a los casos concretos que nos han sido enviados, se estima
necesario anteponer en mérito al significado del Orden sagrado en la constitució n de
la Iglesia, algunos breves y esenciales elementos teoló gicos tendientes a favorecer una
motivada inteligencia de la misma disciplina eclesiá stica la cual, en el respeto de la
verdad y de la comunió n eclesial, pretende promover los derechos y los deberes de
todos, para aquella « salvació n de las almas que debe ser en la Iglesia la ley suprema ».

Principios teológicos
1. El sacerdocio común y el sacerdocio ministerial
Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, ha deseado que su ú nico e indivisible sacerdocio
fuese participado a su Iglesia. Esta es el pueblo de la nueva alianza, en el cual, por la «
regeneració n y la acció n del Espíritu Santo, los bautizados son consagrados para
formar un templo espiritual y un sacerdocio santo, para ofrecer, mediante todas las
actividades del cristiano, sacrificios espirituales y hacer conocer los prodigios de
Aquel que de las tinieblas le llamó a su admirable luz (cfr. 1 Pe 2, 4-10).« Un só lo
Señ or, una sola fe, un solo bautismo (Ef 4, 5); comú n es la dignidad de los miembros
que deriva de su regeneració n en Cristo, comú n la gracia de la filiació n; comú n la
llamada a la perfecció n ». Vigente entre todos « una auténtica igualdad en cuanto a la
dignidad y a la acció n comú n a todos los fieles en orden a la edificació n del Cuerpo de
Cristo », algunos son constituidos, por voluntad de Cristo, “doctores, dispensadores de
los misterios y pastores para los demá s”. Sea el sacerdocio comú n de los fieles, sea el
sacerdocio ministerial o jerá rquico, « aunque diferentes esencialmente y no só lo de
grado, se ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su manera del
ú nico sacerdocio de Cristo ». Entre ellos se tiene una eficaz unidad porque el Espíritu
Santo unifica la Iglesia en la comunió n y en el servicio y la provee de diversos dones
jerá rquicos y carismá ticos.

La diferencia esencial entre el sacerdocio comú n y el sacerdocio ministerial no se


encuentra, por tanto, en el sacerdocio de Cristo, el cual permanece siempre ú nico e
indivisible, ni tampoco en la santidad a la cual todos los fieles son llamados: “En
efecto, el sacerdocio ministerial no significa de por sí un mayor grado de santidad
respecto al sacerdocio comú n de los fieles; pero, por medio de él, los presbíteros
reciben de Cristo en el Espíritu un don particular, para que puedan ayudar al Pueblo
de Dios a ejercitar con fidelidad y plenitud el sacerdocio comú n que les ha sido

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 60


conferido ». En la edificació n de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, está vigente la diversidad
de miembros y de funciones, pero uno solo es el Espíritu, que distribuye sus variados
dones para el bien de la Iglesia segú n su riqueza y la necesidad de servicios (cfr. 1 Cor
12, 1-11).

La diversidad está en relació n con el modo de participació n al sacerdocio de Cristo y


es esencial en el sentido que « mientras el sacerdocio comú n de los fieles se realiza en
el desarrollo de la gracia bautismal —vida de fe, de esperanza y de caridad, vida segú n
el Espíritu— el sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio comú n, en orden
al desarrollo de la gracia bautismal de todos los cristianos ». En consecuencia, el
sacerdocio ministerial « difiere esencialmente del sacerdocio comú n de los fieles
porque confiere un poder sagrado para el servicio de los fieles ». Con este fin se
exhorta el sacerdote « a crecer en la conciencia de la profunda comunió n que lo
vincula al Pueblo de Dios » para « suscitar y desarrollar la corresponsabilidad en la
comú n y ú nica misió n de salvació n, con la diligente y cordial valoració n de todos los
carismas y tareas que el Espíritu otorga a los creyentes para la edificació n de la
Iglesia”.

Las características que diferencian el sacerdocio ministerial de los Obispos y de los


presbíteros de aquel comú n de los fieles, y delinean en consecuencia los confines de la
colaboració n de estos en el sagrado ministerio, se pueden sintetizar así:
a. el sacerdocio ministerial tiene su raíz en la sucesió n apostó lica y está
dotado de una potestad sacra, la cual consiste en la facultad y
responsabilidad de obrar en persona de Cristo Cabeza y Pastor;
b. esto es lo que hace de los sagrados ministros servidores de Cristo y de la
Iglesia, por medio de la proclamació n autorizada de la Palabra de Dios, de la
celebració n de los Sacramentos y de la guía pastoral de los fieles.

Poner el fundamento del ministerio ordenado en la sucesió n apostó lica, en cuanto tal
ministerio continú a la misió n recibida de los Apó stoles de parte de Cristo, es punto
esencial de la doctrina eclesioló gica cató lica.

El ministerio ordenado, por tanto, es constituido sobre el fundamento de los Apó stoles
para la edificació n de la Iglesia:« está totalmente al servicio de la Iglesia misma ».« A la
naturaleza sacramental del ministerio eclesial está intrinsicamente ligado el cará cter
de servicio. Los ministros en efecto, en cuanto dependen totalmente de Cristo, quien
les confiere la misió n y autoridad, son verdaderamente 'esclavos de Cristo' (cfr. Rm
11), a imagen de El que, libremente ha tomado por nosotros 'la forma de siervo' (Flp 2,
7). Como la palabra y la gracia de la cual son ministros no son de ellos, sino de Cristo
que se las ha confiado para los otros, ellos se hará n libremente esclavos de todos».

2. Unidad y diversidad en las funciones ministeriales

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 61


Las funciones del ministerio ordenado, tomadas en su conjunto, constituyen, en razó n
de su ú nico fundamento, una indivisible unidad. Una y ú nica, en efecto, como en Cristo,
es la raíz de acció n salvífica, significada y realizada por el ministro en el desarrollo de
las funciones de enseñ ar, santificar y gobernar a los fieles. Esta unidad cualifica
esencialmente el ejercicio de las funciones del sagrado ministerio, que son siempre
ejercicio, bajo diversas prospectivas, de la funció n de Cristo, Cabeza de la Iglesia.

Si, por tanto, el ejercicio de parte del ministro ordenado del munus docendi,
sanctificandi et regendi constituye la sustancia del ministerio pastoral, las diferentes
funciones de los sagrados ministros, formando una indivisible unidad, no se pueden
entender separadamente las unas de las otras, al contrario, se deben considerar en su
mutua correspondencia y complementariedad. Só lo en algunas de esas, y en cierta
medida, pueden colaborar con los pastores otros fieles no ordenados, si son llamados
a dicha colaboració n por la legítima Autoridad y en los debidos modos. « En efecto, El
mismo conforta constantemente su cuerpo, que es la Iglesia, con los dones de los
ministerios, por los cuales, con la virtud derivada de El, nos prestamos mutuamente
los servicios para la salvació n ». «El ejercio de estas tareas no hace del fiel laico un
pastor: en realidad no es la tarea la que constituye un ministro, sino la ordenació n
sacramental. Solo el Sacramento del Orden atribuye al ministerio ordenado de los
Obispos y presbíteros una peculiar participació n al oficio de Cristo Cabeza y Pastor y a
su sacerdocio eterno. La funció n que se ejerce en calidad de suplente, adquiere su
legitimació n, inmediatamente y formalmente, de la delegació n oficial dada por los
pastores, y en su concreta actuació n es dirigido por la autoridad eclesiá stica ».

