ARENAS, Reinaldo - El Asalto
ARENAS, Reinaldo - El Asalto
en Tusquets Editores
ANDANZAS
Antes que anochezca
£1 m undo alucinante
El color del verano
Celestino antes del alba
El palacio de las blanquísimas mofetas
Otra vez el mar
El asalto
FÁBULA
Antes que anochezca
El m undo alucinante
Celestino antes del alba
REINALDO ARENAS
EL ASALTO
tu s O llECnCRES
UETS
I.* edición en Tusquets Editores: enero 2003
Capítulo I
Vista del Mariel. (Cirilo Villaverde, Excursión a Vuelta
Abajo) .................................................................................... 15
Capítulo II
De lo que le avino a Don Quijote con una bella cazadora.
(Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalga Don Quijote dé la
Mancha) ........................................................................ 17
Capítulo III
La expedición de Soto a La Florida. (Francisco López de
Gómara, Historia General de la Indias) ................................. 21
Capítulo IV
De lo que los colores blanco y azul signifícan. (François
Rabelais, Gargantuay Pantagruel) ........................................ 23
Capítulo V
Cómo un clérigo de Inglaterra que quiso argüir contra
Pantagruel fue vencido por Panugro. (François Rabelais,
obra citada) ........................................................................... 27
Capítulo VI
Las metáforas de la lUada, (Autor olvidado, La chilizaríón
griega) ................ 31
Capítulo VII
Cómo resplandece más la sabiduría y providencia del crea
dor en las cosas pequeñas que en las grandes. (Fray Luis de
Granada, Introducción al simbob de laf e ) ............................... 35
Capítulo VIII
En que Guzmán de Alfarache cuenta lo que le aconteció
en su tiempo con un mendigo que falleció en Valencia.
(Mateo Alemán, Ctamán de Aífaracbe) ............................... 37
Capítulo IX
Pericles. (Plutarco, Vidas paralelas) ...................................... 39
Capítulo X
Cantar de los cantares o Libro de Salomón. (La Biblia, An
tiguo Testamento) ........... 4Í
Capitulo XI
Magallanes en b India. (StcfenZweig,M agallanes) 43
Capítulo XII
Principalía de Menelao. (Homero,lUada) ............... 47
Capítulo XIII
Transmigración, de. las almas; beatitud final. (Dante Alightéii>,
La divina com edia) ------- . , . . . 51i
Capítulo XTV
La torre de Hestle. (Aloysius Bertrand, Gaspar de la no-
ibe) .............................................. 53
Capítulo XV
Arqueolitos halbdos en.Cuba, generalménte calificados de
caribes y que no lo son. (Femando Ortiz, Las cuatro culturas
indias de Cuba) .......................................................... 55
Capítulo XVI
Cómo los caballeros ríe las armas de las sierpes embar
caron para su reino de Gaub y la fortuna los echó donde
por engaño fueron puestos en gran peligro de la vida,
en poder de Arc^lús, el Encantador, y de cómo, liberados
de allí, embarcaron tomando su viaje, y don Galaor y No-
randel vieron acaso el mismo camino buscando aventuras,
y de lo que les acaeció. (Atnadls deGaula) ......................... 57
Capítulo xyii
À l’ombre desjeunesJîHes enJleurs. (Marcel Proust, novela ho
mónima) ............................................................ 59
Capítulo XVIII
Los siete sellos de la canción del Alfa y la Omega. (Federico
Nietzsche, A si hablaba Zaratustra) ............... 63
Capítulo XIX
Fray Bartolomé de las Casas, su error.(Libro quinto de
Historia de Cuba). ............-. ................................. .... , - .65
Capítulo XX
El sueño de Víctor Hugo. (Aloysius Bertrand, obra citada) 67
Capítulo XXI
De los sindicatos en el momento actual y los errores de
Troski. (Vladimir ílich Lenin, Obras escondas) .......... 69
Capítulo XXII
Capítulo el capítulo, (Nicolás Tolentino, El M ) ......., 7.1
Capítulo XXIII
De la visita del fraile a los jardines del rey. (Reinaldo Are
nas, E l mundo alucinante) ____ 75
Capítulo XXIV
Visión dé Anáhuac. (Alfonso Reyes, Antologa) 87
Capítulo XXV
De lo qué lé sucedió en Sevilla hasta embarcarse a
Indias. (Francisco de Quévedo y Villegas, Historia de la vida
dd buscón llamado Don P ablos)...................................... 89
Capítulo XXVI
Carta de José Martí al ministro de la Argentina, flosé Martí,
Obras com pletas)...................................... , ............ 91
Capítulo XXVII
Relojes y máquinas de vapor. (Claude Lévi-Strauss, Arte,
lenguaje, literatura) .................................................
Capítulo XXVIII
Prólogo y epílogo. (Reinaldo Arenas, El palacio de las blan
quísimas mofetas) ........................................
Capítulo XXIX
A las estrellas. (Fray Luis de León, Poesías escogidas) . . . . . 103
Capítulo XXX
Da Clodio el papel a Auristela; a Antonio, el bárbaro, lo
mata por yerro. (Miguel de Cervantes, Los trabajos de Persiles
y Siffsmunda) ................................... .. ..................... , . . 107
Capítulo XXXI
Asamblea para la rccopda. de cujcs de tabaco en Pinar del
Río. (Periódico Juventud íbbelde, aitiaúo .hom ónim o) . . . . 111
Capítulo XXXII
La fortuna nos visita a pesar dé la lluvia. (Ramón Mesa,
M i tío el empleado) ...............................................
Capítulo XXXIIl
Descripción del Templo del Sol' y sus grandes riquezas.
(Los aztecas. Cuadernos Populares) ................................; . 117
Capítulo XXXIV
Hiperión a Belarmino. (Friedrich H ö l d e r l i n , 119
Capítulo XXXV
Aparece Peter Pan. QM. Barrie, Peter Pan y Wendy) ..... 121
Capítulo XXXVI
Cuántas clases de principados hay y de qué modos se ad
quieren. (Nicolás Maquiavelo, Elpríncipe) 125,
Capítulo XXXVII
Historia de las conspiraciones tramadas en Cataluña contra
los ejércitos franceses. (Hubert Beaumont de Brivazac, libro
homónimo) ............................................................................... 127
Capitulo XXXVIII
^ ?ùn de Matanzas. (Geograjìa elemental de Cuba) .......... 129
Capítulo XXXIX
La Gran Parca, la Parca, la <Parquita y la Parquilla. (Reinal
do Arenas, B colordel verO ño) ........... 131
Capítulo XL
Último final. (Reinaldo Arenas, ùkstino antes del alba) . . . . 135
Capitulo XO
Los cuatro dioses del cielo según los chinos. (Libro sobre las
relifforüs orientales) ..................................... 137
Capítulo XLII
Dicen los gangas: los grandes no pagan favores de los hu
mildes. (Varios, VWwfc «/iot/dí <¿r ¿í ............................ Í4l
Capítulo XUII
Descríbese la situación, extensión y figura de la Isla. (Nico
lás Joseph de Ribera, Descripción de la Islade C u b a ) 143
Capítulo XUV
La parte que la Divina Providencia tuvo en mi profesión de
autor. (Varios autores. Libro sobre los místicos) ..................... 147
Capítulo XLV
La espantosa tormenta que hubo en Guatemala, donde mu
rió Doña Beatriz de la Cueva. (Francisco López de Gómara,
obra citada) ........................................................................... 149
Capitulo XLVI
Jalisco. (Francisco López de Gómara, obra cÎËida) . . . . . . 151’
Capítulo XLVII
De cómo las mujeres aman a dyestro e a sinyestfo por la-
gran codicia que tienen. (Arcipreste de Talavera. El 'Corbu^
á o) .............................................................. 153
Capítulo XLVIII
Empleo sexual del orificio anal. (Mirabeau, La Biblia o rá
tica) ................................ 157
Capitulo XLIX
Aplicaciones genéticas al rendimiento de las distintas .espe-'
des zoogenéticas. (Variosautores. Ganaderíaaplicada) . . . . 169
Capítulo L
Acerca de mis películas. (Charles Chaplin, Historia, de mi
vida) ................................ 173
Capítulo LI
Inquietud naciente. Los dos abuelos y el paseo en barca en
el crepúsculo. (ThomasMann,La montaña mágica) ............... 177
Capítulo U I
El asalto ....................... 179
Para Roberto Valero y Maria Badlas,
por haber resucitado esta novela
Capítulo I
15
sobré su cuello. Ella abrió la boca, los ojos y la nariz.
Yo la miré. Hacía tiempo, muchísimo tiempo que no
la veía de tan cerca. Entonces sus colmillos se clavaron
en mi garganta. Aullé. Le di una patada en la barriga
o en las rodillas, no sé bien, y me desprendí. Corrí bo
tando sangre y maldiciendo. Ella tomó el haz de palos
y me lo lanzó palo a palo mientras bufaba. Ya a dis
tancia me detuve y comencé a tirarle pedazos de sierras
oxidadas. Cabrona, cabrona, pero sólo oía su risa, iQué
carcajada!: Hasta que comenzó el susurro y, por pre
caución, me alejé.. rAlgún día te voy. a coger!, le grité con
las garks y con los ojos* sin decir nada, oyendo el su-
m n o y viendo cómo ella desaparecía* como cojeando
y riéndose ó bufimdo o maldiciendo. El susurro llegó
hasta lo acostumbrado, y al instante todas la trppas de
la Contrasusurración se lanzaron a la captura. Yo, fu
rioso y soltando sangre por la mordida, me fui para ia
casa. Llegué y me observé; La dentellada era enorme.
Pero no era eso lo que miraba, sino mi cara, igual, casi
igual a la de ella, la de mi madre. Seguí mirándome.
Era ella, era igual que ella, algo-como de piedra, y en
medio del pedregal los ojos,, abultados y saltando. El
rostro de mi madre era cada vez más mi propio rostro.
Cada vez mé parecía más a ella, y aún seguía yo sin ma
tarla. Me llené aú n más de furia, de miedo, y salí de
n u ^ en su búsqueda, tocándome la cara con las garfás
y diciéndome: Soy ella, soy ella, si no la mato rápido
seré ¡exactamente igual que ella. Y me ¡lancé como siem
pre, pensando sólo en reventarlas Pero-desde entonces
nO la he vuelto a ver más, aunque no ceso de buscarla.
16
Capítulo II
17
Cuando me volvieron a capturar, tenía una lista larga
de susurradores. No hablé. Extendí la lista. La lista era
seria. Yo prometía agrandarla. Lo único que quería,
dije, era no seguir viviendo en el poli. Me lo conce
dieron, no en el mismo instante, sino después. Seguí
cooperando con ellos: Naturalm ente, soy miembro
de la Contrasusuitación, es decir, contrasusurradori
Lo que más intolerable me resultaba del poUfamiliar
nò era el piso donde uiio tiene que estar y dormir,
sino los otros. Tenía que dorm ir con todo el m undo
al iado. Tenía que ver una pierna, un ombligo, un pe
dazo de jeta, pelos de los otros. A veces mirando la
guataca del qUe estaba a mi lado, oyendo su respira
ción, mirando su nariz o una de sus; garfas, no podía
más, y tenía que vomitar. Sé claramente que no hay
nada más grotesco que la figura humana. Pero tener
que vivir al lado de ellos, m irando ojos, lenguas, te
tas, respirando sus pestilencias, pisando sus babas y
hasta oyendo sus temerarios susurros, yá eso para mí
no era grotesco, era insoportable. Y sobre todo cuan^
do tienen el permiso dé énsarte, y uno dé ellos, la
hembra, comienza una especie de bufido y pujido, de
berrido y babeo, hasta q u e el otro, el m acho, que
siempre parece no desear otra cosa, la m onta, y en
tonces empieza, el m eneo, el chapoteo, viscoso y el
pestífero vaho, el relincho y las patadás y el jaleo de
las garfas com o queriéhdo estrangularse sin lograrlo.
Eso sí' que no lo podía soportar. Teriía que irme del
poiifamiliar, reventar o hacerlos revéntar a todos, esto
es lo mejor; pero es más. difícil. Siempré es más fácil.
18
reventar uno que hacer reventar a los demás. Me ali
via ver que alguien revienta; me alivia sobre todo si
soy yo quien lo hace reventar. Hay quien en ese mo
m ento ha aullado, aunque no está permitido. Tam
bién por eso me hice contrasusurrador, ahora puedo
reventar a unos cuantos más de los que reviento.
A veces cuando alguien pasa cerca de mi lado siento
que hiervo y me abalanzo -esas patas, esa facha, esos
pelos en la nariz-, pero me contengo; la lengua me
baila, los dientes sueltan una baba caliente, pero
me contengo en espera de mi madre.
19
Capítulo III
21
y ¿n la cabezá, los ojos. Allí ftie donde otea vez la vi
a ella, el rostro de mi madre, mi cara. Y aún no la he
podido liquidar. Salgo otra vez. Es noche estrellada,
como se decía en el pasado, quiero decir que el cielo
está lleno de tarecos, de furias que pasan chisporro
teantes, unas más grandes, oteas más chicas. Pero qué
me importa lo que esté pasando allá arriba, si salgo
no es para mirar ese trajín, sino porque no puedo es
tar más aquí adentro sabiendo que ella debe andar
por ahí, riéndose dé mí, mientras yo cada vez me pa
rezco más a ella misma. Estoy ya en pièna explanada,
bajo el-cielo chisporrotéante. Si esta noche la encontra
ra..., digo, y mis m anósya se van engarfiando, engarro-
tandó. Si esta noche diera con su garganta... Y mis
garfas ya no pueden más y se extiénden haciendo ara
bescos. Si pudiera hoy mismo degollarla..., y echo a
andar; Es él, el contrasusurrador furiosoj le dice uno de
los miembros de la Contrasusurración a oteo que que
ría pedirme idéntificacióh. Luego me saludan marcia
les, No les hago caso. Y sigo buscándola.
22
Capítulo IV
23
cualquier cosà era preferible a dejarla vivir, es decir, a
que me engullera, me matara, además, con decir que
estaba susurrando bastaba... Pero la yegua se volvió,
rebuznó sobre el mugrero de la m ancom unión y, abo
llando latas, se precipitó en el noparque. En la plaza
chilló: al asesino, al asesino de su madre, cójanlo, me
ha intentado matar. Me ataron al poste grande. Yo
supe defenderme. Dije que ella había abollado la ba-
téá gigante (invención del Reprimerísimo) de la Gran
M ancom ünión. La,abolló adrede mientras, gritaba im
properios contra el Reprimerísimo, agregué. Ella
negó, pero era cierto que en. la huida había abollado
el esmálte de la gran batea. Se .la llevaron para tortu
rarla, todos los miembros* del poiifamiliar querian ani
quilarla inmediatamente, pero sin dar explicaciones
los agentes superiores cargaron cón ella. Después oí
decir que ella nó confesó (cosa que no m e explico), y
que nada le ocurrió (cósa que tampoco puedo expli
carme). Sqgún me dijeron, era que ella es m iem bro de
la Contrasusurración. Y entonces comprendí, como
cualquiera podrá cómprender, que para sobrevivir lo
m ejor es hacerse agente de la Contrasusurración. En
menos de una semana, denuncié y capturé a más de
cien susurradores, yo mismo los llevé por el cuello, ya
con la argolla, a las celdas ambulantes y di el parte al
Popular Justicial. Yo mismo me ofrecí para ajusticiar
los. Soy, pues, contrasusurrante. Puedo andar y salir
cada vez que quiera (con la autorización de partida)
de la Reprimeria. Puedo hablar, puedo susurrar y de
cir que. filé el de ú lado y joderlo, cosa, divertida. Y,
24
desde luego, del caldo m ancomunai, para mí son dos
cucharas. Pero mi madre sigue viva, y yo cada vez me
voy pareciendo más a ella. Me he hecho contrasu
surrador, para poder perseguirla y aniquilarla donde
quiera que se encuentre. Después ya veré. Pero mien
tras no la aniquile estoy en trance de perderme. Es el
contrasusurrador furioso, le responde un agente a otro
cuando paso. Y sé que me siguen mirando, luego de
haber pasado las guardabarreras, me siguen mirando
un poco desconcertados. Para justificar ante ellos mi
furia me prom eto que hoy las celdas de toda la Re
primería se verán atestadas de contrasusurradores.
25
Capítulo V
27
Reprimerò o Reprimerísimo, difundido por todos los
altoparlantes. Otra vez más aplausos. Y, de pronto, en
medio de los aplausos, un susurro, aún un auténtico
susurro. Corro, no lo puedo dejar escapar. Detrás de
mí corren también otros que quieren ganar méritos.
N o lo permito. Salgo, susurro, y le echo garra al niño
que corre detrás de mí, ah, eres tú* cabrón; El m u
chacho protesta. Rápido le aprieto el cuello y su pro
testa se convierte en un susurro. Ah, pero todavía...
A golpes y patadas lo conduzco, ya argollado, hasta la
primera, celda ambulante, cierro, y por fuera en la pi
zarra pongo m i número de contrasusurrador. Que se
sepa que ¡fui yo el héroe. El saludo glorioso del Re
primerísimo se repite otra/vez por los- altoparlantes,
queriéndonos decir que ya debemos estar en, nuestra
línea, o .marca, o centro o círculo o giro productivo,
buenas mañanas, hijitos míos. Sus palabras* sin saber por
qué, me. hacen record^ con más furia que aún no he
dado con m i madre. Atravieso mascullando Ja calle
’"absolutam ente desierta. Luego m& entretengo un
poco viendo a los recién capturados en los ganchos
del noparque que ahora son. transportados* a la prisión
posmortuoria. La idea del noparque con los nobancos
llenos de púas fue desde luego dél Reprimerò, los de
safectos suelen gustar de la. vagancia y se traicionan in-
conscientemente; sentándose en un.nobanco (el único
asiento, público que existe), entonces quedan taladra
dos por las, púas y son ¡aniquilocapturados al. mismo
tiem po; noble labor heroica cumple la elogiada in-
^yención reprimerísima.
