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Resilencia Individual y Familiar

El documento habla sobre la resiliencia individual y familiar. Explica que la resiliencia individual se refiere a la capacidad de las personas de superar situaciones adversas y salir fortalecidos, mientras que la resiliencia familiar se refiere a la capacidad de las familias de mantener su funcionamiento a pesar de las dificultades. También analiza factores como el apoyo social, la comunicación y las creencias que promueven la resiliencia tanto a nivel individual como familiar.

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Resilencia Individual y Familiar

El documento habla sobre la resiliencia individual y familiar. Explica que la resiliencia individual se refiere a la capacidad de las personas de superar situaciones adversas y salir fortalecidos, mientras que la resiliencia familiar se refiere a la capacidad de las familias de mantener su funcionamiento a pesar de las dificultades. También analiza factores como el apoyo social, la comunicación y las creencias que promueven la resiliencia tanto a nivel individual como familiar.

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Beatriz Gómez Moreno.

Psicóloga, Terapeuta Familiar. Miembro del programa Gaztedi.

Nerabeei laguntza zerbitzu integrala


Servicio integral de apoyo a adolescentes

RESILENCIA INDIVIDUAL Y FAMILIAR

1. Resiliencia individual y familiar.

a) Resiliencia individual

- antecedentes
- ámbitos de aplicación
- definición
- pilares de la resiliencia: cómo promover nuestra propia resiliencia.
- cómo reactivar la resiliencia: cómo promover la resiliencia en los demás
- buen uso, mal uso y abuso del concepto de resiliencia
- factores de riesgo y factores de protección
- resiliencia y ciclo vital:

c) resiliencia en la adolescencia.

 El adolescente de 12 a 16 años de edad.

1. los afectos y los conflictos se amplían


2. la confianza básica se tambalea
3. un salto en la autonomía
4. ¿qué pueden hacer los padres y los cuidadores?

 características de los niños y jóvenes resilientes


 la resiliencia en el ciclo vital según wolin y wolin

- ejemplos de resiliencia.

 los gamínes : Caso Luis y Caso Juan


 los niños abandonados: Caso Roger y Caso Cristina

- nuevas ideas en torno a la resiliencia.

b) Resiliencia familiar.

- Introducción
- Enfoque sistémico de la resiliencia:

1. perspectiva ecológica
2. perspectiva evolutiva

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- resiliencia familiar

a) familias resilientes
b) estrategias familiares
c) de las deficiencias a los puntos fuertes
d) los mitos de la familia “normal”
e) importancia puntos fuertes en la familia para afrontar la adversidad
f) elementos centrales de un funcionamiento familiar sano
g) importancia de la perspectiva evolutiva sobre la familia.
h) superación y adaptación
i) procesos interactivos en el tiempo y resiliencia familiar
j) prioridad en investigaciones futuras

- factores de riesgo y factores de protección


- principios fundamentales para fortalecer la resiliencia familiar
- el enfoque de resiliencia familiar de Froma Walsh

a) sistema de creencias en la familia

1. conferir un sentido a la adversidad


el valor asociativo:

a) la crisis como desafío


b) la confianza como fundamento
c) el ciclo vital como orientación de la familia
d) la construcción compartida de experiencias críticas

sentido de coherencia
evaluación de la crisis, la angustia y la recuperación

a) creencias causales y explicativas


b) expectativas y temores de futuro

2. un enfoque positivo para la resiliencia

perseverancia
coraje y aliento
mantener la esperanza
optimismo aprendido
creencias sobre el éxito y el fracaso
ilusiones positivas
confianza compartida frente a la adversidad
dominio del arte de lo posible, iniciativa activa y aceptación

3. trascendencia, espiritualidad y transformación

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los valores
la espiritualidad
inspiración creativa
rol, héroes y heroínas
transformación: aprendizaje y crecimiento a partir de la adversidad

b) patrones organizacionales

1. flexibilidad

estabilidad
capacidad de cambio
equilibrio entre la estabilidad y el cambio

2. conexión

equilibrio entre la unidad y la separación individual


subsistemas y fronteras familiares
fronteras interpersonales: diferenciación individual
fronteras generacionales
alianzas y cooperación
liderazgo compartido
relaciones de pareja e igualdad

3. recursos sociales y económicos

familia extensa y comunidad


seguridad económica: equilibrio entre familia y trabajo
conceptos de los terapeutas sobre los procesos organizacionales.

c) procesos de comunicación

1. claridad

mensajes y conductas claros, directos y coherentes


clarificación de la situación crítica

2. expresión emocional sincera

empatía emocional

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tolerancia hacia las diferencias y las emociones negativas
comunicación e intimidad en la pareja
promoción de interacciones positivas

3. resolución cooperativa de problemas

identificación de los problemas y de los factores estresantes conexos


intercambio de ideas creativas
decisiones compartidas: negociación y reciprocidad
resolución de conflictos
lograr objetivos alcanzables
apoyarse en el éxito y aprender del fracaso
una postura proactiva

- el modelo humanista experimental para la familia de Virginia Satir

a) introducción

- sistema abierto y sistema cerrado


- el modelo humanista

b) conceptos teóricos de la terapia de Satir

1. relación entre las partes


2. la triangulación
3. la autoestima
4. elección y responsabilidad
5. teorías de comunicación

c) modelos de comunicación

1. posturas:

a. la congruencia
b. la conciliación
c. la culpa
d. la razón
e. la indiferencia

2. la transformación.

d) herramientas y métodos

1. la escultura
2. la reconstrucción familiar
3. el uso de cuerdas
4. similitudes y diferencias
5. resultado de la experiencia
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e) las etapas de la terapia

1. hacer contacto
2. caos
3. integración y transformación

f) impulsar la resiliencia en familias disfuncionales

- Trabajos terapéuticos relacionados con la resiliencia.

a) constelaciones familiares (Bert Hellinger)

1. introducción
2. Conceptos teóricos:

1. la idea de que tenemos el derecho de pertenecer a un sistema de afecto, el clan familiar, que
está profundamente unido por el amor
2. la idea de que tenemos un lugar especial, un orden jerárquico
3. equilibrio en el sistema. La conciencia grupal
4. la violación de las reglas: desarrollo del síntoma

a) exclusiones
b) desequilibrio en el dar y recibir

b) los lazos transgeneracionales y el síndrome de los ancestros (Anne Ancelin


Schutzenberger)

a) lealtad inconsciente
b) genosociograma familiar
c) terror transgeneracional

- bibliografía

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a) Resiliencia individual

“Había dos niños que patinaban sobre una laguna congelada. Era una tarde nublada y fría, pero
los niños jugaban sin preocupación. Cuando de pronto el hielo se revienta y uno de los niños
cae al agua.
El otro niño viendo que su amigo se ahogaba debajo del hielo, toma una piedra y empieza a
golpear con todas su fuerzas hasta que logra quebrarlo y así salvar a su amigo.
Cuando llegaron los bomberos y vieron lo que había sucedido se preguntaron ¿Cómo lo hizo?
El hielo es muy grueso, es imposible que lo haya podido quebrar con esa piedra y sus manos
tan pequeñas.
En ese instante un anciano dijo: “yo sé cómo lo hizo”
¿Cómo? Le preguntaron al anciano y él contestó:
No había nadie a su alrededor para decirle que no podía hacerlo.”
(Albert Einstein).

Antecedentes

“El concepto de resiliencia ha acabado con la dictadura del concepto de vulnerabilidad.”


(Stanislaw Tomkiewicz, 2001)

El vocablo resiliencia proviene del latín, el término “resilio” que significa volver atrás, volver de
un salto, resaltar, rebotar, ser repelido o resurgir.

En un contexto de investigación epidemiológico social se observó que no todas las personas


sometidas a situaciones de riesgo sufrían enfermedades o padecimientos de algún tipo, sino
que, por el contrario, había quienes superaban la situación y hasta surgían fortalecidos de ella.
A este fenómeno se lo denomina en la actualidad resiliencia.

El conceptote resiliencia no es nuevo en la historia. Se trata de un término que surge de la


Física y de la Ingeniería de Materiales, para simbolizar la elasticidad de un material, propiedad
que le permite absorber energía y deformarse, sin romperse, cuando es presionado por otro
objeto o fuerza exterior, y seguidamente recobrar su extensión o forma original una vez que
cesa dicha presión. Ejemplos de cuerpos con resiliencia son una cinta elástica, un pelota de
goma, un muelle, o la caña de bambú que se dobla sin romperse ante el viento para
enderezarse de nuevo.

Este término también se usa en la medicina, concretamente en la osteología, donde expresa la


capacidad de los huesos de crecer en la dirección correcta después de una fractura. Más tarde
el concepto fue utilizado en las ciencias sociales, como la psicología, la pedagogía, la
sociología, la medicina social y la intervención social, con un significado muy cercano al
etimológico: ser resilientes significa ser rebotado, reanimarse, avanzar después de haber
padecido una situación traumática.

El trabajo que dio origen a esta nuevo concepto fue el de dos psicólogas especializadas en
desarrollo infantil Emmy Werner y Ruth Smith (1982) emprendieron hace medio siglo y que
sembró sin ellas anticiparlo las semillas del concepto de resiliencia humana. Estudiaron la
influencia de los factores de riesgo, los que se presentan cuando los procesos del modo de
vida, de trabajo, de la vida cotidiana, de las relaciones sociales, culturales, políticas y
ecológicas, se caracterizan por una profunda inequidad y discriminación social, desigualdad
tanto de género como etnocultural que generan formas de remuneración injustas con su
consecuencia: la pobreza, un sistema de vida lleno de factores estresores, sobrecargas físicas,

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psíquicas y/o emocionales, exposición a peligros, lo que llama Breilh procesos destructivos que
forman parte de determinados modos de funcionamiento social o de los grupos humanos.

Siguieron durante treinta y dos años a más de 500 niños (se trata de niños y niñas que eran los
patitos feos de las familias pobres de los bajos fondos) nacidos en medio de la pobreza en la
isla de Kauai, una de las islas del Archipiélago de las Hawai. Todos ellos pasaron penurias,
pero una tercera parte sufrió además experiencias de estrés y/o fue criado por familias
disfuncionales por peleas, divorcio con ausencia de padre, alcoholismo o enfermedades
mentales. Muchos de ellos presentaron las patologías físicas, psicológicas y sociales que desde
el punto de vista de los factores de riesgo se esperaban. Pero también constató que muchos de
ellos lograron un desarrollo sano y positivo: estos sujetos fueron definidos como resilientes.

Se formuló entonces una pregunta que daba paso y fundamentaba un nuevo paradigma, ¿Por
qué no se enfermaron los que no se enfermaron? Primero se planteó la cuestión genética
(denominándolos “niños invulnerables” portadores de un temperamento especial, fruto quizá de
condiciones genéticas especiales, dotados con una mejor capacidad cognitiva), pero se dieron
cuenta de que todos los sujetos que resultaron resilientes tenían, por lo menos, a una persona
(familiar o no) que los aceptó de forma incondicional, independientemente de su carácter, su
aspecto físico, su inteligencia, sus conductas o su problemática personal, social y/o familiar.
Necesitaban contar con alguien y de forma simultánea sentir que sus esfuerzos, su
competencia y su autovaloración eran reconocidos y fomentados y estos sujetos las tuvieron.
Eso hizo la diferencia. El afecto, el amor incondicional recibido, estaba en la base de la
capacidad de superarse. Werner manifiesta que todos los estudios realizados en el mundo
acerca de los niños desgraciados, comprobaron que la influencia más positiva para ellos es una
relación cariñosa y estrecha con un adulto significativo. Por tanto la aparición o no de esta
capacidad en los sujetos depende de la interacción de la persona y su entorno humano. En la
actualidad podemos señalar que la resiliencia no procede exclusivamente del medio ni es algo
exclusivamente innato que algunos traen al nacer y otros no. La misma se basa en la
interacción que se produce entre el individuo y el entorno. Tal y como apunta Aldo Melillo, “La
resiliencia se teje, no está ni en el individuo, ni en el entorno, sino entre ambos porque enlaza
un proceso interno con el entorno social”.

Werner forma parte de una serie de precursores o primera generación de investigadores de la


resiliencia que buscaban identificar los factores de riesgo y los factores protectores que habían
posibilitado la adaptación de los niños. Estas investigaciones iniciales establecen la búsqueda
en torno aun modelo triádico donde se estudian tres grupos de factores: los atributos
personales, los aspectos relativos a la familia y las características de contexto donde están
inmersos. De esta manera, entre otros, se descubrió que la ecuación compensaba los déficits
iniciales.

A mediados de los años noventa surge una segunda generación de investigadores (como
Michael Rutter y Edith Grotberg, entre otros) que continúan preocupándose por descubrir
aquellos factores que favorecen la resiliencia, pero ahora añaden una nueva vertiente de
investigación con el estudio de la dinámica y la interrelación entre los distintos factores de
riesgo y protección.

La primera generación de investigadores considera la resiliencia como aquello que se puede


estudiar una vez la persona se ha adaptado, cuando ya tiene una capacidad resiliente. En otras
palabras, sólo se puede etiquetar una persona de resiliente si ya ha habido adaptación;
entonces, la investigación se centra en encontrar aquel conjunto de factores que han
posibilitado la superación.

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En cambio, la segunda generación de investigadores considera la resiliencia como un proceso
que puede ser promovido. Por tanto, las investigaciones se preocupan más en dilucidar cuáles
son las dinámicas presentes en el proceso resiliente, con el objetivo fundamental de ser
replicadas en intervenciones o contextos similares. Es necesario investigar la imbricación
existente entre los distintos factores de riesgo y los resilientes, y por otro lado, también es
necesario estudiar la elaboración de modelos que permitan promover la resiliencia de forma
efectiva mediante programas de intervención.

La segunda generación de investigadores rompen los esquemas fijos e inamovibles respecto


los factores. De esa manera, sus estudios constatan que la distinción que se establece entre
factores promotores y factores de riesgo es muy permeable. Es conveniente destacar los
resultados y reflexiones realizadas a partir del estudio de niños en situaciones adversas
llevadas a cabo por el BICE (Oficina Internacional Católica de la Infancia). Es importante hace
constar que ellos son los responsables del primer libro sobre resiliencia en España. “El realismo
de la esperanza. Herido pero no vencido”.

A pesar de que en sus inicios las investigaciones alrededor de las personas resilientes se
dirigieron a estudiar una infancia marcada por situaciones traumáticas, ahora el estudio de la
resiliencia se ha extendido y entendido como una cualidad que pues ser desarrollada a lo largo
del ciclo de la vida. La resiliencia se ha convertido en una categoría susceptible de ser aplicada
a todo el ciclo vital. No se trata de un proceso reducido a la infancia. Todo el mundo, en
cualquier etapa de su vida y en cualquier ámbito, puede encontrarse en una situación
traumática, la puede superar y salir fortalecido.

Habría un tercer enfoque, el latinoamericano. En Latinoamérica, los primero planteamientos


sobre resiliencia surgen alrededor de 1995. Para estos investigadores, la resiliencia es
comunitaria y puede obtenerse como un producto de la solidaridad social, que se hace evidente
en los esfuerzos colectivos de algunos pueblos a la hora de enfrentar situaciones de
emergencia. Este enfoque se enraíza en la epidemiología social que entiende el proceso salud-
enfermedad como una situación colectiva causada por la estructura del a sociedad y por los
atributos del proceso social. Así, la resiliencia comunitaria desplaza la base epistemológica del
concepto inicial, modificando el objeto de estudio, la postura del observador y la validación del
fenómeno. Los pilares fundamentales de este enfoque son:

- Autoestima colectiva: referida a la satisfacción con la pertenencia a la comunidad.


- Identidad cultural: incorporación de costumbres, valores y demás, que se convierten en
componentes, inherentes al grupo.
- Humor social: capacidad de algunos grupos o colectividades para encontrar la comedia
en la propia tragedia. Es la capacidad de expresar con elementos cómicos la situación
estresante logrando un efecto tranquilizador.
- Honestidad colectiva o estatal: manejo decente y transparente de los asuntos públicos.

Para algunos investigadores, la resiliencia individual y la colectiva son las dos caras de una
misma moneda, ya que la capacidad de enfrentar la adversidad y salir fortalecidos implica
respuestas que pueden darse tanto de manera individual como colectiva. El individuo se
concibe como parte del grupo y reconoce que necesita de él para su desarrollo en una relación
de mutua influencia.

La resiliencia como concepto fue introducido por el paido-psiquiatra Michael Rutter en el ámbito
psicológico hacia los años 70, según el cual este término fue adaptado a las ciencias sociales
para caracterizar aquellas personas que, a pesar de nacer y vivir en situaciones de alto riesgo,
se desarrollan psicológicamente sanos y exitosos. En la opinión del conductista Rutter, la
resiliencia se reducía a una suerte de “flexibilidad social” adaptativa.

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El concepto se profundizó con las investigaciones del etólogo Boris Cirulnyk, quien amplió el
concepto de resiliencia observando a los sobrevivientes de los campos de concentración, los
niños de los orfelinatos rumanos y los niños en situación de desamparo en la calle bolivianos.
Este autor ha realizado aportaciones muy significativas sobre las formas en que la adversidad
hace daño al sujeto, provocando el estrés que dará lugar al origen de algún tipo de enfermedad
y padecimiento. En el caso favorable, el sujeto producirá una reacción resiliente que le permite
superar la adversidad. Describió el concepto de “oxímoron” que describe la escisión del sujeto
herido por el trauma y que nos permite avanzar aún más en la comprensión del proceso de
construcción de la resiliencia, a la cual considera entre los mecanismos de desprendimiento
psíquicos. Dichos mecanismos (descritos por Edward Bibring), a diferencia de los mecanismos
de defensa, apuntan a la realización de posibilidades del sujeto a la hora de superar los efectos
del dolor que está padeciendo. En palabras del propio Cyrulnik “El oxímoron revela el contraste
de aquel que, al recibir un golpe, se adapta dividiéndose. La parte de la persona que ha recibido
el golpe sufre y produce necrosis, mientras que otra parte mejor protegida, aún sana pero más
secreta, reúne, con la energía de la desesperación, todo lo que puede seguir dando un poco de
felicidad y sentido a la vida”.

También destacan en el estudio e investigación de la resiliencia en el marco de la protección a


menores Jorge Barudy y Stefano Cirillo.

Ámbitos de aplicación

“La vida es larga si sabes hacer uso de ella”.


(Séneca)

Pierre-André Michaud reflexiona acerca de los campos en que puede aplicarse la resiliencia y
describe cuatro ámbitos que pueden reducirse a tres:

- el ámbito biológico: se refiere sobre todo a las desventajas somáticas congénitas o


adquiridas como consecuencia de una enfermedad o de un accidente. Por ejemplo: el
presidente Roosevelt, vencedor de nazismo a pesar de permanecer sentado en una silla
de ruedas como consecuencia de una poliomielitis. También se incluyen aquí los
jorobados, hemipléjicos o parapléjicos que cursan estudios en la universidad, se
encuentran con compañer@s para compartir sus vidas y llevan una existencia social
rica y creativa. La resiliencia extrema que desafía los límites de la imaginación encuentra
su representación en Dominique Bauby, ese tetrapléjico capaz de dictar un libro
mediante movimientos de los párpados.

- el ámbito privado: que podemos subdividir en :

1. ámbito familiar: es la resiliencia “princeps” descrita por Emmy Werner, la que más
interesa a los trabajadores sociales. Consiste en el éxito existencial de los niños
procedentes de familias perturbadas, maltratadoras, alcohólicas, rotas, recompuestas,
ausentes, o bien en un permanente conflicto violento, capaz de desembocar incluso en el
asesinato
2. ámbito microsocial: en el que la miseria, el paro, el hábitat malsano, los poblados de
chabolas, son los que crean las situaciones desesperadas, tal como sucede en los
guetos de los extrarradios, donde la condición de inmigrado, sobre todo si se carece de
papeles supone una agresión crónica…

- el ámbito histórico o público: está representando por la resiliencia frente a las


catástrofes, tanto las de origen natural (temblores de tierra, erupciones volcánicas,

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inundaciones, ciclones) como, con mayor frecuencia, lamentablemente, las provocadas
por la crueldad y la estupidez de los hombres (guerras civiles e internacionales,
genocidios, deportaciones, expulsiones, etc.)

Definición

“Nadie sale con vida de este mundo.”


(Wody Allen).

Empezaré esta exposición con una metáfora muy ilustrativa para entender qué es la resiliencia:

“Una hija estaba muy molesta porque parecía que cuando un contratiempo se les solucionaba,
aparecía un problema nuevo aún más complicado. Habló de ello con su padre, que era jefe de
cocina. La miró y, sonriente, cogió tres ollas. En un puchero puso algunos huevos, en otro
algunas zanahorias y en una tercera ollita, café. La joven se quedó pasmada pensando que su
padre no la escuchaba, como ya era habitual, porque en lugar de proporcionarle una respuesta
se ponía a cocinar. Después de veinte minutos de cocción, el padre le preguntó a su hija ¿Qué
ves?. La chica se quedó atónita. ¿Qué quieres que vea? ¡Cómo no me haces ningún caso
mientras cueces unos huevos y unas zanahorias y haces café!, respondió medio enfadada. El
padre imperturbable la invitó a palpar los tres ingredientes. La joven azorada le preguntó qué
significaba.

El le respondió: “los huevos eran frágiles antes de la cocción, y ante la adversidad (el
calentamiento con el fuego) se han vuelto duros; las zanahorias, en cambio, eran duras y con el
fuego se han vuelto blandas; en cambio; el café, cuando ha sido calentado ha sido incluso
capaz de poder transformar su contexto: el café ha transformado el agua. ¿Qué deseas ser tu,
hija mía, ante las adversidades? Ojalá que seas como el café y que cuando aparezcan los
problemas o las adversidades, seas capaz de ser fuerte, sin dejarte vencer ni aislarte, salir
airosa e incluso mejorar tu misma consiguiendo cambiar tu entorno”.

La resiliencia es una metáfora que se asemeja al poder de transformación del café.

La resiliencia según Edith Henderson Grotberg, es “la capacidad del ser humano para hacer
frente a las adversidades de la vida, superarlas y ser transformado positivamente por ellas”. La
resiliencia es parte del proceso evolutivo y debe ser promovido desde la niñez.

La mayoría de las definiciones del concepto de resiliencia son variaciones de ésta. En


psicología, el término resiliencia se refiere a la capacidad de los sujetos para sobreponerse a
períodos del dolor emocional. Cuando un sujeto o grupo es capaz de hacerlo, se dice que tiene
resiliencia adecuada, y puede sobreponerse a contratiempos o incluso resultar fortalecido por
los mismos. El concepto de resiliencia se corresponde con el término entereza. Esta capacidad
de resistencia se prueba en situaciones de fuerte y prolongado estrés.

“La resiliencia es la capacidad que posee un individuo frente a las adversidades, para
mantenerse en pie de lucha, con dosis de perseverancia, tenacidad, actitud positiva y acciones,
que permiten avanzar en contra de la corriente y superarlas”. (E. Chávez y E. Iturralde, 2006).

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“La resiliencia es un proceso dinámico que tiene por resultado la adaptación positiva en
contextos de gran adversidad”. (Luthar, 2000).

“La resiliencia distingue dos componentes: la resistencia frente a la destrucción, es decir, la


capacidad de proteger la propia integridad, bajo presión y , por otra parte, mas allá de la
resistencia, la capacidad de forjar un comportamiento vital positivo pese a las circunstancias
difíciles”. (Vanistendael, 1994).

“La resiliencia se ha caracterizado como un conjunto de procesos sociales e intra-psíquicos que


posibilitan tener una vida “sana” en un medio insano. Estos procesos se realizan a través del
tiempo, dando afortunadas combinaciones entre los atributos del niño y su ambiente familiar,
social y cultural”. (Rutter, 1992).

