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ElBarcodelosEsqueletos - 33 Libro PDF

Este documento presenta un resumen de tres oraciones del libro "El barco de los esqueletos". Describe la historia de un barco llamado Marlborough que zarpó de Inglaterra en 1860 rumbo a Nueva Zelanda pero nunca llegó a su destino. Se cree que naufragó en el estrecho de Magallanes y que su tripulación murió, dejando el barco a la deriva tripulado sólo por sus esqueletos. El autor reflexiona sobre las posibles rutas que pudo haber tomado el barco fantasma y las diferentes version

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ElBarcodelosEsqueletos - 33 Libro PDF

Este documento presenta un resumen de tres oraciones del libro "El barco de los esqueletos". Describe la historia de un barco llamado Marlborough que zarpó de Inglaterra en 1860 rumbo a Nueva Zelanda pero nunca llegó a su destino. Se cree que naufragó en el estrecho de Magallanes y que su tripulación murió, dejando el barco a la deriva tripulado sólo por sus esqueletos. El autor reflexiona sobre las posibles rutas que pudo haber tomado el barco fantasma y las diferentes version

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El barco de los esqueletos

Óscar Barrientos Bradasic


DÓscar 8arrieritos Bradasic, aoi*
D Pehuón Editor»i, 201*

Brown Norte *17, fo n o * Santiago


Fono: >56-12795 7l J»
editonaKppehoen d
www.pebu€n el

lnscr*>dón No 239-576
ISBN 976>9sfi-i6-os9J -6
Primera edición, mayo 201*, 2 000 ejemplares

Dirección de colección Leonardo Sanhuera

Edición: Ana Mafia Moraga

Diserto de colección- Tite Calvo & Andrea Cáete


cootactoCatitecaUoci

Dugramacióiv Catalina Zúrtlga

Derechos reservados para todo» los países.


Ninguna parte de este libro puede ser reproducid* transmitida o
almacenada, sea por procedinaentos mecánicos. ópticos, químico*
eléctricos, electrónico* fotografíeos, mdwdas las fotocopias, sm
autorización escrita de los editores.
años sin tomar tierra que hizo el M arlborough con
un esqueleto amarrado al limón*. Pero fue el poeta
Chrlstlan Form nso quien me refirió por primera vez
esta historia, hace ya m uchos años, y después él
m ism o le dedicó un desgarrador poema al M arlbo-
rough en su libro El cementerio m ás herm oso de
Chile.
Ahora continúo cam inando por la costanera y el
estrecho parece una taza do té. Hoy se aprecia tan
benigno que da la im presión de estar posando para E l Invierno en Punía Arenas se parece a un gi­
una postal- DIHcil saber tas historias y vidas que se gantesco cetáceo que reposa sobre la marea. F s mi
llevó consigo la más temible de las espadas que go ­ ciudad Nací y crecí en ella, varias veces he viajado
biernan los vendavales. por otras latitudes, pero siempre vuelvo a mi lugar,
Sólo me queda recordar al capitán Herd y su c orno consolidando un ritual pretérito y siempre re­
desventurada tripulación con estas lineas también velador. A veces me doy cuenta de que contemplar­
condenadas al olvido. «Ahora quiero acordarm e del la es también un poc o inventarla.
porvenir*, dice (Jorges, Pero no. todo se In llevará et Pasear por aquí una tarde Invernal es com o pro­
tiempo, todo se convertirá en ceniza com o la bitá­ bar una pastilla de menta demasiado fresca, es un
cora de ese barco, frió que llega a calar los dientes, una me/* la en­
Llegó la hora de decirte adiós. Marlbnrough. tre placer y dolor, muy propia de la cercanía con
A m bos peregrinarnos al olvido y lo sabemos. Me los hielos del fin del mundo. El viento sopla ahora
costará no recordarte luego de este viaje, pero las sobre mi rostro imprimiendo esa bofetada gélida e
cartas están echadas y sólo el m ar completará la impregnada de sal que trae la rudeza de ios mares
empresa por la que un día zarpamos. australes y algo de la noche antártica.
Estoy en el Muelle Verde, un muelle fundacio­
nal en esta ciudad, que antes era también conocido
com o el Muelle de Pasajeros v que hoy es un afie-

Ó2
7
|o conjunto de tablas co rro íd a s p o r lo s elem entos,
d on d e re p osan flem áticas las gaviotas. Se cuenta
q ue en 1908 el c ó n s u l de Francia luán B lan cha rd
desp id ió aquí al navio P o u rq u o / P o s ?. que e m p re n ­
día s u segu nda travesía al continente antartico.
A h o ra pre se nta un a sp e cto ru in oso, p e ro la e v o ­
c a c ió n de lo s b a rc o s que p a sa ro n p o r él m e hace
vo lve r a s u s pies.
A un lado del Muelle Verde han instalado
un casino de Juegos, cuyas irritantes ventanas L a historia del M arlbo ro u gh deslum bra por su
crom adas quiebran la armonía del dibujo portuario. extravagancia y por su estampa lúgubre, fatídica y
M á s allá veo el Muelle Arturo Prat. donde zarpan conm ovedora, la m p o c o podem os ignorar que e xis­
y fondean barcos que van y vienen entre las ten zo n as m uy arduas de sostener, que tiñen el re­
m ás impensadas latitudes dei globo, mientras lato, convirtiendo toda esta seguidilla de su c e so s en
num erosos hom bres solicitan las am arras en todas una gran sinfonía de temor y aventura. Por e|empk>,
las lenguas y dialectos de Babel, hom bres de mar de una barca llamada The D unedln que zarpó desde
hoy y siempre, que en su s cuerpos llevan m areas y el puerto de Oamaru. siguiendo la misma ruta del
singladuras interminables. M arlborough, desapareció sin dejar rastro.
N o soy el único que ha claudicado ante el so r­
E n tanto, el estrecho de Magallanes empieza a tílego d ecurso de esta historia. El M arlbo ro u gh fue
m ostrar unas olas picadas y un tono azul oscuro reseñado por O svaldo W egmann H ansen y también
que delatan un repentino cambio de humor, t i vien­ por el Investigador Oreste Plath en su libro de le­
to. como un cuchillo. Ingresa en el mar removiendo yendas del extremo austral. D e igual forma, el autor
su enorme vientre de espuma y silencio. estadounidense Robert Ripley m enciona este caso
«Éste es el paso que une los dos océanos más en el m arco de su colección Believr ít o r not y A r­
grandes del planeta», me digo, repitiendo una lec­ turo Pérez-Reverte en su trabajo sobre b arcos fan­
ción aprendida de memoria. Recuerdo que en la tasm as m enciona el su ce so «del viaje de veintitrés

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cuente es m enos aterradora. U n b arco ballenero niflez leía con devoción las novelas de aventuras
norteamericano naufragó en el archipiélago de las de Emilio Salgar!. Grande fue mi sorpresa cuando
Shetland del Sur. El objeto de la travesía antártica descubrí que uno de los epicentros favoritos en
de esos viajeros era alcanzar una base ballenera ubi­ su s historias navieras era el estrecho que quedaba
cada en dicho sector. Según el testim onio de estos a dos cuadras de mí casa. Asociaba ese mar a una
náufragos el M ariborough habría fracasado en su fuente inagotable de historias, mientras mí profe­
intento de doblar el cabo de H o rn os y u n a tempes­ sora decía* «Quienes vivim os aquí tenem os una vi­
tad arrolladora lo habria enviado hacia regiones tan sión de «los mares que confluyen, representamos la
meridionales que el navio terminó incrustándose en transición de un antiguo viaje».
el hielo, por lo que la tripulación pereció de hambre
y frío. Posteriormente, el Iceberg habría cedido, libe­ A h o r a la tarde está despejada. Propicia el santo
rando el barro, que luego siguió vagando hasta ser oficio de la evocación.
encontrado por el Johnson. Pienso en las fotografías del puerto líbre que
¿ 0 fue exactamente al re v é s? ¿Ya había muerto la hay en algunas casas, donde puede verse desde el
tripulación cuando descendió a los h ie lo s? Siempre cerro de La C ruz un horizonte tapizado de barcos.
será poco verosímil explicar las rutas que toma un Tiem pos de bonanza y prosperidad, la época en que
barco tripulado por esqueletos. ¿D ó n d e va un navio aún no se abria el canal de Panama.
marcado por la desgracia que navegaba e n todas di­ Pienso también en las incontables travesías que
recciones sin otro gobierno que las m anos de un e s ­ presenció este mar de colores intensos y en cuyas
queleto y el capricho de los vientos australe s? profundidades yace una verdadera fosa com ún de
barcos Entonces la figura del naufragio se torna
R e cu e rd o lo que dice Alejandro Silva en El Ulti­ curiosamente cotidiana m ientras el viento heladu
m o grumete de to Baqueóano: «¡1 o s hom bres som os hace flamear mi abrigo. E sto s mares fríos, el
com o los témpanos, la vida n os da vueltas a veces y estrecho de Magallanes, el cabo de Hornos, el paso
cambiamos!». de Drake. todos escenarios propensos a la epopeya
naviera pero también a la tragedia en m anos de un
m undo que se triza.

