Resilencia Individual y Familiar
Resilencia Individual y Familiar
a) Resiliencia individual
- antecedentes
- ámbitos de aplicación
- definición
- pilares de la resiliencia: cómo promover nuestra propia resiliencia.
- cómo reactivar la resiliencia: cómo promover la resiliencia en los demás
- buen uso, mal uso y abuso del concepto de resiliencia
- factores de riesgo y factores de protección
- resiliencia y ciclo vital:
c) resiliencia en la adolescencia.
- ejemplos de resiliencia.
b) Resiliencia familiar.
- Introducción
- Enfoque sistémico de la resiliencia:
1. perspectiva ecológica
2. perspectiva evolutiva
a) familias resilientes
b) estrategias familiares
c) de las deficiencias a los puntos fuertes
d) los mitos de la familia “normal”
e) importancia puntos fuertes en la familia para afrontar la adversidad
f) elementos centrales de un funcionamiento familiar sano
g) importancia de la perspectiva evolutiva sobre la familia.
h) superación y adaptación
i) procesos interactivos en el tiempo y resiliencia familiar
j) prioridad en investigaciones futuras
sentido de coherencia
evaluación de la crisis, la angustia y la recuperación
perseverancia
coraje y aliento
mantener la esperanza
optimismo aprendido
creencias sobre el éxito y el fracaso
ilusiones positivas
confianza compartida frente a la adversidad
dominio del arte de lo posible, iniciativa activa y aceptación
b) patrones organizacionales
1. flexibilidad
estabilidad
capacidad de cambio
equilibrio entre la estabilidad y el cambio
2. conexión
c) procesos de comunicación
1. claridad
empatía emocional
a) introducción
c) modelos de comunicación
1. posturas:
a. la congruencia
b. la conciliación
c. la culpa
d. la razón
e. la indiferencia
2. la transformación.
d) herramientas y métodos
1. la escultura
2. la reconstrucción familiar
3. el uso de cuerdas
4. similitudes y diferencias
5. resultado de la experiencia
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e) las etapas de la terapia
1. hacer contacto
2. caos
3. integración y transformación
1. introducción
2. Conceptos teóricos:
1. la idea de que tenemos el derecho de pertenecer a un sistema de afecto, el clan familiar, que
está profundamente unido por el amor
2. la idea de que tenemos un lugar especial, un orden jerárquico
3. equilibrio en el sistema. La conciencia grupal
4. la violación de las reglas: desarrollo del síntoma
a) exclusiones
b) desequilibrio en el dar y recibir
a) lealtad inconsciente
b) genosociograma familiar
c) terror transgeneracional
- bibliografía
“Había dos niños que patinaban sobre una laguna congelada. Era una tarde nublada y fría, pero
los niños jugaban sin preocupación. Cuando de pronto el hielo se revienta y uno de los niños
cae al agua.
El otro niño viendo que su amigo se ahogaba debajo del hielo, toma una piedra y empieza a
golpear con todas su fuerzas hasta que logra quebrarlo y así salvar a su amigo.
Cuando llegaron los bomberos y vieron lo que había sucedido se preguntaron ¿Cómo lo hizo?
El hielo es muy grueso, es imposible que lo haya podido quebrar con esa piedra y sus manos
tan pequeñas.
En ese instante un anciano dijo: “yo sé cómo lo hizo”
¿Cómo? Le preguntaron al anciano y él contestó:
No había nadie a su alrededor para decirle que no podía hacerlo.”
(Albert Einstein).
Antecedentes
El vocablo resiliencia proviene del latín, el término “resilio” que significa volver atrás, volver de
un salto, resaltar, rebotar, ser repelido o resurgir.
El trabajo que dio origen a esta nuevo concepto fue el de dos psicólogas especializadas en
desarrollo infantil Emmy Werner y Ruth Smith (1982) emprendieron hace medio siglo y que
sembró sin ellas anticiparlo las semillas del concepto de resiliencia humana. Estudiaron la
influencia de los factores de riesgo, los que se presentan cuando los procesos del modo de
vida, de trabajo, de la vida cotidiana, de las relaciones sociales, culturales, políticas y
ecológicas, se caracterizan por una profunda inequidad y discriminación social, desigualdad
tanto de género como etnocultural que generan formas de remuneración injustas con su
consecuencia: la pobreza, un sistema de vida lleno de factores estresores, sobrecargas físicas,
Siguieron durante treinta y dos años a más de 500 niños (se trata de niños y niñas que eran los
patitos feos de las familias pobres de los bajos fondos) nacidos en medio de la pobreza en la
isla de Kauai, una de las islas del Archipiélago de las Hawai. Todos ellos pasaron penurias,
pero una tercera parte sufrió además experiencias de estrés y/o fue criado por familias
disfuncionales por peleas, divorcio con ausencia de padre, alcoholismo o enfermedades
mentales. Muchos de ellos presentaron las patologías físicas, psicológicas y sociales que desde
el punto de vista de los factores de riesgo se esperaban. Pero también constató que muchos de
ellos lograron un desarrollo sano y positivo: estos sujetos fueron definidos como resilientes.
Se formuló entonces una pregunta que daba paso y fundamentaba un nuevo paradigma, ¿Por
qué no se enfermaron los que no se enfermaron? Primero se planteó la cuestión genética
(denominándolos “niños invulnerables” portadores de un temperamento especial, fruto quizá de
condiciones genéticas especiales, dotados con una mejor capacidad cognitiva), pero se dieron
cuenta de que todos los sujetos que resultaron resilientes tenían, por lo menos, a una persona
(familiar o no) que los aceptó de forma incondicional, independientemente de su carácter, su
aspecto físico, su inteligencia, sus conductas o su problemática personal, social y/o familiar.
Necesitaban contar con alguien y de forma simultánea sentir que sus esfuerzos, su
competencia y su autovaloración eran reconocidos y fomentados y estos sujetos las tuvieron.
Eso hizo la diferencia. El afecto, el amor incondicional recibido, estaba en la base de la
capacidad de superarse. Werner manifiesta que todos los estudios realizados en el mundo
acerca de los niños desgraciados, comprobaron que la influencia más positiva para ellos es una
relación cariñosa y estrecha con un adulto significativo. Por tanto la aparición o no de esta
capacidad en los sujetos depende de la interacción de la persona y su entorno humano. En la
actualidad podemos señalar que la resiliencia no procede exclusivamente del medio ni es algo
exclusivamente innato que algunos traen al nacer y otros no. La misma se basa en la
interacción que se produce entre el individuo y el entorno. Tal y como apunta Aldo Melillo, “La
resiliencia se teje, no está ni en el individuo, ni en el entorno, sino entre ambos porque enlaza
un proceso interno con el entorno social”.
A mediados de los años noventa surge una segunda generación de investigadores (como
Michael Rutter y Edith Grotberg, entre otros) que continúan preocupándose por descubrir
aquellos factores que favorecen la resiliencia, pero ahora añaden una nueva vertiente de
investigación con el estudio de la dinámica y la interrelación entre los distintos factores de
riesgo y protección.
A pesar de que en sus inicios las investigaciones alrededor de las personas resilientes se
dirigieron a estudiar una infancia marcada por situaciones traumáticas, ahora el estudio de la
resiliencia se ha extendido y entendido como una cualidad que pues ser desarrollada a lo largo
del ciclo de la vida. La resiliencia se ha convertido en una categoría susceptible de ser aplicada
a todo el ciclo vital. No se trata de un proceso reducido a la infancia. Todo el mundo, en
cualquier etapa de su vida y en cualquier ámbito, puede encontrarse en una situación
traumática, la puede superar y salir fortalecido.
Para algunos investigadores, la resiliencia individual y la colectiva son las dos caras de una
misma moneda, ya que la capacidad de enfrentar la adversidad y salir fortalecidos implica
respuestas que pueden darse tanto de manera individual como colectiva. El individuo se
concibe como parte del grupo y reconoce que necesita de él para su desarrollo en una relación
de mutua influencia.
La resiliencia como concepto fue introducido por el paido-psiquiatra Michael Rutter en el ámbito
psicológico hacia los años 70, según el cual este término fue adaptado a las ciencias sociales
para caracterizar aquellas personas que, a pesar de nacer y vivir en situaciones de alto riesgo,
se desarrollan psicológicamente sanos y exitosos. En la opinión del conductista Rutter, la
resiliencia se reducía a una suerte de “flexibilidad social” adaptativa.
Ámbitos de aplicación
Pierre-André Michaud reflexiona acerca de los campos en que puede aplicarse la resiliencia y
describe cuatro ámbitos que pueden reducirse a tres:
1. ámbito familiar: es la resiliencia “princeps” descrita por Emmy Werner, la que más
interesa a los trabajadores sociales. Consiste en el éxito existencial de los niños
procedentes de familias perturbadas, maltratadoras, alcohólicas, rotas, recompuestas,
ausentes, o bien en un permanente conflicto violento, capaz de desembocar incluso en el
asesinato
2. ámbito microsocial: en el que la miseria, el paro, el hábitat malsano, los poblados de
chabolas, son los que crean las situaciones desesperadas, tal como sucede en los
guetos de los extrarradios, donde la condición de inmigrado, sobre todo si se carece de
papeles supone una agresión crónica…
Definición
Empezaré esta exposición con una metáfora muy ilustrativa para entender qué es la resiliencia:
“Una hija estaba muy molesta porque parecía que cuando un contratiempo se les solucionaba,
aparecía un problema nuevo aún más complicado. Habló de ello con su padre, que era jefe de
cocina. La miró y, sonriente, cogió tres ollas. En un puchero puso algunos huevos, en otro
algunas zanahorias y en una tercera ollita, café. La joven se quedó pasmada pensando que su
padre no la escuchaba, como ya era habitual, porque en lugar de proporcionarle una respuesta
se ponía a cocinar. Después de veinte minutos de cocción, el padre le preguntó a su hija ¿Qué
ves?. La chica se quedó atónita. ¿Qué quieres que vea? ¡Cómo no me haces ningún caso
mientras cueces unos huevos y unas zanahorias y haces café!, respondió medio enfadada. El
padre imperturbable la invitó a palpar los tres ingredientes. La joven azorada le preguntó qué
significaba.
El le respondió: “los huevos eran frágiles antes de la cocción, y ante la adversidad (el
calentamiento con el fuego) se han vuelto duros; las zanahorias, en cambio, eran duras y con el
fuego se han vuelto blandas; en cambio; el café, cuando ha sido calentado ha sido incluso
capaz de poder transformar su contexto: el café ha transformado el agua. ¿Qué deseas ser tu,
hija mía, ante las adversidades? Ojalá que seas como el café y que cuando aparezcan los
problemas o las adversidades, seas capaz de ser fuerte, sin dejarte vencer ni aislarte, salir
airosa e incluso mejorar tu misma consiguiendo cambiar tu entorno”.
La resiliencia según Edith Henderson Grotberg, es “la capacidad del ser humano para hacer
frente a las adversidades de la vida, superarlas y ser transformado positivamente por ellas”. La
resiliencia es parte del proceso evolutivo y debe ser promovido desde la niñez.
“La resiliencia es la capacidad que posee un individuo frente a las adversidades, para
mantenerse en pie de lucha, con dosis de perseverancia, tenacidad, actitud positiva y acciones,
que permiten avanzar en contra de la corriente y superarlas”. (E. Chávez y E. Iturralde, 2006).
“La resiliencia es un proceso dinámico, que tienen lugar a lo largo del tiempo, y se sustenta en
la interacción existente entre la persona y el entorno, entre la familia y el medio social. Es el
resultado de un equilibrio entre factores de riesgo, factores protectores y personalidad de cada
individuo, funcionalidad y estructura familiar, y puede variar en con el transcurso del tiempo y
con los cambios de contexto. Implica algo más que sobrevivir, más o menos indemne, al
acontecimiento traumático, a las circunstancias adversas. Incluye la capacidad de ser
transformado por ellas e incluso construir sobre ellas, dotándolas de sentido, y permitiendo no
sólo continuar viviendo, sino tener éxito en algún aspecto vital y poder disfrutar de la vida. La
resiliencia se construye en la relación”. (Roberto Pereira, 2007)
“Es la capacidad de un sujeto para superar circunstancias de especial dificultad, gracias a sus
cualidades mentales, de conducta y adaptación”. (BICE, 1994).
“La resiliencia es un concepto genérico que se refiere a una amplia gama de factores de riesgo
y su relación con los resultados de la competencia. Puede ser producto de una conjunción entre
los factores ambientales y el temperamento, y un tipo de habilidad cognitiva que tienen algunos
niños aun cuando sean muy pequeños”. (Osborn, 1996).
“La resiliencia significa una combinación de factores que permiten a un niño, a un ser humano,
afrontar y superar los problemas y adversidades de la vida, y construir sobre ellos”. (Suárez
Ojeda, 1995).
“En general, se admite que hay resiliencia cuando un niño muestra reacciones moderadas y
aceptables si el ambiente le somete a estímulos considerados nocivos”. (Goodyer, 1995).
“La resiliencia es la capacidad de tener éxito de modo aceptable para la sociedad, a pesar de
un estrés o de una adversidad que implican normalmente un graves riesgo de resultados
negativos”. (Vanistendael, 1996)
“La resiliencia es una respuesta global en la que se ponen en juego los mecanismos de
protección, entendiendo por estos no la valencia contraria a los factores de riesgo, sino aquella
dinámica que permite al individuo salir fortalecido de la adversidad, en cada situación específica
y respetando las características personales”. (Infante, 1997).
“La Resiliencia, no es simplemente una cosa en la (que algunos niños tienen ventajas, esta se
desarrolla y evoluciona en el tiempo”. (Stroufe, 1997).
“La resiliencia es la capacidad de una persona o grupo para seguir proyectándose en el futuro a
pesar de acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de traumas a
veces graves”. (Manciaux, Vanistendael, Lecomte y Cyrulnik, 2001).
- nunca es absoluta, total, lograda para siempre. Es una capacidad que resulta de un
proceso dinámico, evolutivo, en que la importancia de un trauma puede superar los
recursos del sujeto.
- varía según las circunstancias, la naturaleza del trauma, el contexto y la etapa de la vida
y puede expresarse de modos muy diversos según la cultura.
- es un proceso.
- hace referencia a la interacción dinámica entre factores.
- puede ser promovida a lo largo del ciclo de la vida.
- no se trata de un atributo estrictamente personal.
- está vinculada al desarrollo y crecimiento humano.
- no constituye un estado definitivo.
- tiene que ver con los procesos de reconstrucción.
- tiene como componente básico la dimensión comunitaria.
- reconoce el valor de la imperfección.
- considera a la persona como única.
- está relacionada con ver el vaso medio lleno.
- es una capacidad universal.
Hay que significar que el concepto de resiliencia ha sido tratado con matices diferentes por
autores franceses y estadounidenses. Por ello, el concepto con el que operan los autores
franceses relaciona la resiliencia con el concepto de crecimiento postraumático, al entender la
resiliencia simultáneamente como la capacidad de salir indemne de una experiencia adversa,
aprender de ella y mejorar. Mientras que el concepto que utilizan los norteamericanos, más
restringido, hace referencia al proceso de afrontamiento que ayuda a la persona a mantenerse
intacta, diferenciándolo del concepto de crecimiento postraumático. Desde la corriente
norteamericana se sugiere que el término resiliencia sea reservado para denotar el retorno
homeostático del sujeto a su condición anterior, mientras que se utilizan términos como
florecimiento (thriving) o crecimiento postraumático para hacer referencia a la obtención de
beneficios o al cambio a mejor tras la experiencia traumática.
Nadie está libre de sufrir contratiempos, adversidades. Estudios realizados en todas partes del
mundo, las personas identificaron las adversidades a las que se enfrentaba (Grotberg,
1995,2000) y se distinguieron dos tipos de adversidades: las adversidades experimentadas
dentro del ámbito familiar y las adversidades experimentadas fuera del ámbito familiar. Entre las
primeras destacan: la muerte de uno de los padres o abuelos; el divorcio o la separación; la
enfermedad de los padres o de un hermano; la pobreza; una mudanza; un accidente que deje
secuelas en la persona; el maltrato; el abuso sexual; el abandono; el suicidio; los segundos
matrimonios; el abandono; una salud frágil y la hospitalización; incendios que produzcan daños
en la persona; una repatriación forzada de la familia; miembros de la familia discapacitados;
padres que pierden sus trabajos o sus fuentes de ingresos; etc... Entre las experimentadas
fuera del ámbito familiar destacan: los robos; la guerra; los incendios; los terremotos; las
inundaciones; los accidentes de automóviles; las condiciones económicas adversas; ser
refugiado ilegal, ser inmigrante; los daños provocados por tormentas, inundaciones o el frío; ser
encarcelado por motivos políticos; la hambruna; ser abusado por un extraño; los asesinatos en
el vecindario; los gobiernos inestables; la sequía.... Además hoy podríamos agregar a esta lista
el terrorismo, las drogas, la violencia, el embarazo en las adolescentes, los abusos, la violencia
en las calles, las familias con un solo ingreso y además viven en la pobreza, la discriminación,
el racismo y los problemas de salud mental.
Otros ejemplos de desgracias consideradas excepcionales por este autor serían los grandes
siniestros o accidentes que causan heridos graves o muertes violentas, y los desastres
devastadores e imprevisibles provocados por las fuerzas de la naturaleza.
Por último, un grupo de desgracias que son excepcionales pero no tan inesperadas lo forman
las autoinfligidas. Nadie que se encuentre bien busca de forma consciente una desgracia, pero
hay personas que necesitan y persiguen situaciones peligrosas que van más allá de lo que nos
ofrece la vida cotidiana. Son personas que les gusta experimentar emociones intensas, que
consideran que la sorpresa y el sobresalto son los ingredientes que hacen bonita la vida y que
sentir miedo les aporta una sensación excitante que les produce mucho placer y que el
suspense y la duda de lo que va a suceder les estimulan enormemente. Dentro de este grupo,
las personas que lo forman suelen ser de mediana edad, dominantes, porfiadas o impetuosas
que no solo hacen caso omiso a las averías más peligrosas de su cuerpo, sino que además
mantienen comportamientos altamente autodestructivos. Sustituyen su miedo a la vulnerabilidad
por un falso sentido de seguridad. Por ejemplo, beben alcohol pese a sufrir problemas de
hígado, fuman pese a padecer enfisema pulmonar o hacen locuras y se embarcan en todo tipo
de excesos insensatos, como esquí, maratones o ciclismo de montaña, pese a sufrir graves
problemas cardíacos. Realmente son los protagonistas de las historias de muertes repentinas.
La identificación de un hecho o situación adversa es el primer paso del camino para aprender a
enfrentarlo. Pero, ¿dé donde viene es cualidad?, ¿la tenemos potencialmente todos? Según
Grotberg (2006) todos podemos volvernos resilientes. El desafío es encontrar la manera de
promover esa capacidad en cada persona tanto a nivel individual como familiar y social.
1. Una o más personas dentro de mi grupo familiar en las que puedo confiar y que me aman
sin condicionamientos, es decir, de forma incondicional;
2. una o más personas fuera de mi entorno familiar en las que puedo confiar plenamente;
3. límites en mi comportamiento;
4. personas que me alientan a ser independiente;
5. buenos modelos a imitar;
6. acceso a la salud, a la educación y a servicios de seguridad y sociales que necesito; y
7. una familia y entorno social estables.
Estos factores resilientes pueden promoverse por separado. Sin embargo, cuando una persona
se enfrenta a una situación adversa, se combinan todos los factores tomándolos de cada
categoría, según se necesiten. La mayoría de las personas ya cuentan con algunos de estos
factores, sólo que no poseen los suficientes, o quizá nos saben cómo utilizarlos contra la
adversidad. Otras personas, en cambio, sólo son resilientes en una determinada circunstancia y
no lo son en otras.
A continuación pasaré a detallar punto por punto el organigrama de los pilares de la resiliencia
que Grotberg nos ofrece en su libro “la resiliencia en el mundo de hoy” y que nos posibilitan a
su vez el camino para promover nuestra propia resiliencia:
1. Una o más personas dentro de mi grupo familiar en las que puedo confiar y que me
aman sin condicionamientos, es decir, de forma incondicional y 2. una o más
personas fuera de mi entorno familiar en las que puedo confiar plenamente.
Desde aquí, sé que cuento con alguna persona en mi familia en la que puedo confiar en
momentos de adversidad. Pero no daré por sentado que esta persona se comportará siempre
igual. Mantendré nuestra relación activa y la reforzaré pasando tiempo con ella. Deberé pensar
también en otra persona dentro de mi familia a con la que pueda comenzar a construir una
relación de confianza, ya que aquella en la que más con fío en este momento puede mudarse a
otro lugar, enfermarse o envejecer demasiado como para poder ayudarme, ¿quién más podría
tener ese puesto?.
Además, ¿a quién más conozco fuera de mi entorno familiar en quien podré confiar
plenamente? Tengo que dar confianza a los demás para poder recibirla después. Aceptaré
correr riesgos y comenzaré a conversar con al persona que elegí y veré su respuesta. Si esta
se muestra lo suficientemente cordial como para hablar sobre un tema más persona, la invitaré
a almorzar o a hacer alguna actividad juntos. Entonces, trataré de contarle algo todavía más
personal y le pediré que lo mantenga en secreto, así podré ver si ella es de mi confianza. En lo
personal yo considero que generalmente puedo confiar en aquellas personas que hacen lo que
dicen, que mantienen su palabra.
Sin embargo, necesitaré asegurarme de que puedo confiar en mí misma para enfrentar las
adversidades. Si siento mucho miedo en correr riesgos por temor al fracaso o al ridículo,
entonces necesitaré practicar con situaciones que involucren pequeños riesgos, donde las
consecuencias pueden no resular perjudiciales.
3. límites en mi comportamiento
¿Sé hasta dónde puedo llegar cuando pido ayuda a os demás o espero recibirla? ¿Sé hasta
qué punto puedo sentirme dependiente de una persona para poder enfrentar las adversidades?
Para lograr utilizar eficazmente las pautas para enfrentar adversidades, necesitaré considerar el
valor y las limitaciones de cada uno. Utilizaré mi inteligencia para decidir qué lineamientos
aplicar para determinada circunstancia y la manera de aplicarlos como expresión de mi libertad.
Las personas que me ayudan, ¿hacen las cosas por mí o me alientan para que trate de
resolverlas por mí misma? No debo convertirme en sobredependiente de los demás; por tal
motivo, necesito pensar en qué medida puedo resolver las cosas sola. Luego, podré considerar
cuánto apoyo necesito de los demás. Puedo ver a través de las reacciones de los otros
(lenguaje corporal, el tono de voz o su comportamiento) si estoy dependiendo demasiado de
ellos par enfrentar mis adversidades. Si alguien espera que yo sea más independiente de lo que
en realidad puedo ser, entonces necesitaré encontrar el modo de decirles que necesito ayuda.
¿Cuento hoy con los servicios sociales que necesito? Y el día de mañana, ¿estarán disponibles
también?. Tal vez necesite buscar otros recursos adicionales. ¿Se dónde encontrar los
negocios, bibliotecas, centros educativos o cualquier otro servicio que necesite hoy o en el
futuro? Si estoy enferma o herida, ¿puedo describir lo que sucedió, cómo sucedió y qué
necesito?.
Tendré que hacer una lista y planear por adelantado según mis necesidades vayan cambiando.
Tendré que escribir una guía con los servicios que considero podré eventualmente necesitar.
A medida que la gente se muda a otros lugares, tengo la posibilidad de hacer nuevas relaciones
para construir una nueva familia. Por el hecho de ser parte de una comunidad, puedo ser más
activa dentro de ésta, creando relaciones y contribuyendo a su crecimiento y estabilidad.
¿Puedo donar mi tempo a un centro de atención para jóvenes? ¿Serviría mi ayuda en un
hospital? Debería contribuir con la comunidad para brindar mi ayuda no solo cuando las
situaciones no implican riesgos, sino también cuando la comunidad se enfrenta a distintas
adversidades.
¿Soy cordial con los demás?, ¿Hago nuevos amigos con facilidad? ¿Demuestro mi aceptación
a la gente que acabo de conocer?. Este tipo de conducta agradable no sólo hace que todos se
sientan mejor, sino que garantiza una buena predisposión cuando pidamos ayuda para hacer
frente a circunstancias adversas.
¿Mi temperamento se ha modificado, aunque sea levemente, sin que yo lo notara? ¿Estoy más
irritable que antes? ¿Soy menos paciente con los demás? ¿Puedo encontrar mejores maneras
de protegerme para evitar sentirme enojado con las otras personas? Como una práctica,
plantea Grotberg, intentar tranquilizarse antes de ingresar a una reunión de trabajo o encuentro
social donde podría experimentar tensiones fuertes.
Se intentará generar una atmósfera tranquila dentro de una situación estresante. Sé que tengo
algunas dificultades cuando debo manejar las adversidades y e siento malhumorada o tiendo a
enojarme con facilidad. Seguramente, las personas me darán la espalda cuando necesite
ayuda. Por otro lado, puedo también pensar mejor cuando me siento tranquila.
¿Pienso en términos de futuro? ¿Todavía formulo planes interesantes que se ajustan a lo que
quiero para mi futuro? Cuando pienso en el futuro debo hacerlo considerando las adversidades
con las que puedo llegar a enfrentarme. Si me quedara sin dinero, ¿cuento con un plan
alternativo? Si mi casa resultase destruida por un incendio, ¿tengo otro lugar adonde ir? Si
sufriera un accidente, ¿Sabría qué hacer? El futuro planeado no consiste sólo en objetivos a
lograr, también consisten en estar preparada para enfrentar las adversidades que pueden
inmiscuirse en nuestras metas.
Cuando tengo respeto por mí mismo, no permito que otras personas se aprovechen de mí o me
humillen sin dejar de manifestar mi protesta y de pedir una aclaración como muestra del respeto
que merezco. Si soy víctima de maltrato físico o emocional, como por ejemplo en una situación
violenta, es necesario que recuerde que no importa la que suceda siempre tendré respeto por
mi persona. Nadie me quitará el respeto que tengo por mí mismo. De igual manera, necesitaré
respetar a los demás, incluso a aquellos que cometen actos terribles y que son los generadores
de grandes adversidades. Reconoce la autora, Grotberg, que esto no es nada fácil, en especial
si fuimos nosotros mismos o nuestros seres queridos las víctimas de esas adversidades.
Debemos recordar que todos los seres humanos tienen derechos inherentes a su condición
como tales cuando son capturados o encarcelados.
5. alguien que siente empatía pro los demás y se preocupa por ellos;
¿Soy capaz de ser solidaria con el dolor y el sufrimiento de otras personas?, ¿hago cosas por lo
demás para demostrarles mi interés y mi preocupación por ellos? Si tengo dificultad en estas
áreas, debo comenzar, buscando ejemplos de gente solidaria en libros y películas, para poder
analizar las maneras que poseen para demostrar su empatía. Luego puedo imitarlos,
empezando por cosas pequeñas y midiendo la respuesta que obtengo en cada intento.
¿Me resulta difícil asumir mi responsabilidad y tiendo a echar la culpa a los demás en general
de las cosas que me suceden? Puede ser que me resulte difícil asumir mi responsabilidad. En
tiempos de adversidad, es necesario ser especialmente responsable de mis acciones, de la
misma manera en que confío que otras personas serán responsables de aquello que hacen.
¿Tengo la sensación de que las cosas van a funcionar bien para mí si me esfuerzo por lograrlo?
¿Tiendo a visualizar resultados positivos? Sabemos que el hecho de ser optimistas y confiados
hace que las posibilidades de enfrentar y superar las adversidades sean mucho más exitosas.
¿Siento placer al sugerir nuevas ideas para hacer las cosas o resolver problemas y dificultades?
¿Siento la necesidad de correr riesgos probando nuevas ideas? Si tuviera dificultades en esta
¿Soy una persona constante o me rindo con facilidad ante los retos y las obligaciones?. Si
tuviera problemas con este aspecto tendría que practicar adquiriendo el compromiso de
comenzar un proyecto y terminarlo hasta el final. Es importante tener en cuenta que la
constancia es fundamental si deseo enfrentar las adversidades y puedo superarlas.
¿Soy capaz de observar con sentido del humor aquello que sucede a mi alrededor?. El humor
libera energía para hacer frente al conflicto. El humor es un excelente compañero para romper
con las tensiones y cuando una persona está inmersa en una situación de extrema adversidad
es básico contar con este elemento para poder enfrentarla.
¿Me resulta fácil y cómodo expresar mis pensamientos y mis sentimientos o tiendo a sentir
vergüenza o duda?. Se refiere a la capacidad de expresar con claridad y de hacer conectar al
otro con lo que estás diciendo. Empatizar tanto a nivel cognitivo como emocional en una espiral
de retroalimentación positiva. Esta capacidad en las relaciones interpersonales se torna muy
importante en lo cotidiano y constituye una llave de acceso tanto durante como después de una
experiencia adversa.
¿Tengo capacidad de enfrentar y resolver mis propios conflictos? Y ¿soy capaz de ayudar a
otros a resolver y comprender sus conflictos sin entrometerme en su espacio privado? Tendré
que saber cuales son las herramientas que utilizo, si son las correctas y si me dan buenos
resultados. Esta actitud es de gran ayuda para enfrentarse a adversidades tanto reales como
imaginarias.
¿Puedo controlar mis sentimientos y mis impulsos? ¿cómo lo hago?. Tener información de esta
área será fundamental a la hora de posicionarme y mostrarme en momentos de adversidad en
los que la serenidad y la tranquilidad serán buenos compañeros del camino en dirección de la
solución y superación de dicho momento.
¿Soy capaz de pedir ayuda sin sentirme una persona débil o vulnerable? ¿Puedo aceptar
fácilmente que me pueden dar un si o un no por respuesta?. El hecho de poder pedir ayuda en
una situación de mucha dificultad nos ampliará el foco de las posibilidades de poder resolverla.
Grotberg añade que la resiliencia se activa cuando nos enfrentamos a una situación adversa
difícil que necesita ser enfrentada y superada y dice que la secuencia de respuesta ante una
2. atravesar la adversidad.
El problema en este momento del camino es la adversidad empieza a tener vida propia. En este
punto crítico en lugar se proactivos frente a ella lo que hacemos es tender a controlar los
acontecimientos. A medida que vamos avanzando necesitamos adoptar una posición de
dominio sobre el proceso. Será importante tener en cuenta en qué puntos se encuentran las
cosas, tendremos que hacer una evaluación sobre el estado actual de la adversidad, también es
aconsejable saber cómo están manejando la situación las otras personas involucradas, así ser
conscientes de las nuevas acciones que deberíamos emprender, si son necesarias otras
estrategias o planes, quizá buscar otras vías para resolver el conflicto, saber si necesitamos
ayuda, tener presente en quién podríamos confiar en un momento como éste, ect...La ventaja
más importante de estar atravesando una situación adversa es que, por lo general, tenemos
que hacer algo, y al hacer algo estamos consumiendo parte de la energía y la ansiedad que nos
genera esta situación, consecuencia de lo cual ya no estaremos tan estresados ni angustiados.
