0600-10375-10
En la ciudad de La Plata, reunidos en Acuerdo Ordinario los Señores
Jueces que integran la Sala Quinta del Tribunal de Casación Penal de la
Provincia de Buenos Aires, doctores Víctor Horacio Violini, Ricardo R.
Maidana y Carlos A. Natiello, con el objeto de resolver en la presente causa
nº 120.732 caratulada “Puig, Lucas Manuel s/ Recurso de Casación”.
Practicado el sorteo de ley, resultó que en la votación debía observarse el
orden siguiente: VIOLINI-MAIDANA-NATIELLO.
                              ANTECEDENTES
     I.- El Tribunal en lo Criminal Nº 1 del Departamento Judicial La Plata
dictó, con fecha 17 de noviembre de 2015, veredicto absolutorio a Lucas
Manuel Puig por los hechos que se le atribuyeran como cometidos en la
localidad de Los Hornos, partido de La Plata, desde el inicio del ciclo lectivo
2010 hasta el día 12 de marzo de 2010 en perjuicio de E.V. y B.F. (v. fs. 2124
y vta., cuerpo XI de los principales).
     II.- Contra dicho resolutorio interpuso recurso de casación la señora
Fiscal, Dra. Silvina M. Langone (fs. 101/113 del expediente número 75.647),
haciendo lo propio los particulares damnificados en los legajos casatorios
identificados con los números 75.651 y 75.654 los que, a pedido de la
señora Fiscal Adjunta de Casación, Dra. Alejandra M. Moretti (v. fs. 126 y
147 del expediente 75.647), fueron acumulados. A fs. 243/265vta. luce el
memorial complementario presentado por la referida Fiscal.
     III.- A fs. 267/269 se encuentra glosada el acta de la audiencia
celebrada ante la Sala con su anterior composición y a fs. 271/295 la
sentencia mediante la que se declaró “la nulidad de la absolución del
veredicto y sentencia dictado en favor de Lucas Manuel Puig por incumplir
las exigencias de fundamentación de modo de respetar el debido proceso
legal” y dispuso “el reenvío de los autos a la instancia de origen, conforme
art. 461 del C.P.P., para que un tribunal hábil celebre un nuevo juicio,
asegurando la imparcialidad de los jueces. Sin costas” (textual, fs. 294vta./
295, puntos II y III).
       IV.- Contra esa decisión, la defensa particular interpuso recurso
extraordinario de inaplicabilidad de ley (fs. 338/378), el que fue declarado
admisible según la resolución obrante a fs. 391/393vta. y rechazado por la
Suprema Corte de Justicia (fs. 443/450).
       V.- Devueltos los autos a la instancia de origen, el Tribunal en lo
Criminal N° 1 de La Plata, con una nueva integración, en fecha 30 de agosto
de 2022, condenó a Lucas Manuel Puig a la pena de 35 años de prisión,
accesorias legales y costas, como autor penalmente responsable de los
delitos que fueron nominados como “abuso sexual agravado por acceso
carnal y por ser encargado de la educación, en concurso real con abuso
sexual agravado por acceso carnal, por ser encargado de la educación y por
el uso de armas (dos hechos bajo la modalidad cada uno de ser un delito
continuado), ambos en concurso ideal con corrupción de menores agravada
por ser encargado de la educación”, por los hechos cometidos desde el año
2009, luego de las vacaciones de invierno, y hasta por lo menos el 12 de
marzo del año 2010 inclusive, en perjuicio de E.V. y B.F. (v. fs. 2812vta./
2813, cuerpo XIV de los principales).
       VI.- Contra dicha sentencia, interpuso recurso de casación la defensa
técnica de Puig (fs. 14/105 del presente legajo casatorio).
       VII.- Concedido el recurso, se radicó nuevamente en la Sala,
completándose su integración y anoticiándose a las partes.
       VIII.- En fecha 4 de mayo próximo pasado se celebró la audiencia
solicitada por la defensa, documentada en el acta obrante a fs. 106/107. La
Fiscal Adjunta de Casación presentó en dicha oportunidad un memorial
complementario, el que se halla glosado a fs. 108/128vta., proponiendo el
rechazo de la impugnación, pieza de la que se corrió traslado a la defensa,
según lo dispuesto en la audiencia antes mencionada.
      IX.- La defensa presentó, a su vez, la contestación al referido
memorial complementario, escrito que luce a fs. 129/138.
      X.- Asimismo, se ha presentado en la causa, en carácter de amicus
curiae, la organización no gubernamental Asociación Pensamiento Penal,
calidad que le fuera reconocida por tribunal de grado, y ha participado
escuchando la audiencia del pasado 4 de mayo, la organización no
gubernamental Innocence Project Argentina, la que en fecha 8 de noviembre
próximo pasado realizó una cuya presentación que se encuentra agregada
en autos.
      XI.- Cumplidos los trámites de rigor y encontrándose la presente
causa en condiciones de ser resuelta, el Tribunal decidió tratar y votar las
siguientes
                              CUESTIONES
     Primera: ¿Resulta procedente el recurso de casación interpuesto?
     Segunda: En caso de reenvío ¿en qué términos debe realizarse el
juicio de cesura?
     Tercera: ¿Qué pronunciamiento corresponde dictar?
     A la primera cuestión planteada, el señor Juez, doctor Violini, dijo:
     I.- Los impugnantes han estructurado su recurso sobre la base de los
siguientes motivos de agravio, a saber:
     1.- Aducen, en primer término, que el tribunal de grado, en su decisión,
desnaturalizó el reenvío ordenado por la anterior composición de la Sala V
de este TCPBA, renovando actos y la producción de pruebas que la
sentencia casatoria no había invalidado (v. fs. 17/20). Señalan que con
suficiente antelación habían solicitado a los jueces de primera instancia que
se expidieran acerca de la forma en que se llevaría a cabo el nuevo debate,
limitándose el tribunal a responder de forma inapropiada una vez
comenzado el mismo.
     2.- Seguidamente, indican que se produjo un quebrantamiento de las
formas esenciales del juicio, ya que el tribunal admitió que el representante
del Ministerio Público Fiscal introdujera prueba de manera sorpresiva,
desvirtuando el principio de igualdad de armas, con grave lesión del derecho
de defensa (fs. 20/21).
     3.- En tercer lugar, cuestionan la declaración prestada en la audiencia
de juicio por los menores, toda vez que denuncian ausencia de intervención
del asesor de incapaces, funcionario que, según alegan, no estuvo presente
durante las mentadas declaraciones. Citan normativa convencional y local,
así como jurisprudencia que estiman en apoyo de su tesitura (fs. 21vta./24).
     4.- A continuación, critican que, en el marco del reenvío dispuesto por la
Casación, el tribunal de la instancia haya admitido la ampliación de la
acusación -vía la utilización del artículo 359 del CPP por parte de la Fiscalía-
a un lapso que claramente no estaba comprendido en la plataforma fáctica
sometida a juzgamiento (fs. 24vta./27vta.).
     En este sentido, señalan que dado que en el primer debate se habían
analizado supuestos hechos ocurridos en el denominado “período de
adaptación” que comprendía del 1 al 12 de marzo de 2010 -y que ello era la
base central de la acusación-, la ampliación admitida cuando ya estaba en
marcha el segundo juicio violó lo ordenado por este Tribunal intermedio en
aquella decisión de la Sala V.
     Denuncian, en particular, que la entonces Fiscal -Dra. Langone- había
circunscripto específicamente la imputación por el mentado período y que, al
ampliarse el marco temporal de la misma, se estaban dando nuevas
oportunidades a la acusación pública y privada de remediar sus propias
falencias, en alzamiento a lo que había consignado la SCBA al fallar en P.
129.069, es decir en la propia ratificación de la sentencia casatoria.
Extractan segmentos de dicha sentencia del Superior Provincial y reclaman
se anule la decisión del órgano de juicio.
     5.- Relacionado con lo anterior, indican, como argumento coadyuvante,
que las denunciantes, señoras De León y Porro, efectuaron denuncias ante
la misma UFI N° 7 de La Plata, que había tenido a cargo la investigación
penal preparatoria sobre cuya base se requirió la elevación a juicio y se
realizó el primer debate, en el que Puig resultara absuelto.
     Reclaman que se actuó de manera contradictoria por los acusadores
pues, no obstante haber realizado nuevas denuncias en las que se señalaba
que los hechos habían ocurrido en el año 2009, a Puig le fue ampliada la
imputación por esos mismos hechos en el segundo juicio, mientras las IPP
N° 06-00-042915-15 y 06-00-042904-15 se hallaban tramitando.
     Denuncian que su asistido nunca pudo defenderse de tales
acusaciones, ni fue llamado a prestar declaración a tenor del artículo 308 del
CPP. Observan que ello fue puesto en conocimiento de los jueces de grado
y, sin embargo, se decidió proseguir con el mecanismo previsto en el artículo
359 del CPP “sabiendo que este marco se encuentra investigado, y en pleno
trámite en otro proceso penal abierto” (v. escrito recursivo, fs. 27, quinto
párrafo).
     6.- Seguidamente, reclaman que, en relación a los supuestos hechos
ocurridos en el año 2009 operó la prescripción de la acción, conforme lo
previsto en el artículo 62 inciso 2 del CP, habida cuenta que Puig nunca fue
siquiera citado a declarar respecto de éstos (fs. 27vta. y sigtes.).
     Indican que la construcción de un supuesto delito continuado ha sido
ilógica e infundada, dado que se la ha efectuado sobre una base temporal
que no conforma una continuidad de delito. A tales efectos, señalan que la
distancia temporal entre las acciones descriptas por la Fiscalía es suficiente
para apreciar la ausencia de continuidad del injusto.
     Reiteran que el haber utilizado dicha categoría para incluir lapsos
correspondientes al año 2009 sólo tuvo como finalidad superar la ineficaz
actividad de la acusación ya que, insisten, Puig sólo había sido intimado por
un breve segmento de marzo del año 2010.
     7.- Critica la defensa técnica que en la sentencia dictada se haya
utilizado como elementos probatorios efectos que fueron llevados al juicio
sin el debido resguardo de la cadena de custodia (fs. 30/33). En tal sentido,
afirman que los objetos y materiales que fueron ponderados como
elementos de prueba llegaron en condiciones que no permitían su
evaluación, dado que se trataba de sobres rotos, cajas abiertas y objetos
faltantes. Sostiene que, pese a sus reclamos frente a lo que considera una
grave irregularidad, el tribunal nada hizo y convalidó la negligente actividad
del Ministerio Público Fiscal.
     8.- En relación al motivo de agravio que lleva por encabezado
“Arbitrariedad. Absurda valoración de la prueba” (fs. 33 en adelante), el
mismo debe desglosarse en varios sub-ítems para una mejor comprensión
de las críticas allí contenidas.
     En este orden de ideas, señalan los recurrentes que la conclusión a la
que arribaron los magistrados anteriores no fue una derivación racional y
objetiva de las constancias del proceso sino, incurriendo en una evidente
arbitrariedad, se ha apartado de las pruebas sustanciadas. Aducen, en este
sentido, que se han tergiversado los datos surgidos de los elementos
probatorios disponibles y que se ha razonado de forma absurda.
     Recuerdan las acciones de carácter libidinoso que le fueron endilgadas
a su asistido, tales como “correr desnudo”, “abusar de todos los chicos”,
“usar corpiño rojo”, “orinar los instrumentos [musicales]”, “usar tetas de
plástico”, “hacer formar una fila de niñas encabezadas por la docente Diaz y
otra fila de niños encabezados por el docente Puig, para que las niñas
masturben a los nenes”, etcétera, y aseveran que como en todo proceso
penal, los hechos no sólo deben ser verdaderos y corresponderse con lo
ocurrido en el mundo sino, además, debidamente probados (fs. 33 y vta.).
     Afirman que las declaraciones de las supuestas víctimas han sido
llamativamente seccionadas y analizadas en forma sesgada.
     Ponen de resalto que la Fiscalía y los acusadores privados desistieron
de la declaración de la psicóloga particular Leda Olga Suárez -quien habría
aconsejado hacer la denuncia-, del médico Mario de Amézola -pediatra de la
menor E.V.-, de la psicóloga Silvina Laura Catera y que, más aún, resultaba
sugestivo que la Fiscalía no convocara a las peritos psicólogas oficiales,
licenciadas Elisa Rossi y Florencia Ortiz, quienes se desempeñan en
reparticiones del Poder Judicial y habían entrevistado a los menores a
requerimiento de la Agente Fiscal instructora (fs. 36vta./37).
     Resaltan las conclusiones a las que arribaron las expertas de la
Asesoría Pericial departamental, las que -a criterio de los impugnantes-
resultan indubitablemente elementos en favor de su asistido.
     Cuestionan también que, pese a haber sido citada como testigo, y
manifestarle al tribunal que tenía una justa causa para entender no hallarse
comprendida por el secreto profesional, los jueces negaron que la psicóloga
Karina Levchuk pudiera responder preguntas relacionadas con la situación
de la menor E.V., debido a que la denunciante De León se opuso, negando
relevarla del referido secreto profesional (fs. 38vta.). Apuntan que ello resulta
llamativo por cuanto, pese al expreso pedido de la profesional, ni la
denunciante ni los jueces le permitieron expresarse, causando ello un claro
perjuicio a la averiguación de la verdad.
     Pasan luego a criticar el valor asignado por los sentenciantes a las
manifestaciones de la perito Emma Creimer, consignando que, tal como
puede leerse en el acta y en el propio decisorio, ésta admitió no haber
efectuado entrevistas “ni a denunciantes, ni a padres, ni a hijos, ni al
denunciado, sencillamente a nadie” (textual, fs. 40, primer párrafo).
     Critican que, pese a lo expresado, el tribunal tomara sus conclusiones
como un elemento de peso a la hora de formar su convicción. Señalan que,
entre otras cuestiones inconducentes, la referida perito realizó un cuadro
comparativo con otra causa, utilizó cuestionables parámetros y concluyó
efectuando un “perfil criminal de Lucas Puig” que fue aceptado por el a quo
como un indicador de la autoría de éste (fs. 40vta.).
     Denuncian que los magistrados anteriores han realizado
reinterpretaciones de los dichos de varios deponentes considerados como
prueba de cargo, elaborando conclusiones que se encuentran alejadas del
sentido de las palabras y del sentido que cabe asignarle a lo referido por
éstos (fs. 42vta. y sigtes.).
     Cuestionan, en particular, los motivos por los cuales los jueces
anteriores desecharon los análisis y conclusiones a las que arribaron las
expertas pertenecientes a la planta del Poder Judicial (licenciadas Rossi,
Ortiz, Hernández Mason, Gardiner y Arcuschin) denunciando que se actuó
de forma sesgada y con una marcada arbitrariedad en cuanto de dichos
estudios y declaraciones vertidas en el debate se abonaba la hipótesis
defensista y, por ende, la inocencia de Puig (fs. 44vta./55vta.).
     Pasan extensa revista a las declaraciones vertidas en el debate y
señalan que son numerosos los testimonios propuestos por la defensa –
docentes, personal no docente, directivos y padres de los demás niños que
estaban en las clases de Puig) que desacreditan y refutan por completo los
datos que se pretendieron extraer de los dichos de los denunciantes y de las
supuestas víctimas (fs. 55vta. y sigtes.). Reclaman la absolución de su
asistido (fs. 104vta., primer párrafo).
     9.- Por último, realizan consideraciones relativas a la pena impuesta y
la inmediata detención ordenada, la que tildan de injustificada. Hacen notar
que se ha actuado de manera arbitraria, trayendo como punto de referencia
que el mismo órgano jurisdiccional -con la sola variación de una de sus
integrantes- había fijado una pena sensiblemente inferior en el expediente
2852/3674 (“Alonso, Alejo Raúl”), quien contaba con varios antecedentes por
delitos de homicidio y, ante un reenvío y juicio de cesura, se le determinó la
sanción en 22 años de prisión, a diferencia de los 35 años que se
impusieron a Puig (v. fs. 101vta./102).
     Formulan reserva del caso federal.
     II.- Por motivos metodológicos, y a efectos de una mejor comprensión
de la solución que propondré al Acuerdo, más allá del orden en que la pieza
recursiva defensista ha presentado sus reclamos, principiaré analizando lo
concerniente a la naturaleza del reenvío oportunamente dispuesto por esta
Casación y los límites temporales en que debía circunscribirse la imputación.
       Ligado a ello explicaremos por qué no resultaba posible la ampliación
de la acusación prevista en el artículo 359 del CPP ya que, tanto desde el
punto de vista lógico como del estrictamente jurídico, no podía predicarse
que el tramo del año 2009 conformara, con lo imputado en una decena de
días de marzo de 2010, un delito continuado.
     Veamos entonces las razones que fundamentan lo que he adelantado.
     1.- Conforme dijimos en los Antecedentes, la Sala V de este Tribunal,
con su anterior composición, decidió la anulación del veredicto absolutorio
primigeniamente dictado y ordenó la celebración de un nuevo juicio, con
jueces hábiles.
     Es oportuno dejar consignado aquí que, no obstante haberse
desechado la vulneración del ne bis in idem, -cuestión cuyo debate se ha
agotado habida cuenta lo decidido por la SCJBA sobre el punto- no es
menos cierto que aquella decisión casatoria, fundada en el argumento de
falencias en el razonamiento desplegado por el tribunal de la instancia que
había absuelto a Puig, implicó colocar a éste en el trance de tener que
soportar un nuevo proceso por una actividad deficiente de los primeros
magistrados que lo absolvieron, deficiencias que -huelga decirlo- de ningún
modo le eran atribuibles.
     Ello surgía de los propios términos utilizados en la sentencia casatoria,
al decir el juez que votó en primer término concitando la adhesión simple de
su colega: “las observaciones que he realizado al fallo recurrido no me dejan
otra salida que el reenvío para la celebración de un nuevo debate aún a
pesar que ello implica poner nuevamente en marcha una parte del sistema
de enjuiciamiento que, en caso de haberse realizado correctamente, aquí
habría terminado” (v. fs. 328, segundo cuerpo del expediente 75.647, las
itálicas me pertenecen). Sin pretensiones de convertirme en exégeta de
resoluciones judiciales pasadas, el sentido de lo allí decidido me parece de
meridiana claridad: si los primeros jueces no hubieran incurrido en
deficiencias, los recursos de los acusadores públicos y privados habrían
resultado improcedentes. Ergo: Puig habría obtenido la confirmación de su
absolución.
     Sin embargo, reitero, por motivos que le resultaban por completo
ajenos, el acusado fue nuevamente sometido a juicio oral y público, esta vez
recibiendo una condena.
     2.- Ahora bien, cabe recordar que el primer juicio -es decir, en el que
Puig resultó absuelto- se había excluido el tramo correspondiente al año
2009 y sólo se había efectuado una imputación por el segmento temporal (el
denominado “período de adaptación” al jardín de infantes), que abarcaba
desde el 2 hasta el 12 de marzo del año 2010.
     Ello surgía de manera indubitable de:
     i.- Lo consignado en el acta de debate oportunamente celebrado,
cuando la Fiscal, Dra. Langone, en los lineamientos de la acusación,
expresó que intentaría probar los extremos de la imputación respecto del
período identificado como “desde el inicio del ciclo lectivo del año 2010 y
hasta por lo menos el 13 de marzo del mismo año” (v. fs. 2020 de los
ppales., y 3 expte. casatorio 75.647).
     ii.- Lo manifestado en la misma oportunidad por el representante del
particular damnificado, Dr. Bolpe: “desde el inicio del ciclo lectivo del año
2010 y hasta el 12 de marzo del mismo año” (fs. cit.).
     iii.- Lo manifestado de manera idéntica por el representante del
particular damnificado, Dr. Beley, quien hizo propios los lineamientos de los
anteriores (fs. cit., última oración).
     iv.- Lo expuesto en el alegato de cierre del debate por la Fiscal
Langone: “inicios del ciclo lectivo del año 2010 y hasta por lo menos el 13 de
marzo de ese año” (fs. 2055 de los ppales. y 38 del expte. 75.647).
     v.- La adhesión a lo antes dicho por los representantes de los
particulares damnificados, Dres. Bolpe y Beley, en sus alegatos de cierre (fs.
2056vta. y 2057 ppales. y 39 vta./40 expte. 75.647).
     vi.- Lo expuesto por la defensa técnica de Puig al finalizar el debate en
relación a los días que comprendía el lapso sobre el que se había formulado
la imputación, detallándose días y horarios en que aquél había concurrido y
por cuánto tiempo había permanecido en el establecimiento educativo (1°, 2,
4 y 8 de marzo de 2010; los días 3 y 5 no concurrió ya que dio clases en otra
escuela y sábado 6 y domingo 7 no hubo clases, v. fs. 2059vta. ppales.,
42vta. expte. 75.647).
     vii.- Lo consignado por el magistrado que emitió el primer voto de la
decisión absolutoria: “no puedo acompañar a la fiscalía, ni al particular
damnificado, quienes sostuvieron que los hechos por los cuales el
imputado ha sido traído a debate acaecieron durante el período escolar
del 2 de marzo al 12 de marzo de 2010 (dado que el primero de marzo se
limitó al mero acto de inicio de clases y el 13 era sábado)” (v. primera
cuestión del veredicto, fs. 46, expte. 75.647, el resaltado me pertenece).
     viii.- Lo destacado por el mismo magistrado a fs. 56vta. del citado
expediente, al consignar que: “el Ministerio Público Fiscal, titular de la acción
penal pública y los representantes del particular damnificado, acusadores
privados, circunscribieron los hechos a los días 1 a 13 de marzo de 2010” (el
subrayado me pertenece).
     ix.- Lo asentado en el punto II del propio veredicto absolutorio, en el
que expresamente se adopta ese temperamento respecto de Puig “por el
hecho que se le atribuyera como cometido en la localidad de Los Hornos,
Partido de La Plata, desde el inicio del ciclo lectivo del año 2010 y hasta
el 12 de marzo de 2010” (fs. 2124 de los ppales., 96 del expte. 75.647).
     Obvio resulta que una sentencia anulada carece de efectos, mas las
citas que se efectúan del fallo absolutorio lo son con el solo objeto de
demostrar que fueron las partes las que se ocuparon de deslindar el marco
temporal sobre el que se asentaba la imputación.
     x.- Las determinantes palabras utilizadas por la Fiscal Langone en su
recurso de casación contra el veredicto absolutorio, circunscribiendo los
hechos al período: “el año 2010 desde el inicio del ciclo lectivo y hasta por lo
menos el 13 de marzo del año 2010” (v. fs. 105vta. expte. 75.647).
     xi.- Todavía más: en el párrafo siguiente al citado, la Fiscalía insiste en
que “no cabe duda que el abuso se perpetró en el año 2010 época en la que
cursaban la segunda sala de Jardín”, descartando expresamente que los
hechos hubieran acontecido en el año 2009, ello “de acuerdo al sustrato
documental” incorporado por lectura (v. fs. 106, expte. cit., primer párrafo).
     Reitero, la propia Fiscal adujo no tener dudas respecto a la época en
que habrían acaecido los presuntos hechos, y así lo dijo en su pieza
casatoria.
     xii.- Lo volvió a repetir -incluso utilizando mayúsculas con la finalidad
de resaltar la importancia del dato temporal-: “DESDE INICIOS DEL CICLO
DEL AÑO 2010 Y HASTA POR LO MENOS EL 12 DE MARZO DE ESE
AÑO” (textual, fs. 111, expte. citado).
     xiii.- Ahora bien, los defensores técnicos de Puig, en su presentación
de fs. 179/185vta. efectuada ante la Sala V de este TCPBA hicieron saber,
por primera vez que, a resultas del resultado adverso obtenido en el debate
celebrado, en el que se circunscribió la imputación al “período escolar de
adaptación (de horario reducido) del 2 de marzo al 12 de marzo del año
2010”, las denunciantes De León y Porro habían efectuado nuevas
denuncias, afirmando ahora que los hechos habían ocurrido en el año 2009,
acompañando copias de las mismas.
     Ello dio origen a las IPP 06-00-042915-15 (denunciante De León) y
06-00-042904-15 (denunciante Porro).
     xiv.- La existencia de las denuncias formuladas no era, por otro lado,
desconocida por la Fiscalía habida cuenta los términos de lo expresado por
su representante en el juicio: “más allá de las denuncias que hacen
referencia los defensores, si bien es cierto que, se plantearon las mismas,
no es menos cierto que, estas denuncias no avanzaron” (v. acta de debate,
fs. 2607vta.).
     xv.- La defensa técnica de Puig insistió en dejar consignado que los
entonces recurrentes (el Ministerio Público Fiscal y los particulares
damnificados) resaltaban “que los (supuestos) hechos por ellos mismos
denunciados, acaecieron en el mes de marzo de 2010”, siendo éste el marco
temporal a que se había limitado la plataforma de imputación.
     xvi.- Sin perjuicio de que ya estaban formuladas las referidas
denuncias y en curso sendas investigaciones penales preparatorias, la
representación del MPF ante este órgano jurisdiccional intermedio, después
de consignar que mantenía en todos sus términos el recurso de la Fiscal
Langone, se expedía en términos que no dejaban lugar a dudas: “la cuestión
relativa a la ubicación temporal de los hechos juzgados e imputados a
Puig, no fue controvertida a lo largo de este extenso proceso, y
particularmente, no lo fue en el debate ni por el imputado ni por su defensa
técnica” (v. fs. 247, cuarto párrafo, expte. 75.647, cuerpo II, la utilización del
resaltado pertenece a la Dra. Moretti).
     xvii.- Aún más, la distinguida Fiscal Adjunta de Casación alegaba, en
otros segmentos de su memorial, en torno a lo “ocurrido o dejado de ocurrir
en ese inicio del ciclo 2010” (fs. 249vta., cuarto párrafo) y a “la efectiva
realización de estas conductas abusivas en el inicio del ciclo 2010” (fs.
250vta., último párrafo).
     xviii.- Continuando con la clara posición de las partes recurrentes, al
celebrarse la audiencia oral convocada por los entonces integrantes de la
Sala V el 11 de agosto de 2016, la Fiscal Adjunta de Casación volvió a
reiterar que “la acusación se limitó al año 2010” (v. acta de fs. 268).
     xix.- En la misma audiencia, el representante del particular
damnificado, Dr. Beley, fue igual de categórico al afirmar que: “no existen
dudas que el hecho ocurrió en el año 2010” (fs. 268vta., el destacado me
pertenece).
     xx.- Al resumir las pretensiones de los recurrentes, la decisión de la
Sala V comenzó consignando que, según los términos expresados por la
Fiscal Langone, los hechos habrían ocurrido “durante el año 2010, desde el
inicio del ciclo lectivo y hasta por lo menos el 13 de marzo de ese mismo
año” (v. segunda cuestión, fs. 273, expte. 75.647).
     xxi.- Seguidamente, y dados los términos utilizados en el recurso, la
resolución de la Sala reitera que, según el criterio de la fiscal, “no cabe duda
alguna que los abusos se perpetraron en el año 2010”, desechando la
posibilidad de que hayan ocurrido en el año 2009 (v. fs. 273vta., expte. cit.,
segundo párrafo).
     xxii.- Ahora bien, como ya dijimos, la Sala con su anterior composición
declaró “la nulidad de la absolución del veredicto y sentencia dictado en
favor de Lucas Manuel Puig por incumplir las exigencias de fundamentación
de modo de respetar el debido proceso legal” y dispuso “el reenvío de los
autos a la instancia de origen, conforme art. 461 del C.P.P., para que un
tribunal hábil celebre un nuevo juicio, asegurando la imparcialidad de los
jueces. Sin costas” (textual, fs. 294vta./295, puntos II y III).
     3.- Va de suyo, entonces, que el reenvío dispuesto por el órgano
casatorio sólo podía incluir el juzgamiento de las conductas que hubieran
tenido lugar en el lapso determinado por el período escolar del 1° de
marzo al 12 de marzo de 2010 y no por otro.
     En efecto, y más allá de las observaciones críticas que el decisorio
pudiera merecer en este magistrado llamado ahora a decidir, lo cierto es
que, al menos de las propias palabras de la anulación por casación negativa,
surgía prístino que ése debía ser el marco temporal del nuevo debate, sin la
inclusión de eventos anteriores ni posteriores a esos días de marzo de
2010.
     Entonces, hay un claro fundamento que estriba en que fueron los
acusadores, tanto públicos como privados, quienes expresamente
circunscribieron el lapso de la plataforma imputativa: en este orden de
cosas, el extenso listado arriba consignado -que, por otro lado, es
meramente ilustrativo, pues hay aún más ejemplos- así lo demuestra.
     Ahora bien, si esa limitación del tiempo obedeció a la estrategia
procesal -incluyendo la probatoria- que los acusadores habían desarrollado
en el primer debate y el resultado les resultó adverso, ello no puede llevar a
que, con posterioridad, y echando mano al artículo 359 del CPP -norma ritual
que no procedía por las razones que seguidamente daré- se intentara, bajo
nuevas coordenadas temporales (y las nuevas pruebas que ello implicaría)
lograr una condena por fuera del marco temporal que ya había sido
establecido.
     4.- Debo hacer notar en este punto que ello fue puesto de relieve, de
manera especial, por la Suprema Corte de Justicia al tener que expedirse a
raíz del recurso extraordinario deducido por la defensa de Puig.
     En efecto, una simple lectura de los términos utilizados por el Alto
Tribunal provincial en la causa P.129.069, “Puig, Lucas Manuel s/ recurso
extraordinario de inaplicabilidad de ley” no deja margen de dudas, en cuanto
a que la anulación y el reenvío ordenado no podía entenderse como una
nueva oportunidad de llegar a una condena extralimitando la plataforma
fáctica y las consiguientes pruebas que no habían sido esgrimidas en el
debate anulado. Dijo la Suprema Corte:
     “Desde luego no se trata de reforzar las posibilidades de arribar a una
decisión condenatoria superando deficiencias probatorias o de meros
preceptos adjetivos”, insistiendo en que se descartaba “que la nulidad pueda
tener como fin, por ejemplo, remediar la mera orfandad probatoria, dando
una nueva oportunidad al acusador público o particular para rehacer una
investigación defectuosa o insustentable”, citando la doctrina de la Corte
Federal en el precedente ‘Sandoval’ (CSJN, Fallos 333:1687).
     De esta forma, insisto, el reenvío debía ceñirse a la celebración de un
nuevo debate, con jueces hábiles, respecto de la conducta endilgada a Puig
en el estricto marco temporal que ya había sido definido por los
propios antagonistas procesales. Una visión contraria chocaría de bruces
con el principio acusatorio que rige nuestro ordenamiento procesal penal en
la provincia desde 1997.
     Por eso mismo llama la atención la afirmación de la señora Fiscal
Adjunta de Casación, en el memorial complementario presentado el mismo
día de la audiencia celebrada el 4 de mayo del corriente, según la cual las
quejas de la defensa resultaban infundadas dado que “no tienen en cuenta
que la delimitación del objeto del proceso ya fue fijado en la requisitoria de
elevación a juicio, acto respecto del cual no solo no se dictó ninguna sanción
procesal como la nulidad sino que fue confirmada por la Cámara Penal
Departamental” (fs. 112 y vta. el destacado pertenece a la Dra. Moretti), pues
ello no sólo no resulta una refutación sino que, correctamente entendido,
sirve de apoyo a la posición defensista.
     La aclaración que vierte la distinguida Fiscal Adjunta a continuación del
segmento extractado (“la determinación del objeto del proceso debe regirse
por la base fáctica allí fijada, salvo las ampliaciones establecidas que
oportunamente puedan efectuarse”, resaltados ídem) supone, como es
obvio, una utilización de las facultades previstas en el artículo 359 del CPP
que sea correcta y pertinente, lo cual, como seguidamente expondré, no
aconteció en el juicio.
     5.- En efecto, como ya lo adelantara, en total contradicción con la
reiterada postura acusatoria del Ministerio Público Fiscal de que los hechos
habían sucedido en el mes de marzo de 2010, el nuevo Fiscal interviniente,
promediando el debate, consideró que debía activarse el mecanismo
previsto en el artículo 359 del CPP (v. acta de debate, fs. 2605vta.), petición
que fue acompañada por los acusadores particulares (los mismos letrados
del primer juicio, con otros profesionales que se sumaron).
     Ahora bien, como se sabe, el primer párrafo de dicha norma adjetiva
prevé que “Si en el curso del debate surgieren hechos que integren el delito
continuado atribuido o circunstancias agravantes de calificación no
contenidas en el requerimiento fiscal o en el auto de elevación, pero
vinculadas al delito que las motiva, el fiscal podrá ampliar la acusación”.
     Se trata, entonces, de dos hipótesis: la primera, la atribución de uno o
varios hechos que integren el delito continuado; y la segunda, que hubieren
surgido circunstancias agravantes de la calificación.
     6.- En el caso en análisis no ha ocurrido ni lo uno ni lo otro.
     En cuanto a la primera hipótesis, la calificación de delito continuado que
venía propuesta en el requerimiento lo era limitado al tramo del 1 al 12 de
marzo de 2010. Sentado ello, la pretensión de extender hacia atrás la
imputación en los términos que se propusieron y el a quo avaló (“al menos
desde el año 2009, luego de las vacaciones de invierno y hasta, por lo
menos, el 15 de marzo de 2010”, v. acta cit., fs. 2606) conlleva de manera
intrínseca una dificultad lógica e insuperable para considerar que estamos
frente a un delito continuado: la discontinuidad en el trato que pudieron,
llegado el caso, haber tenido agente y víctimas.
     Lo explico de manera más sencilla: si la ampliación comprendía el
lapso “luego de las vacaciones de invierno [del año 2009]” tenemos que
ubicarnos, como mínimo, a fines del mes de julio o principios de agosto
-época en las que normalmente las autoridades educativas de la provincia
de Buenos Aires disponen la finalización del receso invernal- para finalizar,
según dijo el Fiscal y aceptó el tribunal anterior, a mediados de marzo de
2010: son siete meses y medio, de los cuales al menos tres meses están
ocupados por las vacaciones de verano.
     La única conclusión posible -no podía haber delito continuado- es lógica
y jurídica. Es lógica, porque no puede predicarse “continuidad” si de un lapso
de siete meses y medio, hay un corte abrupto de tres meses por el receso
estival, y es jurídica porque, según tengo dicho en innumerables ocasiones
como Juez de la Sala III de este Tribunal de Casación Penal, que
naturalmente integro, no se trata de un delito continuado la conducta
“caracterizada por la renovación del dolo en cada supuesto y la variación de
la modalidad de la ejecución que, además, se presenta temporalmente
distante…” (v. mi voto en causa 84.591, “Cuello”, y la citada doctrina de la
Sala III al respecto en causa 53.864, “Terán”, entre muchos otros).
     Entre las opiniones autorales más respetadas, debe destacarse que ya
Welzel requería que el delito continuado indicaba la inmediatez de tiempo y
espacio (v. la cita en Zaffaroni, E.R., Alagia, A. y Slokar, A., Derecho penal.
Parte general, Ediar, Buenos Aires, 2008, p. 861).
     A mayor abundamiento, anoto que la mencionada doctrina casatoria,
según la cual para considerar un delito continuado en materia de abusos
sexuales es requisito la reiteración “inmediata” del acto (TCPBA, Sala III,
causa 94.124, del 1° de noviembre de 2019, ha sido destacada en el
compendio de Técnica Recursiva elaborado por el Centro de Información
Jurídica de la Procuración de la Suprema Corte de Justicia (edición 2021,
pp. 306/307). En el mismo sentido, lo resuelto por la Sala II de este TCPBA
en el caso “V., J.M. s/ recurso de casación”, del 21 de junio de 2016 -voto de
los Dres. Mancini y Celesia-, en el que se destacó que no podían tenerse por
configuradas las particularidades propias del “delito continuado” al no
hallarse presente, entre otros, el recaudo relativo a la “inmediatez temporal”.
     Apunto simplemente, sin que ello signifique opinión negativa bajo
ningún aspecto, que tal doctrina resaltada en un texto principalmente
destinado a los miembros del Ministerio Público Fiscal no haya sido objeto
de mención por ninguno de los representantes de éste, en ninguna de las
etapas del proceso, incluida la audiencia oral y el memorial complementario
adjuntado, en el que sólo se transcribe lo resuelto -equivocadamente- por el
tribunal de juicio y se cuestiona el accionar de la defensa.
     Para finalizar este parágrafo, no puedo dejar de mencionar que el
criterio aquí propugnado es el que respeta sin hesitación la doctrina
establecida por la Suprema Corte de Justicia en P.129.377, del 12-XII-2018
(voto de la Jueza Dra. Kogan y el sufragio concurrente del Juez Dr. Soria).
     7.- Tampoco se podía invocar la segunda hipótesis prevista por el art.
359 del CPP, por cuanto las circunstancias agravantes de la calificación
invocadas (la utilización de un arma y el abuso con acceso carnal) ya habían
sido objeto de consideración en el proceso, es decir, lejos estaban de ser
cuestiones novedosas surgidas en el segundo debate.
     Respecto de la primera circunstancia, la misma aparece ya en la
primera declaración de E.V. del 8 de octubre de 2010 en la UFI 7: “mi
señorita le dio un cuchillo para amenazarnos a todos, a todos mis amigos”,
la Fiscal Bravo entonces preguntó: ¿Y a vos te parece que en un jardín hay
cuchillos? ¿Cómo era eso?, no, no, no entiendo […] la maestra trajo el
cuchillo” (v. sentencia del 30/8/2022, fs. 2690vta./2691, cuerpo XIV).
     Vale decir que, al menos ya doce años antes de la “novedad surgida
en el debate” de 2022, tal circunstancia podría haber sido -y no lo fue-
investigada e intimada como parte de la imputación.
     Al respecto, encuentro ilustrativo el comentario efectuado al art. 359
CPP en una de las más recientes obras sobre nuestro sistema procesal
penal: “Ahora bien, ¿qué sucede si el hecho ya era conocido durante la
etapa de investigación por el fiscal y este lo omitió o decidió no incluirlo en la
imputación? En este caso, no procede formular una ampliación de la
acusación; la etapa se encuentra precluida” (v. Torres, Sergio G. y Basílico,
Ricardo A. (directores), Código Procesal Penal de la Provincia de Buenos
Aires. Análisis doctrinal y jurisprudencial, Buenos Aires, Hammurabi, 2022,
tomo 2, p. 526).
     8.- Como dijimos, nada aporta el memorial complementario de la
Fiscalía Adjunta de Casación al respecto, limitándose a decir que el uso de
un arma, como circunstancia agravante de la calificación, permitía la
aplicación del art. 359 CPP, pero omitiendo que su colega de la instancia
conocía desde hacía doce años -y, reitero, por motivos que no cabe aquí
indagar, no avanzó en la pesquisa sobre el punto, tal como admitió
expresamente el Fiscal de juicio a fs. 2607vta.-, por lo que mal se podía
ahora proclamar que estábamos ante circunstancias novedosas.
     Insisto en que la SCJBA expresamente dijo en su fallo que la anulación
no podía tener como fin, por ejemplo, remediar la mera orfandad probatoria,
dando una nueva oportunidad al acusador público o particular para rehacer
una investigación defectuosa o insustentable.
     Lo contrario sería someter al imputado absuelto a un nuevo proceso en
el que el Estado cuenta con una renovada posibilidad de corregir sus propios
defectos investigativos, lo que ciertamente tanto la jurisprudencia de la
Suprema Corte como de la Corte Federal han vedado. Y es que, en
definitiva, de lo que se trata es de no cargar sobre las espaldas del imputado
los errores procesales de los órganos estatales -trátese de tribunales o del
Ministerio Público Fiscal- a los que resulta por completo ajeno.
     9.- Tampoco era novedosa la imputación por acceso carnal, por lo que
mal se podía echar mano allí al art. 359 del CPP. En efecto, al comenzar el
primer juicio, la Fiscal Langone había mencionado que la conducta abusiva
endilgada a Puig consistía en tocamientos, prácticas de sexo oral hacia las
presuntas víctimas y de éstas hacia aquél (v. fs. 2020 ppales.). Así lo
mantuvo la Fiscalía en el recurso de casación contra el veredicto absolutorio
(fs. 101/113 expte. 75.647, cuerpo I).
     Ahora, cuando nos detenemos en la lectura del segundo cuerpo de
dicho expediente, observamos una muestra más de las numerosas
contradicciones que presenta el accionar del Ministerio Público Fiscal.
     En efecto, al presentar el memorial complementario sosteniendo el
remedio casatorio impetrado en la instancia, la Dra. Moretti expresaba “[e]ste
Ministerio Público sostiene desde hace tiempo que supuestos como el de
autos, donde las víctimas fueron obligadas a practicar sexo oral, constituyen
uno de los modos configurativos del delito de violación comprendido en el
tercer párrafo del actual artículo 119 de[l] Código Penal, pues el ‘acceso
carnal por cualquier vía’…” (v. fs. 262vta./263 expte. 75.647, punto 4).
     Sin embargo, aclaraba la distinguida Fiscal Adjunta de Casación, “la
aplicación del principio de [la prohibición de la] reformatio in peius impide
postular tal calificación (art. 435 del C.P.P.)” (fs. cit., itálicas originales, el
destacado me pertenece).
     Entonces, solo cabe concluir en que los miembros del Ministerio
Público Fiscal (al menos dos magistradas de primera instancia y su colega
ante esta Sede) conocían perfectamente la plataforma fáctica que había sido
imputada a Puig desde el principio, por lo que no logra comprenderse el
argumento expuesto en el nuevo debate acerca de “circunstancias
novedosas” que ameritaban la ampliación de la acusación.
     Nada de esto aparece refutado -ni siquiera, en rigor, mencionado, en el
nuevo memorial complementario presentado por el MPF en la audiencia del
4 de mayo pasado.
     Empero, no puedo pasar por alto que en el escrito presentado en la
Sala V en fecha 11/8/2016 (según el cargo que consta a fs. 265vta.), se
afirmara velar por el resguardo de la garantía de la prohibición de la
reformatio in peius (obviamente pensada en favor del acusado), mientras
que, tanto en el nuevo juicio como en el último memorial complementario, se
haya adoptado una solución contradictoria con aquel temperamento.
     Para cerrar este apartado de mi voto, debo poner de resalto además
que -dado que le tribunal anterior nada dispuso sobre las actuaciones en
trámite- el riesgo de que Puig sea sometido nuevamente a proceso y a
nuevas condenas por los mismos hechos importa una ostensible vulneración
de la garantía del ne bis in idem.
     10.- Consecuente con lo que vengo diciendo, y habiendo expuesto y
analizado los graves defectos de que adolece la sentencia en ese punto, es
mi primera propuesta al Acuerdo el anular en forma completa la ampliación
de la acusación formulada en el debate, excluyendo el marco temporal
que exceda al “período de adaptación” comprendido entre los días 1° y
12 de marzo de 2010 (arts. 18 de la CN; 1, 106, 201, 203, 207, 359 a
contrario sensu, del CPP).
     Con el desarrollo previo de las razones que he plasmado en los
parágrafos 1 al 10 de este voto, ambos inclusive, entiendo he despejado las
inquietudes de la distinguida Fiscal Adjunta de Casación vertidas en su
dictamen complementario de fs. 108/128vta. (v., especialmente, punto 5 del
mismo, fs. 115/116), en cuanto bregaba por el mantenimiento del
temperamento adoptado por el tribunal anterior en relación a la aplicación
del art. 359 del CPP.
     11.- Seguidamente, y a efectos de despejar el tratamiento de los
reclamos de la parte recurrente, observo que la queja según la cual no se
habría resguardado la cadena de custodia de los efectos llevados al debate,
no ha sido formulada con la debida precisión -de hecho, no es dable conocer
a qué efectos se refieren los impugnantes- por lo que media aquí
insuficiencia recursiva. Pero, además, no se observa que los mentados
efectos hayan sido fundamentales para la decisión del caso por lo que el
análisis al respecto se tornaría insustancial.
     En tales condiciones, paso al tratamiento de los motivos de agravio
cuyo análisis sí resulta relevante para la solución que propiciaré al Acuerdo.
     12.- Tal como recién adelantáramos, pasaremos a analizar las quejas
defensistas según las cuales el tribunal anterior razonó equivocadamente y
valoró arbitrariamente la prueba rendida en el debate.
     En este segmento de mi sufragio debo anotar que partimos de la base
de que el testimonio de la víctima, en este tipo de delitos, resulta de un valor
preeminente. Empero, ello no conlleva que el órgano juzgador pueda
soslayar y apartar sin dar fundamentos válidos, la prueba que resulte
idónea y eficaz para refutar la hipótesis acusatoria.
     13.- Lo contrario -es decir, convertir a los dichos de la víctima en una
prueba que inexorablemente resiste, pese a los claros datos contrarios que
se le puedan oponer, cualquier tipo de elemento probatorio que abone o
sustente una hipótesis de la defensa- convertiría a aquellos en una suerte de
nueva “prueba legal o tasada”, que predetermina el resultado probatorio de
forma vinculante para el juez, quien jamás podría dejarla de lado pese a sus
inconsistencias.
     14.- En consecuencia, como seguidamente se demostrará, partiremos
de lo relatado por las presuntas víctimas B.F. y E.V. -dado que el tribunal de
grado lo entendió en el veredicto de condena como “la principal fuente de
prueba de la hipótesis acusatoria” (v. fs. 2695vta., tercer párrafo, foliatura de
los principales)- y lo confrontaremos con el resto de elementos disponibles
para, una vez efectuado el estudio de los datos allí surgidos, verificar si la
mentada “principal fuente de prueba” de cargo no ha sido contradicha y, en
definitiva, refutada.
     Adelanto que, como podrá observarse en el devenir de los parágrafos
de este sufragio, el a quo estructuró un razonamiento probatorio basado
exclusivamente en lo que suele denominarse “sesgo confirmatorio”, es decir,
asumir la hipótesis acusatoria respecto tanto de la ocurrencia de los hechos
como de la intervención del imputado en éstos, seleccionar y priorizar los
elementos de juicio que apoyarían esa hipótesis, sin considerar siquiera la
existencia de una hipótesis contraria.
     15.- Además, como también podrá apreciarse, frente a las lagunas,
ambivalencias o, más directamente, deficiencias en la reconstrucción de los
hechos, en todos los casos decidió en contra de la hipótesis de descargo,
temperamento que expresamente la Corte Federal fulminó en el caso
“González Nieva” (CSJ 4490/2015/RH1, del 8 de octubre de 2020,
considerando 6°, sexto párrafo, y la cita allí vertida del precedente de Fallos:
339:1493, “Carrera”), al decir que se trataba de un criterio que se funda en
razonamientos arbitrarios y, sustantivamente, en una concepción
difícilmente compatible con la presunción constitucional de inocencia.
     Específicamente, se ha puesto de resalto por la doctrina actual las
incompatibilidades que se generan respecto de las reglas que rigen la
presunción de inocencia el partir de la base de que el acusado falta a la
verdad, sin siquiera sopesar -como hemos visto que exige la Corte
Suprema- la teoría del caso de la defensa y la hipótesis de descargo, con
sus correspondientes pruebas, pues ello viola, además, el principio de
igualdad en contra del imputado (v. Sancinetti, Marcelo A., Acusaciones por
abuso sexual: principio de igualdad y principio de inocencia, en Revista de
Derecho Penal y Procesal Penal, LexisNexis, junio de 2010, p. 981).
     16.- Por otro lado, debo alertar que la cuestión lejos está de resultar
baladí, pues de lo que se trata, en definitiva, es de tratar de eliminar o
neutralizar el riesgo de las condenas falsas ya que, como explica Ferrer
Beltrán, para estar en condiciones de decidir si se va a considerar probada
la hipótesis de los hechos que formule la acusación en el proceso judicial
resulta imprescindible fijar un umbral a partir del cual se aceptará a aquélla
como comprobada: si el estándar de prueba en el proceso penal es más
exigente se producirán menos condenas falsas, mientras que el efecto será
exactamente el contrario si el estándar es menos exigente (Ferrer Beltrán,
Jordi, La valoración racional de la prueba, Marcial Pons, Madrid, 2007).
     La Corte IDH, en el caso “Zegarra Marín v. Perú” ha indicado que el
principio de presunción de inocencia “es un eje rector en el juicio y un
estándar fundamental en la apreciación probatoria que establece límites a la
subjetividad y discrecionalidad de la actividad judicial”, agregando que “en
un sistema democrático la apreciación de la prueba debe ser racional,
objetiva e imparcial para desvirtuar la presunción de inocencia y generar
certeza de la responsabilidad penal”.