9
60
Estoy viendo a Hernando de Magallanes que In­
accedpr a su testimonio en el mes de septiembre de
gresa con su s naos robustas, goteando humedad por
1915 en el periódico Fvenlng Post de Wellfngton. No
su s Jarcias, al que llamó estrecho de Todos los Santos,
obstante, es el mismo Burley quien desdibuja y con­
en 1520. Luego pasa por mi mente y por estas aguas
funde aún más su historia, ya que hada 1940 el dia­
un soberbio Francis Drake. corsario a las órdenes de
rio de Queonsland 7he Cairnst Post transcribe una
Su Majestad Británica, cruzando en tan sólo dieciséis
minuciosa relación de los acontecimientos, basada
días este recodo de la geografía que prácticamente le
justamente en la bitácora del capitán Burley, quien
pertenecía al mito, lambién avizoro a Sarmiento de
allí señala que el barco que avistó naufragado no era
Gamboa, que ahora es un personaje c onradiano, des­
el Marlborough de Glasgow, sino un homónimo de
dichado y condenado al fracaso, pero siempre épico.
Londres, y que el hallazgo de los esqueletos ocurrió
E s inagotable la proeza de los barcos que surcaron
durante su juventud, en el naufragio del Córdova, el
este estrecho. Su s naufragios, travesías y hazañas son
cual zarpó mucho anles del barco neozelandés, alre­
parte de mi oR d o de convocar rostros del pasado.
dedor de 1888.
Pero ahora, detrás de todos esos navios, veo un
I a informe del R M S Rimutaka, por su parte, dio
barco fantasma que Ingresa al estrecho rom o a la rada
fe <le que el Marlborough, en una fecha incierta, se
de mis recuerdos. En octubre de 1915 fue divisado en
hallaba navegando el océano meridional cerca de la
estas aguas australes un airoso velero de tres palos, isla Chatham, od portas de ingresar al cabo de Hor­
en cuya proa podía leerse el nombre Marlborough.
nos. Dice haber visto al capitán Herd al mando del
1 levaba velas andrajosas que se azotaban espectrales timón muy animoso y en buenas condiciones físicas.
y arrastraba la lastimada silueta de lo Irremediable. En También reportó que había una buena cantidad de
ese momento nadie habría imaginado que ese inusual itebergs.
navio llevaba veintitrés artos a la deriva, {Tuzando Al cabo do algunos meses de ese Informe el Marl-
vaya uno a saber qué parajes, sin que nadie tuviera liorough fue reportado en Lloyd’s como extraviado.
noticias de él, como si navegara los circuios del In­ De ahi que suele aceptarse con mayor funda­
fierno mento la tesis de que el Marlborough habría tenido
Habla zarpado desde el puerto de Lyttelton, N ue­ el propósito original de doblar el cabo de Hornos.
va Zelanda, el II de enero de 1890. El rumbo que si­ Sin embargo, hay otra versión que no por lufre-

to S9
te original los informes c ablegráflcos enviados desde guió tras quizás qué* brújulas, navegando durante
Nueva Zelanda y reseñados en Evening Standard. casi un cuarto de siglo, sin dar la menor sedal de
Posteriormente, la historia se publicó en G las­ su paradero, es parte de una historia que me cala
gow. al año siguiente del suceso, según sostiene Sir profundamente y es posible que el plano de realidad
Henry Brelt en U'bife Wings: tmmfgrant Ships to haya viajado, sin otro equipaje que la duda, a las car­
New ZealandI, 1840-1902. F.l propio Brett escribirla tografías de la Imaginación.
con precisión la historia en una crónica publicada en La historia del Marlborough se cruza sospecho­
el diario La Estrella de Auckland en 192'$. sam ente con la leyenda, y es bueno que así sea.
Y después el relato se diseminó como una hoja L o que si sabemos, a ciencia cierta, es que su
movida por el viento. tripulación estaba compuesta íntegramente por e s­
queletos.
Curiosam ente, el hijo del capitán Herd. en su es­
fuerzo por indagar acerca de la desventurada suerte
de su padre, sók> agregó nuevas confusiones cuando
intentó conformar una versión más o menos definiti­
va, basándose en las fuentes publicadas en Slngapur,
que eran probablemente las más débiles.
Parte de esa historia fue desacreditada por Basll
l uhbok en su libro The last of the \Klndfammers.
F.l capitán Burley de Seattle asegura haber visto,
el mismo año de la crónica del desdichado barco, en
la zona cercana a la isla de los Estados, un velero
naufragado de nombre Marlborough y tripulación de
esqueletos y restos de conchas de mariscos por do­
quier. lo que sugiere que los navegantes sucumbie­
ron a la hambruna. Pese a que el capitán asegura ha­
ber dado aviso de este acontecimiento, solo se pudo

S8 II
ron tres esqueletos en la escotilla. En los comedores
estaban los restos de die2 cuerpos, y otros seis fueron
encontrados, uno solo, posiblemente el capitán, en el
puente. Había un quietud extraña alrededor, y un olor
húmedo a moho que ponía la carne de gaHIna Unos
pocos restos de libros fueron descubiertos en el ca­
marote dd capitán, y un máchele oxidado Nada más
extraño en la historia del mar se ha visto antes. El pri­
mer oficial examinó las ya débiles inscripciones en la
proa y, después de mucho leer, descifró: «Marlborough,
Glasgow*.
P u erto del Hambre.
Bahía Inútil.
Isla Amargos. ¿ Q u é superstición lacerante cundió en estos
Paso Tortuoso. m alin o s? Ya no podemos saberlo. El hecho es que
Cltlma Esperanza. abandonaron el Marlborough de Inmediato y obser­
Bahía Decepción, varon desde la borda del Johnson cóm o el barco se ­
isla Desolación. guía su cadencioso navegar, siempre bajo el timón
Bahía de la Separación de los Amigos. del capitán Herd. Era la recurrencia del olvido, la
M a r de Hoces. persistencia de la memoria quien se internaba en las
Piedra del Finado |uan. aguas frías del Austro una vez más.
Isla de los Muertos.
Paso del Abismo. U n viento de suroeste comenzó a soplar con furia
Rio Penitente. creciente, llevándose de nuevo el navio a quizás dón­
Estancia Gringos Duros. de. Luego se enteraron, a través del registro naviero,
Pozos de la Reina. de que aquel fúnebre clíper habla zarpado, hacía más
Isla Escarpada. de dos décadas, de Nueva Zelanda para cruzar el cabo
Rio Calavera. de Hornos. La historia apareció com o noticia en el
diario The S/rrrffs Times de Slngapur. siendo la fucn-