El actuar también ayuda a evitar sentirnos completamente indefensos. En este momento de la
situación resulta muy amenazador pensar que no somos personas totalmente capaces de
enfrentar y resolver dicha situación.
3. aprender de la adversidad.
Es muy importante encarar la adversidad una vez que se ha superado. Es fundamental una
mirada retrospectiva en este sentido. Jamás hay que menospreciar una adversidad superada,
sería un gran error. Aunque, evidentemente, podemos aprender mucho tanto de nuestros
errores como de nuestros aciertos. Nos cuestionaremos, por lo tanto, qué es lo que hemos
aprendido de esta situación acerca de las personas que han participado en ella, qué hemos
aprendido de nosotros mismos y si nos sentimos o no más fuertes, más seguros de nosotros
mismos, mejores personas que antes de atravesar y superar esta situación adversa.
Existen tres pilares que sostienen la capacidad de resiliencia, explican Teitelman y Arazi:
La capacidad de juego. No tomarse las cosas tan a pecho que el temor impida hallar las
salidas. Y en esto e sentido del humor, el “mirar las cosas como desde el revés de un larga vista
permite tomar distancia de los conflictos. La creatividad, la multiplicación de los intereses
personales, los juegos de la imaginación relegan esas causas de alarma a su justo lugar,
relativizarlas para no deprimirse.
El auto sostén. Se puede resumir como un mensaje que la persona elabora para si misma. “Yo
sé que esto me va a pasar”, se dice ante un mal trance. O sea: “Me quiero, confío en mí, me
puedo sostener en la vida.
Aprender divirtiéndose
La novedad que aporta la idea de resiliencia, corrobora la doctora Maria Cristina Chardon, que
investiga actualmente en temas de ‘educación y salud, es que se dictan cursos a maestros y
expertos en pedagogía para que enseñen a vivir de otra manera. Es curioso que actualmente
los docentes consulten ahora cómo transmitir el sentido del honor, el gusto por el juego.
La resiliencia es más que resistir a los embates, al temor a los riesgos, es tomar cada
circunstancia adversa como un desafío que pone a prueba todas las potencialidades de un
individuo. Reemplaza el temor a no poder por el aliciente de pasar airosamente cada prueba.
Toma ese reto como una diversión, no como una desgracia que lleva ala consabida frase “Esto
tenía que pasarme a mí”, pasando por alto que a cualquiera le puede pasar de todo El sentido
de la resiliencia ayuda «abrir la puerta para ir a Jugar”. Vivir como dice Leopoldo Marechal:
"Con ese estricto sonido del juego que suele hacer de la pena la rosa".
Esta idea de diversión bien entendida, se extiende a las escuelas a la hora de clase y de hacer
la tarea. Enseñar y aprender con una sonrisa no ha sido tomado hasta ahora como algo
compatible con el estudio tradicional, por algo llamado ‘serio”. Hay en la adquisición de
conocimientos un goce que suele ser robado al aula. Lo que el cambio de actitud intenta es
evitar el estrés que con frecuencia produce la escuela cuando es vivida como un riesgo y una
amenaza (“Y si me aplazan?”; “Si me llaman hoy a dar la lección?”; «Como me fue —o me irá—
en la prueba escrita?”) ¡Cuántos adultos han incorporado en su personalidad ese temor al
fracaso escolar que muchas veces es responsable de posteriores frustraciones! Resaltar las
aptitudes del alumno sin hacer hincapié en sus carencias es tema de los estudios actuales de la
doctora Chardon. Otro aspecto de la capacidad resiliente llevada al campo de la educación y la
salud.
Aldo Melillo relaciona los siguientes factores como pilares de la resiliencia:
Autoestima consistente:
Es la base de los demás pilares y es el resultado del cuidado afectivo consecuente del niño o
adolescente por un adulto significativo, “suficientemente” bueno y capaz de dar una respuesta
sensible. Este adulto significativo no tiene porqué ser el padre o madre, aunque en la mayoría
de los casos pueda serlo.
Introspección:
Saber fijar límites entre uno mismo y el medio con problemas; la capacidad de mantener
distancia emocional y física sin caer en el aislamiento. Depende del principio de realidad que
permite juzgar una situación prescindiendo de los deseos del sujeto. Los casos de abusos
ponen en juego esta capacidad.
Capacidad de relacionarse:
La habilidad para establecer lazos e intimidad con otras personas, para así balancear la propia
necesidad de afecto con la actitud de brindarse a otros. Una autoestima baja o exageradamente
alta producen aislamiento; si es baja por autoexclusión vergonzante y si es demasiado alta por
rechazo por la soberbia que se supone.
Iniciativa:
Humor:
Encontrar lo cómico en la propia tragedia. Permite ahorrarse sentimientos negativos aunque sea
transitoriamente y soportar situaciones adversas.
Creatividad:
La capacidad de crear orden, belleza y finalidad a partir del caos y el desorden. Fruto de la
capacidad de reflexión, se desarrolla a partir del juego en la infancia.
Moralidad:
Entendida ésta como la consecuencia para extender el deseo personal de bienestar a todos los
semejantes y la capacidad de comprometerse con valores. Es la base del buen trato hacia los
otros.
Es un pilar de segundo grado, fruto de las combinaciones de todos los otros y que permite
analizar críticamente las causas y responsabilidades de la adversidad que se sufre, cuando es
la sociedad en su conjunto la adversidad que se enfrenta. Y se propone modos de enfrentarlas
y cambiarlas. A esto se llega a partir de criticar el concepto de adaptación positiva o falta de
desajustes que en la literatura anglosajona se piensa como un rasgo de resiliencia del sujeto.
Aldo Melillo, además, relaciona el concepto resiliencia con el psicoanálisis e insiste en que si
bien hay autores que han traducido el término resiliencia como “elasticidad”, en su concepto
actual no se mantiene nada de eso; la resiliencia no supone nunca un retorno íntegro a un
estado anterior a la ocurrencia del trauma o la situación de adversidad: ya nada es lo mismo.
La escisión del yo no se sutura, insiste el autor, sino que permanece en el sujeto compensada
por los recursos yoicos que se enuncian como pilares de la resiliencia. Con esto más el soporte
de toros humanos que otorgan un apoyo indispensable, la posibilidad de resiliencia se asegura
y el sujeto continúa con su vida. Este autor afirma que se podría decir que el concepto de
oxímoron es del mismo orden que el concepto de Freud de la escisión del yo en el proceso
defensivo.
Así, este autor manifiesta que la resiliencia se teje: no hay que buscarla sólo en la interioridad
de la persona ni en su entorno, sino entre los dos, porque anuda constantemente un proceso
íntimo con el entorno social. Esto elimina la noción de fuerza o debilidad del individuo; por eso
en la literatura sobre resiliencia se dejó de hablar de niños invulnerables. Tiene contactos con la
noción de apuntalamiento de la pulsión de Freud. Como ya dijo Freud “(….) la líbido sigue los
caminos de las necesidades narcisistas y se adhiere a los objetos que aseguran su
satisfacción”. La madre, que es la primera suministradora de satisfacción de las necesidades
del niño, es el primer objeto de amor y también de protección frente a los peligros externos;
modera la angustia, que s la reacción inicial frente a la adversidad traumática, en grado o media
aún mínima. Va constituyendo un sustrato de seguridad, lo que Bowlby y Ainsworth llaman una
relación de apego seguro, derivado de una base emocional equilibrada, posibilitada por un
marco familiar y social estable. Son los padres o cuidadores sustitutos, como mediadores con el
medio social, los que ayudan aa su constitución a través de una acción neutralizadora de los
estímulos amenazantes. Si bien esta condición inicial del sujeto sigue existiendo toda la vida,
siempre será fundamental otro ser humano para superar las adversidades mediante el
desarrollo de las fortalezas que constituyen la resiliencia.
Para resumir podríamos decir que el proceso de apuntalamiento de la pulsión lleva al otro
humano y evita el atrapamiento en el mortífero solipsismo narcisista. La autoestima, con la
ayuda y la mirada de los demás, puede ser reorganizada y reelaborada por medio de nuevas
representaciones, acciones, compromisos o relatos. Recurriendo al poco usado concepto de
mecanismos de desprendimiento del yo, introducido como ya he dicho con anterioridad por E.
Bibring, que “no tiene por finalidad provocar la descarga (abreacción) ni hacer que la tensión
deje se ser peligrosa (mecanismo de defensa). Sin negar que durante el proceso se producen
fenómenos de abreacción en pequeñas dosis, se trata de operaciones yoicas que apuntan a
dispersar las tensiones dolorosas en otros complejos de pensamientos y emociones con efectos
compensatorios; o bien que, como en el trabajo de duelo, generen el desprendimiento de la
líbido del objeto perdido para trasferirla a otros. Un tercer modo es la familiarización con el
peligro para poder superarlo en forma contrafóbica. Para el psicoanálisis serían mecanismos
más propios de la cura que de la enfermedad; desde el punto de vista de la resiliencia
constituyen la posibilidad de una continuidad de la vida en aceptables condiciones de salud
mental.
Freud afirmaba que el largo camino del psicoanálisis se debía a lo difícil que puede ser cambiar
las circunstancias del sujeto. Pues bien, el desarrollo de la resiliencia requiere justamente un
cambio en las circunstancias del sujeto si se le permite contar con el auxilio de otro humano que
genera y/o estimula las fortalezas de su yo, favoreciendo sus defensas y capacidad de
sublimación. Si el mundo externo produjo una implosión traumática en el sujeto, el auxilio
Para Luis Rojas Marcos son seis los pilares de la autoestima: 1. conexiones afectivas, 2.
funciones ejecutivas, 3.centro de control interno, 4.autoestima, 5. pensamiento positivo y
6.motivos para vivir.
1. conexiones afectivas:
Un elemento necesario de la resiliencia humana es la conexión afectiva con los demás, aunque
solo sea con una persona. Aquellos individuos que se sienten realmente vinculados a otros
superan los escollos que les plantea la vida mejor que quienes no cuentan con la atención y el
afecto de algún semejante.
Nuestra capacidad para crear y mantener lazos de afecto es innata. Una vez separados del
cordón umbilical materno, los recién nacidos respiran por su cuenta y sus órganos arrancan y
empiezan a cumplir de forma autónoma su misión. Para sobrevivir, los recién nacidos deberán
conectarse con algún cuidador receptivo, por lo general suele ser la madre, y comunicar sus
necesidades de alimento, seguridad y estímulo con la esperanza de ser satisfechos.
Este autor está convencido de que lo que nos distingue del reino animal y la base primordial en
la que se apoya la resiliencia es nuestra extraordinaria capacidad para comunicarnos,
relacionarnos, convivir conectados afectivamente y apoyarnos unos a otros.
Nuestra forma de expresar y satisfacer la necesidad vital de establecer lazos afectivos con los
demás se desarrolla a lo largo de la infancia y la adolescencia y se configura de acuerdo con
nuestro temperamento y el impacto de las experiencias que tenemos con nuestros padres,
cuidadores y demás personas importantes de nuestro entorno. Con los años, los rasgos de
nuestra personalidad se reflejan en la naturaleza de las relaciones que creamos con los demás
y en el significado que les damos.
Además como seres sociales que somos, vivimos constantemente expuestos a los pareceres
de los otros. Durante la infancia los juicios de más peso suelen ser los de los padres seguidos
de los dictámenes de otros cuidadores y educadores cercanos. Más adelante, cuando
empezamos a formar nuestra propia opinión de nosotros mismos, hacemos nuestras muchas
de las opiniones que captamos de las personas con autoridad que nos rodean, asi como las
creencias y normas sociales que absorbemos directamente del entrono o a través de los medios
de comunicación.
Las personas siempre hemos buscado unirnos las unas con las otras y el lenguaje ha sido el
mejor medio para conseguirlo. Hablar y escuchar cuando hablan otros son actividades que nos
definen. La sincronía entre las personas se manifiesta, además, en la facilidad con la que nos
contagiamos unos a otros estados emocionales como la confianza, la alegría, el entusiasmo, la
inseguridad y el pánico. Los seres humanos también nos comunicamos a través de mensajes
subliminales que trasmitimos o captamos sin darnos cuenta. Son estímulos que funcionan en el
área del subconsciente.
De hecho, no hay ni un solo resiliente que no situase una de las claves de su resistencia en
alguna persona de la que recibió incondicionalmente cariño o apoyo en algún momento
importante de su vida. Boris Cyrulnik siempre insiste en que si bien la capacidad para resistir
las agresiones continuadas depende de varios factores innatos y adquiridos, uno indispensable
para que cualquier víctima pueda construir una nueva vida con sentido e incluso hermosa es
2. Funciones ejecutivas:
Las funciones ejecutivas se encargan de gobernar los pensamientos, las emociones y las
conductas. También se ocupan de examinar y evaluar las circunstancias y los mensajes del
entorno, de sentar prioridades, de tomar decisiones, de programar y gestionar los trámites
necesarios para resolver los asuntos puntuales que nos preocupan y, en definitiva, de alcanzar
las metas que nos marcamos. El “departamento ejecutivo” reside principalmente en el lóbulo
frontal del cerebro. Pero este departamento no actúa independientemente, sino que está
influenciado por la memoria y por los centros que se ocupan de regular los sentimientos, de
procesar los estímulos del medio que recibimos o intuimos a través del nuestros sentidos y de
modular las sensaciones que estos nos producen.
Las aptitudes que dirigen nuestros comportamientos se desarrollan de forma progresiva, pero la
sensación de controlar las cosas del entorno es muy temprana. Ejemplo de ello es ver la alegría
que expresan los bebés al darse cuenta de que sus acciones tienen un efecto, como cuando
tienen hambre y lloran, y su madre se da prisa en ponerle un biberón o de darle el pecho. Los
niños comienzan pronto a imitar e incorporar a su repertorio los comportamientos que observan
en los adultos importantes de su entorno. Pone el ejemplo de los niños de tres años que ya se
dicen a menudo cosas a sí mismo en voz alta, las cosas que deben hacer y las que no, de
acuerdo con las instrucciones que ellos reciben de sus padres o cuidadores.
Las personas convencidas de que ejercen un cierto grado de control sobre los eventos y dirigen
sus propias vidas, aunque haya cierta dosis de fantasía en esta creencia, atenúan mejor sus
emociones negativas, resisten más y se enfrentan más positivamente a las condiciones
estresantes que quienes piensan que sus decisiones no van a influir mucho en el resultado.
Interiorizar nuestra capacidad de dirigir nuestra vida y adueñarnos del centro de control en
momentos difíciles, peligrosos o desconcertante ayuda a superarlos, pues nos estimula a tomar
la iniciativa para tratar activamente de dominar las cosas y protegernos.
No hay que olvidarse nunca que para todos los mortales, digamos lo que digamos, lo más
importante del mundo es uno mismo. La autoestima empieza a desarrollarse durante el primer
año y medio d ela vida. Al principio se nutre del afecto materno y demás cuidadores, y del
sentido de seguridad que adquieren los pequeños. A medida que crecen se configura poco
apoco por las experiencias que viven, por la valoración que hacen de ellas y por el mérito que
se asignan a sí mismos o reciben de las personas de su entorno. El aprecio de los demás, la
sensación de que dominan su cuerpo y las cosas que les rodean, y ver cómo objetivos
realizables se convierten en logros frecuentes, cultivan en los niños las semillas de la confianza
en sí mismos.
No obstante la opinión de nosotros mismos influye también en los juicios que creemos merecer
de las personas importantes en nuestra vida, así como las creencias y normas de la sociedad
en la que vivimos y que usamos de puntos de referencia. Por otra parte, el concepto que
formamos de nosotros va acompañado de entono emocional coherente, pues nuestro cerebro
se encarga de asegurar esta congruencia entre lo que pensamos y lo que sentimos.
Dependiendo de la autovaloración que hagamos nos sentiremos más o menos bien con
nosotros mismos. Si nuestro juicio de valor s favorable e incluye áreas en las que nos sentimos
competentes, o que nos hacen sentirnos orgullosos, el sentimiento es placentero. Por el
contrario, si nos consideramos inadecuados, los reproches a uno mismo suelen mezclarse con
los sentimientos de vergüenza, culpa y fracaso.
Todos tendemos a valorarnos de una forma gradual. Esta autoestima global es un buen
indicador, pero no aporta información sobre los ingredientes concretos que valoramos. Por eso,
es conveniente indagar sobre los elementos que tenemos en cuenta a la hora de calcular la
autoestima. La aptitud para relacionarnos con los demás, la competencia en las actividades que
consideramos importantes, la apariencia física, la inteligencia y la independencia son
componentes muy comunes de la autoestima. Por eso, un ingrediente primordial de la
autoestima es la capacidad de dirigir nuestro programa de vida.
La autoestima se alza como un factor decisivo a la hora de luchar contra la adversidad. Cuando
la opinión que tenemos de nosotros mismos es positiva, la resiliencia se fortalece directa e
indirectamente. Una autoestima saludable estimula la confianza, la fuerza de voluntad, la
esperanza y, sobre todo, nos convierte en seres valiosos ante nosotros mismos y con ello
aumenta nuestra satisfacción con la vida en general.
Las personas que se valoran y reconocen sus cualidades y talentos también tienden a sentirse
valoradas por los demás, y en condiciones estresantes o peligrosas hacen esfuerzos extras
para superarse, lo que aumenta las probabilidades de supervivencia.
Las personas tenemos una gran capacidad para proteger nuestra autoestima. Por ejemplo,
alternamos los recuerdos humillantes o dolorosos con objeto de minimizar el daño que causan a
la valoración de nosotros mismos. El olvido es también muy útil en este sentido, pues reduce la
intensidad emocional de los agravios, nos ayuda a perdonarnos y perdonar tras un capitulo
penoso de nuestra vida. Otra estrategia defensiva muy común consiste en compararnos con
quienes salieron más perjudicados que nosotros en situaciones de calamidades colectivas.
También es habitual escudarnos para eludir la culpabilidad en casos de desenlace negativo,
desviando la culpa hacia fuera o achacando la causa a la incompetencia o fallos de otros, a
imponderables o a la mala suerte.
Otra forma segura de proteger nuestra autoestima es repartir nuestro capital de satisfacción con
nosotros mismos entre las diversas áreas que valoramos de nuestra vida. Por ejemplo, llevar a
cabo con éxito una ocupación que nos satisface puede amortiguar el golpe de un fracaso en el
escenario de las relaciones familiares. Y viceversa, la pérdida de un trabajo estimulante es
menos devastadora si contamos con el apoyo y e respeto de personas con las que nos unen
lazos afectivos importantes.
5. pensamiento positivo:
Un buen método para medir el pensamiento positivo de las personas es evaluar su perspectiva
desde los tres contextos del tiempo; esto es, sopesando la valoración retrospectiva que hacen
de las experiencias del pasado, las explicaciones que dan de los sucesos que les afectan en el
presente y el nivel de esperanza que albergan de cara al futuro.
En general el pensamiento positivo facilita la conexión afectiva con otras personas. Los efectos
beneficiosos del pensamiento positivo sobre la autoestima son fáciles de imaginar. El
pensamiento optimista estimula estados de ánimo agradables, y las personas que se inclinan a
ver el mundo a través d eun cristal empañado de emociones gratas tienden a valorarse a sí
mismas favorablemente. El pensamiento positivo también fomenta la evocación de los logros
del pasado, facilita las explicaciones positivas de las vicisitudes que surgen, y nutren la fe en
El médico y psiquiatra vienés Viktor Krankl (1905-1997), sobrevivió de forma milagrosa a tres
años de internamiento en campos de concentración nazis de Auschiwitz y Dachau explicaba
que a la vida debemos encontrarle un sentido ya que la búsqueda de la razón de ser de las
cosas es la fuerza fundamental que mueve a los seres humanos. Por eso, una vez que
encontramos un significado a nuestra existencia nos tranquilizamos, nos sentimos más seguros
y fortalecemos la motivación para soportar el dolor y luchar por vencer la adversidad.
El sentido que le damos a la vida es subjetivo y varía de una persona a otra. No es ni para
siempre ni permanente, casi siempre evoluciona con el paso del tiempo y con los cambios que
experimentamos en nosotros mismos o los que ocurren en nuestro entorno y en los eventos que
moldean nuestro día a día. Hay individuos que basan el significado de la vida en teorías
filosóficas y nociones abstractas, aprovechando la facultad que tenemos los seres humanos de
movernos por conceptos y figuras simbólicas.
Algo parecido pasa con los ideales o argumentos que no son tangibles, que están solo en
nuestras mentes. Aunque los significados de la existencia humana que se basan en
fundamentos filosóficos o dogmas religiosos no tienen validez científica, sí tienen validez
humana, porque ofrecen a mucha gente algo valioso por lo que sufrir y vivir. De ahí el poder
persuasivo de las religiones.
En el fondo, dice Rojas Marcos, las religiones son espero donde los creyentes reflejan la
esperanza que ya florece en sus mentes; se apoyan en esta ilusión para neutralizar su
impotencia ante las calamidades y, en muchos casos, obtener el impulso necesario para
sobrevivir. De hecho, algunos principios religiosos adolecen de extrema rigidez, por lo que
tienen a fomentar la culpa y a condenar a infernales castigos a quienes violan sus preceptos.
Sin embargo, las religiones son, en general, una expresión del optimismo natural del género
humano, y al sacralizar la vida fortifican la motivación por sobrevivir. Por eso hay científicos,
como el reconocido biólogo evolucionista David S. Wilson, que consideraba las religiones una
herramienta de nuestro instinto de supervivencia. Numerosas investigaciones corroboran esta
percepción, al Mostar que las personas creyentes tienden a contemplar la vida de forma más
positiva que las que no son religiosas; al creer en el más allá, los creyentes también sobrellevan
mejor ciertas adversidades como la pérdida de un ser querido o las enfermedades mortales.
Las pasiones son el combustible de la esperanza, el ingenio y el valor, y transforman a los seres
humanos en luchadores incansables e invencibles. Las personas resisten crueles infortunios
movidas por la pasión de vivir. Mantener los lazos de amor es el motivo más frecuente para
existir y evitar la muerte, la razón más poderosa para sobrevivir. La mayoría de las personas
menciona a a seres queridos a los que no quieren apenar, abandonar o perder como la rezón
principal para luchar contra la adversidad y no tirar la toalla. Aquí el autor incluye el amor a la
vida en general o a aspecto s de la vida que la persona valora.
Si el amor es un potente motor de las ganas de vivir, el miedo a la muerte es quizá el motivo
más universal para no dejarse vencer y, por tanto, un motivo fundamental para vivir. El terror a
la muerte es un ingrediente fijo de las ganas de vivir, especialmente a partir de los siete u ocho
años de edad, cuando empezamos a concebir el significado de desaparecer para siempre.
Según E. Grotberg podemos incentivar la resiliencia en cualquier etapa de la vida en que nos
encontremos. La tarea de desarrollar la resiliencia dentro de cualquier grupo, cualquiera que
sea la edad de sus miembros, se facilita si uno piensa en términos de ladrillos para la
construcción del crecimiento y el desarrollo. Estos ladrillos corresponden a las edades y etapas
del desarrollo comunes a todas las personas, identifican y delimitan los factores resilientes que
pueden promoverse de acuerdo a la edad. Sin embargo, muchos de estos bloques no se
encuentran desarrollados debidamente en algunos adultos, quienes, necesitarían revisar las
etapas evolutivas y descubrir qué es aquello que les está faltando en sus capacidades para
enfrentar la adversidad.
Es importante reconocer que algunos de estos factores tienen más relevancia en una etapa de
crecimiento y desarrollo que en otra. Un niño pequeño no necesita concentrarse en
características como aplicación e identidad, mientras que un niño en edad escolar o un joven sí
lo necesitan. Las expectativas varían de acuerdo a las diferentes edades y etapas evolutivas.
En consecuencia, sería discutible decir que la edad de un niño, de un joven o una persona
adulta indica aquellos factores resilientes ya desarrollados.
El punto de partida para promover la resiliencia deberá ser ese factor en el cual el niño, el joven
o el adulto se encuentren de acuerdo con su etapa del ciclo vital. Será importante, no obstante,
determinar en el caso del joven y del adulto, qué factores resilientes ya se encuentran
desarrollados. Por ejemplo: el joven podrá tener la capacidad para resolver problemas
académicos pero no podrá hacerlo con problemas interpersonales; la primera requiere de poca
confianza en los demás, mientras que la segunda requiere sentirse muy confiado en los demás.
El adulto podrá tratar a los demás con amor, respeto y empatía pero no asume su
responsabilidad a la hora de cumplir con plazos de entrega en su trabajo o cuando debería
adquirir nuevas capacidades.
1. la confianza
Los niños y los jóvenes necesitan la ayuda de un adulto para desarrollar la resiliencia. Sólo
aceptan la ayuda de aquellos en quienes ellos confían, respetan, aman y con los que se sienten
unidos de alguna manera. Desde el comienzo, la confianza es la llave para promover la
resiliencia y se convierte en la base fundamental para desarrollar otros factores resilientes.
Cuando los niños y los jóvenes sientes estas relaciones confiables y afectuosas están listos
para aceptar límites en sus conductas e imitar modelos (YO TENGO); están listos para ser más
agradables, solidarios, optimistas y esperanzados (YO SOY); podrán involucrarse con mayor
facilidad en relaciones interpersonales exitosas, resolver conflictos en diferentes ámbitos y pedir
ayuda (YO PUEDO), No sólo aprenden a confiar en los demás sino también en ellos mismos,
sabiendo que aquellos en los que confían no dejarán que nada malo les ocurra.
Las personas no sólo necesitan aprender a confiar en los demás sino también en sí mismos.
Cuando no ocurre esto, pueden volverse ciertamente dependientes de otros, sintiendo que los
demás son mejores que ellos, que saben más y sólo sentirán que están mejor protegidos
dependiendo de otros.
Para promover la resiliencia en niños y jóvenes, un punto clave es el de construir la relación con
ellos basada en la confianza. Los niños y los jóvenes que han sufrido el rechazo, que han sido
explotados o abusados no confían en los adultos; el hecho de superar esa desconfianza es un
desafío para cualquiera que esté dispuesto a ayudarlos.
2. autonomía
La autonomía es fundamental para promover los factores resilientes y reforzar aquellos que ya
se han activado. A medida que los niños y los jóvenes se vuelven autónomos, la voluntad y el
deseo de aceptar límites en sus conductas se ven fortalecidos (YO TENGO), se promueve el
respeto por ellos mismos y por los demás, se activa la empatía y la solidaridad, así como
también el hecho de saberse responsables de sus propios actos (YO SOY). También desarrolla
el manejo de sus sentimientos y emociones (YO PUEDO). La confianza y la autonomía pueden
promoverse en conjunto, para hacer de esta forma el proceso de promoción de la resiliencia
como un todo integrado.
Un punto para promover la resiliencia en niños, jóvenes y adultos es hacerles ver que está bien
que comentan errores, que pueden aprender de ellos. Podemos hacer que lean historias, o
contárselas nosotros mismos, sobre los fracasos que todos en algún momento tenemos.
Muchas personas pueden contar historias sobre sus fracasos antes de convertirse en personas
exitosas. Podemos asegurarles que los errores no son algo de loo cual uno deba avergonzarse
y, entones, alentarlos a correr el riesgo de cometer errores. Les haremos entender que nosotros
estaremos allí tanto si fracasan como si salen exitosos.
Muchos niños y adultos no desarrollan la iniciativa. Son reprendidos, a menudo, por todo el
ruido que genera con sus proyectos inconclusos. Se los hace sentir culpables por haber
molestado a los demás; se sienten rechazados por aquellos a los que pidieron ayuda y en
consecuencia, sienten que no merecen ser ayudados. Con el tiempo dejan de querer o tratar
de tomar la iniciativa para hacer algo. En el caso de las personas adultas que no toman
iniciativas experimentan el mismo temor de estar cometiendo un error.
Para intentar desarrollar la iniciativa podemos incentivar a los niños y jóvenes a decidir qué es
aquello que les gustaría hacer. Podemos hablar acerca de las maneras de organizar planes con
sus amigos, ayudarlos a reconocer diferentes posibilidades de poner en práctica estos planes,
considerar las consecuencias que pueden aparecer y cambiar lo que sea necesario. Estaremos
allí para ayudarlos a sobrepasar los obstáculos y aprender tanto de sus éxitos como de sus
errores. Podemos también orientar a los adultos utilizando un lenguaje más apropiado para la
edad, pero con el mismo propósito. Tenemos que ayudarlos para que puedan ver en el fracaso
una gran experiencia de aprendizaje que les permita abrirse a nuevas ideas para encontrar el
éxito.
4. la aplicación
La aplicación es llevar adelante una tarea de manera diligente; esta se desarrolla generalmente
durante los años de colegio, mientras se perfeccionan tanto las habilidades académicas como
las sociales. El ser exitoso es muy importante para los logros académicos, para las relaciones
interpersonales y para la imagen que uno tiene de sí mismo. Los niños desean ser vistos por
sus profesores como personas competentes, desean ser aceptados en su entorno social como
personas amistosas y quieren también sentirse orgullosos de sí mismos. A los adultos les pasa
parecido, desean ser aceptados por sus jefes y colegas y quieren que éstos los vean como
personas capaces y competentes.
La aplicación es un pilar muy poderoso y se ve potenciado por su conexión con otros factores
resilientes. De la categoría YO TENGO resultan importantes los buenos modelos a imitar y el
estímulo para se independientes. De la categoría YO SOY, lograr objetivos y planear para el
futuro resulta muy útil, como también ser responsable de nuestras acciones. De la categoría YO
PUEDO, mantener una tarea hasta finalizarla, resolver los problemas y pedir ayuda cuando se
necesita, refuerzan y constituyen a promover los factores resilientes. Sin embrago, aquello que
resulta distinto es aprender a diferenciar no solo cuáles son los factores resilientes que se
deben utilizar en una determinada situación sino también cómo deben utilizarse. Por ejemplo,
utilizaremos en el colegio factores resilientes diferentes de aquellos que utilizamos en nuestra
5. identidad
La llave para comenzar a promover la identidad puede ser ayudar en el desarrollo de las
capacidades interpersonales y en aquellas que ayudan a la resolución de conflictos. Muy pocos
adolescentes (y adultos) pueden describir con precisión sus sentimientos o contarle a alguien
cómo se sienten. Algunos desconocen cómo ser un buen amigo y necesitan ayuda para
También, gran parte de adolescentes necesitan ayuda para llegar a un acuerdo sobre su
tendencia a involucrarse en actividades que los sobreestimulan. Casi todos ellos disfrutan de la
excitación, de las nuevas experiencias y de las conductas que suponen correr o asumir riesgos.