28
Voy, pues, hasta uno de los nobancos, y comien
zo a desengarfiar a los engarfiados que durante la no-
noche han caído como moscas. Los arrastro hasta las
celdas postmortuorias. Los encierro, y estampo en la
pizarra mi número. Laboralmente, la mañana no ha
sido mala.
29
Capítulo VI
31
obseivádo a todos. Entre ellos no estaba mi madre. El
sol hace ahora que sus pellejos suelten una oleada pes
tífera que desde luego no perciben. Yo la percibo por
no estar siempre entre ellos. La guagua pasa ahora
por algunos fangueros. La velocidad de las patas se hace
más intensa, los codos se aprietan, las rodillas se hun
den y salen veloces del fango. El de atrás empuja al de
alante, el de alante empuja al que le sigue. La guagua
logra salir del pantanal y, en la' hora, precisa, llegan a
la línea productiva. Ahora descienden, ahora hacen
como que descienden. Silenciosos, con las jetas en
fangadas. Algunos, Jos más jóvenes, los que nuncá
haii cogido una guagua de verdad, descienden de ver
dad, bajan de: verdad de una guagua, los otros,. los po
cos que la conocieron no quieren ni acordarse, saben
lo caro que -cuesta el recuerdo,, y sólo recuerdan las
palabra del Reprimerísimo:. L a memoria es diversionisr
ta y pena exigei Pena m áxim a. Ahora yo estoy entre
ellos, ocupo un. lugar detráis de esa vieja vaca de ojos
inmensos y huecos. ¿Recordará la guagua verdadera
esta vaca? ¿Será ella mi madre? La observo, m e toco
mi rostro. No, aún no soy yo ése. La fila avanza rápi
damente. Es la hora del nutrifamiliar. A esta cola no
falta nadie. Si mi madre está en la Reprimeria, tiene
que venir aquí. La m ujer de ojos de vaca parece tem
blar de emoción y nerviósisrao mientras :sé acerca a Ja
paila donde bulle el agua 'nutrifamiliar. Sigo m irándo
los. AJgvmos ya com en sin hablar, como es obligato
rio. La. mayoría, al igual que la vieja vaca, m ueven
tem blorosos los labios, em oeiohádos, agradecidos,
32
Miro toda la fila que espera, ansiosa. Si pudiera ir uno
a uno degollándolos. El de atrás, el de alante, el que
extiende su cuenco suplicante, todos, todos. ¿Entre
ellos no puede estar mi madre disfrazada? Este viejo
asqueroso, éste, ¿no será él mi madre? No, no se per
miten los disfraces. Debo dominarme. No debo des
preciar mi libertad. Se trata de guardar todos los es
fuerzos para aniquilarla a ella, por encima de todo,
por encima de todos los demás, a ella, a la cual te vas
pareciendo cada vez más. ¿Qué te importan todas es
tas bestias? Diviértete si quieres a su costa, pero no te
arriesgues... Sigo, pues, tranquilo en la gran fila. Pero
cuando la gran vaca tem blorosa se acerca a la pai
la, cuando ya saca su comprobante de contrasiestera,
sus horas laboradas, su asistencia infallable a la Ex
planada Reprimerísima, a la Gran Plaza Patria, etcéte
ra, comienzo el susurro, así, suavemente, impercepti
blemente, con los labios apretados, como tantas veces
lo he hecho. Entonces, él qué manipula el cucharón
suelta una maldición. ¡Viva el Reprimerò!, grita, y vira
el caldero. La vaca gimiente, que ya preparaba su ges
to de agradecimiento y estiraba el cuenco hacia el ma
nipulante, emite un aullido de horror. ¡Puta, crimi
nal!, le grito sacándola por el cuello y ajusticiándola
con la más-garfa ante la euforia de todos los que a
causa del susurro se vieron privados del caldonutri-
dor. Los improperios contra la criminal son infinitos.
Finalmente, para lograr el orden, me paro sobre el
cadáver al cual ya le he estampado mi núm ero (otro
mérito para mí), ¡Viva el Reprimerò!, grito; ¡a la pro
33
ducción! Y todos gritando vivas se integran, a las filas
productivas. iViva!, grito de riüevo riendo y pensan
do: Por lo .menos ninguna de estas bestias que chillan
-e n tre ellas y o - comerá hoy.
34
Capítulo VII
35
Capítulo V ili
37
Capítulo IX
Pericles
39
me para rto quebrarlo. Ahora, al son del him no que
anuncia que el día luminoso ha concluido y comien
za la nonoche, los veo abriendo un hueco, inclinán
dose, escarbando, cum pliendo con el noreposo, y
sólo se oye el ras ras de los huesos que trajinan. Tan
abominables, tan abominables, ras ras.
40
Capítulo X
41
revuelcan, tirarles un ácido corrosivo o prenderles fue
go con algo inflamable, no se separarían, ni dejarían de
emitir el típico ahogado rezongamiento. Así es, aun
que parezca increíble. He hecho la prueba.
42
Capítulo XI
Magallanes en la India
43
-D e no. lograrlo pronto -ag re g o -, me eliminaría
yo mismo, con lo cual saldrán ustedes perdiendo.
El viejo me mira.
-¡Viva el Reprimerísimo! —vuelve a exclamar. Es
tas exclamaciones sé que no se dirigen a mí, sino a los
aparatos receptores que pululan por todos los sitios-.
Quién sabe -d ice luego, y parece haber hecho como
un intento por suspirar, pero se controlar*. Tu caso es
peraonal, no familiar. ¿Qué le importa a la polifámi-
lia que tú mates ;o no a tu madre?
Le vuelvo a explicar mis sospechas, de. que .qlla se.a
el jefe de la Susurración.
-¡V iya el .Reprimerísimo! .Demuéstrame que es
ella, no ya jefe de la Susurración, sino u n simple
miembro, y te aseguro que podría localizártela - y ex
tendiendo sus viejos bembos como en: una suerte de
sonrisa, vuelve a agregar-, demuéstramelo.
^Pero, después de todo, qué puede importarles a
ustedes que yo la maíe o no. Soy uno. de sus mejores
agentes. Y pienso superarme cada, día más. Sólo que
mientras no la elimine a ella no podré frabajar tranqui
lo. Sé que me persigue, sé... Sólo les pido que busquen
en la lista de los polifamiliares, de las reprimeríiis, de
las postprimerías. Será una. operación breve.
-Tu propósito tendría algún objetivo si; tuviera in
tenciones polifamiliares...
-Pero mi madre.¡.
-¡Viva el Reprimerísimo!... Tu;madre rio es agen
té de la Susurración -*-me dice ahora como molesto, y
luego vuelve a calmarse-. Antes de concederte Ja au
44
diencia he hablado con el Gran Secretario. Aquí tie
nes el contrabarreras. Se te extiende por seis meses.
Pero irás en misión patria, no personal. No queremos
ni un susurro más, que se aplauda o se chille cuando
se les ordene. Ni un susurro, ni un susurro, ni una pa
labra que no entre dentro de lo preplanificado. Has
de cumplir esa orientación que baja directamente del
Reprimerísimo a través del Gran Secretario. Puedes
partir ahora mismo. En cuanto a tu madre, no nos in
teresa, lo que nos interesa es tu odio. De todos m o
dos - y ahora mc habla p atern alm en te-, m átala si
puedes, el Gran Secretario no te lo prohíbe.
-iV iva el Reprimerísimol - l e respondo y salgo ya
rum bo al cuartel guardabarreras.
45
Capítulo XII
Principalía de Menelao
47
es natural, la capital, la gente gesticula y parece más
brutal, las bestias, estas alimañas enredadas en el con
sabido trapo azul y rapadas, mueven más el culo.
Ahora, por ejemplo, observo a ese grupo; claro, es la
hora autorizada para el chillido, pero de todos m o
dos, el movimiento cular, la bulla, es más grande que
en la Reprimería. Allá la cosa es más lenta, gris; aquí
es rojiza, movida. El meneo parece que se realiza con
euforia, con autenticidad. Observo a esa pareja, me
acerco como uno más, moviendo el culo, como ellos,
como todos, y los observo; a veces, como ellos, ca
m ino en cuatro patas, o me elevo, conio ellos, en la
punta .de las garfes. Y ¡sigo meneándome y observan
do. Quién sabe; si esa yegua que se despotrica al son
del taca taca es mi madre. Sin dejar de menearme me
volteo: hasta quedar frente a su jeta. La mula que está
junto a otra alimaña comete la insólita osadía de son-
reírme. .El asco que siento es; tal que ni siquiera pue
do observarla bien. Voy hasta el extremo del área auto
rizada y vomito. Y si ella fuera mi madre, me digo.
Regreso otra v e r al ajetreo, saltando 6n cuatro patas
me acerco a la pareja. Jiau, jiau, hago. Y la alimaña-
bollo me vuelve a mirar. Yo la miro ahora fijamente;
sabiendo qué nada me queda ya por vomitar. Ella
ahora, no sólo sonríe, sino que, meneándose, toma
una de mis garfás y me incita a moverme. Me meneo
para poder observarla, para poder tocarla. Toco su
horrible cara blanca y lisa. Me ¡erizo al palparla. Ella
entonces vuelve a sonreír. La miro enfurecido. Ella si
gue sonriendo. Si un rasgo, si uno solo de sus rasgos
48
me recordase a mi madre, ahora mismo la estrangula
ría, pero es delgada, larga, con pestañas, y en su boca
relucen, increíblemente, todos sus dientes... Bastaría,
si se pareciera a ella, con susurrar levemente y tomar
luego su cuello y apretar. Tomo su cuello, que en nada
se parece al de mi madre. Sonríe. A lo mejor piensa
que la voy a acariciar. Mis garfas comienzan a apre
tarla. Veo sus ojos grandes y abiertos, contemplándo
me extasiada. Y en ese instante suena la hora del gui-
rindán, que anuncia que la hora del m eneo ha termi
nado. Todos dejan de moverse, y rígidos tom an los
aperos de trabajo, y, ya enjaezados, parten rumbo al
área de trabajo asignada para esta nonoche. Ella tocó
por un m om ento mi garfa y luego hasta se volvió y
volvió a mirarme, y hasta creo que, aún form ando la
guagua, me hizo una señal. La gran puta.
49
Capítulo XIII
51
lencio; ahora están m asticando y expulsando en el
gran saco. El iviva!, gritado en forma unánime, pues
ahora se están inclinando y recogen los desperdicios.
U no por uno los observo, cuando se inclinan, cuando
rumian, cuando mastican y vuelven a agacharse, cuan
do vuelven a gritar, otra vez encorvados, e! ¡viva! No,
ninguno de ellos es mi madre. La maldita tampoco
está aquí.
52
Capítuio X W
La torre de Nestle
53
A
Capítulo XV
55
Y después, ó.ante todo, o primero que nada, o prime
ro que todo, o qué sé yo, no puedo dejar tampoco
que realmente la aniquile otro que no sea yo, o que
se aniquile ella misma. Eso sería lo peor que podría
pasarme. Porque entonces, ¿cómo demostrarme a mí
mismo que ella no existe?, ¿cómo hacer para que no
exista en mi imaginación y en. mi temor? Tengo, pues,
que ser yo el que la encuentre y el que la fulmine. De
lo contrario -fulm inada o no fulminada, pero sin yo
saberlo- será ella la que me fulminará. Y yo, hórror,
pasaré a ser ella^
56
Capítulo XVI
57
Capítulo XVII
59
f
60
travitales que el pasado reaccionario nos ha legado.
Optimicemos el idioma, así como la vida.» Creó así
la nonoche... Por ir parodiando en voz alta su discur
so tropiezo con una celda am bulante. El golpe es
fuerte, aunque, desde luego, no me doy por aludido:
«¿Qué golpe puede hacer mella en nuestro optimismo
de acero?». Las palabras del Reprimero me ponen en
guardia. Ya de pie junto a la jaula oigo que de dentro
de ella sale como un gemido. Hay un prisionero, me
inclino un poco entre los barrotes y lo observo^ Es un
muchacho. Retrocedo asqueado. El muchacho, que
gime, insólitamente no lleva la cabeza rapada, sino
que, por el contrario, ostenta copioso pelo, No ten
go que preguntarle ni siquiera cuál es sü crimen. Es
evidente. Al introducir mi garfa para propinarle un
fuerte golpe en los ojos, mis manos tocan su pelo, el
erizamiento que me produce el contacto es tal que me
aparto. Lo que resulta increíble es que la Supervisión
haya perm itido que a alguien, le creciera el pelo de esa
forma. Es innegable que una primeria, por bien aten
dida que esté, no es la Reprimeria, donde la presencia
constante del Reprimero todo lo supervisa. Aquí, en
las primerias y viceprimerías y postprimerías es don
de mi madre puede sobrevivir. En estos sitios es donde
debo buscarla.
61
Capítulo XVIII
63
dò -p o r reglamento oficial- quien sobrepasa el peso
estricto, hueso y pellejo, es remitido a un interrogato
rio avasallador, y en el caso que se trate (no puede ser
otra cosa) de hurto al patrimonio mancomunai se le
fulmina, ya por robo, ya por enfermo, o por enfermo-
enfermo, es decir por estar realmente enfermo, lo cual
se considera doble delito pues deja de producir y con
tamina. Rara, la bestia. O sería que iba envuelta en otro
trapo por encima del ixapo reglamentario... Me miro.
Me toco. Toco mi trompa, toco, mis orejas largas y an
chas, palpo mi vientre, aquí, hay pelo, acá no; Sobre .mí
no llevo puesto más que el m ono obligatorio.. Soy ella,
soy casi corno ella., Aterrorizado corro junto a. las tro
pas de la Contrasusurración que disparan contra la no-
noche, en homenaje al sueño del J^primero; Será, ella
j^uno de estos oficiales contrasusurradores. Son más an
chos que los otros,, tienen algo de plof, plof en sus pa
sos. Los toco. Mostrando m i carné palpo sus hocicos y
sus vientres; ninguno es ella. Nadie: es ella. Pido todas
las: señas de los grandes oficiales de la Contrasusurra
ción. .Nadie, nadie es ella. Entonces, convencido de
que con ese volumen, si no es un gran oficial,.tiene que
ser una enferma-enferma, solicito con urgencia la autof
rización para visitar la .Gran Cárcel de la Patria.,
-¡Viva el Reprimerò! -m e dice el oficial que rae
otorga el salvoconducto.
-¡Viva! -rep ito .oficialmente, y le toco la trompa;
No, tampoco es ella..
Y ya con el papel reconconcóncüñado, salgo rum
bo a las cárceles de la patria.
64
Capítulo XIX
65
Capítulo XX
Culo.
Culo.
Culo.
Culo.
Culo.
Y cuando termino de vociferar lo mismo sin dejar
de andar y tropezar y patear ni un instante, la nono
che ha concluido. Junto con la claridad revientan los
enormes him nos glorificando al Reprimerísimo por
habernos concedido la infinita gracia de un nuevo día
de dicha. El guirindán se instala, el trajinar sube, el
trajinar se acrecienta, la canción himnaria está ya en
su punto más elevado. Las filas pestilentas van jun
tándose, engarzándose y form ando la noguagua. El
cacareo se hace más intenso, el tráfico se acrecienta.
La gran tropa (guaguas múltiples) de niños libres uni
dos por gruesos garfios m archa hacia el área laboral
repitiendo las loas orientadas. Com ienza el trabajo.
Las mujeres, culo y cabeza casi unidos, portan gran
des piedras, mazos- y cables mientras glorifican su li-
67
befación; En cuanto a los hombres, esa mescolanza
de mierda y baba, se lim itan, optimistas, a pujar y
asentir. Se oye un cacareo, un rebuzno, varios estaca
zos y otro rebuzno.
68
C apítulo XXI
69
éntre hojas de palmeras artificiales y laureles sintéti
cos, espadas de bronce, fuegos y consignas-parlantes;
la gran barbacana llevada a altura notable que porta la
imagen más grande que la natural del Reprimerísimo.
Tras la gran imagen que todo el m undo quiere adorar,
acción que la tropa de choque impide a puntapiés, la
marcial tropa de los agentes de segunda categoría.
A ambos lados, los nocamiones repletos de ratas que
braman. Después, la Tropa de la Contrasusurración
Armada, portando los instrumentos de la ejecución,
alambres, piedras, varas, mazas, hachas y sogas, armas
antiguas como cañones y rifles, pistolas, ametrallado
ras y los consabidos garfios. Detrás, detras, en fin, la
masa chillante, un traqueteo-unidoi y acompasado que
baja, que. sube, de acuerdo a las orientaciones del pri
mer tam bor o cuero,, o tumba, o palo hueco, o cajón,
o váyase usted a la mierda.
