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ARENAS, Reinaldo - El Asalto

Este resumen proporciona en 3 oraciones la información clave del documento: El documento presenta un extracto de la novela "El asalto" de Reinaldo Arenas. El extracto narra un encuentro entre el narrador y su madre detrás de un almacén de madera, donde el narrador intenta matar a su madre pero ella logra escapar asustada.

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ARENAS, Reinaldo - El Asalto

Este resumen proporciona en 3 oraciones la información clave del documento: El documento presenta un extracto de la novela "El asalto" de Reinaldo Arenas. El extracto narra un encuentro entre el narrador y su madre detrás de un almacén de madera, donde el narrador intenta matar a su madre pero ella logra escapar asustada.

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Libros de Reinaldo Arenas

en Tusquets Editores

ANDANZAS
Antes que anochezca
£1 m undo alucinante
El color del verano
Celestino antes del alba
El palacio de las blanquísimas mofetas
Otra vez el mar
El asalto

FÁBULA
Antes que anochezca
El m undo alucinante
Celestino antes del alba
REINALDO ARENAS
EL ASALTO

tu s O llECnCRES
UETS
I.* edición en Tusquets Editores: enero 2003

O 2003, Estate o f Reinaldo Arenas

Diseño de la colección: Guillemot-Navares


Reservados todos los derechos de esta edición para
Tusquets Editores, S A - Cesare Cantù, 8 - 08023 Barcelona
www.tusquets-editores.es
ISBN: 84-8310-226-9
Depósito legal: B. 50.485-2002
Fotocomposición: Foinsa - Passatge Gaiolá, 13-15 - 08013 Barcelona
Impreso sobre papel Offset-F Crudo de Papelera del Leizarán, S A
Liberdúplex, S.L - Constitución, 19 - 08014 Barcelona
Encuademación: Reinbook, S.L
Impreso en España
indiice

Capítulo I
Vista del Mariel. (Cirilo Villaverde, Excursión a Vuelta
Abajo) .................................................................................... 15
Capítulo II
De lo que le avino a Don Quijote con una bella cazadora.
(Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalga Don Quijote dé la
Mancha) ........................................................................ 17
Capítulo III
La expedición de Soto a La Florida. (Francisco López de
Gómara, Historia General de la Indias) ................................. 21
Capítulo IV
De lo que los colores blanco y azul signifícan. (François
Rabelais, Gargantuay Pantagruel) ........................................ 23
Capítulo V
Cómo un clérigo de Inglaterra que quiso argüir contra
Pantagruel fue vencido por Panugro. (François Rabelais,
obra citada) ........................................................................... 27
Capítulo VI
Las metáforas de la lUada, (Autor olvidado, La chilizaríón
griega) ................ 31
Capítulo VII
Cómo resplandece más la sabiduría y providencia del crea­
dor en las cosas pequeñas que en las grandes. (Fray Luis de
Granada, Introducción al simbob de laf e ) ............................... 35
Capítulo VIII
En que Guzmán de Alfarache cuenta lo que le aconteció
en su tiempo con un mendigo que falleció en Valencia.
(Mateo Alemán, Ctamán de Aífaracbe) ............................... 37
Capítulo IX
Pericles. (Plutarco, Vidas paralelas) ...................................... 39
Capítulo X
Cantar de los cantares o Libro de Salomón. (La Biblia, An­
tiguo Testamento) ........... 4Í
Capitulo XI
Magallanes en b India. (StcfenZweig,M agallanes) 43
Capítulo XII
Principalía de Menelao. (Homero,lUada) ............... 47
Capítulo XIII
Transmigración, de. las almas; beatitud final. (Dante Alightéii>,
La divina com edia) ------- . , . . . 51i
Capítulo XTV
La torre de Hestle. (Aloysius Bertrand, Gaspar de la no-
ibe) .............................................. 53
Capítulo XV
Arqueolitos halbdos en.Cuba, generalménte calificados de
caribes y que no lo son. (Femando Ortiz, Las cuatro culturas
indias de Cuba) .......................................................... 55
Capítulo XVI
Cómo los caballeros ríe las armas de las sierpes embar­
caron para su reino de Gaub y la fortuna los echó donde
por engaño fueron puestos en gran peligro de la vida,
en poder de Arc^lús, el Encantador, y de cómo, liberados
de allí, embarcaron tomando su viaje, y don Galaor y No-
randel vieron acaso el mismo camino buscando aventuras,
y de lo que les acaeció. (Atnadls deGaula) ......................... 57
Capítulo xyii
À l’ombre desjeunesJîHes enJleurs. (Marcel Proust, novela ho­
mónima) ............................................................ 59
Capítulo XVIII
Los siete sellos de la canción del Alfa y la Omega. (Federico
Nietzsche, A si hablaba Zaratustra) ............... 63
Capítulo XIX
Fray Bartolomé de las Casas, su error.(Libro quinto de
Historia de Cuba). ............-. ................................. .... , - .65
Capítulo XX
El sueño de Víctor Hugo. (Aloysius Bertrand, obra citada) 67
Capítulo XXI
De los sindicatos en el momento actual y los errores de
Troski. (Vladimir ílich Lenin, Obras escondas) .......... 69
Capítulo XXII
Capítulo el capítulo, (Nicolás Tolentino, El M ) ......., 7.1
Capítulo XXIII
De la visita del fraile a los jardines del rey. (Reinaldo Are­
nas, E l mundo alucinante) ____ 75
Capítulo XXIV
Visión dé Anáhuac. (Alfonso Reyes, Antologa) 87
Capítulo XXV
De lo qué lé sucedió en Sevilla hasta embarcarse a
Indias. (Francisco de Quévedo y Villegas, Historia de la vida
dd buscón llamado Don P ablos)...................................... 89
Capítulo XXVI
Carta de José Martí al ministro de la Argentina, flosé Martí,
Obras com pletas)...................................... , ............ 91

Capítulo XXVII
Relojes y máquinas de vapor. (Claude Lévi-Strauss, Arte,
lenguaje, literatura) .................................................

Capítulo XXVIII
Prólogo y epílogo. (Reinaldo Arenas, El palacio de las blan­
quísimas mofetas) ........................................

Capítulo XXIX
A las estrellas. (Fray Luis de León, Poesías escogidas) . . . . . 103

Capítulo XXX
Da Clodio el papel a Auristela; a Antonio, el bárbaro, lo
mata por yerro. (Miguel de Cervantes, Los trabajos de Persiles
y Siffsmunda) ................................... .. ..................... , . . 107

Capítulo XXXI
Asamblea para la rccopda. de cujcs de tabaco en Pinar del
Río. (Periódico Juventud íbbelde, aitiaúo .hom ónim o) . . . . 111

Capítulo XXXII
La fortuna nos visita a pesar dé la lluvia. (Ramón Mesa,
M i tío el empleado) ...............................................

Capítulo XXXIIl
Descripción del Templo del Sol' y sus grandes riquezas.
(Los aztecas. Cuadernos Populares) ................................; . 117

Capítulo XXXIV
Hiperión a Belarmino. (Friedrich H ö l d e r l i n , 119

Capítulo XXXV
Aparece Peter Pan. QM. Barrie, Peter Pan y Wendy) ..... 121
Capítulo XXXVI
Cuántas clases de principados hay y de qué modos se ad­
quieren. (Nicolás Maquiavelo, Elpríncipe) 125,
Capítulo XXXVII
Historia de las conspiraciones tramadas en Cataluña contra
los ejércitos franceses. (Hubert Beaumont de Brivazac, libro
homónimo) ............................................................................... 127
Capitulo XXXVIII
^ ?ùn de Matanzas. (Geograjìa elemental de Cuba) .......... 129
Capítulo XXXIX
La Gran Parca, la Parca, la <Parquita y la Parquilla. (Reinal­
do Arenas, B colordel verO ño) ........... 131
Capítulo XL
Último final. (Reinaldo Arenas, ùkstino antes del alba) . . . . 135
Capitulo XO
Los cuatro dioses del cielo según los chinos. (Libro sobre las
relifforüs orientales) ..................................... 137
Capítulo XLII
Dicen los gangas: los grandes no pagan favores de los hu­
mildes. (Varios, VWwfc «/iot/dí <¿r ¿í ............................ Í4l
Capítulo XUII
Descríbese la situación, extensión y figura de la Isla. (Nico­
lás Joseph de Ribera, Descripción de la Islade C u b a ) 143
Capítulo XUV
La parte que la Divina Providencia tuvo en mi profesión de
autor. (Varios autores. Libro sobre los místicos) ..................... 147
Capítulo XLV
La espantosa tormenta que hubo en Guatemala, donde mu­
rió Doña Beatriz de la Cueva. (Francisco López de Gómara,
obra citada) ........................................................................... 149
Capitulo XLVI
Jalisco. (Francisco López de Gómara, obra cÎËida) . . . . . . 151’
Capítulo XLVII
De cómo las mujeres aman a dyestro e a sinyestfo por la-
gran codicia que tienen. (Arcipreste de Talavera. El 'Corbu^
á o) .............................................................. 153
Capítulo XLVIII
Empleo sexual del orificio anal. (Mirabeau, La Biblia o rá­
tica) ................................ 157
Capitulo XLIX
Aplicaciones genéticas al rendimiento de las distintas .espe-'
des zoogenéticas. (Variosautores. Ganaderíaaplicada) . . . . 169
Capítulo L
Acerca de mis películas. (Charles Chaplin, Historia, de mi
vida) ................................ 173
Capítulo LI
Inquietud naciente. Los dos abuelos y el paseo en barca en
el crepúsculo. (ThomasMann,La montaña mágica) ............... 177
Capítulo U I
El asalto ....................... 179
Para Roberto Valero y Maria Badlas,
por haber resucitado esta novela
Capítulo I

Vista del M ariel

La. última vez que vi, a mi madre fue detrás del


Gran Consolidado de las. Maderas Patrias. Ella estaba
inclinada, recogiendo unos, palos. Estaba así, de espal­
das, .agachada, un poco como (derrengándose por el
esfuerzo que hacía para cargar con. los. palos. .No per­
dí. tiempo y me le abalancé, para matarla. La cabrona;
parece que me miraba con el ojo del culo, pues antes
dé que yo pudiese .reventarla se volvió asustada, no
por mí, sino por las leyes del Reprimero y sus agen­
tes, que si. la cogen llevándose las sobras del aserríó
patrio, la ajustician. Es decir, la .mataii.
Cuando la. degenerada se volvió, aterrada y furiosa,
vi su rostro seco, papujó, y maldito. Rápido me agaché
para coger Una estaca y elayársela. donde pudiera, en los
ojos -trsi pudiera en .los ojos—o quizás en la boca. Em­
puja, empuja, hasta ver cómo Jos dientes. Je salen, por
detrás... Ella depositó el haz de palos en una de sus gar­
fas y con la. otra comenzó a lanzármelos. Yo aproveché
que había una piedra a mi alcance y se la tiré, en el pe­
cho. Cayó de espaldas. Le fui arriba cón la estaca. Élla,
entonces, con las patas, me echó .hacia atrás. Yo salté

15
sobré su cuello. Ella abrió la boca, los ojos y la nariz.
Yo la miré. Hacía tiempo, muchísimo tiempo que no
la veía de tan cerca. Entonces sus colmillos se clavaron
en mi garganta. Aullé. Le di una patada en la barriga
o en las rodillas, no sé bien, y me desprendí. Corrí bo­
tando sangre y maldiciendo. Ella tomó el haz de palos
y me lo lanzó palo a palo mientras bufaba. Ya a dis­
tancia me detuve y comencé a tirarle pedazos de sierras
oxidadas. Cabrona, cabrona, pero sólo oía su risa, iQué
carcajada!: Hasta que comenzó el susurro y, por pre­
caución, me alejé.. rAlgún día te voy. a coger!, le grité con
las garks y con los ojos* sin decir nada, oyendo el su-
m n o y viendo cómo ella desaparecía* como cojeando
y riéndose ó bufimdo o maldiciendo. El susurro llegó
hasta lo acostumbrado, y al instante todas la trppas de
la Contrasusurración se lanzaron a la captura. Yo, fu­
rioso y soltando sangre por la mordida, me fui para ia
casa. Llegué y me observé; La dentellada era enorme.
Pero no era eso lo que miraba, sino mi cara, igual, casi
igual a la de ella, la de mi madre. Seguí mirándome.
Era ella, era igual que ella, algo-como de piedra, y en
medio del pedregal los ojos,, abultados y saltando. El
rostro de mi madre era cada vez más mi propio rostro.
Cada vez mé parecía más a ella, y aún seguía yo sin ma­
tarla. Me llené aú n más de furia, de miedo, y salí de
n u ^ en su búsqueda, tocándome la cara con las garfás
y diciéndome: Soy ella, soy ella, si no la mato rápido
seré ¡exactamente igual que ella. Y me ¡lancé como siem­
pre, pensando sólo en reventarlas Pero-desde entonces
nO la he vuelto a ver más, aunque no ceso de buscarla.

16
Capítulo II

De h que hcevino a D on Quijote con una bella cazadora

C om o no vivo en el polifemiliar me levanto a la


hora que me sale, de los cojones, o. no me acuesto.
Hago lo que quiero, porque no vivo en el polifámi-^
liar. N o vivir en el poliiamiliar no es fícil. Es obliga-
torio vivir en el polifemiliar. Al principio me llevaron;
varias veces para el polifemiliar: Allí tenía mi lugar
exacto, como todo el m undo. Com o yo soy solo, me
toca un metro y pico de sueloy es decir^ la extensión
de m i cuerpo y el ancho del niiismo con los brazos re­
cogidos. Otros tienen más. espacio, pues tienen mujer
o hijos. Por la nonoche, cuando se reparten los espa­
cios, hay siempre quien ocupa un poco de espacio
más que el que. le toca. Si se dan cuenta, se le reduce
su espacio a la. mitad del que le toca, de manerai qué
entonces tiené que dorm ir de lado. Basta hacer la de­
nuncia para que se .le reduzca el espacio, aunque .no
sea cierto. Una femilia quedó tan reducida que dor­
mían todos sobre un viejo, el abuelOj quieh a sü vez
tenía que dorm ir de costado. Al principio me divertía
haciendo las denuncias. Después m e aburrió.. Y dejé
el polifemiliar. Me persiguieron y, desde luego, mé
capturaron. Y me llevaroh .de. nuevo, al poli. Trabajé.

17
Cuando me volvieron a capturar, tenía una lista larga
de susurradores. No hablé. Extendí la lista. La lista era
seria. Yo prometía agrandarla. Lo único que quería,
dije, era no seguir viviendo en el poli. Me lo conce­
dieron, no en el mismo instante, sino después. Seguí
cooperando con ellos: Naturalm ente, soy miembro
de la Contrasusuitación, es decir, contrasusurradori
Lo que más intolerable me resultaba del poUfamiliar
nò era el piso donde uiio tiene que estar y dormir,
sino los otros. Tenía que dorm ir con todo el m undo
al iado. Tenía que ver una pierna, un ombligo, un pe­
dazo de jeta, pelos de los otros. A veces mirando la
guataca del qUe estaba a mi lado, oyendo su respira­
ción, mirando su nariz o una de sus; garfas, no podía
más, y tenía que vomitar. Sé claramente que no hay
nada más grotesco que la figura humana. Pero tener
que vivir al lado de ellos, m irando ojos, lenguas, te­
tas, respirando sus pestilencias, pisando sus babas y
hasta oyendo sus temerarios susurros, yá eso para mí
no era grotesco, era insoportable. Y sobre todo cuan^
do tienen el permiso dé énsarte, y uno dé ellos, la
hembra, comienza una especie de bufido y pujido, de
berrido y babeo, hasta q u e el otro, el m acho, que
siempre parece no desear otra cosa, la m onta, y en­
tonces empieza, el m eneo, el chapoteo, viscoso y el
pestífero vaho, el relincho y las patadás y el jaleo de
las garfas com o queriéhdo estrangularse sin lograrlo.
Eso sí' que no lo podía soportar. Teriía que irme del
poiifamiliar, reventar o hacerlos revéntar a todos, esto
es lo mejor; pero es más. difícil. Siempré es más fácil.

18
reventar uno que hacer reventar a los demás. Me ali­
via ver que alguien revienta; me alivia sobre todo si
soy yo quien lo hace reventar. Hay quien en ese mo­
m ento ha aullado, aunque no está permitido. Tam­
bién por eso me hice contrasusurrador, ahora puedo
reventar a unos cuantos más de los que reviento.
A veces cuando alguien pasa cerca de mi lado siento
que hiervo y me abalanzo -esas patas, esa facha, esos
pelos en la nariz-, pero me contengo; la lengua me
baila, los dientes sueltan una baba caliente, pero
me contengo en espera de mi madre.

19
Capítulo III

La expedición de Soto a La Florida

Así regreso a rni casa, o sea, adonde vivo. Yo vivo


en una casa dé vidrios. Se le llama de vidrios pues
puede ser destruida cuando la Reprimeríá lo disponga.
Está hecha de latas, cartones, palos, garfios, piedras y
pedazos de vidrios de ja última gran guerra. Toda está
llena de puntas afiladas y alambres retorcidos. Todo*
por el m oho y el tiempo, es verdoso. Cuando oscu­
rece vigilo. Algún bichó del aire (de los pocos que
quedan) se engancha en los garfios. Yo adentro oigo
cómo aletea, .mientras más alétea más garfios sé le, en­
ganchan. Por las endijas gotea Ja sangre, La bestia chi­
lla. Salgo. Hoy es una garza blanca, o no, a lo mejor
es una gaviota. Gaviota, gaviota, digo, trepándome
por sobre los vidrios. El pájaro bate sus plumas y me
mira como esperanzado. En sus ojos me veo, al me­
nos veo un pedazo de mj cara, es decir, veo el rostro
de mi madre. Coloco mi garfa contra el pájaro y lo
restriego contra los vidrios. Aun destripado patalea
dos veces. Com o. Bocado exquisito que nunca ha­
brán de saborear los que viven en el polifamiliar. Lo
que más gozo en triturar con los dientes es la cabeza,

21
y ¿n la cabezá, los ojos. Allí ftie donde otea vez la vi
a ella, el rostro de mi madre, mi cara. Y aún no la he
podido liquidar. Salgo otra vez. Es noche estrellada,
como se decía en el pasado, quiero decir que el cielo
está lleno de tarecos, de furias que pasan chisporro­
teantes, unas más grandes, oteas más chicas. Pero qué
me importa lo que esté pasando allá arriba, si salgo
no es para mirar ese trajín, sino porque no puedo es­
tar más aquí adentro sabiendo que ella debe andar
por ahí, riéndose dé mí, mientras yo cada vez me pa­
rezco más a ella misma. Estoy ya en pièna explanada,
bajo el-cielo chisporrotéante. Si esta noche la encontra­
ra..., digo, y mis m anósya se van engarfiando, engarro-
tandó. Si esta noche diera con su garganta... Y mis
garfas ya no pueden más y se extiénden haciendo ara­
bescos. Si pudiera hoy mismo degollarla..., y echo a
andar; Es él, el contrasusurrador furiosoj le dice uno de
los miembros de la Contrasusurración a oteo que que­
ría pedirme idéntificacióh. Luego me saludan marcia­
les, No les hago caso. Y sigo buscándola.

22
Capítulo IV

De lo que tos .colores blanco y azul significan

Naturalmente, siempre'he odiado a mi madre. Es


decir, desde que ,la conozco. Al principio mi odio ha­
cia ese animal era por rachas. Después se quedó fijo.
U n día me miré en u n espejo y vi qUe me daba un
aire a ella. Otra vez me volví a ver y vi que me iba
viendo cada vez más parecido a ella. Volví, a mirarme,
y al poco tiempo, al remirarme,, vi que ,aún me pare­
cía m ás a la maldita. Entonces ya mi odio no fue fijo,
sino creciente; M ás adelante me seguí mirando. Has­
ta comprender, cada, vez más claramente, que me iba
pareciendo cada vez más a ella, que mis ojos, mi na­
riz, mis patas y mi jeta iban siendo cada vez: más los
de ella. Que iba. yo dejando de ser yo para ser ella.
Y supe naturalmente, y cada día lo sé más, que si no
la mataba rápido sería ella, me volvería ella misma, y
entonces, siendo ella, ¿cómo iba a poder matarla? _■
Corrí con el cuchillo polifamihar (entonces vivíamos
eh el poli) hacia donde estaba ;la puta, lavando los m o­
nos de la m ancom unión (una vez por semana, alguien
del poli debe lavar todos los monos), y fui a, clavárse­
lo rápido, no me importaba, lo que pudiera pasar,

23
cualquier cosà era preferible a dejarla vivir, es decir, a
que me engullera, me matara, además, con decir que
estaba susurrando bastaba... Pero la yegua se volvió,
rebuznó sobre el mugrero de la m ancom unión y, abo­
llando latas, se precipitó en el noparque. En la plaza
chilló: al asesino, al asesino de su madre, cójanlo, me
ha intentado matar. Me ataron al poste grande. Yo
supe defenderme. Dije que ella había abollado la ba-
téá gigante (invención del Reprimerísimo) de la Gran
M ancom ünión. La,abolló adrede mientras, gritaba im­
properios contra el Reprimerísimo, agregué. Ella
negó, pero era cierto que en. la huida había abollado
el esmálte de la gran batea. Se .la llevaron para tortu­
rarla, todos los miembros* del poiifamiliar querian ani­
quilarla inmediatamente, pero sin dar explicaciones
los agentes superiores cargaron cón ella. Después oí
decir que ella nó confesó (cosa que no m e explico), y
que nada le ocurrió (cósa que tampoco puedo expli­
carme). Sqgún me dijeron, era que ella es m iem bro de
la Contrasusurración. Y entonces comprendí, como
cualquiera podrá cómprender, que para sobrevivir lo
m ejor es hacerse agente de la Contrasusurración. En
menos de una semana, denuncié y capturé a más de
cien susurradores, yo mismo los llevé por el cuello, ya
con la argolla, a las celdas ambulantes y di el parte al
Popular Justicial. Yo mismo me ofrecí para ajusticiar­
los. Soy, pues, contrasusurrante. Puedo andar y salir
cada vez que quiera (con la autorización de partida)
de la Reprimeria. Puedo hablar, puedo susurrar y de­
cir que. filé el de ú lado y joderlo, cosa, divertida. Y,

24
desde luego, del caldo m ancomunai, para mí son dos
cucharas. Pero mi madre sigue viva, y yo cada vez me
voy pareciendo más a ella. Me he hecho contrasu­
surrador, para poder perseguirla y aniquilarla donde­
quiera que se encuentre. Después ya veré. Pero mien­
tras no la aniquile estoy en trance de perderme. Es el
contrasusurrador furioso, le responde un agente a otro
cuando paso. Y sé que me siguen mirando, luego de
haber pasado las guardabarreras, me siguen mirando
un poco desconcertados. Para justificar ante ellos mi
furia me prom eto que hoy las celdas de toda la Re­
primería se verán atestadas de contrasusurradores.

25
Capítulo V

Cómo Un clérigo de Jnglaterrd que quiso a r ^ ir contra Pan-


tagruelfue 'vencido por Panugro

El sol empezaba a restallar por sobre las puntas


metálicas de ios nobancos del noparque. Por todos los
rincones de la Reprimeria suena el him no matutinal-
reprimero que exalta, desde luego, ál Reprimerísimo o
Reprimero, y ordena levantarse para ir a las fáctorías
o a las plantaciones. La claridad del día se alza. O ri­
no y vomito un poco detrás de un nobanco, junto a
los que han quedado enganchados. Enseguida me in­
corporo a. la fila y hago la guagua, mis codos se ensar­
tan al siguiente y así sucesivamente,, cuando sumamos
setenta y cinco, el encargado del. transporte grita: comr
pkto, suelta un fustazo, y la. guagua, nosotros engan­
chados en fila india por los codos, partimos veloces.
Marchamos. Mi ensamblado más cercano es un viejo
que mirar al suelo y luego me mira. Con. los.ojos le gri­
to: ¿Qué le pasa al viejo cabrón, qué le pasa al viejo
m ono, qué le pasa al viejo maricón? El. viejo parece
que rio entiende o entiende, deja de mirarme, y descien­
de en el primer desensamblaje. Yo también, desciendo.
El him no m atutinalreprim ero termina. Se oyen los
aplausos que preceden al buenos días,- hijitos míos del

27
Reprimerò o Reprimerísimo, difundido por todos los
altoparlantes. Otra vez más aplausos. Y, de pronto, en
medio de los aplausos, un susurro, aún un auténtico
susurro. Corro, no lo puedo dejar escapar. Detrás de
mí corren también otros que quieren ganar méritos.
N o lo permito. Salgo, susurro, y le echo garra al niño
que corre detrás de mí, ah, eres tú* cabrón; El m u­
chacho protesta. Rápido le aprieto el cuello y su pro­
testa se convierte en un susurro. Ah, pero todavía...
A golpes y patadas lo conduzco, ya argollado, hasta la
primera, celda ambulante, cierro, y por fuera en la pi­
zarra pongo m i número de contrasusurrador. Que se
sepa que ¡fui yo el héroe. El saludo glorioso del Re­
primerísimo se repite otra/vez por los- altoparlantes,
queriéndonos decir que ya debemos estar en, nuestra
línea, o .marca, o centro o círculo o giro productivo,
buenas mañanas, hijitos míos. Sus palabras* sin saber por
qué, me. hacen record^ con más furia que aún no he
dado con m i madre. Atravieso mascullando Ja calle
’"absolutam ente desierta. Luego m& entretengo un
poco viendo a los recién capturados en los ganchos
del noparque que ahora son. transportados* a la prisión
posmortuoria. La idea del noparque con los nobancos
llenos de púas fue desde luego dél Reprimerò, los de­
safectos suelen gustar de la. vagancia y se traicionan in-
conscientemente; sentándose en un.nobanco (el único
asiento, público que existe), entonces quedan taladra­
dos por las, púas y son ¡aniquilocapturados al. mismo
tiem po; noble labor heroica cumple la elogiada in-
^yención reprimerísima.