12 57
de distancia del agua se encontraba un navio, con S i uno hojea el libro Naufragios ocurridos en lo
la hebra desnuda de su lienzo ondeando en la brisa
costa de ChHe, de Francisco Vidal C.ormaz. accede a
Hicimos se fíales de humo. No obtuvimos respuesta
un enorme poema sobre la derrota ilel hombre ante el
alguna Buscamos a ios extTafios ron nuestros
oc éano. una épica acerca del vano intento de domar
catalejos. No vimos ni ima sola alma: ni un solo
el espíritu de la tempestad. Mares del fin del mundo,
movimiento de algún tipo Mástiles y vergas fueron
reí onocidas en verde: el verde de la descomposición, divinas comedias, paraísos perdidos, orestiadas don­
ti navio se poslciona como en un andamio. M e recordó de hasta el diablo perdió la escota.
a The Fraren Piróte. una novela que leí hace tiempo. En los mapas de la geografía austral uno se topa
Evoca a la memoria al navio de la novela, con su mástil inevitablemente con topónimos que hablan de lina
de lineas aerodinámicas y su diserto de seis pequertos naturaleza catastrófica y anuncian los elementos del
cartones trazados con nieve. naufragio y el paso de la muerte: el fracaso de toda
empresa humana que intente doblegar los elementos.
U n olor a descomposición golpea a los marinos Paradójicamente, muchos de los barcos que
del lohnson. Aparecen otros tres esqueletos en el surcaron estos parajes borrascosos y cambiantes
puente de mando, seres desdichados que aún espe­ parecían albergar la heráldica de lo fundacional, la
ran en sus puestos. Luego. ba)o cubierta, los explora­ promesa de un epopeya. La flota de Hernando de M a ­
dores de la muerte encuentran al resto de los tripu­ gallanes estaba compuesta por las naos Trinidad, San
lantes, todos esqueletos con las cuencas de los ojos Antonio, Concepción. Victoria y Santiago. Con trági­
fi)as en la nada. AJ parecer, la muerte los sorprendió ca Ironía, el barco de Pedro Sarmiento de Gamboa se
a la hora de comer, ya que están sentados con platos, llamaba Nuestra Señora de la Esperanza
en su s respectivas sillas como si aún estuvieran en
la sobremesa. Por ello no se ha descartado nunca la E l mar es una hoja en blanco y el barco es el es­
Idea de un posible envenenamiento. píritu de la psciitura. El océano, com o esa fuente cre­
La crónica de los descubridores dice lo siguiente: pitante y salada que al final es el olvido, se termina
tragando la madera, el metal, la pluma que pretende
Pisando con cautela la cubierta podrida, con grietas y escribir en su lomo una rapsodia. Q uizás todo se trata
partiduras en los lugares donde caminaban, enconira- del Incesante ejercicio del olvido.

Sb
L o s nombres de los barcos no son accidentes. lia?» el lu in oso clíper conm ina navegando en su
Son presagios, son secretos arrebatados a la muerte, enorme siesta de silencio y desolación.
la finitud de los destinos y su persistente parodia. Los tripulantes del lohnson disponen unas chalu­
H vocablo «Marlborough» remite a un titulo de pas para proceder a abordar el navio.
nobleza en Inglaterra, específicamente al ducado de Los pasos de los invasores crujen sobre las ta­
Wlltshire. El primer duque que ostentó tal dignidad se blas podridas de la cubierta. Contemplan el velamen
destacó en la Guerra de Sucesión Española y respon­ hecho jirones y la arboladura absolutamente desven­
día al nombre de John Churchill. Algunos creen que cijada. Cuando ingresan al puente, ven que un e s­
aquella canción popular que dice «Mambrú se fue a queleto abraza el timón como aferrado a una verdad
la guerra» está ligada a una deformación fonética de imperativa y distante.
la voz original: Marlborough, Mambrú. Pero también Al lado se encuentra el diario del capitán y al solo
Marlborough es una región de Nueva Zelanda que li­ contacto con la mano ajena se deshace en pedazos
mita por el oeste con el Pacífico y con la zona de Kal- que se lleva el viento.
kura por el sur. Un amigo que vive allá me cuenta que La osamenta del capitán Herd no se despega de
se trata de una región montañosa que, luego fie se ­ su mando perdido hace quizás cuántos atas. Vientos
guir el derrotero de los valles, llega a abrazar la gran de la muerte soplan aún sobre el vaivén del Marlbo-
bocana oceánica, l a s fotos que me envía por correo rough.
electrónico muestran ferríps que navegan uniendo La bitácora del Johnson describe el hallazgo asi:
las caprichosas aristas de la isla y hombres en fcnyak
que reman en aguas color verde botella. Marlborough Estábamos cerca de la rocosa caleta cerca de Punta
Arenas, manteniéndonos cerca de la superficie para
es famosa por su s vinos y por ser el primer lugar que
refugiarnos. Las calas son profundas y silenciosas,
visitaron los maoríes hace casi novecientos años.
navegar se liare difícil y peligroso. Fue una extrafta
M I amigo me dice que pronto me enviará una
y salvaje tarde, con ei rojo lucero del sol poniéndose
hntella de sauvignon blanr de aquellos célebres
en el horizonte. La quietud era asombrosa. A nuestra
viñedos. Sería bueno que la envíe pronto. Esperaré el derecha habia una resplandeciente luz verde en los
envío con un tirabuzón en la mano. picos de las rocas. Dim os la vuelta a un punió de un
Pero, mientras tanto, me embriago con otra idea. profundo acantilado. Ante nosotros, a una milla o inas

M 55
¿ Q u ié n puede afirmar con certeza que un nombre
no esté condenado a un sino trágico desde su naci­
miento? Quizás ese nombre contiene en su corazón (a
ta manera de una bellola) una sentencia a muerte, una
advertencia de la catástrofe. Martí afirma que toda la
gloría del mundo cabe en un grano de maíz. Quizás todo
el Infortunio cabe en el nombre un barco. El malogrado
Mar/borough, que acalló sus días sin otra tripulación
que esqueletos, no fue la única nave con ese nombre
E s primavera de 1913 y el lohnson, un bajel que que se involucró en empresas insólitas y destinos en­
ostenta en su s m ástiles el pabellón de Gran Breta­ revesados.
ña. se propone atravesar la rula del cabo de Hor­ Hay varios barcos que ostentaron el nombre de
nos Se encuentra a la cuadra de Punta Arenas y el Marlborough, entre ellos:
día parece anunciarse normal, aunque ro n algunas Un navio británico que terminó desguazado en 1835.
brisas que aumentan de intensidad. El estrecho es Un navio construido en 1706 que durante la Guerra
una alfombra azul y añil. de los Siete Artos tomó posesión de la Habana Naufra­
De pronto, con una nitidez incisiva, los tripulan­ gó trágicamente en 1762.
tes observan abrirse paso entre las frías aguas a u s­ Un barco de hélices, que luego se rebautizó como
trales un clíper de tres palos. El añoso maderamen Vem on II. Naufragó en 1924.
corroldo y las velas que ya so n hilachas mecidas Un acorazado que luchó en 1916 en la Batalla de
por el viento le dan un aire señorial y m isterioso a lutlandla y que luego fue dado de baja, en 1952. Se su ­
la vez. pone que evacuó a los escasos sobrevivientes de la
En su casco puede leerse con cierta dificultad dinastía Romanov en medio de la Guerra Civil Rusa
una palabra: u a r l b o r o u o h . Una embarcación que luchó en la Guerra de In­
dependencia de los Estados Unidos y que encontró
L a s voces y las luces del lohnson son sólo de­ su fin en 1800.
vueltas por el ruido parsim onioso de las olas, mlen-

S4 15
C o m o ves. querido Marlborough, tu nombre vía­ Hoy. en el cem enterio de Punta Arenas, se e n ­
la por todas las latitudes y también (tiñera en el tiem­ cuentra la lápida que lleva el nom bre de Leonora
po sin cesar, sin descansar en busca de lo insaciable, Bruce.
siempre tras el apetito iel misterio.
¿ Q u é seres asediaron al M arlborough durante
E n fin. quien bauti/ó el barco lo hizo inspirado en su ingreso al m isterio? ¿Q u é vieron los ojos de los
la toponimia de un espacio telúrico y probablemen­ tripulantes justo antes de perderse para siem pre?
te sum ergido en la tentación de la heráldica. Creía
quizás que en el mar se podía for|ar la redención de
los hombres. M á s allá de eso. nada se sabe de las
razones del nom bre de este navio, l a escueta ficha
técnica seftala los siguientes datos:

Nave con apareio de 'ragata de tres palos y casco de


hierro, h otada el 24 tle |unio de 1876 en el astillero
Robert Duncan 8. Company de Port Glasgow. Escoc ia
(Casco Nro. K)l), parala Albion Shipping Company de
|. Gathralth, uno de k s socios fundadores de la Shaw,
Savül & Albion Une. Sus dimensiones: 228,0 * 21,0 pies
(69.S0 * 10.70 metros) y 1.191 toneladas de registro
grueso.