70
Capítulo XXII
Capítub el capítulo
71
ser purificadas. La tropa activa de la Contrasusurra
ción los aparta, y a golpe de más-garfas sor? pacifica
dos. Se saca el pliego que se lee junto a la gigantesca
imagen del Reprimerò: «Por tanto que, en tanto que,
concom itante que, reconcom itante que, anteconco
m itante que, reconcoconcocom itante que, viendo
que, en requequeconcomitánte que tocante que en el
apéndice, en el epígrafe, y en el postfolio del? atestado
reconcomitamos lo que reconconconconcrimina, fa
llamos:; monstruoso crimen. Pena: la democrático-ca-
pital p o t aniquilam iento total. Cargo: enemigo del
pueblo y de su guía infinitesimal y Uno. Atenuantes:
la dicha de ser ejecutado por la masa gloriosa repre
sentada, primero, por los agentes directos de la Con-
trasusurradón; luego,, por la, misma masá glorificada».
Terniinadas las impugnaciones cesa el cacareo, o tambo^
reo, o váyase usted aJa porra. La cosa, tomo, siempre,
es un poco aburrida y lenta. Con úna estaca se m iden
los estacazos que deben darse siempre en la nuca. La
operación primera, que es la más. interesante, es el
amago estacal. El que- oficia, de estaquero (yo Jo he
sido muchas veces) levanta la estaca, torna impulso y
amaga fuerte, y bajá con furia la estaca como si. fiieiá
a destripar el cráneo del condenado, ya cuando la
maza va a estrellarse en el cerebro, afloja de-pronto en
seco, y no golpea. Esta acción que va precedida de un
aullido furioso por parte del estaquero. se repite tres
veces. Se trata, naturalmente, del estacazo simbólico,
que se hace para dar un ejemplo general.. .Durante es^
tos tres estacazos simbólicos es; cuando vale la pena
72
ver el rostro dè la víctima en trámites de ajusticiarse.
Hay que ver, y es el único interés con que cuenta la
ceremonia, los ojos y la boca, las muecas de esa cara,
cuando el palo zum bando baja, y, parándose brusca
mente, roza el cerebro. Esto, es interesante, pues la
víctiiha, que' espera el golpe certero, al no recibirlo,
no puede, fborrar ,la impresión de, que lo está recibien
do; y tiene, tiempo, por no haberlo recibido, de ex
presar su estupor, su terror y su dolor. Para, eso, por
descubrimiento y orden estricta del Reprimerísimo, se.
otorgan, esos tres golpes simbólicos. Para que todos
puedan ver la expresión de horror del que espera. En
el cuarto golpe, el único verdadero^ no hay expresión
de horror; La. estaca, maza, garfio o más-garfio, cabilla J
o fleje, o váyase usted al carajo, sin detenerse, se es
trella contra el cráneo. El impacto es tan descomunal
que la víctima no tiene tiempo de expresar su dolor.
Y sin más trámites, con un m ínimo pataleo, revienta.
La expresión de dolor hay, pues, que observarla en los
tres golpes simbólicos... Cuando la alimaña revienta
cae hacia adelante, pues se le golpea por detrás. El
chisporroteo, tanto de mierda como de hueso y sangre,
es corto y violento. En su patalear algunas se engar
zan, resultando a veces difícil separarlas. He visto a al
gunos en medio de su craf craf o patalear, o reventar,
o chisporrotear, o váyase usted al demonio, tirarse de
los ojos hasta sacárselos, a otros, el mismo estacazo se
los ha proyectado lejos. Ahora la masa sale del área
autorizada y entra en el campo de la ejecución don
de yacen las víctimas con sus cerebros rotos. Al son
73
de himnarios, con latas, vidrios, o simplemente a den
telladas y garfiazos se les descuartiza. Es ésta la fase de:
la justicia popular. De pronto, me lanzo y participo,
consciente y apasionado, me tiro sobre los cuerpos
boca abajOj y hurgo, reviso, como un loco ansioso de
justicia, vuelvo los rostros desgarrados, buscando lo
que me interesa, y aunque no lo encuentro, no dejo<
I de golpearlos, de examinarlos uno por uno. Violento
los voy despachurrando sin dejar de observarlos. Al.
fin me calmo; ninguno de ellos es mi madre. Entre es
tas ratas reventadas no está ella. No se ha burlado to
davía de mí, pienso. Y el olor a sangre y tripa reven
tada me calma. Aún es mía, aún puedo ser yo quien
la reviente. Y me alejo eufórico entre la gente que re
sopla, que exalta la bondad y la justicia reprimérí-.
simas. Y como estoy de buen humor, o no absolu-i
tamente desesperado, o no totalm ente derrotado, o
váyase usted al carajoi dejo exhalar un susurro.
74
Capítulo XXIII
75
cual debe pulirse, bajo la mirada aprobatoria o recrimi
natoria del agente pertinente de la Contrasusurración.
Este lustra!, actuando sobre el cráneo rapado, produ
ce un resplandor tal, que el condenado, dondequiera
que se halle, se destaca, «brilla», siendo su localización
inmediata, y en el caso de intención de fuga, su ani
quilamiento es certero y rápido, basta disparar contra
su brillo. El lustra! tiene, y todo es debido al talento
del Reprimerísimo, propiedades fosforescentes. De
m odo que las cabezas rapadas, en la nonoche, que en
ciertos lugares de la gran prisión es perenne, en vez
de no brillar, brillan aún más, relampaguean. Se dice
que el Reprimerísimo, en sus visitas de inspección por
la Gran Cárcel de la Patria (las grandes cárceles de la
patria son muchas, pero todas son ¡guales y llevan el
mismo nombre), manifiesta un placer notorio al ver
en la oscuridad las oscilaciones lumínicas de esos crá
neos, que algunas veces, perdiendo el control, giran
desordenados, chocan contra el m uro y revientan. En
tonces, el garabateo luminoso adquiere tal proporción
que tal parece que estamos celebrando la Gran .Fiesta
Reprimera, y que esos chisporroteos son cohetes, glo
riosos fuegos de alabanza en homenaje a nuestro in
mortal Reprimerò^ C on la permisión sigo caminando,
siempre escoltado por los agentes inferiores y superio
res. En todo m omento mi intención, oficial es hacer
una revisión de la gran prisión, buscando, por autori
zación marcial, a un supuesto fugitivo o alimaña ex
traviada. Com o to d o está en regla, ya qué tengo la
consecución, los sellos y la estampa reconconcuñada
• 76
del Reprimerò, ejecutada por su Prim er Gran Secreta
rio, puedo entrar y salir en cada celda o semicelda,
gran celda, casicelda, nocelda, maxicelda, celdilla y
policelda. Precisamente en esta policélda reviso aten
tamente a todos los presos, que son numerosos y es
tán todos condenados al aniquilamiento total. Es im-‘
portante revisar primero a los que recibirán la pena de
aniquilamiento total que emana de la democrático-
capital. .Mirar detenidam ente todas estas jetas que
pateo, todos éstos cráneos brillosos, todas estas' pro
minencias apestosas y encorvadas és para mí im por
tantísimo. U n condenado, condenado a total aniqui-
lam iento, luego, de ser condenado, no existirá ni
como postcóndenado ni como ejecutadOi ni como
traidor vil ni com o enemigo dé Ja patria. No existirá.
Este tipo de ejecución conlleva numerosos reajusta
mientos, ajustes, chequeos e interpolaciones; requiere
su tiempo, gracias a ello puedo analizar a todas estas
alimañas antes de; que nunca hayan existido. Para el
aniquilamiento total de un condenado se precisa ani
quilar, bajo total aniquilamiento, a todos sus familia
res, conocidos y supuestos; conocidos, así como toda
señal propia, huella, garabato o raya, etcétera, que la
alimaña haya, dejado en la tierra. Quien, lo recuerde
(para detectarlo sobran agentes) será también conde
nado a total' aniquilamiento, quien dude si existió o
no, merece, también la ejecución y se le ejecuta; los
mismos carceleros, los que ejecutan, son tam bién
condenados a total aniquilamiento, quiero decir, for
m an parte; .de laé ratas, y por lo tanto, ratificados
77
como ratas, y seleccionados para ajusticiar a las ratas
L restantes, serán ajusticiados p o r otras ratas. C on el
tiempo este tipo de proceso se ha ido haciendo itier
nos complejo. Atemorizado de que cualquier conoci
do pueda ser un día condenado a total aniquilamien
to y por lo tanto también aquel que lo conozca, la
gente evita cualquier tipo de relación o conocimien
to, cualquier tipo de amistad. Las orientaciones ofi
ciales, ayudan también en este proceso de desconoci
miento. Casi nadie sabe junto a quién trabaja, ni le
interesa. E n el polifamiliar todo el m undo está junto,
^ pero se desconocen. Nadie tiene nombre y todas, las
orientaciones ayudan a que el otro sea igual al otró>
para no poder recordar a nadie en, particular, para que
nadie pueda ;ser recordado, para que ni uno mismo,
en el caso supuesto en que se nos comunique que ya
^ uno no existe, pueda demostrar.lo. contrario. La unión
de dos alimañas para la proliferación se realiza bajo la
consecución y permisión ,-0 revisión, o aprobación, o
váyase usted a la mierda, oficial. De m odo que los
que se engarzan no tienen por qué conocerse, y si lo^
hacen és poriiniciativa propia y tienen que ajustarse a
las consecuencias. Pero en general, en los últim os
tiempos,, cuando dos miembros de la m ancom unión
se enrolan en batalla, sexual lo. hacen sin conocerse. La
elección para el engarfiam iento se realiza de este
m odo. Una de las ratas, con su garfa, señala a un ex-
trémo. Si ,1a señalada, pertenece al sexo opuesto a la
que señala, cosa que: tiene que declarar, pues a simple:
vista no es fácil descubrirlo, levanta su garfa, luego,
78
levantando la placa reconcuñada y mostrándola, es
peran con la permisión, la nonoche, y, sin verse prác-
ticamente, realizan el acto. De día también puede rea
lizarse el engarce (lógicamente, si se posee la autori
zación reconconcuñada), pero aunque ya es difícil
que alguien pueda recordar a otra persona, salvo ca
sos excepcionales, es pm dente, en el engarfiamiento
diurno, usar la máscara de engarce para una seguridad
absoluta. Terminado el acto, ambos se retiran a sus la
bores.. Otxo m étodo que se emplea en todas las man-
comuniónes y naturalmente en los polifamiliares es el
constante traslado, la permuta del metro cúbico, de
este m odo también se evita el conocimiento m utuo.
La añústad (fea palabra ya casi desconocida entre los
miembros de la m ancom unión y del poliíámiliar) es
uno de los cargos'más temibles que se le pueda hacer
a alguien, todos la niegan, todos saben lo terrible-
rriente caro que puede costar esta imputación. En este
campo se ha avanzado. La gente adquiere conscien
cia; el desconocimiento del otro -excluyendo, natu
ralmente, a los agentes de la C ontrasusurración- es
casi total. ¿Quién, pues, aún no alaba la maestría del
Reprimerísimo? Quien se detenga a analizar esta Ley
del Aniquilamiento Total, queda absolutamente con
vencido de su saber. Con la misma^ él ihismo se adju
dica la impunidad absoluta. ¿De qué puede ser conde
nado un Reprimero ^cosa que nunca sucederá- sirio
de traidor? ¿Y cuál es la pena del traidor sino el ani
quilamiento total? ¿Y quién debe ser ejecutado junto
con el condenado a aniquilamiento total sino todos
79
los que lo conozcan? De m odo que si algún día el Re
primerò fuera condenado a aniquilam iento total, el
universo desaparecería. ¡Gloria al Reprimerísimo!...
Voy, pues, con mi garfa examinando y a veces interro
gando a toda esta cràpula. Asistido por los agentes y
subagentes que me acompañan, levanto, jetas, retuer
zo cuellos, examino orificios, buscando a m i madre,
y como no la. encuentro es lógico que me enfurezca y
que de vez en cuando lance un puntapié contra éste
o el otro, reforzando el golpe con una sentencia del
Reprimerísimo, para que se me respete. Para calmar
o disimular un poco mi finia pregunto, aunque poco o
nada me importan, sobre los- cargos que contra esta
alimaña se acumulan; pero ¿qué necesidad hay de car
gos para eliminar a uná rata?... Este viejo, por ejem
plo, que no puede ni con sus garfas y que emite una
süerte de resoplido que oscila del culo a la boca sin
salir al exterior, ¿qué ha hecho? El agente, acercando
sus belfos a m is oídos, m e musita, entre temeroso y
burlón: El viejo dice nada menos recordar o haber
oído decir que. los hom bres llegaron una vez a la
Luna... Espantado, retrocedo mirando esa masa crur
jiente y pestífera, que oscila, que sé infla y desinfla;
tomo impulso, lo pateo, y sigo... Y éste, ahora estarnos
en una nocelda, en medio del pasillo que se estreclia,
digo, señalando a un muchacho que se mantiene acu
clillado con la cabeza metida entre los muslos, cómo
si se oliera el fotingo, ¿qué le pasa? Ya usted verá por
sí mismo, me dice el agente, y dándole una fuerte par
tada- en la nuca le ordena, al babosó qué muestre la
80
cara. El baboso, temeroso de violar lá ley aunque sea
el mismo agente de la ley quien se lo pida, se niega a
levantar la cabeza; entonces el agente, tom ando su
más-garfa, engancha su extremo en la frente del ba
boso y tira, mostrando el rostro de la crápula en. el
que veo, casi con pavor, dos ojos verdes.' Mé basta, le
digo al agente que saca la más-garfa de la frente del
baboso, quien inmediatamente esconde de nuevo la
cabeza. Seguimos la inspección. Aquí, en esta gran
celda, miles de muchachos que descuidaron el corte
al cero de sus cabellos; allá, entre miniceldas, los que
se enfermaron. Éste, bien abarrotado de barrotes, y de
argollas, suspiró una vez. Y en esta nbcelda, una m u
jer que tirita. El agente, sin decir nada, va hasta ella y
la golpea, ¿Qué hizo?, digo, y atraído por el gesto del
oficial también le doy algunos puntapiés. Dijo: «Ten
go fno», me explica el oficial. Enfurecido arremeto
otra vez contra ella. Y seguimos la marcha, por túne
les infinitos surcados por garabateos fosforescentes. Si
todavía hubiese dicho: «Hace fiío», me explica el ofi
cial mientras pasamos por la bóveda donde yacen los
que se equivocaron al parodiar los textos orientados,
quizá Se le hubiese, concedido algún atenuante, pero
haber dicho: «Tengo fiío», tengo, es inadmisible... Ten
go, y nada menos para una cosa que pertenece a. todo
el m undo como es el fiío. Oyendo, en fin, estas im^
pugnaciones que bien conozco seguimos pasando por
todas las celdas, semiceldas, grandes celdas, noceldas,
contraceldas, miniceldas y celdillas. Guiado por la bri
llante testa de un prisionero guía, descendemos a las
81
Furnias de. la Patria. En la antesala del paredón de ani
quilam iento total, perennem ente iluminado por las
cabezas de los prisioneros de tum o, se le aplica el ùl
timo tratamiento confesional ¿a un hombre? ¿A una
mujer? No sé. No se puede saber a simple vista.
Guando alguien, llega a esta galería del gran salón de
las- retractaciones ha perdido ya, por lógico tratan
miento, toda señal, aún la más mínima, que lo dife
rencie entre un hombre, una mujer, O un perro. Sin
uñas, sin ojos, sin cabellos, sin sexo, sin piel, quién
rayos puede diferenciar si se trata de una rata grande,
o chica, de una mujer o un muchacho ò un cerdo. El
revoltillo vibra levemente cada vez que se le aplica el
m étodo confesional.. Pero sigue negándose a atesti
guar la confesión ya redactada. Me quedo unos ins
tantes, la larga varilla entra y sale por todos los hue
cos, palpa, salta, busca un sitio donde la cosa aún
sienta y se hunde. Inmediatamente el otro confesor le
rocía el líquido metálico hirviente, la cósa se vuelve a
agitan la varilla se hunde péro el m uñón de garfa aún
se niega a garrapatear la confección redactada. Intere
sado, pregunto qué es lo que niega el criminal. No
^ niega, m e dice uno de los confesores mientras prepa
ra otra varilla, afirma. Dice haber oído decir que en
un lugar existe un rollo o pliego ó no sé qué cosa
donde aparecen la .primeria, las postprimerías y vice-
primerías, y el Reprimerò y todos nosotros, y él. niis-
m o recibiendo este trato (e introduce la varilla), y dice
haber oído decir que cuando esto desaparézca, ese
pliego o rollo quedará y por él se descubrirá todo lo
82
que nosotros, p o r orden del Reprimero, nos afanamos
en abolir.. Lo único que le pedimos antes de su total
aniquilamiento (y entierra. otra vez la varilla ahora en
el globo donde estaban ios ojos) es que niegue lo que
dice haber oído decir y firrrie Ja. confesión. Le hemos
explicado (y entierra la varilla) que, aun cúando exis
tiera ese rollo, una vez q u e m ad o ya no existiría, y por
lo tanto él. quedaría como farsante (y entierra furiosa
mente la varilla),., ¿Y qué ha respondido?j pregunto.