Es necesario reafirmar esta doctrina porque algunas prá cticas tendientes a suplir a las
carencias numéricas de ministros ordenados en el seno de la comunidad, en algunos
casos, han podido influir sobre una idea de sacerdocio comú n de los fieles que
tergiversa la índole y el significado específico, favorenciendo, entre otras cosas, la
disminució n de los candidatos al sacerdocio y oscureciendo la especificidad del
seminario como lugar tipico para la formació n del ministro ordenado. Se trata de
fenó menos intimanente relacionados, sobre cuya interdependencia se deberá
oportunamente reflexionar para llegar a sabias conclusiones operativas.

3. Insustituibilidad del ministerio ordenado


Una comunidad de fieles para ser llamada Iglesia y para serlo verdaderamente, no
puede derivar su guía de criterios organizativos de naturaleza asociativa o política.
Cada Iglesia particular debe a Cristo su guía, porque es El fundamentalmente quien ha
concedido a la misma Iglesia el ministerio apostó lico, por lo que ninguna comunidad
tiene el poder de darlo a sí misma, o de establecerlo por medio de una delegació n. El
ejercicio del munus de magisterio y de gobierno, exige, en efecto, la canó nica o jurídica
determinació n de parte de la autoridad jerá rquica.

El sacerdocio ministerial, por tanto, es necesario a la existencia misma de la


comunidad como Iglesia: « no se debe pensar en el sacerdocio ordenado (...) como si

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 62


fuera posterior a la comunidad eclesial, como si ésta pudiera concebirse como
constituida ya sin este sacerdocio ». En efecto, si en la comunidad llega a faltar el
sacerdote, ella se encuentra privada de la presencia y de la funció n sacramental de
Cristo Cabeza y Pastor, esencial para la vida misma de la comunidad eclesial.

El sacerdocio ministerial es por tanto absolutamente insustituible. Se llega a la


conclusió n inmediatamente de la necesidad de una pastoral vocacional que sea
diligente, bien organizada y permanente para dar a la Iglesia los necesarios ministros
como también a la necesidad de reservar una cuidadosa formació n a cuantos, en los
seminarios, se preparan para recibir el presbiterado. Otra solució n para enfrentar los
problemas que se derivan de la carencia de sagrados ministros resultaría precaria.

« El deber de fomentar las vocaciones afecta a toda la comunidad cristiana, la cual ha


de procurarlo ante todo con una vida plenamente cristiana ». Todos los fieles son
corresponsables en el contribuir a fortalecer las respuestas positivas a la vocació n
sacerdotal, con una siempre mayor fidelidad en el seguimiento de Cristo superando la
indiferencia del ambiente, sobre todo en las sociedades fuertemente marcadas por el
materialismo.

4. La colaboración de fieles no ordenados en el ministerio pastoral


En los documentos conciliares, entre los varios aspectos de la participació n de fieles
no marcados por el cará cter del Orden a la misió n de la Iglesia, se considera su directa
colaboració n en las tareas específicas de los pastores. En efecto, «cuando la necesidad
o la utilidad de la Iglesia lo exige, los pastores pueden confiar a los fieles no
ordenados, segú n las normas establecidas por el derecho universal, algunas tareas que
está n relacionadas con su propio ministerio de pastores pero que no exigen el
cará cter del Orden ». Tal colaboració n ha sido sucesivamente regulada por la
legislació n post-conciliar y, en modo particular, por el nuevo Có digo de Derecho
Canó nico.

Este, después de haberse referido a las obligaciones y los derechos de todos los fieles,
en el título sucesivo, dedicado a las obligaciones y derechos de los fieles laicos, trata
no solo de aquello que específicamente les compete, teniendo presente su condició n
secular, sino también de tareas o funciones que en realidad no son exclusivamente de
ellos. De estas, algunas corresponderían a cualquier fiel sea o no ordenado, otras, al
contrario se colocan en la línea de directo servicio en el sagrado ministerio de los
fieles ordenados. Respecto a estas ú ltimas tareas o funciones, los fieles no ordenados
no son detentores de un derecho a ejercerlas, pero son « há biles para ser llamados por
los sagrados pastores en aquellos oficios eclesiá sticos y en aquellas tareas que está n
en grado de ejercitar segú n las prescripciones del derecho », o también « donde no
haya ministros (...) pueden suplirles en algunas de sus funciones (...) segú n las
prescripciones del derecho ».

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 63


Al fin que una tal colaboració n se pueda inserir armonicamente en la pastoral
ministerial, es necesario que, para evitar desviaciones pastorales y abusos
disciplinares, los principios doctrinales sean claros y que, de consecuencia, con
coherente determinació n, se promueva en toda la Iglesia una atenta y leal aplicació n
de las disposiciones vigentes, no alargando, abusivamente, los límites de
excepcionalidad a aquellos casos que no pueden ser juzgados como « excepcionales ».

Cuando, en algú n lugar, se verifiquen abusos o prá cticas trasgresivas, los Pastores
adopten todos los medios necesarios y oportunos para impedir a tiempo su difusió n y
para evitar que se altere la correcta comprensió n de la naturaleza misma de la Iglesia.
En particular, aplicará n aquellas normas disciplinares establecidas, las cuales enseñ an
a conocer y respetar realmente la distinció n y complementariedad de funciones que
son vitales para la comunió n eclesial. En donde tales prá cticas abusivas está n ya
difundidas, es absolutamente indispensable la intervenció n responsable de quien
tiene la autoridad de hacerlo, haciéndose así verdadero artífice de comunió n, la cual
puede ser constituida exclusivamente en torno a la verdad. Comunió n, verdad, justicia,
paz y caridad son términos interdependientes.

A la luz de los principios apenas recordados se señ alan a continuació n los oportunos
remedios para enfrentar los abusos señ alados a nuestros Dicasterios.

Las disposiciones que siguen son tomadas de la normativa de la Iglesia.

COMUNIDAD CATÓLICA “BODAS DE CANÁ”


Evangelización Matrimonial Carismática
COORDINACION NACIONAL

ESCUELA DE EVANGELIZACIÓN SAN JUAN PABLO II


CURSO:“LITURGIA”

TEMA 6.- FUNCIONES MINISTERIALES EN LA LITURGIA – EUCARISTÍA


Segunda Parte

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 64


Disposiciones prácticas
Artículo 1
Necesidad de una terminología apropiada

El Santo Padre en el Discurso dirigido a los participantes en el Simposio sobre «


Colaboració n de los fieles laicos en el ministerio presbiteral », ha subrayado la
necesidad de aclarar y distinguir las varias acepciones que el término « ministerio » ha
asumido en el lenguaje teoló gico y canó nico.

1. « Desde hace un cierto tiempo se ha introducido el uso de llamar ministerio


no solo los officia (oficios) y los munera (funciones) ejercidos por los Pastores en
virtud del sacramento del Orden, sino también aquellos ejercidos por los fieles no
ordenados, en virtud del sacerdocio bautismal. La cuestió n del lenguaje se hace má s
compleja y delicada cuando se reconoce a todos los fieles la posibilidad de ejercitar —
en calidad de suplentes, por delegació n oficial conferida por los Pastores— algunas
funciones má s propias de los clérigos, las cuales, sin embargo, no exigen el cará cter
del Orden. Es necesario reconocer que el lenguaje se hace incierto, confuso y, por lo
tanto, no ú til para expresar la doctrina de la fe, todas las veces que, en cualquier
manera, se ofusca la diferencia 'de esencia y no só lo de grado' que media entre el
sacerdocio bautismal y el sacerdocio ordenado ».

2. « Aquello que ha permitido, en algunos casos, la extensió n del termino


ministerio a los munera propios de los fieles laicos es el hecho de que también estos,
en su medida, son participació n al ú nico sacerdocio de Cristo. Los Officia a ellos
confiados temporalmente, son, má s bien, esclusivamente fruto de una delegació n de la
Iglesia. Só lo la constante referencia al ú nico y fontal 'ministerio de Cristo' (...) permite,
en cierta medida, aplicar también a los fieles no ordenados, sin ambiguedad, el
término ministerio: sin que éste sea percibido y vivido como una indebida aspiració n
al ministerio ordenado, o como progresiva erosió n de su especificidad.