     Ha sido enfática la Corte Interamericana en señalar que “la carga de la
prueba se sustenta en el órgano del Estado, quien tiene el deber de probar
la hipótesis de la acusación y la responsabilidad penal, por lo que no existe
la obligación del acusado de acreditar su inocencia ni de aportar pruebas de
descargo. Es decir, la posibilidad de aportar contrapruebas es un derecho de
la defensa para invalidar la hipótesis acusatoria (contra hipótesis), que a su
vez la acusación tiene la carga de invalidar” (en Digesto Themis,
jurisprudencia de la Corte IDH respecto del art. 8° de la CADH, las garantías
en el marco de los procesos, apreciación de la prueba, citado en Torres,
Sergio G. y Basílico, Ricardo A. (directores), Código Procesal Penal de la
Provincia de Buenos Aires. Análisis doctrinal y jurisprudencial, Buenos Aires,
Hammurabi, 2022, tomo 2, p. 567).
     17.- Unido a ello, y como lo han expuesto de manera unánime mis
colegas de la Sala I de este TCPBA: “interesa destacar que no le es
jurídicamente exigible a la defensa comprobar su hipótesis bajo el mismo
estándar probatorio que le cabe a la acusación -certeza más allá de toda
duda razonable, pues rige en el proceso penal el principio ‘in dubio pro reo’”,
por lo cual “la hipótesis de la acusación debe ser capaz de explicar lo
sucedido en forma coherente y al mismo tiempo debe haber podido refutar
las hipótesis que le confrontan […] está claro que, en términos de
estándares probatorios, el nivel más alto lo tiene la Acusación en tanto,
como órgano persecutor, es llamado a superar el máximo estándar pues
debe refutar la presunción de inocencia; en cambio, cuando es la defensa
quien ofrece una hipótesis alternativa sujeta a pruebas que la avalan, el
estándar exigible en términos de convicción no puede alcanzar el mismo
nivel que el requerido para quien debe probar más allá de toda duda
razonable” (v. c. 93.344, “Giménez Ávalos, Roberto y Centurión, Omar
Anselmo s/ recurso de casación”, sentencia del 28/5/2019).
     Sano criterio judicial que fue reafirmado por dicha Sala, en sentencia
del 19/5/2022, en la que se consignó que “la presunción de inocencia exige
la adopción de un estándar de prueba muy elevado (como el de la
culpabilidad más allá de toda duda razonable), para la prueba de la
acusación: la acusación no sólo tiene la carga de la prueba sino una carga
particularmente difícil de satisfacer, pues el ordenamiento jurídico no
tolera el error consistente en condenar al imputado inocente” (c.
113.307, el destacado me pertenece).
     Los errores judiciales constituyen una innegable -pero, tal como se dijo,
intolerable- realidad, ya lo expresó con elocuentes palabras Ferrajoli: “Si la
historia de las penas es una historia de horrores, la historia de los juicios es
una historia de errores” y que “la justicia penal, en ausencia de garantías,
genera para los ciudadanos peligros tal vez mayores que los suscitados por
las pasiones de los culpables” (v. Ferrajoli, Luigi, Derecho y razón,
traducción de Perfecto Andrés Ibáñez y otros, tercera edición, Madrid, Trotta,
1998, p. 603/604).
     Entonces, de lo que se trata es de extremar los recaudos y las
exigencias previstas tanto en la Constitución Nacional y los instrumentos
internacionales de protección a los derechos humanos a ella incorporados,
cuanto de la legislación procesal penal que nos rige a efectos de neutralizar
-o llevar a riesgos mínimos- la posibilidad de condenar, por error, a un
inocente ya que, como lo sostenía Blackstone en su conocido dictamen “es
mejor que diez personas culpables escapen a que una persona inocente
sufra” (citado en Larsen, Pablo, ¿Por qué debemos respetar las garantías
penales? Un enfoque consecuencialista, en Lecciones y Ensayos, Revista
de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, N° 95, 2015,
pp. 189-211).
     Aduno que aquella máxima acuñada para el derecho anglosajón por
William Blackstone suele ser acompañada de la célebre historia, ubicada en
la época del Imperio Romano, referida en el voto del Juez Petracchi en
Fallos: 314:1091 que aquí, por razones de espacio, sintetizo: “Numerius
-gobernador de Narbonensis- se hallaba sometido a juicio criminal, y había
asumido su propia defensa negando su culpabilidad y la falta de prueba en
su contra. Delphidius, su adversario, previendo el rechazo de la acusación
se dirigió a Juliano: ‘Oh!, ilustre César -le dijo- si es suficiente con negar,
¿qué ocurrirá con los culpables?’; a lo que Juliano respondió: ‘Y si fuese
suficiente con acusar, ¿qué sobrevendría a los inocentes?’” (consid. 13 del
voto del ministro Enrique Santiago Petracchi, con cita del caso “Coffin vs.
United States”, 156 U.S. 432, 453).
     Como podrá verse en el desarrollo ulterior de este voto, el principio
constitucional de inocencia y su consecuente, el in dubio pro reo, se han
visto menoscabados en más de una oportunidad.
     18.- Ahora bien, recordemos que, conforme la propuesta más arriba
efectuada, el análisis debe ceñirse al denominado “período de adaptación”
de marzo de 2010, más allá de que la segmentación fáctica resulte harto
dificultosa pues tanto la Fiscalía de juicio como los acusadores particulares
-y, lamento decirlo, en gran medida, las preguntas de los miembros del
tribunal que excedían a todas luces lo meramente “aclaratorio”- no se
ocuparon en delimitar con algún grado de precisión en qué momento habrían
ocurrido los hechos abusivos que se le atribuyen a Puig.
     Y no podrá alegarse contra esto las referencias a “[l]uego de las
vacaciones de invierno, cuando volvemos al jardín…” (declaración de E.V.,
fs. 2698 de los principales, itálicas originales), pues, como ya hemos dicho
ello pertenece a un período por el cual se hallan en trámite sendas
investigaciones penales preparatorias y sólo mediante una artificiosa
interpretación del art. 359 del CPP se lo introdujo en el juicio.
     19.- Pero más allá de esas imprecisiones, me interesa destacar que la
hipótesis acusatoria no ha podido ser comprobada con la necesaria certeza
más allá de toda duda razonable.
     Por el contrario, la hipótesis de la defensa cuenta con sólidos, variados
y suficientes elementos convictivos, con peso y entidad propios, que el
tribunal desechó con razones que no pueden avalarse, los cuales, como
veremos, ponen en entredicho los aspectos centrales de lo narrado en la
hipótesis de los acusadores.
     Para que esto pueda comprenderse mejor, analizaremos, en primer
lugar, lo concerniente a los sitios puntuales y los momentos en los que,
según han referido B.F. y E.V., los abusos habrían tenido lugar.
     Aunque resulte obvio recordarlo, no puedo dejar de mencionar que,
conforme veremos y surge de la prueba aportada y producida:
     * Los hechos endilgados a Puig presuntamente habrían sucedido en un
concurrido establecimiento educativo (el San Benjamín, ubicado en el barrio
de Los Hornos, La Plata).
     * Que esos hechos habrían tenido lugar en un acotado margen horario
y de días: se trataba del “período de adaptación” de marzo del 2010, en el
que el docente tenía un contacto con los niños de pocas horas en la
semana.
     Dicho período -si bien formalmente comenzó en fecha 1° de marzo de
2010, ese día sólo hubo un acto escolar con los niños y sus padres, por lo
que, en rigor, comenzó al día siguiente (2 de marzo)- y culminó el día 12 (ya
que el 13 de marzo era sábado).
     De ese lapso, también hay que quitar a los días 6 y 7 de marzo (el
primero, sábado y el segundo, domingo).
     Los días 3, 5, 10 y 12 de marzo Puig no concurrió al
establecimiento (ello surge de forma inequívoca del libro de firmas de
asistencia docente al jardín de infantes glosado a fs. 275/278 de los
principales.
     En síntesis: Puig sólo asistió a dar clases los días 1° (acto escolar
con los niños y sus padres), 2, 4, 8, 9 y 11 de marzo en los horarios allí
señalados. Que E.V. sólo estuvo en la clase de música los días 2, 4, 8 y 11
de marzo (es decir, faltó a clases los días martes 9 y viernes 12 de marzo),
según consta a fs. 3 del Anexo documental.
     * Que el docente estaba rodeado de forma permanente no sólo por los
alumnos (un total de 27: 15 niños y 12 niñas, v. copia de las planillas de
asistencia glosada a fs. 274 y vta. de los principales) sino por otros docentes
y personal no docente (directivos, preceptoras, empleadas, etcétera).
     20.- Ahora bien, teniendo en vista ello, veamos lo relatado por los
supuestos damnificados en punto a los lugares donde se habrían perpetrado
los abusos y los momentos en que éstos habrían ocurrido:
     i.- B.F. (quien contaba en oportunidad de declarar en el nuevo juicio
celebrado con 16 años), refirió que el imputado había perpetrado los abusos
en el SUM (salón de usos múltiples) del establecimiento educativo. En ese
lugar, según dijo en la audiencia, Puig “[s]e desnudaba en el SUM […] Él
estaba desnudo, se nos reía. Corría desnudo, caminaba. Todo para que
nosotros [los alumnos del jardín] lo veamos” (fs. 2695vta., itálicas originales).
      Asimismo, agregó que Puig: “Se disfrazaba. Se ponía corpiños, se
disfrazaba de mujer. Se levantaba la ropa y estaba con un corpiño
puesto” (sic, fs. 2696, primer párrafo, itálicas originales, el destacado me
pertenece).
     En cuanto a las prácticas de sexo oral que se le endilgaban al acusado,
B.F. indicó que las mismas tuvieron lugar en el baño, lugar en el que Puig
“abría los cubículos cuando íbamos a orinar, cuando íbamos a hacer
nuestras necesidades. Se nos metía” (fs. íd.).
     Tenemos, según las palabras de B.F., dos lugares identificados donde
habrían ocurrido los abusos: esto es, el SUM y el baño (“en el baño de
alumnos, en el baño nuestro”).
     De la mal denominada cámara Gesell realizada el 7 de octubre de 2010
en la sede de la UFI actuante, con preguntas formuladas directamente por la
Agente Fiscal -y cuyo contenido desgrabado se encuentra transcripto a fs.
2693/2695, surge que B.F. refirió que el docente lo acompañaba al baño y lo
esperaba ahí. La Fiscal expresamente le preguntó “si lo ayudaba” (es decir,
le preguntó si lo tocaba) y el niño respondió “No, me esperaba, pero yo no
quería que me espere”. El niño luego respondió -frente a una pregunta de la
Fiscal acerca de si le habían dicho para qué estaba ahí- “Para decirles las
cosas feas a ustedes, para así lo saben…” (fs. 2695).
     ii.- Por su parte, al declarar E.V. dijo que “[h]abía dos lugares en los que
ocurrían. En el SUM o en el baño […] En esos dos lugares era donde
sucedían […] El SUM era todo vidriado, se podía ver el patio”. Agregó más
adelante, frente a una pregunta del fiscal que “…cuando volvíamos a la
salita estábamos angustiados…No había nadie en los pasillos. No había
directivos, preceptoras, nada…” y que un día -del que sólo pudo precisar
que “fue en la salita de tres”, es decir en el año 2009, lapso que está por
fuera de la plataforma de la imputación-, Puig la sacó del aula, le pidió las
llaves a la máxima autoridad del establecimiento (“estaba Noemí, la directora
del jardín”) y la llevó al baño para obligarla a que le practique sexo oral.
Señaló también que en una oportunidad al salir del baño se encontraron a
una preceptora (“creo que Mirtha”) y también eran vistos por la directora
(“[s]iempre que nos veía la directoral Noemí o Mirtha o alguna de las
maestras nadie nunca preguntaba nada”).
     Describió también lo que consideró “abusos grupales” (v. fs. 2699 y
vta., utilizo las mismas palabras que la presunta víctima a efectos de no
apartarme un ápice de su propio relato), consistentes en que en el espacio
del SUM se formaban dos rondas, una de niños y otra de niñas, y se jugaba
al “chancho sucio”: “a veces nos hacía arrodillarnos y pararnos y olerle la
rata que tenía un grano rojo que se hacía blanco. Nos decía que era una
rata…que tenía olor a pis” (fs. 2699, penúltimo párrafo).
     De la mal denominada cámara Gesell en la que participó la menor,
también realizada directamente por la Fiscal en sus dependencias (fs.
2690vta./2693), E.V. dijo que estaba allí porque “[m]e hicieron cosas feas”,
mencionando al profesor de música. Cuando fue preguntada a qué se refería
con “cosas feas” dijo que “Eh, bueno, en realidad me asesinaba”. Mencionó
que el profesor se sacaba la ropa y los niños debían sentirle “el olor a pito”.
Fue preguntada nuevamente por la Fiscal si sabía qué significaba asesinar y
la niña respondió que “no” pero que su “señorita” [la maestra] le dio un
cuchillo para amenazarnos a todos, a todos mis amigos”.
     Refirió que “la maestra trajo el cuchillo y después se lo dio a Lucas”.
Utilizó los términos “cuchillo” y “sangre”, lo que debe hacerse notar en
función de las explicaciones vertidas en el juicio por la perito oficial Elisa
Graciela Rossi, quien entrevistó a la niña de manera previa a la declaración
de ésta con la Fiscal y observó -aunque no participó, pues había
recomendado expresamente no hacerlo- el interrogatorio dirigido por ésta (v.
supra, apartado v del parágrafo 37 de este voto).
     21.- Entonces, de acuerdo a lo relatado por B.F. y E.V., los abusos
habrían ocurrido en el SUM y en los baños. Además, los “abusos grupales”
que refiere E.V. se daban en el SUM, frente a todos los niños y niñas y la
maestra Silvina Díaz (ahora sí ya en el año 2010) en una escena en la que
ambos docentes (Puig y Díaz) “se desnudaban, se daban besos” al tiempo
que les impartían órdenes a los alumnos para que se tocaran
recíprocamente: los niños a las niñas y éstas “apretarles el pito de tal
manera” a los primeros (fs. 2699vta.).
     En principio, el acaecimiento de eventos tales como que, en un salón
de usos múltiples de un establecimiento educativo, en pleno horario escolar
matutino, los docentes de despojen de sus ropas sin que nadie más que B.F.
y E.V. los vieran, y que el profesor de música corriera desnudo y con un
corpiño puesto -sin que nadie lo observara salvo B.F.- y por último, que todo
un grupo de infantes fuera sometido a una suerte de tocamientos colectivos
y recíprocos que, nuevamente, nadie más -salvo E.V.-, observó ni testimonió
al respecto, no luce adecuado mirado todo ello desde la propia lógica y el
sentido común.
     Pero, más allá de eso, el tribunal ha dado por comprobados los
sucesos desentendiéndose de todo un conjunto de pruebas -sólidas,
precisas, contundentes- que demostraban precisamente lo contrario a lo
establecido por los sentenciantes, esto es: que Puig nunca estuvo desnudo,
nunca corrió gritando y riéndose de esa forma, no se colocaba prótesis
mamarias falsas (“tetas postizas”) ni usaba lencería femenina, no orinaba los
instrumentos musicales ni ningún otro objeto, no acompañaba a los niños y
niñas al baño y nunca permanecía solo con los alumnos, estando siempre
acompañado de las maestras y preceptoras.
     22.- Entonces, como vengo diciendo, lo que no se comprobó fue la
hipótesis acusatoria y, contrariamente, los elementos producidos abonan
suficientemente la teoría del caso de la defensa, tanto como para poner en
jaque a la primera y establecer un estado de duda a esta altura insuperable.
      23.- El a quo computó como pruebas de cargo lo declarado por la
denunciante y madre de E.V., señora Cecilia De León. Relató en el debate
cómo había comenzado el período de adaptación correspondiente al año
2010 y aclaró que E. el último día que concurrió al jardín de infantes fue el
12 de marzo de ese año. Frente una pregunta del tribunal dijo que el
domingo 14 de marzo, estando en la casa de su pareja Néstor Travaglini, y
en circunstancias en que ella y su hija mayor Ariana regresaban de hacer
unas compras para el almuerzo, aquél le dijo que -en su ausencia- y
mientras él se hallaba cocinando, la niña le había comentado que un trozo
de carne que se iba a cocinar no era eso sino “un pito” (fs. 2656). Travaglini
entonces -según le dijera luego a su pareja, la declarante De León- le había
preguntado a la niña al respecto, frente a lo cual ésta se puso nerviosa, lloró
y le dijo que “Yo voy al baño con Lucas, con B. y con Be.” [ésta última
referencia es a Bernabé Mario López, a quien se intentó presentar como “la
tercera víctima”, según dijo su padre Enrique Alberto López desmintiendo
todo y haciendo énfasis en que nada de lo denunciado había existido, v.
parágrafos 19, apartado x, y 24 de este voto, donde me detendré en dicho
testimonio].
     De León dijo también que la niña volvió a referirle que iba al baño con
su profesor y que éste “se ponía unas tetas de plástico, un corpiño rosa”, lo
que repitió, “Lucas se ponía unas tetas de plástico, un corpiño rosa” (textual,
fs. 2657vta.). Según consignó el a quo, De León solicitó expresamente que
los jueces la miraran en el momento que hacía “una mímica de la posición”
que, según ella, la niña le había referido.
     Relató que consultó a su primo (el letrado de la acusación particular, Dr.
Gliemmo) y que concurrió al día siguiente al consultorio del médico Mario de
Amézola y efectuó consultas con la psicóloga Leda Suárez, a partir del día
16 de marzo. Que, en la segunda entrevista, la licenciada Suárez le dijo que
E. podría haber sido víctima de un abuso. Llamativamente, como más
adelante se expondrá, por razones de estrategia procesal que son de su
exclusivo resorte, la parte decidió desistir de las declaraciones del médico
De Amézola y de la psicóloga Suárez, cuyas manifestaciones habrían sido
del mayor interés para la causa ya que -según los dichos de la denunciante-
fueron los primeros profesionales en ver a E.V.
     Sin embargo, la propia actividad de la parte acusadora -tal como se
consignará más adelante- no ha permitido escuchar a los facultativos que
atendieron a la menor en la época en que se formuló la denuncia.
     Dijo De León que, una vez efectuada ésta, buscó una grilla que tenía
con los teléfonos de los padres de los compañeros de E. y decidió empezar
a llamar a algunos, comenzando con los padres de B.F y de Bernabé López.
Que, luego, Leonardo Flores, padre de B.F., cerca de la medianoche le
devolvió la llamada y que tanto éste como Patricia Porro, con quien De León
había hablado primero, concurrieron a efectuar la misma denuncia.
     Respecto de las reuniones de padres, dijo que la convocante había sido
“la mamá de Thiago” y que ella se limitó a concurrir con la denuncia
efectuada y “el dictamen de la licenciada Suárez”; y que en la reunión le
preguntaron “qué abogados teníamos”, a lo que la denunciante respondió
“mi primo es abogado penalista, se ofreció a defenderme
gratuitamente. Si alguno quiere hacer una consulta no les va a cobrar
honorarios […] ¿Quieren hacer una consulta? No se lo va a cobrar, no
dejen de consultar”.
     Es dable consignar aquí una serie de datos que no dejan de ser
llamativos: lo que en varios pasajes se ha denominado “la cadena telefónica”
y la organización y tenor de las reuniones, pues lo expuesto por De León es
contradicho por una cantidad de testigos que pasaré a analizar.
     Así, la testigo Mariela Rosana Moreno -madre de Bernabé López- dijo
que la reunión había sido organizada por “el padrastro de la nena [en
referencia a Travaglini], habían organizado una reunión en una casa”;
que acudió a la misma y que le parecía una reunión “extraña” (“[l]a pareja
de la madre de la nena…que yo no lo conocía…era el que dirigía la
reunión. Con unos papeles, con informes de psicólogos, con
abogados…No sabía que se actuaba tan rápido. Ya estaba la DDI, los
abogados, el psicólogo” (fs. 2711vta.).
     Lo declarado por Mirtha Susana Astarita también refuta lo dicho por De
León: “entonces mi cuñada me comentó que la mamá de E. [De León]
había citado a todos los papás de la sala a una reunión […] me dijo que
la mamá de E. quería llevarse con ella para la denuncia para que
algunos padres también hagan la denuncia, junto con ella. De ninguna
manera mi cuñada aceptó” (fs. 2741vta.).
     Lo manifestado por Rosalía Beatriz Pargas quien refirió la circulación
“en cadena telefónica” de un mensaje que decía que había habido niños
abusados y, aunque no conocía el remitente, “tenía el nombre de la mamá
de E.” (fs. 2739vta.).
     La lista de declaraciones que ponen en entredicho o directamente
refutan lo manifestado por la denunciante es extensa.
     A más de los ya citados, anoto también la brindada por Enrique Alberto
López, padre de Bernabé, quien fue categórico en manifestar que: “En un
llamado que hicieron a mi casa, lo quisieron involucrar a una criatura de
tres años, en este caso mi hijo, como la tercera víctima” (fs. 2753).
Volveremos sobre el testimonio de López que se constituye, lo adelanto, en
uno de los elementos de mayor peso en favor de la tesis defensista,
desechado como tal por los sentenciantes de forma infundada.
     Sólo adelanto que, en punto a refutar los dichos de la denunciante,
López fue claro en decir que, pese a que no había motivo alguno para
sospechar que hubiera ocurrido alguna agresión, a su hijo “lo quisieron
involucrar” y, cuando se le pidieron mayores precisiones, dijo que una de
las personas que habían intervenido era “esta chica De León” (fs.
2754vta.).
     Por lo dicho, no puede sostenerse lo expuesto por el tribunal en el
sentido de la ajenidad de la denunciante respecto de la organización de la
mentada “cadena telefónica” y las reuniones de padres. La prueba
testimonial a que hemos hecho referencia (y hay otras) acredita
precisamente lo contrario.
     Lo manifestado por Néstor Travaglini, quien en lo sustancial relató el
episodio de la cocina y que E.V. le había que iba al baño con Lucas y los
niños B.[F.] y Bernabé [López] y que ello le había llamado poderosamente la
atención (fs. 2675). No sabía ni recordaba que le haya mencionado la
existencia de un cortinado en los lugares referidos (el baño y un salón que
interpretó era de música. Por su lado, Ariana Villaverde comenzó su relato
refiriéndose a la observancia de su hermana E.V. durante el año 2009
(período que, como vimos, no forma parte de la plataforma de la
imputación). Se remontó a la separación de sus padres en el año 2008.
Pasó a referir el episodio de la cocina que había mencionado Travaglini y
que después E.V. había dicho que Lucas la llevaba al baño y le hacía cosas
como meterle el dedo; que Puig se “ponía tetas de plástico con un corpiño
rosa y se daba besos con la señorita Silvina”.
     Declaró en el debate Jorge Villaverde, padre de E.V., quien dijo que, en
una oportunidad, al encontrarse con su ex esposa [De León] y alzar a su
hija, ésta le dijo que había sido “mordida en la cola” surgiendo el nombre de
Puig. Dijo que no volvió a hablar de ello con la niña y que, debido a que
había presenciado el primer juicio por lo que “conozco las declaraciones de
todos” y sabía que “había sido en el baño”. Dijo no recordar lo que había
manifestado en su propia declaración ante la Fiscalía (fs. 2676) ni tampoco
pudo responder cómo sabía cómo iban al baño.
     El tribunal, invocando que se trataba de preguntas aclaratorias -que no
fueron tales, aspecto recurrente en el juicio sobre el que me detendré más
adelante-, interrogó extensamente al testigo acerca de los juegos del jardín
que habían sido mencionados y, más directamente, le preguntó “qué le hacía
pensar a usted que eran posiciones de índole sexual?” (minuto 11:41 del
audio); requiriéndole los jueces “que hiciera gestos” “¿nos puede graficar”
(minuto 12:13 del audio), agregándole al testigo que ello “era importante”
(minuto 12:17); preguntándole si la menor “¿se ponía en una posición de
cuatro patas?” (minuto 12:22) y la lista podría continuar.
     La formulación de dichas preguntas implica una activa intervención en
la producción de la prueba, destinada a la obtención de proposiciones
fácticas que arrimaban elementos a la teoría del caso de los acusadores, lo
que revela el compromiso de los juzgadores con una de la hipótesis en
conflicto y, en definitiva, el sesgo de carácter confirmatorio (v. TCPBA, Sala
I, c. 104.124, “Bazán, Marcos Esteban s/ recurso de casación”, voto de los
Jueces Dres. Carral y Maidana). Es decir, los jueces ocuparon el rol
acusador de manera evidente.
     Por tales motivos, no dudo en afirmar que el interrogatorio a Villaverde
estuvo direccionado por el a quo, cuyas preguntas, lejos de ser meramente
aclaratorias, buscaron coadyuvar o complementar la labor de los
acusadores, con evidente menoscabo del principio de igualdad de armas y
tercero imparcial.
     Lamento decir que dicha actitud del tribunal anterior fue la continuación
de una actividad investigativa del MPF que lejos estuvo de estar basada en
la objetividad: por caso, sólo recordaré que ante el requerimiento de análisis
de imágenes relacionadas con pornografía infantil, el perito informático
expresó con claridad que nada se había encontrado así como tampoco la
búsqueda del historial revelaba que Puig alguna vez hubiera buscado algo
relacionado con dichas imágenes (v. pericia informática del experto de
policía Juan Pablo Caparra, fs. 569/570, tercer cuerpo de los principales). Tal
vez pueda computarse aquí la máxima arbitrariedad en la recolección de
pruebas: el secuestro de un disco compacto que sólo contenía imágenes de
la ecografía de la esposa de Puig cuando esperaba el parto de su hijo
León Puig.
     Poco resta decir ante tamaño cúmulo de arbitrariedades al que se
sometió al aquí acusado.
     Patricia Porro, madre de B.F., declaró en el juicio que se enteró de los
que ocurría en relación al acusado “por un llamado de una mamá” (fs.
2665vta.). Recordó que, en oportunidad de ir a buscar a su hijo al jardín de
infantes, la maestra Silvina Díaz le pidió hablar con ella y le expresó “¿mamá
en tu casa las cosas están bien?”, a lo que Porro respondió que sí, y la
docente le dio explicó el por qué de su pregunta: la agresividad del niño B.F
hacia otros compañeritos, lo que incluso había motivado -lo admite Porro-
que se cursaran avisos en el cuaderno de notas del alumno. Que en el
llamado de la madre de E.V. (la denunciante De León), ésta le había dicho
que el profesor de música se les mete en el baño, que eso la puso muy
nerviosa y comenzó a efectuarle preguntas al niño y que éste le dijo que
Lucas “a veces” iba al sanitario con él. Continuó interrogando al menor con
preguntas directas (“¿Ustedes le ven el pito”) y que B.F. respondió
afirmativamente y que “Lucas se desnudaba en el SUM”. Efectuó
consideraciones sobre lo que estimó como cambios conductuales en el niño.
Relató lo ocurrido en ocasión de llevar al niño a la entrevista con la perito
oficial Ortiz y que ésta le dijo que “[l]o principal era que el nene no tenía
nada” (en referencia a que no había advertido síntomas de abuso sexual
infantil en B.F.), lo que no la dejó conforme.
     También prestó declaración en el juicio Leonardo Flores, padre de B.F.
En dicha oportunidad recordó el llamado telefónico de la madre de una nena
[De León] recibido en su casa avanzada la noche. Que había notado
cambios en la conducta de su hijo y que radicaron la denuncia. Después se
refirió a un episodio vivido en la vía pública años después en el que su hijo
acusaba a la maestra Silvina Díaz -quien vendía lámparas artesanales en la
calle- y, viendo que el esposo de ésta hizo un gesto de acercarse, Flores
reaccionó: “no le di tiempo, le metí una trompada al marido” (fs. 2679vta.).
     Se refirió a Puig como “el fenómeno éste” y dijo que había tenido suerte
en la DDI pues “me contuvieron” [al declarante, para no ir físicamente contra
el acusado, fs. 2678]. Refirió no haberse quedado conforme con las
explicaciones de la perito oficial Florencia Ortiz y dijo que se trataba de “una
mujer totalmente corrompida” (sic, fs. 2681vta., minuto 36:11 del audio de
su declaración en la segunda jornada del debate que he podido escuchar).
     Volveremos sobre el punto al analizar los informes elaborados por las
expertas del Poder Judicial.
     24.- Ahora bien, previo adentrarme en el cúmulo de elementos que
contradicen de modo palmario esos relatos, cabe consignar que, cuanto
menos, no puede sino parecer algo altísimamente improbable que un
docente -cualquier docente, de cualquier instancia educativa- corra
desnudo y gritando por pasillos y salones -recintos que daban a la vía
pública, a aulas donde había otros alumnos y otros docentes y al
patio-, disfrazado de mujer (lencería femenina incluida), con prótesis
mamarias falsas y nadie, absolutamente nadie, lo observara y le dijera
algo para llamarlo al orden.
     Es del más elemental sentido común razonar que ello habría originado,
cuando menos, un escándalo de proporciones y algún colega o directivo del
establecimiento lo habría reconvenido. Sin embargo, al tribunal anterior, ello
no le generó la más mínima duda ni le hizo nacer alguna sospecha de que
los relatos no se condecían con lo ocurrido: lejos de ello, los consideró “la
principal fuente de prueba” (fs. 2596vta., ya citado).
     25.- Pero vayamos al análisis de los cuantiosos testimonios que
contradicen y refutan acabadamente aquellos relatos:
     i.- Lo declarado por la maestra Silvina Díaz, a cargo de la sala de
infantes en el año 2010, precisamente en la época en que ha quedado
circunscripta la imputación, por lo que su testimonio es más que relevante.
     Díaz comenzó describiendo con abundancia de detalles -de acuerdo a
lo que la propia Fiscalía le iba solicitando- cómo era el SUM: con ventanales
que dan a la vía pública y otros que dan al patio (ello concuerda y encuentra
apoyo en el croquis ilustrativo de fs. 229 y las fotografías de fs. 232/235).
También efectuó una pormenorizada descripción de los pasillos y de los
baños del establecimiento.
     Continuó refiriendo que en el período de adaptación del año 2010 -ella
no había sido docente en el año 2009 de ese grupo de alumnos-, sólo
estuvo con las presuntas víctimas pocos días, es decir, los de esa semana
de marzo de 2010: el primer día sólo una fiesta de los niños en presencia
de sus padres y los restantes días una o dos horas por jornada, durante
quince días, cronograma que ni E.V. ni B.F. completaron. Fue categórica en
manifestar que “mis niños [sus alumnos] nunca se quedaron solos”, lo que
reiteró en varios pasajes de su deposición (v. la declaración completa a fs.
2617 y sigtes.).
     Fue sometida a un intenso interrogatorio y de una simple lectura de lo
consignado en el veredicto y los audios acompañados, observo que contestó
con fluidez y solvencia y que, pese a la evidente situación estresante que le
implicaba ser preguntada de forma rotativa por el fiscal y al menos tres de
los distinguidos letrados de los particulares damnificados, respondió con
firmeza en varios tramos: “si Ud. me está diciendo a mí que pasó algo
delante de mis ojos algo que no pasó, yo voy a morir por defender eso.
Me van a tener que matar porque no pasó […] Si usted me está diciendo
que esto pasó y que yo estaba ahí no, no pasó y no pasó” (fs. 2722vta./
2723, itálicas originales, el resaltado me pertenece).
     En la misma declaración negó tener una relación con Puig más allá de
lo estrictamente laboral, negó haber escuchado alguna vez de parte de una
docente o de un alumno que Puig se haya desnudado y negó haberse
desnudado ella misma en el establecimiento educativo (fs. cit. y 2727vta.):
     *Presenció la totalidad de las clases de música de Puig ya que
correspondían al curso a su cargo.
     *Nunca lo vio desnudo (“como docente no permitiría ninguna de
esas actitudes en mi horario”).
     *Nunca lo vio correr desnudo (¿Si usted hubiese visto al docente
Lucas correr desnudo en el colegio, frente a uno, dos, cinco o veinte chicos
qué hubiese hecho? -En primera instancia llevarme a los chicos y en
segunda instancia avisar a los directivos…”).
     *Nunca lo vio orinando los instrumentos musicales.
     *Nunca se besó con Puig (“ni tampoco me saludaba con un
beso”).
     *Nunca lo vio dar clases con corpiño (“No.- ¿En corpiño rojo,
rosa? -No.- ¿Con tetas postizas? -No…”) ni disfrazado de mujer.
     Para finalizar, dejó claramente expuestos determinados puntos que no
pueden ser soslayados en el análisis de la prueba recibida en el debate, en
especial respecto de las ocasiones en que los niños debían ir al sanitario, la
declarante Díaz fue clara en responder que siempre iban acompañados de
dos personas: la preceptora y la maestra a cargo (fs. 2724vta., penúltimo
párrafo) y categórica en consignar que “él [Puig] no llevaba niños al baño”
(fs. 2727vta., resaltados en el original).
     ii.- Lo declarado por María Gabriela Aguilar, preceptora del jardín de
infantes, quien especificó la escasa carga horaria del denominado período
de adaptación, concretamente el de marzo de 2010, detallando haber
presenciado clases de música a cargo de Puig en otros cursos (“cada clase
de mis niños la presencié”, v. fs. 2729vta., resaltado en el original), las que
duraban 30 minutos. Expresó, además que:
     *Puig nunca daba las clases solo sino acompañado de otros docentes.
      *Que, por tanto, “los chicos no estaban solos en ningún momento
con el profesor” (textual, fs. 2730vta., primer párrafo, el resaltado me
pertenece).
      *Que nunca lo vio desnudo, ni correr desnudo por el SUM ni orinar
algún objeto dentro del recinto (fs. 2730, último párrafo, destacado en el
original).
      * Que la canción que, entre otras, se cantaba en las clases de Puig
-que ella misma había presenciado- decía “si tu chancho engorda, hacelo
adelgazar” (minuto 27:14 del audio de la cuarta jornada de debate).
      Ello se compadece con lo que en oportunidad de declarar en la IPP dijo
Puig negando que se llame la canción del “chancho sucio”, lo cual volvió
a ratificar -este magistrado lo escuchó- en la audiencia celebrada ante esta
Sala el pasado 4 de mayo.
      Por otro lado, no se necesitaba una búsqueda exhaustiva para dilucidar
ese punto. Efectivamente, se trata de una canción infantil compuesta por el
escritor, músico y cantante argentino Luis María Pescetti, ampliamente
difundida en programas televisivos infantiles (consigno sólo uno: https://
youtu.be/5bdiUG0ZjmQ), cuya letra reza:
      “Si tu chancho engorda, hazlo adelgazar // No le des azúcar, ni salsas
ni pan // Oink oink. Oink oink […] Si está gordo, hazlo adelgazar (bis) […]
oink oink (hacia la derecha) - palmas (al centro) – oink oink (hacia la
izquierda) – palmas (al centro) – se repite”. Quien dirige la canción (el
docente) debe taparse la nariz y decir “hmmm, qué olor” (por el olor del
animal).
      Si se presta atención los gestos y las posiciones (formar una ronda,
tomarse los muslos, etc.) son los que el propio creador del tema musical
infantil indica, coincidiendo ello con lo dicho por Aguilar y lo sostenido por
Puig.
      * Que Puig no acompañaba a los niños a los sanitarios (“Lucas no
acompañaba a los nenes a ningún lado, es decir de la sala no salía”, fs.
cit., íd.).
     El testimonio de Aguilar, que como el resto de las declaraciones que
abonaban la teoría del caso presentado por la defensa con su
correspondiente hipótesis fue desechado sin fundamentos válidos por el
tribunal anterior, merece destacarse por varios motivos.
     En primer lugar, por la claridad de sus respuestas, aún frente a
interrogantes que le eran presentados con un lenguaje excesivamente
técnico y, por tanto, ajeno a quienes no cultiven la ciencia filosófica y la
jurídica. Sirva, como muestra, que se le requirió por el juez Fernández
Lorenzo -bajo el ropaje de preguntas “aclaratorias” que exorbitaban lo
autorizado por el art. 364 del CPP- que especificara “si era que su respuesta
[la sintaxis pertenece al tribunal de origen] partía de un esquema
epistémicamente normativo ‘no debe’ o de un esquema óntico ‘no fue’…se
le preguntó cómo sabía epistémicamente hablando…” (fs. 2730vta./2731).
     A pesar de las dificultades que se le plantearon por parte de quienes
interrogaban de forma “aclaratoria” -vulnerando la igualdad de armas y la
imparcialidad-, la testigo respondió con claridad y contundencia, dando las
razones de sus asertos.
     Sólo me queda aportar, a modo de reflexión, que la utilización de
lenguajes alambicados y artificiosos no sólo no contribuye a acercar a los
organismos del Poder Judicial al pueblo, único soberano en un sistema
republicano como el nuestro -en rigor, actúa en un sentido opuesto- como
así tampoco coadyuva a cimentar el prestigio de los órganos
jurisdiccionales.
     Como bien dice Torres, el lenguaje empleado por los operadores
judiciales debe apoyarse en el uso de palabras accesibles al común de las
personas -sin que ello implique renunciar a los términos técnicos, en tanto
éstos no se alejen del significado vulgar dado por el hombre común- pues,
de lo contrario, la actividad judicial se convertiría en algo accesible a pocos
pero con efectos inmediatos y mediatos sobre las personas y la misma
sociedad que acaso ni siquiera la comprendan (Torres, Sergio G., Hacia un
lenguaje democrático, en Justicia Argentina Online. El nuevo modelo
comunicacional, Corte Suprema de Justicia de la Nación, Centro de
Información Judicial, Buenos Aires, 2011, p. 231).
     Asimismo, no puede pasarse por alto la sanción de la Ley número
15.184 (B.O. del 7/10/2020) que, en su artículo 3° prevé entre los objetivos
del lenguaje claro “reducir errores y aclaraciones innecesarias” (inc. “a”) y
“generar confianza en la ciudadanía, limitar ambigüedades y proveer
comunicaciones efectivas” (inc. “i”), aplicable en la esfera de los tres poderes
del Estado provincial, siendo su autoridad de aplicación la SCBA (arts. 4° y
6°), norma positiva de insoslayable observancia por los tribunales de justicia
(el texto puede consultarse en línea en https://normas.gba.gob.ar/ar-b/ley/
2020/15184/216940).
     Ahora bien, como decíamos más arriba, el de María Gabriela Aguilar es
un relevante testimonio pues, además de trabajar en el establecimiento,
haber estado presente en varias clases de Puig y conocer la práctica de
cuestiones tan elementales como el acompañamiento de los niños a los
sanitarios, aquella era, en esa época, madre de un alumno compañero de
las presuntas víctimas: “Mi hijo Santiago, era compañero de los dos
nenes, E. y B.”, refiriendo que el niño “no manifestó absolutamente nada,
no tuvo ningún cambio de conductas. No observé nada diferente que me
llame la atención…no manifestó nada” (fs. 2730vta., destacados en el
original).
     Detalló que su hijo Santiago conocía a Puig y jamás refirió haberlo visto
desnudo y que al momento del juicio le dijo a su madre que “si hubieran
ocurrido las cosas que se leen en el diario él se tendría que acordar”,
agregando que “mi hijo no miente […] es mi hijo el que está ahí adentro,
puedo asegurar que no [ocurrieron los hechos denunciados]” (fs. 2731,
párrafos primero y segundo, itálicas originales, el destacado me pertenece).
iii.- Lo declarado por Andrea González, maestra con extensa trayectoria
docente en el establecimiento educativo. Refirió en qué consistía el período
de adaptación y refirió haber compartido actividades tanto con Puig como
con su colega Silvina Díaz. Fue categórica en responder que:
     *Jamás había visto corriendo desnudo a Lucas Puig ni orinando en
algún recinto.
     *Nunca había visto besarse a Díaz con Puig.
     *No había visto a los docentes en ropa interior.
     *No había visto al profesor Puig llevar a ningún niño al baño (fs.
2734 y vta.).
     Fue insistentemente interrogada sobre el punto por parte de los
particulares damnificados, manteniendo siempre la declarante la misma
respuesta y dando razón de sus dichos: “¿Existe la posibilidad que por algún
motivo el profesor de música haya llevado un niño al baño? -No.- ¿Lo puede
asegurar Ud.? -Sí.- ¿Por qué? – Primero, porque cuando llegaba Lucas él se
dedicaba a dar clases a un grupo, era uno tras otro, no quedaba tiempo
libre. Y si había algún nene que quería ir al baño salía porque estaban las
preceptoras ahí en el pasillo” (fs. 2736, el resaltado me pertenece). La
ubicación de los escritorios o mesas donde estaban las preceptoras coincide
con lo graficado en el croquis de fs. 229.
     iv.- Lo declarado por Rosalía Beatriz Pargas, vicedirectora del
establecimiento al momento de efectuarse la denuncia del año 2010.
Explicó, al igual que sus colegas docentes, en qué consistió el período de
adaptación del mes de marzo del referido año, y señaló que Puig debía
concurrir sólo tres veces a la semana, en los turnos de mañana y tarde. Las
clases duraban media hora y consistían en juegos y canciones, lo cual
estaba en conocimiento de las autoridades educativas y aprobado en los
proyectos institucionales y pedagógicos.
     Fue también contundente en manifestar que:
     *No había visto correr desnudo a Puig ni en el SUM ni en los
pasillos, así como tampoco orinar.
     *No lo había visto besarse con Díaz, ni estar con un corpiño
puesto ni con “tetas postizas”.
     Finalmente, se la interrogó acerca de si existía la posibilidad de que
Puig haya acompañado a algún niño al sanitario, a lo que respondió tajante
“No, no era su rol acompañar al baño” (fs. 2736vta., itálicas originales,
resaltados propios).
     v.- En idéntico sentido, lo testimoniado por Mirtha Susana Astarita,
preceptora del jardín en el año 2010. Dijo expresamente que una de sus
funciones era acompañar a los infantes al baño, aspecto sobre el que se
explayó: “Los niños concurrían al baño, cuando iban solos, los
acompañábamos las preceptoras, esperábamos en la puerta del baño y si
nos llamaban por algo o necesitan algo entrábamos […] una maestra en una
puerta y una preceptora en la otra” (v. fs. 2741).
     Negó categóricamente que Puig haya podido ir con un niño o niña al
baño: “No, para nada”. Seguidamente, dio las razones de su aserción:
“Porque trabajo ahí y tengo acceso y visión a todo el jardín…y por mi
función que es acompañar y asistir a los nenes y a las maestras todo el
tiempo” (fs. 2741 y vta., destacados propios).
     vi.- También declaró la preceptora de la institución educativa Lorena
Carmen Scamuffo, quien en el año 2010 desarrollaba esas tareas. Coincidió
con las demás testigos en cuanto a que eran las preceptoras las encargadas
de acompañar a los niños a los sanitarios, que en la posición en que estaba
ubicadas estas auxiliares docentes se veían los diferentes espacios del
establecimiento (“Sí, por eso están ubicadas ahí las preceptoras, para que
puedan ver la sala y los baños”, v. fs. 2742vta.).
     Efectivamente, si se observa el croquis de fs. 229 se puede verificar
que la ubicación de las mesas de las preceptoras permite ver no sólo los
pasillos (lo cual es obvio, dado que están allí) sino también las aulas (las
“salitas”, identificadas por los colores rosa, celeste, rojo y amarillo) y los
baños, pues están enfrente y en diagonal, muy cerca de las puertas de
dichos recintos.
     *Descartó expresamente que Puig pudiera haber ido con algún
infante al baño: “No. Imposible, los chicos van al baño o con la docente y
una preceptora […] las que observamos y asistimos somos las preceptoras o
si está en mi lugar la directora o la vice” (fs. cit.).
     * Negó de manera categórica que el acusado haya quedado con los
niños sin estar acompañado (“…siempre acompañamos a los profesores…
Entonces, ¿Lucas Puig nunca pudo estar solo con los chicos? -No.”).
     *Nunca vio correr desnudo a Puig ni orinar ningún objeto.
     *Nunca lo vio ni con corpiño ni con las mentadas “tetas postizas”.
     Ahora bien, el testimonio de Scamuffo -también desechado sin razones
valederas por el tribunal anterior- reviste singular importancia, a la par del
brindado por María Gabriela Aguilar, pues también ella tenía en esos
momentos a su hijo Mariano dentro del alumnado de la institución: “Mi hijo
estaba en la sala de cuatro, turno mañana”.
     Refirió, al igual que Aguilar, que el niño nada le expresó fuera de lo
habitual (fs. 2743).
     Más importante aún: dijo que su hijo era muy verborrágico y hablaban
de todo y que, ya crecido y al anoticiarse del inicio del nuevo juicio que debía
afrontar Puig, el ahora joven Mariano le expresó: “pero ¿Mamá otra vez?
Porque no nos llaman a nosotros y les contamos como es el jardín. ¿no
saben cómo es el jardín? (sic., fs. 2744).
     vii.- Lo declarado por Mabel Noemi Basualdo, directora del
establecimiento al momento de la denuncia. Su relato resultó concordante
con los anteriores, destacándose el dato de la poca carga horaria de Puig
(dos horas por día, tres veces a la semana).
     Nunca observó ninguna actitud del acusado reñida con la moral ni
ningún trato indecoroso respecto de ningún niño o niña. Jamás lo
observó, pues de haberlo hecho “yo lo hubiese sacado de estar a cargo de
los alumnos” y habría dado aviso a las autoridades para lo que
correspondiera (fs. 2746).
     viii.- También declaró en el debate Silvia Fabiana Britos, madre de
cuatro niños que concurrían al jardín San Benjamín, uno de ellos a la sala
celeste (la correspondiente a los de cuatro años). Se detuvo en particular en
relatar minuciosamente lo que su hijo Iván -alumno del curso a cargo de
Silvina Díaz y con Lucas Puig en el área de música- le decía respecto de
este último: sus clases “le encantaban, me hizo comprarle una guitarra
porque el profesor les enseñaba a tocar la guitarra…me hizo comprarle un
bombo, jugaba con un bombo con un balde a golpear…quería ser como su
profesor” (fs. 2748).
     Agregó que se hacían reuniones de padres y concurría a todas, y que
Iván era compañero de E.V. y de B.F. y que nunca le había comentado
ninguna situación extraña (“Nada. Todo lo que hacía en el jardín iba y lo
hacía en casa, era todo normal”).
     Fue preguntada también acerca de si sabía quién llevaba a los niños a
los sanitarios, respondiendo que sabía que lo hacían las preceptoras (fs.
cit.). A instancias de la Fiscalía, dio razón detenida acerca de sus
aseveraciones: tenía dos hijas que ya habían cursado en el jardín y se lo
habían comentado, además de haberlo visto ella misma en las
oportunidades en que concurría al establecimiento por actos o reuniones.
      Más interesante aún fueron sus respuestas en relación a la forma en
que tomó conocimiento de la denuncia efectuada por una de las
denunciantes: la llamaron un día sábado o domingo diciéndole textualmente
“No lleves al colegio al nene porque lo agarraron al profesor de música por
un abuso”, ante lo cual le preguntó a su hijo Iván “¿Pasa algo en el jardín?
¿Ves algo raro?”, a lo que el niño contestó que no, que no pasaba nada.
     Seguidamente lo interrogó acerca de quién lo acompañaba al baño, y
nuevamente Iván le respondió que lo hacía “con Andrea o con Mirtha”
(obsérvese que es una respuesta concordante con la que le habían dado las
hijas cuando habían sido alumnas del establecimiento “con Mirta o Lorena
que son las preceptoras”). Una vez más, le insistió al niño ¿Pasó algo en
el jardín?, obteniendo como respuesta “No mamá, no mamá” (fs. 2748vta.).
     Por último, Britos fue sometida a un detenido interrogatorio por parte de
los letrados de los particulares damnificados, quienes le preguntaron si Iván
se orinaba encima en su casa: “No”; si tenía miedo a dormir solo de noche
“No”; si se bañaba varias veces al día: “No”, concluyendo que “a mi hijo
no le pasó nada. A mi hijo nunca le pasó nada en el jardín, ni a mi hijo
ni a los otros anteriores (fs. 2749, último párrafo, resaltado en el original).
     ix.- Lo declarado por Andrea Gabriela Tolosa, maestra de la institución
en la época de la denuncia. Coincidió con el resto del elenco docente y no
docente en que:
     *Nunca había visto a Puig disfrazado, ni besándose con Silvina Díaz.
     *Tampoco lo había visto llevando un cuchillo (dicho punto lo
respondió dos veces negativamente, ante la insistencia del particular
damnificado, v. fs. 2751vta.).