¿Qué ha dicho?, me increpa el gran confesor, vertien
do el líquido hirviente sobre el cuerpo descascarado
que borbota emitiendo tenues gluglús, dice que aun
cuando encuentren ese rollo no podrán dar con el
otro, que dice lo mismo. ¿Y por qué no terminan de
aniquilarlo?, digo enfurecido, y; no. pudiendo conte
nerme,. tomo una varilla y la clavo en la masa que. ni
levemente se agjta. El mismo Reprimerísimo, me con
fiesa el agente oficial en voz baja, n o quiere que se le
aniquile sin antes haber obtenido Ja certificación gar
fiada de qüe todo cuanto dice es mentira, sobre todo
debe negar la existencia de esos rollos que nadie ha
encontrado, aunque todo ha sido revuelto. Si esto si
gue así, me dice preocupado el confesor, se dice que
el mismo Reprimerísimo en persona boriosa y palpa
ble se presentará aquí, á fin de obtener por sus pro
pias manos heroicas la confesión negatoria. Dígame,
le pregunto al jefe' de confesióñi y me acerco más a
esa masa pestífera y suspirante que se convulsiona le
vemente, .¿era uri hom bre, o una, mujer? Era un trai
dor, me. responde enfurecido, y dándome la espalda
83
vuelve a clavarle la varilla en uno de los pocos pun
tos sensibles que le quedan. Confirmado que se trata
de una rata macho, y no de mi madre, tomo notas, y
ya, aburrido ante la inutilidad d e l interrogatorio, pro
sigo con m i inspección. Un mar dé cabezas rapadas*
la misma fosforescencia, los mismos, asquerosos cri
minales con sus causas que se repiten: gente que ol
vidó levantar la manó en una asamblea, gente que olvi
dó la palabra de un him no, gente que consciente o in
conscientemente susurró, o no denunció a alguien
que supuestamente susurró, mujeres que sin él salvo
conducto. autorizado se menearon, jóvenes qué pqr
un día olvidaron raparse, ejércitos completos que se
equivocaron de consignas; intrigantes de la historia,
monstruos que quieren envenenar nuestro futuro ha
blándonos dé rollos o pliegos, misteriosos e inexisten
tes donde, apareceremos todos nosotros aun cuando
ya no existamos, aun. cuando hayamos sido conde
nados al aniquilamiento total; traidores que no tuvie
ron el valor patrio dé sacarse los ojos cuando tuvieron
conciencia de que eran verdes o azules y no color de
acero, como cuadra a nuestro heroico pueblo; alima
ñas de narices rectas y de orejas pequeñas, y hasta de
manos en vez de garfas, qué tampoco tuvieron la con
ciencia patria de extirpar todas esas Señales dé la de
cadencia y él remoto pasado miserable que no volve
rá; y hasta ese loco delirante que habla de un viaje a
la Luna... Inmensas celdas iluminadas por las cabezas
de aquellos que, habiendo recibido la permisión para
el éngarzamiento, no jo acometieron cabalmente, de-
84
jando a la aparejada sin su cuota correspondiente, y,
lo que es grave, interrumpiendo o boicoteando el cre
cimiento de la Gran M ancom unión, y lo que es aún
peor, utilizando la permisión, el tiempo libre conce
dido para el engarce, infructuosamente, es decir, con
fines traidores. En fin, criminales, alimañas horren
das. Aún recuerdo una que decía haber compuesto
con silbatos, tambores, trompetas, palos huecos, cue
ros, o váyase usted al infierno, una sanfonía, o sinfonía,
o saxfonía, o váyase usted a la mierda, y hasta haber
solicitado la permisión para tocarla... Crápulas, ratas
horrendas, bestias que de un m om ento a otro serán
aniquiladas totalmente. A todas las he inspeccionado,
a todas las he pateado, insultado, o sencillamente anu
lado con un superinforme. A todas las he observado.
Pero mi madre no estaba entre ellas. Entre ninguna de '*
esas alimañas que ahora (ya es la nonoche) se debaten
con sus garfás por todas las celdas, semiceldas, gran
des celdas, noceldas, celdillas, maxiceldas, miniceldas
y contraceldas, lanzando su lamentable y enloquecida
fosforescencia, se encuentra mi madre. No, aquí tam- j
poco está. Garrapateo con mi garfa el gran libro de
inspección. ¡Viva el Reprimerísimo!, digo. Y salgo.
85
Capítulo XXIV
Visión de Anáhuac
87
cual constantemente exclamaría: «iQué calor, qué ca
lor!». Y luego, ejecución degollal.
88
Capítulo XXV
89
lotón vuelve à aullar en mi honor. Hago el saludo de
agradecimiento e inspecciono a todo el personal que
me circunda, incluyendo al que me coloca el gallarde
te. Bajo ninguno de estos casquetes puede esconderse
ella, la maldita. Enfurecido, organizo mis palabras de
agradecimiento de este m odo: ¡Viva el Reprimerísi
mo!, ni un instante cejaré en mi batalla contra el ene
migo. El honor de este gallardete será un mayor aci
cate para cumplir con más eficacia mi deber. ¡Viva el
Reprimerísimo!... Suena :otra vez el estruendo de las
latas. Inspecciono a esos que golpean el latón. No es
ella, ninguno de ellos es ella. Rápido, me dirijo a la co
misaría ejecutiva de la Contrasusurración postprime
ra. Los delegados del regional, al verme llegar; saludan
marciales. Quiero realizar, digo, una inspección com
pleta de todos los agentes de la Contrasurérración y
de todos Jos integrantes de los campos de rehabilita
ción. !La primera- petición, osa decir el oficial contrá-
susurrante, es secreto de Estado. Es necesario una per-
níisión reprimera. Me adelanto mostrando mi insignia
y gallardete, y saco¡ el pliego reconcuñado donde vie
ne la autorización de revisión de todos los expedien
tes contrasusurrantes así como la de los criminales, a
Ja vez ique m ando para la prisión al oficial que se me
interpuso. Causa: obstaculización de trámites patrios.
Crimen: enemigo de la patria. .Pena: aniquilamiento
total. Ya, ante- los> expedientes que me llegan constan
temente en nocamiones, me dispongo enfurecido y
paciente a revisar uno por uno los rostros de cada
miembro de la Contrasusurración.
90
Capítulo XXVI
91
mayor facilidad. De no ser así, ¿por qué casi todos los
cráneos, pequeños y grandes, iban a brillar de esa for
ma? Quizá no sea más que una idea lum inosa de
nuestro Reprimerísimo. Careciendo las postprimerias
de las ventajas de la Reprimeria, y no teniendo luz
más que en las guardabarreras y en las oficinas de la
Contrasusurración, el lustrai, durante la nonoche,
puede suplir esta carencia. En fin, sigo andando
orientado por esos parpadeos de las cabezas. A veces,
cuando una no brilla lo suficiente, la encierro en la
jaula ambulante, Es obligación que cuando alguien es'
capturado y conducido a. la .jaula ambulante empiece
a cantar un him no al Reprimero, utilizando, desde
luego, el reglamento hinmario de las loas y homenar
jes. Éste, cuya cabeza rapada no brillabá conveniente
mente, n o cesa de desgañitarse. De nada te valdrá, ca
brón, le digo, m olesto por tanta bulla,.y lo marco con
la. pena de sospechoso de susurro. El acusado, ya en.-
cerrado y fichado, se mira la condena estampada en
el pecho, y, sin. mirarme, como cuadra al reglamento,
sigue repitiendo, más apasionadamente, las loas al Re
primero y su justicia. ¡Viva el Reprimerísimo!, grita
cuando le doy la espalda. Yo regreso y con el hierro
marcante-penal le. estampo una nueva marca: susurran^'
te ostensible. Pena: aniquilam iento total. El errado-
penalmente se mira la pena y entona otra loa. Así es.
esta crápula, aun cuando el hierro le ^atravesara la gar
ganta y mierda y tripas Se esparzan, seguiría dando;
gracias y loas al Reprimero. Así son ellos.
92
Capítulo XXVII
93
se ocupan en la confesión de los distintivos gloriosos,
digo. Sí, dice, todos. ¿Y ahora qué hace que no haqe
distintivos?, digo. Estoy en el tiempo autorizado para
recobrar energías, dice. Podemos caminar, digo. Estoy
autorizada, dice. También para usar la palabra recor
dar, digo. No está absolutamente prohibido su uso,
me dice. Entonces sabe lo que le cuesta, le digo. Si se
la oigo decir a alguien que no sea a usted, sí, me di
ce. ¿Sabe Usted quién soy yo?, le digo. Lo vi, me dice,
cuando supervisaba el campo. ¿Y qué?, digo. Usted
me miró también, dice. ¿C¿é quiere?, digo. En fin,
nos miramos, dice. ¿Y qué?,.digo. Casi nunca dos se
miran en la m ancom unión, dice. ¿Sí?, digo. Usted se
atrevió a mirarme..., dice. Sí, digo. La gente tropieza
péró iio se mira, dice. Y nosotros nos miramos a los
ojos, dice,, al miramos nos miramos mirándonos... Y
así sigue hablando que si yo al mirar ella mira que si
me miró y yó la miré que qué sé yo qiié al mirarla y
ella mirarme. Y así que cuando, tú me miraste yo te
miré... Y poco a poco la furia que sentía por esta vaca
lagrimeante va creciendo, la puta ya se atreve a tra
tarme de tú, y sigiíe: cuando te miré: me miraste y al
miramos... ¿Qué quiere usted?, la interm m po, aga-
rrándola por el, cuello con la. más-garfa. ¿Qué quiero,
qué quiero?, dice y se detiene en su jerigonza sin de
cir qué carajo quiere la rata. Al mirarme, al mirar... y
sigue. La suelto, enfurecido y, aun pensando que pue
da, ser un agente investigador de agentes, el asco que
eñ estos momentos siento por ella es tal que apenas
puedo dominarme. El hecho de que aún no se le haya
94
vencido el plázo de recaudar energías m e hace sospe
char. Nadie osa pasearse así, sin su salvoconducto,
pienso. Pero, por táctica, no se lo pido, y sigo marchan
do a su lado. ¿Se le ha orientado ir a algún lugar?, le
digo. Ella comienza a hablar, o más bien a balbucear*
orientada, orientada..., no: desorientada, desorienta
da... ¡Qué está diciendo ahí!, grito, pero me domino.
Evidentem ente es un agente, pienso, y sigo. Deso
rientada, desorientada, dice ahora con voz más ani
mada, por lo nienps la animación le llega hasta la mi
tad de la palabra que pronuncia en voz más alta y a
la mitad cae: desorien-tada, orien-tada, de-sorien-ta-
da..., ada ada ada... Vamos, dice ahora la chiva asque
rosa y toma una de mis garfas entre las suyas. Estoy a
punto de enloquecer de furia... ¿Tiene algún sitio ex-
trapoli?, pregunto, haciéndome el cómplice. Me mira
aún más fijamente y con los ójoS más brillantes, y
apretándome más la garfa me hala y me conduce. El
lugar lo forman dos pancartas y una piedra lisa; en el
suelo hay algo seco y extendido, como semejante a
paja o pezuña. Allí se tiende. Desorientadaaaaaaaaaa,
desorien-ta-da..., dice, y me llama con los ojos. Yo
sigo de pie junto a ella, contemplándola; ¿Qué hace
mos aquí?, le digO; ¿Porqué tiene este lugar? No dice
nada, se sienta entre las pajas y restos de pezuñas,
toma una suerte de palo o cosa seca, y comienza a res
pirar alto, resoplando, haciendo un ruido horrible. La
miro siempre de pie. ¿Le gusta el sitio?, me pregunta.
Yo la isigo mirando sin responderle. Esto parece que
la estimula pues aumenta sus resuellos; Siéntese aquí,
95
a mi lado, me dice, Pero yo sigo de pie. Entonces ella,
sin dejar de producir el ruido, ahora con todo el cuer
po,. se me acerca, arrastrándose, como d e rodillas. La
miro, de pie, ella ahí abajo, mientras de siis ojos co
mienza cóm o una suerte de agua que gotea. ¿Qué
pasa?, digo. Desorientada. Desorientada..., dice, y ti
rando la pezuña o palo que tenía: en las garfas* acerca
una de ellas hasta mi cintura, la garfa tiembla, final
mente me toca. Estoy desorientada, dice. Usted pare
ce distinto... Y sigue con su garfa junto a mi cintura.
¿Qué quiere decir eso?, digo. Pero no me responde,
su resollar se hace más intenso, su cabeza rapada em
pieza como a oscilar cada vez más rápido, finalmente
se deja caer entre mis piernas sobre m i m ono. Gi
miendo se repliega y empieza a tocarme con los la
bios abiertos. Me erizo de asco, pero rae dom ino.
Debo probarle, si es un agente, que de mí ho va a sa
car nada, nada va a lograr, que mi conciencia patria
está más allá de todo tanteo. Hábil, ia puta-agente,
manosea y gime llegando a introducir una de sus gar
fas dentro del mòno. Entonces no puedo más con mi
repugnancia, y considerando, por lo demás, que ya es
suficiente, que ya le he demostrado que soy infalible,
y que por lo tanto puede ya identificarse y otorgarme
la orden: pureza-inconmovible, me aparto. Pero, ella,
como si aún no hubiese terminado su función, se re
pliega a mis piernas abrasando. Ha cumplido bien su
deber, así com o yo con el, m ío, digo. Ya podem os
identificamos. No podrá negarme, la orden... ¿Cómo?,
dice. Que ya podemos identificamos, digo. Y extrai-
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go mi libreta de enrolado para que me haga una cruz
en la lista de los. méritos tentatoriales... No es eso,
dice ahora. N o soy nada de eso. Usted se equivoca,
yo... sólo quería compartini. ¿Cómo?, digo, ¿qué dice?
Yo..., desorientada, dice, aún de rodillasy tocándome.
Poco a poco, la furia termina por poseerme comple
tam ente. De m odo que he sido m anoseado por el
enemigo, por un enemigo de los peores como bien
declaró en uno de sus discursos el Reprimerísimo,
pues se trata de un mal, de un criminal que necesita
de los demás y emplea cualquier sutileza o diableza.
Y así, recordando aún el gran discurso reprimero, rojo
de furia, la tom o por las orejas, la alzo, la dejo caer y
la vuelvo a alzar. Desorientada, desorientada, sigue
aún diciendo la criminal. Y me mira con sus grandes
ojos de yegua... ¿Qué dice?, digo ya a punto de re
ventarla. Que estoy sola, que te necesito... Y al oír es
tas palabras mi furia es tal que no puedo dominarme,
hiervo, mi rostro se contrae, mis garfas retorciéndose
van hasta su cuello. La tomo, tem blando de furia y
asco, y lo que ella iba a seguir diciendo no sale del
hueco cabrón, sus ojos enormes se van enrojeciendo
hasta volverse negros, y finalmente, reventando, salen
disparados, bañando mi m ono oficial. Aún más as
queado tiro a la bestia exánime y le propino varios
golpes, le hago la marca de enemiga de primer rango:
crimen fundamental. Le estampo de un golpe mi nú
mero. Y corro por toda la postprimería. Corro sin po
der dom inar ni disminuir mi rabia, corro golpeándo
me yo mismo con la más-garfa y aullando de furia y
97
odio contra mí mismo,. Me ha tocado, me ha tocado:
la cabrona, he sido tanteado por una rata que me ha
manoseado. Y me estremezco de asco, y figo golpeán
dome, me ha todado* me ha manoseado. Corro, vo
m itando, erizado.
98
C apítulo XXVIII
Prólogo y epílogo
99
m omentos antes de aplastarla: centellea de gozo, ba
bea, mientras sus ojos chisporrotean. El alboroto es
global, la furia que todos desencadenan tras la cuca
racha es uniforme, épica. Qué escándalo. Y todo per-
fectaniente coordinado. El ruido dirigido y uniforme
es unánime. En estos momentos en la Reprimería, en
las postprimerías, en las viceprimerías, en las cárceles
de la patria, en todos los sitios, es el día del matacu-
carachas. Qué bulla. Hasta a los condenados a ani
quilamiento total se les permite participar en la cere-
mónia. Qué escándalo. Todo el m undo mata cucara
chas.! En los campos de ,1a gloripsa rehabilitación, el-
estacazo, el, extractor, el pico y el hacha han cesado
por hoy y sólo se oye el violento p a fp a f de todos los
condenados. En los grandes salotteis de da retractación,
en las. celdas y semiceldas, celdillas, maxiceldas y no-
celdas de la.gran prisión, los torniquetes y las argollas,
las parrillas y los recipientes d e h'quido hirviente, las
más-garfas y los sacaojos, los antitesticulares y dos bo-
tatripas, los arrancauñas y los estrechapiés han. cesado:
por hoy en sus funciones patrias y sólo se oye el chas
chas chas de los pies agujereados y ¡supurantes, el tra
jín de las, bestias fosforescentes y rapadas que aún en
trance de muerte segura todo lo olvidan ante la dicha
de poder aplastar... Paraf, paraf; qué ruido. Hasta los
manipuladores de los amplificadores himnarios dejan,
de hacerlo legalmente! y se entregan furiosos a la grani
matanza. La contienda se encarniza, la disputa por la
eüminación de una cucaracha no deja dé ser violenta,
pues si bien es cierto que durante Jas primeras horas
100
de; la batalla los insectos sobran, ahora, a. media jor
nada, no es así. Raro es ver ya una cucaracha ien el án-
guio o envés, de una pancarta, piedra o atalaya, im
posible tropezarse con una bajo nuestros pies. Ahora
no es, pues, la, matanza^ sino la persecución y captu
ra lo que ocupa a todo el mundo. Lo que resulta más
em ocionante. Cuadrillas enteras de m ancom únales
hurgan enfurecidos en un mismo hueco. Si por ca
sualidad hay allí una cucaracha, qué fragor. H e visto
a dos y a tres sacarse los ojos con sus garfas ante una
cucaracha pataleante, disputándose él privilegio de ser
los primeros en despachurrarla. Parten las cuadrillas,
una por aquí, otra por acá; revolviéndolo todo se agi
tan, saltan, hurgan, se arrastran, barren con sus len
guas y garfas todo resquicio, hueco o recoveco. Con
las primeras soriibras de la nonoche sólo se oye el fra
gor insaciable que aumenta, hay que apurarse, hay
que apurarse. El paf paf dando al vacío de millones y
millones de alimañas que persiguiendo a las alimañas
menores logran olvidarse que son alimañas o se ven
gan de su condición de alimañas, o se desahogan por
ser alimañas, o váyase usted al diablo, se eleva aún
más. Desde mi torre de contrasusurrador superior,
lanzo también mi garfázo, no porque me interese ma
tar a uno de esos bichos, sino por la mirada que sobre
mí a veces deposita el Otro agente de ja Contrasusurra
ción desde su torre, cuando yo no lo miro. Lanzo un
páfata, miro a la gran m ultitud que chilla, violenta,
sinceramente enardecida, veo cóm o olfatean, cómo se
arrastran, cómo ladran, cómo cuando milagrosamen
101
te se tropiezan con una cucaracha se lanzan todos so
bre ella disputándosela a dentelladas y a patadas a gar
fiazos y aullando. En estos m omentos este mismo es
pectáculo está ocurriendo en todo el universo libre,
pienso. Y, observando que el otro agènte, no me mira,
me río.