Sin embargo, esto puede volverse autodestructivo, y hay que ayudarles a ver los potenciales
peligros. Podemos también sugerirles que busquen hacer amigos para disfrutar de actividades
excitantes y divertidas pero no autodestructivas. Los adultos que no están seguros de su
identidad o disfrutan de seguir siendo “eternos adolescentes” generalmente continúan
desarrollando conductas de riesgo.
De la misma forma hay que ayudar a los adolescentes a mantener los lazos familiares pero con
algunos cambios en sus relaciones. Sería necesario para ello hablar acerca de su necesidad de
una mayor privacidad, sobre la necesidad de que sus ideas sean tenidas más en cuenta y sobre
su deseo de poder negociar algunas de las reglas de comportamiento y límites ya establecidos
con anterioridad y que deben ser flexibilizados. En definitiva, debemos ayudarles a encontrar los
caminos para poder dialogar con sus familias sobre sus nuevas necesidades que ellos
experimentan.
Para acabar con este punto voy exponer un decálogo de recomendaciones del sociólogo belga
Stefan Vanistendael y el doctor en psicología Jacques Lecomte para construir la resiliencia:
3. Considerar la persona como a una unidad. La resiliencia nos invita a considerar una
persona como a una unidad viva.
5. Integrar la experiencia pasada en la vida presente. Una persona que padeció una
situación dolorosa no puede se la misma de nuevo, como si nada hubiese pasado. Esta
irreversibilidad se confunde con el fatalismo y el determinismo. El pasado no determina
totalmente el presente. No se puede superar lo que es insuperable, si no es abriendo una
nueva etapa de la vida que integre el pasado con sus cicatrices.
8. Considerar que el fracaso no anula el sentido. La resiliencia nos hace sensibles al hecho
de que un éxito limitado, incluso la carencia de éxito, no es sinónimo de fracaso. Hay que
diferenciar éxito de sentido. Algunas de nuestras acciones no tienen éxito, pero esto no
significa que estén desprovistas de sentido. Una vida rica se teje con una mezcla de
actividades que aportan un máximo de sentido para nosotros y para los otros, con éxito o
sin él. El sentido es mucho más determinante en la riqueza de la vida que el éxito.
9. Adaptar la acción. Permanentemente nos encontramos con la tesitura de tener que tomar
decisiones sin disponer de conocimientos completos. En las circunstancias concretas de
la vida es difícil discernir qué constituye un factor de riesgo y de protección. Un mismo
elemento puede presentarse como un factor de riesgo y en otros casos como protección.
Ante esta alteración posible, es preferible discernir qué es protección y qué es riesgo en
cada situación.
10. Imaginar una nueva forma de política social. La resiliencia nos incita a establecer
políticas sociales, educativas y sanitarias, que apuesten por programas económicos y
servicios que estimulen los recursos de las personas y las comunidades, sin que esto
suponga una excesiva dependencia de tal manera que sean ellas mismas las que se
encarguen de su aplicación.
Una “casita” es el símbolo del hogar, hay vida. Es preciso recordar que el objetivo de la
resiliencia es construir mundos más humanos y esta metáfora entronca perfectamente con el
mismo.
También es necesario tener presente que el material de construcción de la casita (los ladrillos,
la perfilaría metálica, etc.…) representa la adaptación de la intervención a la cultura local: las
metáforas, los mitos, los cuentos de hadas, las imágenes, los símbolos, la música, los bailes,
los deportes, el humor local, las fiestas, las costumbres, la comida…
Pero aún cuando es muy importante tener cubiertas estas necesidades, una persona que ha
sufrido un trauma necesita algo más para aprender a vivir. Así, en el subsuelo, en los mismos
cimientos, donde se asienta toda la casita de la resiliencia, encontramos la red de relaciones
más o menos informales: La familia, las amistades, el vecindario. La resiliencia es una epifanía
relacional.
En el primer piso se encuentra el sentido de la vida: saber atribuir una coherencia al proyecto
vital. Se trata de la capacidad de proyectarse en el futuro, de dar una orientación a la vida. Este
primer piso también nos remite a los proyectos concretos, a la capacidad de planificar y fijarse
objetivos realizables. Esto puede significar cuidar de un animal, de una planta, incluso, más allá
de otra persona. La persona descubre el sentido de la vida comprometiéndose con la
En la tercera habitación hallamos las estrategias de adaptación positiva, entre las cuales el
sentido del humor es la capacidad de conservar la sonrisa ante cualquier adversidad y es
fundamental en la construcción de la resiliencia.
En el altillo encontramos un lugar donde se localizan las otras experiencias que pueden
contribuir a la resiliencia, pero que no se han recogido en las estancias anteriores. Podemos
encontrar muchas cosas en la buhardilla: una sonrisa en un momento dado, un pasado
radiante, la belleza de un paisaje próximo. La misma existencia de este desván nos previene
contra la rigidez de cualquier intervención y nos abre las puertas hacia la creatividad: muchas
son las posibilidades que se pueden usar para promover la resiliencia.
La formulación tradicional de la casita se ha ido complementando con otros elementos. Uno del
os más importantes ha sido la chimenea y el sistema de calefacción que representan el amor.
En la parte alta de la casita, la chimenea proporciona el calor, el amor entendido como el
reconocimiento del otro como un legítimo otro.
La metáfora de la casita es muy potente. Una casa, como una persona resiliente, no tiene una
estructura rígida. Ha sido construida, tiene su historia, y necesita recibir cuidados y hacer las
reparaciones y mejoras pertinentes. Las distintas habitaciones se comunican con escaleras y
puertas, lo que significa que los diferentes elementos que promueven la resiliencia están
entretejidos.
Esta “casita” ha sido muy útil en la formación sobre la resiliencia, donde se pide a las personas
que dibujen su propia casita y las estancias que la componen. Algunas representaciones
añaden otras casitas e incluso todo un poblado.
En su libro “La resiliencia, crecer desde la adversidad” Anna Forés y Jordi Grané utilizan el
dibujo metafórico de una bicicleta cuya rueda de atrás está hecha de un grupo de pies, utilizan
este dibujo para explicar lo que es para ellos la resiliencia y nos explican que la rueda de atrás
ejemplifica la herida que la persona ha padecido. No es la original, esto les recuerda que la
cicatriz de la herida siempre está presente y no se puede volver al estado inicial. El hecho de
tener una rueda que permita hacer funcionar la bicicleta hace referencia a la posibilidad de
esquivar el destino.
Las botas les remiten al movimiento. Es decir, hace mención a las múltiples estrategias de
adaptación positiva.
Las luces de esta bicicleta les recuerda la importancia de tener un tutor de resiliencia, de las
personas significativas con las cuales se tejen la vida. Manifiestan que a veces, como en el
dibujo, no se ven, pero son esenciales par poder ver.
La cadena es lo que hace que todo funcione: representarían todas aquellas aptitudes
personales y sociales, así como las competencias de la persona resiliente.
El asiento es nuestro conocimiento, nuestras necesidades básicas cubiertas y una red social
que nos acoge.
La madera, material del que está hecha la bicicleta, les remite a la condición humana. Los seres
humanos somos frágiles y contingentes, pero a la vez se trata de un material dúctil, flexible, que
puede flotar (metáfora para ejemplificar el resurgimiento de las profundidades.
“Es tan jodido enfrentarse al dolor. Sentimos la punzada del dolor y decimos “es culpa de
ella, o de él, o culpa mía, o culpa de mi padre, o culpa de mi madre, o culpa de Dios...”Y
tratamos de zafarnos... ¡y todo sucede en un segundo!, ¡sentimos dolor...juzgamos! ¡Fuera
ese dolor! Luchamos contra el dolor como si fuera a destruirnos cuando en realidad, si lo
aceptamos, lo que hará será curarnos”.
(Samuel Shem, 1997. Monte Miseria)
Buen uso
Según Stanislaw Tomkiewicz nos muestra en el libro “El realismo de la esperanza” el buen uso
radica en el hecho de que el concepto de resiliencia ha puesto fin a la dictadura y a los desvíos
del concepto de vulnerabilidad. Lo que quiere decir, por ejemplo, que, en la mente de los
psiquiatras, de los psicólogos, de las enfermeras, de los trabajadores sociales, de los
educadores, de los asistentes sociales , todo niño maltratado está perdido de antemano y casi
condenado a convertirse en un padre maltratador. Sin embargo, estudios anteriores incluso a
Emmy Werner mostraron claramente que jamás ocurre que la totalidad de los sujetos
vulnerables verifique el mal pronóstico que pudiera haberse hecho a este respecto. Es más,
ocurre incluso que la mayoría de esos niños abocados a una suerte trágica salen airosos,
contrariamente a las previsiones.
Boris Cyrulnik nos recuerda hasta qué punto, desde el nacimiento, nos vemos modelados por la
mirada de los demás: la de nuestra madre, sin duda, pero también la de los vecinos, los
maestros, los trabajadores sociales; en una palabra, la de todos aquellos respecto a los cuales
cabe suponer que han de ocuparse de nosotros.
Dado que es mucho más fácil condenar que curar, el concepto de “vulnerabilidad” permitía
condenar por adelantado a las víctimas y culpabilizarlas. Todo sujeto vulnerable se volvía
sospechoso.
Señala Stanislaw Tomkiewicz que a lo largo de nuestra formación se nos enseña a reconocer y
a describir los defectos, los déficit, las debilidades de cada paciente potencial. Pero no se nos
enseña que nuestro deber consiste en ayudar a todos ellos a encontrar y a llevar a buen puerto
su estrategia personal. Es cierto que no podemos sustituir al sujeto en la invención de esas
estrategias, pero no se puede ayudar a alguien sin buscar y encontrar sus puntos fuertes, sus
deseos, sus proyectos, sus cualidades. Es necesario, por tanto, aprender a reconocer que una
botella medio vacía (sujeto vulnerable) está también medio llena (sujeto resiliente).
Este autor considera que el concepto de resiliencia merece los cuidados que le brinda la
Fundación para la infancia, los libros y los artículos que se le dedican.
Mal uso
En cuanto al mal uso este autor considera que pese a los esfuerzos de M. Rutter, S.
Vanistendael , de B. Cyrulnik, la lectura que se hace de los trabajos procedentes de Estados
Unidos muestra hasta qué punto el “establishment” estadounidense subestima y desconoce el
papel del entorno en la aparición de la resiliencia, hasta qué punto permanece atado a los
factores intrínsecos o, como mucho, a los familiares.
El segundo defecto, que lo considera aún más grave, es que permite culpar a las víctimas. Es
fácil imaginar, explica, el discurso que dirige un trabajador social preocupado por los fondos
Señala, asimismo este autor, que hay una afirmación de Emmy Werner que le parece
especialmente peligrosa cuando esta autora dice que la mayoría de los niños que han logrado
dar un sentido a su vida no han tenido el beneficio de una ayuda especializada. Los buenos
resilientes salen adelante sin nosotros los profesionales, los demás son intrínsecamente malos
y no merecen nuestros esfuerzos. Encontrándonos así de nuevo con la moral puritana que
proclama que Dios recompensa a los buenos haciéndolos ricos y castiga a los malos
volviéndolos pobres. En palabras de Alice Miller “La resiliencia va a permitir que los
trabajadores sociales, los administradores, los donantes de fondos y los mecenas duerman”.
Abuso
Según Adriana Schiera comenta en un artículo titulado “Uso y abuso del concepto de
resiliencia” algunos estudiosos se han hecho escuchar acerca del abuso que se puede hacer de
este concepto. Para algunos conlleva el peligro de ser entendido como sobreadaptación o
sometimiento. Otros entienden que se resiliente significa volver al estado anterior a que
sobreviniese la situación traumática, es decir, una pretensión de no cambio. Pero esto es
imposible, pues en cuestiones humanas, las experiencias determinan de tal manera al sujeto,
que no se recorre dos veces el mismo camino en la misma forma. Ser resiliente es poder tolerar
y superar la experiencia adversa, pudiendo vivir con ella pero preservando la adecuada calidad
de vida, con el menor daño posible.
La sobreadaptación, sin embargo, se define como una respuesta inconveniente del sujeto frente
a un medio que resulta inadecuado, diferenciándola claramente de las conductas adaptativas.
En estas últimas el sujeto puede afrontar situaciones conflictivas sin renunciar a su identidad, es
decir, se preserva pero no se aliena.
Afirma asimismo que es importante saber que aún en los peores momentos, algunas personas
encuentran la manera de sobrevivir y superar lo que creemos insuperable y que de esta forma
se evitará la mirada prejuiciosa y desesperanza de quién no cree en las posibilidades de las
personas a la hora de enfrentar situaciones adversas, apostando por la creatividad del propio
sujeto inmerso en la dificultad.
Esta autora dice que vale la pena recordar que a veces la buena intención de los profesionales,
de extender los límites de un saber para facilitar su quehacer y el de otros científicos, puede ser
usado sin escrúpulos, o bien, el contexto puede intentar detractar un elemento útil si es que no
puede ser usado con fines engañosos.
Para finalizar esta autora entiende que sobre el concepto de resiliencia aplicado a las ciencias
humanas, actualiza cuestiones ya conocidas, articulándolas de manera diferente y sumándole la
riqueza que otorga el abordar con seriedad profesional las problemáticas de las personas que
consultan a los profesionales, ofreciendo respuestas a los estragos que produce el actuar
irresponsable en materia de lo humano.
Un hombre del pueblo de Neguá; en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta,
contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar
de fueguitos.
El mundo es eso -reveló-. Un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay
fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que
ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos,
fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se
puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.
(Eduardo Galeano, “El libro de los abrazos”)
Es preciso distinguir entre conductas y factores de riesgo. Las conductas de riesgo son
aquellas conductas que vayan en contra de la integridad física, mental emocional o espiritual de
la persona y que puede incluso atentar contra su vida.
Los factores de riesgo, en cambio, son todas aquellas condiciones físicas, psicológicas y
sociales que incrementan significativamente las posibilidades de que un individuo incurra en
alguna conducta de riesgo, es decir, que son todas aquellas características, hechos o
situaciones propias del niño o adolescente o de su entorno que aumentan la posibilidad de
desarrollar desajuste psicosocial, son elementos que aumentan la probabilidad de daño e
identificarlos permite su prevención. La función de estos factores es reducir riesgos yy se
pueden dividir en tres grupos:
- Individuales.
- Familiares (que detallaré más adelante cuando hable de resiliencia familiar)
- Sociales.
Factores individuales:
- edad y género
- baja autoestima
- altos niveles de angustia
- altos niveles de depresión
- pobre percepción del riesgo
- altos niveles de impulsividad
“El hombre es libre de alterar por completo su destino para lo mejor o para lo peor. Yo, hijo de
alcohólico, niño abandonado, he hecho errar de golpe a la fatalidad. He hecho mentir a la
genética. Éste es mi orgullo”.
(Tim Guénard).
Los factores de protección son todas aquellas variables que disminuyen la probabilidad de
involucrarse en conductas de riesgo, ya que fomentan la resiliencia y el autocuidado.
Luis Rojas Marcos en su libro “Superar la adversidad” denomina a los factores de protección
mecanismos protectores y señala los siguientes: Ver lo que no esperamos ver, Intuición y
análisis informado, Altruismo y liderazgo en situaciones adversas, Explicar el sufrimiento,
Sentido del humor, Narrar, compartir y solidarizar y por último Pasar página.
Para responder con eficacia a cualquier adversidad necesitamos antes que nada darnos cuenta
de que pasa algo. Este requisito es aplicable a todo tipo de desgracias. Pone como ejemplo un
desastre natural o un siniestro inesperado, si en estas situaciones no tenemos conciencia de lo
que está ocurriendo, las posibilidades de protección quedan a merced del azar.
Por lo tanto, tomar conciencia de los que está pasando es el primer paso en el camino de la
superación de cualquier amenaza a nuestra integridad física o emocional
Los seres humanos estamos predispuestos a la normalidad, a lo que nos ocurre normalmente.
Por eso nos acoplamos tan bien a los hábitos, las costumbres, las rutinas. Pero a su vez, esta
predilección por lo acostumbrado nos ralentiza nuestra percepción de las excepciones, de lo
inusual. Vemos lo que esperamos ver y pasamos por alto lo que no esperamos. Tendemos a
captar las cosas que anticipamos y no solemos reparar en las que no nos imaginamos, aunque
las tengamos delante.
Esta especie de filtro natural que deja fuera de nuestra visión ciertos detalles puede tener
consecuencias nefastas en determinadas circunstancias. Por ejemplo, una enfermera
estresada, saca del cajón de las medicinas una ampolla de heparina, lee la etiqueta, prepara la
inyección y administra por vía intravenosa a un pequeño de seis meses mil unidades en lugar
de diez, lo que le provoca la muerte. Rojas Marcos explica además que éste fue un caso real.
Los convencionalismos, las creencias inflexibles, la rigidez y los prejuicios tienen el poder de
cegarnos, de ofuscar nuestro sentido común y dañar la flexibilidad que necesitamos para
responder a sucesos inesperados.
Sin embargo, estar abiertos a la posibilidad de ver lo que no esperamos ver nos ayuda a
percatarnos de sucesos inesperados. Ser conscientes o reconocer que las cosas pueden ser
Pero hay situaciones en las que negar la evidencia o distorsionar con desmesura la realidad
puede tener consecuencias muy negativas, especialmente si el autoengaño nos impide tomar
decisiones prudentes frente a los peligros. Pone como ejemplo de esto el hecho de que las
personas que padecen enfermedades graves no quieren saber el diagnóstico ni las
probabilidades que tienen de curarse porque sencillamente, no quieren oír malas noticias. Otro
ejemplo de este mecanismo de negación es la actitud pasiva y resignada que adoptó gran parte
de la población judía en la Alemania nazi ante la siniestra amenaza de ser exterminados.
También señala que hay espectadores que ante estos horrores optan por el silencio, la inacción
y el anonimato. Para éstos, permanecer al margen de los crueles excesos y no involucrarse es
la mejor forma de ampararse y resguardar a sus seres queridos.
La intuición nos permite percibir una nueva situación a través de señales subliminales o de muy
baja intensidad que captamos del entorno. Estas señales se conectan inconscientemente con
recuerdos de experiencias pasadas parecidas archivadas en la memoria y provocan una
respuesta emocional inmediata como la sensación de peligro o la corazonada de que algo va a
ocurrir. Se trata de una valoración instintiva y rápida que nos empuja a la acción. Es una
respuesta premonitoria que no incluye pensamientos, ni palabras, ni razonamientos, pero tiene
un enorme poder.
Sea cual sea la adversidad, la información relevante, veraz, inteligible y manejable es una
herramienta utilísima de protección. Atajar la ignorancia y saber qué es lo que está pasando nos
ayuda a mantener los pies en la tierra y a tomar medias concretas, así como a sentirnos más
dueños de nuestro destino.
Ayudar a otros en trances difíciles nos hace más resistentes al estrés y al agotamiento físico y
emocional, nos protege de la tendencia a aislarnos a ahogarnos en emociones negativas o
pensamientos agoreros. Una vez pasado el desastre, el comportamiento altruista continúa
estimulando la autoestima positiva, también pilar de la resiliencia, pues induce en nosotros el
sentido de la propia competencia y la satisfacción de haber contribuido a la seguridad de otros.
Los afectados por cualquier tipo de calamidad que se han sentido útiles durante la crisis,
resisten y se recuperan mejor de las secuelas emocionales. Estos beneficios de los actos
altruistas también se obtienen cuando se realizan actividades de voluntariado. Los voluntarios
sufren menos ansiedad, duermen mejor, abusan menos del alcohol y las drogas y tienen una
autoestima más alta.
Por otro lado, ante las amenazas que no entendemos o que nos hacen sentirnos indefensos,
buscamos ansiosamente personas que nos guíen y nos den dirección y consejo. Es decir,
buscamos personas que nos faciliten una respuesta fiable al porqué de los hechos. Confiar en
personas con autoridad que pensamos que nos pueden informar, guiar y auxiliar en momentos
de peligro es una tendencia natural que ya empieza a desarrollarse en los primeros meses de
vida. De pequeños, confiamos en que nuestros padres y cuidadores nos protejan y satisfagan
nuestras necesidades vitales. A medida que crecemos, la confianza que depositamos en
personas que respetamos o admiramos también nos induce a considerarlos modelos de
quienes podemos aprender estrategias para protegernos y afrontar situaciones difíciles.
Explicar el sufrimiento
Los seres humanos tenemos la imperiosa necesidad de explicar todas las cosas importantes
que nos pasan. Cada uno percibe de forma diferente la adversidad y nuestra percepción
particular va a moldear nuestra respuesta.
Aunque todas las desgracias tienen en común que provocan miedo y amenazan nuestro
equilibrio físico y emocional, su impacto varía según nuestra personalidad, las circunstancias y
los valores culturales y sociales de la comunidad en la que vivimos.
Hay personas que conciben las calamidades que les afligen como retos que tienen que afrontar
con todas sus fuerzas y superar como sea.
Otros, por el contrario, ven los infortunios como agresiones personales, ataques de enemigos
malignos, aunque se trate de un desastre natural o de una enfermedad, contra los que la única
opción es la lucha sin cuartel. Estas víctimas se mueven por sentimientos de indignación, rabia
y promesas de ajuste de cuentas, es decir, con ansía de venganza.
Hay personas que conciben las desgracias como castigos de Dios o de la naturaleza, algunos
incluso juzgan el castigo como merecido y responden con sentimientos de culpa y
autorreproche.
Cercanos a este grupo están quienes interpretan las tragedias o males que les acechan como
consecuencia de sus propias debilidades o insuficiencias secretas, o de fallos imperdonables.
También hay personas que recelan de el conocimiento por otros de su desgracia porque este
hecho puede dañar su imagen social, por ello, se retraen porque sienten vergüenza, se aíslan y
se resisten a pedir ayuda por temor a perjudicar su reputación.
Tampoco falta quienes encuentran en la tragedia una oportunidad para expandir su mundo
interior y su espiritualidad. Los damnificados que excepcionalmente sobreviven a desastres
masivos o persecuciones y piensan que deben su buena suerte a la intervención divina tienden
a sentirse menos culpables por haber sobrevivido mientras que otros perecieron en la misma
situación.
A la hora de explicar las situaciones estresantes, quienes piensan que se trata de desventuras
pasajeras de las que se recuperarán tienen más posibilidades de superarlas.
Otro tanto sucede con las personas que encuentran algún aspecto positivo en las circunstancias
adversas que los afligen e incluso sienten que les han servido de aprendizaje.
Hoy está demostrado que el humor facilita la descarga de la tensión emocional y nos hace
resistentes al estrés, además de facilitar un reconfortante y terapéutico distanciamiento
psicológico de las situación que nos amenaza y abruma, también es una excelente herramienta
para conectarnos con los demás.
En el terreno científico, varios investigadores han demostrado que el sentido del humor ayuda a
las personas a afrontar mejor los sucesos estresantes o las enfermedades graves y, por
consiguiente, aumenta las probabilidades de sobrevivir. En 2006 un equipo de noruegos
encabezado por el psicólogo Sven Svebak demostraron, según señala Luis Rojas Marcos, en
un grupo de enfermos con insuficiencia renal avanzada en tratamiento de diálisis que aquellos
que poseían un alto sentido del humor vivían más. Este sentido del humor se refleja en una
perspectiva más desenfadad, menos trágica y más liviana de sus enfermedad y de la vida en
general.
Para terminar este punto quisiera señalar una anécdota entrañable que el propio Luis Rojas
Marcos cuenta de sí mismo en el libro anteriormente citado y dice que nunca olvidará el día que
le preguntó a su madre, ya mayor que cuando muriera qué prefería que la incineraran o que la
enterraran, a lo que su madre le contestó que le daba igual y que le diera una sorpresa cuando
eso ocurriera. El autor manifiesta que ambos rompieron a reír.
A través del habla nos desahogamos, nos liberamos de pensamientos estresantes y nos
aliviamos de emociones angustiosas.
Narrar las experiencias estresantes a través de la palabra hablada o escrita nos ayuda a
clarificarlas, ponerlas en perspectiva e incorporarlas a nuestra autobiografía como un fragmento
doloroso pero, al fin y al cabo, una parte más de nuestra vida.
Hablar o escribir sobre adversidades pasadas que se superaron causa una clara y duradera
mejoría de los síntomas en pacientes que sufren enfermedades crónicas.
Contar a personas comprensivas y solidarias las cosas que nos atormentan es una comprobada
estrategia protectora, porque nos ayuda a validarlas y a legitimar sus efectos en nosotros.
Compartir con otros las circunstancias dolorosas o aterradoras que hemos vivido, o estamos
viviendo, nos hace receptivos a las muestras tangibles de apoyo y solidaridad. A través de las
palabras transmitimos y obtenemos comprensión, recibimos e infundimos esperanza. Las
palabras nos permiten darnos mutuamente entrada en nuestros mundos personales, forjan
nuestras relaciones y juegan un papel fundamental en la construcción del primer pilar de la
resiliencia humana: las conexiones afectivas.
La solidaridad es una fuerza natural que promueve confianza, seguridad, esperanza y fomenta
una perspectiva más comunitaria del mundo, menos individualista. Esta fuerza reconfortante se
nutre de la empatía natural o en la capacidad para situarnos en las circunstancias de otras
personas y para conectarnos con afectos y compromiso. Amortigua golpeas, aplaca el estrés y
la angustia que causan las desgracias. Está demostrado que todas las víctimas de desgracias,
sean del tipo que sean, se benefician del amparo y el soporte de los demás.
Pasar página
Todas las personas que pasan por alguna desgracia y vuelven a recobrar el equilibrio vital de
antes enmarcan la experiencia estresante en un tiempo pasado, en el ayer. Antes o después,
consciente o inconscientemente, dan por terminado su papel de víctimas.
Unos se consideran supervivientes que vencieron la adversidad. Otros no ven nada especial en
el hecho de que salvaran obstáculos dolorosos o amenazas peligrosas. Pero todos pasan la
página del trance y, de una forma más o menos explícita, abren un nuevo capítulo en su
autobiografía.
Este autor manifiesta que en su experiencia, tres son las aptitudes de la naturaleza humana que
ayudan a dejar atrás o, incluso borrar de nuestra mente las desgracias vividas y superarlas y
son: olvidar, adaptarnos y perdonar.
Olvidar cura muchas de las heridas que nos causa la vida: alivia la tristeza, suaviza la rabia y
facilita el retorno de la paz interior después de una situación adversa. También nos induce a
perdonar los agravios.
En cuanto a perdonar es cierto que nos resistimos a perdonar a quienes nos dañan pero sin el
perdón no se puede pasar página. Para recomponer el equilibrio emocional y psicológico
después de una desgracia y poder pasar página es fundamental transitar por el camino del
perdón. La predisposición a perdonar varía de una persona a otra, algunas tardan muy poco
tiempo y sin embargo a otras les lleva parte de su vida. Casi siempre la decisión de perdonar
nace en la mente de la víctima, es subjetiva y privada, y consiste en un proceso íntimo y
silencioso de introspección en el que no suelen entrar criterios éticos ni religiosos.
La tendencia humana a pasar página es una cualidad genética favorecida por la fuerza
evolutiva de selección natural, un ingrediente fundamental de esa fuerza vital que permite a los
miembros de nuestra especie hacer las paces con el ayer, reponerse y seguir adelante.
En cuanto a los factores de riesgo, Luis Rojas Marcos los denomina en su libro venenos de la
resiliencia y considera que son los siguientes: pánico, el aturdimiento, la depresión y el
estancamiento. Las considera condiciones nocivas que debilitan los cimientos de nuestra
resiliencia y flexibilidad e inhabilitan nuestra aptitud para encontrar las herramientas que nos
ayudan a amortiguar los golpes y a recuperarnos de sus secuelas.
Pánico
Los estados de pánico pueden ser agudos o crónicos. Los primeros son muy intensos, pero de
corta duración, y también se conocen como ataques de pánico. En los segundos la intensidad
es menor pero la duración mayor.
Las consecuencias del pánico varían. En situaciones de emergencia el pánico agudo puede
costarnos la vida pues inhabilita funciones ejecutivas como el autocontrol o la capacidad de
analizar la situación, y anula la aptitud para responder de manera adecuada y defendernos del
peligro. Aunque el estado de pánico prolongado puede no ser mortal debilita indudablemente la
La mezcla de terror e indefensión a que da lugar el pánico debilita gravemente la fuerza natural
que nos ayuda a gestionar y superar situaciones peligrosas y a resistir adversidades. El poder
destructivo e infeccioso del pánico es bien conocido por los grupos terroristas que lo utilizan
como arma principal para amedrentar a la sociedad y destruir la confianza pública.
Aturdimiento
El aturdimiento es una perturbación mental y física de la conciencia y de los sentidos, que nubla
e inutiliza la capacidad de las personas para percibir y comprender la situación en que se
encuentran, para reconocer las señales o los mensajes que reciben de sus sentidos y del
entorno, y para evaluar racionalmente la realidad.
Es obvio que en situaciones peligrosos, que requieren juicios rápidos y acertado, así como una
buena coordinación de decisiones y conductas, el aturdimiento puede ser mortal.
Las causas del aturdimiento son muy diversas y, según el daño cerebral que lo produzca, este
estado puede se momentáneo o prolongado. El origen más frecuente son agentes externos que
alteran el funcionamiento del cerebro, como una contusión o un golpe fuerte en la cabeza, un
dolor agudo inesperado, ruido estruendoso o la conmoción provocada por un suceso imprevisto
y altamente estresante.
Un motivo bastante común de aturdimiento, insiste este autor, son los efectos de sustancias
tóxicas, como ciertas drogas y medicamentos narcóticos, sedantes, ansiolíticos, hipnóticos o
fármacos que alteran las funciones mentales y psicológicas, conocidos como psicotrópicos.
Pero el alcohol es, sin duda, la sustancia que con más frecuencia contribuye a estados de
ofuscación y de torpeza.
Estas sustancias nos privan de responder con seriedad y eficacia ante una emergencia, al
socavar la lucidez, la motivación, la concentración y la buena memoria que precisamos en esos
momentos. Estas sustancias también minan los pilares de la resiliencia, especialmente cuando
son consumidas con regularidad durante las dos primeras décadas de la vida. En esos años
cruciales, los seres humanos aprendemos las aptitudes necesarias para construir las bases de
nuestra capacidad de resistir y superar la adversidad, tales como establecer relaciones
Depresión
La depresión es quizá el veneno más nocivo de la resiliencia humana según este autor. Agota
nuestra energía vital, nos desconecta afectivamente de los demás, destruye la capacidad de
concentración, daña la confianza en uno mismo, deteriora la autoestima, destruye la esperanza
y nos roba los motivos para vivir.
