Sancho Dávila: el Rayo de la Guerra de los Tercios españoles.
Sancho Dávila y Daza vino al mundo un 21 de septiembre del año
1523 en la ciudad castellana de Ávila y alcanzó merecida fama por
sus notables éxitos militares en las 4 décadas en las que combatió en
los campos de batalla de media Europa y del norte de África.
Sancho de Ávila o Dávila era hijo del militar comunero Antonio
Blázquez Dávila, veterano del asedio de la fortaleza de Fuenterrabía,
y de Ana Daza, de notoria familia hidalga. Tuvo dos hermanos,
Tomás y Beatriz, y quedó huérfano a la temprana edad de 15 años,
por lo que se encomendó a los hábitos, como muchos otros hidalgos
en España.
Inició estudios eclesiásticos esperando seguir los pasos de su tío,
Pedro Daza, que era el archidiácono de la catedral de Ávila,
recibiendo formación en filosofía, latín, gramática y teología, pero
viajó a Italia para seguir formándose y cambiaron todos sus planes,
descubriendo la pasión de las armas. Fue en Italia, concretamente en
Roma, donde decidió unirse al Tercio de Hungría de Álvaro de
Sande, veterano soldado de Túnez, que marchaba para Alemania
para luchar en las disputas del Emperador Carlos V con la Liga de
Esmalcalda.
Allí se destacó como un hábil e intrépido soldado del ejército que el
Gran Duque de Alba dirigía en una campaña de desgaste de las
fuerzas protestantes y que culminaría en la batalla de Mühlberg un
24 de abril de 1547. Allí Dávila se hizo un nombre junto a Cristóbal
de Mondragón, cruzando a nado con 9 hombres más el río Elba y
arrebatando los pontones a los protestantes para así hacer posible el
paso de las tropas. El ejército del emperador obtuvo una brillante y
contundente victoria, desbaratando la Liga Esmalcalda. Dávila y el
resto de valientes que cruzaron el Elba fueron recompensados por
Carlos con una capa guarnecida de plata y oro y 100 ducados.
Desde ese momento se ganó la confianza del Gran Duque, cuyas
carreras militares estarían unidas durante mucho tiempo. Regresó
Dávila con su tercio a Sicilia. Allí se enfrascaría en 1550 en las
guerras contra el Turco en el norte de África. Participó en la
victoriosa toma de Mahdía. Allí los otomanos de Turgut Reis se
habían hecho con el control de la estratégica plaza que corría el
peligro de convertirse en un importante foco de piratería. El
emperador ordenó que zarpara una flota bajo el mando de Andrea
Doria, transportando al mismísimo virrey de Sicilia, Juan de la Vega,
que acabó haciéndose con el control de la plaza.
Conoció la derrota, ya con Felipe II en el trono español, en la fallida
expedición de los Gelves en 1560, donde el ejército de Juan de la
Cerda, duque de Medinaceli, y la flota de Juan Andrea Doria,
sobrino del gran Andrea Doria, sufrieron un severo castigo. La
superioridad numérica de los otomanos y la falta de agua hicieron
que los cristianos tuvieran que rendirse, permaneciendo como
prisioneros durante un corto espacio de tiempo en Estambul
militares tan destacados como el maestre Álvaro de Sande, Rodrigo
Zapata, Sancho de Leyva, Lope de Figueroa, o el propio Dávila.
Fue nombrado castellano de Pavía en 1561 por el rey Felipe, un cargo
que, a pesar de lo lucrativo y tranquilo que resultaba, no llenaba las
aspiraciones de gloria de un Dávila que añoraba la batalla. De esta
forma no dudó en unirse al duque de Alba cuando éste fue llamado
para que marchara con los tercios a pacificar Flandes ante las
revueltas protestantes. De esta manera partía Dávila desde Milán
como jefe de la guardia personal del duque, al mando de 100 lanceros
y 50 arcabuceros, el 20 de junio de 1567, inaugurando lo que se
conocería como el Camino Español.
El duque no perdió el tiempo una vez llegado a Flandes con sus
10.000 soldados. Ordenó a Dávila que arrestase a los condes de
Egmont y de Horn, que más tarde serían ejecutados tras ser
considerados culpables de traición. Para 1568 el capitán Sancho
Dávila vencía a los holandeses en Dahlen, y en julio recibiría el
encargo de tomar los puentes sobre las esclusas del campo de batalla
de Jemmingen para evitar que los holandeses las abriesen y
ahogasen a las tropas del duque. La victoria en Jemmingen fue
incontestable.
El 28 de enero de 1569 fue nombrado castellano de Amberes,
supervisando los trabajos de refuerzo de la ciudadela que debía
albergar a 800 soldados españoles aunque, como confesaba el propio
Dávila, tan solo contaba con 300 y 57 piezas de artillería de bronce.
Que el hijo de un comunero ocupase tan notable cargo y gozase de la
total confianza del duque, suscitó las envidias de muchos nobles y le
fue negado el hábito de la Orden de Santiago por una supuesta
ascendencia judía de una de sus abuelas. A nivel personal se casó con
Catalina Gallo, hija del banquero Juan López Gallo, en 1569, pero
pronto acabaría su feliz matrimonio con el fallecimiento de ésta tras
dar a la luz al hijo de ambos, Hernando.