28
Voy, pues, hasta uno de los nobancos, y comien­
zo a desengarfiar a los engarfiados que durante la no-
noche han caído como moscas. Los arrastro hasta las
celdas postmortuorias. Los encierro, y estampo en la
pizarra mi número. Laboralmente, la mañana no ha
sido mala.

29
Capítulo VI

Las metáforas de la Ilíada

Siendo ahora mediodía, sé redoblan los esfuerzos.


El sol achicharra las espaldas de la crápula, que inicia
la contrasiesta recogiendo todo tipo, de tarecos, pie­
dras, cartones de pancartas, latas de quién sabe qué
época, y llevándolo todo al noparque. Ya cuando está
todo, allí lo vuelven de nuevo a dispersar. Y con más
euforia arremeten de nuevo la recolección. Luego, ter­
minada la contrasiesta, se reanuda la hora del trabajo,
uno a uno. van haciendo ila guagua que los lleva a su
línea,, círculo, factoría, rama productiva. Uno a uno
los voy otra vez observando, aunqüe ya los conozco
prácticamente a todos, vacas flacas, fatigadas, cerdos
desgreñados ó calvos, capones y huesudos* los niños
son los más espantosos: enrollados en la: gruesa y an­
cha batipoli, ímdan. torpes: con el carapacho verduzco
que no acaba de acomodárseles. Uno, al ser pisada sU
batipoli por otro que se adelanto, da. Un traspiés. Cen­
tenares de patas descalzas le. cruzan, por encima. Al fin
se incorpora y forma él primero para la siguiente gua­
gua. Tomo yo la última guagua después de haberlos

31
obseivádo a todos. Entre ellos no estaba mi madre. El
sol hace ahora que sus pellejos suelten una oleada pes­
tífera que desde luego no perciben. Yo la percibo por
no estar siempre entre ellos. La guagua pasa ahora
por algunos fangueros. La velocidad de las patas se hace
más intensa, los codos se aprietan, las rodillas se hun­
den y salen veloces del fango. El de atrás empuja al de
alante, el de alante empuja al que le sigue. La guagua
logra salir del pantanal y, en la' hora, precisa, llegan a
la línea productiva. Ahora descienden, ahora hacen
como que descienden. Silenciosos, con las jetas en­
fangadas. Algunos, Jos más jóvenes, los que nuncá
haii cogido una guagua de verdad, descienden de ver­
dad, bajan de: verdad de una guagua, los otros,. los po­
cos que la conocieron no quieren ni acordarse, saben
lo caro que -cuesta el recuerdo,, y sólo recuerdan las
palabra del Reprimerísimo:. L a memoria es diversionisr
ta y pena exigei Pena m áxim a. Ahora yo estoy entre
ellos, ocupo un. lugar detráis de esa vieja vaca de ojos
inmensos y huecos. ¿Recordará la guagua verdadera
esta vaca? ¿Será ella mi madre? La observo, m e toco
mi rostro. No, aún no soy yo ése. La fila avanza rápi­
damente. Es la hora del nutrifamiliar. A esta cola no
falta nadie. Si mi madre está en la Reprimeria, tiene
que venir aquí. La m ujer de ojos de vaca parece tem ­
blar de emoción y nerviósisrao mientras :sé acerca a Ja
paila donde bulle el agua 'nutrifamiliar. Sigo m irándo­
los. AJgvmos ya com en sin hablar, como es obligato­
rio. La. mayoría, al igual que la vieja vaca, m ueven
tem blorosos los labios, em oeiohádos, agradecidos,

32
Miro toda la fila que espera, ansiosa. Si pudiera ir uno
a uno degollándolos. El de atrás, el de alante, el que
extiende su cuenco suplicante, todos, todos. ¿Entre
ellos no puede estar mi madre disfrazada? Este viejo
asqueroso, éste, ¿no será él mi madre? No, no se per­
miten los disfraces. Debo dominarme. No debo des­
preciar mi libertad. Se trata de guardar todos los es­
fuerzos para aniquilarla a ella, por encima de todo,
por encima de todos los demás, a ella, a la cual te vas
pareciendo cada vez más. ¿Qué te importan todas es­
tas bestias? Diviértete si quieres a su costa, pero no te
arriesgues... Sigo, pues, tranquilo en la gran fila. Pero
cuando la gran vaca tem blorosa se acerca a la pai­
la, cuando ya saca su comprobante de contrasiestera,
sus horas laboradas, su asistencia infallable a la Ex­
planada Reprimerísima, a la Gran Plaza Patria, etcéte­
ra, comienzo el susurro, así, suavemente, impercepti­
blemente, con los labios apretados, como tantas veces
lo he hecho. Entonces, él qué manipula el cucharón
suelta una maldición. ¡Viva el Reprimerò!, grita, y vira
el caldero. La vaca gimiente, que ya preparaba su ges­
to de agradecimiento y estiraba el cuenco hacia el ma­
nipulante, emite un aullido de horror. ¡Puta, crimi­
nal!, le grito sacándola por el cuello y ajusticiándola
con la más-garfa ante la euforia de todos los que a
causa del susurro se vieron privados del caldonutri-
dor. Los improperios contra la criminal son infinitos.
Finalmente, para lograr el orden, me paro sobre el
cadáver al cual ya le he estampado mi núm ero (otro
mérito para mí), ¡Viva el Reprimerò!, grito; ¡a la pro­

33
ducción! Y todos gritando vivas se integran, a las filas
productivas. iViva!, grito de riüevo riendo y pensan­
do: Por lo .menos ninguna de estas bestias que chillan
-e n tre ellas y o - comerá hoy.

34
Capítulo VII

Cómo resplandece más la sabiduría y providencia del crear


dor en las cosas pequeñas que en las grandes

Hambrientos, han formado la guagua pára. regre­


sar al poiifamiliar. Casi me gusta observarlos ahora.
Oyendo el estrépito de sus tripas. Y oyendo de sus la­
bios los gritos de ¡Viva! Me gusta ver ahora esas caras
resecas, supervisando el número de vítores que chilla
la otra. Miro a toda la manada, que, sabiéndose ins­
peccionada, grita más alto. Y no puedo dejar de reír.
Río casi a carcajadas. Y los vítores se elevan aún más.
Durante toda la tarde las vacas y los cerdos capones
han trabajado febrilmente. Se sabe, a causa del su­
surro, que hay tensión y que cualquier negligencia se­
ria drástica. Aunque, a la verdad, la mayoría trabaja
no por miedo a algún tipo de represalia, sino por su
condición de bestia degenerada.

35
Capítulo V ili

En que Guzmán de Alfaradte cuenta b que le aconteció en


su tiempo con un mendigo quefalleció en Valenáa

Bestias degeneradas es la palabra justa. U n a bestia


n atural n o se afana p o r trabajar de ese m o d o .

37
Capítulo IX

Pericles

Lo que más me repugna de ellos es ese olor a ori­


ne viejo, a mierda empozada. Hay en esos cuerpos
algo de animal muerto, pero no completamente muer­
to, sino como en una suerte de perenne supuración.
He podido comprobar qUe poseen diferentes pestes, de
lejos hieden de un modo, más de cerca de otro, jun­
to a ellos es diferente, y, naturalmente, peor. No, qui­
zá lo que más aborrezca de ellos no sea su olor, sino
su cabeza generalmente rapada, ese cuello ancho y
azulado por donde circula el sudor, y sobre todo esos
ojos que no logran nunca ocupar toda la órbita, y se
quedan, a m itad de párpado, sabiendo que podrían
ofender a algún agente si se alzaran completamente.
Esos ojos que miran siempre la punta de la garfa con
la que andan o no miran nada. Pero no, lo que más
aborrezco de ellos son sus huesos, huesos de m ono
viejo, llenos de largas venas siempre en trance de reven­
tar. Cuando caminan, cuando se vuelven traqueteantes,
cuando con una de sus garfas superiores toman torpe­
mente algo que tienen que transportar, cómo culmina
mi furia oyendo ese crujir, cómo tengo que dominar­

39
me para rto quebrarlo. Ahora, al son del him no que
anuncia que el día luminoso ha concluido y comien­
za la nonoche, los veo abriendo un hueco, inclinán­
dose, escarbando, cum pliendo con el noreposo, y
sólo se oye el ras ras de los huesos que trajinan. Tan
abominables, tan abominables, ras ras.

40
Capítulo X

Cantar de los cantares o Libro de Salomón

Pero no. No, más abominable es ver cómo a ve­


ces, ya en el poiifamiliar, naturalmente, luego de ha­
ber firmado un convenio y la autorización, se enredan
en el acto de procreación patria. La batalla comienza
con gimoteos y patadas, algo de puñetazos y un an­
dar en cuatro patas. Finalm ente se tom an. La que
hace de perra restriega sus costillas contra el cerdo. El
otro, que por momentos parece retorcerle el cuello, ló
que hace en realidad es sobarle el hueso del pecho, y
tirarla aquí y allá, armando gran barullo y alterando a
las demás cucarachas que se contem plan sin engar­
zarse, sudorosas y brillantes. Finalmente, cuando el
que hace de alacrán aguijonea a la araña, ésta da un
alarido. Y el típo la patea más ftierte mientras los hue­
sos cloquean y un vaho y una baba se desprenden de
ambas alimañas.. Así se quedan como adormecidas y
rezongando hasta que vence el convenio (general­
mente media hora) y los agentes observadores los re­
tiran. Lo insólito es que si alguien intentara, en ese
m om ento en que ambas alimañas soltando la baba se

41
revuelcan, tirarles un ácido corrosivo o prenderles fue­
go con algo inflamable, no se separarían, ni dejarían de
emitir el típico ahogado rezongamiento. Así es, aun­
que parezca increíble. He hecho la prueba.

42
Capítulo XI

Magallanes en la India

Durante la sesión de la. nonoche reparto sólo al­


gunas patadas y me marcho. Ya en mi casa de vidrios
deduzco que, entre todas las alimañas que día tras día
he observado, ninguna es mi madre. .Debo, pues* sa­
lir de; la Reprimería. Voy hasta las oficinas. Me iden­
tifico y entro, quiero salir, viajar, y como me siento
un poco incómodo, expongo al. delegado oficiante de
carpeta de la Gontrasusurración mi deseó: Deseo ma­
tar a mi madre y no la encuentro. El delegado oficial
contrasusurrante me mira indiferente y me extiende
una plaiíilla. Al final, en observaciones generales, es­
cribo: «Sospecho que mi m adre es el jefe de la Su­
surración»..
Me hacen pasar a otra antesala. Allí soy recibido
por el viceprimer oficial, de ila Contrasusurración. Me
ordena sentarm e. Se trata de un viejo de más de
ochenta años. Gran luchador.
-iV iva el Reprimerísimo! -m e; saluda, luego de yo
estar sentado-. Habla r^me dice ahora.
Siri mayor preám bulo le explico mi deseo de eli­
minar a ’mi madre.

43
-D e no. lograrlo pronto -ag re g o -, me eliminaría
yo mismo, con lo cual saldrán ustedes perdiendo.
El viejo me mira.
-¡Viva el Reprimerísimo! —vuelve a exclamar. Es­
tas exclamaciones sé que no se dirigen a mí, sino a los
aparatos receptores que pululan por todos los sitios-.
Quién sabe -d ice luego, y parece haber hecho como
un intento por suspirar, pero se controlar*. Tu caso es
peraonal, no familiar. ¿Qué le importa a la polifámi-
lia que tú mates ;o no a tu madre?
Le vuelvo a explicar mis sospechas, de. que .qlla se.a
el jefe de la Susurración.
-¡V iya el .Reprimerísimo! .Demuéstrame que es
ella, no ya jefe de la Susurración, sino u n simple
miembro, y te aseguro que podría localizártela - y ex­
tendiendo sus viejos bembos como en: una suerte de
sonrisa, vuelve a agregar-, demuéstramelo.
^Pero, después de todo, qué puede importarles a
ustedes que yo la maíe o no. Soy uno. de sus mejores
agentes. Y pienso superarme cada, día más. Sólo que
mientras no la elimine a ella no podré frabajar tranqui­
lo. Sé que me persigue, sé... Sólo les pido que busquen
en la lista de los polifamiliares, de las reprimeríiis, de
las postprimerías. Será una. operación breve.
-Tu propósito tendría algún objetivo si; tuviera in­
tenciones polifamiliares...
-Pero mi madre.¡.
-¡Viva el Reprimerísimo!... Tu;madre rio es agen­
té de la Susurración -*-me dice ahora como molesto, y
luego vuelve a calmarse-. Antes de concederte Ja au­

44
diencia he hablado con el Gran Secretario. Aquí tie­
nes el contrabarreras. Se te extiende por seis meses.
Pero irás en misión patria, no personal. No queremos
ni un susurro más, que se aplauda o se chille cuando
se les ordene. Ni un susurro, ni un susurro, ni una pa­
labra que no entre dentro de lo preplanificado. Has
de cumplir esa orientación que baja directamente del
Reprimerísimo a través del Gran Secretario. Puedes
partir ahora mismo. En cuanto a tu madre, no nos in­
teresa, lo que nos interesa es tu odio. De todos m o­
dos - y ahora mc habla p atern alm en te-, m átala si
puedes, el Gran Secretario no te lo prohíbe.
-iV iva el Reprimerísimol - l e respondo y salgo ya
rum bo al cuartel guardabarreras.

45
Capítulo XII

Principalía de Menelao

Llego a la primera barrera. Inm ediatamente soy


encañonado por los guardabarreras. Sin hablar, como
ordena el reglamento, saco mis papeles, mis autoriza*
ciones garrapateadas por el Gran Secretario del Repri-
merí’simo. Ahora los guardabarreras m e registran mi
m ono azul que llevo al igual que. el resto de los habi­
tantes. U no que parece ser el máximo de la tropa en­
maraña üñ cartón. Viene el interrogatorio, que se rea­
liza de esta forma: el que; m e interroga lee lentamen­
te un cuestionario con espacios en blanco. Lo que yo
respondo es anotado debajo de las columnas con una
cruz. Varios aullidos, patadas en. el suelo, el grito ló.-
gico de ¡Viva el Gran Reprimero! Y finalmente, tras­
paso la barrera.
Estoy,, ipues, ya del otro lado de la Reprimeria, es
decir, en una primeria. Es la hora del nodescanso. Se
ha terminado con el nutritivo fiuniliar y todo el per­
sonal, riguiendo las. orientaciones, habla en voz alta>
De m òdo que todo el m undo chilla. N oto (en verdad
hacía tiempo que; no traspasaba la barrera) que en la
primeria, a diferencia de la Reprimeria, que es, como

47
es natural, la capital, la gente gesticula y parece más
brutal, las bestias, estas alimañas enredadas en el con­
sabido trapo azul y rapadas, mueven más el culo.
Ahora, por ejemplo, observo a ese grupo; claro, es la
hora autorizada para el chillido, pero de todos m o­
dos, el movimiento cular, la bulla, es más grande que
en la Reprimería. Allá la cosa es más lenta, gris; aquí
es rojiza, movida. El meneo parece que se realiza con
euforia, con autenticidad. Observo a esa pareja, me
acerco como uno más, moviendo el culo, como ellos,
como todos, y los observo; a veces, como ellos, ca­
m ino en cuatro patas, o me elevo, conio ellos, en la
punta .de las garfes. Y ¡sigo meneándome y observan­
do. Quién sabe; si esa yegua que se despotrica al son
del taca taca es mi madre. Sin dejar de menearme me
volteo: hasta quedar frente a su jeta. La mula que está
junto a otra alimaña comete la insólita osadía de son-
reírme. .El asco que siento es; tal que ni siquiera pue­
do observarla bien. Voy hasta el extremo del área auto­
rizada y vomito. Y si ella fuera mi madre, me digo.
Regreso otra v e r al ajetreo, saltando 6n cuatro patas
me acerco a la pareja. Jiau, jiau, hago. Y la alimaña-
bollo me vuelve a mirar. Yo la miro ahora fijamente;
sabiendo qué nada me queda ya por vomitar. Ella
ahora, no sólo sonríe, sino que, meneándose, toma
una de mis garfás y me incita a moverme. Me meneo
para poder observarla, para poder tocarla. Toco su
horrible cara blanca y lisa. Me ¡erizo al palparla. Ella
entonces vuelve a sonreír. La miro enfurecido. Ella si­
gue sonriendo. Si un rasgo, si uno solo de sus rasgos

48
me recordase a mi madre, ahora mismo la estrangula­
ría, pero es delgada, larga, con pestañas, y en su boca
relucen, increíblemente, todos sus dientes... Bastaría,
si se pareciera a ella, con susurrar levemente y tomar
luego su cuello y apretar. Tomo su cuello, que en nada
se parece al de mi madre. Sonríe. A lo mejor piensa
que la voy a acariciar. Mis garfas comienzan a apre­
tarla. Veo sus ojos grandes y abiertos, contemplándo­
me extasiada. Y en ese instante suena la hora del gui-
rindán, que anuncia que la hora del m eneo ha termi­
nado. Todos dejan de moverse, y rígidos tom an los
aperos de trabajo, y, ya enjaezados, parten rumbo al
área de trabajo asignada para esta nonoche. Ella tocó
por un m om ento mi garfa y luego hasta se volvió y
volvió a mirarme, y hasta creo que, aún form ando la
guagua, me hizo una señal. La gran puta.

49
Capítulo XIII

Transmigraàón de las almas; beatitud fin a l

La labor de toda esta primeria, al igual que en casi


todo el resto de ellas -c la ro está que dentro de la
p o li-, consiste en recoger las insignias, carteles, ban­
deras, etcétera, que hayan pasado de ocasión y, mas­
ticándolas, reducirlas a una suerte de emplaste o masa
global-viscosa, y luego, mezclada ya con otros ingre­
dientes (excremento, sangre), se vuelven a convertir
en pancartas, banderas, etcétera. El trabajo, de por sí
difícil, es por estos tiempos mucho más arduo. Pues
se acerca el Gran Aniversario, una gloriosa conm e­
moración más del surgimiento del Reprimero, y des­
de luego todas las eneigías se dedican a la confección de
millones de estandartes (banderas, chapas, latas) en su
homenaje. Todos trabajan con pasión. Cada diez ho­
ras se hace un alto para parodiar un hinm o en honor
al Reprimero. Voy pasando revista, observando la
gran manada. Ahora se inclinan y agarran, mastican,
y escupen en el gran saco. Mientras no mastican, es
decir, cuando se inclinan, todo está perfectamente or­
questado, la inmensa manada suelta un ¡Viva el Re­
primerísimo!, y al instante com ienzan a rumiar. Si-

51
lencio; ahora están m asticando y expulsando en el
gran saco. El iviva!, gritado en forma unánime, pues
ahora se están inclinando y recogen los desperdicios.
U no por uno los observo, cuando se inclinan, cuando
rumian, cuando mastican y vuelven a agacharse, cuan­
do vuelven a gritar, otra vez encorvados, e! ¡viva! No,
ninguno de ellos es mi madre. La maldita tampoco
está aquí.

52
Capítuio X W

La torre de Nestle

Un accidente. Un pataleo. Uno que pisó el m ono


del otro y cayó. Los otros pasan m orm ollando el
Gran Viva, recogiendo y rum iando con sus grandes
sacos al hom bro pisan a la bestia que expira bajo el
tropel. Los de atrás y más atrás le siguen cruzando,
clavando la más-garfa, recogiendo, masticando y echan­
do en el gran saco qiie llevan al lomo. Nada quedó
del condenado.

53

A
Capítulo XV

Arqueolitos hallados en Cuba, generalmente calificados de


caribesy que no lo son

¿Y si ese número que cayó y fue triturado y redu­


cido a masa global y embalado era mi. madre? Si era
ella, ahora tengo que pasar mi vida condenado a per­
seguir algo que no existe y que por lo tanto no voy a
poder aniquilar, pero que, como en definitiva yo no
sé si existe o no existe, me estará aniquilando siempre
a mí; pues lo im portante no es que mi madre esté
muerta, sino saberlo, y más que saberlo, saber que fui
yo quien la mató. Pues sólo así tendré la plena segu­
ridad de que, efectivamente, está aniquilada. Segura­
mente ella sabe que la persigo, y que sólo dándose
por m uerta dejaré de hacerlo. Ese m étodo, en fin,
creo que es el que debe usar todo el que se sienta per­
seguido; o darse ya por fulminado, por acabado, y el
otro, si es idiota, y los hay, cesa su pesquisa, y en­
tonces el perseguido salta a su espalda y ¡zapa!, lo ani­
quila y vuelve a la vida. Pero yo sé y no dejo de m o­
ver el cuello buscándola. Yo no puedo dejar que ella
esté viva mientras yo esté vivo. Yo no puedo dejar que
sea ella la que me aniquile. Primero que nada, no pue­
do aceptar la idea de que ella ha sido aniquilada.

55
Y después, ó.ante todo, o primero que nada, o prime­
ro que todo, o qué sé yo, no puedo dejar tampoco
que realmente la aniquile otro que no sea yo, o que
se aniquile ella misma. Eso sería lo peor que podría
pasarme. Porque entonces, ¿cómo demostrarme a mí
mismo que ella no existe?, ¿cómo hacer para que no
exista en mi imaginación y en. mi temor? Tengo, pues,
que ser yo el que la encuentre y el que la fulmine. De
lo contrario -fulm inada o no fulminada, pero sin yo
saberlo- será ella la que me fulminará. Y yo, hórror,
pasaré a ser ella^

56
Capítulo XVI

Cómo los caballeros de las armas de las sierpes embarcaron


para su reino de Caula y la fortuna h s echó donde por en­
gaño fueron puestos en gran peligro de la vida, en poder de
Arcalús, el Encantoar, y de cÓmo, liberados de allí, embar­
caron to rn a n ^ su viaje, y don Galaor y Norandel vieron
acaso el mismo camino buscando aventuras, y de lo que les
acaeció

Por lo tanto, lo primeró qué debo hacer es evitar


que alguien que no sea yo pueda aniquilar a mi ma­
dre. Si no es así, no tendré escapatorias. Por lo tanto,
lo que primero debo hacer es buscarla donde más pe­
ligro de ser fulminada pueda correr, en el Campo de
Rehabilitación General, en la Cárcel de la Patria, o en
el salón de las retractaciones. Rápido, rápido, antes de
que la revienten, reventarla yo. Pues si ella está en al­
gún otro sitio la podré encontrar, pero en esos sitios
¿cómo, luego de haber sido fulminada, la voy a po­
der hallar? Animal, ve para allá.

57
Capítulo XVII

A Vombre desjeumsfiUes enßeurs


i
Debo esperar la llegada de la nonoche para poder
solicitar el permiso de entrada en la Cárcel dé la Pa­
tria. Antes es imposible. Pues todos los funcionarios
de la primeria deben dedicarse al conteo, chequeo y
contrarrequechequeo d e sus habitantes. El conteo se
realiza aquí, al igual qué allá, en las otras primerias,
viceprimerías, postprimerías y en la Reprimería: la ali­
maña, es decir, la vaca o el cerdo capón, coni su núm e­
ro al lomo, ha de pasar désfilando, por orden de nu­
meración, ante los contables. La cosa es rápida. El
contable mira en la nuca, del cerdo y gairapatea en su
cartapacio. En caso dé que alguien faltase, el que le si­
gue lleva su camé y su mono-individual, que hace en­
trega a unö de los ayudantes del contable, en el car­
tel se dice là causa.de la falta, lös motivos de .que no
esté en su sitio, que sólo pueden ser uno: traición.
Pues en esta sociedad, y ya lo dijo el Reprimerò, en­
fermarse es Una traición,, una de las peores, dijo, y
cuando me tropiezo con algún, enfermo repito su dis­
curso metiendo al enfermo en la celda ambulante. Por
lo demás, estoy completamente convencido; de que

59
f

énfermàìse es uña traición terrible. ¿Acaso puede un


enfermo trabajar para la m ancom unión? ¿Y cuál es
uno de los peores delitos que puede cometer uno de
nuestros fraternos si no es dejar de cooperar al bien
común? ¿Y cómo distinguir, en fín, al enfermo-enfer­
m o del no enfermo que se hace el enfermo? ¿Y cómo
no poder pensar que aun el enfermo-enfermo es un
traidor pues se ha dejado socavar por la enfermedad
habitando sin embargo la sociedad más pura y sana
de todas cuantas han existido y existiráñ? Y qué trai-
ción la-dél enfermo..., u n a ‘traición que. contamina...
Así, me paro junto a una de las grandes jaulas metáli­
cas y observo el conteo como lo hacía todos los díás
en la Reprimeria. Però ninguno de estos números' que
pasan es mi madre. Saco a cada rato el espejito que con­
servo gracias a mi condición de contrasusürrador y
me vuelvo a:mirár, Y miro para las vacas que desfilan,
no, ninguna es m i madre. Me encamino, pues, para la
oficina de la Cárcel de. la Patria. La nonoche es oscu­
rísima, a diferencia de la Reprimeria, donde siempre
quedan algunos focos encendidos en el noparque,
aquí todo se utiliza para iluminar las barreras. La idea
de nonoche (al igual que todas las. ideas) es del Re­
primerísimo. «¿Cómo»,, y aún recuerdo también este
discurso, «concebir que en nuestra sociedad exista la
noche? No, no podem os admitirlo, la aboliremos.»
Y creó la nonoche, én :1a cual, y más aún que duran­
te el día, debemos m antener el trabajo y el optimis­
mo. «Aboliremos, pues, del idioma, de la memoria y
de la realidad todos los conceptos, decadentes y con-

60
travitales que el pasado reaccionario nos ha legado.
Optimicemos el idioma, así como la vida.» Creó así
la nonoche... Por ir parodiando en voz alta su discur­
so tropiezo con una celda am bulante. El golpe es
fuerte, aunque, desde luego, no me doy por aludido:
«¿Qué golpe puede hacer mella en nuestro optimismo
de acero?». Las palabras del Reprimero me ponen en
guardia. Ya de pie junto a la jaula oigo que de dentro
de ella sale como un gemido. Hay un prisionero, me
inclino un poco entre los barrotes y lo observo^ Es un
muchacho. Retrocedo asqueado. El muchacho, que
gime, insólitamente no lleva la cabeza rapada, sino
que, por el contrario, ostenta copioso pelo, No ten­
go que preguntarle ni siquiera cuál es sü crimen. Es
evidente. Al introducir mi garfa para propinarle un
fuerte golpe en los ojos, mis manos tocan su pelo, el
erizamiento que me produce el contacto es tal que me
aparto. Lo que resulta increíble es que la Supervisión
haya perm itido que a alguien, le creciera el pelo de esa
forma. Es innegable que una primeria, por bien aten­
dida que esté, no es la Reprimeria, donde la presencia
constante del Reprimero todo lo supervisa. Aquí, en
las primerias y viceprimerías y postprimerías es don­
de mi madre puede sobrevivir. En estos sitios es donde
debo buscarla.