     *Nunca lo vio corriendo desnudo.
     *Tampoco lo había visto orinar en ningún lugar.
     x.- Resulta menester, en este tramo de mi sufragio, realizar un alto para
consignar un punto que considero de gravedad en la sustanciación del
debate y que está relacionado con el hostigamiento hacia determinados
testigos, más precisamente hacia los que abonaban la hipótesis defensista.
     La síntesis que intentaré efectuar de la declaración prestada por
Enrique Alberto López -padre de quien fuera sindicado como “la tercera
víctima”, el niño Bernabé- resulta un ejemplo paradigmático de un
interrogatorio en el que los acusadores particulares pretendieron tergiversar
las respuestas del testigo, adversas a la sustentabilidad de su teoría del
caso.
     Veamos primero qué respondió el declarante ante la parte que lo había
convocado:
     *Su hijo Bernabé era alumno del jardín de infantes, tal como lo habían
sido sus otros hijos L. y P. Si bien menciona al año 2009, la referencia a la
maestra “¿Silvina?” [la referencia es a Silvina Díaz] permite inferir que se
trataba del curso del año 2010, que fue el que estuvo a cargo de dicha
docente. El listado de alumnos de marzo de 2010 confirma que el niño cursó
efectivamente en esa época (ver planilla de asistencia de fs. 274 y vta.,
casillero n° 6)
     *“¿Qué pasó con su hijo? -Absolutamente nada. Lo quisieron
involucrar en una cosa que no es verdad. Yo creo que fehacientemente
no es verdad”.
     *Habló con su hijo (“Creí en mi hijo y en la gente que me rodea que es
mi familia”) y llegó a la conclusión de que ninguna agresión, de ningún
tipo, había ocurrido.
     *“Él [su hijo Bernabé] se comportó siempre de manera impecable,
nunca le vi un acto distinto. Algún acto que me llamara la atención. Su
madre hizo un trabajo con él, juegos, nunca me demostró que le hubiese
pasado algo a mi hijo”.
     *Puig había sido docente de su hija Pilar, quien lo tenía en alta estima
por su buen desempeño: “Él se trasladaba en bicicleta y ella se desvivía
para saludarlo, como ahí va el profesor”. Pilar jamás le comentó que Puig la
acompañara al baño.
     Por su parte Bernabé -un joven de 16 años al momento del segundo
juicio, año 2022- es, según dijo su padre, un adolescente sano y con una
vida social activa y jamás le hizo un comentario negativo acerca del
tiempo transcurrido con Puig como profesor de música.
     *Que a su hijo lo quisieron involucrar en algo que, en la realidad, no
había ocurrido y que quien dirigió esa maniobra fueron las personas que
llamaron a su casa manifestando que su hijo había sido abusado.
Concretamente, señaló como la responsable a “esta chica De León” (fs.
2754vta.), en referencia a la denunciante y madre de E.V., señora Cecilia De
León.
     Veamos ahora, y tal como lo adelantara, el contrainterrogatorio al que
fue sometido por los acusadores privados el señor López:
     Uno de los letrados de los particulares damnificados comenzó acotando
(cito textual, fs. 2754):
     Abogado: “Lo noto dolido caballero ¿puede ser?, a lo que el testigo
respondió: “¿Dolido por qué? […] Sí. No, dolido no estoy, estoy muy bien.
Para nada”.
     Prosiguió el letrado con una pregunta de carácter hipotético, la que
transcribo de manera textual: “Pero, en el hipotético caso que Be, cuando
tenía 3 o 4 años, se bañara 7 o 8 veces por día, no controlara esfínteres y
tuviera miedo de dormir de noche con la luz apagada, estuviera con usted
todo el día y le dijera que le pasó algo ¿usted como padre no lo hubiese
llamado como padre?”, a lo que el testigo nuevamente respondió: “En mi
hijo no encontré ninguna anormalidad”.
     El representante del acusador particular, arrogándose atribuciones de
dirección del debate que indudablemente no posee, continuó: “No, pero si
Ud. entendió la pregunta, si quiere responder responde, si no, no responde”.
De forma inaudita, y pese a haberse expresado en esos términos, el
acusador privado consignó “que el testigo no quería responder”. Agregó el
Dr. Gliemmo que “no me interesa, que no responda, si no tiene ganas que
no responda” (minuto 17:40 del audio de la jornada 10 del debate).
     Así las cosas, el tribunal le hizo saber que si bien se trataba de una
pregunta hipotética se le ordenaba responderla, a lo cual el testigo López
manifestó: “Que interpreté, lo que vos me dijiste [dirigiéndose al particular
damnificado], lo que Ud. me dijo. En mi hijo, no encontré ninguna
anormalidad…Que querés que te responda…no encontramos nada en
su forma de actuar…” y reiteró “No encontramos nada raro en su forma
de actuar”.
     Repárese en la expresión -tan gráfica desde el lenguaje común- de
hartazgo del testigo (“Qué querés que te responda”), quien invariablemente
respondía que no había encontrado signos ni cambios conductuales en su
hijo Bernabé que lo llevaran a sospechar o abrigar alguna duda de que el
niño había sido abusado. Y mantuvo su firmeza pese al evidente
atosigamiento a que estaba siendo sometido por la acusación privada, lo
cual se aprecia, de modo indubitable, de la atenta escucha del audio de
dicha jornada de juicio que el suscripto ha efectuado.
     Apunto aquí que el mismo tratamiento hostil se ha dado a las peritos
oficiales del Cuerpo Técnico del Fuero de Responsabilidad Penal Juvenil y
de la Asesoría Pericial La Plata, con excesos de los acusadores públicos y
particulares que no merecieron la atención por parte del tribunal anterior
-presidido por el juez Decastelli- para sofrenar los mismos.
     Entiendo oportuno recordar, frente a lo expuesto, que el derecho y la
facultad de interrogar a los testigos y peritos no es absoluto -ni para el
imputado ni para los acusadores- sino que se encuentra sometido a los
límites impuestos tanto por las respectivas reglamentaciones como por la
finalidad de asegurar el buen orden de los procesos, siendo una atribución
del magistrado que dirige el debate (art. 364 del CPP) encauzar
debidamente el mismo, corrigiendo los excesos, encontrándose el límite en
la razonabilidad (TCPBA, Sala III, “C.,R.C. s/ Recurso de queja”, del
28/10/04, citado en Torres, Sergio G. y Basílico, Ricardo A. -directores-,
Código Procesal Penal de la Provincia de Buenos Aires. Análisis doctrinal y
jurisprudencial, Buenos Aires, Hammurabi, 2022, tomo 2, p. 532/533).
     Y es precisamente esa razonabilidad la que observo peligrosamente
exorbitada cada vez que deponían testigos y peritos cuyos dichos, reitero,
sustentaban la teoría del caso de la defensa. Va de suyo que muy diferente
ha sido el tratamiento que se ha dado a los interrogatorios de los testigos de
la acusación, sobre lo cual nos detendremos más adelante.
     Concluyo, en definitiva, que el tribunal en ningún momento corrigió los
excesos de la parte acusadora y obró con un temperamento diametralmente
opuesto cuando interrogaba la defensa.
     xi.- Similar contenido exhibe la declaración de la madre de Bernabé
López, Mariel Rosana Moreno. Ya hemos dado cuenta de algunas de las
referencias vertidas por esta testigo, en especial en cuanto fue clara y
precisa en suministrar información de calidad en relación a los llamados de
la señora Cecilia De León a los demás padres y las reuniones que se
generaron, en especial la organizada rápidamente por Néstor Travaglini con
abogados y otros profesionales y la extrañeza que dicha reunión le generó.
     En lo que respecta a Bernabé, coincidió con lo expuesto por el anterior
testigo, y brindó más detalles: no sólo que no habían observado ningún
cambio en la conducta del niño sino que, además, habían ido a consultar al
pediatra del menor y que dicho facultativo, después de revisar al niño y
entrevistarlo, les había dicho que no observaba, tampoco él, ninguna señal
compatible con una situación de abuso.
     Que, de todos modos, cuando se presentó la oportunidad propicia
interrogó con sutileza a su hijo en relación a las clases de música y al
profesor Lucas Puig. Así, por ejemplo, le preguntó si el pene del niño era
como el de su profesor, a lo que Bernabé respondió con seguridad “no
mamá! Lucas usa pantalón” (v. fs. 2712, destacado en el original) por lo
que nunca lo había visto desnudo. Asimismo, negó que Lucas lo
acompañara al baño.
     También abordó la pregunta del uso de corpiños por parte de Puig, lo
que fue respondido por el niño también con seguridad: “no mamá, Lucas
no usa corpiño”. Concluyó la testigo -recordemos que ella había estado en
la reunión de padres convocada por De León y dirigida por Travaglini- que se
había hablado del uso de corpiños “que nadie veía” (sic., fs. cit., destacado
original).
     Cabe destacar también que la testigo fue precisa al relatar lo vivenciado
en la sede de la Fiscalía de instrucción, cuando concurrió a hablar con su
titular: dijo Moreno que la Dra. Bravo fue insistente en continuar colocando
como presunta víctima a su hijo pese a que los padres se oponían -pues
habían llegado a la conclusión de que ningún abuso había sucedido- y
comenzó a hablarle acerca de los abusos cometidos “por sacerdotes” por lo
que le requería que “no se apresure”.
     Los padres de Bernabé se sintieron hostigados también en dicha
oportunidad pues, como relató Mariel Moreno “tuve que soportar que
pareciera que no estaba haciendo lo correcto”.
     Otra vez, los estereotipos y prejuicios acerca de qué es esperable de
“una buena madre”, que luego harán propios los sentenciantes.
     xii.- Lo declarado por Gisela Beatriz Conde González, madre de A.G.,
niño que había sido alumno de Puig en San Benjamín y quien -según relató
su progenitora- tenía los mejores recuerdos del profesor de música y
“cuando se entera…que lo habían llevado detenido se largó a llorar y dijo
que lo quería ver yo le expliqué que no podía ir a verlo, que cuando le dieran
la libertad lo íbamos a visitar a la casa. Así que junto con sus más amiguitos
fuimos a visitarlo y le llevó el dibujo”.
       Narró que su hijo se puso muy mal por lo que le ocurría a su profesor y
que los niños salían llorando de las clases por la situación que atravesaba
Puig. Nunca observó nada extraño y siempre estuvo muy conforme tanto
con Lucas Puig como con la institución educativa.
       xiii.- También declaró en el juicio Juan Carlos Vázquez, padre de tres
niños que concurrían a San Benjamín, uno de ellos Mariano Ezequiel
Vázquez tuvo a Puig como profesor de música en marzo de 2010 (v. planilla
de asistencia de ese mes, fs. 274 y vta., casillero n° 15).
       Al igual que los anteriores deponentes, Vázquez manifestó con claridad
que:
       *En el año 2010 a su hijo Mariano lo notó bien, “un chico muy activo,
contento”.
       *Que prestó atención una vez conocida la denuncia para observar
algún cambio conductual “pero nunca vi ningún cambio en él, siempre
quiso seguir yendo a jugar con sus compañeros a la escuela…Fue normal y
nunca nos dio ninguna señal de alerta de nada”.
       *¿Su hijo le contó que las clases de música se daban con
normalidad? -Exactamente” (v. fs. 2755vta.).
       xiv.- Otra madre de alumnos del establecimiento educativo que declaró
fue Sandra Elizabeth Olate, madre de R., quien relató haber tomado
conocimiento de la denuncia por un llamado telefónico de Patricia Porro,
también denunciante junto a Cecilia De León. Ante dicha circunstancia, Olate
le preguntó a R. “¿Quién te llevaba al baño? ¿Te llevaba Lucas?”, a lo
que el niño respondió “No mami, me llevaba la preceptora” (fs. 2756).
       Resulta interesante resaltar que Olate, quien conocía a la señora
Patricia Porro, manifestó en el debate que ésta le había admitido que su otro
hijo (de nombre Román) “le decía lo mismo. Que Lucas no lo llevaba al
baño”.
     Incluso reiteró el punto aseverando: “El hermano de Bautista,
Román, le comentó a la madre lo mismo, que no lo llevaba al baño” (fs.
cit., último párrafo, resaltado en el original).
     xv.- Lo declarado por Matías Daniel Astarita, también padre de una
alumna del San Benjamín, en este caso de Catalina Astarita, quien tuvo
como maestra a Silvina Díaz y como profesor de música, en el año 2010, a
Lucas Puig (ver planilla de asistencia ya mencionada, casillero n° 22).
     *Preguntó a su hija acerca de las clases de música y le dijo que “eran
normales. Me dijo cantamos, tocamos la guitarra”.
     *La niña le detalló que el profesor se quedaba sentado en un cajón de
ejercicios, manteniéndose ahí: “Que no se acercaba a ellos en ningún
momento”.
     *Respecto de la concurrencia al baño, la menor fue clara en indicarle
que iba con las preceptoras, agregándole, frente a nuevas preguntas de su
padre “que era así con todos los chicos, que siempre iban con las
preceptoras”.
     Finalizó, con naturalidad, refiriendo que la niña continuó en el
establecimiento: “¿su hija siguió yendo? Sí claro” (v. fs. 2756vta./2757).
     xvi.- Asimismo, declaró el padre de otro alumno, Diego Enrique Tosca,
progenitor de Santiago Tosca (v. planilla de asistencia, casillero n° 14).
     De manera concordante con los demás padres cuyos testimonios
hemos venido analizando, Tosca manifestó haber conversado con su hijo
una vez que tomó conocimiento de la denuncia efectuada, y que se quedó
tranquilo ya que, por un lado, su hijo les comentó que siempre estaba
presente la maestra y, por otro lado, no advirtieron nada extraño en el
comportamiento de éste (“No notamos nada raro. Nada extraño en él,
nada que nos hiciera sospechar que eso podía estar pasando”, v. fs.
2757).
      xvii.- Declaró también en el juicio Sara Rosa Chazarreta, auxiliar
docente de la institución educativa y dedicada -precisamente- a la limpieza
de los recintos donde E.V. y B.F dijeron habían ocurrido los abusos. El de
Chazarreta es apenas mencionado como testimonio -al menos lo que se ha
sintetizado de él a fs. 2770vta./2771, y, sin embargo, reviste particular
interés.
      En primer lugar, declaró que, por su trabajo específico, “estaba
constantemente recorriendo el jardín”. Su horario de trabajo era de 7 a 15
horas, por lo cual estaba de forma permanente en el establecimiento en los
días y horarios en que se denunciaran los hechos.
      Además, y este es un punto nodal de su relato, expresó que:
      *Cada vez que los chicos iban al baño…llevaba la señorita junto con
la preceptora, y yo repasaba los baños para que no se cayeran o algo por
el estilo”.
      *Fue preguntada más en detalle aún: ¿Está mucho en contacto con los
baños?, a lo que respondió sin titubeos “Sí”.
      *¿Quién llevaba a los chicos al baño? -La preceptora”.
      *¿Vio que Lucas llevara a algún chico al baño? -No jamás”.
      *Nunca vio a Puig correr desnudo.
      *Nunca lo vio orinar objeto alguno.
      *Tampoco besarse con nadie.
      *Menos aún verlo con un cuchillo.
      25.- Llegados a este tramo -leídas las declaraciones en su totalidad y
escuchados los audios de cada una de ellas-, y habiendo efectuado el más
exhaustivo relevamiento posible de la cantidad y calidad de los testimonios
vertidos en el debate que fueron presentados en sustento de la hipótesis
defensista, cabe adentrarnos en el análisis de los motivos por los cuales el
tribunal anterior los desechó como prueba de descargo que, a esta altura
resulta evidente, autorizaba contrarrestar y rebatir a la considerada de cargo.
      El a quo, con razones forzadas y sólo aparentes, expresamente
desechó los testigos de descargo (utilizo las palabras del veredicto, fs. cit.)
pues dijo encontrar “contaminación en sus dichos”. Agregó que la
circunstancia de que algunos de esos testigos fueran docentes o trabajaran
en el establecimiento educativo los hacía tener “intereses personales que se
verían afectados por las consecuencias de esta decisión” o que simplemente
tenían afinidades o amistades con el acusado. Consignó que la circunstancia
de que algunos de ellos participaran de marchas o concentraciones en las
que se proclamara la inocencia de Puig era motivo bastante para restarles
credibilidad a sus declaraciones y que -incluso- lo habían hecho “provocando
adrede…la angustia de los niños víctimas y la -lógica- preocupación de sus
progenitores”. Dijo que ello resultaba “innegable” por la “actitud denotada”.
     26.- Francamente, arribados a este punto, no puedo sino dejar
asentado mi distanciamiento respecto de tales elucubraciones, pues no son
otra cosa. Se trata de simples conjeturas que se retroalimentan y no resisten
ningún tipo de análisis desde la lógica formal, pues no hay premisas
establecidas, ni silogismos ni, menos aún, conclusiones válidas.
     27.- Es oportuno recordar aquí que la Corte Suprema de Justicia de la
Nación, en el ya citado caso “González Nieva”, se expidió en el sentido de
reputar violatorios del debido proceso el descarte de prueba testimonial
producida en favor de la defensa, con base en fundamentos que, en su
propia formulación, son inadmisibles por ser directamente contrarios a las
fundamentales garantías supremas del in dubio pro reo y la defensa en
juicio (considerando 9°, primer párrafo).
     La Corte Federal sostuvo, además, que es una misión propia de los
órganos casatorios examinar las razones consignadas por los tribunales de
juicio para descartar las versiones de los testigos de descargo y que la
desconsideración de dichas declaraciones motivada en el hecho de que los
testigos habían sido “propuestos por la defensa”, además de no ser
concluyentes, resultaba vulneratoria de las garantías arriba mencionadas.
     De manera categórica, el Alto Tribunal digo que “tachar estos
testimonios de ‘interesados’ por la sola razón de haber sido ofrecidos por la
defensa, no puede en modo alguno constituir un elemento fundante válido
en el marco del paradigma constitucional vigente. En efecto, semejante
preconcepto implica, ni más ni menos, privar de razón de ser y de toda
eficacia a la garantía de la defensa en juicio reconocida por el artículo 18 de
la Constitución Nacional […] ello importa, también convertir en letra muerta
las previsiones específicas del artículo 8.2.f de la Convención Americana
sobre Derechos Humanos”, entre otras normas convencionales (cons. cit,
párrafo noveno, los subrayados son originales de la sentencia de la CSJN).
     28.- Debe recordarse, además, que la misma Corte IDH, en el caso
“Fermín Ramírez v. Guatemala”, del 20/6/05, ha dicho que “la lucha de los
Estados contra el crimen debe desarrollarse dentro de los límites y conforme
a los procedimientos que permitan preservar tanto la seguridad pública como
el pleno respeto a los derechos humanos de quienes se hallan sometidos a
su jurisdicción”, constituyendo la defensa en juicio y la presunción de
inocencia, dos de los principios fundamentales que deben resguardarse.
     29.- Ello sentado, advierto que, en principio, es erróneo consignar que
todos ellos (o “muchos de ellos”, como genéricamente refiere el tribunal
anterior) por el solo hecho de participar de marchas o concentraciones en
las que alguien -que podría ser cualquier ciudadano- pregonara la inocencia
de Puig, tuvieran “intereses personales que se verían afectados por las
consecuencias de esta decisión”.
     Esa ligera apreciación, sin fundamentos válidos que la sostengan, cae
ni bien analizamos declaraciones como las de Enrique Alberto López y
Mariela Rosana Moreno (padres de un niño a quien se quiso identificar como
“la tercera víctima”) quienes -pese a la insistencia de los interrogadores para
que dijeran algo en favor de la hipótesis acusatoria- se mantuvieron firmes
en expresar que no tenían ningún elemento para siquiera sospechar que su
hijo había sido agredido. Entonces: ¿Cuál sería el “interés personal del
señor López y de la señora Moreno que se vería gravemente afectado”?
¿López y Moreno fueron mendaces solamente porque sus dichos no
abonaron la acusación?
     La respuesta del tribunal anterior no puede sino generar perplejidad en
quien la lee: López y Moreno declararon en la forma en que lo hicieron
porque “[h]ubo en el caso de Be. [Bernabé] una situación evidentemente
mal abordada” (fs. 2802vta., resaltado original) y que los padres “eligieron
quedarse con esa primera respuesta del niño, reforzada por la ausencia
de rastros en el cuerpo del mismo que verificara el pediatra” (fs. 2803),
por lo que el tribunal concluye en que “la situación los desbordó, no
supieron manejarla” (fs. cit).
     30.- En síntesis: si los padres de Bernabé hubieran concurrido al juicio
a exponer en favor de la hipótesis acusatoria su actitud sería tan encomiable
como la de las señoras De León y Porro -quienes se preocuparon “por
generar empatía con sus hijos” (textual, fs. 2802vta.). Empero si, en cambio,
sus dichos apoyaran la postura de la defensa, entonces nos encontramos
frente a padres que “se ven desbordados y no saben manejar la situación,
pues se quedan con las versiones de sus hijos”.
     Es notorio que el tribunal se conduce con estereotipos y prejuicios
acerca de qué debe considerarse como el comportamiento esperable de
“una buena madre” y un correcto proceder del padre. Solamente podrían ser
“buenas madres” aquellas que denunciaron (De León y Porro), el resto no
son más que pobres sujetos a quienes “la situación los desborda” y “no
saben manejarla”.
     31.- La arbitrariedad en el razonamiento desplegado resulta evidente:
todo aquel que declarara y lo hiciera en términos favorables a la hipótesis de
la defensa merecía -a criterio del a quo- ser desconsiderado apelando, para
ello, a los motivos más artificiosos. Cabe aquí, por el absurdo razonamiento
en que se incurrió en la instancia, recordar que la Corte Suprema tiene dicho
que: “resulta decisivo que el juez, aún frente a un descargo que pudiera
estimarse poco verosímil mantenga una disposición neutral y contemple la
alternativa de que la hipótesis alegada por el imputado pueda ser cierta”
(CSJ 367/2018/CS1, “Rojas, Lucía Cecilia y otros s/ homicidio agravado”, del
26/12/2019, considerando 22°).
     Si la directriz de la Corte Suprema es clara, aún en los casos donde la
hipótesis de descargo pudiera estimarse “poco verosímil”, cuanto mayor
grado de aplicación debe tener esa disposición del juzgador en casos como
el de autos, donde la prueba de la hipótesis de la defensa se revela
solvente, precisa y suficiente para refutar la de cargo.
     32.- De la declaración de Rosa Chazarreta no consta que simpatizara
con Puig, ni tuviera amistad ni trato especial con éste, tampoco que haya
participado de marcha alguna. Sin embargo, brindó detalles importantes
-estaba toda la jornada escolar en los lugares donde se dice ocurrieron los
abusos- que fueron arbitrariamente dejados de lado: así, se lee a fs.
2801vta. que los dichos de Chazarreta debían desecharse pues “llama la
atención que el personal de limpieza no se ocupe de la misma una vez que
no hay alumnos en la institución, esta señora limpiaba con todo el alumnado
adentro del jardín” (sic, fs. cit.).
     En verdad, el esfuerzo desplegado por el tribunal anterior en tren de
forzar motivos que cancelen los datos visiblemente desfavorables a la teoría
del caso de los acusadores resulta extremo. Según el a quo, lo relatado por
la auxiliar de limpieza no debe ser tenido en consideración porque no
limpiaba, digamos, en horas de la madrugada. Cabe preguntarse entonces:
¿no es creíble porque limpiaba de 7 a 15 horas?
     De aceptarse el absurdo criterio del a quo, nadie que revista en el
personal de maestranza o cumpla funciones de ordenanza en los edificios
judiciales (de 8 a 14 horas, lo recuerdo) sería digno de declarar
honestamente, lo cual evidentemente es inadmisible de sostener. Nada más
que decir al respecto.
     33.- Otro tanto se podría decir de Sandra Olate, madre del niño R. que
concurría al jardín de infantes. Olate, además, tenía algún conocimiento con
la denunciante Porro -al menos el suficiente para hablarse telefónicamente
con ésta- y, de manera significativa, aportó datos -aunque el tribunal
arbitrariamente los desconsidere- en favor de la teoría del caso de la
defensa.
     Olate no participó de ninguna marcha y sólo dijo ante el tribunal: “ojalá
que salga toda la verdad”, que era lo que le había dicho a Porro
anteriormente. Si expresar “que salga toda la verdad” es motivo
suficiente para que un órgano judicial descarte un testimonio la
situación sería más grave aún, no ya desde lo funcional sino desde el
plano de los valores y de la justicia.
     Acaso el a quo descree de los dichos de Olate en razón de su
profesión, ya que dijo en el juicio ser docente en otro jardín de infantes de la
ciudad de La Plata (el de Meridiano V°). Tenemos, entonces que, a criterio
del a quo, pretender que se sepa la verdad o ser docente son causales
suficientes para descreer de sus dichos y no considerarlos como prueba de
descargo. Poco me resta decir al respecto habida cuenta la distancia que me
separa de tal razonamiento.
     34.- Ahora bien, me he detenido en ilustrar con estos ejemplos -la lista
podría seguir- para demostrar la falsedad del razonamiento del tribunal al
desechar las declaraciones testimoniales que no contribuyeran a sostener la
teoría del caso de los acusadores y que, por el contrario, la pondrían en
jaque. Razonamiento falso que alcanza, incluso, a quienes sí admitieron
participar en marchas donde se pedía justicia para el caso en juzgamiento,
pues nada negativo observo en ello que mengüe el valor de sus dichos.
     35.- Por último, la falacia en el razonamiento vuelve a presentarse
cuando se afirma que algunas personas que declararon y participaron de las
marchas “provocaron adrede la angustia de los niños”.
     Nuevamente, vale preguntarse cómo llegaron a semejante conclusión.
Obviamente, no es eficaz como respuesta lo que se expresa a fs. 2774 y
2798vta. (“los hemos visto frente a Tribunales con pancartas”; “la hemos
visto los jueces por la ventana…sosteniendo el cartel más grande”), pues la
publicidad adquirida por el caso y la concurrencia de distintas personas
-denunciantes, testigos, familiares y amigos-, manifestándose con posturas
contrapuestas, no es sino el ejercicio de un derecho supremo reconocido
desde nuestra etapa fundacional como Nación (artículo 14 de la Constitución
Nacional).
     Pero amén de ello, y más allá de las contingencias propias de
situaciones rodeadas de alto estrés para las partes, lo verdaderamente
importante sería contar con las razones serias y eficaces por las cuales
dichos testimonios no fueron considerados.
     36.- Ello no ha ocurrido.
     No ha ocurrido porque, simplemente, se intentó echar mano a una
vaporosa causal motivada en “intereses personales que se verían
afectados”, los cuales, según puede observarse de una simple lectura de lo
glosado a fs. 2796/2803, no resisten los embates de la crítica.
     Por un lado, respecto de los padres Silvia Fabiana Britos, Juan Carlos
Vázquez -de quien se apunta que está casado con “una de las preceptoras
que iba a las marchas” (fs. 2802, segundo párrafo)- y Diego Enrique Tosca,
al tribunal le llama la atención “la férrea defensa de estos testigos al interés
que defiende el personal de la institución”, agregando -en una conjetura más
sin respaldo- que “Ellos debieran comprender que…el hecho de que sus
hijos no hayan sido objeto de estas maniobras abusivas no quiere decir que
no sea posible que sus compañeros sí”.
     Nuevamente, se trata de elucubraciones sin sustento que nada
explican. Se trata, ni más, ni menos, que una mera especulación de juicios
contra-fácticos que no hacen pie en elementos de prueba disponibles.
     37.- Por otro lado, las declaraciones de Britos, Tosca, Vázquez, López,
Moreno y tantos padres cuyos dichos abonaron la teoría del caso de la
defensa, resultaron pertinentes, útiles y eficaces. Como vimos, de dichos
testimonios emanaron datos de relevancia e interés, pues se trataba de
padres que escucharon a sus hijos relatar cómo era la vida dentro de la
institución educativa y, en particular, acerca de los puntos que se intentaron
dilucidar (la concurrencia a los baños, el desarrollo de las clases de música
a cargo de Puig, etc.).
     38.- Por mi parte, he tenido oportunidad de expedirme -respecto de
criterios como el adoptado por el a quo- dejando sentada mi posición en el
sentido de que “la afirmación de que los testigos depusieron con un
particular ‘interés’ y sólo para brindar una coartada [al acusado] es una
conclusión que, como tal, requería de una premisa que la sostuviera, y lo
cierto es que tal premisa no ha sido establecida en la sentencia […] si se
afirma que depusieron por interés y con esa intención, tal aserto debe
encontrar sustento en prueba y argumentación”.
     Concluí mi razonamiento allí expresando que “resulta inaceptable, a
la luz de los principios mencionados, construir una suerte de
presunción iuris et de iure conforme la cual, los testigos de la defensa
faltarán a la verdad sólo porque deponen a favor del acusado” (v.
TCPBA, Sala III, c. 58.357, “Hermida, Marcos Roberto y Romero, Héctor
Fabián s/ recurso de casación”, sentencia del 10/2/2015).
     Y es que, en definitiva, lo que hizo el tribunal, una y otra vez, fue
razonar incorrectamente, en base solamente a la patología lógica que suele
denominarse “petición de principio”, sobre la que ya advertía Aristóteles
desde su Organon y que puede explicarse, en términos sencillos y claros,
como aquella que surge “cuando se quiere probar lo que no es evidente por
sí mismo mediante ello mismo” (v. Ferrater Mora, José, Diccionario de
Filosofía, Ariel, Barcelona, 1994, t. IV, p. 3336).
     Con lo dicho también me distancio de las apreciaciones de la señora
Fiscal Adjunta de Casación, quien en el dictamen complementario
acompañado el día de la celebración de la audiencia en esta Sede, efectúa
calificaciones similares a las vertidas por el a quo en torno al pretenso -y,
como vimos, no demostrado- interés de los testigos al tiempo que pregona
su falta de entidad para contrarrestar la prueba de la acusación.
     39.- Lo que realmente se demuestra, con este tipo de razonamientos
falaces, es un claro direccionamiento a dictar una condena al acusado,
prescindiendo por completo de la prueba que, indudablemente, lo favorecía
y contrarrestaba la hipótesis acusatoria.
     Dicho temperamento es el que campea a lo largo de la sentencia
condenatoria, en un debate en el que, si bien se permitió ofrecer testigos de
descargo, a la hora de analizar y ponderar el contenido de esas
declaraciones, lo único que se ha hecho es desecharlas con motivos fútiles.
     La Corte Suprema, en el ya citado caso “Rojas”, censuró en graves
términos aquel temperamento al decir que “desde esta perspectiva, la
presunción de inocencia consagrada en el artículo 18 de la Constitución
Nacional puede ser vista, en sustancia, como el reverso de la garantía de
imparcialidad del tribunal” (cons. 22, in fine). Dicho en otras palabras: si el
órgano de juicio no parte de la estricta observancia del principio de inocencia
-que implica, va de suyo, su presunción- deja de actuar como un tribunal
imparcial.
     Eso, según estimo, es lo que ha quedado evidenciado en el caso
de autos.
     40.- Respecto de las maestras, preceptoras y directivos del
establecimiento educativo, todas las declaraciones han sido
desconsideradas como elementos de descargo con una motivación
genérica: habían participado en alguna o varias marchas, como si ese
simple dato hiciera menos honestas sus declaraciones. Por otro lado, las
acusaciones de mendacidad que se vierten sobre varias de las docentes no
son válidas pues los horarios, funciones y ubicación física dentro del jardín
de infantes es concordante con la realidad y así lo indica la prueba reunida.
     41.- Resulta relevante hacer hincapié en los horarios, pues allí el
tribunal fuerza una interpretación que no se sostiene: admite que el
imputado Puig -conforme dijeran todas las testigos del establecimiento-
concurría dos horas al jardín, tres veces por semana y que sus clases
duraban treinta minutos, motivo por el cual -concluye el a quo- “[t]uvo tiempo
Puig, al menos media hora, para consumar los abusos”.
     Es decir que, a criterio de los juzgadores, Puig ingresaba al jardín,
preparaba sus clases, recibía a los alumnos en el SUM, tocaba la guitarra,
se desnudaba, se colocaba prótesis mamarias falsas, corría gritando con un
corpiño rojo puesto y, vigilando que nadie pudiera verlo, se besaba con Díaz
(también ésta sin ropas), formaba filas con niños y niñas y les ordenaba que
se masturben, los llevaba al baño (o lo hacía en el propio salón), se
encerraba, los amenazaba con un cuchillo -que previamente le había
entregado, en sigilo, Díaz-, abusaba de ellos -incluso eyaculando-, se
limpiaba, higienizaba a las víctimas, volvía a las clases, continuaba las
mismas cantando y jugando con el resto de los niños, y todo era posible en
treinta minutos, y sin que nadie lo advirtiera en pleno horario escolar
reducido del período del 1° al 12 de marzo de 2010 en el que sólo concurrió
algunos días pues, reitero, no asistió los días 3, 5, 6, 7, 10 y 12 y el 1° sólo
estuvo en un acto con los niños y sus padres. Como vimos tampoco EV
estaba en todas las clases de música conforme surge de la documental
anexa.
     Advierto, en consecuencia, que el razonamiento del a quo según el cual
es posible la sucesión de todas esas acciones, con un conjunto variadísimo
de actividades consecutivas y en algunos casos simultáneas, luce, como ya
lo dijera, incompatible con las leyes de la experiencia humana y del más
elemental sentido común.
     Pero, y aquí está lo fundamental, ello no se ha podido comprobar
con los elementos que el tribunal indica como eficaces para tal acreditación.
Por el contrario, la prueba producida contradice palmariamente lo que los
acusadores debían acreditar como ocurrido, con la necesaria certeza y más
allá de toda duda razonable.
     42.- Considero, en función de lo que vengo exponiendo, que la
valoración efectuada por los sentenciantes exhibe un razonamiento que sólo
encuentra apoyatura en apreciaciones puramente subjetivas y tendenciosas,
en tanto el testimonio de las autoridades del establecimiento, de las
docentes y preceptoras del mismo -incluso el proveniente de los padres de
los alumnos que ya hemos analizado- resultan coherentes con la hipótesis
defensista y han sido arbitrariamente desechados.
     43.- Y no resulta de ninguna manera válido el argumento vertido a fs.
2798, último párrafo, según el cual “no debemos olvidar que los hechos se
inician a mediados del año 2009” pues, como ya hemos dejado sentado, la
única plataforma de imputación va desde el 1° al 12 de marzo de 2010.
     Es un quiebre irreparable en el razonamiento probatorio del tribunal
que sólo puede decantar en el fortalecimiento del estado de duda
insuperable -como posición del sujeto cognoscente que se ubica en las
antípodas de la certeza- que, desde ya lo anticipo, impregna la materia
sometida a juzgamiento.
     44.- Por último, no puedo pasar por alto la profunda estigmatización
que se ha efectuado sobre todo el personal docente y no docente del jardín
de infantes (“otra testigo contaminada. Participó de las marchas”, se lee
a fs. 2799, segundo párrafo).
     Hay aquí un límite de respeto a la dignidad de los trabajadores de la
educación cuyo traspaso no puedo consentir ni tolerar. Tampoco
-permítaseme la insistencia- puedo compartir bajo ningún aspecto la
descalificación de testigos por el simple hecho de haber ejercitado un
derecho constitucional, aunque ello ocurra en las puertas mismas de los
tribunales.
     Para finalizar con este apartado, debo poner de relieve -una vez más-
el diferente estándar (y, por ende, arbitrario) aplicado por el tribunal anterior
respecto de los testigos propuestos por una y otra parte, pues el empeño
con que se descalifican a aquellos cuyos dichos serían eficaces para
fortalecer la contra-hipótesis enarbolada por la defensa no sólo no se
observa con los testigos de los acusadores sino que, además, ni una línea
se ha dedicado a explicar por qué los primeros serían “testigos
contaminados” o “interesados” por haber participado en alguna marcha y los
segundos (familiares, personas cercanas a las presuntas víctima, entre
otros) no lo serían, cuando sus manifestaciones públicas y en medios de
comunicación las harían pasibles, si el a quo hubiera actuado con
imparcialidad, pasibles de la mismas tachas.
     Dejo a salvo que ello tampoco sería admisible para el suscripto para
restar mérito a los deponentes -siempre se trata del ejercicio de derechos
constitucionales: reunirse, expresarse, peticionar a las autoridades, etcétera
(art. 14 de la C.N.)- pero, al menos, permitiría comprender el bosquejo de
razonamiento del a quo, aunque, insisto, éste estuviera reñido con
consideraciones de orden constitucional.
     45.- Antes de pasar al análisis de la prueba pericial practicada y las
declaraciones vertidas en el juicio por diferentes profesionales que actuaron
en tal carácter, resta considerar un testimonio que, contrariamente a lo
expresado por el a quo, en nada ha contribuido a afirmar la teoría del caso
presentada por la acusación. Me refiero a lo manifestado por la médica Iris
Adriana Aguirre Céliz (quien no actuó como perito) cuyos dichos -según
consignó el a quo- corroboraban a su vez las expresiones de los padres de
B.F (señores Patricia Porro y Leonardo D. Flores).
     Es menester anotar, en primer lugar, que sólo frente a una pregunta de
la defensa del acusado, Aguirre Céliz haya manifestado que “La mamá [de
B.F.] es mi consuegra. Patricia [Porro] es la mamá de mi yerno, la pareja
de mi hija, es decir la mamá de B. es la mamá de mi yerno, el esposo de
mi hija mayor” (v. fs. 2686vta., el destacado me pertenece).
     Apunto ello en este segmento inicial pues no deja de llamar la atención
que el tribunal haya prescindido de considerar una multitud de testimonios
en favor de la hipótesis defensista por entender que estaban contaminados
por ser docentes o simplemente asistir a una marcha -lo que ya analizamos
párrafos arriba-, y no reparara en el detalle del cercano vínculo familiar entre
Aguirre Céliz y Porro, el que sugestivamente recién fue puesto de relieve a
requerimiento de la defensa.
     Ello demuestra, a mi criterio, el doble estándar utilizado por el tribunal
para apreciar pruebas de una naturaleza y otra.
     Aguirre Céliz rememoró haber recibido en su casa particular a los
señores Porro y Flores y al niño B.F. y que la primera le comentó que había
recibido una llamada de otra madre (la señora De León) que le informaba
sobre abusos en el jardín de infantes. Porro le comentó que a raíz de ello
comprendió algunos cambios conductuales que observaba en B.F., los
cuales le llamaron la atención. Le dijo a Aguirre Céliz que el niño le había
dicho que el profesor de música le mostraba el pito con un granito rojo que
se ponía blanco. Hasta ese momento la facultativa no había hablado con
B.F. sino escuchado a su madre contarle lo que ésta, a su vez, había
preguntado al menor.
     Llamativamente, la médica (que, al ser consultada sobre su
especialidad, afirmó ser pediatra y toxicóloga, sic, fs. 2684, último párrafo),
admitió no haber revisado al menor (“porque en una situación así uno
como pediatra tampoco quiere invadir al niño”, fs. 2684vta.), intentó hablar
con éste, quien se encontraba dibujando en el piso. Le preguntó acerca del
dibujo y el niño le respondió que era “un avión” (fs. 2685).
     No obstante la respuesta obtenida, la médica pediatra interpretó que se
trataba de “un avión con una forma fálica” (sic, fs. cit., resaltado en el
original). Observó que el niño lloraba y tachaba otro dibujo y expresó en el
debate que, frente a ello “tenía la obligación no de diagnosticar sino de
pensar o sospechar un maltrato infantil, el que puede ser un maltrato físico,
abuso, de acuerdo a formas fálicas…”, pero que lo debía constatar un
médico legista (fs. cit.).
      46.- Advierto en los dichos de Aguirre Céliz un notorio ejemplo de lo
que suele llamarse por los especialistas una “sobreinterpretación” –“un avión
con una forma fálica”, siempre en dirección sexual- que ingresaría de plano
en lo que se denomina “sesgo del entrevistador”, postura que dista de la
esperable en un profesional ideal (v. TCPBA, Sala III, “F., D.J. s/ recurso de
casación”, c. 12.884, del 31/5/2011, voto de los jueces Carral y Violini,
consid. II, párrafos 15 a 19).
     De la simple lectura de lo declarado por la testigo surge que preguntó al
menos en dos ocasiones al niño:
     “Che que lindos dibujos, ¿qué es esto?”, a lo que B.F. respondió: “Un
avión”.
     Volvió a interrogarlo “¿Qué es esto?”, y el niño volvió a responder “Un
avión” (v. fs. 2688, primer párrafo).
     Por mi parte, me he ocupado de observar detenidamente el dibujo
aludido (se encuentra agregado en el primer cuerpo de los principales, a fs.
28) y estoy en condiciones de afirmar que interpretar como “fálico” al “avión”
que el niño mismo dijo haber dibujado implica un desconocimiento completo
de las formas del dibujo infantil, acordes a cada etapa de la evolución del
mismo, y una interpretación antojadiza sin respaldo científico alguno.
     El tribunal se expide -utilizando como único apoyo las deficientes
explicaciones de la magíster Creimer quien, según el a quo, puso de relieve
la importancia de los dibujos como indicadores de abuso y que se advierte
de éstos que los menores “estaban muy sexualizados” (fs. 2782vta.).
     No puedo compartir la ligereza de dichas apreciaciones, infundadas,
por cierto. Lo explico: la bibliografía específica -sobre todo, los trabajos de V.
Lowenfeld y L. Brittain (Desarrollo de la capacidad creadora, en especial su
capítulo 5 dedicado a “Los comienzos de la autoexpresión. La etapa de
garabateo: de 2 a 4 años”, Buenos Aires, Kapelusz, 1961; M. Punta Rodulfo,
El niño del dibujo, Buenos Aires, Paidós, 2008)- da, precisamente, los
ejemplos de las diferentes categorías del “garabateo” (garabateo sin control
o desordenado, garabateo controlado y garabateo variado, que lleva a la
elaboración posterior de los denominados “monigotes”).
     Ahora bien, lo reitero para despejar dudas: la observación del dibujo
atribuido a B.F. de fs. 28 resulta típico de la etapa del “garabateo”, sin que
pueda decirse, con recto criterio, que tiene una “forma fálica”.
     47.- Sugestivamente, ni a la Fiscalía en el debate ni al a quo a la hora
de ponderar la prueba, les llamó la atención que lo que la médica Aguirre
Céliz podía sospechar como un indicador de maltrato infantil pudiera tener
vinculación con lo manifestado por la maestra Silvina Díaz, quien -frente a
una pregunta del fiscal de juicio, v. fs. 2718vta./2719- expresamente
refirió que Patricia Porro le había manifestado, en la puerta del
establecimiento educativo, “que ella sufría violencia en su casa, y que los
nenes esa violencia la veían. Que por ejemplo la mamá lo que contó en
puerta de sala fue que por ahí perdía Boca y el papá [de B.F.] tiraba el
televisor y los nenes participaban de esos momentos…”.
     Tampoco le generó alguna duda -al menos, para refutarla- que lo
expresado por Díaz tuviera conexión con las propias manifestaciones de
Flores, quien dijo en el debate haberle propinado un puñetazo al esposo de
la maestra en la vía pública (“le metí una trompada al marido”) y varias
veces señaló que Puig había “tenido suerte” de que a él lo contuvieran para
no darle una golpiza.
     El tribunal admite que “la circunstancia que relata la maestra obra en
parte objetivada” en el cuaderno de comunicaciones de B.F. del año 2010,
pero termina descreyendo de lo declarado pues “no se ventiló la situación
de la violencia de la familia Porro en el debate” (sic, fs. 2797vta.,
destacado original).
     48.- Hay, según lo veo, bastante más que sólo una “parte objetivada”:
las notas que los docentes del jardín enviaban a la familia Flores-Porro en el
cuaderno de comunicaciones por las actitudes agresivas del niño hacia sus
compañeritos -todo de forma previa a la formulación de la denuncia- no
pueden desentenderse de lo manifestado por Silvina Díaz respecto a que la
madre de B.F. le había relatado padecer violencia doméstica y que los niños
veían eso en su casa (por ejemplo, situaciones de alta violencia donde se
destrozaban televisores); y, principalmente, lo admitido por la propia Patricia
Porro en su declaración en cuanto reconoció que la maestra le había pedido
que la espere -resulta evidente que no podía mencionarle eso en público- y
le había preguntado “¿mamá en tu casa las cosas están bien?”, en obvia
referencia a la situación que la misma Porro le había contado antes.
Tampoco puede desvincularse de las actitudes que el propio Leonardo
Flores relató: dijo haber golpeado al esposo de Díaz en la vía pública y, en
varias oportunidades, manifestó que Puig (“el fenómeno éste”) había “tenido
suerte” de que a él lo contuvieran para no propinarle una golpiza.
     Sin embargo, dentro de las posibles causas del comportamiento
agresivo de B.F. (que indicaban una situación de maltrato infantil) nada de lo
referido pareció llamar la atención del a quo -como vimos, tan afecto a las
preguntas “aclaratorias”-, el que prefirió, con evidente sesgo confirmatorio,
quedarse en la comodidad de la hipótesis acusatoria y atribuir ello a abusos
sexuales de un docente del establecimiento con la contribución de la propia
Díaz.
     49.- Llamativo razonamiento en el que serían los propios agresores
quienes advierten a la familia del agredido -antes de formular la denuncia-
que el niño se comportaba de manera violenta con sus pares. No sólo se
quedaron los jueces desde el inicio con la hipótesis acusatoria sino que ni
siquiera dedicaron un mínimo esfuerzo argumentativo para refutar, con un
piso de motivación, la contra-hipótesis, consignando tan solo que “no se
ventiló la situación de la violencia de la familia Porro en el debate” cuando,
como hemos visto, los indicios eran numerosos y precisos, al menos, para
generar una situación de duda al respecto.
     50.- Volvamos a la declaración de Aguirre Céliz. Al someterse al
interrogatorio de la defensa, dicha parte advirtió una omisión de la testigo
respecto de una declaración anterior, la que fue individualizada:
concretamente se le había preguntado si B.F., en alguna oportunidad, le
había referido que Puig lo hubiera accedido carnalmente, vía anal u
oral, a lo que Aguirre Céliz dijo que “no”, agregando “No recuerdo que me
haya dicho nunca” (fs. 2686vta., tercer párrafo).
     También se le preguntó si B.F le había referido que Puig había abusado
de él de alguna manera, a lo que “[l]a testigo dijo que no, que no
recordaba eso” (fs. cit., cuarto párrafo).
     Se le leyeron sus declaraciones anteriores y la misma respuesta fue
brindada frente a las demás preguntas de la defensa:
     *“Preguntada para que dijera si en alguna oportunidad B. le refiriera que
Lucas le hiciera algo malo dice que no”, agregando “No, no recuerdo”.
     *“Preguntada para que diga si en alguna oportunidad B. le refirió que a
alguno de sus compañeritos Lucas les había hecho algo malo, dice que no”,
agregando “No, no recuerdo”.
     *“Preguntada para que diga si B. le manifestó algo sobre Lucas que le
llamara la atención dijo que no”, apuntándose que no recordaba.
     Hasta allí lo declarado en el debate -y la confrontación con sus dichos
juramentados anteriores- por la médica Aguirre Céliz, por lo que surge
evidente que su valor como elemento integrante del plexo de cargo no era
tal sino, antes bien, todo lo contrario.
     51.- Pasemos, ahora sí al estudio de las declaraciones vertidas por las
diferentes profesionales que declararon en el debate.
     i.- Comencemos por lo manifestado por la médica policial Mónica Pilar
Méndez, quien dijo haber examinado a E.V. y a B.F. Respecto de la primera,
se explayó rememorando que la niña le había contado que “mi maestro se
pone un corpiño en las tetas […] Lucas se pone un corpiño de mujer y nos
muestra el corpiño y las tetas”. Que, asimismo, la menor le había referido
que el profesor “me mordió el culo. Me bajó la bombacha. Me pega. A todos
nos hace eso…la señorita lo ve pero no lo reta”. Méndez dijo que la niña
refirió que le habían tocado la cola y que el acusado la llevaba al baño (“él
los llevaba en general al baño a los nenes”, las frases entre comillas son
textuales, v. fs. 2688vta.). “Que le tiraba del pelo. Que pasaba en el jardín,
en el baño. Ahí fue que dijo que a todos los nenes los llevaba al baño, algo
así” y que “él se bajaba el pantalón y el calzoncillo” y le veía “el pito que
tiene un grano rojo en la punta que después se pone blanco…”. Pasó a
revisarla ginecológicamente y la niña le dijo que “Lucas me pone el dedo ahí
y me duele” y que le había señalado la zona genital, junto a la expresión “me
abre la cola y me pone una rata”. Consignó que, si bien no tenía
trascendencia, no había ningún tipo de lesión (“la nena físicamente no tenía
nada”, fs. 2689).
