CASTILLO Homenaje
CASTILLO Homenaje
LLO
ENMEMORI
ADEJ
OSÉMARÍ
A
1929-
2023
Índice
José María Castillo en los Jueves de RD: “Evangelio y Religión son incompatibles, pero la
Iglesia las ha fundido y confundido”
Pág. 13
ENTREVISTAS
José María Castillo: “Jesús no quiso templos, ni despachos, ni casas de retiro. Jesús iba por las
calles a encontrarse con la gente”
Pág. 30
OPINIÓN
“La Religión pretende ‘divinizar’ lo ‘humano’, mientras que lo que hace el Evangelio es
‘humanizar’ lo ‘divino’”
José María Castillo · Pág. 48
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Muere José María Castillo,
el ‘padre’ de la Teología Popular
Jesús Bastante
Redactor jefe de Religión Digital
Ha muerto como vivió. Sin querer hacer ruido, sin avisar. Y dejando mucho cariño alrededor. El teólogo y 'jesuita sin
papeles, nuestro querido José María Castillo, falleció en su amada Granada el 13 de noviembre de 2023. Lo hizo
rápido, junto a Marga, la mujer que lo acompañó en las últimas décadas, también en el tránsito final.
José Mª Castillo nació en Puebla de Don Fadrique (Granada), el 16 de agosto de 1929. Ingresó en el noviciado de la
Compañía de Jesús en 1946, pero se puso enfermo y los médicos aconsejaron su salida y al año siguiente entró en
el seminario de Guadix. Fue ordenado sacerdote en diciembre de 1954, y tras ejercer como párroco en un pueblo
granadino, terminó la licenciatura en la Facultad de Teología de Granada (1955) e ingresó de nuevo en la Compañía
de Jesús (1956).
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Fue jesuita durante más de cincuenta años. Doctor en Teología Dogmática (Pontificia Universidad Gregoriana de
Roma) y Doctor Honoris Causa por la Universidad de Granada, fue profesor de Teología Dogmática en la Facultad de
Teología de Granada, así como profesor invitado en diversas universidades, como la Gregoriana de Roma, Comillas
de Madrid o la UCA de El Salvador). Fue autor de más de treinta libros y de numerosos artículos en revistas de
investigación, de divulgación y de prensa diaria. Hace más de treinta años, publicó los temas de Teología Popular, la
teología que ahora renace, “puesta al día”. Esto se lee en su biografía 'oficial'. Aunque José María es más, mucho
más, que eso.
Sacerdote, teólogo, escritor. Amigo, siempre atento y preocupado por su Iglesia, enamorado de ella y de la
libertad que, en los últimos años, trajo a la misma el papa Francisco, quien le recibió y confesó que le leía, y le
admiraba. Se hace difícil escribir sobre él en estos momentos, cuando todavía estamos esperando su último
artículo, que iba a dedicar a la situación de la mujer en la Iglesia.
Echaremos de menos su voz recia, fuerte, su palabra siempre precisa. E intentaremos que se culminen los
últimos proyectos que ha dejado sobre su mesa en Granada. Y le leeremos, porque Castillo nos ha dejado una vida
entregada y su palabra. Su palabra escrita, profética, que resuena en los corazones de mucha gente de buena
voluntad. Descansa en paz, amigo.
Hitos biográficos
● José María Castillo Sánchez nace en Puebla de Don Fadrique (Granada) el 16 de agosto de 1929.
● A los 17 años, en 1946, ingresa en el noviciado de la Compañía de Jesús, pero se pone enfermo y los
médicos aconsejan su salida.
● En 1947 entra en el Seminario de Guadix (Granada).
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● A los 25 años, en diciembre de 1954, es ordenado sacerdote; ejerce como párroco en un pueblo granadino.
● En 1955 obtiene la licenciatura en la Facultad de Teología de Granada.
● En 1956 ingresa de nuevo en la Compañía de Jesús.
● En 1962, pocos días antes de la apertura del Concilio Vaticano II, se va a Roma para hacer el doctorado en
Teología, en la Pontificia Universidad Gregoriana.
● En 1964 comienza su actividad docente, primero en Córdoba, con los estudiantes jesuitas de
humanidades.
● En 1968 ejerce como profesor de Teología Dogmática en la Facultad de Teología de Granada y comienza su
amplia producción teológica.
● En 1970, los cambios sociopolíticos y eclesiales producen en él un cambio: el postconcilio, el generalato del
P. Pedro Arrupe, los últimos años del franquismo y el inicio de la Transición, sus primeros viajes a América
Latina…
● En 1980 es apartado de la enseñanza en los cursos de grado (quedando relegado a los cursos de
licenciatura).
● En 1988 se le retira la ‘venia docendi’ –autorización para impartir docencia regular en títulos oficiales– y es
destituido como profesor de la Facultad de Teología de Granada, como le pasó a Juan Antonio Estrada o al
claretiano Benjamín Forcano.
● Desde ese momento es llamado a impartir anualmente cursos en la UCA de El Salvador; fue uno de sus
profesores que sustituyeron a los jesuitas asesinados en 1989.
● También es profesor invitado en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, en la Universidad Pontificia
Comillas de Madrid y en diferentes instituciones teológicas en América Latina, sobre todo en
Centroamérica, Argentina, Paraguay y Ecuador.
● Vicepresidente de la Asociación de Teólogos Juan XXIII.
● En 2007 abandona la Compañía de Jesús a petición propia, según dice, “por higiene mental”, después de
más de 25 años luchando contra la censura eclesiástica y de haber sufrido numerosos enfrentamientos
con la jerarquía, que le señalaba como uno de los líderes de la contestación de la Iglesia al papa Juan Pablo
II.
● Sigue organizando, coordinando e impartiendo cursos, conferencias, congresos y seminarios en España,
América Latina e Italia.
● También continúa con su producción editorial: es uno de los teólogos españoles con mayor producción y
difusión teológica, muchos de sus libros han sido reeditados varias veces y traducidos a otras lenguas,
sobre todo italiano y portugués.
● El 3 de agosto de 2010 el Ayuntamiento de Puebla de Don Fadrique, su pueblo natal, le nombra hijo
predilecto.
● El 13 de mayo de 2011 es investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de Granada, único teólogo
español que ha recibido esa distinción de una universidad pública española en el último siglo.
● El 18 de abril de 2017, es recibido en el Vaticano por el papa Francisco. “Leo con mucho gusto sus libros,
que hacen mucho bien a la gente”, le dijo el Pontífice.
● El 13 de noviembre de 2023, fallece en Granada, a los 94 de edad, dejando tras de sí un enorme legado.
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Un gran teólogo, un profeta, una partera de la
primavera y un cielo de persona
De repente y en silencio, sin hacer ruido. Así se fue el teólogo José María Castillo. Se fue a los brazos del Padre
como vivió, con una humildad absoluta que no suele ser habitual en los grandes pensadores. Se fue, pero deja
un recuerdo imborrable en sus muchos amigos y en tantísima gente que se alimentó de sus conferencias y de sus
numerosos libros y hasta de sus innumerables folletos de Teología Popular. Se fue tras cumplir con un impagable
servicio de tantos años a la reflexión teológica en profundidad y divulgativa para todo el ‘santo pueblo de Dios’.
Como periodista y director de Religión Digital, he conocido a decenas de teólogos españoles y extranjeros. Pero con
pocos he conectado tan en profundidad como con Castillo. Tanto a nivel personal como profesional. Porque Pepe
era una persona especial, que llamaba la atención por su sabiduría, por su empatía y por su humildad, pero
sobre todo porque se hacía querer.
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Un hombre que mezcló sus humildes orígenes en Puebla de Don Fadrique con un brillante recorrido eclesiástico y,
sobre todo, teológico, modelado por su ser y hacer jesuítico.
Un recorrido largo y apretado, que le permitió ser memoria viva de la Iglesia española del postconcilio, una etapa
que vivió a fondo, en la misma Roma, como perito del cardenal Tarancón. Allí se codeó con los grandes teólogos
centroeuropeos de la época y ayudó a la jerarquía española más abierta a desmontar su teología preconciliar y
acompasar su tarea pastoral a los nuevos vientos conciliares.
El invierno eclesiástico
Esa misma jerarquía que, en los 80, cuando cambian los aires de Roma y el Concilio se congeló por mor de la
involución, a Castillo (y a otros muchos, como Juan Antonio Estrada o Benjamín Forcano) le retiró la ‘venia docendi’
y le destituyó como profesor de la Facultad de Teología de Granada. Sin juicio, sin posibilidad de defensa, sin que
nadie le dijese jamás cuál fue el motivo exacto de su destitución.
Represaliado y marginado oficialmente, Castillo no tiró la toalla y siguió en la brecha teológica. La investigación
no se la pudieron prohibir y la docencia que le quitaron en España se la dieron en la Universidad Centroamericana
de San Salvador, junto a su amigo y compañero Ignacio Ellacuría, y en contacto con los pobres de Latinoamérica. La
Compañía de Jesús, entonces en el punto de mira de la Curia romana, maniobró con su clásica astucia y circunvaló
la prohibición docente de Castillo en España, trasladándolo a Centroamérica.
Al final, pasados los años, la rectitud moral de Castillo no le permitía seguir jugando a dos aguas. Era consciente de
que su Compañía no podía ir más allá en el pulso con Roma y sabía perfectamente que sus libros, charlas,
conferencias y entrevistas podían ser utilizadas por los enemigos para atacar a los jesuitas (que, con Arrupe al
frente, estaban pasando su particular calvario romano). De hecho, en 1980 Castillo es apartado de la docencia y, en
1981, el Prepósito General, Pedro Arrupe, sufre una trombosis y unos días después Juan Pablo II interviene la
Compañía y nombra interventor de la misma al padre Paolo Dezza.
Eran tiempos de invierno eclesiástico y Castillo decide salir de la Compañía físicamente, sin dejar nunca de
pertenecer afectiva y realmente a ella. Otro jesuita sin papeles, en la estela de José María Díez Alegría.
El teólogo se quedó sin el respaldo de su congregación, pero, al fin, voló totalmente libre, acompañado de sus
innumerables seguidores y, además, con la suerte de encontrar a Margarita, la mujer que, a partir de entonces,
compartió su vida, le enseñó a amar en lo concreto, le cuidó y le mimó, para que pudiese seguir volando.
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El teólogo del pueblo
Que fue un gran teólogo no lo discute nadie. Tiene obra y obra consolidada. Quizás haya sido uno de los mejores
especialistas mundiales en sacramentos. Pero, a mi juicio, su mayor virtud fue la de no haberse quedado, como
otros muchos de sus compañeros, en ser un mero teólogo de gabinete.
José María Castillo fue, desde el principio y hasta el final, el teólogo del pueblo, la referencia de las nacientes
Comunidades Cristianas Populares, que se alimentaron con sus libros, charlas y conferencias. ¿Quién no utilizó,
desde los años 60 en adelante, sus famosos 'Cuadernos de Teología Popular’? Esos cuadernillos, fotocopiados o
ciclostilados, en los que en tres o cuatro páginas resumía los conceptos teológicos más complicados. Con unas
preguntas finales, que no dejaban indiferente a nadie y aterrizaban en la vida la doctrina teológica, y con unos
dibujillos manifiestamente mejorables, pero también interpeladores.