En este sentido original, el termino ministerio (servitium) manifiesta solo la obra con
la cual los miembros de la Iglesia prolongan, a su interno y para el mundo, la misió n y
el ministerio de Cristo. Cuando, al contrario, el termino es diferenciado en relació n y
en comparació n entre los distintos munera e officia, entonces es necesario advertir
con claridad que só lo en fuerza de la sagrada ordenació n éste obtiene aquella plenitud
y correspondencia de significado que la tradició n siempre le ha atribuido ».

3. El fiel no ordenado puede asumir la denominació n general de “ministro


extraordinario”, só lo si y cuando es llamado por la Autoridad competente a cumplir,
ú nicamente en funció n de suplencia, los encargos, a los que se refiere el can. 230, § 3,
ademá s de los cann. 943 y 1112. Naturalmente puede ser utilizado el término
concreto con que canó nicamente se determina la funció n confiada, por ejemplo,
catequista, acó lito, lector, etc.

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 65


La delegació n temporal en las acciones litú rgicas, a las que se refiere el can. 230, § 2,
no confiere alguna denominació n especial al fiel no ordenado. No es lícito por tanto,
que los fieles no ordenados asuman, por ejemplo, la denominació n de « pastor », de «
capellá n », de « coordinador », « moderador » o de títulos semejantes que podrían
confundir su funció n con aquella del Pastor, que es ú nicamente el Obispo y el
presbítero.

Artículo 2
El ministerio de la palabra
1. El contenido de tal ministerio consiste « en la predicació n pastoral, la
catequesis, y en puesto privilegiado la homilía ».
El ejercicio original de las relativas funciones es propio del Obispo diocesano, como
moderador, en su Iglesia, de todo el ministerio de la palabra, y es también propio de
los presbíteros, sus cooperadores.

Este ministerio corresponde también a los diá conos, en comunió n con el obispo y su
presbiterio.

2. Los fieles no ordenados participan segú n su propia índole, a la funció n


profética de Cristo, son constituidos sus testigos y proveídos del sentido de la fe y de
la gracia de la palabra. Todos son llamados a convertirse, cada vez má s, en heraldos
eficaces « de lo que se espera » (cfr. Heb 11, 1). Hoy, la obra de la catequesis, en
particular, mucho depende de su compromiso y de su generosidad al servicio de la
Iglesia.

Por tanto, los fieles y particularmente los miembros de los Institutos de vida
consagrada y las Sociedades de vida apostó lica pueden ser llamados a colaborar, en
los modos legítimos, en el ejercicio del ministerio de la palabra.

3. Para que la colaboració n de que se habla en el § 2 sea eficaz, es necesario


retomar algunas condiciones relativas a las modalidades de tal colaboració n.

El C.I.C., can. 766, establece las condiciones por las cuales la competente Autoridad
puede admitir los fieles no ordenados a predicar in ecclesia vel oratorio. La misma
expresió n utilizada, admitti possunt, resalta, como en ningú n caso, se trata de un
derecho propio como aquel específico de los Obispos o de una facultad como aquella
de los presbíteros o de los diá conos.

Las condiciones a las que se debe someter tal admisió n —« si en determinadas


circunstancias se necesita de ello », « si en casos particulares lo aconseja la utilidad»—
evidencia la excepcionalidad del hecho. El can. 766, ademá s, precisa que se debe
siempre obrar iuxta Episcoporum conferentiae praescripta. En esta ú ltima claú sula el
canó n citado establece la fuente primaria para discernir rectamente en relació n a la

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 66


necesidad o utilidad, en los casos concretos, ya que en las mencionadas prescripciones
de la Conferencia Episcopal, que necesitan de la "recognitio" de la Sede Apostó lica, se
deben señ alar los oportunos criterios que puedan ayudar al Obispo diocesano en el
tomar las apropiadas decisiones pastorales, que le son propias por la naturaleza
misma del oficio episcopal.

4. En circunstancias de escasez de ministros sagrados en determinadas zonas,


pueden presentarse casos en los que se manifiesten permanentemente situaciones
objetivas de necesidad o de utilidad, tales de sugerir la admisió n de fieles no
ordenados a la predicació n.

La predicació n en las iglesias y oratorios, de parte de los fieles no ordenados, puede


ser concedida en suplencia de los ministros sagrados o por especiales razones de
utilidad en los casos particulares previstos por la legislació n universal de la Iglesia o
de las Conferencias Episcopales, y por tanto no se puede convertir en un hecho
ordinario, ni puede ser entendida como auténtica promoció n del laicado.

5. Sobre todo en la preparació n a los sacramentos, los catequistas se preocupen


de orientar los intereses de los catequizandos a la funció n y a la figura del sacerdote
como solo dispensador de los misterios divinos a los que se está n preparando.

Artículo 3
La homilía
1. La homilía, forma eminente de predicació n « qua per anni liturgici cursum ex
textu sacro fidei mysteria et normae vitae christianae exponuntur », es parte de la
misma liturgia.

Por tanto, la homilía, durante la celebració n de la Eucaristía, se debe reservar al


ministro sagrado, sacerdote o diá cono. Se excluyen los fieles no ordenados, aunque
desarrollen la funció n llamada « asistentes pastorales » o catequistas, en cualquier
tipo de comunidad o agrupació n. No se trata, en efecto, de una eventual mayor
capacidad expositiva o preparació n teoló gica, sino de una funció n reservada a aquel
que es consagrado con el Sacramento del Orden, por lo que ni siquiera el Obispo
diocesano puede dispensar de la norma del canó n, dado que no se trata de una ley
meramente disciplinar, sino de una ley que toca las funciones de enseñ anza y
santificació n estrechamente unidas entre si.

No se puede admitir, por tanto, la praxis, en ocasiones asumida, por la cual se confía la
predicació n homilética a seminaristas estudiantes de teología, aú n no ordenados. La
homilía no puede, en efecto, considerarse como una prá ctica para el futuro ministerio.

Se debe considerar abrogada por el can. 767, § 1 cualquier norma anterior que haya
podido admitir fieles no ordenados a pronunciar la homilía durante la celebració n de
la Santa Misa.

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 67


2. Es lícita la propuesta de una breve monició n para favorecer la mayor
inteligencia de la liturgia que se celebra y también cualquier eventual testimonio
siempre segú n las normas litú rgicas y en ocasió n de las liturgias eucarísticas
celebradas en particulares jornadas (jornada del seminario, del enfermo, etc.), si se
consideran objetivamente convenientes, como ilustrativas de la homilía regularmente
pronunciada por el sacerdote celebrante. Estas explicaciones y testimonios no deben
asumir características tales de llegar a confundirse con la homilía.

3. La posibilidad del « diá logo » en la homilía, puede ser, alguna vez,


prudentemente usada por el ministro celebrante como medio expositivo con el cual no
se delega a los otros el deber de la predicació n.

4. La homilía fuera de la Santa Misa puede ser pronunciada por fieles no


ordenados segú n lo establecido por el derecho o las normas litú rgicas y observando
las clausulas allí contenidas.

5. La homilía no puede ser confiada, en ningú n caso, a sacerdotes o diá conos


que han perdido el estado clerical o que, en cualquier caso, han abandonado el
ejercicio del sagrado ministerio.

Artículo 4
El pá rroco y la parroquia

Los fieles no ordenados pueden desarrollar, como de hecho en numerosos casos


sucede, en las parroquias, en á mbitos tales como centros hospitalarios, de asistencia,
de instrucció n, en las cá rceles, en los Obispados Castrenses, etc., trabajos de efectiva
colaboració n en el ministerio pastoral de los clérigos. Una forma extraordinaria de
colaboració n, en las condiciones previstas, es aquella regulada por el can. 517, § 2.

