Cuadernillo FIC III - 2023
Cuadernillo FIC III - 2023
Cristiana III
3er. Año
3
X – La Liturgia. – 43 • Concepto de “sacerdote”
• Razón de ser de la Liturgia. • El sacerdocio común de los fieles.
• Significado y definición de Liturgia. • El sacerdocio ministerial u
• La Espiritualidad Litúrgica. ordenado.
• Signos y símbolos. Riqueza del • Dignidad sacerdotal.
símbolo.
• Símbolos en la Liturgia. Elementos XIV – Introducción a los Sacramentos. –
naturales usados en la Liturgia. 55
• Eucaristía ¿símbolo o realidad? • Pecado, gracia y sacramentos.
Concepto de Transubstanciación. • ¿Qué es el pecado?
• ¿Qué es la gracia?
XI – La Liturgia, culto santificante de la • ¿Qué son los sacramentos?
Iglesia. - 49 • Los siete sacramentos. Base
• El culto. escriturística de su institución.
• Santificante. • Eficacia sacramental.
• De la Iglesia. • Efectos de los sacramentos (las tres
gracias).
XII – La Liturgia como fuente y culmen. – • ¿Qué es el “carácter sacramental”?
52 • Los óleos sacramentales.
• Validez de los ejercicios de piedad. • Materia, forma, ministro y sujeto
de los sacramentos.
XIII – El sacerdocio cristiano. – 53
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Contenidos básicos comunes
Los contenidos básicos que encontrarás a continuación son de estudio obligatorio. Pueden
ser evaluados en cada lección oral o escrita que se realice durante el año.
Tienen por fin garantizar a los fieles el mínimo indispensable en el espíritu de oración y en el
esfuerzo moral, en el crecimiento del amor de Dios y del prójimo. Los mandamientos más
generales de la Santa Madre Iglesia son cinco:
Hay en la Iglesia siete sacramentos (Catecismo de la Iglesia Católica Ns. 1113 a 1324):
1.- Bautismo
2.- Confirmación o Crismación
3.- Eucaristía
4.- Penitencia, Reconciliación o Confesión
5.- Unción de los enfermos
6.- Orden sacerdotal
7.- Matrimonio
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Las Obras de Misericordia
La Iglesia nos ha dado un listado bastante completo, basado en este texto bíblico, que nos
sirve de guía en nuestro amor al prójimo. Son las llamadas Obras de Misericordia Corporales
y Obras de Misericordia Espirituales. El Papa Francisco nos pide recordarlos y ponerlos en
práctica:
PADRENUESTRO
Padre nuestro que estás en el cielo. Santificado sea tu nombre. Venga a nosotros tu Reino.
Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada. Y
perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Y no nos
dejes caer en la tentación. Más líbranos del mal. Amén.
AVE MARIA
Dios te salve María, llena eres de gracias. El Señor es contigo. Bendita tú
eres entre todas las mujeres. Y bendito es el fruto de tu vientre: Jesús.
Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la
hora de nuestra muerte. Amén.
GLORIA
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio,
ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
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ACTO DE CONTRICIÓN
Pésame Dios mío y me arrepiento de todo corazón de haberte ofendido. Pésame por el
infierno que merecí y por el cielo que perdí; pero mucho más me pesa porque pecando
ofendí un Dios tan bueno y tan grande como vos. Antes querría haber muerto que haberle
ofendido, y propongo firmemente no pecar más y evitar las ocasiones próximas de pecado.
Amén.
Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que
han acudido a vuestra protección, implorando vuestro auxilio y reclamando vuestro socorro,
haya sido abandonado de Vos. Animado por esa confianza a Vos también acudo, oh Madre,
Virgen de las vírgenes y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a
comparecer ante vuestra presencia soberana. No desechéis, oh Madre de Dios, mis humildes
súplicas, antes bien escuchadlas y acogedlas benignamente. Amén.
SALVE
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida y dulzura y esperanza nuestra: Dios te
salve. A ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos, gimiendo y llorando en
este valle de lágrimas.
Ea, pues, Señora abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos
y, después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.
¡Oh clementísima! ¡oh piadosa! ¡oh dulce Virgen María! Ruega por nosotros santa Madre de
Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo. Amén.
A LA SAGRADA FAMILIA
Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía. Jesús, José y María, asistidme en mi
última agonía. Jesús, José y María, con vos descanse en paz el alma mía.
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Oración a San Leonardo
8
LIBROS DEL Eclesiástico (Sirácida) Eclo ó Si
Ester Est
1ro de los Macabeos 1 Mac LIBROS DEL NUEVO TESTAMENTO
(27 libros)
2do de los Macabeos 2 Mac
EVANGELIOS
LIBROS POETICOS Y SAPIENCIALES
Mateo Mt
Job Jb o Job Marcos Mc
Salmos Sal Lucas Lc
Proverbios Prov Juan Jn
Eclesiastés (Qohélet) Qo. ó Ecl
Cantar de los Cantares Cant Hechos de los Apóstoles Hch
Sabiduría Sab
9
Cartas de San Pablo
Romanos Rom
Primera a los Corintios 1 Cor
Segunda a los Corintios 2 Cor
Gálatas Gál
Efesios Ef
Filipenses Flp
Colosenses Col Gloria Litúrgico
Primera a 1 Tes
los Tesalonicenses Gloria a Dios en el cielo,
Segunda a los 2 Tes y en la tierra paz a los hombres
Tesalonicenses que ama el Señor.
Primera a Timoteo 1 Tim
Por tu inmensa gloria te
Segunda a Timoteo 2 Tim alabamos,
Tito Tit te bendecimos, te adoramos,
te glorificamos, te damos gracias,
Filemón Flm
Señor Dios, Rey celestial,
Dios Padre todopoderoso, Señor,
Hebreos Heb - Hb Hijo único, Jesucristo. Señor Dios,
Epístolas o Cartas católicas Cordero de Dios, Hijo del Padre;
Amén.
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¿Cómo escribir o interpretar citas de la Biblia?
Habitualmente se cita el libro en forma abreviada, según la tabla que tienes anteriormente.
Por ejemplo, si encuentras la abreviatura Mt, significa Evangelio según San Mateo.
ATENCIÓN: Para escribir una cita bíblica primero escribes el libro, luego dejas un espacio y
escribes el capítulo seguido de una coma y finamente el o los versículos citados. Si es un
intervalo se ponen el primero y último separados por un guión. Y si se citan versículos
puntuales pero no consecutivos, se separan por un punto.
Luego, se pueden combinar según la necesidad. Si se hace referencia a dos citas de distintos
capítulos o distintos libros, estas se separan con un punto y coma. Y si se indica que se
deben tener en cuenta el versículo citado y los que siguen, se agrega una o dos ss a la cita.
A continuación, algunos ejemplos para que lo tengas más claro:
Como ves un guión “–“ significa “hasta”, un punto “.” Significa “y”, y un punto y coma “;”
significa “también” o “además”.
Hay algunas otras convenciones, pero estas son suficientes para nuestro curso.
Las fiestas cristianas han surgido paulatinamente a través de los siglos. Estas nacen de un
deseo de la Iglesia Católica de profundizar en los diversos momentos de la vida de Cristo. Se
comenzó con la fiesta del Domingo y la Pascua, luego se unió Pentecostés y, con el tiempo,
otras más.
En la liturgia, celebramos nuestra fe. No solo tenemos fe y vivimos de acuerdo con ella, sino
que la celebramos con acciones de culto en las que manifestamos, comunitaria y
públicamente, nuestra adoración a Jesucristo, presente con nosotros en la Iglesia. Al vivir la
liturgia durante todo el año y nuestra vida, nos enriquecemos de los dones que proceden de
la acción redentora de Dios.
El Año litúrgico está formado por distintos tiempos litúrgicos. Estos son tiempos en los que la
Iglesia nos invita a reflexionar y a vivir de acuerdo con alguno de los misterios de la vida de
Cristo. Comienza por el Adviento, luego viene la Navidad, Epifanía, Primer tiempo ordinario,
Cuaresma, Semana Santa, Pascua, Tiempo Pascual, Pentecostés, Segundo tiempo ordinario y
termina con la fiesta de Cristo Rey.
Las partes de la Santa Misa
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Parte 1
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I - El Credo y las verdades fundamentales de
nuestra Fe
La palabra procede del latín credo que significa “yo creo”.
Pero… ¿Qué es un Credo?: Un credo es una declaración o una profesión de lo que los
miembros de una iglesia o religión particular creen como esencial y necesario.
Los dos credos más antiguos e importantes de la cristiandad son: el Credo de los Apóstoles y
el Credo de Nicea.
El más antiguo es el Credo de los Apóstoles. Aunque es dudoso que los mismos 12 apóstoles
lo hubieran escrito, el origen de este credo data del primer siglo d.C. y es sin duda el
resumen de la fe de aquellas primeras comunidades post apostólicas, en donde se resumen
las enseñanzas de los Apóstoles.
El Credo de Nicea es el fruto del Concilio de Nicea, llevado a cabo en el año 325 d.C. en el
que se condenó la herejía del arrianismo y se afirmó la doctrina de la divinidad de Cristo.
El Catecismo de la Iglesia Católica explica que el Credo es uno de los cuatro pilares de la fe,
junto a los Diez Mandamientos, los siete sacramentos y el Padrenuestro.
El texto del Credo de los Apóstoles que aquí te presentamos, es el que normalmente
rezamos en la Misa del domingo, y resume brevemente todo lo que el catolicismo considera
verdad revelada:
El Credo de Nicea es más explícito y explicativo en lo que se refiere a las características de las
distintas Personas Divinas, especialmente en lo que se refiere a Jesucristo, ya que lo que
buscaba era demostrar la fe en la divinidad de Jesús, tema que veremos con detalle más
adelante. En el bloque de Contenidos Básicos Comunes está el texto completo para su
estudio.
El Evangelio, al penetrar en lo más profundo del corazón del creyente, se desborda como
confesión de fe pública en el Credo: «¡Creemos!, por eso hablamos» (2 Cor 4,13).
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En los primeros siglos del cristianismo, el obispo en persona se encargaba durante la
cuaresma de explicar el contenido del Credo a aquellos adultos que iban a recibir su
bautismo el día de Pascua, profesándolo solemnemente frente a la comunidad. De esta
forma se volvían testigos y mensajeros de la fe, y cumplían con las palabras de Jesús: «Por
todo el que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre
que está en los cielos» (Mt 10, 32).
Cada vez que recitamos el Credo en la Misa, recordamos todo lo que Dios ha hecho por nosotros,
dando nuestra respuesta de fe. Es como encender una luz en la oscuridad y poder andar seguros.
El Credo es para la vida, para ponernos a caminar como Abraham y seguir a Jesucristo. El Credo
de Nicea (325 d.C.), se recita o se proclama en las Misas de domingo en las parroquias,
aunque usualmente en Argentina se recita el Credo de los Apóstoles porque es más corto y
fácil de aprender y entender.
Como vemos, el Creo tiene tres partes, como tres columnas fundamentales. Nuestra Fe tiene
como base la Fe en un Dios que es Uno y Trino. Estudiemos esto.
Como vimos en las formulaciones del Credo, la principal verdad de fe de los cristianos es la
fe en Dios Uno y Trino. La confesión de Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo es lo que
distingue al cristianismo de todas las religiones. Antes de continuar estudiando la obra de
Jesucristo y el Espíritu Santo en la Iglesia, es importante que tengamos en claro que enseña
esta doctrina.
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Es el misterio central de la fe y de la vida cristiana, pues es el misterio de Dios en Sí mismo.
No es que Dios esté dividido en tres, pues cada una de las tres Personas es enteramente
Dios.
Padre, Hijo y Espíritu Santo tienen la misma naturaleza, la misma divinidad, la misma
eternidad, el mismo poder, la misma perfección; son un sólo Dios. Además, sabemos que
cada una de las Personas de la Santísima Trinidad está totalmente contenida en las otras dos,
pues hay una comunión perfecta entre ellas. Con todo, las personas de la Santísima Trinidad
son distintas entre sí, dada la diversidad de su misión:
En la percepción que los cristianos tienen de Dios, es esencial que Dios no quede reducido a
una «noción» o a un «poder». Según el concepto bíblico, Dios es una persona. Si Dios fuera
solamente una categoría filosófica, la mejor forma de conocerlo sería la reflexión intelectual.
Pero como Dios es una persona, la mejor manera de obtener información es tener un
encuentro personal con esta persona. ¿Quién podría afirmar que «conoce» a alguien si
nunca se ha encontrado con él, nunca se ha comunicado con él y nunca ha tenido una
relación personal con él? Sin la dimensión de la experiencia, es totalmente imposible
comprender la fe cristiana.
Los primeros cristianos reconocían a Dios como el Creador, experimentaban a Cristo como
Dios a través de la oración y sentían el poder del Espíritu Santo en sus vidas. En otras
palabras: experimentaban a Dios de una manera trinitaria, y como resultado reflexionaban
sobre la Trinidad. Lo mismo ocurre hoy.
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O sea, podemos decir que el cristiano cree de forma trinitaria; en otras palabras,
experimenta una relación con Dios como trino.
Dios nos ha revelado como es su vida íntima. Y ese conocimiento, al que hemos llegado no
por el esfuerzo de nuestra razón sino por revelación de Dios, es una invitación, de alguna
manera, a que se abran a la experiencia de que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son
reales y que insistentemente nos llaman a participar de la comunión de Su amor.
El catecismo, en el Nº 253, es claro cuando dice: «La Trinidad es una». No confesamos tres
dioses sino un solo Dios en tres personas: «la Trinidad consubstancial». Las personas divinas
no comparten una divinidad entre ellos, sino que, cada uno de ellos es Dios en su totalidad.
En palabras del Cuarto Concilio de Letrán (1215): «Cada una de las personas es esa suprema
realidad… la sustancia divina, esencia o naturaleza».
El catecismo en el numeral 254 continúa explicando: «Las Personas divinas son realmente
distintas entre sí. «Dios es único, pero no solitario» (Fides Damasi: DS 71). «Padre», «Hijo»,
Espíritu Santo» no son simplemente nombres que designan modalidades del ser divino, pues
son realmente distintos entre sí: «El que es el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el
Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo» (Concilio de Toledo XI, año 675: DS 530).
Son distintos entre sí por sus relaciones de origen: «El Padre es quien engendra, el Hijo quien
es engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede». (Concilio de Letrán IV, año 1215: DS
804). Por lo tanto, la Unidad divina es Trina.
Ya hemos dicho que los símbolos o Credos, surgieron no solo como expresión de la fe
cristiana sino como respuesta a las herejías de la época, que negaban principalmente la
divinidad de Jesús y por lo tanto, herían lo revelado respecto de la naturaleza del Dios
Trinitario. He aquí el maravilloso texto del año 381:
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y se encarnó por obra del Espíritu Santo
y de María la Virgen
y se hizo hombre;
por nuestra causa fue crucificado
en tiempo de Poncio Pilato
y padeció y fue sepultado,
y resucitó al tercer día
según las Escrituras
y subió al cielo;
y está sentado a la derecha del Padre;
y de nuevo vendrá con gloria, para juzgar a vivos y muertos,
y su reino no tendrá fin.
Y en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida,
que procede del Padre;
que con el Padre y el Hijo recibe una misma
adoración y gloria,
que habló por los profetas.
Creemos en la Iglesia una, santa, católica y apostólica.
Confesamos un solo bautismo para la remisión de los pecados.
Esperamos la resurrección de los muertos
y la vida del mundo futuro. Amén.