“La resiliencia es un proceso dinámico, que tienen lugar a lo largo del tiempo, y se sustenta en
la interacción existente entre la persona y el entorno, entre la familia y el medio social. Es el
resultado de un equilibrio entre factores de riesgo, factores protectores y personalidad de cada
individuo, funcionalidad y estructura familiar, y puede variar en con el transcurso del tiempo y
con los cambios de contexto. Implica algo más que sobrevivir, más o menos indemne, al
acontecimiento traumático, a las circunstancias adversas. Incluye la capacidad de ser
transformado por ellas e incluso construir sobre ellas, dotándolas de sentido, y permitiendo no
sólo continuar viviendo, sino tener éxito en algún aspecto vital y poder disfrutar de la vida. La
resiliencia se construye en la relación”. (Roberto Pereira, 2007)

“La resiliencia es la habilidad para resurgir de la adversidad, adaptarse, recuperarse y acceder a


una vida significativa y productiva”. (ICCB, Institute on Child Resilience and Family, 1994).

“Es la capacidad de un sujeto para superar circunstancias de especial dificultad, gracias a sus
cualidades mentales, de conducta y adaptación”. (BICE, 1994).

“La resiliencia es un concepto genérico que se refiere a una amplia gama de factores de riesgo
y su relación con los resultados de la competencia. Puede ser producto de una conjunción entre
los factores ambientales y el temperamento, y un tipo de habilidad cognitiva que tienen algunos
niños aun cuando sean muy pequeños”. (Osborn, 1996).

“La resiliencia significa una combinación de factores que permiten a un niño, a un ser humano,
afrontar y superar los problemas y adversidades de la vida, y construir sobre ellos”. (Suárez
Ojeda, 1995).

“En general, se admite que hay resiliencia cuando un niño muestra reacciones moderadas y
aceptables si el ambiente le somete a estímulos considerados nocivos”. (Goodyer, 1995).

“La resiliencia es la capacidad de tener éxito de modo aceptable para la sociedad, a pesar de
un estrés o de una adversidad que implican normalmente un graves riesgo de resultados
negativos”. (Vanistendael, 1996)

“La resiliencia es una respuesta global en la que se ponen en juego los mecanismos de
protección, entendiendo por estos no la valencia contraria a los factores de riesgo, sino aquella
dinámica que permite al individuo salir fortalecido de la adversidad, en cada situación específica
y respetando las características personales”. (Infante, 1997).

“La Resiliencia, no es simplemente una cosa en la (que algunos niños tienen ventajas, esta se
desarrolla y evoluciona en el tiempo”. (Stroufe, 1997).

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“La Resiliencia es un proceso dinámico por el cual un (individuo interactúa con su entorno para
producir una evolución”. (Stein, 2000).

“La resiliencia es la capacidad de una persona o grupo para seguir proyectándose en el futuro a
pesar de acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de traumas a
veces graves”. (Manciaux, Vanistendael, Lecomte y Cyrulnik, 2001).

“La resiliencia es la historia de adaptaciones exitosas en el individuo que se ha visto expuesto a


factores biológicos de riesgo o eventos de vida estresantes; además, implica la expectativa de
continuar con una baja susceptibilidad a futuros estresares”. (Luthar y Zingler, 1991; Masten y
Garmezy, 1985; Werner y Smith, 1982 en Werner y Smith, 1992).

“La resiliencia es el enfrentamiento efectivo ante eventos y circunstancias de la vida


severamente estresantes y acumulativos”. (Lösel, Blieneser y Köferl en Brambing et al., 1989).

Todas estas definiciones convergen, pues insisten en la resistencia a un trauma, a un suceso o


a un estrés considerado grave, y en una evolución posterior, satisfactoria, socialmente
aceptable. Estas dos dimensiones son inseparables del concepto de la resiliencia. Estas
definiciones recurren a referencias marcadas por la cultura, y, por lo tanto, distintas según la
sociedad y la época.

Tenemos que tener en cuenta además, que la resiliencia:

- nunca es absoluta, total, lograda para siempre. Es una capacidad que resulta de un
proceso dinámico, evolutivo, en que la importancia de un trauma puede superar los
recursos del sujeto.
- varía según las circunstancias, la naturaleza del trauma, el contexto y la etapa de la vida
y puede expresarse de modos muy diversos según la cultura.
- es un proceso.
- hace referencia a la interacción dinámica entre factores.
- puede ser promovida a lo largo del ciclo de la vida.
- no se trata de un atributo estrictamente personal.
- está vinculada al desarrollo y crecimiento humano.
- no constituye un estado definitivo.
- tiene que ver con los procesos de reconstrucción.
- tiene como componente básico la dimensión comunitaria.
- reconoce el valor de la imperfección.
- considera a la persona como única.
- está relacionada con ver el vaso medio lleno.
- es una capacidad universal.

Hay que significar que el concepto de resiliencia ha sido tratado con matices diferentes por
autores franceses y estadounidenses. Por ello, el concepto con el que operan los autores
franceses relaciona la resiliencia con el concepto de crecimiento postraumático, al entender la
resiliencia simultáneamente como la capacidad de salir indemne de una experiencia adversa,
aprender de ella y mejorar. Mientras que el concepto que utilizan los norteamericanos, más
restringido, hace referencia al proceso de afrontamiento que ayuda a la persona a mantenerse
intacta, diferenciándolo del concepto de crecimiento postraumático. Desde la corriente
norteamericana se sugiere que el término resiliencia sea reservado para denotar el retorno
homeostático del sujeto a su condición anterior, mientras que se utilizan términos como
florecimiento (thriving) o crecimiento postraumático para hacer referencia a la obtención de
beneficios o al cambio a mejor tras la experiencia traumática.

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La confusión en el uso y empleo de estos términos es debida a la aparición de la corriente que
estudia los potenciales efectos positivos de la experiencia traumática (Park, 1998), razón por la
que en la actualidad aún se carece de un léxico estandarizado con el que trabajar y unificar
criterios.

Es importante también diferenciar el concepto de resiliencia del de recuperación, ya que se


representan trayectorias temporales diferentes. Así, la recuperación implica un retorno gradual
hacia la normalidad funcional, mientras que la resiliencia refleja la habilidad de mantener un
equilibrio estable durante todo el proceso.

Nadie está libre de sufrir contratiempos, adversidades. Estudios realizados en todas partes del
mundo, las personas identificaron las adversidades a las que se enfrentaba (Grotberg,
1995,2000) y se distinguieron dos tipos de adversidades: las adversidades experimentadas
dentro del ámbito familiar y las adversidades experimentadas fuera del ámbito familiar. Entre las
primeras destacan: la muerte de uno de los padres o abuelos; el divorcio o la separación; la
enfermedad de los padres o de un hermano; la pobreza; una mudanza; un accidente que deje
secuelas en la persona; el maltrato; el abuso sexual; el abandono; el suicidio; los segundos
matrimonios; el abandono; una salud frágil y la hospitalización; incendios que produzcan daños
en la persona; una repatriación forzada de la familia; miembros de la familia discapacitados;
padres que pierden sus trabajos o sus fuentes de ingresos; etc... Entre las experimentadas
fuera del ámbito familiar destacan: los robos; la guerra; los incendios; los terremotos; las
inundaciones; los accidentes de automóviles; las condiciones económicas adversas; ser
refugiado ilegal, ser inmigrante; los daños provocados por tormentas, inundaciones o el frío; ser
encarcelado por motivos políticos; la hambruna; ser abusado por un extraño; los asesinatos en
el vecindario; los gobiernos inestables; la sequía.... Además hoy podríamos agregar a esta lista
el terrorismo, las drogas, la violencia, el embarazo en las adolescentes, los abusos, la violencia
en las calles, las familias con un solo ingreso y además viven en la pobreza, la discriminación,
el racismo y los problemas de salud mental.

Luis Rojas Marcos, en su último libro, “Superar la adversidad. El poder de la resiliencia”


(Espasa, 2010) dice que las desgracias pueden dividirse en dos categorías: comunes y
excepcionales. Para este autor en el grupo de las desgracias comunes u ordinarias estarían
aquellas que hemos aprendido desde pequeños a percibir como inevitables, “azotes de la vida o
gajes desafortunados el oficio de vivir” y que serían por ejemplo la pérdida de seres queridos
(muertes imprevistas y prematuras que son difíciles de encajar), los conflictos y rupturas de
relaciones afectivas importantes, las enfermedades graves y el paro forzoso. La pérdida más
dura para un adulto suele ser la muerte del cónyuge o de un hijo. Para los niños la muerte del
padre o de la madre es el golpe más cruel. También estarían dentro de este grupo, la
separación o divorcio de los padres, las enfermedades físicas o emocionales crónicas,
dolorosas, debilitantes e incluso mortales, tanto si somos nosotros los afligidos como si los son
personas cercana o queridas. Por ejemplo las neuralgias o migrañas crónicas, algunos
cánceres, la depresión, los trastornos obsesivo compulsivos graves, las alteraciones
neurológicas o musculares degenerativas irreversibles, la demencia de Alzheimer, la
insuficiencia respiratoria crónica, las secuelas corporales de accidentes graves, como parálisis o
hemiplejías, y otros padecimientos que impiden la autonomía y la aptitud para convivir, crear o
disfrutar de la vida.
La pérdida de trabajo también estaría en este grupo, bien por desempleo o bien por jubilación
forzosa, ya que la actividad laboral representó para estas personas durante muchos años de su
vida la fuente principal de gratificación personal y valoración y reconocimiento social.

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Luis Rojas Marcos también hace mención al hecho de que desde 2008 estamos inmersos en
una crisis económica mundial sin precedentes, caracterizada por bancarrotas masivas y el
hundimiento a nivel mundial de cientos de instituciones financieras y como consecuencia la
desaparición de miles de negocios, millones de puestos de trabajo y disminución e incluso
desaparición de los ahorros de toda una vida en muchas familias. Esta situación ha llevado a un
aumento significativo de los niveles en las tasas de ansiedad y depresión en muchos países del
mundo.

En el grupo de las desgracias excepcionales este autor incluye la participación en combates de


guerra, ser víctima o testigo de actos humanos de extrema crueldad como los crímenes con uso
de la violencia, las violaciones, las torturas, los raptos o los internamientos en campos de
concentración o de prisioneros por motivos políticos o militaristas. También estarían en este
grupo los conflictos bélicos y sociales cruentos, incluyendo los actos de terrorismo y las
matanzas de grupos étnicos o religiosos, las guerras de Irak y Afganistán, los ataques
terroristas en Nueva York, Londres y Madrid, los genocidios cometidos en Ruanda, Bosnia y
Sudán y las atrocidades que ocurren en Palestina e Israel que aún hoy estamos
acostumbrados a ver en los telediarios casi de forma diaria. Este autor dice que entre las
situaciones de ensañamiento físico y psicológico que más ponen a prueba la resiliencia humana
se sitúan las que se producen en condiciones en las que las víctimas no pueden escapar del
verdugo por imposibilidad física o por imposiciones legales, sociales o psicológicas. Estas
circunstancias de deshumanización y acoso persistentes se dan en las cárceles, en los campos
de internamiento, en el ámbito secreto de ciertos cultos religiosos, en el medio laboral, en los
colegios, y, en el seno privado del hogar familiar. La violencia prolongada daña la confianza, la
autoestima y la integridad personal de los afectados. Tanto las mujeres maltratadas como los
niños objeto de abuso sexual tienen que vivir con el hecho de que socialmente en muchas
ocasiones se tiende a responsabilizarles de haber sido culpables de su propia desgracia
culpándose a sí mismos de su terrible situación.

Otros ejemplos de desgracias consideradas excepcionales por este autor serían los grandes
siniestros o accidentes que causan heridos graves o muertes violentas, y los desastres
devastadores e imprevisibles provocados por las fuerzas de la naturaleza.

Por último, un grupo de desgracias que son excepcionales pero no tan inesperadas lo forman
las autoinfligidas. Nadie que se encuentre bien busca de forma consciente una desgracia, pero
hay personas que necesitan y persiguen situaciones peligrosas que van más allá de lo que nos
ofrece la vida cotidiana. Son personas que les gusta experimentar emociones intensas, que
consideran que la sorpresa y el sobresalto son los ingredientes que hacen bonita la vida y que
sentir miedo les aporta una sensación excitante que les produce mucho placer y que el
suspense y la duda de lo que va a suceder les estimulan enormemente. Dentro de este grupo,
las personas que lo forman suelen ser de mediana edad, dominantes, porfiadas o impetuosas
que no solo hacen caso omiso a las averías más peligrosas de su cuerpo, sino que además
mantienen comportamientos altamente autodestructivos. Sustituyen su miedo a la vulnerabilidad
por un falso sentido de seguridad. Por ejemplo, beben alcohol pese a sufrir problemas de
hígado, fuman pese a padecer enfisema pulmonar o hacen locuras y se embarcan en todo tipo
de excesos insensatos, como esquí, maratones o ciclismo de montaña, pese a sufrir graves
problemas cardíacos. Realmente son los protagonistas de las historias de muertes repentinas.

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Pilares de la resiliencia: cómo promover nuestra propia resiliencia.

“Quiéreme cuando menos me lo merezca,


porque será cuando más lo necesite.”
(Anónimo).

La identificación de un hecho o situación adversa es el primer paso del camino para aprender a
enfrentarlo. Pero, ¿dé donde viene es cualidad?, ¿la tenemos potencialmente todos? Según
Grotberg (2006) todos podemos volvernos resilientes. El desafío es encontrar la manera de
promover esa capacidad en cada persona tanto a nivel individual como familiar y social.

Algunos de los primeros estudios sobre el tema enumeraron características o factores


resilientes que contribuían a identificar aquello que resultaba útil y efectivo a la hora de superar
adversidades (Werner y Smith, 1982, Rutter, 1979). Las características o factores que los
diferenciaban eran muchos. De manera que se pueden agrupar en apoyos externos
promueven la resiliencia, la fuerza interior que se desarrolla a través del tiempo y que sostiene
a aquellos que se encuentran frente a alguna adversidad, y por último, los factores
interpersonales, es decir, esa capacidad de resolución de problemas que es aquello que se
enfrenta con la adversidad real. Grotberg organizó estos factores de la siguiente manera: yo
tengo, yo soy y yo puedo.

Yo tengo (apoyo externo)

1. Una o más personas dentro de mi grupo familiar en las que puedo confiar y que me aman
sin condicionamientos, es decir, de forma incondicional;
2. una o más personas fuera de mi entorno familiar en las que puedo confiar plenamente;
3. límites en mi comportamiento;
4. personas que me alientan a ser independiente;
5. buenos modelos a imitar;
6. acceso a la salud, a la educación y a servicios de seguridad y sociales que necesito; y
7. una familia y entorno social estables.

Yo soy (fuerza interior)

1. Una persona que agrada a la mayoría de la gente;


2. generalmente tranquila y bien predispuesta;
3. alguien que logra aquello que se propone y que planea para el futuro;
4. una persona que se respeta a sí misma y a los demás;
5. alguien que siente empatía por los demás y se preocupa por ellos;
6. responsable de mis propias acciones y acepto sus consecuencias;
7. segura de mí misma, optimista, confiada y tengo muchas esperanzas.

Yo puedo (capacidades interpersonales y de resolución de conflictos)

1. Generar nuevas ideas o nuevos caminos para hacer las cosas;


2. realizar una tarea hasta finalizarla;
3. encontrar el humor en la vida y utilizarlos para reducir tensiones;
4. expresar mis pensamientos y sentimientos en mi comunicación con los demás;

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5. resolver conflictos en diferentes ámbitos: académico, laboral, personal y social;
6. controlar mi comportamiento: mis sentimientos, mis impulsos, el demostrar lo que siento,
y;
7. pedir ayuda cuando la necesito.

Estos factores resilientes pueden promoverse por separado. Sin embargo, cuando una persona
se enfrenta a una situación adversa, se combinan todos los factores tomándolos de cada
categoría, según se necesiten. La mayoría de las personas ya cuentan con algunos de estos
factores, sólo que no poseen los suficientes, o quizá nos saben cómo utilizarlos contra la
adversidad. Otras personas, en cambio, sólo son resilientes en una determinada circunstancia y
no lo son en otras.

A continuación pasaré a detallar punto por punto el organigrama de los pilares de la resiliencia
que Grotberg nos ofrece en su libro “la resiliencia en el mundo de hoy” y que nos posibilitan a
su vez el camino para promover nuestra propia resiliencia:

Yo tengo (apoyo externo)

1. Una o más personas dentro de mi grupo familiar en las que puedo confiar y que me
aman sin condicionamientos, es decir, de forma incondicional y 2. una o más
personas fuera de mi entorno familiar en las que puedo confiar plenamente.

Desde aquí, sé que cuento con alguna persona en mi familia en la que puedo confiar en
momentos de adversidad. Pero no daré por sentado que esta persona se comportará siempre
igual. Mantendré nuestra relación activa y la reforzaré pasando tiempo con ella. Deberé pensar
también en otra persona dentro de mi familia a con la que pueda comenzar a construir una
relación de confianza, ya que aquella en la que más con fío en este momento puede mudarse a
otro lugar, enfermarse o envejecer demasiado como para poder ayudarme, ¿quién más podría
tener ese puesto?.

Además, ¿a quién más conozco fuera de mi entorno familiar en quien podré confiar
plenamente? Tengo que dar confianza a los demás para poder recibirla después. Aceptaré
correr riesgos y comenzaré a conversar con al persona que elegí y veré su respuesta. Si esta
se muestra lo suficientemente cordial como para hablar sobre un tema más persona, la invitaré
a almorzar o a hacer alguna actividad juntos. Entonces, trataré de contarle algo todavía más
personal y le pediré que lo mantenga en secreto, así podré ver si ella es de mi confianza. En lo
personal yo considero que generalmente puedo confiar en aquellas personas que hacen lo que
dicen, que mantienen su palabra.

Sin embargo, necesitaré asegurarme de que puedo confiar en mí misma para enfrentar las
adversidades. Si siento mucho miedo en correr riesgos por temor al fracaso o al ridículo,
entonces necesitaré practicar con situaciones que involucren pequeños riesgos, donde las
consecuencias pueden no resular perjudiciales.

3. límites en mi comportamiento

¿Sé hasta dónde puedo llegar cuando pido ayuda a os demás o espero recibirla? ¿Sé hasta
qué punto puedo sentirme dependiente de una persona para poder enfrentar las adversidades?
Para lograr utilizar eficazmente las pautas para enfrentar adversidades, necesitaré considerar el
valor y las limitaciones de cada uno. Utilizaré mi inteligencia para decidir qué lineamientos
aplicar para determinada circunstancia y la manera de aplicarlos como expresión de mi libertad.

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4. personas que me alientan a ser independiente y 5. buenos modelos a imitar

Las personas que me ayudan, ¿hacen las cosas por mí o me alientan para que trate de
resolverlas por mí misma? No debo convertirme en sobredependiente de los demás; por tal
motivo, necesito pensar en qué medida puedo resolver las cosas sola. Luego, podré considerar
cuánto apoyo necesito de los demás. Puedo ver a través de las reacciones de los otros
(lenguaje corporal, el tono de voz o su comportamiento) si estoy dependiendo demasiado de
ellos par enfrentar mis adversidades. Si alguien espera que yo sea más independiente de lo que
en realidad puedo ser, entonces necesitaré encontrar el modo de decirles que necesito ayuda.

6. acceso a la salud, a la educación y a servicios de seguridad y sociales que necesito

¿Cuento hoy con los servicios sociales que necesito? Y el día de mañana, ¿estarán disponibles
también?. Tal vez necesite buscar otros recursos adicionales. ¿Se dónde encontrar los
negocios, bibliotecas, centros educativos o cualquier otro servicio que necesite hoy o en el
futuro? Si estoy enferma o herida, ¿puedo describir lo que sucedió, cómo sucedió y qué
necesito?.

Tendré que hacer una lista y planear por adelantado según mis necesidades vayan cambiando.
Tendré que escribir una guía con los servicios que considero podré eventualmente necesitar.

7. una familia y entorno social estables

A medida que la gente se muda a otros lugares, tengo la posibilidad de hacer nuevas relaciones
para construir una nueva familia. Por el hecho de ser parte de una comunidad, puedo ser más
activa dentro de ésta, creando relaciones y contribuyendo a su crecimiento y estabilidad.
¿Puedo donar mi tempo a un centro de atención para jóvenes? ¿Serviría mi ayuda en un
hospital? Debería contribuir con la comunidad para brindar mi ayuda no solo cuando las
situaciones no implican riesgos, sino también cuando la comunidad se enfrenta a distintas
adversidades.

Yo soy (fuerza interior)

1. Una persona que agrada a la mayoría de la gente;

¿Soy cordial con los demás?, ¿Hago nuevos amigos con facilidad? ¿Demuestro mi aceptación
a la gente que acabo de conocer?. Este tipo de conducta agradable no sólo hace que todos se
sientan mejor, sino que garantiza una buena predisposión cuando pidamos ayuda para hacer
frente a circunstancias adversas.

2. generalmente tranquila y bien predispuesta;

¿Mi temperamento se ha modificado, aunque sea levemente, sin que yo lo notara? ¿Estoy más
irritable que antes? ¿Soy menos paciente con los demás? ¿Puedo encontrar mejores maneras
de protegerme para evitar sentirme enojado con las otras personas? Como una práctica,
plantea Grotberg, intentar tranquilizarse antes de ingresar a una reunión de trabajo o encuentro
social donde podría experimentar tensiones fuertes.
Se intentará generar una atmósfera tranquila dentro de una situación estresante. Sé que tengo
algunas dificultades cuando debo manejar las adversidades y e siento malhumorada o tiendo a
enojarme con facilidad. Seguramente, las personas me darán la espalda cuando necesite
ayuda. Por otro lado, puedo también pensar mejor cuando me siento tranquila.

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3. alguien que logra aquello que se propone y que planea para el futuro;

¿Pienso en términos de futuro? ¿Todavía formulo planes interesantes que se ajustan a lo que
quiero para mi futuro? Cuando pienso en el futuro debo hacerlo considerando las adversidades
con las que puedo llegar a enfrentarme. Si me quedara sin dinero, ¿cuento con un plan
alternativo? Si mi casa resultase destruida por un incendio, ¿tengo otro lugar adonde ir? Si
sufriera un accidente, ¿Sabría qué hacer? El futuro planeado no consiste sólo en objetivos a
lograr, también consisten en estar preparada para enfrentar las adversidades que pueden
inmiscuirse en nuestras metas.

4. una persona que se respeta a sí misma y a los demás;

Cuando tengo respeto por mí mismo, no permito que otras personas se aprovechen de mí o me
humillen sin dejar de manifestar mi protesta y de pedir una aclaración como muestra del respeto
que merezco. Si soy víctima de maltrato físico o emocional, como por ejemplo en una situación
violenta, es necesario que recuerde que no importa la que suceda siempre tendré respeto por
mi persona. Nadie me quitará el respeto que tengo por mí mismo. De igual manera, necesitaré
respetar a los demás, incluso a aquellos que cometen actos terribles y que son los generadores
de grandes adversidades. Reconoce la autora, Grotberg, que esto no es nada fácil, en especial
si fuimos nosotros mismos o nuestros seres queridos las víctimas de esas adversidades.
Debemos recordar que todos los seres humanos tienen derechos inherentes a su condición
como tales cuando son capturados o encarcelados.

5. alguien que siente empatía pro los demás y se preocupa por ellos;

¿Soy capaz de ser solidaria con el dolor y el sufrimiento de otras personas?, ¿hago cosas por lo
demás para demostrarles mi interés y mi preocupación por ellos? Si tengo dificultad en estas
áreas, debo comenzar, buscando ejemplos de gente solidaria en libros y películas, para poder
analizar las maneras que poseen para demostrar su empatía. Luego puedo imitarlos,
empezando por cosas pequeñas y midiendo la respuesta que obtengo en cada intento.