102
Capítulo XXÎX
A las estrellas
103
púr la argolla. Su labor es ir escupiendo perennem en
te la explanada a fin de comunicarle alguna humedad.
Una vez que la barra llega a un extremo del campo,
se inicia el retroceso, lógicamente de espaldas, pues es
imposible hacer un giro con una barra rígida de esta
extensión y a la cual van argollados hasta mil rehabi
litados. De espaldas, pues, vienen ahora los mil argo
llados escupiendo hasta llegar al punto donde termi
na su campo. Aunque, como ya se explicó, los que
empujan la barra, no tienen necesariamente que escu
pir, a veces lo hacen, quizá para estimular a los escupi-
tantes, cosa que, en fin,-no es necesario, pues ios agen
tes, colocados en cada camellón del terreno, observan
la marcha de los escupitajos, y detectan, hábiles en esta
materia, al instante, si alguien bajó la cabeza junto
con todos, pero no. escupió. En éste caso, raro por
cierto, la marcha de la varilla^ vara o largo fleje o váya
se usted al infierno, a la o rd ea del silbato se detiene.
El no: escupitante es ¡sacado automáticamente dé su
argolla y conducido sin ningún tipo de comentario o
réplica a la cisterna que se alza a un costado del cam
po. Nadie ve -p u es tódo el m undo debe metódica^
m ente bajar la cabeza y escupir— al no escupitante
subir la escalerilla de la alta cisterna. Allá arriba, el
agente, con un ligero movimiento, empuja al no es
cupitante dentro de la dstelma, lá misma, al ser tocada
por el peso dél rehabilitado que cae, comienza-a m o
ver sus aspas y molinos dentados. El jugo que extrae
corre por el tubo hasta la zanja, y ya en la zanja es ab
sorbido por la tierra ávida. El resto del no escupitan-
104
te (muy poco) pasa a formar parte deí abono que se
am ontona detrás. Aunque mi intención es ver si en
tre estos prisioneros se encuentra mi madre, lo más
importante es vigilar la cisterna, no sea que sin darme
cuenta la que persigo para aniquilarla pase bajo mis
pies convertida en nutriente patrio, humedeciendo le
vemente mi m ono oficial. Y el resto de toda mi vida
nó sea más que una búsqueda infiuctuosa. Así, mien
tras oficialmente reviso, inspecciono, pateo, no dejo
de mirar para la alta escalerilla que conduce a la gran
cisterna.
105
Capítulo XXX
107
canismos érañ (son) tétricos y vastos como la imbeci
lidad, todo le sirve y todo lo usa; amor, llanto, queja,
risa, enfermedad, canto, odio, ternura, y sobre todo, esa
forma única, típica, diabólica, anuladora y humillan
te intolerable y ladina odiosa y aplastante de decirme:
hijo... U n silbato, sin duda a causa de alguien que no
ha lanzado el escupitajo. Efectivamente, he aquí que
ya sube la escalerilla rum bo a la gran cisterna. Me
apresuro y ya me coloco detrás de la comitiva. Estoy
ya. junto a la escalerilla de la cisterna. Veo las'espaldas
del. no escupitante que marcha hacia el aparato suc
cionados sacando mi gallardete y m i contrasilbató
sueno, el agente se vuelve^ el no escupitante se detie
ne de espaldas. Necesito inspeccionar al* condenado
antes de que sea succionado, digo. El condenàdo; de
espaldas, parece que se estremece al escuchar mi voz,
aunque quizá no sea m i voz lo que lo estremezca sino
el-haber pronunciado la palabra El agerttèi
imbécil com o todos los destacados en lös campos,
apenas si me entiende; descubro que apenas si mane
ja el lenguaje hablado; en cuanto al escrito sólo co
noce. la. imagen reprimerà. O p to, pues, por ganar
tiempo y me adelanto al que será succionado para ver
le el rostroi La bestia, interponiéndose entre el con
denado y yo, ya junto a la cisterna, me toca. Al sen
tir la garfa de un agente tocándome, m i aseó es tal que
no puedo tolerarlo y aullando lo empujo al tragante;
el succionante no aguarda, la masa hedionda, en un
instante, se convierte; en nutriente patrio. La otra ali
maña, en trance de ser ajusticiada, al ver los efectos
108
del succionante sobre el agente, salta por sobre la cis
terna al campo superior, atraviesa el área prohibida y
corre por entre las atalayas, amparada a veces por la
línea de prisioneros argollados a la barra que parecen
ocultarla. Tiene que ser mi madre, tiene que ser mi
madre. Seré yo quien la aniquile, y salgo disparado
tras el cuerpo que se bandea, saltando campos de ata
layas y cuadrillas de prisioneros.
109
Capítulo XXXI
111
C apítulo XXXII
113
lòdaza), sus cuatro garfas se afincan, se hunden en la
mezcla, tom a impulso y proyecta sus huesos hacia
adelante, cuando las garfas no pisan algo sólido a que
asirse, la alimaña mete el hocico en tierra, la nariz, la
trompa, la cabeza lustrada, todo se hunde buscando
apoyo para seguir. Pero patina. La tierra plenamente
irrigada no le ofrece resistencia y se atasca. En todos
los campos, las cuadrillas argolladas conducidas por los
soldados agentes siguen m archando a paso rítmico,
bajan la cabeza a un tiempo ya planificado y lanzan
todos al mismo tiempo el escupitajo. El resplandor
del m ediodía es unánime, bajo él, entre las cuadrillas
que reverberan marciales, se ve sólo el exceso frenéti
co del fugitivo que ahora hunde su cabeza completa
mente en el fango y propulsando todo su cuerpo in
tenta continuar huyendo. Seguro, pues, de que ya la
alimaña n o podrá escaparse, me detengo u n instante,
respiro. Luego avanzo sobre ella, me le adelanto, y me
coloco a unos cuantos metros, delante, y espero. La
bestia, ya enceguecida, avanza pesadamente, entre ca-
beceós y retorcimientos. Así s i^ e , pujando, hasta que
tropieza con algo sólido, y rígido; mis. pies. El fugiti
vo levanta la bola negra que forma, su cabeza y me
mira. Yo lo observo rígido^ firme. El fugitivo vuelve a
hundir sus garfas y continúa como escarbando, hur
gando. Yo entonces,' para seguirle el juego, ó para fa
tigarlo, o para prolongar su agonía, o para entretener*
mei o váyase usted al diabloj me coloco un poco más
adelante y lo observo. Luego de un largo esfuerzo, lle
ga. otra vez a mí. La.alimaña, al tropezar, levanta los
114
ojos. Pero esta vez su mirada no llega hasta mi rostro
sino que se queda a mitad del trayecto al parecer sin
poder seguir subiendo, mirando sólo para donde se
juntan mis piernas. La cuadrilla pasa marchando in
clinándose y escupiendo bajo el fulgor reverberante.
Entonces la alimaña, con la mirada fija en el mismo
sitio, empieza a susurrar furiosamente. Los agentes,
inmóviles, nos observan a distancia. Al fin reacciono,
me inclino sobre esa cabeza de ojos desorbitados y to
mándola por él cuello la arrastro por todos los cam
pos y cuadrillas. Volvemos, pues, al campo de donde
se había fugado. Ya junto a la gran cisterna doy órde
nes de que se redacte el acta condenatoria, y lanzo
una última mirada a la alimaña fugitiva. Desde luego,
no es mi madre ese m onstruo enfangado que no cesa
de susurrar, mientras mira fijamente para mis entre
piernas. El acta, como corresponde al caso, es breve y
concisa, en varios porcuantos y un portanto el con
denado vuelve a ser recondenado, entre los acápites
y conclusiones se agrega el de la aberración criminal,
de haber mirado fijamente la bragueta de un agente-
héroe. Firmo la acusación; y tengo la dicha de ser yo
mismo quien precipita al criminal en el tanque de ex
tracción. Ló hago rápido y más enfurecido por aque
lla mirada fija sobre mis entrepiernas.
115
Capítulo XXXIII
117
cionam iento, todo interrogado debe limitarse a res
ponder escuetamente al interrogatorio, diciendo sí o
no de acuerdo con lo que se le ordene. Hago, pues,
la conclusión de la sentencia: aniquilamiento simple
en el tanque extractor. Mientras me mantengo ergui
do, dictando la sentencia, veo que el viejo mira fija
mente, olvidándose de bajar la cabeza para recibir la
pena legal* a mi bragueta. Controlando exterioimente
mi furia tacho la palabra simple y la sustituyo por total,
añadiendo el cargo temible de «perversión repugnan
te». Y hago arrastrar al siguiente condenado.
118
Capítulo XXXIV
iperión a Beldrmino
119
Capítulo XXXV
121
te, se trata de un campo absolutamente corrompido.
Los agentes, en su afán de adularme, estampan la sen
tencia (aniquilamiento total) en la hoja del interroga
do aun antes de hacerle la primera pregunta. Al fin
uno, un perro común, condenado a perpetuidad, al
recibir el interrogatorio no mira para el sitio vetado.
Y se le confirma la misma pena anterior. Lo hago exa
m inar com pletam ente, la bestia parece normal. La
cosa continúa. El siguiente tampoco me mira. Indis
cutiblem ente, pienso, se trata de un com plot. Al
guien, un traidor repugnante, habrá dado la voz de
alarma. Imparto la orden de que todo el que no mire
para mis entrepiernas pase inmediatamente al gran sa
lón de las confesiones ^ que confiese qüién le ordenó
no miran De este modo, ahora el interrogatorio se di
vide en dos campos; uno, los que minm para mis en
trepiernas, que se agrupan de un lado y al aniquila
m iento total por extracción del jugo patrio; a los
otros, los que no mirán, se les agrupa de Otro lado y
pasan al gran salón de las confesiones. Al final del día
luminoso (como se llama a la jom ada de trabajo en el
campo) fe alarma es absoluta: de todos los prisione
ros de esté conglomerado de áreas, menos de un cen
tenar quedan vivos y para eso están recibiendo el
tratam iento confesional. Los agentes van y vienen
gesticulando, im plorando, gimiendd, algunos, cosa
insólita en un agente de la Contrasusurración, se han
degollado. Llega ahora, para el interrogatorio el pri
mero de los sobrevivientes que no había mirado para
mis éntrepiemas: se había levantado la retina con las
Í22
garfas o se la había achicharrado, mirando fijamente
al sol antes de someterse al interrogatorio. Temerario
alarde, lo cual es superfluo, les costará caro, se trata
de un complot, de un gran com plot y de una gran
traición.
123
Capítulo XXXVl
125
Cápítulo XXXVII
;127
partes inferiores del cuerpo desde la cintura hasta las
rodillas de cualquier otro ciudadano de nuestra Gran
Patria, debe ser inmediatamente puesto en prisión y,
aplicándosele la sentencia pertinente, ejecutado como
alimaña repugnante y gran enemiga. Para que dicha
pena se ejecute basta la denuncia del mirado. En el
caso de que el depravadamente .mirado sea un agenté
de nuestro glorioso cuerpo de la Contrasusurración,
podrá él mismo, si así lo deseara, impulsado por jus
ta indignación patria, proceder de inmediato a la con
veniente ejecución del depravado y luego levantar
causa»... ELmismo Reprimerísimo ha autorizado este
docum ento, pienso. Y ya con. el gran, docum ento en
tre las garfas, firmo la ejecución de casi todos ios pri-
sionéros de áquel camijo, incluyendo a los mismos
agentes que perm itieron tal desvío. Y salgo rum bo a
nuevos campos postpiimeros, vicepriraeros y prime
ros, a detectar alimañas depravadas y a ániquilarlas.
Nadie se escapará. Nadie se: me escapará esta vez. Ten
go, con este documento reprimerò, la autoridad y el
poder para detectar, imo p o ru n o , a todos esos rrionsr
truos. Ninguno saldrá ileso. En cuanto a ella, la cabro-
na, con el aparato de depuración patrio que pienso
desplegar, difícil le será evadirse, esconderse en algún
sitio. Listo estóy ya para entrar en là batalla.
128
Capítulo XXXVIII
El Pan de M atanzas
129
parte a purificar a todo el universo reprimerò, es de
cir, al m undo libre. Yo, disfrazado también de alima
ña com ún, al igual que todos los integrantes de la tro
pa, envuelto en el m ono ceñido y azul parto para un
campo. -Aun cuando no diera con ella, pienso, inter
nándom e entré las cuadrillas argolladas que escupen,
el hecho de por mis propias más-garfes poder aniqui
lar a tantas bestias depravadas atenuará un poco mi
furor. Y en ello hallaré estímulo para seguir buscán
dola.
130
Capítulo XXXIX
131
do. Dejo este campo y entro en el otro. Salgo de éste,
y ya voy para aquél. Es sorprendente, es realmente re
pugnante la cantidad de depravados con que contaba
nuestra Gran Patria. No cesan de llegar a mi agencia
central las planillas donde se consignan los crimina
les. El cúmulo sube por todos los sitios. Cada iin o
pliego de ésta m ontaña de papel es un criminal de
pravado que ha sido consecuentemente aniquilado.
Y siguen llegando más y más cargamentos. A veces
hasta el mismo agente encargado de cargar la carga, al
descargarla junto a. mí, insólitamente, vilmente, de
pravadamente, mira para mis entrepiemas* y pasa, in
mediatamente, a formar parte de la gran carga. Es inr
sólito. A veces cuadrillas completas de agentes, aun
los mismos señalados para la persecución, tienen que
ser aniquiladas por haber m irado, y ésto sí es alar
mante, no ya a otro agente, sino a una alimaña sim
ple, a u n cerdo de la cuadrilla argollal. He dado la or
den, para no desmoralizar a la Gran Tropa, de que el
cerdo mirado sea ejecutado. Llegan más planillas de
alimañas aniquiladas, de ellas, un grueso fárrago per
tenece a un gmpo de agentes que me elevaron el in
sólito acápite, o proposición, o reverencia, o súplica,
o váyase usted al diablo, de que se les permitiese usar
una suerte de orejeras especiales que les impidiese mi
rar hacia abajo, «de esa forma», continúa el docu-
ráentOj «evitaremos caer, involutariamente, cuando
no estemos de servicio, en el crimen nefando». El do
cum ento me encoleriza hasta tal extremo, que además
de aniquilar a todos los que lo redactaron, garfiaron,
132
portaron, hojearon, etcétera, redacto un contradocu
mento que dice así: «Como primera concomitante re
sulta inaudito que uno de nuestros agentes, doble
mente glorioso, glorioso por ser agente, y glorioso por
haber sido seleccionado para tarea tan gloriosa, pue^-
da pensar que exista un m om ento de su gloriosa exis
tencia en que no está al servicio de la patria gloriosa.
Segundo, que el hecho de haber propuesto llevar unas
orejeras demuestra tal debilidad ideológica, que lo
descubre, ante cualquiera, como vil depravado. Esta
petición plantea sencillamente no aniquilar al asesino
sino atarle las manos a la espalda. Por lo mismo el
mismo tiene asimismo un carácter procriminal». Fir
mo, pues, el aniquilamiento total de todos los que co
laboraron de una u otra forma al mismo, y garfio tam
bién la orden de que desaparezca el documento para
que no quede como m anchón patrio. Terminada la
gran ejecución, siguen llegando cada vez más millares
y millares de planillas. Miro una al azar. «Número del
criminal: 888-887-043-999916. Crim en: repugnante
depravación criminal. Pena: aniquilam iento total.
Nombre del agente glorioso catador: 111, 454, 7822e
serie. Cam po de la detectación: postprimero xcd ho
a.serie f. Área comprendida: zxc-j054, mirada del mi
rante y su estímulo y agudeza. Sitio preciso donde se
posó la vista del mirante dentro del área circundante
prohibida...» Aburrido, vuelvo la planilla, y sigo el
conteo sin mirar los detalles. Dado el caso de que se
trata, como es natural, de criminales masculinos no
tengo, pues, por qué pensar que entre ellos pueda en-
133
cpntrarse mi madre.. Así permanezco en la gran agen
cia central (rodeado de agentes que miran sólo para lo
alto por lo cual siempre, están tropezando con el. cú
mulo de lás planillas) ajustando y reajustando el nú
mero de los criminales depravados ajusticiados; núme
ro que sin cesar aumenta.
134
Capítulo XL
Últimofin a l
N IÑ O U N O ; i j i u u u ü u ú !