1. La recta comprensió n y aplicació n de tal canó n, segú n el cual « si ob


sacerdotum penuriam Episcopus dioecesanus aestimaverit participationem in
exercitio curae pastoralis paroeciae concrecendam esse diacono aliive personae
sacerdotali charatere non insignitae aut personarum communitati, sacerdotem
constituat aliquem qui, potestatibus et facultatibus parochi instructus, curam
pastoralem moderetur », exige que tal disposició n excepcional tenga lugar respetando
escrupulosamente las claú sulas en él contenidas, es decir:
a) ob sacerdotum penuriam, y no por razones de comodidad o de una
equivocada « promoció n del laicado », etc.
b) permaneciendo el hecho de que se trata de participatio in exercitio
curae pastoralis y no de dirigir, coordinar, moderar o gobernar la
parroquia, cosa que segú n el texto del canó n, compete só lo a un
sacerdote.

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 68


Precisamente porque se trata de casos excepcionales, es necesario, sobre todo,
considerar la posibilidad de valerse, por ejemplo, de sacerdotes ancianos, todavía con
posibilidades de trabajar, o de confiar diversas parroquias a un solo sacerdote o a un
coetus sacerdotum.

Se tiene presente, de todos modos, la preferencia que el mismo canon establece para
el diá cono.

Permanece la afirmació n, en la misma normativa canó nica, que estas formas de


participació n en el cuidado de las parroquias no se pueden identificar, en algú n modo,
con el oficio de pá rroco. La normativa ratifica que también en aquellos casos
excepcionales « Episcopus dioecesanus (...) sacerdotem constituat aliquem qui,
potestatibus et facultatibus parochi instructus, curam pastoralem moderetur ». El
oficio de pá rroco, en efecto, puede ser vá lidamente confiado solamente a un sacerdote
(cfr. can. 521, § 1), también en los casos de objetiva penuria de clero.

2. A tal propó sito se debe tener en cuenta que el pá rroco es el pastor propio de
la parroquia a él confiada y permanece como tal hasta cuando no ha cesado su oficio
pastoral.

La presentació n de la dimisió n del pá rroco por haber cumplido 75 añ os de edad no lo


hace por eso mismo cesar ipso iure de su oficio pastoral. Esto se verifica só lo cuando
el Obispo diocesano —después de la prudente consideració n de todas las
circunstancias— haya aceptado definitivamente sus dimisiones, a norma del can. 538,
§ 3, y se lo haya comunicado por escrito. Aú n má s, a la luz de situaciones de penuria de
sacerdotes existentes en algunas partes, será sabio hacer uso, a tal propó sito, de una
particular prudencia.

También considerando el derecho que cada sacerdote tiene de ejercitar las propias
funciones inherentes a la ordenació n recibida, a no ser que se presenten graves
motivos de salud o de disciplina, se recuerda que el 75o añ o de edad no constituye un
motivo que obligue el Obispo diocesano a la aceptació n de la dimisió n. Esto también
para evitar una concepció n funcionalista del sagrado ministerio.

Artículo 5
Los organismos de colaboració n en la Iglesia particular

Estos organismos, pedidos y experimentados positivamente en el camino de la


renovació n de la Iglesia segú n el Concilio Vaticano II y codificados en la legislació n
canó nica, representan una forma de participació n activa en la misió n de la Iglesia
como comunió n.

1. La normativa del có digo sobre el Consejo presbiteral establece cuales


sacerdotes puedan ser miembros. El mismo, en efecto, es reservado a los sacerdotes,

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 69


porque encuentra su fundamento en la comú n participació n del Obispo y de los
sacerdotes en el mismo sacerdocio y ministerio.

No pueden, por tanto, gozar del derecho de elecció n ni activo ni pasivo, los diá conos y
los otros fieles no ordenados, aunque si son colaboradores de los sagrados ministros,
así como los presbíteros que han perdido el estado clerical o que, en cualquier caso,
han abandonado el ejercicio del sagrado ministerio.

2. El Consejo pastoral, diocesano o parroquial y el consejo parroquial para los


asuntos econó micos, de los cuales hacen parte los fieles no ordenados, gozan
ú nicamente de voto consultivo y no pueden, de algú n modo, convertirse en
organismos deliberativos. Pueden ser elegidos para tal cargo só lo aquellos fieles que
poseen las cualidades exigidas por la normativa canó nica.

3. Es propio del pá rroco presidir los consejos parroquiales. Son por tanto
invá lidas, y en consecuencia nulas, las decisiones deliberativas de un consejo
parroquial no reunido bajo la presidencia del pá rroco o contra él.

4. Todos los consejos diocesanos pueden manifestar vá lidamente el propio


consenso a un acto del Obispo só lo cuando tal consenso ha sido solicitado
expresamente por el derecho.

5. Dadas las realidades locales los Ordinarios pueden valerse de especiales


grupos de estudio o de expertos en cuestiones particulares. Sin embargo, los mismos
no pueden constituirse en organismos paralelos o de desautorizació n de los consejos
diocesanos presbiteral y pastoral, como también de los consejos parroquiales,
regulados por el derecho universal de la Iglesia en los cann. 536, § 1 y 537. Si tales
organismos han nacido en pasado en base a costumbres locales o a circunstancias
particulares, se dispongan los medios necesarios para adaptarlos conforme a la
legislació n vigente de la Iglesia.

6. Los Vicarios forá neos, llamados también decanos, arciprestes o con otros
nombres, y aquellos que se le equiparan, « pro-vicarios », « pro-decanos », etc. deben
ser siempre sacerdotes. Por tanto, quien no es sacerdote no puede ser vá lidamente
nombrado a tales cargos.

Artículo 6
Las celebraciones litú rgicas

1. Las acciones litú rgicas deben manifestar con claridad la unidad ordenada del
Pueblo de Dios en su condició n de comunió n orgá nica y por tanto la íntima conexió n
que media entre la acció n litú rgica y la manifestació n de la naturaleza orgá nicamente
estructurada de la Iglesia.

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 70


Esto se da cuando todos los participantes desarrollan con fe y devoció n la funció n
propia de cada uno.

2. Para que también en este campo, sea salvaguardada la identidad eclesial de


cada uno, se deben abandonar los abusos de distinto tipo que son contrarios a cuanto
prevee el canon 907, segú n el cual en la celebració n eucarística, a los diá conos y a los
fieles no ordenados, no les es consentido pronunciar las oraciones y cualquier parte
reservada al sacerdote celebrante —sobre todo la oració n eucarística con la doxología
conclusiva— o asumir acciones o gestos que son propios del mismo celebrante. Es
también grave abuso el que un fiel no ordenado ejercite, de hecho, una casi «
presidencia » de la Eucaristía dejando al sacerdote solo el mínimo para garantizar la
validez.

En la misma línea resulta evidente la ilicitud de usar, en las ceremonias litú rgicas, de
parte de quien no ha sido ordenado, ornamentos reservados a los sacerdotes o a los
diá conos (estola, casulla, dalmá tica).

Se debe tratar cuidadosamente de evitar hasta la misma apariencia de confusió n que


puede surgir de comportamientos litú rgicamente anó malos. Como los ministros
ordenados son llamados a la obligació n de vestir todos los sagrados ornamentos, así
los fieles no ordenados no pueden asumir cuanto no es propio de ellos.

Para evitar confusiones entre la liturgia sacramental presidida por un clérigo o un


diá cono con otros actos animados o guiados por fieles no ordenados, es necesario que
para estos ú ltimos se adopten formulaciones claramente diferentes.