“Todos los ángeles estaban de pie alrededor del trono... se postraron ante el
trono rostro en tierra y adoraron a Dios, diciendo: ¡Amén! Alabanza, gloria,
sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza a nuestro Dios por los
siglos de los siglos. Amén.” (Ap 7,11-12)
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La pregunta es crucial. Era la seguridad en que se afirmaron las autoridades judías que pidieron la
muerte de Jesús: era un charlatán… y como dice el refrán, también dirían ellos: “muerto el perro se
acaba la rabia”. Pero, la gran noticia de María Magdalena y otras mujeres se extendió por toda
Jerusalén: ¡Ha resucitado! ¡Ha resucitado! Hasta los mismos romanos, pensando que los discípulos
robarían su cuerpo para luego mentir sobre su resurrección, habían sellado con una piedra el
sepulcro y habían montado una guardia. Pero… Jesús resucitó.
Los primeros cristianos, los apóstoles y discípulos, testigos de Jesús resucitado, tal como lo cuentan
los Evangelios, proclamaron aún a riesgo de sus vidas esta certeza. Y decimos a riesgo de su vida pues
la mayoría murió mártir. Era tan incontestable su experiencia de Jesús vivo que no dudaron en dar su
vida. ¿Y quien da la vida por un muerto? Pero la vida por quien es la Camino, la resurrección y la Vida,
eso si.
Pero al pasar el tiempo algunos comenzaron a morir. Y ellos esperaban que Jesús regresara ¡muy
pronto! Entonces empezaron a cuestionar a San Pablo al respecto. Y San Pablo, les contestó en una
carta de la siguiente manera:
“Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos… La muerte ha sido
vencida. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?… ¡Demos gracias a
Dios, que nos ha dado la victoria por nuestro Señor Jesucristo! Por eso, queridos
hermanos, permanezcan firmes e inconmovibles, progresando constantemente en la obra
del Señor, con la certidumbre de que los esfuerzos que realizan por él no serán vanos.”)
La resurrección constituía en primer lugar la confirmación de todo lo que Cristo mismo había hecho y
enseñado. La resurrección confirma la verdad de su misma divinidad. Además, la resurrección de
Cristo está estrechamente unida con el misterio de la encarnación del Hijo de Dios: es su
cumplimiento, según el eterno designio de Dios.
Si recordamos, en nuestro Credo, en la tercera parte sobre la fe y acción del E.S. vemos que El y la
resurrección aparecen unidos. Para los Evangelios sinópticos, desde la resurrección de Jesús hasta su
ascensión al cielo, pasan 40 días. Pero es significativo que para el Evangelio de San Juan, esta
temporalidad no se tiene en cuenta. Al leerlo, da la impresión que todo ocurre en un mismo día.
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“Al atardecer de aquel día, el primero de la semana,
estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del
lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó
Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.»
Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los
discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra
vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió,
también yo os envío.» Dicho esto, sopló sobre ellos y les
dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los
pecados, les quedan perdonados; a quienes se los
retengáis, les quedan retenidos.»” (Jn 20,19-23)
El envío misionero
El encuentro con Jesús resucitado conlleva una misión (cf. Juan 20,17). Jesús, el enviado del Padre,
envía a sus discípulos (cf. Juan 20,21) a dar testimonio de Él (cf. Juan 17,18-23; 20,31). A fin de
fortalecerlos para esta misión, les comunica el Espíritu Santo (cf. Juan 20,22). El Espíritu capacita a los
discípulos para hacer lo mismo que hace Jesús. Como Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado
del mundo (cf. Juan 1,29-34), la misión de los discípulos incluye el ministerio del perdón de los
pecados (cf. Juan 20,23). La reconciliación con Dios y con los hermanos es necesaria para alcanzar la
paz y la alegría que los discípulos han recibido en su encuentro con el Resucitado. La misión de los
discípulos manifiesta que la resurrección de Jesús es para todos los hombres una fuente inagotable
de alegría y paz. Los discípulos obedecieron inmediatamente el mandato misionero, anunciando al
Apóstol Tomás la resurrección de Jesús (cf. Juan 20,24).
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Jesús, modelo de sus discípulos
“Como el Padre me envió, también yo os envío” (Juan 20,21). Jesús, el enviado del Padre, es el modelo
de los discípulos enviados por Jesús. El Evangelio nos invita a ser enviados de Jesucristo, testigos de
su resurrección. Para ser un enviado de Jesucristo, el discípulo debe recibir el Espíritu Santo, el cual lo
capacita para vivir en la paz de Cristo y para amar y perdonar como Jesús ama y perdona.
Conclusiones
Este año hincamos juntos un camino que nos lleva hacia el Sacramento de la Confirmación. Pero
como nadie ama lo que no conoce, profundizaremos en la persona del Espíritu Santo y en su acción
sobre la Iglesia y el alma de todo creyente.
Así como el Amor es más fuerte que la muerte, la Verdad es superior a cualquier duda. Busca con
pasión la Verdad y hallarás el camino adecuado. ¡Vamos! ¡Adelante!
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Los apóstoles
Los Evangelios nos dicen que un grupo numeroso de personas, hombres y mujeres, seguían a
Jesús y se instruían con sus palabras. Son los discípulos, es decir, los que aprenden del
maestro.
De entre los discípulos, Jesús eligió a doce que recibieron el nombre de apóstoles, que
significa “los enviados a predicar”. Eran sus amigos, vivían juntos y lo tenían todo en común.
A los apóstoles, Jesús:
Jesús sabía que, cuando Él ya no estuviera con ellos, necesitarían a una persona que los
alentara y guiara, y eligió a Pedro. A él le encomendó la tarea de ser el guía y el apoyo del
resto de la comunidad:
Es así como Jesús crea la comunidad de sus seguidores e inicia la Iglesia. Pero, después de la
muerte de Jesús, muchos discípulos se dispersaron… Pero los apóstoles, la madre de Jesús,
María Santísima, y algunos discípulos, se reunían para recordarlo. Eran conscientes de la
misión que habían recibido, pero les faltaba el valor y la fuerza para llevarla a cabo. Era la
Iglesia naciente.
Pentecostés
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Era el día de Pentecostés, una fiesta judía que reunía en Jerusalén a gente de toda Palestina
y a creyentes judíos que vivían en otras naciones del imperio Romano. Muchos de ellos
oyeron el ruido y sintieron el viento y, llenos de curiosidad se acercaron al lugar de los
hechos.
Inspirado por el Espíritu Santo, que desde aquel momento sigue presente en la Iglesia, pedro
les dirigió la palabra. Todos lo entendieron a pesar de hablar lenguas diferentes.
• Todas las promesas sobre la salvación de Dios que hicieron los profetas del
A.T. se habían cumplido con Jesús de Nazaret.
• Jesús, a quien ellos habían crucificado, era el Mesías, el Hijo de Dios hecho
hombre, es decir, el Cristo prometido.
A raíz de este discurso de Pedro, unos tres mil judíos se convirtieron, fueron bautizados e
incrementaron la comunidad de los seguidores de Jesús.
La venida del Espíritu Santo y el discurso de Pedro, fueron la primera manifestación pública
de la Iglesia. Por eso decimos que, en Pentecostés, nació la Iglesia.
En Pentecostés, la comunidad de los discípulos y Apóstoles, había visto cumplida con creces
la promesa hecha por Jesús: el Espíritu Santo se derrama en sus corazones y estos reciben la
fuerza necesaria para ser testigos de Jesús. Ahora los discípulos tienen la ayuda del Espíritu
Santo, que es la presencia del Resucitado que les da fuerza y los ayuda a comprender el
mensaje de salvación. Muchos hechos y acontecimientos que no habían comprendido
incluso en vida de Jesús, a la luz del Espíritu Santo se hicieron claros y comprensibles. La
Iglesia, que había “nacido” del costado abierto de Jesús en el Viernes Santo, era fortalecida
ahora por la efusión del Espíritu. Sólo así podrían sus discípulos realizar la misión que Jesús
les había confiado.
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Dones y frutos del Espíritu
La vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo. Estos son
disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu
Santo.
Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia,
piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cf Is 11, 1-2).
Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles
dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas. «Tu espíritu bueno me guíe
por una tierra llana» (Sal 143,10).
Don de Ciencia, es el don del Espíritu Santo que nos permite acceder al conocimiento. Es la
luz invocada por el cristiano para sostener la fe del bautismo.
Don de Consejo, saber decidir con acierto, aconsejar a los otros fácilmente y en el momento
necesario conforme a la voluntad de Dios.
Don de Fortaleza, es el don que el Espíritu Santo concede al fiel, ayuda en la perseverancia,
es una fuerza sobrenatural.
Don de Inteligencia, es el del Espíritu Santo que nos lleva al camino de la contemplación,
camino para acercarse a Dios.
Don de Piedad, el corazón del cristiano no debe ser ni frío ni indiferente. El calor en la fe y el
cumplimiento del bien es el don de la piedad, que el Espíritu Santo derrama en las almas.
Don de Sabiduría, es concedido por el Espíritu Santo que nos permite apreciar lo que vemos,
lo que presentimos de la obra divina.
Don de Temor, es el don que nos salva del orgullo, sabiendo que lo debemos todo a la
misericordia divina.
«Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios [...] Y, si hijos, también
herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo» (Rm 8, 14.17)
Los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como
primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: “caridad, gozo, paz,
paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia,
continencia, castidad” (Ga 5,22-23)
Jesús dice en el Evangelio que cualquier pecado se perdonará menos el pecado contra el
Espíritu Santo. Este pecado es la desconfianza total y el rechazo voluntario de la misericordia
de Dios. Por lo tanto, se citan como estos pecados los siguientes: Desesperar de la
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misericordia de Dios; Presunción de salvarse sin ningún mérito; La impugnación de la verdad
conocida; La envidia de los bienes espirituales del prójimo; La obstinación en el pecado y La
impenitencia final.
IV - La expansión de la Iglesia
Los primeros cristianos procedían del judaísmo como Jesús y los
apóstoles. A simple vista no se diferenciaban de sus conciudadanos.
Al igual que ellos, acudían a orar al Templo y frecuentaban las
sinagogas.
Al principio, ponían inclusos sus bienes en común. Los Apóstoles eran quienes administraban
esos bienes y ayudaban a los pobres, pero, al aumentar los creyentes, eligieron personas
llamadas “diáconos”, que significa servidores, para que se responsabilizaran de las tareas de
caridad y así poder los Apóstoles dedicarse a la predicación y administración de los
Sacramentos.
“La multitud de los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma. Nadie
consideraba sus bienes como propios, sino que todo era común entre ellos.”
(Hch 4,32)
Pero, los adversarios de Jesús, no toleraban que aquel grupo de hombres y mujeres
anunciaran su resurrección y afirmaran que era el Hijo de Dios. Por esto, persiguieron a la
pequeña comunidad:
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Tras el martirio de Esteban, la comunidad de Jerusalén se dispersó, huyendo de la
persecución, y comenzaron a predicar en otros pueblos.
Parece una paradoja, pero un grupo pequeño de hombres iletrados y pobres logró aquello
que los más radicales judíos soñaban con las armas: derrotar al Imperio. Pero no con la
fuerza de las armas ni de la política. Jamás se plantearon algo así. Pero lo cierto es que Dios
hizo que la estructura geográfica del Imperio Romano se cristianizara con el poder del
Espíritu Santo. En el Siglo I, toda la cuenca del mediterráneo formaba parte del Imperio
Romano. Las vías (caminos) romanas, facilitaban las comunicaciones entre los distantes
pueblos y permitían al poderoso ejército desplazarse con rapidez. Además, se favorecían las
relaciones comerciales y gracias a todo esto, la fe cristiana se extendió con gran rapidez por
todo el Imperio.
La ciudad de Antioquia, en Siria, fue una de las principales a la que llegaron los cristianos que
huían de la persecución en Jerusalén. Allí predicó Pedro y también Pablo luego de su
conversión (de feroz perseguidor a apóstol de Cristo).
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Desde Antioquia, Pablo emprendió grandes viajes para anunciar el Evangelio. Con el esfuerzo
y entusiasmo de los Apóstoles y de otros misioneros, es decir, de cristianos que lo dejaban
todo para predicar a Jesús, el cristianismo se extendió rápidamente por todo el Imperio, llegó
a Roma y a todo el mundo conocido.
En esta época el cristianismo llegó hasta España de la mano, según cuenta la Tradición, del
Apóstol Santiago. Allí echó raíces muy profundas y desde España, mucho más tarde y de la
mano de Cristóbal Colón y los Reyes Católicos, la fe cristiana llegará a América en 1492.
Pero no nos adelantemos tanto.
Volviendo a la época de los Apóstoles, San Pablo, tras su increíble conversión luego de un
encuentro prodigioso con Jesús resucitado, permaneció en Antioquia un tiempo, mientras la
comunidad de los creyentes crecía día a día.
Fue aquí, en Antioquia de Siria, donde por primera vez se dio el nombre de “cristianos” a los
seguidores de Jesús.
Desde Antioquia, San Pablo llevó a cabo cuatro viajes misioneros. A continuación, una gráfica
con los famosos cuatro viajes misioneros del Apóstol de los gentiles.
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Como ves, San Pablo visitó muchas naciones y numerosas ciudades.
En ellas predicaba el Evangelio y fundaba nuevas comunidades
cristianas. Permanecía poco tiempo en cada ciudad y, como los
demás apóstoles, elegía entre sus miembros a algunas personas
piadosas y formadas, les imponía las manos y les confiaba la
misión de presidir la comunidad, predicar el Evangelio y
celebrar los Sacramentos. Eran los primeros Obispos, sucesores
de los Apóstoles, y los presbíteros, colaboradores de los Obispos.
Por supuesto que todos estos hechos que se cuentan en pocas páginas del Nuevo
testamento, llevaron su tiempo, su esfuerzo y su no poco sufrimiento. A continuación,
encontrarás una línea de tiempo con hechos históricos de la época de los apóstoles y el
momento aproximado en que fueron escritos los libros del Nuevo testamento.
Como vemos, muy pronto el cristianismo llegó a Roma. El libro de los hechos de los
Apóstoles nos dice que Pablo, en su cuarto viaje, llega a Roma como prisionero y es recibido
ya por un grupo de cristianos. Pedro también se trasladó a Roma, presidió a los cristianos
como el primer Papa. Con la predicación de ambos, los cristianos crecieron en gran número,
se consolidaron las comunidades y Roma acabó convirtiéndose en el centro de la Iglesia.
Pero la vida de la Iglesia bajo el Imperio Romano no fue fácil. Ya vimos en la línea del tiempo
que fue en Roma donde se generalizaron las persecuciones. Rápidamente les prohibieron la
predicación y fueron perseguidos con crueldad. Los acusaban de “ateos”, pues no querían
adorar a los dioses romanos ni al Emperador y por lo tanto los veían como rebeldes al
Estado.
La primera gran persecución la decretó Nerón, acusándolos del incendio de Roma que él
mismo había provocado. Hubo muchos mártires que murieron por confesar su fe en Jesús.
Entre ellos los mismos Pedro y Pablo. Se cuenta que Pablo fue decapitado y Pedro crucificado
boca abajo.
29
V - La Iglesia
La Iglesia continúa la obra de Jesús
La actividad de la Iglesia, desde el día de Pentecostés hasta el final de los tiempos, forma
parte esencial del Plan de Dios para la Salvación de la humanidad. La Iglesia es la etapa actual
de la historia de la Salvación. Y esto es así por su origen: Dios, y su fundador: Jesucristo.
Repasaremos estos conceptos antes de adentrarnos en el estudio de la Iglesia.
Origen de la Iglesia
Dios, nuestro Salvador, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de
la verdad (1 Tim 2,4), escribió San Pablo. Para esto se hizo hombre el Hijo de Dios, para
salvarnos. Para esto enseñó con su Palabra y su ejemplo, y para esto dio su vida en una cruz y
resucitó.
Y así como la Alianza que dio origen a Israel fue sellada para siempre con el sacrificio de
animales, la Nueva Alianza de la que nació la Iglesia fue sellada con la sangre de Cristo.