Nunca supe quién le hacía los dibujos de aquellos cuadernos, que utilizábamos tanto los curas como los laicos y
que igual servían para dar clases en la Universidad como para una catequesis parroquial.
Porque ésa fue siempre la gran virtud de Castillo: saber divulgar. Saber colocar los grandes conceptos teológicos
al alcance de la gente sencilla. Todo un don y una virtud que sólo está al alcance de los más sabios y de los más
grandes. De esos pájaros libres, los que saben tanto y vuelan tan libres y tan alto que son capaces de entregar la
comida teológica masticada a sus polluelos pequeños o ya creciditos.
Y en ese surco se mantuvo hasta el final, sin desviarse un ápice de su trayectoria, escribiendo un artículo semanal
por lo menos en su blog de Religión Digital. Cortos, directos, claros y enjundiosos. Desde la vida y para la vida. Y,
precisamente por eso, siempre conectados con la actualidad.
Fue todo un lujo tenerlo con nosotros y alimentarnos semanalmente de su sabiduría enraizada en la vida diaria, en
los signos de los tiempos, en las reformas de Francisco y en la cultura actual.
Un teólogo, un profeta, una partera de la primavera y un articulista consumado, que escribía fácil y divulgativo
(de los pocos teólogos capaces de hacer algo así) y que, además, tenía vis periodística, para buscar las perchas de
actualidad y ceñirse a ellas.
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Y un cielo de persona. Expulsado a los márgenes durante muchos años, pudo presumir (aunque no lo hizo) de
haber recibido llamadas y cartas del mismísimo Papa. “Te perdí en los ochenta y ahora te vuelvo a encontrar”, le dijo
en una ocasión.
Tuve la oportunidad, además, de estar a su lado, cuando el Papa nos recibió en Santa Marta, y ser testigo directo de
la rehabilitación en toda regla de su persona y de su obra en el Vaticano, donde hacía dos décadas le habían retirado
la ‘venia docendi’.
El Papa apreciaba mucho a José María Castillo y, de hecho durante estos años de pontificado, primero le mandó
una carta y, después, le hizo varias llamadas telefónicas. Aquel 18 de abril del año 2017, se vieron frente a frente,
se saludaron efusivamente y el teólogo le dijo: “Santidad, somos dos jesuitas sin papeles”.
El Papa se sonrió y agradeció la ocurrencia. Y, mirándole a los ojos, recibió sus libros y ‘bendijo’ su teología: “Leo con
mucho gusto sus libros, que hacen mucho bien a la gente”, dijo Francisco a Castillo. Este, emocionado hasta las
lágrimas, agradeció el gesto del Papa, mientras entregaba a Francisco dos de sus últimas obras: ‘La humanización
de Dios’ y ‘La humanidad de Jesús.
Más tarde, José María explicaba: “De la Compañía se sale por arriba, como en el caso del Papa, o por abajo, como en
el mío, pero, en ambos casos somos y seremos siempre jesuitas… ahora sin papeles”.
Al salir de Santa Marta, en la explanada que da a la parte trasera de la Basílica de San Pedro, Castillo, todavía
emocionado, decía: “Tenemos que disfrutar de este Papa, que es una bendición de Dios para su Iglesia y
apoyarlo con todo nuestro ser. Porque, al hacerlo, estamos apoyando la Iglesia del Vaticano II y, lo que es más
importante, el Reino de Dios”.
Así lo seguiremos haciendo, maestro. Remando juntos con Francisco, con su primavera y, sobre todo, con el
Evangelio de los pobres al que has dedicado toda tu vida. Y que seguro seguirás haciendo en el cielo en tus clases
de teología popular. ¡Que Dios te acoja en su seno, amigo!
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El encuentro con el papa Francisco:
rehabilitación en toda regla
Rehabilitación en toda regla del teólogo José María Castillo y de su obra. “Leo con mucho gusto sus libros, que
hacen mucho bien a la gente”. Con esta frase, Francisco ‘bendijo' al teólogo español en el Vaticano, donde hace
dos décadas le retiraron la ‘venia docendi'. Por su parte, a Religion Digital la invitaba a “seguir apostando por la
renovación de una Iglesia en salida”.
Castillo, emocionado hasta las lágrimas, agradecía el gesto del Papa, mientras le entregaba a Francisco dos de sus
últimas obras: ‘La humanización de Dios' y ‘La humanidad de Jesús' (Trotta).
Primero asistimos a la misa de Santa Marta. Sencilla, austera, auténtica. Es su misa, la que Francisco celebra con
unción e intimismo. Como susurrando. Como un párroco que celebra en su pequeña capilla.
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Éramos una treinta de personas: un obispo italiano, acompañado de ocho de sus curas; otro par de curas sueltos,
entre ellos el párroco de San Esteban de Sevilla; el secretario del Papa, padre Yoannis; y una veintena de fieles de
diversos países y procedencias.
Con su habitual capacidad seductora y didáctica, Francisco expuso, en la homilía, un tratado sobre la forma de
evangelizar hoy, en no más de cinco minutos. Con la ayuda del Espíritu y tres verbos: levantarse, acercarse y partir
de las preguntas de la gente. Tres actitudes necesarias de la evangelización, pero que sin ponerse en manos del
Espíritu, tampoco conducen a nada.
Tras la misa, el Papa se sentó en una silla en medio de la gente y estuvo dando gracias un rato largo. Después,
como cualquier párroco, se fue a la salida de la capilla y se puso a saludarnos a los asistentes, uno a uno.
El Papa aprecia mucho a José María Castillo y, de hecho durante estos años de pontificado, primero le mandó una
carta y, después, le hizo una llamada telefónica. Hoy, se vieron frente a frente, se saludaron efusivamente y el
teólogo le dijo: “Santidad, somos dos jesuitas sin papeles”.
El Papa se sonrió y agradeció la ocurrencia. Y, mirándole a los ojos, recibió sus libros y 'bendijo' su teología: “Leo con
mucho gusto sus libros, que hacen mucho bien a la gente”, dijo Francisco a Castillo.
Más tarde, José María explicaba: “De la Compañía se sale por arriba, como en el caso del Papa, o por abajo, como en
el mío, pero, en ambos casos somos y seremos siempre jesuitas...ahora sin papeles”.
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El Papa a RD: “Seguid apostando por la Iglesia en salida”
Cuando llegó mi turno en esta segunda oportunidad que tenía de saludar al Papa, pensé que me iba a imponer
menos, pero sentí el mismo nerviosismo de la primera vez y la misma sensación de estar asistiendo a un ‘kairos' y a
la realización de un sueño.
Le dije quién era, le enseñé una fotocopia en color de Religión Digital y otra de la cabecera de la web ‘Pro
Francisco' que albergamos desde hace tres años en nuestra web. Francisco puso sus dos manos sobre la mía y me
dijo: “Seguid apostando por la renovación de una Iglesia en salida”.
Y el Papa se fue a desayunar, mientras Castillo, Margarita y yo nos fundíamos en un abrazo, no sin antes darle las
gracias al padre Yoannis, que había posibilitado nuestro encuentro con Francisco.
Al salir de Santa Marta, en la explanada que da a la parte trasera de la Basílica de San Pedro, Castillo, todavía
emocionado, decía: “Tenemos que disfrutar de este Papa, que es una bendición de Dios para su Iglesia y
apoyarlo con todo nuestro ser. Porque, al hacerlo, estamos apoyando la Iglesia del Vaticano II y, lo que es más
importante, el Reino de Dios”. Así lo haremos, maestro. ¡Y enhorabuena!
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José María Castillo en los Jueves de RD:
“Evangelio y Religión son incompatibles, pero la
Iglesia las ha fundido y confundido”
Jesús Bastante
13.04.2023
“Este no es el momento del silencio, no es el momento de la oración. Pepe ha hecho un gran servicio con este
libro enfrentando estructura y fe”. Pedro Miguel Lamet agradeció a José María Castillo la publicación de 'Declive de
la Religión y futuro del Evangelio' (Desclée, 2023), que en la tarde del 13 de abril de 2023 se presentó en la iglesia
'24 horas' de San Antón y, en modo on line, a través de los Jueves de RD, organizados por nuestra web con el
patrocinio de Instituciones Religiosas del Banco Sabadell y el apoyo técnico de Católicos en Red.
El padre Ángel García ejerció de anfitrión del acto, en el que entregó una paloma de la paz al profesor de Teología y
bloguero de Religión Digital. “Es un orgullo tenerte aquí”. Por su parte, José María Castillo quiso dejar claro que “el
Evangelio no es la Religión, sino que el Evangelio es un elemento que utiliza la Religión para sacar provecho del
Evangelio”.
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“Leyendo y releyendo los Evangelios, lo que he visto es que el Evangelio y la Religión no pueden estar juntos”,
recalcó Castillo. “Si algo hay claro es que el enfrentamiento más claro, más fuerte, más peligroso que hay es el
enfrentamiento del Evangelio con la Religión”, añadió. “Dos cosas que son incompatibles, la Iglesia las ha fundido
y confundido, y ésta es la gran contradicción en la que vive la Iglesia”.
Castillo, que tuvo hace décadas un momento similar al que debió sufrir Lutero en Roma –”Uno de los días más
amargos de mi vida”, admitió–, confesó uno de sus últimos encuentros con el que fuera prepósito general de los
jesuitas, Adolfo Nicolás, pocos días antes de que Bergoglio fuera elegido Papa. “Me dijo: ‘Reza por la Iglesia, que
más bajo de lo que ha caído ya no puede caer’”.
“Sólo Francisco sabe lo que está sufriendo y soportando por los que se empeñan en mantener esta institución
tal y como está organizada”, subrayó, rotundo, Castillo. “Es un dolor”, aunque admitió que “si el Evangelio ha
llegado hasta nosotros, es porque la Iglesia a lo largo de siglos lo ha ido llevando a su lado”.
“Me he sentido muy identificado con Francisco. Su forma de ser y de vivir nos traza el camino de la solución.
Ojalá quien venga detrás de él siga el camino que él ha comenzado a trazar”, deseó Castillo. Entrando en la
sociedad, sin condenas, con libertad. “Jesús no se metió en política; quien mató a Jesús fue la Religión. Y nosotros,
en vista de eso, religión te tienes que tragar”.
Con anterioridad el director de RD, José Manuel Vidal, habló de “un gran teólogo que responde con su obra, y que
es una partera de la primavera de Francisco”. Ambos, Lamet y Castillo, subrayó Vidal, “son responsables de esta
época de primavera del Papa Francisco, pese a que los rigoristas se pongan tensos”, y ambos “han sufrido en sus
carnes la condena por buscar una Iglesia libre”.
“Castillo sigue alimentando con sus libros a muchas gentes que estaba ávidas por respirar, porque a él, aunque lo
intentaron, no consiguieron asfixiarle”, añadió el director de RD.
“Si leéis el libro de Castillo os daréis cuenta por qué el Papa tiene tantos problemas en cambiar la Iglesia”, indicó
Vidal. “Es evidente que le cuesta, que le va a costar. Pasar de la Iglesia de la religión, basada en el funcionariado
clerical que tiene que tener poder, riquezas, y ritos para perpetuarse, a la Iglesia del Evangelio, es muy complicado,
porque nadie está dispuesto a renunciar a sus privilegios”.
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Una institución “en manos de clérigos, que siguen haciéndose preguntas que nadie se hace” y que “sigue alejada de
la realidad”. “Si queremos ser significativos en el mundo de hoy, tenemos que volver a la Iglesia que predica el padre
Castillo”, concluyó.