6. responsable de mis propias acciones y acepto las consecuencias;

¿Me resulta difícil asumir mi responsabilidad y tiendo a echar la culpa a los demás en general
de las cosas que me suceden? Puede ser que me resulte difícil asumir mi responsabilidad. En
tiempos de adversidad, es necesario ser especialmente responsable de mis acciones, de la
misma manera en que confío que otras personas serán responsables de aquello que hacen.

7. y yo soy segura de mí misma, optimista, confiada y tengo muchas esperanzas.

¿Tengo la sensación de que las cosas van a funcionar bien para mí si me esfuerzo por lograrlo?
¿Tiendo a visualizar resultados positivos? Sabemos que el hecho de ser optimistas y confiados
hace que las posibilidades de enfrentar y superar las adversidades sean mucho más exitosas.

Yo puedo (capacidades interpersonales y de resolución de conflictos)

1. Generar nuevas ideas o nuevos caminos para hacer las cosas;

¿Siento placer al sugerir nuevas ideas para hacer las cosas o resolver problemas y dificultades?
¿Siento la necesidad de correr riesgos probando nuevas ideas? Si tuviera dificultades en esta

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área tendría que documentarme con libros que me parecieran interesantes y que me ayudaran
a ampliar mis conocimientos y análisis de estos temas. Hay que reconocer que el hecho de ser
creativa puede ayudar a la hora de enfrentar adversidades.

2. realizar una tarea hasta finalizarla;

¿Soy una persona constante o me rindo con facilidad ante los retos y las obligaciones?. Si
tuviera problemas con este aspecto tendría que practicar adquiriendo el compromiso de
comenzar un proyecto y terminarlo hasta el final. Es importante tener en cuenta que la
constancia es fundamental si deseo enfrentar las adversidades y puedo superarlas.

3. encontrar el humor en la vida y utilizarlos para reducir tensiones;

¿Soy capaz de observar con sentido del humor aquello que sucede a mi alrededor?. El humor
libera energía para hacer frente al conflicto. El humor es un excelente compañero para romper
con las tensiones y cuando una persona está inmersa en una situación de extrema adversidad
es básico contar con este elemento para poder enfrentarla.

4. expresar mis pensamientos y sentimientos en mi comunicación con los demás;

¿Me resulta fácil y cómodo expresar mis pensamientos y mis sentimientos o tiendo a sentir
vergüenza o duda?. Se refiere a la capacidad de expresar con claridad y de hacer conectar al
otro con lo que estás diciendo. Empatizar tanto a nivel cognitivo como emocional en una espiral
de retroalimentación positiva. Esta capacidad en las relaciones interpersonales se torna muy
importante en lo cotidiano y constituye una llave de acceso tanto durante como después de una
experiencia adversa.

5. resolver conflictos en diferentes ámbitos: académico, laboral, personal y social;

¿Tengo capacidad de enfrentar y resolver mis propios conflictos? Y ¿soy capaz de ayudar a
otros a resolver y comprender sus conflictos sin entrometerme en su espacio privado? Tendré
que saber cuales son las herramientas que utilizo, si son las correctas y si me dan buenos
resultados. Esta actitud es de gran ayuda para enfrentarse a adversidades tanto reales como
imaginarias.

6. controlar mi comportamiento: mis sentimientos, mis impulsos, el demostrar lo que


siento,

¿Puedo controlar mis sentimientos y mis impulsos? ¿cómo lo hago?. Tener información de esta
área será fundamental a la hora de posicionarme y mostrarme en momentos de adversidad en
los que la serenidad y la tranquilidad serán buenos compañeros del camino en dirección de la
solución y superación de dicho momento.

7. y; pedir ayuda cuando la necesito.

¿Soy capaz de pedir ayuda sin sentirme una persona débil o vulnerable? ¿Puedo aceptar
fácilmente que me pueden dar un si o un no por respuesta?. El hecho de poder pedir ayuda en
una situación de mucha dificultad nos ampliará el foco de las posibilidades de poder resolverla.

Grotberg añade que la resiliencia se activa cuando nos enfrentamos a una situación adversa
difícil que necesita ser enfrentada y superada y dice que la secuencia de respuesta ante una

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posible adversidad es la siguiente: 1. prepararse para la adversidad; 2. sobrevivirla
atravesándola y 3. aprender de ella.

1. prepararse para la adversidad.

Si la adversidad no se presenta por sorpresa, podemos disponer de tiempo para prepararnos


ante ella, así poder enfrentarla y superarla. Habrá que tener en cuenta aspectos como
imaginarse qué es lo que ocurrirá, quién y de qué manera resultará afectado por esa situación,
cuáles son los obstáculos que necesitaríamos superar para hacer frente a la situación, quizá
habría que considerar la posibilidad de pedir ayuda a alguien, si fuera así, tendría que elegir
quién me iba a acompañar en este proceso entre las personas con las que cuento y me
pudieran ayudar..., tendría también que saber con qué fortalezas interiores cuento y qué
capacidades necesito utilizar para desplegarlas.

2. atravesar la adversidad.

El problema en este momento del camino es la adversidad empieza a tener vida propia. En este
punto crítico en lugar se proactivos frente a ella lo que hacemos es tender a controlar los
acontecimientos. A medida que vamos avanzando necesitamos adoptar una posición de
dominio sobre el proceso. Será importante tener en cuenta en qué puntos se encuentran las
cosas, tendremos que hacer una evaluación sobre el estado actual de la adversidad, también es
aconsejable saber cómo están manejando la situación las otras personas involucradas, así ser
conscientes de las nuevas acciones que deberíamos emprender, si son necesarias otras
estrategias o planes, quizá buscar otras vías para resolver el conflicto, saber si necesitamos
ayuda, tener presente en quién podríamos confiar en un momento como éste, ect...La ventaja
más importante de estar atravesando una situación adversa es que, por lo general, tenemos
que hacer algo, y al hacer algo estamos consumiendo parte de la energía y la ansiedad que nos
genera esta situación, consecuencia de lo cual ya no estaremos tan estresados ni angustiados.
El actuar también ayuda a evitar sentirnos completamente indefensos. En este momento de la
situación resulta muy amenazador pensar que no somos personas totalmente capaces de
enfrentar y resolver dicha situación.

3. aprender de la adversidad.

Es muy importante encarar la adversidad una vez que se ha superado. Es fundamental una
mirada retrospectiva en este sentido. Jamás hay que menospreciar una adversidad superada,
sería un gran error. Aunque, evidentemente, podemos aprender mucho tanto de nuestros
errores como de nuestros aciertos. Nos cuestionaremos, por lo tanto, qué es lo que hemos
aprendido de esta situación acerca de las personas que han participado en ella, qué hemos
aprendido de nosotros mismos y si nos sentimos o no más fuertes, más seguros de nosotros
mismos, mejores personas que antes de atravesar y superar esta situación adversa.

Existen tres pilares que sostienen la capacidad de resiliencia, explican Teitelman y Arazi:

La capacidad de juego. No tomarse las cosas tan a pecho que el temor impida hallar las
salidas. Y en esto e sentido del humor, el “mirar las cosas como desde el revés de un larga vista
permite tomar distancia de los conflictos. La creatividad, la multiplicación de los intereses
personales, los juegos de la imaginación relegan esas causas de alarma a su justo lugar,
relativizarlas para no deprimirse.

La capacidad de encarar las situaciones con un sentimiento de esperanza. Y para ello es


fundamental tener al menos a alguien en quien depositar los afectos, admiración, qué sirven
como guías y estimulo. Es lo que en el lenguaje común de los grupos de resiliencia se conoce

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como “engancharse”. Esto que viene a veces naturalmente con el modo de ser de La persona,
puede ser estimulado por educadores y terapeutas. Son esenciales asimismo las llamadas
redes de sostén o de contención, vínculos que enriquecen e impiden que la persona se sienta
en una intemperie vital. Amigos, un maestro, una comunidad barrial, los grupos de resiliencia
obran con apoyo y estímulo permanentes.

El auto sostén. Se puede resumir como un mensaje que la persona elabora para si misma. “Yo
sé que esto me va a pasar”, se dice ante un mal trance. O sea: “Me quiero, confío en mí, me
puedo sostener en la vida.

Aprender divirtiéndose

La novedad que aporta la idea de resiliencia, corrobora la doctora Maria Cristina Chardon, que
investiga actualmente en temas de ‘educación y salud, es que se dictan cursos a maestros y
expertos en pedagogía para que enseñen a vivir de otra manera. Es curioso que actualmente
los docentes consulten ahora cómo transmitir el sentido del honor, el gusto por el juego.

La resiliencia es más que resistir a los embates, al temor a los riesgos, es tomar cada
circunstancia adversa como un desafío que pone a prueba todas las potencialidades de un
individuo. Reemplaza el temor a no poder por el aliciente de pasar airosamente cada prueba.
Toma ese reto como una diversión, no como una desgracia que lleva ala consabida frase “Esto
tenía que pasarme a mí”, pasando por alto que a cualquiera le puede pasar de todo El sentido
de la resiliencia ayuda «abrir la puerta para ir a Jugar”. Vivir como dice Leopoldo Marechal:
"Con ese estricto sonido del juego que suele hacer de la pena la rosa".

Esta idea de diversión bien entendida, se extiende a las escuelas a la hora de clase y de hacer
la tarea. Enseñar y aprender con una sonrisa no ha sido tomado hasta ahora como algo
compatible con el estudio tradicional, por algo llamado ‘serio”. Hay en la adquisición de
conocimientos un goce que suele ser robado al aula. Lo que el cambio de actitud intenta es
evitar el estrés que con frecuencia produce la escuela cuando es vivida como un riesgo y una
amenaza (“Y si me aplazan?”; “Si me llaman hoy a dar la lección?”; «Como me fue —o me irá—
en la prueba escrita?”) ¡Cuántos adultos han incorporado en su personalidad ese temor al
fracaso escolar que muchas veces es responsable de posteriores frustraciones! Resaltar las
aptitudes del alumno sin hacer hincapié en sus carencias es tema de los estudios actuales de la
doctora Chardon. Otro aspecto de la capacidad resiliente llevada al campo de la educación y la
salud.
Aldo Melillo relaciona los siguientes factores como pilares de la resiliencia:

Autoestima consistente:

Es la base de los demás pilares y es el resultado del cuidado afectivo consecuente del niño o
adolescente por un adulto significativo, “suficientemente” bueno y capaz de dar una respuesta
sensible. Este adulto significativo no tiene porqué ser el padre o madre, aunque en la mayoría
de los casos pueda serlo.

Introspección:

Es el arte de preguntarse a sí mismo y darse una respuesta honesta. Depende de la solidez de


la autoestima que se desarrolla a partir del reconocimiento del otro. De ahí la posibilidad de
captación de los jóvenes por grupos de adictos o delincuentes, con el fin de obtener este
reconocimiento.

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Independencia:

Saber fijar límites entre uno mismo y el medio con problemas; la capacidad de mantener
distancia emocional y física sin caer en el aislamiento. Depende del principio de realidad que
permite juzgar una situación prescindiendo de los deseos del sujeto. Los casos de abusos
ponen en juego esta capacidad.

Capacidad de relacionarse:

La habilidad para establecer lazos e intimidad con otras personas, para así balancear la propia
necesidad de afecto con la actitud de brindarse a otros. Una autoestima baja o exageradamente
alta producen aislamiento; si es baja por autoexclusión vergonzante y si es demasiado alta por
rechazo por la soberbia que se supone.

Iniciativa:

El gusto de exigirse y ponerse a prueba en tareas progresivamente más exigentes.

Humor:

Encontrar lo cómico en la propia tragedia. Permite ahorrarse sentimientos negativos aunque sea
transitoriamente y soportar situaciones adversas.

Creatividad:

La capacidad de crear orden, belleza y finalidad a partir del caos y el desorden. Fruto de la
capacidad de reflexión, se desarrolla a partir del juego en la infancia.

Moralidad:

Entendida ésta como la consecuencia para extender el deseo personal de bienestar a todos los
semejantes y la capacidad de comprometerse con valores. Es la base del buen trato hacia los
otros.

Capacidad de pensamiento crítico:

Es un pilar de segundo grado, fruto de las combinaciones de todos los otros y que permite
analizar críticamente las causas y responsabilidades de la adversidad que se sufre, cuando es
la sociedad en su conjunto la adversidad que se enfrenta. Y se propone modos de enfrentarlas
y cambiarlas. A esto se llega a partir de criticar el concepto de adaptación positiva o falta de
desajustes que en la literatura anglosajona se piensa como un rasgo de resiliencia del sujeto.

Aldo Melillo, además, relaciona el concepto resiliencia con el psicoanálisis e insiste en que si
bien hay autores que han traducido el término resiliencia como “elasticidad”, en su concepto
actual no se mantiene nada de eso; la resiliencia no supone nunca un retorno íntegro a un
estado anterior a la ocurrencia del trauma o la situación de adversidad: ya nada es lo mismo.

La escisión del yo no se sutura, insiste el autor, sino que permanece en el sujeto compensada
por los recursos yoicos que se enuncian como pilares de la resiliencia. Con esto más el soporte
de toros humanos que otorgan un apoyo indispensable, la posibilidad de resiliencia se asegura
y el sujeto continúa con su vida. Este autor afirma que se podría decir que el concepto de
oxímoron es del mismo orden que el concepto de Freud de la escisión del yo en el proceso
defensivo.

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Algunos psicoanalistas afirman que el concepto de resiliencia es o puede ser contradictorio con
un modelo psicoanalítico de la vida psíquica. Claramente no es así cuando se considera el
modelo freudiano de la segunda o tercer tópica que especifica Zuckerfeld (2002). En el caso de
la segunda tópica, la consideración del yo como instancia que debe “pilotear” las relaciones del
sujeto con los deseos conscientes e inconscientes, los requerimientos de su conciencia moral
(superyó) y de sus ideales (ideal del yo), y los del mundo externo, es decir la relación con su
entorno, pone en evidencia los beneficios de estimular los pilares de la resiliencia, clara e
íntimamente ligados al as capacidades del yo. En este modelo psicoanalítico, la fortaleza del yo
facilita la tramitación por parte del sujeto de los requerimientos de las otras instancias: es a la
vez resultado y causa del proceso de la cura psicoanalítica y del desarrollo de las capacidades
resilientes. El trauma puede ser el punto de partida de una estructuración neurótica o psicótica,
pero también un punto de llegada en cuanto a generar una fuerte y útil estructura defensiva.

Así, este autor manifiesta que la resiliencia se teje: no hay que buscarla sólo en la interioridad
de la persona ni en su entorno, sino entre los dos, porque anuda constantemente un proceso
íntimo con el entorno social. Esto elimina la noción de fuerza o debilidad del individuo; por eso
en la literatura sobre resiliencia se dejó de hablar de niños invulnerables. Tiene contactos con la
noción de apuntalamiento de la pulsión de Freud. Como ya dijo Freud “(….) la líbido sigue los
caminos de las necesidades narcisistas y se adhiere a los objetos que aseguran su
satisfacción”. La madre, que es la primera suministradora de satisfacción de las necesidades
del niño, es el primer objeto de amor y también de protección frente a los peligros externos;
modera la angustia, que s la reacción inicial frente a la adversidad traumática, en grado o media
aún mínima. Va constituyendo un sustrato de seguridad, lo que Bowlby y Ainsworth llaman una
relación de apego seguro, derivado de una base emocional equilibrada, posibilitada por un
marco familiar y social estable. Son los padres o cuidadores sustitutos, como mediadores con el
medio social, los que ayudan aa su constitución a través de una acción neutralizadora de los
estímulos amenazantes. Si bien esta condición inicial del sujeto sigue existiendo toda la vida,
siempre será fundamental otro ser humano para superar las adversidades mediante el
desarrollo de las fortalezas que constituyen la resiliencia.

Para resumir podríamos decir que el proceso de apuntalamiento de la pulsión lleva al otro
humano y evita el atrapamiento en el mortífero solipsismo narcisista. La autoestima, con la
ayuda y la mirada de los demás, puede ser reorganizada y reelaborada por medio de nuevas
representaciones, acciones, compromisos o relatos. Recurriendo al poco usado concepto de
mecanismos de desprendimiento del yo, introducido como ya he dicho con anterioridad por E.
Bibring, que “no tiene por finalidad provocar la descarga (abreacción) ni hacer que la tensión
deje se ser peligrosa (mecanismo de defensa). Sin negar que durante el proceso se producen
fenómenos de abreacción en pequeñas dosis, se trata de operaciones yoicas que apuntan a
dispersar las tensiones dolorosas en otros complejos de pensamientos y emociones con efectos
compensatorios; o bien que, como en el trabajo de duelo, generen el desprendimiento de la
líbido del objeto perdido para trasferirla a otros. Un tercer modo es la familiarización con el
peligro para poder superarlo en forma contrafóbica. Para el psicoanálisis serían mecanismos
más propios de la cura que de la enfermedad; desde el punto de vista de la resiliencia
constituyen la posibilidad de una continuidad de la vida en aceptables condiciones de salud
mental.

Freud afirmaba que el largo camino del psicoanálisis se debía a lo difícil que puede ser cambiar
las circunstancias del sujeto. Pues bien, el desarrollo de la resiliencia requiere justamente un
cambio en las circunstancias del sujeto si se le permite contar con el auxilio de otro humano que
genera y/o estimula las fortalezas de su yo, favoreciendo sus defensas y capacidad de
sublimación. Si el mundo externo produjo una implosión traumática en el sujeto, el auxilio

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exterior de otro puede restituir la capacidad de recuperar el curso de su existencia. La
resiliencia presenta el lado positivo de la salud mental.

Para Luis Rojas Marcos son seis los pilares de la autoestima: 1. conexiones afectivas, 2.
funciones ejecutivas, 3.centro de control interno, 4.autoestima, 5. pensamiento positivo y
6.motivos para vivir.

1. conexiones afectivas:

Un elemento necesario de la resiliencia humana es la conexión afectiva con los demás, aunque
solo sea con una persona. Aquellos individuos que se sienten realmente vinculados a otros
superan los escollos que les plantea la vida mejor que quienes no cuentan con la atención y el
afecto de algún semejante.

Nuestra capacidad para crear y mantener lazos de afecto es innata. Una vez separados del
cordón umbilical materno, los recién nacidos respiran por su cuenta y sus órganos arrancan y
empiezan a cumplir de forma autónoma su misión. Para sobrevivir, los recién nacidos deberán
conectarse con algún cuidador receptivo, por lo general suele ser la madre, y comunicar sus
necesidades de alimento, seguridad y estímulo con la esperanza de ser satisfechos.

Este autor está convencido de que lo que nos distingue del reino animal y la base primordial en
la que se apoya la resiliencia es nuestra extraordinaria capacidad para comunicarnos,
relacionarnos, convivir conectados afectivamente y apoyarnos unos a otros.

Nuestra forma de expresar y satisfacer la necesidad vital de establecer lazos afectivos con los
demás se desarrolla a lo largo de la infancia y la adolescencia y se configura de acuerdo con
nuestro temperamento y el impacto de las experiencias que tenemos con nuestros padres,
cuidadores y demás personas importantes de nuestro entorno. Con los años, los rasgos de
nuestra personalidad se reflejan en la naturaleza de las relaciones que creamos con los demás
y en el significado que les damos.

Además como seres sociales que somos, vivimos constantemente expuestos a los pareceres
de los otros. Durante la infancia los juicios de más peso suelen ser los de los padres seguidos
de los dictámenes de otros cuidadores y educadores cercanos. Más adelante, cuando
empezamos a formar nuestra propia opinión de nosotros mismos, hacemos nuestras muchas
de las opiniones que captamos de las personas con autoridad que nos rodean, asi como las
creencias y normas sociales que absorbemos directamente del entrono o a través de los medios
de comunicación.

Las personas siempre hemos buscado unirnos las unas con las otras y el lenguaje ha sido el
mejor medio para conseguirlo. Hablar y escuchar cuando hablan otros son actividades que nos
definen. La sincronía entre las personas se manifiesta, además, en la facilidad con la que nos
contagiamos unos a otros estados emocionales como la confianza, la alegría, el entusiasmo, la
inseguridad y el pánico. Los seres humanos también nos comunicamos a través de mensajes
subliminales que trasmitimos o captamos sin darnos cuenta. Son estímulos que funcionan en el
área del subconsciente.

De hecho, no hay ni un solo resiliente que no situase una de las claves de su resistencia en
alguna persona de la que recibió incondicionalmente cariño o apoyo en algún momento
importante de su vida. Boris Cyrulnik siempre insiste en que si bien la capacidad para resistir
las agresiones continuadas depende de varios factores innatos y adquiridos, uno indispensable
para que cualquier víctima pueda construir una nueva vida con sentido e incluso hermosa es

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que encuentre sostén emocional, aunque sea de una sola persona. Insiste, Rojas Marcos,
además en el hecho de que Cyrulnik no es una persona más hablando de este tema, sino que
habla con conocimiento de causa ya que durante la ocupación nazi en la Segunda Guerra
Mundial, con solo seis años, escapó de un campo de concentración en el que murieron todos
sus familiares. Creció en diversos orfanatos y familias que le acogieron, y logró estudiar
medicina. En la actualidad Cyrulnik es profesor de psiquiatría de la universidad francesa de Var
y un respetado experto en los efectos psicológicos de las experiencias traumáticas. En los
momentos más duros, tormentosos o de gran vulnerabilidad, los lazos afectivos se convierten
en salvavidas. Una relación amorosa constituye a menudo el combustible que nos impulsa a
luchar, resistir y sobrevivir a la adversidad. Está demostrado que los individuos felizmente
emparejados, como aquellos que se sienten parte de un hogar familiar o de un grupo solidario
de amistades, muestran un nivel de resiliencia muy superior que quienes viven desconectados o
carecen de una red social de soporte emocional. El efecto protector de las relaciones afectivas
es independiente del sexo de la persona, de su edad, de su clase social y de su estado de
salud física o mental. Estos vínculos de cariño y apoyo mutuo son un potente incentivo para
vivir y configuran la parte principal de los cimientos de la resiliencia humana.

2. Funciones ejecutivas:

Las funciones ejecutivas se encargan de gobernar los pensamientos, las emociones y las
conductas. También se ocupan de examinar y evaluar las circunstancias y los mensajes del
entorno, de sentar prioridades, de tomar decisiones, de programar y gestionar los trámites
necesarios para resolver los asuntos puntuales que nos preocupan y, en definitiva, de alcanzar
las metas que nos marcamos. El “departamento ejecutivo” reside principalmente en el lóbulo
frontal del cerebro. Pero este departamento no actúa independientemente, sino que está
influenciado por la memoria y por los centros que se ocupan de regular los sentimientos, de
procesar los estímulos del medio que recibimos o intuimos a través del nuestros sentidos y de
modular las sensaciones que estos nos producen.

Las aptitudes que dirigen nuestros comportamientos se desarrollan de forma progresiva, pero la
sensación de controlar las cosas del entorno es muy temprana. Ejemplo de ello es ver la alegría
que expresan los bebés al darse cuenta de que sus acciones tienen un efecto, como cuando
tienen hambre y lloran, y su madre se da prisa en ponerle un biberón o de darle el pecho. Los
niños comienzan pronto a imitar e incorporar a su repertorio los comportamientos que observan
en los adultos importantes de su entorno. Pone el ejemplo de los niños de tres años que ya se
dicen a menudo cosas a sí mismo en voz alta, las cosas que deben hacer y las que no, de
acuerdo con las instrucciones que ellos reciben de sus padres o cuidadores.

Un componente esencial de las funciones ejecutivas es la introspección, que es la capacidad


de observarnos internamente, movidos por la necesidad de entender nuestros pensamientos,
emociones y actos, o de encontrar explicaciones a los sucesos que nos afectan . Esta constante
observación interior nos permite reflexionar y nos sirve para recapacitar cuando nos planteamos
decisiones importantes, o cuando buscamos el mejor camino para salir de un problema o
adversidad. De esta forma podemos anticipar las consecuencias de nuestras acciones, tomar
medidas que faciliten nuestra seguridad, programar nuestras conductas de cara a satisfacer
nuestros deseos y juzgar el resultado de nuestros actos. Además, gracias a la introspección
adquirimos conocimientos de cómo somos y configuramos una visión realista de nuestros
talentos, recursos y defectos, con lo que aumentamos las probabilidades de acertar a la hora de
tomar decisiones.