     Respecto de B.F., la médica Méndez indicó que su relato había sido
más escueto y le había referido que “Lucas lo llevó una vez al baño, le limpió
la cola y dijo que le vi el pitito que tenía un grano rojo que se le puso blanco
pero que ya se curó”. Tampoco detectó lesión alguna en el menor (fs.
2689vta./2690).
     ii.- También declaró en el juicio, a instancias de la acusación pública y
particular, la psicóloga Carolina Piergentili, quien manifestó ser la terapeuta
de E.V. desde el 8 de marzo de 2022.
     Observo aquí que, aunque el tribunal anterior no lo haya ponderado
como dato relevante, la psicoterapia a cargo de esta profesional tuvo lugar
doce años después de los supuestos hechos y, sugestivamente, a unos
meses de comenzar el nuevo juicio. En cualquier caso, no caben dudas,
hubiera sido más relevante escuchar a las profesionales que, de manera
particular, entrevistaron a la menor en la época de la denuncia (v. gr., la
psicóloga Leda Suárez), cuya declaración fue desistida expresamente por el
letrado del particular damnificado.
     Tampoco se pudo escuchar a quien entrevistó a la menor también en
aquella época (año 2010) pues -pese a haber sido llamada al debate por la
defensa y haber comparecido a éste- la licenciada Karina Esther Levchuk no
fue relevada del secreto profesional por expresa oposición de la
denunciante, señora De León, tal como consta en el acta a fs. 2601vta.
Volveremos sobre ello más adelante.
     También fue desistido como testigo el médico pediatra Mario César de
Amézola, según lo peticionado por el Dr. Beley (v. acta de debate, fs.
2593vta., cuerpo XIII de los principales). Entonces, si bien la estrategia
procesal de las partes es de su exclusivo resorte, no dejar de resultar al
menos llamativo que se prescindiera de escuchar a quienes habían tratado a
E.V. en el año 2010 -o aún cuando estuviera en el juicio, se le opusiera la
prohibición de declarar por el secreto profesional- y se trajera al debate a
quien hacía sólo unos meses era la terapeuta de aquella.
     Pero ciñéndonos a lo manifestado por la nueva terapeuta de E.V., dijo
haber comenzado con varias especializaciones, aunque sin terminarlas, y
que la menor, en las entrevistas, había relatado un hecho traumático de
abuso que había ocurrido en su infancia. Que observó a E.V. con angustia y
ansiedad, sobre todo cuando se acercaba la fecha de inicio del nuevo juicio.
Al tratar a E.V. -no perdamos de vista, doce años después de la denuncia-
dijo que no le había parecido un relato fantasioso (fs. 2703).
     Resulta menester formular tres aseveraciones después de una atenta
lectura de lo consignado por el a quo a fs. 2702/2704 (segmento del
veredicto en el que se glosaron las preguntas y respuestas dadas por
Piergentili).
     La primera es que, pese a haber referido que E.V. relató un hecho de
abuso sexual, nunca apareció el nombre del acusado (o, al menos, la
terapeuta no lo explicitó como dicho por su asistida). Una escucha precisa
del audio de esa jornada del debate -la quinta-, la que he efectuado con la
mayor atención, corrobora que la psicóloga en ningún momento
mencionó que E.V. hubiera dado el nombre de Lucas Puig como el del
agresor.
     La segunda tiene que ver con el rol confuso -y no aclarado por el
tribunal- y el carácter a tenor del cual declarara la lic. Piergentili, pues al ser
preguntada por la defensa acerca de si estaba en carácter de perito
respondió textual: “sí…supongo” (minuto 20:14 del audio de la quinta
jornada de debate). Pese al expreso pedido de la defensa, la respuesta
de la declarante no consta en el acta (v. fs. 2601 y vta.) y sólo es posible
conocerla escuchando el audio completo.
     Pero, además, cuando estaba respondiendo, la psicóloga fue
interrumpida por el tribunal, se solicitó realizar nuevamente la pregunta, y
ésta respondió ahora que “supuestamente, o sea, yo no iba a hacer una
pericia, solamente estaba para evaluar si los menores estaban aptos” [para
declarar] (minuto 20:48 del audio), finalizando su deposición, frente a otra
pregunta de la defensa, diciendo que “Yo no tuve que actuar, tuve que
escuchar nada más, leer un informe y si lo que se había hecho en ese
momento era congruente con lo que se había informado” (textual, fs. 2704,
primer párrafo).
     Nuevos interrogantes quedaron en un manto de dudas: si se refería a
“los menores” por qué ni siquiera mencionó a B.F.; si sólo debía escuchar y
“leer un informe”, a cuál se estaba refiriendo, de qué fecha, elaborado y
suscripto por quién.
     Pero, para mayor confusión aún, la declarante Piergentili dijo no haber
asistido en calidad de perito, contrariamente a lo manifestado -de forma
clara y expresa- por el Dr. Bolpe, representante del particular damnificado
(“concurrió la perito psicóloga Piergentille, que es perito de parte”, sic.,
v. acta de debate, fs. 2594). Nada se ha respondido al respecto.
     Por último, pero no menos importante, la tercera observación
fundamental: nada de todo esto mereció siquiera una línea de análisis por
parte del tribunal, pese a enumerar la declaración de Piergentili dentro de “la
prueba en la que el Fiscal apoyara su hipótesis acusatoria” (v., fs. 2654vta,
acápite “III- a” del veredicto), por lo que se desconocen por completo los
motivos por los cuales el a quo le asignó dicha entidad habida cuenta que,
reitero, nada ha evaluado a su respecto.
     iii.- Pasemos ahora a analizar la declaración de Emma Virginia Creimer,
a quien se presentó como la autora de los informes de fs. 881/890 y
925/926, consignándose que depuso teniéndolos a la vista y que se trataba
de “una pericia de tipo criminológico” (sic, fs. 2713vta., primer párrafo).
     Sobre lo aquí declarado estimo necesario realizar algunas
observaciones que, por su número y entidad, deberé enlistar a efectos de
lograr una exposición más eficaz:
     1.- El inicio del interrogatorio, a cargo del Fiscal fue, cuanto menos
llamativo, pues éste preguntó “¿es Ud. doctora?”, a lo que Creimer
respondió con una larga enunciación de sus especializaciones y
membresías de diversas entidades. La pregunta era concreta, Creimer
debería haber respondido por sí o por no respecto a su doctorado, pues ello
era lo que el Fiscal preguntaba; sin embargo, la respuesta le llevó más de
dieciocho renglones de autorreferidos logros académicos.
     Antes de pasar al punto que revela las evidentes inconsistencias de lo
manifestado por Creimer, debo hacer notar que desconozco el motivo por el
que se la presenta como “licenciada Creimer”, pues de la lectura de sus
propias palabras surge que es médica y no psicóloga. Si posee ese título
ello no surge de la exposición curricular que ella misma hizo, por lo que
-reitero- desconozco por qué motivo se le adjudica un grado que no posee.
     Aún así, si bien la larga exposición de un curriculum vitae puede
considerarse una útil estrategia de la litigación penal -si los datos fueran
ciertos-, lo fundamental debe ser el aporte de elementos que permitan al
juez formar convicción acerca de puntos sobre los que se requieren
conocimientos específicos o técnicos, y ahí es donde lo vertido por Creimer
en el debate resulta de nula relevancia. Veamos porqué.
     2.- Al presentar la “metodología” empleada para la elaboración de sus
informes, consignó que la misma era la “perfilación criminal”, la que se
utilizaría para establecer las características de los agresores. Dijo que se
trataba de evaluar el “profailing” [así consta en el veredicto, refiriéndose a la
voz inglesa “profiling”] o perfil criminal y que para ello tendría en cuenta el
“perfil geográfico” y el “modus operandi”, para “casos de serialidad”, tal como
-a criterio de la declarante- se trataba la cuestión juzgada en autos.
     Sin embargo, más allá de las genéricas citas de autores que hizo la
médica en su exposición (“según TURBEG”, “según Rosmo y según Kanter”;
v. fs. 2714; “según dice Perrone”, fs. 2716 in fine, aspecto sobre el que más
adelante me detendré), lo cierto es que de la lectura de las piezas que ella
había elaborado y suscripto con anterioridad no surgía que se hubiera
referido -menos aún profundizado- acerca del mentado “perfil criminal”.
     Es decir, pese a tenerlas a la vista, Creimer se explayó sobre
cuestiones ajenas a lo que había escrito previamente pues, insisto, ni a fs.
881/890 ni a fs. 925/926 se habla del “profiling” o “perfil criminal”, habida
cuenta que la primera de dichas piezas -las que he leído con el mayor
detenimiento- está dedicada, medularmente, a exponer acerca de los
criterios de validación psicológica del diagnóstico de abuso sexual y, la
segunda de ellas, a requerir el uso de test y técnicas distintas a las utilizadas
por las peritos de la Asesoría Pericial La Plata, licenciadas Graciela Gardiner
y Karina Verónica Arcuschin.
     3.- Observo, de una precisa lectura de la pieza de fs. 925/926, suscripta
únicamente por la magíster Creimer y con cargo presentado el 2/3/2011-
que, frente al informe elaborado por las peritos oficiales de la Asesoría
Pericial La Plata, la mencionada profesional abogaba por la utilización del
test de Rorschach.
     Sin embargo, a la hora de deponer en el juicio la misma facultativa
expresó “[d]e todas maneras considero impertinente de mi parte
explayarme sobre esos test de Rorschach y test proyectivos que
corresponde específicamente a las peritos psicólogas” (v. veredicto, fs.
2715, el resaltado es original).
     Postura evidentemente contradictoria con lo expresado años antes y
que ni siquiera fue objeto de atención por el tribunal.
     4.- Ahora bien, volviendo al referido “perfil criminal”, tenemos que el
mismo sólo surgió al ser llamada Creimer a declarar en el nuevo debate, sin
tener vínculo con lo escrito previamente. Ello ya alcanza para poner de
manifiesto la ausencia de un genuino criterio científico en sustento de su
exposición.
     Como hemos visto, la magíster -me atengo a la referencia que de ella
siempre brinda el tribunal, que así la identifica- había sido convocada en
virtud de sus informes iniciales (que, insisto, versaban sobre validación
psicológica del diagnóstico de abuso sexual y administración de test y
técnicas psicológicas), por lo que la cuestión del “profiling” (también aquí me
limito a utilizar los términos de la declarante y del propio tribunal anterior) era
novedosa.
     5.- Resultan, en consecuencia, infundadas y carentes de motivación las
afirmaciones del a quo vertidas a fs. 2780/2781 en cuanto otorgan valor a las
conclusiones a las que arribó la magíster Creimer en tanto se trató, según se
dijo allí, de un “estudio destinado a determinar las características de
perfilación criminal del agresor de autos”, calificándola de “pericia
independiente y autónoma, que tenía un fin diferente y usó un método
científico”.
     En efecto, no puede concederse que la mentada pericia estuviera
apoyada en un método científico pues lo único que se lee en el veredicto (y
lo que se escucha del audio de la exposición brindada por la facultativa) es
tan solo una acumulación de citas de autores, cuadro que en modo alguno
puede sostenerse sea una explicación del método científico utilizado sino
más bien la conocida falacia no formal de “apelación a la autoridad” o
argumentum ad verecundiam, es decir apelando “al sentimiento de respeto
que siente la gente por las personas famosas para ganar asentimiento a una
conclusión” (v. Copi, Irving M., Introducción a la lógica, Buenos Aires,
Eudeba, 1987, p. 69), que no es otra cosa que el ya conocido “sofisma de la
autoridad”, denunciado por Bentham como “la opinión de tal o cual individuo
que es presentada como suficiente por sí misma […] para servir de base a
una decisión…que no puede menos de ser colocado entre los medios
engañosos” (Bentham, Jeremy, Tratado de los sofismas, traducción de
Francisco Ayala, ed. Rosario, Rosario, 1944, p. 13).
     Sin perjuicio de lo dicho, se observan varias deficiencias, que no le son
-en este aspecto- atribuibles a la magíster Creimer sino al a quo: se ha
citado y se ha citado mal, veamos algunos ejemplos:
     *“El método utilizado es la perfilación criminal…según TURBEG”
(fs. 2714, destacado en el original): posiblemente el tribunal haya querido
referirse a Brent Turvey y su obra An Introduction to Behavioral Evidence
Analysis.
     *“según Rosmo y según Kanter”; “Kanter establece” (íd. fs. cit.): aquí es
dable pensar que el tribunal se referiría a David Canter, académico de
Liverpool, y al criminólogo canadiense Kim Rossmo. De ninguno se citan sus
obras principales.
     6.- Además, la falta de apoyo científico y de un estudio serio y detenido
que sustentaran sus consideraciones, se comprueba con una simple
lectura de las respuestas dadas por la magíster Creimer al ser
preguntada, a instancias de la defensa:
      Si había entrevistado a alguno de los menores: la declarante dijo que
“no” (audio del debate, jornada número 12, minuto 55:22).
      Se le preguntó si había hecho un relevamiento geográfico del lugar de
los supuestos hechos y también respondió que “no” (minuto 55:33).
      Frente a la pregunta acerca de si había tenido en cuenta algún informe
socioambiental, respondió “no lo recuerdo, pero me inclinaría a decir que
no” (minuto 57:15), expresando que había confeccionado “un análisis
global” (textual, minuto 55:38).
      7.- Debo consignar que, llamativamente, he debido compulsar estos
datos con una muy atenta escucha de los audios insertos, pues nada de
esto (salvo la respuesta negativa respecto al informe socioambiental) fue
documentado en el acta ni, mucho menos, objeto de análisis por parte del
a quo.
      Entonces, tenemos que, aún frente a los pedidos expresos de la
defensa, no todas las preguntas y respuestas se asentaban en el acta de
debate.
      Empero, como dije, la escucha de los audios, permite conocer el
contenido completo de las declaraciones y no sólo de aquellos fragmentos
que sólo pudieran aportar en favor de la hipótesis acusatoria. Una vez más,
la igualdad de armas se ha visto vulnerada, como en tantos otros tramos del
juicio.
      8.- Ello sentado, y para finalizar, podemos concluir que la magíster
Creimer:
      *Sin perjuicio de tener a la vista, a la hora de declarar, los informes que
versaban sobre validación psicológica y acerca de los test psicológicos que
debían practicarse sobre el acusado, su exposición en el debate versó sobre
lo que la declarante denominó la determinación de un “perfil criminal”,
cuestión absolutamente diferente a las anteriores.
     *Dijo valerse, para tal fin, de un “perfil geográfico”, pero admitió no
haber ido al lugar ni haber efectuado un relevamiento geográfico del mismo.
     *Afirmó haber elaborado el mentado “perfil criminal”, para el que era
necesario contar con el “modus operandi”: sin embargo -nuevamente-
admitió no haber entrevistado a ningún menor.
     *Tampoco tuvo conocimiento de informe socioambiental alguno.
     *No realizó un análisis concreto del caso, sino un “análisis global”, para
el cual efectuó comparaciones entre los hechos investigados en este caso y
los de otra causa.
     Poco me resta, después de relevar semejante cúmulo de deficiencias,
para quitar valor, como elemento de convicción, a lo declarado por la
magíster Creimer. De esta forma, resulta inadmisible computar -como lo hizo
el a quo- a las afirmaciones de aquélla como un elemento de cargo pues,
bien mirada la cuestión, su valor ha quedado desvirtuado.
     Las consideraciones efectuadas por la Fiscal Adjunta de Casación en
su memorial complementario (v. especialmente, fs. 125vta.), en cuanto
pretender realzar la labor de la magíster Creimer deben, por los motivos ya
suficientemente analizados, ser descartadas.
     9.- Para finalizar las observaciones en relación a la declaración de la
magíster Creimer, debo consignar que -tal como he apuntado en varios
tramos de este voto- la labor del tribunal en los interrogatorios, tanto de
testigos como de peritos, ha exorbitado largamente el margen permitido por
el artículo 364 del CPP.
     Solamente en esta parte se detectan dos preguntas formuladas por los
jueces (“¿Dónde se sintieron cómodos [los menores]?”; “Me aclara sobre la
instalación del secreto ¿por qué dijo que es un dato significativo?”, ambas a
fs. 2716) que, evidentemente, tenían como finalidad suplir en parte la
actividad de la acusación -pues resulta claro que iban en una sola dirección-
o, cuanto menos, coadyuvar a la corroboración de la hipótesis de esa parte.
     Si bien es cierto que la vulneración de dicha norma ritual no está
específicamente sancionada con la nulidad, no es menos cierto que el
proceder del a quo no puede sino dar nacimiento a una razonable sospecha
de parcialidad, en tanto se ha apartado del rol que, como tercero imparcial y
desinteresado, debe cumplir en el marco de un proceso penal adecuado a
las mandas convencionales del bloque constitucional federal. Afectación de
la garantía de imparcialidad -pilar del sistema acusatorio- que menoscaba la
defensa en juicio y el debido proceso, tal como la Corte Suprema de Justicia
lo estableció en el precedente “Llerena, Horacio Luis s/ abuso de armas y
lesiones”, L.486.XXXVI, Fallos: 328:1491, del 17/5/2005.
     Dejo asentado aquí que las exigencias que, conforme el criterio que
hemos fijado con el Juez Carral al decidir en c. 70.012, “De Esteban, Miguel
Ángel s/ recurso de casación”, del 18/8/2015, se hallan aquí cumplidas pues
las protestas y reclamos de la defensa ante esta extralimitación del tribunal
se observan en varios tramos del acta de debate y del recurso casatorio
impetrado, siendo, en este sentido, uno de los tópicos principales sobre los
que se explayó en la audiencia celebrada ante esta Sala el pasado 4/5/2023.
     iv.- Pasemos ahora a analizar la situación suscitada al momento de
presentarse a declarar la licenciada en psicología Karina Esther Levchuk,
quien atendiera, de forma particular, a E.V. en el año 2010. Como dijimos
más arriba, una declaración de dicha profesional no pudo tener lugar por la
expresa oposición de la denunciante De León a que se la relevara del
secreto profesional.
     Cabe consignar aquí que no fue la defensa sino la propia licenciada
Levchuk quien solicitó la anuencia al tribunal de juicio para declarar
invocando el art. 12 del Código de Ética de la profesión de psicólogos en la
provincia de Buenos Aires, por existir a su criterio “justa causa”, explicando
que de no exponer lo que conocía estaría, a su criterio, cometiendo una
grave falta ética. Dijo -incluso- llevar consigo el material de las entrevistas
que había tenido con la menor.
     Dado que este Tribunal se encuentra impedido de indagar acerca de los
motivos particulares que pudo haber tenido la denunciante De León para no
relevar del secreto profesional a quien había entrevistado a E.V. en la época
de la denuncia (y que la mencionada tampoco proporcionó), los que se
encuentran bajo el ámbito de reserva protegido constitucionalmente (art. 19
de la C.N.), simplemente me limito a consignar ello -que priva de datos que
podrían haber coadyuvado al conocimiento de la verdad, y que en algún
punto imposibilitó ese conocimiento acabado de lo ocurrido- y a ponderar, en
lo pertinente, las manifestaciones de la psicóloga en lo que se le permitió
responder.
     En ese reducido espacio, Levchuk pudo afirmar que el relato de la
denunciante De León “era muy confuso” (minuto 39:01 del audio) y se ocupó
de definir lo que se entendía técnicamente como “relato implantado”: se da
“cuando un niño puede grabar en su mente un guión o script del que hablan
los americanos, y puede reproducir como si fuera un casette algo que le dijo
una persona influyente, alguien importante para él, y después eso se recicla,
se repite, se reedita, y se cuenta como algo vivido, porque forma parte del
engranaje de la memoria” (minuto 39:50 del audio en adelante).
     Tampoco en este caso el acta recoge íntegramente lo expuesto y sólo
se pueden conocer las consideraciones técnicas de la psicóloga Levchuk y
su pedido de declarar por tener una “justa causa” para hacerlo a través de la
escucha del audio completo.
     v.- Pasemos ahora a analizar lo expuesto en el debate por la perito
oficial perteneciente al Cuerpo Técnico del Fuero de Responsabilidad Penal
Juvenil, licenciada Elisa Graciela Rossi.
     Las consideraciones vertidas por Rossi resultan relevantes no sólo por
la acabada y precisa explicación que contenían y la claridad expositiva con
que lo hizo, sino porque realizó las entrevistas con E.V. en el mismo año de
formulada la denuncia, es decir en el 2010. Obsérvese, apunto desde ahora,
la enorme diferencia en la calidad de la información suministrada por esta
perito oficial y las consideraciones vertidas por la licenciada Piergentili
-psicóloga particular de E.V.- quien trató a la misma doce años después de
la supuesta ocurrencia de los hechos.
     La perito oficial Rossi manifestó haber utilizado entrevistas individuales
con E.V. y que también la entrevistó acompañada por la entonces perito de
parte, llamándole la atención que esta profesional “a su vez tenía la
particularidad en este caso que era la psicóloga clínica que atendía en
privado y a su vez la psicóloga de la hermana” (v. fs. 2761). Puede entonces
comenzar a comprenderse porqué, frente a tantas irregularidades en la
instrucción (con profesionales que asumían varios roles simultáneamente),
la acusación haya desistido de convocarlas al debate (caso de la lic. Leda
Olga Suárez, por poner sólo un ejemplo, quien fuera pasible de un
sumario por falta de ética según lo que surge de la documentación anexa
(v. fs. 2011 y 331 del segundo cuerpo de anexos). Rossi también entrevistó a
la progenitora de E.V. (la denunciante Cecilia De León). No puede negarse
que, aunque del exclusivo resorte de la parte, resulta llamativo que
-expresamente- se desistiera de escuchar a la primera psicóloga de la
menor para traer al juicio a quien la atendiera doce años después de la
denuncia (lic. Piergentili).
     Consignó la perito oficial Rossi que había advertido en la menor
entrevistada -hizo hincapié en ello- “una imaginación bastante exaltada”,
llamándole la atención su relato porque contenía elementos de tinte
fantástico, y que las referencias dadas lo habían sido en un marco de
espontaneidad y alegría, como un juego.
     Dijo que al hablar con De León había observado que había
implementado un discurso de certezas que tornaba difícil la posibilidad de
tomar otras hipótesis posibles frente a las ideas ya asumidas. La perito
oficial Rossi manifestó que había intentado dialogar con la madre de E.V.
para brindarle información acerca de expresiones vinculadas a la curiosidad
sexual de los niños, que es algo que comienza a aparecer en esa edad, en
la que éstos están inmersos en una etapa de la sexualidad infantil.
     Consignó la psicóloga Rossi que también le había llamado la atención,
y por tal motivo lo volcó en el informe elaborado oportunamente, que De
León le había dicho que su otra hija (Ariana Villaverde), padecía -según la
psicóloga que la trataba- de depresión aguda, indicando Rossi que le había
llamado la atención un cuadro de depresión aguda en una niña de diez años,
motivo por el cual puso la frase entre comillas.
     Dijo que fruto de las entrevistas, analizó el disparador de la denuncia
(que E.V. hiciera referencia al miembro masculino en oportunidad de estar
con la pareja de su madre, mientras éste cocinaba), que la niña atravesaba
una etapa en la que es perfectamente esperable el empleo de la fantasía y
que dicha fantasía estaba más exaltada. Explicó que ello la llevó a asentar
en el informe pericial suscripto que “las construcciones ficcionales son
propias de la etapa que atraviesa y poseen entonces un status de verdad en
el sujeto que lo organizan, estructuran o enferman de acuerdo al tratamiento
que reciben del mundo adulto operante” (v. fs. 2762).
     En el debate, la perito del Poder Judicial agregó que la fantasía es algo
esperable debido a las dificultades cognoscitivas de los niños, entonces
tiene la función de rellenar o completar lo que la realidad aún no le permite
comprender, siendo ello “esperable evolutivamente”, además del despertar
de la curiosidad sexual, la exploración del propio cuerpo, del cuerpo del otro,
el interés por la genitalidad (fs. cit.). Que había observado a la niña con un
comportamiento acorde a su edad, aunque exaltada y con alto grado de
ansiedad.
     Al ser interrogada concretamente acerca de si había encontrado
referencias específicas vinculadas al abuso que se había denunciado, dijo
que “No. -De hecho, lo consigné en el informe que no surgió. No fue
llegar a una conclusión, sino dar cuenta de una situación que no se dio
en la realidad. En la entrevista con la niña no hubo ningún enunciado
que tuviera una referencia a los hechos denunciados” (fs. 2762vta.,
destacado en el original).
     La perito manifestó, además, que la ciencia psicológica ya tiene
suficientemente establecido que cualquier interrogatorio predeterminado en
relación a un niño, precisamente por sus fallas cognoscitivas y por la
relación de dominio que tiene el adulto sobre él, va a tener una pregnancia y
una distorsión de la realidad que es determinante, lo que tornaba en tan
delicada la tarea de obtener un testimonio de un niño. Fue consultada si eso
podría generar falsas hipótesis y respondió categóricamente que “Sí,
claramente” (fs. cit.).
     También se le preguntó si, en este caso concreto, había observado en
la menor una situación contextualizada por la mirada de un adulto,
respondiendo la experta que “Muy probablemente”, dando seguidamente
la razón de su aserto: “a partir de la íntima convicción que traía su mamá
respecto de una situación abusiva”.
     Profundizó sobre dicho tópico explicando que ello aparecía
contextualizado y atravesado por la mirada y el discurso del adulto (la madre
de E.V.), al tiempo que no se encontraban referencias específicas vinculadas
al ámbito escolar.
     Fue contundente en afirmar que la curiosidad sexual y la fantasía-que,
insistió, son inherentes a la etapa que atravesaba la niña- se habían visto
mixturadas, mezcladas y compuestas por la lectura y la decodificación de la
progenitora y su pareja, todo lo cual generaba una composición imaginaria
muy significativa (fs. 2763).
     Se explayó también respecto a elementos que había advertido en el
relato de la niña (ratas, sangre, martillos, cuchillos, encierro, castigos,
lastimaduras, sangre y dolor) explicando que la presencia de éstos en el
discurso de aquélla configuraba una composición ominosa producto de la
saturación o afectación, por la insistencia y tratamiento de la temática por
parte de los adultos.
     Pudo observar a una niña “saturada”, en la que era posible advertir
la lectura, decodificación y contaminación que sobre ella habían
realizado los adultos convivientes (fs. cit.).
     Más adelante, frente a una pregunta concreta, manifestó que
lógicamente un niño de la edad que tenía E.V. en 2010 era sugestionable por
los adultos (“Sí, claro que sí”, fue la respuesta de la perito oficial, v. fs. 2764).
     En otras palabras, la perito Rossi le señaló al tribunal, con absoluta
claridad, que la menor E.V. había sido de tal manera presionada por la
insistencia de los adultos en corroborar la convicción -que ellos tenían-
acerca del acaecimiento de un hecho abusivo que la había afectado y
saturado, lo que provocaba que la niña no quisiera participar más de
entrevistas y no estuviera en condiciones de declarar, lo que así había
aconsejado la experta en su momento.
     Confirmó, una vez más, que la exaltación que presentaba la menor en
esos momentos, estaba más asociada a la esfera de lo vivencial familiar
cotidiano que a enunciados de índole sexual: “No hubo enunciado de
índole sexual de ninguna índole” (fs. 2763, segundo párrafo, in fine,
destacado en el original).
     Respecto de la declaración de la niña en el ámbito de la UFI actuante,
la perito Rossi volvió a destacar que ella había aconsejado que no se
realizara y que lo consignó en su informe. Que, pese a su opinión, la fiscal
igual decidió interrogar a la niña y que ella sólo estuvo presente, pero no la
llevó a cabo. Dejó constancia de que no estaba el dispositivo de cámara
Gesell y que, en todo caso, se trató de una declaración en la propia sede de
la fiscalía, donde ella no formuló preguntas y todo estuvo a cargo de la titular
de la dependencia. Por dichos motivos, la experta la denominó “pseudo
Cámara Gesell”, v. fs. 2764vta., primer párrafo).
     Debo consignar aquí que, de una simple lectura del contenido de la
declaración de E.V. efectuada en la repartición fiscal el día 8 de octubre de
2010 (fs. 2690/2693) surge que, tal como lo expresara en el debate la perito
Rossi, ella se abstuvo de efectuar preguntas, estando todo a cargo de la
titular de la dependencia.
     Recordó, asimismo, la perito oficial Rossi que en oportunidad de llevar
a cabo una de las entrevistas a E.V. también había entrevistado, al menos, a
otra niña del jardín de infantes cuyo nombre era Johana Quiñones (informe
de fs. 424/425, fechado el 5 de abril de 2010, la alumna se encuentra en la
planilla de asistencia del curso 2010, v. casillero n° 31 del listado).
     Mencionó al respecto que, muy particularmente, le había llamado la
atención que la niña se refería al profesor Lucas Puig con alegría y cantando
y que, en determinado momento -y eso la impresionó- le manifestó: “no sé
qué pasa, por qué dicen que Lucas es malo, el profesor toca los
instrumentos”. La psicóloga le preguntó, la niña realizó una asociación
espontánea y dijo “Lucas no va al baño” y que no sabía “por qué algunos
chicos dicen mentiras” (v. fs. 2764vta.).
     La perito oficial también suscribió el informe de la entrevista a la niña
Denisse Demarco, quien fue acompañada por su padres y su hermano
Owen. De lo vertido en el informe se lee inmediatamente la generación de
“rapport”, que la madre de la menor abordó correctamente a ésta -sin
precipitaciones ni lecturas inadecuadas-, que los progenitores no
encontraron signo alguno de alarma y que Denisse nunca “vio” nada “malo”
en su profesor Lucas, del que sólo refería canciones, juegos y otros datos
que, consideró la experta, lejos estaban de algo lesivo. Entonces, y por los
motivos que seguidamente daré, los dichos de la testigo Ana Romina
Macedo -madre de Denisse- no pueden tener la entidad cargosa que el
tribunal y la distinguida Fiscal Moretti señalan.
     En efecto, de una atenta lectura de su declaración surge que se enteró
de los hechos denunciados por la televisión y por el llamado de una madre
-y no por algo que hubiera observado en su hija-. Que fue a buscar a la niña
al jardín que, en dichas circunstancias, consultó rápidamente con una
psicóloga, llevó a la menor a que la entrevistara y la profesional “nos dijo
[a Macedo y al padre de la niña] que no había sido abusada”.
     En consecuencia, respecto de la niña Denisse Demarco, fueron dos las
profesionales que no advirtieron signos de A.S.I. (la psicóloga particular a la
que la llevaron sus padres y la perito oficial Rossi que la entrevistó).
Obsérvese que, frente a todos estos elementos, tanto el a quo como la
representante fiscal efectúan un análisis parcial y fragmentario de los dichos
de Macedo y eligen determinadas frases que, tomadas de manera aislada y
descontextualizada (p. ej., como se demostrará más abajo, sin tener en
cuenta la canción que los niños cantaban y el juego que la acompañaba),
llamarían la atención: sin embargo, ponderada la totalidad de la declaración,
resulta evidente que su valor no era tal.
     Así, por ejemplo, se la interrogó acerca de si la menor decía algo
relacionado con una situación de abuso, a lo que Macedo respondió: “No
me acuerdo, no quiero mentir, no lo recuerdo”.
     “Además de eso, ¿alguna otra cosa, en relación a la higiene de su hija
recuerda algo?”, a lo que Macedo respondió: “No. Perdón no recuerdo”.
     Como hemos dicho, observo que las referencias dadas por la niña a las
canciones y juegos en que participaba en el jardín se han visto por completo
descontextualizadas: la madre alude a que la niña “Cantaba, no me acuerdo
de la canción. Era algo de un chancho rengo. No me acuerdo. Algo de un
chancho era…” y se ha perdido de vista, por el tribunal y por la distinguida
Fiscal, que se trataba de la canción “Si tu chancho engorda” que
precisamente estaban practicando en las clases y ningún contenido sexual
reviste.
     Si bien ya he consignado la letra de esa canción y las indicaciones del
autor de la misma a los docentes para su dramatización (v. supra, parágrafo
27, apartado ii), volveré sobre ello al analizar la restante declaración que el a
quo pretende poner de resalto -erróneamente- como prueba de cargo.
     Volvamos ahora a la declaración de la perito oficial Rossi quien, frente a
preguntas de los particulares damnificados, al referirse al discurso de E.V.,
consignó la atención que le había llamado que ésta mencionara ratas,
martillos, cuchillos y sangre, elementos que caracterizó como terroríficos en
el contexto en el que la niña hablaba. Recordemos que, conforme lo
explicara la profesional actuante, la presencia de estos elementos en el
discurso de la niña configuraba una composición ominosa producto de la
saturación o afectación, por la insistencia y tratamiento de la temática por
parte de los adultos.
     Culminó su declaración en el juicio brindando detalles de la entrevista
mantenida con la denunciante De León, quien -según recordaba la perito
oficial- “estaba con una íntima convicción de una situación”, es decir, estaba
ya convencida de que el abuso había ocurrido. Aclaró también que en una
de las entrevistas con E.V. la niña refirió a su madre “ahí va la psicóloga que
vos decís que dice mentiras”.
     De la precisa explicación dada por la perito Rossi, quedan claras, a mi
entender, al menos seis cuestiones, las que paso a detallar:
     *Que, contrariamente a lo sostenido por el quo, la niña E.V. pudo
hablar con total libertad frente a la psicóloga que la entrevistaba.
     *Que no había encontrado, en las entrevistas mantenidas con E.V.,
ninguna referencia específica vinculada al abuso que se había
denunciado.
     *Que el hecho de que la niña no mencionara ninguna situación de
abuso en las entrevistas no implica -como sostiene el a quo- que no se
generara “rapport” entre ésta y la profesional.
     Lo contrario implicaría considerar ineficaz cada entrevista en la que el/
la niño/a no efectúe un relato de un hecho abusivo o no surjan indicadores
de abuso sexual infantil (A.S.I.), con lo cual el círculo vicioso del
razonamiento nunca se detendría: sólo habría “rapport” -y, por ende, sólo allí
los tribunales las considerarían- en las entrevistas en las que un/a niño/a
relatara un abuso o surgieran indicadores de A.S.I., lo que resulta,
sencillamente, inaceptable desde el punto de vista lógico.
     *Que el discurso de la niña contenía elementos calificados de
terroríficos (ratas, martillos, sangre, cuchillos, etcétera) que son propios, en
el contexto analizado, de una saturación o afectación en la psiquis de la
menor debida a la insistencia y tratamiento de la temática por parte de
los adultos convivientes.
     Que, en tales condiciones, la interpretación que el a quo ha dado de
esos elementos (la utilización de un cuchillo para amenazar a la niña, la
equiparación de la rata al órgano sexual masculino) resulta absolutamente
infundada y directamente cancela, de modo arbitrario, las
explicaciones dadas -entre otras- por la perito oficial.
     Sirva, pues, esta oportunidad para despejar las inquietudes de la
distinguida Fiscal Adjunta, Dra. Moretti, quien en la audiencia celebrada y en
el memorial adjuntado en dicha oportunidad bregó por el sostenimiento de
tal equiparación.
     *Por último que, frente a la labor pericial que no confirmaba la “íntima
convicción” que la denunciante tenía, ésta intentó generar en la niña E.V. un
estado de animosidad contra la profesional.
     vi.- Analicemos ahora la declaración brindada por la también integrante
del Cuerpo Técnico del Fuero de Responsabilidad Penal Juvenil, licenciada
Andrea Hernández Mason.
     Especialmente relevante resultan las explicaciones y detalles dados por
la mencionada profesional, pues fue ella quien tuvo a cargo la entrevista de
tres niños y una niña, todos los cuales “relataron actividades típicas que
realizaban en el jardín. Hablaban de la señorita Silvina [Díaz], del profesor
de música, cantaban canciones, algunos quisieron dibujar”.
     La licenciada Hernández Mason expresó que se hicieron entrevistas en
las que pudiera surgir libremente el relato de los niños y que, “[d]e acuerdo a
eso lo que observé fue que en las cuatro entrevistas que mantuve, no
existió ningún relato que sea conducente con la denuncia por la cual
estaban convocados” (fs. 2766, resaltado en el original, el subrayado es
propio).
     Ahondó en detalles acerca de los relatos de los niños entrevistados:
hablaban con mucho afecto tanto de Silvina Díaz como de Lucas Puig,
describían situaciones placenteras, con actividades comunes y propias
de un jardín de infantes. Relató que fue llamada por la fiscalía actuante
para ampliar sus consideraciones y reiteró que no existían indicios de
abuso sexual en ningún niño, por lo que aconsejó que no se los sometiera
a ninguna declaración en el seno de la repartición del MPF (“no había ningún
elemento que [lo] justifique”, dijo).
     También señaló haber mantenido entrevistas con los padres de los
niños y ninguno de ellos mencionó que alguno de los menores hubiera
experimentado algún cambio en su conducta o algún tipo de alteración.
Nuevamente, refirió que tras las evaluaciones y entrevistas “No había relato
de situaciones de abuso sexual” (fs. cit, destacado en el original).
     Frente a preguntas de los particulares damnificados, precisó que las
entrevistas se dieron en “un clima distendido donde [los niños y niñas]
siempre están dispuestos a contar, sobre todo si han atravesado una
situación penosa y generalmente lo cuentan” (fs. 2766vta.).
     Empero, como había dicho ya, ningún relato compatible con un abuso
sexual había aparecido. La perito se había ocupado de consignar, en sus
informes, que los infantes entablaban “rapport” instantáneamente, entendido
este como el vínculo de confianza que en la fase inicial de las entrevistas
debe construirse entre entrevistador y entrevistado.
     Ello permite refutar la afirmación del a quo, basada en las
elucubraciones de Creimer -que nuevamente se revelan harto infundadas-
respecto a que sólo Méndez había logrado generar “rapport” y no, en
cambio, ninguna de las peritos oficiales pertenecientes al Poder Judicial.
     Ahora bien, de las referencias dadas por las partes en el interrogatorio,
y la foliatura que se cita tanto en el acta de debate (fs. 2620) como en el
veredicto (v. 2765vta./2766vta.) es dable determinar que primero entrevistó a
tres niños -los hermanos Thiago Nicolás Martínez Lorenzo y Patricio Gabriel
Martínez Lorenzo (fs. 428/429vta.), Santiago Joaquín Martínez (fs. 430/431)-
y, finalmente, a una niña, Morena Luna (fs. 432/433).
     Asimismo, la expresa mención al caso de Morena Luna resulta
interesante, pues la perito Hernández Mason había consignado en el informe
individual de la niña (quien se expresaba de forma adecuada, risueña y
espontánea), que había relatado las actividades que realizaba en el jardín de
infantes (podía repetir cuentos y canciones) y que había nombrado sin
connotaciones afectivas agregadas a Puig y a la maestra Díaz. La psicóloga
había concluido que Morena se encontraba bien desde el punto de vista
psicológico, con una evolución acorde a la etapa que transitaba. La perito
oficial dijo en el debate, ante preguntas de los particulares damnificados, que
sostenía lo que había afirmado al momento de elaborar el informe pericial
(fs. 2766vta.), con lo que aclaraba cuál había sido el alcance de las
expresiones de la niña.
     Como puede verse, las manifestaciones de Hernández Mason, pese a
tener que responder sobre tres evaluaciones de niños y una de una niña,
son claras, no evidencian contradicciones y, lo más importante, dejan en
claro que también las peritos oficiales habían generado “rapport” con los
menores.
     Pongo el foco sobre la situación de esta menor -sobre quien, insisto, la
perito oficial tampoco advirtió ningún dato que llevara a sospechar una
situación de abuso (“No había relato de situaciones de abuso sexual”, como
dijo categóricamente la experta), pues ello permite poner de relieve una
contradicción más del tribunal cuando expresa que “la calidad de probables
víctimas de M.L. […] también ha sido recreada en el juicio por la experta
Virginia Creimer” (fs. 2791vta.).
     Entonces, la situación es esta: la profesional de la psicología que
entrevistó en el año 2010 a Morena Luna no tuvo motivo alguno para
sospechar que la niña había sido abusada, pero el a quo ha preferido
quedarse con las infundadas afirmaciones de la médica que realizara una
supuesta “perfilación criminal”, -en la que no entrevistó a los menores, como
ella misma admitió- y basándose en un “análisis global” en el que
comparaba datos de “otra causa”. Nuevamente la arbitrariedad patente me
exime de mayores comentarios al respecto.
     Cabe consignar, frente a las conjeturas del a quo y de la representante
fiscal que -al igual que lo sucedido al analizar los dichos de Ana Romina
Macedo- se ha pretendido realzar la importancia y elevar a la categoría de
prueba de cargo a lo declarado por Sandra Estefanía González, madre de
Morena. La lectura atenta de la deposición de ésta permite establecer que
también González fue llamada a su casa “un domingo a la noche” por “una
mamá” (elemento que, por otro lado, corrobora la existencia de la mentada
cadena telefónica, sobre la que varios testigos se expidieron y el a quo
insiste en negar frente a toda la evidencia en contrario). Que el llamado los
tomó por sorpresa (“No entendíamos nada, ni yo ni mi marido. Eso es lo que
más recuerdo”) y recién ahí empezó a preguntar a la niña acerca de las
actividades del jardín.
     El que la niña manifestara en repetidas ocasiones “mmm…que olor”,
“que olor um que olor” debe ser contextualizado no perdiendo de vista que,
precisamente, la canción “Si tu chancho engorda” (que era la que estaban
practicando en las clases de música) contiene esas referencias -dadas por el
autor mismo de la canción- para su dramatización en los espacios lúdicos de
infantes. Al sólo título ilustrativo, y dado que se encuentra disponible en
cualquier buscador de internet, siendo material de libre acceso, consigno un
ejemplo (https://youtu.be/5bdiUG0ZjmQ, en especial obsérvese con atención
el video en el minuto 01:09).
     La canción -y las indicaciones a los docentes para su dramatización-
están disponibles hace años en la web y, sin embargo, se ha pretendido
dotar de contenido sexual a algo que indudablemente no lo tiene.
     vii.- Declaró también en el debate la perito oficial Florencia María Ortiz
-también perteneciente al Cuerpo Técnico del Fuero de Responsabilidad
Penal Juvenil- quien señaló haber llevado a cabo entrevistas con cinco niños
y niñas en el año 2010, entre ellos a B.F.
     Dijo recordar perfectamente su situación y que no había encontrado
nada en relación a él que fuera indicativo de un posible abuso. Le
preguntó específicamente acerca del profesor Lucas, y la respuesta que
obtuvo fue relacionada con la clase de música, las canciones, cosas
habituales que no le llamaron la atención como profesional de la psicología.
     Sostuvo que, habiendo evaluado “que no había nada que afectara a
este niño” (v. fs. 2767, resaltado en el original), generó una instancia de
escucha y devolución para con los progenitores del mismo, ocasión que
describió como muy tensa por el nerviosismo de los padres, sobre todo del
papá (Leonardo Flores).
     Refirió que pudo determinar, y volcó en el informe que elaboró, que ello
se relacionaba con el modo de aparición “de lo que los preocupaba, que no
venía del niño sino de un llamado de otro adulto”, aspecto que consideró
“importante y valioso”.
     Fue contundente en afirmar que “había una certeza [en los padres de
B.F.] a partir de un relato adulto”.
      Explicó la psicóloga Ortiz que, al momento de elaborar las
conclusiones del informe pericial hizo hincapié en dos ítems: el primero, que
no había nada que afectara la espontaneidad del niño en las entrevistas, y el
segundo que no debía efectuarse una declaración en la sede de la fiscalía
porque no había ningún relato de abuso o indicador alguno del mismo.
     Se explayó diciendo que las preguntas que los padres le habían
formulado a B.F. previo a las entrevistas profesionales eran, precisamente,
del tipo que no se aconsejaba, pues habían sido precipitantes e inductivas,
lo que generaba perjuicio en el infante, poniendo de relieve los riesgos que
genera, en niños de esa franja etaria, la implantación del relato de los
adultos (“A esa edad el chico está totalmente comprendido en el
discurso del padre”, v. fs. 2767vta.).
     Recordó también la tensión vivenciada al intentar dialogar con los
progenitores de B.F., que, específicamente el padre, estaba muy enojado y
expresaba contradicciones tales como referir “yo sé que no le pasó nada”
pero, simultáneamente, querer “que ese hombre [por Puig] vaya preso”, que
esta incongruencia la recordaba particularmente y era lo que más la
sorprendía. Dijo la funcionaria judicial que intentó acercarse para abrir el
diálogo pero que ello no resultaba posible por el estado de nerviosismo y
enojo del hombre.
     Fue preguntada acerca de si había surgido algún dato o constancia
como lo denunciado y respondió categóricamente en forma negativa: “No.
Hubiéramos trabajado en otra dirección, es la ética de nuestro trabajo”.
      Nuevamente, la experta se ocupó de poner de relieve el cuidado con
que deben abordarse las situaciones en caso de existir una sospecha de
abuso, para evitar la sugestión en los niños y fue clara en referir que si se
pregunta incorrectamente “va a haber del otro lado una confirmación ficticia”
(fs. 2769).
     No hubo, como pretende asentar el a quo, contradicciones en la
declaración de la perito oficial Ortiz pues cuando fue requerida,
concretamente, acerca de sus dichos en relación a una “entrevista
dificultosa”, aclaró con suma precisión que se refería al diálogo con los
padres de B.F. y no a la que había mantenido con el niño (v. fs. 2770). Lo
consignado por el tribunal a fs. 2795 cuando pretende, de manera
infructuosa, restar valor a las explicaciones de la experta, relevando
contradicciones donde no las hubo, revela una vez más la arbitrariedad y
falta de imparcialidad de los sentenciantes.
     Por dicho motivo tampoco resulta una falla en la labor de Ortiz el hecho
de que en su declaración dijera que le había llamado la atención que, una
vez finalizada la declaración de B.F. con la Fiscal Bravo, cuando ya todo
había terminado, el niño “vino corriendo y nos recordó: Ah me acordé que le
vi el pito a Lucas”, y dio acabado detalle de por qué eso le había llamado la
atención: porque estaba salido de contexto, no estaba contextualizado.
Entonces, nuevamente, la posición del tribunal sólo revela un análisis
fragmentado -y guiado sólo por el sesgo confirmatorio-, pues en ningún
momento se cuestionó la expresión fuera de contexto (la declaración había
terminado, de hecho la transcripción total de la mal denominada cámara
Gesell glosada a fs. 2693/2695 no consigna esa manifestación del niño) ni
que el menor regresara corriendo y llamativamente comenzara diciendo “Ah
me acordé”.
     La contra-hipótesis (que al menor se le haya hecho recordar algo que,
previamente, se le había implantado para decir y no lo dijo) ni siquiera
mereció el análisis del tribunal -por escueto o breve que fuera-, prefiriendo,
en cambio, tildar de “apresuradas” las conclusiones de la perito oficial y
carentes de rigor científico a sus explicaciones (v. fs. 2795).
     Muy por el contrario, por mi parte, debo hacer notar la solvencia con
que la licenciada Ortiz respondió en el debate, particularmente, al
interrogatorio de los acusadores privados. En especial, destaco que, a las
preguntas del Dr. Bolpe -uno de los letrados de esa parte- que, en ese
contexto, intentaba desacreditar la labor de los peritos oficiales, la psicóloga
Ortiz dijo que jamás podría referirse en los términos que el abogado
señalaba y que “Somos un equipo de Corte. Somos neutrales. Nosotros
velamos por el bienestar de los chicos” (v. fs. 2769, último párrafo, el
destacado me pertenece).
     Como se dejara constancia en autos, Ortiz ingresó en el año 1993 al
Poder Judicial (en la Asesoría Pericial), ha trabajado en diversos organismos
jurisdiccionales de la provincia (Quilmes, La Plata) y ha sido una de las
diagramadoras del protocolo que se utiliza actualmente en los cuerpos
técnicos del Fuero de Responsabilidad Penal Juvenil. Lleva, por tanto, casi
tres décadas en la función y, seguramente por ello, sus explicaciones son
claras, precisas y revisten esa cualidad dual que pocos profesionales
alcanzan: se expresa con sencillez pero sin perder la rigurosidad científica;
lo he podido apreciar tanto de la lectura de sus consideraciones vertidas en
el debate cuanto de la atenta escucha de las mismas en los audios.