Pedro Miguel Lamet, por su parte, señaló que el pensamiento de Castillo “es un aldabonazo a nuestras
conciencias y a la Iglesia católica”, relevando el “contraste entre lo que la Iglesia enseña y lo que la Iglesia vive en
su propia carne y sangre”.
“Este libro se puede leer solo, porque Castillo tiene un estilo de la calle. Es un teólogo de la calle, como era José
María Díez Alegría”, apuntó el periodista y escritor jesuita, quien destacó cómo “Jesucristo, para Castillo, es la
manera de divinizar el mundo, haciéndose hombre, divinizando todo lo humano, como el amor”, y abundando en la
“centralidad del cristianismo sobre la religión”.
“No es que la Iglesia sea mala, es que no se cree. No toda la Iglesia, evidentemente. Hay otra Iglesia más allá de la
institución, que debe ser considerada”, finalizó Lamet.
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Entrevistas
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José María Castillo: “El poder de la Iglesia de
hoy me da lástima y coraje”
José María Castillo es uno de los grandes de la teología en España y en el mundo. Es un teólogo de
raza, que sabe combinar a la perfección el ensayo profundo, el libro serio, con la divulgación. Por ello se
convirtió en un teólogo de referencia, tanto a nivel clerical como a nivel de bases. Hace unos años dejó
la Compañía de Jesús. Decía, en aquella época, que para sentirse más libre. Es un teólogo, como todos los
que están en frontera, perseguido por Doctrina de la Fe (con varios mónitums contra él), pero que sigue
en la brecha. No se ha quemado. Es de los que siguen dando el pan de sus libros a la gente. Por ejemplo,
su nuevo ensayo editado por Trotta: ‘La humanización de Dios’.
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P.- Y es un placer doble, porque contamos también con tu blog, que dignifica aún más nuestra página
de Religión Digital.
R.- Eso para mí es también un regalo. Me siento muy a gusto, y lo considero una generosidad por vuestra
parte.
P.- ¿Cuál es la tesis fundamental de tu nuevo libro, ‘La humanización de Dios’ (Trotta, 2009)?
R.- Creo que la tesis está suficientemente indicada en el título. Dios, en la historia de las religiones, es
considerado como un ser trascendente y, por lo tanto, distante e inalcanzable. En un orden
completamente distinto e inasequible al ser humano. Por tanto, las religiones a lo máximo que llegan es
a hablar de la relación del hombre con Dios. La originalidad del cristianismo es que habla de la unión del
hombre con Dios. Y desde ese momento, hay que preguntarse si es que el hombre es elevado a la
condición divina, o si Dios desciende y se identifica con la condición humana.
R.- Claro, porque no hay término medio. Hay que optar por lo uno o por lo otro. Es verdad que la
definición dogmática del Concilio de Calcedonia, en el siglo V, optó por una solución que parecía
intermedia: decir que es verdadero Dios y que es verdadero hombre, pero que en Él hay una sola persona
que es divina. Con lo cual, sin decirlo, está diciendo que es más Dios que hombre.
R.- Pretendo sencillamente tomar como punto de arranque un misterio central del cristianismo: la
Encarnación. Que Dios se hace carne, como dice el Nuevo Testamento. Y hacerse carne es descender e
identificarse con lo más profundamente humano. Desde ese punto de vista, tenemos todo el derecho del
mundo a decir que Dios, en Jesús, se ha humanizado. Y, por lo tanto, se identifica con todo lo humano.
Hasta el extremo de poder decir, en el famoso texto del Juicio Final: “Lo que hicisteis a uno de estos, a mí
me lo hicisteis”.
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R.- Eso está en el Evangelio, y por ello la Iglesia tiene el deber sagrado de enseñarlo, defenderlo y
explicarlo.
P.- ¿Y en el Credo?
R.- Sí, pero lo que ocurre es que el Credo, tanto en su fórmula corta (del Concilio de Nicea) como en la más
amplia (del Concilio I de Constantinopla) se redactó en unas condiciones marcadas por una fuerte
influencia política. De los emperadores. No olvidemos que los cuatro primeros concilios de la Iglesia no
fueron convocados por los papas, sino por los emperadores. Costeados, aprobados y promulgados por
ellos, que hasta Teodosio I (finales del siglo IV) utilizaban el título de Sumo Pontífice.
R- Yo no digo tanto, pero sí que los emperadores tuvieron una influencia determinante en la formulación
de aquellos concilios. Hasta el punto que uno de los grandes temas que se estudia sobre aquellos
tiempos es el cesaropapismo, que fue el hecho de la intervención de los emperadores en la teología.
Imponiendo sus criterios y sus puntos de vista. Yo en el libro pongo un ejemplo muy elocuente y actual:
figurémonos que Obama convoca un concilio ecuménico en la Casa Blanca. Que allí lleva a todos los
obispos del mundo, les paga, aprueba él los documentos y los promulga. Mucha gente se pondría en
guardia.
P.- Evidentemente.
R.- Es verdad que no se puede trasponer el siglo IV o V al XXI, porque sería una injusticia histórica y una
ingenuidad pedagógica. Pero no olvidemos que hay grandes paralelismos entre una cosa y otra.
P.- ¿Entonces ese cesaropapismo arrastró la definición de Cristo más hacia lo divino, mermando la
parte humana?
R.- Efectivamente. El empeño de Nicea contra el imperante Constantino fue afirmar como dogma la
identidad de sustancia, de ser, de Jesucristo con Dios, con el Padre. En ese sentido, se salvó la divinidad
de Cristo, al afirmar que su naturaleza era la misma que la del Padre. Pero se cargó tanto la mano en los
siglos siguientes en el aspecto de la divinidad (y aquí aparecen los Padres de la Iglesia), que aquello
terminó en que en el Concilio de Calcedonia lo que se tuvo que defender fue la humanidad. Porque lo que
defendía el monofisismo del monje Eutiques era que Jesús no era un ser humano como los demás. Divino
pero no humano. Y eso la Iglesia lo condenó también. Lo que ocurre es que en la Iglesia sigue habiendo un
monofisismo eterno oculto, disimulado. Hay mucha gente que está convencida de que Jesucristo es dios.
Santo Tomás, en la Summa Teologica, se pregunta si Jesús hacía las necesidades humanas.
R.- Claro. Un viejo profesor que yo tuve decía que eso que dijo Santo Tomás es una estupidez, porque
Jesús era un ser humano, y todo lo que es humano es propio de Jesús.
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“Jesús era un ser humano, y todo lo que es humano es
propio de Jesús, menos el pecado y la maldad, que es
deshumanización”.
P.- Da la sensación de que a la Iglesia le da cierta vergüenza. No sólo ese tema, sino el del deseo
sexual de Cristo. ¿Tuvo o no tuvo deseos sexuales?
R.- Porque hay ciertas constantes en la experiencia humana. En los siglos I, II y III era el gnosticismo, que
anteponía lo divino a lo humano. Espíritu-materia, sobrenatural-natural. Después, esa tendencia ha ido
reapareciendo en distintas formas. En el fundamentalismo y en las tendencias más liberales.
R.- Y no sólo de Cristo, que era plenamente humano, sino de Dios. La clave está en la pregunta de Felipe
en la Última Cena, cuando le dice a Jesús: “Señor, muéstranos al Padre”. Jesús le responde: “Felipe,
¿todavía no me conoces?”. Si yo fuera Felipe le habría dicho: “Sí, a ti sí te conozco. Lo que quiero es
conocer a Dios”. Pero es que Jesús añadió, sin hacer falta esta intervención: “El que me está viendo a mí,
está viendo al Padre”. Ver a Jesús era ver a Dios. Oírle era oír a Dios. Tocar a Jesús era tocar a Dios. Por
tanto, desde el momento en que Dios se humaniza, se funde con la carne. Con lo más débil de la
condición humana.
R.- Toda la debilidad, menos el pecado. Menos la maldad, que es inhumanidad, deshumanización. Todo lo
que es plenamente humano lo asume.
R.- Pues claro que sí. En la sinagoga, cuando el manco, preguntó si la religión permitía curar o dañar una
vida. Se callaron, y el Evangelio de Marcos dice que Jesús les dirigió una mirada de ira. ¡Ira, no indignación!
P.- En la famosa escena del templo, que se pone a veces como ejemplo de eso, cuando coge el látigo,
¿sintió indignación o también ira?
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R.- Probablemente las dos, porque habían convertido el templo en una cueva de bandidos.
P.- ¿La humanización sigue trayendo hoy problemas? Pagola es un claro ejemplo actual.
R.- Evidentemente. Hay una resistencia no confesada pero muy fuerte. Porque lo humano es lo más
básico de nuestra condición, anterior a lo cultural, lo religioso, etc. Y Dios se identifica con ello. A Dios se
le encuentra ante todo en lo laico, en lo común a todos los seres humanos. Por ejemplo: la salud, la
alimentación, el respeto, las relaciones humanas. Estas fueron las grandes preocupaciones de Jesús. Y
para eso apelaba a Dios. Porque Jesús sabía muy bien que sin fe, sin unas convicciones hondas, la
condición humana no da de sí. Porque lo inhumano predomina en nosotros. El Pecado Original. Entonces,
a mí me parece que la originalidad de mi libro es que dice que a Dios lo tenemos que buscar, ante todo, en
lo humano. Y que el cristianismo está para humanizarnos.
P.- ¿Eso no quiere decir que tú niegues que Dios era también perfecto?
R.- No, de ninguna manera. Lo estoy afirmando: el perfecto Dios se expresa, se revela, en la perfecta
humanidad. Este es el gran misterio de Jesús.
P.- ¿Y es la perfecta humanidad una de las asignaturas pendientes de la teología? ¿Por qué se ha
investigado poco ahí?
R.- Es que los teólogos muchas veces dan la impresión de que conocen más a Dios que al hombre.
Prueba de ello es que se preguntan: “¿Jesús es Dios?”. Si analizas esa pregunta, te das cuenta de que en
el fondo están diciendo que saben lo que es Dios. Y preguntan si eso se le puede aplicar a Jesús. Y yo al
que hace esa pregunta le preguntaría: “¿Usted sabe lo que es Dios? ¿Lo ha visto, lo conoce?”. A Jesús lo
conocemos por la historia evangélica. Se puede discutir sobre valor histórico, pero que ahí hay la realidad
de un galileo, trabajador del siglo I, que vivió de tal forma, tuvo tales convicciones, hizo tales cosas y
murió del tal manera, lo sabemos con sobrada seguridad. A partir de ahí tenemos que conocer a Dios.
P.- ¿Sería más fácil conocer al Jesús hombre que al Jesús dios?
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R.- Claro, lo es. A partir del Jesús hombre podemos empezar a conocer al Jesús dios. Porque si yo me voy
directamente al dios en sí, ¿qué puedo saber? Lo dijo Aristóteles, es la metafísica de los griegos. La
especulación de los intelectuales merece respeto, pero el Evangelio tiene más credibilidad.
P.- ¿O sea que lo que sabemos de Dios lo sabemos porque Jesús nos lo dijo de Dios?
R.- Evidentemente. Por eso él es revelador y revelación de Dios. Es la imagen de Dios invisible. O, como
dice la carta a los hebreos, “Dios finalmente nos ha hablado en su Hijo”. Por medio de su hijo, que es
Jesús.