El inicio de las segundas revueltas de 1572 dio la posibilidad de
demostrar nuevamente los talentos de Dávila para la guerra. En abril
pudo levantar el asedio al que Jerome de Tseerart había sometido a
la ciudad de Middelburg, socorrió la ciudad de Goes donde, junto a
Mondragón, vadearon el río Escalda y emprendieron una larga
marcha hasta que, exhaustos, helados y mojados, se lanzaron ante un
sorprendido enemigo al que pusieron en fuga y causaron grandes
bajas. En Arnemuiden, ante la audaz victoria obtenida por Dávila,
sus hombres comenzaron a apodarle ``el Rayo de la Guerra’’, y así
pasaría a la historia.
La renuncia del duque de Alba al cargo de gobernador de los Países
Bajos hizo que Dávila perdiera a su máximo valedor, aunque el
sustituto del duque, Luis de Requesens, lejos de prescindir de sus
servicios, le puso al frente del ejército de Flandes "por ser muy
conveniente para aquella empresa y para cualquiera otra de tanta
importancia como aquella, pues es soldado de mucha experiencia y
ejecutivo en las ocasiones".
En abril de 1574 Dávila venció a los protestantes en Mook, donde los
españoles mataron a 3.000 enemigos, entre ellos Luis y Enrique de
Nassau. El duque, desde la corte, no dudó en felicitar al maestre:
"todos los que os hallasteis en la batalla puedo decir que os he criado
a mis pechos, especialmente vuesa merced, que tantos años andamos
juntos en este oficio". Pero pronto empezarían los motines ante la
falta de pagas y las vacías promesas de la Corona.
La muerte de Requesens generó un vacío de poder que, unido a los
motines, provocaron que los protestantes se hicieran con el control de
casi todos los Países Bajos. Solo la determinación de Dávila haría
posible que el desastre no fuera total. Resistió en la ciudadela de
Amberes, a la que pusieron sitio los protestantes, hasta la llegada de
un socorro español a cargo de los amotinados de Alost,
desembocando en el célebre Saco de Amberes. Mantuvo en cierta
manera el orden hasta la llegada de Juan de Austria en 1577, quien
llevaba órdenes de retirarle el título de castellano de Amberes y
mandar a Dávila de vuelta a España.
A su regreso Dávila recibió toda clase de honores y agradecimientos
por sus servicios prestados. Felipe II le nombró capitán general del
Reino de Granada. Si bien era un importante cargo, sucedía lo
mismo que con la castellanía de Pavía, carecía de la acción que
demandaba su ardor guerrero. Volvió a solicitar la concesión del
hábito de la Orden de Santiago, y Felipe ordenó que se volviera a
estudiar la petición, pero la ascendencia judía de uno de sus
antepasados segovianos le privó de tal nombramiento. Quién sabe si
su incondicional apoyo a la casa de Alba aun en los momentos más
difíciles de ésta tuvo algo que ver.
La vigilancia de las costas granadinas era poca tarea para quien
había dirigido ejércitos en Flandes, por eso la noticia de una guerra
por la sucesión del trono de Portugal tuvo que sonar como música en
los oídos del veterano militar. A mediados del año 1580 el rey Felipe
sacaba del ostracismo a su viejo general, el Gran Duque, para que le
consiguiera la corona portuguesa ante el autoproclamado rey
Antonio, prior de Crato, que había usurpado el trono luso. El de
Alba llamaba a su viejo amigo Sancho Dávila para que se hiciera
cargo de su ejército nombrándole maestre de campo general. A
finales de junio ambos cruzaban la frontera por Elvas con un ejército
de 18.000 infantes, 2.500 jinetes y 20 piezas de artillería. Los
veteranos soldados debieron sentirse jóvenes de nuevo, rememorando
sus días de gloria en Alemania o en Flandes.
El 25 de agosto de ese año obtuvieron una aplastante victoria contra
los partidarios de Crato en Alcántara. Felipe tenía su trono y
asumiría el lema de "Non Sufficit Orbit" (el mundo no es suficiente),
el Gran Duque sería recompensado con el cargo de virrey de
Portugal, el cual ocuparía hasta su muerte el 11 de diciembre de 1582
a la edad de 74 años. Lloró su pérdida su amigo y soldado predilecto
Sancho Dávila, que fue nombrado por el rey maestre de campo
general de Portugal y seguiría conservando el cargo de capitán
general de Granada. Estos nombramientos no colmarían las
expectativas de un gran soldado como Dávila.
Tan solo 6 meses después de la muerte del duque, a comienzos de
junio de 1583 en Lisboa, una herida mal curada en la pierna y
producida por la coz de un caballo, se llevó la vida del veterano
maestre. Un trágico final para un hombre como Dávila que aspiraba
a morir en el campo de batalla, como acostumbraban los bravos
infantes españoles. Su cuerpo fue llevado a España y enterrado en la
iglesia abulense de San Juan, en su capilla mayor. España había
perdido a un magnífico soldado que luchó toda la vida por la causa
de la corona española y se mantuvo fiel a sus principios, ideales y
amistades.
El texto ha sido extractado del artículo original perteneciente al blog
Tercios Viejos.
Editor: Pablo.
Narrador: Kronos.
https://terciosviejos.blogspot.com/2019/12/guerreros-sancho-
davila.html