Otro componente fundamental de las funciones ejecutivas es la memoria. Ésta es necesaria


para la supervivencia de los miembros del reino animal, pero en los humanos supone mucho

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más, puesto que poseemos varios tipos de memoria, empezando por las dos más importantes:
la verbal y la emocional. La memoria verbal es la que usamos normalmente, el diario que
llevamos siempre con nosotros donde archivamos nuestra autobiografía. En esta memoria
almacenada en “contenedores independientes” los sucesos recientes y as experiencias del
pasado lejano, como la infancia y la adolescencia. La memoria verbal no sólo nos permite
almacenar y evocar hechos concretos, sino también nuestras interpretaciones de esos hechos y
lso sentimientos que los acompañan. Por eso los recuerdos tienen el poder de emocionarnos
intensamente. La memoria emocional está reservada para experiencias fuertes de terror o
indefensión que nos conmocionaran. En ella se conservan, sin palabras, las escenas
abrumadoras que vivimos, incluidas sus imágenes, sonidos u olores junto a las sensaciones
corporales de pavor que sentimos como las palpitaciones, los sudores fríos o los temblores.
Precisamente, una característica fundamental de las personas que sufren trastorno por estrés
postraumático es la dificultad para borrar de la memoria emocional esos recuerdos aterradores.

También destaca como componente de las funciones ejecutivas el autocontrol, que es la


aptitud para frenar conscientemente los ímpetus, para esperar y retrasar voluntariamente la
gratificación inmediata, con el fin de perseguir un objetivo superior. Gracias a esta aptitud
podemos desarrollar estrategias a largo plazo. Sin embargo, autocontrol requiere motivación y
fuerza de voluntad, dos cualidades con un costo alto, pues llevar las riendas de nuestros
impulsos consume bastante energía mental, y esta energía es limitada. Esto explica que, bajo
ciertas circunstancias, bastantes personas cedan y se rindan por los acontecimientos. Una
amplia variedad de aflicciones, como los daños cerebrales producidos por infecciones, traumas,
accidentes vasculares, tumores o demencias, pueden inutilizar o alterar las funciones
ejecutivas. Además, ciertos trastornos de la personalidad, los estados de ansiedad y los
problemas de atención con hiperactividad también las debilitan. Igualmente, las sustancias
intoxicantes que desinhiben, como el alcohol y algunas drogas, pueden apagar la introspección
y desconectar las facultades encargadas de proteger la voluntad, de sopesar el impacto de las
decisiones y de guiar racionalmente el comportamiento. Es incuestionable que el
funcionamiento razonable de las capacidades ejecutivas es una condición necesaria para poder
afrontar conéxito las duras y complicadas pruebas a que nos somete la vida.

3. Centro de control interno:

Elemento fundamental de la resiliencia es localizar y mantener el centro de control dentro de


uno mismo. Ante las amenazas peligrosas, las personas que mantienen el sentido de
autonomía y piensan que dominan razonablemente sus circunstancias o que el resultado está
en sus manos, responden con mayor coraje, resisten mejor y se enfrentan más eficazmente a la
adversidad, que quienes sienten que no controlan los eventos que les afectan o que sus
decisiones no cuentan y ponen sus esperanzas en poderes ajenos a ellos. Los individuos
convencidos de que el desenlace de la situación depende principalmente de fuerzas externas,
como el destino o la suerte, suelen sentirse más indefensos y responder con pasividad y
resignación. Desconfiar de la utilidad de las propias funciones ejecutivas alimenta los
sentimientos de impotencias y desamparo.

Las personas convencidas de que ejercen un cierto grado de control sobre los eventos y dirigen
sus propias vidas, aunque haya cierta dosis de fantasía en esta creencia, atenúan mejor sus
emociones negativas, resisten más y se enfrentan más positivamente a las condiciones
estresantes que quienes piensan que sus decisiones no van a influir mucho en el resultado.
Interiorizar nuestra capacidad de dirigir nuestra vida y adueñarnos del centro de control en
momentos difíciles, peligrosos o desconcertante ayuda a superarlos, pues nos estimula a tomar
la iniciativa para tratar activamente de dominar las cosas y protegernos.

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4. Autoestima:

No hay que olvidarse nunca que para todos los mortales, digamos lo que digamos, lo más
importante del mundo es uno mismo. La autoestima empieza a desarrollarse durante el primer
año y medio d ela vida. Al principio se nutre del afecto materno y demás cuidadores, y del
sentido de seguridad que adquieren los pequeños. A medida que crecen se configura poco
apoco por las experiencias que viven, por la valoración que hacen de ellas y por el mérito que
se asignan a sí mismos o reciben de las personas de su entorno. El aprecio de los demás, la
sensación de que dominan su cuerpo y las cosas que les rodean, y ver cómo objetivos
realizables se convierten en logros frecuentes, cultivan en los niños las semillas de la confianza
en sí mismos.

No obstante la opinión de nosotros mismos influye también en los juicios que creemos merecer
de las personas importantes en nuestra vida, así como las creencias y normas de la sociedad
en la que vivimos y que usamos de puntos de referencia. Por otra parte, el concepto que
formamos de nosotros va acompañado de entono emocional coherente, pues nuestro cerebro
se encarga de asegurar esta congruencia entre lo que pensamos y lo que sentimos.
Dependiendo de la autovaloración que hagamos nos sentiremos más o menos bien con
nosotros mismos. Si nuestro juicio de valor s favorable e incluye áreas en las que nos sentimos
competentes, o que nos hacen sentirnos orgullosos, el sentimiento es placentero. Por el
contrario, si nos consideramos inadecuados, los reproches a uno mismo suelen mezclarse con
los sentimientos de vergüenza, culpa y fracaso.

Todos tendemos a valorarnos de una forma gradual. Esta autoestima global es un buen
indicador, pero no aporta información sobre los ingredientes concretos que valoramos. Por eso,
es conveniente indagar sobre los elementos que tenemos en cuenta a la hora de calcular la
autoestima. La aptitud para relacionarnos con los demás, la competencia en las actividades que
consideramos importantes, la apariencia física, la inteligencia y la independencia son
componentes muy comunes de la autoestima. Por eso, un ingrediente primordial de la
autoestima es la capacidad de dirigir nuestro programa de vida.

La autoestima se alza como un factor decisivo a la hora de luchar contra la adversidad. Cuando
la opinión que tenemos de nosotros mismos es positiva, la resiliencia se fortalece directa e
indirectamente. Una autoestima saludable estimula la confianza, la fuerza de voluntad, la
esperanza y, sobre todo, nos convierte en seres valiosos ante nosotros mismos y con ello
aumenta nuestra satisfacción con la vida en general.

Las personas que se valoran y reconocen sus cualidades y talentos también tienden a sentirse
valoradas por los demás, y en condiciones estresantes o peligrosas hacen esfuerzos extras
para superarse, lo que aumenta las probabilidades de supervivencia.

Las personas tenemos una gran capacidad para proteger nuestra autoestima. Por ejemplo,
alternamos los recuerdos humillantes o dolorosos con objeto de minimizar el daño que causan a
la valoración de nosotros mismos. El olvido es también muy útil en este sentido, pues reduce la
intensidad emocional de los agravios, nos ayuda a perdonarnos y perdonar tras un capitulo
penoso de nuestra vida. Otra estrategia defensiva muy común consiste en compararnos con
quienes salieron más perjudicados que nosotros en situaciones de calamidades colectivas.
También es habitual escudarnos para eludir la culpabilidad en casos de desenlace negativo,
desviando la culpa hacia fuera o achacando la causa a la incompetencia o fallos de otros, a
imponderables o a la mala suerte.

La autoestima más beneficiosas es la que, además de favorable se basa en el conocimiento de


nuestras capacidades y limitaciones o, como dice el pensador Reinhold Niebuhr, la que nos

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permite aceptar con serenidad las cosas que no podemos cambiar, nos infunde el valor para
cambiar las que podemos cambiar y nos inspira la sabiduría para distinguir las unas de las
otras.

Otra forma segura de proteger nuestra autoestima es repartir nuestro capital de satisfacción con
nosotros mismos entre las diversas áreas que valoramos de nuestra vida. Por ejemplo, llevar a
cabo con éxito una ocupación que nos satisface puede amortiguar el golpe de un fracaso en el
escenario de las relaciones familiares. Y viceversa, la pérdida de un trabajo estimulante es
menos devastadora si contamos con el apoyo y e respeto de personas con las que nos unen
lazos afectivos importantes.

5. pensamiento positivo:

La perspectiva favorable de las cosas es un ingrediente esencial de la resiliencia humana. Está


totalmente demostrado que el pensamiento es congruente con las ganas de vivir y
perfectamente compatible con la capacidad de valorar con sensatez las ventajas e
inconvenientes de las decisiones que se toman y de luchar sin desmoralizarse contra las
adversidades. Las personas optimistas se muestran más dispuestas a buscar nueva
información obre sucesos que les preocupan y, antes de tomar decisiones importantes, sopesan
igual los aspectos positivos que los negativos.

Un buen método para medir el pensamiento positivo de las personas es evaluar su perspectiva
desde los tres contextos del tiempo; esto es, sopesando la valoración retrospectiva que hacen
de las experiencias del pasado, las explicaciones que dan de los sucesos que les afectan en el
presente y el nivel de esperanza que albergan de cara al futuro.

En cuanto al futuro, la esperanza es la esencia del pensamiento positivo. Las personas de


perspectiva optimista esperan que les vaya bien las cosas y se predisponen a ello; las que
utilizan la pesimista esperan que les vaya mal e, igualmente, se predisponen a ello. Existen
dos clases de esperanza: general y específica. La primera abarca las expectativas positivas
que albergamos sobre el futuro de la vida o de la humanidad en general. Por ejemplo, la idea
que alimentamos de que las catástrofes que afligen al mundo tendrán la última palabra. La
esperanza específica se centra en la confianza en que uno logrará algo concreto que desea.
Se alimenta de la seguridad en uno mismo y en sus funciones ejecutivas, como la fuerza de
voluntad, la diligencia, la motivación y la capacidad para dar los pasaos necesarios, de cara a
conseguir el objetivo. Esta forma de esperanza fomenta pensamientos como: “Si, puedo”,
“Poseo lo quehacer falta para lograrlo”. Cuando nos estimula a conocer y sopesar los riesgos y
nos mantiene motivados para vencerlos alcanza su mayor grado de utilidad. Es la esperanza
que nos incita a esperar lo mejor y nos impulsa a prepararnos para lo peor.

La principal ventaja del optimismo se refleja en la resistencia al sufrimiento físico y al


decaimiento mental, y en la persistencia para conseguir triunfar sobre la adversidad. Cualquier
calamidad se hace más llevadera si contamos con el aliento, el alivio y la ilusión que nos
proporciona la esperanza, verdadero pan de la vida, según Luis Rojas Marcos.

En general el pensamiento positivo facilita la conexión afectiva con otras personas. Los efectos
beneficiosos del pensamiento positivo sobre la autoestima son fáciles de imaginar. El
pensamiento optimista estimula estados de ánimo agradables, y las personas que se inclinan a
ver el mundo a través d eun cristal empañado de emociones gratas tienden a valorarse a sí
mismas favorablemente. El pensamiento positivo también fomenta la evocación de los logros
del pasado, facilita las explicaciones positivas de las vicisitudes que surgen, y nutren la fe en

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uno mismo y la esperanza de que lograremos lo que deseamos. En definitiva, estimula el
sentido de la propia competencia.

6. Motivos para vivir:

El médico y psiquiatra vienés Viktor Krankl (1905-1997), sobrevivió de forma milagrosa a tres
años de internamiento en campos de concentración nazis de Auschiwitz y Dachau explicaba
que a la vida debemos encontrarle un sentido ya que la búsqueda de la razón de ser de las
cosas es la fuerza fundamental que mueve a los seres humanos. Por eso, una vez que
encontramos un significado a nuestra existencia nos tranquilizamos, nos sentimos más seguros
y fortalecemos la motivación para soportar el dolor y luchar por vencer la adversidad.

El sentido que le damos a la vida es subjetivo y varía de una persona a otra. No es ni para
siempre ni permanente, casi siempre evoluciona con el paso del tiempo y con los cambios que
experimentamos en nosotros mismos o los que ocurren en nuestro entorno y en los eventos que
moldean nuestro día a día. Hay individuos que basan el significado de la vida en teorías
filosóficas y nociones abstractas, aprovechando la facultad que tenemos los seres humanos de
movernos por conceptos y figuras simbólicas.

Algo parecido pasa con los ideales o argumentos que no son tangibles, que están solo en
nuestras mentes. Aunque los significados de la existencia humana que se basan en
fundamentos filosóficos o dogmas religiosos no tienen validez científica, sí tienen validez
humana, porque ofrecen a mucha gente algo valioso por lo que sufrir y vivir. De ahí el poder
persuasivo de las religiones.

En el fondo, dice Rojas Marcos, las religiones son espero donde los creyentes reflejan la
esperanza que ya florece en sus mentes; se apoyan en esta ilusión para neutralizar su
impotencia ante las calamidades y, en muchos casos, obtener el impulso necesario para
sobrevivir. De hecho, algunos principios religiosos adolecen de extrema rigidez, por lo que
tienen a fomentar la culpa y a condenar a infernales castigos a quienes violan sus preceptos.
Sin embargo, las religiones son, en general, una expresión del optimismo natural del género
humano, y al sacralizar la vida fortifican la motivación por sobrevivir. Por eso hay científicos,
como el reconocido biólogo evolucionista David S. Wilson, que consideraba las religiones una
herramienta de nuestro instinto de supervivencia. Numerosas investigaciones corroboran esta
percepción, al Mostar que las personas creyentes tienden a contemplar la vida de forma más
positiva que las que no son religiosas; al creer en el más allá, los creyentes también sobrellevan
mejor ciertas adversidades como la pérdida de un ser querido o las enfermedades mortales.

Las pasiones son el combustible de la esperanza, el ingenio y el valor, y transforman a los seres
humanos en luchadores incansables e invencibles. Las personas resisten crueles infortunios
movidas por la pasión de vivir. Mantener los lazos de amor es el motivo más frecuente para
existir y evitar la muerte, la razón más poderosa para sobrevivir. La mayoría de las personas
menciona a a seres queridos a los que no quieren apenar, abandonar o perder como la rezón
principal para luchar contra la adversidad y no tirar la toalla. Aquí el autor incluye el amor a la
vida en general o a aspecto s de la vida que la persona valora.

Si el amor es un potente motor de las ganas de vivir, el miedo a la muerte es quizá el motivo
más universal para no dejarse vencer y, por tanto, un motivo fundamental para vivir. El terror a
la muerte es un ingrediente fijo de las ganas de vivir, especialmente a partir de los siete u ocho
años de edad, cuando empezamos a concebir el significado de desaparecer para siempre.

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Cómo reactivar la resiliencia: cómo promover la resiliencia en los demás

“Tocado, pero no hundido”.

Según E. Grotberg podemos incentivar la resiliencia en cualquier etapa de la vida en que nos
encontremos. La tarea de desarrollar la resiliencia dentro de cualquier grupo, cualquiera que
sea la edad de sus miembros, se facilita si uno piensa en términos de ladrillos para la
construcción del crecimiento y el desarrollo. Estos ladrillos corresponden a las edades y etapas
del desarrollo comunes a todas las personas, identifican y delimitan los factores resilientes que
pueden promoverse de acuerdo a la edad. Sin embargo, muchos de estos bloques no se
encuentran desarrollados debidamente en algunos adultos, quienes, necesitarían revisar las
etapas evolutivas y descubrir qué es aquello que les está faltando en sus capacidades para
enfrentar la adversidad.

Los ladrillos de construcción están compuestos por la confianza; la autonomía; la iniciativa; la


aplicación; la identidad; la intimidad; la capacidad para generar y la integridad. Revisando los
factores resilientes nos podemos dar cuenta que los ladrillos forman parte de esa lista,
especialmente a través de la identidad. Todos y cada uno de los factores resilientes pueden
desarrollarse en el momento en que la persona llega a esta etapa, para luego continuar
reforzándolo y fortaleciéndolo.

Es importante reconocer que algunos de estos factores tienen más relevancia en una etapa de
crecimiento y desarrollo que en otra. Un niño pequeño no necesita concentrarse en
características como aplicación e identidad, mientras que un niño en edad escolar o un joven sí
lo necesitan. Las expectativas varían de acuerdo a las diferentes edades y etapas evolutivas.
En consecuencia, sería discutible decir que la edad de un niño, de un joven o una persona
adulta indica aquellos factores resilientes ya desarrollados.

El punto de partida para promover la resiliencia deberá ser ese factor en el cual el niño, el joven
o el adulto se encuentren de acuerdo con su etapa del ciclo vital. Será importante, no obstante,
determinar en el caso del joven y del adulto, qué factores resilientes ya se encuentran
desarrollados. Por ejemplo: el joven podrá tener la capacidad para resolver problemas
académicos pero no podrá hacerlo con problemas interpersonales; la primera requiere de poca
confianza en los demás, mientras que la segunda requiere sentirse muy confiado en los demás.
El adulto podrá tratar a los demás con amor, respeto y empatía pero no asume su
responsabilidad a la hora de cumplir con plazos de entrega en su trabajo o cuando debería
adquirir nuevas capacidades.

1. la confianza

Los niños y los jóvenes necesitan la ayuda de un adulto para desarrollar la resiliencia. Sólo
aceptan la ayuda de aquellos en quienes ellos confían, respetan, aman y con los que se sienten
unidos de alguna manera. Desde el comienzo, la confianza es la llave para promover la
resiliencia y se convierte en la base fundamental para desarrollar otros factores resilientes.
Cuando los niños y los jóvenes sientes estas relaciones confiables y afectuosas están listos
para aceptar límites en sus conductas e imitar modelos (YO TENGO); están listos para ser más
agradables, solidarios, optimistas y esperanzados (YO SOY); podrán involucrarse con mayor
facilidad en relaciones interpersonales exitosas, resolver conflictos en diferentes ámbitos y pedir
ayuda (YO PUEDO), No sólo aprenden a confiar en los demás sino también en ellos mismos,
sabiendo que aquellos en los que confían no dejarán que nada malo les ocurra.

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Los adultos que no confían en los demás aprenden generalmente a controlar a los otros o a
confiar únicamente en ellos mismos: “si quieres que algo esté hecho de manera correcta,
entonces hazlo tú mismo”, este sería su lema. Estos adultos se apartan de otros adultos, evitan
involucrarse emocionalmente con los demás, así como también rechazan cualquier esfuerzo
que haga otra persona para tratar de entablar una relación seria.

Las personas no sólo necesitan aprender a confiar en los demás sino también en sí mismos.
Cuando no ocurre esto, pueden volverse ciertamente dependientes de otros, sintiendo que los
demás son mejores que ellos, que saben más y sólo sentirán que están mejor protegidos
dependiendo de otros.

Para promover la resiliencia en niños y jóvenes, un punto clave es el de construir la relación con
ellos basada en la confianza. Los niños y los jóvenes que han sufrido el rechazo, que han sido
explotados o abusados no confían en los adultos; el hecho de superar esa desconfianza es un
desafío para cualquiera que esté dispuesto a ayudarlos.

Para promover la resiliencia en personas adultas es necesario trabajar primero el escepticismo


y la mayor resistencia que presentan a la hora de confiar en los demás. Tendrán que elegir
unas pocas personas en las que estén dispuestos a experimentar este riesgo que significa
confiar en ellos y ver qué sucede. No tienen por qué compartir detalles muy personales de sus
vidas en este punto, pero pueden ir probando a la persona que eligieron y decidir cuándo es el
momento para compartir más profundamente. La alegría y el bienestar que producen las
relaciones de confianza bien vale la pena el riesgo de vivirlas.

2. autonomía

La autonomía se define como independencia y libertad, la capacidad de tomar nuestras propias


decisiones. Comienza a desarrollarse a los dos años de edad, momento en el que el niños se
da cuenta de que es alguien separado de aquellos que tiene a su alrededor y que la gente
responde a lo que él hace y dice. Es a través de este sentimiento de separación, cuando el niño
comienza a entender que existen consecuencias para cada comportamiento, aprende acerca de
lo que está bien y de lo que está mal, experimenta la sensación de culpa cuando daña o
decepciona a alguien.

La autonomía es fundamental para promover los factores resilientes y reforzar aquellos que ya
se han activado. A medida que los niños y los jóvenes se vuelven autónomos, la voluntad y el
deseo de aceptar límites en sus conductas se ven fortalecidos (YO TENGO), se promueve el
respeto por ellos mismos y por los demás, se activa la empatía y la solidaridad, así como
también el hecho de saberse responsables de sus propios actos (YO SOY). También desarrolla
el manejo de sus sentimientos y emociones (YO PUEDO). La confianza y la autonomía pueden
promoverse en conjunto, para hacer de esta forma el proceso de promoción de la resiliencia
como un todo integrado.

Un punto para promover la resiliencia en niños, jóvenes y adultos es hacerles ver que está bien
que comentan errores, que pueden aprender de ellos. Podemos hacer que lean historias, o
contárselas nosotros mismos, sobre los fracasos que todos en algún momento tenemos.
Muchas personas pueden contar historias sobre sus fracasos antes de convertirse en personas
exitosas. Podemos asegurarles que los errores no son algo de loo cual uno deba avergonzarse
y, entones, alentarlos a correr el riesgo de cometer errores. Les haremos entender que nosotros
estaremos allí tanto si fracasan como si salen exitosos.

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3. iniciativa

La iniciativa es la capacidad y la voluntad de hacer las cosas. Comienza a desarrollarse entre


los cuatro y cinco años de edad, cuando el niño comienza a pensar y hacer cosas.
Probablemente hayamos comenzado todo tipo de proyectos o actividades que no hemos podido
o no hemos terminado. El punto a considerar no es si lo logramos o no; la voluntad de probar es
lo realmente importante para generar la iniciativa. La creatividad se afirma en los primeros años
de nuestra vida. Cuando de hecho incentivamos la iniciativa, se refuerzan nuestras relaciones
de confianza con los otros, reconocemos límites para nuestros comportamientos y aceptamos
ese aliento para ser personas autónomas (YO TENGO); además, la iniciativa refuerza la
sensación de sentimientos tranquilos y bien predispuestos, demostrar empatía y solidaridad,
mostrarnos responsables de nuestras conductas y estar optimistas, seguros de nosotros
mismos y esperanzados (YO SOY). También nos estimulan así las nuevas ideas o modos de
hacer las cosas., expresando nuestros pensamientos, sentimientos, solucionando problemas,
manejando los sentimientos y conductas y pidiendo ayuda al os demás (YO PUEDO).

Muchos niños y adultos no desarrollan la iniciativa. Son reprendidos, a menudo, por todo el
ruido que genera con sus proyectos inconclusos. Se los hace sentir culpables por haber
molestado a los demás; se sienten rechazados por aquellos a los que pidieron ayuda y en
consecuencia, sienten que no merecen ser ayudados. Con el tiempo dejan de querer o tratar
de tomar la iniciativa para hacer algo. En el caso de las personas adultas que no toman
iniciativas experimentan el mismo temor de estar cometiendo un error.

Para intentar desarrollar la iniciativa podemos incentivar a los niños y jóvenes a decidir qué es
aquello que les gustaría hacer. Podemos hablar acerca de las maneras de organizar planes con
sus amigos, ayudarlos a reconocer diferentes posibilidades de poner en práctica estos planes,
considerar las consecuencias que pueden aparecer y cambiar lo que sea necesario. Estaremos
allí para ayudarlos a sobrepasar los obstáculos y aprender tanto de sus éxitos como de sus
errores. Podemos también orientar a los adultos utilizando un lenguaje más apropiado para la
edad, pero con el mismo propósito. Tenemos que ayudarlos para que puedan ver en el fracaso
una gran experiencia de aprendizaje que les permita abrirse a nuevas ideas para encontrar el
éxito.