N IÑ O D O S : i j i a a a u a a a a !
N IÑ O U N O : i j i u u u u u u u u u u ü !
N IÑ O D O S : i j i a a a á á á á á a á á a a a a a a !
N IÑ O U N O : ¡Reprimerò va!
N IÑ O D O S : iV a v a v a !
135
N IÑ O U N O : ¡Va va va va va!
N IÑ O D O S : ¡Va v a Va v a á a a a a a a a a a a a a a a a a a ! '
N IÑ O U N O : ¡Jiuuuuuuuuuu!
N IÑ O D O S : ¡Jiaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!^
136
Capítulo XLI
137
cenciàs depravadas. Segunda lección: C óm o el agente-
cazador habrá de llevarse su garfa hasta lá pierna de
m odo que, sin hacerse evidente para la masa global,
sí se haga evidente para el depravado latente. Tercera
lección: De qué forma puede un agente o colaborador
voluntario patrio tomar con su garfa al vil depravado,
inmovilizarlo y aniquilarlo. Graduados ya los nuevos
legionarios, partimos hacia otra primeria. En ésta, en
cargada, como muchas otras, de hacer pancartas gran
des, sucedió una cosa indignante. Los viles deprava
dos detectados, en el m dm ento del aniquilam iento
total-masivo, en vez de emitir las súplicas y retracta
ciones planificadas, emitieron, ün susurro. Gom o ya
ni nosotros m ismos estábamos acostumbrados a es?-
cuchar esa indignante muestra de rebeldía del enemi
go, la cosa enfureció tánto a la masa como a la agen
cia. De ese susurro se desprende -^este mensaje se lo
envío directamente al Gran Secretario^ que todo de
pravado criminal es algo aún peor, es un enemigo po
lítico, un enemigo del Gran. Reprimerò, y, por ende,
un enemigo de toda la, nación gloriosa. .La persecu^
ción adquiere ahora un doble objetivo moral-polítióo;
Se suman más tropas de adiestramiento. Día y noche
avanzamos, firmes y sigilosos, las piernas muy abier
tas, las garfas palpándose los abultamienfos sexuales^
que algunos hábiles agentes han sabido agrandar con
trapos o con una piedra. Los himnos de la purifica
ción general resuenan. Nò descansamos ni un instan^
te. Todos, los días envío una reláción de los crimina
les político-depravadós ajusticiados. Lo que resulta
138
más alarmante, reconcuño al final de la relación diaria,
es que el número de depravados criminales susurran
tes, en vez de disminuir con la persecución, parece au
mentar. Al final, más abajo del reconcuñamiento, me
permito hacer una aclaración no general: mi madre,
le informo al Gran Secretario, no ha sido encontrada.
139
Capítulo X U I
141
Levanto otra vez el rollo, vuelvo a leerlo. Avanzo rá
pido, y en la tiniebla de la nonoche susurro larga
mente. M añana haré ejecutar a todas las alimañas de
esta asquerosa postprim ería por haber susurrado.
Qué, mañana. Ahora mismo. Inmediatamente. Y para
que no pueda haber ninguna posibilidad de atenuan
te antigénocida, vuelvo a contaminar la nonoche con
mi susurro.
142
Capítulo X U II
143
triunfo reprimerísimo podrá ser, ese día, empleado por
todos los ciudadanos comprendidos en su epígrafe:
H O M B R E: ¡Viva el Reprimerísimo!
MUJER: ¡Viva, viva, viva, viva!
H O M B R E: C on nuestro tesón más producción.
M UJER: Producción, producción, producción.
H O M B R E: Más conciencia y decencia.
M UJER: Decencia, decencia.
H O M B R E: Car, gar, gar, al enemigo aniquilar.
MÜJER: Gar, g a r , g a r.
H O M B R E: N i una debilidad, n i un descanso, ni una
mirada baja, tolerar.
MUJER: Gaf, g a r,, g a r .
HOM BRE: Nuestras garfas siempre unidas contra,el que
inteiíte susiírrar.
M UJER: Gar, gar,. gar.
HOM BRE: Nuestras garfas engarzadas contra el que in-í
tenté recular.
MUJER: Gar, gar, gar.
H O M B RE: Nuestras garfas apretadas contra el que se
intente enfermar.
MUJER: Gar, gar, gar.
HO M B R E: .Nuestras garfas apretadas contra todo e l que
al gran Reprimerò no dem uestre grandem ente
amar.
MUJER: Gar, g a r , g a r.
HOM BRE: Gar, g a r , g a r.
MUJER y HO M BRE: Gar, gar, gar.
144
Primer postepígrafe
El día de la Gran Concentración, los gar podrán
repetirse en forma cada vez más alta hasta tom ar tal
fuerza que retumben por todos los sitios haciendo es
tremecer al enemigo.
Segpndo postepígpafe
El resto del diálogo habrá de repetirse tal como se
expresa arriba. Sólo en caso de emoción máxima se po
drá aumentar -el núm ero de gars. A) Algunos experi
mentos hechos con parejas han demostrado a las cla
ras, en una copulación autorizada, mayor efectividad
y, por lo tanto, mayor intensidad en la unión cuyo
tiempo de duración podrá reducirse a un m inuto si se
oficializa el proyecto. B) No obstante se aclara que,
para el engarce, además de la, lógica permisión regla
mentaria hace falta, si se quiere practicar la misma al
arrullo del gar, la simbólica permisión reprimera que
podrá solicitarse en cualquier seccional regional perti
nente. C) En lo concerniente a la agrandización o mu
tilación del diálogo modelo, el incuírente en él mismo
será condenado por delito estatal, contrapatrio; deli
to que se inserta en el acápite criminal de la demo-
crático-capital - s in atenuantes.
145
Capítulo X L iy
147
aquel que mirare el trasero de otro sea inm ediata
mente ejecutado, incluyéndose tanto a los hombres
como a las mujeres. Para este tipo de persecución la
vigilancia ha tenido que ser redoblada. Pues si antes
el que era mirado podía hacer de policía y testigo,
ahora, siendo mirado por detrás, es evidentemente
imposible. Claro, ios agentes más perspicaces cami
nan siempre de medio lado, con un ojo casi a la es
palda. El m étodo ha dado buenos resultados. La epi
demia criminal, no sólo azota a esta postprimería, sino
que^ al parecer, es un mal general. Com unicó al Gran
Sécrétario el ñuevó descubrimiento criminal, hacien
do votos para que en el gran día. de. la celebración re-
prim era la patria, esté absolutam ente purificada de
toda depravación criminal. Y sin más salgo al frente
de jas tropas secretas, que por orden, mía se han, he
cho resaltar ya no sólo sus testículos sino también sus
traseros, utilizandQ trapos, serrín, piedra, alambres, o
váyase usted, al carajo.
148
Capítulo XLV
149
Capítulo XLVI
Jalisco
151
las áUmañas se han declarado en labor permanente,
quien duerma será ejecutado. Todos los esfuerzos se
combinan y multiplican para los preparativos y cele
bración del gran día. Envuelto en esa euforia chillan
te, luego de haber purificado a la Gran Patria, entro
triunfal en la Reprimerla. Sin haber encontrado la
m enor huella de mi madre. Ahora por orden expresa
del Gran Secretario, en cuyo comunicado me llamó
héroe reprimerísimo, he sido invitado a la Gran Se
cretaría,donde se me rendirán honores. Emitiendo un
ligero gruñido traspaso los barrotes del gran recinto,
atisbando a, todos los centinelas, que se inclinan pre
surosos -p e ro ninguno es ella, en ninguna parte está
la cabrona-, y entro ya en el. gran salón de los reci
bimientos, donde el. mismo Gran Secretario en per-
sonái al verme de lejos,, se pone de pie.
152
Capítulo XLVIl
C O M U N IC A D O N .° 1
153
planaria Patria. Ya en el monolítico ocuparán el área
indicada hasta formar su bloque, que, una vez comr
pletado, al grito de JHurra! partirá.
154
Aquel que se rascare, mirare,, se peyere, o hablare, et
cétera, será reportado para la concerniente ejecución
posterior, una vez terminada la Gran Concentración
y elogio..
155
sacándose un ojo o los dos como prueba de sacrificio
adorante; mas, en ningún m om ento, el adorador en
trance podrá salirse de su área reglamentada. La eufo
ria y delirio de la adoración tendrá la duración que
tenga el éxtasis del Gran Reprimerò. Una vez termi
nada, sonará el H im no Universal Reprimerò, que se
escuchará con atención. Y marchando cada uno den
tro de su bloque, se. hará entrega de todas las pancar
tas. Y se regresará de inmediato a las labores patrias.
156
Capítulo XLVIII
157
m enor señál de vacilación, son grandes, brillantes, un
poco quizás enrojecidos por tanto rojo circundante.
En el mismo abrazo, sin esperar más, le digo: No la he
encontrado. En ningún sitio que he buscado la he encontrar
do. El Gran Secretario me sigue mirando fijamente. Lue
go, tirándome una, de sus garfas por el hombro, cami
namos a lo largo de la gran mesa. Todos permanecen
rígidos, mirándonos pasear., La Patria Réprimerísima,
me dice ahora en voz alta, te está sumamente agrade
cida por tu acto heroico. El Reprimero en. persona me
ordenó que te testimonie ese agradecimiento. Ahora
se detiene. Nos detenemos. Una de sus garfas se levan
ta. Al instante, un rüidó como de trompetas o tubos
huecos o cometas, qué coño sé yó, sé oye. Se hace el si
lencio. El Gran Secretario dice: Amigo mío, tengo el
honor de declararte, por orden reprimera, Gran Hé
roe de la Patria. Recibe su homehaje> Se oye de nue
vo el estruendo. Una tropilla de agentes perfeCtámen-
te ataviados de rojo, hombres; jóvenes, muchachos
casi, se acercan, moviendo culos y piernas, y entrepier
nas. Todos quedan extasiados mirando, junto con el
Gran Secretario, la pequeña comitiva que.se nos acer
ca con unai inm ensa bandeja o tabla larga entre las
garfas. Pienso, viendo cómo todo el m undo mira para
las abultadas entrepiernas de los jóvenes, que este he
cho hubiese, bastado, de no haberse tratado de quie
nes se trata, para, condenarlos a todoSi incluyendo al
Gran Secretario, al aniquilamiento total.. Y tengo que
contenerme para no gritar: ¡Maniaten a esos deprava
dos criminales! La tropa está ya frente ,a nosotros.
158
Ahora, de su centxo,. sàie uno de los soldados, indis
cutiblemente. bien alimentado, con el panel o tablero
entre sus garfas. Contoneándose en su ceñido unifor
me se acerca. Nadie mira. para, la lata que trae sobre el
tablero, sino para, el cuerpo joven que avanza dentro
del uniforme como desbordándose. El mismo Gran
Secretario, lejos de .mirar la lata, examina el cuerpo
del soldado patrio. Su mirada asciende hasta su ros
tro. Y entonces,, ambas miradas,, soldado patrio y
Gran Secretario, se cruzan en un gesto de complici
dad. Los ojós del soldado patrio como de bestia que
se sabe codiciada, húmedos y Condescendientes; los
del Gran Secretario, sonrientes y pestañeantes. Final
mente el soldado también le sonríe, extendiendo sus
gruesos belfos. La cosa me parece interminable. El
soldado sigue firme (mientras todos lo contemplan)
levantando el gran tablero.. El Gran Secretario extien
de arabas garfas para, tom ar la lata. Al tomarla, las cua
tro. garfas .(garfas-Secretario, garfes-soldado) se tocan.
Y ahora el Gran Secretario, realizando ese ligero, pero
evidente, toque de garfás, se vuelve y m e mira. Ha.
realizado usted una gran labor, me dice. Y veo en
sus ojos la burla, la.lburla contra mí. Ahora, la m ano
forrada de rojo toma la lata brillante y la lleva solem
nemente a mi pecho. El silencio es absoluto. Las gar
fas del; Gran Secretario colocan en mi pecho la lata
brillante, m aniobrando con cierta, dificultad, segura
mente debido al trapo. Finalmente termina la. opera
ción, y ahora dice por orden expresa del Reprimerò;
Te he colocado la Gran Medalla Patria Reprimera...
159
Cuando el discurso termina, el Gran. Secretario vuel
ve a poner ambas garfas sobre mí y me. abraza sim
bólicamente. N o la encontré, le digo de nuevo, en voz
baja y firme. Termina de abrazarme, con ambas garfas
aún sobre mis. hombros mira satisfecho la. gran meda
lla que acaba de colocarme. Y en voz alta me dice:
Tengo el infinito honor de comunicarte que, por or
den expresa del Reprimero, estás invitado com ò
miembro de honor a la Gran Tribuna .Reprimerísima,
donde sim bólicam ente serás otra vez condecorado
por el mismísimo Reprimerísinío, y declarado con
juntam ente y ante todo el m undo héroe del universo.
El ¡Hurra! es unánime. El soldado sigue firme ante
nosotros, mirando al Gran Secretario y sosteniendo el
tableróí A un gesto del. Gran Secretario termina el hu
irá, y tom ándom e por un hom bro me hace, salir del
salón. Atravesamos un corredor lleno de trofeos, imá
genes, estatuillas y estatuas del Reprimero y salimos a
una suélte de balcón, o barbacoa, o tarima que desem
boca en la ciudad donde todas las alimañas avanzan
y reculan, cargando, subiendo, agachándose y parán
dose,. clavando y desclavando, quitando y poniendo,
alzando tarimas y desmontándolas, en fin, preparan
do toda la ciudad para el gran festejo, para^ el gran día
ya tan cercano. Los him nos retumban. Y desde acá
arriba parece como si todas esas alimañas.que trajinan
abajo, realizasen esos movimientos al ritmo cada vez
más estruendoso y agitado: de esos himnos, al son de
ese cacareo. El Gran Secretario, apoyando una de sus
garfas, sobre una columna contempla extasiado el pa-
160
noràma. Miles de alimañas cargando un armatoste gi
gantesco sobré el cual cabalga la figura, inmensa del
Reprimerò,, entre el sol, la luna y una estrella m onu
mental. A veces, el pesado armatoste, oscilando pesa
damente contra el suelo, pierde equilibrio y aplasta a
un centenar o a un millar de alimañas obreras. Estos
destripamientos parecen animan el rostro del Gran Se
cretario, quien ahora, viendo un nuevo reventamien-
to de los que portan el gran andarivel, hace un gesto
como de. burla y me llama a su lado. Hubiéramos po
dido haber hecho otra cosa, me dice; haber dejado los
árboles, por ejemplo, haberlos multiplicado, haberlo
sembrado todo, haber hecho florecer los campos, ha
berles llenado la barriga a todos. Pero, entonces, con
la barriga llena, con ocio y sombras y lugares para pa
sear, y hasta tiempo libre para entrar en disquisiciones
filosóficas y hasta para aburrirse, y sopesar y compa
rar, y en fin, detestar y angustiarse, hastíadosi ¿crees
entonces que nós iban a adorar de esta fbrma? ¿Crees
que alguien que sea, que pueda escoger, q u e esté Ubre
en fin, puede aceptar a otro que no sea él mismo?...
Lo. importante, esto bien lo sabe el Reprimerò, es mi
narlo todo, acabar con todo lo que pueda representar
un equilibrio, un punto de comparación, una estabi
lidad, un recuerdo, acabar con todo lo que pueda sig
nificar im centro, una coherencia, un orden y una es
cala. de valores, y comenzar a creár un nuevo tipo de
equilibrio, fundado precisamente en el desequilibrio,
en la pérdida del centro auténtico. Cuando un hom
bre, o. eso que ves allá abajo, sabe que entre el tiem-
161
pp en que lanza uno y otro, escupitajo sólo cuenta
Con la posibilidad de acumular u n poco de saliva para
poder volver a escupir la tierra, no hay por qué te
merle! Ah,, pero si. le das: una tregua, si dejas que se
realice, si no detienes: á tiempo, .sus disquisiciones, si
le permites el ensayo del pensamiento^ de la crítica,
de alguna forma descubrirá que tú, que le concediste
la gracia de ser, eres su peor enemigo, y contra ti que
le otorgaste el d o n de, la libertad se rebelará, y él to
mará tal fuerza que .no podrás detenerlo -¿cóm o dete
nerlo si precisamente al hacerlo irías en contra de tus
principios?-, y te aniquilará; hada quedará de aque
llos altos principios, los hollará como ün buey O: un
cerdo. Y luego de; unas escandalosas coces a diestra y
siniestra, volverá a sér eso que ves allá, una bestia tor
pe, una alimaña mansa y pestosá que carga y descar
ga... Siendo así, y tú sabes que es así, y ahora me vuel
ve a mirar fijamente^ qu é hacer sino tratar de no: estar
e n el barullo, sino ;fúera, -dom inándolo; qué;hacer
sino tomar, el látigo, rápido, antes de que otro se nos
adelante, y pasemos obligatoriam ente a integrar la
manada...- Seguimos caminando. Yo‘ trato de decirle
que lo comprendo perfectamente, y qüe para nada me
interesa todo eso, que ;mi. problema es otro. Pero el
Gran Secretario, tomándome por iih brazo, sigue pa
seándose por el inmenso balcón... Sabes que muchos
ya han. olvidado el lenguaje hablado. En. el último es
crutinio de la lengua, se descubrió que la mayoría no
maneja más que treinta, o veinte palabras durante toda
su vida. Los diálogos oficiales resolverán, el problema.