Fundación de la Iglesia
30
Si Jesús no hubiera enviado a los Apóstoles y estos a la vez tampoco hubieran recibido la
ayuda del Espíritu Santo, el cristianismo se habría diluido en poco tiempo, dejando solo un
recuerdo remoto del paso de Jesús por este mundo. En cambio, el hecho de que sus
discípulos hayan sido constituidos en Iglesia, con una misión y una autoridad dada por su
mismo fundador, permite que la obra salvadora de Cristo bajo la acción del Espíritu Santo, se
difunda con eficacia a las almas a través de los siglos.
Los sucesores de los Apóstoles son los Obispos. El Papa es el sucesor de Pedro como Obispo
de Roma.
y Él es también quien la llama a ejercitar cada una de estas cualidades. (Catic 811)
“La Iglesia es una debido a su origen: "El modelo y principio supremo de este misterio es la
unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo, en la Trinidad de personas".
La Iglesia es una debido a su Fundador: "Pues el mismo Hijo encarnado, por su cruz
reconcilió a todos los hombres con Dios, restituyendo la unidad de todos en un solo pueblo y
en un solo cuerpo".
31
la variedad de los dones de Dios y de la multiplicidad de las personas que los reciben. En la
unidad del Pueblo de Dios se reúnen los diferentes pueblos y culturas. Entre los miembros de
la Iglesia existe una diversidad de dones, cargos, condiciones y modos de vida; "dentro de la
comunión eclesial, existen legítimamente las Iglesias particulares con sus propias
tradiciones". La gran riqueza de esta diversidad no se opone a la unidad de la Iglesia. No
obstante, el pecado y el peso de sus consecuencias amenazan sin cesar el don de la unidad.
También el apóstol debe exhortar a "guardar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz"
(Ef 4, 3). (Catic 814)
Esta Iglesia, constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia
católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él" (LG 8).
El decreto sobre Ecumenismo del Concilio Vaticano II explicita: «Solamente por medio de la
Iglesia católica de Cristo, que es "auxilio general de salvación", puede alcanzarse la plenitud
total de los medios de salvación. Creemos que el Señor confió todos los bienes de la Nueva
Alianza a un único Colegio apostólico presidido por Pedro, para constituir un solo cuerpo de
Cristo en la tierra, al cual deben incorporarse plenamente los que de algún modo pertenecen
ya al Pueblo de Dios» (UR 3).
La Iglesia es santa
«La fe confiesa que la Iglesia no puede dejar de ser santa. En efecto, Cristo, el Hijo de Dios, a
quien con el Padre y con el Espíritu se proclama "el solo santo", amó a su Iglesia como a su
esposa. Él se entregó por ella para santificarla, la unió a sí mismo como su propio cuerpo y la
llenó del don del Espíritu Santo para gloria de
Dios» (LG 39). La Iglesia es, pues, "el Pueblo
santo de Dios" (LG 12), y sus miembros son
llamados "santos" (cf Hch 9, 13; 1 Co 6, 1; 16,
1). (Catic 823)
32
miembros, la santidad perfecta está todavía por alcanzar: "Todos los cristianos, de cualquier
estado o condición, están llamados cada uno por su propio camino, a la perfección de la
santidad, cuyo modelo es el mismo Padre" (LG 11). (Catic 825)
La caridad es el alma de la santidad a la que todos están llamados: "dirige todos los medios
de santificación, los informa y los lleva a su fin". (Catic 825)
«Mientras que Cristo, "santo, inocente, sin mancha", no conoció el pecado, sino que vino
solamente a expiar los pecados del pueblo, la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores,
es a la vez santa y siempre necesitada de purificación y busca sin cesar la conversión y la
renovación". Todos los miembros de la Iglesia, incluso sus ministros, deben reconocerse
pecadores (cf 1 Jn 1, 8-10). En todos, la cizaña del pecado todavía se encuentra mezclada con
la buena semilla del Evangelio hasta el fin de los tiempos (cf Mt 13, 24-30). La Iglesia, pues,
congrega a pecadores alcanzados ya por la salvación de Cristo, pero aún en vías de
santificación:
La Iglesia «es pues santa, aunque abarque en su seno pecadores; porque ella no goza de otra
vida que de la vida de la gracia; sus miembros, ciertamente, si se alimentan de esta vida, se
santifican; si se apartan de ella, contraen pecados y manchas del alma, que impiden que la
santidad de ella se difunda radiante. Por lo que se aflige y hace penitencia por aquellos
pecados, teniendo poder de librar de ellos a sus hijos por la sangre de Cristo y el don del
Espíritu Santo» (Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, 19).
Al canonizar a ciertos fieles, es decir, al proclamar solemnemente que esos fieles han
practicado heroicamente las virtudes y han vivido en la fidelidad a la gracia de Dios, la Iglesia
reconoce el poder del Espíritu de santidad, que está en ella, y sostiene la esperanza de los
fieles proponiendo a los santos como modelos e intercesores.
"La Iglesia en la Santísima Virgen llegó ya a la perfección, sin mancha ni arruga. En cambio,
los creyentes se esfuerzan todavía en vencer el pecado para crecer en la santidad. Por eso
dirigen sus ojos a María" (LG 65): en ella, la Iglesia es ya enteramente santa.
La Iglesia es católica
33
• Es católica porque ha sido enviada por Cristo en misión a la totalidad del
género humano (cf Mt 28, 19): «Todos los hombres están invitados al Pueblo
de Dios. Por eso este pueblo, uno y único, ha de extenderse por todo el
mundo a través de todos los siglos, para que así se cumpla el designio de Dios,
que en el principio creó una única naturaleza humana y decidió reunir a sus
hijos dispersos [...] Este carácter de universalidad, que distingue al pueblo de
Dios, es un don del mismo Señor. Gracias a este carácter, la Iglesia Católica
tiende siempre y eficazmente a reunir a la humanidad entera con todos sus
valores bajo Cristo como Cabeza, en la unidad de su Espíritu».
Cada una de las Iglesias particulares es "católica": Se entiende por Iglesia particular, que es
la diócesis, una comunidad de fieles cristianos en comunión en la fe y en los sacramentos con
su obispo ordenado en la sucesión. Estas Iglesias particulares están "formadas a imagen de la
Iglesia Universal. En ellas y a partir de ellas existe la Iglesia católica, una y única" (Catic 833).
Las Iglesias particulares son plenamente católicas gracias a la comunión con una de ellas: la
Iglesia de Roma "que preside en la caridad".
Quién pertenece a la Iglesia católica: "Todos los hombres, por tanto, están invitados a esta
unidad católica del Pueblo de Dios [...] A esta unidad pertenecen de diversas maneras o a ella
están destinados los católicos, los demás cristianos e incluso todos los hombres en general
llamados a la salvación por la gracia de Dios" (LG 13).
34
"Fuera de la Iglesia no hay salvación" (Catic 846-848)
¿Cómo entender esta afirmación tantas veces repetida por los Padres de la Iglesia?
Formulada de modo positivo significa que toda salvación viene de Cristo-Cabeza por la Iglesia
que es su Cuerpo:
El santo Sínodo [...] «basado en la sagrada Escritura y en la Tradición, enseña que esta Iglesia
peregrina es necesaria para la salvación. Cristo, en efecto, es el único Mediador y camino de
salvación que se nos hace presente en su Cuerpo, en la Iglesia. Él, al inculcar con palabras,
bien explícitas, la necesidad de la fe y del bautismo, confirmó al mismo tiempo la necesidad
de la Iglesia, en la que entran los hombres por el Bautismo como por una puerta. Por eso, no
podrían salvarse los que sabiendo que Dios fundó, por medio de Jesucristo, la Iglesia católica
como necesaria para la salvación, sin embargo, no hubiesen querido entrar o perseverar en
ella» (LG 14).
Esta afirmación no se refiere a los que, sin culpa suya, no conocen a Cristo y a su Iglesia:
«Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con
sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios,
conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna (LG
16).
«Aunque Dios, por caminos conocidos sólo por Él, puede llevar a la fe, "sin la que es
imposible agradarle" (Hb 11, 6), a los hombres que ignoran el Evangelio sin culpa propia,
corresponde, sin embargo, a la Iglesia la necesidad y, al mismo tiempo, el derecho sagrado
de evangelizar».
La Iglesia es apostólica
La Iglesia es apostólica porque está fundada sobre los apóstoles, y esto en un triple sentido:
"Así como permanece el ministerio confiado personalmente por el Señor a Pedro, ministerio
que debía ser transmitido a sus sucesores, de la misma manera permanece el ministerio de
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los Apóstoles de apacentar la Iglesia, que debe ser ejercido perennemente por el orden
sagrado de los obispos". Por eso, la Iglesia enseña que "por institución divina los obispos han
sucedido a los apóstoles como pastores de la Iglesia. El que los escucha, escucha a Cristo; el
que, en cambio, los desprecia, desprecia a Cristo y al que lo envió" (cfr. Catic 861-862)
El apostolado
Toda la Iglesia es apostólica mientras permanezca, a través de los sucesores de San Pedro y
de los Apóstoles, en comunión de fe y de vida con su origen. Toda la Iglesia es apostólica en
cuanto que ella es "enviada" al mundo entero; todos los miembros de la Iglesia, aunque de
diferentes maneras, tienen parte en este envío. "La vocación cristiana, por su misma
naturaleza, es también vocación al apostolado". Se llama "apostolado" a "toda la actividad
del Cuerpo Místico" que tiende a "propagar el Reino de Cristo por toda la tierra". (Catic 863)
Siendo Cristo, enviado por el Padre, fuente y origen del apostolado de la Iglesia", es evidente
que la fecundidad del apostolado, tanto el de los ministros ordenados como el de los laicos,
depende de su unión vital con Cristo (AA 4; cf. Jn 15, 5). Según sean las vocaciones, las
interpretaciones de los tiempos, los dones variados del Espíritu Santo, el apostolado toma las
formas más diversas. Pero la caridad, conseguida sobre todo en la Eucaristía, "siempre es
como el alma de todo apostolado". (Catic 864)
Conclusión
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VII - El misterio de la Iglesia
Sin embargo, muchos piensan que es posible, e incluso preferible, relacionarse con Dios “sin
intermediarios”. Incluso ven a la Iglesia como un obstáculo. En ocasiones, los apartan de Ella
los escándalos que a veces protagonizan algunos de sus miembros.
La Iglesia está en la historia, pero al mismo tiempo la transciende. Solamente "con los ojos de
la fe" puede ver al mismo tiempo en esta realidad visible una realidad espiritual, portadora
de vida divina.
El acontecimiento cristiano, tanto para los que fueron contemporáneos de Jesús como para
nosotros, exige entrar en contacto con una realidad concreta, histórica, que se pueda
escuchar, ver, tocar; una realidad que irrumpe en nuestra vida como una ráfaga de aire
fresco y en la que se intuye que algo colma nuestras expectativas más hondas.
Cristo Jesús quiso seguir en la historia, accesible a todos de un modo real, con el rostro
concreto de la comunidad cristiana: la Iglesia. Dios, que nos creó para el amor, no quiso que
nos salvemos solos.
“Porque Cristo se comprometió de tal modo con nosotros los pecadores que no abandona
nunca a su Iglesia, incluso si lo traicionamos a diario. Esta unión inseparable de lo humano y
lo divino, de pecado y gracia, forma parte del misterio de la Iglesia.”
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La Iglesia, a la vez visible y espiritual
"Cristo, el único Mediador, estableció en este mundo su Iglesia santa, comunidad de fe,
esperanza y amor, como un organismo visible. La mantiene aún sin cesar para comunicar por
medio de ella a todos la verdad y la gracia". La Iglesia es a la vez:
Estas dimensiones juntas constituyen "una realidad compleja, en la que están unidos el
elemento divino y el humano" (LG 8):
La palabra griega mysterion ha sido traducida en latín por dos términos: mysterium y
sacramentum. En la interpretación posterior, el término sacramentum expresa mejor el signo
visible de la realidad oculta de la salvación, indicada por el término mysterium. En este
sentido, Cristo es Él mismo el Misterio de la salvación: "No hay otro misterio de Dios fuera de
Cristo"; dice san Agustín.
Los siete sacramentos son los signos y los instrumentos mediante los cuales el Espíritu Santo
distribuye la gracia de Cristo, que es la Cabeza, en la Iglesia que es su Cuerpo. La Iglesia
contiene, por tanto, y comunica la gracia invisible que ella significa. En este sentido analógico
ella es llamada "sacramento".
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Como sacramento, la Iglesia es instrumento de Cristo. La Iglesia es, en este mundo, el
sacramento de la salvación, el signo y el instrumento de la comunión con Dios y entre los
hombres.
El Pueblo de Dios tiene características que le distinguen claramente de todos los grupos
religiosos, étnicos, políticos o culturales de la historia:
— Se llega a ser miembro de este cuerpo, como ya señalamos, no por el nacimiento físico,
sino por el "nacimiento de arriba", "del agua y del Espíritu" (Jn 3, 3-5), es decir, por la fe en
Cristo y el Bautismo.
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— Este pueblo tiene por Cabeza a Jesús el Cristo [Ungido, Mesías]: porque la misma Unción,
el Espíritu Santo fluye desde la Cabeza al Cuerpo, es "el Pueblo mesiánico".
— "La identidad de este Pueblo, es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios en cuyos
corazones habita el Espíritu Santo como en un templo".
— "Su ley, es el mandamiento nuevo: amar como el mismo Cristo mismo nos amó (cf. Jn 13,
34)". Esta es la ley "nueva" del Espíritu Santo (Rm 8,2; Ga 5, 25).
— Su misión es ser la sal de la tierra y la luz del mundo (cf. Mt 5, 13-16). "Es un germen muy
seguro de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano".
— "Su destino es el Reino de Dios, que él mismo comenzó en este mundo, que ha de ser
extendido hasta que él mismo lo lleve también a su perfección".
Desde el comienzo, Jesús asoció a sus discípulos a su vida (cf. Mc. 1,16-20; 3, 13-19); les
reveló el Misterio del Reino; les dio parte en su misión, en su alegría y en sus sufrimientos.
Jesús habla de una comunión todavía más íntima entre Él y los que le sigan: "Permaneced en
mí, como yo en vosotros [...] Yo soy la vid y vosotros los sarmientos" (Jn 15, 4-5). Anuncia
una comunión misteriosa y real entre su propio cuerpo y el nuestro: "Quien come mi carne y
bebe mi sangre permanece en mí y yo en él" (Jn 6, 56).
Cuando fueron privados los discípulos de su presencia visible, Jesús no los dejó huérfanos (cf.
Jn 14, 18). Les prometió quedarse con ellos hasta el fin de los tiempos (cf. Mt 28, 20), les
envió su Espíritu (cf. Jn 20, 22; Hch 2, 33).
La comparación de la Iglesia con el cuerpo arroja un rayo de luz sobre la relación íntima entre
la Iglesia y Cristo. No está solamente reunida en torno a Él: siempre está unificada en Él, en
su Cuerpo. Tres aspectos de la Iglesia "cuerpo de Cristo" se han de resaltar más
específicamente: la unidad de todos los miembros entre sí por su unión con Cristo; Cristo
Cabeza del cuerpo; la Iglesia, Esposa de Cristo.
40
cuerpo" (Pío XII). Actúa de múltiples maneras en la edificación de todo el cuerpo en la
caridad (cf. Ef 4, 16): por la Palabra de Dios, "que tiene el poder de construir el edificio" (Hch
20, 32), por el Bautismo mediante el cual forma el Cuerpo de Cristo (cf. 1 Co 12, 13); por los
sacramentos que hacen crecer y curan a los miembros de Cristo; por "la gracia concedida a
los apóstoles" que "entre estos dones destaca", por las virtudes que hacen obrar según el
bien, y por las múltiples gracias especiales [llamadas "carismas"] mediante las cuales los
fieles quedan "preparados y dispuestos a asumir diversas tareas o ministerios que
contribuyen a renovar y construir más y más la Iglesia".