P.- Un déficit que señalas en la cristología es la cristología política de la Iglesia antigua. ¿Qué quieres
decir con ello?
P.- “Todobondadoso”.
R.- Eso es. La gente no necesita poderes que le dominen, sino comprensión, misericordia, respeto,
tolerancia, ayuda para nuestra debilidad. Este sería el mejor servicio que la Iglesia pudiera hacer.
P.- ¿Y eso lo puede hacer la iglesia del poder, identificada con el Vaticano? Sólo ver el Vaticano da la
sensación de que estamos ante un gran poder.
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R.- No es sólo una sensación, es una realidad. La cúpula y la plaza de San Pedro, la majestuosidad de un
cardenal revestido con todos sus ornamentos, son una expresión simbólica de una realidad. La Iglesia
predica constantemente el Evangelio. Hay mucha gente en la Iglesia que lo predica y lo vive, y sufre por
causa del Evangelio. Hay obispos y sacerdotes y religiosas y religiosos en sitios donde no va nadie. Por
ejemplo, en América Latina. Curas que lo pasan fatal, en los peores sitios. Pero eso no es noticia en
ninguna parte. Lo que es noticia son las grandes reuniones en la Plaza de San Pedro o en cualquier sitio
donde vaya el Papa a ser recibido como un grande de este mundo, como un jefe de estado. Y la gente no
se aclara. Porque, ¿cómo juntar esas imágenes con lo que se lee en el Evangelio? Jesús le dio también
mucha importancia a esto. Y cuando mandó a los apóstoles a evangelizar les dijo: “No llevéis dinero, ni
bastón de mando, ni sandalias; no llevéis dos túnicas”. Porque así se evangeliza. Yo creo que evangelizó
más San Francisco de Asís con su humildad y su sencillez, o la buena gente por ahí perdida, curas,
monjas, laicos... que estos personajes que aparecen con esa pompa. A muchos nos desconcierta y otros
les causa malestar. Aunque haya grupos que necesitan eso.
P.- Y lo peor, desde mi punto de vista, es que esa tendencia se está acrecentando últimamente. Vamos
hacia una Iglesia de la pompa y de la liturgia y nos alejamos de los pobres.
R.- Claro, porque la Iglesia, a medida que va perdiendo poder en el tejido social, se aferra a esas cosas.
R.- Sí. Ya la está perdiendo por toda Europa. Por todo el mundo, a medida que la cultura va avanzando.
Por eso la Iglesia se agarra al integrismo dogmático, a la política, etc, pensando que con eso va a
compensar las carencias en otros ámbitos. Que son los decisivos. Decisivo es el Sermón del Monte, que
determina la convivencia entre la gente. Pero eso no se transmite, no se contagia a la opinión pública, al
pueblo.
P.- ¿Ves alguna salida? ¿Hay posibilidad alguna de que esta creciente involución pueda dar marcha
atrás? ¿Es la Iglesia una institución sabia? Si supiera equilibrar, al pasarse hacia un lado, el
movimiento pendular la tendría que traer hacia el centro, para admitir a todos.
R.- Bueno, la esperanza que tenemos es que van a llegar a tal límite, que se van a dar cuenta de que por
ahí ya no se avanza más. Hay mucha gente convencida de eso, no solamente entre laicos y seglares, sino
también entre los obispos. Lo que pasa es que en los ambientes clericales hay mucho miedo. Y, por tanto,
falta de libertad.
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P.- ¿Miedo a la pérdida del poder?
R.- Sí. Y a las reprimendas que vienen de Roma. A mí, cuando era jesuita, un obispo me habló con toda
confianza. Estaba en una gran diócesis de España y me contó cómo los controlan desde Roma, mediante
un mónitum, un aviso. Y me contó algún ejemplo, como el del cardenal de Barcelona muerto hace unos
años, al que le mandaban mónitum tras mónitum por cosas muy extrañas. Hasta que un día se hartó,
tomó un avión, se fue a Roma y preguntó: “¿Qué pasa aquí?”.
R.- La cosa viene de muy atrás, de muy lejos. El mundo interno de la Curia vaticana es un misterio,
incluso para los que están dentro. El caso es que buscaron, y encontraron que aquellos mónitum le
venían al cardenal de Barcelona nada menos que por denuncias que mandaba a Roma un sacerdote que
estaba en un psiquiátrico.
R.- Claro. Y si en Roma le prestan atención a un anónimo o a una denuncia de un demente para intimidar
a un cardenal, hay algo que no funciona bien.
R- Sí.
R.- Lo que pasa es que muchos no somos conscientes del miedo. Hay una afirmación de un psicoanalista
francés que dice: “La obra maestra del poder consiste en hacerse amar”. Y si el poder es religioso, se hace
amar mucho más. Amamos al que nos controla, al que nos prohíbe, nos amenaza y no nos deja pensar
con libertad.
R.- Claro. Yo pienso, por ejemplo, en San Antonio de Padua. Yo recomendaría a muchos obispos y
sacerdotes leer sus sermones. O el Tratado de Consideracione de San Bernardo. O a Santa Catalina de
Siena. Y no estoy citando teólogos de la Liberación, sino santos de los siglos XII y XIII, místicos de la Edad
Media.
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La salida de la Compañía de Jesús
P.- ¿Ese círculo es el que rompes tú cuando decides que no hay espacio suficiente para respirar
(dentro de la Compañía de Jesús)?
R.- Sí, eso me influyó notablemente para tomar la decisión que tomé. Que, a los 78 años, no es fácil
tomar. Pero es que a mí se me hacía muy difícil pensar con libertad y decir libremente lo que pensaba. Y
me dije: “El poco tiempo de vida que me quede, que no será mucho, quiero poder pensar y hablar con
libertad, hasta donde me sea posible”.
P.- Y eso es algo que se agradece, porque hay pocas voces absolutamente libres, que puedan expresar
lo que sienten. Porque en la Iglesia se murmulla mucho, se critica por lo bajo, pero hay muy poca
gente que se atreva a salir a los medios públicos a decir, por ejemplo, lo que tú estás diciendo.
R.- Lo que yo siento es que haya personas que se puedan escandalizar. Que se van a irritar o a sentir mal
leyendo mis libros o esta entrevista. Pero también pienso que en los evangelios (Dios me libre de ni
siquiera querer asemejarme al Señor) Jesús escandalizó a mucha gente. Y Monseñor Romero, o Don
Helder Cámara, escandalizaron también a mucha gente. Recuerdo esa frase tan conocida: “Cuando doy
pan a un pobre, me llaman santo; cuando pregunto por qué hay pobres, dicen que soy comunista”. Es
decir, se escandalizan. Pero yo creo que esto es inevitable.
P.- Pero no se escandalizan los sencillos. Se escandalizan, o hacen que se escandalizan, los talibanes
que defienden la Iglesia enrocada.
R.- Es verdad. Yo siempre digo una cosa: Jesús fue extremadamente tolerante. Pero fue intolerante con
los intolerantes. De ahí la dureza y la firmeza con que trata a escribas y fariseos, según los relatos
evangélicos.
P.- Alguna cuestión de actualidad. Se acaban de producir dos nombramientos, uno muy polémico: el
de Monseñor Munilla en San Sebastián, sin consultar con la diócesis, etc. ¿Quién manda en la Iglesia
española en este momento?
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R.- El cardenal Rouco tiene un poder muy grande.
R.- Los tiene, pero están ocultos, según dicen quienes conocen el mundo interno de la Conferencia
Episcopal. Rouco se ha dado cuenta de que la línea que él ha tomado es bastante coincidente con la que
domina hoy en el Vaticano. Alguien dirá: “Pues eso es lo que tiene que hacer”. Pero yo diría: “Cuidado”.
Porque esa línea es coincidente con el fundamentalismo religioso más tajante, y con la derecha política.
Yo respeto que quieran seguir esa línea, son libres para hacerlo. Pero que no quieran imponerla para
todos. Porque hay gente de una sana izquierda, de una postura más respetuosa, liberal y tolerante desde
el punto de vista religioso, que son buenos cristianos. Pero en España se tiene la impresión de que, como
no te identifiques con la derecha más allá de la cual ya está la pared, como decía el otro día uno, no te
puedes identificar con Roma.
P.- Y eso incluso cierra el “mercado religioso”, el potencial. Si Iglesia somos todos, seamos todos, ¿no?
R.- Una de las esperanzas que tengo es que se vean cada día más angustiados económicamente. Porque
la cruz la va a poner cada vez menos gente en la casilla de la declaración de la renta, porque cada vez va
menos gente a las iglesias y, por tanto, las donaciones disminuyen a velocidad de vértigo. Y se van ver en
una situación en que no les va a quedar más remedio -y es duro y desagradable decirlo- que replantearse
muchas cosas.
P.- ¿Se deberían replantear algunas cosas por agotamiento? El celibato de los curas, la ordenación de
las mujeres, que a mí me parece...
R.- … Evidente. Empezando porque Cristo no ordenó mujeres, pero tampoco hombres. Cristo no ordenó a
nadie. El otro día, en el blog de Religión Digital, puse yo una entrada sobre eso: El orden no es bíblico ni
evangélico, es una institución política del Imperio. Había tres órdenes: el de los caballeros, el de los
senadores y la plebe. Y eso lo tomó el clero en el siglo III. Decir que Jesús ordenó sacerdotes a los
apóstoles es un despropósito teológico e histórico. Por tanto, ¿por qué no van a poder las mujeres ser
sacerdotes? El Concilio dice que el pueblo cristiano tiene derecho a que la Jerarquía lo atienda con la
predicación de la Palabra y la administración de los sacramentos. Hoy más de la mitad de las parroquias
del mundo no tienen párroco porque no hay sacerdotes suficientes. Antes que el derecho de la Iglesia a
imponer sacerdotes célibes o sólo hombres, está el derecho de los fieles a ser atendidos. Porque lo
primero es la Comunidad.
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“Hoy más de la mitad de las parroquias del mundo no
tienen párroco porque no hay sacerdotes suficientes.
Antes que el derecho de la Iglesia a imponer sacerdotes
célibes o sólo hombres, está el derecho de los fieles a
ser atendidos. Porque lo primero es la Comunidad”.
P.- Otro asunto que volvió a poner ayer de actualidad el cardenal Rouco es el de la clase de Religión.
Dice que está marginada, que no se cumplen los acuerdos Iglesia-Estado, que no hay alternativa…
¿Debe seguir la clase de Religión en la escuela pública?
R.- Tal y como está planteada la clase de Religión (ya para eso hay que ver los libros y manuales que
ponen en los colegios, censurados por la Conferencia Episcopal), creo que también tendría que haber
clase de Religión para los musulmanes, para los budistas, etc. Es decir, si la Constitución dice que las
creencias religiosas son libres y que el Estado no es confesional, no puede convertirse en ello para un
asunto tan importante como es la enseñanza. La Iglesia quiere obligar al Estado a que enseñe religión
porque ella se siente incapaz de transmitírsela a los jóvenes. Entonces, los adoctrinan en el colegio.