La depresión implica un cambio de manera de ser, persistente y perceptible para uno mismo y
para las personas que nos conocen, de al menos dos semanas de duración. Sus síntomas
afectan al estado de ánimo, a la forma de pensar, al funcionamiento del cuerpo y al
comportamiento.
La depresión, como veneno de la resiliencia, pude socavar nuestra habilidad tanto para resistir
los primeros efectos de la adversidad como para superar sus secuelas a corto y largo plazo.
Este auto manifiesta que por fortuna en los últimos veinte años la depresión ha empezado a ser
aceptada como un trastorno médico más y no un signo de debilidad de carácter o de fracaso
personal, por lo que los afectados tienen a buscar ayuda profesional más abiertamente que
antes.
La detección temprana y el tratamiento precoz de los estados depresivos pueden ahorrar a los
afectados meses de amargura y salvar muchas vidas.
Estancamiento
Dice este autor que la superación de la adversidad nos plantea dos retos diferentes y sucesivos.
El primero consiste en encajar y sobrevivir al golpe o amenaza original, sea de la naturaleza
que sea. El segundo radica en nuestra capacidad para recuperarnos de las secuelas del trauma
y no sucumbir a sus efectos nocivos a largo plazo, incorporando de forma constructiva la
experiencia a nuestra identidad y a nuestra autobiografía.
En general podemos dividir a las personas que sobreviven a la adversidad pero caen en el
estancamiento en cuatro grupos:
“Hay un único lugar donde el hoy y el ayer se encuentran, se reconocen y se abrazan. Este
lugar es el mañana”.
(Eduardo Galeano).
Resiliencia en la adolescencia
“Tejiendo palabras, construyendo historia. Pon tu voz junto a la mía y juntos construyamos un
mundo lleno de posibilidades”.
(Anna Forés y Jordi Grané)
Esta etapa incluye parte de la adolescencia temprana y toda la intermedia. En ella continúan los
cambios púberos y parte de la crisis de identidad se centra en el cuerpo. Hay un conflicto en el
joven que ahora tiene su cuerpo con funciones sexuales adultas, pero una organización psico-
social con características, infantiles. El crecimiento rápido de los adolescentes desorienta
también a padres y cuidadores; muchas veces no saben si tratarlos como a niños o mayores.
Perciben que el hijo está cambiando y que van perdiendo al hijo-niño.
También el joven percibe la pérdida de su propia infancia, de las figuras paternas que lo
acompañaron en esos años y del cuerpo que materializaba una identidad de niño. Su relación
con los padres irá cambiando para transformarse al final de la adolescencia en una relación de
Los conflictos familiares se incrementan. Los adolescentes cuestionan las normas paternas, se
resisten a vestirse como los adultos sugieren o indican, no aceptan las opiniones de los padres
sobre sus amistades: buscan la diferencia para llegar a la afirmación de lo propio, lo que puede
esteriotiparse o agudizarse como una rebeldía que genera dificultades en la vida cotidiana.
El grupo de pares cobra un significado particular, persistiendo tendencias a agruparse por sexo.
El amigo, idealizado, es compañía inseparable, apoyo y confidente.
El contexto influye en las características de la etapa. Los complejos mecanismos sociales que
dificultan la inserción laboral de los jóvenes y aumentan la deserción escolar que se produce en
la escuela media, dividen a la población adolescente en tres grandes grupos:
• Los que se escolarizan y tienen mejores oportunidades para capacitarse laboralmente, grupo
que corresponde a la menor proporción de los adolescentes de los países latinoamericanos.
• Los que ingresan al mercado laboral, generalmente en condiciones precarias por no tener
capacitación.
• Los que aumentan el número de desocupados.
El mundo afectivo familiar sigue siendo un apoyo que ayuda al adolescente en esta etapa. El
joven puede tener una culpa inconsciente por su conflicto con los padres y quiere diferenciarse
de ellos, aunque los ame. Frente a eso, los padres deben responder con un afecto
incondicional, más allá de los enfrentamientos que se produzcan. Los adultos deben reiterar su
amor a sus hijos, a pesar de no estar siempre de acuerdo con ellos. Es necesario comprender
que el conflicto no está dirigido a destruir a sus padres reales, sino a la imagen de los padres.
En el grupo de adolescentes que concurre a la escuela media, las dificultades con los padres
pueden ser desplazadas hacia los profesores. Estos, además, reviven situaciones con sus
propios hijos. Es muy importante para los jóvenes encontrar figuras de adultos que les sirvan de
puente para la salida del círculo familiar, sea en la escuela, en el trabajo, en el deporte o en
otras actividades comunitarias. El adulto significativo ha sido descrito como un componente
esencial de la resiliencia. Cuando esos adultos logran comprender los conflictos del joven, y no
se distancian de él para transformarse en censor, logran establecer vínculos afectivos que los
adolescentes necesitan.
Por último, el “enamoramiento” de adolescente puede constituir también lazos afectivos con
personas ajenas al círculo familiar. Así, es importante dar información sobre lo sexual al joven
para que opte por conductas responsables para evitar embarazos no deseados y enfermedades
de transmisión sexual.
Para el joven, esta es una etapa de desajuste en la confianza en sí mismo, puesto que se trata
de encontrar la propia identidad. La irrupción de cambios físicos, emocionales y sociales, le ha
hecho perder confianza en sus propias posibilidades, puesto que aún no las conoce bien. Ha
Lo mismo ocurre con los jóvenes que salen a buscar un trabajo que no encuentran, con el
agravante de que, en muchas sociedades, se divulgan mensajes que pretenden acusar por su
desocupación a los mismos jóvenes.
A medida que va resolviendo su situación escolar o laboral y se forma una relación afectiva más
estable con la familia al final de esta etapa, va recuperando la confianza. Esta puede salir hasta
fortalecida a medida que el joven va superando las situaciones problemáticas, y, sobre todo, si
cuenta con el apoyo comprensivo de familiares, maestros y jefes.
Es muy importante que el adolescente sea sostenido por la escuela y la familia para que
complete el ciclo medio y fortalezca su confianza.
3. un salto en la autonomía
En las comunidades que tienen espacios organizados para la participación juvenil (clubes,
iglesias, asociaciones vecinales, partidos políticos, etc.), los jóvenes logran incorporarse en
actividades colectivas y cooperativas que les permiten efectuar aprendizajes sociales
importantes: Observan una serie de estilos de participación y sus problemas, y aprenden a
distinguir entre mecanismos institucionales democráticos, paternalistas y autoritarios.
La falta de trabajo conduce a que los jóvenes trabajen con la familia. Esta situación puede
aumentar los enfrentamientos, ya que los padres (con quienes se da la ruptura para completar
la autonomía) son los mismos adultos con quienes se enfrentan por cuestiones de trabajo.
Además, es en esta etapa que se vislumbra el futuro que los jóvenes se imaginan y hacia el que
tienden. Esa capacidad de proponerse una meta y trazar los caminos para alcanzarla es uno de
los pilares del desarrollo de la resiliencia.
Sin embargo, hay situaciones en las que los jóvenes tienen que tomar decisiones que
corresponden a los adultos, asumiendo así responsabilidades excesivas para su edad. Esto no
los prepara para la autonomía, sino que significa que hagan una adaptación deformada, con un
alto costo para sí mismos. Inclusive puede producir el efecto contrario, ya que las decisiones
independientes para las que uno no está preparado provocan temores, fracasos y
dependencias.
Para tomar la mayoría de sus decisiones el adolescente precisa que un adulto lo acompañe:
para recibir información, escuchar una opinión, conocer a alguien que haya tenido que optar
como él en situaciones semejantes, etc. Es posible que al joven le sirvan los criterios del adulto
para decidir algo distinto de lo que el adulto espera. Este apoya, pero quien decide es el joven.
La actitud de colaboración y de respeto por la decisión del adolescente fortalece la resiliencia.
Para fortalecer la resiliencia en esta etapa de la vida, se puede tomar algunas acciones con los
propios adolescentes y otras con los adultos encargados de ellos. Entre las primeras están
aquéllas con las que se trata de reforzar los rasgos de los jóvenes resilientes para que ellos
mismos puedan tomar el control de sus vidas y afrontar dificultades con las mejores
herramientas. Cabe mencionar las siguientes medidas:
Entre las medidas que se puede tomar con padres y cuidadores cabe mencionar las siguientes:
Estos niños suelen responder adecuadamente frente a los problemas cotidianos, son más
flexibles y sociables, predominancia de lo racional, buena capacidad de auto-control y
autonomía.
En cuanto a lo familiar, no han sufrido separaciones o pérdidas tempranas y han vivido en
condiciones económicas y familiares relativamente estables presentando con frecuencia
características de personalidad o habilidades entre las que se puede mencionar:
Adecuada autoestima y autoeficacia.
Mayor capacidad de enfrentar constructivamente la competencia y aprender de los
propios errores.
Mejores y más eficaces estilos de afrontamiento.
Capacidad de recurrir al apoyo de los adultos cuando sea necesario.
Actitud orientada al futuro.
Optimismo y mayor tendencia a manifestar sentimientos de esperanza.
Mayor coeficiente intelectual.
Capacidad empática.
Accesibilidad y buen sentido del humor.
Muestran también una serie de características que se asocian directamente con la capacidad de
afrontar adecuadamente los problemas cotidianos, las cuales se relacionan con el propio
desarrollo personal. Los jóvenes resilientes presenten entre otras características comunes:
- Adecuado control de emociones en situaciones difíciles o de riesgo, demostrando
optimismo y persistencia ante el fracaso.
- Habilidad para manejar de manera constructiva el dolor, el enojo, la frustración y
otros aspectos perturbadores.
- Capacidad de enfrentar activamente los problemas cotidianos.
- Capacidad para obtener la atención positiva y el apoyo de los demás,
estableciendo amistades duraderas basadas en el cuidado y apoyo mutuo.
- Competencia en el área social, escolar y cognitiva; lo cual les permite resolver
creativamente los problemas.
- Mayor autonomía y capacidad de autoobservación.
- Gan confianza en una vida futura significativa y positiva, con capacidad de resistir
y liberarse de estigmas.
- Habilidad para tener el apoyo de los demás.
- Fuerte confianza en una figura positiva.
Grotberg y cols. (s/f; en Kotliarenco, Cáceres, Álvarez, 1996), opinan que existen características
que favorecen el desarrollo de la resiliencia, las cuales se mencionan a continuación.
Una persona puede ser resiliente, puede tener la fortaleza intrapsíquica suficiente y las
habilidades sociales necesarias, pero si carece de oportunidades para educarse o trabajar, sus
recursos se verán limitados.
Así mismo, Wolin y Wolin (s/f, en Kotliarenco, Cáceres, Álvarez; 1996) proponen una
explicación para el fenómeno de la resiliencia en niños y adolescentes, para lo cual desarrollan
un esquema basado en las etapas del ciclo vital. El primer círculo de la resiliencia se centra en
la infancia o niñez; el segundo, en la adolescencia y el tercero, en la adultez. Asimismo
desarrollaron un mandala.
Mandala de la resiliencia
El término mandala significa paz y orden interno, y es una expresión empleada por los indios
navajos del suroeste de los Estados Unidos, para designar a la fuerza interna que hace que el
individuo enfermo encuentre su resistencia interna para sobreponerse a la enfermedad (Suárez,
1995). En el centro del mandala reside el yo, en donde, según los Wolin, se encuentra esa
fuerza necesaria para superar las adversidades, aprender de ellas y salir fortalecido. Alrededor
se va estructurando cada manifestación, que evoluciona a través de las etapas de desarrollo del
sujeto, siendo más intuitiva en la infancia y evolucionando hacia formas más estructuradas y
conscientes en la edad adulta.
Durante la niñez, la introspección se manifestará como la capacidad de intuir que alguien o algo
no está bien en su familia, los niños resilientes son capaces de contrarrestar la reflexión
distorsionada de la familia, situar el problema donde corresponde, reduciendo la ansiedad y la
culpa.
En la adultez, esta capacidad se expresa en la aptitud para vivir en forma autónoma y de tomar
decisiones por sí mismo.
En los niños, se manifiesta de una manera en la que éstos interactúan con otras personas y
tiene la capacidad de pode ser querido por otros.
Durante la niñez, esta capacidad se expresa en la creación y los juegos que permiten revertir la
soledad, el miedo, la rabia y la desesperanza.
En los niños, esto se manifiesta en que son capaces de hacer juicios morales desde muy
temprana edad, de discriminar entre lo bueno y lo malo.
Ejemplos de resiliencia
“Es imposible aportar nada a nadie sin buscar y ver en cada cual todo lo bonito que tiene,
porque identificando lo malo, lo feo, lo torcido no se puede ayudar a nadie. Cristo miró a todos
los que conoció, tanto a las prostitutas como al ladrón, advirtiendo la belleza escondida en cada
uno de ellos. Tal vez fuera la belleza torcida o dañada, pero era belleza por donde se mirara, y
lo que Él hizo fue llamarla a voces. Esto es lo que nos corresponde hacer con los demás. Cada
cual está hecho a semejanzas de Dios, y cada cual se parece a un icono dañado. Pero si se
nos diera un icono dañado por el tiempo y los acontecimientos, o profanado por el odio de los
hombres, lo trataríamos con el corazón quebrado, con ternura y reverencia. No prestaríamos
atención al hecho de que esté dañado, sino a la tragedia de que lo esté.
(El icono dañado, Anthony Bloom)
Me ha impresionado mucho leer el artículo “los niños de las calles de Colombia” que Lorenzo
Balegno y María Eugenia Colmenares (ambos pertenecen al Centro Internacional de
Investigación Clínica-psicológica de Calí, en Colombia) publican junto a otros compiladores en
el libro “El realismo de la esperanza”, Gedisa 2004 y he querido exponer aquí como ejemplos de
resiliencia los relatos de vida que estos autores nos cuentan sobre estos niños, en homenaje a
todas esas personas anónimas, resilientes y luchadoras que conviven con nosotros sin apenas
darnos cuenta, sobre todo a los niños, seres indefensos que deberíamos cuidar en lugar de
dejar abandonados a su suerte.
En dicho artículo estos autores nos explican que en Colombia, en las grandes ciudades, hay
niños que se encuentran en la calle. En Calí, la segunda ciudad de Colombia, estos niños están
solos y se encuentran desplazados, desarraigados.
El gamín es un niño que, a partir de una edad aproximada de 4 años, decide abandonar a su
familia natural o a su familia de adopción o de acogida.
Caso 1: Luis
Luis es un niño de unos 5 años. Sus padres están separados; el padre ha formado una nueva
familia. Vive con una mujer que, a su vez, tiene hijos de otra unión. Luis vive con su padre, la
esposa de su padre y los hijos de ésta. La madre de Luis reside en otro barrio de la ciudad con
los hermanos de Luis y con un nuevo compañero.
Esta situación es bastante común en las familias pobres de Colombia, donde la inmensa
mayoría de las parejas vive según el sistema de la unión libre.
Luis explica por qué se fue a vivir a la calle y dice que recuerda que tenía unos 5 años y en
Navidad había pedido u triciclo al Niño Jesús. Dice que lo había puesto todo de su parte para
conseguir ese regalo, para que su sueño se cumpliera. El día de Navidad, ve que es el hijo de la
compañera de su padre quien recibe el objeto deseado. Tiene la sensación de sufrir una
profunda injusticia. Se apropia del triciclo y echa bruscamente al intruso. Su padre oye los gritos
del otro niño, interviene de forma violenta en contra de Luis, le quita el triciclo y vuelve a dárselo
al otro niño. Unos días más tarde, el padre lleva a Luis ante la puerta de la madre de Luis. El
niño espera a que su padre se vaya, y en vez de entrar en casa de su madre, se va a jugar a un
parque con otros niños. Así comienza su vida de gamín. Al hablar de su experiencia narra el
profundo sentimiento de libertad que le acompañaba. También sintió mucho miedo. Fue
perseguido por la policía y Luis llegó a entrar en prisión donde tuvo que defenderse de no ser
violado.
Caso 2: Juan
Cuando Juan cuenta su infancia, dice que uno de sus primeros recuerdos guarda relación con
su madre. No se acuerda de su cara. Se acuerda de una casa muy pobre en un barrio de la
periferia de un pueblecito de Colombia. Cree que tenía unos 5 años. Se acuerda de que jugaba
con una pelota de trapo y de que su madre le quitó la pelota de forma muy violenta. Entonces
decidió irse de su casa hasta Bogotá, ciudad que dista unos 200 kilómetros. Así comenzó su
vida de gamín. Hoy, Juan tiene 27 años. No conserva ningún recuerdo de aquella mujer, pero
cuenta con mucha precisión su vida de gamín.
Ambos ejemplos ilustran el momento de la separación del niño con su entorno. En ambos
casos, es el propio niño quien rompe con su entorno par a buscar otra cosa. Aquí aparece un
sentimiento muy profundo de uno mismo, de la propia identidad.
Cuando Juan empezó a contar su experiencia, lo primero que dijo fue lo siguiente: “La calles es
magnífica, la calle es libertad, pero la calle es una jungla, es la ley del más fuerte.” Relata que
cuando llegó a Bogotá tenía 6 años y se encontró con niños que, como él, vivían en la calle.
Relata que estos niños le aceptaron.
Al igual que Luis, también Juan vivió situaciones de mucho peligro que le hicieron pasar un gran
miedo. También fue perseguido por la policía y tuvo que defenderse para no ser utilizados por
los adultos, corriendo frecuentemente el riesgo de sufrir abusos sexuales.
Juan relató que en los momentos difíciles, le venía a la cabeza un recuerdo que él situaba en la
época de sus 5 años, en el momento en que abandonó a su madre. Se acordaba de una
imagen; debía de tratarse de su abuela. Era una mujer de largos cabellos grises y con las uñas
muy largas. Le rascaba afectuosamente la cabeza. Manifiesta que actualmente cuando tiene
dificultades, se rasca la cabeza de la misma forma. Recordó también que, en los momentos en
que se sentía muy mal en la calle, descolgaba un teléfono público, se ponía el auricular en el
oído y lloraba.
Cuando le preguntaron a Juan por qué el había salido airoso mientras que otros muchos
compañeros suyos se habían convertido en delincuentes o en mendigos, respondió: “Llega un
momento en que ya no se puede seguir siendo un gamín, en el que nuestra cara, nuestra
estatura, no pueden apiadar ya a la gente”, “Salí airoso porque yo lo quise, yo luché, los otros
no.”
También relató Juan su periplo de entradas y salidas en instituciones para niños y adolescentes
de Colombia. A los 18 años, se encontró solo en las calles de Bogotá con una maleta vieja, un
pantalón y una camisa de repuesto, buscando trabajo. Como no encontró trabajo en esta
ciudad, se marchó a Cali. Probó varios trabajos. Trabajó en vares, en una orquesta y finalmente
pidió que le aceptasen como educador. Finalmente y después de una gran insistencia por parte
de Juan fue admitido como educador.
Actualmente tiene 27 años, ya no trabaja como educador, acaba de terminar la formación para
trabajar en el área de la informática. Está casado y tiene dos niños estupendos. Nunca ha
vuelto a ver a su madre, pero ha realizado su sueño de fundar una familia. Su mujer procede de
una familia unida y tuvo una infancia totalmente diferente a la de Juan. Cuando se conocieron,
ella no sabía nada del pasado de él. Sólo tiempo más tarde, antes de casarse, Juan le contó
espontáneamente su historia. Él siempre ha buscado esa mano afectuosa que le acariciaba la
cabeza, esa comunicación con el otro simbolizada por ese auricular del teléfono público.
En este caso queda claro que el gamín se reconoce como agente de cambio, persigue la
consecución de su sueño, busca una solución recurriendo a sus propias posibilidades. Tanto
Juan como Luis son ahora unos jóvenes casados y con un empleo estable.
Como se puede ver con estos dos casos, el gamín establece el abandono de los adultos de
referencia sobre bases de equidad y no sobre los valores formales de la relación con el otro.
Esto indica que los valores de identidad de estos niños se basan sobre todo en la construcción
simbólica de sí mismos como agentes de su vida y como sujetos de derechos. Esta relación en
el otro y con la cultura se funda en una visión ética, y permite la asunción de uno mismo como
sujeto de sus sueños y de su sufrimiento.
Los gamines no tratan de reparar nada porque no deben ninguna reparación: estos niños no
aceptan lo inaceptable y se plantean sus sueños como un desafío y como camino.
En el caso de los niños que han sido abandonados por su familia, la capacidad de resiliencia
está ligada más bien a la necesidad de mantener vivo el vínculo emocional y social que legitima
el derecho del niño a la vida y a la identidad.
Es evidente que para el niño abandonado, los factores sociales y culturales que reproducen los
valores que legitiman la pertenencia familiar y cultural como lugar de referencia de la identidad
desempeñan un papel importante en las posibilidades de reorganización psicológica.
Caso 1 Roger:
Roger es el sexto y último hijo de unan familia pobre de un pueblecito de Colombia. Su padre,
obrero jornalero, es un alcohólico de fin de semana. Su madre se queda en casa y se ocupa
del hogar. Roger queda abandonado a su suerte y son sus hermanos y hermanas quienes se
ocupan de él. Se fuga repetidas veces de casa de sus pares y asiste de manera esporádica al
colegio. Cuando tiene 16 años no ha pasado de tercer curso de primaria. Recuerda haber
pasado un año fuera de casa. Desde los 10 años, vive del robo y del vandalismo. Cuando
vuelve a casa de sus padres, su madre le encierra en un cuarto y llama ala policía para
internarlo en un centro de menores, que es el organismos oficial en Colombia que se ocupa de
los jóvenes delincuentes y de los niños que tienen necesidad de protección. Se fuga
continuamente del centro y vuelve a casa de su madre. Ésta lo interna de nuevo y así una y otra
vez.
Caso 2 Cristina:
Cristina vivía con su padre en una pequeña aldea de los alrededores de Cali. Su madre había
abandonado el hogar conyugal y dejado a los niños a cargo de su padre. A la edad de 8 años
va a vivir a Cali a casa de una tía, hermana de su padre, que tiene sus propios hijos. Se
escapa para volver a casa de su padre, que la vuelve a llevar a casa de su tía. No va al colegio,
forma parte de la pandilla de barrio.
Como queda de manifiesto con estos ejemplos, en los casos de niños abandonados no hay una
ruptura real con el entorno familiar. El niño vuelve constantemente en busca de su familia o de
un miembro de ésta. Conserva siempre el recuerdo de un punto de anclaje; no se aleja de
manera definitiva, es decir, no hay ruptura.
A diferencia del gamín, que puede viajar a diferentes regiones de Colombia, e incluso al
extranjero, el niño abandonado debe mantener su vínculo con las personas que le rechazan.
Debe organizar un sistema frecuentemente muy patológico para mantener ese vínculo.
Organiza una divergencia: reconoce la agresión de uno de los miembros de la familia- en el
cado de Roger, es el padre alcohólico; en el de Cristina, es la tía-, pero idealiza al otro miembro
– para Roger la madre, para Cristina el padre-. El niño abandonado tiene una necesidad de
reparación muy profunda, vinculada a un sentimiento de culpabilidad.
“los niños demasiado protegidos parecen tranquilos y realizados porque nunca tienen ocasión
de ponerse a prueba. Uno los considera sólidos porque nunca han revelado su debilidad. Hasta
el día en que un minúsculo acontecimiento los derriba y los hace caer en tierra. Entonces,
reprochan a sus padres estupefactos que no les hayan armado nunca para la vida, cosa que es
injusta para estos padres entregados, pero no falsa”.
(Boris Cyrulnik)
El hecho de contextualizar la promoción de la resiliencia dentro del ciclo vital permite tener una
guía respecto de lo que se debe hacer en cada etapa del desarrollo y promover nuevos factores
de resiliencia sobre la base de aquellos factores ya desarrollados en etapas anteriores. Un
ejemplo de promoción de resiliencia de acuerdo con las etapas del desarrollo humano es la
Para Grotberg, tener en cuenta las etapas del desarrollo humano como líneas de orientación
para la promoción de la resiliencia ayuda mucho, ya que permite a los adultos tener
expectativas concretas respecto de lo que los niños pueden o no hacer de acuerdo a su edad.
Por ejemplo, un niño de cinco años no necesita ser mecido para quedarse dormido, pero puede
ayudar a limpiar después de un huracán, y puede explicar qué sucedió y cómo él es capaz de
lidiar con la adversidad.
Se ha tendido a pensar que los niños de nivel socioeconómico alto son más resilientes. Estos
niños son más exitosos en la escuela; sin embargo, el buen rendimiento escolar no es
resiliencia. Puede que estos niños realicen mejores trabajos, pero eso no necesariamente
implica que sean resilientes. Un estudio realizado por Grotberg en 1999, en veintisiete lugares
distribuidos en veintidós países, demostró que no existía conexión entre el nivel
socioeconómico y la resiliencia. La diferencia consistió principalmente en la cantidad de factores
resilientes utilizados. Aunque la pobreza no es una condición de vida aceptable, no impide el
desarrollo de la resiliencia. En esta misma línea, señala Grotberg, George Vsillant y Timothy
Davis presentaron en el año 2000 una evidencia longitudinal de que no existe relación alguna
entre inteligencia y resiliencia, y/o clase social y resiliencia.
Hoy en día es posible darse cuenta de que ha habido un cambio en el lenguaje de aquellas
personas que estudian el fenómeno de la resiliencia. Grotberg constata que la consideración de
los factores de resiliencia que enfrentan el riesgo ha sido desplazada por la de los factores de
protección que resguardan del riesgo. Considera, asimismo, que este cambio es profundo. Los
Grotberg pone como ejemplo para explicar esto la siguiente situación: si una escuela tiene un
letrero que dice que no se aceptan personas extrañas dentro del recinto escolar, no hay
ninguna adversidad con la que lidiar. Ésta es una estrategia de protección que los niños
necesitan, que no debe ser confundida con resiliencia. Pero si una persona extraña sigue a un
niño a la salida de la escuela y le ofrece dulces, en ese caso se requiere resiliencia. ¿Cuáles
son los factores que el niño pondrá en práctica para enfrentarse a esa situación? ¿Se irá
corriendo a su casa ó regresará a la escuela? ¿Alguna vez alguien le enseñó qué hay que
hacer en una circunstancia como ésta?.
Cada día más personas consideran la resiliencia como una característica de la salud mental. De
hecho, la resiliencia se reconoce como un aporte a la promoción y el mantenimiento de la salud
mental. El rol de la resiliencia es desarrollar la capacidad humana de enfrentar, sobreponerse y
de ser fortalecido e incluso transformado por las experiencias de adversidad. Es un proceso que
excede el simple “rebote” o la capacidad de eludir esas experiencias, ya que permite ser
potenciado y fortalecido por ellas, lo que necesariamente afecta a la salud mental.
Sin embargo, la resiliencia ha sido muy criticada debido a la falta de medición. La causa de esto
ha sido el surgimiento abrupto del concepto. Los primeros proyectos de investigación estaban
focalizados en la relación existente entre padres que vivían en situación de pobreza o que
padecían problemas patológicos y sus hijos. Para sorpresa de los investigadores, un tercio de
los niños estudiados no estaban siendo afectados negativamente por las condiciones de vida
anteriormente descritas. Incluso, estos niños se desempeñaban bien, eran felices, tenían
amigos y eran sanos mentalmente.
Por último añade que Chok Hiew y colegas descubrieron que las personas resilientes eran
capaces de enfrentar estresores y adversidades. También advirtieron que la resiliencia reducía
la intensidad del estrés y producía el decrecimiento de signos emocionales negativos, como la
ansiedad, la depresión, o la rabia, al tiempo que aumentaba la curiosidad y la salud emocional.
Por lo tanto, la resiliencia es efectiva no sólo para enfrentar adversidades sino también para la
promoción de la salud mental y emocional.
La gente se pone nerviosa cuando percibe que otra cultura intenta imponer sus puntos de vista
y sistemas de valor en la cultura local. Ésta es una buena razón para ponerse nervioso ya que
parece razonable el deseo de mantener los beneficios de la propia cultura. Por ejemplo, si una
persona está acostumbrado a la libertad, es difícil que la cambie por seguridad.
Grotberg afirma que resultados de una investigación de conjunto llevada a cabo junto a Gasim
Badri, encontraron que la gente, especialmente los padres, estaban dispuestos a adoptar
prácticas de otras culturas, una vez que percibían los beneficios de éstas. El estudio procuraba
asistir a los padres en la adopción de nuevas conductas que ayudaran a promover el desarrollo
de sus hijos cambiando del castigo corporal por el refuerzo positivo, es decir, quitando un
refuerzo placentero como forma de castigo y promoviendo la conversación. Por supuesto que
los niños debían aprender las consecuencias de sus conductas.
Una gran parte importante de la literatura sobre la resiliencia está enfocada hacia la prevención
de adversidades y su impacto. Este modelo preventivo según Grotberg es consistente con el
modelo epidemiológico de salud pública, que se ocupa por ejemplo de la prevención de
enfermedades y, más recientemente, de la prevención de la violencia, el uso de drogas, las
enfermedades de transmisión sexual, el embarazo de las adolescentes y el abuso infantil.
El modelo de prevención está comprometido con la maximización del potencial y del bienestar
entre los individuos en riesgo y no sólo con la prevención de los desórdenes de salud.
El interés cada vez mayor de considerar la resiliencia como un proceso significa que ésta no es
una simple respuesta a una adversidad, sino que incorpora, según Grotberg, los siguientes
aspectos:
El área de la resiliencia sigue creciendo; según Grotberg, es maravilloso ver cómo gobiernos y
universidades apoyan la investigación e implementación de programas de resiliencia.
Seguramente, habrá nuevos hallazgos, nuevos problemas en la conceptualización, definición y
medición del término. Se ha avanzado mucho desde los estudios pioneros; ahora, contando con
bases sólidas, se puede seguir construyendo con confianza nuevos alcances de este fructífero
concepto.
Un hecho incontrovertible, que el pasado no es siempre garantía del porvenir y que a toda edad,
una trayectoria de vida negativa, puede ser modificada”.
(C. Poirier)
Introducción
“Imaginen que tuvieseis que talar todo lo que está torcido. Nos quedaríamos sin vino, aceite ni
frutas. Muchas cosas están torcidas en nuestro planeta. Con las cosas torcidas sólo es
necesario un tutor para poder dar el fruto correspondiente. Si te sientes podrido, piensa en las
semillas de las manzanas podridas: no acostumbran a dar manzanas podridas. Si cultivas en
buena tierra, saldrá un nuevo manzano, con nuevos frutos y con nuevas posibilidades.”
(Tim Guénard).