     Consignar debidamente ello, con las propias palabras de la perito oficial
Ortiz, me parece de la mayor necesidad sobre todo porque, de la lectura
íntegra del veredicto y de la atenta escucha de los audios del debate,
advierto que han sido objeto de una particular desconsideración por parte
del tribunal anterior, desconsideración motivada en el argumento
-absolutamente falaz, por cierto- de la falta de “rapport”. Y ese destrato no
resulta enmendable por consideraciones aisladas que pudieran leerse en
algún segmento del veredicto reconociendo la solvencia y sus trayectorias.
     En rigor, ha sido la propia visión sesgada del a quo la que le impidió
confrontar, desde una posición imparcial, las explicaciones de las peritos
oficiales -que, como bien dijo Ortiz, actuaron siempre con la probidad y
neutralidad esperables en funcionarias del Poder Judicial- con el resto de las
pruebas disponibles y calibrar su justo valor.
     Y cabe consignar, frente a los ataques recibidos por las funcionarias
judiciales que resulta inadmisible la liviandad y ligereza con que se han
vertido expresiones indecorosas hacia dichas profesionales (v. gr., las
manifestaciones de Leonardo Flores, quien dijo que la licenciada Ortiz es
“una mujer totalmente corrompida”, sic, fs. 2681vta., destacado en el
original, minuto 36:11 del audio de su declaración que he podido escuchar),
sin que se observe que el tribunal haya actuado con la prudencia necesaria
en la dirección del debate.
     Debo insistir en que el hecho de que las conclusiones a las que
arribaron tanto las psicólogas del Cuerpo Técnico del Fuero de
Responsabilidad Penal Juvenil como las provenientes de las profesionales
de la Asesoría Pericial La Plata, no fueran en la dirección de la hipótesis
acusatoria sino, precisamente, en sentido contrario, fue el auténtico motivo
por el cual el tribunal las evaluó negativamente.
     La atenta lectura de las explicaciones de Ortiz permitiría comprender
algo tan elemental como la impertinencia de realizar un informe sin
entrevistarse con la persona, los riesgos que tal proceder acarrearía, lo
relativo al “convencimiento” de las personas adultas y su transmisión a los
menores, la iatrogenia y la generación de falsos recuerdos (v. fs. 2769vta./
2770). Contrástese, entonces, la seriedad del trabajo de la perito oficial Ortiz
-y el de sus colegas, las licenciadas Hernández Mason, Rossi, Gardiner y
Arcuschin (el de estas dos últimas que veremos en los párrafos que siguen)-
con el de quien ha admitido elaborar un informe sin entrevistar a nadie.
     Las consideraciones vertidas en el dictamen complementario
presentado por la distinguida Dra. Moretti (v., especialmente, fs. 125vta./
126vta.), en cuanto comparte el criterio del tribunal anterior respecto de la
labor de las peritos oficiales deben, en consecuencia, ser desechadas.
     viii.- Resta considerar, como dijimos, la labor pericial de las psicólogas
de la Asesoría Pericial La Plata, licenciadas Graciela Mabel Gardiner y
Karina Verónica Arcuschin. Ambas brindaron sus manifestaciones respecto
del informe que habían elaborado oportunamente sobre Lucas Puig a fs.
599/601 (incorporado por lectura al debate) y las consideraciones vertidas
en las piezas glosadas a fs. 908/909 y 928/929.
     La perito oficial Gardiner explicó la forma en que trabajaban en la
Asesoría Pericial, su extensa trayectoria en el marco de la profesión: había
presidido el Colegio de Psicólogos, llevaba al momento del juicio 44 años
como profesional -40 de los cuales habían estado dedicados a lo
forense- y en el Poder Judicial (más de 30 años como perito oficial).
     Se ocupó, al igual que las psicólogas anteriores, de poner de resalto su
neutralidad y autonomía para desempeñar sus tareas periciales (“somos
peritos de la Corte. Oficiales…no tenemos ningún interés en ninguna
parte”, fs. 2758vta.).
     Se explayó fluidamente y con solvencia en relación a las técnicas y test
utilizados para explorar “profundamente la personalidad” de los individuos y
que la utilización de las mencionadas técnicas y batería de test es algo
potestativo de los peritos de la Asesoría Pericial teniendo el aval del Máximo
Tribunal Superior para dicha actuación, la que no podía quedar condicionada
por los pedidos de letrados particulares, defensores o fiscales.
     Resaltó por su parte la perito oficial Arcuschin que, en el caso de Puig,
se hicieron varias entrevistas y que las mismas no diferían del trabajo
habitual (“fue una evaluación que realizamos de rutina como todas en la
Asesoría Pericial…como hacemos en los procesos en general”, fs.
2757vta.).
     Prosiguió luego Gardiner explicando que eran entrevistas clínicas
diagnósticas y que se había desplegado una batería de test (el denominado
de “persona bajo la lluvia”, el MMPI 2, el test de los colores), explayándose
con gran nivel de detalle respecto a en qué consistía cada uno y qué se
buscaba determinar con éstos.
     Puntualizó que el segundo test se estructuraba sobre la base de la
formulación de 567 frases al sujeto sobre las que éste debe predicar su
falsedad o verdad. Que, en esencia, se trata de un test que contiene 567
frases, planteadas de diferentes maneras, que apuntan a un mismo objetivo,
lo cual le otorga un criterio de validez y confiabilidad a la mencionada
técnica, la que, además, se evalúa a través de un sistema
computarizado.
     Se trata, dijo la perito oficial, de una prueba objetiva de la personalidad
que arroja un perfil de la misma, destacando que, al estar computarizada
-para evitar, precisamente, la subjetividad del evaluador- resulta una técnica
muy fiable y de un uso ampliamente difundido en el mundo entero. Resaltó
que los estudios y técnicas empleados llevaron “muchísimo tiempo de
administración” y que la confiabilidad de los test utilizados estaba fuera de
toda duda o discusión, dado que detecta rasgos de personalidad que son
muy estables a lo largo de toda la vida del sujeto (v. fs. 2761).
     Recordaron ambas psicólogas de la Asesoría Pericial que en su
momento recibieron un cuestionamiento basado en las opiniones de la
magíster Creimer -acompañada en dicha oportunidad por la psicóloga
Catera (quien, recordemos fue desistida por la parte acusadora de declarar
en el juicio)- en el que reclamaban el uso del test de Rorschach.
     Frente a ello, las peritos oficiales consignaron que dicho test no era la
prueba más idónea o jerarquizada sobre la que se podía trabajar, explicando
en qué consistía aquél y reiteraron que es el perito oficial quien decide los
aspectos técnicos a emplear, máxime cuando, como en este caso, “la tarea
estaba bien realizada. Habíamos utilizado todas las técnicas que
podíamos utilizar”, agregando que “habíamos barrido los distintos
aspectos de la personalidad, barrido en el sentido de recabar…
habíamos hecho entrevistas exhaustivas…habíamos hecho una pericia
contundente y bien acabada” (v. fs. 2758/2759, el subrayado me
pertenece).
     En particular, y volviendo sobre el test MPPI 2 administrado a Puig, las
peritos oficiales señalaron que contiene una escala que mide lo que se llama
fiabilidad y validez y tiene un índice de mendacidad, lo que se sumaba a la
confiabilidad de las varias entrevistas que habían mantenido con aquél
(oportunidades en las que, según dijeron en el informe, Puig se había
mostrado con una actitud procedente, colaboradora, expresándose de
manera espontánea).
     En lo medular, y pasando a las conclusiones que habían arrojado todos
esos estudios, las expertas de la Asesoría Pericial sostuvieron que (v.,
especialmente, fs. 601):
     *Se descartaban en Lucas Manuel Puig trastornos de irritabilidad y
de agresividad.
     *Su modalidad de ser y estar en el mundo responden a patrones dentro
de los parámetros de la normalidad. Su psiquismo se encuentra
organizado, discrimina entre realidad y fantasía y comprende las normativas
sociales vigentes.
     *No se advertía tampoco rasgo de manipulación del otro en su
beneficio.
     *No presenta trastornos en la espera de su psicosexualidad.
     *La relación que arrojaban los estudios (inter e intra test) descartaba la
mendacidad en el sujeto.
     Ciertamente, debe aquí decirse, pocas veces se cuenta con
información de tan alta calidad y precisión como la brindada por las expertas
de la Asesoría Pericial La Plata. El rigor científico que sustenta sus
explicaciones puede apreciarse a simple vista. Las respuestas dadas por
ambas expertas del Poder Judicial -quienes debieron, lo consigno una vez
más, afrontar interrogatorios francamente hostiles de los acusadores- fueron
exhaustivas, detalladas, con el debido sustento teórico y práctico.
     De allí que resulten inaceptables las afirmaciones del a quo en cuanto
tilda de carentes de rigor científico los detalles brindados por las peritos
oficiales (fs. 2795vta., último párrafo), habida cuenta -como ya dijimos- la
precisión, claridad y apoyo tanto desde el punto de vista teórico como
empírico de las conclusiones a las que arribaron luego de las exhaustivas
entrevistas mantenidas con Puig y los test y diversas técnicas que le
administraron, las que fueron explicadas minuciosamente.
     Observo que nada de ello fue abordado por el a quo, quien se limitó a
desechar el trabajo de las expertas de la Asesoría Pericial con vaporosos
argumentos según los cuales habían excedido los límites de conocimiento
de su ciencia.
     Las peritos oficiales se limitaron a informar que, conforme los estudios
realizados, de los que ya hemos dado cuenta, Puig no presentaba una
personalidad con características manipuladoras de los demás en su propio
beneficio, no presentaba trastornos de irritabilidad o agresividad, y -de
acuerdo a las mediciones estandarizadas y computarizadas del test MMPI 2,
sobre el que se explayaron con profusión de detalles- no se observaba,
como rasgo, la mendacidad del sujeto. Encuentro, pues, que la tarea de las
peritos del Poder Judicial fue seria, analítica, sistemática y rigurosa desde el
punto de vista científico.
     Ya hemos explicado que, contrariamente a ello, fue la magíster Creimer
-cuyas explicaciones presentan notorias deficiencias de fundamentación, no
obstante lo cual fueron excesivamente resaltadas por los jueces- quien se
expidió de forma infundada, y no las psicólogas Gardiner y Arcuschin. El
tribunal, como vimos sólo guiado por un sesgo confirmatorio, ha efectuado,
una vez más, un esfuerzo extremo por intentar -sin lograrlo- desvirtuar la
fuerza de los elementos que fortalecían la teoría del caso de la defensa y,
para ello, no dudó en criticar sin motivos válidos a las peritos oficiales.
     Por último, tampoco es admisible su conclusión de que el dato
suministrado por las expertas en el sentido de que Puig no presenta
trastornos en su esfera psicosexual no implicaba que él no fuera el autor de
los abusos que se le endilgaban. Despachó después etéreas elucubraciones
sobre el derecho penal de autor y el positivismo criminológico que en nada
se relacionaban con lo que debía analizar en dicho tramo.
     En rigor, se trató de un nuevo intento de desmerecer, sin fundamentos
plausibles, un dato que, seriamente atendido, debía ponderarse en contra de
la hipótesis acusatoria o, al menos, fortalecer la duda, a esta altura imposible
de soslayar.
     Sin embargo, como en cada caso que debió ponderar prueba que no
robustecía la teoría del caso de la acusación, el tribunal -con su visión
parcializada y sesgada- simplemente la desechó sin motivos válidos, en otra
clara muestra de arbitrariedad.
     Con lo dicho también respondo las aseveraciones de la señora Fiscal
Adjunta de Casación en su dictamen complementario, en tanto simplemente
se limita a repetir los pretensos motivos -pues son sólo aparentes- con que
el a quo desatendió las consideraciones de las expertas de la Asesoría
Pericial La Plata (fs. 126vta.).
     38.- Como queda claro después del análisis que hemos hecho de las
declaraciones de las peritos oficiales intervinientes, ninguna duda cabe
respecto de la arbitraria desconsideración de las conclusiones aportadas por
dichas expertas.
     En efecto, los relevantes datos que dichas funcionarias judiciales
brindaron fueron dejados de lado con una motivación sólo aparente pues, en
rigor, sólo ha surgido de un esfuerzo argumentativo del tribunal para dejarlos
fuera de un análisis serio, completo e integral de la prueba que, de haberse
practicado correctamente, hubiera generado, al menos, un estado de duda
en los sentenciantes, suficiente para dejar trunco el camino a la condena.
     39.- No debe interpretarse lo que vengo diciendo como una postura
apriorística que otorgue mayor peso a las pericias provenientes de peritos
oficiales, por el solo hecho de ser suscriptas por funcionarios judiciales. En
rigor, de lo que se trata es de distinguir los dictámenes e informes periciales
en tanto sean fruto de un estudio serio, preciso, confiable y dotado de rigor
científico de aquellos que no ostenten dichas calidades.
     En este sentido, después de lo expuesto, ninguna duda cabe que es
dable predicar esas características de los informes y posteriores
explicaciones dadas por las peritos licenciadas Elisa Graciela Rossi, Andrea
Hernández Mason, Florencia María Ortiz, Graciela Mabel Gardiner y Karina
Verónica Arcuschin. También, en cuanto le fuera permitido responder -pues,
recordemos, la denunciante no la relevó del secreto profesional- ha sido
solvente la breve exposición de la psicóloga Karina Esther Levchuk.
     40.- Por el contrario, y por los motivos que ya se han explicitado
suficientemente, no resulta posible otorgar las calidades arriba enunciadas a
las manifestaciones de la magíster Creimer y a lo expuesto por la licenciada
Carolina Piergentili, quien no supo responder siquiera en carácter de qué
había sido convocada al debate.
     41.- Esas notorias deficiencias en relación a las pericias con que se ha
pretendido sustentar la tesis acusatoria hizo que el tribunal anterior, inclinado
por ésta en una muestra más de su sesgo confirmatorio y sin prestar
atención a la contra-hipótesis defensista, debiera exagerar la importancia de
lo declarado por la médica policial Méndez -respecto de quien los jueces
dicen que logró el necesario “rapport” para que la menor E.V. hablara, el que
“otros profesionales no pudieron conseguir”, fs. 2778vta., último párrafo- y
tratara de adornar con rasgos de cientificidad -inexistentes- lo expuesto por
Creimer.
     42.- Sugestivamente, los sentenciantes sólo advirtieron “rapport” en la
labor de quienes podían aportar en favor de la tesis acusatoria y lo negaron
en cada una de las expertas oficiales cuyas consideraciones
indudablemente fortalecían la hipótesis de la defensa.
     Como vimos, ello no resulta conteste con las circunstancias
comprobadas en la causa, pues también hubo “rapport” entre los niños que
fueron entrevistados y las peritos oficiales: el hecho de que las conclusiones
a las que arribaron éstas no sustente la teoría del caso de la acusación no
implica la ausencia de aquél.
     Otra vez, el doble estándar -en clara muestra de arbitrariedad- a la
hora de la ponderación de la prueba disponible: se hizo con los testigos y se
hizo con los peritos. Por dichos motivos, las apreciaciones de la distinguida
Fiscal Adjunta de Casación vertidas en su memorial, en cuanto simplemente
pregona la solidez de las consideraciones de la perito policial Méndez y la
magíster Creimer -sin hacerse cargo de la calidad de la sólida labor de las
peritos del Cuerpo Técnico del Fuero de Responsabilidad Penal Juvenil y de
la Asesoría Pericial La Plata cuyas conclusiones abonaban la tesis de la
defensa- no pueden ser atendidas.
    43.- Es sabido que, cuanto menor es la edad de una persona, más fácil
es que sea inducido a tomar como sucedido algo que no sucedió y que
incorpore el suceso en su memoria con toda convicción, en especial si el
relato le es repetido varias veces y si proviene de alguien con un gran
ascendiente sobre él, como podrían ser los padres, o un maestro o incluso
su propio terapeuta. La sugestión en los niños en edad preescolar y el
implante de relatos por parte de los adultos es un asunto sobre el que la
ciencia, hoy día, ya tiene establecidos parámetros bastante precisos,
destacándose que, en recientes investigaciones psicológicas españolas, se
ha podido establecer una “escala de sugestionabilidad para preescolares” (v.
Diges Junco, Margarita, “La utilidad de la psicología del testimonio en la
valoración de pruebas de testigos”, en revista Jueces para la Democracia.
Información y debate, 2010, número 68, pp. 51-68; y Diges Junco, M, A.
Moreno y N. Pérez-Mata, “Efectos de sugestión en preescolares:
capacidades mentalistas y diferencias individuales en sugestionabilidad”, en
Infancia y Aprendizaje, 2010, número 33, pp. 235-254).
    Es necesario, por ello, ponderar todos los elementos en juego
incluyendo cuánta influencia puede tener un adulto -muchas veces
erróneamente convencido de que los hechos sucedieron- conjugándose a
veces los padres y ciertos profesionales muy sesgados por motivos diversos
con lo cual las co-construcciones y los relatos implantados, como categorías
diversas que pueden presentarse en la psiquis del menor, se multiplican y se
hacen más convincentes (v. TCPBA, Sala III, sentencia en c. 41.299, del
31/5/2011).
    Sobre ello fue ilustrativa la breve declaración, en términos claros y
precisos, de la licenciada Karina E. Levchuk -desconsiderada por los
sentenciantes, para quienes se trata de un testimonio “que no ha
proporcionado información relevante para el caso o su valor probatorio es
relativo”, v. fs. 2771, cuando, por el contrario, de sus explicaciones surgían
claros elementos en favor de la teoría del caso de la defensa- y las
exposiciones, provistas también de rigor analítico y precisión explicativa, de
las peritos oficiales del Cuerpo Técnico del Fuero de Responsabilidad Penal
Juvenil de La Plata, las licenciadas Elisa Graciela Rossi, Andrea Hernández
Mason y Florencia María Ortiz.
     44.- El análisis que de ello hizo el a quo fue arbitrario. Se optó,
directamente, por soslayar o restar mérito a los elementos que favorecían la
hipótesis defensista (declaraciones de las peritos oficiales Rossi, Hernández
Mason, Ortiz, Arcuschin y Gardiner) y, contrariamente y sin fundamentos, se
sobrevaloró la importancia de las -altamente discutibles- opiniones de la
magíster Creimer (sobre cuyas numerosas inconsistencias ya hemos dado
cuenta) y de la médica policial Méndez para arribar a la condena. El a quo
no procedió a la consideración integral y armónica de todos los elementos
en juego en una totalidad hermenéutica probatoria, sino que fundó su
convicción en un análisis fragmentado de las probanzas valoradas en el
proceso, arribando a conclusiones infundadas.
     45.- Se aprecia, por un lado, que parte de los elementos probatorios
valorados en el proceso resultaron analizados de manera fragmentaria,
mientras que otras piezas probatorias fueron, lisa y llanamente, desechadas
con una evidente arbitrariedad en su motivación.
     La adopción de dicho temperamento resulta inadmisible: no se trata de
llegar, con razonamientos falaces y cancelando prueba decisiva en favor del
acusado, a una decisión condenatoria a cualquier precio, pues ello importa
la grave violación del principio de inocencia, el debido proceso y la defensa
en juicio.
     Hago mías las palabras de la Corte Nacional cuando expresa que
“debe recordar con vehemencia que ‘…juicio e inviolabilidad de la defensa
en juicio se encuentran eslabonados tan inescindiblemente’ que resulta
indiscutible que ‘las formas sustanciales de la garantía constitucional de la
defensa incluyen la de asegurar al imputado la posibilidad de ofrecer prueba
de su inocencia o de su derecho […] proscribiendo los procedimientos
que conducen necesariamente a la condena del imputado, porque no le
permiten sino la apariencia formal de su defensa (Fallos: 316:2940)”
(CSJN, “González Nieva”, cit., itálicas y subrayados originales).
     46.- En definitiva, estamos en condiciones de afirmar que el veredicto
dictado no refleja un correcto análisis crítico de los elementos de prueba
disponibles y sus conclusiones no se concilian con las constancias objetivas
de la causa. Por ende, tampoco existe una motivación sólida que desbarate
el principio de inocencia (voto del Juez Violini, en el caso “Hermida, Marcos
Roberto y otro s/ recurso de casación”, ya citado).
     Lleva entonces razón la defensa en cuanto se ha agraviado por la
absurda valoración de la prueba.
     Anoto aquí que el argumento de la Fiscal Adjunta de Casación respecto
de la “mera redición de agravios” por parte de la defensa sólo sería válido si
la respuesta del tribunal hubiera sido razonable, pero no cuando la
respuesta es arbitraria y lesiva de las garantías constitucionales.
     47.- Con el desarrollo efectuado hasta aquí, considero he brindado
también un exhaustivo tratamiento a todas las consideraciones vertidas en el
dictamen complementario de la señora Fiscal ante esta Sede en lo que
concierne a la valoración de las pruebas (fs. 117vta./128), despejando
cualquier motivo de inquietud del ministerio por ella representado habida
cuenta la claridad de los elementos que fundamentan el criterio que
propiciaré al Acuerdo.
     48.- Las circunstancias que conformaban los hechos materia de la
imputación, en el denominado período abarcado entre los días 1° y 12 de
marzo de 2010 -al que la teoría del caso del acusador público y los
particulares ha quedado limitado-, no han logrado superar el estado de
incertidumbre, con la consecuente certeza apodíctica o fuera de toda duda
insuperable en los términos de los artículos 8.2 de la Convención Americana
sobre Derechos Humanos, 14.2 del Pacto Internacional de Derechos Civiles
y Políticos, 18 y 75 inciso 22 de la Constitución Nacional, situación que,
atendiendo la manda del artículo 1 del Código Procesal Penal, debe
resolverse en favor del acusado.
     49.- Tal como reiteradamente ha dicho la Corte Suprema, como
corolario de la presunción de inocencia, se enmarca el principio de in dubio
pro reo, en función del cual al valorar la prueba resulta imperativo absolver al
imputado en caso de duda. Ello es así porque el punto de partida es la
presunción de inocencia y no la hipótesis de la acusación (Fallos: 213:269;
287:212; 329:5628 y 6019; 339:1493, entre otros).
     Asimismo, y como una directa consecuencia de la garantía
constitucional en juego, la Corte Federal ha dejado sin efecto decisiones que
prescindieron de explicar racionalmente la responsabilidad del acusado a
partir de pruebas concordantes (Fallos: 329:5628, “Miguel”), habiéndose
precisado, también, que en función del principio del in dubio pro reo cabe
dilucidar si, con las pruebas adquiridas en el proceso, puede emitirse un
juicio de certeza positiva (ver mutatis mutandis Fallos: 329:6019, “Vega
Giménez”).
     Ello pues la sentencia de condena debe contener como presupuesto la
expresión de la certeza acerca de todas y cada una de las condiciones para
reprochar un hecho punible a una persona determinada y para someterla a
una pena (Maier, Julio. B.J., Derecho Procesal Penal, t. I. Fundamentos, 2°
edición, Buenos Aires, ed. Del Puerto, pp. 880/881), certeza que, como
hemos visto, no se ha alcanzado. Se trata de un estado de duda que
evidentemente no reposa en una pura subjetividad sino que, en el caso de
autos, y tal como lo exige la Corte Suprema, se deriva “de una minuciosa,
racional, y objetiva evaluación de todos los elementos de prueba en
conjunto”, según el criterio establecido en Fallos: 311:512 y 2547;
312:2507; 314:346 y 833; 321:2990 y 3423, entre muchos otros.
     50.- Como vimos, los tópicos de la imputación no han quedado
suficientemente acreditados en función de las pruebas de descargo obrantes
en el proceso. Consecuentemente, in dubio pro reo mediante, la absolución
de Lucas Manuel Puig se impone, ordenando, asimismo, su inmediata
libertad, la que será efectivizada por el tribunal de la instancia previa
constatación de que no existen impedimentos legales al respecto (art. 463
del CPP), lo que así propongo al Acuerdo
     51.- La solución que aquí propicio hace innecesario el tratamiento de
los restantes motivos de agravio presentados por la defensa técnica de Puig.
     Particularmente, en lo concerniente al pedido de declaración de
prescripción de la acción por los hechos que se le imputan como sucedidos
en el año 2009, y habida cuenta el temperamento aquí adoptado en relación
a dicho tramo de la imputación que fue excluido del análisis, deberá ocurrir a
las instancias jurisdiccionales de grado a efectos de obtener allí una
respuesta a su petición la que, en todo caso, podrá cuestionar -si así lo
considera pertinente- mediante las vías recursivas que le queden expeditas.
     52.- De esta forma -y con lo señalado en el parágrafo anterior- culmino
también el análisis del dictamen complementario obrante a fs. 108/128vta.
de este legajo (v. especialmente, punto 6, fs. 116/117), despejando todas las
inquietudes planteadas por la distinguida Fiscal Adjunta de Casación, Dra.
Alejandra Marcela Moretti, en cuanto se ha referido a la prescripción de la
acción penal.
     53.- No quiero finalizar este voto sin realizar una pequeña reflexión.
     La tarea más delicada y esforzada de la judicatura es, evidentemente,
la que comporta un análisis objetivo de las constancias de un expediente,
con prescindencia de las puras opiniones o preconceptos personales, y más
importante aún, con prescindencia de las opiniones, críticas y hasta ataques
que puedan provenir del exterior, a través de los medios o redes de
comunicación social.
     Siempre he creído, y lo sigo haciendo, que la convicción formada
objetivamente luego de un análisis serio de la prueba rendida no debe variar
o amoldarse en función de conveniencias o temores, y quien no pueda
mantenerse en la convicción a la que arriba quizás no debería ejercer la
judicatura; por ello, en función de esa convicción es que reitero aquí el
sentido de mi voto, pues en virtud de ella me resulta imposible condenar a
un inocente.
     54.- Por todo lo expuesto, propongo a mis colegas de Sala:
     I.- Hacer lugar al recurso de casación impetrado por la Defensa
Particular a fs. 14/105 del presente legajo casatorio, sin costas.
     II.- Anular la ampliación de la acusación formulada en el debate,
excluyendo el marco temporal que exceda al comprendido entre los
días 1° y 12 de marzo de 2010.
     III.- Casar la sentencia impugnada, absolviendo a Lucas Manuel Puig
respecto de los hechos que le fueran imputados dentro del período abarcado
entre los días 1° y 12 de marzo de 2010, ambos inclusive, ordenando su
inmediata libertad, la que será efectivizada por el tribunal de la instancia
previa constatación de que no existen impedimentos legales al respecto.
     IV.- Diferir la regulación de los honorarios profesionales, tanto de los
letrados intervinientes por la Defensa Particular como de los representantes
de los particulares damnificados, hasta tanto le sean fijados en la instancia
de origen.
     V.- Tener presente la reserva del caso federal efectuada.
     Rigen los artículos 18 y 75 inciso 22 de la Constitución Nacional; 8.2 de
la Convención Americana sobre Derechos Humanos; 14.2 del Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos; 1, 106, 201, 203, 207, 210, 359
a contrario sensu, 371, 373, 375, 450, 451, 459, 460, 463, 530, 531 y 534
del Código Procesal Penal.
     Así lo voto.
     A la primera cuestión planteada el señor Juez doctor Maidana dijo:
     Abro respetuosa disidencia con el voto de mi colega preopinante.
     PRIMERO Sobre los alcances del reenvío. -
     I- Como fuera reseñado en el voto del Dr. Violini, esta Sala en su
composición original y a raíz de sendos recursos casatorios interpuestos por
la Fiscalía y los particulares damnificados resolvió -en lo que aquí interesa-:
“…II.-Declarar la nulidad de la absolución del veredicto y sentencia dictado a
favor de Lucas Manuel Puig por incumplir las exigencias de fundamentación
de modo de respetar el debido proceso legal (arts. 1 y 18 de la C.N.; 168 y
171 C.P.B.A.; 106, 201, 210, 373 del C.P.P.).III.- Disponer el reenvío de los
autos a la instancia de origen, conforme art. 461 del C.P.P., para que un
Tribunal hábil celebre un nuevo juicio, asegurando la imparcialidad de los
jueces. Sin costas.” (causa nro. 75.647 y acum.; Reg. Sent.: 906/16).
     A efectos de descartar la afectación de la garantía de ne bis in idem
(temperamento posteriormente avalado por la Suprema Corte de Justicia en
la causa P-129.069) aclaró el magistrado del primer voto que la anulación
“…no se fundamenta en errores efectuados por el órgano acusador (los que
no son imputables al encausado) al presentar el caso ante el sentenciante
(CS Fallos: 321:2826 ya cit.; 333:1687; 334:1882), sino que por el contrario,
la decisión adoptada, emana como consecuencia directa y necesaria de la
inobservancia de la formas sustanciales del juicio, de lo que se desprende
que el proceso no se desarrolló en forma regular, teniendo en cuenta los
parámetros del debido proceso…”
      Concluyó que “…al violentarse una etapa esencial, que surge por la
fundamentación aparente que padece la sentencia, esto impide tener por
acreditado un juzgamiento constitucionalmente válido que sea pasible de
oposición por parte del acusado a los efectos de impedir que la causa se
retrotraiga, teniendo en cuenta que la anulación de una sentencia
absolutoria como la aquí propuesta, no viola tal garantía, cuando la misma
es declarada en virtud de la existencia de vicios esenciales de la sentencia
dictada (CS: Fallos: 312:597, 321:1173; 323:929: 326:1149)…”
     En el inicio del nuevo debate llevado a cabo por ante el Tribunal en lo
Criminal n° 1 -con una nueva integración-, a instancias de la defensa del
acusado, se suscitó la discusión acerca de los alcances que aquel reenvío
tenía con relación a las etapas procesales ya transitadas y que no habían
sido objeto de la anulación por parte de esta Alzada (v. fs. 2576/7vta. del
expediente principal).
     De acuerdo con lo consignado en el acta de debate, la defensa sostuvo
el criterio de que, al haber sido solamente anulado el veredicto y la
sentencia, el nuevo “juicio de mérito” debía versar sobre las “pruebas válidas
y disponibles” hasta entonces, no resultando admisible el otorgamiento de
una nueva posibilidad al órgano acusador de reeditar o producir prueba. En
otras palabras, los aquí recurrentes postularon que el nuevo juicio ordenado
por la Casación debía limitarse a una “reevaluación” del material probatorio
que había emergido válidamente de la oportunidad procesal prevista por el
art. 338 del Rito.
     Por su parte, a modo de aclaración, el Tribunal de grado indicó que el
mentado fallo de esta Sala “…anula el juicio quedando subsistente todo lo
anterior, llámese 338 y prueba a utilizar en este debate…”, para más
adelante señalar que “…obligadamente, por el sistema que tenemos en
Argentina, necesariamente debe realizarse un nuevo juicio porque no es
posible que un Tribunal tome una decisión sobre la base de un acta, sino
sería un juicio escrito y violaría el art. 18 de la Constitución Nacional…” En
esta misma línea, agregó que “…al haber una nueva constitución del nuevo
Tribunal debe oralizarse nuevamente la prueba del 338 dictado en su
momento por el Tribunal anterior y que, para este Tribunal, sigue siendo esa
resolución válida…Por fuera del 338, siempre va a estar atado al instituto de
nueva prueba, eso debe fundamentarse vía art. 363, la prueba es la del 338
porque no fue anulada…” Finalmente, sentenció: “…la anulación se trata del
juicio en adelante, el 338 es válido.”
     Frente a estas explicaciones y aclaraciones de mis colegas de la
instancia, la defensa insistió con el planteo en el recurso de casación y dio
cuenta de la sorpresa que significó la renovación de actos y pruebas que no
habían sido anulados por este Tribunal “…trayendo ello consecuencias que
afectan el debido proceso, y las más sagradas garantías de defensa en
juicio, consagradas tanto en el orden nacional como supranacional…”
     Asimismo, en este marco, puso de resalto nuevamente la irregular
convocatoria por parte de la Fiscalía de una serie de testigos sin
incorporación en el expediente escrito pues fueron diligenciados
directamente a través de la Oficina de Trámites Judiciales del Ministerio de
Seguridad. Dijo que: “…[d]icha circunstancia resultó a espaldas de la
defensa, que no sólo no conocía el contenido de la prueba a desarrollarse,
más aún atento a la ausencia de la publicidad del acto en el proceso,
generando como no cabe dudas una nueva y reiterada violación al debido
proceso y a la defensa del imputado…”
     Cabe destacar que las nuevas circunstancias conocidas a partir de lo
declarado por algunos de estos testigos, motivaron la ampliación de la
acusación en los términos del art. 359 del C.P.P., cuestión que también ha
sido materia de agravio y a la que me referiré en breve.
     II- Delineadas sucintamente las posiciones sentadas al comienzo del
debate, adelanto que habré de confirmar la decisión de los jueces del
Tribunal, en cuanto a los alcances que correspondía asignar al reenvío
dispuesto por esta Sala en su composición originaria.
     Coincido con lo sostenido al respecto por el Tribunal al responder a los
defensores, desde que la nulidad del veredicto por haber sido el producto de
un juzgamiento constitucionalmente inválido y la decisión de ordenar la
realización de un nuevo juicio, importa inexorablemente la anulación del
debate y, en consecuencia, del acta que lo protocolizó.
     Con ello, el característico efecto difusivo de la declaración significa que
la invalidación se extiende a los actos consecutivos que dependen del
viciado y a los actos conexos cumplidos antes o en el momento que el
viciado, es decir que se extirpa el núcleo de la zona viciada y los
consecutivos que dependen en forma directa y vinculante.
     Ello se traduce lógicamente en una renovación de los actos procesales
hasta la instancia previa al juicio oral que no fue alcanzada por los efectos:
la etapa regulada por el artículo 338 del Código Procesal Penal y de la que,
en este caso, emergió la resolución (firme) sobre la admisibilidad de la
prueba oportunamente ofrecida por las partes.
     Ciertamente, la postura que pareciera subyacer en las inquietudes
manifestadas por los letrados en el debate y en la estrategia de haber
arribado al mismo “…en este status quo, o sea sin ofrecer prueba…” (así lo
refieren en el recurso), era la de llevar adelante un nuevo juicio a partir de
las constancias o soportes materiales de un debate desarrollado ante otros
jueces. En línea con lo expuesto por el a quo, considero que aquello
contraría los principios de oralidad e inmediación con los medios de prueba
que, no sólo son pilares de nuestro sistema acusatorio de enjuiciamiento
penal desde 1998 sino que, además, son garantías para el propio imputado.
     En efecto, era necesario la reedición total del juicio, la propia estructura
de un proceso oral determina lo necesario de esa consecuencia, como
derivación directa del denominado principio de inmediación: las formas o
reglas llamadas "identidad física del juzgador" y "concentración de los actos
del debate y la sentencia" (Conf. CSJN .“Alvarado” Fallos 321:1173,
disidencia de los jueces Petracchi y Bosert).
     Por la primera, la sentencia - en particular la reconstrucción de los
hechos imputados- sólo puede ser dictada por los mismos jueces que
intervinieron en el debate desde el comienzo hasta el fin, que oyeron al
acusado, que recibieron la prueba -la única que puede dar base a la
sentencia, esto es la producida durante el juicio-, que escucharon los
alegatos de las partes.
     La segunda de las formas designa un límite temporal para la tarea del
juzgador que asegura que la sentencia se dicte inmediatamente después de
que sea examinada la prueba que ha de darle fundamento y de la discusión
de las partes
        Insisto, la orden oportunamente emanada de esta Sala para que otros
jueces llevaran a cabo el nuevo juicio, no puede ser interpretada sin tener en
cuenta la vigencia de los mencionados principios; con lo cual no quedan
dudas que toda la prueba ofrecida por las partes en la oportunidad del art.
338 del Rito y cuya reedición fuera posible, debía ser reproducida en la
amplitud del nuevo debate; ello -claro está- garantizando los otros principios
que también apuntalan el sistema: bilateralidad, contradicción, igualdad de
armas, publicidad.
        A propósito de este último principio procesal (el de publicidad), los
recurrentes renovaron en esta instancia su cuestionamiento sobre la forma
en que la Fiscalía llevó a cabo las notificaciones de los testigos que
concurrirían al nuevo juicio, lo que -como adelantara- juzgaron sorpresivo y
“a espaldas” de la defensa que no habría podido ejercer plenamente su
ministerio a través del contralor de esa prueba.
        No observo afectación alguna al derecho de defensa en juicio.
        En primer término, de la lectura del acta de debate y de la resolución
dictada el día 27 de mayo de 2013 por el Tribunal anterior al abordar las
cuestiones pertinentes del artículo 338 del Código Procesal (v. fs. 1361/1371
del expediente principal), se desprende que todos los testigos citados al
nuevo debate por el representante del Ministerio Público Fiscal conformaron
la nómina de los oportunamente ofrecidos y admitidos por el a quo (con la
primera integración) en la oportunidad procesal antes referenciada. Estos
mismos testigos también declararon en el primer debate (v. fs. 2018/2060,
cit.)
        Con ello queda claro que se trata de prueba que era sobradamente
conocida por la defensa desde un primer momento, por lo que no es posible
alegar la sorpresa en la convocatoria de los mismos testigos ya ofrecidos y
cuyos dichos fueron incluso confrontados por la parte en el primero de los
juicios.
     Dijo al respecto el Tribunal de grado: “…La prueba es la del 338 nada
más y nada menos. Entendemos que el Sr. Agente Fiscal, como también los
acusadores privados, han entendido ese alcance que no obstante este
Tribunal lo volvió a explicar en este momento [en alusión al sentido del
reenvío dispuesto por esta Alzada]. Por lo tanto, la prueba es la que se
encuentra en ese 338 resuelto por la anterior integración de este Tribunal…”
     Luego, en línea con lo expuesto, mis colegas del tribunal anterior
descartaron de plano lo alegado por los defensores sobre el “ocultamiento”
de prueba por parte de la Fiscalía a raíz de la forma en que llevó adelante
las notificaciones para concurrir nuevamente al debate de los testigos de
cargo. Señalaron que resulta carga de las partes la gestión de las
notificaciones de los testigos ofrecidos oportunamente para declarar en el
juicio, lo que ocurrió en autos en cumplimiento de lo establecido por los arts.
133 y 237 del C.P.P.
     Desde otra perspectiva, en la continuidad de la lectura del acta de
debate se observa nítidamente que los testigos en cuestión fueron
sometidos al exhaustivo contra examen de la defensa en la amplitud del
juicio, lo cual garantizó debidamente el ejercicio de su ministerio, así como la
vigencia de los principios de bilateralidad e igualdad de armas. En otros
términos, es en ese momento donde cobra verdadera dimensión la garantía
de la defensa en juicio y no -como parecen sugerirlo los impugnantes-
cuando se toma conocimiento de la convocatoria al juicio de testigos ya
admitidos para intervenir en el debate.
     Observo que, correctamente sostuvo el Tribunal -frente a lo planteado
por la defensa en cuanto al desconocimiento sobre el carácter de los
testigos- que “…[s]i es de cargo o descargo, hay que sólo leer qué testigo o
qué prueba ofreció cada parte…” Asimismo, expuso: “…En caso de que se
quiera controlar, se puede realizar en el momento procesal oportuno que
será el momento en que declare esa parte, sino es una postura
probabilística…”
     En conclusión, comparto lo explicado en cuanto a los alcances del
reenvío -por casación negativa- de este Tribunal, así como lo sostenido
sobre la falta de afectación del derecho de defensa en juicio desde que
-insisto- no puede reputarse como sorpresiva la citación al nuevo juicio de
los mismos testigos que habían sido ofrecidos y que -aún más- declararon
en el primer debate.
     SEGUNDO Sobre la autorización de la declaración de los menores
víctimas en el debate.-
     Surge del acta de debate (v. fs. 2584) que, a raíz de lo declarado por
las testigos María Cecilia De León y Patricia Porro, los representantes de los
particulares damnificados, con la anuencia del Sr. Agente Fiscal, solicitaron
al Tribunal (con base en lo normado por el art. 363 del C.P.P.) que,
independientemente de la declaración en Cámara Gesell incorporada a la
causa, las víctimas E.V. y B.F. (de 16 años de edad) depongan en la oralidad
del nuevo debate por resultar prueba manifiestamente útil y fructífera,
máxime a partir de la posibilidad del contra examen de la parte contraria.
     Ante la oposición de la defensa, fundada -a grandes rasgos- en la
innecesaria revictimización de los ahora jóvenes y en la primacía del interés
superior del niño por sobre sus deseos de declarar, el Tribunal, por vía de lo
normado en el art. 102 ter del Rito y las previsiones de la ley de víctimas
15.232, resolvió autorizar las declaraciones de E.V. y B.F., teniendo en
consideración que, a esa altura, se tornaba indispensable su escucha en el
juicio con independencia de lo declarado cuando eran niños; ello previo
dictamen de un perito idóneo de la Asesoría Pericial y con la autorización a
las partes para el nombramiento de un perito propio para controlar lo
dictaminado.
     En virtud de ello, fue convocado al juicio el perito Eduardo Eugenio
Maimone (v. fs. 2600 y 2695/vta. cit.) quien ratificó el informe sobre la
evaluación llevada a cabo en el Cuerpo Técnico Auxiliar luego de las
entrevistas mantenidas con los dos menores en las que éstos manifestaran
que querían declarar ante el Tribunal y determinó que se encontraban en
condiciones de poder hacerlo sin que ello implicara gravedad o daño para el
psiquismo de las víctimas. Asimismo, sugirió que la recepción de sus dichos
se llevase a cabo sin público y que, dada la edad de los jóvenes y su función
asistencial, no consideraba necesario estar presente en esos actos.
     Seguidamente, desalojada del público la Sala de Audiencias y ubicado
el imputado en una sala contigua, prestaron sus declaraciones los jóvenes
E.V. y B.F.
     La defensa postuló la nulidad de estas declaraciones por haber sido
prestadas sin la presencia del Asesor de Incapaces (v. fs. 2602), planteo
cuyo rechazo por el a quo motivó el agravio respectivo en el recurso
casatorio. En efecto, con cita de jurisprudencia reciente de la Sala III de este
Tribunal, los impugnantes insistieron con la anulación de las testificales de
las víctimas brindadas en las condiciones citadas.
      No habré de hacer lugar al reclamo de nulidad ante la ausencia de
perjuicio concreto para la parte interesada (art. 201, segundo párrafo del
C.P.P.)
     Las nulidades de los actos procesales, además de ser de declaración
restrictiva y constituir un remedio extremo, únicamente proceden cuando la
violación de las formalidades que las conforman deriva en un perjuicio real y
concreto para la parte que las invoca, pero no cuando se solicitan por
exigencias puramente formales desprovistas de interés práctico. Es decir,
que la nulidad debe ser declarada cuando las inobservancias rituales
perjudican derechos fundamentales.
     En este caso, los jóvenes prestaron sus declaraciones frente a las
partes y el Tribunal, sin que ni los representantes de los particulares
damnificados ni la Fiscalía formularan objeción alguna. Coincido aquí con lo
señalado por el Tribunal de juicio en cuanto a que “…si la defensa
representa al acusado, no tiene agravio en la hipotética infracción a normas
instauradas en beneficio o para proteger a los niños…”
     Considero que el procedimiento bajo el que se llevaron a cabo estos
actos durante el juicio observó adecuadamente la normativa procesal
pertinente, esto es, el art. 102 ter del C.P.P. -en cuanto regula la situación de
los adolescentes de entre dieciséis y dieciocho años víctimas de un delito
contra su integridad sexual cuyo testimonio pretenda ser recibido en la
oralidad- y garantizó debidamente el derecho de los jóvenes a ser
escuchados en el juicio (art. 12 de la CDN).
     A diferencia de lo que suele ocurrir en este tipo de causas en los que se
cuenta -en el mejor de los casos- con los dichos del menor vertidos bajo la
modalidad de Cámara Gesell, en el presente también se ha podido oír a los
damnificados en la amplitud del juicio. Precisamente esa ventaja de
inmediación del debate oral y público otorgó a la defensa la posibilidad de
controlar ambos testimonios y ejercer el derecho a examinarlos -actividad de
la que voluntariamente prescindió- por lo que resulta imposible afirmar la
existencia de violación a derecho constitucional alguno.
     Se impone, entonces, reiterar que el sistema consagrado por el Código
en materia de nulidades -art. 201 del CPP- persigue, como regla general, la
estabilidad de los actos jurisdiccionales por lo que, tratándose la nulidad de
un remedio de excepción, cede frente al principio de conservación de
aquéllos actos, razón por la que, previo anular es menester examinar el
destino procesal del acto y separar lo sanable de lo insanable y la posibilidad
de la existencia de un perjuicio concreto, o sea la limitación de un derecho
del justiciable vinculado en forma inmediata al buen orden del proceso y en
forma mediata a las garantías que son su causa, por lo que no habiéndose
acreditado en el caso los extremos que la habilitan, corresponde su
desestimación (TCPBA, Sala VI, Causa n° 65.958 “Foti, Alfredo Antonio s/
Recurso de Casación,” sentencia del 1 de junio de 2016).
     Cabe agregar aquí que, de acuerdo con lo consignado en el acta de
debate (v. fs. 2605, cit.), además de haber notificado el a quo en dos
oportunidades a la Asesoría de Menores (cfr. art. 38 de la ley 14.442), los
padres de E.V. y B.F. -quienes estaban en condiciones psicofísicas de
declarar según lo informado por el Lic. Maimone- autorizaron expresamente
la declaración en el juicio de los menores permitiendo, entonces, la
materialización de un derecho protegido convencionalmente: el de ser oídos
en un juicio en el que se ventilan hechos que los afectaron directamente.
     Por lo expuesto, el reeditado planteo defensista no puede acogerse.
     TERCERO. Sobre la ampliación de la acusación en el debate. Delito
continuado. Prescripción. Incorporación de efectos al juicio.
     I- a) A raíz de lo declarado en el juicio por la víctima E.V. y su
corroboración en otros testimonios (María Cecilia De León, Patricia Porro,
Sandra González y la Dra. Pilar Méndez), el representante del Ministerio
Público Fiscal (con adhesión de los particulares damnificados) activó el
mecanismo previsto por el art. 359 del C.P.P. y amplió la acusación, bajo el
entendimiento de que, en el marco de un delito continuado, los hechos
habían tenido origen, en rigor, “…al menos desde el año 2009, luego de las
vacaciones de invierno…” (o sea, antes del “período de adaptación” del año
2010). Es decir, extendió hacia atrás la base temporal de las agresiones y
propició un cambio en la significación jurídica de las conductas endilgadas al
imputado.
     b) La defensa se opuso a este planteo fiscal y enfatizó en que, por un
lado, el nuevo juicio ordenado en el reenvío dispuesto por este Tribunal
debía ceñirse a la misma plataforma fáctica por la que Puig fue imputado,
defendido y absuelto y, por el otro, los nuevos hechos ya eran conocidos por
la Fiscalía en función de hallarse en trámite desde 2015 -por ante la UFIJ N°
7- las IPP Nro. 06-00-042915-15 y 06-00-042904-15 vinculadas a los
mismos.
     En el recurso de casación agregó que, de la propia resolución de la
Corte provincial en la que confirmara la decisión primigenia de esta Alzada,
se desprende que la anulación no podría significar “…una nueva oportunidad
al acusador público o particular para rehacer una investigación defectuosa o
insustentable…” A su entender, ha sido precisamente eso lo ocurrido en
autos, dando lugar a la violación de la garantía del ne bis in Ídem.
     Además, los recurrentes insistieron con su planteo de prescripción de
los nuevos hechos incluidos en la plataforma acusatoria. Sobre el punto,
pusieron de resalto que no han existido actos interruptivos en los procesos
iniciados a partir de las denuncias de aquellos (art. 62 inc. 2°, C.P.) y
postularon su interpretación contraria a la configuración en el caso de un
delito continuado. Con respecto a esto último, expusieron que “…[l]a
distancia temporal y espacial entre las plurales acciones descriptas por la
fiscalía es suficiente para poder apreciar la ausencia de un contexto espacio-
temporal próximo, de un acercamiento cronológico y geográfico, que impide
considerar las plurales acciones como ejecución de un plan preconcebido…”
     c) El Tribunal de mérito, tanto en el curso del debate como en la
“cuestión previa” planteada en el veredicto, esgrimió las razones por las que
entendió que el requerimiento de ampliación impetrado por la Fiscalía
resultaba admisible y procedente de conformidad con lo previsto por el art.
359 del Rito (v. fs. 2609/10 y 2651/2, del legajo principal).