4. la aplicación

La aplicación es llevar adelante una tarea de manera diligente; esta se desarrolla generalmente
durante los años de colegio, mientras se perfeccionan tanto las habilidades académicas como
las sociales. El ser exitoso es muy importante para los logros académicos, para las relaciones
interpersonales y para la imagen que uno tiene de sí mismo. Los niños desean ser vistos por
sus profesores como personas competentes, desean ser aceptados en su entorno social como
personas amistosas y quieren también sentirse orgullosos de sí mismos. A los adultos les pasa
parecido, desean ser aceptados por sus jefes y colegas y quieren que éstos los vean como
personas capaces y competentes.

La aplicación es un pilar muy poderoso y se ve potenciado por su conexión con otros factores
resilientes. De la categoría YO TENGO resultan importantes los buenos modelos a imitar y el
estímulo para se independientes. De la categoría YO SOY, lograr objetivos y planear para el
futuro resulta muy útil, como también ser responsable de nuestras acciones. De la categoría YO
PUEDO, mantener una tarea hasta finalizarla, resolver los problemas y pedir ayuda cuando se
necesita, refuerzan y constituyen a promover los factores resilientes. Sin embrago, aquello que
resulta distinto es aprender a diferenciar no solo cuáles son los factores resilientes que se
deben utilizar en una determinada situación sino también cómo deben utilizarse. Por ejemplo,
utilizaremos en el colegio factores resilientes diferentes de aquellos que utilizamos en nuestra

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casa. Tal vez fuera más apropiado decir que utilizamos los mismos factores pero de diferentes
maneras.

Muchos niños y jóvenes no desarrollan la capacidad de la aplicación. No logran perfeccionar las


habilidades académicas y sociales que necesitan, y en consecuencia desarrollan sentimientos
de inferioridad. Se vuelven extremadamente sensibles en cuanto a sus limitaciones. También es
posible que se hayan sentido engañado, ridiculizados o excluidos de un grupo a causa de sus
fracasos. Sus sentimientos de frustración y fracaso pueden llevarlos a querer dejar de asistir al
colegio o convertirse en personas que causan problemas. Los adultos que no han logrado
desarrollar esta etapa de la aplicación son, en general, aquellos que han abandonado el colegio
debido a sus fracasos, incluso el fracaso social.

Seguramente a menudo estas personas han experimentado el rechazo y la burla, no quieren


enfrentarse más a ningún otro fracaso y entonces deciden abandonar. Muchos adultos que
pasaron por tal experiencia tienen dificultad para enfrentarse a otros modos similares o más
sofisticados de ser rechazados.

Un punto de partida para comenzar a promover la aplicación es concentrarse en el manejo de la


habilidad para resolver situaciones problemáticas y dominar el ámbito interpersonal regresando
al os pilares de crecimiento que correspondan. Podemos incentivar a las personas,
ayudándoles a realizar sus trabajos, a completar sus tareas, formulándoles preguntas cuando
un tema no esté claro, podemos también brindarles ayuda para asumir las responsabilidades de
sus trabajaos y hacer que se sientan orgullosos d sus logros. Podemos hablar con ellos para
que busquen desarrollar la cooperación mirando a su alrededor y decidir con quién podrían
trabajar en conjunto y sentirse cómodos. Al implementar la cooperación, podrán también
resolver los conflictos que se generan al pensar y tomar decisiones. Podemos señalar que la
capacidad para resolver problemas implica tener voluntad para tomar la iniciativa y ser capaces
de enfrentar las consecuencias. Podemos ayudarles a mejorar sus capacidades de
comunicación haciéndoles sentirse seguros y enseñándoles a escuchar.

5. identidad

Desarrollamos nuestra identidad durante la adolescencia. Las preguntas más importantes en


esta época son: ¿Quién soy yo? ¿Cómo me veo con respecto a los otros de mi edad? ¿Cómo
son mis nuevas relaciones con mis padres (y otras figuras de autoridad)? ¿Qué he logrado? A
partir de ahora, ¿Hacia dónde continúo mi camino?. Muchos adolescentes no saben qué
responder a estas preguntas, comienzan a dudar de sí mismos y a sentirse inseguros. Sienten
que nadie les comprende, incluso ni ellos mismos, se encuentran totalmente confundidos
acerca de las actitudes que deben tomar y cuál es su papel en la vida. Esta inseguridad puede
generar frustraciones, enojo y sensación de desesperanza. Cada vez es más habitual que
muchos de estos jóvenes se vuelvan agresivos y, de hecho, depresivos. A su vez, un número
importante de adultos sigue enfrascado en estos mismos conflictos, pasan muchas hora y
gastan mucho dinero intentando descubrir su identidad.

El pilar de construcción de la identidad completa los cinco pilares fundamentales de la


resiliencia. Toma los factores resilientes importantes de cada etapa evolutiva y los integra para
utilizarlos en las situaciones donde debemos enfrentar las adversidades de la vida.

La llave para comenzar a promover la identidad puede ser ayudar en el desarrollo de las
capacidades interpersonales y en aquellas que ayudan a la resolución de conflictos. Muy pocos
adolescentes (y adultos) pueden describir con precisión sus sentimientos o contarle a alguien
cómo se sienten. Algunos desconocen cómo ser un buen amigo y necesitan ayuda para

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lograrlo: mostrar lealtad, compartir, ayudar, confiar… son términos que desconocen por
completo.

También, gran parte de adolescentes necesitan ayuda para llegar a un acuerdo sobre su
tendencia a involucrarse en actividades que los sobreestimulan. Casi todos ellos disfrutan de la
excitación, de las nuevas experiencias y de las conductas que suponen correr o asumir riesgos.
Sin embargo, esto puede volverse autodestructivo, y hay que ayudarles a ver los potenciales
peligros. Podemos también sugerirles que busquen hacer amigos para disfrutar de actividades
excitantes y divertidas pero no autodestructivas. Los adultos que no están seguros de su
identidad o disfrutan de seguir siendo “eternos adolescentes” generalmente continúan
desarrollando conductas de riesgo.

De la misma forma hay que ayudar a los adolescentes a mantener los lazos familiares pero con
algunos cambios en sus relaciones. Sería necesario para ello hablar acerca de su necesidad de
una mayor privacidad, sobre la necesidad de que sus ideas sean tenidas más en cuenta y sobre
su deseo de poder negociar algunas de las reglas de comportamiento y límites ya establecidos
con anterioridad y que deben ser flexibilizados. En definitiva, debemos ayudarles a encontrar los
caminos para poder dialogar con sus familias sobre sus nuevas necesidades que ellos
experimentan.
Para acabar con este punto voy exponer un decálogo de recomendaciones del sociólogo belga
Stefan Vanistendael y el doctor en psicología Jacques Lecomte para construir la resiliencia:

1. Diagnosticar recursos y potencialidades. Los profesionales acostumbran a utilizar un


método de intervención que consiste básicamente en diagnosticar problemas con el
objetivo de encontrar una solución. Caminos alternativos son aquellos métodos que
parten del núcleo de potencialidades y de aquello que funciona bien de la persona herida
y de su entorno.

2. Tener en cuenta el entorno. Hay que considerar a la persona incardinada en su red de


relaciones sociales. La resiliencia presenta una clara dimensión comunitaria: cada
individuo se construye y afronta sus adversidades en el seno de una comunidad donde el
apoyo social juega un papel transcendental.

3. Considerar la persona como a una unidad. La resiliencia nos invita a considerar una
persona como a una unidad viva.

4. Reflexionar en términos de escoger y no de determinismo. Nuestra herencia genética fija


los límites extremos de nuestras posibilidades, pero dentro de estas fronteras extensas
tenemos un amplio repertorio de posibilidades por explotar. Hemos de aprender a
reflexionar en términos de escoger y de dibujar estrategias a lo largo de la vida.

5. Integrar la experiencia pasada en la vida presente. Una persona que padeció una
situación dolorosa no puede se la misma de nuevo, como si nada hubiese pasado. Esta
irreversibilidad se confunde con el fatalismo y el determinismo. El pasado no determina
totalmente el presente. No se puede superar lo que es insuperable, si no es abriendo una
nueva etapa de la vida que integre el pasado con sus cicatrices.

6. Dejar sitio a la espontaneidad. En los asuntos humanos, la responsabilidad debe dejar un


lugar a la espontaneidad. La aceptación de la persona, el descubrimiento del sentido, la
autoestima, el humor, se construye de manera no intencional.

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7. Reconocer el valor de la imperfección. Es necesario cuestionar el modelo de la
perfección como ideal de vida y de conducta. El espíritu de la resiliencia nos invita a
descubrir nuevos caminos de crecimiento entre un abanico de posibilidades. El ser
humano debe construir una estrategia existencial que integre la aceptación de la
imperfección con la voluntad de mejorar.

8. Considerar que el fracaso no anula el sentido. La resiliencia nos hace sensibles al hecho
de que un éxito limitado, incluso la carencia de éxito, no es sinónimo de fracaso. Hay que
diferenciar éxito de sentido. Algunas de nuestras acciones no tienen éxito, pero esto no
significa que estén desprovistas de sentido. Una vida rica se teje con una mezcla de
actividades que aportan un máximo de sentido para nosotros y para los otros, con éxito o
sin él. El sentido es mucho más determinante en la riqueza de la vida que el éxito.

9. Adaptar la acción. Permanentemente nos encontramos con la tesitura de tener que tomar
decisiones sin disponer de conocimientos completos. En las circunstancias concretas de
la vida es difícil discernir qué constituye un factor de riesgo y de protección. Un mismo
elemento puede presentarse como un factor de riesgo y en otros casos como protección.
Ante esta alteración posible, es preferible discernir qué es protección y qué es riesgo en
cada situación.

10. Imaginar una nueva forma de política social. La resiliencia nos incita a establecer
políticas sociales, educativas y sanitarias, que apuesten por programas económicos y
servicios que estimulen los recursos de las personas y las comunidades, sin que esto
suponga una excesiva dependencia de tal manera que sean ellas mismas las que se
encarguen de su aplicación.

“La casita” Edificación de la resiliencia

La casita de la resiliencia es una metáfora desarrollada por Stefan Vanistendael en el BICE


(Oficina Internacional Católica de la infancia). Es una representación gráfica de los diferentes
aspectos de la resiliencia y una herramienta pedagógica importante para intervenir en clave
resiliente.

Una “casita” es el símbolo del hogar, hay vida. Es preciso recordar que el objetivo de la
resiliencia es construir mundos más humanos y esta metáfora entronca perfectamente con el
mismo.

Cada estancia de la casita representa un dominio de intervención potencial para aquellas


personas que desean contribuir a construir, mantener o restablecer la resiliencia. Toda persona
responsable de una intervención tendrá que decidir las acciones precisas (en la metáfora
aquellos muebles) que pondrá en cada habitación. Lo que recomienda Vanistendael como ideal
es intervenir en diversos dominios o estancias a la vez.

También es necesario tener presente que el material de construcción de la casita (los ladrillos,
la perfilaría metálica, etc.…) representa la adaptación de la intervención a la cultura local: las
metáforas, los mitos, los cuentos de hadas, las imágenes, los símbolos, la música, los bailes,
los deportes, el humor local, las fiestas, las costumbres, la comida…

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El terreno en el que se encuentra construida la casita representa las necesidades materiales
elementales como la alimentación y las atenciones básicas de salud. Vanistendael afirma de
manera rotunda que para construir la resiliencia es necesario, en primer lugar, tener la base de
la casa, que son las necesidades básicas cubiertas: se debe garantizar que las personas
tengan comida, un sitio para dormir, salud, etc.…Si estos mínimos no están garantizados no
podemos pretender trabajar el resto. He aquí una frase que explica y resume claramente esto:
“No me hables del teorema de Pitágoras que me parece ridículo, si cuando vuelva con mis
padres me espera un infierno de maltrato”.

Pero aún cuando es muy importante tener cubiertas estas necesidades, una persona que ha
sufrido un trauma necesita algo más para aprender a vivir. Así, en el subsuelo, en los mismos
cimientos, donde se asienta toda la casita de la resiliencia, encontramos la red de relaciones
más o menos informales: La familia, las amistades, el vecindario. La resiliencia es una epifanía
relacional.

En el núcleo central encontramos la aceptación profunda de la persona. Esto no quiere decir


que lo aceptemos todo; tampoco quiere decir aceptar todo tipo de comportamientos. Es cierto
que se acepta a la persona como es, pero no a cualquier precio ni de cualquier manera.

La resiliencia no defiende un exceso de afecto, no se trata de practicar un amor que da derecho


a todo. Los niños gigantes, como podríamos llamar a estos seres que viven en burbujas
afectivas, se convierten en tiranos domésticos y sumisos sociales, por tanto, en personas
resilientes no. El vínculo excesivo los adormece y los convierte en candidatos a propagar y
llevar a cabo la repetición de la sumisión con la que han convivido.
En los bajos de la casita también encontramos el jardín, que nos acerca al contacto con la
naturaleza y su uso pedagógico.

En el primer piso se encuentra el sentido de la vida: saber atribuir una coherencia al proyecto
vital. Se trata de la capacidad de proyectarse en el futuro, de dar una orientación a la vida. Este
primer piso también nos remite a los proyectos concretos, a la capacidad de planificar y fijarse
objetivos realizables. Esto puede significar cuidar de un animal, de una planta, incluso, más allá
de otra persona. La persona descubre el sentido de la vida comprometiéndose con la

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solidaridad, en la relación altruista con las otras personas, yendo más allá de una relación con
uno mismo.

En el segundo piso encontramos tres habitaciones: la de la autoestima, la habitación de las


competencias y las aptitudes y la estancia de las estrategias de adaptación positiva.

Cuando hablamos de competencias y aptitudes sociales y personales, la resiliencia está muy


ligada a trabajar aspectos como:

- El éxito social: la empatía, la flexibilidad, el afecto, la comunicación y la capacidad


de respuesta adecuada.
- La autonomía: el sentido de identidad, la autosuficiencia, el autoconocimiento y la
capacidad de distanciarse de los mensajes negativos.
- Las perspectivas y promesas de un futuro mejor: el optimismo, los objetivos
realistas y las aspiraciones, también la fe y la espiritualidad.
- La habilidad para resolver problemas: la creatividad, la capacidad de elaborar
estrategias, de solicitar ayuda y el espíritu crítico.

En la tercera habitación hallamos las estrategias de adaptación positiva, entre las cuales el
sentido del humor es la capacidad de conservar la sonrisa ante cualquier adversidad y es
fundamental en la construcción de la resiliencia.

En el altillo encontramos un lugar donde se localizan las otras experiencias que pueden
contribuir a la resiliencia, pero que no se han recogido en las estancias anteriores. Podemos
encontrar muchas cosas en la buhardilla: una sonrisa en un momento dado, un pasado
radiante, la belleza de un paisaje próximo. La misma existencia de este desván nos previene
contra la rigidez de cualquier intervención y nos abre las puertas hacia la creatividad: muchas
son las posibilidades que se pueden usar para promover la resiliencia.

La formulación tradicional de la casita se ha ido complementando con otros elementos. Uno del
os más importantes ha sido la chimenea y el sistema de calefacción que representan el amor.
En la parte alta de la casita, la chimenea proporciona el calor, el amor entendido como el
reconocimiento del otro como un legítimo otro.

La metáfora de la casita es muy potente. Una casa, como una persona resiliente, no tiene una
estructura rígida. Ha sido construida, tiene su historia, y necesita recibir cuidados y hacer las
reparaciones y mejoras pertinentes. Las distintas habitaciones se comunican con escaleras y
puertas, lo que significa que los diferentes elementos que promueven la resiliencia están
entretejidos.

Esta “casita” ha sido muy útil en la formación sobre la resiliencia, donde se pide a las personas
que dibujen su propia casita y las estancias que la componen. Algunas representaciones
añaden otras casitas e incluso todo un poblado.

En su libro “La resiliencia, crecer desde la adversidad” Anna Forés y Jordi Grané utilizan el
dibujo metafórico de una bicicleta cuya rueda de atrás está hecha de un grupo de pies, utilizan
este dibujo para explicar lo que es para ellos la resiliencia y nos explican que la rueda de atrás
ejemplifica la herida que la persona ha padecido. No es la original, esto les recuerda que la
cicatriz de la herida siempre está presente y no se puede volver al estado inicial. El hecho de
tener una rueda que permita hacer funcionar la bicicleta hace referencia a la posibilidad de
esquivar el destino.

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* Dibujo reseñado en el libro de Anna Forés y Jordi Grané “La resiliencia. Crecer desde la
adversidad. Ed. Plataforma. Barcelona. 2008.

Las botas les remiten al movimiento. Es decir, hace mención a las múltiples estrategias de
adaptación positiva.

El manillar de madera les señala la importancia de trazar el sentido, la coherencia de la vida


que posibilita el equilibrio. Si escogemos nuestro camino, hemos de saber orientarnos.

Las luces de esta bicicleta les recuerda la importancia de tener un tutor de resiliencia, de las
personas significativas con las cuales se tejen la vida. Manifiestan que a veces, como en el
dibujo, no se ven, pero son esenciales par poder ver.

La cadena es lo que hace que todo funcione: representarían todas aquellas aptitudes
personales y sociales, así como las competencias de la persona resiliente.

Los pedales les recuerdan de donde se saca la fuerza.

El asiento es nuestro conocimiento, nuestras necesidades básicas cubiertas y una red social
que nos acoge.

La madera, material del que está hecha la bicicleta, les remite a la condición humana. Los seres
humanos somos frágiles y contingentes, pero a la vez se trata de un material dúctil, flexible, que
puede flotar (metáfora para ejemplificar el resurgimiento de las profundidades.

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Buen uso, mal uso y abuso del concepto de resiliencia

“Es tan jodido enfrentarse al dolor. Sentimos la punzada del dolor y decimos “es culpa de
ella, o de él, o culpa mía, o culpa de mi padre, o culpa de mi madre, o culpa de Dios...”Y
tratamos de zafarnos... ¡y todo sucede en un segundo!, ¡sentimos dolor...juzgamos! ¡Fuera
ese dolor! Luchamos contra el dolor como si fuera a destruirnos cuando en realidad, si lo
aceptamos, lo que hará será curarnos”.
(Samuel Shem, 1997. Monte Miseria)

Buen uso

Según Stanislaw Tomkiewicz nos muestra en el libro “El realismo de la esperanza” el buen uso
radica en el hecho de que el concepto de resiliencia ha puesto fin a la dictadura y a los desvíos
del concepto de vulnerabilidad. Lo que quiere decir, por ejemplo, que, en la mente de los
psiquiatras, de los psicólogos, de las enfermeras, de los trabajadores sociales, de los
educadores, de los asistentes sociales , todo niño maltratado está perdido de antemano y casi
condenado a convertirse en un padre maltratador. Sin embargo, estudios anteriores incluso a
Emmy Werner mostraron claramente que jamás ocurre que la totalidad de los sujetos
vulnerables verifique el mal pronóstico que pudiera haberse hecho a este respecto. Es más,
ocurre incluso que la mayoría de esos niños abocados a una suerte trágica salen airosos,
contrariamente a las previsiones.

Boris Cyrulnik nos recuerda hasta qué punto, desde el nacimiento, nos vemos modelados por la
mirada de los demás: la de nuestra madre, sin duda, pero también la de los vecinos, los
maestros, los trabajadores sociales; en una palabra, la de todos aquellos respecto a los cuales
cabe suponer que han de ocuparse de nosotros.

Dado que es mucho más fácil condenar que curar, el concepto de “vulnerabilidad” permitía
condenar por adelantado a las víctimas y culpabilizarlas. Todo sujeto vulnerable se volvía
sospechoso.

Señala Stanislaw Tomkiewicz que a lo largo de nuestra formación se nos enseña a reconocer y
a describir los defectos, los déficit, las debilidades de cada paciente potencial. Pero no se nos
enseña que nuestro deber consiste en ayudar a todos ellos a encontrar y a llevar a buen puerto
su estrategia personal. Es cierto que no podemos sustituir al sujeto en la invención de esas
estrategias, pero no se puede ayudar a alguien sin buscar y encontrar sus puntos fuertes, sus
deseos, sus proyectos, sus cualidades. Es necesario, por tanto, aprender a reconocer que una
botella medio vacía (sujeto vulnerable) está también medio llena (sujeto resiliente).

Este autor considera que el concepto de resiliencia merece los cuidados que le brinda la
Fundación para la infancia, los libros y los artículos que se le dedican.

Mal uso

En cuanto al mal uso este autor considera que pese a los esfuerzos de M. Rutter, S.
Vanistendael , de B. Cyrulnik, la lectura que se hace de los trabajos procedentes de Estados
Unidos muestra hasta qué punto el “establishment” estadounidense subestima y desconoce el
papel del entorno en la aparición de la resiliencia, hasta qué punto permanece atado a los
factores intrínsecos o, como mucho, a los familiares.

El segundo defecto, que lo considera aún más grave, es que permite culpar a las víctimas. Es
fácil imaginar, explica, el discurso que dirige un trabajador social preocupado por los fondos

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públicos a un parado que le pide un subsidio. “Ya lo ves, hombre, si fueras resiliente, no
tendrías necesidad de mí, no tendrías necesidad de dinero. Si no has conseguido trabajo es
porque estás mal hecho por naturaleza y no eres bueno para nada....”.

Señala, asimismo este autor, que hay una afirmación de Emmy Werner que le parece
especialmente peligrosa cuando esta autora dice que la mayoría de los niños que han logrado
dar un sentido a su vida no han tenido el beneficio de una ayuda especializada. Los buenos
resilientes salen adelante sin nosotros los profesionales, los demás son intrínsecamente malos
y no merecen nuestros esfuerzos. Encontrándonos así de nuevo con la moral puritana que
proclama que Dios recompensa a los buenos haciéndolos ricos y castiga a los malos
volviéndolos pobres. En palabras de Alice Miller “La resiliencia va a permitir que los
trabajadores sociales, los administradores, los donantes de fondos y los mecenas duerman”.

Abuso

Según Adriana Schiera comenta en un artículo titulado “Uso y abuso del concepto de
resiliencia” algunos estudiosos se han hecho escuchar acerca del abuso que se puede hacer de
este concepto. Para algunos conlleva el peligro de ser entendido como sobreadaptación o
sometimiento. Otros entienden que se resiliente significa volver al estado anterior a que
sobreviniese la situación traumática, es decir, una pretensión de no cambio. Pero esto es
imposible, pues en cuestiones humanas, las experiencias determinan de tal manera al sujeto,
que no se recorre dos veces el mismo camino en la misma forma. Ser resiliente es poder tolerar
y superar la experiencia adversa, pudiendo vivir con ella pero preservando la adecuada calidad
de vida, con el menor daño posible.

La sobreadaptación, sin embargo, se define como una respuesta inconveniente del sujeto frente
a un medio que resulta inadecuado, diferenciándola claramente de las conductas adaptativas.
En estas últimas el sujeto puede afrontar situaciones conflictivas sin renunciar a su identidad, es
decir, se preserva pero no se aliena.

El sometimiento como actitud permanente, es una manera posible de encarar la violencia, y es


diferente a todo lo expuesto anteriormente al hablar de factor de resiliencia.

Afirma asimismo que es importante saber que aún en los peores momentos, algunas personas
encuentran la manera de sobrevivir y superar lo que creemos insuperable y que de esta forma
se evitará la mirada prejuiciosa y desesperanza de quién no cree en las posibilidades de las
personas a la hora de enfrentar situaciones adversas, apostando por la creatividad del propio
sujeto inmerso en la dificultad.