F.n cambio, está perfectamente docum entado que


en 1880 fue vendido a |ohn Leslie. gentilhombre de
m a r y comerciante. Ese m ism o aAo e l M ariborough
logró batir el récord de cruzar desde Port Chalm ers a
Londres en lan sólo sesenta y nueve dias y recorrer

16
otra ruta de Lyttelton hacia Cornwall en setenta y
E n El último grum ete (fe lo Baquedano. F ra n ­ un días. También sabem os que. mientras perteneció
cisco C olo a n e narra la historia del fantasm a del a ia compañía Albton Shlppfng. estuvo al mando del
Leonora, referida a los jóvenes grum etes por el capitán Anderson. desde 1876 hasta 1883. cuando el
sargento Escobedo, el viejo y p re stigioso c a rp in ­ mando fue cedido a quien haría el viaje final. En 1890
tero a bordo. Este hom bre de mar llega a traba|ar
el M arlborough realizó catorce exitosos viajes con
a este pontón que en s u s tiem pos m ozo s fue un
inmigrantes de Londres hada Nueva Zelanda. El últi­
h e rm oso velero de cuatro palos. El m ascarón de
mo viaje de ese año fue el m ás largo de todos, ya que
proa del L e on o ra se com para co n una herm osa
no se supo del navio en m ás de veinte años.
sirena con «los b ra zos abiertos com o queriendo
abrazar al m ar y las aletas pegadas a los bordes.
L e esci JUo nuevamente a mi amigo que vive en
Igual que una aparición, blanca com o el mármol*.
Nueva Zelanda, ya que el nombre del barco no es
Este navio albergaba h isto ria s de una herm osa
tan Importante com o el puerto desde el cual zarpó
mu|er que arrojaba hipnotizados a los tripulantes
con un soberbio cargamento de lana y carne conge­
p or la borda. C u a n d o Esco be d o sigue al fantasm a
lada rum bo a Inglaterra. El lugar se llama Lyttelton.
ingresa en una polvorienta habitación de sentina
D escargo de mi correo electrónico unas fotogra­
y encuentra el esqueleto de una mujer vestida con
fías de Nueva Zelanda, similares a postales, donde
elegantes vestidos. Llevaba un papel en la m ano
aparece una geografía bastante parecida a la reglón
donde se revelaba el m isterio final: «Leonora h a ­
magallánica. en la que destaca una estación neogó-
bla caldo en m anos de un hom bre cruel y ve n ga­
tlca que data de 1876 y que marca la hora media de
tivo. que lo ú n ico que quería era sacarle el secre­
Greenwich. M i buen Informante me desayuna con el
to so b re u n a s perlas que só lo ella sabia donde se
dato de que Lyttelton es un puerto antártico. lo que
encontraban, ofreciéndole d in e ro y todo lo que
quizás podría explicar algunos aspectos específicos
tenia. In clu so este barco: en cu ya proa hizo e s­
de la travesía final.
culpir el m ascarón representado a Leonora*. Este
Allí, al com enzar la última década del siglo die­
hom bre a se sin ó a su padre y e n cerró a la bella
cinueve. un hombre adusto, de fisonomía resuelta y
mujer en el calabozo donde finalm ente murió, no
rostro barbudo, que respondía al nombre de James
sin antes arrojar una m aldición sobre el bajel.

S2 !7
W Herd. se aprestaba a tomar entre sus manos el
cuentra en una boda y relata una singular historia:
timón del Marlborough. Lo acnmpartaban veintitrés unos rudos m arinos matan a un albatros, enten­
tripulantes, cifra fatídica y cabalística, ya que iban a dido com o un gigante de los océanos y un pájaro
transcurrir veintitrés artos sin que se supiera la suer­ sagrado. Los sign os del naufragio no dem oran en
te del navio y su tripulación. Otras fuentes, lan nebu­ aparecer y están cargados de descripciones a g o ­
losas como las demás, dicen que los tripulantes eran reras y esotéricas:
veintinueve y. además, mencionan a un Infrecuente
pasajero, que habria sido llamado por un mandato co­ Agua. ugua. por todos portPS.
mercial de la compartía: el Joven Cromóle, hijastro del y iodos las tablas se encogían.
capitán William Asliby. personaje este último del que Agua. ogua. por todos portes.
se cuenta otra gran cantidad de historias náuticas en y ni u i m solo goto poro tomar
los puertos del Pacifico. Algunos mencionan a una La profundlrinri misma se pudrió, ¡oh. Cristo!
mujer que iba en calidad de pasajera, de la cual no se tQue alguna ver esto fuera pasible!
Si. reptaban co sos pegofosos con potos
conserva ni el nombre y que qui7ás alienta las viejas y
sobrp el mar pegofoso.
machlslas supersticiones navieras acerca del peligro
de embarcar mujeres. Alrededor, alrededor, en un caótico torbellino,
Li único que se salvó, aunque por una casualidad, los fuegos de la muerte bailabon en la noche:
fue un aprendiz llamado Alex Carson. que estuvo a el agua, como aceites de bru¡a.
punto de enrolarse en el último viaje del Mar ibui ough. urdía verde, y azul, y blanco.
Una súbita enfermedad lo eximió de poner un pie en
el barco de los muertos. Puedo sentir en e sas estrofas lo que sintieron
los hom bres del M arlborough al entrar a un m u n ­
U n a de las fotografías que se conserva del M arl­ do que los atraparla para siem pre en el sortilegio,
borough nos muestra un barco soberbio que reposa l a imaginación literaria ha urdido tramas donde
en la rada como si durmiera el sueño de los Justos. El oscu ros dem onios y fuenras de la abyección in­
agua en estado de «calma chicha», es decir, un mar gresan com o tripulantes Inoportunos y crueles,
tranquilo y sin viento En el fondo, apreciamos unas com o cazadores de almas humanas.

18 si
tales de la locura. Según H. O. Wells. «Pym narra aftas montañas, vegetales y rocosas a la vez. que pa­
todo aquello que una Inteligencia de primer orden recen dibujadas por Rugendas. A su lado hay otros
era capaz de Imaginar sobre el Polo Su r hace un elfpers de características similares, el Locli Dee y el
siglo». En el barco se viven situaciones de vio­ Hurunui.
lencia y canibalismo. Hasta vem os Ingresar en é\
las ánimas del Inframundo. El barco entra en una E s enero de 1800.
zona de neblina muy viscosa y luego pasa a ser Veo la quilla del Marlborough ingresando en las
una tripulación de cadáveres en descomposición, aguas del Par íflco. recién ha levado anclas, se abre
esqueletos cu yo hedor se irradia como un escudo. paso en esa gran olla de sal, entrando lentamente en
Poe, que sólo navegó en una oportunidad fuera los círculos del Infierno, en los dominios del Levla-
de Estados U nid os y eso fue durante su Infancia, lán. Las velas hinchadas ante el rugido del viento, la
recurre, más que a la observación directa, al dies­ sosper liosa sinfonía de las mareas
tro manejo del relato gótico y a algunas crónicas El capitán Herd mira hacía atrás, observa con su
de viaje por el Pacifico y el Polo S u r que le fueron catale|o el puerto en lontananza, com o si supiera
particularm ente atractivas, com o las de leremiah que ha zarpado por última vez. que va rumbo a los
N. Reynolds y C harles WlIVes. avernos salados, a esos confines tumultuosos d on ­
La escena del barco tripulado de cadáveres de Merman Melvllle describe la ruta de M oby Díck.
descrita por Poe es candidata a protagonizar la Gran Ballena Blanca, cuya furia asolaba navios y
nuestras pesadillas. El G ram pus y el M arlborough tripulaciones.
pertenecen al m ism o mundo de desventura, am­
b o s navegan las m ism as Inm ensidades de la mal­
dición disfrazada de niebla |usticiera.