«Así toda la Iglesia aparece como el pueblo unido "por la unidad del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo" » cf. San Cipriano de Cartago)
El papel de María con relación a la Iglesia es inseparable de su unión con Cristo, deriva
directamente de ella. "Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se
manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte" (LG 57).
Se manifiesta particularmente en la hora de su pasión:
41
... también en su Asunción...
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singular, es esencialmente diferente del culto de adoración que se da al Verbo encarnado, lo
mismo que al Padre y al Espíritu Santo, pero lo favorece muy poderosamente"; encuentra su
expresión en las fiestas litúrgicas dedicadas a la Madre de Dios y en la oración mariana, como
el Santo Rosario, "síntesis de todo el Evangelio".
"Creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia, continúa en el
cielo ejercitando su oficio materno con respecto a los miembros de Cristo”. (Credo del Pueblo
de Dios, 15).
X - La Liturgia
Razón de ser de la liturgia
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Es el Misterio de Cristo lo que la Iglesia
anuncia y celebra en su liturgia a fin de que
los fieles vivan de él y den testimonio del
mismo en el mundo:
• Liturgia es el conjunto de signos y símbolos con los que la Iglesia rinde culto a Dios y
se santifica.
• La definimos: La Liturgia es el culto santificante de la Iglesia. (Lo explicaremos luego)
ESPIRITUALIDAD LITÚRGICA
La espiritualidad puede entenderse de dos maneras: como ciencia y como vida. Como
Ciencia, la espiritualidad “es la parte de la Teología que estudia en qué consiste la unión del
hombre con Dios y los medios para lograrla mejor”. Como vida, “es la actitud de la persona
que busca progresar lo más posible en la unión con Dios”.
Así llegamos a la conclusión que, a nivel teórico, “la espiritualidad es el estudio de cómo
progresar en el amor a Dios y al prójimo” y, a nivel práctico, “es la vivencia del amor que
busca siempre crecer”.
La unión con Dios, el amor, la perfección o la santidad no son conquista nuestra, sino obra de
Dios en nosotros. Claro que se necesita de nuestra colaboración, porque Dios nos transforma
si nosotros nos dejamos transformar, si nos abrimos a Él. Nuestra acción debe disponernos,
abrirnos a la acción de Dios en nosotros, que somos seres libres a quienes Dios no fuerza.
Existen varias espiritualidades, pero todas persiguen el mismo fin: estudiar y realizar la unión
del hombre con Dios, por ejemplo: monacal, laical, franciscana, murialdina, misionera, etc. Si
la finalidad es la misma, lo único que varía son los medios para lograrla.
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espiritualidad litúrgica abarca la totalidad del misterio cristiano. La Iglesia expresa y vive su
espiritualidad en la Liturgia. La espiritualidad litúrgica se caracteriza por estar plenamente
centrada en la oración y celebración de la Iglesia y, además, porque la mentalidad litúrgica
impregna y regula los demás medios empleados para llegar a Dios.
Dice el catecismo en el numeral 1136: La Liturgia es "acción" del "Cristo total" (Christus
totus). Los que desde ahora la celebran participan ya, más allá de los signos, de la liturgia
del cielo, donde la celebración es enteramente comunión y fiesta.
Una espiritualidad no puede limitarse a algunos momentos, como serían los actos litúrgicos,
sino que es un modo de vivir, el modo de concebir a Dios y caminar hacia Él. Por tanto, las
características que vamos a señalar se aprenden en la Liturgia y se transforman en un modo
de ser y de actuar:
Vive la Liturgia quien está impregnado de profundo sentido de comunión eclesial; quien
participa de ella con sentido comunitario, no quien simplemente reza bien los ritos. La vive
quien, al escuchar la Palabra de Dios proclamada y hacer
suyas las oraciones compuestas por la Iglesia, se deja
embeber profundamente del sentido de Dios. La vive
quien, dentro y fuera de las celebraciones, se esfuerza
por tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús.
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SIGNOS Y SÍMBOLOS
SIGNO: El signo es una señal sensible que nos trae a la mente otra definida, clara y
comprensible, tal como ocurre con las señales de tránsito.
1. Los signos naturales: llevan su significado en lo que son. Por ejemplo: el humo que
indica fuego, la sonrisa que expresa alegría.
2. Los signos convencionales: significan lo que las personas hemos convenido que
signifiquen. Ejemplo: las señales de auxilio, las palabras tanto orales como escritas,
también son signos convencionales.
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El motivo por el cual la realidad simbolizada no es percibida con precisión por la razón, es
que esa realidad afecta a lo más profundo y significativo de nuestra persona o a algo
trascendente; y lo más significativo, profundo y/o trascendente escapa a nuestro raciocinio.
Esas realidades son sentidas, experimentadas, vividas, pero no razonadas.
El símbolo nos hace presentes realidades que no alcanzamos a razonar, pero que intuimos o
expresamos. El mundo del misterio es mucho más amplio de lo que podemos dominar con la
razón. Quien no emplea símbolos se ve empobrecido en su capacidad de comunicación.
Los símbolos son un lenguaje. La finalidad del lenguaje es comunicarse. Todo el lenguaje es
comunitario: no existe para uno solo, sino para las relaciones entre muchos. Los símbolos
responden a algo que siente una comunidad. Los símbolos se heredan. Nacen
espontáneamente en una comunidad y la gente se acostumbra a ellos, las personas nuevas
que se integran en esa comunidad sintonizan ese lenguaje gestual y lo utilizan. La gente usa
lo símbolos sin pensar siquiera que lo está haciendo, simplemente los vive. Es un lenguaje
más intuitivo y más afectivo, más poético. Nos introducen en el Misterio, nos hacen
experimentarlo.
Todos los pueblos poseen símbolos relacionados con lo más significativo de la vida:
nacimiento, matrimonio, muerte, etc.
Todos los símbolos tienen su historia: nacen, viven, se modifican, mueren, son reemplazados
por otros. No es fácil crear símbolos nuevos. Signos, sí, porque no dificulta ponerse de
acuerdo en el significado de algo, como una señal de tránsito. Pero con los símbolos no
sucede lo mismo, pues ellos expresan el sentir profundo del pueblo.
Símbolos en la Liturgia
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mayor riqueza: la profundidad, la celebración se queda en lo superficial. Hay que permitir
que el símbolo se exprese por sí mismo. Si se explica se perjudica la vivencia litúrgica.
Las explicaciones en Liturgia buscan iniciar en el Misterio más que instruir. Estas
explicaciones deben hacerse antes o después de la Celebración, pero jamás durante la
Celebración. Durante la misma caben algunas explicaciones muy breves y discretas para
hacer vivir a toda la asamblea al unísono (comunitariamente) lo que se está realizando, hacer
vivir la celebración con toda el alma.
Fuego: El fuego habla de lo que consume (sacrificio), del calor que saca la pesadez
(acción del Espíritu Santo) y se relaciona con la luz.
Incienso: Es una resina que al caer sobre el fuego (ascuas) despide olor agradable y
humo. Se emplea en Misas solemnes incensando el Altar, las ofrendas, el Santísimo, a los
ministros, a la asamblea, a algunas imágenes religiosas, el Cirio Pascual, los cuerpos de los
difuntos, la cruz. Es signo de honor y de oración que se eleva a Dios. Significa la adoración
debida a Dios, la oración que se eleva y la Gracia que Dios da al alma, cuyo símbolo es el olor
agradable que invade el Templo.
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Ramos: Expresan alegría y triunfo, vida y resurrección Se bendicen el domingo de
Ramos.
Sal: Sazona los alimentos y los conserva. De ahí que se la considere expresión de
hospitalidad y recibimiento y sobre todo de fidelidad. Por eso se emplea al pactar las
alianzas.
El culto
Culto es la actitud de respeto y veneración hacia una persona. La actitud de admiración hacia
una persona es un culto natural. A esa persona la sentimos superior, en el aspecto que sea, y
eso que sentimos lo expresamos con palabras, con gestos, con actitudes. La actitud interna
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se expresa corporalmente. Generalmente a esta actitud no se la llama culto, pero nos sirve
para aclarar su significado.
Si el motivo de tal veneración es religioso, tenemos el culto religioso. Ese culto si se dirige al
Ser Supremo (Dios), se llama culto de adoración (latría). Si lo dirigimos a los santos se llama
culto de veneración (dulía). Si lo dirigimos a la Virgen María, por ser la más santa entre los
santos se le debe un culto de veneración especial llamado hiperdulía y a San José, en cuanto
padre adoptivo de Dios se le debe el culto de protodulía.
A Dios lo adoramos
A la Virgen y a los santos los veneramos
Cuando el culto de latría o dulía lo manifestamos no a Dios o los santos o a la Virgen sino a
algo relacionado con ellos (como imágenes, la cruz, estatuas de santos), el culto no es
absoluto, sino relativo, pues no se dirige a los objetos sino a las personas que esos objetos
nos recuerdan (como darle un beso a una foto de un ser querido).
Santificante
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De la Iglesia
Existen dos formas de practicar el culto o la oración (que es la expresión del culto): la privada
y la litúrgica.
Si la oración privada es buena, la litúrgica es, de por sí, mejor. La litúrgica es correcta porque
ofrece mayor seguridad de expresar lo correcto y de llevar en sí el espíritu eclesial. Si es de la
Iglesia, el culto es eclesial. La Liturgia es culto eclesial en dos sentidos:
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XII - La Liturgia como fuente y culmen
Según el Concilio Vaticano II, en la Constitución Sacrosanctum Concilium, no existe nada
más valioso que la Liturgia para que asimilemos y vivamos el misterio de Cristo y lo que es la
Iglesia. Es decir, que nada nos ayuda tanto como la Liturgia a progresar en hacernos
semejantes a Cristo. (SC 2)
La Liturgia celebra la perfecta glorificación del Padre que Cristo realizó con su Misterio
Pascual. (SC 6). Cristo está de un modo particular e intenso en la Liturgia (SC 7) para la
glorificación de Dios y santificación de los hombres. De modo que la Liturgia no es
fundamentalmente obra de la Iglesia sino del mismo Cristo, y junto con Él está la Iglesia. Por
eso la Liturgia es tan excelente.
“La Liturgia es la cumbre a la cual tiende toda la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la
fuente de donde emana su fuerza” (SC 10).
La liturgia es cumbre, es decir lo más elevado, porque en ella se vive con mayor intensidad el
amor a Dios y al prójimo, o sea la caridad. La Liturgia está llena de alabanza a Dios y la
alabanza sincera y gozosa es amor. Cuando toda la comunidad se une en alabanza, ésta se
incrementa. La auténtica celebración litúrgica es también ejercicio de caridad fraterna.
La Liturgia es la cumbre, pero los demás ejercicios de piedad (meditación, rezo del rosario,
mes de María, devoción de los santos, Ángelus, etc.), los no litúrgicos, son muy buenos,
sobre todos aquellos que han recomendado la Santa Sede y los Obispos. (SC 13).
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XIII - El Sacerdocio cristiano
Comencemos primero acercándonos al significado de la palabra “sacerdote”, que no es
privativa del cristianismo, ya que el sacerdocio ha existido en las religiones desde tiempos
inmemoriales.
Todo otro sacrificio es participación del sacerdocio de Cristo. Cristo comunica su sacerdocio
en dos formas, o, dicho de otra forma, existen dos clases de sacerdocio cristiano: el
sacerdocio común o regio y el sacerdocio ministerial o jerárquico.
Muchas personas no conocen bien a Cristo ni a la Iglesia, sin embargo, son amigos de Dios
porque siguen con rectitud lo que les dicta su conciencia. A ellos a veces se los llama
cristianos anónimos. Estas personas rectas también poseen la capacidad de llegar a Dios,
también son sacerdotes con este sacerdocio común, porque en su infinita Misericordia, Dios
salva a toda la humanidad.
53
Ambos sacerdocios son iguales en su
semejanza con Cristo y en la capacidad de
llegar a Dios para ofrecer sacrificios y para
mediar. Pero entre ellos se dan diferencias:
DIGNIDAD SACERDOTAL
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Los presbíteros poseen también el sacerdocio común pero además asumen el ministerio
para servir (ministerio = servicio), y renuncian a muchos valores humanos para entregarse a
servir. Servicio es caridad y caridad es el único valor definitivo.
Jesucristo, en su amor infinito a los hombres, instituyó los siete sacramentos, por medio de
los cuales llegan hasta nosotros los bienes de la redención.
Los Sacramentos son eficaces en sí mismos, porque en ellos actúa directamente Cristo. En
cuanto signos externos también tiene una finalidad pedagógica: alimenta, fortalecen y
expresan la fe.
Cuanto mejor es la disposición de la persona que recibe los sacramentos, más abundantes
son los frutos de la gracia.
La Iglesia «ha recibido las llaves del Reino de los cielos, a fin de que se realice en ella
la remisión de los pecados por la sangre de Cristo y la acción del Espíritu Santo. En
esta Iglesia es donde revive el alma, que estaba muerta por los pecados, a fin de vivir
con Cristo, cuya gracia nos ha salvado» (San Agustín, Sermo 214, 11).
No hay ninguna falta por grave que sea que la Iglesia no pueda perdonar. "No hay nadie,
tan perverso y tan culpable que, si verdaderamente está arrepentido de sus pecados, no
pueda contar con la esperanza cierta de perdón" (Catecismo Romano, 1, 11, 5). Cristo, que ha
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muerto por todos los hombres, quiere que, en su Iglesia, estén siempre abiertas las puertas
del perdón a cualquiera que vuelva del pecado (cf. Mt 18, 21-22).
¿Qué es el pecado?
El pecado está presente en la historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo o dar a esta
oscura realidad otros nombres. Para intentar comprender lo que es el pecado, es preciso en
primer lugar reconocer el vínculo profundo del hombre con Dios, porque fuera de esta
relación, el mal del pecado no es desenmascarado en su verdadera identidad de rechazo y
oposición a Dios, aunque continúe pesando sobre la vida del hombre y sobre la historia.
La realidad del pecado, y más particularmente del pecado de los orígenes, sólo se esclarece a
la luz de la Revelación divina. Sin el conocimiento que ésta nos da de Dios no se puede
reconocer claramente el pecado, y se siente la tentación de explicarlo únicamente como un
defecto de crecimiento, como una debilidad psicológica, un error, la consecuencia necesaria
de una estructura social inadecuada, etc. Sólo en el conocimiento del designio de Dios sobre
el hombre se comprende que el pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las personas
creadas para que puedan amarle y amarse mutuamente.
Aunque propio de cada uno, el pecado original no tiene, en ningún descendiente de Adán, un
carácter de falta personal. Es la privación de la santidad y de la justicia originales, pero la
naturaleza humana no está totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas
naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al
pecado (esta inclinación al mal es llamada "concupiscencia"). El Bautismo, dando la vida de la
gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las consecuencias
para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al
combate espiritual.
El Pecado es toda acción u omisión voluntaria contra la ley de Dios, que consiste en decir,
hacer, pensar o desear algo contra los mandamientos de la Ley de Dios o de la Iglesia, o faltar
al cumplimiento del propio deber y a las obligaciones particulares.
¿Qué es la Gracia?