162
Para nadie será una dificultad conocer o no el idioma,
es más, para la fidelidad al diálogo oficial, es mucho
mejor desconocerlo totalmente, así no habrá equivo
caciones, interpolaciones, añadidos... Y quien lo
haga, quien intente salirse de k s palabras fuera de
contexto, que se atenga a lais consecuencias de. los que
sólo conocen ésas palabras, que son casi todos... Y en
fin, y ahora se ha detenido en el centro de la galería
abierta, ¿qué hemos hecho sino uh gran bien? Pues
¿qué cósa persigue el hombre, sino la .calma, la paz?;
¿qué otra cosa han buscado inútilmente todos los sa
bios que tú. ya nò. conocerás, ó quizá sí, no sé, qué
otra cosa han buscado, sino, el cese de esa ciega in-
Certidumbre que para todo hombre inteligente fue la
vida? Nosotros conseguimos: para el m undo lo que
ningún filósofo,,sabio o humanista ha podido hallar.
Hemós Conseguido' la .armonía, el equilibrio univer
sal. Sí, universal, pues pronto el universo será sólo un,
mismo m urmullo que sube y baja o se apaga dentro
de un tiempo y Un espació reglamentados;, una mis
ma respiración que asciende o cesa de acuerdo a. un
control y a un plan inexpugnables. Y nadie tendiá por
qué lamentarse, de qué quejarse, no habrá nada que
rechazar u objetar, pues nadie conocerá otra cosa
que ese plan, repitiéndose, repitiéndose... ¿La filosofía,
la esperanza, .la angustia, la libertad? ¿No te suenan
realmente ridículos ya todos esos conceptos? ¿Te- im-
portan realmente?, ¿tomas en serio esa retórica? Pues
si a ti,, que eres uno de los superiores, no te importa,
¿crees, pUes, .qué pUeda importarle, a ésos, a ese hormi-
163
güero qiie carga aquel andamio, y que cuando termi
ne cargará el siguiente, y luego otro?... ¿Viste el diá
logo entre un hombre y una mujer?, ¿qué te parece el
proyecto?... Asiento, voy a decir algo sobre mi madre,
que es lo que me interesa, pero él sigue hablando... Se
está confeccionando, me dice en tono íntimo, ün diá
logo entré hombres solos. ¿Qué. te parece? ¿Crees que
una vez que se oficialice ese diálogo, pueda aún que
dar otra inquietud entre ellos sin satisfecer? Es más, la
noticia fue para ellos tan insólita que cuando lo su
pieron trataron de asesinar al agente-informador, pues
pensaron q u e se trataba de un traidor. Fíjate bien, un
diálogo entre hombres solos, ¿qué te parece? Bien,
asiento... Pero hay algo más, sigue el Gran Secretario,
algo mucho más importante, algo que será la culmi
nación del equilibrio universal. Oye, y esto sí es una
confesión, ya se está calorizando y oficializando el
proyecto según el cual urt miembro de la m ancomu
nión podrá comerse legalmente a otro miembro si de
muestra que éste es un enemigo patrio y solicita el
cuerpo para su engullimiento., ¿C ^é te parece? ¿No
será el equilibrio absoluto? ¿Crees que un Estado pue
da temer algo de sus ciudadanos cuando la mayor in
quietud de los ciudadanos será velar porque el otro
ciudadano no se lo coma?... Ja ja. Míralos cómo obe
decen, con qüé ritm o se iiiclinan, se agachan, pujan,
cargan. Están eufóricos. Aunque tú no lo creas, están
contentos. Sí, contentos. Hasta ahora el error de los
que nos habían antecedido en el poder consistía en que
para m antener el poder concedían, daban... El éxito
164
consiste en lo contrario. La cuestión es quitar; quitar
cada día más, más, más, hasta que el hecho de seguir
respirando el aire pestífero y contaminado, viviendo
el riempo sometido, sea algo tan inseguro qué, para
lograrlo precariamente, todos aspiren a la dicha de
traicionarse uno a los. otros, de comerse, uno a .los
unos, y que aun para ello tengan que aguardar sü tur
no autorizado... Míralos, míralos, és una manada, es
un rebaño de locos, de pobres bestias, de esclavos
ham brientos, ciegos y hediondos, pero tam bién es
una fiesta, también parece una fiesta... Y yo miré ha
cia ja inmensa m anada que trajinaba sin cesar allá
abajo. Hay tal uniformidad en el ritmo, en los movi
mientos, pensé,, que, efectivainente, parece un baile.
Y lo es, me dijo entonces el Gran Secretario colocan
do otra vez su inmensa y roja garfa en mi hom bro, es
el baile más grande y tétrico, más uniforme y perfec
to, más prolongado, delirante y bien interpretado que
hasta, ahora ha bailado el universo... Volví a mirar
aquel rostro rígido que ahora miraba extasiado parala
manada. .Estaba seguro de que yo no había hablado,
y, sin embargo, me había respondido... Gran Secreta-
rió, dije entonces, por primera vez auténticam ente
respetuoso, la sabiduría, del Reprimerò es infinita...
Por eso quería, a través de usted, solicitar la autoriza
ción para que me autorizase a hacerle una pregvmtai
Volviendo la espalda a la plaza donde trajinaban las
alimañas, el Gran Secretario habló: La sabiduría del
Reprimerò es grande, dijo. Y agregó: La del Reprime-
rói y la mía. Y al decir esto último elevó aún niás la
165
voz, y aún. de espaldas se quedó rígido. ¿Qué quieres?,
dijo entonces. Gran Secretario, dije, a usted no pue
do negarle por qué he llegado a héroe de la patria. Us
ted sabe qué; deseos, que; no he podido aún realizar,
me movieron. Usted sabe, ahora casi le suplicaba, que
lo único que deseo es encontrar a mi madre y matar
la. Todo cuanto he: hecho no ha sido más que para
eso. Y ahora que he recorrido, eliminando alimañas,
todo el universo sin encontrarla, ¿cómo voy a poder
seguir viviendo, cóm o, para qué voy a continuar,
cómo voy a soportar esta condecoración, esté honor,
estos méritos, si ios mismos no representan para mí
más que una burla, úna derrota? ¿Cómo voy a seguir,
si sé que la bestia que persigo está ahí, en algún sitio,
tramando contra mí, riéndose de mí, metiéndose cada
vez más dentro de mí, hasta ser yo mismo, hasta ter
minar por desfigurarme completamente y ser yo ella?
Y yo nada puedo hacer más que perseguir y matar a
los que nò sòn ella, hasta que finalmente, para ma
tarla a ella, tenga que matarme, y ella quedará siem
pre viva, riéndose, mirando su máscara, este que soy
yó... Gran Secretario, dije suplicando, dígame dónde
está, dónde está mi madre. Y si no lo sabe, concéda
me la Gran Autorización para :iriterrogar al Reprime
ro. Él. sí tiene que saberlo... El Gran Secretario, de pie
frente a ;mí, mé contem pló examinándome. Luego,
sin dejar de mirarme, dijo: Si alguien ha tratado de
ayudarte en esta empresa, he sido yo. No lo olvides.
Te com prendo perfectam ente. D urante todo este
tiempo te h e vigilado, te he observado, te he estudia-
166
do personalmente, y te comprendo. Sé que tus inten
ciones son auténticas pues están basadas en el odio.
Mañana podrás realizar tu deseo... El Gran Secretario
se volvió de nuevo hacia los millones de alimañas que
trajinaban a sus pies. Eres uno de nuestros invitados
de honor, ocuparás, por orden reprimera, un lugar en
la cuarta tribuna heroica. Todo el m undo estará en la
gran explanada. Allí se supone que deba también es
tar tu madre. Y la verás... Qué gran día, qué gran día,
dijo el Gran Secretario volviéndom e la espalda y
como dirigiéndose al infinito. Así lo vi extender las
manos, como poseído, y avanzar unos instantes ale
jándose de mí. Luego, regresando y poniéndom e am
bas garfas sobre los hombros, dijo: Ahora márchate y
prepárate para la ceremonia. Y sin más, me dio la es
palda, y atravesó el largo corredor, o pasillo, o barba
coa o tarima grande, o váyase usted al demonio, y en
tró en el gran salón de los recibimientos.
167
Capítulo XLIX
C O M U N IC A D O N ° 9 4
Í69
dando rígido, en el sitio original, lanzará otra vez los
tres hurras planificados. Esta acción se hará en forma
incesante y exacta, hasta que el Gran Reprimero con
su gran m ano libertaria haga la señal de detención.
Entonces se comenzará a aplaudir con ambas garfas
(todos los andariveles se sostendrán con los dientes) a
un prom edio de tres ¡Dalmadas; por segundo; el re
tum bo de estas palmadas subirá cada vez. más, hasta
que el Reprimero, a una señal de su m ano libertaria,
ordene su detención. El silencio será entonces abso
luto hasta que comience la gran consigna patria, que
para este aniversario es: Reprimerò cuando sea, Reprime
ro p a ' lo que sea^ Reprimero a lo que sea. Terminada la
consigna, llegará, el instante del delirio patrio.. Todo
miembro de la m ancom unión tendrá el derecho de
demostrar en forma desaforada .su adoración hacia el
Reprimero, podrá saltar en un solo pie o en dos,- pa
rarse de cabeza o en cuatro patas, gritar: ¡viva, viva!,
así como realizar cualquier tipo de ofrenda corporal,
un brazo, un ojo, un pie, un dedo, o el m ismo cora
zón. Siendo de exigencia que tódas las ofrendas que
el militante apasionado haga sean dirigidas rumbo al
Repriméro, es decir, lanzadas fi-ente a la tribuna ma
yor. Mas por ningún concepto, ofréndase como se
ofrende, chíllese com o se chille, se podrá salir del cua
drante estricto donde su bloque numerado estará, ubi
cado. Terminada Ja ofrenda o adoración que finaliza
rá cuando el .Reprimerò lo ordene, se tocará el gran
him no de la nación. E inm ediatam ente se gritará:
¡Gloria, al. Reprimero, que ha hecho, gloriosa esta glo-t
170
ria! Y luego los héroes en trance de ser honrados se
rán llamados, y saldrán, por orden de llamada, de sus
respectivas tribunas rumljo al gran estrado donde los
aguarda el Reprimerísimo para realizar el acto simbó
lico de la nominación. Mientras tanto, la masa en for
ma unánime gritará: ¡Hurra! ¡Hurra! ¡Hurra!, y hará
retum bar ambas garfas, agitando con los dientes la
pàncaità, banderola, bandera, gallardete o semigallar-
dete que la sección le haya adjudicado para la Gran
Concentración. Terminada la gran ceremonia de las
condecoraciones, retum barán los cuarenta him nos
premiados en hom enaje ál aniversario reprimerò, y
luego del nuevo m inuto de silencio en honor a los
héroes caídos en la gran limpia patria, se aguardará rí
gidamente el gran instante. Entonces se escuchará por
todos los altoparlantes ja presentación anunciante de
la Voz Reprimera, que será así: «Ha llegado el insu
perable y más elevado instante a que pueda llegar el
universo mundial. Todo el mundo mundial, emociona
do, espera las palabras de nuestro héroe mundial. El
gran primer reprimer, superprimer y reprimer primer
primer reprimer Reprimerò hará uso de su palabra re
primerísima». Y comenzará el discurso reprimerò.
171
Capítulo L
173
entre sus patas calientes, desde arriba, me lanza el
puerco derrame sanguinolento de la menstruación fe
m enina. Abro los ojos, grito, golpeándom e la cara
con las garfas me incorporo. Ahí, después de la ven
tana, está el cielo. El cielo con todos sus tarecos, es
trellas, luceros, cometas, y el tareco mayor, la luna; la
horrible luna con su jeta inflada y redonda, matronal
y burlona, de puta baja, de puta sucia, frígida y como
pasmada por tantas patadas. La miro, me miro, su dis
co horroroso fcája hasta mi cuerpo y m e vuelve .a gol
pear. Entonces, 'elevándose, suelta otra vez su alarido,
de. falsete sucio, y se instala -allá arriba, sin dejar de
mirarme, esmoreciéndose. Mis pelos se levantan, mis
brazos se levantan, mis garfas' se levantan, mis uñas se
levantan y me arrancan mis pelos que en un segundo
crecieron para levantarse. Allá arriba, él inmenso tare
co rojiza es ahora una pelambrera gigante que supura.
Y me lanza, cada vez más rojiza, la horrible escoria de
una m erótruación monstmosa. El líquido espantoso
cae sobré mi cara, La sangre y el pus pertífero me, cu
bren. Me araño, me levanto, corro, pero el ilíquido en
formja descomunal sigue cayéndome. El peludo arte
facto continúa disparando contra mí. ¡Mamá,, mamá!,
clamo. Y ella me-engulle-, ella me sigue anegando, para
lizando, me cubre- ya totalmente, m e anula, me tapaj
me transforma en algo blando, tembloroso, deforme,
en otra pelambre <qué supura y clama: ¡Mamá, mamá!,
y supuro desangrándome, babeando, pidiendo, cla
m ando, ahogándome entre'una viscosa pelambrera. Y
ella, allá aniba, puta y redonda, me lanza otra vez su
174
menstruación infatigable, iluminando mi espanto, ha
ciéndome ver ya igual que ella. Yo... Ella. Dando un
chillido vuelvo a saltar, tom o la más-garfa y salgo
corriendo. Tengo que matarla, tengo que matarla in
mediatamente, y aullando, dando saltos me proyecto
hacia el exterior. En ese mismo instante retumban los
himnos anunciadores del gran día, y todos, terminan
do el ensayo de doce horas del m inuto de silencio,
corren a formar sus bloques. Dom inándom e, entro en
la casa de vidrios, guardo la más-garfa, que de ningún
modo podría llevar a la concentración, y salgo, cada
vez más enfurecido, m m bo a la explanada patria. En
busca de ella, en busca de la cabrona, en busca de mi
última oportunidad de encontrarla y aniquilarla, en
su búsqueda, maldita. Estremeciéndome de furia y te
rror y corriendo, llego y ocupo mi puesto en la cuar
ta tribuna heroica.
175
Capítulo LI
177
Capítulo LII
El asalto
179
crac crac de los huesos apretujados busco a la cabro
na. Entre todos esos garfios y cabezas rapadas busco
sus ojos de odio para al fin fulminarla. Pero aún no
ha llegado y sigo escrutándolos uno a uno, lo que no es
muy difícil por la uniformidad de la fila. Es mediodía
en punto y casi todos ocupan ya sus sitios en el área
autorizada. El estruendo de los himnos resbala sobre
el crepitar, la hediondez, el calor y el polvo. A una .se
ñal de la pizarra humana, los héroes de la patria pa
samos a. ocupar nuestros lugar¡es en las tribunas he
roicas. Dado mi grado de heroicidad ocupo la cuarta
tribuna. A mi lado se siénta, uno con cara dé :ratá, qüe
al mirarme emite una süerte de balido ronco. Le pre
gunto, en voz muy baja, cuáles son sus .méritos. Pero
el cerdo hediondo sigue emitiendo el balido ronco.
Com prendo que ése es precisamente su mérito. Ha
olvidado completamente el idioma. Al otro lado, ten
go a una mujer, o algo parecido. Su cabeza, absoluta
m ente rapada, su piel gris y agrietada, sus marios
como de madera, secaj sus ojos sin pestañas ni brillo
y ,sus labios como dos grietas fijas; impiden desentra
ñar a qué sexo pertenece. Sólo por el m ono sin aber
tura delantera deduzco que se trata de una mujer. Qué
acto grandioso habrá hecho esa especie de cara petri
ficada, a cuántos habrá estrangulado, a cuántos habrá
delatado; quizá su heroísm o es m ás edificante, a lo
mejor es úna d e las primeras, en comer carne hum a
na, o donó sus hijos al gran combinado,, o contrajo
una enfermedad mortal para infestar un objetivo es
pecífico. .Descubro que en esta cuarta reprimera tri-
180
buna es donde se encuentran realmente los miembros
más heroicos de la patria. La segunda reprimera está
ocupada por viejos y viejas y obreros generalmente
sordos y ciegos a consecuencia de un trabajo m onó
tono y perenne. En la tercera reprimera tribuna están
los que no van a escuchar al Reprimero sino a servir de
barrera entre él y nosotros.. El grado de fanatismo
de estos cerdos es tal que hasta los mismos agentes de
la Contrasusürración les temen. En cuanto a la pri
mera reprimera tribuna, la ocupan los cancilleres y vi
cecancilleres, ultracancUleres y postcancillefes, vice
ministros y aríteministros. Y, por últim o, en el eleva
do estrado, el palco tribunal: del Gran Secretario, y
más arriba, la plataforma reprimera. Observo a los iñ-
tegrantes de la primera tribuna, sus inmensas barrigas,
sus belfos rechonchos, sus torpes meneos y volteos en
espera de la gran llegada. Allá la gran delegación de
los expertos en secretos estatales, acullá lös que más
se han destacado en el; manejo del estacazo reventan
te y én los tres estacazos simbólicos. Esta tropa de pe
queños burritos rezongantes la integran los hijos de la
patria, es decir, aquellos niños gracias a los Cuales se
pudieron descubrir a sus padres traidores. Hijos pa
trios que en un m om ento dado oyeron de sus padres
un quejido, y hasta un bochornoso suspiro de fatiga.
Al i^prim erísim o le gusta invitar a las grandes tribu
nas a éste tipo de héroes. Y, generalmente, en sus dis
cursos, les dedica algunos m anoteos aclamatorios.