P o c o s escritores han descrito con tanta po­


tencia la suerte de un barco maldito com o Samuel
Taylor Coleridge en «La rima del viejo marinero».
El personaje principal y hablante del poema se en-

SO 19
Por momentos, el mal tiempo parece ceder
ante una b risa favorable, pero de Inmediato retor­
na el castigo de las olas y los vientos huracanados.
C u an d o el barco va llegando a destino, el capitán
se am arra al timón, totalmente solo en su navio, y
sabe que su fin está cerca; por eso se encom ienda
a D ios en los párrafos finales de su bitácora.
El capitán muere aferrado a la escota, m ien­
tras Drácula desciende a tierra convertido en un
perro.
A h o r a cantamos, voz en cuello, en la viril cofra­
día tie la Hermandad de la Costa:
E l pánico del Dém eter puede parecerse al del
Som os los hermanos de la Costa, M arlbo ro u gh en esas noches torm entosas p o r ma­
los nUbusleros de Morgan, res que se ven tan negros com o el petróleo. ¿P e ro
de Grammonl. de Miguel el Vasco, dónde, dónde está el perro del M a rlb o ro u gh ? Lo
de Sharp, del Olonés. busco, lo busco, ladra en el viento de Magallanes,
de Watllng y de tantos otros buenos capitanes; pero su ladrido es silencio. Y m ientras tanto los
somos los Hermanos de la Costa,
h u e so s del capitán Merd siguen am arrados a su
hl|os del mar antiguo
timón, com o el día en que fue encontrado frente
a Punta Arenas .
Cstam os lodos caracterizados como piratas,
con garfios, parches en un o|o. arcabuces y sables.
L a única novela que e scribió Edgar Alian Poe
Los cofrades usan pañuelos en la cabeza. Sólo el
es L o s a ve n ture s de Arthur G o rd on Pym. El p ro ­
capitán lleva el sombrero tricornio, símbolo de su
tagonista es un polizón que se embarca en el b a­
alta Investidura.
La cofradía está compuesta por amantes del mar llenero Gram pus. A medida que se interna en los
y otros que. como yo. más bien navegan mares lite­ p rod igiosos y rem otos m ares antárticos. el p e rso ­
rarios con la nostalgia quebradiza y simple del marl- naje parece también ingresar en las regiones m en­

20
49
bles, el tenor de la bitácora ingresa en d paroxismo.
ñero en tierra, t'n cada una de nuestras ceremonias
Leamos: se hace un trazado de rumbo o conferencia acerca
de temas ligados al mar. Los tripulantes se arliculan
El 17 de julio, ayer, uno de los hombres, Olgaren. llegó
en virtud de tres grados: el blchlruma, iniciado que
a mi cabina y de una manera confidencial y temerosa
limpia las cubiertas de la embarcación, cuyo nom ­
me dijo que él pensaba que habió un hombre extraóo
bre deriva ile beach comber («escombro de playa»)
a bordo del barco. M e narró que en su guardia hahia
y que ostenta un pañuelo amarillo: el m uchacho de
estado escondido detrás de la cámara de cubierta, pues
había lluvia de tormenta, cuando vio a un hombre alto, pañuelo azul, que ha ascendido en su s responsabi­
delgado, que no se parecía a ninguno de la tripulación, lidades en la nao simbólica; y el hermano, que usa
subiendo lo escalera de la cámara y caminando hacia un pañuelo rojo y que luego de una larga singladura
adelante sobre cubierta, para luego desaparecer, lo entra vendado para recibir el respeto de su s pares.
siguió cautelosamente, pero cuando llegó cerca de la Alguna vez me correspondió seguir esc ritual y ob ­
proa no encontró a nadie, y todas las escotillas esta­ servar la cara de los cofrades después de quitarme
ban cerradas. L e entró un miedo pánico supersticioso, la venda.
y temo que esc pánico pueda contagiarse a los demás. En el puerto francés de Salnt-Mak> existe una
Adelantándome, hoy haré que registren todo el barco cofradía similar, que reúne cada cierto tiempo a los
cuidadosamente, de proa a popa. M ás tarde, ese mismo cophorriíers. aquellos cora|udos hombres que fue­
día, reuní a toda la t rtpulactón y les dije que. como ellos ron capaces de doblar el cabo de Hornos en solitario.
evidentemente pensaban que habla alguien en et barco, Precisamente en esa cofradía. Francisco Coloane re­
lo registraríamos de proa a popa. lató alguna vez la historia de un barco que naufragó
en el cabo de Hornos cargado de planos, gatillando
E l Démeter se acerca a Inglaterra. La tripulación la creencia de que en las noches tempestuosas los
va disminuyendo paulatinamente. El conde Drácula instrumentos ejecutan una vertiginosa melodía en el
ya no disimula su p aso por el navio. Un estado muy fondo del mar.
cercano a la locura se apodera de los pocos tripu­ Los mares extremos, los del fin del mundo, son
lantes que van quedando, convencidos de que viajan propicios a estas sociedades fraternas que evocan la
con un emisario de la noche plutonlana. dureza del océano y la proeza de gobernar los navios.

21
En agosto de 1599. luego de un accidentado vtaye. un H a y terroríficas cosm ogonías, desde los tiem­
barco holandés comandado |>or el almirante Simón de p o s en que la noche ancestral acechaba a los hom ­
Cordes arribó a un paraje de la geografía austral, en b re s con su heráldica lóbrega y cargada de fantas­
la Isla Santa Inés, que bautizarían como Ridders-baai mas. También hay libros, poemas, pinturas como La
(balda de l os Caballeros). AHI crearon una cofradía b alsa de la Medusa, donde los cadáveres reposan
llamada Broederschap van den Ontbonden leeuw, contorsionados en medio de un mar negro y crepi­
que se traduce c omo Hermandad del le ó n Liberado, tante. Lovecraft imaginó seres infernales y m ons­
nombre que alude al león heráldico de los Países Ba­ tru os con tentáculos que dormían esperando resu­
jos Probablemente fue la primera cofradía náutica de citar en la inmensidad antártica com o si estuviesen
los mares australes. en u rn a s de cristal.
En cambio, la Hermandad de la Costa de Chile fue Bram Stocker, en su célebre novela Drócula,
fundada en 1951, ligada a las tertulias de hombres que se detiene en la bitácora del capitán del Démeter.
amaban el mar y a los deportes náuticos. Tomó su D ich o navio transporta cajas de tierra desde Ver-
nombre de la vieja cofradía de bucaneros y filibus­ na a Whltby. pero lo que realmente llevan dentro
teros que existió en los mares del Caribe durante los es el vampiro, con toda su maldad y su s facultades
siglos diecisiete y dieciocho, cuyo centro de acción para alterar los elementos y convocar a las criatu­
fue la mítica Isla Tortuga. ras de la noche. El ambiente comienza a enrarecer­
se durante la navegación y los vientos maltratan
L a Guarida — así se llama nuestra sede— es una la embarcación con furia. Al llegar al estrecho del
enorme caverna que reposa, a la manera de un pa­ B ósforo se embarcan unos turcos de aspecto muy
lafito, sobre las aguas del estrecho de Magallanes
sospechoso. El capitán anota en su diario de via­
Aqui escuchamos ahora las historias de un yatls-
je que el Démeter está gobernado por una fuerza
ta japonés al que le fue requisada la nave ba|o las
maligna, algo que gatllla el carácter supersticioso
trampas de burocracias que no respetan ni los d o­
de lo s marinos. Gradualmente se da cuenta de que
minios del dios Neptuno. E s política dentro de nues­
empiezan a desaparecer uno a uno su s tripulantes.
tra filosofía prestar apoyo a navegantes que han co­
A medida que el tiempo recrudece y los signos
rrido algún peligro. Ese tipo de conversaciones con
de esa presencia del trasm undo se hacen m ás visl-