Artículo 7
Las celebraciones dominicales en ausencia de presbítero

1. En algunos lugares, las celebraciones dominicales son guiadas, por la falta de


presbíteros o diá conos, por fieles no ordenados. Este servicio, vá lido cuanto delicado,
es desarrollado segú n el espíritu y las normas específicas emanadas en mérito por la
competente Autoridad eclesiá stica. Para animar las mencionadas celebraciones el fiel
no ordenado deberá tener un especial mandato del Obispo, el cual pondrá atenció n en
dar las oportunas indicaciones acerca de la duració n, lugar, las condiciones y el
presbítero responsable.

2. Tales celebraciones, cuyos textos deben ser los aprobados por la competente
Autoridad eclesiá stica, se configuran siempre como soluciones temporales. Está
prohibido inserir en su estructura elementos propios de la liturgia sacrificial, sobre
todo la « plegaria eucarística », aunque si en forma narrativa, para no engendrar
errores en la mente de los fieles. A tal fin debe ser siempre recordado a quienes toman
parte en ellas que tales celebraciones no sustituyen al Sacrificio eucarístico y que el
precepto festivo se cumple solamente participando a la S. Misa. En tales casos, allí

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 71


donde las distancias o las condiciones físicas lo permitan, los fieles deben ser
estimulados y ayudados todo el posible para cumplir con el precepto.

Artículo 8
El ministro extraordinario de la Sagrada Comunió n

Los fieles no ordenados, ya desde hace tiempo, colaboran en diversos ambientes de la


pastoral con los sagrados ministros a fin que « el don inefable de la Eucaristía sea
siempre má s profundamente conocido y se participe a su eficacia salvífica con
siempre mayor intensidad ».
Se trata de un servicio litú rgico que, responde a objetivas necesidades de los fieles,
destinado, sobre todo, a los enfermos y a las asambleas litú rgicas en las cuales son
particularmente numerosos los fieles que desean recibir la sagrada Comunió n.

1. La disciplina canó nica sobre el ministro extraordinario de la sagrada


Comunió n debe ser, sin embargo, rectamente aplicada para no generar confusió n. La
misma establece que el ministro ordinario de la sagrada Comunió n es el Obispo, el
presbítero y el diacono, mientras son ministros extraordinarios sea el acó lito
instituido, sea el fiel a ello delegado a norma del can. 230, § 3.

Un fiel no ordenado, si lo sugieren motivos de verdadera necesidad, puede ser


delegado por el Obispo diocesano, en calidad de ministro extraordinario, para
distribuir la sagrada Comunió n también fuera de la celebració n eucarística, ad actum
vel ad tempus, o en modo estable, utilizando para esto la apropiada forma litú rgica de
bendició n. En casos excepcionales e imprevistos la autorizació n puede ser concedida
ad actum por el sacerdote que preside la celebració n eucarística.

2. Para que el ministro extraordinario, durante la celebració n eucarística,


pueda distribuir la sagrada Comunió n, es necesario o que no se encuentren presentes
ministros ordinarios o que, estos, aunque presentes, se encuentren verdaderamente
impedidos. Pueden desarrollar este mismo encargo también cuando, a causa de la
numerosa participació n de fieles que desean recibir la sagrada Comunió n, la
celebració n eucarística se prolongaría excesivamente por insuficiencia de ministros
ordinarios.

Tal encargo es de suplencia y extraordinario y debe ser ejercitado a norma de


derecho. A tal fin es oportuno que el Obispo diocesano emane normas particulares
que, en estrecha armonía con la legislació n universal de la Iglesia, regulen el ejercicio
de tal encargo. Se debe proveer, entre otras cosas, a que el fiel delegado a tal encargo
sea debidamente instruido sobre la doctrina eucarística, sobre la índole de su servicio,
sobre las rú bricas que se deben observar para la debida reverencia a tan augusto
Sacramento y sobre la disciplina acerca de la admisió n para la Comunió n.

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 72


Para no provocar confusiones han de ser evitadas y suprimidas algunas prá cticas que
se han venido creando desde hace algú n tiempo en algunas Iglesias particulares, como
por ejemplo:
 la comunió n de los ministros extraordinarios como si fueran
concelebrantes;
 asociar, a la renovació n de las promesas de los sacerdotes en la S. Misa
crismal del Jueves Santo, otras categorías de fieles que renuevan los votos
religiosos o reciben el mandato de ministros extraordinarios de la
Comunió n.
 el uso habitual de los ministros extraordinarios en las SS. Misas,
extendiendo arbitrariamente el concepto de « numerosa participació n ».

Artículo 9
El apostolado para los enfermos

1. En este campo, los fieles no ordenados pueden aportar una preciosa


colaboració n. Son innumerables los testimonios de obras y gestos de caridad que
personas no ordenadas, bien individualmente o en formas de apostolado comunitario,
tienen hacia los enfermos. Ello constituye una presencia cristiana de primera línea en
el mundo del dolor y de la enfermedad. Allí donde los fieles no ordenados acompañ an
a los enfermos en los momentos má s graves es para ellos deber principal suscitar el
deseo de los Sacramentos de la Penitencia y de la sagrada Unció n, favoreciendo las
disposiciones y ayudá ndoles a preparar una buena confesió n sacramental e individual,
como también a recibir la Santa Unció n. En el hacer uso de los sacramentales, los fieles
no ordenados pondrá n especial cuidado para que sus actos no induzcan a percibir en
ellos aquellos sacramentos cuya administració n es propia y exclusiva del Obispo y del
Presbítero. En ningú n caso, pueden hacer la Unció n aquellos que no son sacerdotes, ní
con ó leo bendecido para la Unció n de los Enfermos, ni con ó leo no bendecido.

2. Para la administració n de este sacramento, la legislació n canó nica acoge la


doctrina teoló gicamente cierta y la practica multisecular de la Iglesia, segú n la cual el
ú nico ministro vá lido es el sacerdote. Dicha normativa es plenamente coherente con el
misterio teoló gico significado y realizado por medio del ejercicio del servicio
sacerdotal.

Debe afirmarse que la exclusiva reserva del ministerio de la Unció n al sacerdote está
en relació n de dependencia con el sacramento del perdó n de los pecados y la digna
recepció n de la Eucaristía. Ningú n otro puede ser considerado ministro ordinario o
extraordinario del sacramento, y cualquier acció n en este sentido constituye
simulació n del sacramento.

Artículo 10
La asistencia a los Matrimonios

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 73


1. La posibilidad de delegar a fieles no ordenados la asistencia a los
matrimonios puede revelarse necesaria, en circunstancias muy particulares de grave
falta de ministros sagrados.
Tal posibilidad, sin embargo, está condicionada a la verificació n de tres requisitos. El
Obispo diocesano, en efecto, puede conceder tal delegació n ú nicamente en los casos
en los cuales faltan sacerdotes o diá conos y só lo después de haber obtenido, para la
propia dió cesis, el voto favorable de la Conferencia Episcopal y la necesaria licencia de
la Santa Sede.

2. También en estos casos se debe observar la normativa canó nica sobre la


validez de la delegació n y sobre la idoneidad, capacidad y actitud del fiel no ordenado.

§ 3. Excepto el caso extraordinario previsto por el can. 1112 del CIC, por
absoluta falta de sacerdotes o de diá conos que puedan asistir a la celebració n
del matrimonio, ningú n ministro ordenado puede delegar a un fiel no ordenado
para tal asistencia y la relativa petició n y recepció n del consentimiento
matrimonial a norma del can. 1108, § 2.