Individualmente, por su origen genético, cada niño posee una fuerza biológica y ciertas
vulnerabilidades, pero es a nivel familiar donde va a poder desarrollar una adaptación entres
sus características personales y las necesidades y capacidades de los padres.
Ser padres y madres es una tarea difícil. Supone, entre otras cosas, sentirse responsables del
bienestar de sus hijos y esta responsabilidad va aumentando a medida que éstos se van
haciendo mayores. De manera que no es suficiente con cubrir las necesidades económicas
básicas de supervivencia, sino que también hay que hacer lo propio con las necesidades de
educación, de preparación para la vida y de las necesidades afectivas y emocionales. La
esencia de la familia actual va más allá de la supervivencia y la protección, la esencia ahora es
la búsqueda de la felicidad.
Los estudios que se han realizado sobre individuos resilientes han remarcado la importancia de
adoptar una concepción sistémica. Dichos estudios han encontrado que la mayor influencia
positiva es una relación estrecha de afecto con un adulto significativo que crea en ellos y con el
cual ellos pueden identificarse. Sin embargo, la mayor parte de las teorías e investigaciones
sobre la resiliencia se han aproximado al contexto relacional de ésta en forma restringida,
atendiendo únicamente a la influencia de una sola persona significativa que establece una
relación diádica con el niño en riesgo.
Si ampliamos el punto de mira, según Froma Walsh, extendiéndolo más allá del vínculo diádico
y de los factores determinantes de los primeros años, observamos que la resiliencia se entreteje
en una red de relaciones y experiencias que tienen lugar a lo largo del ciclo vital y a lo largo de
las generaciones en las familias. Para poder entender la resiliencia en su contexto social y en
el transcurso del tiempo es necesario adoptar una perspectiva ecológica y evolutiva.
Perspectiva ecológica
Esta perspectiva tiene en cuenta las numerosas esferas de influencia que operan sobre el
riesgo y la resiliencia durante el periodo de vida de la persona. La familia, el grupo de pares, la
escuela o el contexto laboral, así como los sistemas sociales más amplios, pueden considerarse
una sucesión de contextos de competencia social integrados unos en otros.
Rutter señala asimismo que para comprender y fomentar la resiliencia y los mecanismos de
protección se debe atender a la interacción de lo que ocurre dentro de la familia con lo que
acontece en ámbitos políticos, económicos, sociales y raciales en lo que viven y se desarrollan
los individuos y sus familias.
Perspectiva evolutiva
Para comprender la resiliencia es necesario además contar con una perspectiva del desarrollo
individual y familiar que tenga en cuenta el ciclo vital. La vulnerabilidad de las personas en
distintas etapas evolutivas presenta diferencias de género: los hombres corren más riesgo en la
niñez y las mujeres en la adolescencia. Estas variables subrayan la naturaleza dinámica de la
resiliencia a lo largo del tiempo.
El estudio longitudinal de Werner y Smith (1982,1992) sobre los niños en riesgo de la isla de
Kauai proporciona pruebas para una concepción interaccional compleja de la resiliencia. Sus
hallazgos revelan que los investigadores anteriores se habían centrado demasiado en la
influencia de la madre y en el daño ocasionado por uno de los progenitores dentro de la familiar
nuclear, desechando la importancia de los hermanos y otros integrantes de la red familiar
extensa. Se descubrió que el papel de una amplia gama de relaciones de apoyo era decisivo en
todas las edades. La mayoría de los niños tienen un buen comienzo si logran establecer
precozmente un vínculo con una persona que le brinde atención, por lo menos, pero esta
persona no tiene por qué ser necesariamente la madre; frecuentemente era la abuela, una
hermana mayor, una tía u otro pariente.
Sin embargo, ni siquiera un mal comienzo determina un resultado negativo. Muchos niños
logran superar la negligencia, el abandono y los retrasos evolutivos de sus primeros años y son
capaces de salir adelante cuando reciben cuidados nutricios, ya sea por la adopción o por vía
de sus mentores (maestros, cuidadores, educadores, etc.). Durante su escolaridad, los niños
resilientes buscan activamente la formación de redes de apoyo en su familia extensa y en su
comunidad. Es interesante recalcar que en todos los niveles de edad, las niñas superan la
adversidad en mayor número que los niños.
Según Werner y Smith, las primeras experiencias de vida no dejan “marca indelebles”. Un dato
importante que aportaron sus estudios fue que la resiliencia podía desarrollarse en cualquier
punto del ciclo vital, que hechos imprevistos y nuevas relaciones pueden cortar una cadena de
acontecimientos negativos y catalizar un nuevo crecimiento. De los dos tercios de niños en
riesgo que en su adolescencia fueron considerados perturbados y no resilientes, la mitad se
había autocorregido a los 30 años: actos delictivos anteriores no determinaron que su vida
estuviera ligada al delito, y mucho lograron matrimonios estables y trabajos decentes. También
en estos casos la mayoría informó que algún adulto se había interesado por ellos cuando
tuvieron dificultades. Todos afirmaban, además, haber tenido un punto de viraje a raíz de
contraer un buen matrimonio, haber encontrado un buen empleo, haber ingresado en las
fuerzas armadas o en algún grupo religioso sumamente estructurado.
Las conclusiones de Werner y Smith son avaladas por otros estudios de niños en riesgo
realizados en otras partes del mundo (Masten et al., 1990; Wyman et al., 19911991) los cuales
indican los efectos benéficos de la red de relaciones establecida a través de la familia extensa,
los amigos y los vecinos. Las interacciones positivas de las personas con su entrono tiene un
efecto constante de refuerzo mutuo, testimoniado en una trayectoria vital positiva o una espiral
en ascenso.
“No tenemos en nuestras manos las soluciones para todos los retos. Pero ante los retos
tenemos nuestras manos. “
Según Ramey, De Luca y Echols describen en el libro de Grotberg “La resiliencia en el mundo
de hoy”, las familias resilientes son aquellas en las que la unidad familiar crea formas activas,
saludables y sensibles de satisfacer las necesidades de los niños (aunque en su definición
hablan de niños con capacidades especiales) sin comprometer la integridad total de la familia y
sin abandonar las necesidades individuales y de desarrollo de los otros miembros de la familia.
Para poder llevar a cabo esto se requiere estrategias fuertes, múltiples y, a menudo, muy
creativas. La resiliencia familiar excede el compromiso del padre o la resiliencia de la madre e
implica la conciencia y el compromiso de todos los miembros de la familia, quienes contribuyen
de diferentes modos al bienestar familiar y a los ajustes especiales que son los que hacen que
la familia tenga su propia identidad.
Según Froma Walsh el concepto resiliencia familiar designa los procesos de superación y
adaptación que tienen lugar en la familia como unidad funcional. La perspectiva sistémica
permite comprender de qué manera los procesos familiares moderan el estrés y posibilitan a las
familias afrontar las adversidades y superar las situaciones de crisis. Patterson sostiene que
los factores estresantes afectan a los niños sólo en tanto y en cuanto interrumpen los procesos
decisivos de la familia. No sólo es el niño quien muestra vulnerabilidad o resiliencia, sino que es
el propio sistema familiar el que influye en el ajuste.
La resiliencia familiar supone la habilidad de una familia para resistir y rebotar de crisis y
problemas persistentes. Este concepto de resiliencia relacional que incluye a la familia se
caracteriza por una parentalidad efectiva, un ambiente familiar apoyador, una conexión con
otros adultos y unas relaciones positivas con la familia extensa.
b) estrategias familiares
- Estimular y fomentar la expresión del interés y amor dentro del grupo familiar. Esto
favorece el conocimiento de las personas y permite identificar diferentes vivencias
(alegres, tristes, laborales, estudiantiles, amorosas, de salud, etc.) y con ello se favores
le resiliencia de cada miembro de la familia.
- Inoculación psicológica de optimismo aprendido: intervenciones psicosociales
preventivas que desarrollan resistencia a experiencias fuertes.
- Búsqueda de espacios y tiempos necesarios de interacción para lograr un espacio de
enseñanza de habilidades para la vida. Cuando ambos padres trabajan y los hijos tienen
acceso a múltiples posibilidades de distracción (TV, Internet, play station, etc.) hacer esto
es especialmente difícil pero igual de necesario.
- Fomentar la participación activa de cada uno de los integrantes en los quehaceres
familiares.
- Lograr la capacidad de observar nuestras acciones de forma individual y como familia,
complementando lo anterior con al realización de autocrítica y aceptación de errores y
virtudes.
- Estimular y modelar la capacidad de escucha y aprendizaje frente a circunstancias que la
vida pone ante nosotros.
- Demostrar y fomentar la confianza en cada uno de los miembros de la familia, en sus
capacidades de enfrentar crisis o problemas y salir adelante.
En el área de la salud mental, la mayoría de las teorías clínicas, la formación tanto personal
como profesional y la investigación se han centrado de forma abrumadora en las deficiencias y
han considerado que la familia está involucrada en el origen o mantenimiento de casi todos los
problemas de funcionamiento individual.
Hasta mediados de la década de 1980 las primeras formulaciones de la teoría familiar sistémica
seguían enfocando los procesos familiares disfuncionales. Dado que el campo clínico estaba
tan orientado a la patología, con su intenso examen de las fallas de las familias y su ceguera
ante sus méritos, Froma Walsh sugirió medio en serio medio en broma que la familia normal
podía definirse como aquella que aún o había sido evaluada.
La visión de la llamada familia “normal” es un gran medida subjetiva y está filtrada por los
valores profesionales, la experiencia familiar personal y las normas culturales. Existen dos mitos
sobre la familia “normal” que han perpetuado una idea sombría acerca de la mayor parte de las
familias.
Uno de esos mitos es la creencia de que las familias sanas están libres de problemas.
Basándose en el modelo médico, se ha definido clínicamente la salud como ausencia de
problemas. Esto no lleva a adoptar la premisa incorrecta de que todo problema es sintomático
de una familia disfuncional y causado por esta. Esta creencia ha tendido a patologizar a familias
corrientes que procuran superar las tensiones y los cambios que son parte de la vida. Ninguna
familia está libre de problemas. Lo que distingue a las familias sanas no es la ausencia de
problemas sino más bien su capacidad de superarlos y resolverlos.
Froma Walsh reconoce que sus investigaciones con familias saludables modificaron de forma
radical el rumbo de sus estudios y de su labor clínica, desplazando su atención de las
deficiencias familiares a la comprensión y promoción de los procesos que favorecen la salud y
el crecimiento a lo largo de la vida y de las generaciones.
En las últimas dos décadas, un grupo creciente de estudios sistémicos han ampliado el
conocimiento de los procesos multidimensionales que caracterizan a las familias de buen
funcionamiento en contraste con las disfuncionales.
Debemos tener cuidado de no patologizar a las familias que poseen otros valores culturales,
presentan las reacciones normales ante un estrés grave o han generado sus propias estrategias
creativas para amoldarse a la situación particular que les toca vivir. Froma Walsh pone como
ejemplo para explicar esto que si una familia tiene un alto grado de cohesión, esto suele ser
rápidamente rotulado de “aglutinamiento disfuncional” ; sin embargo, en una determinada
cultura la unión de la familia puede ser muy valorada o indispensable si sus integrantes deben
conjugar sus esfuerzos para lidiar con una adversidad grave. Los procesos beneficiosos para
un funcionamiento eficaz pueden variar según los contextos socioculturales y los desafíos de la
vida.
Debe, por lo tanto, evaluarse el funcionamiento familiar ante cada situación. El concepto de
resiliencia familiar es flexible y puede abarcar numerosas variables: similitudes y diferencias,
continuidad y cambio en el transcurso del tiempo.
Se han propuesto tres modelos para explicar los mecanismos a través de los cuales los
procesos de protección pueden dirimir la relación entre el estrés y la competencia.
h) superación y adaptación
Los desafíos psicosociales planteados por los sucesos estresantes varían según sus
circunstancias, oportunidad y significado. Los acontecimientos catastróficos que se producen de
pronto y sin aviso previo son especialmente traumáticos.
Ciertos factores estresantes recurrentes, como la violencia familiar o comunitaria, pueden volver
a aparecer en cualquier momento y alimentan la angustia anticipatoria. La índole súbita,
imprevisible y amenazadora de dichos sucesos resulta particularmente desequilibrante. Las
complicaciones postraumáticas son corrientes.
Un desafío persistente tal vez requiera “aguante” a largo plazo; plantea demandas muy distintas
que una crisis repentina, en la que la familia debe movilizarse rápidamente pero luego puede
retornar a su vida habitual. El desafío es prolongado si la discapacidad permanente de un
miembro de la familia altera en forma irrevocable la vida de todos. En la mayoría de los casos
las demandas psicosociales que sufre la familia cambian con el tempo y el proceso de
adaptación presenta varias fases sucesivas, como ocurre con el curso variable de una
enfermedad grave; y en cada etapa de transición la familia debe reacomodarse y recalibrarse.
Es importante reorientar las investigaciones futuras abandonando los estudios de las familias
disfuncionales y de los motivos de sus fracasos, para abordar el estudio de las familias de buen
funcionamiento y los factores de su éxito, sobre todo frente a la adversidad.
“Pienso que todos tenemos la semilla de la resiliencia; de cómo sea regada dependerá su buen
crecimiento”. (Palabras de un adolescente de Nueva York).
Factores de riesgo
“El horizonte se inclina hacia delante y te ofrece un espacio para que pongas en él los nuevos
peldaños del cambio”.
(Maya Angelou)
Factores de protección
- paternidad democrática
- relaciones madre-hij@ positivas
- relaciones padre-hij@ positivas
- escasez de separaciones largas del cuidador primario
- familia unida
- presencia de un compañer@o de un apoyo marital en el hogar
- presencia de adultos accesibles, responsables y atentos a las necesidades de los
jóvenes
- reglas claras y realistas
- expectativas altas pero realistas y apropiadas a la edad
- fortalecimiento del autocontrol
- fortalecimiento de la competencia social
- fortalecimiento de la autoestima
- apoyo para el desarrollo de un pensamiento positivo
- apoyo para la toma de decisiones y enfrentamiento de problemas
- apoyo para el desarrollo de habilidades y la formulación de metas
- apertura de oportunidades de participación
- contacto cercano con adultos que proporcionan cuidado
- autoridad parental positiva (caracterizada por tener una estructura consistente, cercanía,
expectativas, calidez, ect.)
- clima familiar positivo
- comunicación asertiva y clara, que permita la expresión de emociones y sentimientos
- solidaridad y colaboración frente al problema
- ambiente familiar organizado y flexible que permita cambios
- padres que presentan factores de resiliencia individual
- padres interesados e involucrados en la educación de los niños
- aspectos socioeconómicos y escolares positivos en la familia
- cohesión de la estructura familiar, para afrontar los problemas sin que la familia se rompa
- la existencia de una red social de contención, es decir, una adecuada comunicación con
el medio externo y existencia de una red social de apoyo
El enfoque de la resiliencia familiar tiene mucho en común con numerosos enfoques de terapia
familiar basados en la competencia: pone énfasis en un proceso de colaboración e intenta
identificar y aprovechar los puntos fuertes de la familia. Sin embargo mientras que el enfoque de
la resiliencia conecta los procesos de cada familia con su desafíos singulares a fin de mejorar la
capacidad de superación y dominio, esos enfoques de terapia familiar son ajenos al contexto o
se centran puramente en resolver un problema concreto presentado.
Una hipótesis básica de este enfoque sistémico es que las crisis graves repercuten en toda la
familia, y por lo tanto, los mecanismos de superación familiares influyen también en la
recuperación y resiliencia de todos sus integrantes en ese sistema como unidad. La manera en
que la familia afronta y resuelve una crisis influye en la adaptación de todos sus miembros.
Atenuación de los efectos del estrés; amortiguación del impacto, superación de los
obstáculos.
Modificación de las estrategias de superación inadaptadas.
Mejor tolerancia a las secuelas de los shocks y a la tensión prolongada;
recuperación de los reveses.
Todo el desarrollo del enfoque de Forma Walsh así como las referencias a los autores que se
harán en este punto está basado y extraído del libro de Froma Walsh “Resiliencia familiar.
Estrategias para su fortalecimiento”. Editorial: Amorrortu.
Introducción
En terapia familiar, la postura de la resiliencia se funda en una serie de convicciones sobre las
potencialidades de la familia que dan forma a toda intervención, incluso las que se llevan a cabo
con familias sumamente vulnerables cuya vida está colmada de situaciones críticas. Se alienta
la colaboración entre los familiares, permitiéndoles forjarse nuevas y renovadas competencias.,
apoyo muto y la común certeza de que ellos han de prevalecer frente a todo lo que los
coacciona. Este enfoque favorece la creación de un clima familiar vigorizante, destacando la
posibilidad de que los miembros de la familia puedan dominar obstáculos en apariencia
insuperables merced a su labor común, y de que conciban su éxito, en gran medida, como
consecuencia de sus esfuerzos, recursos y capacidades compartidos. Esto aumenta el
sentimiento de orgullo y de eficacia de la familia, mejorando así sus mecanismos para enfrentar
futuros ajustes vitales. El enfoque de la resiliencia familiar ofrece un marco positivo y
pragmático que orienta las intervenciones a fin de fortalecer a la familia a medida que resuelve
sus dificultades. Va más allá de la resolución de problemas para ocuparse de su prevención; no
sólo brinda reparación a la familia, sino que además la prepara para enfrentar otros desafíos en
el futuro. De este modo, cada intervención, es al mismo tiempo una medida preventiva.
A Froma Walsh le ha resultado útil organizar todo su marco conceptual en tres grandes campos:
sistemas de creencias, patrones de organización y procesos comunicativos. Estos procesos
pueden organizarse y expresarse de diferente modo y en distinto grado según se amolden a
diversas formas, valores, recursos y desafíos de las familias.
A modo de síntesis, esta autora enuncia varios principios básicos, procedentes de la teoría
sistémica, que sustenta el enfoque de la resiliencia familiar:
Por lo tanto, según cómo enfrene una familia los desafíos que se le plantean, los mismos
factores de estrés pueden dar origen a distintas consecuencias. Una convicción central del
enfoque de la resiliencia familiar es que la colaboración entre los miembros de la familia para
encontrar solución a sus problemas comunes tienen grandes ventajas.
Los sistemas de creencias son la esencia del funcionamiento familiar y constituyen fuerzas
poderosas en la resiliencia. El modo como las familias visualizan sus problemas y sus opciones
puede determinar que imperen la superación y el dominio y o la disfunción y la desesperación.
Las creencias son las lentes a través de las cuales visualizamos el mundo en el transcurso de la
vida, lentes que influyen en lo que vemos o no vemos y lo que hacemos con nuestras
percepciones. Las creencias constituyen la esencia de nuestra identidad y de nuestro modo de
comprender las cosas y conferir sentido a nuestra experiencia.
Los sistemas de creencias familiares brindan coherencia y organizan la experiencia a fin de que
los miembros de la familia puedan dar sentido a las situaciones críticas. En su investigación
sobre los paradigmas familiares, David Reiss demostró que las familias construyen creencias
compartidas sobre el funcionamiento del mundo y su propio lugar en él. Estos paradigmas
influyen en la forma como los miembros de la familia conciben e interpretan los sucesos y
conductas. Ofrecen una orientación significativa para su comprensión mutua y para encarar
nuevos desafíos. Las creencias compartidas se desarrollan y son reafirmadas y modificadas
durante el ciclo vital de la familia y a través de la red multigeneracional de relaciones. Como el
entorno familiar y social varía a lo largo del tiempo y para cada individuo, no todas las creencias
de una familia serán compartidas. Entre hermanos, por ejemplo, pueden surgir diferentes
perspectivas a partir de experiencias particulares no compartidas, en las que influyen la
predisposición genética, el orden de nacimiento, el género, los roles familiares, la dinámica
relacional y el momento de aparición de sucesos críticos. Sin embargo, las creencias
dominantes en un sistema familiar son las que más gravitan en el modo como las familia, en
cuanto unidad funcional, afrontará la adversidad.
Estas creencias compartidas configuran las normas familiares, expresadas en reglas prefijadas
y predecibles que gobiernan la vida familiar. Las reglas relacionales, tanto las explícitas como
las implícitas, proponen expectativas acerca de los roles, acciones y consecuencias que guían
la vida familiar.
En las familias funcionales, las reglas relaciones organizan la interacción y ayudan a mantener
la integración del sistema regulando la conducta de los miembros. Las creencias esenciales son
fundamentales para la identidad de la familia y sus estrategias de superación, expresadas en
reglas tales como “nunca nos rendiremos cuando la cosa se complique”. Con el paso del
tiempo, es preciso reevaluar las expectativas mutuas y modificar las reglas a la luz de
cambiantes necesidades y limitaciones, como ocurre, por ejemplo, cuando la discapacidad del
padre echa por tierra los supuestos sobre su rol como sostén económico de la familia.
Los rituales familiares preservan y transmiten la identidad y las creencias de cada familia
vinculadas a la celebración de las festividades, los ritos de pasaje (por ejemplo, matrimonios,
graduaciones, funerales), las tradiciones familiares (por ejemplo, aniversarios y reuniones) y las
interacciones familiares cotidianas (por ejemplo, la cena). Los rituales facilitan también las
transacciones del ciclo vital y las transformaciones de las creencias.
Los significados y creencias se expresan en los relatos que construimos en conjunto para dar
sentido a nuestro mundo y al lugar que ocupamos en él. La narración ha sido útil en todo tiempo
y lugar para transmitir las creencias culturales y familiares que guían las expectativas y
acciones personales.
Walsh menciona a Joan Laird y dice que éste remarca que gracias a la elaboración de relatos
llegamos a conocernos a nosotros mismos y construimos identidades coherentes a fin de
otorgar sentido al contexto social más amplio y a nuestra conexión con él. Del mismo modo,
menciona a Susan Griffin, la cual afirma que todos tenemos una profunda necesidad de
mantenernos conectados con la sociedad en general y con nuestra propia historia. Sostienen
también que toda la historia forma parte de nosotros, de modo tal que cuando se cuentan
relatos o se revelan secretos llegamos a comprender mejor nuestra propia vida.
Los relatos y creencias son elementos esenciales en el proceso de cambio. Los terapeutas
familiares pueden ayudar a los consultantes a recuperar relatos importantes del pasado que se
han fragmentado o perdido en los procesos familiares de conservación de secretos, negación,
distorsión e interrupción de las relaciones. Este tipo de relatos se refiere, por lo general, a
incidentes cargados de resentimiento, vergüenza o culpa relacionados con el abuso de drogas,
la violencia o abuso sexual, el suicido o las acusaciones por incurrir en una conducta contraria a
la ética, escandalosa o ilegal. Los diversos enfoques de la terapia narrativa consideran que el
cambio se produce cuando el terapeuta y la familia colaboran en el desarrollo de significados
alternativos y de nuevos relatos, más esperanzadores y afirmativos, en lugar de las narraciones
saturadas de problemas.
Valor asociativo
Aunque la definición de familia es fluctuante y diversa, los fundamentos de una familia sana son
la valoración del parentesco y el orgullo por la identidad familiar.
La idea de hogar también se extiende a un sentido de comunidad que va más allá de la familia
inmediata y está entrelazado en el significado y la experiencia. Todos los conceptos del yo y las
construcciones del mundo son en lo fundamental el productos de relaciones, y una vida
significativa se sostiene mejor en la interdependencia.
Walsh menciona la investigación llevada a cabo por Beavers y sus colaboradores en la que se
descubrió también que este valor asociativo era vital para un funcionamiento familiar óptimo.
Los miembros de una familia comparten una fuerte creencia en la importancia de su vida
familiar. Comparten la convicción de que la gente no prospera en un vacío interpersonal y las
necesidades humanas se satisfacen en las relaciones. El cariño auténtico demuestra su eficacia
aun en familias en las que las destrezas parentales son más modestas. La esperanza de
obtener satisfacción de las relaciones refuerza, a su vez, el compromiso y la entrega emocional
mutuos.
Los familiares significativos y las relaciones comunitarias son fuentes de ayuda en tiempos
difíciles. La entrega a la asociación y la colaboración aumenta nuestras posibilidades de superar
desafíos abrumadores.
Las familias tienen más posibilidades de enfrentar la adversidad cuando sus miembros
mantienen la lealtad y la fe mutua, arraigadas en un fuerte sentimiento de confianza. Comparten
la convicción de que el hogar es un sitio seguro y acogedor y de que siempre podrán contar
unos con otros. Aquí vuelven a unirse las creencias y las acciones. Los miembros son
confiables; se puede tener la seguridad de que serán fieles a su palabra y se sostendrán
recíprocamente. Las relaciones se fortalecen con acciones que son muestras de integridad y se
basan en la consideración del bienestar mutuo. La confianza es esencial para una
comunicación franca, la comprensión recíproca y la resolución de problemas, como lo
observaron los precursores de la terapia familiar en familias perturbadas.
Sin embargo, la capacidad de confiar en el mundo y ver la benevolencia en los otros puede
resultar perjudicada por experiencias repetidas de discriminación, explotación o abuso; no
obstante, los miembros de la familia deben al menos suponer intenciones benignas en sus
relaciones importantes. La mutualidad se ve estimulada cuando existe la convicción de que los
otros miembros de la familia se esfuerzan por hacer las cosas lo mejor posible dentro de sus
circunstancias y límites particulares, en lugar de creer que sus acciones persiguen propósitos
fundamentalmente hostiles o destructivos. La confianza mutua en la buena voluntad esencial de
cada uno es decisiva para establecer vínculos de cercanía y colaboración y sostener la
confianza, la alegría y el bienestar en las relaciones. En tiempos difíciles, los miembros de la
familia actúan mejor cuando saben que pueden recurrir unos a otros como asociados confiables
y fieles parientes.
Las familias funcionales tienen un concepto evolutivo del tiempo y del devenir, como un proceso
continuo de crecimiento y cambio, que progresa a lo largo del ciclo vital y generación tras
generación.
Estas familias se orientan fundamentalmente por el ciclo vital, aceptando los ritmos y flujos de la
vida familiar con el crecimiento de los hijos y envejecimiento y la muerte de los padres.
Las familias resilientes son más capaces de aceptar el paso del tiempo y la necesidad de
cambio en los nuevos desafíos en pos del desarrollo. Las transiciones de los ciclos vitales,
aunque provocan rupturas, también constituyen hitos que pueden instar a una reevaluación de
los supuestos acerca del mundo y nuestro lugar en él. Consideradas desde este punto de vista,
las transiciones dolorosas pueden catalizar el crecimiento y la transformación. En contraste,
como han observado Betty Carter y Mónica McGoldrick, las familias más disfuncionales carecen
de un sentido dinámico del paso del tiempo y de las continuidades entre el pasado, el presente
y el futuro. Los síntomas de disfunción aparecen en momentos de transición disruptiva. Muchos
sólo viven en el presente, sin una idea de las conexiones pasadas o el rumbo futuro. Algunos
focalizan tanto su atención en objetivos futuros que son incapaces de vivir plenamente el
presente. Otros permanecen preocupados por el pasado, aferrados a viejos agravios, conflictos
o pérdidas. Algunos intentan escapar del pasado borrando de su mente las relaciones y los
aspectos dolorosos de su historia. Algunos niegan su pasado efectuando elecciones reactivas y
opuestas en su vida; sin embargo, a menudo terminan por recrear situaciones ya conocidas.
Las experiencias traumáticas del pasado se codifican en libretos familiares pro lo común no
conscientes, que ofrecen un programa de conducta y búsqueda de significado cuando la familia
enfrenta un dilema o una crisis. Los conflictos no resueltos, los secretos y las pérdidas pueden
repercutir bajo la superficie, estallando en síntomas dolorosos o comportamientos destructivos,
o manifestándose en los dramas familiares de la próxima generación. Los mitos familiares
pueden tanto fortalecer como debilitar, lo cual dependerá tanto de los temas subyacentes como
de su capacidad de responder a las nuevas circunstancias.
Como descubrió Kagan, las familias pueden tener una positiva influencia mediadora en la
adaptación de los hijos a una experiencia de desequilibrio emocional, como el divorcio, si
comparten con ellos puntos de vista favorables y comprenden lo que les pasa. La capacidad de
esclarecer y dotar de sentido a una situación delicada hace más fácil sobrellevarla. También
puede resultar transformadora, al dar una nueva visión y una nueva finalidad a al propia vida.
Hay que añadir, que las percepciones de un hecho actual se entrecruzan con los legados de
experiencias previas en el sistema multigeneracional para forjar el significado que cada familia
otorga a un desafío y sus patrones de respuesta. Las experiencias traumáticas del pasado
cargan de significado y de aprehensiones la situación actual, y de ese modo complican la
adaptación. Si una familia logró manejar crisis o transiciones similares en el pasado, sus
miembros encararán con mayor confianza una situación actual. Es importante buscar manejos
eficaces de adversidades pasadas que ofrecen modelos positivos susceptibles de aplicarse a
las nuevas situaciones.
Sentido de coherencia
El concepto de sentido de coherencia fue elaborado por Aarón Antonovsky como un modelo
para la comprensión del surgimiento de la salud (un modelo “salutógeno” en contraste con un
modelo “patógeno”). Este enfoque supone que, dada la índole generadora de estrés del medio
ambiente humano, nuestro estado “normal”es el desorden y el caos y no la estabilidad y la
homeostasis.
El sentido de coherencia se define como una orientación global que ve la vida como algo
razonable, manejable y significativo. Un fuerte sentido de coherencia implica confianza en la
capacidad de esclarecer la naturaleza de los problemas, de manera tal que éstos parezcan
ordenados, previsible y explicables. Los factores estresantes son considerados como desafíos
que nos vemos motivados a enfrentar con éxito.
El modo como los miembros de una familia definan y formulen una situación problemática
influirá en sus intentos de resolverla. La cosmovisión general de una familia puede no ser tan
útil ante un desafío determinado. Por ejemplo, una familia que cree que no debe ahorrarse
ningún esfuerzo hasta encontrar una solución quizá tenga dificultades para aceptar y convivir
con un problema que no puede resolverse, como una enfermedad incurable.
El sentimiento de culpa por las cosas que funcionan mal dentro del marco familiar se
externaliza. En las culturas y religiones basadas en creencias fatalistas, la adversidad se
considera parte del destino de cada uno. Los hindúes creen que la desventura es el resultado
de un karma negativo, debido quizás a la conducta o las circunstancias de la persona en
alguna de sus vidas pasadas. En las sociedades islámicas tradicionales, los hechos de la vida,
como la pobreza, están determinados por la voluntad de Alá.
En contraste, estos mismos autores descubrieron que las familias de funcionamiento deficiente
se tienden a adherir fanáticamente a una sola explicación, se encierran en la idea de una causa
única y son propensas a echar culpas y buscar chivos expiatorios. Las familias cuyos miembros
se culpan continuamente unos a otros suelen tener más conflictos y menos solidaridad que las
familias que coinciden en atribuir la culpa a causas externas. Sin embargo, un frente unido
movilizado por la creencia “Nosotros contra el mundo” puede tener el costo del aislamiento
social, la alineación y la desconfianza.