i2 47
de amarra de algún puerto del Pacifico. Puedo ver gente de mar son muy comunes en nuestros zafa­
su rostro: a ratos esta melancólico, a ratos luce el rranchos. Pero también hablamos de otras historias,
cedo altivo, observando con altanería el oleaje. Ya aventuras, epopeyas náuticas que rozan la leyenda.
ha deambulado en barcos de cabotaje con veláme­ No por nada, fueron parte de esta soberbia cofradía
nes hinchados que se adentraban en confusas ge o­ algunos escritores chilenos como Andrés Sabella,
grafías Ya habla aprendido a asum ir el destino de f rancisco Coloane. Salvador Reyes o Marino M u ­
los hom bres de mar. Allí está: con un astrolabio > un ñoz Lagos; incluso el m úsico Alfonso Leng también
sextante, explora el abecedario del firmamento F.l vino a matizar con sus M o r a s esta enorme tradi­
diestro manejo de la brújula no le es ajeno. ción. que me anima y empequeñece a la vez.
Aunque no todo debió de ser tan lírico. Lo más Cuando me ceden la palabra no puedo dejar
probable es que haya ascendido de grumete a capi­ de hablar del Marlborough. Entonces la evocación
tán siguiendo un protocolo un poco m ás deslavado se apodera del duende del silencio y la noche or-
y prosaico: evadir el oleaje y los vienlos era una gullosamente azul nos vigila desde su luz marina.
Industria cotidiana. Antes de ser capitán, tuvo que De pronto, mi relato decae, me doy cuenta de que
ser simplemente un hombre anónim o entre barcos recordar ese barco gobernado por osamentas sig­
anónimos. Ignoraba que el mar lo había escogido nifica en gran medida construir su historia, agregar
para legitimar su epopeya trágica. retazos, caer en el abismo de lo inefable. No puedo
y de pronto: el Marlborough. Barco y capitán evitar que mi narrativa trastabille.
dialogan en el silbido de la noche primera, aquella — El capitán Herd — declaro, mientras en mi
en que la muerte le arrebata el aliento a su s tripu­ mente se yergue el férreo marino al mando del li­
lantes y los convierte en fantasm as en el instante m ón— pasó de los puertos reales a los mares de la
m ism o de poner un pie sobre cubierta. imaginación, a las cosm ogonías del espanto.
Ahora som os nosotros e sos fantasmas y atra­ A esta hora ya estam os todos algo insuflados
vesam os los m ares torm entosos de la evocación, por los jubilosos alcoholes de la noche náutica. Alzo
avanzado en la cadencia de ese viaje hacia la página entonces mi copa por el Marlborough, brindo por
del olvido, que es la otra forma que adopta la me­ el olvido, por el anónimo derrotero de la desespe­
moria. ranza.

23
46
El resto de los herm anos me miran por u n o s Ins­
tantes con cierta d osis de asom bro y. supongo, algo
de perplejidad, pero luego, com o continuando mi
brindis, cantan otra vez:

Som os los hermanos de la Costa,


los filibusteros de Morgan,
de (jrammonl, de Miguel et Vasco,
de Sharp, det Otonés.
de NVatling y de tantos otros buenos capitanes, H a y una pieza fundamental en este enigma ya
somos los Hermanos de la Costa, más cifrado de lo conveniente. Alguien que dejé, pá­
hijos del mar antiguo.
ginas atrás, contemplando con un catalejo cómo se
esfumaba a la distancia el puerto de Lyttelton M e
refiero al capitán James Herd.
En él la historia del azar se encuentra ligada a
las estrellas que contempló durante largas noches
de navegación, encontrando en el firmamento un
mapa caria vez más inextricable. Ese plano lum ino­
so le comunicaba el espíritu de la travesía, el pre­
dominio de la sombra que arrastra cada viaje, pero
poco a poco las estrellas lo fueron guiando h a d a su
perdición, hasta el destino de los soñadores trági­
cos que perdieron la brú|ula.
La imprecisión de su figura me obliga a recrearlo
con arquetipos, a propósito de los Inefables fantas­
mas del invierno. E n el planisferio de la desespe­
ranza. el capitán Herd está recostado en un poste

45
24
e m p a n d o la proa, pateando los costados,
mascando lamentos, tragando y tragando distancias,
haciendo un ruido de agrias aguas sobre las agrias
aguas,
moviendo et viejo buque sobre las viejas aguas.

E s t e dom ingo almuerzo con mi amigo Cisterna,


quien fuera durante m uchos artos marino mercante.
El condum io se realiza en la caleta de pescadores de
Rio Seco, a trece kilómetros de Punta Arenas.
Le narro la historia del Marlborough. ya Inspirado
por el segundo pisco sour. Pero veo que su escep­
ticismo es más poderoso que mi talento narrativo.
Pese a las fotos y los registros del barco, mi amigo,
que tiene una lata experiencia en la vida de mar. me
dice que las posibilidades de que e so sea cierto son
extremadamente remotas.
— Tendría que liaber entrado por la boca oriental
— me explica— , y es casi imposible evadir sin gobier­
no la accidentada geografía de esa zona.
Tal vez es asi, aunque yo estoy convencido de
la teoría contraria. Sí el Marfcorough zarpó desde
Nueva Zelanda, entonces habría entrado por la boca
occidental, buscando el Atlántico, pero eso tampoco

44
descarta el argumento de mi amigo, pues resulta una lóela la tripulación estaba muerta, incluso el perro.
Idea descabellada que un velero sin gobierno evada Los rostros de los cadáveres tenían una expresión
islotes y arrecifes propios de esa amplitud oceáni­ de horror.
ca. De pronto, concebir un viaje larguísimo por las Q M ary Celeste fue encontrado a la deriva en el
costas más peligrosas del mundo sin otro timón que Atlántico, en 1872. sin tripulación, con viandas y alco­
las manos de un esqueleto es sencillamente algo de­ holes intactos, k> que descarta totalmente la Irrupción
lirante. de piratas, hay quienes sostienen que sus tripulantes
— Un barro con velas Inservibles se escora solo, comieron una harina envenenada por un hongo, que
por el peso de los palos — Insiste mi buen amigo. los llevó primero a la alucinación y luego a la locura.
Entonces nos miramos y. sin decirlo, cada uno le En 1921. la goleta Carroll A. Deering, que trans­
pregunta al otro: ¿e s posible que un velero esté na­ portaba un cargamento de carbón a Sudamértca. en­
vegando a la deriva durante veintitrés artos por las calló en un banco de arena llamado Diamond, ubicado
aguas más peligrosas del m undo? en una zona próxima al cabo Hatteras. en Carolina del
No lengo respuesta y creo que mi amigo Cisterna Norte; allí permaneció varios días detenida; cuando
tampoco. llegó la ayuda, a bordo no se encontró absolutamente
Entonces el diálogo toma otros rumbos. El al­ a nadie.
muerzo está servido, l a merluza untada en el acei­
te de oliva y el vino algo menos prestigioso, pero L a cantidad de secretos que se traga el mar. Pien­
contundente, me traen reminiscencias de gavias y se* en eso y me digo: es bueno que así sea.
aparejos. Lo sé: es nostalgia de un tiempo que no he Pablo Neruda escribió un poema al tfantasma del
vivido buque de carga*, donde vincula la fatigosa empresa
D e ahi en adelante, las historias de mar corren de su navegación con el hálito mortuorio de su Ima­
a cuenta de mi amigo Cisterna, cuya experiencia al gen. Dice por ahí:
respecto parece sor inacabable M e distraigo vien­
do cómo dos pescadores artesanales calafatean ... y un olor y un rumor de buque viejo.
de podridas maderas y hierros averiados,
una embarcación. E s sólo un instante, pero se me
y fatigadas maquinas que aúllan y lloran
alarga en mis cavilaciones. Los b arros fantasmas

?b 45
E so son ios barcos fantasmas: espejism os que que nunca navegué pasan ante mis ojos. Luego se
nos otorga la memoria. esfuman en el declive del crepúsculo incendiado.
No es una postal, es m ás bien una flota de navios
P e r o el Marlborough no es un barco fantasma.
espectrales.
N o fue un espejismo. Hay fotos y registros de su
— Volvam os a la ciudad — me dice mi amigo, des­
existencia. ¿Pero qué ciase de barco existe de veídad
pertándome del letargo.
y a ta vez anda veintitrés artos a la deriva, para ser
El capitán Herd alza su mano com o dicléndome
encontrado final mente en el extremo sur del mun­
que la aventura de adentrarse en la extensión de
do, tripulado sólo por esqueletos, blancos testigos
espum a y sal lnclu>e el ejercicio inevitable de la
de una historia que se niega a ser oM dada del todo?
catástrofe. Vo continúo absorto, concentrado, s i­
Pareciera haber una extrarta y azarosa clase de
guiendo la linea del horizonte.
naves que. a pesar de ser completamente reales,
padecieron destinos tétricos que los hicieron tras­
poner la barrera prohibida entre la realidad y la ima­
ginación.
Al»í tenemos el S S Valencia, vapor que zozobró
frente a las costas de Vancouvcr en 1906 y que se
llevó a las profundidades a ciento ocho pasajeros, al
cabo de unos meses, u i i p e s c a d o r encontró u n boto
salvavidas con ocho esqueletos a bordo.
De manera similar, en 1947. se registra el caso
del Orang Medan. un buque holandés (todo indica
que Holanda es un gran productor de barcos espec­
trales) que pidtó auxilio mientras navegaba cerca de
Malasia, ya que al parecer sus marineros estaban
muriendo de a poco: cuando ei rescate se hizo efec­
tivo. se constató que el barco estaba intacto, pero