Artículo 11
El ministro del Bautismo

Se debe alabar particularmente la fe con la cual no pocos cristianos, en dolorosas


situaciones de persecució n, pero también en territorios de misió n y en casos de
especial necesidad, han asegurado —y aú n aseguran— el sacramento del Bautismo a
las nuevas generaciones, cuando se da la ausencia de ministros ordenados.

Ademá s del caso de necesidad, la normativa canó nica establece que, en el caso que el
ministro ordinario faltara o fuera impedido, el fiel no ordenado pueda ser ministro
extraordinario del bautismo. Sin embargo, se debe estar atento a interpretaciones
demasiado extensivas y evitar conceder tal facultad de modo habitual.

Así, por ejemplo, la ausencia o el impedimento, que hacen lícita la delegació n de fieles
no ordenados a administrar el bautismo, no pueden asimilarse a las circunstancias de
excesivo trabajo del ministro ordinario o a su no residencia en el territorio de la
parroquia, como tampoco a su no disponibilidad para el día previsto por la familia.
Tales motivaciones no constituyen razones suficientes.

Artículo 12
La animació n de la celebració n de las exequias eclesiá sticas

En las actuales circunstancias de creciente descristianizació n y de abandono de la


prá ctica religiosa, el momento de la muerte y de las exequias puede constituir una de
las má s oportunas ocasiones pastorales para un encuentro directo de los ministros
ordenados con aquellos fieles que, ordinariamente, no frecuentan.

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 74


Por tanto, es auspicible que, aunque con sacrificio, los sacerdotes o los diá conos
presidan personalmente ritos fú nebres segú n las má s laudables costumbres locales,
para orar convenientemente por los difuntos, acercá ndose a las familias y
aprovechando para una oportuna evangelizació n.

Los fieles no ordenados pueden animar las exequias eclesiá sticas só lo en caso de
verdadera falta de un ministro ordenado y observando las normas litú rgicas para el
caso. A tal funció n deberá n ser bien preparados, sea bajo el aspecto doctrinal
litú rgico.

Artículo 13
Necesaria selecció n y adecuada formació n

Es deber de la Autoridad competente, cuando se diera la objetiva necesidad de una


"suplencia", en los casos anteriormente detallados, de procurar que la persona sea de
sana doctrina y ejemplar conducta de vida. No pueden, por tanto, ser admitidos al
ejercicio de estas tareas aquellos cató licos que no llevan una vida digna, no gozan de
buena fama, o se encuentran en situaciones familiares no coherentes con la enseñ anza
moral de la Iglesia. Ademá s, la persona debe poseer la formació n debida para el
adecuado cumplimiento de las funciones que se le confían.

A norma del derecho particular perfeccionen sus conocimientos frecuentando, por


cuanto sea posible, cursos de formació n que la Autoridad competente organizará en el
á mbito de la Iglesia particular, en ambientes diferentes de los seminarios, que son
reservados só lo a los candidatos al sacerdocio, teniendo gran cuidado que la doctrina
enseñ ada sea absolutamente conforme al magisterio eclesial y que el clima sea
verdaderamente espiritual.

COMUNIDAD CATÓLICA “BODAS DE CANÁ”


Evangelización Matrimonial Carismática
COORDINACION NACIONAL

ESCUELA DE EVANGELIZACIÓN SAN JUAN PABLO II


CURSO:“LITURGIA”

Tema 7.- LITURGIA DE LOS SACRAMENTOS –


Celebración y sentido principal

Los sacramentos son los canales a través de los cuales Dios nos ofrece la salvació n de
su Hijo Jesucristo, a través de la Iglesia.

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 75


Es má s, el principal sacramento de Dios es Jesú s. Decimos esto porque en Jesú s, Dios
se manifestó plenamente, tal como É l es. Conociendo a Jesú s, conocemos a Dios
mismo. Jesú s es signo de Dios.

Después de la resurrecció n de Jesú s y su ascensió n a los cielos, É l desaparece de


manera física entre los hombres. Sin embargo, quiso prolongarse y vivir en una
pequeñ a comunidad de creyentes, que lo reconocen como el ú nico Señ or y se reú nen
en su Nombre para glorificar a Dios. Esa comunidad se consolida el día de Pentecostés.
Esta comunidad es la que hoy llamamos Iglesia, palabra que significa asamblea.

La Iglesia llega a ser también signo, sacramento de la presencia de Jesú s en el mundo


de hoy, como Salvador de los hombres. Es decir, la Iglesia es el signo visible e histó rico
a través del cual Jesú s sigue ofreciendo y obrando con su presencia gloriosa la
salvació n de los hombres. Todo lo que hace y dice la Iglesia no tiene otro fin que el de
significar y realizar, directa o indirectamente, la salvació n de Cristo.

Pero, ¿có mo lleva a cabo la Iglesia esta maravillosa obra de salvació n?

La Iglesia echa mano de ciertas acciones, signos, a través de los cuales Jesú s sigue
haciéndose presente en medio de nosotros. Se les ha llamado sacramentos. Son signos
y gestos que dan al hombre la oportunidad de encontrarse con Jesucristo, desde el
nacimiento hasta su muerte.

Los siete sacramentos aparecen en siete momentos que representan la totalidad de la


vida humana; y en esos momentos es cuando Jesú s quiere entrar en el hombre a
través de los siete sacramentos.

Cada uno de estos momentos en los cuales Jesú s se hace presente, son vividos por
nosotros como una verdadera fiesta; siendo los momentos cruciales de nuestra vida,
É l se hace presente. Pero no hay fiesta, cuando uno está solo. En una fiesta no hay
lugar para “el cada uno para sí”. Tampoco en los sacramentos. É stos son signos de
vida, de amor, de unidad. Son signos comunitarios; en ellos se expresa toda la
comunidad de creyentes como en una realidad: un pueblo salvado que se une con
alegría a su Señ or en la fe, la esperanza y el amor.

Así definiríamos los sacramentos: son signos sensibles y eficaces de la gracia,


instituidos por Nuestro Señ or Jesucristo para santificar nuestras almas, y confiados a
la Iglesia para su administració n.

Cuáles son los sacramentos


Son siete:

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 76


1) Bautismo: Dios nos da su vida divina, la entrada a la Iglesia cató lica y nos hace
partícipes de Cristo Profeta, Rey y Sacerdote, y herederos del cielo.

2) Confirmación: Dios nos confiere la madurez espiritual para la lucha y nos capacita
para ser apó stoles de Cristo y testigos de su palabra.

3) Comunión: Dios nos alimenta con el Cuerpo y la Sangre de su Hijo Jesucristo y nos
hace crecer en la caridad.

4) Penitencia: Dios nos perdona, por intermedio del sacerdote, nuestros pecados y
nos ayuda a vencer las tentaciones.

5) Unción de enfermos: Dios nos ofrece este sacramento para prepararnos a afrontar
con confianza el momento de la enfermedad y de la muerte, confortá ndonos en el
sufrimiento y sosteniéndonos en las tentaciones finales, y así prepararnos para mirar
con gozo la eternidad.

6) Orden Sacerdotal: Dios ofrece este sacramento a hombres varones a quienes É l ha


elegido para servir a la comunidad creyente, como ministros sagrados y
administradores de sus misterios.

7) Matrimonio: Dios regala este sacramento a hombres y mujeres que sienten la


llamada a formar una familia y así perpetuar la especie humana. El sacramento del
matrimonio es signo eficaz del amor esponsal que Cristo tiene hacia su Iglesia.

Santo Tomá s de Aquino resume así la necesidad de que sean siete los sacramentos por
analogía de la vida sobrenatural del alma con la vida natural del cuerpo: por el
bautismo se nace a la vida espiritual; por la confirmació n crece y se fortifica esa vida;
por la eucaristía se alimenta; por la penitencia se curan sus enfermedades; la unció n
de los enfermos prepara a la muerte, y por medio de los dos sacramentos sociales –
orden sagrado y santo matrimonio- es regida la sociedad eclesiá stica y se conserva y
acrecienta tanto en su cuerpo como en su espíritu.
Los sacramentos se han dividido así:

Sacramentos de iniciación cristiana: bautismo, confirmació n y comunió n.