     Tuvo en consideración el a quo que el pedido fiscal se apoyó en la
información surgida “en el curso del debate”; que el criterio del Ministerio
Público Fiscal fue considerar los nuevos hechos como dos actos (uno por
cada víctima) integrantes de una hipótesis de delito continuado; que, a
diferencia de la materialidad ilícita delineada en la requisitoria de elevación a
juicio en donde -entre otras cosas- se imputaba a Puig haber instado a los
niños a que le practicaran sexo oral, ahora se le atribuye haber logrado
efectivamente que las víctimas lo hicieran.
     Habida cuenta la tesitura adoptada por la Fiscalía y los particulares
damnificados en cuanto a que todas las agresiones individuales sufridas por
las víctimas (incluidas las del año 2009) conformaron dos unidades de
acción (delito continuado), los sentenciantes desecharon el pedido de
prescripción de la acción con apoyo en lo normado por el art. 63 in fine del
Código Penal. Es decir, bajo el criterio de que los cursos de la prescripción
de los dos delitos continuados imputados habían empezado a correr en la
medianoche del día en que cesaron de cometerse y en función de la
existencia de distintos actos procesales con capacidad interruptiva,
concluyeron que no había operado la prescripción de las acciones.
     d) Encuentro que los fundamentos expuestos por el Tribunal para
admitir formalmente la ampliación de la acusación en los términos del art.
359 de C.P.P se ajustan a derecho y a las constancias de la causa.
     Si bien es cierto que -como lo refieren los recurrentes y detalladamente
puntualiza el voto de mi colega preopinante- los representantes del
Ministerio Público Fiscal (tanto aquellos que llevaron adelante la acusación
en la instancia departamental como los que sostuvieron sus postulados ante
esta Alzada) habían delimitado el objeto procesal conforme la plataforma
fáctica delineada oportunamente en la requisitoria de elevación a juicio
(hechos acaecidos entre el inicio del ciclo lectivo de 2010 hasta, por lo
menos, el 12 de marzo de ese año), no lo es menos que, en el marco del
proceso de recepción de la prueba testimonial durante el nuevo juicio
celebrado en autos, surgieron nuevas circunstancias integrantes del delito
continuado y agravantes de calificación que habilitaban la activación del
mecanismo regulado por el artículo 359 del Rito.
     Tampoco se discute que para el Ministerio Público Fiscal, desde el
inicio consideró a las plurales agresiones sexuales del imputado sobre los
niños (durante el “período de adaptación” del año 2010) como reflejo de una
unidad de resolución y de lesión jurídica (delito continuado). Bajo tal
hermenéutica, las nuevas circunstancias que cabalmente se conocieron en
el nuevo juicio (principalmente con la escucha de las declaraciones de los
ahora jóvenes E.V. y B.F.) y que tienen que ver con otros ataques sexuales
de similares características, en el mismo ámbito educativo y contra las
mismas víctimas, perpetrados a partir del recomienzo del ciclo lectivo 2009
luego del receso invernal, han sido también estimadas por la Fiscalía como
constitutivas de esa concepción de delito único.
     He tenido oportunidad de expedirme sobre esta cuestión en el marco
de la causa P. 132.978, "Altuve, Carlos Arturo -Fiscal ante el Tribunal de
Casación Penal- s/ recurso extraordinario de inaplicabilidad de ley en causa
n° 75.881 del Tribunal de Casación Penal, Sala II", oportunidad en la que
dejé a salvo mi postura sostenida en la Sala VI de este Tribunal con respecto
a la “…inexistencia de relación de continuidad en el caso, que ‘...únicamente
es posible entre ataques contra el mismo bien, no aludiéndose a la identidad
del objeto de ataque, sino a la continuación de una mera intensificación
cuantitativa de la realización del tipo ya ejecutada’ (conf. Jakobs, Günter;
"Derecho Penal. Parte General. Fundamentos y Teoría de la Imputación",
trad. Joaquín Cuello Contreras y José Luis Serrano Murillo, Marcial Pons,
2da. Edición, Madrid, 1997, pág. 1.092). En igual sentido me expedí en la
causa C. 56.227, "Ruybal", de la Sala VI del Tribunal de Casación Penal
(sent. de 12-VII-2013). Con ello, no encuentro que pueda existir una relación
de continuidad que pueda dar lugar a una unidad de acción, pues no se trata
de una mera intensificación cuantitativa de la realización del tipo ejecutada,
sino de distintos ataques -aun siendo la misma víctima- contra la libertad
sexual…”
     Sin perjuicio de ello, la consideración del delito continuado como un
hecho o conducta única, que proviene del reconocimiento de una
desvaloración jurídica unitaria -como hechos dependientes-, no permite
advertir el perjuicio concreto pues, en definitiva, la decisión recae respecto
de un único hecho, sin que exista en el recurso un desarrollo escrito del
modo cómo habría de alterar la decisión. A ello debe adunarse que,
considerar que exista un concurso real y actos procesales con capacidad
interruptiva afectaría la prohibición de la reformatio in pejus, garantía
constitucional cuya inobservancia afecta al debido proceso y lesiona el
derecho de defensa del acusado (según reiteradamente lo ha resuelto la
Corte Suprema de Justicia de la Nación en fallos t. 234, p. 270 y 372; entre
otros), por lo que habiéndose abierto la competencia revisora de esta Alzada
por vía de un recurso de la defensa, no corresponde efectuar mayores
consideraciones al respecto (art. 435, C.P.P.)
     Por ello, atento la interpretación del Ministerio Público Fiscal en cuanto
a la continuidad delictiva en que vienen subsumidas las conductas de Puig y
las particulares características de los hechos juzgados, habré de rechazar el
planteo de la defensa.
     Según lo que se tuvo por acreditado, primero para la Acusación (pública
y privada) y luego para el Tribunal de juicio, los abusos del imputado a E.V. y
B.F., ocurrieron desde el regreso al jardín luego de las vacaciones de
invierno en el año 2009, cuando los niños cursaban la primera salita del ciclo
hasta el día 12 de marzo de 2010, época en la que transitaban el período de
adaptación de la segunda sala, en el SUM y en los baños (de profesores y
alumnos) del jardín de infantes San Benjamín.
     En mi parecer, la inexorable “discontinuidad en el trato” entre víctimas y
victimario en virtud del calendario educativo que impone, sin excepción, dos
recesos anuales, no descarta per se la configuración en el caso de un delito
continuado, desde que lo dirimente para corroborar ese extremo en este
caso particular han sido los múltiples actos fácticamente parecidos, dirigidos
por el mismo agente hacia las mismas víctimas, afectando iguales bienes
jurídicos, en idénticos ámbitos espaciales y durante el transcurso de uno de
los turnos escolares. Dicho de otra manera, las vacaciones sólo
interrumpieron temporalmente el contacto diario de Puig con sus alumnos,
más no la unidad de designio criminoso como factor de ligazón o
interdependencia entre los múltiples actos típicos particulares, pudiendo así
considerarse a cada uno de ellos como una suerte de medio comisivo de un
único hecho general.
     Sobre la existencia de las I.P.P. Nro. 06-00-042915-15 y
06-00-042904-15, vinculadas con las circunstancias por las que luego se
amplió la acusación, mis colegas de la instancia aclararon que “la situación
no es como lo explica la defensa”, ello desde que, por un lado, el trámite de
ambas investigaciones se encontraba “suspendido y a reservas de cómo
termine este proceso” y, por el otro, que, por entonces, había tenido lugar la
sentencia de esta Sala en la que se anuló el veredicto absolutorio y se
dispuso la celebración de un nuevo juicio con otros jueces. En respaldo de
ello, trajeron a colación lo decidido -ante un pedido de eximición de prisión-
por la Cámara de Apelaciones interviniente en una de las IPP en donde
ordenó al Juez Garante que tuviera presente la solicitud para el caso de que
se concretara alguna amenaza contra la libertad de Puig.
     En otras palabras, ningún avance habían tenido las denuncias allí
contenidas, pero no por tratarse de investigaciones “defectuosas o
insustentables”, sino porque estaban expresamente suspendidas a resultas
del devenir del proceso. Al respecto, se desprende de las actuaciones que
tengo a la vista, que sendas denuncias fueron articuladas al día siguiente del
dictado del veredicto absolutorio (a la postre anulado por esta Sala) en el
que se reconoció “…la posibilidad de que los menores E. y B. hayan sido
abusados durante el año 2009…”
     Entonces cobra relevancia aquí lo sostenido por el Tribunal al abordar
la “cuestión previa” del veredicto: “…si antes [en alusión a las referidas
investigaciones] no se amplió [la acusación], posiblemente fuera porque esa
información no surgió categóricamente, como sí sucedió en el presente
debate cuando declararon nuevamente los menores víctimas, aunque esta
vez grandes y con mayores herramientas para expresarse y comunicarse…”
     Así las cosas, queda en evidencia que el conocimiento de los hechos
integrantes del delito continuado y de las circunstancias agravantes de
calificación que no habían formado parte de la requisitoria fiscal y motivaron
la ampliación de sus términos, tuvo lugar en el marco del nuevo juicio en el
que, además de los testigos del primer debate, pudieron ser oídas las ahora
adolescentes víctimas de autos.
     Lo expuesto habilitó debidamente la ampliación de la acusación en el
debate y activó el procedimiento reglado por el art. 359 del C.P.P.;
procedimiento cuyo estricto cumplimiento por el Tribunal de grado permitió
salvaguardar el derecho de defensa en juicio del acusado a quien le fueron
explicados los nuevos alcances de la imputación, ello además de habérsele
comunicado su derecho a pedir la suspensión del debate y a ofrecer nueva
prueba (v. fs. 2610, cit.)
     No se ha afectado garantía constitucional alguna. De hecho, tras tomar
conocimiento de los nuevos cargos imputados, a instancias de la defensa, el
Tribunal dispuso el otorgamiento de un plazo de diez días para la
preparación de la estrategia y para el ofrecimiento de la prueba que la parte
considere necesaria a tal fin “…sin perjuicio de que…puedan traer otro
testigo u otra prueba que haya ocurrido en el devenir, no obtura que lo que
no esté por escrito no se pueda presentar después…” Cabe destacar que,
tal como surge de fs. 2555 y ss., la defensa ejerció efectivamente este
derecho.
     Por ello, entiendo que mal puede pretender la Defensa cuestionar
ahora lo resuelto alegando que la imputación redundó en una afectación de
sus derechos, cuando de las constancias del legajo surge con claridad que
se observó el procedimiento fijado por el art. 359 del C.P.P., habiéndose
suspendido el debate a requerimiento de la representación técnica del
acusado, por lo que el principio de congruencia como el derecho de defensa
han quedado salvaguardados al ampliarse los términos de la acusación
respetando los requerimientos de la ley ritual y si el órgano jurisdiccional,
luego, no hizo otra cosa que receptar ese cambio debidamente intimado, no
afecta los derechos que se alegan.
     Bajo este panorama, siendo a mi juicio ajustada a derecho la decisión
de admitir la ampliación de la acusación propugnada por el Acuse y
habiéndose mantenido el criterio de que los hechos (luego del receso
invernal de 2009 hasta el 12 de marzo de 2010) reflejaron dos "unidades de
resolución” o “designio único",   no estamos ante dos cursos prescriptivos
independientes, por lo que resulta de aplicación al caso lo normado por el
artículo 63 del Código Penal en cuanto establece que, en los delitos
continuados, la prescripción de la acción penal comenzará a correr desde la
medianoche del día en que cesó de cometerse, es decir, desde la
medianoche del día en que se produjo el último hecho que se considera
integrante de la unidad de acción (en este caso, el 12 de marzo de 2010).
     Como adelantara, dejo a salvo mi criterio en orden a que -en línea con
el temperamento del a quo- los actos interruptivos del curso de la
prescripción que mantienen vigente la acción penal vinculada con los hechos
cometidos en 2010 (art. 67 inc. ‘b’, ‘c’ y ‘d’ del C.P.), operan también para
aquellos de 2009 que formaron parte de la nueva acusación.
     Para finalizar este segmento, en lo que atañe a la irregularidad en la
incorporación de ciertos efectos al juicio por parte de la Fiscalía, comparto lo
expuesto sobre el punto por mi colega preopinante en cuanto a que los
recurrentes no fundaron con suficiencia el motivo de agravio ni el perjuicio
irrogado a la parte por esta actividad presuntamente defectuosa llevada a
cabo en el debate; máxime si se repara en que no surge que la decisión
recurrida haya hecho base en alguno de estos elementos.
     CUARTO. Sobre la valoración probatoria para acreditar los extremos de
la imputación.-
     a) Tal como fuera detalladamente reseñado en el voto que antecede -al
que me remito en honor a la brevedad-, los recurrentes plantearon la
configuración en el caso de un supuesto de “arbitraria, sesgada y mendaz”
valoración de la prueba (de cargo y de descargo) en la acreditación de la
materialidad ilícita y autoría responsable de Lucas Puig. Discreparon con el
parámetro de “delito en las sombras” bajo el cual fueron valorados los
testimonios (principalmente de las víctimas) desde que, de los propios
dichos de estos menores, los “abusos grupales” habrían ocurrido en
presencia de los demás niños y niñas, así como con la anuencia del resto de
los docentes, auxiliares del jardín y padres.
     b) Luego de la sustanciación del debate, los jueces integrantes del
Tribunal en lo Criminal N° 1 del Departamento Judicial La Plata tuvieron por
debidamente acreditado que “Al menos desde el año 2009, luego de las
vacaciones de invierno y hasta el 12 de marzo inclusive del año 2010, en el
jardín de infantes San Benjamín, ubicado en las calles 141 y 57 de la
localidad de Los Hornos, partido de La Plata, durante el turno mañana de la
sala de tres años y en la sala de cuatro años, celeste, un sujeto de sexo
masculino de nombre Lucas Manuel Puig, profesor de música de los niños,
habría efectuado en el SUM y en el baño, tanto de profesores, como de
alumnos, por lo menos a E.V. y a B.J.F., reiteradas exhibiciones de sus
órganos genitales y otras prácticas libidinosas, consistentes en tocamientos
y prácticas de sexo oral en partes íntimas de aquellos, como así, los instaba
a que le efectuaran tocamientos en sus genitales y practicaran sexo oral,
mecanismo que realizaron los menores”.
     Enterado en el Acuerdo de que mi postura sobre la corrección del
procedimiento de ampliación de la acusación (art. 359, C.P.P.) llevado
adelante en la instancia anterior resulta minoritaria, corresponde que me
adentre en la revisión del presente agravio vinculado con el proceso de
apreciación de las pruebas sin tener en consideración aquellos hechos
presuntamente acaecidos en 2009 y que fueron incorporados a la
imputación mediante dicho mecanismo procesal.
     Bajo tal hermenéutica, la plataforma fáctica a considerar, pues, es
aquella fijada por la Fiscalía en sus alegatos de apertura (coincidente con la
que conformara el objeto del primer juicio) y que fuera imputada a Puig:
"...desde el inicio del ciclo lectivo de 2010 y hasta por lo menos el 13 de
marzo del mismo año, en el jardín de infantes San Benjamín ubicado en
calle 141 y 57 de Los Hornos, durante el turno mañana en la sala celeste, un
sujeto de sexo masculino, profesor de música de los niños, habría efectuado
en la sala y en el baño por lo menos a los menores E.V de 4 años y a B.J.F.
de 3 años, reiteradas exhibiciones de sus órganos genitales y otras prácticas
libidinosas, tocamientos y prácticas de sexo oral en partes íntimas de
aquellos como así los habría instado a que le efectuaran tocamientos en sus
genitales y practicaran sexo oral."
     Efectuadas estas aclaraciones, diré que, de la simple lectura de la
impugnación traída, surge que los planteos efectuados son, en esencia, una
reedición de los realizados en la instancia, los que fueron desechados con
acabados fundamentos, sin que ahora logren los recurrentes contrarrestar
con sus críticas lo afirmado al respecto por el Tribunal de grado (v. Sala VI,
c. N° 56.386, caratulada “BUSTAMANTE, Sergio Gustavo s/ Recurso de
Casación”, sent. del 11 de octubre de 2013, reg. 453/13; c. N° 56.644,
“GONZÁLEZ, Pamela Elizabeth y SAAVEDRA, Sebastián Ezequiel s/
Recurso de Casación” y su acum., c. N° 56.647, “GONZÁLEZ, Pamela
Elizabeth y SAAVEDRA, Sebastián Ezequiel s/ Recurso de Casación
interpuesto por part. damnif.”, sent. del 30 de diciembre de 2013, reg.
680/13, c. 58.518 “REQUITO, Alfredo Enrique s/Recurso de Casación, reg.
227/14).
     Se advierte, asimismo, que los cuestionamientos de la defensa exhiben
un criterio divergente con relación a la demostración de los extremos de la
imputación (materialidad ilícita y autoría), que no permiten concluir que lo
resuelto en sentido contrario por el Tribunal del juicio resulte arbitrario,
denote falta de fundamentación suficiente o transgresión al principio de
inocencia e in dubio pro reo.
     La imposibilidad material de que los hechos abusivos imputados al
docente Lucas Manuel Puig -durante el período de adaptación del año 2010
hasta el día 12 de marzo de ese año- hayan ocurrido en la realidad,
postulado sobre el cual insisten sus abogados defensores, no se refleja en
absoluto de la prueba disponible de la que da cuenta el veredicto, reseñada
y valorada en su conjunto por el Tribunal. Dicha “imposibilidad” no ha sido
más que el fruto de la interpretación de la defensa sobre ciertos elementos
parcialmente valorados y que dio lugar a su teoría del caso (acerca de
relatos mendaces, co-construidos o implantados por terceros) desplegada
en el juicio sin éxito, postura que ahora se reitera desprovista de elementos
novedosos y de -insisto- una refutación eficaz de lo decidido que permitan su
recepción favorable en esta instancia casatoria.
     Del pronunciamiento se desprende que las declaraciones rendidas en
el juicio (en especial las de los menores víctimas y su círculo íntimo) y la
prueba ingresada por su lectura y/o exhibición, permitieron reconstruir con
certeza la existencia de los hechos perpetrados en 2010 y la autoría
responsable de Puig, con el alcance otorgado en el fallo.
     Como punto de partida, cabe señalar que la violencia sexual contra
niños, niñas y adolescentes es considerada a nivel mundial un delito
complejo, específicamente en lo que respecta a su comprobación.
     Esta clase de violencia se caracteriza generalmente por consumarse
dentro de un ámbito de intimidad entre la víctima y el victimario. Está claro
que el contexto del desarrollo de una clase de cualquier asignatura favorece
estas condiciones; más aún si -como se verá- los actos abusivos eran
deliberadamente llevados a cabo en espacios físicos (SUM y baños de ese
sector) fuera del alcance visual -en circunstancias normales- de otros
docentes (a excepción de la maestra de la Sala) y/o autoridades del
establecimiento.
     En función de estas particulares características de los delitos como el
juzgado en autos, se ha señalado que el testimonio de las víctimas, su
persistencia y su participación dentro del proceso cobran un valor relevante
en la comprobación de cada una de las circunstancias fácticas narradas
(TCPBA, Sala VI, causa nº 69.376 "Sotto, Claudio Basilio s/ Recurso de
Casación," sent. del 19 de mayo de 2016, entre muchas otras).
     Esto supone la necesidad de que todos los operadores de justicia
involucrados en un proceso actúen con el mayor de los cuidados y acorde a
protocolos estandarizados.
     En línea con lo expuesto por mis colegas de la instancia, corresponde
mencionar que el sistema probatorio consagrado por el art. 210 C.P.P. no
prevé formas determinadas para acreditar un hecho delictivo, lo que procura
afianzar la búsqueda de la verdad como objeto del proceso, e impide
sostener que sus reglas sometan la convicción acerca de un determinado
hecho o circunstancia, a su comprobación por un medio de prueba
específico. Por esta razón, no existen obstáculos para que, a partir de los
testimonios de las víctimas, el Tribunal reconstruya los hechos imputados
con base en otros elementos indirectos suministrados en el proceso (arts.
209, 210 y 373 C.P.P.; TCPBA, Sala VI, Causa nº 56.107 "Sonda, Juan
Alejandro s/ recurso de casación" del 21 de mayo 2013 y Causa nº 56.097
"Chávez, Alexis Sebastián s/ recurso de casación" del 27 de noviembre de
2013, entre otras).
     La palabra de quienes han sido víctimas directas del delito es hoy una
prueba muy importante en el proceso penal, más aún en casos en los que el
autor suele procurar la ausencia de testigos y personas que pudieran
obstruir el o los hechos de abuso, situación que se acrecienta en
circunstancias de relaciones que suponen ser de cuidado y protección. Ya
veremos con especial detalle, al analizar los dichos vertidos en el juicio por
los menores víctimas, las maniobras a las que recurría Puig para procurar
que lo que ocurría en el SUM y en los “cubículos” de los baños de ese
sector, no fuera percibido por otras personas del establecimiento.
     Este aspecto -adelanto- denota una particular circunstancia que
permitirá evidenciar, como veremos, que la alegada imposibilidad fáctica de
ocurrencia de los abusos no es en rigor tal, por cuanto el autor de los
injustos procuraba ejecutar los mismos a partir de una particular localización,
dentro del ejido escolar, que aparecía alejado e, inclusive y a contrario de lo
sostenido, impedía a otras personas tener una visualización del escenario
delictual. Ello surgió evidenciado de las testificales de varios miembros del
cuerpo docente y escolar en general. Por ende, la mencionada
“imposibilidad” cae en el terreno de la pura especulación.
     Ello es trascendente, por cuanto el estado de inocencia aparece
claramente destruido por la prueba de cargo, a partir de la aplicación de un
estándar probatorio que permite afirmar, con el grado de certeza que exige
el dictado de la sentencia condenatoria, que el causante efectivamente
cometió los abusos; a la par que la hipótesis alternativa sobre la que insiste
su defensa, aparece afincada en una interpretación fragmentaria de la
prueba, en concreto, sorteando ponderar que ciertos testigos admitieron que
no podían tener una visual del lugar donde ocurrían los hechos, lo que nos
conduce, necesariamente, a que la teoría del caso de la defensa se afirma
en terreno meramente conjetural. Lo veremos con mayor detalle en su
oportunidad.
     Decía que la relevancia de los dichos de los menores víctimas,
además, se relaciona con la posible existencia o manifestación de esas otras
pruebas, dado que de la declaración de las víctimas pueden surgir otros
elementos de convicción diferentes que modifiquen su valor probatorio.
     Por lo expuesto, la declaración de la víctima abusada no es solamente
útil e imprescindible en el contexto de la justificación (motivación de la
comprobación del hecho y de la responsabilidad penal) sino en el contexto
del descubrimiento, por cuanto contribuye a la obtención de otras pruebas
que puedan servir para confirmar (o descartar) la hipótesis de la acusación.
     Sin embargo, la complejidad de los testimonios de abuso sexual
requiere una valoración minuciosa, con la mayor severidad y rigor crítico
posibles, efectuadas con métodos múltiples y en fuentes de información
diversas, con el fin de desentrañar el mérito o la inconsistencia de las
declaraciones mediante su confrontación con las demás circunstancias de la
causa.
     Como dijera, los persistentes relatos de los menores víctimas a lo largo
del proceso (desde que tenían 3 y 4 años hasta sus declaraciones en el
juicio a sus 16), ha sido la base sobre la que se estructuró el temperamento
adoptado por los sentenciantes, siendo que sus declaraciones han hallado
corroboración en lo atestiguado por sus familiares (originales receptores de
sus dichos) y allegados, así como en lo evaluado por expertos que validaron
los mismos.
     A diferencia de lo que suele ocurrir en la generalidad de los casos
donde se ventilan presuntos ataques contra la integridad sexual de menores
de edad, en el presente, además de lo relatado en sus testimonios en los
inicios de la investigación, contamos con las declaraciones de las víctimas
-de 16 años- en la amplitud del juicio (v. fs. 2695vta./2702, cit.)
     Según lo volcado en el veredicto, la joven E.V. afirmó en el debate: “…
Tengo muy presente que los abusos comenzaron en el año 2009, luego de
las vacaciones de invierno…Yo en ese momento tenía 3 años. Estaba en la
salita de 3. Lo recuerdo porque al principio todo estaba bien…Luego de este
receso de invierno, cuando volvemos al jardín, ahí es cuando todo empezó,
empezaron los abusos…”
      De seguido, brindó un relato detallado de lo ocurrido en 2009 (sala de
3).
      En coincidencia con lo narrado de niña y lo afirmado por B., precisó que
los abusos tenían lugar “…[e]n el SUM o en el baño de profesores…” e
indicó con detalle la ubicación de esos espacios en el jardín.
      Relató que, en ocasiones, el obrar de Puig consistía en sacarlos de la
sala mientras les estaban leyendo un cuento o hacían “actividades más
didácticas"; algunas veces a ella sola y otras de a dos o tres (mencionando a
B. y Be.), los llevaba al baño de niños, él entraba con ellos y la hacía
observar desde la puerta “cómo hacían pis y cómo se tenían que apretar el
pito para terminar de hacer pis”. Dijo que “…cuando terminaban de hacer
eso, mayormente volvíamos llorando a la salita…Nos hacía mirar, volvíamos
todos un poco alterados…” Explicó que cuando esas secuencias ocurrían
“…[n]o había nadie en los pasillos. No había directivos, preceptoras, nada.
Entonces llorábamos en ese transcurso…”
      Narró una situación particular en la que Puig ingresó a la sala mientras
todos estaban jugando, se la llevó a ella sola y, luego de pedirle unas llaves
a la directora Noemí, fueron al baño que está al lado (de profesores).
Expuso que, ya dentro del espacio donde estaba el inodoro, la sentaba allí y
le decía que “…tenía que chupar a una rata que se movía…me sentaba en
el inodoro con un cuchillo, me hacía así para atrás, me lo ponía en la nariz y
me hacía abrir la boca. Cuando me hacía abrir la boca me metía la rata y me
decía cómo lo tenía que morder para que no duela. Una vez que ya estaba
complacido con eso, me ponía la rata bien atrás y hacía pis blanco y me lo
tenía que tragar. Cuando terminaba eso, si nos ahogábamos o algo, era
como peor. Siempre con la amenaza constante de que iba a matar a
nuestras familias, a nuestras mamás. A mí me decía que iba a matar a mi
mamá y que me iba a quedar sola. Y como me iba a quedar sola me iba a
pasar cada vez peor…”
     Sobre lo que ocurría con Puig en el SUM, la joven E. habló de “abusos
grupales” y mencionó el ya conocido juego del “chancho sucio” en el que
hacían rondas de nenes y nenas, “…nos poníamos uno detrás de otro y
teníamos que oler la cola…a veces nos hacía arrodillarnos y pararnos y
olerle la rata que tenía un grano rojo que se hacía blanco. Nos decía que era
una rata que se movía, que tenía pelos, que tenía olor a pis…” Aclaró que en
esos casos “…las amenazas eran generales. No podíamos gritar, decirle a la
maestra, a nuestras familias, porque él nos iba a matar…”
     Luego explicará que, con el tiempo y a medida que fue creciendo, pudo
comprender lo que estaba pasando, identificar a los actos lascivos como
tales y a las partes del cuerpo involucradas con sus verdaderos nombres:
“…me fui dando cuenta de un montón de cosas y entendiendo lo que me
estaba pasando. Que esa rata que se movía, cómo había que morderla y
demás, era su pene. Que ese grano rojo que se convertía en blanco era el
glande, que ese pis blanco que nos hacía tragar era el semen…”
     También refirió que, en ese mismo espacio común del jardín, Puig, en
ocasiones, ponía a una nena delante de todos los compañeros, le hacía
subir el pintor, le bajaba los pantalones y la bombacha y le chupaba la
vagina.
     Reitero en este punto lo expresado anteriormente en cuanto a que, en
virtud del criterio mayoritario de la Sala sobre la anulación de la ampliación
de la acusación, la plataforma fáctica a considerar debe limitarse a los
hechos abusivos que tuvieron lugar en el período de adaptación del año
2010 hasta el 12 de marzo inclusive de ese año.
     Continuó su relato de lo sucedido en el año 2010, en la salita de 4,
cuando estaban a cargo de la maestra Silvina Díaz, época en la que -según
E.- “cada día era peor”, señalando que se repetía esa secuencia de Puig
sacando de a uno o de a tres niños del salón.
    Contó también que iban al SUM en donde, en ocasiones, la nombrada
Díaz junto con Puig les mostraban lo que tenían que hacer: hacían fila de
nenas detrás de ella y otra de nenes con él; ellos se desnudaban y besaban
y les mostraban a los nenes cómo debían tocar a las nenas y a éstas cómo
“apretarles el pito de tal manera”. Otras veces, durante el mismo “juego”,
Díaz no participaba, sino que se quedaba en la puerta “vigilando que no
venga nadie”.
    En este punto, E. recordó algo que tenía “muy grabado” y que también
mencionaba en la época del develamiento: estando sus compañeros
presentes, la hacía abrirse de piernas y le introducía su dedo meñique (que
tenía una uña larga) dentro de lo que antes identificaba como “cola de
adelante” y ahora reconoce como vagina. Tal como lo expresara en aquel
entonces, esa mecánica abusiva le provocaba dolor.
    Luego de explicar a qué se refería cuando hablaba de que la mataba
todos los días (una sensación que E. refiere desde niña), relató las
circunstancias del último acto abusivo sufrido a manos de Puig (el más
“heavy”, según sus términos). Recordó que esa vez, después del “acting que
hacían con la maestra” en el SUM, la llevó al baño de profesores y le
introdujo el dedo “muy fuerte” e intentó penetrarla vía vaginal con su pene
(“…no llegó a ser más que la punta o ese grano…No pudo terminar de
penetrar, no entró. Me dolía mucho. Me acuerdo que grité un poco…”).
Indicó la joven que, luego de esa situación, salió llorando y, como no podía
calmarla, volvió a amenazarla para que no contara nada.
    Además de corroborar el episodio del develamiento (sobre la que me
detendré más adelante) frente al marido de su madre, “Peka” Travaglini (“es
como mi papá porque me crié con él desde los dos años”), la charla con su
madre y las visitas a la doctora Méndez (“era muy dulce”) y a la psicóloga
Rossi, enfatizó que nadie le indicó o sugirió lo que tenía que decir: “…a mí
nadie me dijo nada. Me lo han preguntado en otros juicios. En la última
Cámara Gesell me lo volvieron a preguntar. A mí nunca nadie me dijo lo que
tenía que decir. No es que era una historia de terror [en clara alusión a lo
señalado por la Lic. Rossi], es que lo fue, lo fue…”
     E. habló en el juicio de los trastornos y “traumas” con los que ha
convivido a lo largo del tiempo desde el padecimiento de los abusos,
secuelas sobre las que en igual sentido hizo referencia su madre en el juicio
y que también son un claro indicador de que lo relatado no le fue -en
términos de la Lic. Ortiz- ajeno.
     Al respecto, confirmó lo narrado por de León y Travaglini en cuanto a su
estado de ánimo al tiempo del develamiento: “…No podía dormir sola, no
podía comer, me sentía sucia, me bañaba un montón, me rascaba, me
lastimaba por todo el cuerpo. Sentía vergüenza, miedo, porque yo no
entendía lo que me estaba pasando…” Agregó la joven: “…A medida que fui
creciendo siempre con apoyo psicológico de María Reggi que era mi anterior
psicóloga, con ella estuve años, siempre con el apoyo psicológico, siempre
con regresiones, con sueños, con sensaciones, siempre muy alerta de todo.
A la noche no podía dormir, todo muy feo, fueron años feos…No podía estar
con adultos varones dentro de una sala porque realmente tenía miedo.
Fueron más de doce años duros, en los cuales nunca me sentí escuchada.”
     La madre de E., Cecilia de León, confirmó en el debate las
consecuencias que los hechos juzgados dejaron en la joven y describió el
cuadro psíquico que padece al día de hoy. Luego de aludir a marchas y
movilizaciones que clamaban por la inocencia del acusado y que pasaban
por la puerta de su casa, dijo la testigo: “…A mi hija todas estas cuestiones,
estas amenazas permanentes, te voy a venir a buscar, voy a matar a tu
mamá, es el día de hoy que las padece…” En efecto, contó que, por la
situación de estrés que aún la aqueja, los profesionales que la tratan
decidieron medicarla y que todavía -con dieciséis años de edad y
transcurridos doce del acaecimiento de los hechos- le pide que se quede
con ella hasta que se duerma porque dice que tiene miedo. Para graficar ese
miedo, narró una secuencia ocurrida cuando E. tenía unos doce años en la
que iban caminando y se cruzaron con un sujeto de similares características
a las de Puig; afirmó que la joven entró en pánico, no la podía mover y se
orinó encima (“Son reiteradas veces que ella regresa a cuando tenía cuatro
años”).
     En el mismo sentido expresó en la oralidad de León: “…Mi hija tiene la
vida arruinada, fue operada dos veces de sus ovarios por tumoraciones que
le generan su propio organismo, mi hija no sé si va poder tener hijos…Mi hija
no tiene vida normal… Cuando mi hija me decía ‘Lucas me asesinaba cada
día’, ahora lo entendí, después de los años entendí. Mi hija vivió una historia
de terror…”
     La psicóloga que trataba a E. al tiempo del juicio, Lic. Carolina
Piergentili, declaró en el mismo luego de ser relevada del secreto
profesional por de León, y refirió que acudió a su consultorio “…por sentir un
gran estado de abatimiento, de ansiedad, se sentía muy desganada... no
puede concentrarse ni en la escuela ni puede disfrutar absolutamente de
nada…”
     En cuanto al relato de la joven en sus sesiones acerca del “hecho
traumático del abuso sexual”, la testigo afirmó que en la primera oportunidad
E. lo narró sin demasiado detalle (“…‘vengo mal porque ocurrieron estas
cosas’ como cuentan los pacientes…”) pero en otras entrevistas, ya más
cerca del juicio, observó que el relato estaba acompañado de “…mucha
angustia y mucha ansiedad…” (de allí la derivación a un psiquiatra que le
indicó la toma de Clonazepam) y contenía alusiones a “…situaciones más
detalladas y mucho más específicas de lo que había ocurrido…”
     Desde la perspectiva de la Psicología del testimonio, la profesional (de
22 años de trayectoria) observó distintos indicadores que le permitieron
validar los dichos de E. Por un lado, dijo que el discurso no le pareció nunca
fantasioso “…no solamente por la edad, por como lo relata, sino también por
el gran monto de angustia, cuando ella comienza a relatar. Y sobre todo que
todas las veces que yo le pregunté por esa situación lo relata de la misma
forma. No hay un cambio en su relato o discurso…” También validó el relato
desde la observación del lenguaje corporal de E. al hablar; al respecto
explicó: “Sostiene la mirada, a nivel del cuerpo nosotros también nos
podemos dar cuenta cuando alguien está mintiendo, cuando alguien está
fantaseando.” Además, descartó que en el caso estuviera ante una paciente
con un “cuadro de base desorganizado” o alguna “fantasmática” que pudiera
hacer dudar del relato y de la lógica del pensamiento.
     Añadió Piergentili que trabajaron en terapia sobre la “…re sexualización
de un montón de situaciones y significación de lo que había ocurrido en su
infancia…” A propósito, recuérdese lo que dijo E. en cuanto a la importancia
del “apoyo psicológico” para poder entender lo que le había pasado.
     Como podrá observarse, el ya destacado sostenimiento del relato a lo
largo del tiempo por parte en este caso de E., también incluyó a su terapeuta
actual quien, además, corroboró el alto monto de angustia y abatimiento de
la joven a raíz de los ataques contra su integridad sexual cuando era una
niña. Carga emocional que, junto con la forma de producción (siempre igual,
sin cambios), le permitió asignarle verosimilitud a lo narrado.
     Por su parte, B.F., comenzó su exposición con esta afirmación que
transcribo en honor a su claridad: “Lucas Puig abusó de mí en el colegio San
Benjamín, en el baño, en el salón del SUM. Nos hacía que le chupemos el
pito. Nos decía que lo hagamos despacio para que no le duela. Nos
amenazaba con que si le contábamos iba a ser peor y más seguido, que iba
a matar a nuestros papás. Se desnudaba en el SUM. Las cortinas estaban
cerradas y el telón también. Él y Silvina Díaz sabían cuando pasaba, todo
sabían seguramente. Él estaba desnudo, se nos reía. Corría desnudo,
caminaba. Todo para que nosotros lo veamos…”
     Podrá notarse, como bien lo apunta el veredicto para desestimar el
argumento defensista vinculado con la absurdidad o grotesco de la situación,
que B. nunca dijo que Puig corría desnudo o con sus “tetas de plástico” por
el jardín, sino que lo hacía en el SUM, con las cortinas de las ventanas bajas
y telón de por medio.
     Sí aseguró que Puig ingresaba en los “cubículos” de los baños (“donde
estaba el inodoro”) mientras hacían sus necesidades y en ese lugar los
obligaba a chuparle el “pito”. El propio joven en su declaración destaca que
lo que él identificaba a sus 3 años como “…un grano que se le ponía a veces
blanco en el pito, ahora ya de grande me doy cuenta que él eyaculaba…” Al
respecto, manifestó que “…más de una vez me aguantaba las ganas de ir al
baño a hacer pis, las veces que estaba con él, para que no abuse de mí.
Eso me generó mucho miedo cuando era chiquito…”
     Con respecto al ya mencionado “juego del chancho” confirmó que
consistía en ponerse “en cuatro patas y olerles la cola a nuestras
compañeras…Hacía que nos olamos la cola y nos acercáramos, pongamos
nuestra cara en la cola del otro y oler…”
     Seguidamente describió lo que ocurría en el SUM del jardín (“En el
SUM él se desnudaba, muchas veces nos tocaba, se reía cuando estaba
desnudo”), También en el SUM ocurrían las secuencias del corpiño: “Se
sacaba lo que tenía puesto, el buzo, la remera y ya lo tenía puesto el
corpiño.”
     Recordó a otros compañeros suyos que también eran víctimas de estos
actos y mencionó a E. y M. Refirió que, cuando lo obligaba a que “le chupe
el pito”, estaba solo con él, pero cuando se desnudaba estábamos juntos (en
referencia a E.) y que allí caminaba, se reía y los amenazaba. Con respecto
a esto último precisó que, si le contaban lo que ocurría a sus padres, “…lo
iba a hacer más seguido o peor…iba a matar a nuestros papás…lo iba a
hacer más veces, peor, más fuerte nos decía…”
     Aclaró con insistencia que “las ventanas [del SUM] estaban cerradas
con cortinas” y que también había un “telón” que tapaba la visión; “no podía
ver nadie. Eso tapaba [en alusión al telón]”, aseguró.
     Dijo que, dentro de la sala, Lucas se daba besos en la boca con la
señorita Silvina (Díaz) quien sabía lo que el nombrado les hacía.
     En cuanto a los efectos y secuelas que se mantuvieron en él aún
mucho tiempo después de los hechos contó: “Yo a Lucas le tuve mucho
tiempo miedo. Tenía miedo de que aparezca. Que nos haga de nuevo lo que
nos hacía…No podía estar a oscuras. Tenía que dormir con la televisión
prendida, una luz o una linterna, no quería estar a oscuras. No podía ir al
baño público solo. Me tenía que acompañar mi mamá…mi papá o alguien en
el yo confíe…” Más adelante dijo que “…ahora no le tengo miedo porque
pude superar los miedos con ayuda psicológica. Tuve tres psicólogas que
me ayudaron a superar el miedo…”
     Como dijera, muy lejos de retractarse, B. confirmó los actos a los que
era sometido por parte de su profesor y que, con otras palabras acordes a
un niño de 3 años (“grano rojo que se ponía blanco”, por ejemplo), le había
relatado a su madre y a la Dra. Méndez.
     Traigo a cuenta lo explicado por la Lic. Florencia Ortíz en el juicio sobre
que a esa corta edad hay mucho riesgo de “sugestionabilidad” y
“contaminación”, pero que resulta improbable que un niño sostenga en el
tiempo algo que le es ajeno. Pues bien, la presencia de B. en el juicio, con
16 años, poniendo en palabras el calvario sufrido, asignando el real alcance
a los hechos que lo victimizaron a manos de quien le debía contención y
cuidado, hablando de los miedos que lo atormentaron por años y que sólo se
disiparon con terapia psicológica, es una prueba insoslayable de que lo
vivenciado no le era en absoluto ajeno.
     Sobre las secuelas y cambios conductuales observados en B. luego de
que se produjera el develamiento de los hechos, su madre (Patricia Porro),
afirmó en el debate que el niño no quería dormir solo, estaba vestido todo el
tiempo, quería bañarse continuamente, no quería pasar cerca de donde
estaba el jardín (hasta la actualidad mantiene esa conducta). Recordó -al
igual que el joven- una situación vivenciada en una entrega de premios en el
Coliseo Podestá en donde B. -de doce años- vio a Puig y se largó a llorar.
Agregó que, aun al día de hoy, no puede ir a baños públicos solo y tiene que
ser acompañado por su padre o hermano.
         Pues bien, se aprecia que los crudos testimonios de los ahora
adolescentes B.F. y E.V. resultaron coincidentes y concordantes entre sí en
orden al autor de los abusos, a la mecánica de los mismos, a los lugares de
su perpetración y a las amenazas proferidas; coincidencias que, en esencia,
se han mantenido desde el inicio mismo del proceso de develamiento.
Otrora -como se verá- mediante el empleo de palabras acordes a su edad o
dibujos. Ahora con otro léxico, con una identificación precisa de las partes
del cuerpo involucradas, con un cabal entendimiento del alcance de los
“juegos” y demás actos a los que eran obligados a participar cuando tenían
apenas 3 y 4 años. Pero siempre con una carga de angustia, miedo y
vergüenza que fue observada por los padres, por sus terapeutas
particulares, que fue contada por ellos mismos en el debate y comprobada
por los magistrados del Tribunal con las ventajas derivadas de la
inmediación con las fuentes personales de conocimiento (se mencionan en
el veredicto momentos de llanto durante las jornadas de debate; v. fs. 2752,
cit.).
         Vayamos a las referidas declaraciones prestadas por los propios E. y B.
en la instrucción cuando tenían 4 años de edad. En función de las
características del procedimiento de recepción de estos testimonios, vale
señalar que el propio Tribunal -aún sin que hayan existido cuestionamientos
de las partes sobre la validez de estas diligencias cuyas actas y
transcripciones fueron incorporadas por lectura al debate- aclaró que “no son
declaraciones bajo la modalidad de Cámaras Gesell propiamente dichas, en
tanto las mismas se recibieron con la precariedad imperante del momento
para recibir esta clase de declaraciones, estando los menores a la vista de
todas las partes y dirigiendo el interrogatorio la Fiscal, en una época donde
aún no existían las salas acondicionadas para la debida recepción de estos
testimonios ni el Protocolo de la Suprema Corte de Justicia para recibirlas.”
(v. fs. 2690, cit.).
      Cabe precisar que el art. 102 bis fue incorporado al Código Procesal
Penal bonaerense por la ley 13.954 publicada en el Boletín Oficial el 5 de
febrero de 2009 y las “Cámaras Gesell” de B. y E. se llevaron a cabo los
días 7 y 8 de octubre de 2010 respectivamente.
      Pues bien, de haber existido un perjuicio, ha sido con relación a los
niños de 3 y 4 años que tuvieron que hablar de sus padecimientos bajo tales
condiciones (incluso con el acusado en una sala contigua). Es que la
“Cámara Gesell”, como la conocemos ahora, es una medida tendiente a
proteger -precisamente- los derechos de los Niños, Niñas y Adolescentes en
atención a su condición de vulnerabilidad.
      Por lo demás, la aclaración explicitada en el veredicto evidencia que la
forma de producción de este anticipo extraordinario de prueba fue tenida en
consideración por mis colegas al momento de valorar los relatos prestados
por los niños en ese contexto.
      E.V. (4 años de edad) comenzó diciendo que le habían hecho “cosas
feas en el San Benjamín”, “cosas malas” y sindicó -una vez más- a al
“profesor Lucas” como quien “…me hizo cosas feas…me asesinaba”. Al
respecto, si bien no pudo allí explicar a qué se refería, habló sobre las
amenazas que con un cuchillo que le entregaba su señorita Silvina les dirigía
Lucas. Más adelante afirmó que Lucas le ponía la punta del cuchillo en la
nariz (“…nada más que con la punta del cuchillín, con la punta del cuchillo
me lo metió así ‘tin’ y nada más…”)
     Cuando fue preguntada sobre si esas eran las “cosas feas” a las que se
refería, dijo que “[n]o, también unas cosas más que me pasaron”, para
enseguida hacer alusión al juego del “chancho sucio” que hacían en la clase
de música con Puig. Según las palabras de la niña el juego se desarrollaba
“donde están todos los instrumentos” (SUM) y consistía en que “…él se
sacaba la ropa…nos hacía cosas malitas…él se sacaba los calzoncillos y los
pantalones y nosotros le teníamos que sentir el pito… le teníamos que sentir
el olor a pito…” Dijo que, además de ella, también lo hacían otros
compañeros entre los que mencionó a B.
     Por último, a instancias de las partes, la niña fue consultada sobre si
alguien le había indicado previamente lo que tenía que manifestar en la
entrevista, siendo su respuesta negativa (“…No; yo me acuerdo lo que me
acuerdo.”)
     Como se verá, con las limitaciones e imprecisiones propias del relato
de una niña de cuatro años declarando en las condiciones antedichas sobre
“cosas feas” vivenciadas en el jardín, su narración coincidió en esencia con
lo que E. le había revelado a su círculo íntimo y -radicada la denuncia- a la
Dra. Méndez. En efecto, se reitera el señalamiento a Lucas y la conducta
colaborativa de la señorita de la Sala, la mención a las amenazas con un
cuchillo y al juego del “chancho sucio” en el que Puig se desnudaba y
obligaba a E. a “sentir[le] el olor a pito” (en el juicio, la joven explicó a qué se
refería por entonces).
     El relato de B.F. fue más limitado que el de E., circunstancia que,
además de las mencionadas más arriba con respecto a las formalidades de
la diligencia, fue atribuida por los sentenciantes a la menor edad del niño y a
su carácter más “introvertido” (lo cual fue observado directamente en el juicio
con las ventajas de la inmediación).
     Sin perjuicio de ello, el pequeño B. pudo decir en ese escenario que
estaba asistiendo a un jardín nuevo porque “…había uno que hacía cosas
feas, el San Benjamín, que estaba cerca [de su casa]…El San Benjamín,
hacía cosas feas el profesor de música. Hacía cosas feas…” Seguidamente,
con palabras acordes a su edad, precisó: “…[i]ba al baño con nosotros y yo
no quería, yo iba siempre pero yo no quería, hacía cosas feas, cantaba
cosas feas, canciones feas. Cosas feas…” Al ser preguntado sobre por qué
no quería que Lucas lo acompañara al baño dijo “…[p]orque ya sabía dónde
estaba el baño…Le decía pero él no me escuchaba” para luego indicar que
había dos baños (“de los grandes” y “de los chiquitos”).
     La connotación sexual de esas “cosas feas” fue analizada a partir de lo
atestiguado en el debate por la Lic. Florencia Ortíz, psicóloga del Fuero de
Responsabilidad Penal Juvenil que estuvo presente como observadora en la
mentada declaración de B. y afirmó haber visto que, cuando se apagaron las
cámaras, el niño salió corriendo, tomó de los pantalones a la Fiscal
interviniente, y espontáneamente le dijo que “le había visto el pito a Lucas
Puig”. Esta circunstancia evidentemente respalda lo dicho anteriormente en
cuanto a que la forma en que se llevó adelante la recepción de estas
declaraciones no garantizó un marco acorde a la situación de vulnerabilidad
del pequeño B. Sin perjuicio de ello, el niño pudo confirmar parcialmente lo
que hasta entonces había contado a sus padres, a su pediatra y a la perito
Méndez.
     Considero que implicaría una valoración sesgada tomar
fragmentariamente sólo los dichos del niño, verbalizados en la precaria
audiencia, pero desatender una particularidad de mayúscula relevancia,
como lo que se dijera a la fiscal una vez finalizada la entrevista. No importa
por qué, así ocurrió y ostenta un gran peso como circunstancia inferencial
que le otorga credibilidad a la víctima.
     En el avance del proceso, los niños víctimas y otros compañeros del
jardín (un total de 14) fueron entrevistados por tres especialistas del Cuerpo
Técnico del Fuero de Responsabilidad Penal Juvenil quienes concurrieron al
debate a exponer sobre las conclusiones de sus informes elaborados en
2010 (v. fs. 2761/70vta., cit.)