Según el Catecismo de la Iglesia 1996-2005: "La gracia es el favor, el auxilio gratuito que Dios
nos da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de Dios (cf Jn 1,12-18), hijos adoptivos
(cf Rm 8, 14-17), partícipes de la naturaleza divina (cf 2 P 1, 3-4), de la vida eterna (cf Jn 17,
3).”
b) Gracia Actual: Son las intervenciones de Dios en nuestras vidas para ayudarnos a la
conversión y al crecimiento en santidad. Es decir, son aquellas gracias que Dios derrama
en momentos específicos de nuestras vidas en los que recibimos una luz nueva sobre la
vida de Dios y la vida en Dios, o en un momento de tentación para poderla soportar y
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vencer, o las gracias que se nos dan en un momento de sufrimiento o prueba que nos
ayudan a tener la fortaleza necesaria para soportarlo. Estas gracias son auxilios
momentáneos de parte de Dios para ayudarnos en nuestro diario vivir.
La gracia aumenta a medida que permitimos al Espíritu Santo actuar por la participación en
los sacramentos, la oración y la vida virtuosa - todo por los méritos de Cristo. La gracia nos
asemeja a la vida de Cristo: sus virtudes, forma de pensar y actuar.
En conclusión, los Sacramentos están vinculados con la Gracia, pues a través de ellos Cristo
nos devuelve la Gracia, o sea, interviene con su acción para devolver la santidad a nuestra
alma y perdonar los pecados, fortaleciéndonos para hacer frente en lo cotidiano a esa herida
que tenemos a consecuencia del pecado original.
La palabra latina sacramentum significa etimológicamente algo que santifica (res sacrans), y
equivale en griego a la voz misterio (mysterion: cosa sacra, oculta o secreta).
Del significado nominal se ve claro que el sentido de la palabra es muy amplio: significa
cualquier cosa sagrada o religiosa. En este sentido amplio, por ejemplo, toda la Creación es
un sacramento, es decir, un signo en cierto sentido sagrado, por ser un modo visible en que
se manifiesta la realidad del Dios invisible.
También, mirando el Antiguo Testamento, vemos que Dios quiso asociar algunas realidades
que representaban anticipadamente las del Nuevo Testamento, por ejemplo: el Cordero
Pascual, signo de Cristo; el Arca de la Alianza, símbolo de la Iglesia y de María; el maná, de la
Eucaristía, el paso del Mar Rojo, símbolo del Bautismo, etc.
Sin embargo, es importante tener en cuenta que estas realidades difieren esencialmente de
Los Sacramentos de la Nueva Ley, porque no producían la gracia, sino sólo eran figura de la
que había de venir por la Pasión de Cristo.
Ya sabemos que la Redención del hombre la realizó Jesucristo, el Hijo de Dios con su Pasión,
muerte y resurrección. Allí Cristo abrió un canal de Gracia que permite al hombre volver a
vivir en amistad con Dios y además poder recibir el caudal de la participación en la vida
divina haciéndonos verdaderos hijos de Dios.
Históricamente estos hechos ocurrieron hace 2000 años. ¿De qué manera nos llegan
entonces esas gracias a nosotros? Tras la resurrección, Cristo prometió su presencia todos
los días hasta el fin del mundo. Esa promesa implica su acción directa para todos aquellos
que acepten su salvación. Para distribuir esa Gracia, fundó su Iglesia y dio poder a sus
Apóstoles y sucesores de ser los administradores de esta Gracia a través especialmente de
los Sacramentos.
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Dios que está oculto y, como oculto, presente en el mundo. El Amor divino se actualiza a
través de ellos.
También se enseña que un Sacramento es “una cosa sensible que por institución divina tiene
la virtud, tanto de significar como de conferir la gracia santificante”.
Como vemos, la noción de sacramento incluye los siguientes elementos:
1) que es una ‘cosa sensible’, es decir, algo que el hombre es capaz de percibir por los
sentidos corporales (Por ej. el agua en el Bautismo, el pan y el vino en la Eucaristía, etc.);
2) esa cosa sensible es, además, ‘signo’ de otra realidad (la ‘gracia’ o ‘vida divina’);
4) que tiene eficacia sobrenatural para producir la gracia en quien lo recibe. No sólo
significa la gracia, sino, sobre todo, la produce de hecho;
5) como los sacramentos han sido confiados a la Iglesia, se dice que ‘los sacramentos
son de la Iglesia’. Esto tiene un doble sentido: existen ‘por ella’ y ‘para ella’. Existen ‘por la
Iglesia’ porque Cristo actúa en ella gracias a la misión del Espíritu Santo. Y existen ‘para la
Iglesia’ porque ellos son ‘sacramentos que constituyen la Iglesia’.
Grupos sacramentales
Cristo instituyó directa y personalmente todos los sacramentos. Él determinó tanto el signo
externo correspondiente como la gracia que de él se derivaría.
Aunque el Nuevo Testamento en ningún lugar los enumera juntos, sí habla de modo claro y
explícito de cada uno de ellos. Señalamos los principales textos:
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1. Bautismo: Mateo 28, 19; Marcos 16, 16; Juan 3, 5; Hechos 2, 41.
2. Confirmación: Hechos 8, 17; 19, 6.
3. Eucaristía: Mateo 26, 26; Marcos 14, 22; Lucas 22, 19; I Cor. 11, 24.
4. Penitencia: Mateo 18, 18; Juan 20, 23.
5. Unción de los enfermos: Marcos 6, 13; Sant. 5, 14-15.
6. Orden sacerdotal: I Tim. 4, 14; 5, 22; II Tim. 1, 6.
7. Matrimonio: Juan 2, 1-11, Mateo 19, 1-9; Efesios 5, 31-32.
Desde los primeros momentos, los Apóstoles bautizan a los que aceptan el Evangelio,
siguiendo el mandato del Señor, y confirman después a los bautizados. El Apóstol Santiago
habla de la Unción de los enfermos como de algo perfectamente sabido por todos,
recomendando y promulgando lo establecido por Jesucristo. El Matrimonio queda
santificado por la presencia del Señor en las bodas de Caná reafirmando Cristo mismo la
unidad e indisolubilidad de la primera institución
Ningún sacramento, pues, ha sido instituido por la Iglesia, ya que la autoridad eclesiástica
no tiene poder sobre la esencia de los sacramentos; sólo puede cambiar “aquello que, según
la variedad de las circunstancias, tiempos y lugares, juzgara que conviene más a la utilidad de
los que lo reciben o a la veneración de los mismos sacramentos” (Conc. de Trento, sesión XXI).
LA EFICACIA SACRAMENTAL
Ya mencionamos que los sacramentos son -por voluntad de Cristo- la continuación, hasta el
fin de los tiempos, de las mismas acciones salvadoras realizadas por el Señor durante su vida
terrena. De ahí que sean medios de santificación con la misma eficacia infalible que poseía la
Santísima Humanidad de Cristo: actúan comunicando siempre la gracia, cuando el rito se
realiza correctamente y el sujeto no pone un obstáculo.
Sin embargo, los sacramentos no son la causa principal de la comunicación de la gracia, sino
que son causas instrumentales. Así, se dice que una es la acción del que obra (causa
principal, p.ej., el artista que pinta un cuadro), y otra la del instrumento con que obra (causa
instrumental, p.ej., el pincel del pintor). En los sacramentos, la causa principal es Dios, a
través de la Humanidad Santísima de Jesucristo; el sacramento es sólo instrumento a través
del cual Dios produce la gracia. Aunque no sean la causa principal, es sin embargo correcto
afirmar, como lo hicimos más arriba, que los sacramentos son signos eficaces de la gracia,
pues de un modo infalible la producen en el alma.
Señala el Concilio Vaticano II que los sacramentos tienen la virtud de identificarnos con
Jesucristo por medio de la gracia que confieren: por ellos “somos incorporados a los
misterios de su vida, configurados con Él, muertos y resucitados, hasta que con Él reinemos”).
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Podemos afirmar que tres son los efectos que producen los sacramentos:
Respecto a la “gracia sacramental”, para comprenderlo mejor, son las gracias específicas que
otorga cada sacramento y en general son distintas unos de otros. Por ejemplo, el sacramento
del Matrimonio otorga a los esposos las gracias necesarias para ser buenos y fieles esposos y
buenos padres. Estas gracias no las da el sacramento del orden, que otorga al Presbítero las
gracias inherentes a su misión específica que no es la misma que la de los esposos. Lo mismo
ocurre con cada sacramento. Obviamente, tal como ya adelantamos, la Gracias de Dios
opera en la persona contando con su disposición y libertad de aceptarla. La Gracia no se
impone a la naturaleza del hombre. Esto no significa que Dios sea impotente de operar en el
alma humana, sino que Dios actúa respetando la libertad del hombre.
El carácter sacramental es un sello espiritual que configura con Cristo al que lo recibe. Por
ello, se trata de un sello indeleble, es decir, permanente y, por tanto, el cristiano los recibe
una sola vez en la vida. Solo tres de los siete Sacramentos imprimen este carácter o sello
espiritual: El Bautismo, la Confirmación y el Orden Sacerdotal. Como veremos enseguida,
solamente en la celebración de estos tres sacramentos se usa el Santo Crisma.
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Los Oleos sacramentales
Se llaman óleos sagrados a los que se emplean para administrar algunos sacramentos. Son
tres: el santo crisma, el óleo de los catecúmenos y el óleo de los enfermos.
Los óleos sagrados se preparan con aceite vegetal, preferentemente de oliva, aunque puede
ser de otras plantas. Se confeccionan con aceite porque es un producto con propiedades de
gran significado bíblico, que expresan la unción del Espíritu para sanar, confortar, etc. El
santo crisma tiene además del aceite de oliva un bálsamo aromático.
El párroco debe obtener los óleos sagrados del propio obispo y guardarlos con diligencia en
lugar decoroso, generalmente se guardan en el mismo Sagrario, pero no necesariamente.
Está permitido a todo sacerdote llevar consigo el óleo bendito, de manera que en caso de
necesidad pueda administrar el sacramento de la unción de los enfermos.
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Materia, forma ministro y sujeto de los Sacramentos
Todos tienen una materia y una forma, pues en todos hay algún objeto o gesto exterior y en
todos hay unas palabras. En todo sacramento hay un ministro que lo confiere. Debe ser el
ministro legítimo para que Cristo actúe por él.
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Parte 2
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XV - Los Sacramentos de iniciación cristiana
Mediante los sacramentos de la iniciación cristiana, el Bautismo, la Confirmación y la
Eucaristía, se ponen los fundamentos de toda vida cristiana. "La participación en la
naturaleza divina que los hombres reciben como don mediante la gracia de Cristo, tiene
cierta analogía con el origen, el crecimiento y el sustento de la vida natural. En efecto, los
fieles renacidos en el Bautismo se fortalecen con el sacramento de la Confirmación y
finalmente, son alimentados en la Eucaristía con el manjar de la vida eterna, y, así por medio
de estos sacramentos de la iniciación cristiana, reciben cada vez con más abundancia los
tesoros de la vida divina y avanzan hacia la perfección de la caridad" (Pablo VI).
El Bautismo
El santo Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el
pórtico de la vida en el espíritu y la puerta que abre el acceso a los
otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y
regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de
Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su
misión. (CatIC 1213)
El Bautismo es el más bello y magnífico de los dones de Dios... lo llamamos don, gracia,
unción, iluminación, vestidura de incorruptibilidad, baño de regeneración, sello y todo lo más
precioso que hay. Don, porque es conferido a los que no aportan nada; gracia, porque, es
dado incluso a culpables; bautismo, porque el pecado es sepultado en el agua; unción,
porque es sagrado y real (tales son los que son ungidos); iluminación, porque es luz
resplandeciente; vestidura, porque cubre nuestra vergüenza; baño, porque lava; sello,
porque nos guarda y es el signo de la soberanía de Dios (S. Gregorio Nacianceno, Or. 40,3-4).
Dice el Catecismo en el n°1246: "Es capaz de recibir el bautismo todo ser humano, aún no
bautizado, y solo él".
Son ministros ordinarios del Bautismo el obispo y el presbítero y, en la Iglesia latina, también
el diácono. En caso de necesidad, cualquier persona, incluso no bautizada, puede bautizar si
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tiene la intención requerida y utiliza la fórmula bautismal trinitaria. La intención requerida
consiste en querer hacer lo que hace la Iglesia al bautizar.
La Confirmación
Con el Bautismo y la Eucaristía, el sacramento de la Confirmación
constituye el conjunto de los "sacramentos de la iniciación cristiana",
cuya unidad debe ser salvaguardada. Es preciso, pues, explicar a los
fieles que la recepción de este sacramento es necesaria para la
plenitud de la gracia bautismal. En efecto, a los bautizados "el
sacramento de la confirmación los une más íntimamente a la Iglesia y
los enriquece con una fortaleza especial del Espíritu Santo. De esta
forma se comprometen mucho más, como auténticos testigos de
Cristo, a extender y defender la fe con sus palabras y sus obras" (LG
11).
La unción antes del Bautismo con el óleo de los catecúmenos significa purificación y
fortaleza; la unción de los enfermos expresa curación y el consuelo. La unción del santo
crisma después del Bautismo, en la Confirmación y en la Ordenación, es el signo de una
consagración. Por la Confirmación, los cristianos, es decir, los que son ungidos, participan
más plenamente en la misión de Jesucristo y en la plenitud del Espíritu Santo que éste posee,
a fin de que toda su vida desprenda "el buen olor de Cristo".
Por medio de esta unción, el confirmando recibe "la marca", el sello del Espíritu Santo. Cristo
mismo se declara marcado con el sello de su Padre (cf Jn 6,27). El cristiano también está
marcado con un sello. Este sello del Espíritu Santo, marca la pertenencia total a Cristo, la
puesta a su servicio para siempre, pero indica también la promesa de la protección divina en
la gran prueba escatológica.
Vale recordar que el Santo Crisma que se usa en estos Sacramentos es consagrado por el
Obispo en la Misa Crismal del Jueves Santo.
La celebración de la Confirmación
Sigue el rito esencial del sacramento. "El sacramento de la confirmación es conferido por la
unción del santo crisma en la frente, hecha imponiendo la mano, y con estas palabras:
"Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo".
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Los efectos de la Confirmación
De la celebración se deduce que el efecto del sacramento es la efusión especial del Espíritu
Santo, como fue concedida en otro tiempo a los Apóstoles el día de Pentecostés.
– nos introduce más profundamente en la filiación divina que nos hace decir "Abbá,
Padre" (Rm 8,15).;
– nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la fe
mediante la palabra y las obras como verdaderos testigos de Cristo, para confesar
valientemente el nombre de Cristo y para no sentir jamás vergüenza de la cruz (cf DS 1319;
LG 11,12):
Recuerda, pues, que has recibido el signo espiritual, el Espíritu de sabiduría e inteligencia, el
Espíritu de consejo y de fortaleza, el Espíritu de conocimiento y de piedad, el Espíritu de temor
santo, y guarda lo que has recibido. Dios Padre te ha marcado con su signo, Cristo Señor te ha
confirmado y ha puesto en tu corazón la prenda del Espíritu (S. Ambrosio).
Para la Confirmación, como para el Bautismo, conviene que los candidatos busquen la ayuda
espiritual de un padrino o de una madrina. Conviene que sea el mismo que para el Bautismo
a fin de subrayar la unidad entre los dos sacramentos.
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El ministro de la Confirmación
La Eucaristía
La Sagrada Eucaristía culmina la
iniciación cristiana. Los que han sido
elevados a la dignidad del sacerdocio real
por el Bautismo y configurados más
profundamente con Cristo por la
Confirmación, participan por medio de la
Eucaristía con toda la comunidad en el
sacrificio mismo del Señor.
La Eucaristía es "fuente y cima de toda la vida cristiana" (LG 11). "Los demás sacramentos,
como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la
Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien
espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua".
En la celebración eucarística nos unimos ya a la liturgia del cielo y anticipamos la vida eterna
cuando Dios será todo en todos (cf 1 Co 15,28).
La riqueza inagotable de este sacramento se expresa mediante los distintos nombres que se
le da. Cada uno de estos nombres evoca alguno de sus aspectos.