42

27
famoso de los barcos fantasmas, que ha inspirado
abundante material para la novela, el drama, el cine
y la ópera. La primera vez que se tuvo noticia de ese
bajel mítico fue en el libro Voyage to Botony Boy,
escrito por George Barrington en el siglo dieciocho.
Es la historia de un buque construido en
Ainsterdam. que tenía como capitón a Willem van
der Decken, personaje prometeico que desafió una
tormenta al cruzar el cabo de Buena Esperanza.
Se supone que la locura lo llevó a ultimar a su
Partam os de la base de qup el Marlborough era un lugarteniente, gritando en la tarde lluviosa: «jlncluso
clíper. El vocablo clíper deriva de la voz Inglesa clip. aunque D ios me obligue a navegar hasta el día del
que podría traducirse, con un poco de benevolencia Juicio Finall*. El Holandés Errante fue tragado por
lingüística, como «velocidad*. De esa forma, la expre­ un enorme remolino de agua, que me recuerda al
sión of o good clip suele aplicarse en Jerga náutica a Maelstrom. que engulló al subm arino del capitán
algo que ocurre rápidamente, a buena velocidad. Nemo en la novela de Julio Veme. Desde aquel
E so s navios de alambicados y enormes veláme­ tiempo, hasta los memoriales días de hoy. ha habido
nes, cuyas arboladuras parecían ser cómplices de gente que asegura haber visto al Holandés Errante
los vientos, cambiaron la historia del diserto naval. en esas aguas purgando su culpa. Hasta el principe
En Escocia los concibieron como barcos que, sólo de Gales afirma haberlo avistado.
con velas, pudiesen alcanzar enormes velocidades.
Para los marineros, la aparición de un barco
Estos gigantescos barcos fueron el canto de cisne de
fantasma siempre será una premonición, la adver­
la navegación a vela, previo a las embarcaciones de
tencia de un fuluro que se avizora trágico. Quienes
propulsión, en la época en que la apertura del canal
han estudiado estos fenómenos suelen decir que se
de Suez logró disminuir la distancia del transporte de
explican a través de una fatamorgana, un espejismo
la singladura Londres-Shangal en 1869. Eran veleros
que se produce por un» Inversión de temperatura
largos, de cascos panzudos, que protagonizaron
tanto en los desiertos, la carreteras o el mar.
verdaderas hazañas en la época de la carrera del

28 41
pincchetlsta. Su s rostros todavía algo conservados
por la salinidad del desierto parecían pedir que no los té, cuando llegaron a transportar en tiempo récord
aquella preciada mercancía desde el océano india»
olvidaran, y en cierto sentido ese grito enjuiciaba al
hasta las accidentadas costas de Gran Bretaña. su ­
dictador y a sus sangrientos secretarios, a sus perTos
perando Incluso a los barcos a vapor que luego se
de cr/a.
llamarían trump steamers.
La muerte no sólo se lleva a quienes m ás ama­
Ahora los clíperes son una verdadera reliquia na­
mos, sino que también secuestra el recuerdo, la
viera del siglo diecinueve. En la Hermandad de la C o s­
Imagen que se va perdiendo en la memoria hasta
ta hemos recordado con nostalgia el Scottish Mald,
diluirse por completo. De ahí que vam os también
del puerto de Aberdeen, también conocido como la
muriendo día a día. porque desaparecen las caras,
madre de todos los clíperes por su Imponencia y so ­
los olores, los sucesos. N o se puede hacer nada
bria belleza. Por mi parte, recuerdo ahora el famoso
contra eso.
Cutly Sailc, que fue uno de los últimos clíperes que se
construyeron y cuyo nombre rendía homenaje a una
D e esa manera los barcos fantasm as traen y
bruja de faldas flotantes que aparece en un poema
llevar en su deriva nocturna el mensaje de la me­
satírico de Robert Bums. De vez en cuando veo la
moria. recuerdan con su sortilegio que el pasado
imagen de este clíper estampada en las botellas de un
aún elerce su ministerio en las aguas, un imperio
whisky respetable que compro a mitad de precio en
de sal y neblina.
la Zona Franc a.
l os chilotes hablan del Buque de Arte, o Ca-
FJ Marlborough zarpó en su último viaje cuando
leuche, y del Lucerna. En otras tradiciones orales
era un representante genuino de una época de mari­
aparecen el desaparecido lanchón M ytilus II y, en el nos con brazos dp hierro y velas que se jactaban de
Maulé, el temido Oriflama, que ingresa en ias costas la épica de la velocidad. Pero cuando fue encontrado
chilenas con el brillo del averno. Los mares austra­ ya se trataba de un museo de tiempos mejores, que
les mencionan también el M ary Celeste, el Octa- flotaba sobre las desvaídas aguas del estrecho de M a ­
vius, el Baycblmo. gallanes.
El Caleuche es quizás una versión regionaltza- Los veleros tienen cuerpo y alma. Un barco que
da del espantoso Holandés Errante, quizás el más está dentro de una botella es un cuerpo sin alma, ya

40 29
que no navega. No obstante, el alma del Marlborough
fue secuestrada por el paso del tiempo hada los
confines de lo innombrable, a las planicies del
misterio, donde ha protagonizado un víale paralelo,
entre dos épocas. Quizás por eso el mar quiso
castigarlo, por fragmentar las zonas temporales, por
blasfemar contra la marea, contra los códigos del
firmamento, y otra vez C ronos terminó devorando
a uno de su s hijos. Solacémonos, por un instante,
en la idea de que el paso entre un barco real y un
barco fantasma es la tentativa de gobernar el mar. U n profesor me dijo alguna vez, cuando yo estu­
despojándolo de su naturaleza divina. diaba en la Universidad Austral, en Valdivia, bastante
¿Pero qué estoy diciendo? l o único cierto es que lejos de Punta Arenas: «Las vanguardias son ataques
los esqueletos eran ya parte de esa sal que corroe y de modernidad que le dan a la historia*.
redime. I as velas volverán a las postales y los barcos l a frase, desde luego, me expulsó del diálogo antes
fantasmas a las historias que nos desvelaron en la In­ de I» primera partida en esa soleada tarde y mi mudez
fancia. No tiene remedio, es un sino trágico del que no apareció como un personaje en la novela equivocada.
podemos huir. Pero después, siguiendo ese modo de argumentar, de­
Como si fueran una oración, repito ahora aquellos sarrollé la siguiente máxima- «Los barcos fantasmas
son emisarios que Insisten en desgarrar el olvido*.
famosos versos de Dylan Tilomas, mientras imagino
Borges le dice a un poeta olvidado de una antolo­
al clíper fantasma surcando la noche ile los tiempos:
gía que. si la meta es el olvido, él llegó primero. El ol­
vido es la niebla que se alimenta con todos los rostros
Y la muerto no tendrá dominio.
Los cadáveres desnudos se fundirán
de la muerte.
Con H homhrp en el vtenlo y la hiña poniente;
Cuando sus húmeros sean despojados de toda carne T e n g o marcada a fuego la imagen de cuando en­
Y los Iwesos Impíos se hayan desvanecido, contraron por primera vez algunos c uerpos de hom­
lendrán estrelas en sus codos y pies; bres masacrados y desaparecidos por la dic tadura