61
Capítulo XVIII

Los siete sellos de la canción del A lfa y la Omega

Las orejas de: mi madre son largas, ásperas y anchas


como las de un murciélago gigante, ratón, perro o ele­
fante o qué coño de bicho, siempre alerta; sus ojos re­
dondos, giratorios y saltones, como de rata o sapó, o
qué carajo. Su nariz es cómo un pico de pájaro furio­
so, su hocico, su trompa, es alargada y a la vez redon­
da, con mucho de perro o de boa o de: quién carajo po­
drá decirlo. Su cuello es corto y giratorio, cuello de
búho o de garza aplastada o sabrá el, diablo de qué rara
bestia. En cuanto a su cuerpo, que cada vez que lo des­
cubro me ha parecido que se inflaba más, envuelto en
su monouñiformeazul, es voluminoso, potente, barri­
gudo, ventrudo, abultado, vasto, hedióndo, peludo por
algunos lados, blancuzco por otros, y totalmente des­
fachatado; su andar es cómo de. cucaña cabrona, de
cosa enfurecida siempre en trance de estar cagándose,
molesto, un paso como del que posee urticaria y va re­
ventando* pero nunca cesa de reventar. La ultima vez
que la vi me pareció que sus movimientos emitíán una
suerte de pof, p o f Quizá susurraba la :maldita., Y yo no
pude estrangularla. Lo que no Comprendo: es cómo
puede mantener esa figura de yegua descomunal, cuan-

63
dò -p o r reglamento oficial- quien sobrepasa el peso
estricto, hueso y pellejo, es remitido a un interrogato­
rio avasallador, y en el caso que se trate (no puede ser
otra cosa) de hurto al patrimonio mancomunai se le
fulmina, ya por robo, ya por enfermo, o por enfermo-
enfermo, es decir por estar realmente enfermo, lo cual
se considera doble delito pues deja de producir y con­
tamina. Rara, la bestia. O sería que iba envuelta en otro
trapo por encima del ixapo reglamentario... Me miro.
Me toco. Toco mi trompa, toco, mis orejas largas y an­
chas, palpo mi vientre, aquí, hay pelo, acá no; Sobre .mí
no llevo puesto más que el m ono obligatorio.. Soy ella,
soy casi corno ella., Aterrorizado corro junto a. las tro­
pas de la Contrasusurración que disparan contra la no-
noche, en homenaje al sueño del J^primero; Será, ella
j^uno de estos oficiales contrasusurradores. Son más an­
chos que los otros,, tienen algo de plof, plof en sus pa­
sos. Los toco. Mostrando m i carné palpo sus hocicos y
sus vientres; ninguno es ella. Nadie: es ella. Pido todas
las: señas de los grandes oficiales de la Contrasusurra­
ción. .Nadie, nadie es ella. Entonces, convencido de
que con ese volumen, si no es un gran oficial,.tiene que
ser una enferma-enferma, solicito con urgencia la autof
rización para visitar la .Gran Cárcel de la Patria.,
-¡Viva el Reprimerò! -m e dice el oficial que rae
otorga el salvoconducto.
-¡Viva! -rep ito .oficialmente, y le toco la trompa;
No, tampoco es ella..
Y ya con el papel reconconcóncüñado, salgo rum ­
bo a las cárceles de la patria.

64
Capítulo XIX

Fnzy Bartolomé de las Casas, su error

La nonoche es oscura; por tanto, en todos los si­


tios, mientras las alimañas de tum o perenne laboran,
se oyen las planificadas exclamaciones arrobadas exal­
tando la inmensa claridad de la nonoche. En medio
de esa inmensa claridad, a tientas, tropiezo con algo
blando, fHo, flaco y hediondo, una mujer. Mi cuerpo
se eriza a su contacto. El escarabajo, huesudo y pestí­
fero, agita sus garfas como de cucaracha boca arriba,
sin apartarse de mí. La empujo y sigo. La puta emite
una suerte de balido o chillido, o gemido o qué cara-
jo sé yo. Me vuelvo. Está como entumecida, mirán­
dome. Ahora dice (y mi furia crece): ¿No se acuerda
de mí? Veo que era la alimaña melosa que me obser­
vó durante el día, en la hora del meneo, cuando revi­
saba la tropa. Los mismos ojos brillantes. La misma
mirada pegajosa de perra pateada y suplicante. No, le
digo, no m e acuerdo de nada. Y la empujo, pues ya
se me acercaba en un batir de huesos. Y sigo en bus­
ca de mi madre.

65
Capítulo XX

E l suelo de Víctor Hugo

Culo.
Culo.
Culo.
Culo.
Culo.
Y cuando termino de vociferar lo mismo sin dejar
de andar y tropezar y patear ni un instante, la nono­
che ha concluido. Junto con la claridad revientan los
enormes him nos glorificando al Reprimerísimo por
habernos concedido la infinita gracia de un nuevo día
de dicha. El guirindán se instala, el trajinar sube, el
trajinar se acrecienta, la canción himnaria está ya en
su punto más elevado. Las filas pestilentas van jun­
tándose, engarzándose y form ando la noguagua. El
cacareo se hace más intenso, el tráfico se acrecienta.
La gran tropa (guaguas múltiples) de niños libres uni­
dos por gruesos garfios m archa hacia el área laboral
repitiendo las loas orientadas. Com ienza el trabajo.
Las mujeres, culo y cabeza casi unidos, portan gran­
des piedras, mazos- y cables mientras glorifican su li-

67
befación; En cuanto a los hombres, esa mescolanza
de mierda y baba, se lim itan, optimistas, a pujar y
asentir. Se oye un cacareo, un rebuzno, varios estaca­
zos y otro rebuzno.

68
C apítulo XXI

De los sindicatos en el momento'actualy los errores de Troski

El patear se acrecienta. El cas cas de las garfas con­


tra el suelo levanta la, polvareda. El retum bo de las
más-garfas sobré el lomo de los enemigos de la patria
que marchan camino de su ajusticiamiento sube. La
cometa, la lata o cuerno o silbato o pito, o váyase us­
ted a la porra, retumba, o suena, o clama, o llama, o
váyase usted a la mierda. De m odo que el traqueteo J
de las bestias que ansiosas y encorvadas trabajaban
cesa. Se ha dado la orden, con la cometa o tiesto rui­
doso, o qué carajo sé yo, de parar la jornada para
acompañar, pateando y chillando con consignas ofen­
sivas, el cortejo que porta, pateados y pateados, a los
enemigos de la patria que van a ser suprimidos de su
seno amantísimo. El desfile es así: delante, al son del
tam bor o cuerno o madera hueca, o cajón o váyase
usted al carajo, los altos dignatarios, cancilleres y vi­
cecancilleres, representantes del Gran Secretario, de­
legaciones y postdelegaciones, así como los oficiales
de la Contrasusurración que verificaron el proceso y
otorgaron la sentencia. Tras ellos, inmensos carteles,
banderas y banderolas, trapos y cartones; en el centro^

69
éntre hojas de palmeras artificiales y laureles sintéti­
cos, espadas de bronce, fuegos y consignas-parlantes;
la gran barbacana llevada a altura notable que porta la
imagen más grande que la natural del Reprimerísimo.
Tras la gran imagen que todo el m undo quiere adorar,
acción que la tropa de choque impide a puntapiés, la
marcial tropa de los agentes de segunda categoría.
A ambos lados, los nocamiones repletos de ratas que
braman. Después, la Tropa de la Contrasusurración
Armada, portando los instrumentos de la ejecución,
alambres, piedras, varas, mazas, hachas y sogas, armas
antiguas como cañones y rifles, pistolas, ametrallado­
ras y los consabidos garfios. Detrás, detras, en fin, la
masa chillante, un traqueteo-unidoi y acompasado que
baja, que. sube, de acuerdo a las orientaciones del pri­
mer tam bor o cuero,, o tumba, o palo hueco, o cajón,
o váyase usted a la mierda.

70
Capítulo XXII

Capítub el capítulo

El pateante rebuznamiento se detiene frente a la


explanada patria. A la masa parlante se ,le ordena, por
la matraca, situarse en el área autorizada. A los que
llevan las gañgarrias flamantes y la imagen de Repri­
merísimo se les ordena situarse en el área oficial. El
que hace bulla la hace. La manada que va a ser re­
ventada es colocada en el área indicada. Cuando pa-
san frente a mí aprovecho y me destaco dándole fuer­
tes patadas en la cabeza, al más. cercano (alguien, aun­
que no lo veOj sé que tom ó en cuenta este hecho). La
masa aullante trata de imitarme. Pero los agentes de
la C ontrasusurración se interponen. Chilla el que y
hace ruido. Ya el enemigo está situado de espaldas y
de rodillas para recibir la justa evaluación del pueblo^
Grita el chillante oficial. Así, uno por uno, a golpes
de maza los van situando! U no, una mujer, parece
que al arrodillarse para que le apliquen el parámetro
justiciero falla el tino y patea a la bestia delantera.
La otra, un hombre, lanza una coz contra el pecho de
la que lo pateó. Se entabla, a dentelladas y patadas^
una lucha breve y furiosa entre las víctimas que van a

71
ser purificadas. La tropa activa de la Contrasusurra­
ción los aparta, y a golpe de más-garfas sor? pacifica­
dos. Se saca el pliego que se lee junto a la gigantesca
imagen del Reprimerò: «Por tanto que, en tanto que,
concom itante que, reconcom itante que, anteconco­
m itante que, reconcoconcocom itante que, viendo
que, en requequeconcomitánte que tocante que en el
apéndice, en el epígrafe, y en el postfolio del? atestado
reconcomitamos lo que reconconconconcrimina, fa­
llamos:; monstruoso crimen. Pena: la democrático-ca-
pital p o t aniquilam iento total. Cargo: enemigo del
pueblo y de su guía infinitesimal y Uno. Atenuantes:
la dicha de ser ejecutado por la masa gloriosa repre­
sentada, primero, por los agentes directos de la Con-
trasusurradón; luego,, por la, misma masá glorificada».
Terniinadas las impugnaciones cesa el cacareo, o tambo^
reo, o váyase usted aJa porra. La cosa, tomo, siempre,
es un poco aburrida y lenta. Con úna estaca se m iden
los estacazos que deben darse siempre en la nuca. La
operación primera, que es la más. interesante, es el
amago estacal. El que- oficia, de estaquero (yo Jo he
sido muchas veces) levanta la estaca, torna impulso y
amaga fuerte, y bajá con furia la estaca como si. fiieiá
a destripar el cráneo del condenado, ya cuando la
maza va a estrellarse en el cerebro, afloja de-pronto en
seco, y no golpea. Esta acción que va precedida de un
aullido furioso por parte del estaquero. se repite tres
veces. Se trata, naturalmente, del estacazo simbólico,
que se hace para dar un ejemplo general.. .Durante es^
tos tres estacazos simbólicos es; cuando vale la pena

72
ver el rostro dè la víctima en trámites de ajusticiarse.
Hay que ver, y es el único interés con que cuenta la
ceremonia, los ojos y la boca, las muecas de esa cara,
cuando el palo zum bando baja, y, parándose brusca­
mente, roza el cerebro. Esto, es interesante, pues la
víctiiha, que' espera el golpe certero, al no recibirlo,
no puede, fborrar ,la impresión de, que lo está recibien­
do; y tiene, tiempo, por no haberlo recibido, de ex­
presar su estupor, su terror y su dolor. Para, eso, por
descubrimiento y orden estricta del Reprimerísimo, se.
otorgan, esos tres golpes simbólicos. Para que todos
puedan ver la expresión de horror del que espera. En
el cuarto golpe, el único verdadero^ no hay expresión
de horror; La. estaca, maza, garfio o más-garfio, cabilla J
o fleje, o váyase usted al carajo, sin detenerse, se es­
trella contra el cráneo. El impacto es tan descomunal
que la víctima no tiene tiempo de expresar su dolor.
Y sin más trámites, con un m ínimo pataleo, revienta.
La expresión de dolor hay, pues, que observarla en los
tres golpes simbólicos... Cuando la alimaña revienta
cae hacia adelante, pues se le golpea por detrás. El
chisporroteo, tanto de mierda como de hueso y sangre,
es corto y violento. En su patalear algunas se engar­
zan, resultando a veces difícil separarlas. He visto a al­
gunos en medio de su craf craf o patalear, o reventar,
o chisporrotear, o váyase usted al demonio, tirarse de
los ojos hasta sacárselos, a otros, el mismo estacazo se
los ha proyectado lejos. Ahora la masa sale del área
autorizada y entra en el campo de la ejecución don­
de yacen las víctimas con sus cerebros rotos. Al son

73
de himnarios, con latas, vidrios, o simplemente a den­
telladas y garfiazos se les descuartiza. Es ésta la fase de:
la justicia popular. De pronto, me lanzo y participo,
consciente y apasionado, me tiro sobre los cuerpos
boca abajOj y hurgo, reviso, como un loco ansioso de
justicia, vuelvo los rostros desgarrados, buscando lo
que me interesa, y aunque no lo encuentro, no dejo<
I de golpearlos, de examinarlos uno por uno. Violento
los voy despachurrando sin dejar de observarlos. Al.
fin me calmo; ninguno de ellos es mi madre. Entre es­
tas ratas reventadas no está ella. No se ha burlado to­
davía de mí, pienso. Y el olor a sangre y tripa reven­
tada me calma. Aún es mía, aún puedo ser yo quien
la reviente. Y me alejo eufórico entre la gente que re­
sopla, que exalta la bondad y la justicia reprimérí-.
simas. Y como estoy de buen humor, o no absolu-i
tamente desesperado, o no totalm ente derrotado, o
váyase usted al carajoi dejo exhalar un susurro.

74
Capítulo XXIII

De la visita delfraile a los jardines del rey

H abiendo mostrado m i carné de enrolamiento en


la Gontrasusurración, recibo al fin la autorización, el
certificado de permisión, bajo el epígrafe dé «tolerada
admisión para' inspección de la inmensa prisión pa­
tria». Entro, siempre llevando eh altó, como conlleva
él reglamento, mi carné de enrolado. Los vigilantes,
con sus caras de vigilantes, me vigilan mientras avan­
zo por la gran prisión. Se ha dado el casó, aunque yo
no lo recuerdo (y no soy joven), de que el enemigo,
disfrazado de amigo, es decir, de contrasusurrador, ha
traspuesto la barrera de la gran prisión y ha intentado
sacar a un delincuente ya en trance de ser ajusticiado.
A ndando por el área perm itida, arribo al área si­
guiente. Los recovecos del largo pasillo son marcados
por el brillo de las cabezas rapadas de los prisioneros.
Por orden brillantísima del Reprimerísimo, apoyado
por unanim idad por el universo (incluyendo la parte
enemiga), se dictó un edicto que dicta que a cada pri­
sionero se le debe obligar a mantener su cabeza (ra­
pada desde luego) completamente brillante, para lo
cual se le suministra periódicamente el .lustra!, con el

75
cual debe pulirse, bajo la mirada aprobatoria o recrimi­
natoria del agente pertinente de la Contrasusurración.
Este lustra!, actuando sobre el cráneo rapado, produ­
ce un resplandor tal, que el condenado, dondequiera
que se halle, se destaca, «brilla», siendo su localización
inmediata, y en el caso de intención de fuga, su ani­
quilamiento es certero y rápido, basta disparar contra
su brillo. El lustra! tiene, y todo es debido al talento
del Reprimerísimo, propiedades fosforescentes. De
m odo que las cabezas rapadas, en la nonoche, que en
ciertos lugares de la gran prisión es perenne, en vez
de no brillar, brillan aún más, relampaguean. Se dice
que el Reprimerísimo, en sus visitas de inspección por
la Gran Cárcel de la Patria (las grandes cárceles de la
patria son muchas, pero todas son ¡guales y llevan el
mismo nombre), manifiesta un placer notorio al ver
en la oscuridad las oscilaciones lumínicas de esos crá­
neos, que algunas veces, perdiendo el control, giran
desordenados, chocan contra el m uro y revientan. En­
tonces, el garabateo luminoso adquiere tal proporción
que tal parece que estamos celebrando la Gran .Fiesta
Reprimera, y que esos chisporroteos son cohetes, glo­
riosos fuegos de alabanza en homenaje a nuestro in­
mortal Reprimerò^ C on la permisión sigo caminando,
siempre escoltado por los agentes inferiores y superio­
res. En todo m omento mi intención, oficial es hacer
una revisión de la gran prisión, buscando, por autori­
zación marcial, a un supuesto fugitivo o alimaña ex­
traviada. Com o to d o está en regla, ya qué tengo la
consecución, los sellos y la estampa reconconcuñada

• 76
del Reprimerò, ejecutada por su Prim er Gran Secreta­
rio, puedo entrar y salir en cada celda o semicelda,
gran celda, casicelda, nocelda, maxicelda, celdilla y
policelda. Precisamente en esta policélda reviso aten­
tamente a todos los presos, que son numerosos y es­
tán todos condenados al aniquilamiento total. Es im-‘
portante revisar primero a los que recibirán la pena de
aniquilamiento total que emana de la democrático-
capital. .Mirar detenidam ente todas estas jetas que
pateo, todos éstos cráneos brillosos, todas estas' pro­
minencias apestosas y encorvadas és para mí im por­
tantísimo. U n condenado, condenado a total aniqui-
lam iento, luego, de ser condenado, no existirá ni
como postcóndenado ni como ejecutadOi ni como
traidor vil ni com o enemigo dé Ja patria. No existirá.
Este tipo de ejecución conlleva numerosos reajusta­
mientos, ajustes, chequeos e interpolaciones; requiere
su tiempo, gracias a ello puedo analizar a todas estas
alimañas antes de; que nunca hayan existido. Para el
aniquilamiento total de un condenado se precisa ani­
quilar, bajo total aniquilamiento, a todos sus familia­
res, conocidos y supuestos; conocidos, así como toda
señal propia, huella, garabato o raya, etcétera, que la
alimaña haya, dejado en la tierra. Quien, lo recuerde
(para detectarlo sobran agentes) será también conde­
nado a total' aniquilamiento, quien dude si existió o
no, merece, también la ejecución y se le ejecuta; los
mismos carceleros, los que ejecutan, son tam bién
condenados a total aniquilamiento, quiero decir, for­
m an parte; .de laé ratas, y por lo tanto, ratificados

77
como ratas, y seleccionados para ajusticiar a las ratas
L restantes, serán ajusticiados p o r otras ratas. C on el
tiempo este tipo de proceso se ha ido haciendo itier
nos complejo. Atemorizado de que cualquier conoci­
do pueda ser un día condenado a total aniquilamien­
to y por lo tanto también aquel que lo conozca, la
gente evita cualquier tipo de relación o conocimien­
to, cualquier tipo de amistad. Las orientaciones ofi­
ciales, ayudan también en este proceso de desconoci­
miento. Casi nadie sabe junto a quién trabaja, ni le
interesa. E n el polifamiliar todo el m undo está junto,
^ pero se desconocen. Nadie tiene nombre y todas, las
orientaciones ayudan a que el otro sea igual al otró>
para no poder recordar a nadie en, particular, para que
nadie pueda ;ser recordado, para que ni uno mismo,
en el caso supuesto en que se nos comunique que ya
^ uno no existe, pueda demostrar.lo. contrario. La unión
de dos alimañas para la proliferación se realiza bajo la
consecución y permisión ,-0 revisión, o aprobación, o
váyase usted a la mierda, oficial. De m odo que los
que se engarzan no tienen por qué conocerse, y si lo^
hacen és poriiniciativa propia y tienen que ajustarse a
las consecuencias. Pero en general, en los últim os
tiempos,, cuando dos miembros de la m ancom unión
se enrolan en batalla, sexual lo. hacen sin conocerse. La
elección para el engarfiam iento se realiza de este
m odo. Una de las ratas, con su garfa, señala a un ex-
trémo. Si ,1a señalada, pertenece al sexo opuesto a la
que señala, cosa que: tiene que declarar, pues a simple:
vista no es fácil descubrirlo, levanta su garfa, luego,

78
levantando la placa reconcuñada y mostrándola, es­
peran con la permisión, la nonoche, y, sin verse prác-
ticamente, realizan el acto. De día también puede rea­
lizarse el engarce (lógicamente, si se posee la autori­
zación reconconcuñada), pero aunque ya es difícil
que alguien pueda recordar a otra persona, salvo ca­
sos excepcionales, es pm dente, en el engarfiamiento
diurno, usar la máscara de engarce para una seguridad
absoluta. Terminado el acto, ambos se retiran a sus la­
bores.. Otxo m étodo que se emplea en todas las man-
comuniónes y naturalmente en los polifamiliares es el
constante traslado, la permuta del metro cúbico, de
este m odo también se evita el conocimiento m utuo.
La añústad (fea palabra ya casi desconocida entre los
miembros de la m ancom unión y del poliíámiliar) es
uno de los cargos'más temibles que se le pueda hacer
a alguien, todos la niegan, todos saben lo terrible-
rriente caro que puede costar esta imputación. En este
campo se ha avanzado. La gente adquiere conscien­
cia; el desconocimiento del otro -excluyendo, natu­
ralmente, a los agentes de la C ontrasusurración- es
casi total. ¿Quién, pues, aún no alaba la maestría del
Reprimerísimo? Quien se detenga a analizar esta Ley
del Aniquilamiento Total, queda absolutamente con­
vencido de su saber. Con la misma^ él ihismo se adju­
dica la impunidad absoluta. ¿De qué puede ser conde­
nado un Reprimero ^cosa que nunca sucederá- sirio
de traidor? ¿Y cuál es la pena del traidor sino el ani­
quilamiento total? ¿Y quién debe ser ejecutado junto
con el condenado a aniquilamiento total sino todos

79
los que lo conozcan? De m odo que si algún día el Re­
primerò fuera condenado a aniquilam iento total, el
universo desaparecería. ¡Gloria al Reprimerísimo!...
Voy, pues, con mi garfa examinando y a veces interro­
gando a toda esta cràpula. Asistido por los agentes y
subagentes que me acompañan, levanto, jetas, retuer­
zo cuellos, examino orificios, buscando a m i madre,
y como no la. encuentro es lógico que me enfurezca y
que de vez en cuando lance un puntapié contra éste
o el otro, reforzando el golpe con una sentencia del
Reprimerísimo, para que se me respete. Para calmar
o disimular un poco mi finia pregunto, aunque poco o
nada me importan, sobre los- cargos que contra esta
alimaña se acumulan; pero ¿qué necesidad hay de car­
gos para eliminar a uná rata?... Este viejo, por ejem­
plo, que no puede ni con sus garfas y que emite una
süerte de resoplido que oscila del culo a la boca sin
salir al exterior, ¿qué ha hecho? El agente, acercando
sus belfos a m is oídos, m e musita, entre temeroso y
burlón: El viejo dice nada menos recordar o haber
oído decir que. los hom bres llegaron una vez a la
Luna... Espantado, retrocedo mirando esa masa crur
jiente y pestífera, que oscila, que sé infla y desinfla;
tomo impulso, lo pateo, y sigo... Y éste, ahora estarnos
en una nocelda, en medio del pasillo que se estreclia,
digo, señalando a un muchacho que se mantiene acu­
clillado con la cabeza metida entre los muslos, cómo
si se oliera el fotingo, ¿qué le pasa? Ya usted verá por
sí mismo, me dice el agente, y dándole una fuerte par
tada- en la nuca le ordena, al babosó qué muestre la

80
cara. El baboso, temeroso de violar lá ley aunque sea
el mismo agente de la ley quien se lo pida, se niega a
levantar la cabeza; entonces el agente, tom ando su
más-garfa, engancha su extremo en la frente del ba­
boso y tira, mostrando el rostro de la crápula en. el
que veo, casi con pavor, dos ojos verdes.' Mé basta, le
digo al agente que saca la más-garfa de la frente del
baboso, quien inmediatamente esconde de nuevo la
cabeza. Seguimos la inspección. Aquí, en esta gran
celda, miles de muchachos que descuidaron el corte
al cero de sus cabellos; allá, entre miniceldas, los que
se enfermaron. Éste, bien abarrotado de barrotes, y de
argollas, suspiró una vez. Y en esta nbcelda, una m u­
jer que tirita. El agente, sin decir nada, va hasta ella y
la golpea, ¿Qué hizo?, digo, y atraído por el gesto del
oficial también le doy algunos puntapiés. Dijo: «Ten­
go fno», me explica el oficial. Enfurecido arremeto
otra vez contra ella. Y seguimos la marcha, por túne­
les infinitos surcados por garabateos fosforescentes. Si
todavía hubiese dicho: «Hace fiío», me explica el ofi­
cial mientras pasamos por la bóveda donde yacen los
que se equivocaron al parodiar los textos orientados,
quizá Se le hubiese, concedido algún atenuante, pero
haber dicho: «Tengo fiío», tengo, es inadmisible... Ten­
go, y nada menos para una cosa que pertenece a. todo
el m undo como es el fiío. Oyendo, en fin, estas im^
pugnaciones que bien conozco seguimos pasando por
todas las celdas, semiceldas, grandes celdas, noceldas,
contraceldas, miniceldas y celdillas. Guiado por la bri­
llante testa de un prisionero guía, descendemos a las