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Eucaristía porque es acción de gracias a Dios. Las
palabras "eucharistein" (Lc 22,19; 1 Co 11,24) y
"eulogein" (Mt 26,26; Mc 14,22) recuerdan las
bendiciones judías que proclaman -sobre todo
durante la comida- las obras de Dios: la creación, la
redención y la santificación.
Fracción del pan porque este rito, propio del banquete judío, fue utilizado por Jesús cuando
bendecía y distribuía el pan como cabeza de familia (cf Mt 14,19; 15,36; Mc 8,6.19), sobre
todo en la última Cena (cf Mt 26,26; 1 Co 11,24). En este gesto los discípulos lo reconocerán
después de su resurrección (Lc 24,13-35), y con esta expresión los primeros cristianos
designaron sus asambleas eucarísticas (cf Hch 2,42.46; 20,7.11).
Santo Sacrificio, porque actualiza el único sacrificio de Cristo Salvador e incluye la ofrenda de
la Iglesia.
Comunión, porque por este sacramento nos unimos a Cristo que nos hace partícipes de su
Cuerpo y de su Sangre para formar un solo cuerpo (cf 1 Co 10,16-17).
Santa Misa porque la liturgia en la que se realiza el misterio de salvación se termina con el
envío de los fieles (missio) a fin de que cumplan la voluntad de Dios en su vida cotidiana.
La institución de la Eucaristía
El Señor, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. Sabiendo que había llegado la
hora de partir de este mundo para retornar a su Padre, en el transcurso de una cena, les lavó
los pies y les dio el mandamiento del amor (Jn 13,1-17). Para dejarles una prenda de este
amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles partícipes de su Pascua, instituyó la
Eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección y ordenó a sus apóstoles
celebrarlo hasta su retorno, "constituyéndoles entonces sacerdotes del Nuevo Testamento"
(Cc. de Trento: DS 1740).
Los tres evangelios sinópticos y S. Pablo nos han transmitido el relato de la institución de la
Eucaristía; por su parte, S. Juan relata las palabras de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm,
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palabras que preparan la institución de la Eucaristía: Cristo se designa a sí mismo como el
pan de vida, bajado del cielo (cf Jn 6).
Jesús escogió el tiempo de la Pascua para realizar lo que había anunciado en Cafarnaúm: dar
a sus discípulos su Cuerpo y su Sangre.
Al celebrar la última Cena con sus apóstoles en el transcurso del banquete pascual, Jesús dio
su sentido definitivo a la pascua judía. En efecto, el paso de Jesús a su Padre por su muerte y
su resurrección, la Pascua nueva, es anticipada en la Cena y celebrada en la Eucaristía que da
cumplimiento a la pascua judía y anticipa la pascua final de la Iglesia en la gloria del Reino.
Ante la grandeza de este sacramento, el fiel sólo puede repetir humildemente y con fe
ardiente las palabras del Centurión (cf Mt 8,8): "Señor, no soy digno de que entres en mi
casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”.
Para prepararse convenientemente a recibir este sacramento, los fieles deben observar el
ayuno prescrito por la Iglesia. Por la actitud corporal (gestos, vestido) se manifiesta el
respeto, la solemnidad, el gozo de ese momento en que Cristo se hace nuestro huésped.
La Iglesia obliga a los fieles a participar los domingos y días de fiesta en la divina liturgia y a
recibir al menos una vez al año la Eucaristía, si es posible en tiempo pascual, preparados por
el sacramento de la Reconciliación. Pero la Iglesia recomienda vivamente a los fieles recibir la
santa Eucaristía los domingos y los días de fiesta, o con más frecuencia aún, incluso todos los
días.
Gracias a la presencia sacramental de Cristo bajo cada una de las especies, la comunión bajo
la sola especie de pan ya hace que se reciba todo el fruto de gracia propio de la Eucaristía.
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Por razones pastorales, esta manera de comulgar se ha establecido legítimamente como la
más habitual en el rito latino.
Por lo tanto, el que quiere recibir a Cristo en la Comunión eucarística debe hallarse en
estado de gracia. Si uno tiene conciencia de haber pecado mortalmente no debe acercarse a
la Eucaristía sin haber recibido previamente la absolución en el sacramento de la Penitencia.
Frutos de la Comunión
La Sagrada Comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo acrecienta la unión del comulgante
con el Señor, le perdona los pecados veniales y lo preserva de pecados graves. Puesto que
los lazos de caridad entre el comulgante y Cristo son reforzados, la recepción de este
sacramento fortalece la unidad de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo.
La Santa Misa
• El misterio de fe “Nuestro Salvador, en la última cena, la noche que lo traicionaban,
instituyo el sacrificio eucarístico de su cuerpo y sangre, con lo cual iba a perpetuar por
los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y a confiar a su esposa, la iglesia, el
memorial de su muerte y resurrección: sacramento de piedad; vinculo de caridad;
banquete pascual, en el cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da
una prenda de gloria venidera”(CLV n. 47)
Con esta solemne y sentenciosa declaración presenta el Vaticano II a los fieles cristianos el
misterio de la fe, de la Eucaristía. Lo califica de Sacrosanto y dice que es: Sacrificio salvador,
memorial perenne del Señor, sacramento de sacramentos, banquete pascual, prenda de
salvación.
Partes de la Misa
Podríamos decir que la Santa Misa tiene dos grandes partes intrínsecamente unidas entre sí:
La Mesa de la Palabra y la Mesa de la Eucaristía. Cristo nos alimenta a través de su Palabra
primero y luego con su propio Cuerpo y Sangre. Ejemplo de esto siempre se ha tomado la
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escena del Evangelio de Lucas de los llamados discípulos de Emaús (Lc 24,13-35), cuando
estos se alejaban de Jerusalén apesadumbrados por la muerte de Jesús y se les aparece el
Resucitado que les explica primero las Escrituras y luego les parte el pan.
Pero continuemos. Cada una de estas dos grandes partes, puede subdividirse y
esquemáticamente podríamos representar la Misa según el siguiente esquema.
A 1. Ritos Iniciales.
1. Procesión
2. Canto de Entrada
3. Saludo
4. Acto Penitencial
5. Gloria
6. Oración Colecta
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A 2. Liturgia de la Palabra
1. Primera Lectura
2. Salmo
3. Segunda Lectura
4. Evangelio
5. Homilía
6. Credo
7. Oración Universal
B 3. Liturgia de la Eucaristía
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1. Presentación de dones
2. Plegaria Eucarística:
1. Prefacio
2. Santo
3. Epíclesis
4. Narración de la Institución
5. Aclamación
6. Anamnesis
7. Conmemoración
8. Doxología
3. Rito de Comunión
1. Padre Nuestro
2. Rito de la paz
3. Fracción del Pan
4. Cordero de Dios
5. Comunión
6. Silencio
7. Oración después de la Comunión
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Penitencia, Reconciliación o Confesión
"Los que se acercan al sacramento de la penitencia
obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los
pecados cometidos contra Él y, al mismo tiempo, se
reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus
pecados. Ella le mueve a conversión con su amor, su
ejemplo y sus oraciones" (LG 11).
Sólo Dios perdona los pecados (cf Mc 2,7). Porque Jesús es el Hijo de Dios, dice de sí mismo:
"El Hijo del hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra" (Mc 2,10) y ejerce ese
poder divino: "Tus pecados están perdonados" (Mc 2,5; Lc 7,48). Más aún, en virtud de su
autoridad divina, Jesús confiere este poder a los hombres (cf Jn 20,21-23) para que lo ejerzan
en su nombre.
Pero hay que añadir que tal reconciliación con Dios tiene
como consecuencia, por así decir, otras reconciliaciones
que reparan las rupturas causadas por el pecado: el
penitente perdonado se reconcilia consigo mismo en el
fondo más íntimo de su propio ser, en el que recupera la
propia verdad interior; se reconcilia con los hermanos,
agredidos y lesionados por él de algún modo; se
reconcilia con la Iglesia, se reconcilia con toda la creación
(RP 31).
El sacramento de la Penitencia está constituido por el conjunto de tres actos realizados por
el penitente, y por la absolución del sacerdote.
Los actos del penitente son: el arrepentimiento, la confesión o manifestación de los pecados
al sacerdote y el propósito de realizar la reparación y las obras de penitencia.
Sólo los sacerdotes que han recibido de la autoridad de la Iglesia la facultad de absolver
pueden ordinariamente perdonar los pecados en nombre de Cristo.
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- la reconciliación con la Iglesia;
* Lectura de la Palabra de Dios: puede leerse un texto evangélico; puede hacerse dentro de
la confesión o, mejor, antes de entrar a la confesión, para no retrasar a otros penitentes que
están ya esperando. (Por razones pastorales generalmente se obvia)
* Confesión de los pecados del penitente: “Estos son mis pecados:...”. Contarlos con
sencillez, humildad y sinceridad, sin poner excusas, sin enrollarse, ni ocultar circunstancias
importantes que agraven el pecado.
* Manifestación del dolor por parte del penitente: “Yo confieso; o Pésame; o Señor mío
Jesucristo...”. Este dolor es por haber ofendido a Dios nuestro Padre lleno de amor y de
ternura. Este dolor está unido a un propósito firmísimo de enmienda, sin el cual la confesión
no tiene efecto.
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es una auténtica y renovada Pascua.
* Despedida del sacerdote: “Vete en paz, y anuncia a los hombres las maravillas de Dios que
te ha salvado”. Salimos felices para proclamar la gran misericordia de Dios en nuestras vidas.
Cada vez que un cristiano cae gravemente enfermo puede recibir la Santa Unción, y también
cuando, después de haberla recibido, la enfermedad se agrava.
La gracia especial del sacramento de la Unción de los enfermos tiene como efectos:
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- el consuelo, la paz y el ánimo para soportar cristianamente los sufrimientos de la
enfermedad o de la vejez;
* Ritos de entrada:
· Saludo.
· Acto penitencial.
* Liturgia de la Palabra:
· Letanías
“Por esta santa unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del
Espíritu Santo”. El enfermo responde (si puede): Amén.
“Te rogamos, Redentor nuestro, que, con la gracia del Espíritu Santo, cures la debilidad de
este enfermo, sanes sus heridas y perdones sus pecados. Aparta de él todo cuanto pueda
afligir su alma y su cuerpo; por tu misericordia devuélvele la perfecta salud espiritual y
corporal, para que, restablecido por tu bondad, pueda volver al cumplimiento de sus
acostumbrados deberes. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos”. El enfermo
responde: Amén.
La unción de los enfermos, está considerada en la Iglesia, como un sacramento "de vivos" o
sea de cristianos en gracia de Dios y por lo tanto presupone si es necesario, el sacramento de
la reconciliación previsto en el ritual de la unción.
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En casos extremos, por ejemplo, cuando el enfermo o accidentado está inconsciente, puede
administrarse sin la previa reconciliación considerando que, en la intención del Señor, los
sacramentos son para facilitar la salvación de los hombres y hay que ampliar en lo posible, el
camino de la Gracia Santificante.
Hay muchos que por miedo a que el enfermo se “asuste” si ve al Sacerdote, no lo llaman
para que le administre el Sacramento, privándolo a este de que en consciencia pueda
confesarse y recibir las gracias que Dios quiere darle. Esto ocurre porque lamentablemente
los católicos muchas veces no conocen el verdadero sentido del Sacramento.
Es por eso que hace más de 60 años existe en la Argentina el Servicio Sacerdotal Nocturno,
que en horarios en los que no es fácil encontrar un Sacerdote, provee uno que está de
guardia durante la noche para administrar este Sacramento durante la noche. En Mendoza
es posible llamar a este servicio para un familiar enfermo o en peligro de muerte llamando al
4253314. Es un servicio gratuito y es quizá la mejor obra de misericordia que podemos hacer
por un ser querido.
El Matrimonio cristiano
Naturaleza del matrimonio
La unión conyugal tiene su origen en Dios, quien al crear al hombre lo hizo una persona que
necesita abrirse a los demás, con una necesidad de comunicarse y que necesita compañía.
“No está bien que el hombre esté solo, hagámosle una compañera semejante a él.” (Gen. 2,
18). “Dios creó al hombre y a la mujer a imagen de Dios, hombre y mujer los creó, y los
bendijo diciéndoles: procread, y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla” (Gen. 1, 27- 28).
Desde el principio de la creación, cuando Dios crea a la primera pareja, la unión entre ambos
se convierte en una institución natural, con un vínculo permanente y unidad total (Mt. 19,6).
Por lo que no puede ser cambiada en sus fines y en sus características, ya que de hacerlo se
iría contra la propia naturaleza del hombre. El matrimonio no es, por tanto, efecto de la
casualidad o consecuencia de instintos naturales inconscientes. El matrimonio es una sabia
institución del Creador para realizar su designio de amor en la humanidad. Por medio de él,
los esposos se perfeccionan y crecen mutuamente y colaboran con Dios en la procreación de
nuevas vidas.
79
El matrimonio para los bautizados es un sacramento que va unido al amor de Cristo su
Iglesia, lo que lo rige es el modelo del amor que Jesucristo le tiene a su Iglesia (Cfr. Ef. 5, 25-
32). Sólo hay verdadero matrimonio entre bautizados cuando se contrae el sacramento.
Institución
Hemos dicho que Dios instituyó el matrimonio desde un principio. Cristo lo elevó a la
dignidad de sacramento a esta institución natural deseada por el Creador. No se conoce el
momento preciso en que lo eleva a la dignidad de sacramento, pero se refería a él en su
predicación. Jesucristo explica a sus discípulos el origen divino del matrimonio:
“¿No habéis leído, como Él que creó al hombre al principio, lo hizo varón y
mujer? Y dijo: por ello dejará a su padre y a su madre, y los dos se harán una
sola carne”. (Mt. 19, 4-5).
Repasemos algunos datos estudiados en el primer cuatrimestre. La materia son los mismos
contrayentes y su donación recíproca como esposos, se donan toda la persona, todo su ser.
La forma es el Sí que significa la aceptación recíproca de ese don personal y total. A
diferencia de los otros sacramentos, donde el ministro es – normalmente – el Obispo o el
sacerdote, en este sacramento los ministros son los propios cónyuges o contrayentes. Ellos lo
confieren y lo reciben al mismo tiempo (Cfr. Catec. nos.1623).
El sujeto puede ser todo varón y mujer bautizados y sin impedimentos, ya sean católicos o
de otra confesión cristiana: Ejemplo: un luterano, un ortodoxo, un anglicano, pero no con un
Testigo de Jehová o mormón. En el caso de que sea un matrimonio de un católico con un
bautizado en otra religión cristiana, se deberá de pedir una dispensa eclesiástica. (Cfr. CIC no.
1124-1129). En el caso de disparidad de culto, es decir, desear casarse con una persona no
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bautizada, se puede pedir una dispensa, siempre y cuando se cumplan las condiciones
mencionadas en el Código de Derecho Canónico nos. 1125 y 1126. (CIC no. 1086 & 1- 2).
El Rito y la Celebración
El matrimonio entre dos fieles católicos se celebra – normalmente – dentro de la Santa Misa.
En la Eucaristía se realiza el memorial de la Nueva Alianza, en la que Cristo se unió a su
esposa, la Iglesia, por la cual se entregó. Por ello, la Iglesia considera conveniente que los
cónyuges sellen su consentimiento - de darse el uno al otro - con la ofrenda de sus propias
vidas. De esta manera unen su ofrenda a la de Cristo por su Iglesia. La liturgia ora y bendice a
la nueva pareja, en el culmen (epíclesis) de este sacramento los esposos reciben el Espíritu
Santo. (Cfr. Catec. n. 1621 –1624).