Esta autora dice que vale la pena recordar que a veces la buena intención de los profesionales,
de extender los límites de un saber para facilitar su quehacer y el de otros científicos, puede ser
usado sin escrúpulos, o bien, el contexto puede intentar detractar un elemento útil si es que no
puede ser usado con fines engañosos.

Para finalizar esta autora entiende que sobre el concepto de resiliencia aplicado a las ciencias
humanas, actualiza cuestiones ya conocidas, articulándolas de manera diferente y sumándole la
riqueza que otorga el abordar con seriedad profesional las problemáticas de las personas que
consultan a los profesionales, ofreciendo respuestas a los estragos que produce el actuar
irresponsable en materia de lo humano.

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Factores de riesgo y factores de protección

Un hombre del pueblo de Neguá; en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta,
contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar
de fueguitos.
El mundo es eso -reveló-. Un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay
fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que
ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos,
fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se
puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.
(Eduardo Galeano, “El libro de los abrazos”)

La resiliencia como concepto en el que convergen la pediatría, el psicoanálisis y la salud


pública, como responsabilidad compartida según distintos niveles de influencia propone trabajar
ya no sobre los factores que acechan la niñez, sino sobre la capacidad de los pequeños para
afrontarlas, poniendo en juego sus capacidades individuales. Las investigaciones en resiliencia
han cambiado la forma en que se percibe al ser humano: de un modelo de riesgo basado en las
necesidades y en la enfermedad se ha pasado a un modelo de prevención y promoción basado
en las potencialidades y los recursos que el ser humano tiene en sí mismo y a su alrededor.

La resiliencia se sustenta en la interacción existente entre la persona y el entorno.


Específicamente en el plano de las intervenciones psicosociales, este modelo, ha cambiado la
naturaleza de los marcos conceptuales, las metas, las estrategias y las evaluaciones. En el
área de las metas de intervención, éstas incluyen la promoción de apropiación positiva al mismo
tiempo que previenen problemas específicos o síntomas. Las estrategias buscan promover
ventajas y aspectos positivos del marco ecológico del individuo (ambiente, tareas específicas
correspondientes a cada etapa del desarrollo y la cultura) además de reducir el riesgo o las
fuentes de estrés, así como procesos de desarrollo humano además del tratamiento de la
enfermedad.

Existen dos enfoques complementarios. Es conveniente diferenciar el enfoque de riesgo y el


enfoque de resiliencia. Ambos son consecuencia de la aplicación de método epidemiológico a
los fenómenos sociales. Sin embargo, se refieren a aspectos diferentes pero complementarios.
Considerarlos de forma conjunta proporciona una máxima flexibilidad, genera un enfoque global
y fortalece su aplicación en la promoción de un desarrollo sano.

El enfoque de riesgo: se centra en la enfermedad, en el síntoma y en aquellas características


que se asocian con una elevada probabilidad de daño biológico, psicológico o social.

El enfoque de resiliencia: describe la existencia de verdaderos escudos protectores contra


fuerzas negativas, expresadas en términos de daños o riesgos, atenuando así sus efectos y, a
veces, transformándolas en factor de superación de la situación difícil.

Ambos enfoques se complementan y se enriquecen, posibilitando analizar la realidad y diseñar


intervenciones eficaces.

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Factores de riesgo

“La supervivencia es el primer principio de nuestra naturaleza.”


(Alexander Hamilton, 1904).

Es preciso distinguir entre conductas y factores de riesgo. Las conductas de riesgo son
aquellas conductas que vayan en contra de la integridad física, mental emocional o espiritual de
la persona y que puede incluso atentar contra su vida.

Características de estas conductas de riesgo:

- Exposición repetida y voluntaria a un peligro.


- Implican una atracción irresistible hacia las sensaciones intensas y novedosas.
- La conducta en sí aporta una gratificación y un refuerzo positivo.
- En ocasiones puede estar asociada a rasgos psicopatológicos que actúan como
facilitadores o agravantes de estas conductas.
- Existe a menudo un “sesgo optimista” que provoca que la persona se sienta
menos expuesta al peligro real.
- Pueden estar asociadas a distintos tipos de adicciones o a la dificultad para
controlar los impulsos.

Tipos de conductas de riesgo:

- Relaciones sexuales precoces y sin protección: enfermedades de transmisión


sexual y embarazo no deseado.
- Consumo de alcohol y otras drogas.
- Conductas que propicien accidentes.
- Situaciones que impliquen violencia.
- Situaciones asociadas a deserción o disminución del rendimiento escolar.
- Conductas suicidas.
- Conductas delictivas.
- Trastornos de la conducta alimentaria.

Los factores de riesgo, en cambio, son todas aquellas condiciones físicas, psicológicas y
sociales que incrementan significativamente las posibilidades de que un individuo incurra en
alguna conducta de riesgo, es decir, que son todas aquellas características, hechos o
situaciones propias del niño o adolescente o de su entorno que aumentan la posibilidad de
desarrollar desajuste psicosocial, son elementos que aumentan la probabilidad de daño e
identificarlos permite su prevención. La función de estos factores es reducir riesgos yy se
pueden dividir en tres grupos:

- Individuales.
- Familiares (que detallaré más adelante cuando hable de resiliencia familiar)
- Sociales.

Factores individuales:

- edad y género
- baja autoestima
- altos niveles de angustia
- altos niveles de depresión
- pobre percepción del riesgo
- altos niveles de impulsividad

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- rebeldía y resistencia a la autoridad
- gran necesidad de autonomía
- pasividad
- curiosidad
- baja resistencia a las presiones del grupo
- baja aceptación o rechazo del grupo de pares
- situaciones asocias a disminución del rendimiento escolar: dificultades, fracaso,
suspensiones, deserción, etc.
- manifestación de problemas de conducta en edades tempranas
- sensación de invulnerabilidad
- exposición crónica a condiciones de presión y estrés
- sentimiento de soledad
- experiencias tempranas de frustración
- capacidad deficiente de afrontamiento
- mayor intolerancia al aburrimiento y a la rutina y cierta “anestesia” emocional
- necesidad de transgresión y de ponerse a prueba
- falta de sentido de vida y de proyecto a futuro
- falta de guía, cuidados y supervisión
- sentimientos de fracaso e incapacidad
- disciplina inconsistente o excesivamente severa
- abuso de bebida con alcohol en la familia y amigos
- falta de asertividad
- inicio en el consumo de alcohol y/o drogas a temprana edad
- la familia como medio facilitador o modeladora de conductas de riesgo
- percepción distal de los padres
- padres temperamentalmente violentos
- distanciamiento afectivo de los padres
- expectativas poco realistas sobre los hijos
- crisis de valores tradicionales

Factores sociales de riesgo:

- cultura del riesgo


- estrés psicosocial
- crisis de valores sociales
- sociedad permisiva de ciertas conductas
- publicidad hedonista y consumista
- falta de redes de apoyo para los jóvenes
- disponibilidad de drogas
- falta de alternativas para el tiempo libre
- problemáticas sociales
- rapidez de los cambios sociales
- estereotipos sociales: modelos de triunfo.

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Factores de protección

“El hombre es libre de alterar por completo su destino para lo mejor o para lo peor. Yo, hijo de
alcohólico, niño abandonado, he hecho errar de golpe a la fatalidad. He hecho mentir a la
genética. Éste es mi orgullo”.
(Tim Guénard).

Los factores de protección son todas aquellas variables que disminuyen la probabilidad de
involucrarse en conductas de riesgo, ya que fomentan la resiliencia y el autocuidado.

Son los que a continuación se detallan:

- autoconcepto y autoestima positivos


- asertividad
- manejo saludable del estrés
- promoción de valores
- manejo adecuado del tiempo libre
- desarrollo de métodos eficaces de afrontamiento
- sentido del humor
- locus de control interno (experiencias de autoeficacia, confianza en sí mismo y
autoconcepto positivo)
- redes de apoyo
- destrezas sociales o habilidades para la vida:
 habilidades de comunicación
 manejo de sentimientos
 toma de decisiones
 solución de problemas

- proyecto y sentido de vida. Experiencia de sentido y significado de la propia vida


(fe, religión, ideología, coherencia valórica)
- alta percepción del riesgo
- promoción de estilos de vida saludables y del autocuidado
- valores firmes y positivos hacia la salud y el autocuidado
- práctica sistemática de algún deporte
- apoyo familiar
- actitud positiva hacia el futuro
- patrones moderados de consumo de alcohol en los padres
- aprecio por la salud y la prevención de riesgos
- oportunidades e contribuir y ser reconocido
- tener información sobre el uso y abuso de la ingesta de alcohol y otras drogas
- buenas habilidades cognitivas (incluyendo las habilidades de atención y resolución
de problemas(
- habilidades de adaptación a diversos contextos sociales
- autopercepción y autoeficacia positiva
- buena autorregulación emocional (incluiría la capacidad de manejar nuestros
propios impulsos)
- contar con talentos valorados por uno mismo y por la sociedad
- presencia de adultos accesibles, responsables y atentos a las necesidades de
niños y jóvenes
- una relación emocional estable por lo menos con un padre o adulto significativo
- redes sociales existentes tanto dentro como fuera de la familia: parientes, vecinos,
profesores, religiosos, pares
- clima educativo abierto, positivo, orientador, con normas y valores claros

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- modelos sociales que valoren el enfrentamiento positivo de los problemas,
representados por los padres, hermanos, profesores o amigos
- balance adecuado entre responsabilidades sociales y expectativas de logro (por
ejemplo, en el cuidado de parientes enfermos, de rendimiento escolar)
- competencias cognitivas (nivel intelectual promedio, destrezas de comunicación,
empatía, capacidades de planificación realista)
- características temperamentales que favorezcan enfrentamiento efectivo
(flexibilidad, orientación optimista a los problemas, capacidad de reflexionar y
controlar los impulsos, capacidades verbales adecuadas para comunicarse)
- existencia de expectativas altas y apropiadas a su edad
- apertura de oportunidades de participación
- tienen un sesgo optimista… cualquier excusa vale para tener esperanza y fe
- usan el poder curador de las emociones positivas a través del humor y de la risa
- habilidad para involucrarse profundamente
- se anticipan al cambio como un desafío hacia nuevos desarrollos
- son personas atractivas
- tienen habilidad para internalizar el apoyo social
- actitud proactiva frente a situaciones estresantes

Luis Rojas Marcos en su libro “Superar la adversidad” denomina a los factores de protección
mecanismos protectores y señala los siguientes: Ver lo que no esperamos ver, Intuición y
análisis informado, Altruismo y liderazgo en situaciones adversas, Explicar el sufrimiento,
Sentido del humor, Narrar, compartir y solidarizar y por último Pasar página.

Ver lo que no esperamos ver

Para responder con eficacia a cualquier adversidad necesitamos antes que nada darnos cuenta
de que pasa algo. Este requisito es aplicable a todo tipo de desgracias. Pone como ejemplo un
desastre natural o un siniestro inesperado, si en estas situaciones no tenemos conciencia de lo
que está ocurriendo, las posibilidades de protección quedan a merced del azar.

Por lo tanto, tomar conciencia de los que está pasando es el primer paso en el camino de la
superación de cualquier amenaza a nuestra integridad física o emocional

Los seres humanos estamos predispuestos a la normalidad, a lo que nos ocurre normalmente.
Por eso nos acoplamos tan bien a los hábitos, las costumbres, las rutinas. Pero a su vez, esta
predilección por lo acostumbrado nos ralentiza nuestra percepción de las excepciones, de lo
inusual. Vemos lo que esperamos ver y pasamos por alto lo que no esperamos. Tendemos a
captar las cosas que anticipamos y no solemos reparar en las que no nos imaginamos, aunque
las tengamos delante.

Esta especie de filtro natural que deja fuera de nuestra visión ciertos detalles puede tener
consecuencias nefastas en determinadas circunstancias. Por ejemplo, una enfermera
estresada, saca del cajón de las medicinas una ampolla de heparina, lee la etiqueta, prepara la
inyección y administra por vía intravenosa a un pequeño de seis meses mil unidades en lugar
de diez, lo que le provoca la muerte. Rojas Marcos explica además que éste fue un caso real.

Los convencionalismos, las creencias inflexibles, la rigidez y los prejuicios tienen el poder de
cegarnos, de ofuscar nuestro sentido común y dañar la flexibilidad que necesitamos para
responder a sucesos inesperados.

Sin embargo, estar abiertos a la posibilidad de ver lo que no esperamos ver nos ayuda a
percatarnos de sucesos inesperados. Ser conscientes o reconocer que las cosas pueden ser

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diferentes de lo que parecen, o de lo que suelen ser, o delo que nos gustaría que fuesen,
también puede ayudarnos a captar y evaluar amenazas peligrosas.

Además, tampoco advertimos lo que no queremos ver. La incapacidad de captar y apreciar la


desagradable realidad se alimenta de la necesidad de evadir hechos negativos que no
queremos afrontar. Los seres humanos tenemos una sorprendente habilidad para echar mano,
sin darnos cuenta, de poderosas artimañas, con el fin de evadir y no encarar las desgracias que
atentan contra nuestra dicha.

Pero hay situaciones en las que negar la evidencia o distorsionar con desmesura la realidad
puede tener consecuencias muy negativas, especialmente si el autoengaño nos impide tomar
decisiones prudentes frente a los peligros. Pone como ejemplo de esto el hecho de que las
personas que padecen enfermedades graves no quieren saber el diagnóstico ni las
probabilidades que tienen de curarse porque sencillamente, no quieren oír malas noticias. Otro
ejemplo de este mecanismo de negación es la actitud pasiva y resignada que adoptó gran parte
de la población judía en la Alemania nazi ante la siniestra amenaza de ser exterminados.
También señala que hay espectadores que ante estos horrores optan por el silencio, la inacción
y el anonimato. Para éstos, permanecer al margen de los crueles excesos y no involucrarse es
la mejor forma de ampararse y resguardar a sus seres queridos.

Intuición y análisis informado

Ante las situaciones adversas le cerebro pone en marcha diferentes procedimientos o


mecanismos para evaluar la situación. Estos mecanismos son de dos tipos: Uno es
fundamentalmente emocional, intuitivo o inconsciente y el otro es razonado, analítico y
consciente. Nuestras decisiones y respuestas dependerán de cómo sopesemos y utilicemos la
información que nos proveen estas dos fuentes.

La intuición nos permite percibir una nueva situación a través de señales subliminales o de muy
baja intensidad que captamos del entorno. Estas señales se conectan inconscientemente con
recuerdos de experiencias pasadas parecidas archivadas en la memoria y provocan una
respuesta emocional inmediata como la sensación de peligro o la corazonada de que algo va a
ocurrir. Se trata de una valoración instintiva y rápida que nos empuja a la acción. Es una
respuesta premonitoria que no incluye pensamientos, ni palabras, ni razonamientos, pero tiene
un enorme poder.

Habitualmente llegamos a las conclusiones de lo que pasa y entendemos la situación


problemática en la que nos vemos inmersos después de seguir un método ordenado de
observación y de sopesar diferentes posibilidades. Pero a veces las soluciones lógicas a los
problemas brotan en nuestra mente de forma que nos sorprende, como si se nos encendiese
una bombilla, de repente descubrimos relaciones entre los diferentes elementos de la situación
que antes no percibíamos y todo se esclarece. En el campo de la ciencia estos hallazgos
repentinos e imprevistos se conocen como “momentos eureka” en honor de Arquímedes, el cual
según la leyenda cuando se percató de su principio , invadido por la euforia que le causó su
descubrimiento, salió corriendo desnudo por las calles de Siracusa gritando “Eureka” que quiere
decir “¡Lo encontré!”. Hay numerosos ejemplos de estos momentos de clarividencia, uno de los
más populares fue el descubrimiento de la fuerza de la gravedad en 1666 por el físico inglés
Isaac Newton. En el mundo de la psicología y psiquiatría, cuando de forma súbita caemos en la
cuenta por nosotros mismos de algo que antes no entendíamos hablamos de la experiencia del
“¡ajá!”, un concepto empleado por primera vez por el médico y psicólogo alemán Karl Bühler
(1879-1963).

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Sin embargo, no hay que confundir las soluciones acertadas que brotan de improvisto en
nuestra mente en los llamados “momentos eureka”, ni los descubrimientos repentinos que se
producen al tener una experiencia “¡ajá!” con lo que se denomina pensamientos automáticos.
Éstos son conclusiones mecánicas impensables que se forjan con prejuicios o generalizaciones
irreflexivas y suelen derivar en juicios absolutos, negativos y erróneos. Estos pensamientos
instantáneos son peligrosos y nocivos en situaciones de crisis por su naturaleza errada,
dogmática y derrotista. Se basan en creencia agoreras y no en el análisis racional de las cosas.

Sea cual sea la adversidad, la información relevante, veraz, inteligible y manejable es una
herramienta utilísima de protección. Atajar la ignorancia y saber qué es lo que está pasando nos
ayuda a mantener los pies en la tierra y a tomar medias concretas, así como a sentirnos más
dueños de nuestro destino.

Buscar y recibir o seleccionar buena información de fuentes fiables, además de proporcionarnos


beneficios prácticos concretos para decidir cómo actuar, fortifica nuestro sentido de dominio de
la situación. Cientos de manuales prácticos que explican cómo hacer frente a las situaciones de
amenazas coinciden en que en cualquiera de estas situaciones, las personas documentadas y
preparadas se sienten más seguras, experimentan menos miedo y tienen más probabilidades
de salir con vida.

Altruismo y liderazgo en situaciones adversas

En las calamidades que afectan a un grupo o comunidad, todos pueden desempeñar un


liderazgo altruista y beneficiarse de la participación activa en tareas destinadas a guiar y auxiliar
a otras personas. Esta demostrado que los profesionales sanitarios y los especialistas en
rescates tienen más posibilidades de afrontar con éxito un desastre porque centran su atención
en el trabajo que deben hacer, en la misión de socorrer a los afectados, y, como consecuencia
de ello, dejan menos espacios abiertos para que les invada el miedo y la confusión. Este papel
refuerza en ellos la concentración, el sentido común y la aptitud para evaluar racionalmente la
realidad. Es una forma de actuar, de intervenir, de tomar el control y mantener activas las
funciones ejecutivas, otro pilar de la resiliencia, según este autor.

Ayudar a otros en trances difíciles nos hace más resistentes al estrés y al agotamiento físico y
emocional, nos protege de la tendencia a aislarnos a ahogarnos en emociones negativas o
pensamientos agoreros. Una vez pasado el desastre, el comportamiento altruista continúa
estimulando la autoestima positiva, también pilar de la resiliencia, pues induce en nosotros el
sentido de la propia competencia y la satisfacción de haber contribuido a la seguridad de otros.
Los afectados por cualquier tipo de calamidad que se han sentido útiles durante la crisis,
resisten y se recuperan mejor de las secuelas emocionales. Estos beneficios de los actos
altruistas también se obtienen cuando se realizan actividades de voluntariado. Los voluntarios
sufren menos ansiedad, duermen mejor, abusan menos del alcohol y las drogas y tienen una
autoestima más alta.

Por otro lado, ante las amenazas que no entendemos o que nos hacen sentirnos indefensos,
buscamos ansiosamente personas que nos guíen y nos den dirección y consejo. Es decir,
buscamos personas que nos faciliten una respuesta fiable al porqué de los hechos. Confiar en
personas con autoridad que pensamos que nos pueden informar, guiar y auxiliar en momentos
de peligro es una tendencia natural que ya empieza a desarrollarse en los primeros meses de
vida. De pequeños, confiamos en que nuestros padres y cuidadores nos protejan y satisfagan
nuestras necesidades vitales. A medida que crecemos, la confianza que depositamos en
personas que respetamos o admiramos también nos induce a considerarlos modelos de
quienes podemos aprender estrategias para protegernos y afrontar situaciones difíciles.

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La utilidad de liderazgo no se limita a las emergencias repentinas. Es un hecho comprobado
que en situaciones duraderas de incertidumbre (por ejemplo la crisis económica mundial que
nos azota) contar con personas que inspiren conocimiento, respeto y confianza puede
determinar que predomine una actitud de tranquilidad precavida o de optimismo cauteloso en la
población, en lugar de que cundan el pánico y el sentido total de indefensión. Cuando la
adversidad es una enfermedad grave o mortal, el papel de guía recae sobre el médico.

Explicar el sufrimiento

El sufrimiento en si no tiene sentido. Le damos sentido en la explicación que le asignamos.


Mientras estemos vivos y conscientes no podrán despojarnos de la libertad para elegir la lectura
que queramos darle al sufrimiento. Cuanto menos podamos controlar el sufrimiento y más
amenace nuestro programa de vida, más necesitaremos encontrar una explicación que le dé
algún significado.

Los seres humanos tenemos la imperiosa necesidad de explicar todas las cosas importantes
que nos pasan. Cada uno percibe de forma diferente la adversidad y nuestra percepción
particular va a moldear nuestra respuesta.

Aunque todas las desgracias tienen en común que provocan miedo y amenazan nuestro
equilibrio físico y emocional, su impacto varía según nuestra personalidad, las circunstancias y
los valores culturales y sociales de la comunidad en la que vivimos.

El significado o interpretación que le damos a la adversidad puede fortalecer o debilitar nuestra


capacidad para superarla y también influye en las posibles enseñanzas que extraigamos de la
experiencia.

Hay personas que conciben las calamidades que les afligen como retos que tienen que afrontar
con todas sus fuerzas y superar como sea.

Otros, por el contrario, ven los infortunios como agresiones personales, ataques de enemigos
malignos, aunque se trate de un desastre natural o de una enfermedad, contra los que la única
opción es la lucha sin cuartel. Estas víctimas se mueven por sentimientos de indignación, rabia
y promesas de ajuste de cuentas, es decir, con ansía de venganza.

Hay personas que conciben las desgracias como castigos de Dios o de la naturaleza, algunos
incluso juzgan el castigo como merecido y responden con sentimientos de culpa y
autorreproche.

Cercanos a este grupo están quienes interpretan las tragedias o males que les acechan como
consecuencia de sus propias debilidades o insuficiencias secretas, o de fallos imperdonables.

También hay personas que recelan de el conocimiento por otros de su desgracia porque este
hecho puede dañar su imagen social, por ello, se retraen porque sienten vergüenza, se aíslan y
se resisten a pedir ayuda por temor a perjudicar su reputación.

Tampoco falta quienes encuentran en la tragedia una oportunidad para expandir su mundo
interior y su espiritualidad. Los damnificados que excepcionalmente sobreviven a desastres
masivos o persecuciones y piensan que deben su buena suerte a la intervención divina tienden
a sentirse menos culpables por haber sobrevivido mientras que otros perecieron en la misma
situación.

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Pero, a veces, la espiritualidad puede convertirse en un impedimento. Es de sobra conocido el
hecho de que hay personas que después de haber sido golpeadas por alguna desgracia
rechazan la fe en un Dios que consideran injusto e incluso cruel, o ponen en tela de juicio los
valores humanos más básicos que antes celebraban. Aún así, la espiritualidad ayuda a explicar
y a soportar muchas desgracias porque fomenta explicaciones más intangibles, menos
personales, perspectivas que van más allá de uno mismo.

A la hora de explicar las situaciones estresantes, quienes piensan que se trata de desventuras
pasajeras de las que se recuperarán tienen más posibilidades de superarlas.

Otro tanto sucede con las personas que encuentran algún aspecto positivo en las circunstancias
adversas que los afligen e incluso sienten que les han servido de aprendizaje.

Sentido del humor

Las personas que gozan de la capacidad de explicar las circunstancias favorables en un


contexto jocoso o humorístico las afrontan mejor. Este autor está totalmente de acuerdo con el
principio de que “en todos los botiquines de emergencia se debe incluir el sentido del humor”.
Su función principal es ayudarnos a distanciarnos emocionalmente de la situación que nos
estresa percibiendo la comicidad en nosotros mismos y en las circunstancias que nos acosan.