Sacramentos de sanación: penitencia y unció n de enfermos.
Sacramentos al servicio de la comunidad: orden sacerdotal y matrimonio.

Rito litúrgico de cada uno de los sacramentos


(Ritual actual de cada uno de los sacramentos)

Sacramento del Bautismo


Ritos introductorios

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 77


Diá logo inicial del sacerdote con los padres y padrinos del niñ o.
Pregunta a los padres y padrinos: “¿Qué quieren para su hijo?”. La respuesta es
hermosísima: “El don del Bautismo....La vida eterna...La santidad de Dios para nuestro
hijo”.
Acogida y signació n en la frente del niñ o.

Liturgia de la Palabra
Lecturas.
Salmo responsorial.
Homilía.
Oració n en silencio
Oració n de los fieles.
Exorcismo.
Unció n en el pecho del niñ o.

Liturgia sacramental
Bendició n del agua.
Renuncias.
Profesió n de fe.
Petició n del bautismo.
Ablució n má s la fó rmula: “Yo te bautizo en el Nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo”.
Crismació n en la cabeza.
Vestidura.
Entrega del cirio.
Efetá (opcional)

Ritos conclusivos
Padrenuestro.
Bendiciones varias.
Cá ntico de acció n de gracias.
Presentació n del recién bautizado a la Virgen.

Sacramento de la Confirmación
Cuando la confirmació n es dentro de la misa se sigue esta estructura:
Ritos introductorios
Liturgia de la Palabra

Sacramento de la confirmació n
Presentació n de los confirmandos.
Homilía.
Renovació n de las promesas del bautismo.
Imposició n de manos. Monició n.
Oració n.

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 78


Momentos de silencio.
Oració n con las manos extendidas sobre los confirmandos.
Crismació n en la frente con la fó rmula: N, recibe por esta señ al el don del Espíritu
Santo.
Oració n de los fieles

Liturgia eucarística
Rito de conclusió n

Cuando la confirmació n tiene lugar fuera de la misa, la estructura es así:

Rito de entrada: canto, procesió n de entrada, reverencia al altar, saludo del obispo,
oració n.
Liturgia de la Palabra.
Liturgia del sacramento
Presentació n de los confirmandos.
Homilía.
Renovació n de las promesas del bautismo.
Imposició n de manos. Monició n.
Oració n.
Instantes de silencio.
Oració n con las manos extendidas sobre los confirmandos.
Crismació n en la frente con la fó rmula: N, recibe por esta señ al el don del Espíritu
Santo.
Oració n de los fieles
Recitació n de la oració n dominical: Padrenuestro.

Rito de despedida: fó rmula especial de bendició n solemne o la oració n sobre el


pueblo, canto.

Sacramento de la Eucaristía

Ritos introductorios
Canto de entrada.
Inclinació n al altar.
Beso al altar.
Incensació n, si es solemnidad.
Saludo.
Acto penitencial.
Kyrie.
Gloria.
Oració n colecta.

Liturgia de la Palabra

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 79


Primera lectura.
Salmo responsorial
Segunda lectura.
Alleluia.
Evangelio.
Homilía.
Credo.
Oració n de fieles

Liturgia de la Eucaristía
Preparació n y presentació n de los dones.
Incensació n, si es solemnidad.
Lavatorio de las manos
Oració n sobre las ofrendas.
Plegaria eucarística
Rito de la comunió n

Ritos conclusivos
Saludo
Bendició n.
Despedida final.

Sacramento de la Penitencia
Acogida del penitente: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén”. El penitente tiene que experimentar, desde que entra en el confesonario, la
ternura de Dios y la alegría de poderle abrazar a su Padre Dios, lleno de misericordia.

Lectura de la Palabra de Dios: puede leerse un texto evangélico; puede hacerse


dentro de la confesió n o, mejor, antes de entrar a la confesió n, para no retrasar a otros
penitentes que está n ya esperando.

Confesión de los pecados del penitente: “Estos son mis pecados:...”. Contarlos con
sencillez, humildad y sinceridad, sin poner excusas, sin enrollarse, ni ocultar
circunstancias importantes que agraven el pecado.

Manifestación del dolor por parte del penitente: “Yo confieso; o Pésame; o Señ or
mío Jesucristo...”. Este dolor es por haber ofendido a Dios nuestro Padre lleno de amor
y de ternura. Este dolor está unido a un propó sito firmísimo de enmienda, sin el cual
la confesió n no tiene efecto.

Absolución sacramental por parte del confesor: “Dios Padre misericordioso, que
reconcilió consigo al mundo por la muerte y resurrecció n de su Hijo, y derramó el
Espíritu Santo para la remisió n de los pecados, te conceda, por el ministerio de la
Iglesia, el perdó n y la paz, Y YO TE ABSUELVO DE TUS PECADOS EN EL NOMBRE DEL

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 80


PADRE Y DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO”. En cada confesió n experimentamos en
nuestra alma toda la sangre redentora de Cristo que nos limpia, nos purifica, nos
perdona y nos santifica. Cada confesió n es una auténtica y renovada Pascua.

Alabanza a Dios: - “Da gracias al Señ or porque es bueno”


- ”Porque es eterna su misericordia”.

Despedida del sacerdote: “Vete en paz, y anuncia a los hombres las maravillas de
Dios que te ha salvado”. Salimos felices para proclamar la gran misericordia de Dios en
nuestras vidas.

Sacramento de la Unción de enfermos


Ritos de entrada:
Saludo.
Acto penitencial.
Liturgia de la Palabra:
Se lee un texto del evangelio referido a un enfermo.
Letanías

Liturgia del sacramento: santa unció n. Así es la hermosa fó rmula que dice el
sacerdote: “Por esta santa unció n y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señ or
con la gracia del Espíritu Santo”. El enfermo responde: Amén. “Para que, libre de tus
pecados, te conceda la salvació n y te conforte en tu enfermedad”. El enfermo
responde: Amén. Acto seguido el sacerdote dice esta oració n: “Te rogamos, Redentor
nuestro, que, con la gracia del Espíritu Santo, cures la debilidad de este enfermo, sanes
sus heridas y perdones sus pecados. Aparta de él todo cuanto pueda afligir su alma y
su cuerpo; por tu misericordia devuélvele la perfecta salud espiritual y corporal, para
que, restablecido por tu bondad, pueda volver al cumplimiento de sus acostumbrados
deberes. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos”. El enfermo responde:
Amén.

Ritos conclusivos: Padrenuestro y bendició n final.

Sacramento del Orden Sacerdotal

Me centraré só lo en el presbiterado, que es el segundo grado del Orden sacerdotal. El


primer grado es el diaconado y el tercero es el episcopado.

El sacerdocio es un don que Dios da al que quiere. Dicho don lo otorgó só lo a varones,
porque É l quiso, era su plan. No es discriminació n ni falta de atenció n a la mujer. Son
diferentes funciones dentro de la Iglesia. A la mujer le tenía Dios preparada otras
funciones y ministerios, que las vive y las cumple con toda su ternura y delicadeza.

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 81


Dios elige a esos hombres que hará n las veces de Cristo Maestro, Sacerdote y Pastor, y
así su cuerpo, que es la Iglesia, se edifique y crezca como Pueblo de Dios y templo del
Espíritu Santo.

Al asemejarse a Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, y al unirse al sacerdocio de los


obispos, ellos quedará n consagrados como auténticos sacerdotes del Nuevo
Testamento, para anunciar el Evangelio, apacentar al pueblo de Dios y celebrar el
culto divino, especialmente en el sacrificio del Señ or.