Cuando las personas encasilladas en una explicación particular de su experiencia son invitadas
a reflexionar sobre sus creencias, adquieren mayor libertad para contemplar otras posibilidades.
Las creencias acerca del curso de los acontecimientos futuros se relacionan con la agencia o
responsabilidad personales en cuanto a la permanencia, exacerbación o transformación de un
problema. El centro de control puede ser individual, familiar o extrafamiliar. En una orientación
espiritual / fatalista, la fe respecto de lo que sucederá se deposita en Dios.
Beavers y sus colegas han comprobado que las familias muy funcionales reconoce que el éxito
de los emprendimientos humanos depende, en parte, de variables que no pueden controlar, sin
embargo, comparten la convicción de que con objetivos e iniciativa pueden mejorar su propia
vida y la de los demás. Aceptan las limitaciones humanas, creyendo que nadie está
completamente indefenso ni es omnipotente en ninguna situación.
Nuestras expectativas se ratifican o rectifican en nuestra vida cotidiana, sobre todo mediante las
transacciones con los otros. Nuestros supuestos pueden llevarnos a tomar medidas
conducentes a cumplir nuestras profecías. La confianza en el éxito nos estimula a adoptar
comportamientos que aumentan la posibilidad de éxito.
Aarón Beck y sus colaboradores han identificado tres distorsiones cognitivas
contraproducentes, o tipos de pensamiento deficientes, que aumentan la vulnerabilidad del ser
humano: 1) minimizar o subestimar los puntos fuertes. 2) magnificar o exagerar la gravedad de
cada error cometido y 3) catastrofizar, es decir, prever un desastre total. Estas creencias
pueden ser no sólo un síntoma sino una de las principales causas de depresión.
Los temores catastróficos son supuestos paralizantes que bloquean la acción constructiva y
alimentan la conducta contraproducente. Por ejemplo, el temor catastrófico a la pérdida por
rechazo o abandono puede llevarnos a adoptar conductas que provocan esa pérdida. Walsh
pone en su libro como ejemplo el caso de Marga, una mujer con cáncer de mama, aterrorizada
ante la posibilidad de que su marido ya no la considerara atractiva y digna de amor luego de
una mastectomía radical, se apartó de él.
Entre los muchos ejemplos, Elie Wiesel ha investigado acerca de los efectos
deshumanizadores de los campos de concentración donde seis millones de judíos, junto con
otros “indeseables” como los gitanos y los homosexuales, fueron aniquilados por los nazis.
b) coraje y aliento
El coraje personal y el aliento a la familia, los amigos y la comunidad está vinculados entre sí.
Las relaciones de aliento y sostén pueden construir y mantener el coraje, sobre todo frente a
dificultades abrumadoras. En la comunidad gay, las sólidas redes sociales han sido lazos vitales
para sostener a lo largo del tiempo el coraje de quienes se enfrentaban al sida.
El extraordinario coraje que demuestra tener una persona común y corriente también puede ser
profundamente significativo e inspirador para otras y alentar su osadía. Rosa Parks es bien
recordada por ser la mujer afroamericana que al negarse a ocupar un asiento en la parte trasera
del autobús marcó un hito en los comienzos del movimiento por los derechos civiles.
El coraje mostrado por las familias comunes y corrientes en la vida cotidiana pasa demasiadas
veces inadvertido. En las urbanizaciones Cabrini Green de Chicago, los padres y sus hijos
deben atravesar todos los días pasillos y patios infestados de pandillas y drogas para ir al
trabajo y a la escuela, el regreso a casa cada noche siempre resulta peligroso.
c) mantener la esperanza
Mantener la esperanza cuando nos enfrentamos a fuerzas abrumados nos permite empeñar en
ello nuestros mejores esfuerzos. La palabra “hope” (esperanza) procedente del inglés antiguo,
se ha incorporado a muchas lenguas con una connotación similar: “dar brincos de ilusión”. La
esperanza combina una decisión interna (un salto de fe) con un suceso externo que deseamos
y esperamos con todas nuestras fuerzas.
d) optimismo aprendido
También Beavers ha comprobado que las familias muy funcionales adhieren una visión de la
vida más optimista que pesimista.
El concepto de “optimismo aprendido” fue propuesto por Martín Seligman y es importante para
fomentar la resiliencia. Existen pruebas de que la depresión y el pesimismo se refuerzan
mudamente y pueden perjudicar el sistema inmunológico, deteriorar la salud físicas e incluso
Es importante señalar que la experiencia de Seligman con su propia familia aumentó su interés
por las creencias y los estilos explicativos. Cuando tenía trece años, su padre quedó paralíticos
debido a una serie de accidentes cerebrovasculares que lo dejaron “física y emocionalmente
indefenso”. Fue un suceso que hizo tambalear y deprimió a Seligman, pero que luego encendió
dentro de él la llama que lo llevaría a hacer algo para superar la pasividad. A los terapeutas
familiares les llamará la atención el hecho de que Seligman haya desviado el foco de sus
estudios de la indefensión aprendida al optimismo aprendido cuando llegó a la edad en que su
padres había quedado paralítico.
En la actualidad, su equipo de investigación está “vacunando” a niños de entre diez y doce años
con riesgo de depresión, el trabajo se realiza con niños de zonas residenciales suburbanas,
jóvenes y niños de los barrios urbanos de clase baja y sus respectivos padres y docentes que
instruyen a los niños en técnicas cognitivo-conductuales. Hasta hoy, los resultados revelan que
los niños que aprender destrezas cómo combatir sus pensamientos negativos y negociar con
los compañeros muestran menos grado de depresión que los chicos del grupo de control, y que
los efectos aumentan a lo largo del tiempo. Tales descubrimientos destacan la importancia de
fortalecer las destrezas comunicativas de la familia.
Seligman está convencido de que, a diferencia de lo que ocurre con e el coeficiente intelectual,
el pesimismo puede modificarse. Él opina que debemos ser capaces de utilizar el agudo sentido
de la realidad del pesimismo cuando o necesitemos, pero sin caer en sus oscuras sombras. Al
contrario, una mentalidad entusiasta no es suficiente; las condiciones deben ofrecer
recompensas predecibles y alcanzables. Las experiencias exitosas y un contexto nutricio
refuerzan el pensamiento positivo.
En nuestra cultura orientada hacia el dominio, los investigadores han descubierto que los niños
resilientes y con alta autoestima interpretan que el éxito se debe sobre todo a sus esfuerzos,
recursos y capacidades. Se hacen responsables de sus logros en forma realista y poseen un
sentido de control personal sobre los que les sucede en la vida. En contraste, los niños con
poca resiliencias creen más a menudo que el éxito y el fracaso son cuestiones del destino o de
la suerte, fuerzas que están más allá de su control. Este tipo de percepciones disminuye su
confianza en los posibles éxitos futuros.
Las creencias esenciales acerca del éxito y el fracaso en niños resilientes se aplican a las
familias resilientes. Cuando se comenten errores o fallas, los niños muy resilientes los
consideran como experiencias de las cuales es posible extraer una enseñanza, y no como el
signo de una derrota. Es más factible que atribuyan los errores a factores que ellos pueden
cambiar, como haber realizado un esfuerza insuficientes o haberse fijado objetivos poco
realistas. En cambio, los niños con poca resiliencia y baja autoestima son propensos a adjudicar
los errores a sus deficiencias personales (por ejemplo, “No hay caso, soy un estúpido”) y creen
que estas no pueden remedirse. Las ideas de competencia y control están interrelacionadas.
Las condiciones adversas severas y duraderas en las que intervienen fuerzas que escapan en
gran medida al control personal, como la pobreza crónica, alimentan la indefensión y la
desesperanza. El éxito futuro se vuelve más improbable a medida que los individuos y sus
familias alimentan la expectativa de fracaso y se desaniman ante las exigencias imperantes, o
recurren a estrategias de superación contraproducentes que empeoran su situación.
f) ilusiones positivas
Shelley Taylor descubrió que los individuos que mantienen tendencias selectivas positivas
acerca de las situaciones estresantes suelen desempeñarse mejor que quienes tienen una
comprensión ardua de una realidad que puede ser deprimente, como una enfermedad marjal.
Las “ilusiones positivas” de los primeros los llevan a conservar la esperanza frente a una crisis,
y les permiten dedicar sus mejores esfuerzos a superar las contrariedades.
Esta autora hace hincapié en que las ilusiones positivas difieren de la negación defensiva o de
la represión de la angustia, por cuanto el sujeto incorpora la información acerca del suceso
estresante o la amenaza y asimila sus consecuencias. Mientras que en las situaciones de
estrés extremo los mecanismos de defensa se exacerban como respuesta a la angustia y el
colapso, las ilusiones positivas funcionan como un amortiguador de ese estrés excesivo y
promueven una sólida salud mental. Esas ilusiones se asocian a una amplia variedad de índices
de actitud adaptativa, como la persistencia en las tareas, la voluntad de ayudar a los demás y el
buen funcionamiento. Este tipo de ilusiones positivas también es común en las relaciones
familiares y de pareja.
Las resiliencia no se alimenta viendo simplemente el “lado bueno” sin reconocer, las realidades
dolorosas ni expresar las preocupaciones. El sufrimiento de cada familia es único, y los intentos
de que sus integrantes “se regocijen” o “bendigan su buena suerte” pueden, sin proponérselo,
trivializar su experiencia.
Las familias resilientes demuestran una confianza férrea cuando atraviesan una experiencia
penosa: “Siempre creímos que saldríamos adelante”. Esta convicción y la incesante búsqueda
de soluciones alimentan el optimismo y hacen de los miembros de la familia participantes
activos en el proceso de resolución del problema. La confianza mutua, la creencia en que cada
miembro pondrá el máximo de su empeño- construye la resiliencia relacional al mismo tiempo
que refuerza los esfuerzos individuales.
h) recurrir al humor
Todos los estudios sobre la resiliencia han revelado que el humor es un recurso muy valioso
para lidiar con la adversidad. Cousins planteaba que si las emociones negativas pueden
producir cambios químicos dañinos para el cuerpo, las emociones positivas deberían tener un
También en las familias el humor ayuda a sus miembros a enfrentar situaciones difíciles, reducir
las tensiones y aceptar sus propias limitaciones. El humor puede resultar particularmente
beneficioso cuando señala los aspectos incongruentes de una situación angustiante, las cosas
incoherentes, extravagantes, tontas o ilógicas que suceden. En las familias de muy buen
funcionamiento, los miembros aceptan que si bien las personas tienen la capacidad de imaginar
la perfección, están destinadas a fallar, cometer errores y asustarse, y necesitan seguridades.
Para ser resilientes, necesitamos hacer un balance de nuestra situación luego concentrarnos
en sacar el mayor provecho de nuestras opciones. Para ello se requieren tanto dominio activo
como aceptación. De este modo, las personas resilientes pueden ser consideradas maestros en
el arte de lo posible.
Las creencias trascendentales son fuentes de significado y propósito que van más allá de las
personas, de sus familias o de las adversidades. Las creencias trascendentales permiten ver
con mayor claridad la vida y ofrecen consuelo en la aflicción; hacen que los sucesos imprevistos
sean menos amenazantes y facilitan la aceptación de las situaciones irreparables.
La retórica pública sobre los valores familiares lleva a algunos a sostener que las familias que
se adaptan a un molde establecido tienen valores, mientras que otras no los tienen. Sin
embargo, todas las familias los tienen. La persistencia de la adversidad puede impedir a las
familias vivir con plenitud sus valores. En el trabajo con ellas, es importante explorar sus valores
y el modo como estos pueden haberse fortalecido o tambaleado durante las crisis de la vida.
Los miembros de una familia pueden ser estimulados a tomar contacto con sus valores más
profundos y sus mejores aspiraciones, y a comprometerse a llevar una vida que promueva la
existencia de las familias y comunidades que imaginaron en su interior.
Las familias de las víctimas de homicidio suman fuerzas poniéndose en campaña para reclamar
justicia, y cuando ésta se lleva a cabo se sienten consoladas. Al unirse en respaldo de otras
familias o para evitar tragedias similares, dan una nueva finalidad a su vida. De tal modo, el
desarrollo de una conciencia moral bien informada a menudo amplía las inquietudes éticas, el
compromiso con la acción e incluso el rumbo de vida en defensa de los otros.
b) espiritualidad
Las religiones son sistemas de creencias organizados, que incluyen valores morales
compartidos e institucionalizados, creencias sobre Dios y la participación en una comunidad
religiosa. Las religiones ofrecen pautas congruentes para la exteriorización de ciertas creencias
esenciales, así como el apoyo de a congregación en situaciones críticas. Los rituales y
ceremonias brindan a sus participantes un sentido de yo colectivo.
La espiritualidad, un constructo englobador, puede definirse como lo que nos conecta con todo
lo existente. Implica un compromiso activo con valores internos que dan una idea de significado,
integridad personal y conexión con los otros. Puede estar relacionada con la creencia en una
condición humana última o en un conjunto de valores por los que luchamos; la creencia en un
poder supremo, o la convicción de que la comunidad humana, la naturaleza y el universo
constituyen una unicidad holística. También puede contener experiencias numinosas, que son
sagradas o místicas y difíciles de explicar con el lenguaje y las imágenes comunes. Promueve
una expansión de la conciencia y, con ella, de la responsabilidad personal para con y más allá
de uno mismo, desde cuestiones locales hasta inquietudes universales.
c) inspiración creativa
Las familias deben ser creativas a fin de sobrellevar y superar la adversidad. Una familia
funcional recurre a una amplia variedad de fuentes para resolver sus problemas, incluyendo la
experiencia pasada, los mitos y relatos familiares, la fantasía creativa y nuevas soluciones
nunca intentadas. Durante las transiciones que señalan virajes en al vida, y una vez concluidas,
las familias necesitan, por lo común, imaginar nuevos modelos de interacción humana.
Los relatos de vida de los grandes hombres y mujeres de valor y logros elevados que superaron
la adversidad pueden servir a las personas de estímulo. Los padres pueden abrir ventanas a
muchos ámbitos y posibilidades si comparten la lectura con sus hijos desde la infancia. Hay que
significar, que con el paso del tiempo y los avances tecnológicos, los héroes de infancia están
cambiando y se pasa de Blancanieves y Cenicienta a Patito o Hanna Montana, y de Superman
o Spiderman a Harri Potter o lo héroes de películas como Avatar. Cambian los héroes, pero no
cambia la función de modelaje de los mismos ni el hecho de que implícitamente están llenos de
significados y cargados de valores.
Las familias necesitan una variedad de modelos que les inspiren una amplia gama de
estrategias para afrontar los desafíos. Sin embargo, en la búsqueda de modelos, muchas veces
se pasa por alto los numerosos ejemplos de heroísmo presentes en las propias familias. Se
juzga como negligente a las madres solteras que trabajan fuera del hogar, en lugar de apreciar
como una proeza heroica el hecho de que, sin apoyo alguno, hagan malabarismos para
conjugar trabajo, crianza de los hijos y exigencias de la casa. Los relatos de valentía y triunfos
extraordinarios frente a sucesos catastróficos son valiosos, pero también lo son los que
destacan la notable fortaleza y vitalidad de familias comunes y corrientes, anónimas y
numerosas, a la hora lidiar con los temporales de la vida cotidiana.
Gracias a este aprendizaje, muchas familias resilientes creen que sus padecimientos les han
hecho mejores de lo que hubiesen sido en otras circunstancias. Una pareja estuvo a punto de
perder a un hijo en un inesperado accidente que sacudió todos los cimientos de la familia. Esos
En el campo de la terapia familiar, los paradigmas del tratamiento de los modelos médico y
psicoanalítico influyeron en las primeras formulaciones de la patología familiar y las estrategias
para reducirla. El cambio más reciente hacia enfoques basados en el fortalecimiento se funda
en el reconocimiento y activación de los recursos de sanación propios de cada familia. Sin
embargo, poderosas creencias culturales a menudo demoran la difusión de la nueva
concepción: las metáforas occidentales de combate aún prevalecen en enfoques innovadores
como el de la externalización de los síntomas de White, expresadas en términos de una batalla
librada contra las fuerzas negativas.
Los enfoques acerca de la práctica de la sanación confían en la fortaleza de los clientes para
convertirse en personas menos vulnerables. Si estamos convencidos de que algo puede
suceder, es mucho más factible que suceda que si no lo estamos. La terapia basada en la
resiliencia insta a la gente a creer en sus propias posibilidades de regeneración a fin de facilitar
Sin embargo, hay que tener cuidado y no atribuir la incapacidad de superar las dificultades o de
recuperarse de la adversidad a la falta de creencias positivas, fuerza de voluntad o pureza
espiritual.
Al estimular a las familias a que modifiquen sus creencias limitativas y produzcan nuevos
relatos sobre un futuro mejor, también hay que empeñarse en construir un entorno social
sustentador en el cual sus sueños puedan hacerse realidad.
Para que pueda asumirse un compromiso perdurable, es necesario que la experiencia convalide
un sistema de creencias promotor de la autonomía, reforzado y por estructuras sociales más
generales.
b) procesos organizacionales
Las familias deben estructurar su vida a fin de llevar a cabo tareas esenciales para el
crecimiento y le bienestar de sus miembros. Para enfrentar con eficacia las crisis y la
adversidad persistente, deben movilizar sus recursos, amortiguar el estrés y reorganizarse a fin
de adaptarse a las condiciones cambiantes.
Como muchos autores han descrito (Watzlawick, Beavin y Jackson, Minuchin) los patrones
organizacionales familiares fomentan la integración de la unidad familiar. Dichos patrones
definen las relaciones humanas y regulan las conductas. Se mantienen sobre la base de
normas externas e internas, reforzadas por sistemas de creencias familiares y culturales.
1. Flexibilidad
Todas las familias necesitan desarrollar una estructura flexible pero estable para funcionar
óptimamente. Cada sistema familiar tiene preferencia por determinados patrones ordenados,
que admiten el cambio hasta cierto punto. Al mismo tiempo una familia también debe ser capaz
de adaptarse a las cambiantes demandas evolutivas y ambientales. Un equilibrio dinámico entre
estabilidad (homeostasis) y cambio (morfogénesis) permite sostener una estructura familiar
estable a la vez que posibilita el cambio en respuesta a desafíos vitales.
a) estabilidad
Una familia, para funcionar bien, requiere la estabilidad que ofrecen las reglas, los roles y los
patrones de interacción predecibles y permanentes. Los miembros necesitan saber qué se
espera de ellos y qué pueden esperar de los otros. La responsabilidad es crucial: debe ser
Los rituales y rutinas conservan el sentido de la continuidad a través del tiempo, uniendo el
pasado, el presente y el futuro mediante tradiciones y expectativas compartidas. Las rutinas de
la vida cotidiana, como la cena familiar o los relatos antes de dormir, aportan un orden y un
contacto regular a la agenda cada vez cada vez más fragmentada y atareada de la mayoría de
las familias.
Algunas familias están tan sobrecargadas y fragmentadas que ni siquiera pueden cenar juntas;
quizá los padres trabajen en diferentes turnos y pasen muy poco tiempo juntos en casa. Las
rutinas aparentemente minúsculas pueden marcar una gran diferencia. La fijación de un horario
razonable para irse a dormir puede ir acompañada de una rutina nocturna de contactos
agradables, como un momento de lectura, una charla al lado de la cama y el arropamiento.
También permite que los adultos se tomen un muy necesario respiro al final de una jornada
agitada.
Durante los períodos de crisis, la ruptura de las rutinas diarias conlleva enojos y confusión.
Cuando la vida familiar se reorganiza, por ejemplo, después de un divorcio, es importante para
las familias crear nuevas rutinas que también preserven la continuidad de los lazos
significativos, como un almuerzo temprano los domingos en casa de mamá. Un estudio sobre la
adaptación óptima de los niños luego del divorcio demuestra que la predecibilidad y la
confiabilidad del contacto con el padre o madre que no tiene la custodia es tan importante como
la cantidad de tiempo que pasan con él o ella.
b) capacidad de cambio
Del mismo modo, los estudios revelan que todos los factores que predicen el éxito de las
relaciones de pareja a largo plazo se relaciona con la capacidad de adaptación, la flexibilidad y
el cambio. Los cónyuges deben ser capaces de crecer juntos y lidiar con la multitud de desafíos
y fuerzas externas que intervienen en su vida.
La terapia de pareja puede ser de especial ayuda para replantear el compromiso en términos de
procesos dinámicos, de modo que cada cónyuge cuente con el poder de moldear y remodelar
la relación a través del tiempo.
En cambio, las familias que se hallan en puntos disfuncionales extremos tienden a ser muy
rígidas o muy caóticas, con excesiva o demasiada escasa estructura. En el extremo caótico
prima la desorganización. El liderazgo es limitado o errático, con roles poco definidos y
variables. Las decisiones tienden a ser impulsivas y no muy meditadas. Los padres oscilan
entre la indulgencia extrema y la negligencia. Los miembros de la familia tienen dificultades para
cumplir son sus planes y promesas y esto genera la repetida frustración de las expectativas. De
igual modo, la fijación de los límites y la disciplina pueden oscilar entre los extremos de la
inoperancia y el castigo violento. En los sistemas rígidos, una persona tienen a dominar a las
demás mediante un liderazgo autocrático y muy controlador. La mayor parte de las decisiones
son impuestas y las negociaciones son limitadas. Los roles están estrictamente definidos y las
reglas son inflexibles. En situaciones de estrés, las familias con poca estructura suelen
descontrolarse y caer en el caos, mientras que los sistemas rígidos tienden a volverse aún más
inflexibles y su repertorio de conductas se restringe cada vez más. Como observó Satir, en las
familias rígidas las reglas adquieren un carácter no negociable y eterno.
El cambio es alarmante, sobre todo, porque los miembros de la familia temen perder el control
de su vida en un proceso desbocado que podría empeorar su ya difícil situación actual. El temor
a lo desconocido puede prevalecer sobre la angustia actual, que, aunque dolorosa, es
conocida. Es muy comprensible que quienes han atravesado momentos de crisis y han
experimentado un estado de caos aterrorizador y devastador tengan expectativas catastróficas
respecto del cambio; sienten una gran indefensión porque temen que los sucesos volverán a
írseles de las manos. Esta aprensión es especialmente intensa en familias que han vivido
muchos períodos críticos. La terapia para estas familias puede resultar especialmente
amenazante porque sus objetivos y métodos explícitos promueven el cambio.
Los sucesos críticos requieren que la familia se reorganice. Cuando se producen fracturas o
virajes importantes en el ciclo vital, como un divorcio o un nuevo matrimonio, quizá sea preciso
efectuar un cambio básico de reglas y roles (cambio de segundo orden). Los sucesos
traumáticos, como las pérdidas significativas, producen aún más estrés en la familia y exigen
grandes cambios adaptativos en las reglas APRA asegurar tanto la transformación como la
continuidad de la vida familiar. Por ejemplo, es posible que una pareja deba flexibiliza sus
normas tradicionales basadas en el género a fin de que el marido que ha quedado
discapacitado asuma el rol de ama de casa mientras la mujer se convierte en el sostén
económico.
Los rituales son valiosos para subrayar los sucesos importantes y promover tanto la
continuidad como el cambio. La celebración de las festividades, cumpleaños, ritos de pasaje,
casamientos, aniversarios y funerales son relevantes en todas las culturas, aunque tienen
formas y significados simbólicos diferentes. Ya sean seculares o sagrados, los rituales y
ceremonias ofrecen trascendencia y conexión. Facilitan las transiciones vitales al tiempo que
fortalecen los lazos familiares y comunitarios.
2. conexión
Froma Walsh, en su trabajo con la resiliencia, prefiere utilizar el término conexión para describir
el equilibrio entre la unidad, el apoyo mutuo y la colaboración, por un lado, y por otro la
separación y la autonomía de cada individuo. Los miembros de la familia pueden estar muy
conectados y unirse en momentos de crisis al mismo tiempo que respetan las diferencias
existentes entre ellos.
Para que los individuos y sus familias puedan superar la adversidad, los miembros necesitan
creer que pueden confiar los unos en los otros, y también n que sus propios esfuerzos, sus
aptitudes y su valía personal serán enriquecidos y fortalecidos. En las familias funcionales, los
miembros se entregan afectivamente unos a otros en sus tratos cotidianos. Una familia de buen
funcionamiento ofrece lo que los psicoanalistas denominan un “ambiente de sostén” para sus
miembros: un contexto de seguridad, confianza y educación, que fomentan el crecimiento y el
desarrollo del individuo. Los miembros de la familia se interesan activamente por lo que es
En tiempos difíciles, los miembros de la familia se desenvuelven mejor cuando pueden confiar
en que entre ellos habrá sostén y colaboración mutua. Cada miembro puede contribuir en parte
a aliviar las cargas familiares o brindar consuelo, y la inclusión en la tarea común permite a
todos, de alguna manera, recibir una ayuda. Al asignar tareas o resolver problemas en la terapia
familiar, es importante ayudar a la familia a encontrar la forma de lograr que todos los miembros
participen activamente.
En las familias saludables, los individuos son capaces tanto de diferenciarse como de
conectarse. En las familias más independientes, es posible que cada individuo preserve
bastante la separación emocional y pase mucho tiempo apartado del resto; sin embargo, las
familias comparten algunos momentos, toman algunas decisiones en conjunto y se apoyan
unos a otros. En las familias más conectadas, la intimidad afectiva y la lealtad son más fuertes.
El tiempo compartido es muy valorado y hay muchos intereses, actividades y amistades en
común. No obstante, la mutualidad llega a su punto culminante cuando cada persona mantiene
un claro sentido de su individualidad.
Las familias también deben adecuar el equilibro funcional ente la conexión y la separación a las
cambiantes necesidades del desarrollo a lo largo de su ciclo vital. En las familias con niños
pequeños, por ejemplo, es preciso que los padres tengan lazos muy formativos y protectores
con sus hijos para promover el firme apego y el bienestar de los niños. Durante la adolescencia,
la organización familiar suele perder cohesión y control, a fin de adaptarse a las crecientes
necesidades de libertad, independencia y autonomía. Cuando uno de sus miembros procura un
cambio, sus presiones pueden facilitar la concreción de éste en el sistema o tropezar con
resistencia y generar conflictos o síntomas de angustia.
Un error habitual conexo es presuponer que una familia está patológicamente aglutinada
cuando el alto nivel de cohesión puede resultar funcional e incluso necesario en su contexto
vital, por ejemplo, cuando los miembros deben hacen esfuerzos conjuntos para enfrentar una
crisis.
Aunque las fronteras intrafamiliares deben ser firmes, el sistema también debe ser lo
suficientemente flexible para promover la autonomía y la interdependencia, necesarias para el
crecimiento psicosocial de los miembros, el mantenimiento de la integridad del sistema y el
potencial de la continuidad y reestructuración como respuesta al estrés.
Asimismo, en las familias funcionales los miembros asumen la responsabilidad por sus propios
pensamientos, sentimientos y acciones. Respetan las características singulares y los puntos de
vista subjetivos de los demás. De hecho, la capacidad de tolerar y estimular la separación, las
diferencias y la autonomía fomenta una elevada intimidad.
d) fronteras generacionales
Las fronteras generacionales (las reglas que diferencian los derechos y las obligaciones de
padres e hijos) preservan la organización jerárquica en las familias. En las familias funcionales
estas fronteras también son claras y firmes según los estudios de Beavers y Hampson. Dichos
e) alianzas y cooperación
En las familias funcionales, los miembros forman múltiples y variadas alianzas en torno de
intereses e inquietudes comunes. En una familia biparental, es importante que haya una alianza
fuerte entre ambos padres y se fijen claras fronteras generacionales.
Hoy en día, el liderazgo familiar es cada vez más variado, desde una familia biparental intacta
hasta hogares monoparentales y binucleares, familias ensambladas y familias homosexuales.
Un liderazgo fuerte es crucial para la educación, la protección y la orientación de los niños, así
como para el cuidado de los ancianos y otros miembros vulnerables de la familia, especialmente
en tiempos de crisis. El liderzazo también es necesario para la provisión de los recursos
básicos. (dinero, comida, ropa, asistencia médica y vivienda) y el manejo de las muchas
previsiones y demandas cotidianas. En las familias saludables, el liderazgo está claramente
establecido; los adultos a cargo no abdican de su autoridad o de sus responsabilidades. Al
mismo tiempo, tienen la precaución de no explotar ni de abusar de su relativo poder sobre los
niños; estos influyen en la toma de decisiones ya que, a medada que maduran, sus alternativas
y responsabilidades aumentan. Las frustrantes y contraproducentes luchas de poder no ocurren
muy a menudo.
En las familias funcionales, el intercambio de beneficios es mucho más frecuente que los
castigos o la coerción mutua. Los padres o cuidadores estimulan el éxito de los niños y
recompensan la conducta adaptativa mediante su atención, reconocimiento y aprobación
Tratan, además, de no promover las conductas inadaptadas. En las familias menos funcionales,
los padres utilizan más la coerción y se concentran en la mala conducta, los errores, el control y
el castigo. Los esfuerzos positivos y los buenos resultados pasan inadvertidos y no son
recompensados. Los terapeutas pueden ayudar a las familias a afirmar las conductas positivas
y a estimular los intereses y talentos. Como las relaciones implican intercambios que abarcan
una amplia gama de posibilidades, podemos ayudar a las familias en dificultades a encontrar
muchas oportunidades de recompensar los intercambios que fortalecen la relación al mismo
tiempo que la competencia individual y la autoestima.
Es importante evaluar las regalas y normas fijadas por una familia y el grado de amplitud de lo
permitido. Se ha comprobado que el control de la conducta ejercido con autoridad y flexibilidad
es el estilo más eficaz en las familias de clase media. Cuando las normas son razonables,
permiten la negociación y el cambio; los padres o cuidadores están de acuerdo cuando se trata
de establecer e imponer reglas; tienen en claro qué tipo de conducta es inaceptable e
intervienen con coherencia cuando se producen infracciones; hacen excepciones cuando la
situación lo exige, pero mantienen expectativas coherentes.
El control rígido de la conducta tiende a ser menos funcional. En este caso, las normas son
estrictas, muy poco abiertas a la negociación o el cambio, para adecuarse a diversas
situaciones.
Una pareja funciona mejor cuando cada uno de sus integrantes estimula las mejores
características y aspectos creativos del otrote una manera equitativa. Las investigaciones sobre
el proceso familiar han hecho hincapié en la importancia de la flexibilidad y el equilibrio en los
roles para promover un crecimiento y desarrollo adulto en ambos cónyuges, y han señalado que
la desigualdad fomenta las relaciones conflictivas y el divorcio.