81
Furnias de. la Patria. En la antesala del paredón de ani­
quilam iento total, perennem ente iluminado por las
cabezas de los prisioneros de tum o, se le aplica el ùl­
timo tratamiento confesional ¿a un hombre? ¿A una
mujer? No sé. No se puede saber a simple vista.
Guando alguien, llega a esta galería del gran salón de
las- retractaciones ha perdido ya, por lógico tratan
miento, toda señal, aún la más mínima, que lo dife­
rencie entre un hombre, una mujer, O un perro. Sin
uñas, sin ojos, sin cabellos, sin sexo, sin piel, quién
rayos puede diferenciar si se trata de una rata grande,
o chica, de una mujer o un muchacho ò un cerdo. El
revoltillo vibra levemente cada vez que se le aplica el
m étodo confesional.. Pero sigue negándose a atesti­
guar la confesión ya redactada. Me quedo unos ins­
tantes, la larga varilla entra y sale por todos los hue­
cos, palpa, salta, busca un sitio donde la cosa aún
sienta y se hunde. Inmediatamente el otro confesor le
rocía el líquido metálico hirviente, la cósa se vuelve a
agitan la varilla se hunde péro el m uñón de garfa aún
se niega a garrapatear la confección redactada. Intere­
sado, pregunto qué es lo que niega el criminal. No
^ niega, m e dice uno de los confesores mientras prepa­
ra otra varilla, afirma. Dice haber oído decir que en
un lugar existe un rollo o pliego ó no sé qué cosa
donde aparecen la .primeria, las postprimerías y vice-
primerías, y el Reprimerò y todos nosotros, y él. niis-
m o recibiendo este trato (e introduce la varilla), y dice
haber oído decir que cuando esto desaparézca, ese
pliego o rollo quedará y por él se descubrirá todo lo

82
que nosotros, p o r orden del Reprimero, nos afanamos
en abolir.. Lo único que le pedimos antes de su total
aniquilamiento (y entierra. otra vez la varilla ahora en
el globo donde estaban ios ojos) es que niegue lo que
dice haber oído decir y firrrie Ja. confesión. Le hemos
explicado (y entierra la varilla) que, aun cúando exis­
tiera ese rollo, una vez q u e m ad o ya no existiría, y por
lo tanto él. quedaría como farsante (y entierra furiosa­
mente la varilla),., ¿Y qué ha respondido?j pregunto.
¿Qué ha dicho?, me increpa el gran confesor, vertien­
do el líquido hirviente sobre el cuerpo descascarado
que borbota emitiendo tenues gluglús, dice que aun
cuando encuentren ese rollo no podrán dar con el
otro, que dice lo mismo. ¿Y por qué no terminan de
aniquilarlo?, digo enfurecido, y; no. pudiendo conte­
nerme,. tomo una varilla y la clavo en la masa que. ni
levemente se agjta. El mismo Reprimerísimo, me con­
fiesa el agente oficial en voz baja, n o quiere que se le
aniquile sin antes haber obtenido Ja certificación gar­
fiada de qüe todo cuanto dice es mentira, sobre todo
debe negar la existencia de esos rollos que nadie ha
encontrado, aunque todo ha sido revuelto. Si esto si­
gue así, me dice preocupado el confesor, se dice que
el mismo Reprimerísimo en persona boriosa y palpa­
ble se presentará aquí, á fin de obtener por sus pro­
pias manos heroicas la confesión negatoria. Dígame,
le pregunto al jefe' de confesióñi y me acerco más a
esa masa pestífera y suspirante que se convulsiona le­
vemente, .¿era uri hom bre, o una, mujer? Era un trai­
dor, me. responde enfurecido, y dándome la espalda

83
vuelve a clavarle la varilla en uno de los pocos pun­
tos sensibles que le quedan. Confirmado que se trata
de una rata macho, y no de mi madre, tomo notas, y
ya, aburrido ante la inutilidad d e l interrogatorio, pro­
sigo con m i inspección. Un mar dé cabezas rapadas*
la misma fosforescencia, los mismos, asquerosos cri­
minales con sus causas que se repiten: gente que ol­
vidó levantar la manó en una asamblea, gente que olvi­
dó la palabra de un him no, gente que consciente o in­
conscientemente susurró, o no denunció a alguien
que supuestamente susurró, mujeres que sin él salvo­
conducto. autorizado se menearon, jóvenes qué pqr
un día olvidaron raparse, ejércitos completos que se
equivocaron de consignas; intrigantes de la historia,
monstruos que quieren envenenar nuestro futuro ha­
blándonos dé rollos o pliegos, misteriosos e inexisten­
tes donde, apareceremos todos nosotros aun cuando
ya no existamos, aun. cuando hayamos sido conde­
nados al aniquilamiento total; traidores que no tuvie­
ron el valor patrio dé sacarse los ojos cuando tuvieron
conciencia de que eran verdes o azules y no color de
acero, como cuadra a nuestro heroico pueblo; alima­
ñas de narices rectas y de orejas pequeñas, y hasta de
manos en vez de garfas, qué tampoco tuvieron la con­
ciencia patria de extirpar todas esas Señales dé la de­
cadencia y él remoto pasado miserable que no volve­
rá; y hasta ese loco delirante que habla de un viaje a
la Luna... Inmensas celdas iluminadas por las cabezas
de aquellos que, habiendo recibido la permisión para
el éngarzamiento, no jo acometieron cabalmente, de-

84
jando a la aparejada sin su cuota correspondiente, y,
lo que es grave, interrumpiendo o boicoteando el cre­
cimiento de la Gran M ancom unión, y lo que es aún
peor, utilizando la permisión, el tiempo libre conce­
dido para el engarce, infructuosamente, es decir, con
fines traidores. En fin, criminales, alimañas horren­
das. Aún recuerdo una que decía haber compuesto
con silbatos, tambores, trompetas, palos huecos, cue­
ros, o váyase usted al infierno, una sanfonía, o sinfonía,
o saxfonía, o váyase usted a la mierda, y hasta haber
solicitado la permisión para tocarla... Crápulas, ratas
horrendas, bestias que de un m om ento a otro serán
aniquiladas totalmente. A todas las he inspeccionado,
a todas las he pateado, insultado, o sencillamente anu­
lado con un superinforme. A todas las he observado.
Pero mi madre no estaba entre ellas. Entre ninguna de '*
esas alimañas que ahora (ya es la nonoche) se debaten
con sus garfás por todas las celdas, semiceldas, gran­
des celdas, noceldas, celdillas, maxiceldas, miniceldas
y contraceldas, lanzando su lamentable y enloquecida
fosforescencia, se encuentra mi madre. No, aquí tam- j
poco está. Garrapateo con mi garfa el gran libro de
inspección. ¡Viva el Reprimerísimo!, digo. Y salgo.

85
Capítulo XXIV

Visión de Anáhuac

1.° Si la impugnada por la patria, al tiritar, cosa ya cri­


minal, conflictiva y decadente, se hubiese al menos
callado, alegaron, los abogados de la atenuación, a la
susodicha enemiga, se le hubiese aplicado sólo la peña
de exterminio simple.

2.“ Si la impugnada por la patria, al tiritar, cosa ya cri­


minal, etcétera, hubiese dicho, en vez de lo que dijoy
«Hace frío», el uso de esa palabra, hace, en forma im­
personal, hubiese actuado como contra-agravante, de
modo que sólo hubiese sido procesada y condenada
por exterminio compuesto. Es decir, confesión y de­
güello.

3.“ Si la impugnada por la patria hubiese dicho: «Te­


nemos frío», en lugar de «Tengo frío», los imparciales
integrantes de la comisión de atenuantes hubiesen po­
dido figurarse, en su piedad, que expresaba, en forma
mancomunal, una idea colectiva, y por lo tanto se le
hubiese sólo aplicado la pena de retractación pública
y exhibición predegollal en un carro helado, sobre el

87
cual constantemente exclamaría: «iQué calor, qué ca­
lor!». Y luego, ejecución degollal.

4.® Mas la impugnada por la patria, etcétera, al utilizar


la palabra tengo, deja claramente expresada su condi­
ción aberrante de criminal individual, enemigo irrecon­
ciliable de la filosofía patria, y por ende de la Patria,
y por ende del Reprimerísimo. El uso de esta palabra
(tengo) la ratifica como agente del enemigo, como di-
versionista confusionista, y nos la revela en toda su
crueldad criminal: individualista con ideas propias so­
bre la. temperatura y sobre su persona, que comete
además la arrogancia bárbara de confesarlo pública­
mente. Por lo tanto, elevamos por unanimidad y ré-
concuñamos el siguiente veredicto: Que se le aplique
a la alimaña la pena maximular por aniquilamiento
total, con todas las ceremonias, retractaciones* rectifi­
caciones y contrarrectíficaciones. Dicha pena se. le
aplicará también a todos sus femüiares, conocidos, casi
conocidos, mencionados, evocados, etcétera. Y para
que conste la constancia, firmamos y reconcuñamos
con la gloriosa esfinge de nuestro glorioso Reprimerò.

88
Capítulo XXV

De, lo que le sucedió en SevUld hasta embarcarse á Indias

C om o dejé aquella primeria llegué a otra. Los rnis-


mos trámites para visitar la .Cárcel de la Patria. A veces
los condenados realizan trabajos forzados en relación
con el delito cometido. Aquí, por ejemplo, la tarea
;fundamental del pueblo es cantar himnos en hom e­
najes al. Reprimerísimo. La mayoría de lös condena­
dos a aniquilamiento total, en. esta ciudad-coro, son
alimañas que desafinaron, frigo, llego a la barrera de
las postprimerías. .Entro, mostrando siempre mi libre­
ta de enrolado. BusCO con eficacia, ejecuto yo m ism o
a algunos condenados. Esta m añana, con tam bor y
másrbulla se. me. llamó- desdé el regimiento postpri­
mero. Suenan las trompetas. El oficial contrasüsurran-
te está a la entrada, junto al batallón que da tres aulli­
dos: en, m i honor. Ahora el oficial portando vm cofre
avanza hasta mí. «Digno agente de la patria inmortal
y del Glorioso Reprimerísimo, etcétera, en reconoci­
m iento a su, labor eficaz contra los enemigos de la
Gran M ancomimión, tenemos el honor de estampar­
te, por orden del mismísimo Gran Secretario, el Ga­
llardete Tercer Rango.» Suena otra vez la bulla. El pe-

89
lotón vuelve à aullar en mi honor. Hago el saludo de
agradecimiento e inspecciono a todo el personal que
me circunda, incluyendo al que me coloca el gallarde­
te. Bajo ninguno de estos casquetes puede esconderse
ella, la maldita. Enfurecido, organizo mis palabras de
agradecimiento de este m odo: ¡Viva el Reprimerísi­
mo!, ni un instante cejaré en mi batalla contra el ene­
migo. El honor de este gallardete será un mayor aci­
cate para cumplir con más eficacia mi deber. ¡Viva el
Reprimerísimo!... Suena :otra vez el estruendo de las
latas. Inspecciono a esos que golpean el latón. No es
ella, ninguno de ellos es ella. Rápido, me dirijo a la co­
misaría ejecutiva de la Contrasusurración postprime­
ra. Los delegados del regional, al verme llegar; saludan
marciales. Quiero realizar, digo, una inspección com­
pleta de todos los agentes de la Contrasurérración y
de todos Jos integrantes de los campos de rehabilita­
ción. !La primera- petición, osa decir el oficial contrá-
susurrante, es secreto de Estado. Es necesario una per-
níisión reprimera. Me adelanto mostrando mi insignia
y gallardete, y saco¡ el pliego reconcuñado donde vie­
ne la autorización de revisión de todos los expedien­
tes contrasusurrantes así como la de los criminales, a
Ja vez ique m ando para la prisión al oficial que se me
interpuso. Causa: obstaculización de trámites patrios.
Crimen: enemigo de la patria. .Pena: aniquilamiento
total. Ya, ante- los> expedientes que me llegan constan­
temente en nocamiones, me dispongo enfurecido y
paciente a revisar uno por uno los rostros de cada
miembro de la Contrasusurración.

90
Capítulo XXVI

Carta de José M artí al ministro de la Argentina:

Extenuado, luego de haber revisado la mayor par­


te de los expedientes de los agentes de la Contrasu­
surración que se am ontonan por todo el sector post­
primero, salgo a caminar por la> postprimeríá. Los ca­
llejones, como todos los d e las postprimerías, forman
unos rectángulos estrechos que separan a una agencia
de la Contrasusurración de la otra, a una cárcel de
otra, a un poliíámiüar de Otro; cada diez bjoques, un
noparque con sus consabidos nobancos garfios y sus
celdas ambulantes. Rara vez sucede algo en una post-
primería. A la hora, reglamentada todo el m undo se
tumba, a la hora reglamentada se levanta. Y a la hora
indicada todo el m undo hace el m ido indicado. El fa­
natismo hacia el Reprimerò es en estos sitios más in­
tenso, hasta los que están en libertad van más allá del
reglamento del rapamiento y en su gran mayoría se
aplican «vóluntariamente» el lustral en el cráneo para,
así estar mejor identificados. El uso voluntario del lus­
tral en los hombres libres se h a vuelto ya una cosa tan
habitual que a quien no lo usa se le considera casi
abiertamente un enemigo y puede ser condenado con

91
mayor facilidad. De no ser así, ¿por qué casi todos los
cráneos, pequeños y grandes, iban a brillar de esa for­
ma? Quizá no sea más que una idea lum inosa de
nuestro Reprimerísimo. Careciendo las postprimerias
de las ventajas de la Reprimeria, y no teniendo luz
más que en las guardabarreras y en las oficinas de la
Contrasusurración, el lustrai, durante la nonoche,
puede suplir esta carencia. En fin, sigo andando
orientado por esos parpadeos de las cabezas. A veces,
cuando una no brilla lo suficiente, la encierro en la
jaula ambulante, Es obligación que cuando alguien es'
capturado y conducido a. la .jaula ambulante empiece
a cantar un him no al Reprimero, utilizando, desde
luego, el reglamento hinmario de las loas y homenar
jes. Éste, cuya cabeza rapada no brillabá conveniente­
mente, n o cesa de desgañitarse. De nada te valdrá, ca­
brón, le digo, m olesto por tanta bulla,.y lo marco con
la. pena de sospechoso de susurro. El acusado, ya en.-
cerrado y fichado, se mira la condena estampada en
el pecho, y, sin. mirarme, como cuadra al reglamento,
sigue repitiendo, más apasionadamente, las loas al Re­
primero y su justicia. ¡Viva el Reprimerísimo!, grita
cuando le doy la espalda. Yo regreso y con el hierro
marcante-penal le. estampo una nueva marca: susurran^'
te ostensible. Pena: aniquilam iento total. El errado-
penalmente se mira la pena y entona otra loa. Así es.
esta crápula, aun cuando el hierro le ^atravesara la gar­
ganta y mierda y tripas Se esparzan, seguiría dando;
gracias y loas al Reprimero. Así son ellos.

92
Capítulo XXVII

Relojesy máquinas de vapor

Así ando hasta que tropiezo con un bulto, miem­


bro de la m ancom unión de esta postprimeríá. Al sen­
tir el. contacto de esa Cosa fría, lechosa y pestosa, hue­
suda y semilunar que es un ser hum ano, retrocedo y
vom ito. La. cosa, en vez de huir, se me aproxima
mientras yo sigo vom itando todo lo ingerido en el
sector. N o pudiendo contener mi furia la oprimo con
mi garfa; Ahora el bulto cloqueante osa hablarme.
¿No se acuerda, de mí? La reconozco, es la de los ojos
de vaca, la que me invitase al meneo, con la cual m e
tropecé allá arriba,, creo que en la prim era primeria. Si
insólito es que haya osado tocarme y hablarme, más in­
sólito aún es que haya utilizado la palabra recuerda.
Bien sabemos que por esta palabra muchos han sido
condenados a total aniquilamiento. Interesado por al­
guien tan imbécil, o quizá tan maligno, me voy do­
m inando. Quizá sea un agente de la misma Gontra-
susurración que me- envían para tantearme. Sí, digo,
me acuerdo., Ah,, dice, fue allá. Sí, digo. En una pri­
meria, dice. En la primera, digo. Sí, dice. ¿Qué hace?,
digo. Hago lo que hacen los demás, dice.. Aquí todos

93
se ocupan en la confesión de los distintivos gloriosos,
digo. Sí, dice, todos. ¿Y ahora qué hace que no haqe
distintivos?, digo. Estoy en el tiempo autorizado para
recobrar energías, dice. Podemos caminar, digo. Estoy
autorizada, dice. También para usar la palabra recor­
dar, digo. No está absolutamente prohibido su uso,
me dice. Entonces sabe lo que le cuesta, le digo. Si se
la oigo decir a alguien que no sea a usted, sí, me di­
ce. ¿Sabe Usted quién soy yo?, le digo. Lo vi, me dice,
cuando supervisaba el campo. ¿Y qué?, digo. Usted
me miró también, dice. ¿C¿é quiere?, digo. En fin,
nos miramos, dice. ¿Y qué?,.digo. Casi nunca dos se
miran en la m ancom unión, dice. ¿Sí?, digo. Usted se
atrevió a mirarme..., dice. Sí, digo. La gente tropieza
péró iio se mira, dice. Y nosotros nos miramos a los
ojos, dice,, al miramos nos miramos mirándonos... Y
así sigue hablando que si yo al mirar ella mira que si
me miró y yó la miré que qué sé yo qiié al mirarla y
ella mirarme. Y así que cuando, tú me miraste yo te
miré... Y poco a poco la furia que sentía por esta vaca
lagrimeante va creciendo, la puta ya se atreve a tra­
tarme de tú, y sigiíe: cuando te miré: me miraste y al
miramos... ¿Qué quiere usted?, la interm m po, aga-
rrándola por el, cuello con la. más-garfa. ¿Qué quiero,
qué quiero?, dice y se detiene en su jerigonza sin de­
cir qué carajo quiere la rata. Al mirarme, al mirar... y
sigue. La suelto, enfurecido y, aun pensando que pue­
da, ser un agente investigador de agentes, el asco que
eñ estos momentos siento por ella es tal que apenas
puedo dominarme. El hecho de que aún no se le haya

94
vencido el plázo de recaudar energías m e hace sospe­
char. Nadie osa pasearse así, sin su salvoconducto,
pienso. Pero, por táctica, no se lo pido, y sigo marchan­
do a su lado. ¿Se le ha orientado ir a algún lugar?, le
digo. Ella comienza a hablar, o más bien a balbucear*
orientada, orientada..., no: desorientada, desorienta­
da... ¡Qué está diciendo ahí!, grito, pero me domino.
Evidentem ente es un agente, pienso, y sigo. Deso­
rientada, desorientada, dice ahora con voz más ani­
mada, por lo nienps la animación le llega hasta la mi­
tad de la palabra que pronuncia en voz más alta y a
la mitad cae: desorien-tada, orien-tada, de-sorien-ta-
da..., ada ada ada... Vamos, dice ahora la chiva asque­
rosa y toma una de mis garfas entre las suyas. Estoy a
punto de enloquecer de furia... ¿Tiene algún sitio ex-
trapoli?, pregunto, haciéndome el cómplice. Me mira
aún más fijamente y con los ójoS más brillantes, y
apretándome más la garfa me hala y me conduce. El
lugar lo forman dos pancartas y una piedra lisa; en el
suelo hay algo seco y extendido, como semejante a
paja o pezuña. Allí se tiende. Desorientadaaaaaaaaaa,
desorien-ta-da..., dice, y me llama con los ojos. Yo
sigo de pie junto a ella, contemplándola; ¿Qué hace­
mos aquí?, le digO; ¿Porqué tiene este lugar? No dice
nada, se sienta entre las pajas y restos de pezuñas,
toma una suerte de palo o cosa seca, y comienza a res­
pirar alto, resoplando, haciendo un ruido horrible. La
miro siempre de pie. ¿Le gusta el sitio?, me pregunta.
Yo la isigo mirando sin responderle. Esto parece que
la estimula pues aumenta sus resuellos; Siéntese aquí,

95
a mi lado, me dice, Pero yo sigo de pie. Entonces ella,
sin dejar de producir el ruido, ahora con todo el cuer­
po,. se me acerca, arrastrándose, como d e rodillas. La
miro, de pie, ella ahí abajo, mientras de siis ojos co­
mienza cóm o una suerte de agua que gotea. ¿Qué
pasa?, digo. Desorientada. Desorientada..., dice, y ti­
rando la pezuña o palo que tenía: en las garfas* acerca
una de ellas hasta mi cintura, la garfa tiembla, final­
mente me toca. Estoy desorientada, dice. Usted pare­
ce distinto... Y sigue con su garfa junto a mi cintura.
¿Qué quiere decir eso?, digo. Pero no me responde,
su resollar se hace más intenso, su cabeza rapada em­
pieza como a oscilar cada vez más rápido, finalmente
se deja caer entre mis piernas sobre m i m ono. Gi­
miendo se repliega y empieza a tocarme con los la­
bios abiertos. Me erizo de asco, pero rae dom ino.
Debo probarle, si es un agente, que de mí ho va a sa­
car nada, nada va a lograr, que mi conciencia patria
está más allá de todo tanteo. Hábil, ia puta-agente,
manosea y gime llegando a introducir una de sus gar­
fas dentro del mòno. Entonces no puedo más con mi
repugnancia, y considerando, por lo demás, que ya es
suficiente, que ya le he demostrado que soy infalible,
y que por lo tanto puede ya identificarse y otorgarme
la orden: pureza-inconmovible, me aparto. Pero, ella,
como si aún no hubiese terminado su función, se re­
pliega a mis piernas abrasando. Ha cumplido bien su
deber, así com o yo con el, m ío, digo. Ya podem os
identificamos. No podrá negarme, la orden... ¿Cómo?,
dice. Que ya podemos identificamos, digo. Y extrai-

96
go mi libreta de enrolado para que me haga una cruz
en la lista de los. méritos tentatoriales... No es eso,
dice ahora. N o soy nada de eso. Usted se equivoca,
yo... sólo quería compartini. ¿Cómo?, digo, ¿qué dice?
Yo..., desorientada, dice, aún de rodillasy tocándome.
Poco a poco, la furia termina por poseerme comple­
tam ente. De m odo que he sido m anoseado por el
enemigo, por un enemigo de los peores como bien
declaró en uno de sus discursos el Reprimerísimo,
pues se trata de un mal, de un criminal que necesita
de los demás y emplea cualquier sutileza o diableza.
Y así, recordando aún el gran discurso reprimero, rojo
de furia, la tom o por las orejas, la alzo, la dejo caer y
la vuelvo a alzar. Desorientada, desorientada, sigue
aún diciendo la criminal. Y me mira con sus grandes
ojos de yegua... ¿Qué dice?, digo ya a punto de re­
ventarla. Que estoy sola, que te necesito... Y al oír es­
tas palabras mi furia es tal que no puedo dominarme,
hiervo, mi rostro se contrae, mis garfas retorciéndose
van hasta su cuello. La tomo, tem blando de furia y
asco, y lo que ella iba a seguir diciendo no sale del
hueco cabrón, sus ojos enormes se van enrojeciendo
hasta volverse negros, y finalmente, reventando, salen
disparados, bañando mi m ono oficial. Aún más as­
queado tiro a la bestia exánime y le propino varios
golpes, le hago la marca de enemiga de primer rango:
crimen fundamental. Le estampo de un golpe mi nú­
mero. Y corro por toda la postprimería. Corro sin po­
der dom inar ni disminuir mi rabia, corro golpeándo­
me yo mismo con la más-garfa y aullando de furia y

97
odio contra mí mismo,. Me ha tocado, me ha tocado:
la cabrona, he sido tanteado por una rata que me ha
manoseado. Y me estremezco de asco, y figo golpeán­
dome, me ha todado* me ha manoseado. Corro, vo­
m itando, erizado.