Para ello la Iglesia pide una serie de requisitos previos que hay que cumplir. Como son
constatar que no exista un vínculo anterior (Cfr. CIC. c. 1066), la instrucción sobre lo que
conlleva el sacramento y las amonestaciones o proclamas matrimoniales con el fin de
corroborar que no existe ningún impedimento. Debe de celebrarse ante un sacerdote, un
diácono, o como ya dijimos, en un caso especialísimo de un laico autorizado y dos testigos.
(Cfr. CIC. n. 1111 – 1112).
Naturaleza
El Sacramento del Orden es el que hace posible que la misión, que Cristo le dio a sus
Apóstoles, siga siendo ejercida en la Iglesia hasta el fin de los tiempos. Es el Sacramento del
ministerio apostólico.
De hecho, este es el sacramento por el cual unos hombres quedan constituidos ministros
sagrados, al ser marcados con un carácter indeleble, y así son consagrados y destinados a
apacentar el pueblo de Dios según el grado de cada uno, desempeñando en la persona de
Cristo Cabeza, las funciones de enseñar, gobernar y santificar”. (CIC. c. 1008)
Ya habíamos dicho que todos los bautizados participan del sacerdocio de Cristo, lo cual nos
capacita para colaborar en la misión de la Iglesia. Pero, los que reciben el Orden quedan
configurados de forma especial, quedan marcados con carácter indeleble, que los distinguen
81
de los demás fieles y los capacita para ejercer funciones especiales. Por ello, se dice que el
sacerdote tiene el sacerdocio ministerial, que es distinto al sacerdocio real o común de
todos los fieles que se confiere con el Bautismo. Por el Bautismo nos hacemos partícipes del
sacerdocio común de los fieles.
Los sacerdotes ejercen los tres poderes de Cristo. Son los encargados de transmitir el
mensaje del Evangelio, y de esa manera ejercen el poder de enseñar. Su poder de gobernar
lo ejercen dirigiendo, orientando a los fieles a alcanzar la santidad. Así mismo son los
encargados de administrar los medios de salvación – los sacramentos – cumpliendo así la
misión de santificar.
Si no hubiera sacerdotes, no sería posible que los fieles reciban ciertos sacramentos, de ahí la
necesidad de fomentar las vocaciones. De los sacerdotes depende, en gran parte, la vida
sobrenatural de los fieles, pues solamente ellos pueden consagrar, al hacer presente a
Cristo, y otorgar el perdón de los pecados. Aunque estas son las dos funciones más
importantes de su ministerio, su participación en la administración de los sacramentos no
termina ahí.
• El diaconado
• El Presbiterado (o comúnmente llamado sacerdocio)
• El Episcopado (los Obispos)
Diaconado, los diáconos: los has visto pero quizás, no los has reconocido. Son hombres que
van al seminario y antes de ordenarse sacerdotes se ordenan diáconos de forma transitoria.
Estos pueden bautizar, predicar y repartir la comunión, pero no pueden celebrar la misa,
consagrar, ni confesar.
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el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, pueden presidir misa y pueden perdonar los
pecados. Todos los sacerdotes hacen promesas (no votos), o sea, que prometen, el celibato
(esto significa que renuncian al matrimonio y a tener hijos). Además, se comprometen a
imitar las virtudes que vivió Cristo de oración, pobreza y obediencia.
Institución
Por la Sagrada Escritura, podemos conocer como Jesús escogió de manera muy especial a los
Doce Apóstoles (Cfr. Mc. 3, 13-15; Jn. 15, 16). Y es a ellos a quienes les otorga Sus poderes de
perdonar los pecados, de administrar los demás sacramentos, de enseñar y de renovar, de
manera incruenta, el sacrificio de la Cruz hasta el final de los tiempos. Les concedió estos
poderes con la finalidad de continuar Su misión redentora y para ello, Cristo les dio el
mandato de transmitirlos a otros. Desde un principio así lo hicieron, imponiendo las manos a
algunos elegidos, nombrando presbíteros y obispos en las diferentes localidades para
gobernar las iglesias locales.
El Jueves Santo, en lo que se conoce como la Cena del Señor, se conmemora la institución de
este Sacramento y del Sacramento de la Eucaristía.
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XVIII - El Domingo, centro de la celebración
litúrgica
El centro del tiempo litúrgico es el domingo, fundamento y núcleo de todo el año litúrgico,
que tiene su culminación en la Pascua anual, fiesta de las fiestas.
En la Liturgia siempre celebramos ese misterio de Cristo, aunque le demos otros nombres y
lo realicemos de diversas formas, en el fondo, siempre es el Misterio Pascual de Cristo lo
que la Iglesia celebra en la Liturgia. Ese Misterio se celebra en la forma más solemne en el
Triduo Pascual, desde la tarde del Jueves Santo al Domingo de Resurrección y cada semana
en el Domingo, Pascua Dominical.
El Domingo es la fiesta semanal del Señor y una fiesta no es comprensible sino en la alegría,
en el amor manifestado en el sentido comunitario, en la esperanza de la Pascua eterna. Las
demás fiestas son algún aspecto del mismo Misterio Pascual.
Participación en la Liturgia
El carácter sacerdotal del pueblo pide su participación. El Concilio nos ha dicho que el pueblo
cristiano tiene derecho y deber de participar. Forma un solo Cuerpo con Cristo, por eso
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participa de su sacerdocio y tiene llegada al Padre para ofrecerle el sacrificio e interceder por
sí mismo y por los demás.
Escuchar con recta actitud interior, estando dispuestos a vivir conforme a lo que Dios
pide.
Responder en los diálogos y hacerlo con interés. Ponerle vida a las aclamaciones.
(Amén, Aleluya, Anunciamos...)
Cantar con piedad y entusiasmo.
Tomar las composturas adecuadas, junto a los demás miembros de la asamblea
como signo de unión interna.
Algunos miembros de la asamblea deben colaborar como lectores, salmistas, guías,
acólitos, etc.
“Por eso, Señor, al celebrar ahora el “Por eso, nosotros, Señor al celebrar ahora el
memorial de la Muerte y Resurrección memorial de nuestra redención, Recordamos
de Jesucristo, te ofrecemos el pan de vida la Muerte de Cristo y su Descenso al lugar de
y el cáliz de salvación, dándote gracias, los muertos, proclamamos su Resurrección y
porque nos haces dignos de servir en tu su Ascensión a tu derecha y, mientras
presencia”. (Plegaria Eucarística II) esperamos su Venida gloriosa, te ofrecemos
su Cuerpo y su Sangre, el sacrificio agradable
a Ti y de salvación para todo el mundo.
(Plegaria Eucarística IV)
De este modo nos unimos a Cristo, que está presente ofreciéndose en sacrificio al Padre.
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De la misma manera la Iglesia, que desea que los fieles escuchen todo el contenido de la
Sagrada Biblia, reparte a su tiempo e inteligentemente cada día las porciones necesarias de
este alimento espiritual; y dar todo el alimento requiere su tiempo.
Por eso la Iglesia ha dividido las lecturas bíblicas en tres ciclos: A, B, y C. Es decir, si una
persona participa atentamente en la misa dominical durante tres años habrá escuchado
prácticamente toda la Sagrada Escritura. También escuchará un poco más completamente
toda la Biblia en un espacio de dos años si participa en la misa diaria todos los días
laborables.
Durante estos días feriales, las lecturas se dividen en dos grupos que se van alternando
según sea el año: Año par o año impar. ¿Cuándo es un año par o impar? Todo dependerá del
año civil en que transcurra la mayor parte del año litúrgico; por ejemplo, el año litúrgico, que
empezó el primer domingo de Adviento del año 2019 es, sin embargo, litúrgicamente
hablando un año par, porque la mayor parte del año transcurrirá en el 2020, que es un año
par.
En cuanto al evangelio dominical el orden de los ciclos A, B, C, coincide con los tres primeros
evangelios del Nuevo Testamento, los evangelios sinópticos; es decir durante el ciclo A se
leerá cada domingo el evangelio según san Mateo, durante el ciclo B se leerá cada domingo
el evangelio según san Marcos y durante el ciclo C se leerá cada domingo el evangelio según
san Lucas. Y cuando acaba el ciclo C, automáticamente se regresa al ciclo A. El año 2020 es
Ciclo A hasta concluir el Año Litúrgico. Al iniciar el siguiente 1er Domingo de Adviento
comenzará el Ciclo B en lo que reste del 2020 y casi todo el 2021. Y el mismo criterio con el
siguiente Ciclo C y así sucesivamente y “cíclicamente”.
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Y como los evangelios son cuatro, notarán que no hemos mencionado el evangelio de San
Juan. ¿Cuándo se lee el Evangelio de San Juan? El Evangelio de San Juan se lee durante el
tiempo de Pascua especialmente y esto durante los tres ciclos.
Ahora bien, aunque a una persona no les sea posible participar en la misa entre semana
puede, por lo menos, leer las lecturas bíblicas de las celebraciones eucarísticas diarias de los
tiempos fuertes: Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua; y las lecturas bíblicas de las
celebraciones eucarísticas entre semana del tiempo ordinario.
No sobra añadir que esta distribución litúrgica de la palabra de Dios tanto para los días
domingos como para los días feriales es igual para toda la Iglesia en cualquier rincón del
mundo. O sea, las lecturas que hoy se hayan leído en una Parroquia o Capilla cercana a
nosotros, serán exactamente las mismas que se hayan leído en el Vaticano, en una capillita
de Vietnam, en una gran Catedral Gótica alemana o en el Santuario de Guadalupe en México.
Un claro sigo de la “unidad” de la Iglesia.
Ahora bien, varias veces hemos hecho referencia a los “años litúrgico”. Veamos que son.
El Año Litúrgico
El Misterio de Cristo puede verse como una unidad o se lo puede considerar en las distintas
etapas de su desarrollo histórico.
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El Año litúrgico, si bien puede representarse como un círculo, no es un círculo cerrado en el
que la vivencia del tiempo se vuelve rutinaria, como en el tiempo pagano, en el que siempre
se vuelve a vivir lo mismo, un eterno retorno al punto de partida (una especie de ying yang).
Sino que en él celebramos los distintos momentos de ese único misterio que es el de Cristo,
año tras año vamos reviviéndolo y entrando cada vez más en él. Por eso a diferencia del
círculo cerrado, éste es un espiral que se ensancha a la par que crecemos espiritualmente y
avanzamos hacia la plenitud.
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Cristo vivió en su existencia terrena su Misterio, que fue su Pasión, su Muerte y su
Resurrección. Hasta allí su condición humana, sujeta a leyes terrenales, no le habría
permitido estar presente hoy en su Iglesia. Pero Cristo, al resucitar glorioso, libre de las
ataduras del tiempo y del espacio, puede ser Presencia permanente hoy entre nosotros.
El Año Litúrgico nos hace revivir, pedagógicamente presentados, los distintos momentos de
todo el Misterio Pascual. Al celebrar cada momento en particular, hacemos el recorrido de
toda su vida, atendiendo particularmente a cada uno de ellos. Así es más fácil profundizar el
Misterio que si prestáramos atención siempre a la totalidad.
El Triduo Pascual es el centro del Año Litúrgico. Va desde la Misa vespertina del Jueves Santo,
Misa de la Cena del Señor, hasta la tarde del Domingo de Resurrección. Esos días son los más
importantes del año y dentro de ellos, el centro o núcleo es la Vigilia Pascual. En la Vigilia
celebramos la Resurrección de Cristo, su paso a la vida nueva.
La disposición de las celebraciones durante el año litúrgico es fijada por un calendario, que
puede ser general o particular. El calendario general comprende el total de las celebraciones
litúrgicas del año para la Iglesia universal. El particular es elaborado por las Diócesis,
naciones, órdenes religiosas, etc. y comprende además de las normas del calendario general
otras fiestas propias, de quien lo elabora.
Memorias: Se celebran durante los días de la semana (ferias). Las memorias obligatorias que
coinciden con el tiempo de Cuaresma pueden celebrarse como memorias libres.
A partir de la Pascua, se estructuran los diversos tiempos litúrgicos. Veamos algún detalle de
los mismos en el orden en que aparecen durante el Año Litúrgico.
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El tiempo de Adviento
La Navidad
Está constituido por las 33 o 34 semanas en las cuales no se celebran aspectos particulares
del Misterio del Señor, sino a Cristo en su plenitud.
Segunda parte: va desde el lunes que sigue a Pentecostés hasta el sábado anterior al
1er domingo de Adviento. El último domingo de este tiempo celebramos la solemnidad de
Cristo Rey. Esta solemnidad expresa la soberanía de Cristo sobre el universo y tiene el
carácter de culminación del Año Litúrgico y de la historia.
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El tiempo de Cuaresma
La Pascua se celebra el domingo posterior al plenilunio (luna llena) que sigue al 21 de marzo
o sea, el equinoccio de primavera en el hemisferio norte. Por tal motivo puede caer entre el
22 de marzo y el 25 de abril. Y respecto a esta fecha, se ordenan el resto de las fiestas
“móviles”: Cuaresma, Pentecostés, Corpus Christi, etc.
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Santísima Trinidad: Domingo después de Pentecostés
Corpus Christi: Solemnidad del Santísimo Sacramento, del Cuerpo y Sangre del Señor.
Sagrado Corazón de Jesús: Expresión de devoción al Corazón de Jesús como símbolo
de su Amor. Solemnidad.
Transfiguración del Señor: 6 de agosto.
Exaltación de la Santa Cruz: 14 de setiembre.
Solemnidades marianas
Además de la Virgen María, la Iglesia rinde culto a los santos en cuanto estas celebraciones
están unidas al Misterio de Cristo, pues éste se ha cumplido en los santos. Es a Dios a quien
va la honra que tributamos a los santos. Ya dijimos y vale recordarlo, que la veneración
dirigida a los santos dulía, si lo dirigimos a la Virgen María, por ser la más santa entre los
santos se le debe un culto de veneración especial llamado hiperdulía y a San José, en cuanto
padre adoptivo de Dios se le debe el culto de protodulía.
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Anexos
Anexo 1: Actitudes, posturas y gestos durante las celebraciones litúrgicas
Anexo 2: Colores usados durante los tiempos litúrgicos
Anexo 3: Lugares para el culto
Anexo 4: Objetos litúrgicos
Anexo 5: Explicación detallada de las distintas partes de la Misa
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Anexo 1
ACTITUDES, POSTURAS Y GESTOS DURANTE LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS
Pero las posturas y los gestos no sólo expresan actitudes, también las fomentan. El gesto que
expresa una actitud es lenguaje simbólico. Dice otra cosa, dice algo que está más allá de lo
racional, más allá de lo expresable con palabras.
En Liturgia, lo primero que ha de tenerse en cuenta es que todas las posturas señaladas para
la asamblea, significan y fomentan el sentido de comunidad y unidad de todos los
participantes.
Las posturas o actitudes, como integrantes de la acción sagrada, son expresión significativa y
simbólica que expresa una relación con Dios.
Estar de pie: es la actitud más normal de la Liturgia. Expresa la naturalidad y confianza del
hijo ante su padre, respeto, atención y escucha, disponibilidad para responder. (Ez 2, 1-3).
Inclinar el cuerpo: corresponde a una actitud intermedia entre arrodillarse y estar de pie. Por
Ej.: al recibir la bendición o en caso de imposibilidad física se hace en la consagración o en
lugar de la genuflexión.
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Inclinar la cabeza: Es expresar reverencia.
Elevar los ojos: Expresa adhesión, ternura, recogimiento, admiración. En la Liturgia está
prevista para el presidente en ciertas oraciones y para la asamblea, por ejemplo en la
exposición de la Hostia consagrada, de la cruz, en la exposición del Santísimo. El hecho de
exponer imágenes implica que se las mire.
Elevar las manos: Indica anhelo de unirse, actitud de ofrenda, súplica intensa. En el
Padrenuestro, corresponde al presidente.