R.- En primer lugar, no deberíamos nunca olvidar que la Iglesia es una institución de más de mil millones
de creyentes. Y, para gobernarlos a todos, poner a un hombre con esa edad, con un cargo vitalicio que
puede prolongarse como en los últimos papados, como Juan Pablo II, que por edad y por salud no podía
más el pobre hombre, en una institución de poder centralizado, no lo haría ninguna otra institución en el
mundo. Ni lo hace. La iglesia echa mano del Espíritu Santo cuando le conviene. No echa mano de él
cuando oculta a curas pederastas. ¿También el Espíritu Santo inspira eso? Vamos a ser coherentes. Yo
creo que el Papa Ratzinger ha sido un gran teólogo, pero que ya no está, por edad ni por salud, en
condiciones de ocupar el cargo que ocupa, dado el sistema organizativo que tiene la Iglesia, de un poder
concentrado todo en un sólo hombre.
P.- ¿Le ves capaz de cambiar el sistema? Por ejemplo, presentar la renuncia, dar paso a otros...
R.- No. Vamos, igual nos da una sorpresa el día que menos esperemos, pero no lo creo. El cambio en la
Iglesia no vendrá de arriba. La renovación no vendrá tampoco por movimientos antieclesiásticos (como
los Pobres de Lyon y todos aquellos grupos de la Edad Media). Por ahí tampoco. El cambio en la Iglesia
tiene que venir en comunión con la Iglesia.
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P.- ¿Reivindicando desde dentro?
R.- Haciéndose todos responsables de su marcha. En la parroquia y en la diócesis. Lo que pasa es que a la
gente la han educado para que se calle. Para que vaya a misa el domingo y del resto diga que es “cosa de
curas”.
P.- Y a los movimientos más reivindicativos dentro de la Iglesia se les estigmatiza, se les tacha de
“rojos”, se les margina...
R.- Sí, se les complica la vida. No se les oye. A mí me gustaría que los obispos en cada diócesis recibieran
a cada movimiento como reciben a los kikos. A mí me parece muy bien que les reciban entusiasmados,
porque son personas de mucha generosidad religiosa y de mucha entrega, que merecen todo el respeto.
Pero no deberían olvidar los obispos que también hay muchas personas que, por motivos que ni ellos
mismos se atreven a confesar, están ahí, marginados. Ni se les escucha ni se les recibe. Tengamos
anchura de corazón. Jesús comía con los pecadores, recibía a las gentes más marginales y peor vistas,
ponía como modelo a un samaritano, acogía a un centurión romano, no hacía diferencias…
R.- Claro. Si se le perdía una, iba en busca de ella. Y ahora la impresión que da es que quien está perdido
es el obispo.
P.- Pero, entonces, “largo me lo fiáis”. ¿Hay esperanza de un cambio real cercano?
R.- A corto plazo, no. Habría que convocar un concilio, pero hoy, tal y como es la política de
nombramientos de obispos de Benedicto XVI, y tal como fue ya la de Juan Pablo II, daría igual. Porque en
la mayoría de las diócesis han puesto a hombres orientados en una línea que un concilio no podría
cambiar. Habría que pensárselo.
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P.- Juan XXIII lo hizo en una época tan dura o más que ésta.
R.- Es verdad, pero hay una diferencia. Pío XII fue un Papa de una mentalidad muy tradicional y
conservadora, que intentó degollar los movimientos renovadores, por ejemplo, la Nouvelle Teologie, de
los años 40-50. Y aquellos grandes teólogos, como Rahner, fueron condenados. Pero Pío XII, siendo tan
conservador como era, no tuvo miedo en nombrar grandes personalidades como obispos y cardenales. Y
por eso fue posible el Concilio. Porque a Juan XXIII no le dio tiempo de renovar el episcopado ni de
cambiarlo. El Concilio vino en seguida. Sin embargo, los dos últimos papas sí han tenido ese miedo.
R.- ¡No! No fue tampoco un revolucionario alegremente, ni mucho menos peligroso. Andaba siempre con
los últimos. Fue un hombre de una libertad absoluta y sorprendente. Yo recuerdo el pasaje del Evangelio
de Lucas en que cuenta que Pilatos había degollado a unos galileos que estaban ofreciendo un sacrificio
en el templo o en un lugar sagrado. Entonces, le pusieron una ocasión en bandeja a Jesús para hacer una
denuncia contra los romanos, y Jesús no dijo nada. Lo que dijo fue: “Si no os convertís todos, vais a acabar
igual”. Jesús interpelaba a la conversión de cada cual. La conversión a los valores del Sermón del Monte y
de sus parábolas: Que los últimos son los primeros, que los débiles, los niños, las mujeres, los pecadores,
los excluidos, y los indefensos son a los que más hay que cuidar. Una Iglesia que fuera así, tendría hoy un
poder y una fuerza increíbles. Y lo que me da lástima y a veces coraje, es que se agarren a poderes de
este mundo.
P.- José María, ha sido un placer. Los que quieran profundizar en su pensamiento de teólogo, pueden
comprar su ensayo de cristología. Y los que quieran leerle cada día, pueden acceder a su blog de
Religión Digital, Teología sin censura. Gracias, maestro.
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José María Castillo: “Jesús no quiso templos,
ni despachos, ni casas de retiro. Jesús iba por
las calles a encontrarse con la gente”
Jesús Bastante
08.12.2020
Es uno de los mejores teólogos de España y, sin duda, el padre de la 'Teología Popular'. Un adelantado a
su tiempo y, en cierto modo, uno de los maestros de Jorge Mario Bergoglio, que lee y ‘copia’ más de
una vez sus reflexiones. Cercanas, profundas, comprensibles, con entrañas de Evangelio. José María
Castillo publica, un año más –y van…– sus reflexiones al Evangelio diario en 'La religión de Jesús
2021', que publica Desclée.
A diferencia de otros, Castillo no sigue el año litúrgico, sino el calendario civil, “que es el que tiene la gente
normalmente. El año comienza el uno de enero”, nos cuenta, con toda la energía del mundo, desde su
amada Granada. Hablamos con él.
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P.- De nuevo, nos presentas tus reflexiones sencillas para el año. Que no arrancan en Adviento, sino el
1 de enero. ¿Por qué?
R.- El Adviento es una cuestión puramente organizativa, de la que se puede prescindir. Por las ediciones
de Evangelios que voy viendo en las librerías, va predominando lo civil sobre tradiciones religiosas o
litúrgicas que se han introducido con el paso el tiempo.
R.- Este es el año 14 o 15 en que lo hago. En mi opinión, el Evangelio no es una recopilación de relatos
tomados de aquí o de allí, sino que hay más de fondo. Es teología narrativa, lo que significa que en estos
relatos lo determinante no es la historicidad del mismo, sino lo que significa el relato. Porque la
historicidad, en los cuatro evangelios, cambia. Por ejemplo, la expulsión de los mercaderes del templo,
que en los Evangelios sinópticos está al final de la vida de Jesús, mientras que Juan lo coloca al comienzo
del suyo. ¿Quién tiene la razón? Da igual, el hecho ocurrió. Lo que pasa es que los sinópticos lo presentan
como el enfrentamiento directo que precede a la condena, mientras que Juan lo muestra al principio, para
indicar que la vida de Jesús iba a ser un enfrentamiento con el templo, y una condena del templo. No del
templo en sí, sino de los abusos que se cometían en el templo. De la misma manera en que ahora
estamos escandalizados de que se hayan comprado catedrales, como la de Córdoba, las
inmatriculaciones, o en León, o en Burgos… Es que eso es una cosa muy seria. Y claro, utilizar los templos
para ese tipo de cosas, pues no. En muchas catedrales cobra por entrar a visitar la casa de Dios.
P.- En tu libro abordas una problemática que llevas tocando en Religión Digital hace meses, sobre la
tensión entre el seguimiento a Jesús y el seguimiento de una religión, que son conceptos antitéticos,
¿no?
R.- No solamente no es lo mismo, sino que son antitéticos. Se pretende meter a Dios en el templo, en lo
sagrado, y ahí está Dios, y así yo voy por la mañana a misa, y cumplo con Dios, y ya durante el día en la
calle, en casa o en la oficina, cumplo con otras cosas que tienen poco que ver con Dios.
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P.- Es como si con eso bastase…
R.- ¡Claro! Jesús replantea eso de otra manera. Jesús no quiso templos. No es que cuando expulsó a los
comerciantes… los templos se utilizan con mucha frecuencia como negocio. Además, el templo delimita a
Dios en un lugar determinado, mientras que Jesús es la presencia de Dios en la vida, en toda la vida.
Estés donde estés, hagas lo que hagas.
P.- Para creer en Jesús, ¿se puede seguir estando en esta Iglesia? ¿O no? ¿Se puede ser ese Jesús y de
esta Iglesia?
R.- Si somos rigurosos y coherentes, yo digo que no. Y por eso me alegra tanto la gestión que lleva
adelante el papa Francisco. Porque esto no se puede cambiar de la noche a la mañana con un decreto,
tiene que ser la vida. Y el papa Francisco, donde se palpa que está a gusto es en la vida. En el templo,
cumple lo indispensable, pero a él lo que le gusta es ir por la calle, entrar en una tienda, visitar a un
enfermo, hablar con la gente... ¿Por qué? Porque en última instancia Jesús es la humanización de Dios, y
la presencia de Dios en la vida.
P.- ¿Pero cómo construimos ese grupo de seguidores de Jesús, que tiene que ser en comunidad?
Entiendo que la Iglesia eso fue, aquellos que se juntaban en su nombre. ¿Cómo ser Iglesia siguiendo a
Jesús sin salirnos del templo y sin expulsar del templo a los sacerdotes? ¿Es posible?
R.- Es una utopía. Pero la mayor utopía es un mundo sin utopía. La utopía es necesaria, y la que tenemos
que perseguir y realizar es la de que cada grupo o comunidad de cristianos vea de qué modo reunirse
para celebrar la memoria de Jesús y compartirla. Es lo que hicieron los cristianos durante todo el siglo II.
Los templos empezaron a construirse en los siglos III y IV. Jesús no fundó ningún templo, ni quiso ningún
templo, ni hizo casas de retiro, ni alquiló un despacho para recibir a la gente, no. Nada de eso. Jesús iba
por los pueblos, se encontraba a la gente. Lo importante: lo más fuerte en la vida es la bondad. La bondad
tienen tal fuerza que puede con todo. Y la gran equivocación es pensar que con saber mucho o tener
mucho, o mandar mucho, basta. Con eso no arreglamos nada, al contrario, nos peleamos, nos dividimos.
Lo que tiene más fuerza en la vida es la bondad, que es lo que más necesitamos.
R.- Hay algo que está ocurriendo, un fenómeno muy profundo. Se está desplazando el poder despótico y
de dominación, por el poder de seducción. Lo que nos seduce, eso es lo que se impone, y lo que más nos
seduce es la bondad. La bondad, que es respeto, tolerancia, cercanía, que es cariño, simpatía, hacer feliz
al que lo pasa mal. Estamos tocando no sólo un problema de ética, sino un problema teológico profundo.
¿Dónde está Dios? En todo eso. Dios está en la bondad, en la convivencia. Y por eso Jesús, según los
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relatos evangélicos, está preocupado por tres temas fundamentales: la salud, por eso curaba enfermos;
la economía, y por eso Jesús le da tan fuerte a los que acaparaban dinero, a los que tenían bienes y
desatendían a los desgraciados; y la convivencia: sobre todo de forma que sea la bondad por que en la
bondad es donde está la fuerza y el poder de Dios. Esto es lo que me parece que la Iglesia ha descuidado.