98
C apítulo XXVIII

Prólogo y epílogo

C uando la cucaracha cprre, corre para arriba p


para abajo,, para allá o para acá, si corre para acá los
de acá le hacen paf, si corre para allá, los de allá; si'
corre para arriba: paf. Si corre para abajo: p a f De nin­
gún m odo sé escapa. Una vez al año, cercano ya eli
Cran Aniversario del triunfo del Reprimerísimo, por
orden reprimera se autoriza a toda la m ancom unión
a matar cucarachas.! Durante el resto del año, la ma­
tanza de estós insectos así como cualquier otro tip o
de alimaña, salvo en casos excepcionales, está prohi­
bida, no: por protección a la especie, sino por la pér­
dida de ftierza productiva (derroche) que tal accióni
conlleva. Sin embargo hoy es el día autorizado. Sé
aproxima la gran fecha, y el sabio Reprimero (gloria
eterna), conociendo de los instintos criminales y vio­
lentos' que Jé son propios a cada ser hum ano, ofrece'
(gran bondad) la oportunidad de que todos los ‘pue­
dan desahogar... E lhicho corre de aquí para allá, y las*
alimañas mayores, aun en dos patas, tras éll La cuca­
racha, perdida, se vuelve boca arriba. Hay entonces*
que ver el rostro del integrante de la m ancom unión

99
m omentos antes de aplastarla: centellea de gozo, ba­
bea, mientras sus ojos chisporrotean. El alboroto es
global, la furia que todos desencadenan tras la cuca­
racha es uniforme, épica. Qué escándalo. Y todo per-
fectaniente coordinado. El ruido dirigido y uniforme
es unánime. En estos momentos en la Reprimería, en
las postprimerías, en las viceprimerías, en las cárceles
de la patria, en todos los sitios, es el día del matacu-
carachas. Qué bulla. Hasta a los condenados a ani­
quilamiento total se les permite participar en la cere-
mónia. Qué escándalo. Todo el m undo mata cucara­
chas.! En los campos de ,1a gloripsa rehabilitación, el-
estacazo, el, extractor, el pico y el hacha han cesado
por hoy y sólo se oye el violento p a fp a f de todos los
condenados. En los grandes salotteis de da retractación,
en las. celdas y semiceldas, celdillas, maxiceldas y no-
celdas de la.gran prisión, los torniquetes y las argollas,
las parrillas y los recipientes d e h'quido hirviente, las
más-garfas y los sacaojos, los antitesticulares y dos bo-
tatripas, los arrancauñas y los estrechapiés han. cesado:
por hoy en sus funciones patrias y sólo se oye el chas
chas chas de los pies agujereados y ¡supurantes, el tra­
jín de las, bestias fosforescentes y rapadas que aún en
trance de muerte segura todo lo olvidan ante la dicha
de poder aplastar... Paraf, paraf; qué ruido. Hasta los
manipuladores de los amplificadores himnarios dejan,
de hacerlo legalmente! y se entregan furiosos a la grani
matanza. La contienda se encarniza, la disputa por la
eüminación de una cucaracha no deja dé ser violenta,
pues si bien es cierto que durante Jas primeras horas

100
de; la batalla los insectos sobran, ahora, a. media jor­
nada, no es así. Raro es ver ya una cucaracha ien el án-
guio o envés, de una pancarta, piedra o atalaya, im­
posible tropezarse con una bajo nuestros pies. Ahora
no es, pues, la, matanza^ sino la persecución y captu­
ra lo que ocupa a todo el mundo. Lo que resulta más
em ocionante. Cuadrillas enteras de m ancom únales
hurgan enfurecidos en un mismo hueco. Si por ca­
sualidad hay allí una cucaracha, qué fragor. H e visto
a dos y a tres sacarse los ojos con sus garfas ante una
cucaracha pataleante, disputándose él privilegio de ser
los primeros en despachurrarla. Parten las cuadrillas,
una por aquí, otra por acá; revolviéndolo todo se agi­
tan, saltan, hurgan, se arrastran, barren con sus len­
guas y garfas todo resquicio, hueco o recoveco. Con
las primeras soriibras de la nonoche sólo se oye el fra­
gor insaciable que aumenta, hay que apurarse, hay
que apurarse. El paf paf dando al vacío de millones y
millones de alimañas que persiguiendo a las alimañas
menores logran olvidarse que son alimañas o se ven­
gan de su condición de alimañas, o se desahogan por
ser alimañas, o váyase usted al diablo, se eleva aún
más. Desde mi torre de contrasusurrador superior,
lanzo también mi garfázo, no porque me interese ma­
tar a uno de esos bichos, sino por la mirada que sobre
mí a veces deposita el Otro agente de ja Contrasusurra­
ción desde su torre, cuando yo no lo miro. Lanzo un
páfata, miro a la gran m ultitud que chilla, violenta,
sinceramente enardecida, veo cóm o olfatean, cómo se
arrastran, cómo ladran, cómo cuando milagrosamen­

101
te se tropiezan con una cucaracha se lanzan todos so­
bre ella disputándosela a dentelladas y a patadas a gar­
fiazos y aullando. En estos m omentos este mismo es­
pectáculo está ocurriendo en todo el universo libre,
pienso. Y, observando que el otro agènte, no me mira,
me río.

102
Capítulo XXÎX

A las estrellas

Visto, pues, que la gran puta de mi madre no está


ni por allá, ni por acá, ni aquí abajo, ni entre las rejas
de. las Grandes Prisiones .Patrias, me interno entre los
campos' de la rehabilitación gloriosa. Debido al mé­
todo de trabajo de estos campos, el revisamiento e
inspección de sus condenados es fôcil. Se trata de gran­
des explanadas de tierrás quemadas. La quema de estas
tierras, aunque sé ha realizado adrede, se dice ofidal-
raentc .que ha sido causada por la Gran Guerra Patria.
La labor de cada condenado es hacer menos árido este
desierto.. Careciendo, pues, de irrigación natural o ar­
tificial, la única meta que queda es la irrigación, hu­
mana que se realiza, así: a cada exti;emo del campo
hay una gran varilla metálica que es manipulada p o r
los agentes. Los condenados rehabilitados, provistos
lógicamente de una argolla en el cuello, pasan desfi­
lando junto a la varilla a; la cual van; siendo ensarta­
dos; una vez, pues, que la varilla se halla, repleta,, otro
grupo de condenados la.toma por cada uno d é lo s ex­
tremos. Estos que empujan la varilla no tienen que escu­
pir, ésa es tarea de los otros, los ensartados en la barra

103
púr la argolla. Su labor es ir escupiendo perennem en­
te la explanada a fin de comunicarle alguna humedad.
Una vez que la barra llega a un extremo del campo,
se inicia el retroceso, lógicamente de espaldas, pues es
imposible hacer un giro con una barra rígida de esta
extensión y a la cual van argollados hasta mil rehabi­
litados. De espaldas, pues, vienen ahora los mil argo­
llados escupiendo hasta llegar al punto donde termi­
na su campo. Aunque, como ya se explicó, los que
empujan la barra, no tienen necesariamente que escu­
pir, a veces lo hacen, quizá para estimular a los escupi-
tantes, cosa que, en fin,-no es necesario, pues ios agen­
tes, colocados en cada camellón del terreno, observan
la marcha de los escupitajos, y detectan, hábiles en esta
materia, al instante, si alguien bajó la cabeza junto
con todos, pero no. escupió. En éste caso, raro por
cierto, la marcha de la varilla^ vara o largo fleje o váya­
se usted al infierno, a la o rd ea del silbato se detiene.
El no: escupitante es ¡sacado automáticamente dé su
argolla y conducido sin ningún tipo de comentario o
réplica a la cisterna que se alza a un costado del cam­
po. Nadie ve -p u es tódo el m undo debe metódica^
m ente bajar la cabeza y escupir— al no escupitante
subir la escalerilla de la alta cisterna. Allá arriba, el
agente, con un ligero movimiento, empuja al no es­
cupitante dentro de la dstelma, lá misma, al ser tocada
por el peso dél rehabilitado que cae, comienza-a m o­
ver sus aspas y molinos dentados. El jugo que extrae
corre por el tubo hasta la zanja, y ya en la zanja es ab­
sorbido por la tierra ávida. El resto del no escupitan-

104
te (muy poco) pasa a formar parte deí abono que se
am ontona detrás. Aunque mi intención es ver si en­
tre estos prisioneros se encuentra mi madre, lo más
importante es vigilar la cisterna, no sea que sin darme
cuenta la que persigo para aniquilarla pase bajo mis
pies convertida en nutriente patrio, humedeciendo le­
vemente mi m ono oficial. Y el resto de toda mi vida
nó sea más que una búsqueda infiuctuosa. Así, mien­
tras oficialmente reviso, inspecciono, pateo, no dejo
de mirar para la alta escalerilla que conduce a la gran
cisterna.

105
Capítulo XXX

Da ClodtQ el papel a A um tela; a Antonio, el bárbaro, b


m ata poryerro

¿Sabrá ella que yo la busco? ¿Desde cuándo sabrá


ella que yo la busco? Desde hace tiempo; Quizá des­
de antes ,que yo mismo lo supiera que tenía que bus­
carla* encontrarla y matarla. Ella sabe muchó. Guan­
do,m e miraba, y qué bien lo recuerdo, nó me miraba
sólo por mirarme como dicen que m iran las madres,
sino t o n la intención de ver qué nueva debilidad po­
día descubrirme, qué falla detectar, qué error señalar­
me. Cuando me hablaba, detrás de lo que d e d a había
otra cosa que era difícil reprocharle pues, no la decía-,
exa como un mensaje de¡ ofensa y de humillación que
yo sólo- recibía, que no. podía, reprochar o denürieiar
ni probar,, puesj a mí, sólo ibadirigido y yo;sólo lo cap­
taba, Había que. ver ese rostro a la hora .de contemplar­
me, ya en la mesa,, ya en la sala, ya. en .la puerta, pará
ir al trabajo; Era la burla, no la burla expresa, pues
todo en ella estaba com o envuelto en tim idez, en
miedo, como en tem or á mí. Criminal, me hubiesen
gritado tm sójo por haherle alzado la.voz; Había que
detenerse bien. Había? que ver claramente más allá de
aquélla aparente torpeza de ratón asustado^ Sus me-

107
canismos érañ (son) tétricos y vastos como la imbeci­
lidad, todo le sirve y todo lo usa; amor, llanto, queja,
risa, enfermedad, canto, odio, ternura, y sobre todo, esa
forma única, típica, diabólica, anuladora y humillan­
te intolerable y ladina odiosa y aplastante de decirme:
hijo... U n silbato, sin duda a causa de alguien que no
ha lanzado el escupitajo. Efectivamente, he aquí que
ya sube la escalerilla rum bo a la gran cisterna. Me
apresuro y ya me coloco detrás de la comitiva. Estoy
ya. junto a la escalerilla de la cisterna. Veo las'espaldas
del. no escupitante que marcha hacia el aparato suc­
cionados sacando mi gallardete y m i contrasilbató
sueno, el agente se vuelve^ el no escupitante se detie­
ne de espaldas. Necesito inspeccionar al* condenado
antes de que sea succionado, digo. El condenàdo; de
espaldas, parece que se estremece al escuchar mi voz,
aunque quizá no sea m i voz lo que lo estremezca sino
el-haber pronunciado la palabra El agerttèi
imbécil com o todos los destacados en lös campos,
apenas si me entiende; descubro que apenas si mane­
ja el lenguaje hablado; en cuanto al escrito sólo co­
noce. la. imagen reprimerà. O p to, pues, por ganar
tiempo y me adelanto al que será succionado para ver­
le el rostroi La bestia, interponiéndose entre el con­
denado y yo, ya junto a la cisterna, me toca. Al sen­
tir la garfa de un agente tocándome, m i aseó es tal que
no puedo tolerarlo y aullando lo empujo al tragante;
el succionante no aguarda, la masa hedionda, en un
instante, se convierte; en nutriente patrio. La otra ali­
maña, en trance de ser ajusticiada, al ver los efectos

108
del succionante sobre el agente, salta por sobre la cis­
terna al campo superior, atraviesa el área prohibida y
corre por entre las atalayas, amparada a veces por la
línea de prisioneros argollados a la barra que parecen
ocultarla. Tiene que ser mi madre, tiene que ser mi
madre. Seré yo quien la aniquile, y salgo disparado
tras el cuerpo que se bandea, saltando campos de ata­
layas y cuadrillas de prisioneros.

109
Capítulo XXXI

Asamblea para la recogda de ciijes de tabaco en Pinar del


Rio

Seguro de mi furia doy ía orden a los guardabarre­


ras y guardaatalayas y el resto del personal de persecu­
ción que depositen toda la responsabilidad sobre mis
hombros patrios. Es la única forma, digo, de corregir
mi error, mientras pienso: es la única forma de po­
der matar yo (y no otro) a ese que bien puede ser ella,
y corro, impelido por mi odio.

111
C apítulo XXXII

Lä fortuna m s visita a,pesar de la lluvia

El condenado, cruzando lös primeros cuadros de


trabajó, tómá ahora los segundos. Los agentes contra-
sUsurradores se mantienen expectantes, atentos a mi
acción. Si fallo, si el» condenado se escapa (cosa im ­
posible), ellos serán los prim eros en inculparm e,
como su deber conlleva, y yo seré procesado, como
la situación lo ordena, por complicidad; Sigue avanzan­
do, ahora por el siguiente cuadro. ¿De dónde sacará
energías ese condenado para correr así? Me apresuro.
Ahora la alimaña, al fin fatigada, camina en cuatro pa­
tas aunque desarrollando una velocidad considerable.
La rata sé desliza por entre las garfas y cascos de las
demás bestias que impasibles siguen marchando y es­
cupiendo, irrigando, bajo la mirada supervisóra de un
agente. La rata, en: tanto, ha tenidoi que ir disminu­
yendo su velocidad, no sólo a causa del cansancio*
sino tam bién por caminar ahora por un campo irriga­
do. El solo hecho de caminar por un campo irrigado
ya es suficiente para que le cueste lá vida, aunque con
el delito de. fuga no. hay por qué andar buscándole
más impugnaciones. Ahora se arrastra en medio del

113
lòdaza), sus cuatro garfas se afincan, se hunden en la
mezcla, tom a impulso y proyecta sus huesos hacia
adelante, cuando las garfas no pisan algo sólido a que
asirse, la alimaña mete el hocico en tierra, la nariz, la
trompa, la cabeza lustrada, todo se hunde buscando
apoyo para seguir. Pero patina. La tierra plenamente
irrigada no le ofrece resistencia y se atasca. En todos
los campos, las cuadrillas argolladas conducidas por los
soldados agentes siguen m archando a paso rítmico,
bajan la cabeza a un tiempo ya planificado y lanzan
todos al mismo tiempo el escupitajo. El resplandor
del m ediodía es unánime, bajo él, entre las cuadrillas
que reverberan marciales, se ve sólo el exceso frenéti­
co del fugitivo que ahora hunde su cabeza completa­
mente en el fango y propulsando todo su cuerpo in­
tenta continuar huyendo. Seguro, pues, de que ya la
alimaña n o podrá escaparse, me detengo u n instante,
respiro. Luego avanzo sobre ella, me le adelanto, y me
coloco a unos cuantos metros, delante, y espero. La
bestia, ya enceguecida, avanza pesadamente, entre ca-
beceós y retorcimientos. Así s i^ e , pujando, hasta que
tropieza con algo sólido, y rígido; mis. pies. El fugiti­
vo levanta la bola negra que forma, su cabeza y me
mira. Yo lo observo rígido^ firme. El fugitivo vuelve a
hundir sus garfas y continúa como escarbando, hur­
gando. Yo entonces,' para seguirle el juego, ó para fa­
tigarlo, o para prolongar su agonía, o para entretener*
mei o váyase usted al diabloj me coloco un poco más
adelante y lo observo. Luego de un largo esfuerzo, lle­
ga. otra vez a mí. La.alimaña, al tropezar, levanta los

114
ojos. Pero esta vez su mirada no llega hasta mi rostro
sino que se queda a mitad del trayecto al parecer sin
poder seguir subiendo, mirando sólo para donde se
juntan mis piernas. La cuadrilla pasa marchando in­
clinándose y escupiendo bajo el fulgor reverberante.
Entonces la alimaña, con la mirada fija en el mismo
sitio, empieza a susurrar furiosamente. Los agentes,
inmóviles, nos observan a distancia. Al fin reacciono,
me inclino sobre esa cabeza de ojos desorbitados y to­
mándola por él cuello la arrastro por todos los cam­
pos y cuadrillas. Volvemos, pues, al campo de donde
se había fugado. Ya junto a la gran cisterna doy órde­
nes de que se redacte el acta condenatoria, y lanzo
una última mirada a la alimaña fugitiva. Desde luego,
no es mi madre ese m onstruo enfangado que no cesa
de susurrar, mientras mira fijamente para mis entre­
piernas. El acta, como corresponde al caso, es breve y
concisa, en varios porcuantos y un portanto el con­
denado vuelve a ser recondenado, entre los acápites
y conclusiones se agrega el de la aberración criminal,
de haber mirado fijamente la bragueta de un agente-
héroe. Firmo la acusación; y tengo la dicha de ser yo
mismo quien precipita al criminal en el tanque de ex­
tracción. Ló hago rápido y más enfurecido por aque­
lla mirada fija sobre mis entrepiernas.

115
Capítulo XXXIII

Descripáón, del Tempb del Soly sus grandes riquezas

Luego de haber ajusticiado al. bandido, ordeno


que se realice una justa inspección por todo el cam­
po, que declaro, con razón, conflictivo. Los mismos
agentes son som etidos a un interrogatorio patrio.
Ahora, por orden de enumeración y cuadrilla, se exa­
mina e interroga a varias alimañas condenadas. Yo soy
el' que las examinó e interrogo, asistido, lógicamente,
por los nuevos agentes del campo. Estoy de pie a un
costado del área de trabajo, y cada perro, escoltado,
mas no argollado, pues el examen es personal, llega
hasta mí. Miro primero que nada lo que a mí me m-
teresa, es decir, si se trata o no de mi madre. Al ins­
tante empiezo el interrogatorio. C on el primero la
cosa es rápida, se trata de un viejo que habla el len­
guaje oficial, es decir, el idioma implantado por el Re­
primero. Pero el viejo no sólo responde con las palabras
precisas, siguiendo la escala de la lengua reprimera,
sino que a veces hace derroche de dos o tres palabras
fuera del plan lengual. Esto se paga caro, pues aunque
todavía no se han hecho los nuevos reajustes a los diá­
logos autorizados, que están en trámites de confec-

117
cionam iento, todo interrogado debe limitarse a res­
ponder escuetamente al interrogatorio, diciendo sí o
no de acuerdo con lo que se le ordene. Hago, pues,
la conclusión de la sentencia: aniquilamiento simple
en el tanque extractor. Mientras me mantengo ergui­
do, dictando la sentencia, veo que el viejo mira fija­
mente, olvidándose de bajar la cabeza para recibir la
pena legal* a mi bragueta. Controlando exterioimente
mi furia tacho la palabra simple y la sustituyo por total,
añadiendo el cargo temible de «perversión repugnan­
te». Y hago arrastrar al siguiente condenado.

118
Capítulo XXXIV

iperión a Beldrmino

Pero antes les hago saber a los agentes superiores


el vicio aberrante (que todos creíamos exterminado)
imperante en el campo, y les cito el ejemplo del fugi­
tivo y del viejo recientemente condenado. Los agen­
tes, justamente aterrorizados, me escuchan, saben que
en el campo donde se manifiesta tal perversión, ellos
mismos, los agentes, pueden verse seriamente com ­
prometidos y hasta pueden ser aniquilados totalmen­
te. La justicia dél Reprimerò nunca ha sido más estricta
que contra ese tipo de crimen horrendo y grotesco que
por lo mismo se creía ya exterminado del seno patrio.
Y que por ló mismo, urge que se extermine de inme­
diato, haciendo un revisamiento inmediato de todos los
condenados en todos los campos.

119
Capítulo XXXV

Aparece Peter Pan

Absolutamente enfurecido hago, pues, compare­


cer al coiídehado siguiente. Estoy de pie, manipulan­
do el interrogatorio de rutina. Los agentes observan
sus ojos fijamente. Yo sigo firme y frío preguntando.
Termina el interrogatorio, y como sus ojos se m antu­
vieron absolutamente fijos e n e i suelo durante todo el
tiempo, se le rectifica la m ism a pena. Pasa el siguien­
te, la alimaña, .huesosa y putrefiicta, antes de haberle
dirigido siquiera, la palabra, dirige sus ojos a mis en­
trepiernas. .Me limito, pues,, cada vez más enfurecido,
a fum ar la sentencia de aniquilamiento total y a; dar­
le un puntapié ordenando que .lo retiren. El siguien­
te, un criminaV joven, no sube la vista ni: siquiera para
mirarme el rostro. Acusado, le grito al final, ahora ya
a escuchar usted la sentencia^ levante la cabeza. El jo^
ven condenado abre los ojos, su mirada no llega a su­
bir más arriba d e mi cintura. Firmo el aniquilamien­
to total, aún más furioso. Siguen desfilando los pre­
sos. Insólitamente todos, ya al principio ó al final de
la interrogación, dirigen, la .mirada hacia el mismo si­
tio de mi; cuerpo. La cosa es evidentemente alarman-

121
te, se trata de un campo absolutamente corrompido.
Los agentes, en su afán de adularme, estampan la sen­
tencia (aniquilamiento total) en la hoja del interroga­
do aun antes de hacerle la primera pregunta. Al fin
uno, un perro común, condenado a perpetuidad, al
recibir el interrogatorio no mira para el sitio vetado.
Y se le confirma la misma pena anterior. Lo hago exa­
m inar com pletam ente, la bestia parece normal. La
cosa continúa. El siguiente tampoco me mira. Indis­
cutiblem ente, pienso, se trata de un com plot. Al­
guien, un traidor repugnante, habrá dado la voz de
alarma. Imparto la orden de que todo el que no mire
para mis entrepiernas pase inmediatamente al gran sa­
lón de las confesiones ^ que confiese qüién le ordenó
no miran De este modo, ahora el interrogatorio se di­
vide en dos campos; uno, los que minm para mis en­
trepiernas, que se agrupan de un lado y al aniquila­
m iento total por extracción del jugo patrio; a los
otros, los que no mirán, se les agrupa de Otro lado y
pasan al gran salón de las confesiones. Al final del día
luminoso (como se llama a la jom ada de trabajo en el
campo) fe alarma es absoluta: de todos los prisione­
ros de esté conglomerado de áreas, menos de un cen­
tenar quedan vivos y para eso están recibiendo el
tratam iento confesional. Los agentes van y vienen
gesticulando, im plorando, gimiendd, algunos, cosa
insólita en un agente de la Contrasusurración, se han
degollado. Llega ahora, para el interrogatorio el pri­
mero de los sobrevivientes que no había mirado para
mis éntrepiemas: se había levantado la retina con las

Í22
garfas o se la había achicharrado, mirando fijamente
al sol antes de someterse al interrogatorio. Temerario
alarde, lo cual es superfluo, les costará caro, se trata
de un complot, de un gran com plot y de una gran
traición.

123
Capítulo XXXVl

Cuántas clases de principados hay y de qué modos se ad­


quieren

Avanzada la nonoche, en medió del estruendo de


los extractores del jugo patrio que no cesan ni un ins­
tante, le escribo al Gran Secretario. Le explico el ho­
rrendo crimen que acabo de descubrir, la justa pena
que he impuesto y que en estos m omentos se ejecu­
ta, le manifiesto m i tem or de que el crimen horrendo
se haya propagado por todos los campos. Se trata, le
explico, de los peores criminales de toda la historia, y
me propongo, como soldado humilde, fiel al Reprime­
rísimo, para detectar, disfrazado si es preciso de rata
repugnante, a todas las bestias depravadas. Y firmo y
contrafirmo, reafirmo y ratifico, estampando, con mi
propia garfa, el ¡Viva el Reprimerísimo! Envío a la
mayor brevedad posible el com unicado. Y ya iñás
tranquilo, oyendo el estruendo del extractor, descanso.

125
Cápítulo XXXVII

Historia de las conspiraciones tramadas en Cataluña contra


los gércitosfranceses

Las respuestas del Gran Secretario llegan cuando


estoy autorizando numerosas ejecuciones en el cam­
po depravado. El correo-agente, que venía a gran ve­
locidad, se detiene y me entrega el rollo,, con los cu­
ños y reconcuños. Desgarro el envoltorio y leo: «La
Gran Patria se enorgullece de: su acción patriótica.
Este docum ento fiinge concorde a. como concuerda
su petición»... El m ismo Gran Secretario en persona
ha redactado este documento, y, al final, aparece es­
tampado el Gran Cuño de la Suboficina Reprimera.
Ávido, sigo leyendo: «Para que todo pueda realizarse
cabal y legalmente, hemos remitido por unánime cories-
poridencia, reunidos todos en consejo ministerial, un
nuevo pOstepígrafe al epígrafe de la ley fundamental
referente a la persecución sin tregua y consecuente
aniquilamiento de toda lacra social». El. postepígrafe
reza así: «En cuanto al concom itante concordante
con lo estipulado en cuanto a la persecución y aniqui­
lamiento total de todo depravado sexual, estipulamos,
agregamos y autorizamos, que todo aquel que mirare,
por poco o mucho tiempo, las entrepiernas, muslos o

;127
partes inferiores del cuerpo desde la cintura hasta las
rodillas de cualquier otro ciudadano de nuestra Gran
Patria, debe ser inmediatamente puesto en prisión y,
aplicándosele la sentencia pertinente, ejecutado como
alimaña repugnante y gran enemiga. Para que dicha
pena se ejecute basta la denuncia del mirado. En el
caso de que el depravadamente .mirado sea un agenté
de nuestro glorioso cuerpo de la Contrasusurración,
podrá él mismo, si así lo deseara, impulsado por jus­
ta indignación patria, proceder de inmediato a la con­
veniente ejecución del depravado y luego levantar
causa»... ELmismo Reprimerísimo ha autorizado este
docum ento, pienso. Y ya con. el gran, docum ento en­
tre las garfas, firmo la ejecución de casi todos ios pri-
sionéros de áquel camijo, incluyendo a los mismos
agentes que perm itieron tal desvío. Y salgo rum bo a
nuevos campos postpiimeros, vicepriraeros y prime­
ros, a detectar alimañas depravadas y a ániquilarlas.
Nadie se escapará. Nadie se: me escapará esta vez. Ten­
go, con este documento reprimerò, la autoridad y el
poder para detectar, imo p o ru n o , a todos esos rrionsr
truos. Ninguno saldrá ileso. En cuanto a ella, la cabro-
na, con el aparato de depuración patrio que pienso
desplegar, difícil le será evadirse, esconderse en algún
sitio. Listo estóy ya para entrar en là batalla.