     Entre las múltiples entrevistas llevadas a cabo el mismo día por la ya
nombrada Lic. Ortíz, se destaca la mantenida con el niño B.F. Aclaró la
experta en el juicio que “…[n]o evaluamos la existencia de un abuso si
existió o no, sino que a partir de un relato evaluamos la capacidad para dar
un testimonio…”
     En cuanto a B. dijo que, más allá de “…algunas cuestiones referentes
al desarrollo como miedo a dormir solo, peleas entre compañeritos…”, no se
observaba “[n]ada sintomático”. Explicó que no advirtió “nada que lo afectara
desde lo espontáneo” y que “no había relato de nada”. Por ello, para no
“dejarlos angustiados, preocupados”, se entrevistó con los padres de B.,
recordando que la forma en que lo abordaron (“eran precipitantes”) no tuvo
un correlato con la actitud de los otros padres a los que describió como
menos ansiosos y “expectantes”. Destacó como una incongruencia que el
papá de B. decía que sabía que al niño no le había pasado nada pero que
deseaba que “este hombre vaya preso”.
     Entre otras generalidades, luego de indicar que no es aconsejable que
se hable mucho con el niño tras las primeras sospechas (“…si los niños son
muy chiquitos, por la sugestionalidad se tiende a contaminar…”) dijo la Lic.
Ortíz que “…[d]espués tienen que responder algunas preguntas y no pueden
sostener algo que es ajeno, un poco sí y un poco no…” [lo subrayado me
pertenece]. Además, al ilustrar acerca de las “fabulaciones” como
argumentos yuxtapuestos con la lógica infantil, dijo que la sexualidad se
encuentra por fuera de ello hasta la pubertad y descartó una “memoria
colonizada” en B.
     Finalmente aparece espontáneamente en su declaración la alusión a la
ya mencionada situación que tuvo lugar al culminar la pseudo cámara
Gesell: “…vino B. corriendo y nos recordó: ‘Ah me acordé que le vi el pito a
Lucas’. Llamó la atención. Me llamó la atención porque salió de contexto. No
estaba contextualizado…Espontáneamente relató eso. Se acercó a la Dra.
Bravo porque era muy pequeñito todavía, le tiró del pantalón porque era muy
pequeñito todavía y relató eso…” (v. fs. 2770 vta., cit.)
     Aun relativizando la entidad del episodio (lo que no se vislumbra como
razonable en función de la espontaneidad de la conducta de B.), se observa
que la perito dijo que no existió un relato (de los hechos denunciados) por
parte del niño, por lo que desaconsejó que se le tomara declaración.
Comparto aquí el razonamiento de mis colegas de la instancia en cuanto a
que, en rigor, la información relevada por la Lic. Ortíz no apuntaló la
hipótesis defensista porque si -al menos en esa entrevista- no existió un
relato sobre los abusos, mal puede sostenerse que tuvo lugar una
implantación de un discurso al respecto.
     De cualquier modo -insisto- no es posible soslayar el incidente de B.
con la fiscal, por la espontaneidad del que relata, como así también la
pertinencia de lo que dijo con respecto al objeto de la investigación. Así, la
conclusión de la profesional sobre que “no había relato” no se compadece
con la referida secuencia que percibió directamente a través de sus sentidos
y narró en el juicio.
     E.V. fue evaluada en la misma ocasión por la colega de Ortíz, Lic. Elisa
Graciela Rossi, quien también brindó las explicaciones en el nuevo juicio en
torno a su trabajo profesional en los inicios de este proceso. En línea con lo
observado por su compañera, Rossi dijo que “…[e]n la entrevista con la niña
no hubo ningún enunciado que tuviera una referencia a los hechos
denunciados…”
     A un lado las generalidades y reflexiones en abstracto (por ejemplo, al
hablar de los recuerdos implantados o falsas memorias), la perito señaló que
la edad de la niña (“tiempo instituyente”) se enmarcaba en la etapa de
exploración o curiosidad sexual, pero que carecía de un conocimiento
acabado de lo genital (“…está en plena exploración de lo que tiene que ver
[con] la etapa genital infantil…”).
     También mencionó que E. efectuó –“en un marco de espontaneidad y
alegría, como un juego”- un relato con una “producción terrorífica”, “de tinte
fantástico” en el que empleaba palabras como ratas, sangre, martillos y el
uso de cuchillos. Al ser consultada al respecto expresó: “…[n]o me resultó
fantasioso, me resultó sintomático […] Me resultó sintomático que una niña
hablara de elementos terroríficos…”
     Como bien apunta el Tribunal, nada de lo relevado por la Lic. Rossi
permite sostener que haya existido en E. un relato implantado sobre los
abusos sufridos.
     Tal como ocurriera con Ortíz que afirmó con insistencia que no había
existido un relato de B. sobre los abusos, pero no supo explicar (ni pareció
asignarle relevancia) la situación ocurrida al concluir la Cámara Gesell, la
Lic. Rossi tampoco estuvo en condiciones de brindar una explicación sobre
las razones o, al menos, el contexto en que E. comenzó a hablar de ratas,
sangre, asesinato, cuchillo; mucho menos ahondó la experta en la
denotación que esas palabras podrían tener para la niña en el marco de una
investigación que procuraba esclarecer presuntos hechos de ASI.
     Vale señalar que esa terminología formó parte del relato de los hechos
abusivos sostenido hasta entonces por E. frente a propios (madre, padre,
hermana, padrastro) y extraños (médica de policía) y -como se vio- su
significado fue explicado en el juicio por la propia joven: “…se lo dije a Elisa
Rossi, yo sentía que él me mataba todos los días…Porque a nosotros nos
sacaron todo. Como niños, a mí como mujer…yo le decía a ella que cuando
me pasaba esto de los abusos, que cuando me metía el dedo, cuando me
quiso penetrar, cuando me atragantaba con la rata, que a mi me asesinaba
todos los días. Entonces, ella en ese momento me frena y me dice que yo
estaba estaba mintiendo, que ella no paraba de escuchar un cuento de terror
con sangre, con asesinato y todo eso…” (v. fs. 2699vta. y 2701, cit.)
     Bajo tal panorama no puedo más que coincidir en que las afirmaciones
de las peritos sobre la inexistencia de referencias de contenido sexual por
parte de los niños evaluados, no resultaron plenamente concordantes con lo
observado. Luego de un exhaustivo análisis de lo informado por las
profesionales y de lo explicado (y no explicado) al respecto en el juicio, mis
colegas de la instancia anterior -a partir de un razonamiento probatorio que
comparto- concluyeron: “No podemos entonces ponderar estas
declaraciones como eficaces para controvertir la existencia de los abusos
por todas las razones dadas. Las contradicciones relevadas y, en definitiva,
la insuficiente motivación para sustentar los informes, permiten dudar del
rigor científico de las conclusiones de las peritos.” (v. fs. 2795 vta., cit)
     Cabe señalar aquí que, en nuestro sistema procesal, la prueba de
peritos, no excluye la libertad de apreciación según lo normado en los
artículos 210 y 373, c.c. y s.s. del C.P.P., como cualquier otro medio de
prueba, por lo que carece de obligatoriedad. La valoración de los informes
reclama que, por el principio de contradicción, los intervinientes deban
convencer argumentalmente, entre otras labores, por medio de la valoración
crítica de la prueba incorporada en la que se utiliza el principio de la libre
convicción en la valoración de la prueba y, con él, el de la necesidad de
obtener la decisión mediante la crítica racional en la apreciación de todos los
elementos de prueba en su conjunto. Sólo los principios científicos en los
que se base y las concordancias de sus conclusiones con las leyes de la
sana lógica, le darán la necesaria fuerza como para imponer sus puntos de
vista al juzgador. Dicho de otro modo, los peritos asisten al tribunal, por lo
que su dictamen pericial debe ser examinado por los jueces a la luz de las
reglas lógicas y de la experiencia para poder lograr una fuerza convictiva.
     Como dijera, dicha tarea fue realizada correctamente por los
sentenciantes que, con sólidos argumentos, desecharon la hipótesis
defensista de la existencia de relatos co-construidos o implantados, la que
buscó hallar una de sus bases de sustento en los dictámenes de las
Licenciadas Rossi y Ortíz, siendo que -reitero- de los mismos no es posible
extraer razonablemente tal conclusión.
     Con respecto al inicio del proceso de develamiento de los hechos
debemos remontarnos a la época de su ocurrencia, esto es, cuando B.F. y
E.V. tenían 3 y 4 años respectivamente, con palabras y detalles acordes a
sus cortísimas edades, contaron a sus padres las situaciones de abuso a las
que eran sometidos a manos de su profesor de música Lucas Manuel Puig
en el Jardín San Benjamín, durante el turno mañana.
     Al respecto declararon en el debate los padres de los niños y aportaron
detalles de este proceso que permitieron al a quo dotar de verosimilitud a
esos dichos luego ratificados y resignificados en el juicio por los ahora
adolescentes B. y E.
     Fue oída, en primer lugar, la madre de E., María Cecilia de León,
quien contó en su declaración juramentada la forma en que su hija -de 4
años- logró poner palabras los actos que la victimizaran, no sin antes
precisar que desde mediados de julio de 2009 (luego de las vacaciones de
invierno), la niña había empezado a mostrarse “muy irritada” y reticente a ir
al jardín, circunstancia que la testigo atribuyó en un primer momento a su
divorcio con el padre de E. Mencionó, como otra actitud llamativa, que
cuando la niña iba a lo de su abuela materna (era quien la llevaba al jardín),
lloraba e iba al baño, pidiendo que dejaran abierta la puerta (lo que -según
de León- sigue haciendo actualmente con 16 años). Al respecto, de acuerdo
con lo consignado en el veredicto (v. fs. 2655vta., cit.), recordó que, si bien la
niña había dejado de usar pañales muy tempranamente, “[e]se fin de
semana tuve que bañar a E. diez veces el día sábado. Se orinaba encima.
Parecía una niña de dos años […] Había hecho una regresión pero
increíble…”
     Esta situación generó preocupación en de León (“algo estaba
pasando") por lo que, de inmediato, puso en conocimiento del estado de E. a
las autoridades del Jardín San Benjamín, más concretamente a la “Señorita
Silvina”, quien -según la deponente- le respondió: “…‘si en casa hay
problemas no te preocupes’…”
     En cuanto a las circunstancias en que se produjo la revelación de los
hechos por parte de E., narró una secuencia acaecida el 14 de marzo de
2010 en que su por entonces pareja (actual marido) Néstor “Peca” Travaglini
le contó que, mientras estaba cocinando con la ayuda de E., más
precisamente cuando colocó un peceto sobre una olla, la niña le preguntó
qué era y el nombrado dijo “…‘es carne para comer con los fideos’…”, al
tiempo que la pequeña de cuatro años refirió: “…‘No, eso no es carne, eso
es un pito’…”
     La testigo expresó que el diálogo entre E. y Travaglini continuó con éste
tratando de indagar en las razones de esa llamativa comparación. La niña,
llorando, le habría dicho a “Peca”: “…‘te tengo que contar un secreto, pero te
pido por favor que no se lo cuentes a mi mamá si yo te lo cuento a mi mamá
la van a matar […] Yo voy al baño con Lucas, con B. y con Be. son mis
compañeros de sala. Lucas es mi profesor de música…Sí, yo le veo el pito a
Lucas’…”.
     No puede pasarse por alto la importancia de esta circunstancia. Con
particularidad, una niña, de apenas 4 años de edad, relacionó la forma del
peceto con el miembro viril, el pene, lo cual permite inferir que la entonces
pequeña niña efectivamente tenía un conocimiento de la sexualidad
masculina, claramente inapropiado para su corta edad. Y no sólo eso, pues
le dijo al testigo que ese “pito” –el que ella veía- era el del propio imputado.
Por otra parte, la niña relacionó espontáneamente las imágenes –el peceto y
el pene-, por lo que no puede vislumbrarse algún tipo de contaminación.
     Cabe destacar que Néstor Domingo Travaglini declaró en el juicio y
confirmó lo expuesto por su esposa, añadiendo algunos detalles de la
secuencia en cuestión: “…Estaba mechando una carne que era un peceto y
me dice E., se pone atrás de la pared y me dice ‘eso parece un pito’…” Dijo
que, al interpelarla sobre cómo sabía eso, la niña refirió “…‘porque lo
aprieto”…”, para luego contarle que su profesor de música de nombre Lucas
iba con ella y con B. al baño.
     Enfatizó que el estado de ánimo de E. al efectuar el relato era “bastante
extraño” porque “…[s]e reía. Se ponía nerviosa. Se rascaba, eso me llamó
mucho la atención porque se lastimaba…Se lastimaba rascándose. A mí me
ha llamado poderosamente la atención porque era una como una agresión.
Era una nena que no tenía esa forma de ser, se rascaba los brazos, acá, se
lastimaba. Me llamaba la atención por eso. No había ningún insecto ni nada,
era como un estado nervioso…”
     De León afirmó que, al tomar conocimiento de lo que estaba ocurriendo
en el jardín con su hija, “…empezó a atar un montón de cabos…”, ello en
relación a los cambios conductuales que había notado en E. (no controlaba
esfínteres, quería que la bañe permanentemente, dormía con la luz
prendida, estaba muy angustiada).
     En ese contexto, recibió el relato de E. acerca de sus padecimientos en
el jardín. Traigo a colación lo transcripto en el veredicto con relación a lo
expuesto por la testigo sobre dicha conversación, desde que la forma de
expresarse de E. se exhibe totalmente acorde con el léxico de una niña de
cuatro años que se encontraba atormentada por una situación cuya
gravedad, a esa altura, no podía dimensionar.
     Tal como lo hiciera instantes antes con la pareja de su madre, E. le
confirmó a su madre: “…‘-yo voy al baño con Lucas, con B. y Be […] Mamá
Lucas viene a la sala y a la hora de los cuentos nos saca. Yo lloro-… ¿A
quién sacan de la sala? -A B. y a E., mamá- ¿Y a dónde los llevan? -Nos
vamos con Lucas al baño al lado del SUM- ¿Nadie los ve? –No mamá, nadie
nos ve porque ese baño no es un baño, es una habitación que hay un
escritorio. Hay una habitación con una puerta y hay un baño. En ese lugar,
Lucas se ponía unas tetas de plástico, un corpiño rosa, le veíamos un grano
rojo que se convertía en blanco. Me amenazaba con un cuchillo-…”.
     Continuó la testigo señalando que, de acuerdo con el relato de E., en el
baño del SUM, el acusado la obligaba a sentarse en una silla y, en palabras
de la niña, “…‘[c]ierra las piernas, tira la cabeza para atrás, abre la boca y se
tenía que tragar el pis blanco […] Lucas me baja el pantalón, me baja la
bombacha […] no quiero que Lucas me abra más la cola y hace mención a
su dedo meñique que el imputado tenía una uña que introducía en su
vagina. Su dedo meñique lo introducía en su vagina. No quiero que me abra
más la cola’…”.
     En cuanto a lo que acontecía en el SUM del jardín, mientras estaba
presente “la señorita de la Sala” (Silvina Díaz), la testigo afirmó que E. era
muy gráfica al describir la “actividad” que hacían con Puig: “…‘Mamá
teníamos que hacer una fila los nenes, las nenas, nos subíamos el pintor,
nos levantábamos la remera, nos bajábamos la bombacha, abríamos las
piernas. Lucas pasaba por abajo, nos chupaba la cola de adelante y la cola
de atrás […] Y aparte cuando nos ponía en fila, nos hacía abrir las piernas,
nos chupaba la cola de adelante y la cola de atrás, hacía pis los
instrumentos’…”
     De León narró a continuación los contactos que, a partir de la
revelación, mantuvo con profesionales de su confianza, comenzando por el
Dr. Gliemmo (primo suyo), quien le sugirió que fuesen a ver al pediatra de la
nena y a una psicóloga. Así, dijo la testigo que el pediatra de E., Dr. Mario
De Amézola, atendió a la niña (reticente a ser revisada en su zona genital),
habiendo observado el galeno “una gran irritación en la zona de la vagina”,
por lo que le indicó que hicieran una consulta con una psicóloga.
     Repárese en este punto, la correspondencia entre parte de la mecánica
de los abusos narrados en aquel momento por E. y la verificación de su
pediatra al revisar la vagina de la niña.
     Precisó la testigo que, al día siguiente, llevó a su hija a ver a la
psicóloga Leda Suárez quien, luego de mantener dos entrevistas
consecutivas con E., le dijo que obtuvo un relato similar al que la niña había
hecho ante su círculo íntimo y que había indicadores de victimización por
abuso sexual (recordó que en un dibujo que la profesional le pidió que
hiciera, la niña ilustró un pene al que nombró como “Lucas”).
     Refirió que, mientras estaba gestionando el turno con la mencionada
especialista de la psicología, su otra hija (Ariana) grabó espontáneamente a
su hermana menor quien volvió a narrar las situaciones vivenciadas a manos
de su profesor de música de la misma manera que lo hiciera previamente.
     Bajo este panorama es que, con fecha 17 de marzo de 2010, radicó la
denuncia policial, luego de lo cual decidió ponerse en contacto con la madre
de B. -Patricia Porro- a quien su hija había mencionado cada vez como otro
de los niños al que Puig obligaba a presenciar y ser parte (víctima) de los
actos narrados. Contó que, cerca de las 12 de la noche, recibió un llamado
del padre de B., Leonardo Flores, quien le contó que el niño (de, por
entonces, tres años) también dijo que “…‘le vemos el pito a Lucas’…” y que
narró la misma situación del grano rojo que se pone blanco y del “pis
blanco”. En virtud de ello, a esas horas de la noche -agregó la dicente-, los
padres del pequeño B. también fueron a formular la denuncia.
     Obsérvese que dicha comunicación se realizó luego de entablarse la
denuncia, por lo que no puede decirse, en modo alguno, que haya existido
algún tipo de influencia indebida. Ambos niños relataron esencialmente lo
mismo, y sus padres –antes de la primera denuncia- no habían dialogado
sobre el asunto.
     La hermana mayor de E., Ariana Villaverde, prestó declaración
testimonial en el juicio y confirmó que en 2009 la niña había empezado a
exhibir actitudes raras (“…Yo veía que estaba rara, no quería ir al jardín, que
quería ir al baño muchas veces, decía que se sentía sucia…”), pero que, por
entonces, atribuían al contexto de separación que recientemente habían
transitado sus padres.
     Además de corroborar las alternativas de la escena en que salieron a la
luz los hechos, mencionó las palabras utilizadas por la niña de cuatro años
para recrear las “atrocidades” a las que era sometida: “Que el profesor de
música, Lucas le hacía cosas. La llevaba al baño. Que tenía una rata con
pelos con olor a pis. Que tenía un grano rojo y que tenía pis blanco que lo
tenía que chupar. No sólo a ella, a B. también, y también lo llevaba al baño.
Decía que no quería ir más al jardín porque Lucas le metía el dedo en la cola
y eso le dolía mucho. Que no quería que le abra la cola más. También decía
que Lucas en el SUM se ponía tetas de plástico con un corpiño rosa y se
daba besos con la señorita Silvina, y jugaban al juego del chancho sucio, se
tenían que bajar los pantalones abajo del pintor y olerse…Que la señorita
Silvina estaba en la puerta y miraba que Noemí [por entonces directora del
establecimiento] no venga…”
     Dijo la joven Ariana que, como tenía consigo su teléfono celular, decidió
grabar a su hermana mientras hilvanaba su relato. Allí -manifestó- la niña
ratificó que no quería ir más al jardín porque Lucas “…le metía el dedo en la
cola, el dedo meñique. Que le dolía. Que tenía la uña pintada… Que tenía
que chupar a la rata porque si no la iba a matar a mi mamá. La rata con
pelos tenía que chupar, la rata con pelos que tenía un grano rojo y que salía
pis blanco y que le ponía un cuchillo en la nariz para que se chupe todo ese
pis…”
     También declaró en el juicio el padre biológico de E.V., Jorge Daniel
Villaverde, que confirmó la secuencia narrada por su ex esposa acaecida en
la puerta del jardín en la que la niña, al verlo (hacía varios días que no lo
hacía), se largó a llorar y estiró los brazos para que la alzara. Manifestó que,
al preguntarle qué le ocurría, E. “…se angustió de golpe, de la nada y me
dijo ‘papá, Lucas me mordió la cola’…”, aludiendo -según infirió el testigo- a
la vagina porque así identificaba esa parte del cuerpo en aquel entonces.
     Además, corroboró alguno de los cambios conductuales en la niña por
aquella época: “…no quería ir al baño, aguantaba muchas horas…” y ratificó
lo declarado en 2010 en cuanto a que E. también le había contado que iba al
baño con Lucas y que la señorita se daba besos con éste y se quedaba en
la puerta “…porque sino Noemí los iba a retar…”
     Fue oída posteriormente en el juicio la declaración testimonial de la
madre del menor víctima B.F., Patricia Porro, quien además de confirmar la
secuencia del llamado recibido de parte de Cecilia de León por el que tomó
conocimiento de lo que estaba ocurriendo, dio cuenta de ciertos cambios en
la conducta del pequeño B. en aquel entonces. Precisamente narró
situaciones de mucha agresividad del niño en el jardín que incluso motivaron
que la maestra (Díaz) le preguntara “…‘¿mamá en tu casa las cosas están
bien?’…” y -tal como ocurriera con E.V.- contó que su hijo le pedía con
insistencia que lo bañara (“…se ha llegado a bañar entre ocho y nueve
veces por día…”)
     Retomando la escena del develamiento dijo que, tras el llamado de la
madre de E., le preguntó a su hijo si Lucas iba al baño del jardín con él, a lo
que B. le dijo “a veces”. A partir de allí intentó profundizar sobre el tema
logrando que el niño -con evidentes nervios- le contara que Lucas hacía pis
delante de ellos (nombró a E., a Be. y a M.), que le veían el “pito” y graficó
con gestos algo que le hacía (le hizo cosquillas en la cola y tomó su dedo
pulgar, se lo llevó a la boca y dijo “… ‘así ma, despacito para que no le
duela’…”). Añadió que B., de la misma manera que lo hiciera E., le dijo que
“…‘Lucas tenía un grano rojo que se ponía blanco, eso era en el baño’…
Que él le decía que no se metiera en el baño y él se metía igual.”.
Nuevamente aparecen referencias al “grano rojo que se pone blanco”,
además de haber graficado, al llevarse el dedo a la boca, la aparente
práctica de una felación.
      Recordó que, en ese momento, el niño quiso bañarse nuevamente y
que, mientras lo hacía, volvió a decirle -ahora también delante de su padre
que había regresado del trabajo- que “…‘[Lucas]tiene un grano rojo que se
pone blanco en el pito. Y que se lo veía en el baño’…” Luego de ello
-agregó- su marido llamó a la madre que se había puesto en contacto con
ella instantes antes y cuyo nombre desconocía, pero el número telefónico
había quedado registrado en el contestador.
     Porro contó que esa misma noche intentaron que su consuegra Adriana
(pediatra) revisara al niño, pero la nombrada, luego de escuchar el relato de
B., les dijo que se dirigieran a la DDI en donde les indicarían los pasos a
seguir. Eso hicieron y, luego de radicar la denuncia, fueron citados para el
día siguiente para concurrir por ante el cuerpo médico.
     Recordó que, en esa diligencia -a la que concurrió con su madre y
donde conoció personalmente a de León y a E.V.- su hijo evidenció otra
conducta llamativa: cuando el niño vio a E., le tironeó la mano a su abuela y
le dijo que no quería estar con la niña “…porque tenía vergüenza, porque E.
le había visto el pito…” Agregó que B. también le dijo a la médica que “…el
pito de Lucas tenía un grano rojo que se ponía blanco…”
     Manifestó que, con el tiempo, B. fue recordando mayores detalles de lo
vivenciado, habló de que “Lucas se desnudaba en el SUM” y mencionó el
juego del “chancho” en el que el nombrado “…les hacía jugar a olerse la cola
haciendo un juego gateando, haciendo una ronda…” Aquí, trajo a colación lo
ocurrido en un acto del año 2009 en el que Puig propuso ese juego en
ronda, del que también hizo partícipes a los padres. Dijo que, en ese
momento “…B. se me prendió con las piernas y los brazos llorando, la
cabeza agachada acá mirándome a mí y me dijo que él no quería jugar…”,
situación a la que en ese momento no le había asignado mayor relevancia
(“…Yo lo tomaba como que él era chiquito y no quería…”)
     La médico pediatra Dra. Iris Adriana Aguirre Céliz ratificó lo dicho por
Porro en cuanto a que atendía eventualmente a los hijos de ésta cuando
tenían alguna afección y respecto a la visita a altas horas de la noche del
matrimonio con el pequeño B.F. Recordó que la madre estaba muy
angustiada con signos de haber llorado y que le dijo que una madre de una
compañera del jardín la había alertado sobre unas presuntas situaciones de
abuso a manos de un profesor de la institución que también involucrarían a
B. Señaló que Porro le comentó los cambios que estaba transitando el niño
(se despertaba a la noche asustado y llorando porque quería dormir con sus
padres, pedía bañarse permanentemente) y que hasta entonces atribuía a
otras circunstancias.
     Aguirre expuso bajo juramento que, cuando fue a hablar con el niño,
éste estaba haciendo unos dibujos, pudiendo observar que uno de ellos era
“un avión con una forma fálica” y en el otro había dos cuadrados alejados
entre sí, explicando el niño que era una casa y el baño. La testigo dijo que,
al referirle al niño que los baños se encuentran adentro de las casas, B.
comenzó a “rayonear” -visiblemente angustiado y llorando- el cuadrado más
chico que había identificado como el baño mientras decía que ese “…‘es el
culo sucio’…” Aclaró que el niño había hecho esos dibujos
espontáneamente.
     Explicó que en la formación profesional de la pediatría se enseña,
desde el aspecto de la salud mental, acerca de los “indicadores de
sospecha” de un caso de ASI, concretamente en lo que respecta a los
cambios conductuales. En tal sentido, dijo que lo que le había narrado
previamente la madre tenía un correlato, tanto en los cambios observados
en B. y “sobre todo la parte del dibujo”.
     El padre de B., Leonardo Daniel Flores, corroboró en el debate las
circunstancias en que tomó conocimiento de lo que estaba vivenciando su
hijo, así como que, por entonces, el niño “…había tenido unos días medio
difíciles en el jardín según la maestra, se estaba portando mal, les pegaba a
los compañeros…”
     Habló de los cambios en las conductas y en el carácter de B.: “…se
bañaba a cada rato, siete u ocho veces al día. Dormía con el pantalón
puesto, no quería que le apaguen la luz…Se peleaba mucho con el
hermano…” No parece difícil relacionar la somatización psíquica del niño
con el “sentirse sucio”, algo que se corresponde con el trauma que
exteriorizaba con su conducta, en la especie, bañarse compulsivamente.
     Sobre las palabras que utilizó el niño en aquella noche del
develamiento precisó: “…el granito rojo que se ponía blanco, eso es lo que
él decía, sobre cómo hay que chupar el pito sin lastimarlo [el veredicto indica
que el testigo recreó la forma en que ilustró el acto el niño, haciendo un
gesto con el dedo]…Que le hacía oler la cola a los compañeros…” Memoró
que el niño indicaba que los actos abusivos ocurrían “en un baño que estaba
pegado al SUM” y que la maestra (Silvina Díaz), desde la puerta de la
cocina, se quedaba mirando que no entrara nadie.
     Tenemos hasta aquí que, a partir de coincidente prueba testimonial, dos
niños de 3 y 4 años, en un contexto vital de cambios de conducta y carácter
similares, de manera absolutamente conteste, empleando palabras y gestos
propios de su edad, contaron a sus padres (y en el caso de E., también a su
pediatra y a una psicóloga) y a la médica de policía que los examinó luego
de la denuncia, una serie de actos de contenido sexual a los que eran
sometidos por Lucas Puig durante las clases de música de las que éste
estaba a cargo en el jardín San Benjamín de La Plata.
     Retomando el orden cronológico de este primer proceso de
develamiento de los hechos observo que, luego de radicadas sendas
denuncias, el 18 de marzo de 2010, tuvo lugar la pericia médica de ambos
menores a cargo de la Dra. Mónica Pilar Méndez.
     La perito médica Méndez declaró en el juicio acerca de su intervención
en el inicio de este proceso. En cuanto a E.V., luego de aclarar que el
examen se desarrolló a solas con la niña, recordó lo narrado
espontáneamente por la pequeña, resultando ello plenamente coincidente
con lo revelado previamente a sus padres, a la pareja de su madre, a su
pediatra y a una psicóloga. Concretamente refirió la testigo que E. decía que
su maestro Lucas se ponía un corpiño de mujer y les mostraba “las tetas”;
les mostraba su cola y genitales (identificando ello -según la testigo-
mediante el señalamiento con gestos de esas partes). Memoró estas
textuales palabras del relato de E.: “…‘Me mordió el culo. Me bajó la
bombacha. Me pega. A todos nos hace eso…Me chupa la cola y la señorita
lo ve pero no lo reta…Le veo el pito que tiene un grano rojo en la punta que
después se pone blanco y le sale pis…Me toca la cola a donde hago pis y
me duele´…” Dijo que la nena indicó que Lucas llevaba a todos los nenes al
baño y que estos padecimientos los tenía entonces (2010) y “también en la
salita de tres” (v. fs. 2688 vta., cit.)
     En cuanto al examen ginecológico, consideró relevante destacar que
luego de colocarse los guantes, la niña se incorporó bruscamente y le
preguntó si tenía las uñas largas. Asimismo, indicó que cuando “tir[ó] de los
labios para visualizar el himen”, E. le dijo “… ‘Lucas me pone el dedo ahí y
me duele…Pero él me hace peor porque tiene las uñas largas y me duele…
Me abre la cola y me pone una rata’…” Con respecto a qué era la “rata”,
explicó la testigo que la niña decía que la tenía el profesor y se señalaba la
zona genital.
     Sobre el resultado del examen sostuvo que la niña no presentaba (más
allá de un eritema vulvar al que restó trascendencia), ninguna lesión, lo cual
-aclaró- era “esperable” de acuerdo con la mecánica relatada.
     Descartó la perito cualquier tipo de inducción o “interferencia” en el
relato de E. durante la evaluación, describiendo cómo estaban ubicados en
el lugar y puso de relieve que “El relato fue muy espontáneo. Con una
terminología acorde a la edad, ella en ningún momento le pone nombres que
no corresponden a los niños, nombró culo, pito, le salió pis, grano rojo que
después se le pone blanco. En ningún momento la nena utiliza lenguaje que
no era apropiado para la edad.”
     En orden al examen realizado a B.F., recordó que se trataba de un niño
más chico, de tres años, y que su relato fue “cortito” pero espontáneo. Dijo
que el pequeño, con sus palabras (similares a las empleadas por E.), relató
que Lucas lo había llevado una vez al baño donde le limpió la cola y le vio
“…‘el pitito que tenía un grano rojo que se le puso blanco pero que ya se
curó y no tenía más’…” (v. fs. 2689vta./90)
     Al igual que en el caso de la niña, B. tampoco presentaba ninguna
lesión, reiterando aquí que “no era esperable” que la tuviera.
     Recordemos que la defensa cuestionó la entidad asignada a la
“validación de los abusos” por parte una médica clínica que no constató
ninguna lesión genital en los niños y que se habría limitado a reproducir sus
dichos (testigo de oídas).
     La Dra. Méndez destacó la espontaneidad de los dichos, el correlato de
las palabras empleadas con la edad de los niños y la ausencia de toda
“interferencia” externa (concretamente de las madres) durante la producción
de los relatos. Además, con respecto a la ausencia de lesiones explicó que,
a la luz de lo que habían podido narrar E. y V., no era “esperable” su
hallazgo.
     Obsérvese la persistencia del relato de los niños (con un lenguaje
acorde a sus edades) no sólo frente a su círculo íntimo de familiares y
“personas de afecto”, sino también frente a una persona totalmente ajena al
mismo como lo es la perito médica de policía a quien habían visto por
primera vez en el examen llevado a cabo menos de 24 horas después de las
denuncias, que habían sido radicadas prácticamente al tiempo de las
revelaciones. En todas las oportunidades, con mayor o menor detalle,
aparecen en los relatos las mismas palabras (“culo”, “pito”, “grano rojo que
se pone blanco”, “rata con pelos”, “juego del chancho sucio”, “pis blanco”,
“uña larga que hace doler”), las mismas ubicaciones de ocurrencia de los
actos y siempre se identificó a Lucas Puig como el perpetrador de los
mismos.
     Como se vio, al deponer en el juicio, habiendo transitado doce años de
proceso, los adolescentes E. y B. relataron detalladamente los mismos
hechos ahora con el verdadero significado de los actos y partes del cuerpo
que en su momento no sabían identificar.
     Al respecto de la tarea de la Dra. Méndez y la contundencia de los
relatos (principalmente de E.V.) obtenidos en el marco de aquella, el
sentenciante extrajo la conclusión de que la experta de dilatada trayectoria
(por entonces coordinadora del Centro de Investigación de los Delitos contra
la Integridad Sexual) había logrado las condiciones necesarias para que los
niños se expresaran con libertad.
     Entiendo pertinente recordar aquí que el develamiento de los hechos
que suele tener lugar en los casos de menores víctimas de ataques a su
integridad sexual constituye un proceso gradual, generalmente complejo y
personal. En virtud de ello, debe tenerse en cuenta que la precisión de la
información que eventualmente puede obtenerse del relato de niños y
adolescentes será diferente para cada caso particular y que ello dependerá
de la edad, el desarrollo cognitivo, el contexto familiar y socio cultural, el
nivel de lenguaje alcanzado y la predisposición para hablar, considerándose
factor de suma relevancia la habilidad y competencia del entrevistador para
lograr, entre otros factores, la comunicación. Con respecto a esto último, se
puede apreciar que -a diferencia de lo acontecido con la Dra. Méndez y con
Aguirre Celiz- las condiciones en que fueron tomadas las declaraciones en
las pseudo “Cámara Gesell” evidentemente no garantizaron un ambiente
propicio y de contención para que los niños pudieran expresarse
tranquilamente.
     La espontaneidad de los relatos expresamente resaltada por la perito
Méndez, la particular forma de describir los actos y partes del cuerpo
involucrados en los mismos, los cambios conductuales y de ánimo, sumado
a la cercanía temporal entre los dichos brindados en esta primera evaluación
profesional y el inicio del proceso de develamiento de los hechos, despejan
cualquier atisbo de inducción o contaminación en los niños (de -insisto- 3 y 4
años).
     Continuando con el análisis de los acontecimientos que se suscitaron
los días siguientes al inicio del proceso de develamiento de los hechos y -a
la par- de la formación esta causa, se destaca una cuestión a la que se le
asignó importante entidad en la discusión, tanto en el juicio como en esta
instancia, sobre la postura asumida por los padres de las víctimas y de los
restantes compañeros de sala. En concreto, me refiero al origen de la
“cadena telefónica” y a la reunión de padres organizada luego de que los
hechos tomaran estado público. La defensa ha procurado con sus
reflexiones sobre el punto restar credibilidad a los dichos de las
denunciantes (principalmente de De Léon; ver fs. 2637 del expediente
principal) y, de alguna manera, instalar la hipótesis de una confabulación
para perjudicar a su asistido sindicándolo falsamente.
     Me detengo aquí un instante para relevar un dato que fue
correctamente estimado como trascendente por el Tribunal no sólo para
asignar credibilidad a sus coincidentes dichos, sino también para
desapuntalar la hipótesis de una confabulación en contra del imputado. Me
refiero a la confirmación por ambas madres (de León y Porro) de que el
primer contacto personal entre ellas fue en el marco del reconocimiento
médico llevado a cabo por la Dra. Méndez en los prolegómenos de este
proceso (v. fs. 2660 y 2667/vta., de la causa principal). Es decir, las familias
de las víctimas no se conocían previamente. Leonardo Flores también dijo
que no conocía a la madre de E. (v. fs. 2681, cit.)
     Sostuvieron al respecto los sentenciantes (v. fs. 2776/7, cit.): “…los
padres de las víctimas no se conocían entre sí a la hora de enterarse para
marzo de 2010 de los hechos imputados y formular la denuncia. No tenían
amistad y ni siquiera se conocían de vista […] Las familias recién se
presentaron y conocieron el día 17 de marzo de 2010, a través de vía
telefónica, con el llamado de Cecilia de León a Patricia Porro, y luego en la
comunicación entre Cecilia de León y Leonardo Flores, en ocasión de que la
primera se enterara de los hechos y, ya habiendo formalizado la denuncia,
se los transmitiera a la segunda, y luego a Flores, quien por ese entonces
era el marido de Porro. La familia Flores denunció apenas un poco después
que la familia Villaverde, con diferencia de horas, después del llamado y
luego de ver a la pediatra de B…”
     Parece cuanto menos forzado sostener que dos familias (aunque, como
se verá, fueron más) que no se conocían entre sí, cuyos hijos estaban
transitando por cambios conductuales similares, que no habían deslizado
ningún encono contra Puig ni contra la institución (de hecho, al profesor
apenas lo conocían y ya habían confiado al mismo establecimiento la
educación de otros hijos mayores), se pusieran de acuerdo para implantar
un relato fantástico en niños de 3 y 4 años logrando que éstos lo sostuvieran
a lo largo del tiempo incluso en el marco de un juicio oral con lo que ello
significa. Recuérdese aquí lo explicado por la Lic. Ortíz luego de hacer
alusión a la “sugestionabilidad” y los riesgos de contaminación de los niños
cuando aparecen las primeras sospechas de abuso: “…Después tienen que
responder algunas preguntas y no pueden sostener algo que es ajeno, un
poco sí y un poco no…” (v. fs. 2768 vta., cit.; el subrayado me pertenece)
     Afirmó Cecilia De León en el juicio que, al día siguiente de que
detuvieran al imputado, tomó conocimiento de parte de Patricia Porro de que
se había convocado a una reunión de padres en el colegio San Benjamín
donde había un “barullo bárbaro”. Refirió que la comunicación a las familias
de esta convocatoria se había llevado a cabo mediante una cadena
telefónica de la que las denunciantes no habrían formado parte (“La cadena
telefónica era entre ellos”; v. fs. 2660, cit.)
     Agregó que, además de esa reunión en el establecimiento, la madre de
un niño de la sala (Thiago) organizó otra en casa de su padre el día 24 de
marzo de 2010 con el fin de escucharlas (a De León y Porro). Dijo que
fueron ambas con las copias de las denuncias radicadas y con el informe
que había elaborado la Lic. Leda Suárez.
     Recordó que, además de que otros padres hablaron sobre los juegos
(del “chancho sucio”, de la “tortuguita”), Sandra Estefanía González (madre
de M.L.) refirió que en el juego del “chancho sucio” había que morderle el
pene, que había que hacerlo despacito para que no le duela, que Lucas
tenía una rata con pelos con olor a pis.
     Expresó que, al terminar la reunión, les dijo a los demás padres que un
primo suyo que es abogado penalista (Dr. Gliemmo) la estaba representando
y que ofrecía sus servicios jurídicos en forma gratuita para el caso de que
quisieran seguir el mismo camino.
     Veamos qué declararon en la oralidad los demás padres integrantes de
la misma Comunidad Educativa.
     La nombrada Sandra Estefanía González declaró en el juicio (v. fs.
2704/7vta.) y lejos de contradecir a las denunciantes, confirmó sus dichos y
dejó entrever la posibilidad de que su hija también haya sido víctima de
abusos sexuales.
     Contó que, luego de tomar conocimiento de que el profesor de música
de su hija M.L. había sido detenido, habló con la niña quien le confirmó que
jugaban con él al juego del chancho y le propuso jugarlo. Dijo que “…
automáticamente ella se empieza a sacar la ropa, toda la ropa, hasta su
ropa interior inclusive, y queda desnuda y entonces me dice ‘ahora te la
tenés que sacar vos’ y yo le digo que no porque tenía frío […] Se pone en
cuatro patas, de rodillas, y las manos, y las rodillas, el empeine y pie y las
manos apoyadas, como si fuera banquito. En esa posición hace este gesto,
como que huele, hace con la mano así [el Tribunal aclara que la testigo se
lleva la mano a la nariz] y dice ‘qué olor um qué olor, qué olor’ y después din
la mano decía ‘um qué olor’…”
     Contó que, al día siguiente fue al jardín (que estaba lleno de medios de
comunicación) a pedir una explicación y no se la dieron; de hecho, en línea
con lo declarado por las madres denunciantes afirmó: “De la institución
nunca me llamaron para decirme nada. Desde el colegio nunca me llamaron,
no digo apoyo, digo información. Por el contrario, cuando la llevábamos no
nos saludaron más. Nos dieron vuelta la cara todos los que estaban en la
escuela. Pasaron de ser súper amables a no saludarnos…una situación muy
hostil hasta las vacaciones de invierno…” Aclaró que continuó llevando a su
hija a la institución “porque sabía que esta persona [Puig] no estaba en la
escuela” y que la cambió de colegio después de las vacaciones de invierno.
     Con respecto a las reuniones convocadas desde la institución resaltó
que no eran grupales, con todos los padres, sino individuales y con turnos.
     Tal como ocurriera con los padres de E. y B. que comenzaron a darle el
verdadero significado a ciertas secuencias particulares acaecidas en otros
momentos, González recordó espontáneamente una situación ocurrida en el
verano de 2010 en la localidad de Azul durante una visita a los abuelos
maternos de M.L. La madre de la testigo le dijo que la niña se había ubicado
detrás de una cómoda y decía que se estaba escondiendo de su profesor de
música. También mencionó una situación en la que la pequeña intentó
acariciarle los genitales o acercarle la boca a su papá mientras estaban los
tres mirando televisión en la cama y otra en la que la niña le obsequió a un
primo suyo un dibujo de un “pene perfecto”.
     Por otro lado, ratificó en el juicio lo narrado en la instrucción al ampliar
su declaración, concretamente en cuanto a una secuencia ocurrida mientras
bañaba a la pequeña M.L. en la que ésta le contó que “Lucas le olía la cola a
ella y ella le olía la cola a Lucas, le nombra a Lucas, a E. y a ella oliéndose
la cola [mutuamente, aclara el veredicto]…” y que ello tenía lugar “en el
salón de música”, mientras “…‘la señorita estaba allá con los chicos’…”
     Cuando fue preguntada sobre si instaría la acción penal para esclarecer
los hechos, dijo que “…No, para preservar a mi hija. Que es lo que he
estado haciendo todo este tiempo. Para preservar a mi hija. En eso nos
basamos con mi marido hasta el día de hoy…”
     Podrá observarse, en respaldo de la hipótesis acusatoria, que otra
madre más -de la que no surge que hubiera vinculación previa con las
denunciantes- ventiló en el juicio las vivencias de su hija prácticamente en
los mismos términos en que lo narraran E. y B. a manos del mismo
imputado. También se observa con nitidez la postura asumida por la
institución educativa y sus autoridades frente al develamiento de los hechos
y el pedido de información de parte de los padres.
     Si bien no se me escapa que se trata de un aspecto fáctico que, en
puridad, excede la materialidad infraccionaria imputada a Puig, no puede
pasar inadvertido que la descripción de dicha niña se muestra más que
compatible con aquellas formuladas por las víctimas directas del hecho,
relativas al juego del “chancho sucio”, y que permiten, en su
contextualización, verificar a partir del modus operandi ilustrado, que
aquellos acontecimientos efectivamente sucedían, puertas adentro, en las
particulares locaciones señaladas dentro del establecimiento.
     Dicha testimonial, que resulta ser prueba disponible, se exhibe como un
material que permite corroborar objetivamente lo señalado por las víctimas,
en cuanto hicieran alusión, en sus relatos, al juego mencionado, lo cual
permite inferir la credibilidad de los dichos, por corresponderse con los de
una niña que resulta ser ajena a la litis. Obsérvese que, si la testigo no
entabló la denuncia, entonces no se pone en evidencia razón alguna por la
cual habría de afirmar semejante situación, protagonizada con su propia hija,
me refiero a lo realizado por la niña, al ser preguntada por la deponente.
     Por la misma senda transita el testimonio de Ana Romina Macedo,
madre de D.A.D.M. quien también hizo referencia a ciertos cambios en la
conducta de la niña (comenzó a orinarse en la cama, se despertaba llorando
asustada, pedía ser bañada constantemente por sentirse sucia, chupaba las
sillas, la mesa y el piso) y que motivaron que la llevara a una psicóloga.
Afirmó que la terapeuta le comentó que la pequeña habría participado de
juegos “con doble intención” recordando que uno de ellos era de un
“chancho” en el que los niños gateaban y se olían entre sí y otra en la que
“se pasaban la lengua por el brazo”.
     No sólo coincide con lo expuesto por las víctimas de autos, sino con la
representación de la niña anteriormente mencionada, conforme al relato de
la testigo González. Nuevamente, aparece plenamente corroborado, al
menos en parte, el contexto situacional en que ocurrían los ultrajes sexuales,
es decir, el juego del “chancho sucio”.
     Ratificó lo expuesto en la investigación sobre que su hija le decía que
Lucas no estaba todo el tiempo en la clase ya que “de a ratitos se iba a la
casa”, ello mientras “…E. y B. se quedaban afuera llorando…”
     Con relación a la mentada reunión de padres en la que las madres de
E. y B. expusieron sobre lo que habían contado los niños, no recordó dónde
había sido y creyó recordar que la había convocado “…la mamá de E. como
para que los papás que estábamos supieran cómo era la situación…”
     En igual sentido que lo expusiera la madre de M.L., dijo que la postura
asumida por el colegio fue la de defender a Lucas, que había padres que
creían y otros que no; “…[a] nosotros nos miraban muy mal”, reconoció.
     Tenemos, entonces, que una cuarta madre habló acerca de lo narrado
por su hija en cuanto a los actos a los que, bajo un ropaje lúdico, eran
sometidos los niños por parte de su profesor de música y dio cuenta de los
cambios observados en la niña (similares a los padecidos por E., B. y M.L.)
que ameritaron la visita a una psicóloga.
     Por su parte, la madre del pequeño S.J.M., Silvina Mariel Russo,
tampoco pudo recordar con exactitud quién había convocado a la reunión,
pero sí que los que hablaban “eran los papás de la nena” y que lo que les
contaron “fue bastante brusco” para ellos. De acuerdo con lo volcado en el
veredicto no aportó nada relevante sobre los hechos ventilados.
     Mariela Rosana Moreno, madre de Be., relató que Cecilia de León la
llamó para contarle el episodio del peceto como detonante del inicio del
proceso de develamiento de los hechos con respecto a E.V. y que ésta había
mencionado a Be. Dijo que, al peguntarle al pequeño sobre si iba al baño
con Lucas, lo negó. Por ello -agregó- fueron a ver al pediatra del niño quien
les consultó sobre si habían notado algún cambio de conducta en Be. y, ante
la respuesta negativa, se quedaron tranquilos y se negaron a que el
pequeño sea revisado en la DDI.
     En cuanto a la reunión “en una casa” dijo que fue “un poco extraña” y
que había sido convocada por el padrastro de la nena. Explicó su extrañeza
en la presencia de abogados (recordemos que el Dr. Gliemmo también es
familiar) y la exhibición de “papeles” e informes; dijo “No sabía que se
actuaba tan rápido”.
     Confirmó lo dicho por de León en cuanto a que la madre de M.L., entre
lágrimas, contó que su hija le había revelado lo del juego del chancho en
que los niños desnudos “…se agarraban las manos y decían ‘oink oink’…” y
que supuestamente en ese juego participaba su hijo Be. Frente a ello,
descartando que su hijo pudiera haber sido parte de eso (“…no podía ser
que mi hijo bailara desnudo y con los alumnos y que no me lo haya
dicho…”), dijo: “…Su nena [en alusión a M.L.] lo expresó y lo respeto. Yo me
retiré después de la reunión porque ya no me interesaba lo que decían…”
     Contó que las respuestas negativas de Be. frente a sus interrogantes
en torno a lo narrado coincidentemente por E. y M.L., le “…dieron la pauta
que él no formaba parte de ese episodio que había pasado con esos
niños…” y que, por ello, le pidió a la Fiscal “…que lo saque de la causa…” ya
que su hijo “no era la tercer víctima” como se estaba comentando por
entonces. Afirmó “…siempre lo que quise es preservar a mi hijo […] yo soy
mamá y sé lo que quiero pasara mi hijo…”
     Añadió que no estaba de acuerdo con que se “reabra el caso de Lucas
Puig” porque le parecía “patético” que luego de una absolución “todos nos
tenemos que volver a sentar acá […] nadie explicó el por qué, si se
agregaron denuncias, una prueba que no apareció…”
     El padre de Be., Enrique Alberto López (v. fs. 2753/4vta., cit.), dijo que
estaba declarando “…en defensa en mi hijo, porque yo preservo la imagen
de mi hijo. Porque mi hijo está en una cosa que nada que ver, en algo que
no sé cómo se llamaría…Lo quisieron involucrar en una cosa que no es
verdad. Yo creo fehacientemente que no es verdad…” Refirió que no fue
convocado por el colegio y que la postura que decidió tomar con su mujer
fue la de mantenerse “…al margen…” para resguardar la salud mental y
física de Be. respecto de quien no había visto ninguna “anormalidad”.