Y la Iglesia lo que ha hecho muchas veces en su historia ha sido imitar el poder, la riqueza, la importancia
de los poderes públicos y terrenos, y por ahí no vamos a ninguna parte, solo al enfrentamiento, la
división, el sufrimiento, que el poderoso domina al débil, etc...
P.- Para ir acabando, ¿qué reacción te gustaría que tuvieran los lectores de tu libro? En estos tiempos
de coronavirus, sufrimiento, soledad... ¿qué puede aportar?
R.- Lo primero que puede aportar es caer en la cuenta y tomar conciencia de que a Dios lo encuentras en
la vida, en la convivencia. Eso lo primero y ante todo, y lo encuentras en la convivencia más que delante
de una imagen. Una convivencia en la que manda y se impone la bondad. Una bondad que en las
condiciones en que estamos ahora mismo se preocupa ante todo por respetar la salud. Ahora, en
Navidad, lo que tenemos que hacer es respetar la convivencia, pero respetando la salud, y no haciendo
tonterías ni fiestas a escondidas, que lo que nos hace es salir todos contagiados. Yo creo que lo que nos
enseña el Evangelio es que Dios está presente en la bondad, en la convivencia, en la preocupación por la
salud, en la preocupación por los que se han quedado sin trabajo, que no llegan a fin de mes o a la cena
de cada día... Y por último, tener muy claro que todo deseo, todo lo que deseamos intensamente, eso es
la oración. La oración es lo que deseamos, porque Dios es trascendente y no tenemos posibilidad de
relacionarnos con él. Se hace presente en Jesús, que fue un campesino de Galilea, un trabajador, gente
pobre y humilde, pero un trabajador que no quería ni templos ni sacerdotes ni ritos ni ceremonias.
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Opinión
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José María Castillo,
la fuerza profética de lo débil
A los noventa y cuatro años de edad, después de una vida llena de estudio, búsqueda de la verdad
evangélica y profunda bondad, pero difícil y plagada de obstáculos, se nos ha ido en Granada el teólogo
popular libre y disidente, pero profundamente cristiano, José María Castillo. Sus datos biográficos y
obituario se encuentran en otros sentidos y lúcidos artículos de ‘Informe RD’ tan especial.
En estos momentos, con el dolor de su pérdida, más que los datos fríos y académicos de su vida nos
interesa su perfil humano e intelectual. Un pintor habría utilizado para retratarlo colores pálidos para
trazar suavemente un rostro entre frágil e inteligente, solitario y cordial, humilde y respondón. Pero esa
es solo la apariencia. Pepe Castillo es mucho más. Pueblo pequeño, escasez de la Andalucía oprimida,
guerra y posguerra, franquismo y transición; Trento y Vaticano II, le configuran como marco político y
vital.
Un rasgo de sus comienzos emociona especialmente: su confesión de que de niño fue pastor literal de
ovejas. Cuenta que durante años le dio vergüenza relatar esta vivencia infantil. Pero no solo es hermosa
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esa conexión primitiva con la naturaleza y la imagen bíblica del pastoreo, sino que viene a simbolizar lo
que va a ser el eje de toda su vida: la centralidad del Evangelio como columna vertebral de su actividad
teológica.
Como en una película, hay secuencias que se alternan en su relato: el proceso de ir descubriendo al
verdadero Dios contra la falsa religión en su hijo, Jesús de Nazaret, y, como en un salto continuado de
obstáculos, superar los escollos que le irá poniendo la Iglesia institucional o real. Sobre el sustrato de
una psicología frágil y sensible, como él mismo confiesa que es la suya, eso ha supuesto tener que
afrontar muchas noches oscuras, incomprensiones, soledad e incluso tener que superar en varias
ocasiones la depresión. Pero nunca ha claudicado en su lucha hasta alcanzar la libertad e incluso, en la
medida que es posible en este mundo, la felicidad.
En este proceso ha estado muy presente la Compañía de Jesús. Yo creo que en cierto modo ser jesuita
imprime carácter. Con sus defectos –entre ellos cierto orgullo corporativo–, la orden que fundó San
Ignacio no deja indiferentes. De los muchos ex jesuitas que he conocido, pocos no sienten cierta
añoranza, y la mayoría asegura que la experiencia a fondo de los Ejercicios ha marcado para siempre su
vida. Lo curioso de Castillo es que, a pesar de que abandona dos veces la Orden (la primera por
enfermedad en el noviciado, la segunda por conflictos que el resume como “higiene mental”),
mantendrá siempre un vínculo de gratitud y aprecio, tanto que le dedica a la Compañía sus memorias y
le atribuye muchos de sus logros de formación y vivencia.
Como novelista y biógrafo he llegado a la conclusión de que una de las cualidades más destacadas de la
Compañía, sobre todo los últimos tiempos, es su flexibilidad y tolerancia para albergar entre sus filas
hombres tan distintos como Teilhard de Chardin y Karl Rahner, Gerald M. Hopkins y Carlo María Martini,
generales como Janssens y Arrupe, y entre los españoles singularidades tan acusadas como los padres
Llanos y Díez-Alegría. De estos dos grandes hombres, como Castillo, libres, proféticos y rompedores, he
escrito biografías documentadas. La de José María Díez-Alegría la titulé ‘Un jesuita sin papeles: la
aventura de una conciencia’. Precisamente por su objeción de conciencia Alegría tuvo que abandonar
legalmente la Orden, aunque el simpar Arrupe, entonces superior general, le permitió seguir viviendo
como un jesuita más en casas de la Compañía. No sé de otro instituto eclesial que haya tenido un gesto
de este calibre.
A este respecto Pepe Castillo me contó una anécdota muy repetida en su encuentro con el papa
Francisco, cuando le invitó a una audiencia en Roma. Después de haberle hecho varias de esas
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llamadas telefónicas que suele hacer a algunas personas por sorpresa, el ex jesuita granadino le dijo al
papa jesuita argentino: “Convénzase, santidad, los dos somos jesuitas sin papeles”, lo que desencadenó
un torrente de risas en el Papa.
Castillo resume así lo mejor que sacó de sus dos noviciados, lo que “hay en la base y fundamento de mi
vida es una “experiencia-clave”, que se mantiene firme en mí, tal como yo la siento, la percibo y es el
motor de lo que hago y deseo seguir haciendo, hasta el final de mis días. Es la experiencia de Jesús, el Señor de
mi vida, tal como lo he encontrado en el Evangelio”.
Otro punto es su experiencia humana e intelectual en los centros de estudio donde ha ejercido su
profesorado como Córdoba, Granada, Roma, El Salvador y otros muchos lugares. De ello afirmaba: “Esta
Iglesia, a la que tanto debo, es la Iglesia que vive en una enorme y palpable contradicción. Es la
contradicción que consiste en que la Iglesia enseña (o pretende enseñar) exactamente lo contrario de
lo que vive. Y es el ‘clero’, lo digo sin rodeos, el que lleva la batuta de esta enorme orquesta ruidosamente
desafinada”.
Particularmente sensible a las contradicciones, estas estallan en su vida cuando se le prohíbe enseñar en
Granada y al mismo tiempo se le admite, e incluso se le anima, a hacerlo en la UCA de San Salvador. “¿En
Granada yo era peligroso y en El Salvador no lo era? ¿Cómo se explica esta contradicción?”. ¡Por lo visto
la razón formal es que la de Granada era facultad eclesiástica y la de San Salvador civil! Como si la verdad
dependiera de etiquetas.
Pepe admiraba la libertad profética de Pedro Arrupe, que le trató con gran comprensión y delicadeza, o
las confidencias de su sucesor en el generalato, Adolfo Nicolás, que al despedirse le dijo: “Reza mucho
por la Iglesia; porque más bajo de lo que ha caído, ya no puede caer”. Castillo se atreve a decir que
Wojtyla y Ratzinger, “aunque hombres muy distintos, cada uno a su manera, le dieron más importancia
a la fiel observancia de la Religión que a la presencia del Evangelio en la vida de los individuos y de la
sociedad”.
Sea como fuere, la trayectoria teológica de Pepe Castillo, insuflada de una enorme cultura y cientos de
libros asimilados y otros escritos por él, es una continua superación de censuras y de problemas de
libertad de cátedra.
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Llega a afirmar que la Teología es “un saber sometido a censura”. Su clave para entenderla es la
encarnación como humanización de Dios. Por eso afirma en una estrecha unión de inmanencia y
trascendencia: “Si luchamos en serio por ‘humanizar’ esta sociedad y este mundo, entonces y sólo
entonces, podremos pensar en serio que estamos luchando por ‘divinizar’ nuestra existencia”. Para
señalar lo que distingue a un cristiano del que no lo es, afirma que se produce cuando “sólo queda en pie el
amor, la bondad y el comportamiento que cada cual ha tenido en su vida con sus semejantes”.
Muy esclarecedor es cuando se pregunta por su identidad de los últimos años: “¿Laico o jesuita
arrepentido?”. De pronto se descubrió viejo y libre por primera vez, en el sentido de no estar atado
para realizar lo que uno quiere hacer. Esto le supuso vivir contrastes, como tropezarse con gente que le
felicitaba y otros le evitaban, como aquel compañero que se escondía detrás de un libro para no
saludarle.
Pero lo mejor es su conclusión: “¿Laico o jesuita arrepentido? Ni lo uno ni lo otro. Yo quiero creer en
Jesús, buscar –en Jesús– a Dios. Y para alcanzar mi búsqueda, hacer lo que hizo Dios. O mejor –para
hablar con precisión– intentar hacerlo. Que es, ni más ni menos, hacer lo que hizo Dios: ‘encarnarse’. Es
decir, ‘humanizarse’: ‘La Palabra se hizo carne’. Dios se ‘humanizó’. Siendo profundamente humanos, así
es como encontramos a Dios”.
O lo que le dijo Adolfo Nicolás en Roma: “Me alegra que te hayas salido de los jesuitas. Porque te
conozco. Y sé que, tal como piensas y te comunicas, tú no podías ser feliz en la Vida Religiosa. Y no
olvides que venimos a este mundo para ser felices. No para vivir siempre contrariados”.
Castillo piensa que el problema del hombre es Dios, y solamente en el Evangelio en Jesús, algo que en su
opinión la Iglesia ha olvidado, volvemos a la centralidad. “Hizo falta pasar por la crisis religiosa, que
provocó la Ilustración, para darnos cuenta de que a Dios no lo conocemos. Y ahora, que hemos entrado,
en picado, en la crisis de la Religión y de Dios, empezamos a tomar conciencia de que al Dios
trascendente solamente podemos conocerlo en la humanización de Dios, tal como lo vemos y lo
palpamos en el Evangelio, en la vida y en las obras de Jesús”.
De ahí la importancia que el profesor Castillo concedía al Dios humanizado, que veía como única vía de
hacer presente a Dios en nuestro lacerado mundo, y para la Iglesia que esté centrada en el Evangelio,
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porque “una Iglesia empeñada en observar fielmente la Religión es una institución que vive y comunica
un Evangelio falsificado”.
Pepe ha declarado siempre su amor a la Iglesia, “pero precisamente porque la quiero tanto, por eso no
me puedo callar lo que yo veo como el fenómeno de fondo que ha desquiciado lo que quiso Jesús, mi
verdadero Señor, cuando se despojó de todo rango y dignidad, de toda posesión de bienes y
grandeza”.