128
Capítulo XXXVIII

El Pan de M atanzas

La Gran Tropa de la Reconquista Moral Patria ésta


lista. He escogido, entre los agentes, a aquellos más
esbeltos y fornidos. De piernas ágiles y largas, de an­
dar firme, de prom inencias sexuales evidentes. Las
instrucciones son precisas: todo aquel que los mirase
dentro del radio correspondiente de las rodillas a la
cintura será som etido al aniquilam iento total. El
agente que fuese mirado y, por un supuesto descuido,
no ejecutase la pena concerniente, será también ejer
cutado. También, bajo ese radio, queda prohibido,
bajo pena aniquilatoria, la mirada entre los agentes; y
en el caso que esto sucédierai cosa que no se espera,
el agente mirado deberá al instante impugnar por alto
crimen al mirador... La Gran Tropa, esbelta, firme,
está ahora clavada ante nu. iAl despliegue de la justi­
cia reprimera!, grito; icón el espíritu heroico y el he­
roísmo heroico que mana de nuestro gran héroe, el
Reprimerísimo, quien ha puesto en nuestras manos la
consecución heroica de esta gran tarea heroica! Ter­
m inado el discurso, que es rematado con un iHurra!
prolongado, la tropa, verdaderamente entusiasmada,

129
parte a purificar a todo el universo reprimerò, es de­
cir, al m undo libre. Yo, disfrazado también de alima­
ña com ún, al igual que todos los integrantes de la tro­
pa, envuelto en el m ono ceñido y azul parto para un
campo. -Aun cuando no diera con ella, pienso, inter­
nándom e entré las cuadrillas argolladas que escupen,
el hecho de por mis propias más-garfes poder aniqui­
lar a tantas bestias depravadas atenuará un poco mi
furor. Y en ello hallaré estímulo para seguir buscán­
dola.

130
Capítulo XXXIX

ha Gran ParcOt la Parca, la Parquita y la Parquilla.

En ,la nonoche, cuando las sombras cubren todos


los campos de trabajo y las alimañas, en la tregua ofi?
cíal, se agrupan deambulando bajo las atalayas y los
pontones de vigilancia, és cuando el agente catador
de depravados rinde una mayor productividad. Enér­
gico, con sus esbeltas piernas y con su andar marcial
y provocador ha de pasearse, elevándose por sobre las
cabezas rapadas cuya fosforescencia oscila o parpadea
entre las barreras. Si la alimaña vil está sola, el agenr
te, que en ningún m om ento podrá evidenciarse como
tal, podrá, para estimular al criminal, sobarse con su
garfa las entrepiernas. Si la alimaña vil dirige su cabe­
za hacia el radio ya señalado, podrá ser aniquilada al
instante y .luego remitir su caso para el aniquilamien­
to burocrático, haciéndose redactar en el. modelo re­
dactado, el núm ero y otras señales del criminal... Me
paseo, m e paseo. Envuelto en mi. m ono de alimaña
simple camino hasta donde una cabeza solitaria brilla
lánguidamente, me planto, las piernas m uy abiertas
junto a su cabeza lustrada. U n parpadea, una mínima
señal, u n ojo que abra, y perece. Sigo, sigo, caminanr

131
do. Dejo este campo y entro en el otro. Salgo de éste,
y ya voy para aquél. Es sorprendente, es realmente re­
pugnante la cantidad de depravados con que contaba
nuestra Gran Patria. No cesan de llegar a mi agencia
central las planillas donde se consignan los crimina­
les. El cúmulo sube por todos los sitios. Cada iin o
pliego de ésta m ontaña de papel es un criminal de­
pravado que ha sido consecuentemente aniquilado.
Y siguen llegando más y más cargamentos. A veces
hasta el mismo agente encargado de cargar la carga, al
descargarla junto a. mí, insólitamente, vilmente, de­
pravadamente, mira para mis entrepiemas* y pasa, in­
mediatamente, a formar parte de la gran carga. Es inr
sólito. A veces cuadrillas completas de agentes, aun
los mismos señalados para la persecución, tienen que
ser aniquiladas por haber m irado, y ésto sí es alar­
mante, no ya a otro agente, sino a una alimaña sim­
ple, a u n cerdo de la cuadrilla argollal. He dado la or­
den, para no desmoralizar a la Gran Tropa, de que el
cerdo mirado sea ejecutado. Llegan más planillas de
alimañas aniquiladas, de ellas, un grueso fárrago per­
tenece a un gmpo de agentes que me elevaron el in­
sólito acápite, o proposición, o reverencia, o súplica,
o váyase usted al diablo, de que se les permitiese usar
una suerte de orejeras especiales que les impidiese mi­
rar hacia abajo, «de esa forma», continúa el docu-
ráentOj «evitaremos caer, involutariamente, cuando
no estemos de servicio, en el crimen nefando». El do­
cum ento me encoleriza hasta tal extremo, que además
de aniquilar a todos los que lo redactaron, garfiaron,

132
portaron, hojearon, etcétera, redacto un contradocu­
mento que dice así: «Como primera concomitante re­
sulta inaudito que uno de nuestros agentes, doble­
mente glorioso, glorioso por ser agente, y glorioso por
haber sido seleccionado para tarea tan gloriosa, pue^-
da pensar que exista un m om ento de su gloriosa exis­
tencia en que no está al servicio de la patria gloriosa.
Segundo, que el hecho de haber propuesto llevar unas
orejeras demuestra tal debilidad ideológica, que lo
descubre, ante cualquiera, como vil depravado. Esta
petición plantea sencillamente no aniquilar al asesino
sino atarle las manos a la espalda. Por lo mismo el
mismo tiene asimismo un carácter procriminal». Fir­
mo, pues, el aniquilamiento total de todos los que co­
laboraron de una u otra forma al mismo, y garfio tam­
bién la orden de que desaparezca el documento para
que no quede como m anchón patrio. Terminada la
gran ejecución, siguen llegando cada vez más millares
y millares de planillas. Miro una al azar. «Número del
criminal: 888-887-043-999916. Crim en: repugnante
depravación criminal. Pena: aniquilam iento total.
Nombre del agente glorioso catador: 111, 454, 7822e
serie. Cam po de la detectación: postprimero xcd ho
a.serie f. Área comprendida: zxc-j054, mirada del mi­
rante y su estímulo y agudeza. Sitio preciso donde se
posó la vista del mirante dentro del área circundante
prohibida...» Aburrido, vuelvo la planilla, y sigo el
conteo sin mirar los detalles. Dado el caso de que se
trata, como es natural, de criminales masculinos no
tengo, pues, por qué pensar que entre ellos pueda en-

133
cpntrarse mi madre.. Así permanezco en la gran agen­
cia central (rodeado de agentes que miran sólo para lo
alto por lo cual siempre, están tropezando con el. cú­
mulo de lás planillas) ajustando y reajustando el nú­
mero de los criminales depravados ajusticiados; núme­
ro que sin cesar aumenta.

134
Capítulo XL

Últimofin a l

Con motivo de aproximarse el acto más magno de


toda nuestra gran nación, la celebración del aniversa­
rio de nuestra definitiva y eterna liberación j del
triunfo eterno del Reprimerísimo, la Gran y Unica
Institución de la Infancia, de acuerdo con la Institu­
ción Gerente de las Relaciones Mancomúnales y cOn
la Máxima Orientación y Supervisión Reprimerísima,
ha confeccionado y sometido a la aprobación popu­
lar, para su aprobación unánime, el siguiente proyec­
to de Diálogo Autorizado entre un niño y otro niño,
por el cual habrán de regirse, de ahora en adelante, las
conversaciones entre los mismos, y que comenzará a
fungir oficialmente a partir del próximo aniveraario
del gloriosísimo triunfo reprimerísimo.

N IÑ O U N O ; i j i u u u ü u ú !
N IÑ O D O S : i j i a a a u a a a a !
N IÑ O U N O : i j i u u u u u u u u u u ü !
N IÑ O D O S : i j i a a a á á á á á a á á a a a a a a !
N IÑ O U N O : ¡Reprimerò va!
N IÑ O D O S : iV a v a v a !

135
N IÑ O U N O : ¡Va va va va va!
N IÑ O D O S : ¡Va v a Va v a á a a a a a a a a a a a a a a a a a ! '
N IÑ O U N O : ¡Jiuuuuuuuuuu!
N IÑ O D O S : ¡Jiaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!^

1. B te ren^ón servirá de modeló para la emulación dialogal;


quien más va repita, rápida y fuertemente, será el ganador de la con­
versación.
2. En los días hábiles los niños podrán hacer Usó del diálogo,
en la hora de la nosiesta o en algún caso especial, bajo la permisión
rcconcuñada. El día de la Gran Fiesta Patria, sin .embargo, antes o
después de haber terminado el discurso reprimerò, los niños podrán
dialogar libremente, e incluso podrán prolongar a su antojo los va.

136
Capítulo XLI

Los cuatro dioses del ríelo según los chinos

La depuración de las alimañas depravádas se cum­


ple ahora con, eficacia regular.. He logrado gracias a la
confianza que, al- parecer, tiene en m í el Gran Secre­
tario hacer. extensiva la persecución a todas las regio­
nes patrias. .Ahora, las tropas de la purificación, y yo
al frente, recorremos todas la primerias, así com o las
postprimerias,, y por último, llegaremos hasta la mis­
ma Reprimeria. En esta prim eria cuyos m ancom u­
nantes se dedican a hacer pancartas chicas se han de­
tectado varios casos de depravación repugnante. Sus
habitantes, justamente, enardecidos, se han brindado
para realizar ellos mismos la- justicia. Aprovecho la
euforia general para plantear la. necesidad de tropas
vóluntarias-secretas. Es decir, que los integrantes dé
cualquier m ancoraunión, en cualquier sitio que se en­
cuentren, puedan tam bién desem peñar la labor de
caza-degenerados. El número de voluntarios es enor­
me. Yo mismo, para dar el ejemplo, me pongo al frenr
te de una de las escuelas.
Primera lección: Cóm o ha de caminar el agente-ca­
zador,. a fin de despertar en el criminal sus réminis-

137
cenciàs depravadas. Segunda lección: C óm o el agente-
cazador habrá de llevarse su garfa hasta lá pierna de
m odo que, sin hacerse evidente para la masa global,
sí se haga evidente para el depravado latente. Tercera
lección: De qué forma puede un agente o colaborador
voluntario patrio tomar con su garfa al vil depravado,
inmovilizarlo y aniquilarlo. Graduados ya los nuevos
legionarios, partimos hacia otra primeria. En ésta, en­
cargada, como muchas otras, de hacer pancartas gran­
des, sucedió una cosa indignante. Los viles deprava­
dos detectados, en el m dm ento del aniquilam iento
total-masivo, en vez de emitir las súplicas y retracta­
ciones planificadas, emitieron, ün susurro. Gom o ya
ni nosotros m ismos estábamos acostumbrados a es?-
cuchar esa indignante muestra de rebeldía del enemi­
go, la cosa enfureció tánto a la masa como a la agen­
cia. De ese susurro se desprende -^este mensaje se lo
envío directamente al Gran Secretario^ que todo de­
pravado criminal es algo aún peor, es un enemigo po­
lítico, un enemigo del Gran. Reprimerò, y, por ende,
un enemigo de toda la, nación gloriosa. .La persecu^
ción adquiere ahora un doble objetivo moral-polítióo;
Se suman más tropas de adiestramiento. Día y noche
avanzamos, firmes y sigilosos, las piernas muy abier­
tas, las garfas palpándose los abultamienfos sexuales^
que algunos hábiles agentes han sabido agrandar con
trapos o con una piedra. Los himnos de la purifica­
ción general resuenan. Nò descansamos ni un instan^
te. Todos, los días envío una reláción de los crimina­
les político-depravadós ajusticiados. Lo que resulta

138
más alarmante, reconcuño al final de la relación diaria,
es que el número de depravados criminales susurran­
tes, en vez de disminuir con la persecución, parece au­
mentar. Al final, más abajo del reconcuñamiento, me
permito hacer una aclaración no general: mi madre,
le informo al Gran Secretario, no ha sido encontrada.

139
Capítulo X U I

Dicen los. gangas: los glandes no pagan favores de los bu->


mildes

A esta remota postpiiniería, dedicada como otros


centenares de ellas a la confección de monogramas
patrios, me. llega un telegrafiado del Gran Secretario,
con su cuño marcial: «El mismo Reprimerò se enor­
gullece de su labor. Reciba en su nombre el homenaje
de todo nuestro pueblo. ¡Vivan nuestros héroes!». Y aba­
jo, de su mismia garfa, una nota, extraoficial: «No ceje
en la búsqueda de su familiár».
El rollo es realmente valioso. Lo enrollo y lo de­
senrollo. Con las piernas abiertas y erguidas me paseo
por esta remota postprimeríá. Miro la nonoche, ex­
tiendo otra vez el pliego. Qué me im porta lo que
piense él Reprimerò. Qué me importa la opinión de ün
cerdo más, su odio o su felicitación. Lo que me en­
tusiasma es la nota final del Gran Secretario: No cge
en la búsqueda de su famiüar. Si el Gran Secretario en
persona..., y me paseo enardecido sobando cOn mi
garfa mis testículos, atento á la m enor mirada que
pueda posarse en ellos..., si el Gran Secretario, pien­
so, níé recomienda que no ceje en la búsqueda de mi
madre es porque él sabe que habré de encontrarla...

141
Levanto otra vez el rollo, vuelvo a leerlo. Avanzo rá­
pido, y en la tiniebla de la nonoche susurro larga­
mente. M añana haré ejecutar a todas las alimañas de
esta asquerosa postprim ería por haber susurrado.
Qué, mañana. Ahora mismo. Inmediatamente. Y para
que no pueda haber ninguna posibilidad de atenuan­
te antigénocida, vuelvo a contaminar la nonoche con
mi susurro.

142
Capítulo X U II

Descríbese la situación, extensión y figura de Id Isla

De acuerdo á la consecución de los nuevos planes


de desarrollo socioeconómico y considerando el alto
desarrollo politicocultural logrado ya p o r nuestra
masa, su firme ideología, su hondo sentido humanis­
ta, los nuevos plañes para el desarrollo de las relacio­
nes encaminadas a estimular la fi-atemidad, así como a
fortalecer su ideología militante, y sobre todo como
homenaje fiindamental al nuevo aniversario del triun­
fo infinito del Reprimerísimo y por su propia humana
iniciativa, a tenor de su alta capacidad, de análisis, sín­
tesis, perspectiva y previsión, se decreta, por su orden
máxima, amparada por los recOrtCUños pertinentes, la
autorización para la puesta en practica. Con la plena
seguridad de que la conciencia ciudadana evitará
cualquier tipo de desviación, enmienda u omisión, el
prim er Diálogo Universal autorizado a ser sostenido
(en los momentos reglamentarios) entre un hombre y
una mujer. El diálogo, exhaustivainente, planificado,
revisado y ajustado a las necesidades patrias y a nues­
tro alto espíritu combatiente y creador, es el siguiente,
y con motivo del aproximamiento del aniversario del

143
triunfo reprimerísimo podrá ser, ese día, empleado por
todos los ciudadanos comprendidos en su epígrafe:

H O M B R E: ¡Viva el Reprimerísimo!
MUJER: ¡Viva, viva, viva, viva!
H O M B R E: C on nuestro tesón más producción.
M UJER: Producción, producción, producción.
H O M B R E: Más conciencia y decencia.
M UJER: Decencia, decencia.
H O M B R E: Car, gar, gar, al enemigo aniquilar.
MÜJER: Gar, g a r , g a r.
H O M B R E: N i una debilidad, n i un descanso, ni una
mirada baja, tolerar.
MUJER: Gaf, g a r,, g a r .
HOM BRE: Nuestras garfas siempre unidas contra,el que
inteiíte susiírrar.
M UJER: Gar, gar,. gar.
HOM BRE: Nuestras garfas engarzadas contra el que in-í
tenté recular.
MUJER: Gar, gar, gar.
H O M B RE: Nuestras garfas apretadas contra el que se
intente enfermar.
MUJER: Gar, gar, gar.
HO M B R E: .Nuestras garfas apretadas contra todo e l que
al gran Reprimerò no dem uestre grandem ente
amar.
MUJER: Gar, g a r , g a r.
HOM BRE: Gar, g a r , g a r.
MUJER y HO M BRE: Gar, gar, gar.

144
Primer postepígrafe
El día de la Gran Concentración, los gar podrán
repetirse en forma cada vez más alta hasta tom ar tal
fuerza que retumben por todos los sitios haciendo es­
tremecer al enemigo.

Segpndo postepígpafe
El resto del diálogo habrá de repetirse tal como se
expresa arriba. Sólo en caso de emoción máxima se po­
drá aumentar -el núm ero de gars. A) Algunos experi­
mentos hechos con parejas han demostrado a las cla­
ras, en una copulación autorizada, mayor efectividad
y, por lo tanto, mayor intensidad en la unión cuyo
tiempo de duración podrá reducirse a un m inuto si se
oficializa el proyecto. B) No obstante se aclara que,
para el engarce, además de la, lógica permisión regla­
mentaria hace falta, si se quiere practicar la misma al
arrullo del gar, la simbólica permisión reprimera que
podrá solicitarse en cualquier seccional regional perti­
nente. C) En lo concerniente a la agrandización o mu­
tilación del diálogo modelo, el incuírente en él mismo
será condenado por delito estatal, contrapatrio; deli­
to que se inserta en el acápite criminal de la demo-
crático-capital - s in atenuantes.

145
Capítulo X L iy

La parte que la Divina Providencia tuvo en m i profesión de


autor

Visitando estas postprimerías especializadas en la


confección de pancartas medianas descubro uñ nue­
vo m étodo criminálf de depravación. El peso de lá
pancarta hace que la alimaña encargada de m anipu­
larla se agache para poder alzarla. E n ese m om ento vi
que el depravado que estaba atrás miraba las nalgas
del agachado y ño la pancarta, que era en realidad lo
que debía mirar. Envuelto en mi m ono de alimaña
simple, seguí, cual simple alimaña, manipulando me­
dianas-pancartas, y observando secretamente los ojos
de los que iban detrás del culo agachado. No sólo mi­
raban, sino que a m edida que miraban disminuían la
ejecución de su labor. Y se excitaban levantando gran
prom ontorio en el mono-estatal. La furia me poseyó
de tal forma que no pude aguardar más. Di la voz de
alarma. Se encadenó al primer criminal, al que al ins­
tante se le aplicaron los estacazos de rigor y el gran es­
tacazo. Lo insólito fue que, aún cuando recibía los esta­
cazos, m antenía (creo que aumentaba) su erección.
En fin, como se trata de un nuevo tipo de perversión
he dado, pues, la orden concerniente de que todo

147
aquel que mirare el trasero de otro sea inm ediata­
mente ejecutado, incluyéndose tanto a los hombres
como a las mujeres. Para este tipo de persecución la
vigilancia ha tenido que ser redoblada. Pues si antes
el que era mirado podía hacer de policía y testigo,
ahora, siendo mirado por detrás, es evidentemente
imposible. Claro, ios agentes más perspicaces cami­
nan siempre de medio lado, con un ojo casi a la es­
palda. El m étodo ha dado buenos resultados. La epi­
demia criminal, no sólo azota a esta postprimería, sino
que^ al parecer, es un mal general. Com unicó al Gran
Sécrétario el ñuevó descubrimiento criminal, hacien­
do votos para que en el gran día. de. la celebración re-
prim era la patria, esté absolutam ente purificada de
toda depravación criminal. Y sin más salgo al frente
de jas tropas secretas, que por orden, mía se han, he­
cho resaltar ya no sólo sus testículos sino también sus
traseros, utilizandQ trapos, serrín, piedra, alambres, o
váyase usted, al carajo.

148
Capítulo XLV

La espantosa tormenta que buho en Guatemala, donde mu­


rió Doña Beatriz de la Cueva

Atendiendo a la alta dignidad y pureza de la Gran


Patria Reprimerísima, el consejo de diputados patrios
para el velamiento de la moral patriótica,, enterado de
la aberración criminal tan arteramente puesta en evi­
dencia por la vanguardia patriótica^ y con el fin de eli­
minarla antes del gran día de la Gran Celebración Re­
primerà, para poder ostentar la bandera de gran nación
libre de depravación, la Gran Secretaría emite esta re­
solución: que todo criminal que mirare, ya de medio
ganchete, ya de frente, ya fijamente, ya de reojo o con
el rabillo del. ojo, de pasada o de repasada, las nalgas
de uno de sus conciudadanos, sea, sin mayores trá­
mites, sometido al rigor de la ley fundamental, es de­
cir, aniquilado y borrado para siempre de nuestro
seno patriótico. Gloria al Reprimerísimo^ viva, el próxi­
mo y luminoso aniversario.

149
Capítulo XLVI

Jalisco

El tiempo apremia. En todos los sitios no se oye


más que un gran estruendo éntre las piedras y las pol­
varedas mientras se. clavan pancartas, banderas, insig­
nias, grandes paneles y mediospaneles. C on motivo
del acercamiento del Gran Aniversario, sólo se escucha
el martilleo, el asenar, el rir rir de los palos cepillados, el
golpe de las latas que ensayan nuevos himnos, el sa­
cudimiento de trapos y cueros, el inflamiento de gran­
des- banderas, el ensayo y reensayo de las marchas, así,
como los arteros estacazos, cada vez más rápidos, de
los agentes sobre la cabeza de los depravados. El tiem­
po apremia. Al frente de la Gran Tropa purificadora
azoto a todas las postprimerias y viceprimerías, pri­
merias y campos de trabajo. En cada batalla triunfrin-
te busco ávido el culo de m i madre, la cara vidriada
de mi madre, sus manos garfiis, sus ojos de vaca que
me miraron, y ahora pasan a ser ya mis propias garfas
y mis propios ojos aguachosos y vacunos. Sin hallar­
la, sigo firm ando ejecuciones. Repartiendo patadas
patrias me interno de nuevo en todos los sitios. El
martillar es ahora ensordecedor. En todos los lugares

151
las áUmañas se han declarado en labor permanente,
quien duerma será ejecutado. Todos los esfuerzos se
combinan y multiplican para los preparativos y cele­
bración del gran día. Envuelto en esa euforia chillan­
te, luego de haber purificado a la Gran Patria, entro
triunfal en la Reprimerla. Sin haber encontrado la
m enor huella de mi madre. Ahora por orden expresa
del Gran Secretario, en cuyo comunicado me llamó
héroe reprimerísimo, he sido invitado a la Gran Se­
cretaría,donde se me rendirán honores. Emitiendo un
ligero gruñido traspaso los barrotes del gran recinto,
atisbando a, todos los centinelas, que se inclinan pre­
surosos -p e ro ninguno es ella, en ninguna parte está
la cabrona-, y entro ya en el. gran salón de los reci­
bimientos, donde el. mismo Gran Secretario en per-
sonái al verme de lejos,, se pone de pie.

152
Capítulo XLVIl

De cómo las mujeres aman a dyestro e asinyestro por la gran


codicia que tienen

C O M U N IC A D O N .° 1

C on motivo del acto, reprimerò que en homenaje


al G ran Reprimerò se celebrará prójdmamente, con el
fin de orientar a todos los integrantes de nuestra gran
nación sobre la manera en que se ha de tributarle el
honor a nuestro grandioso Reprimerísimo, se emiten
las siguientes reglas, que serán de observancia estricta
para cada m iem bro de la m ancom unión que se ha dé
postrar, como todo el universo libre, ante la gloriosa
tribuna reprimerai.

A) Ün día antes del gloriosísirho día, toda la manco­


m unión universal libre permanecerá de pie y en si­
lencio, como ensayo al m inuto de silencio que habrá
de otorgarse -al Reprimerísimo cuando aparezca en la
tribuna.

B) Terminado el silencio, todos los miembros del uni­


verso libre se dirigirán, envueltos, en su m ono, hacia
su frente monólítico, donde partirán para la Gran Ex-

153
planaria Patria. Ya en el monolítico ocuparán el área
indicada hasta formar su bloque, que, una vez comr
pletado, al grito de JHurra! partirá.

C) En el trayecto rumbo a la explanada, cada pisada


del suelo patrio la harán mirando hacia el cielo, y así,
sin ninguna desviación hacia, otro sitio, eiñitirán él
aullido ¡Hurra! y seguirán m irando a lo alto. Entre
bloque y bloque sólo quedará el espacio estricto para
que cada representante blocal pueda ejecutar sus ma­
niobras.

D) Cada integrante d? cada bloque, es decir, todos los


m iem bros del universo libre portarán una, bandera,
banderola, pancarta, gran pancarta,, gallardete o cartel,
que llevarán en una mano o en. las dos, con .los dientes
o con la cabeza, de acuerdo con el preplán del desfi­
le. Por ningún concepto las pancartas podrán, bajarse
ni un solo instante, él incurrimiento en este tipo de
infracción será lógicamente castigado con la pena
mayor. Aquel que por la tipicidad de su pancarta hu­
biese de llevarla entre los dientes, rio por ello deberá
dejar de gritar:: ¡Hurra! en el momento, indicado por
su representante blocal a la vez que deberá aumentar
la altura, y la. firmeza del artefacto 'transportado así
como su mirada deberá seguir fija en lo alto.

E) La marcha hacia la .Gran Explanada Patria habrá


de. realizarse con el mismo ritino de agitación, sin po­
der realizarse otros movimientos qué los orientados.

154
Aquel que se rascare, mirare,, se peyere, o hablare, et­
cétera, será reportado para la concerniente ejecución
posterior, una vez terminada la Gran Concentración
y elogio..

F) Los: bloques, llegando a la explanada,, se situarán en


el sitio planificado, siguiendo a la gran pancarta que
los. antecede, Y aguardarán inrrióviles a que. los. res­
tantes bloques ocupen, sus sitios pertinentes. Debien-
do cada integrante del bloque vigilar por el cuidado
de su pancarta, la m enor avería o abólladura de la
misma valdrá un reporte de ejecución.