Gracias a esta aptitud mental reconocemos sin angustiarnos las incoherencias y


contradicciones de las cosas. La perspectiva humorística constituye una estrategia ingeniosa
muy eficaz para defendernos del miedo, la ansiedad y de la desesperación.

Hoy está demostrado que el humor facilita la descarga de la tensión emocional y nos hace
resistentes al estrés, además de facilitar un reconfortante y terapéutico distanciamiento
psicológico de las situación que nos amenaza y abruma, también es una excelente herramienta
para conectarnos con los demás.

En el terreno científico, varios investigadores han demostrado que el sentido del humor ayuda a
las personas a afrontar mejor los sucesos estresantes o las enfermedades graves y, por
consiguiente, aumenta las probabilidades de sobrevivir. En 2006 un equipo de noruegos
encabezado por el psicólogo Sven Svebak demostraron, según señala Luis Rojas Marcos, en
un grupo de enfermos con insuficiencia renal avanzada en tratamiento de diálisis que aquellos
que poseían un alto sentido del humor vivían más. Este sentido del humor se refleja en una
perspectiva más desenfadad, menos trágica y más liviana de sus enfermedad y de la vida en
general.

Para terminar este punto quisiera señalar una anécdota entrañable que el propio Luis Rojas
Marcos cuenta de sí mismo en el libro anteriormente citado y dice que nunca olvidará el día que
le preguntó a su madre, ya mayor que cuando muriera qué prefería que la incineraran o que la
enterraran, a lo que su madre le contestó que le daba igual y que le diera una sorpresa cuando
eso ocurriera. El autor manifiesta que ambos rompieron a reír.

Narrar, compartir y solidarizar

A través del habla nos desahogamos, nos liberamos de pensamientos estresantes y nos
aliviamos de emociones angustiosas.

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Evocar, ordenar y relatar los recuerdos, las sensaciones corporales y los sentimientos
abrumadores de terror, dolor, confusión, angustia, vulnerabilidad o indefensión nos permite
transformarlos poco a poco en pensamientos coherentes con una intensidad emocional más
manejable, lo cual minimiza la posibilidad de que se hundan en el inconsciente o en la memoria
emocional y provoquen ansiedad crónica, disociación de nuestra personalidad o depresión.

Narrar las experiencias estresantes a través de la palabra hablada o escrita nos ayuda a
clarificarlas, ponerlas en perspectiva e incorporarlas a nuestra autobiografía como un fragmento
doloroso pero, al fin y al cabo, una parte más de nuestra vida.

Hablar o escribir sobre adversidades pasadas que se superaron causa una clara y duradera
mejoría de los síntomas en pacientes que sufren enfermedades crónicas.

Contar a personas comprensivas y solidarias las cosas que nos atormentan es una comprobada
estrategia protectora, porque nos ayuda a validarlas y a legitimar sus efectos en nosotros.

Compartir con otros las circunstancias dolorosas o aterradoras que hemos vivido, o estamos
viviendo, nos hace receptivos a las muestras tangibles de apoyo y solidaridad. A través de las
palabras transmitimos y obtenemos comprensión, recibimos e infundimos esperanza. Las
palabras nos permiten darnos mutuamente entrada en nuestros mundos personales, forjan
nuestras relaciones y juegan un papel fundamental en la construcción del primer pilar de la
resiliencia humana: las conexiones afectivas.

La solidaridad es una fuerza natural que promueve confianza, seguridad, esperanza y fomenta
una perspectiva más comunitaria del mundo, menos individualista. Esta fuerza reconfortante se
nutre de la empatía natural o en la capacidad para situarnos en las circunstancias de otras
personas y para conectarnos con afectos y compromiso. Amortigua golpeas, aplaca el estrés y
la angustia que causan las desgracias. Está demostrado que todas las víctimas de desgracias,
sean del tipo que sean, se benefician del amparo y el soporte de los demás.

Pasar página

Todas las personas que pasan por alguna desgracia y vuelven a recobrar el equilibrio vital de
antes enmarcan la experiencia estresante en un tiempo pasado, en el ayer. Antes o después,
consciente o inconscientemente, dan por terminado su papel de víctimas.

Unos se consideran supervivientes que vencieron la adversidad. Otros no ven nada especial en
el hecho de que salvaran obstáculos dolorosos o amenazas peligrosas. Pero todos pasan la
página del trance y, de una forma más o menos explícita, abren un nuevo capítulo en su
autobiografía.

Este autor manifiesta que en su experiencia, tres son las aptitudes de la naturaleza humana que
ayudan a dejar atrás o, incluso borrar de nuestra mente las desgracias vividas y superarlas y
son: olvidar, adaptarnos y perdonar.

Olvidar cura muchas de las heridas que nos causa la vida: alivia la tristeza, suaviza la rabia y
facilita el retorno de la paz interior después de una situación adversa. También nos induce a
perdonar los agravios.

Nuestra capacidad de adaptación es parte de la fuerza biológica y de selección natural y


evolución y es posible gracias a la gran plasticidad que tiene el cerebro humano. Todos
estamos sumidos en un proceso de cambio permanente. La base fundamental de la adaptación
es la flexibilidad, gracias a ella los seres humanos nos acostumbramos a las exigencias de

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nuestro cuerpo y a las imposiciones del medio que nos rodea. La capacidad de adaptación de
los seres humanos en situaciones trágicas es enorme. Esta facilidad con la que nos adaptamos
a los cambios es personal. Al igual que al olvidar y al aceptar, adaptarnos nos permite
aclimatarnos a los cambios, nos motiva a integrar cosas nuevas y a abrirnos a los desconocido.

En cuanto a perdonar es cierto que nos resistimos a perdonar a quienes nos dañan pero sin el
perdón no se puede pasar página. Para recomponer el equilibrio emocional y psicológico
después de una desgracia y poder pasar página es fundamental transitar por el camino del
perdón. La predisposición a perdonar varía de una persona a otra, algunas tardan muy poco
tiempo y sin embargo a otras les lleva parte de su vida. Casi siempre la decisión de perdonar
nace en la mente de la víctima, es subjetiva y privada, y consiste en un proceso íntimo y
silencioso de introspección en el que no suelen entrar criterios éticos ni religiosos.

La tendencia humana a pasar página es una cualidad genética favorecida por la fuerza
evolutiva de selección natural, un ingrediente fundamental de esa fuerza vital que permite a los
miembros de nuestra especie hacer las paces con el ayer, reponerse y seguir adelante.

En cuanto a los factores de riesgo, Luis Rojas Marcos los denomina en su libro venenos de la
resiliencia y considera que son los siguientes: pánico, el aturdimiento, la depresión y el
estancamiento. Las considera condiciones nocivas que debilitan los cimientos de nuestra
resiliencia y flexibilidad e inhabilitan nuestra aptitud para encontrar las herramientas que nos
ayudan a amortiguar los golpes y a recuperarnos de sus secuelas.

Menciona, asimismo, dos causas generales muy importantes de vulnerabilidad. La primera es


haber sido víctima en el pasado de sucesos traumáticos, porque es indudable, según este
autor, que un historial de desgracias agota la resistencia de las personas a infortunios futuros.
Por ejemplo, los adultos que en su infancia sufrieron un trauma psicológico por haber sido
maltratados en el hogar tienden a reaccionar de forma exagerada a circunstancias de tensión
mínima.

La segunda causa general de fragilidad es el padecimiento de ciertas dolencias físicas o


mentales que debilitan nuestras defensas y consumen la energía y el vigor que necesitamos
para protegernos o luchar en los momentos difíciles. Este es el caso de las personas
consumidas por anemias recalcitrantes, trastornos musculares degenerativos, padecimientos
dolorosos o enfermedades cerebrales y mentales crónicas.

Estos son los cuatro venenos de la resiliencia según este autor:

Pánico

El miedo es un reflejo primario indispensable para la supervivencia, un ingrediente primordial


del instinto de conservación. El pánico es una emoción intensa y abrumadora de pavor que
altera las funciones vitales, perturba el juicio y nos incapacita física y mentalmente para percibir,
analizar y responder con eficacia a los riesgos.

Los estados de pánico pueden ser agudos o crónicos. Los primeros son muy intensos, pero de
corta duración, y también se conocen como ataques de pánico. En los segundos la intensidad
es menor pero la duración mayor.

Las consecuencias del pánico varían. En situaciones de emergencia el pánico agudo puede
costarnos la vida pues inhabilita funciones ejecutivas como el autocontrol o la capacidad de
analizar la situación, y anula la aptitud para responder de manera adecuada y defendernos del
peligro. Aunque el estado de pánico prolongado puede no ser mortal debilita indudablemente la

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resiliencia, además causa daños psicológicos considerables entre los que destacan los
síntomas de trastorno por estrés postraumático o estados de depresión reactiva, también puede
provocar alteraciones de la conciencia o de la memoria, así como disociación de la identidad o
multiplicación y comportamentación de la personalidad, lo que se conoce como trastorno por
personalidad múltiple.

El pánico desfigura y empapa de catastrofismo la percepción de la realidad y anula el control de


la persona sobre sus pensamientos y conductas. Por todo ello siempre es perjudicial en
situaciones de riesgo no solo para quien lo sufre, sino también para los que le rodean porque es
altamente contagioso.

La tendencia asustarnos cuando se asustan quienes nos rodean está relacionada


probablemente con la necesidad ancestral de advertirnos unos a otros de los peligros para
prepararnos como grupo de los azotes de la naturaleza, de los diversos tipos de adversidades
que nos puedan surgir.

Hay quienes transforman el pánico en cólera incontenible y, ofuscados por el miedo, se


convierten en seres extremadamente violentos.

La mezcla de terror e indefensión a que da lugar el pánico debilita gravemente la fuerza natural
que nos ayuda a gestionar y superar situaciones peligrosas y a resistir adversidades. El poder
destructivo e infeccioso del pánico es bien conocido por los grupos terroristas que lo utilizan
como arma principal para amedrentar a la sociedad y destruir la confianza pública.

Aturdimiento

El aturdimiento es una perturbación mental y física de la conciencia y de los sentidos, que nubla
e inutiliza la capacidad de las personas para percibir y comprender la situación en que se
encuentran, para reconocer las señales o los mensajes que reciben de sus sentidos y del
entorno, y para evaluar racionalmente la realidad.

Es obvio que en situaciones peligrosos, que requieren juicios rápidos y acertado, así como una
buena coordinación de decisiones y conductas, el aturdimiento puede ser mortal.

Las causas del aturdimiento son muy diversas y, según el daño cerebral que lo produzca, este
estado puede se momentáneo o prolongado. El origen más frecuente son agentes externos que
alteran el funcionamiento del cerebro, como una contusión o un golpe fuerte en la cabeza, un
dolor agudo inesperado, ruido estruendoso o la conmoción provocada por un suceso imprevisto
y altamente estresante.

Un motivo bastante común de aturdimiento, insiste este autor, son los efectos de sustancias
tóxicas, como ciertas drogas y medicamentos narcóticos, sedantes, ansiolíticos, hipnóticos o
fármacos que alteran las funciones mentales y psicológicas, conocidos como psicotrópicos.
Pero el alcohol es, sin duda, la sustancia que con más frecuencia contribuye a estados de
ofuscación y de torpeza.

Estas sustancias nos privan de responder con seriedad y eficacia ante una emergencia, al
socavar la lucidez, la motivación, la concentración y la buena memoria que precisamos en esos
momentos. Estas sustancias también minan los pilares de la resiliencia, especialmente cuando
son consumidas con regularidad durante las dos primeras décadas de la vida. En esos años
cruciales, los seres humanos aprendemos las aptitudes necesarias para construir las bases de
nuestra capacidad de resistir y superar la adversidad, tales como establecer relaciones

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afectivas estables, desarrollar las funciones ejecutivas, la confianza en uno mismo y la
autoestima.

La capacidad de observarnos y percibir de forma correcta el entorno también puede alterarse en


personas que están obsesivamente preocupadas por sus propios pensamientos y conductas, o
por la impresión que causan en los demás. En situaciones estresantes, sobre todo si están en
grupo, estas personas se alteran y tienen dificultad para decidir con espontaneidad y actuar con
eficacia. Cuando la autoobservación se convierte en obsesiva y permanente, paraliza y aturde.
Se transforma en el árbol que no te deja ver el bosque, e interfiere con la percepción dela
realidad, la evaluación racional de los riesgos y la aptitud para utilizar los mecanismos
protectores.

Depresión

La depresión es quizá el veneno más nocivo de la resiliencia humana según este autor. Agota
nuestra energía vital, nos desconecta afectivamente de los demás, destruye la capacidad de
concentración, daña la confianza en uno mismo, deteriora la autoestima, destruye la esperanza
y nos roba los motivos para vivir.

La depresión implica un cambio de manera de ser, persistente y perceptible para uno mismo y
para las personas que nos conocen, de al menos dos semanas de duración. Sus síntomas
afectan al estado de ánimo, a la forma de pensar, al funcionamiento del cuerpo y al
comportamiento.

Los estados depresivos también impregnan nuestros pensamientos. Nos consideramos


indignos de afecto, nos juzgamos culpables de cualquier desgracia, real o imaginaria, y hasta
llegamos a creernos merecedores de nuestra desdicha. El síntoma físico más evidente es la
falta de energía y el cansancio.

El suicidio es la consecuencia más amarga de la depresión. Es el acto antitético por excelencia


de la resiliencia humana.

La depresión, como veneno de la resiliencia, pude socavar nuestra habilidad tanto para resistir
los primeros efectos de la adversidad como para superar sus secuelas a corto y largo plazo.

Este auto manifiesta que por fortuna en los últimos veinte años la depresión ha empezado a ser
aceptada como un trastorno médico más y no un signo de debilidad de carácter o de fracaso
personal, por lo que los afectados tienen a buscar ayuda profesional más abiertamente que
antes.

La detección temprana y el tratamiento precoz de los estados depresivos pueden ahorrar a los
afectados meses de amargura y salvar muchas vidas.

Estancamiento

Dice este autor que la superación de la adversidad nos plantea dos retos diferentes y sucesivos.
El primero consiste en encajar y sobrevivir al golpe o amenaza original, sea de la naturaleza
que sea. El segundo radica en nuestra capacidad para recuperarnos de las secuelas del trauma
y no sucumbir a sus efectos nocivos a largo plazo, incorporando de forma constructiva la
experiencia a nuestra identidad y a nuestra autobiografía.

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El veneno del estancamiento inhabilita nuestra capacidad de recuperar una vida
razonablemente satisfactoria, una vez pasada la desgracia.

En efecto, el estancamiento en estados emocionales perniciosos y destructivos arruina la


flexibilidad de la resiliencia, la cualidad que nos permite volver al estado de equilibrio emocional
anterior al infortunio y recomponer la personalidad. Así, el estancamiento impide recobra la
autoestima y el sentido del control sobre nosotros mismos, así como disfrutar de las fuentes
normales de satisfacción que nos ofrece la vida, como son las relaciones afectivas y las
actividades en la que se ponen a prueba tanto nuestros talentos como las que alimentan
nuestras aficiones. En general, sus efectos destructivos se manifiestan de diversas formas,
aunque todas tienen en común la falta de integración de a personalidad y la continua distorsión
del sentido de identidad después del trauma.

En general podemos dividir a las personas que sobreviven a la adversidad pero caen en el
estancamiento en cuatro grupos:

- Un grupo lo forman los supervivientes de crueles desgracias que llegan a la


conclusión el que la superación del trauma es una meta imposible de alcanzar.
Estas personas son conscientes de su incapacidad para manejar su vida diaria y
están convencidas de que la experiencia traumática quebró su personalidad en
tantas piezas que es imposible recomponerla. El motivo de su pesimismo radica
en al percepción de que todo lo que antes daba significado a su vida ha
desaparecido para siempre, por lo que es absurdo tratar de arreglar lo que no
tiene arreglo. El estancamiento de estos supervivientes se nutre de profundos
sentimientos de indefensión, desesperanza y autodesprecio incluso desearían
estar muertos.
- Otro grupo lo forman los que se estancan en el odio y la necesidad insaciable de
ajustar cuentas con la persona que les ha hecho daño (venganza). Este tipo de
estancamiento se produce con frecuencia en personas que rompen violentamente
relaciones afectivas importantes, sobre todo en divorcios, que se acaban
convirtiendo en cruzadas personales. La metamorfosis de los lazos de amor en
vínculos de odio puede ser altamente peligrosa.
- El tercer grupo lo forman los negadores. Estos supervivientes se encierran en un
estado permanente de negación y represión. Tratan de reconstruir de inmediato su
personalidad y su vida, pero para logarlo optan por relegar todo lo vivido al
subconsciente y rehúyen con cuidado cualquier situación que pueda evocar el
ayer. Es su forma de encerrar los malos recuerdos y evitar cualquier contacto con
cualquier situación que pueda remover sentimientos conflictivos. De esta forma se
protegen de los sentimientos de culpa, de impotencia y de rabia que les acechan.
Su mayor deseo es no permitir que lo sucedido cambie su forma de ser o su estilo
de vida, porque su meta ilusoria es regresar a su vida de antes como si todo
hubiese sido un sueño y no hubiera pasado nada.
- El último grupo lo forman las víctimas perpetuas, que incorporan
permanentemente la identidad de víctima a su yo y vinculan el sentido de sí
mismos y su autoestima al papel privado y a veces público de mártir. Hoy en día,
los damnificados de ciertas desgracias gozan de una consideración social sin
precedentes: nunca han sido tratados con tanto respeto y dadivosidad por parte
de de los ciudadanos, de los líderes sociales y de las instituciones públicas.
Además, los vínculos afectivos y la identificación con otros perjudicados estimulan
el sentimiento reconfortante de que no han sido los únicos afligidos por la
desgracia. Pero, no es prudente depender por completo de las asociaciones de
agraviados, sobre todo cuando la víctima es propensa a trasladar el control de su
vida a fuerzas externas, porque esto retrasa su rehabilitación psicológica. El

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problema es que la identidad permanente de víctima constituye un lastre que
debilita y confina a las personas a un ayer doloroso, mintiéndolas esclavas del
miedo o de la sed de venganza. Los afligidos que optan por ser víctimas
temporales se recuperan mejor y antes que los que se quedan de forma perpetua
enganchados en ese rol. Por eso, la mejor ayuda que la sociedad puede dar a los
damnificados es la que incluye la comprensión, el respeto, recursos y estímulo
para recuperar cuanto antes la capacidad de forjar ellos mismos su futuro.

Resiliencia y ciclo vital

“Hay un único lugar donde el hoy y el ayer se encuentran, se reconocen y se abrazan. Este
lugar es el mañana”.
(Eduardo Galeano).

La resiliencia se sitúa en la trayectoria del ciclo vital de personas y grupos humanos. A


continuación se diferenciarán distintos momentos de la vida de los niños y adolescentes,
señalando aquellas características que fortalecen la organización psico-social del individuo.
Son sumamente importantes para su vida, tanto presente como futura, y ejercen gran impacto
en la organización de un mayor o menor resiliencia, en la forma en que se atiende las
necesidades básicas, en las condiciones que los adultos generan para protegerlos y cuidarlos,
en el amor que se le prodiga y en el estímulo de sus capacidades.

Resiliencia en la adolescencia

“Tejiendo palabras, construyendo historia. Pon tu voz junto a la mía y juntos construyamos un
mundo lleno de posibilidades”.
(Anna Forés y Jordi Grané)

 el adolescente de 12 a 16 años de edad

Esta etapa incluye parte de la adolescencia temprana y toda la intermedia. En ella continúan los
cambios púberos y parte de la crisis de identidad se centra en el cuerpo. Hay un conflicto en el
joven que ahora tiene su cuerpo con funciones sexuales adultas, pero una organización psico-
social con características, infantiles. El crecimiento rápido de los adolescentes desorienta
también a padres y cuidadores; muchas veces no saben si tratarlos como a niños o mayores.
Perciben que el hijo está cambiando y que van perdiendo al hijo-niño.

También el joven percibe la pérdida de su propia infancia, de las figuras paternas que lo
acompañaron en esos años y del cuerpo que materializaba una identidad de niño. Su relación
con los padres irá cambiando para transformarse al final de la adolescencia en una relación de

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adultos. Mientras tanto, el joven tratará de separarse de las figuras parentales. Busca una
identidad propia, distinta, que lo distinga del padre y de la madre.

Los conflictos familiares se incrementan. Los adolescentes cuestionan las normas paternas, se
resisten a vestirse como los adultos sugieren o indican, no aceptan las opiniones de los padres
sobre sus amistades: buscan la diferencia para llegar a la afirmación de lo propio, lo que puede
esteriotiparse o agudizarse como una rebeldía que genera dificultades en la vida cotidiana.
El grupo de pares cobra un significado particular, persistiendo tendencias a agruparse por sexo.
El amigo, idealizado, es compañía inseparable, apoyo y confidente.

El contexto influye en las características de la etapa. Los complejos mecanismos sociales que
dificultan la inserción laboral de los jóvenes y aumentan la deserción escolar que se produce en
la escuela media, dividen a la población adolescente en tres grandes grupos:

• Los que se escolarizan y tienen mejores oportunidades para capacitarse laboralmente, grupo
que corresponde a la menor proporción de los adolescentes de los países latinoamericanos.
• Los que ingresan al mercado laboral, generalmente en condiciones precarias por no tener
capacitación.
• Los que aumentan el número de desocupados.

Los problemas socio-económicos han contribuido a que la adolescencia se haya transformado


en una etapa cada vez más compleja y difícil de resolver. Para los jóvenes, la mayor
contradicción se plantea entre la necesidad psicológica de independencia y las dificultades para
instrumentar conductas independientes en un medio social que los obliga a prolongar
situaciones dependientes con respecto a los adultos.

1. los afectos y conflictos se amplían

El mundo afectivo familiar sigue siendo un apoyo que ayuda al adolescente en esta etapa. El
joven puede tener una culpa inconsciente por su conflicto con los padres y quiere diferenciarse
de ellos, aunque los ame. Frente a eso, los padres deben responder con un afecto
incondicional, más allá de los enfrentamientos que se produzcan. Los adultos deben reiterar su
amor a sus hijos, a pesar de no estar siempre de acuerdo con ellos. Es necesario comprender
que el conflicto no está dirigido a destruir a sus padres reales, sino a la imagen de los padres.
En el grupo de adolescentes que concurre a la escuela media, las dificultades con los padres
pueden ser desplazadas hacia los profesores. Estos, además, reviven situaciones con sus
propios hijos. Es muy importante para los jóvenes encontrar figuras de adultos que les sirvan de
puente para la salida del círculo familiar, sea en la escuela, en el trabajo, en el deporte o en
otras actividades comunitarias. El adulto significativo ha sido descrito como un componente
esencial de la resiliencia. Cuando esos adultos logran comprender los conflictos del joven, y no
se distancian de él para transformarse en censor, logran establecer vínculos afectivos que los
adolescentes necesitan.

Por último, el “enamoramiento” de adolescente puede constituir también lazos afectivos con
personas ajenas al círculo familiar. Así, es importante dar información sobre lo sexual al joven
para que opte por conductas responsables para evitar embarazos no deseados y enfermedades
de transmisión sexual.

2. la confianza básica se tambalea

Para el joven, esta es una etapa de desajuste en la confianza en sí mismo, puesto que se trata
de encontrar la propia identidad. La irrupción de cambios físicos, emocionales y sociales, le ha
hecho perder confianza en sus propias posibilidades, puesto que aún no las conoce bien. Ha

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perdido destreza física: el niño manejaba bien su cuerpo. Los cambios en el cuerpo del joven
hacen necesario un período de ajuste de sus esquemas sensoriomotores, según las nuevas
dimensiones de sus extremidades y de su fuerza.

Lo mismo ocurre con los jóvenes que salen a buscar un trabajo que no encuentran, con el
agravante de que, en muchas sociedades, se divulgan mensajes que pretenden acusar por su
desocupación a los mismos jóvenes.