Por eso la Iglesia no tiene futuro si no es desde el seguimiento de Jesús y recuperando como centro el
Evangelio. En su opinión, lo que la gente de hoy rechaza de la Iglesia no es la “maldad”, sino la
“mentira”, la contradicción entre lo que predica y lo que vive, y será creíble cuando sea capaz de romper
las fronteras discriminatorias entre el clero y el laicado, el hombre y la mujer, y no convierta los ritos en
una forma de liberarse de los miedos o de enorgullecerse como el fariseo frente al pobre publicano.
Con este pensamiento, la irrupción del papa Francisco en estos últimos años del teólogo Castillo ha
sido capital. Pocos días antes de que Benedicto XVI presentara su dimisión, el padre Adolfo Nicolás le
hizo esta confesión en Roma: “Ten en cuenta que la Iglesia lleva más de treinta años sin gobierno”. Y
añadió: “Juan Pablo II se ha dedicado a viajar por el mundo. Y Benedicto XVI ha ocupado su tiempo
leyendo libros de alta especulación filosófica y teológica, a lo que añade la música clásica, que le encanta”.
¿Quién gobernaba la Iglesia? Responde Nicolás: “Los cardenales, que presidían los distintos dicasterios
de la Curia Romana. Cardenales que han gobernado en una auténtica lucha entre ellos. Y así está la
Iglesia”.
Pepe reconocía que el papa Francisco es muy sencillo, pero al mismo tiempo difícil de entender. Él lo
cifra todo en su bondad, “la fuerza más poderosa que tiene el ser humano”, junto a la valentía al
atreverse a denunciar los desafueros de la sociedad actual y la propia Iglesia.
Pero quizás lo más impresionante fue la manera que el papa Francisco tuvo de recibir a José María
Castillo y a Margarita, en cuya casa vivía hasta su fallecimiento el teólogo, en compañía de los hijos de
esta. No deja de ser sorprendente que todo un papa invite a un ex jesuita con su compañera a la
eucaristía, que a ambos les dedique un rato para charlar, y que al despedirse le diga a esta señora:
“Cuídelo, Margarita, la Iglesia lo necesita”.
“Naturalmente -comenta Castillo-, aquello fue, no sólo anular lo que motivó mi salida de la Compañía de
Jesús, sino sobre todo reconocer mi servicio a la Iglesia. Y mi utilidad en ella”. ¡Qué diferencia de los que
le daban esquinazo cuando se lo encontraba en la calle por “haber colgado los hábitos”, como se decía
antes”!
Acaso nunca habría podido imaginar José María Castillo, como ha sucedido a otros teólogos oficialmente
proscritos, que un papa llegara a leer sus libros, llamarle personalmente y revalidar su trabajo de
conciencia profética en la Iglesia.
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Seguirán tachándole de radical. No importa
Algunos, aun después de muerto, seguirán tachándole de radical, rebelde, herético y fracasado.
Compañero tengo que lo ha calificado incluso de “loco”. No importa. También a algunos profetas que han
permanecido dentro de la institución les ha pasado lo mismo.
Recuerdo que el padre Arrupe se encontró en el servilletero del comedor de Loyola una nota en la que
algunos compañeros inmovilistas le acusaba de que “un vasco fundó la Compañía y otro se la estaba
cargando”, y nunca olvidaré la humildad con que, medio paralizado por el ictus, me decía en su cuarto de
enfermo de sí mismo: “Pobre hombre, ya no sirvo para nada. Pero yo lo veía claro, teníamos que dar ese
paso; era algo muy hermoso, era algo de Dios”. Se refería a la opción por la justicia de los jesuitas como
una consecuencia vertebral de la fe. Hoy un centenar de miembros de la Compañía han dado la vida por
esos valores.
Vivió nueve años de martirio incruento e incomprensión. Hoy finalmente va camino a los altares. Como
otros muchos que nunca obtendrán aureola y viven desde la fidelidad y el silencio su mejor contestación,
ya que el trigo que se pudre en la tierra también es profecía. Tuve el privilegio de prologar sus memorias y
presentar en Madrid su libro ‘Declive de la Religión y futuro del Evangelio’. En esta última ocasión mostró
una gran humildad cuando le señalé que hoy existe una mística popular o religión por libre buscadora de
la verdad más allá del mensaje evangélico.
Las comparaciones son odiosas. Pero somos muchos los que hemos vivido la conculcación de derechos
humanos como los de libertad de expresión, de investigación teológica o de cátedra en la Iglesia.
Dicen algunos que es ahora cuando finalmente un papa, con las limitaciones de una institución que se
mueve con pasos paquidérmicos, está empezando a aplicar el Concilio Vaticano II. Eso también se debe a
muchos años de sufrimiento y represión orgánica que estamos superando gracias a testigos y voces
proféticas como la de José María Castillo
También él nos ha dejado miles de páginas, escritas por cierto con un estilo popular, fluido y asequible,
sobre la esperanza en el futuro, siempre que destaquemos como imprescindibles “la oración y el
seguimiento de Jesús”. Se pueden resumir en su proyecto, que sintetiza en tres palabras: “Creer en Jesús
de Nazaret”.
Gracias, querido Pepe, sigue recordándonoslo, libre ya de ataduras, censuras y miopías, desde esa
dimensión donde ahora vives la verdad, perdido en el mar de amor en que siempre creíste.
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José María Castillo (1929-2023).
Alternativa cristiana, un teólogo del pueblo
Xabier Pikaza
Primera impresión
Dicen que es la que vale. La primera y más honda impresión yo tuve de José María Castillo (Pepe) fue el
año 1988, cuando la Congregación de la Doctrina de la Fe, dirigida en España por Mons. Cañizares (luego
cardenal de la Iglesia) le retiró la ‘venia docendi’, de manera que tuvo que abandonar la Facultad de
Teología de Granada (España). Vino poco después a dar un curso “privado” en la residencia de las
Religiosas de los Sagrados Corazones de Salamanca, pared en medio con el Colegio Mayor de los
Mercedarios, donde yo residía. Compartimos esos días mesa y sobremesa, descanso y dolores.
Venía deshecho, destruido, tembloroso, por lo que le habían hecho. Yo no me imaginaba tanto; había
compartido otros casos de “condena” teológica; yo mismo había sido expulsado de la docencia el año
1984, pero no he conocido a nadie que lo haya sufrido como él, por su carácter personal, por la
hondura de su compromiso y, sobre todo, por la forma y manera de “expulsarle” de la enseñanza,
cuando le quedaban dos años para jubilarse y sólo le permitían enseñar en cursos de postgrado, para un
grupo reducido de teólogos hispanos e hispanoamericanos, bien curados de espantos.
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Sentí que los mismos que se habían aprovechado de su docencia le expulsaban de la docencia.
Descubrí que era una nueva “casta teológica” la que quería de algún modo “vengarse” de él, haciéndole
chivo expiatorio de unos “males” de los que él no tenía culpa, males que él quería superar, y que no han
sido superados hasta ahora.
Le vi destruido, pensé incluso que se moriría, que no salía adelante, por sus temblores, por su
angustia, por un tipo de depresión múltiple que le estaba dejando en los bordes de una depresión
congénita de muerte. Algo nos animamos mutuamente, algo aprendimos uno del otro.
En parte por la ayuda que él me ofreció con su palabra y con su vida, he podido y querido mantenerme
fiel a mi labor teológica hasta el día de hoy, sin su hondura, sin su radicalidad, pero quizá con menos
“herida” ayudado también por mi forma de ser, algo más “deportiva”.
Aquellas conversaciones fueron para mí una revelación fulgurante. Él me dijo: “Por encima de todo,
cuida tu salud, y después mantén tu libertad y, si puedes, sigue en el camino de Jesús, del Jesús
histórico y de su alternativa mesiánica”. De los avatares posteriores de su vida no quiero hablar aquí,
muchos de ellos son públicos, con aquellos que le han ayudado siempre (dentro y fuera de la Compañía
de Jesús…). En algún otro lugar he escrito sobre él. Aquí recojo y matizo la página que le dedico en el
‘Diccionario de Pensadores cristianos’.
Los dolores, las esperanzas y las tareas de J. M. Castillo forman parte de la historia de los dolores de
la teología hispana, sobre todo desde la perspectiva de los “ministerios” cristianos, tema sobre el que él
estaba preparando ya entonces (1988) un trabajo publicado después 1994 en Relat 1994, que me
permito publicar aquí como apéndice, pues me sirvió para situar los temas de mi libro ‘Libertad, sistema,
Iglesia’. Mabel me dice que le recuerda con todo cariño del mundo, que se encomienda a su ayuda… y que
agradece a Marga todo lo que ha hecho por acompañarle en los últimos años.
Teólogo y pensador católico español, profesor de la Facultad de Teología de Granada y profesor invitado
de otras universidades, como la Gregoriana de Roma y la UCA de El Salvador. Ha pertenecido a la
Compañía de Jesús hasta el año 2007, en que se ha retirado a la vida secular cristiana, para investigar y
publicar en libertad sobre temas de teología y pensamiento cristiano. Su decisión ha sido largamente
preparada y madurada, a partir del 1988, año en el que las autoridades de la Iglesia le retiraron le ‘venia
docendi’ (licencia eclesiástica para enseñar) en la Facultad de Teología de Granada, por su manera de
entender la libertad cristiana y la autonomía de los fieles. Desde aquel momento, a lo largo de 35 años,
la vida y obra de J. M. Castillo ha estado marcada por un tipo de “sospecha” por una parte de la
jerarquía, deseosa de mantener un orden jerárquico y una obediencia ciega en el campo de la teología
y vida cristiana.
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En ese contexto, para recuperar su identidad más hondo y su tarea cristiana, tras un largo recorrido
clerical de Orden (en la Compañía de Jesús) J. M. Castillo ha decidido retornar a la vida de simple
cristiano, como presbítero sin diócesis y como religioso sin afiliarse a una Congregación, dentro de la
Iglesia Católica, a la que ha seguido trabajando al servicio del evangelio. Entre las razones finales que
le condujeron a dar ese paso está la notificación de la Congregación de la fe a Jon Sobrino, el rechazo de
su libro ‘Espiritualidad para insatisfechos’ por parte de una editorial de la Compañía de Jesús y las
descalificaciones que ha recibido de parte de diversas instituciones de Iglesia.
Cinco me había dicho que eran las líneas de su pensamiento y de su vida (el año 1988) y cinco han
seguido siendo sus aportaciones eclesiales desde entonces:
1. J. M. Castillo concibe el evangelio como una alternativa personal y social, como aparece en su obra
clave ‘La alternativa cristiana’. Se trata de una alternativa total, en la forma de vivir y pensar, frente al
orden político y económico de la sociedad dominante, frente a todos los imperios e iglesias que
esclavizan a los hombres.
2. Se trata de una alternativa de “pueblo”, más que de una iglesia-sociedad jerárquica. El cristianismo
no es una sociedad jerárquica, sacramente establecida, con ordenamientos sacrales y obediencias
impositivas…, sino un pueblo mesiánico en marcha, en libertad personal, en comunión social, en
transformación integral. J. M. Castillo es quizá el teólogo que ha desarrollado de un modo más
consecuente la visión de la Iglesia como “pueblo”, en una línea que ha sido asumida y desarrollada de un
modo especial en América Latina, asumida de alguna manera por el papa Francisco, lector y admirador de
Castillo.