G) Una vez que todo el universo del m undo libre se


encuentre ya ubicado concemientemente en su blo­
que concerniente, se esperará, siempre en absoluta
atención, la entrada del Reprinierísimo, que podrá ser
inmediata o no. Con demora o sin ella habrá que ob­
servar firmemente el punto arriba señalado.

H) De acuerdo con las orientaciones del jefe de cere­


monia, los burras, loas, vivas, o gars, se repetirán cada,
vez que él mismo lo señale a través de todo el dis­
curso del Reprimerò, que tendrá una duración dé
unas treinta horas. Luego, a una señal del mismo Re­
primerò, llegará el m omento de que se le adore típi­
camente. La manera de manifestar esta pasión será li­
bre, de tal forma que cada cual podrá manifestarla a.
sü m odo: retorciéndose, meneándose, inclinándose,
saltando, masturbándose, degollándose, golpeándose,

155
sacándose un ojo o los dos como prueba de sacrificio
adorante; mas, en ningún m om ento, el adorador en
trance podrá salirse de su área reglamentada. La eufo­
ria y delirio de la adoración tendrá la duración que
tenga el éxtasis del Gran Reprimerò. Una vez termi­
nada, sonará el H im no Universal Reprimerò, que se
escuchará con atención. Y marchando cada uno den­
tro de su bloque, se. hará entrega de todas las pancar­
tas. Y se regresará de inmediato a las labores patrias.

156
Capítulo XLVIII

Empleo sexual del Orificio ánal

Entro en la Gran Oficina Reprimera. Al firíal está


el Gran Secretario. Al verme se pone de pie detrás de
su mostrador. Extiende su garfa. La garfa es roja debi­
do al trapo que la envuelve. Todos sus agentes auxi­
liares traen también las garfas envueltas en esa suerte
de trapo rojo. Al él ponerse de pie, todos los agentes,
es decir, todo el personal de la Gran Secretaría se
pone de pie. Yo también me quedo de pie, esperando
por el Gran Secretário. Pienso, viendo esa suerte de
garabato enrojecido, que es después del Reprimerò, el
primero. Todos saben que si el Reprimerò perece, de­
saparece, revientáj o vaya usted a saber qué coño le
pueda suceder, éste será el primero. Es lógico, pues,
que tenga que cuidarse del Reprimerò, pienso. Aunque
también, piénso, más tendrá que cuidarse el Reprime­
rò de este único vicepriméró. Ahora me da la orden,
a una señal de su garfa entrapada, de que avance y lle­
gue hasta su tabla grande. Llego. Las bestezuelas me­
nores se inclinan. El Gran Secretario, a través de la ta­
bla llena de andariveles, extiende aún más sus garfas
y me abraza. Sus ojos, que me miran fijamente sin là

157
m enor señál de vacilación, son grandes, brillantes, un
poco quizás enrojecidos por tanto rojo circundante.
En el mismo abrazo, sin esperar más, le digo: No la he
encontrado. En ningún sitio que he buscado la he encontrar
do. El Gran Secretario me sigue mirando fijamente. Lue­
go, tirándome una, de sus garfas por el hombro, cami­
namos a lo largo de la gran mesa. Todos permanecen
rígidos, mirándonos pasear., La Patria Réprimerísima,
me dice ahora en voz alta, te está sumamente agrade­
cida por tu acto heroico. El Reprimero en. persona me
ordenó que te testimonie ese agradecimiento. Ahora
se detiene. Nos detenemos. Una de sus garfas se levan­
ta. Al instante, un rüidó como de trompetas o tubos
huecos o cometas, qué coño sé yó, sé oye. Se hace el si­
lencio. El Gran Secretario dice: Amigo mío, tengo el
honor de declararte, por orden reprimera, Gran Hé­
roe de la Patria. Recibe su homehaje> Se oye de nue­
vo el estruendo. Una tropilla de agentes perfeCtámen-
te ataviados de rojo, hombres; jóvenes, muchachos
casi, se acercan, moviendo culos y piernas, y entrepier­
nas. Todos quedan extasiados mirando, junto con el
Gran Secretario, la pequeña comitiva que.se nos acer­
ca con unai inm ensa bandeja o tabla larga entre las
garfas. Pienso, viendo cómo todo el m undo mira para
las abultadas entrepiernas de los jóvenes, que este he­
cho hubiese, bastado, de no haberse tratado de quie­
nes se trata, para, condenarlos a todoSi incluyendo al
Gran Secretario, al aniquilamiento total.. Y tengo que
contenerme para no gritar: ¡Maniaten a esos deprava­
dos criminales! La tropa está ya frente ,a nosotros.

158
Ahora, de su centxo,. sàie uno de los soldados, indis­
cutiblemente. bien alimentado, con el panel o tablero
entre sus garfas. Contoneándose en su ceñido unifor­
me se acerca. Nadie mira. para, la lata que trae sobre el
tablero, sino para, el cuerpo joven que avanza dentro
del uniforme como desbordándose. El mismo Gran
Secretario, lejos de .mirar la lata, examina el cuerpo
del soldado patrio. Su mirada asciende hasta su ros­
tro. Y entonces,, ambas miradas,, soldado patrio y
Gran Secretario, se cruzan en un gesto de complici­
dad. Los ojós del soldado patrio como de bestia que
se sabe codiciada, húmedos y Condescendientes; los
del Gran Secretario, sonrientes y pestañeantes. Final­
mente el soldado también le sonríe, extendiendo sus
gruesos belfos. La cosa me parece interminable. El
soldado sigue firme (mientras todos lo contemplan)
levantando el gran tablero.. El Gran Secretario extien­
de arabas garfas para, tom ar la lata. Al tomarla, las cua­
tro. garfas .(garfas-Secretario, garfes-soldado) se tocan.
Y ahora el Gran Secretario, realizando ese ligero, pero
evidente, toque de garfás, se vuelve y m e mira. Ha.
realizado usted una gran labor, me dice. Y veo en
sus ojos la burla, la.lburla contra mí. Ahora, la m ano
forrada de rojo toma la lata brillante y la lleva solem­
nemente a mi pecho. El silencio es absoluto. Las gar­
fas del; Gran Secretario colocan en mi pecho la lata
brillante, m aniobrando con cierta, dificultad, segura­
mente debido al trapo. Finalmente termina la. opera­
ción, y ahora dice por orden expresa del Reprimerò;
Te he colocado la Gran Medalla Patria Reprimera...

159
Cuando el discurso termina, el Gran. Secretario vuel­
ve a poner ambas garfas sobre mí y me. abraza sim­
bólicamente. N o la encontré, le digo de nuevo, en voz
baja y firme. Termina de abrazarme, con ambas garfas
aún sobre mis. hombros mira satisfecho la. gran meda­
lla que acaba de colocarme. Y en voz alta me dice:
Tengo el infinito honor de comunicarte que, por or­
den expresa del Reprimero, estás invitado com ò
miembro de honor a la Gran Tribuna .Reprimerísima,
donde sim bólicam ente serás otra vez condecorado
por el mismísimo Reprimerísinío, y declarado con­
juntam ente y ante todo el m undo héroe del universo.
El ¡Hurra! es unánime. El soldado sigue firme ante
nosotros, mirando al Gran Secretario y sosteniendo el
tableróí A un gesto del. Gran Secretario termina el hu­
irá, y tom ándom e por un hom bro me hace, salir del
salón. Atravesamos un corredor lleno de trofeos, imá­
genes, estatuillas y estatuas del Reprimero y salimos a
una suélte de balcón, o barbacoa, o tarima que desem­
boca en la ciudad donde todas las alimañas avanzan
y reculan, cargando, subiendo, agachándose y parán­
dose,. clavando y desclavando, quitando y poniendo,
alzando tarimas y desmontándolas, en fin, preparan­
do toda la ciudad para el gran festejo, para^ el gran día
ya tan cercano. Los him nos retumban. Y desde acá
arriba parece como si todas esas alimañas.que trajinan
abajo, realizasen esos movimientos al ritmo cada vez
más estruendoso y agitado: de esos himnos, al son de
ese cacareo. El Gran Secretario, apoyando una de sus
garfas, sobre una columna contempla extasiado el pa-

160
noràma. Miles de alimañas cargando un armatoste gi­
gantesco sobré el cual cabalga la figura, inmensa del
Reprimerò,, entre el sol, la luna y una estrella m onu­
mental. A veces, el pesado armatoste, oscilando pesa­
damente contra el suelo, pierde equilibrio y aplasta a
un centenar o a un millar de alimañas obreras. Estos
destripamientos parecen animan el rostro del Gran Se­
cretario, quien ahora, viendo un nuevo reventamien-
to de los que portan el gran andarivel, hace un gesto
como de. burla y me llama a su lado. Hubiéramos po­
dido haber hecho otra cosa, me dice; haber dejado los
árboles, por ejemplo, haberlos multiplicado, haberlo
sembrado todo, haber hecho florecer los campos, ha­
berles llenado la barriga a todos. Pero, entonces, con
la barriga llena, con ocio y sombras y lugares para pa­
sear, y hasta tiempo libre para entrar en disquisiciones
filosóficas y hasta para aburrirse, y sopesar y compa­
rar, y en fin, detestar y angustiarse, hastíadosi ¿crees
entonces que nós iban a adorar de esta fbrma? ¿Crees
que alguien que sea, que pueda escoger, q u e esté Ubre
en fin, puede aceptar a otro que no sea él mismo?...
Lo. importante, esto bien lo sabe el Reprimerò, es mi­
narlo todo, acabar con todo lo que pueda representar
un equilibrio, un punto de comparación, una estabi­
lidad, un recuerdo, acabar con todo lo que pueda sig­
nificar im centro, una coherencia, un orden y una es­
cala. de valores, y comenzar a creár un nuevo tipo de
equilibrio, fundado precisamente en el desequilibrio,
en la pérdida del centro auténtico. Cuando un hom ­
bre, o. eso que ves allá abajo, sabe que entre el tiem-

161
pp en que lanza uno y otro, escupitajo sólo cuenta
Con la posibilidad de acumular u n poco de saliva para
poder volver a escupir la tierra, no hay por qué te­
merle! Ah,, pero si. le das: una tregua, si dejas que se
realice, si no detienes: á tiempo, .sus disquisiciones, si
le permites el ensayo del pensamiento^ de la crítica,
de alguna forma descubrirá que tú, que le concediste
la gracia de ser, eres su peor enemigo, y contra ti que
le otorgaste el d o n de, la libertad se rebelará, y él to­
mará tal fuerza que .no podrás detenerlo -¿cóm o dete­
nerlo si precisamente al hacerlo irías en contra de tus
principios?-, y te aniquilará; hada quedará de aque­
llos altos principios, los hollará como ün buey O: un
cerdo. Y luego de; unas escandalosas coces a diestra y
siniestra, volverá a sér eso que ves allá, una bestia tor­
pe, una alimaña mansa y pestosá que carga y descar­
ga... Siendo así, y tú sabes que es así, y ahora me vuel­
ve a mirar fijamente^ qu é hacer sino tratar de no: estar
e n el barullo, sino ;fúera, -dom inándolo; qué;hacer
sino tomar, el látigo, rápido, antes de que otro se nos
adelante, y pasemos obligatoriam ente a integrar la
manada...- Seguimos caminando. Yo‘ trato de decirle
que lo comprendo perfectamente, y qüe para nada me
interesa todo eso, que ;mi. problema es otro. Pero el
Gran Secretario, tomándome por iih brazo, sigue pa­
seándose por el inmenso balcón... Sabes que muchos
ya han. olvidado el lenguaje hablado. En. el último es­
crutinio de la lengua, se descubrió que la mayoría no
maneja más que treinta, o veinte palabras durante toda
su vida. Los diálogos oficiales resolverán, el problema.

162
Para nadie será una dificultad conocer o no el idioma,
es más, para la fidelidad al diálogo oficial, es mucho
mejor desconocerlo totalmente, así no habrá equivo­
caciones, interpolaciones, añadidos... Y quien lo
haga, quien intente salirse de k s palabras fuera de
contexto, que se atenga a lais consecuencias de. los que
sólo conocen ésas palabras, que son casi todos... Y en
fin, y ahora se ha detenido en el centro de la galería
abierta, ¿qué hemos hecho sino uh gran bien? Pues
¿qué cósa persigue el hombre, sino la .calma, la paz?;
¿qué otra cosa han buscado inútilmente todos los sa­
bios que tú. ya nò. conocerás, ó quizá sí, no sé, qué
otra cosa han buscado, sino, el cese de esa ciega in-
Certidumbre que para todo hombre inteligente fue la
vida? Nosotros conseguimos: para el m undo lo que
ningún filósofo,,sabio o humanista ha podido hallar.
Hemós Conseguido' la .armonía, el equilibrio univer­
sal. Sí, universal, pues pronto el universo será sólo un,
mismo m urmullo que sube y baja o se apaga dentro
de un tiempo y Un espació reglamentados;, una mis­
ma respiración que asciende o cesa de acuerdo a. un
control y a un plan inexpugnables. Y nadie tendiá por
qué lamentarse, de qué quejarse, no habrá nada que
rechazar u objetar, pues nadie conocerá otra cosa
que ese plan, repitiéndose, repitiéndose... ¿La filosofía,
la esperanza, .la angustia, la libertad? ¿No te suenan
realmente ridículos ya todos esos conceptos? ¿Te- im-
portan realmente?, ¿tomas en serio esa retórica? Pues
si a ti,, que eres uno de los superiores, no te importa,
¿crees, pUes, .qué pUeda importarle, a ésos, a ese hormi-

163
güero qiie carga aquel andamio, y que cuando termi­
ne cargará el siguiente, y luego otro?... ¿Viste el diá­
logo entre un hombre y una mujer?, ¿qué te parece el
proyecto?... Asiento, voy a decir algo sobre mi madre,
que es lo que me interesa, pero él sigue hablando... Se
está confeccionando, me dice en tono íntimo, ün diá­
logo entré hombres solos. ¿Qué. te parece? ¿Crees que
una vez que se oficialice ese diálogo, pueda aún que­
dar otra inquietud entre ellos sin satisfecer? Es más, la
noticia fue para ellos tan insólita que cuando lo su­
pieron trataron de asesinar al agente-informador, pues
pensaron q u e se trataba de un traidor. Fíjate bien, un
diálogo entre hombres solos, ¿qué te parece? Bien,
asiento... Pero hay algo más, sigue el Gran Secretario,
algo mucho más importante, algo que será la culmi­
nación del equilibrio universal. Oye, y esto sí es una
confesión, ya se está calorizando y oficializando el
proyecto según el cual urt miembro de la m ancomu­
nión podrá comerse legalmente a otro miembro si de­
muestra que éste es un enemigo patrio y solicita el
cuerpo para su engullimiento., ¿C ^é te parece? ¿No
será el equilibrio absoluto? ¿Crees que un Estado pue­
da temer algo de sus ciudadanos cuando la mayor in­
quietud de los ciudadanos será velar porque el otro
ciudadano no se lo coma?... Ja ja. Míralos cómo obe­
decen, con qüé ritm o se iiiclinan, se agachan, pujan,
cargan. Están eufóricos. Aunque tú no lo creas, están
contentos. Sí, contentos. Hasta ahora el error de los
que nos habían antecedido en el poder consistía en que
para m antener el poder concedían, daban... El éxito

164
consiste en lo contrario. La cuestión es quitar; quitar
cada día más, más, más, hasta que el hecho de seguir
respirando el aire pestífero y contaminado, viviendo
el riempo sometido, sea algo tan inseguro qué, para
lograrlo precariamente, todos aspiren a la dicha de
traicionarse uno a los. otros, de comerse, uno a .los
unos, y que aun para ello tengan que aguardar sü tur­
no autorizado... Míralos, míralos, és una manada, es
un rebaño de locos, de pobres bestias, de esclavos
ham brientos, ciegos y hediondos, pero tam bién es
una fiesta, también parece una fiesta... Y yo miré ha­
cia ja inmensa m anada que trajinaba sin cesar allá
abajo. Hay tal uniformidad en el ritmo, en los movi­
mientos, pensé,, que, efectivainente, parece un baile.
Y lo es, me dijo entonces el Gran Secretario colocan­
do otra vez su inmensa y roja garfa en mi hom bro, es
el baile más grande y tétrico, más uniforme y perfec­
to, más prolongado, delirante y bien interpretado que
hasta, ahora ha bailado el universo... Volví a mirar
aquel rostro rígido que ahora miraba extasiado parala
manada. .Estaba seguro de que yo no había hablado,
y, sin embargo, me había respondido... Gran Secreta-
rió, dije entonces, por primera vez auténticam ente
respetuoso, la sabiduría, del Reprimerò es infinita...
Por eso quería, a través de usted, solicitar la autoriza­
ción para que me autorizase a hacerle una pregvmtai
Volviendo la espalda a la plaza donde trajinaban las
alimañas, el Gran Secretario habló: La sabiduría del
Reprimerò es grande, dijo. Y agregó: La del Reprime-
rói y la mía. Y al decir esto último elevó aún niás la

165
voz, y aún. de espaldas se quedó rígido. ¿Qué quieres?,
dijo entonces. Gran Secretario, dije, a usted no pue­
do negarle por qué he llegado a héroe de la patria. Us­
ted sabe qué; deseos, que; no he podido aún realizar,
me movieron. Usted sabe, ahora casi le suplicaba, que
lo único que deseo es encontrar a mi madre y matar­
la. Todo cuanto he: hecho no ha sido más que para
eso. Y ahora que he recorrido, eliminando alimañas,
todo el universo sin encontrarla, ¿cómo voy a poder
seguir viviendo, cóm o, para qué voy a continuar,
cómo voy a soportar esta condecoración, esté honor,
estos méritos, si ios mismos no representan para mí
más que una burla, úna derrota? ¿Cómo voy a seguir,
si sé que la bestia que persigo está ahí, en algún sitio,
tramando contra mí, riéndose de mí, metiéndose cada
vez más dentro de mí, hasta ser yo mismo, hasta ter­
minar por desfigurarme completamente y ser yo ella?
Y yo nada puedo hacer más que perseguir y matar a
los que nò sòn ella, hasta que finalmente, para ma­
tarla a ella, tenga que matarme, y ella quedará siem­
pre viva, riéndose, mirando su máscara, este que soy
yó... Gran Secretario, dije suplicando, dígame dónde
está, dónde está mi madre. Y si no lo sabe, concéda­
me la Gran Autorización para :iriterrogar al Reprime­
ro. Él. sí tiene que saberlo... El Gran Secretario, de pie
frente a ;mí, mé contem pló examinándome. Luego,
sin dejar de mirarme, dijo: Si alguien ha tratado de
ayudarte en esta empresa, he sido yo. No lo olvides.
Te com prendo perfectam ente. D urante todo este
tiempo te h e vigilado, te he observado, te he estudia-

166
do personalmente, y te comprendo. Sé que tus inten­
ciones son auténticas pues están basadas en el odio.
Mañana podrás realizar tu deseo... El Gran Secretario
se volvió de nuevo hacia los millones de alimañas que
trajinaban a sus pies. Eres uno de nuestros invitados
de honor, ocuparás, por orden reprimera, un lugar en
la cuarta tribuna heroica. Todo el m undo estará en la
gran explanada. Allí se supone que deba también es­
tar tu madre. Y la verás... Qué gran día, qué gran día,
dijo el Gran Secretario volviéndom e la espalda y
como dirigiéndose al infinito. Así lo vi extender las
manos, como poseído, y avanzar unos instantes ale­
jándose de mí. Luego, regresando y poniéndom e am­
bas garfas sobre los hombros, dijo: Ahora márchate y
prepárate para la ceremonia. Y sin más, me dio la es­
palda, y atravesó el largo corredor, o pasillo, o barba­
coa o tarima grande, o váyase usted al demonio, y en­
tró en el gran salón de los recibimientos.

167
Capítulo XLIX

Aplicaciones genéticas al rendimiento de las distintas espe­


cies zoogenéticas

C O M U N IC A D O N ° 9 4

Com ò coadyuvante a la adyuvante concerniente


ál acápite H , coadyuvante a la adyuvante concernien­
te a la, Gran Concentración, se anexan los siguientes
postacápites y anteepígrafes, que para la grandiosa eje­
cución de la. concentración serán de estricta aplica­
ción.

Apice del acápite. H, con elpostacapite coadyuvante


Del discurso. Cuando la gloriosa figura del Repri­
merísimo aparezca, el universo libre en forma unáni­
me y, por lo tanto, cada miembro de ja mancomu-
nión, deberá .elevarse sobre sí mismo, enarbolando lo
que tenga, gallardete, minigallardete, pancarta,, ban­
derola, etcétera, y empezará a, agitarla hacia arriba a la
vez que abriendo la boca dirá: iHunfal ¡Hurra! ¡Hu­
rta! Terminando con los tres hürras, bajará la cabeza
hasta tocarla punta dé la nariz con el Suelo. Luego, a
la hora, del silbato patrio girará sobre sí mismo verti­
ginosamente hasta pararse en seco sobre su eje, y que-

Í69
dando rígido, en el sitio original, lanzará otra vez los
tres hurras planificados. Esta acción se hará en forma
incesante y exacta, hasta que el Gran Reprimero con
su gran m ano libertaria haga la señal de detención.
Entonces se comenzará a aplaudir con ambas garfas
(todos los andariveles se sostendrán con los dientes) a
un prom edio de tres ¡Dalmadas; por segundo; el re­
tum bo de estas palmadas subirá cada vez. más, hasta
que el Reprimero, a una señal de su m ano libertaria,
ordene su detención. El silencio será entonces abso­
luto hasta que comience la gran consigna patria, que
para este aniversario es: Reprimerò cuando sea, Reprime­
ro p a ' lo que sea^ Reprimero a lo que sea. Terminada la
consigna, llegará, el instante del delirio patrio.. Todo
miembro de la m ancom unión tendrá el derecho de
demostrar en forma desaforada .su adoración hacia el
Reprimero, podrá saltar en un solo pie o en dos,- pa­
rarse de cabeza o en cuatro patas, gritar: ¡viva, viva!,
así como realizar cualquier tipo de ofrenda corporal,
un brazo, un ojo, un pie, un dedo, o el m ismo cora­
zón. Siendo de exigencia que tódas las ofrendas que
el militante apasionado haga sean dirigidas rumbo al
Repriméro, es decir, lanzadas fi-ente a la tribuna ma­
yor. Mas por ningún concepto, ofréndase como se
ofrende, chíllese com o se chille, se podrá salir del cua­
drante estricto donde su bloque numerado estará, ubi­
cado. Terminada Ja ofrenda o adoración que finaliza­
rá cuando el .Reprimerò lo ordene, se tocará el gran
him no de la nación. E inm ediatam ente se gritará:
¡Gloria, al. Reprimero, que ha hecho, gloriosa esta glo-t

170
ria! Y luego los héroes en trance de ser honrados se­
rán llamados, y saldrán, por orden de llamada, de sus
respectivas tribunas rumljo al gran estrado donde los
aguarda el Reprimerísimo para realizar el acto simbó­
lico de la nominación. Mientras tanto, la masa en for­
ma unánime gritará: ¡Hurra! ¡Hurra! ¡Hurra!, y hará
retum bar ambas garfas, agitando con los dientes la
pàncaità, banderola, bandera, gallardete o semigallar-
dete que la sección le haya adjudicado para la Gran
Concentración. Terminada la gran ceremonia de las
condecoraciones, retum barán los cuarenta him nos
premiados en hom enaje ál aniversario reprimerò, y
luego del nuevo m inuto de silencio en honor a los
héroes caídos en la gran limpia patria, se aguardará rí­
gidamente el gran instante. Entonces se escuchará por
todos los altoparlantes ja presentación anunciante de
la Voz Reprimera, que será así: «Ha llegado el insu­
perable y más elevado instante a que pueda llegar el
universo mundial. Todo el mundo mundial, emociona­
do, espera las palabras de nuestro héroe mundial. El
gran primer reprimer, superprimer y reprimer primer
primer reprimer Reprimerò hará uso de su palabra re­
primerísima». Y comenzará el discurso reprimerò.