El género, al igual que la generación, constituye un eje estructural básico en las familias. Las
discusiones sobre los roles y relaciones de género abarcan dos aspectos distintos aunque
superpuestos de la brecha de los géneros: las diferencias entre hombres y mujeres y su poder y
privilegios diferenciales.
Diferencias de género. Existen mucha pruebas de que, aunque algunas diferencias están
influidas por características o predisposiciones físicas de origen biológico y por lo tanto
inmodificables, hay una superposición más amplia de rasgos, capacidades y preferencias
individuales que han sido culturalmente definidos como masculinos o femeninos. La mayor
parte de las diferencias de género reflejadas en las expectativas sobre los roles, los estilos
relacionales y las limitaciones de las familias se modelan y refuerzan principalmente a través de
la socialización para ajustarse a los valores de la cultura en general. Los estudios sobre el
desarrollo de las mujeres demuestran una mayor valoración de la proximidad y la intimidad para
concretar relaciones satisfactorias. Esta brecha de género comienza a reducirse debido a que
los hombres desafían cada vez más las imágines limitativas de la masculinidad y buscan un
mayor compromiso emocional en las relaciones familiares y de pareja.
Las madres tienen típicamente el papel clave del colchón emocional ante el impacto provocado
por las crisis. Las mujeres (madres, hijas adultas y nueras) tienden a sumir la mayor parte de la
multitud de exigencias relacionadas con la prestación de cuidados. Las mujeres son propensas
a sobrecargarse, agotarse y actuar sin apoyo, mientras que los maridos se mantienen en la
periferia y se definen por su contribución económica. Ayudar a hombres y mujeres a encontrar
formas de compartir las cargas y de apreciar los aportes mutuos puede restablecer el equilibrio
y fortalecer las relaciones.
Beavers y Hampson descubrieron que las familias de funcionamiento óptimo exhiben menos
estereotipos de género, tanto en las relaciones de pareja como en la crianza de los hijos.
Aunque las madres normalmente se ocupan de la mayor parte de esa crianza, los padres
tienden a asumir más responsabilidades que en las familias menos funcionales.
Una cosa es el equilibrio de poder y otra distinta el hecho de que la organización conyugal sea
complementaria, con diferentes funciones de rol que se ajustan entre sí, o simétrica, con
funciones de rol similares y superpuestas. Las parejas son propensas a los desequilibrios de
poder en las estructuras familiares tradicionales que reflejan las posiciones dominante-
subordinada del hombre y la mujer en la sociedad en general y de la diferencia d estatus entre
el trabajo pagado y el no remunerado en las tareas del hogar y el cuidado de los niños. Cuando
existen posibilidades económicas, mucha parejas deciden que es mejor que uno esté más en
contacto con el mundo interior y el otro con el mundo exterior, si ello responde a las
preferencias personales y a las necesidades de la familia. La decisión es importante, y los
cónyuges deben prestar atención a la dinámica cultural, laboral y familiar, que con el tiempo
puede inclinar fácilmente en uno u otro sentido las diferencias de poder y privilegio.
Las parejas con dos aportantes de ingresos, que hoy en día son la norma, tienen relaciones
más simétricas y enfrenan desafíos diferentes. Si ambos deben trabajar y compartir e cuidado
de los niños y las tareas del hogar debe efectuarse una división del trabajo basada en sus
situaciones particulares, teniendo en cuenta las respectivas exigencias, aptitudes y preferencias
y la necesidad de un justo reparto.
Cada vez más, hombres y mujeres procuran basar las relaciones familiares en una visión
personal y compartida de una vida más completa. Sin embargo, la mayoría de las relaciones
aun son asimétricas, debido a que casi todas las mujeres que trabajan siguen cargando sobres
sus hombros con una cantidad desproporcionada de responsabilidades por el manejo de la
casa, los niños y los ancianos, y su coordinación.
Cómo tratar las cuestiones de género y poder en la terapia familiar. Los terapeutas familiares se
han concienciado de que la adopción de una postura neutral y la adhesión al principio de a
influencia circular refuerzan tácitamente los sesgos culturales e ignoran las verdaderas
diferencias de poder basadas en el género presentes en las familias. Un tema que está
ganando protagonismo es a preocupación por las expectativas de rol y las experiencias
masculinas; los investigadores exploran el modelo masculino de racionalidad, control,
competencia, poder y éxito instrumental en el ámbito laboral y su influencia negativa sobre la
participación en la familia, la intimidad y la expresividad emocional de los hombres.
Las mujeres son más propensas a buscar ayuda profesional, reconocer su angustia y asumir la
responsabilidad cuando surgen problemas en el ámbito familiar. Muchos hombres sólo superan
la resistencia a acudir a una terapia de pareja cuando existe el peligro de perder a su
Las familias son más fuertes cuando ambos cónyuges/padres comparten la autoridad y el
respeto de manera igualitaria. Es preciso prestar cada vez más atención al sexismo en los
sistemas sociales más amplios, mientras se ayuda a hombres y mujeres a construir la
resiliencia relacional reparando las diferencias de poder, compartiendo más plenamente la
crianza y ampliando las opciones para sí mismos y para sus hijos.
Cuando las familias son abiertas y generosas y auxilian a quienes están necesitados, pueden
contar, a su vez, con sus vecinos y amigos en tiempos de adversidad. En esta época de
fragmentación social y autosuficiencia, se necesita ayudar a las familias a construir estas redes
vitales para la resiliencia.
Los creadores de la terapia familiar, por ejemplo Satir, Vhithaker y otros, consideraban a las
familias como sistemas abiertos con fronteras claras pero permeables, similares a una célula
viva, suficientemente fuertes e íntegros para mantener una interacción muy compleja dentro de
sus límites, pero lo bastante permeables para permitir un intercambio satisfactorio con e mundo
exterior. En una familia de funcionamiento óptimo, los miembros si intervienen activamente en el
mundo, de relacionan cn él con optimismo y esperanza y comparten con la familia una variedad
de intereses originados en sus encuentros.
La familia extensa y las redes sociales ofrecen ayuda práctica y una vital conexión comunitaria.
Brindan información, servicios concretos, apoyo, compañerismo y consuelo. También
promueven un sentimiento de seguridad y solidaridad. Estudios recientes sugieren que la
pertenencia a un grupo y la participación en actividades sociales regulares de cualquier tipo son
factores protectores de la vida. Esto es especialmente importante para los ancianos que
combaten el aislamiento y la depresión.
Los lazos con el mundo social son de vital importancia para la resiliencia familiar en tiempos de
crisis. Sitnnett y sus colaboradores descubrieron que las familias fuertes tienen la valentía de
admitir que están en problemas y necesitan ayuda. A la inversa, el aislamiento de la familia y la
falta de apoyo social contribuyen a la aparición de disfunciones en situaciones de estrés.
Estudios recientes han documentado lo que los clínicos saben desde hace tiempo: la diferencia
no radica simplemente en la magnitud de la red o la frecuencia de los contactos; la utilidad de
estos depende de la calidad de las relaciones. Como la mayoría de la gente pide ayuda cuando
está en crisis, un análisis de las redes sociales debería identificar los conflictos y fractures que
es preciso reparar. Los clínicos debemos encontrar recursos ocultos y fomentar nuevas
conexiones potenciales. También es necesario informarnos acerca de los recursos disponibles
en la comunidad para facilitar la construcción de lazos.
Debido a que en la actualidad los lazos familiares consanguíneos y los lazos comunitarios se
han debilitado en muchos casos, con frecuencia es necesario establecer nuevas conexiones
creativas que se adapten a los desafíos familiares actuales. Por ejemplo, muchas comunidades
recurren a las personas mayores que carecen de contacto familiar y no realizan actividades
significativas a fin de que colaboren en los centros de asistencia infantil que tienen poco
personal. Las personas mayores, tan frecuentemente subestimadas y marginadas, se sienten
Los grupos multifamiliares funcionan como redes valiosas para las familias en situaciones
angustiantes, en efecto, reúnen a padres o familias aisladas que carecen de otra clase de
ayuda y enfrentan las tensiones de una enfermedad graves. Internet también se convierte
rápidamente en una fuente de información y creación de redes, por ejemplo para las familias
que buscan datos sobre las necesidades especiales de uno de sus miembros. Este apoyo
puede resultar decisivo en el manejo de una crisis o un estrés prolongado.
Cuando uno de los padres es inaccesible o se muestra incapaz de ejercer una influencia
positiva, se pueden cultivar otras relaciones de orientación en la familia extensa y la red
comunitaria. En los barrios urbanos pobres, donde hay una necesidad desesperante de
establecer relaciones positivas con mentores, los programas de Big Brothers/Big Sisters están
logrando resultados contundentes en sus esfuerzos preventivos co niños en riesgo: los jóvenes
que participan en ellos tienen menso propensión a unirse a las pandillas o a tomar alcohol y
drogas y tienen un mejor desempeño escolar. La clave en este tipo de relaciones es pasar un
tiempo juntos: asumir quehaceres y responsabilidades productivas, así como participar en
actividades recreativas, en con un modelo de rol afectuoso y positivo, alguien a quien recurrir,
de quien aprender y con quien establecer un estrecho vínculo. También es necesario expandir
la restringida visión diádica de la base relacional de la resiliencia y no esperar que un tutor o
mentor cubra todas las necesidades. Cuando los niños se crían dentro de una densa red de
relaciones afectivas en la familia y la comunidad, disponen de mayor cantidad variedad de
posibilidades educativas y de orientación.
Para fortalecer el funcionamiento familiar, las familias y los profesionales deben tener en cuenta
los recursos económicos y examinar los apoyos y equilibrios estructurales entre la familia y los
sistemas laborales. En la estresante vida actual, los hogares monoparentales o de dos
aportaciones experimentan una tremenda tensión de rol debido alas presiones de las múltiples y
conflictivas exigencias del trabajo y el cuidado de los niños y la falta de soportes sólidos. Los
padres están demasiado acosados y presionados para atender a las necesidades individuales y
de su pareja.
Hay que tener cuidado con el mito de la autosuficiencia familiar difundido en las sociedades
basadas en un modelo individualista. Los problemas más graves de las familias actuales
reflejan en gran medida las dificultades de adaptación a los trastornos sociales y económicos de
las últimas décadas y la inoperancia de las instituciones de la comunidad y de la sociedad en
general. Estos problemas estructurales dificultan la posibilidad de que las familias se apoyen
mudamente y controlen su vida.
El mito d ela familia nuclear aislada, intacta y autosuficiente fronteras adentro de la cerca blanca
no debe cegar las íntimas y poderosas conexiones que mantenemos con las familias que no
viven con nosotros. Es preciso reconocer la importancia de las asociaciones íntimas y las redes
de amistades y hacer todo lo que esté en nuestras manos para reconstruir nuestras
comunidades. La fuerza y el apoyo que dichas redes ofrecen a los miembros de las familias que
deben enfrentarse a situaciones muy difíciles son un modelo de actitud comunitaria que
demasiadas familias que pertenecen a la cultura dominante han perdido pero podrían utilizar
como fuente de inspiración.
En el caso de las familias de inmigrantes en transpón entre dos culturas, los procesos familiares
que fueron fundamentales en su país de origen quizá no sean útiles para su adaptación a la
nueva cultura. Es posible que dichas familias queden atrapadas entre dos mundos sociales y
desgarradas en direcciones encontradas. En estas situaciones en particular, cuando los
profesionales tenga que determinar si el estado es de salud o disfuncional, sreá preciso evaluar
el ajuste de los individuos, parejas y familias a su contexto sociocultural. Sin embargo, el
objetivo no es ayudarles a adecuarse a su nuevo mundo, sino también a preservar los valiosos
lazos con su propio patrimonio cultural.
Los clínicos e investigadores más renombrados han señalado la importancia de ciertos patrones
organizacionales clave para el funcionamiento familiar saludable. Los terapeutas familiares
estructurales-estratégicos, con Minuchin y Haley a la cabeza, consideraron que una fuerte
jerarquía generacional y líneas claras d autoridad parental era esenciales para el
funcionamiento óptimo. Bowen ha hecho hincapié en la importancia de la diferenciación del yo
en las relaciones. Whitaker sostuvo que una familia saludable es sobre todo aquella que
mantienen una totalidad integrada, caracterizada por una superación apropiada entre las
generaciones da padres e hijos y por la flexibilidad en la distribución del poder, las reglas y la
estructura de roles. Pero sobre todas las cosas, Minuchin nos instó a ver a la famita como un
sistema social en transformación. Con esta orientación, muchas familias en dificultades pueden
ser atendidas y tratadas como familias corrientes que se encuentran en una situación
transicional y sufren los dolores de la adaptación a nuevas circunstancias.
Los terapeutas deben compartir la convicción de Whitaker de que incluso en las familias con
dificultades más graves es posible sacar a relucir sus recursos con el objetivo de fortalecer la
resiliencia familiar.
c) procesos de comunicación
La buena comunicación es muy importante para el funcionamiento de una familia. Sin embargo,
las expectativas respecto a una “buena comunicación” suelen ser vagas y utópicas, las normas
culturales varían considerablemente. Los miembros de la familia tienen diferentes percepciones
y prioridades acerca de la comunicación. La “buena comunicación” puede consistir para los
padres en que sus hijos escuchen sus consejos y les digan dónde van, mientras que a los
adolescentes les gustaría más que aquellos escuchasen sus opiniones y dejaran de decirles
qué hacer.
En las últimas décadas, los desafíos planteados por las grandes presiones de la vida familiar en
los hogares de doble ingreso, el cambio en los orles de género, la coparentalidad posterior al
divorcio y los nuevos matrimonios han hecho que la buena comunicación sea aún más compleja
y difícil de alcanzar que en el pasado.
1. claridad
Diversos estudios sobre las familias han comprobado que la claridad en la comunicación es
fundamental para su funcionamiento eficaz (Beavers y Hampson, Epstein, Olson). También
Satir observó que, aun cuando se tengan en cuenta las diferencias culturales, en las familias
sanas la comunicación es directa, clara, específica y sincera. Los miembros de la familia dicen
lo que quieren decir y quieren decir lo que dicen. La mayoría de las comunicaciones son
bastante directas: los mensajes se transmiten al o los destinatarios previstos, en lugar de
desviarlos a otros integrantes del grupo familiar o de transmitirlos a través de éstos. Hay una
comprensión compartida y los miembros pueden retomar el hijo de la conversación o reanudar
un diálogo después de un tiempo con resultados eficaces. La claridad contextual también es
importante para distinguir la realidad de la fantasía, los hechos de las opiniones, la intención
seria del propósito humorístico. La claridad de las reglas imperantes en la familia es tan
El interés mostrado en los últimos tiempos por la inteligencia emocional, concepto sobre el que
Goleman ha escrito mucho, señala el creciente reconocimiento de la importancia de la
expresión emocional, sincera para lograr buenos resultados en los procesos de superación y
adaptación. Esta capacidad se desarrolla en la interacción familiar y puede estimularse en la
terapia de pareja y familiar.
a) empatía emocional
En las familias funcionales, la orientación asociativa puede verse y oírse en la conducta, el todo
de voz, el contenido verbal y los patrones comunicacionales. Las transacciones se caracterizan
por su tono de calidez y optimismo y por la alegría y comodidad manifestadas en la relación.
Los miembros de la familia son capaces de mostrar y tolerar una amplia gama de sentimientos,
desde la ternura, el amor, la esperanza, la gratitud, el consuelo, la dicha y el júbilo, hasta
sentimientos perturbados como la ira, el temor, la tristeza y la decepción. Las familias cuyo
funcionamiento es moderadamente bueno pueden presentar de vez en cuando limitaciones en
la expresión de los sentimientos, o tal vez uno de los miembros reaccione en exceso o con
cierta indiferencia, pero nada de esto trastorna el desarrollo de la familia.
La comunicación puede ser reservada y sigilosa para evitar compartir sentimientos dolorosos,
aunque a menudo esta actitud tiene la intención de proteger a los hijos o a otros miembros
vulnerables de la familia, sus efectos pueden ser desastrosos. Por ejemplo, un hombre de
cuarenta años sólo informó a sus padres ancianos que tenía una enfermedad terminal una
semana antes de morir, como consecuencia de ello, los padres no tuvieron tiempo de prever y
prepararse emocionalmente para la pérdida de su único hijo. La muerte de éste fue tan
devastadora que el padre sufrió un ataque cardíaco.
Cuando los pares están perturbados por algo pero quieren ahorrar a sus hijos toda inquietud,
para lo cual no admiten sus sentimientos o muestran una fachada alegre, los hijos captan los
mensajes ambivalentes. Si los padres no ls explican la causa de su aflicción es probable que los
hijos se culpen por ser malos o poco dignos de amor. Tal vez se sientan presionados a
compensar el dolor y el sufrimiento de los padres, o a tener una conducta intachable para no
crearles mayores trastornos. Si los hijos ocultan sus necesidades y sentimientos y no los
manifiestan, a menudo estos estallan en síntomas de angustia o problemas de conducta.
A menudo, cuando una familia no funciona bien, no reconoce ni juzga suyos sus sentimientos
ambivalentes. Las familias aglutinadas pueden tratar de suprimir las emociones ambivalentes o
desconocer los sentimientos y conductas negativos, a la vez que insisten sólo en los positivitos
y muestran un falso frente unido o pseudomutualidad. En las familias más desvinculadas, habrá
individuos capaces de expresar su ira y sus sentimientos negativos pero muy remisos al elogio
o los mensajes afectuosos.
A medida que las familias traspasan diversas fases de adaptación a una crisis o desafío
prolongado, como una pérdida, sus procesos de comunicación se modifican de acuerdo con las
prioridades emergentes. En distintos momentos surgirán en cada miembro de la familia
diferentes sentimientos y cada cual los expresará a su manera; y si estos sentimientos no
armonizan entre sí, será indispensable que prevalezcan la tolerancia afectuosa y el apoyo
mutuo. Es fundamental reconocer la realidad de una situación crítica y que los miembros
recurran unos a los otros en busca de sentido, apoyo y reorganización de su vida; no obstante,
Epstein y sus colaboradores han señalado que la saluda emocional de los niños de una familia
es afectada por la relación emocional existente entre sus padres. Si la relación de pareja es
cálida y de apoyo y cada cónyuge se siente querido, valorado y admirado, es más probable que
los hijos sean sanos y felices. Esta relación positiva entre los cónyuges no dependía de que
individualmente gozaran de salud emocional, aunque, como es obvio, esta última condición
hacía que el beneficio fuese óptimo.
En las familias funcionales, las necesidades de intimidad y expresión sexual de los adultos son
comprendidas y mayormente satisfechas.
Debido a las diferencias en la socialización de los géneros, las mujeres sienten con mayor
frecuencia que su pareja no quiere hablar de la relación, no comparte suficientemente sus
sentimientos o no las escucha. Por el contrario, los hombres suelen preferir que su pareja cese
de importunarlos todo el tiempo. Los piscolingüistas han descubierto que las mujeres y los
hombres se comunican en lenguajes bastante diferentes. Las mujeres buscan construir una
afinidad poniendo el énfasis en la comprensión y la conexión, mientras que los hombres suelen
destacar la comunicación de hechos y la resolución de problemas instrumentales. La
socialización hace que la mujer se defina “dentro” de una relación, mientras que el hombre, por
su educación, se define a través de la individuación y la separación “respecto” de la relación.
Por lo tanto, no sorprende que esto origine diferencias en el grado de aceptación de la
dependencia e intimidad. En épocas de crisis, los hombres que no se sienten cómodos con su
vulnerabilidad tienen de distanciarse emocionalmente de su pareja y a sexualizar su necesidad
de apoyo, contacto y desahogo.
La expresión franca de los sentimientos positivos es vital para contrarrestar las interacciones
negativas. Las relaciones toleran un grado considerable de conflicto siempre que éste sea
compensado pr una comunicación mucho más positivas, por medio de expresiones de amor,
valoración y respeto e interacciones placenteras. Por eso los terapeutas van más allá del
reduccionismo de las transacciones negativas, como las críticas e inculpaciones y comienzan a
fomentar activamente las interacciones positivas.
El buen humor compartido también puede ser una vital fuente de fortaleza familiar a través de
las crisis o situaciones penosas. El humor puede ayudar a desintoxicar situaciones
amenazadoras, facilitar la conversación, expresar sentimientos de calidez y afecto, reducir la
angustia y señalar errores. Puede disminuir las tensiones, permitir que los miembros de la
familia se sientan más cómodos, ayudarlos a superar circunstancias estresantes y devolverles
una perspectiva positiva. El humor puede aplacar una confrontación directa, diluir una reacción
defensiva y aliviar una pesada carga.
Carl Whitaker subrayaba la importancia del humor y la actitud lúdica de la familia para la
fantasía creativa y los procesos experimentales. Sin embargo, el humor puede ser destructivo
cuando se utiliza para expresar ira, crueldad o desdén a través del sarcasmo mordaz, o,
acompañado de ironía, para degradar a otros o burlarse de ellos. Las familias desoladas por
una crisis tal vez pierdan por completo su buen humor, a raíz de su depresión y agobio por la
Las familias necesitan desarrollar estrategias eficaces para manejar, si no resolver, los
problemas normales de la vida cotidiana, así como las crisis que se presentan. Los aspectos
prácticos y emocionales de una situación crítica son mutuamente interactivos. Cuando el
funcionamiento de la familia es perturbada por problemas instrumentales básicos (por ejemplo,
la pérdida de un empleo y de los ingresos correspondientes), también resulta comprometida la
capacidad de enfrentar las necesidades emocionales. Del mismo modo, un hecho emocional
afligente, como la amenaza de ruptura matrimonial, puede perjudicar el rendimiento académico
de los integrantes y su desempeño laboral. En toda transición importante deben abordarse tanto
las cuestiones prácticas como las cuestiones emocionales. En el caso de un divorcio, por
ejemplo, la familia debe tomar decisiones relativas a la reorganización de la casa, el sustento
económico, la custodia de los hijos y las visitas, y ocuparse también de la solución emocional
del dolor u otros sentimientos complicados ligados a las pérdidas como la ira, el agravio, la
traición o el abandono.
Sobre la base de los trabajos de Epstein, pueden establecerse varios pasos para instaurar
procesos eficaces de resolución de problemas. Ante todo, los miembros d ela familia deben
reconocer el problema y comunicarse al respecto con todos los involucrados y con quienes
puedan constituir recursos potenciales. La colaboración creativa en la génesis de ideas les
permitirá sopesar y considerar posibles opciones, recursos y limitaciones, y luego decidir un
plan a seguir. Después deben iniciar poner en práctica ciertas medidas, supervisar los
esfuerzos realizados y evaluar su grado de éxito. Las familias funcionales se las ingenian para
solucionar con eficacia la mayoría de los problemas: la comunicación, la toma de decisiones y
las medidas adoptadas se mueven con razonable fluidez. La revisión de los resultados les
permites afinar o corregir los esfuerzos en la medida de las necesidades.
Cuando una familia solicita ayuda por un problema presentado (la depresión de la esposa, el
alcoholismo del esposo, la mala conducta de un hijo, etc.), los terapeutas de los sistemas
familiares ponen cuidado en explorar otros estresares frecuentes o culturales de la vida familiar
que pueden estar reverberando en todo el sistema. Las conducta de un niño adolescente suele
se un barómetro de los sentimientos de la familia, y brinda a los padres amplias oportunidades
de echar leña al fuego, apartando así la mirada de otras crisis familiares penosas o
aparentemente insolubles que exigen atención y asistencia.
Suele ser necesario examinar de qué manera la reafición de un cónyuge y otro miembro de la
familia puede contribuir al problema, y alentar el uso del recuro potencial que su relación puede
construir para enfrentar el desafío.
Los estudiosos han comprobado que los procesos de negociación son decisivos par aun óptimo
funcionamiento conyugal y familiar en una amplia gama de familias. En lo referente a la
resolución de problemas, el proceso de negociación puede ser en sí mismo tan importante
como el resultado obtenido. Se procura el aporte de los miembros de la familia en todas las
decisiones trascendentales. Cuando los terapeutas evalúan los procesos de interacción, es
fundamental que observen y tomar debida nota del modo como se alcanzan tales decisiones.
Toda negociación implica ventilar y aceptar las divergencias, y trabajar en pos de objetivos
comunes. Par ser buenos negociadores, todos los miembros de la familia necesitan aprende a
hablar y escuchar al otro con comprensión y compasión. Deben evitar o interrumpir los ciclos
negativos de críticas, acusaciones y retraimiento, esos movimientos alternantes de ataque y
defensa que erosionan las relaciones.
Con frecuencia, las negociaciones y concesiones mutuas se ven obstaculizadas por las
disputas en torno del poder y el control. Estas batallas por el aspecto relacional de la
comunicación impiden tratar y resolver las cuestiones sustanciales. En estos casos, los
miembros de la familia consideran que toda concesión o adaptación es una derrota, y que es
preferible tener poder sobre los demás y no ser controlado o estar “en inferioridad”. Cuando
toda concesión se interpreta como una renuncia, las posiciones se vuelven rígidas y no
negociables. En las relaciones disfuncionales, el equilibrio entre la deferencia y el dominio se
halla trastocado y el individuo que cede en exceso sufre un resentimiento creciente con el paso
del tiempo. La falta de confianza en la reciprocidad fomenta a corto plazo los intercambios
“golpe por golpe” o el retraimiento de una persona hasta que la otra “iguales los tantos” entre
ellas. La falta de solicitud y apoyo contribuye al resentimiento. Fuentes externas de estrés,
como los problemas económicos o laborales, intensifican las tensiones y conflictos.
Las diferencias de socialización y de poder de los géneros influyen mucho en los procesos de
negociación y su resultado. Los hombres tienen el mandato de defender sus posturas con la
mayor energía y convicción posibles, con el objeto de ganar. Satisfacer sus propias
necesidades tan plenamente como puedan. Las mujeres tradicionalmente educadas para poner
las necesidades de los demás por encima de las propias, tienen a adherirse y adaptarse. En
terapia puede ser útil formular este dilema en función e esas premisas divergentes.
Las relaciones maritales y familiares resilientes exigen una resolución eficaz de los problemas y
los conflictos sin sacrificio de la empatía. Los sentimientos encontrados se aceptan como parte
de la vida y de todas las relaciones. Las familias los manejan admitiendo que todo dilema tiene
dos o más aspectos y actuando con equilibrio, por ejemplo para favorecer los mejores intereses
de la familia o de los hijos a largo plazo.
El manejo eficaz de los conflictos requiere que existan francas discrepancias y una buena
habilidad comunicativa para resolverlas. Importa aprender a confrontar sin destruir. Tanto en el
cado de las parejas muy conflictivas como en el de aquellas que los evitan por completo, las
intervenciones terapéuticas deben apuntar a aumentar la capacidad para el manejo del conflicto
a fin de detener el proceso corrosivo que lleva a la desintegración de la relación. Para ayudar a
las parejas a manejar sus emociones negativas y reaccionar con compasión mutua, Markman y
colaboradores desarrollaron el Programa de Prevención y Mejoramiento de las Relaciones, en
el cual se les enseña a pelear de modo constructivo. Este enfoque brinda ciertas reglas básica
para el manejo del conflicto, entre las cuales cabe mencionar las siguientes: las cuestiones
difíciles deben estar bajo control; cualquiera de los miembros de la pareja puede pedir un
“minuto” cuando lo estime necesario; si se produce una escalada del conflicto, es preciso
desacelerarla; las discusiones deben ser constructivas; debe evitarse el retraimiento, y es
indispensable mantener la participación. Es posible instruir a la pareja para que cumpla con
estos objetivos. La terapia de pareja crea resiliencia relacional al proporcionar un contexto
seguro en el cual los miembros de la pareja pueden llegar a ser mas tolerantes de las
diferencias y más hábiles en el manejo y la resolución de los conflictos, a fin de atender y
satisfacer las necesidades de ambos. El mejoramiento de las habilidades comunicativas habilita
a la pareja a “luchar por la relación”.
Con cada pequeño éxito compartido, crecen en forma exponencial la confianza y la idoneidad
de los miembros de la familia, lo cual les permite enfrentar mayores desafíos. La aceptación de
sus errores hace que puedan fallar sin ser atacados ni sentirse deficientes.
Al hacerse responsables de lo que les toca cuando algo sale mal, aprenden a no reiterar errores
que pueden haber contribuido a generar una situación problemática. En efecto, las experiencias
fallidas pueden ser instructivas si los miembros de la familia reevalúan sus empeños o intentan
seguir un camino distinto para resolver los problemas como señaló Albert Einstein “Quien no ha
experimentado el fracaso no conoce el éxito”.
Según los estudios de Beavers y Hampson, al hacer frente a los nuevos problemas, los
miembros de la familia sobresalen en su habilidad para impartir y recibir directivas, organizarse,
obtener aportes de todos, negociar las diferencias que haya entre ellos y alcanzar un cierre de
modo coherente y eficaz. No todos los problemas son solucionables, en cuyo caso los
miembros de la familia resilientes escogen ciertos aspectos de la situación para actuar.
En el proceso de resolución de problemas, las familias pueden vacilar en diversas etapas. Las
parejas pueden ser proactivas en las primeras fases de su relación si evalúan sus respectivas
áreas de fortaleza y vulnerabilidad. Las relaciones en riesgo de ruptura pueden identificarse aún
antes del matrimonio. PREPARE, un cuestionario de autoevaluación para parejas en situación
preconyugal (Olson, Fournier y Druckman), es capaz de predecir con un 80-85% de precisión
qué parejas serán felices en su matrimonio y cuáles serán infelices y se separarán o divorciarán
en un lapso de tres años. Este cuestionario permite identificar áreas de vulnerabilidad
susceptibles de una intervención precoz, además de alentar una consideración más cuidados d
los planes conyugales. Este grupo de investigadores, conducidos por Olson, comprobó que los
principales predoctores de discordia eran la comunicación deficiente y a dificultad para la
resolución de los conflictos, que alimentaban expectativas poco realistas y desilusiones. Los
investigadores no pudieron distinguir las parejas que efectivamente se divorciaban de las que
pese a ser infelices continuaban casadas; este resultado respalda las observaciones clínicas
acerca de la complejidad de esta decisión, en la que se toman en cuenta las convicciones
religiosas y las consideraciones relativas al bienestar de los hijos.
“El mundo está colmado de sufrimiento, pero también está colmado de formas de superarlo.”
(Helen Keller).
a) introducción
“Ata tu carro a una estrella.”
Tal y como lo definen en el libro de Edith H. Grotberg, Sandra E.S. Neil la familia es un sistema
dinámico, en el cual cada persona está cambian, creciendo, desarrollándose y envejeciendo
permanentemente. Cada miembro de una familia busca caminos para satisfacer sus
necesidades. Cada miembro cambia a un ritmo diferente del de los demás, así como sucede
con las interacciones. La estructura de la familia se encuentra equilibrada para los cambios a
medida que ésta avanza a través de una continuidad de desarrollo, desde el nacimiento hasta
la muerte.