3. Castillo ofrece una intensa alternativa orante, en el mejor sentido de la palabra, en la línea de la
tradición jesuítica de los “ejercicios espirituales”, como experiencia de identificación interior con
Jesucristo. Castillo ha escrito varios libros de oración y espiritualidad, ha dirigido muchos cursos
igniciones, pero poniendo siempre de relieve la libertad personal que está en el fondo de la experiencia
originaria de Ignacio, que a veces ha podido caer en manos de personas que manipulan el evangelio en
forma de imposición legal y de sometimiento personal.
4. Se trata de una alternativa ministerial, como indica el trabajo que adjunto a continuación. J. M.
Castillo ha insistido en el hecho de que un tipo de “ministerio cristianos” (católicos) se han convertido en
principio de regulación e imposición social (en una línea de conciencia, de organización de vida etc.). Él ha
sido quien mejor ha criticado el riesgo de un clericalismo eclesial, que el Papa Francisco ha resaltado en el
último sínodo de Roma. En esa línea, el Papa Francisco quiso mostrar su agradecimiento a Castillo
recibiéndole en el Vaticano.
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5. Una labor inacabada, la nueva compañía de Jesús… J. M. Castillo ha sido siempre un jesuita crítico, en
la línea de tantos y tantos del pasado, empezando por el P. Mariana (1536-1524), autor de la historia
“canónica” de España, político de la libertad, y por Baltasar Gracián (1501-1658), el pensador y crítico
español quizá más importante del siglo XVII… En esa línea, la obra de J. M. Castillo sigue estando
incubada. Él no ha podido culminarla, para ha dejado las bases para seguir pensado, en línea de
alternativa cristiana y libertad, de comunión popular del evangelio y de espiritualidad persona.
Se nos ha muerto pronto Pepe Castillo, casi con 95 años; hubiera necesitado otros 95 para culminar su
obra. Pero la semilla está ya echada.
Bibliografía
Puede encontrarse en varias entradas de Google y en Wikipedia. Pepe Castillo ha sido siempre un
pensador arraigado en la vida concreta y las tareas de la libertad, desde una perspectiva abierta a los
valores de la cultura comunitaria. Ha escrito un curso de teología completa para Comunidades cristianas,
que se ha propagado de muchas formas en España e Iberoamérica. Entre sus obras clásica, cf.
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“Yo estoy obsesionado por el Evangelio”
Hace siglos, hubo tiempos en los que la Iglesia tenía un poder que daba miedo. La Inquisición en esta
vida, el infierno en la otra, las excomuniones y aquellos sermones que dejaban a la gente temblando.
Pero las cosas han cambiado hasta tal punto que la vida ya no es como era. Y casi todo es distinto. De tal
manera que se nos antoja que estamos en otra sociedad y en otras condiciones de vida.
Por supuesto, no voy a ponerme ahora a explicar las muchas cosas que son distintas. Y que no van a
volver a ser lo que eran y como eran. Todo eso es evidente. Pero hay cosas que son la clave de lo que
pasa, y ni nos damos cuenta de lo que estamos viviendo.
Me explico. Es un hecho que, sobre todo en los países más industrializados, la Religión está en crisis.
Las iglesias se vacían, cada día hay menos sacerdotes, menos vocaciones para los seminarios y los
conventos, la gente –sobre todo los jóvenes– van menos a misa y las fiestas religiosas se han quedado
reducidas a festejos que han llegado al punto de que las devociones de antes se han convertido en
diversiones de ahora.
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Es verdad que hay muchos clérigos que no son precisamente ejemplares. Esto es verdad. Pero a mí me
parece que la raíz de lo que está sucediendo está en otra cosa. ¿De qué se trata?
El poder de la Iglesia es el que era y como era. Al tratarse de un poder religioso, es un poder (dicen los
teólogos) que viene de Dios. Esto quiere decir, como es lógico, que, al ser un poder que viene de arriba
(donde ponemos a Dios) y se aplica abajo (donde estamos nosotros), estamos hablando de un poder
vertical, que se traduce en un “poder opresor”, como lo ha calificado el Profesor Byung-Chul Han
(coreano, que ha estudiado en Freiburg y enseña en la Universidad de München). Lo que Dios manda son
diez prohibiciones. No olvidemos que el Decálogo son diez “noes”: No matarás, No robarás, No
mentirás… O sea, prohibir, prohibir y prohibir… (René Girard).
Pero en la vida de los mortales, existe otra forma de poder, que es el “poder seductor” (citando, de
nuevo, a Byung-Chul Han). En este caso, estamos hablando de un poder horizontal, que no brota del
sometimiento, ni enfrenta al sujeto con el que puede más que él, sino que surge de la “seducción” que le
ofrece al ser humano algo de lo que carece y que es lo que más desea, algo que el sujeto percibe como
“superior a sí mismo” (Peter Sloterdijk, Has de cambiar tu vida, Valencia, Pre-Textos, 2013, 217).
No voy a especular sobre estas dos formas de poder. Que las dos existen, es indudable. Que la Religión
ha usado y abusado del “poder vertical”, no se puede negar. Que echando mano a esa forma de poder,
ahora se ve cada día más marginada, es algo que ni los más religiosos lo pueden dudar. ¿Qué hacer,
entonces?
Yo estoy obsesionado por el Evangelio. El Evangelio no es Religión. Fueron los dirigentes del Templo,
los Sacerdotes y los Sumos Sacerdotes los que mataron a Jesús. Y se puso en evidencia que Religión y
Evangelio son incompatibles.
La Iglesia perderá “poder vertical” y ganará “poder horizontal”, pasará de la “opresión” a la “seducción”,
el día que la gente vea y palpe que la Iglesia no tiene palacios y catedrales, ni templos monumentales,
ni cuentas corrientes en instituciones bancarias de mucho fuste…
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Ese día se podrá palpar que, con una sola palabra, hundimos la “opresión” del “poder vertical”. Una
palabra que, en el Evangelio, en boca de Jesús, basta: “Sígueme”. Una llamada que los Evangelios repiten
más de 70 veces. Jesús no dice por qué llama, ni para qué llama. Ni ofrece un proyecto, ni promete una
recompensa… Basta la seducción de Jesús y su forma de vida. El día que lo tomemos esto en serio, el
poder horizontal de la seducción hunde con seguridad todo lo que no soportamos como opresiones
que ya casi nadie soporta.
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“La Religión pretende ‘divinizar’ lo ‘humano’,
mientras que lo que hace el Evangelio es
‘humanizar’ lo ‘divino’”
“La experiencia religiosa de todos nosotros ya no es de fiar”. Esto ha escrito recientemente el profesor
Thomas Ruster, de la Universidad de Dortmund, en un libro que obliga a pensar: ‘El Dios falsificado’
(Salamanca, 2011, Ed.Sígueme, pg. 228). Y es que, como sabiamente ha dicho el profesor Juan A. Estrada,
en su excelente estudio ‘La imposible teodicea’ (Madrid, Ed. Trotta, 1997), “el mal, en su triple dimensión
de sufrimiento, injusticia-pecado y finitud-muerte, es el gran obstáculo racional para creer en un Dios
bueno y omnipotente”.
Y es verdad. Si decimos que Dios es infinitamente bueno e infinitamente poderoso, ¿cómo se explica
que, con tanta bondad y tanto poder, Dios haya hecho un mundo en el que tenemos que soportar
tantas limitaciones y tantos sufrimientos? O Dios no es tan “bueno” como decimos, o no es tan
“poderoso” como nos lo imaginamos. Es imposible unir lo uno con lo otro. Y para colmo de lo dicho,
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¿cómo se explica que el destino final, de tanto disparate, sea la muerte y el infierno eterno, sin otra
esperanza de solución?
¿Se puede superar tanta atrocidad? Ha habido héroes que la han superado. En el testamento de un judío
que murió el año 1943 en el gueto de Varsovia, se encontró un documento que decía: “Creo en el Dios de
Israel, aunque Él haya hecho todo lo posible para que no crea… Dios ocultó su rostro al mundo. Las
hojas en las que escribo estas líneas (voy a) encerrarlas en la botella vacía y esconderlas aquí entre los
ladrillos de la pared maestra, debajo de la ventana. Si alguien las encuentra un día y las lee, entenderá
quizá el sentimiento de un judío –uno de los millones– que murió como abandonado de Dios, ese Dios en
el que cree firmemente” (Z. Kolitz, Jossel Rakowers Wendung su Gott, ed. por P. Badde, Berlin, s. a. Cf. U.
Luz, El Evangelio según san Mateo, vol. IV, Salamanca, Sígueme, 2005, pg. 447).
Han pasado 80 años de lo que se sufrió en el gueto de Varsovia, en Auschwitz, en todos los campos de
concentración y por causa de las crueles atrocidades que se cometieron en aquella guerra mundial. Sin
embargo, en tiempos y condiciones de tanta violencia y crueldad, sin duda alguna, se creía más en
Dios que en los tiempos actuales. Es un hecho que el bienestar, el desarrollo y el disfrute de la vida
son experiencias que nos alejan de Dios y de la Religión.
Este fenómeno es tan fuerte –y tiene tales consecuencias– que ya se habla, sobre todo entre teólogos,
del “pos-teísmo” y de la “pos-religión”. ¿Significa esto que tenemos que prescindir de Dios y de la
Religión? ¿Quiere esto indicar que Dios y la Religión son antiguallas de las que debemos prescindir,
como cosas de otros tiempos, cosas –por tanto– que han perdido actualidad y utilidad?
Quienes piensan de esta manera o dan a entender que el problema de Dios ha perdido actualidad, lo que
dan a entender es que no podemos, ni debemos, pensar y hablar así de Dios. Porque Dios es
“Trascendente”. Y lo “trascendente” es lo “incomunicable”. Dios es el Absoluto, que trasciende el
horizonte último de nuestra capacidad de conocimiento. Dios no está a nuestro alcance. Por eso,
cuando hablamos de Dios, lo que en realidad hacemos es “cosificar” al “absolutamente-Otro”, que, por
una especie de “conversión diabólica”, reduce al Absoluto en un “objeto mental”. Pero una “idea” nuestra,
un pensamiento, por muy sublime que sea, es inevitablemente una “cosa”, un “objeto humano” (cf. Paul
Ricoeur, De l’Interprétation. Essai sur Freud, Paris – Cerf, 1965, 508-510).
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La solución que el cristianismo le ha dado a este problema ha sido la “encarnación” de Dios. Lo que es,
en realidad, la “humanización” de Dios. El Evangelio de Juan dice: “A Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo
único el Padre nos lo ha dado a conocer” (Jn 1, 18). Dios se ha humanizado en Jesús. Por eso, cuando uno
de los primeros discípulos (Felipe) le pidió a Jesús: “Muéstranos a Dios y con eso nos basta”, la respuesta
de Jesús fue tan clara como desconcertante: “Felipe, quien me ve a mi está viendo a Dios”(Jn 14, 8-10).
La Religión pretende “divinizar” lo “humano”, mientras que lo que hace el Evangelio es “humanizar” lo
“divino”. O sea –y ésta es mi conclusión– el problema de Dios, que a algunos preocupa y a otros no
interesa, tiene en todo y siempre la misma solución: humanizarnos en todo y para todos por igual. En la
medida en que humanicemos este mundo tan deshumanizado, en esa misma medida encontramos a
Dios.
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