171
Capítulo L

Acerca de mis películas

La nonoche. Mañana será el gran día. Mañana, se­


gún me dijo el Gran Secretario, podré verla a ella. Po­
dré cogerla entre mis garfas y degollarla. Desde mi
casa de vidrio, donde he podido pasar para reposar
mientras todo el m undo de pie y silencioso ensaya el
m inuto de silencio reprimero, pienso que ella está ahí
en esa m ultitud rígida, y casi no puedo dominarmeí y
de no set por la orientación de no intém im pir bajo
ningún concepto el ensayo del m inuto de silenció
que durará toda, la nonoche, me lanzaría, ahora: mis­
mo, a su captura. Pero espero. .Estoy tirado boca arri­
ba con lós ojos abiertos. Ella está ahí, ella está, cerca,
ella viene. Se planta, ante mí. Abre sus inmensas patas
descomunales.'y orina. El chorro m e empapa,, y corro,
asfixiándome en ese olor á miào. Corro, pero la ye­
gua,. plantándose ante mí, abre otra, vez sus inmensas
patas, y otra vez me lanza el chorro. Miro hacia arri­
ba, y ;he ahí la pelamibrera gigante, siempre sobre mí,
como una araña monstruosa, engullendo, retorcién­
dose. Corro, corro. Y la misma araña, colocándose so­
bre sus puntales, silba, chifla, berrea-, y ágarrandome

173
entre sus patas calientes, desde arriba, me lanza el
puerco derrame sanguinolento de la menstruación fe­
m enina. Abro los ojos, grito, golpeándom e la cara
con las garfas me incorporo. Ahí, después de la ven­
tana, está el cielo. El cielo con todos sus tarecos, es­
trellas, luceros, cometas, y el tareco mayor, la luna; la
horrible luna con su jeta inflada y redonda, matronal
y burlona, de puta baja, de puta sucia, frígida y como
pasmada por tantas patadas. La miro, me miro, su dis­
co horroroso fcája hasta mi cuerpo y m e vuelve .a gol­
pear. Entonces, 'elevándose, suelta otra vez su alarido,
de. falsete sucio, y se instala -allá arriba, sin dejar de
mirarme, esmoreciéndose. Mis pelos se levantan, mis
brazos se levantan, mis garfas' se levantan, mis uñas se
levantan y me arrancan mis pelos que en un segundo
crecieron para levantarse. Allá arriba, él inmenso tare­
co rojiza es ahora una pelambrera gigante que supura.
Y me lanza, cada vez más rojiza, la horrible escoria de
una m erótruación monstmosa. El líquido espantoso
cae sobré mi cara, La sangre y el pus pertífero me, cu­
bren. Me araño, me levanto, corro, pero el ilíquido en
formja descomunal sigue cayéndome. El peludo arte­
facto continúa disparando contra mí. ¡Mamá,, mamá!,
clamo. Y ella me-engulle-, ella me sigue anegando, para­
lizando, me cubre- ya totalmente, m e anula, me tapaj
me transforma en algo blando, tembloroso, deforme,
en otra pelambre <qué supura y clama: ¡Mamá, mamá!,
y supuro desangrándome, babeando, pidiendo, cla­
m ando, ahogándome entre'una viscosa pelambrera. Y
ella, allá aniba, puta y redonda, me lanza otra vez su

174
menstruación infatigable, iluminando mi espanto, ha­
ciéndome ver ya igual que ella. Yo... Ella. Dando un
chillido vuelvo a saltar, tom o la más-garfa y salgo
corriendo. Tengo que matarla, tengo que matarla in­
mediatamente, y aullando, dando saltos me proyecto
hacia el exterior. En ese mismo instante retumban los
himnos anunciadores del gran día, y todos, terminan­
do el ensayo de doce horas del m inuto de silencio,
corren a formar sus bloques. Dom inándom e, entro en
la casa de vidrios, guardo la más-garfa, que de ningún
modo podría llevar a la concentración, y salgo, cada
vez más enfurecido, m m bo a la explanada patria. En
busca de ella, en busca de la cabrona, en busca de mi
última oportunidad de encontrarla y aniquilarla, en
su búsqueda, maldita. Estremeciéndome de furia y te­
rror y corriendo, llego y ocupo mi puesto en la cuar­
ta tribuna heroica.

175
Capítulo LI

Inquietud nádente. Los dos abuelosy elpaseo en barca en el


crepúscub

Del Postdiscurso (postacápite del acápite H,


con elpostacápite coadyuvante)

Después del discurso oficial del Reprimerò, no se


hablará durante treinta días (y sólo en los momentos
de la conversación autorizada) más que del brillante
discurso reprimerísimo, pudiéndose emplear las pala­
bras: glorioso, grande,, único, optiniistay magnánimo. Una
vez terminados estos treinta días de elogio, comenza­
rán a regir los diálogos autorizados, que ya deben ser
de conocimiento y memorización de toda la manco-
m unión. Cualquier otro tipo de diálogo será conside­
rado como actividad conspiratoria vil y traidora y será
condenado con la pena que dimana de la democrático-
capital en su epígrafe concerniente a la traición de lesa
patria y lesa Reprimerò, o susurro.

177
Capítulo LII

El asalto

Al estruendo del gran clan las tropas de la euforia


reprimerà se organizan. C on gestos absolutam ente
planificados se encaminan a la explanada reprimerà^
Cada cual, en sü cuadrangulado, mira fijam ente el
cuello del q u e va delante. Y así sucesivamente, de
m odo que el responsable que vigila sólo perciba un
cuéllo en cada fila- Ahora yan pasando junto a mí,
mormóllando, con los ojos clavados en el cuello de­
lantero, lo que habrán de repetir en voz alta, cuando
cada jefe del cuadrangulado, órientado por el jefe de
Ja pizarra humana,, dé la señal. Un vaho a mierda, ori­
ne y sudor me sube a la nariz cuando las alimañas, en
uniforme tropel, se acercan, rítmicas, encaniinándose
a la explanada. Las observo. Van llegando y se ván co­
locando en el área señalada. Desde todos los parape­
tos y atalayas retumban los himnos de gloria en ho­
menaje al Reprimerísimo, que aún no ha hecho sü lle­
gada. Las primeras bestias de la. primera fila de cada
cuadrangular levantan un trapo que contiene, a través
de signos y figuras, una alabanza descomunal al Re­
primerísimo- Sigüért desfilando- Entre el sudor y el

179
crac crac de los huesos apretujados busco a la cabro­
na. Entre todos esos garfios y cabezas rapadas busco
sus ojos de odio para al fin fulminarla. Pero aún no
ha llegado y sigo escrutándolos uno a uno, lo que no es
muy difícil por la uniformidad de la fila. Es mediodía
en punto y casi todos ocupan ya sus sitios en el área
autorizada. El estruendo de los himnos resbala sobre
el crepitar, la hediondez, el calor y el polvo. A una .se­
ñal de la pizarra humana, los héroes de la patria pa­
samos a. ocupar nuestros lugar¡es en las tribunas he­
roicas. Dado mi grado de heroicidad ocupo la cuarta
tribuna. A mi lado se siénta, uno con cara dé :ratá, qüe
al mirarme emite una süerte de balido ronco. Le pre­
gunto, en voz muy baja, cuáles son sus .méritos. Pero
el cerdo hediondo sigue emitiendo el balido ronco.
Com prendo que ése es precisamente su mérito. Ha
olvidado completamente el idioma. Al otro lado, ten­
go a una mujer, o algo parecido. Su cabeza, absoluta­
m ente rapada, su piel gris y agrietada, sus marios
como de madera, secaj sus ojos sin pestañas ni brillo
y ,sus labios como dos grietas fijas; impiden desentra­
ñar a qué sexo pertenece. Sólo por el m ono sin aber­
tura delantera deduzco que se trata de una mujer. Qué
acto grandioso habrá hecho esa especie de cara petri­
ficada, a cuántos habrá estrangulado, a cuántos habrá
delatado; quizá su heroísm o es m ás edificante, a lo
mejor es úna d e las primeras, en comer carne hum a­
na, o donó sus hijos al gran combinado,, o contrajo
una enfermedad mortal para infestar un objetivo es­
pecífico. .Descubro que en esta cuarta reprimera tri-

180
buna es donde se encuentran realmente los miembros
más heroicos de la patria. La segunda reprimera está
ocupada por viejos y viejas y obreros generalmente
sordos y ciegos a consecuencia de un trabajo m onó­
tono y perenne. En la tercera reprimera tribuna están
los que no van a escuchar al Reprimero sino a servir de
barrera entre él y nosotros.. El grado de fanatismo
de estos cerdos es tal que hasta los mismos agentes de
la Contrasusürración les temen. En cuanto a la pri­
mera reprimera tribuna, la ocupan los cancilleres y vi­
cecancilleres, ultracancUleres y postcancillefes, vice­
ministros y aríteministros. Y, por últim o, en el eleva­
do estrado, el palco tribunal: del Gran Secretario, y
más arriba, la plataforma reprimera. Observo a los iñ-
tegrantes de la primera tribuna, sus inmensas barrigas,
sus belfos rechonchos, sus torpes meneos y volteos en
espera de la gran llegada. Allá la gran delegación de
los expertos en secretos estatales, acullá lös que más
se han destacado en el; manejo del estacazo reventan­
te y én los tres estacazos simbólicos. Esta tropa de pe­
queños burritos rezongantes la integran los hijos de la
patria, es decir, aquellos niños gracias a los Cuales se
pudieron descubrir a sus padres traidores. Hijos pa­
trios que en un m om ento dado oyeron de sus padres
un quejido, y hasta un bochornoso suspiro de fatiga.
Al i^prim erísim o le gusta invitar a las grandes tribu­
nas a éste tipo de héroes. Y, generalmente, en sus dis­
cursos, les dedica algunos m anoteos aclamatorios.
Ahora millones de garfes se elevan hacia la primera
primera tribuna. El Gran Secretario ha hecho su en-

181
trada. Su alta arrugada y larga .figura avanza por entré
las cabezas rapadas qué descienden. El aterrador res­
peto que Im pone esta figura es caslm ayor que el del
mismo Reprimerò. Nunca el Gran Secretario ha ha­
blado públicamente; Pero todo el m undo conoce sü
inmenso poder secreto, su astucia sin límites que le ha
permitido sobrevivir en el cargo sin que el mismo Re­
primerò lo haya podido aniquilar. Y como los límites
de. su poder son desconocidos, esto lo hace aún más
temible. Ahora llega finalmente a su sitio en la pri­
mera primera tribuna. Cuando se incrina (saludando
o despreciando),-séncillamente porque lá elevación de
la tribuna así lo. exige para poder contem plar la masa,
el silencio en la inmensa explanada es absoluto. El
Gran Secretario contempla unos instantes él mar infi­
nito de. cabezas rapadas, a uno de sus gestos todas las
garfas que en su.honor .se alzaban, descienden. Obser­
vo a cada una de esas alimañas fijas que miran comò
entusiasmadas, hechizadas o secretamente enfurecidas
hacia lo alto, donde estamos nosotros. En la pizarra
humanal las cabezas rapadas form an este gran letrero:
GLORIA. REGLÓRÒRIÒSA A TO D O S, LOS HÉROES DE LA PA­
TRIA GLORIOSÍSIMA. El Gran .Secretario mira el letrero
que ya se disuelve para formar otro: C O N EL REPRIME­
RÒ T O D Ó , 5 rN EL REPRIMERÒ. NADA. El Gran Secrétarió
mira otra vez para la inmensa explanada, y sus viejós
labios resecos parecen extenderse en una sonrisa.
CADA. PALABRA, CADÀ GESTO, CADA M O V IM IENTO Q U E
HAGAS DEBE SER PARA C U M PU R.LA S O RÌÈNTACIONES RE-
PRIMERAS. Y ahora, que .las últimas delegaciones han

182
ocupado su sitio, la gran pizarra humana, con todas
sus cabezas rapadas, forma un gigantesco letrero:
¡VIVA EL r e p r im e r ís im o ! El estmendo d e todas las gar­
fas entrechocándose es ensordecedor. Durante más de
una, hora toda la explanada aplaude. Observo, ningu­
na de estas alimañas que aplaude es m i madre; ni si­
quiera entre los que integran la pizarra hum ana está
ella. Entonces dirijo mi lafga-visión hacia el Gran Se­
cretario. Él también me observa con sus catalejos. Veo
sus labios, que parecen haberse extendido un poco
más, y sus ojos hacérme como una: señal. Pero todo
es tan rápido: que nada puedo precisar. Lo vuelvo a
observar, es sólo un viejo reseco y largo, extasiado
ante el inmenso conglprnerado de ratas. Finalmente,
retum ban los prehimnos,. y aparece la figura Repri­
merísima. Ahora todo es un batir de banderolas, pan­
cartas, consignas, paneles, trapos que suben, y se agi­
tan, manipulados por los dientes de la muchedumbre;
tOrbellinó de garfas que se agitan eufóricas. ,E1 hom ­
bre sin lengua que está, a mi lado suelta un largo aulli­
do de adoración. La mujer sigue estática, péro de sus
ojos comienzan a. rodar las lágrimas que. invaden su
cara agrietada. Y ahora las notas del him no reprime­
ro van calmando a la multitud. A un ademán de sus
garfes Ips millones de cabezas rapádas se indinan, en
silencio absoluto, hasta tocar el suelo con. la punta de
la nariz, luego quedan rígidas otorgando el m inutó
de silendo; ahora se indinan otra vez y sólo se oye él
estruendo dé su respiradón nerviosa y el roce de sus
belfos contra el polvo. Sobre la m ultitud agachada si-

183
guen. oscilando las banderas, pancartas, grandes pan­
cartas, banderolas y gallardetes como única cosa ani­
mada. El Reprimerísimo hace avanzar su panza des­
comunal hasta situarse, en la parte más elevada de la
tribuna reprimerísima, con su gran catalejo observa a
la, m ultitud humillada, y su inmenso vientre sigue in­
flándose. M ientras el H im no suena, él sigue pavo­
neándose sobre sus nalgas monumentales, mueve su
cuello: desproporcionado, agita, sus belfos dentro de
su pelambrera, y resopla... Terminado el him no a un
adeinán reprimerísimo, el altoparlante anuncia que ha
arribado el m om ento histórico inm ortd en qué el mis­
mo Reprimerísimo colocará la O rden Reprimerà de
Grandes Héroes con su gloriosa esfinge sobre los hé­
roes más destacados de la gran jomada. Luego vendrá
la ceremonia de los sácrificiós, püés dé hacerla antes,
sé temé, anuncia el altoparlante emocionado, que los
miembros .sacrificados voluntariamente por la masa y
lanzados en hom enaje hacia su tribuna impidan a los
héroes poder llegar a la misma... El primero en arri­
bar a la tribuna reprimerà es un viejo rapado y ceni­
zo. Su heroicidad es realmente gigantesca; consiste en
haberse aprendido de memoria todos los discursos del
Reprimerò iñclüyéndo tam bién los him nos, leyes,
consignas y hasta, los pasajes irónicos o cómicos, en
fin, todas las palabras públicaménté pronunciadas por
el Reprimerò. La temblorosa figura íermina al fin su
ascenso. El Reprimerò levantando una de sus grandes
garfas, le estampa en el pecho la gran medalla. La
emoción del'viejo cenizo es tal que los agentes tienen

184
que bajarlo de là tribuna casi en peso. Ahora sube la
mujer agrietada qüe, tal ComO lo supuse, se contami­
nó todas las enfermedades infecciosas a :fin de poder
confam inar a los enemigos. Dejando una estela de
supuraciones llega à la gran tribuna. El Reprimero, co­
locándose unos grandes trapos protectores en las gar­
fas, le estampa a-distancia el gran distintivo. La mujer
se desploma. La euforia de toda la m uchedum bre es
absoluta. A uná orden rápida del Reprimerísimo, va­
rios agentes recogen aquello que se. deshace en reven-
tamienfos y emanaciones pestilentas y lo retiran. El
àltôpàrlànte continúa con las presentaciones. Ahora,
en representación de todos los gloriosos niños que su­
pieron anteponer el amor patrio a todo tipo de amor,
subirán los tres niños modelos qüe, en nombre de to­
dos los demás, serán condecorados. Y los tres burritos
arriban marcialmente a la gran tribuna y se colocan ya
ffente a .la inmensa figura, peluda que comienza a co­
locarles las medallas. Lós' rostros dé esOS tres cerdos
jóvenes parecen supervisar a todos los rostros de la ex­
planada, de las tribunas y hasta a la mismísima jeta re­
primerà. No hay en estás bestias péquéñas nada arti­
ficioso o falso, todos sus actos son solem nem ente
conscientes, monstruosamente auténticos. Pertenecen
a este inundo, nada tienen que ver con el pasado. Y
hasta el mismo Reprimero es para ellos un producto
del otro m undo que no vacilarían en aniquilar, si fue­
se necesario, para conservar, precisamente, el m undo
reprimero. La misma insolencia d e sü andar, ahora
que descienden, parece anunciar: Nosotros, lospequeños

185
céfdos, s í que estamos por encima de todos ustedes. Cuida­
do, porque nosotros sí somos el hombre nuevo... Y se alza
la fanfarria anunciando al próximo condecorado, e,
inmediatamente, todas las banderas, pancartas, ban­
derolas, o váyase usted al carajo, flamean en .mi. ho­
nor. Com ienzo a ascender rum bo a la reprimerísima
tribuna. C om o la trayectoria desdé .mi cuarta prime­
ra tribuna .hasta la plataforma reprimera.es larga, apro­
vecho ese trayecto para observar a las bestias apiñadas,
buscando a mi madre.. El vaho a mierda y a sudor es
ahora más intenso pjor encontram os ya. en mitad de
la ceremonia. Respirando ese vaho pienso que otra
vez he sido estafado. Y ahora que ya casi llego a la tri­
buna, el estruendo de los him nos me parece una bur­
la, y mi furia, mis deseos de patear, apenas; si puedo
controlarlos. Así sigo avanzando hasta que. .tropiezo
con, la alta y encorvada figura del Gran Secretario,
quien con un siniestro ademán me señala la platafor­
ma. reprim era. .Miro con odio la desgarrada figura
como de pájaro maltrecho del Gran Secretario e in­
tento decirle que me h a engañado. Pero .ahora Los
himnos, retumban, aún más alto y el Gran Secretario,
impasible, me muestra la escalerilla que conduce á la
cúspide. Mientras, asciendo lanzo una últim a mirada
escrutadora sobre la muchedumbre. Mi mirada, final
de asco sobre esos millones, de honuigas que se achi­
charran y se inclinan, baten garfas, y vuelven a incli­
narse sin ningún tipo de consuelo. Ahora los himnos
dejan de retumbar, anunciando que debe continuar la
ceremonia. Enfurecido, en. m edio de. la claridad.

186
mientras la pizarra humana cambia vertiginosamente
sus consignas, GLORIA AL REPRIMERÒ por ¡v iv a e l r e ­
p r i m e r ò !, llego a la plataforma reprimera, tan elevada
e inmensa como una meseta desde donde se domina
el infinito m eneo de todas las .alimañas. Allí, en la
parte delantera de la pjaiaforma está él, la ventruda,
peluda, gigantesca figura, de espaldas a mí, como una
tortuga erguida en su carapadio, extasiado ante su
mar de esclavos. El tinjtineo de un tambor, lata, ata­
bal, Q váyase usted al carajo, le anuncia la llegada de
otro homenajeado., Entonces, cesando el odioso repi­
queteo, el culo gigantesco gira, el vientre prominente
se dirige hacia mí, enfrentándome todo su fofo anda­
miaje, sosteniendo entre sus garfas la lata centellean­
te que ha de incrustarme. Sé que la inmensa solem­
nidad del m om ento exige que baje los párpados y
bese siis patas-garfas. Pero de pie, erguido y furioso,
alzo la vista hasta su jeta. Y entonces la veo, la veo, la
veo a ella. Es ella, ese rostro que está ante mí es el
odiadn y españíoso rostro de mi madre. Y ése es tam­
bién el rostro del Reprimerísimo. Los dos son úna
misma persona. Gon razón me había sido tan difícil
encQhtrajla. Mi sorpresa, m i furiosa alegría es tal que
demoro unos segundos en recuperarme. La inmensa
figura se queda rígida, en el cenlro de la gran plata­
forma, Los dos pérmanecémos un instante, mirándo­
nos,, sórprendidos, furiosos. De m odo que ésta es la
causa por la que no te encontraba, digo, y comienzo
a acercarme, Élla, envuelta en todos sus envoltorios,
retrocede. Abajo retum ban los aplausos. La pizarra

187
hüm áná máfca: EL REPRIM ERÍSIM O ES IN FIN ITO . Los al­
toparlantes anuncian: «Ahora el gran Reprihiero sé
dispone a condécorár al héroe máximo dé ,lá Legión
Antidepravante-Expurgante...». Me sigo acercando,
ella corre pesadamente hacia el otro extremo de la ex­
planada. Desde allí parece hacerle señales ahogadas al
Gran Secretario y a lá segunda tribuna. Pero yo me
acerco un poco más. Y mientras avanzo hacia ella, mi
miembro por primera vez comienza a eigúirse súbita­
mente. Se levanta de tal modo que rasga la tela de m i
m ono oficial,, y oscilando libre y furioso, apunta ha­
cia mi madre. Ella retrocede aterrada e n medio de u n
horrible repiqueteo de latas y de himnos. Recuperán­
dose, toma, con monumentales garfas, una de sus es­
padas o maza o cetro, o tricetros o bastones, o váya­
se usted a la mierda, y me lo lanza furiosa. Yo recojo
en el aire la manopla metálica y la tiro contra la m u­
chedum bre que permanece extasiada, creyendo tal
vez que se trata de una nueva ceremonia oficial. Coñ
el miembro cadá vez más erguido sigo acercándome.
Ella Saca entonces una enorm e rueda dentada que
hace oscilar vertiginosamente, disparándola contra mi
cuerpo. Me esquivo, y la rueda va a caér Sobre la in­
mensa m uchedum bre impávida o petrificada dego­
llando a u n centenar de ratas que caen sobre su rec­
tángulo. Me acerco más, ella saca ahora Una pesada e
inmensa esfera, qué cual un disco me lanza furiosa.
La bola gigantesca cae, con ruido de hecatombe, en
la tribuna de los cancilleres y vicecancilleres, elimi­
nándolos. Mientras de todas las galerías se sigue ob­

188
servando la, lucha, mi pinga oscila y crece, cada vez
más. enfurecida. Ya alcanza a la gran yegua, y al cho­
car contra sus latas, aún más excitada, le tum ba el en­
voltorio protector. Toda una andanada de medallas,
metales tintineantes, fajines y sobrefajines, escudos y
condecoraciones cae junto con el primer envoltorio.
Ella, Completamente enfúrecida, extrae una inmensa
cuerda hecha Como de serpientes puntiagudas y plo­
mizas que, haciendo girar por toda, la plataforma, me
lanza furiosa, dérm m bando a los niños-héroes y al
resto de la caterva que le precedía. Yo, absolutamente
erotizado, con las piernas desmesuradamente abiertas,
rojo de furia como el mismo- falo, la apunto y la em­
bisto. Sü segundo envoltorio cae rechinando sobre la
estática muchedumbre. Ella me lanza una lluvia de
clavos gigantes, que ensartan a los héroes de la terce­
ra tribuna. Mi furia es tal (uno de los clavos me pasó
rozando) que la vuelvo a embestir, ahora con el falo
más inflamado. Y su tercer envoltorio protector cae
sobre la muchedumbre estática. Argollada, tratando
de eliminarme, abre Una válvula dentro de su propia
vestidura, y por ella se escapa un fuerte vapor can­
dente que con inmenso ruido de desembrague elimina
a todosvlOs-héroes de la cuarta y quinta tribuna. Ma­
niobrando detrás de sus monumentales nalgas, doy
un salto, caigo de frente y la vuelvo a atacar. De un
golpe mi pinga derriba su cuarto envoltorio. Y al fin
puedo ver su cabeza, desprovista del casquete repri­
merò, su odiosa y cenicienta cabeza de vieja ladina,
su gris pelambrera revuelta de chiva vieja flotando en-

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tre el sudor y la ftiria. Veo también su boca, su horri­
ble boca que incluso llegó a pronunciar mi nombre.
Y mirando esa m ueca de vieja .hipócrita, esos ojos, que
aún tiguen. observándome con aire de superioridad,
mi. fiiria y mi erección se hacen cada vez más apre­
miantes y apuntándola con m i falo vuelvo al ataque.
Su quinto y sexto envoltorios caen, mientras ella gira
y corre acosada, lanzando garfios y metales, pedazos
de madera y dentelladas. La arremeto de nuevo, y su
últim o envoltorio protector rueda, hacia la m uche­
dumbre. Y ahora la veo, está ahí, con sus millones de
mandias y arrugas; la inmensa vaca encuera, con sus
enorniés nalgas y tetas descomunales, con su figura de
s.áp.o deforme, con su pelo cenizo y su hueco hedion­
do. ,E1 miembro erecto, cón las manos e n la cintura,
me quedo de pié, mirándola. M i odio y m i asco y mi
escozor son ahora innombrables. Entonces, la gran
vaca, desnuda y deforme, blanca y hedionda, se, juega
su última carta de perra: astuta y, cruzando por sobre
siis inmensás tetas sus garfas: desgarradas, me mira llo­
rando y dice: hijo. Es esto lo últim o que puedo escu­
char. Todo el escaniio, la vejación, el miedo, lajEnstra-
ción, el chantaje y la burla, y la. condena que contiene
esa palabra llega hasta mí abofeteándome, humillán­
dome. Mi e te td ó n se vuelve descomunal, y avanzo
con m'i falo proyectándose hacia su, objetivo, hacia el
huecó hediondo, y la clavo. Ella al ser traspasada emi­
te un alarido prólongado y re derrum ba al mismo
tiempo que yo siento él triunfo, el goce furioso. ;de
desparramarme en su. interior. Ella, soltando un aiilli-

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do, estalla lanzando tornillos, arandelas, latas, gasoli­
na, semen, mierda y chorros de aceite. Entonces, en
el mismo instante de mi desparramamiento y su au­
llido final, un insólito estruendo recorre toda la ex­
planada. Es un susurro descomunal, emitido por la
muchedumbre que comienza a destruirlo todo asesinan­
do a cuanto agente puede capturar. Así, de pronto,
toda aquella masa que permaneció impávida empieza
a lanzar garfiazos, abaten ya las tribunas, las atalayas
y los parapetos, con las mismas astas de las banderas
se abren paso, derrum bando polifamiliares, nopar-
ques, altavoces y celdas ambulantes. El derrumbe es
tal que hasta el mismo susurro que cada vez asciende
más se mezcla con el estruendo de las cosas que caen,
de los huesos que crujen, de las barbacanas y pancar­
tas, esfinges y rejas que restallan y se hacen añicos...
Mientras la inmensa y enfurecida muchedumbre sigue
avanzando, persiguiendo y derrum bando al son de su
enfurecido susurro, guardo la masa muerta de mi falo
(al fin lívido y fatigado) dentro del mono. Y cansado,
abriéndome paso en medio del estruendo sin que na­
die se percate de mí (tan entusiasmados están ellos en
gritar: ¡A lfin acabamos con el asesino reprimerò, a lfin la
bestia cqyól), puedo llegar hasta el extremo de la ciu­
dad. Camino hasta la arena. Y me tiendo.

La Habana, 1974-N ueva York, 1988

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