Ahora millones de garfes se elevan hacia la primera
primera tribuna. El Gran Secretario ha hecho su en-
181
trada. Su alta arrugada y larga .figura avanza por entré
las cabezas rapadas qué descienden. El aterrador res
peto que Im pone esta figura es caslm ayor que el del
mismo Reprimerò. Nunca el Gran Secretario ha ha
blado públicamente; Pero todo el m undo conoce sü
inmenso poder secreto, su astucia sin límites que le ha
permitido sobrevivir en el cargo sin que el mismo Re
primerò lo haya podido aniquilar. Y como los límites
de. su poder son desconocidos, esto lo hace aún más
temible. Ahora llega finalmente a su sitio en la pri
mera primera tribuna. Cuando se incrina (saludando
o despreciando),-séncillamente porque lá elevación de
la tribuna así lo. exige para poder contem plar la masa,
el silencio en la inmensa explanada es absoluto. El
Gran Secretario contempla unos instantes él mar infi
nito de. cabezas rapadas, a uno de sus gestos todas las
garfas que en su.honor .se alzaban, descienden. Obser
vo a cada una de esas alimañas fijas que miran comò
entusiasmadas, hechizadas o secretamente enfurecidas
hacia lo alto, donde estamos nosotros. En la pizarra
humanal las cabezas rapadas form an este gran letrero:
GLORIA. REGLÓRÒRIÒSA A TO D O S, LOS HÉROES DE LA PA
TRIA GLORIOSÍSIMA. El Gran .Secretario mira el letrero
que ya se disuelve para formar otro: C O N EL REPRIME
RÒ T O D Ó , 5 rN EL REPRIMERÒ. NADA. El Gran Secrétarió
mira otra vez para la inmensa explanada, y sus viejós
labios resecos parecen extenderse en una sonrisa.
CADA. PALABRA, CADÀ GESTO, CADA M O V IM IENTO Q U E
HAGAS DEBE SER PARA C U M PU R.LA S O RÌÈNTACIONES RE-
PRIMERAS. Y ahora, que .las últimas delegaciones han
182
ocupado su sitio, la gran pizarra humana, con todas
sus cabezas rapadas, forma un gigantesco letrero:
¡VIVA EL r e p r im e r ís im o ! El estmendo d e todas las gar
fas entrechocándose es ensordecedor. Durante más de
una, hora toda la explanada aplaude. Observo, ningu
na de estas alimañas que aplaude es m i madre; ni si
quiera entre los que integran la pizarra hum ana está
ella. Entonces dirijo mi lafga-visión hacia el Gran Se
cretario. Él también me observa con sus catalejos. Veo
sus labios, que parecen haberse extendido un poco
más, y sus ojos hacérme como una: señal. Pero todo
es tan rápido: que nada puedo precisar. Lo vuelvo a
observar, es sólo un viejo reseco y largo, extasiado
ante el inmenso conglprnerado de ratas. Finalmente,
retum ban los prehimnos,. y aparece la figura Repri
merísima. Ahora todo es un batir de banderolas, pan
cartas, consignas, paneles, trapos que suben, y se agi
tan, manipulados por los dientes de la muchedumbre;
tOrbellinó de garfas que se agitan eufóricas. ,E1 hom
bre sin lengua que está, a mi lado suelta un largo aulli
do de adoración. La mujer sigue estática, péro de sus
ojos comienzan a. rodar las lágrimas que. invaden su
cara agrietada. Y ahora las notas del him no reprime
ro van calmando a la multitud. A un ademán de sus
garfes Ips millones de cabezas rapádas se indinan, en
silencio absoluto, hasta tocar el suelo con. la punta de
la nariz, luego quedan rígidas otorgando el m inutó
de silendo; ahora se indinan otra vez y sólo se oye él
estruendo dé su respiradón nerviosa y el roce de sus
belfos contra el polvo. Sobre la m ultitud agachada si-
183
guen. oscilando las banderas, pancartas, grandes pan
cartas, banderolas y gallardetes como única cosa ani
mada. El Reprimerísimo hace avanzar su panza des
comunal hasta situarse, en la parte más elevada de la
tribuna reprimerísima, con su gran catalejo observa a
la, m ultitud humillada, y su inmenso vientre sigue in
flándose. M ientras el H im no suena, él sigue pavo
neándose sobre sus nalgas monumentales, mueve su
cuello: desproporcionado, agita, sus belfos dentro de
su pelambrera, y resopla... Terminado el him no a un
adeinán reprimerísimo, el altoparlante anuncia que ha
arribado el m om ento histórico inm ortd en qué el mis
mo Reprimerísimo colocará la O rden Reprimerà de
Grandes Héroes con su gloriosa esfinge sobre los hé
roes más destacados de la gran jomada. Luego vendrá
la ceremonia de los sácrificiós, püés dé hacerla antes,
sé temé, anuncia el altoparlante emocionado, que los
miembros .sacrificados voluntariamente por la masa y
lanzados en hom enaje hacia su tribuna impidan a los
héroes poder llegar a la misma... El primero en arri
bar a la tribuna reprimerà es un viejo rapado y ceni
zo. Su heroicidad es realmente gigantesca; consiste en
haberse aprendido de memoria todos los discursos del
Reprimerò iñclüyéndo tam bién los him nos, leyes,
consignas y hasta, los pasajes irónicos o cómicos, en
fin, todas las palabras públicaménté pronunciadas por
el Reprimerò. La temblorosa figura íermina al fin su
ascenso. El Reprimerò levantando una de sus grandes
garfas, le estampa en el pecho la gran medalla. La
emoción del'viejo cenizo es tal que los agentes tienen
184
que bajarlo de là tribuna casi en peso. Ahora sube la
mujer agrietada qüe, tal ComO lo supuse, se contami
nó todas las enfermedades infecciosas a :fin de poder
confam inar a los enemigos. Dejando una estela de
supuraciones llega à la gran tribuna. El Reprimero, co
locándose unos grandes trapos protectores en las gar
fas, le estampa a-distancia el gran distintivo. La mujer
se desploma. La euforia de toda la m uchedum bre es
absoluta. A uná orden rápida del Reprimerísimo, va
rios agentes recogen aquello que se. deshace en reven-
tamienfos y emanaciones pestilentas y lo retiran. El
àltôpàrlànte continúa con las presentaciones. Ahora,
en representación de todos los gloriosos niños que su
pieron anteponer el amor patrio a todo tipo de amor,
subirán los tres niños modelos qüe, en nombre de to
dos los demás, serán condecorados. Y los tres burritos
arriban marcialmente a la gran tribuna y se colocan ya
ffente a .la inmensa figura, peluda que comienza a co
locarles las medallas. Lós' rostros dé esOS tres cerdos
jóvenes parecen supervisar a todos los rostros de la ex
planada, de las tribunas y hasta a la mismísima jeta re
primerà. No hay en estás bestias péquéñas nada arti
ficioso o falso, todos sus actos son solem nem ente
conscientes, monstruosamente auténticos. Pertenecen
a este inundo, nada tienen que ver con el pasado. Y
hasta el mismo Reprimero es para ellos un producto
del otro m undo que no vacilarían en aniquilar, si fue
se necesario, para conservar, precisamente, el m undo
reprimero. La misma insolencia d e sü andar, ahora
que descienden, parece anunciar: Nosotros, lospequeños
185
céfdos, s í que estamos por encima de todos ustedes. Cuida
do, porque nosotros sí somos el hombre nuevo... Y se alza
la fanfarria anunciando al próximo condecorado, e,
inmediatamente, todas las banderas, pancartas, ban
derolas, o váyase usted al carajo, flamean en .mi. ho
nor. Com ienzo a ascender rum bo a la reprimerísima
tribuna. C om o la trayectoria desdé .mi cuarta prime
ra tribuna .hasta la plataforma reprimera.es larga, apro
vecho ese trayecto para observar a las bestias apiñadas,
buscando a mi madre.. El vaho a mierda y a sudor es
ahora más intenso pjor encontram os ya. en mitad de
la ceremonia. Respirando ese vaho pienso que otra
vez he sido estafado. Y ahora que ya casi llego a la tri
buna, el estruendo de los him nos me parece una bur
la, y mi furia, mis deseos de patear, apenas; si puedo
controlarlos. Así sigo avanzando hasta que. .tropiezo
con, la alta y encorvada figura del Gran Secretario,
quien con un siniestro ademán me señala la platafor
ma. reprim era. .Miro con odio la desgarrada figura
como de pájaro maltrecho del Gran Secretario e in
tento decirle que me h a engañado. Pero .ahora Los
himnos, retumban, aún más alto y el Gran Secretario,
impasible, me muestra la escalerilla que conduce á la
cúspide. Mientras, asciendo lanzo una últim a mirada
escrutadora sobre la muchedumbre. Mi mirada, final
de asco sobre esos millones, de honuigas que se achi
charran y se inclinan, baten garfas, y vuelven a incli
narse sin ningún tipo de consuelo. Ahora los himnos
dejan de retumbar, anunciando que debe continuar la
ceremonia. Enfurecido, en. m edio de. la claridad.
186
mientras la pizarra humana cambia vertiginosamente
sus consignas, GLORIA AL REPRIMERÒ por ¡v iv a e l r e
p r i m e r ò !, llego a la plataforma reprimera, tan elevada
e inmensa como una meseta desde donde se domina
el infinito m eneo de todas las .alimañas. Allí, en la
parte delantera de la pjaiaforma está él, la ventruda,
peluda, gigantesca figura, de espaldas a mí, como una
tortuga erguida en su carapadio, extasiado ante su
mar de esclavos. El tinjtineo de un tambor, lata, ata
bal, Q váyase usted al carajo, le anuncia la llegada de
otro homenajeado., Entonces, cesando el odioso repi
queteo, el culo gigantesco gira, el vientre prominente
se dirige hacia mí, enfrentándome todo su fofo anda
miaje, sosteniendo entre sus garfas la lata centellean
te que ha de incrustarme. Sé que la inmensa solem
nidad del m om ento exige que baje los párpados y
bese siis patas-garfas. Pero de pie, erguido y furioso,
alzo la vista hasta su jeta. Y entonces la veo, la veo, la
veo a ella. Es ella, ese rostro que está ante mí es el
odiadn y españíoso rostro de mi madre. Y ése es tam
bién el rostro del Reprimerísimo. Los dos son úna
misma persona. Gon razón me había sido tan difícil
encQhtrajla. Mi sorpresa, m i furiosa alegría es tal que
demoro unos segundos en recuperarme. La inmensa
figura se queda rígida, en el cenlro de la gran plata
forma, Los dos pérmanecémos un instante, mirándo
nos,, sórprendidos, furiosos. De m odo que ésta es la
causa por la que no te encontraba, digo, y comienzo
a acercarme, Élla, envuelta en todos sus envoltorios,
retrocede. Abajo retum ban los aplausos. La pizarra
187
hüm áná máfca: EL REPRIM ERÍSIM O ES IN FIN ITO . Los al
toparlantes anuncian: «Ahora el gran Reprihiero sé
dispone a condécorár al héroe máximo dé ,lá Legión
Antidepravante-Expurgante...». Me sigo acercando,
ella corre pesadamente hacia el otro extremo de la ex
planada. Desde allí parece hacerle señales ahogadas al
Gran Secretario y a lá segunda tribuna. Pero yo me
acerco un poco más. Y mientras avanzo hacia ella, mi
miembro por primera vez comienza a eigúirse súbita
mente. Se levanta de tal modo que rasga la tela de m i
m ono oficial,, y oscilando libre y furioso, apunta ha
cia mi madre. Ella retrocede aterrada e n medio de u n
horrible repiqueteo de latas y de himnos. Recuperán
dose, toma, con monumentales garfas, una de sus es
padas o maza o cetro, o tricetros o bastones, o váya
se usted a la mierda, y me lo lanza furiosa. Yo recojo
en el aire la manopla metálica y la tiro contra la m u
chedum bre que permanece extasiada, creyendo tal
vez que se trata de una nueva ceremonia oficial. Coñ
el miembro cadá vez más erguido sigo acercándome.
Ella Saca entonces una enorm e rueda dentada que
hace oscilar vertiginosamente, disparándola contra mi
cuerpo. Me esquivo, y la rueda va a caér Sobre la in
mensa m uchedum bre impávida o petrificada dego
llando a u n centenar de ratas que caen sobre su rec
tángulo. Me acerco más, ella saca ahora Una pesada e
inmensa esfera, qué cual un disco me lanza furiosa.
La bola gigantesca cae, con ruido de hecatombe, en
la tribuna de los cancilleres y vicecancilleres, elimi
nándolos. Mientras de todas las galerías se sigue ob
188
servando la, lucha, mi pinga oscila y crece, cada vez
más. enfurecida. Ya alcanza a la gran yegua, y al cho
car contra sus latas, aún más excitada, le tum ba el en
voltorio protector. Toda una andanada de medallas,
metales tintineantes, fajines y sobrefajines, escudos y
condecoraciones cae junto con el primer envoltorio.
Ella, Completamente enfúrecida, extrae una inmensa
cuerda hecha Como de serpientes puntiagudas y plo
mizas que, haciendo girar por toda, la plataforma, me
lanza furiosa, dérm m bando a los niños-héroes y al
resto de la caterva que le precedía. Yo, absolutamente
erotizado, con las piernas desmesuradamente abiertas,
rojo de furia como el mismo- falo, la apunto y la em
bisto. Sü segundo envoltorio cae rechinando sobre la
estática muchedumbre. Ella me lanza una lluvia de
clavos gigantes, que ensartan a los héroes de la terce
ra tribuna. Mi furia es tal (uno de los clavos me pasó
rozando) que la vuelvo a embestir, ahora con el falo
más inflamado. Y su tercer envoltorio protector cae
sobre la muchedumbre estática. Argollada, tratando
de eliminarme, abre Una válvula dentro de su propia
vestidura, y por ella se escapa un fuerte vapor can
dente que con inmenso ruido de desembrague elimina
a todosvlOs-héroes de la cuarta y quinta tribuna. Ma
niobrando detrás de sus monumentales nalgas, doy
un salto, caigo de frente y la vuelvo a atacar. De un
golpe mi pinga derriba su cuarto envoltorio. Y al fin
puedo ver su cabeza, desprovista del casquete repri
merò, su odiosa y cenicienta cabeza de vieja ladina,
su gris pelambrera revuelta de chiva vieja flotando en-
189
tre el sudor y la ftiria. Veo también su boca, su horri
ble boca que incluso llegó a pronunciar mi nombre.
Y mirando esa m ueca de vieja .hipócrita, esos ojos, que
aún tiguen. observándome con aire de superioridad,
mi. fiiria y mi erección se hacen cada vez más apre
miantes y apuntándola con m i falo vuelvo al ataque.
Su quinto y sexto envoltorios caen, mientras ella gira
y corre acosada, lanzando garfios y metales, pedazos
de madera y dentelladas. La arremeto de nuevo, y su
últim o envoltorio protector rueda, hacia la m uche
dumbre. Y ahora la veo, está ahí, con sus millones de
mandias y arrugas; la inmensa vaca encuera, con sus
enorniés nalgas y tetas descomunales, con su figura de
s.áp.o deforme, con su pelo cenizo y su hueco hedion
do. ,E1 miembro erecto, cón las manos e n la cintura,
me quedo de pié, mirándola. M i odio y m i asco y mi
escozor son ahora innombrables. Entonces, la gran
vaca, desnuda y deforme, blanca y hedionda, se, juega
su última carta de perra: astuta y, cruzando por sobre
siis inmensás tetas sus garfas: desgarradas, me mira llo
rando y dice: hijo. Es esto lo últim o que puedo escu
char. Todo el escaniio, la vejación, el miedo, lajEnstra-
ción, el chantaje y la burla, y la. condena que contiene
esa palabra llega hasta mí abofeteándome, humillán
dome. Mi e te td ó n se vuelve descomunal, y avanzo
con m'i falo proyectándose hacia su, objetivo, hacia el
huecó hediondo, y la clavo. Ella al ser traspasada emi
te un alarido prólongado y re derrum ba al mismo
tiempo que yo siento él triunfo, el goce furioso. ;de
desparramarme en su. interior. Ella, soltando un aiilli-
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do, estalla lanzando tornillos, arandelas, latas, gasoli
na, semen, mierda y chorros de aceite. Entonces, en
el mismo instante de mi desparramamiento y su au
llido final, un insólito estruendo recorre toda la ex
planada. Es un susurro descomunal, emitido por la
muchedumbre que comienza a destruirlo todo asesinan
do a cuanto agente puede capturar. Así, de pronto,
toda aquella masa que permaneció impávida empieza
a lanzar garfiazos, abaten ya las tribunas, las atalayas
y los parapetos, con las mismas astas de las banderas
se abren paso, derrum bando polifamiliares, nopar-
ques, altavoces y celdas ambulantes. El derrumbe es
tal que hasta el mismo susurro que cada vez asciende
más se mezcla con el estruendo de las cosas que caen,
de los huesos que crujen, de las barbacanas y pancar
tas, esfinges y rejas que restallan y se hacen añicos...
Mientras la inmensa y enfurecida muchedumbre sigue
avanzando, persiguiendo y derrum bando al son de su
enfurecido susurro, guardo la masa muerta de mi falo
(al fin lívido y fatigado) dentro del mono. Y cansado,
abriéndome paso en medio del estruendo sin que na
die se percate de mí (tan entusiasmados están ellos en
gritar: ¡A lfin acabamos con el asesino reprimerò, a lfin la
bestia cqyól), puedo llegar hasta el extremo de la ciu
dad. Camino hasta la arena. Y me tiendo.
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