Darse la mano: Expresa unidad, fraternidad. Es una de las formas de darse la paz.
Imponer las manos: indica transmisión de gracia, don de poder espiritual, a una persona o a
la asamblea completa. Se realiza en la bendición final de la Misa, durante la absolución de la
confesión, en las ordenaciones sacerdotales, A veces va unida a la unción como en la
Confirmación. También los padres pueden imponer sus manos para bendecir a sus hijos.
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Sumergir, lavar: La inmersión y la ablución (sumergir en agua o derramarla sobre alguien)
realizadas en el Bautismo, significa que la persona se sumerge en Cristo, se incorpora a Él.
Asperjar: (echar agua sobre alguien o algo) con el hisopo, con una ramita, con la mano. Es un
gesto que recuerda el Bautismo. Se hace en lugar del rito penitencial sobre todo el domingo
de Resurrección, la Vigilia Pascual, el día del Bautismo del Señor, la Bendición de Ramos.
Signar: es hacer una señal sobre alguien o algo. Nosotros nos signamos y santiguamos
haciendo la señal de la cruz sobre nuestro cuerpo. La señal de la cruz es el sello de Cristo y
signo de que se le pertenece. Los padres pueden signar a sus hijos cuando los bendicen, de
hecho lo hacen ellos y los padrinos en el Bautismo.
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Anexo 2
COLORES USADOS DURANTE LOS TIEMPOS LITÚRGICOS
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Anexo 3
LUGARES PARA EL CULTO
Iglesia: Edificio sagrado destinado al culto divino, al que los fieles tienen derecho de entrar
para la celebración del culto divino o para actos de piedad pública y privados.
Catedral: Es la Iglesia en la cual está la Cátedra o sede del Obispo. Es la Iglesia principal de la
Diócesis.
Basílica: El nombre viene de basileus = rey, en griego. Se da ese nombre a algunas iglesias de
mayor importancia. Hay cuatro basílicas mayores, que están en Roma: San Juan de Letrán,
San Pedro del Vaticano, Santa María la Mayor y San Pablo Extramuros. Hay otras basílicas
menores que están en Roma y en otras partes del mundo, a las que la Santa Sede les da ese
título y que están íntimamente unidas a Roma.
Santuario: Es una iglesia u otro lugar sagrado dedicado al Señor, a la Virgen, a algún santo, al
que, por autorización del Obispo, acuden los fieles en peregrinación.
Presbiterio: Este el lugar es de los presbíteros. Está reservado a ellos y a las personas que los
ayudan o acompañan en la celebración. Está bien diferenciado en la distribución del edificio,
ocupa un lugar principal, está elevado y posee una estructura particular. El presbiterio debe
estar diferenciado de la nave, pero no separado, pues esto atentaría contra la unidad de la
asamblea, de la cual los ministros forman parte.
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Nave: Es el lugar destinado a los fieles. Los fieles han de poder oír bien, ver bien, participar.
El Altar mayor debe construirse alejado de la pared para que se lo pueda rodear y la
celebración pueda hacerse de cara a los fieles. En lo posible de piedra natural. Debajo del
Altar, en el piso, se colocan reliquias de santos como expresión de la comunión con los
santos. El Altar sólo se dedica a Dios, no a los Santos.
Credencia: Es un accesorio del Altar. Es la mesita en la cual se colocan el cáliz, la patena, las
vinajeras u otros elementos que se van a necesitar durante la celebración; éstos deben
llevarse al altar en el momento oportuno y deben retirarse de él cuando no son necesarios.
Mesa para las ofrendas: mesita en la cual se colocan el pan y el vino del sacrificio que son
llevados en el momento de la Presentación de las Ofrendas al Altar.
Ha de evitarse colocar cualquier elemento sobre el altar. En él pueden ir sólo el pan, el agua
y el vino para el sacrificio, el Misal. Las velas y los floreros es mejor que esté fuera del altar.
Pues el Altar es Cristo.
Cátedra: Es la sede del Obispo. Cátedra significa el lugar donde enseña el que sabe más. De
ahí que a los templos principales de una diócesis de lo llame Catedral. La Cátedra debe
ubicarse en un lugar elevado, al fondo del Presbiterio, y detrás del Altar. En las Catedrales la
sede del Párroco está a un costado del Altar y se suprime cuando el que preside es el Obispo.
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Sagrario: Es un mueble precioso donde se guarda el Santísimo, es aconsejable que esté en
una capilla aparte. Durante la Celebración Eucarística la atención se centra en el Altar y en lo
que en él. Si el Sagrario está arriba o atrás del Altar, distrae la atención de la asamblea. La
finalidad de la Reserva, es en primer lugar, poder llevar la comunión a los enfermos, y en
segundo, venerarla en un lugar apto de oración. Cerca del Sagrario se coloca la Lámpara del
Santísimo, que encendida indica la presencia del Señor Sacramentado.
Atrio: Es el espacio por el que se accede al templo. Es un espacio que favorece el paso
gradual de la calle al lugar sagrado.
Baptisterio o bautisterio: (Fuente bautismal; o una Pila Bautismal). Es el lugar destinado a los
bautismos. Puede tener agua corriente.
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Anexo 4
OBJETOS LITÚRGICOS
Vestiduras Litúrgicas
Alba: Es la túnica blanca (alba = blanca) que cubre el cuerpo desde el cuello hasta los tobillos.
Es la vestidura más común y la más significativa. Hace referencia a Cristo en la
Transfiguración y a los relatos bíblicos que dicen que los ángeles, los santos y hasta los
mártires están de blanco en el Cielo.
Cíngulo: Es un cordón, por lo general, blanco o del color correspondiente al tiempo litúrgico.
Se usa para sujetar la estola y ciñe el cuerpo como símbolo de la sumisión a la autoridad del
Obispo, tal como lo hiciera Juan el Bautista a la Persona de Jesús.
Estola: Es una banda larga de tela que emplean los ministros ordenados. El Obispo y el
presbítero se la colocan sobre los hombros y el cuello, de modo que las alas caigan sobre el
pecho. El Diácono la viste en forma cruzada, desde el hombro izquierdo. Es del color que
corresponde al tiempo litúrgico que se vive. Es símbolo de la dignidad sacerdotal. Sin ella los
presbíteros no pueden oficiar.
Casulla: Es la vestidura en forma de manto o capa que utilizan los obispos y presbíteros en la
celebración Eucarística, su color es el que indica el tiempo litúrgico. En las concelebraciones,
basta que la use el que preside. Parecida a
la casulla es la dalmática, tiene mangas
cortas y la usa el diácono en celebraciones
solemnes.
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Insignias Episcopales (de los Obispos)
Además de lo propio del Sacerdote, los Obispos usan también el Báculo (cayado que utiliza el
obispo como símbolo de su carácter de pastor), la Mitra (Especie de sombrero alto
terminado en dos puntas, símbolo de la dignidad como obispo), el Anillo (es signo de la
unión del obispo con su diócesis y se usa en la mano derecha) la Cruz Pectoral, que los
obispos occidentales llevan colgada en el pecho.
106
Corporal: es el lienzo cuadrado que se extiende en el centro del altar para colocar sobre él
los vasos que contienen el pan y el vino
dispuestos para la consagración o ya
consagrados.
Manutergio: es el pequeño paño con que el ministro se seca las manos después de
lavárselas.
Cruz del Altar: durante la Misa debe haber sobre el Altar, o mejor en las
cercanías, un crucifijo.
Crismeras: son los vasos en los que se colocan los santos óleos.
Santos óleos
Vinajeras: son los recipientes destinados al vino y al agua que van a ser
empleados en la Misa.
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Libros litúrgicos más usuales
Libro de Altar o Misal: es el libro que contiene lo que en la Misa corresponde al presidente.
Leccionario: es el libro que contiene las Lecturas bíblicas para la Misa y para otros
Sacramentos.
Evangeliario: a veces los Evangelios de los domingos se colocan en un libro especial para
destacar la Palabra de Jesús.
Libro del salmista: es el libro que contiene los salmos responsoriales, los que se cantan o se
leen después de la primera lectura en la Misa.
Rituales: son los libros que contiene el desarrollo de las celebraciones de los Sacramentos.
Comienzan con una sección que resume la teología, la espiritualidad, la pastoral y las normas
prácticas. Luego viene la celebración del Sacramento y por último un leccionario con las
lecturas correspondientes.
Libro de la liturgia de las horas: es el libro que contiene la celebración del mismo nombre,
también llamada “Oficio Divino”.
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Anexo 5
Explicación detallada de las distintas partes de la Santa Misa
Ritos iniciales
Saludo
Como sugerencia la comunidad puede saludarse entre sí después del canto y antes del
saludo del sacerdote (esto crea un clima de mayor acogida).
Acto Penitencial
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El sacerdote culmina el Acto Penitencial con los brazos extendidos y repitiendo la formula “El
Señor Todopoderoso tenga misericordia de nosotros…” Reafirmamos la oración con nuestro
Amen.
Gloria
Oración Colecta
1. Invocación o motivo
2. Petición
3. Finalidad
•Primera Lectura
•Salmo Responsorial
•Segunda Lectura (En Domingo o solemnidad)
•Antífona. Aleluya
•Evangelio
•Homilía
•Credo
•Oración Universal
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Las Lecturas
El Salmo
Homilía
Credo
•El Credo debe ser dicho por el sacerdote junto con el pueblo los domingos y las
solemnidades. Si el Credo se canta, de ordinario será cantado por todos.
•El Misal nos propone rezar el Credo Niceno Constantinopolitano o el Símbolo de los
Apóstoles.
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Oración Universal
-En la Iglesia
-En el mundo
-Entre los que sufren
-En la misma Asamblea Celebrante
Liturgia de la Eucaristía
Concluida la Liturgia de la Palabra (primer gran encuentro con el Señor) sigue la Liturgia de la
Eucaristía. Es el momento en que la Palabra se hace Carne en nosotros.
•Presentación de dones
•Plegaria Eucarística
•Rito de Comunión
•Rito de Conclusión
En esta liturgia reproducimos ritualmente los tres gestos que Jesús hizo en la Última Cena.
Presentación de Dones
Pan y Vino
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¿Qué ocurre en el altar mientras cantamos?
•El sacerdote vierte un poco de vino en el cáliz y agrega unas gotas de agua, realiza una
oración y presenta el vino.
Purificación
•Además del gesto práctico de lavarse exteriormente las manos después de tocar las
ofrendas o utilizar el incensario, simboliza el deseo espontáneo de purificarse el corazón
antes de tocar las cosas sagradas, santas.
•Mientras se lava las manos el sacerdote ora en silencio: “Límpiame Señor de mi iniquidad y
lávame de mi pecado”. Es decir, que hace un acto de contrición y se prepara para celebrar
más dignamente el Santo Sacrificio de la Misa.
Orad hermanos…
A continuación, dirigiéndose a todos los fieles les dice unas palabras que son como el
compendio de la Misa: Orad hermanos para que este sacrificio, mío y vuestro, sea agradable
a Dios, Padre todopoderoso Todos contestan: El Señor reciba de tus manos este sacrificio,
para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia
Es una oración que se recita en voz alta, con las manos extendidas, y que cierra y condensa el
sentido de esta primera parte de presentación de los dones
La Iglesia ruega para que, unidos a la entrega de Cristo, los fieles ofrezcan su existencia
entera a Dios Padre.
Sugerencias pastorales:
•Los cantos han de expresar la entrega a Dios de nuestra vida sintetizada en el pan y el vino.
113
•Participamos en este momento con nuestro canto y especialmente con el sentido de la vista
y el silencio.
—Prefacio
—Santo
—Epíclesis
—Narración de la Institución
—Aclamación
—Anamnesis
—Doxología
El sacerdote invita a los fieles a levantar el corazón hacia Dios y a darle gracias a través de la
oración que él, en nombre de toda la comunidad, va a dirigir al Padre por medio de
Jesucristo.
Prefacio-Santo
Epíclesis
•La Iglesia implora el poder divino para que los dones ofrecidos por los
hombres queden consagrados y se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de
Cristo.
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•“Este es mi Cuerpo”… “Esta es mi Sangre” y muestra a la adoración de la Asamblea el Pan y
el Vino convertidos en el Cuerpo y Sangre de Cristo (Transubstanciación).
Veamos que enseña el Catecismo acerca lo que ocurre en el milagro de la Eucaristía:
Aclamación
2. ¡Aclamen el misterio de la Redención!... Cada vez que comemos de este pan y bebemos de
este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas.
3. ¡Cristo se entregó por nosotros!... Por tu cruz y tu resurrección, nos has salvado, Señor.
Anamnesis
•Se recuerda la Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión de Cristo, no como una evocación
fría de hechos pasados, sino como memorial viviente, realizado en el aquí y ahora. La
Eucaristía re-presenta, hace presente de nuevo, la fuerza salvadora de Cristo.
•Oblación, que significa ofrenda, la única ofrenda es Cristo quien se ofrece al Padre como
víctima para la salvación de todos.
•Epíclesis de Comunión, donde imploramos de nuevo la presencia del Espíritu Santo, con el
deseo de que la Víctima sea agradable al Padre y los fieles se ofrezcan también a sí mismos.
•Intercesión, a continuación, el sacerdote, con los brazos abiertos, sigue dirigiéndose a Dios
Padre pidiéndole por nuestras necesidades. Pide por la Iglesia y por todos sus miembros,
tanto vivos como difuntos; pide por la paz y la unidad; etc.
Significado teológico
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•Además, este momento tiene un contenido escatológico y eclesial, pedimos por toda la
Iglesia, es decir, una intercesión explícita por el Papa, el obispo, la jerarquía, la asamblea, los
ausentes, los difuntos, por ello Comunión.
Doxología
Sugerencias pastorales:
•Participamos poniendo especial atención a los gestos y palabras del sacerdote que son las
palabras y gestos del mismo Cristo.
•Padre Nuestro
•Rito de la paz
•Fracción del Pan
•Cordero de Dios
•Comunión
•Silencio
•Acción de Gracias
•Oración después de la Comunión
Padre nuestro
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Rito de la paz
Cordero de Dios
•El sacerdote hace una genuflexión, toma el pan consagrado y sosteniéndolo sobre la
patena, lo muestra al pueblo diciendo: Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor.
•A Jesús se le llama Cordero a semejanza de los corderos que se sacrificaban en el Templo,
pero con una gran diferencia: los corderos del Templo no quitaban el pecado del mundo, en
cambio el “Cordero de Dios” quita el pecado del mundo.
•Antes de comulgar decimos el “Señor no soy digno…” usando las palabras del centurión de
Cafarnaúm cuando se reconocía indigno de recibir a Jesús en su casa.
Comunión
El sacerdote comulga y, a continuación, lo hacen aquellos fieles -es decir, sólo pueden
comulgar los fieles bautizados- que se saben con las debidas disposiciones. Se han
examinado y han reconocido que están en gracia de Dios (que no tienen ningún pecado
mortal sin confesar).
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Silencio y Acción de Gracias
Rito de conclusión
—Bendición
—Envío y Despedida
Bendición
•La bendición también puede ser solemne y se imparte con las manos
extendidas y los fieles la reciben con la cabeza inclinada respondiendo
amén a cada invocación.
La Misión
Si en el culto litúrgico se prescindiera del canto, la expresión sería menos completa, pues al
ser expresión de lo profundo y trascendente, tiene una especial sintonía con lo religioso. Por
ser la más inmaterial de las artes, la música es el camino privilegiado para elevarse a Dios. La
música como expresión tiene como finalidad básica estar íntimamente unida a la acción
litúrgica. El canto litúrgico es Liturgia porque:
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• Fomenta la unanimidad.
• Confiere mayor solemnidad al rito.
• Posee espíritu festivo.
Una expresión cantada dice más, expresa con mayor profundidad lo que puede decir la
palabra corriente.
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