Según esta autora un sistema familiar se caracteriza por presentar reglas rígidas de
funcionamiento. Está dominado por el poder y fomenta la dependencia y la obediencia. Esta
A continuación se incluyen las reglas rígidas de las familias disfuncionales cerradas, las cuales
incluyen:
Es importante que el terapeuta facilite el movimiento de la familia hacia un sistema más abierto.
De acuerdo con la experiencia personal de esta autora, el abordaje de las familias mediante
enfoques experimentales humanísticos orientados a un sistema no sólo promueve el
crecimiento natural en la familia sino también la resiliencia, al permitir que esta se actualice en
cuanto a su visión del mundo, pasando de lo pesimista a lo optimista, de lo negativo a lo
positivo, de la competencia y el temor a la cooperación y el amor.
El modelo humanista
Todo este apartado está basado en el capítulo 3 del libro “La resiliencia en el mundo de hoy” de
Edith Henderson Grotberg, titulado “Intensificar la resiliencia en el grupo familiar: un enfoque
transgeneracional hace el cambio positivo en las familias disfuncionales” de Sandra E.S. Neil.
Esta autora comenta que el modelo de crecimiento orgánico propuesto por Virginia Satir
(también llamado “el modelo de la semilla”) hace hincapié en la importancia del proceso y los
sentimientos sobre el entendimiento y el contenido.
Los métodos de Satir, según esta autora, combinaban conceptos de teoría de la comunicación
con conocimientos humanistas sobre la autoestima y una comprensión dinámica acerca de
cómo la toma de conciencia de los modelos aprendidos en la familia de origen pueden
llevarnos al cambio.
Igualmente, el modelo propuesto por Virginia Satir estimula el proceso de crecimiento natural
universal innato. Automáticamente golpea con delicadeza en la resiliencia del individuo y
sostiene la implementación de métodos adecuados y conocidos para una gran cantidad de
terapeutas y pacientes. Resulta especialmente práctico para la consulta privada, donde los
profesionales necesitan tratar tanto a cada persona del grupo familiar como al grupo en su
conjunto. El abordaje de Virginia Satir resulta muy adaptable.
En la teoría de los sistemas familiares la relación entre los cónyuges es muy importante. Si se
trata de un sistema dañado, los síntomas se verán en uno de ellos o en uno de los niños.
Generalmente, las personas que tienen baja autoestima se eligen entre sí porque les resulta
fácil unir sus limitaciones y hacer de los dos uno solo, y dejan de ver en qué son diferentes.
Cuando se casan es cuando empiezan a notar las diferencias que antes estaban ocultas ya que
no pueden negociarlas ni tampoco ayudar al otro a levantar su autoestima. Una vez casados,
encuentran difícil tomar decisiones de manera independiente o poder expresar sus
sentimientos. Cuando llegan los niños y empiezan a expresar sus propios deseos y a tomar sus
propias decisiones, cada padre verá, ocasionalmente, al niño como un aliado potencial, y le
pedirá que apoye a uno u otra. Si los niños hacen esto, pueden perder el afecto del otro padre
(psicología del enemigo). Tanto los padres como las madres viven para sus hijos y éstos son
vistos como extensiones de ellos, por lo que deberán vivir de acuerdo a sus reglas. Bajo estas
condiciones los niños desarrollan una baja autoestima y relaciones hombre-mujer conflictivas,
además, esta disfunción se repetirá de la misma manera a través de las distintas generaciones.
Para desarrollar su propia resiliencia, esos niños necesitan que sus padres revaliden su
crecimiento. Si los padres no pueden llevar a cabo esta función, entonces el niño buscará otro
adulto que lo haga. En el cado de no encontrar adultos disponibles, un amigo o un hermano o
hermana ocuparán este lugar.
2. la triangulación
Cuando en una relación entre dos personas se presenta un estresor surge la ansiedad y se
incorpora a otra persona para formar una relación de tres personas. Esta tercera persona
también es generalmente tan vulnerable como las dos primeras. El triángulo se forma con dos
personas estrechamente relacionadas y otra no tanto. Bajo circunstancias de estrés moderado,
dos de los lados del triángulo están cómodos y sólo uno se siente conflictuado.
Si este esquema del triángulo se repitiera en la familia, sus miembros adoptarían roles fijos de
respuestas con relación a los demás, en lugar de responder individualmente. Satir opinaba que
una unidad básica de identidad es la tríada armoniosa madre, padre e hijo; cuando esta se
desequilibra comienzan los conflictos en las familias.
Para enfrentar esta situación, se llegan a utilizar métodos y formas de comunicación defensiva e
inapropiada. Aquí, si el terapeuta puede convertir la psicología del enemigo en la psicología de
la compasión, entonces podrá utilizarse la resiliencia del sistema. Encontramos aquí una
bisagra, el momento en el cual los miembros de la familia que habían cortado sus
comunicaciones significativas podrán desarrollar más satisfactoriamente las relaciones con
otros miembros del grupo, incluso si estos otros no mostraron ningún cambio.
Virginia Satir utiliza la metáfora de un móvil de figuras para explicar el principio del equilibrio en
los sistemas familiares. En palabras de la propia Satir “En un móvil, todas las piezas, sin
importar su forma o su tamaño, pueden mantener un equilibrio, si se acortan o alargan los hijos,
reacomodando la distancia entre las piezas o modificando el peso de estas. Lo mismo sucede
con la familia. Ninguno de sus miembros es idéntico al otro, cada uno es diferente y se
encuentran todos en unible de crecimiento distinto. Como sucede en un móvil, no podemos
acomodar una pieza sin pensar en las demás”.
3. la autoestima
4. elección y responsabilidad
Satir opinaba que las personas adultas hacen elecciones, las aceptan como propias y asumen
la responsabilidad de las consecuencias. También consideraba que uno de los objetivos de
Las personas resilientes afrontan las situaciones tal cual son y no como querrían que fueran.
Estas personas poseen la capacidad de emitir y recibir la comunicación precisa y de corroborar
significados de comunicaciones confusas con otras personas. Satir hace referencia a este
momento de la vida de una persona en el que llega a logar esta actitud como su “tercer
nacimiento”.
En esta metáfora, el primer nacimiento s la unión del esperma con el óvulo. El segundo, el
momento en que este nuevo individuo llega al mundo. Y el tercero es el momento en el que una
persona madura logra expresarse de manera directa con los demás, que es consciente de su yo
interno, esto es, lo que piensa y siente en un momento determinado, y que además trata a los
otros como seres únicos y diferentes de sí, que merecen la exploración y el aprendizaje.
5. teorías de comunicación
Este concepto es esencial en el trabajo clínico que llevó adelante Virginia Satir.
Cada ser humano responde a una comunicación con relación a uno mismo (1), a uno mismo
más otro (1+1) y en un contexto determinado. Este es el contexto dentro del cual se produce
una comunicación: el tema, el lugar, el ambiente y el entrono cultural del mundo.
Satir determinó que la comunicación tiene dos niveles: el denotativo (el contenido) y el
metacomunicativo (el mensaje dentro del mensaje). En general, el contenido está expresado en
forma verbal, mientras que la metacomunicación, habitualmente, se expresa de manera no
verbal. Las conductas no verbales envían mensajes metacomunicativos involuntarios. Las
disfunciones comunicativas surgen cuando el mensaje verbal y la metacomunicación no se
corresponden. Estas incongruencias obligan a los niños a tener que decidir el significado
correcto.
Este modelo de incongruencia comunicativa lleva a que los niños experimenten inseguridad en
la confianza, se cuestionen su propia autonomía y rechacen desarrollar su iniciativa, en otras
palabras, que rechacen los pilares de la resiliencia.
En el Centro Satir para la Familia de Australia, tratan de enseñar al grupo familiar que la
congruencia en la comunicación es un factor necesario en el desarrollo de la resiliencia familiar.
Según Satir, es importante tratar de cambiar la sobregeneralización en las familias. Por esta
razón ella determinó que una sociedad que fuera dirigida usan la compasión en lugar de usar la
psicología del enemigo, se comunicaría mucho mejor y estaría formada por gente más
congruente.
c) modelos de comunicación
“Cuanto más mire hacia atrás, más difícil le resultará mirar hacia delante”.
(Anna Frank).
Las comunicaciones congruentes se dan cuando los sentimientos interiores de una persona son
los mismos que las expresiones externas. Las incongruentes consisten en conciliar, culpar,
Satir afirma que las comunicaciones incongruentes son utilizadas cuando la persona se siente
amenazada y tiene la necesidad de proteger su autoestima, por eso no comparte sus
verdaderas reacciones. Asimismo esa autora describe posiciones físicas que representan cada
uno de los estilos disfuncionales de la comunicación a estas posiciones ella las llama
“posturas”.
1. posturas
a) la congruencia
Son las palabras, sentimientos y comportamientos claros que encajan perfectos unos con otros
en la comunicación congruente.
b) la conciliación
Virginia Satir observó que, en situaciones de estrés emocional, crecal de la mitad de las
personas que conoció cederían en sus posiciones para complacer a otra persona. Cuando
alguien concilia como respuesta al estrés, esta autopostergación significa que la persona busca
tanto la aceptación de los otros, como también depender de ellos. El objetivo principal de este
método de cuidarse a sí mismo es evitar ser rechazado. Cuando las personas se ven atascadas
en este mecanismo de manejo de adversidades, generalmente se autopostergan durante años.
Las posibilidades de respuesta van desde un acuerdo extremadamente dulce y protector hasta
el suicidio.
c) la culpa
Una de las respuestas más comunes es cargar las culpas en los demás, tratando de obtener
una sensación de importancia personal a expensas del otro. En este sentido, dado el temor
inconsciente de perder ese poder interior, la persona busca el control, el dominio, el
perfeccionismo y, en ocasiones, en situaciones extremas, se mostrará arrogante o vengativo
para lograr el poder buscado. La razón más importante de esta conducta es evitar sentirse
indefenso. La persona que culpa a los demás no se pone de acuerdo con el resto, culpa a los
otros cuando las cosas no salen como lo planeaba.
La postura de aquel que echa la culpa a otros es la de señalar con el dedo, con la otra mano
apoyada sobre su pierna. A pesar de que esta postura contiene semillas del cuidado personal,
su naturaleza de enajenación neutraliza la conexión con los demás. Llevado a los extremos,
esta conducta va a resultar desagradable a la persecución y hasta al homicidio.
d) la razón
La persona que todo lo razona, como si fuera un ordenador, utiliza lenguaje lógico como una
máquina en lugar de sentir las palabras que dice como lo haría cualquiera. La postura que
adopta es la de estar sentado de manera rígida con sus brazos cruzados sobre el pecho o
e) la indiferencia
Algunas personas de baja autoestima comenzaran a comportarse de una manera que resultará
indiferente o irrelevante para los sentimientos y las personas que tenga a su alrededor. Esa
indiferencia se logra al adoptar una conducta distraída, con el deseo de pasar desapercibido en
lugar de correr el riesgo de ser tenido en cuenta y ser aceptado. La postura corporal que adopta
este tipo de personas indiferentes es angular y desequilibrada, pero en su interior piensan y
sienten que nadie se preocupa por ellos. La búsqueda de la calma o la inercia se transforma en
potencial y no dinámica. Se hacen planes pero nunca se concretan. Uno puede ser creativo y
divertido, pero no obtendrá resultados. Llevado a los extremos, nos encontraremos con la
psicosis, donde se siente más seguridad en la realidad alternativa que en la verdadera realidad.
En una sesión de terapia familiar, estas posturas eran analizadas por los mismos miembros del
grupo para acrecentar la capacidad de percibir sus verdaderos sentimientos en ese momento.
El conciliador está de acuerdo con todo lo que diga el que habla, aunque le desagrade lo que
está escuchando. Sentirá que carece de autoestima si el que habla culpa a los demás; la
postura adoptada por el conciliador es ponerse de rodillas con un brazo extendido pidiendo
ayuda. Históricamente, esta postura de comunicación la adoptaban las persona que ocupaban
las posiciones más bajas dentro del estatus social, como mujeres y niños, pero no es domino
suyo exclusivo. Tiene su origen en apariencias exageradas de impotencia.
Estas cuatro posturas incongruentes (la culpa, la conciliación, el ser que todo lo razona y el ser
indiferente) están basadas en la supervivencia (formas de sobrevivir ante situaciones de estrés)
y no en el crecimiento. Se basan en las respuestas biológicas como dar batallas, volar o
permanecer quieto, y de hecho tienen aspectos positivos con la relación a su uso continuo.
Durante el proceso de transformación (de conciliación a la comunicación congruente) el ex
conciliador aprenderá a cuidarse por sí mismo como lo hace con los demás. Y el ser que culpa
a los demás será mucho más razonable y mostrará preocupación por los otros. Aquel que todo
lo razona puede utilizar su inteligencia, aportar conocimiento sobre los estados de los
sentimientos propios y ajenos. El indiferente aprende a reemplazar la confusión por creatividad.
Contenida dentro de cada uno de estos se encuentra la semilla no revelada de la resiliencia.
2. la transformación
Desde el modelo de Virginia Satir la transformación es el proceso mediante el cual las posturas
incongruentes cambian a posturas congruentes. Las partes de una persona congruente trabajan
conjuntamente en su interior, con sus sentimientos, imágenes, palabras y sonidos, todo como
apoyo de las sensaciones externas. Aquel que es congruente es verdaderamente resiliente en
el sentido de que es consciente y está en contacto con todas las facetas de sí mismo y de los
otros; además, da la información correcta y tiene una percepción realista de la gente en el
mundo exterior.
d) herramientas y métodos
“La historia, a pesar de su dolor desgarrador, no puede dejar de vivirse, y si se la enfrenta con
coraje no será necesario repetirla.”
(Maya Angelou).
1. la escultura
En el modelo de Virginia Satir, la escultura es una herramienta para lograr un cuadro externo
(escultura) de un proceso interno, como son los sentimientos, las experiencias o la percepción.
Por ejemplo, alguien que desee representar su interpretación de un determinado suceso se
transforma en el escultor. Pedirá a los demás que tomen una postura y expresión corporal
específica que refleje la percepción del escultor. Esto le permitirá tomar distancia de la
inmediatez del momento de la terapia y obtener una visión más objetiva. Abre también la
posibilidad de una nueva concientización.
2. la reconstrucción familiar
Luego, Satir, actuando como guía, utilizará esta cronología durante la reconstrucción y
preparará un mapa familiar. El terapeuta y el paciente generan una relación de confianza al
hablar sobre esta lista de acontecimientos. Después, determina cuáles serán los
acontecimientos de esa historia familiar que deberá representar todo el grupo. Tres escenas
que siempre están presentes en una reconstrucción familiar son : la historia de cada uno de los
padres del paciente; la historia de la relación de estos desde el momento en que se conocieron
hasta la actualidad; el nacimiento de los hijos de esta pareja, especialmente el del paciente. Se
incluirán otras escenas teniendo en cuenta el cuadro de cada paciente por separado. La
posibilidad de ver tres generaciones de una familia con una mirada adulta y modernizar las
reglas familiares de cómo resultado una nueva percepción general.
Con esta nueva percepción, los miembros del grupo representan los distintos procesos que el
paciente podría usar al enfrentar los acontecimientos, como también las diferentes
características de esa persona. Las partes desconocidas son transformadas, expuestas y vistas
como incongruentes; se transforma entonces el modo de manejar las situaciones. El resultado
se ve reflejado en nuevas opciones y en nuevas formas con las que ahora contará el paciente
para enfrentarse a la vida.
3. el uso de cuerdas
Se puede utilizar cuerdas a modo de metáfora para ilustrar la complejidad de las relaciones, la
interacción o las conexiones. Las cuerdas representan la relación que tiene cada uno de los
miembros con los demás. En este método, varios metros de cuerda, soga o hilo se atan a la
cintura de cada persona del grupo, luego se atan entre sí, de manera que cada miembro tiene
tantas cuerdas como miembros hay en la familia. Cada uno de ellos toma conciencia de la
manera en que están conectados y cómo esa tirantez o flojedad se siente en la cuerda cuando
alguno de los miembros se acerca o se aleja.
Las cuerdas, símbolo de las relaciones, pueden enredarse. Con frecuencia, las personas que
conforman una familia no son conscientes de que no es posible estar atento a cada uno de los
miembros a la vez y que también necesitan cambiar las relaciones dentro del grupo. Mediante
las cuerdas se pueden sacar al a luz los mismos sentimientos que los participantes
experimentan en lo cotidiano, cuando no se encuentran atados por estas sogas.
Luego, el terapeuta podrá preguntar al grupo cómo harían para reducir la tensión de las cuerdas
a fin de poder desenredarlas. Las personas podrán aplicar esta nueva percepción a la vida real,
como resultado de poder verbalizar cómo lo harían con las cuerdas.
4. similitudes y diferencias
Satir daba a cada miembro de la familia la posibilidad de romper con los estereotipos al poner
en evidencia que ellos podían verse a sí mismos y a los otros desde otra perspectiva y en un
contexto distinto. Enfatizaba la idea de que cada una de las personas es un individuo, alguien
único y específico e identificaba las similitudes y diferencias que existen en cada persona. Sin
embargo, como cada uno tiene su propia combinación de cualidades, cada uno es único pero
relacionado.
5. resultado de la experiencia
Un final feliz para cada sesión de terapia era la pregunta que Virginia Satir hacía siempre:
“¿Cómo fue esta experiencia para usted?”. Esto le daba a cada miembro de la familia la
oportunidad de expresar su experiencia personal. No estaba estructurada en el tiempo, y ese
ida y vuelta reflejaba cualquier diferencia que surgía de la percepción que tenía cada una de las
personas del grupo respecto de los demás al iniciar la entrevista y, más tarde, cuando la
finalizaban.
Sin importar el orden, le preguntaba a cada miembro, cómo le había resultado el hecho de
poder pasar este tiempo con su familia. Luego, cerraba la sesión con el comentario que creía
apropiado y le agradecía a cada miembro individualmente por haber asistido a la sesión.
- hacer contacto
- caos
- integración y transformación
Las etapas se presentan en cada entrevista y en la terapia con todo el grupo familiar. Al
comienzo de la terapia. Satir focalizaba toda su atención en una persona. Resaltaba el valor del
grupo como único e irrepetible, e incluía algo característico y único de cada miembro en
particular. Este proceso fundamental de conectarse con cada miembro y escucharlo
atentamente aumenta la autoestima y promueve la esperanza.
Hacer contacto:
En la primera etapa, Satir no emitía juicios y aceptaba lo que revelaba cada miembro del grupo.
Los terapeutas siempre legitiman los sentimientos de sus pacientes y, esto en particular, es muy
importante. Creaba capacidades de comunicación para la familia e incentivaba a sus miembros
para que observaran y contaran todo lo que habían visto. Evaluaba a la familia y, al mismo
tiempo, creaba un sentimiento de confianza en ellos. La confianza es un punto de cambio de la
resiliencia.
En lugar de concentrarse en el problema en sí, preguntaba a cada una de las personas del
grupo sobre sus deseos y expectativas en cuanto a la terapia, sin pasar demasiado tiempo con
cada uno de los miembros. Su intervención comenzaba en la primera fase, en ocasiones,
Caos:
En la segunda etapa, el caos y el desorden eran los rasgos característicos de cada miembro de
la familia, quienes arriesgaban hasta aquello que ignoraban cuando compartían sus dolores,
sus heridas y sus sentimientos de ira; por lo regular, se sentía muy vulnerables.
Satir daba todo el apoyo necesario para que la persona pudiera superar el miedo a la posible
pérdida del amor, lo cual se hacía presente cuando cada uno exponía sus verdaderos
sentimientos. Ella aplicaba dosis de empatía y firmeza a la vez, llevaba al grupo hasta el
extremo de sus emociones sólo cuando la alianza terapéutica estaba bien consolidada.
Brindaba su apoyo a cada uno de los miembros de la familia y lograba que utilizaran muchas de
sus capacidades.
Esta etapa era impredecible. Las personas del grupo familiar se abrían a los conflictos y los
trabajaban cada uno a su ritmo. En ocasiones, en esta etapa todavía sentían que no lograban
avanzar y sus esperanzas no afloraban.
Integración y transformación:
“Desear es esperar que aquello se cumpla, pero con la espera activa que nos mueve hacia
aquello deseado.”
(Bach y Forés, 2008).
La resiliencia en una familia se logra trabajando sobre los mismos factores que promueven las
resiliencia en un individuo.
Sabemos, gracias a Bowlby, que las estructuras del apego inseguro se manifiestan en la
adultez porque tenemos modelos de trabajo interno que se reactivan en situaciones en las que
percibimos amenazas, crisis, estamos enfermos o sentimos cansancio. La capacidad de
relación surge a partir de las experiencias de apego al modelo de lo seguro o al modelo de lo
inseguro que tenga una persona. El primero resulta de la constancia y la estabilidad, al mismo
tiempo que facilita estas cualidades en las circunstancias necesarias. El segundo resulta de la
indeterminación funcional y la falta de seguridad durante los primeros años de vida. Bowlby
Según Bowlby, las personas con apegos inseguros se dicen a sí mismas: “Sujétate lo más
fuerte que puedas de los demás: es muy probable que te abandonen, por eso debes aferrarte a
ellas; cáusales dolor si muestran deseos de querer alejarse. Así será menos probable que lo
hagan.”
Las personas con apegos seguros tienen a creer que los demás son básicamente seres dignos
de confianza y que las relaciones brindan fundamentalmente apoyo, aliento y dan la ayuda que
los individuos necesitan en diferentes momentos de su vida. Los enunciados terapéuticos más
importantes de Virginia Satir daban una idea muy clara en cuanto a que su modelo de
crecimiento no solo era compatible con los cambios positivos fundamentales en aquellas
familias que aumentaban su resiliencia, sino que también la generaba.
Se puede decir que la resiliencia está presente en una familia cuando cada uno de sus
miembros experimenta las cinco libertades que a continuación se detallan:
1. Ver y escuchar lo que está aquí y ahora, en lugar de aquello que debería haber sido, fue
o será.
2. Decir lo que uno siente y piensa, en lugar de aquello que uno debería pensar o sentir.
3. Sentir aquello que uno siente, en lugar de lo que debería sentir.
4. Pedir aquello que uno desea, en lugar de esperar que le den permiso siempre.
5. Correr riesgos en beneficio propio, en lugar de elegir siempre sentirse seguro y no
perturbar la armonía.
Lo que buscamos con la terapia es ayudar a las personas a salir de esa atadura interna y
externa que tienen con los modelos y aprendizajes disfuncionales del pasado. Virginia Satir hizo
hincapié en la enseñanza y el aprendizaje de las posibles maneras de manejar las experiencias
de la vida, desde una posición más eficaz y menos destructiva. Ella lo llamaba el proceso de
hacer a las personas completamente humanas. Aprender a hacer frente a las situaciones de
una manera más productiva hace posible que comprendamos el mensaje de uno de sus
muchos poemas terapéuticos:
“La resiliencia es el arte de navegar en los torrentes, el arte de metamorfosear el dolor para
darle sentido; la capacidad de ser feliz incluso cuando tienes heridas en el alma”.
(Boris Cyrulnik)
Bienvenida a mi vida, esto es lo que tengo, esto es lo que soy, esto es lo que voy a defender y
esto es lo que estoy dispuesto a negociar.
(Walter Riso).
La resiliencia puede ser vista como una consecuencia natural del funcionamiento equilibrado de
una familia-
Un trabajo reciente de Bert Hellinger aporta un punto de vista nuevo en cuanto a la utilización
de los conceptos de la resiliencia familiar. Trabaja con personas de manera grupal
desarrollando un concepto llamado “constelaciones familiares”. Este abordaje permite al
terapeuta tomar contacto con el inconsciente de la persona incongruente, simplemente
permitiéndole a ésta reformular algunas de sus relaciones cortadas dentro de la constelación
familiar.
El uso de las constelaciones que hace Hellinger, en donde se reincorporan los miembros
excluidos del grupo familiar, resulta muy apropiado cuando se trabaja con los nuevos tipos de
familia: familias monoparentales, adoptivas, homoparentales, familias reconstituidas y familias
que han tenido que atravesar disoluciones o graves traumas (el aborto, la muerte de un hijo o
de uno de los padres, el abuso sexual y la guerra).
Hellinger menciona varios conceptos teóricos, entre los cuales incluye los siguientes:
1. la idea de que tenemos el derecho de pertenecer a un sistema de afecto, el clan familiar, que
está profundamente unido por el amor.
La incapacidad para adoptar conductas resilientes aparece cuando una persona que nació o fue
incorporada al sistema a través del matrimonio es excluida. Toda exclusión altera a la familia,
desequilibrándola. Los miembros de las generaciones que sigan podrán padecer depresiones,
ya que inconscientemente tratarán de corregir esos desequilibrios.
Los grupos familiares se organizan de acuerdo a un orden jerárquico específico, siguiendo una
cronología de jerarquías dentro de la familia inmediata y una jerarquía generacional dentro de
un sistema de familia más amplio.
Hellinger presupone que dentro de las familias existe una conciencia grupal que está gobernada
por los principios de justicia y lealtad, que aparecen bajo la forma de obligaciones o reglas
morales inconscientes. Si se violaran estas reglas el sistema demandaría una retribución y sus
miembros se sentirían angustiado a causa del desequilibrio.
La falta de resiliencia surge a causa de la violación de las reglas naturales por la exclusión de
un miembro de la familia o por el desequilibrio en dar y recibir.
a) exclusiones
Las exclusiones como consecuencia de secretos familiares, como en el caso en que los niños
son adoptados o ilegítimos, conflictos no resueltos entre padres e hijos que llevan a una
permanente falta de comunicación , la pérdida traumática como en el caso de muerte prematura
o suicidio, o cualquier otro tipo de acontecimiento que se perciba como vergonzoso y lleno de
culpa, como por ejemplo un delito. Las exclusiones pueden ser un intento consciente para quitar
a alguna persona de un sistema al que ya no tiene el derecho de pertenecer, como podría ser el
caso de una persona violenta o aquel que queda excluido porque se ha divorciado.
Puede haber también un deseo inconsciente de olvidar, porque las memorias asociadas con
esa persona evocan sentimientos perturbadores. Algunas veces, cuando alguien ha sido
excluido, un miembro de la última generación tal vez desee corregir esa exclusión siguiendo el
mismo camino de la persona excluida de una manera simbólica. Por ejemplo, desarrollando
características o comportamientos similares y así incorporar nuevamente a aquella persona
dentro del sistema. La falta de resiliencia puede indicar la posibilidad de una exclusión que no
ha sido todavía corregida.
El segundo tipo de violación a las reglas lo constituye el desequilibrio entre el dar y el recibir.
Hellinger supone que existe un orden intrínseco de dar y recibir, que sigue la línea lógica del
tiempo. Hellinger sostenía que el amor fluye delicadamente cuando todos los miembros de la
familia siguen una jerarquía, que se basa en tres criterios: el tiempo, el peso y la función. Por
ejemplo, con respecto al tiempo decía: “Los hijos siguen a los padres los menores siempre
vienen después de los mayores, o , “Los hermanos mayores dan a los menores y los menores
reciben de sus mayores; el mayor de todos, da más y el menor de todos, recibe más”.
Hellinger sostenía que existen tres modelos comunes de dar y recibir entre padres e hijos que
dañan el amor en la familia transgeneracional:
Al reconoce el amor que existe a pear de los cortes forzados que causa la desventura, las
familias pueden incluir otra ve, de manera simbólica o literal, a los miembros previamente
excluidos. Las familias podrán entonces planear para el futuro que está influenciado por el
presente y no por el pasado. La terapia ayuda a las familias a reconocer y volver a conectarse
con sus resiliencia interior.
“Hay personas que se quejan porque las rosas tienen espinas; yo doy las gracias porque las
espinas tienen rosa”.
(Alphonse Karr).
A continuación se van a detallar los conceptos de Anne Ancelin Schutzenberger que son
importantes a la hora de hablar de la resiliencia.
En su libro titulado “El síndrome de los ancestros” esta autora da una respuesta a la muerte de
su hijo de 16 años en un accidente automovilístico. Ella expuso que las personas transmiten un
modelo de disfunción, incluida la disfunción familiar, a través de generaciones, y que esto puede
se comprobado desde su origen. Utiliza el genosociograma familiar para demostrar, al igual
que Virginia Satir y Murray Bowen, que se remonta a cuatro o cinco generaciones pasadas en
los modelos de cada familia.
Tenemos una lealtad inconsciente para con nuestras generaciones pasadas que nos lleva a
recrear inadvertidamente los acontecimientos de sus vidas.
Otro concepto al que hace referencia es al legado del incesto genealógico. Y en este sentido
dice que el genosociograma permite una representación sociométrica visual del árbol
genealógico, con sus apellidos, nombres de pila, lugares, fechas, acontecimientos, uniones y
eventos más significativos como nacimientos, matrimonios, muertes, enfermedades
Otros ejemplos de esta lealtad familiar invisible están dentro de lo que Shutzenberger refiere
como terror transgeneracional. Para explicarlo pone el ejemplo de “El viento de la bala del
cañón), este ejemplo hace referencia a la retirada de las tropas de Napoleón de Rusia en 1812,
que había dejado un saldo de 20.000 sobrevivientes sobre 500.000 hombres que habían sido
enviados a ese territorio para luchar contra las fuerzas rusas. Los inspectores de Napoleón
observaron los shocks traumáticos que experimentaban los soldados que habían regresado con
vida, pero quienes habían percibido el aliento de la muerte en sus rostros y habían sentido “el
viento de la bala del cañón” que masacró a sus compañeros y hermanos de armas. Algunos
hombres no recordaban nada de esta experiencia y otros tenían hasta el alma petrificada por el
terror. Da la impresión de que el shock que los había golpeado fue transmitido a determinados
descendientes, quienes en ocasiones se quedaban petrificados hasta los huesos,
completamente inmóviles o se sentían enfermos, experimentaban mucha ansiedad, estrechez
de garganta o pesadillas durante ciertos aniversarios, como si todo esto surgiera de una
búsqueda telescópica de generaciones a través del tiempo.
Esta autora afirma que en sus propias experiencias de trabajo clínico, ha observado que estos
modelos disfuncionales para enfrentar las situaciones de la vida modelan inconscientemente la
resiliencia de la familia. Mientras que los miembros de la familia buscan ,a través de las
generaciones, seguridad y estabilidad siguiendo las reglas estrictas de funcionamiento, ceden a
otros de manera inconsciente la flexibilidad cognitiva, emocional y de comportamiento, como
también su confianza. El sistema cerrado que aparece como resultado inhibe la resiliencia
natural de la familia.
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