50
39
Aunque se vuelvan locos estarán cuerdos.
Los tripulantes se despenan en el acantilado del
Aunque se ahoguen en el mar se levantarán de nuevo;
mito y entregan su alma a la muerte.
Aunque los amantes se extravien, quedará el amor;
Lo último que ven esos hombres es el rostro del
V la muerte no tendrá dominio.
miedo, porque el mar los ha escogido para evidenciar
su epopeya trágica H a y un momento en la noche donde todo se en­
Coieridge dice que una rosa amarilla es el testi­ cuentra en un silencio al que llaman conticinio.
m onio del paso de alguien por el mundo onírico. Muchas veces k> he esperado, pero el cansancio
Ll Marlborough trata de probar el tránsito por el me termina arrastrando a los Impprios del sueAo,
mundo de los miedos dibujados en la geografía del es­ privándome de ese instante. M e interesa la lógica
panto. d d asombro desde la infancia, ese tiempo en que
me despertaba en la noche y recorría la casa pater­
na donde todo estaba silencioso y se me revelaba un
mundo que el día me había negado, apenas el tictac
del reloj, el sonido del viento que remecía las ramas,
el crujir de las maderas; la promesa del silencio.
En algunas leyendas celtas se dice que los árboles
esperan que todos se vayan para poder conversar
entre ellos, ya que fingen ser taciturnos.
Pienso en el silencio de los esqueletos del Marl-
borough, esos huesos que surcaron durante artos
mares gélidos, observando desde sus cuencas vacías
los hielos flotantes.
Pero, entonces, ¿qué es ahora el Marlborough?
E s el dialecto de lo cadavérico.
E s el diccionario de las palabras olvidadas.
E s el silencio de la noche que lacera.

31
38
E s la tentación de la conjetura.
A s i lo comprobé hace algún (lempo, ruando me
E s el diserto del naufragio previsto desde anles
tocó atravesar el paso de Drake a bordo de un cru ­
que nacieras.
cero enorme, que parecía una cáscara ile nuez ante
E s el camino de la sombra que se funde en la
unas olas de ocho a doce metros que golpeaban la
marea.
quilla M e costaba imaginar cóm o aquel célebre y te­
E s El triunfo de ki muerte, de Pieter Brueghel el
merario corsario a las órdenes de la corona británica
Viejo, que hace m uchos artos contempló con vene­
habla cruzado esos mares atronadores y virulentos
ración en el M u se o del Prado.
a bordo de un enclenque y desvencijado falucho de
madera El navio de Francis Drake, llamado Golden
Hlnd. amainó la tormenta y finalmente recaló en una
Isla, que bautizó Ulzabeth Island en honor a la reina,
durante la primavera de 1578. Hay registros, en las
cartas náutkas. de la ubicación exacta de esa isla,
pero todo parece indicar que fue tragada por el mar.
ya que no es posible avistarla en la actualidad. N o es
infrecuente que las islas, de la noche a la mañana,
desaparezcan.
El mito de la Atlántida vuelve una y otra vez suge­
rido por la misma promesa del hundimiento, en otros
mares y en otros rostros.

P u e s bien, ahí va entonces el Marlborough, in­


gresando en las aguas del fin del mundo.
Los seres de las cartas náuticas han cobrado
vida, los m onstruos y los cincuenta bramadores, los
demonios del universo antiguo, las siniestras cariáti­
des del mar emergen desde las profundidades.

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mundo, arribó de retorno a Sanlúcar de Barramcda.
luego de perder a su capitán. Magallanes, en un con­
fuso Incidente ocurrido en Filipinas. Las crónicas de
ese arribo describen un cortejo de seres fantasmales
y desdentados que ingresan a una iglesia.

E n las cartas náuticas se dibujan, en ciertas zo ­


nas conflictivas de navegación, unas caras regorde-
tas que soplan sobre los barcos, hinchando las velas
y estremeciendo la superficie del océano. No son A h o r a quiero hablar de las cartas náuticas, el
arcángeles ni querubines que mueven su s arpas en fascinante testimonio de una época en que ser ge ó­
el lecho de lo etéreo, sino los vientos personifica­ grafo significaba pasar por la criba del arte y el mito.
dos, por instantes infantiles y juguetones, pero luego En aquellos mapas vem os costas accidentadas y
dispuestos a comunicar su furia y poder de devasta­ mares turbulentos, en cuyas aguas surgen escitas.
ción. Varían de tamaño y se clasifican en categorías Serpientes marinas, sirenas, nereidas y tritones; hay
elocuentes: bramadores, sopladores y aulladores. Islas habitadas por seres antropófagos y pájaros de
Gabriela Mistral, refiriéndose a nuestra región, plumajes exóticos que sobrevuelan puntudos arreci­
habló de «la tragedia inútil de los vientos». fes.
El estrecho de Magallanes, propicio a vientos en­ Casi siempre en los polos, asoma la advertencia,
cajonados, solía ser llamado «de los cincuenta bra­ el anuncio del Infierno. Según la mirada del mundo
madores». ya que los navegantes pretéritos asegura­ antiguo, en tom o al hemisferio boreal existen dos
ban que allí coexistían aquellos num erosos vientos, constelaciones: la Osa M ayor y la O sa Menor. En el
cada uno con su respectivo nombre. Era tanto el mundo griego se sostenía que la G ran O sa y la Pe-
miedo a estas fuerzas siempre propensas a cambiar quena O sa eran la ninfa Catipso y su hija Arcas, res­
de humor y por mom entos iracundas, que preferian pectivamente. De ahí proviene, a través de las claves
incluso pasar por el temido cabo de Hornos, el peñón del cielo, toda una teoría mitológica en tom o a la na­
mítico del fin del mundo. turaleza de los polos.

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El fam oso mapa de Pirt Reís, elaborado en 1SI3 los hiperbóreos, citando la frase de Píndaro. el cé­
por aquel enigmático cartógrafo otomano, muestra lebre poeta beocío. Serrano también apela a sím bo­
allí — con cierta com prensión— el estrecho de M a ­ los védlcos que signarían el derrotero del globo. Se
gallanes y la Antartica. conocían con el nombre de Hiperbórea las reglones
septentrionales, al norte de Tracla. donde fue deste­
E n la O d ise a. luego de m uchas desventuras. rrada Medusa, la gorgona con cabellera de serpien­
U llscs desciende al Hades por encargo de la hechi­ tes que era capaz de convertir en piedra todo lo que
cera Circe. Alli se encuentra con el adivino Tiresias. miraba.
quien, a cambio de un poco de sangre de cordero, En algunos mapas antiguos hay. en el extremo
le dice que debe Ir hasta la zona de los hielos, en el sur, unos profundos abismos, donde los navios se
fin del mundo. Al parecer, los limites polares á rtk o estrellan contra la nada, quizás en recuerdo de la
Y antártico suelen ser Interpretados com o espacios Idea de que la Tierra era un plano suspendido en el
tefiidos por el halo de lo terrible, donde dioses an- espado.
to|adi2os arm ados con tridentes y em papados de lo
ventoso gobiernan su Inm ensos dominios. L a s cartas náuticas son en cierta medida una tra­
He leído con desconcierto los relatos de Piteas de ducción de los miedos, una endclopedia de lo pavo­
Marsella, el primer navegante griego que llegó hasta roso. una fantasiosa clasificación de lo innombrable.
el círculo polar ártico. En su testimonio, asegura ha­ Pensemos en el lenguaraz Antonio Plgafetla, que
ber estado tan cerca de la Luna que su s tripulantes oficia de escribano en la travesa de Hernando de
pudieron usar catapultas para abordarla l o s escri­ Magallanes. En su diario, rotundo y delirante a la vez.
tos de Apolonlo de Rodas, Marciano y Plinto el Vie|o describe acantilados de hielo, gigantes que huían
permitieron en gran medida rescatar la narración de ante el reflejo de su imagen en el espejo, cerdos con
Piteas. ombligos en el lomo, siniestras figuras que se revuel­
A ese mismo embelesamiento esotérico sucum ­ ven en el inar. Sin duda. Pigafetta era un hombre d d
bió el escritor Miguel Serrano, cuando describió la Renacimiento y llevaba consigo los miedos Inocu­
itinerancia hacia el continente antártlco. diciendo lados por los bestiarios de la vieja Europa. Aquella
que ni por m ar ni por tierra llegaremos a la tierra de tripulación, que dio la primera vuelta experimental al

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