El obispo el día de la ordenació n le dice al nuevo sacerdote:

“Por eso, vosotros, queridos hijos, que ahora seréis consagrados presbíteros, debéis
cumplir el ministerio de enseñ ar en nombre de Cristo, el Maestro. Anunciad a todos
los hombres la palabra de Dios que vosotros mismos habéis recibido con alegría.
Meditad la ley del Señ or, creed lo que leéis, enseñ ad lo que creéis y practicad lo que
enseñ á is. Que vuestra doctrina sea un alimento sustancioso para el pueblo de Dios;
que la fragancia espiritual de vuestra vida sea motivo de regocijo para todos los
cristianos, a fin de que con la palabra y el ejemplo construyá is ese edificio viviente que
es la Iglesia de Dios.

Os corresponderá también la funció n de santificar en nombre de Cristo. Por medio de


vuestro ministerio, el sacrificio espiritual de los fieles alcanzará su perfecció n al
unirse al sacrificio del Señ or, que por vuestras manos se ofrecerá incruentamente
sobre el altar, en la celebració n de la Eucaristía. Tened conciencia de lo que hacéis e
imitad lo que conmemorá is. Por tanto, al celebrar el misterio de la muerte y la
resurrecció n del Señ or, procurad morir vosotros mismos al pecado y vivir una vida
realmente nueva.

Al introducir a los hombres en el pueblo de Dios por medio del bautismo, al perdonar
los pecados en nombre de Cristo y de la Iglesia por medio del sacramento de la
penitencia, al confortar a los enfermos con la santa unció n, y en todas las
celebraciones litú rgicas, así como también al ofrecer durante el día la alabanza, la
acció n de gracias y la sú plica por el pueblo de Dios y por el mundo entero, recordad
que habéis sido elegidos de entre los hombres y puestos al servicio de los hombres en
las cosas que se refieren a Dios.

Con permanente alegría y verdadera caridad continuad la misió n de Cristo Sacerdote,


no buscando vuestros intereses sino los de Jesucristo.

Finalmente, al participar de la funció n de Cristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia,


permaneced unidos y obedientes al obispo. Procurad congregar a los fieles en una sola
familia, animada por el Espíritu Santo, conduciéndolos a Dios por medio de Cristo.
Tened siempre presente el ejemplo del Buen Pastor que no vino a ser servido sino a
servir y a buscar y salvar lo que estaba perdido”.

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 82


Después de la lectura del Evangelio:

Presentació n de los ordenandos por parte del rector del seminario.

Homilía del obispo.

Se examina a los candidatos sobre sus disposiciones respecto al ministerio que van a
recibir, y la promesa de obediencia al propio obispo y sucesores .

Letanías de los santos con la oració n “Exaudi nos” del Veronense. Terminan las
letanías con este hermosa oració n del obispo: “Escú chanos, Señ or, Dios nuestro:
derrama sobre este tu servidor la bendició n del Espíritu Santo y la virtud de la gracia
sacerdotal, para que la abundancia de tus dones acompañ e siempre al que ahora te
presentamos para ser consagrado. Por Cristo nuestro Señ or. Amén”.

Imposició n de las manos en silencio por parte del obispo sobre la cabeza de los
candidatos; lo mismo hacen los presbíteros que participan en el rito.

La oració n consecratoria es la del Veronense, que pasó a todos los Pontificales, con
algunas modificaciones. Lo principal de la oració n dice así: “Te pedimos, Padre
todopoderoso, que confieras a este siervo tuyo la dignidad del presbiterado; renueva
en su corazó n el Espíritu de santidad; reciba de ti el sacerdocio de segundo grado y
sea, con su conducta, ejemplo de vida...”.

Después algunos presbíteros colocan la estola en sentido presbiteral a cada uno de los
ordenados y les revisten con la casulla.

Luego, el obispo unge con el Santo Crisma las manos de los ordenados: “Jesucristo, el
Señ or, a quien el Padre ungió con la fuerza del Espíritu Santo, te auxilie para santificar
al pueblo cristiano y para ofrecer a Dios el sacrificio”.

Sigue la entrega a cada ordenado de la patena con pan y del cá liz con vino y un poco de
agua, mientras dice: “Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios.
Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el
misterio de la cruz de Cristo”.

Finalmente, el obispo da la paz a cada uno de los ordenados: “La paz esté contigo”.Y el
nuevo sacerdote responde: “Y con tu espíritu”.

Acto seguido, continú a la celebració n de la Eucaristía: el obispo ordenante con los


recién ordenados. Es la primera misa que celebran los nuevos sacerdotes.

Sacramento del Matrimonio

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 83


En este sacramento, Jesú s viene a bendecir ese amor que se profesan el esposo y la
esposa, y que fue una participació n del mismo Dios. Viene elevado a sacramento lo
que es de derecho natural; se convierte en fuente de gracia divina y en reflejo del
amor fiel que tiene Cristo con su Iglesia.

Ambos se convierten en sagrados, el uno para el otro. Reciben la gracia de estado para
cumplir su tarea de esposos y de padres, ser fieles hasta la muerte y educar a los hijos
cristianamente. Cada matrimonio por la Iglesia es matrimonio en Dios y por Dios, es
vivir la experiencia de la primera boda de Caná , donde Jesú s convierte nuestra agua en
vino oloroso y perfumado, el vino del amor matrimonial, con todos los aditivos para
que no se corrompa ni se avinagre.

¿Có mo es el rito del sacramento del matrimonio?


Rito de entrada.
Liturgia de la Palabra.
Liturgia del sacramento:

El escrutinio: “N y N, ¿sois plenamente libres para contraer matrimonio? Responden: –


Sí lo somos. Pregunta el sacerdote: ¿Os comprometéis a amaros y respetaros durante
toda vuestra vida? Responden: - Sí, nos comprometemos. Pregunta el sacerdote: ¿Os
comprometéis también a colaborar en la obra creadora de Dios, asumiendo vuestra
responsabilidad en la comunicació n de la vida y en la educació n de los hijos de
acuerdo con la ley de Cristo y de la Iglesia? Responden: – Sí, nos comprometemos.

El consentimiento: “Manifestad entonces vuestra decisió n de contraer matrimonio


estrechá ndoos la mano derecha y expresad ante Dios y su Iglesia vuestro
consentimiento matrimonial”. Cada uno dice: “- Yo, N., te recibo a ti como esposa/o y
prometo serte fiel tanto en la prosperidad como en la adversidad, en la salud como en
la enfermedad, amá ndote y respetá ndote durante toda mi vida”. Y el sacerdote
confirma el consentimiento: “El Señ or confirme el consentimiento que habéis
manifestado delante de la Iglesia y realice en vosotros lo que su bendició n os promete.
Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”.

Bendició n e imposició n de los anillos: “El Señ or bendiga estos anillos que os
entregaréis el uno al otro, como signo de amor y de fidelidad”. Y ellos: “N, recibe este
anillo como signo de mi amor y fidelidad. En el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo”.

Bendició n y entrega de las arras: es un rito opcional. Las arras son unas monedas. La
bendició n que da el sacerdote es ésta: “Bendice, Señ or, estas arras, que pone N. En
manos de N. Y derrama sobre ellos la abundancia de tus bienes”. El esposo toma las
arras y las entrega a la esposa diciéndole: “N., recibe estas arras como prenda de la
bendició n de Dios y signo de los bienes que vamos a compartir”.

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 84


La bendició n de los esposos.
Comunió n, si los esposos quieren recibirla y está n en estado de gracia.
Bendició n final.

EEJP II – IV CICLO “LITURGIA” Pá gina 85

También podría gustarte