     Según lo consignado en el veredicto el testigo no aludió a la cadena
telefónica ni a la reunión de padres llevada a cabo fuera del colegio, en una
casa particular.
     Por su parte, Silvia Fabiana Britos (madre de I.) recordó que, en una
reunión de padres convocada por el jardín en la que había padres
discutiendo entre sí, ella intercedió y les dijo: “…‘discúlpenme, entiendo que
tengan miedo porque son papas primerizos pero como es la forma del jardín
y tuve hijos anteriores que vinieron acá y sé cómo los cuidan, cómo los
respetan, sé cómo es el jardín’…” En esa línea expresó que, cuando tomó
conocimiento de lo que se decía que había pasado y que la madre que la
llamó le dijo no lo mandara a I. al jardín ese lunes, ella respondió: “…‘yo lo
voy a mandar si no pasó nada. Y a mi hijo no le pasó nada. A mi hijo nunca
le pasó nada en el jardín, ni a mi hijo ni a los otros anteriores…” También
afirmó haber participado de una marcha en la que se pedía “…verdad y
justicia y la inocencia de Lucas Puig…” (v. fs. 2748/9vta., cit.)
     A partir del análisis conjunto de estos testimonios no se puede extraer
razonablemente un conato de confabulación por parte de las madres de E. y
B. A mi juicio, lo relevante aquí no es lo relativo al origen de la “cadena
telefónica” ni a la identidad de los organizadores de la reunión de padres,
sino a que, por un lado, en esa reunión se confirmaron los dichos de de
León (concretamente en cuanto al relato de la madre de M.L. que coincidía
con lo narrado por B. y E.) y, por el otro, que las denuncias ya estaban
radicadas para entonces.
     Resulta natural que los padres de los niños que develaron
prácticamente con las mismas palabras los abusos de los que eran víctimas
a manos de Lucas Puig, dándole significado a los mismos cambios
conductuales que en esa época estaban transitando, con la validación de
sus relatos por parte de la primera profesional que los examinó luego de
radicadas las denuncias y que, además, mencionaron la participación de
otros niños en esos actos, alertaran a los demás padres acerca de lo
revelado. De allí que no se explica dónde estaría la rareza o extrañeza de la
reunión.
     Sí se observa, tal como lo expresara Macedo, la disímil postura
adoptada por los padres luego de que lo ocurrido en el San Benjamín tomara
estado público. En algunos casos, descreyeron de la veracidad de lo
denunciado en función del buen concepto que les merecía Puig y la
Institución así como a partir de no haber notado nada extraño en sus hijos y,
en otros, decidieron no radicar la denuncia pero cambiaron a los niños de
colegio cuya postura frente a los acontecimientos criticaron en sus
declaraciones.
     La prueba testimonial en la que se asienta el argumento defensista, y
por el cual busca apuntalar el planteo absolutorio, se erige, en rigor, como
material probatorio neutro, por cuanto es perfectamente factible que no
todos los niños hayan conseguido relatar los hechos a sus padres -sea que
los hayan sufrido o no en modo directo-, o bien, que sencillamente los
progenitores de los mismos no hayan logrado llegar a un marco de suficiente
apertura que permita el eventual develamiento. Por supuesto, también es
esperable -y hasta comprensible- que hayan decidido, simplemente, no
ahondar en la cuestión, y posiblemente hasta resignarse a no saber la
verdad de lo sucedido. En puridad, no importa, pues no es prueba testifical
que rebata las circunstancias en que se produjo la revelación, y mucho
menos, pone en jaque la credibilidad de los dichos de las víctimas, que se
encuentran a su vez respaldados en una sumatoria de indicios de cargo que,
lejos de resultar anfibológicos, apuntan en el mismo sentido.
     Lo insoslayable es que, en el relato de cada niño, independientemente
del contexto de vida, existió similitud y persistencia en la descripción de los
hechos, lo que presupone que, más allá de la discutida capacidad de
sugestión, resultaría de difícil realización, que se puede orquestar un plan
(entre familias que no se conocían, contra un sujeto del que apenas sabían
su existencia) que permita confluir en tal resultado, y no se ha acompañado
prueba que así lo demuestre.
     La hipótesis de la inexistencia de los hechos sobre la que insisten los
defensores, impone concentrar la tarea revisora en la valoración efectuada
por el Tribunal sobre los testimonios de otros docentes y autoridades del
jardín con funciones en la época de los hechos y que fueron destacados por
la defensa para desacreditar los inconmovibles dichos incriminantes de las
víctimas.
     Silvina Alejandra Diaz, maestra encargada de la sala a la que asistían
los menores en 2010 y que fuera mencionada por ambos en sus relatos de
los hechos, declaró en el juicio y, luego de contar cómo había sido su
admisión e ingreso al jardín San Benjamín (le había tomado examen el cura
Carlos Trillo), explicó la distribución geográfica de los espacios del
establecimiento.
     Al referirse a cómo era B., la testigo habló de rasgos de agresividad
que notó en el niño y relató una situación en la que tomó del cuello a otra
niña -sobrina de la deponente- y no lo podían soltar, ubicando esa secuencia
en marzo de 2010, cuando el pequeño tenía 3 años. Dijo que, de acuerdo
con lo que había hablado con su madre, esa conducta provendría del seno
familiar en función de ciertas situaciones de violencia doméstica que
frecuentemente presenciaba.
     Ahora bien, si retomamos la declaración prestada en el juicio por
Patricia Porro donde confirma esta conversación con Díaz (v. fs. 2666, cit.),
se observa que la testigo (que naturalmente tenía mayor conocimiento
acerca del devenir vital del niño que una maestra que hacía pocos días era
su docente) dijo que, cuando la señorita le contó una situación en la que B.
habría golpeado a otros compañeritos del salón y le preguntó “…‘¿mamá en
tu casa las cosas están bien?’…”, ella se quedó mirándola “…porque B. no
era agresivo como para tener ese comportamiento. No estaba siendo
agresivo en mi casa como para tener ese comportamiento en el jardín. Era
como si me estuviera hablando de otro nene…” Cabe destacar que esa
conducta de B. estaba por entonces siendo acompañada por otros cambios
que llamaron la atención de su familia: se sentía sucio todo el tiempo y pedía
bañarse a cada rato, no quería dormir solo y estaba permanentemente
vestido.
     En la continuidad de su deposición, Díaz contó que, cuando tomó
conocimiento “…que el profesor de música había ido preso el 21 de marzo,
creo que el lunes o martes me hice presente en la Fiscalía e hice una
declaración con la Dra. Virginia Bravo. Yo declaré. A mí me dijeron que
dejara que la justicia hiciera lo suyo. A mí me pareció que si se estaba
hablando que esto había sucedido ante mis ojos yo quería declarar y que me
hagan todas las preguntas que me tengan que hacer…” Precisó que decidió
declarar aún en contra de lo sugerido por la Junta Regional de Educación
Católica local (JuREC).
     En lo que respecta a las canciones y coreografías que practicaban en
las clases de música con Puig recordó, entre otras, la del “chancho” y
confirmó que en ese caso “…estábamos en ronda…se cantaba y se
expresaba con el cuerpo en ronda, lo que decía la canción, si eran dos
pasos para adelante, dos para atrás, si se saltaba en el lugar…”
     Como se ve, Díaz no sólo constata la existencia de la canción como
parte de las actividades de la clase de música, sino también la forma en que
se llevaba a cabo la “expresión corporal” y sobre la que los niños (y luego
jóvenes) narraron parte de los actos impúdicos a los que eran sometidos.
Ratificó en el juicio B. que el juego del “chancho sucio” consistía en ponerse
“…en cuatro patas y olerles la cola a nuestras compañeras…Hacía que nos
olamos la cola y nos acercáramos, pongamos nuestra cara en la cola del
otro y oler…” En coincidencia con ello, E. dijo que, en ese “juego”, “…nos
poníamos uno detrás de otro y teníamos que oler la cola…a veces nos hacía
arrodillarnos y pararnos y olerle la rata que tenía un grano rojo que se hacía
blanco. Nos decía que era una rata que se movía, que tenía pelos, que tenía
olor a pis…”
     Al ser interrogada por la defensa negó haber visto que Puig se
desnudara en las clases, que orinara sobre los instrumentos, que usara
corpiño, ropa de mujer o “tetas postizas” y dijo que nunca lo había besado.
     Más allá de la postura asumida por la testigo con relación a su interés
en el resultado de la causa y la conducta activa desplegada sobre lo que
considerara "justo", cuestiones que, en definitiva, forman parte de su ámbito
de reserva, lo que a mi entender resulta relevante de su testimonio es, por
un lado, la confirmación de una serie de datos mencionados por los menores
víctimas y que, dotados de las características delictuales invariablemente
referenciadas por éstos, abonan la tesis acusatoria. En tal sentido, Díaz
afirmó que las salas de cuatro y cinco compartían las clases de música
encabezadas por Lucas Puig, que a veces la puerta del SUM estaba
cerrada, que cantaban y bailaban la canción del “chancho” con una
coreografía particular, que había un telón que -de cerrarse- podía dividir la
sala en dos, que detrás del telón había instrumentos musicales.
     Por el otro, se observa que lo dicho por Patricia Porro en cuanto a que
su hijo no era agresivo en su casa (“…Era como si me estuviera hablando de
otro nene…”), descarta la hipótesis (el veredicto habla de “maniobras
distractorias”) ensayada por la maestra que apenas conocía al pequeño.
Sobre la cuestión de los presuntos problemas intrafamiliares que explicarían
la carga de violencia observada en B. en la época de los hechos juzgados,
los sentenciantes – a partir de un razonamiento que comparto- sostuvieron
que, por una parte “…no se ventiló la situación de la violencia de la familia
Porro en el debate, nadie dijo que en el seno de la familia Porro tal como
estaba constituída en ese entonces hubiera violencia…” y por la otra que “…
no se explica cómo si lo venían charlando del año anterior, las situaciones
de violencia intrafamiliar no se consignaron en el legajo de B. del año
2010…”, trayendo a colación prueba documental incorporada por lectura a
pedido de la defensa en la que no hay constancia sobre algún cambio
importante o episodio en la familia del menor.
     María Gabriela Aguilar, maestra de la sala de cinco del San Benjamín
al tiempo de los hechos, prestó declaración testimonial en el juicio y afirmó
que presenciaba las clases de su sala dictadas por Puig.
     Entre otras cosas, confirmó que, en el marco de un proyecto de
literatura de animales, cantaban y bailaban la canción de “si tu chancho
engorda”, consistiendo la coreografía en “…una ronda en la cual
participaban los niños, el profesor y yo, y dispuestos en ronda con el cuerpo
agachado, con las manos en el muslo, cantábamos la canción que decía ‘si
tu chancho engorda hacelo adelgazar’, en un momento la canción dice ‘oink
oink’ y hacíamos con las manos así, nos íbamos hacia atrás y hacia
adelante y la íbamos cantando…”
     Negó haber visto a Puig desnudo u orinando instrumentos y destacó el
buen concepto que le merecía (“…Una gran persona y un gran profesor…”)
     Contó que su hijo era compañero de sala de B. y E. al tiempo de los
hechos y nunca notó nada raro en él ni éste le hizo manifestación alguna.
     También dijo que ella no estaba presente durante las clases de la sala
de su hijo, pero tenía la certeza de que los niños siempre están
acompañados por la maestra (“Porque es la modalidad del jardín”). Aclaró
que Puig sabía quién era su hijo.
     Como observan los jueces del Tribunal de juicio, la “certeza” de la
testigo -según sus propios dichos- derivaba de su conciencia acerca de
“cómo trabajamos en el jardín” y de que su hijo no mentía. Coincido en que,
por un lado, Aguilar reconoció que no presenciaba las clases de Puig con los
niños de la sala en donde tuvieron lugar los abusos, con lo que mal puede
afirmar que “eso no ocurrió” (v. fs. 2731 vta,, cit) y, por el otro, que su hijo -de
acuerdo con lo atestiguado- no dijo que sus compañeritos habían inventado
todo, sino que directamente no manifestó nada.
     Nuevamente diré aquí que la participación de la testigo en las marchas
convocadas en favor del imputado y en un video realizado en la misma línea,
no es lo relevante a la hora del analizar la entidad convictiva de la
información suministrada y su correspondencia con el restante material
disponible. Digo esto porque, de haber existido manifestaciones en favor de
las víctimas (desconozco si las hubo), el abordaje de sus manifestaciones en
el marco de un razonamiento probatorio guiado por la sana crítica racional,
no hubiera variado.
     Aclarado ello, se observan puntos de contacto con la declaración de
Díaz en cuanto a la actividad vinculada con la canción del chancho (también
en la sala de cinco) y a la forma en que la pieza musical era representada
por los niños, Puig y la maestra, así como sobre la existencia de un telón en
el SUM que permitía dividir al salón en dos.
     Luego -reitero- su ausencia durante las clases de Puig en la sala de
cuatro, no abona la hipótesis de la inexistencia de los hechos ventilados que,
como se vio, estaba fundada para la testigo en una certeza sobre cómo
funcionaban (o, mejor dicho, debían funcionar) las cosas en el jardín.
     Similares consideraciones merece el testimonio vertido por la docente
Andrea González, preceptora suplente de la sala de cinco del jardín San
Benjamín en la época de los hechos, quien dijo sólo haber estado presente
en una clase de música con Puig y Díaz, no habiendo visto en esa ocasión
nada de lo que se denunciara en esta causa.
     Entonces, poco pudo aportar la testigo acerca de lo que acontecía en
otra sala -concretamente la de cuatro años- con otros niños y otra maestra a
cargo. A pesar de ello dijo en el juicio que “…la verdad es que nunca ocurrió
el hecho que se le está imputando al profesor…” (v. fs. 2734 vta., cit)
     La hipótesis defensista bajo análisis tampoco halla respaldo en el
testimonio juramentado de la por entonces vicedirectora del jardín, Rosalía
Beatriz Pargas quien, si bien afirmó haber pasado alguna vez por las clases
de Puig, dijo: “En todo momento no estaba yo dentro de la clase del
profesor”. Refirió que, en aquella época concurría dos veces por semana al
jardín.
     Además, expuso que desde el lugar en que ella se ubicaba, salvo que
se asomara a la puerta, no tenía visión del baño de profesores y el sector
que funcionaba como depósito. De igual manera, dijo que la preceptora que
esté sentada tampoco puede tener control visual de la puerta del baño en
cuestión.
     Confirmó que desde el jardín se convocaron a reuniones individuales
con los padres e indicó que la mamá de M.L. (Sandra Estefanía González) le
contó que la niña también le había hecho referencia a la canción del
chancho y que se hizo constar eso en acta. La testigo no ahondó en esta
cuestión.
     Esta postura institucional, se vio reflejada con más claridad en otro
episodio confirmado por la testigo en el juicio tras ser interrogada durante su
declaración. Llamativamente, Pargas recordó en el juicio que, durante las
entrevistas, una madre (Araceli Maldonado) le dijo a que su nena (J.) le
contó que Lucas le había bajado la bombacha. Según pudo precisar, la niña
iba al turno tarde y concurría a la sala de tres o cuatro.
     Repárese en la gravedad de la situación relatada. La vicedirectora del
jardín al tiempo de los hechos reconoció en el juicio (recién a partir de las
repreguntas de las partes, poque no lo recordaba en un principio) que,
mientras se estaban tomando entrevistas individuales a los padres luego de
radicadas las denuncias por los supuestos abusos ocurridos a niños que
concurrían al establecimiento, una madre refirió otro presunto suceso
abusivo contra una niña de la misma edad que las víctimas de autos y que
involucraba al mismo profesor. Esto ocurrió el 26 de marzo de 2010. ¿Qué
hizo el jardín, a través de sus autoridades, frente a esta situación? Labrar el
acta nro. 165 incorporada por su lectura al debate en la que -de acuerdo con
lo transcripto en el veredicto- se hace constar: “…Comenta la mamá que, a
través de algunas preguntas, la niña le manifiesta ‘Lucas me bajó la
bombacha’…Los directivos manifiestan que ante esta situación angustiante
han tomado tres líneas de acción, en primer lugar abrir las puertas a la
comunidad para que puedan acercarse a conversar; en segundo lugar
priorizar la integridad psicofísica de los alumnos y disponerse ante la justicia
para llegar al esclarecimiento del caso…” (v. fs. 2740/vta., cit.) El acta fue
firmada por la madre de J., por el párroco Carlos Trillo y por la propia
Rosalía Pargas.
     A contramano de lo afirmado por la vicedirectora Pargas, por -como se
verá- la otra preceptora (Scamuffo), de lo que surge de la inspección ocular
(v. fs. 224/8, cit.) y del croquis ilustrativo del establecimiento (v. fs. 224/9vta.,
cit.), la preceptora Mirtha Susana Astarita dijo que desde donde ella se
encontraba tenía visión de todo el jardín y que si un niño ingresaba al baño
tenía “toda la perspectiva visual”.
     Dijo que su sobrina iba a la sala de E. y B., y que su cuñada (una de las
madres del curso) le había comentado que en la reunión de padres
convocada por la mamá de E. se habían expuesto “barbaridades” (que no
recordó). Refirió que su cuñada de ninguna manera aceptó acoplarse a las
denuncias ya radicadas.
     Con buen tino, en función de las referidas inconsistencias del relato,
mis colegas de la instancia relativizaron su entidad como fuente fiable de
conocimiento.
     La mencionada Lorena Carmen Scamuffo desacreditó los dichos de
su compañera y dijo que, desde el escritorio en el que se sentaba no podía
visualizar si algún menor ingresaba al baño de profesores (uno de los
lugares señalados por los niños como elegido por Puig para llevar a cabo
parte de su accionar) o si salía del SUM (otra de las locaciones donde se
perpetraban los hechos).
     Como se aprecia, estas afirmaciones lejos de abonar la tesis de la
inexistencia de los hechos (sobre la que no duda la testigo), confirman que
había momentos en que los espacios en que tenían lugar los hechos
estaban fuera del alcance visual de quienes se encontraban en el pasillo. Si
a ello se le suma que -de acuerdo especialmente con lo expuesto por B.-,
por un lado, la puerta del SUM estaba cerrada, con las cortinas bajas y, en
ocasiones, con el telón puesto y, por el otro, que las agresiones en el baño
ocurrían dentro de los “cubículos”, la imposibilidad de observar desde el
pasillo (y desde cualquier lugar) lo que entre esas paredes pasaba era
evidente.
     Al igual que la docente Aguilar, Scamuffo también tenía un hijo en el
jardín (incluso era compañero de B. y E.) y, como aquella, afirmó que Lucas
sabía quién era su hijo.
     La directora del jardín en 2010, Mabel Noemí Basualdo. trató de
aclarar en el juicio cuál había sido la postura y los lineamientos que, de
acuerdo con lo diagramado por las autoridades superiores (representantes
legales del establecimiento y autoridades de la JuREC), se siguieron luego
de las denuncias. Lo cierto es que no pudo explicar las razones por las que
se decidió hacer reuniones individuales con las familias de las víctimas (“…
no nos parecía recibir a esas familias en un contexto donde había diez o
quince familias más…”). De hecho, confirmó que el mismo día se llevó a
cabo la entrevista con los padres de B. en la cocina del jardín, mientras que
la reunión grupal con las otras familias fue en el SUM. Ciertamente es
llamativo porque en el jardín se tenía conocimiento (lo afirmaron maestras y
preceptoras) que todos los padres se habían reunido grupalmente en forma
particular.
     De seguido confirmó que la madre de M.L. había comentado en la
entrevista que la niña representó en su casa el juego del “chancho” que
hacían con Puig desnudándose y que la madre de J.V. informó que la menor
había dicho que Lucas le bajó la bombacha.
     Este testimonio tampoco apuntaló la hipótesis de la defensa, pero
resultó esclarecedor en cuanto a la postura asumida por la institución, sobre
la que se explayaran -en tono crítico- las madres de B.F., E.V., M.L. y D.A.
     La maestra de los niños en 2009 (sala de tres), Andrea Gabriela
Tolosa, corroboró que las preceptoras que acompañan a los niños al baño
durante las clases “están sentadas en un escritorio” y negó que en su curso
se haya cantado o interpretado de alguna manera la canción del chancho;
de hecho dijo que no la conocía.
     En cuanto a las clases de música, aclaró -luego de que se advirtiera
una contradicción con lo declarado en la instrucción- que no las compartían
con otros nenes de otras salas porque, al ser tan pequeños (los de sala de
tres) se sienten inseguros en esos contextos y lloran, no se quieren quedar.
     Luego de que se le exhibieran fotos que registraron actividades de ese
año y en las que se observara, entre otras cosas, que las cortinas del SUM
estaban cerradas, la testigo confirmó aquello que surge de la prueba
documental vinculada con las características del lugar (v. fs. 233/5, cit.); esto
es, que algunos de los vidrios de las ventanas de ese espacio común eran
“fumé” y que no se veía a través de ellos y que todas las ventanas tenían
cortinas.
     Estas circunstancias, valoradas a la luz de lo declarado por B. en
cuanto a que Puig solía cerrar las cortinas (y, en ocasiones, el telón del
SUM), a lo expuesto por Pargas y Scamuffo sobre la imposibilidad de ver la
puerta de ese espacio y los baños desde los escritorios del pasillo (cuestión
objetivada por prueba documental incorporada por lectura; v. fs. 224/61, cit.),
y a lo reconocido por la propia Silvina Díaz en orden a que generalmente la
puerta del SUM se cerraba (ella lo justificó diciendo que hacían mucho ruido
en la clase de música), confluyen en el sentido contrario a la hipótesis -a
esta altura carente de sustento- de la inexistencia de los hechos.
     Reitero lo ya dicho: a un lado las consideraciones sobre la opinión o
creencia de los testigos de descargo sobre la inocencia de su compañero, lo
relevante es que de la información suministrada por éstos (que, en algunos
casos, como se vio, corroboraron datos objetivos de la tesis acusatoria) no
puede concluirse en la imposibilidad fáctica nuevamente postulada en esta
instancia. Que las docentes, autoridades y empleada de limpieza (Sara
Chazarreta, que llegó a admitir que algún niño podría haber ido solo al baño,
v. fs. 2771, cit.), hayan negado haber visto en alguna ocasión a Puig
desplegando alguno de los actos que varios niños de entre 3 y 4 años
narraron a propios y extraños (incluso a las autoridades del jardín en las
entrevistas individuales), no significa que, en los contextos situacionales
descriptos, los abusos no hayan tenido lugar.
     Por el contrario, la prueba de cargo edificada principalmente sobre los
persistentes relatos de los menores que encontraron respaldo suficiente en
otros elementos de la causa, demuestra que los abusos ocurrieron, que
fueron perpetrados contra E.V. y B.F. por Lucas Manuel Puig durante sus
clases de música en el transcurso del proceso de adaptación de 2010 (hasta
el 12 de marzo de ese año), en el SUM y en los baños de alumnos y
profesores del Jardín San Benjamín.
     Un análisis integral y contextualizado de esta prueba, permitió al a quo
apreciar la presencia de ciertos indicios comunes y coincidentes en lo
exteriorizado por cada una de las víctimas, que permite sustentar la
existencia de los hechos. En particular, la edad de las víctimas; la
sintomatología y traumas que presentaron los niños; las palabras empleadas
en un primer momento y su resignificación (con ayuda psicológica) años
después; el estado de amenaza en el que se encontraban; los lugares de
comisión (en puntos ciegos desde las ubicaciones de las preceptoras); el
período lectivo en que sucedieron; los cambios de conducta; las expresiones
y conocimientos no esperables para su edad (recuérdese la comparación
entre el pene y el peceto en una niña de 4 años); juegos sexualizados; la
mejoría evidenciada al alejarse del jardín; el señalamiento de la misma
persona como autor de las prácticas; entre otras.
        Me parece pertinente señalar aquí, en orden a las disconformidades
de los recurrentes en cuanto al proceso de valoración de los testimonios
rendidos en la oralidad y a la disímil entidad asignada a los mismos, que el
vicio de absurdo no se consuma porque el juzgador prefiera o atribuya
trascendencia a un medio probatorio respecto de otro o se incline por la
verosimilitud de alguna prueba en particular en desmedro de otra, sino que
se debe evidenciar el error grave, grosero, manifiesto y fundamental que
conduzca a conclusiones inconciliables con las constancias objetivas de la
causa, lo que en la especie, diré una vez más, no ha ocurrido.
     De conformidad con el sistema probatorio formalmente consagrado en
nuestro sistema jurídico, no puede pretenderse que todas y cada una de las
manifestaciones vertidas durante la audiencia de debate y las piezas
incorporadas por lectura, sean meritadas en pie de igualdad y se les atribuya
el mismo valor (arts. 209, 210 y 373 C.P.P.; TCPBA, Sala VI, causa nro.
56.107, “Sonda, Juan Alejandro s/ recurso de casación” 21 de mayo de
2013; causa nro. 56.097 “Chávez Alexis Sebastián s/ recurso de casación”
27 de septiembre de 2013). Esto porque la propia naturaleza del deber
encomendado a los magistrados los fuerza a sopesar los argumentos y
pruebas sometidas a su consideración, descartando algunos y acogiendo
otros, siguiendo a tal efecto las reglas del sentido común y la experiencia.
     El hecho de que en un contexto determinado se reconozca un peso
relativo distinto a los testimonios o a los vínculos existentes entre los actores
es, en consecuencia, perfectamente entendible siempre que se ofrezcan
razones para ello y de ninguna manera alcanza para tener por configurada
una afectación a principio constitucional alguno (TCPBA, Sala VI, Causa nro.
56.591 “Jara Gastón Manuel s/ Recurso de Casación” y su acumulada,
causa nro. 57.193 “Jara Gastón Manuel s/ Recurso interpuesto por el Agente
Fiscal (adhiere particular damnificado),” del 30 de septiembre de 2013).
     Asimismo, vale reiterar aquí que la inmediación impide revisar aspectos
ligados a la comunicación directa y cuestiones singulares de percepción que
hacen a la recepción oral de la prueba, y necesariamente otorga a los jueces
de mérito un amplio margen de discrecionalidad, no arbitrariedad, ya que no
pueden relegar el deber de documentar y exponer los motivos de su
convicción, según las reglas de la sana crítica racional, a fin de cumplir con
el mandato constitucional que exige que las sentencias sean fundadas.
     Lejos de lo alegado por la defensa, el Tribunal Oral efectuó un análisis
minucioso de las declaraciones del personal perteneciente al jardín, señaló
las omisiones y contradicciones incurridas, la existencia de vínculos
familiares de docentes con niños de la sala (y el conocimiento que de ello
tenía Puig), y enfatizó en su insuficiencia para demostrar la imposibilidad
alegada.
     Finalmente, dentro de este segmento, corresponde encarar la revisión
del razonamiento probatorio que guió las conclusiones del tribunal en torno a
la labor pericial desarrollada en autos, por un lado, por las Licenciadas
Graciela Mabel Gardiner Karina y Verónica Arscuchin que se
entrevistaron con el acusado y evaluaron las características de su
personalidad, y por el otro, por la Licenciada Emma Virginia Creimer
quien, en virtud de una serie de informes confeccionados en la instrucción,
elaboró una pericia criminológica a partir del método (diverso al empleado en
las restantes pericias) de la “perfilación criminal”.
     Gardiner se explayó en el juicio sobre las técnicas empleadas en las
“entrevistas clínico diagnósticas” y aquellas que les fueron solicitadas para
profundizar la pericia (concretamente el test de Rorschach). Sobre esto
último, dijo que, de común acuerdo con su colega Arscuchin, plantearon que
no era pertinente la administración de ese test desde que la tarea hasta el
momento “estaba bien realizada”, habían empleado todas las técnicas que
estimaron correspondientes en función del sujeto evaluado, habían barrido
(recabado) los distintos aspectos de su personalidad. Por ello, bajo el criterio
de que no había puntos de pericia nuevos, se negaron a hacer una nueva
evaluación.
     En lo que respecta a las conclusiones de su informe, destacó que no se
observaron trastornos en la esfera de la sexualidad, se advirtieron signos de
angustia que el sujeto trataba de evadir a través del mecanismo defensivo
de la disociación y que la situación que estaba atravesando la vivía “muy
egodistónicamente” (porque “no formaba parte de algo que él hubiera
esperado nunca"). Tampoco percibieron ningún aspecto de índole de la
psicosis; estaban, según su parecer, frente una persona sin trastornos
atípicos (v. fs. 2759 y vta. cit.)
     Habló de la técnica empleada para detectar el índice de mendacidad
(MMPI-2) consistente en una serie de preguntas (por verdadero o falso)
cuyas respuestas son medidas por una computadora que establece el índice
(“…el sistema carga las respuestas, se le da ‘enter’ y la respuesta la saca la
computadora…”). Aclaró que es un test autoadministrado, cuyo cuestionario
le fue entregado previamente al paciente (puede conocerlo con anterioridad)
y que el resultado arrojó “validez, confiabilidad y… no mendacidad a la
técnica en general”. Con respecto a la mecánica con la que funciona el test
dijo: “Lo único que imagino es que es por coherencia en la respuesta”.
     Sobre estas conclusiones, los sentenciantes consideraron en primer
lugar que no eran concluyentes para descartar la comisión de los abusos. Al
respecto, sostuvieron que no puede postularse, sin caer en un análisis
teñido de conceptos peligrosistas propios del positivismo criminológico, que
la persona que no presenta un trastorno en la esfera psicosexual ni las
características de personalidad que suelen encontrarse en autores de este
tipo de delitos, no pueda autodeterminarse y cometer un ataque a la
integridad sexual.
     En segundo término, relativizaron el rigor científico de lo informado en
orden a la falta de mendacidad del sujeto por cuanto -según lo expuesto en
el veredicto, v. fs. 2795 vta.- “…[n]o puede ningún psicólogo afirmar que es o
no mendaz [el sujeto evaluado] sin exceder los límites del conocimiento de
su ciencia, porque nadie puede determinar con certeza si alguien miente o
no. A lo sumo lo que pueden hacer es evaluar un relato y compararlo con
determinados métodos estandarizados que logren una opinión probabilística,
pero no puede afirmarse que se descarta la mendacidad en el sujeto, porque
esa afirmación no detenta rigor científico…”
     Puede agregarse que, de acuerdo con lo que la Lic. Gardiner pudo
explicar sobre la dinámica del test en cuestión, se desprende que una
persona que brinde respuestas coherentes a las preguntas estandarizadas
del estudio arrojará un índice bajo de mendacidad. Está claro que no se ha
discutido en el juicio acerca de la coherencia de Puig; de hecho, sus colegas
lo han destacado como un “excelente profesor”, “muy leído”. De la misma
manera, en el pequeño espacio de inmediación que ofrece la audiencia de
informes ante este Tribunal (art. 458, C.P.P.), he tenido oportunidad de
escuchar al imputado y tampoco podría sostener que sus palabras
carecieran de lógica o coherencia.
     Ocurre que el Tribunal, frente a los indicadores observados, valoró,
tanto en su capacidad de rendimiento individual como conjunta, una serie de
indicios graves u unívocos que fueron en la dirección contraria a la
pretendida por la defensa a partir de un análisis fragmentario de la prueba.
     En resumidas cuentas, las observaciones de las Lic. Gardiner y
Arscuchin no alcanzan para derribar la prueba de cargo meritada, ergo, son
insuficientes para sostener la ajenidad de Puig con los hechos.
     En cuanto a las reeditadas críticas a la labor pericial (meta-pericial, en
términos de la defensa) de la Lic. Creimer, se observa que el sentenciante
abordó las mismas inquietudes de los recurrentes al respecto (v. fs. 2780vta.
y 27181, cit.)
     La cuestión relativa a la verosimilitud de los dichos de los niños en
función del empleo de las mismas palabras para identificar partes del cuerpo
y actos (“identidad de las frases”) y de su sostenimiento en el tiempo, que ha
sido reiteradamente destacada a lo largo de este voto, también fue señalada
por la perito Creimer al analizar las expresiones (tanto verbales, en sus
declaraciones, como gráficas, en los dibujos realizados que obran en la
causa).
     Por ello, en lo que aquí es relevante, se observa que las conclusiones
de la Lic. Creimer no hacen más que reforzar lo que se viene sosteniendo en
orden a la acreditación, sin absurdo ni arbitrariedad, de la hipótesis
enarbolada por la acusación, con los alcances asignados en los alegatos de
apertura.
     Por todo ello, los persistentes y coherentes dichos de las víctimas
brindados a propios y extraños durante el proceso, ratificados en el juicio
frente al Tribunal y que hallaron respaldo en otros testimonios y otras
evidencias de la causa, constituyen elementos de suficiente calidad para
reconstruir la realidad histórica objeto de imputación.
     Vale aclarar que una hipótesis sobre los hechos puede aceptarse como
verdadera: i) si no fue refutada por la evidencia disponible, ii) si se han
podido confirmar las hipótesis derivadas o predicciones y iii) si se han
eliminado las hipótesis alternativas.
     Como vengo sosteniendo, ello es lo que ha ocurrido en autos, desde
que la calidad y fiabilidad de la información suministrada por los dichos de
B.y E. -en función de su persistencia, concordancia y corroboración por otros
elementos probatorios- ha permitido comprobar con suficiencia la hipótesis
acusatoria, sin que, como se vio, la prueba de descargo haya dado respaldo
a las hipótesis alternativas sobre las que insistieron los recurrentes.
     Con respecto a esto, las declaraciones testimoniales del personal
docente y administrativo del establecimiento escolar y de otros padres de la
comunidad educativa carecen de entidad para debilitar la prueba de signo
acusatorio que, vale reiterar, tiene pleno rendimiento probatorio para
desbaratar el estado de inocencia. Quienes concurrieron al debate
terminaron por reconocer que, en realidad, no estaban en condiciones
físicas y geográficas, en razón de la locación de sus respectivas labores, de
visualizar el lugar donde, en definitiva, ocurrían los sucesos. Súmese a ello
las referencias que hicieron las víctimas, en orden a la existencia de
cortinas, y la alegada intervención de una maestra -en ocasiones- a modo de
“campana” en el lugar.
     No se observa, entonces, ningún déficit en la dimensión epistémica
como medio de obtención de conocimiento acerca de los supuestos fácticos
ventilados, desde que el cuadro probatorio a partir de la relación directa del
juzgador con las fuentes personales de prueba (intransferible y
personalísimo), ha contado con múltiples elementos externos de
corroboración.
     La revelación de los hechos, efectuada por las víctimas de corta edad,
fue rodeada de circunstancias que les imprimen credibilidad. Así, el
relacionamiento mental del peceto con el pene, las referencias al grano rojo
que se pone blanco, etc; se observan acordes al carácter etario de los
entonces infantes. De la misma manera, los cambios en los estados de
ánimo y conductas en la época del develamiento (reticencia a ir al jardín,
agresividad, problemas para dormir, necesidad de higienizarse
constantemente, regresiones en sus etapas evolutivas) resultan plenamente
compatibles con una situación de victimización por ASI. No huelga señalar
que algunos de esos efectos se mantienen en la actualidad, como los
problemas de B. para ir solo a baños públicos o las dificultades de E. para
dormir sola o relacionarse con jóvenes del sexo opuesto.
     Luego, existen algunas circunstancias inferenciales acompañantes, que
permiten verificar la credibilidad: en la especie, y al tiempo de formularse las
denuncias, los progenitores de las víctimas no se conocían, a lo que se
suma que los niños, básicamente, relataron las mismas circunstancias de
ultraje.
     En la misma línea, existen otras circunstancias fácticas ventiladas en el
juicio que, si bien no ingresan en el marco de la materialidad ilícita atribuida,
permiten dar crédito a los dichos de las víctimas, por cuanto existen
declaraciones que acreditan el modus operandi del imputado: me refiero a lo
dicho por la Sra. González, en cuanto al relato de su hija, M.L., referidas al
juego del “chancho sucio”, como así también el hecho de que el imputado,
presuntamente, le haya bajado la bombacha a una niña, lo cual no solo
admitió tener conocimiento una de las autoridades escolares, sino que, a
mayor abundamiento, se hizo hasta constar en acta.
     Por otra parte, lo ya dicho: ya con mayor edad, las víctimas testificaron
en el propio juicio oral, inclusive aclarando determinados giros infantiles que,
no obstante, ya podían referenciarse a partes genitales y juegos de
contenido erógeno. Desde luego, se observa la persistencia de la
incriminación.
     Desde otro andarivel, también se ha podido observar que los dichos de
las expertas psicólogas oficiales, en modo alguno ostentan capacidad de
descargo, por cuanto actuaron en forma ciertamente deficiente. Me remito al
examen efectuado oportunamente, aunque no sobra reiterar aquí el
incidente con la entonces Agente Fiscal, por el cual una de las víctimas,
finalizada la “Cámara Gesell”, la tomó del pantalón y le dijo que le había
visto el “pito” a Lucas.
     Así las cosas, en contraposición a los reeditados argumentos traídos
por los recurrentes, la conclusión del fallo en cuanto afirma los extremos de
la imputación aquí discutidos (acreditación de la materialidad ilícita y autoría
responsable de Puig), constituye la derivación razonada del derecho vigente
y de las pruebas habidas en la presente causa; no hubo, pues, infracción a
ninguna regla de la sana crítica ni desconocimiento del in dubio pro reo (arts.
106, 209 y 210, CPP), desde que la duda, en tanto repercusión de la
garantía de inocencia como posición del juez respecto de la verdad –
frustrada–, no sólo no surge de los fundamentos que el A Quo expuso sino
tampoco de los argumentos utilizados en el recurso (cfr. TCPBA, Sala VI, c.
55.295, “El Bueno, Humberto Gabino ó Del Bueno, Humberto Gabino s/
Recurso de Casación”, reg. 186 del 30 de mayo de 2013, entre muchas
otros).
     En definitiva, y luego de un exhaustivo análisis de las circunstancias
fácticas del caso, considero que ha sido suficientemente acreditado que
Lucas Puig resultó ser autor de los hechos imputados y que tuvieron lugar
en el período de adaptación del ciclo lectivo 2010 hasta el 12 de marzo
inclusive de ese año. Por lo que, apartándome de lo postulado desde la
primera voz, propondré el rechazo del planteo absolutorio traído por la
defensa.
     QUINTO. Conclusión.-
     Por los fundamentos expuestos, tal como lo adelantara en el punto
Tercero d), al tomar conocimiento en el intercambio efectuado en el acuerdo
de la decisión adoptada por mayoría de anular la ampliación de la
acusación, de conformidad a lo previsto en el artículo 359 c.c. y s.s. del
C.P.P., admitido en la sentencia impugnada, previo haber dejado a salvo mi
postura al respecto, considero que corresponde confirmar parcialmente la
sentencia condenatoria con respecto a los hechos cometidos por Lucas
Manuel Puig desde el inicio del ciclo lectivo de 2010 hasta el 12 de marzo
inclusive del mismo año, de los que resultaron víctimas los menores E.V. y
B.F., y reenviar las presentes actuaciones a la instancia de origen para que
jueces hábiles realicen la cesura del juicio, en los términos del artículo 372
del C.P.P., teniendo en consideración esa plataforma fáctica.
       Asimismo, en línea con mi colega preopinante, considero que
corresponde diferir la regulación de los honorarios profesionales de los
letrados intervinientes hasta su fijación por el Tribunal de origen.
     Corresponde, además, tener presente la reserva del caso federal
oportunamente formulada por los recurrentes.
     Rigen los artículos 18 y 75 inc. 22 de la Constitución Nacional; 8.2.h de
la Convención Americana de Derechos Humanos; 14.5 del Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos; 1, 106, 203, 205, 209, 210,
338, 359, 372, 373, 375, 434, 448, 450, 451, 461, 530, 531, ss. y ccs. del
Código Procesal Penal; 14 y 15, ley 48 16; 31 de la ley 14.967.
     Así lo voto.
        A la primera cuestión planteada el Señor Juez doctor Natiello dijo:
        I- Adhiero al voto del doctor Violini respecto de la propuesta efectuada
de anular la ampliación de la acusación formulada en el debate (art. 359 del
C.P.P.); circunscribiendo la actividad revisora de esta Sede, solamente a los
hechos imputados dentro del segmento temporal -inicio del período lectivo y
adaptación- comprendido exclusivamente entre los días 1 de marzo y 12 de
marzo de 2010.-
        II- En lo restante, adhiero por sus fundamentos a la propuesta de
confirmación parcial de la condena y reenvío formulada en el acápite
QUINTO de su voto por el doctor Maidana.-
        Así lo voto.
        A la segunda cuestión planteada el Señor Juez doctor Violini dijo:
        De acuerdo a lo que -por mayoría- surge de la votación de la cuestión
precedente, y dejando a salvo y manteniendo el criterio absolutorio que allí
expuse, he de expedirme en esta segunda cuestión.
        A tales efectos, debo dejar consignado que, enterado en el Acuerdo del
reenvío propuesto en el voto del doctor Maidana -al que adhiriera, en ese
tramo, el doctor Natiello- los términos del debate que se dará en la instancia
en orden a la calificación que el tribunal debidamente integrado por jueces
hábiles entienda pertinente deberá ser respetuosa de la prohibición de la
reformatio in pejus, teniendo en consideración la acusación fiscal previa a la
exclusión de la ampliación vía art. 359 del CPP y los términos del
requerimiento de elevación a juicio (art. 125, tercer párrafo, del CP).
        Tal es mi voto.
        A la segunda cuestión planteada el Señor Juez doctor Maidana
dijo:
         La propuesta de reenvío, resuelta por mayoría de votos -sin
desconocer la complejidad en la tramitación de la causa- procura el
resguardo del recurso como garantía con relación a la decisión que se
adopte, la que deberá surgir luego de la celebración de la audiencia que,
adecuadamente instrumentada, tiene una alta capacidad de rendimiento,
permitiendo ordenar la confrontación y otorgando importancia a la necesidad
de fundamentación. Entre otras, podrá ser evaluada y discutida con la
amplitud propia de un debate, la cuestión vinculada con el transcurso del
tiempo y su impacto en la pena a la luz de la garantía del plazo razonable.
           La audiencia de cesura, entonces, importa una continuación e
integración del juicio en una segunda etapa en la que se realiza un debate
independiente estructurado de manera tal que funcionen todas las garantías
individuales que rigen para el procedimiento y fallo sobre la culpabilidad (cfr.
Sala I TCPBA, causa n° 113.283 caratulada "Cribelli Sosa y otros s/
Recursos de casación interpuestos por Fiscal, Defensor Particular y
Defensor Oficial; Reg. Sent. 63/22).
          Así, fijada en el caso la plataforma fáctica en los hechos acaecidos
en 2010, las partes deberán celebrar el debate en los términos previstos en
el artículo 372 c.c. y s.s. del C.P.P.
          Finalizada esta segunda etapa, el tribunal contará con abundantes
elementos para adoptar la decisión por fallo fundado.
        Así lo voto.
         A la segunda cuestión planteada el Señor Juez doctor Natiello
dijo:
         Adhiero al voto del doctor Violini en igual sentido y por los mismos
fundamentos.
        Así lo voto.
            A la tercera cuestión planteada el Señor Juez doctor Violini
dijo:
               En virtud del resultado de la votación sobre las cuestiones
planteadas, corresponde:
         I.- Hacer lugar parcialmente al recurso de casación interpuesto por
la defensa de Lucas Manuel Puig, sin costas.
          II.- Por mayoría, anular la ampliación de la acusación formulada en
el debate, excluyendo el marco temporal que exceda al comprendido
entre los días 1° y 12 de marzo de 2010.
                  III.- Por mayoría, confirmar parcialmente la sentencia
condenatoria con respecto a los hechos cometidos por Lucas Manuel Puig
desde el inicio del ciclo lectivo de 2010 hasta el 12 de marzo inclusive del
mismo año, de los que resultaron víctimas los menores E.V. y B.F. y
reenviar las presentes actuaciones a la instancia de origen.
           IV.- Por mayoría, ordenar que los términos del debate que se dará
en la instancia en orden a la calificación que el tribunal debidamente
integrado por jueces hábiles entienda pertinente deberá ser respetuosa de la
prohibición de la reformatio in pejus, teniendo en consideración la acusación
fiscal previa a la exclusión de la ampliación vía art. 359 del CPP y los
términos del requerimiento de elevación a juicio (art. 125, tercer párrafo, del
CP).
         V.- Diferir la regulación de los honorarios profesionales, tanto de los
letrados intervinientes por la Defensa Particular como de los representantes
de los particulares damnificados, hasta tanto le sean fijados en la instancia
de origen.
         VI.- Tener presente la reserva del caso federal efectuada.
          Rigen los artículos 18 y 75 inciso 22 de la Constitución Nacional; 8.2
de la Convención Americana sobre Derechos Humanos; 14.2 del Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos; 1, 106, 201, 203, 207, 210, 359
a contrario sensu, 371, 372, 373, 375, 435, 450, 451, 459, 461, 530, 531 y
534 del Código Procesal Penal.
       Tal es mi voto.
       A la tercera cuestión planteada el Señor Juez doctor Maidana dijo:
       Adhiero al voto del doctor Violini. Así lo voto.
       A la tercera cuestión planteada el Señor Juez doctor Natiello dijo:
       Adhiero al voto del doctor Violini. Así lo voto.
       Con lo que no siendo para más, se dio por finalizado el Acuerdo
dictando la Sala V la siguiente
                                  S E NT E N C I A
         I.- Hacer lugar parcialmente al recurso de casación interpuesto por
la defensa de Lucas Manuel Puig, sin costas.
         II.- Por mayoría, anular la ampliación de la acusación formulada en
el debate, excluyendo el marco temporal que exceda al comprendido
entre los días 1° y 12 de marzo de 2010.
                 III.- Por mayoría, confirmar parcialmente la sentencia
condenatoria con respecto a los hechos cometidos por Lucas Manuel Puig
desde el inicio del ciclo lectivo de 2010 hasta el 12 de marzo inclusive del
mismo año, de los que resultaron víctimas los menores E.V. y B.F. y
reenviar las presentes actuaciones a la instancia de origen.
          IV.- Por mayoría, ordenar que los términos del debate que se dará
en la instancia en orden a la calificación que el tribunal debidamente
integrado por jueces hábiles entienda pertinente deberá ser respetuosa de la
prohibición de la reformatio in pejus, teniendo en consideración la acusación
fiscal previa a la exclusión de la ampliación vía art. 359 del CPP y los
términos del requerimiento de elevación a juicio (art. 125, tercer párrafo, del
CP).
        V.- Diferir la regulación de los honorarios profesionales, tanto de los
letrados intervinientes por la Defensa Particular como de los representantes
de los particulares damnificados, hasta tanto le sean fijados en la instancia
de origen.
         VI.- Tener presente la reserva del caso federal efectuada.
          Artículos 18 y 75 inciso 22 de la Constitución Nacional; 8.2 de la
Convención Americana sobre Derechos Humanos; 14.2 del Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos; 1, 106, 201, 203, 207, 210, 359
a contrario sensu, 371, 372, 373, 375, 435, 450, 451, 459, 461, 530, 531 y
534 del Código Procesal Penal.
        Regístrese, notifíquese y, oportunamente, devuélvase.
REFERENCIAS:
Funcionario Firmante: 06/02/2024 11:13:38 - VIOLINI Víctor Horacio - JUEZ
Funcionario Firmante: 06/02/2024 11:17:29 - NATIELLO Carlos Angel
(cnatiello@jusbuenosaires.gov.ar) - JUEZ
Funcionario Firmante: 06/02/2024 13:41:52 - MAIDANA Ricardo Ramon -
JUEZ
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242202151003463558
TRIBUNAL DE CASACION PENAL SALA V - LA PLATA
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