A medida que va resolviendo su situación escolar o laboral y se forma una relación afectiva más
estable con la familia al final de esta etapa, va recuperando la confianza. Esta puede salir hasta
fortalecida a medida que el joven va superando las situaciones problemáticas, y, sobre todo, si
cuenta con el apoyo comprensivo de familiares, maestros y jefes.

Es muy importante que el adolescente sea sostenido por la escuela y la familia para que
complete el ciclo medio y fortalezca su confianza.

3. un salto en la autonomía

Al concluir la adolescencia temprana el joven realiza un avance importante en el logro de la


autonomía. Aún no está en condiciones de manejarse solo, pero ha hecho progresos que le
permiten un buen reconocimiento de su cuerpo, ha comenzado a diferenciarse de sus adultos,
ha realizado planes pensando en un futuro relacionado con el trabajo y, en algunos casos, ha
realizado un aprendizaje escolar con mayor independencia del medio familiar que durante la
escolaridad primaria.

En las comunidades que tienen espacios organizados para la participación juvenil (clubes,
iglesias, asociaciones vecinales, partidos políticos, etc.), los jóvenes logran incorporarse en
actividades colectivas y cooperativas que les permiten efectuar aprendizajes sociales
importantes: Observan una serie de estilos de participación y sus problemas, y aprenden a
distinguir entre mecanismos institucionales democráticos, paternalistas y autoritarios.

La falta de trabajo conduce a que los jóvenes trabajen con la familia. Esta situación puede
aumentar los enfrentamientos, ya que los padres (con quienes se da la ruptura para completar
la autonomía) son los mismos adultos con quienes se enfrentan por cuestiones de trabajo.
Además, es en esta etapa que se vislumbra el futuro que los jóvenes se imaginan y hacia el que
tienden. Esa capacidad de proponerse una meta y trazar los caminos para alcanzarla es uno de
los pilares del desarrollo de la resiliencia.

Sin embargo, hay situaciones en las que los jóvenes tienen que tomar decisiones que
corresponden a los adultos, asumiendo así responsabilidades excesivas para su edad. Esto no
los prepara para la autonomía, sino que significa que hagan una adaptación deformada, con un
alto costo para sí mismos. Inclusive puede producir el efecto contrario, ya que las decisiones
independientes para las que uno no está preparado provocan temores, fracasos y
dependencias.

Para tomar la mayoría de sus decisiones el adolescente precisa que un adulto lo acompañe:
para recibir información, escuchar una opinión, conocer a alguien que haya tenido que optar
como él en situaciones semejantes, etc. Es posible que al joven le sirvan los criterios del adulto
para decidir algo distinto de lo que el adulto espera. Este apoya, pero quien decide es el joven.
La actitud de colaboración y de respeto por la decisión del adolescente fortalece la resiliencia.

Disentir, opinar de manera original en la escuela, la familia o el trabajo y fundamentar dicha


opinión con tolerancia para con otros puntos de vista, son manifestaciones de la independencia

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y autonomía de juicios y razonamientos alcanzada por el adolescente. La autonomía le permite
integrarse en las instituciones y cumplir con las tareas en que se ha comprometido, sin
necesidad de controles externos, pero con la orientación que deben dar los adultos de su
entorno.

4. ¿qué pueden hacer los padres y cuidadores?

Para fortalecer la resiliencia en esta etapa de la vida, se puede tomar algunas acciones con los
propios adolescentes y otras con los adultos encargados de ellos. Entre las primeras están
aquéllas con las que se trata de reforzar los rasgos de los jóvenes resilientes para que ellos
mismos puedan tomar el control de sus vidas y afrontar dificultades con las mejores
herramientas. Cabe mencionar las siguientes medidas:

• Estimular el desarrollo de las capacidades de escuchar, de expresión verbal, y no verbal y de


comunicación en general.
• Fortalecer la capacidad de manejo de la rabia-enojo y de las emociones en general.
• Reforzar la capacidad de definir el problema de optar por la mejor solución y de aplicarla
cabalmente.
• Ofrecer preparación para enfrentar las dificultades del ingreso al mercado de trabajo.

Entre las medidas que se puede tomar con padres y cuidadores cabe mencionar las siguientes:

• Reforzar los conceptos de protección familiar y procreación responsable.


• Fomentar la habilidad de reconocer esfuerzos y logros.
• Desarrollar la capacidad de comunicación afectiva con los adolescentes.
• Aclarar los roles desempeñados dentro de la familia y favorecer el establecimiento de límites
razonables para cada uno de los miembros.
• Favorecer la presencia de, al menos, un adulto significativo para el adolescente.

Características de los niños y los jóvenes resilientes:


Los seres humanos nacen con la capacidad de hacer frente a las demandas del ajuste de su
medio, de desarrollar habilidades sociales y comunicativas, una conciencia crítica, autonomía y
propósitos para el futuro. El desarrollo y el reforzamiento de la misma requiere de la
estimulación contextual, familiar y de los pares.

Características de los niños Resilientes:

Estos niños suelen responder adecuadamente frente a los problemas cotidianos, son más
flexibles y sociables, predominancia de lo racional, buena capacidad de auto-control y
autonomía.
En cuanto a lo familiar, no han sufrido separaciones o pérdidas tempranas y han vivido en
condiciones económicas y familiares relativamente estables presentando con frecuencia
características de personalidad o habilidades entre las que se puede mencionar:
 Adecuada autoestima y autoeficacia.
 Mayor capacidad de enfrentar constructivamente la competencia y aprender de los
propios errores.
 Mejores y más eficaces estilos de afrontamiento.
 Capacidad de recurrir al apoyo de los adultos cuando sea necesario.
 Actitud orientada al futuro.
 Optimismo y mayor tendencia a manifestar sentimientos de esperanza.
 Mayor coeficiente intelectual.
 Capacidad empática.
 Accesibilidad y buen sentido del humor.

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Estos rasgos y habilidades pueden verse reforzados por la influencia positiva del medio familiar
y el apoyo de otros adultos significativos en la vida del niño. Según Loesel (1992) los niños
resilientes suelen vivir en un clima educacional abierto y con límites claros; cuentan con
modelos sociales que motivan el enfrentamiento constructivo, comparten responsabilidades
sociales y se ven estimulados por la existencia de expectativas de logros realistas por parte de
los adultos.

Características de los Jóvenes Resilientes:

Muestran también una serie de características que se asocian directamente con la capacidad de
afrontar adecuadamente los problemas cotidianos, las cuales se relacionan con el propio
desarrollo personal. Los jóvenes resilientes presenten entre otras características comunes:
- Adecuado control de emociones en situaciones difíciles o de riesgo, demostrando
optimismo y persistencia ante el fracaso.
- Habilidad para manejar de manera constructiva el dolor, el enojo, la frustración y
otros aspectos perturbadores.
- Capacidad de enfrentar activamente los problemas cotidianos.
- Capacidad para obtener la atención positiva y el apoyo de los demás,
estableciendo amistades duraderas basadas en el cuidado y apoyo mutuo.
- Competencia en el área social, escolar y cognitiva; lo cual les permite resolver
creativamente los problemas.
- Mayor autonomía y capacidad de autoobservación.
- Gan confianza en una vida futura significativa y positiva, con capacidad de resistir
y liberarse de estigmas.
- Habilidad para tener el apoyo de los demás.
- Fuerte confianza en una figura positiva.

Grotberg y cols. (s/f; en Kotliarenco, Cáceres, Álvarez, 1996), opinan que existen características
que favorecen el desarrollo de la resiliencia, las cuales se mencionan a continuación.

 Ambiente facilitador: incluye acceso a la salud, educación, bienestar, apoyo emocional,


reglas y límites familiares, estabilidad escolar y del hogar, entre otros.
 Fuerza intrapsíquica: incluye la autonomía, el control de impulsos, el sentirse querido, la
empatía.
 Habilidades interpersonales: incluye el manejo de situaciones, la solución de
problemas, la capacidad de planeamiento.

Una persona puede ser resiliente, puede tener la fortaleza intrapsíquica suficiente y las
habilidades sociales necesarias, pero si carece de oportunidades para educarse o trabajar, sus
recursos se verán limitados.
Así mismo, Wolin y Wolin (s/f, en Kotliarenco, Cáceres, Álvarez; 1996) proponen una
explicación para el fenómeno de la resiliencia en niños y adolescentes, para lo cual desarrollan
un esquema basado en las etapas del ciclo vital. El primer círculo de la resiliencia se centra en
la infancia o niñez; el segundo, en la adolescencia y el tercero, en la adultez. Asimismo
desarrollaron un mandala.

Mandala de la resiliencia

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Wolin y Wolin

El término mandala significa paz y orden interno, y es una expresión empleada por los indios
navajos del suroeste de los Estados Unidos, para designar a la fuerza interna que hace que el
individuo enfermo encuentre su resistencia interna para sobreponerse a la enfermedad (Suárez,
1995). En el centro del mandala reside el yo, en donde, según los Wolin, se encuentra esa
fuerza necesaria para superar las adversidades, aprender de ellas y salir fortalecido. Alrededor
se va estructurando cada manifestación, que evoluciona a través de las etapas de desarrollo del
sujeto, siendo más intuitiva en la infancia y evolucionando hacia formas más estructuradas y
conscientes en la edad adulta.

Estos autores desarrollan la noción de "siete resiliencias": introspección, independencia,


interacción, iniciativa, creatividad, ideología personal y sentido del humor.

1. Introspección. Entendida como la capacidad de examinarse internamente, plantearse


difíciles y darse respuestas honestas.

Durante la niñez, la introspección se manifestará como la capacidad de intuir que alguien o algo
no está bien en su familia, los niños resilientes son capaces de contrarrestar la reflexión
distorsionada de la familia, situar el problema donde corresponde, reduciendo la ansiedad y la
culpa.

Durante la adolescencia, la introspección corresponde a la capacidad de conocer, de saber lo


que pasa a su alrededor y es fundamental para comprender las situaciones y adaptarse a ellas.
En la adultez, la introspección se manifiesta como la sabiduría, la comprensión de sí mismo y
de otras personas, con aceptación de las dificultades, sin culpar a los demás.

2. Independencia. Se refiere a la capacidad de establecer límites entre uno mismo y


ambientes adversos.

En la niñez, esta capacidad se expresa manteniéndose alejado de las situaciones conflictivas.

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En la adolescencia, la independencia se manifiesta en conductas como no involucrarse en
situaciones conflictivas.

En la adultez, esta capacidad se expresa en la aptitud para vivir en forma autónoma y de tomar
decisiones por sí mismo.

3. Capacidad de interacción. Se refiere a la capacidad de establecer lazos íntimos y


satisfactorios con otras personas.

En los niños, se manifiesta de una manera en la que éstos interactúan con otras personas y
tiene la capacidad de pode ser querido por otros.

En los adolescentes, se manifiesta en la habilidad para reclutar pares y de establecer redes


sociales de apoyo.

En los adultos, esta capacidad se manifiesta en la valoración hacia las relaciones


interpersonales, la intimidad y los rituales.

4. Capacidad de iniciativa. Se refiere a la capacidad de hacerse cargo de los problemas y


de ejercer control sobre ellos.

En los niños esto se refleja en las conductas de exploración y actividades constructivas.

En la adolescencia, aparece la inclinación al estudio, práctica de deportes y actividades


extraescolares como hobbies y trabajos voluntarios.

En los adultos, se habla de generatividad, que alude a la participación de proyectos


comunitarios, sentimientos de autorrealización, capacidad de liderazgo y enfrentamiento a
desafíos.

5. Creatividad. Corresponde a la capacidad de imponer orden, belleza y un propósito a las


situaciones de dificultad o caos.

Durante la niñez, esta capacidad se expresa en la creación y los juegos que permiten revertir la
soledad, el miedo, la rabia y la desesperanza.

En la adolescencia, se refleja un desarrollo de habilidades artísticas como escribir, pintar, bailar,


producir artes.

Los adultos creativos son aquellos capaces de componer y reconstruir.

6. Ideología personal. También se entiende como conciencia moral.

En los niños, esto se manifiesta en que son capaces de hacer juicios morales desde muy
temprana edad, de discriminar entre lo bueno y lo malo.

En la adolescencia, se caracteriza por el desarrollo de valores propios y establecer juicios en


forma independiente de los padres. Además se desarrolla el sentido de la lealtad y la
compasión.

En la adultez, se manifiesta como la capacidad de servicio y de entrega hacia los demás.

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7. Sentido del humor. Se refiere a la disposición del espíritu a la alegría, permite alejarse
del foco de tensión, relativizar, positivizar, elaborar de un modo lúdico, encontrar lo
cómico entre la tragedia.

En la niñez, se desarrolla a través del juego.

En la adolescencia, se desarrolla por su capacidad de reír, de moldearse y de jugar.

En el adulto, reconoce el aspecto divertido, alegre y juega.

Para terminar poner de manifiesto que el fomento de la resiliencia, adquiere relevancia en el


ámbito familiar, educativo y comunitario, en tanto no depende sólo de características
personales, sino también de un ambiente facilitador que interactúe permanentemente.

Ejemplos de resiliencia

“Es imposible aportar nada a nadie sin buscar y ver en cada cual todo lo bonito que tiene,
porque identificando lo malo, lo feo, lo torcido no se puede ayudar a nadie. Cristo miró a todos
los que conoció, tanto a las prostitutas como al ladrón, advirtiendo la belleza escondida en cada
uno de ellos. Tal vez fuera la belleza torcida o dañada, pero era belleza por donde se mirara, y
lo que Él hizo fue llamarla a voces. Esto es lo que nos corresponde hacer con los demás. Cada
cual está hecho a semejanzas de Dios, y cada cual se parece a un icono dañado. Pero si se
nos diera un icono dañado por el tiempo y los acontecimientos, o profanado por el odio de los
hombres, lo trataríamos con el corazón quebrado, con ternura y reverencia. No prestaríamos
atención al hecho de que esté dañado, sino a la tragedia de que lo esté.
(El icono dañado, Anthony Bloom)

En un primer momento pensé en narrar en este apartado la vida ejemplar de personas


resilientes que son muy conocidas como es el caso de Boris Cyrulnik, Jean- Dominique Bauby e
incluso el emblemático Tim Guénard, quién nos ofrece, en un acto de gran generosidad el relato
de su vida en la publicación de su libro “Más fuerte que el odio”, Gedisa 2003, pero al final, he
decidido que lo mejor es explicar los casos y las vidas de personas resilientes anónimas,
personas que no tienen la posibilidad de ser escuchadas ni admiradas como las anteriores. Es
en honor a ellas, múltiples de personas resilientes en el mundo silenciadas por sus
circunstancias, el relato de este apartado.

Me ha impresionado mucho leer el artículo “los niños de las calles de Colombia” que Lorenzo
Balegno y María Eugenia Colmenares (ambos pertenecen al Centro Internacional de
Investigación Clínica-psicológica de Calí, en Colombia) publican junto a otros compiladores en
el libro “El realismo de la esperanza”, Gedisa 2004 y he querido exponer aquí como ejemplos de
resiliencia los relatos de vida que estos autores nos cuentan sobre estos niños, en homenaje a
todas esas personas anónimas, resilientes y luchadoras que conviven con nosotros sin apenas
darnos cuenta, sobre todo a los niños, seres indefensos que deberíamos cuidar en lugar de
dejar abandonados a su suerte.

Este apartado está dedicado a ellos,

En dicho artículo estos autores nos explican que en Colombia, en las grandes ciudades, hay
niños que se encuentran en la calle. En Calí, la segunda ciudad de Colombia, estos niños están
solos y se encuentran desplazados, desarraigados.

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Dividen a estos niños en dos grandes categorías: los gamines (nombre que se da a los niños
que, en Colombia, han adoptado la calle como lugar para vivir) y los niños abandonados. Esta
categorización es importante porque pone de manifiesto la diferente forma en que esos niños
terminan en la calle y porque marca de manera profunda su modo de organización psicológico y
social.

El gamín es un niño que, a partir de una edad aproximada de 4 años, decide abandonar a su
familia natural o a su familia de adopción o de acogida.

Caso 1: Luis

Luis es un niño de unos 5 años. Sus padres están separados; el padre ha formado una nueva
familia. Vive con una mujer que, a su vez, tiene hijos de otra unión. Luis vive con su padre, la
esposa de su padre y los hijos de ésta. La madre de Luis reside en otro barrio de la ciudad con
los hermanos de Luis y con un nuevo compañero.

Esta situación es bastante común en las familias pobres de Colombia, donde la inmensa
mayoría de las parejas vive según el sistema de la unión libre.

Luis explica por qué se fue a vivir a la calle y dice que recuerda que tenía unos 5 años y en
Navidad había pedido u triciclo al Niño Jesús. Dice que lo había puesto todo de su parte para
conseguir ese regalo, para que su sueño se cumpliera. El día de Navidad, ve que es el hijo de la
compañera de su padre quien recibe el objeto deseado. Tiene la sensación de sufrir una
profunda injusticia. Se apropia del triciclo y echa bruscamente al intruso. Su padre oye los gritos
del otro niño, interviene de forma violenta en contra de Luis, le quita el triciclo y vuelve a dárselo
al otro niño. Unos días más tarde, el padre lleva a Luis ante la puerta de la madre de Luis. El
niño espera a que su padre se vaya, y en vez de entrar en casa de su madre, se va a jugar a un
parque con otros niños. Así comienza su vida de gamín. Al hablar de su experiencia narra el
profundo sentimiento de libertad que le acompañaba. También sintió mucho miedo. Fue
perseguido por la policía y Luis llegó a entrar en prisión donde tuvo que defenderse de no ser
violado.

Caso 2: Juan

Cuando Juan cuenta su infancia, dice que uno de sus primeros recuerdos guarda relación con
su madre. No se acuerda de su cara. Se acuerda de una casa muy pobre en un barrio de la
periferia de un pueblecito de Colombia. Cree que tenía unos 5 años. Se acuerda de que jugaba
con una pelota de trapo y de que su madre le quitó la pelota de forma muy violenta. Entonces
decidió irse de su casa hasta Bogotá, ciudad que dista unos 200 kilómetros. Así comenzó su
vida de gamín. Hoy, Juan tiene 27 años. No conserva ningún recuerdo de aquella mujer, pero
cuenta con mucha precisión su vida de gamín.

Ambos ejemplos ilustran el momento de la separación del niño con su entorno. En ambos
casos, es el propio niño quien rompe con su entorno par a buscar otra cosa. Aquí aparece un
sentimiento muy profundo de uno mismo, de la propia identidad.

Cuando Juan empezó a contar su experiencia, lo primero que dijo fue lo siguiente: “La calles es
magnífica, la calle es libertad, pero la calle es una jungla, es la ley del más fuerte.” Relata que
cuando llegó a Bogotá tenía 6 años y se encontró con niños que, como él, vivían en la calle.
Relata que estos niños le aceptaron.

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Los gamines tienen un sentido muy profundo de la libertad. Juan relata que en la calle podía
hacer lo que le daba la gana, ir dónde quisiera, no había ningún adulto que le prohibiera nada.
En la calle Juan aprendió el bien y el mal. Aprendió a defenderse, a protegerse, a utilizar sus
propios recursos. Contó cómo utilizaba trucos de “niño bonito” con los que conseguía inspirar la
compasión a los transeúntes y obtener comida y ropa. Robaba para subsistir y por juego. Vivía
al día.

Al igual que Luis, también Juan vivió situaciones de mucho peligro que le hicieron pasar un gran
miedo. También fue perseguido por la policía y tuvo que defenderse para no ser utilizados por
los adultos, corriendo frecuentemente el riesgo de sufrir abusos sexuales.

Juan relató que en los momentos difíciles, le venía a la cabeza un recuerdo que él situaba en la
época de sus 5 años, en el momento en que abandonó a su madre. Se acordaba de una
imagen; debía de tratarse de su abuela. Era una mujer de largos cabellos grises y con las uñas
muy largas. Le rascaba afectuosamente la cabeza. Manifiesta que actualmente cuando tiene
dificultades, se rasca la cabeza de la misma forma. Recordó también que, en los momentos en
que se sentía muy mal en la calle, descolgaba un teléfono público, se ponía el auricular en el
oído y lloraba.

Cuando le preguntaron a Juan por qué el había salido airoso mientras que otros muchos
compañeros suyos se habían convertido en delincuentes o en mendigos, respondió: “Llega un
momento en que ya no se puede seguir siendo un gamín, en el que nuestra cara, nuestra
estatura, no pueden apiadar ya a la gente”, “Salí airoso porque yo lo quise, yo luché, los otros
no.”

También relató Juan su periplo de entradas y salidas en instituciones para niños y adolescentes
de Colombia. A los 18 años, se encontró solo en las calles de Bogotá con una maleta vieja, un
pantalón y una camisa de repuesto, buscando trabajo. Como no encontró trabajo en esta
ciudad, se marchó a Cali. Probó varios trabajos. Trabajó en vares, en una orquesta y finalmente
pidió que le aceptasen como educador. Finalmente y después de una gran insistencia por parte
de Juan fue admitido como educador.

Actualmente tiene 27 años, ya no trabaja como educador, acaba de terminar la formación para
trabajar en el área de la informática. Está casado y tiene dos niños estupendos. Nunca ha
vuelto a ver a su madre, pero ha realizado su sueño de fundar una familia. Su mujer procede de
una familia unida y tuvo una infancia totalmente diferente a la de Juan. Cuando se conocieron,
ella no sabía nada del pasado de él. Sólo tiempo más tarde, antes de casarse, Juan le contó
espontáneamente su historia. Él siempre ha buscado esa mano afectuosa que le acariciaba la
cabeza, esa comunicación con el otro simbolizada por ese auricular del teléfono público.

En este caso queda claro que el gamín se reconoce como agente de cambio, persigue la
consecución de su sueño, busca una solución recurriendo a sus propias posibilidades. Tanto
Juan como Luis son ahora unos jóvenes casados y con un empleo estable.

Como se puede ver con estos dos casos, el gamín establece el abandono de los adultos de
referencia sobre bases de equidad y no sobre los valores formales de la relación con el otro.
Esto indica que los valores de identidad de estos niños se basan sobre todo en la construcción
simbólica de sí mismos como agentes de su vida y como sujetos de derechos. Esta relación en
el otro y con la cultura se funda en una visión ética, y permite la asunción de uno mismo como
sujeto de sus sueños y de su sufrimiento.

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El niño opone así a la injusticia su derecho. Este reconocimiento de lo que le es debido en
función de su identidad simbólica opera como un factor de protección de su integridad
psicológica y le permite abandonar su entorno.

Los gamines no tratan de reparar nada porque no deben ninguna reparación: estos niños no
aceptan lo inaceptable y se plantean sus sueños como un desafío y como camino.

Los niños abandonados

El niño abandonado tiene tendencia a situar su problema no en el plano de su propia persona,


sino en el de su familia, en el de la sociedad y en el de las circunstancias. Espera un cambio de
esas condiciones. Está también atrapado en la trampa de su culpabilidad.

En el caso de los niños que han sido abandonados por su familia, la capacidad de resiliencia
está ligada más bien a la necesidad de mantener vivo el vínculo emocional y social que legitima
el derecho del niño a la vida y a la identidad.

El reconocimiento de su derecho, en función de los valores sociales del vínculo, le permite al


niño transformar los vínculos emocionales que fundamentan la ética de la reparación mediante
la construcción de una identidad social legitimada y sostenida por valores culturales y sociales.

La realización de su sueño pasa por la reconstitución simbólica de su vínculo en otra dimensión


de relaciones.

Es evidente que para el niño abandonado, los factores sociales y culturales que reproducen los
valores que legitiman la pertenencia familiar y cultural como lugar de referencia de la identidad
desempeñan un papel importante en las posibilidades de reorganización psicológica.

Caso 1 Roger:

Roger es el sexto y último hijo de unan familia pobre de un pueblecito de Colombia. Su padre,
obrero jornalero, es un alcohólico de fin de semana. Su madre se queda en casa y se ocupa
del hogar. Roger queda abandonado a su suerte y son sus hermanos y hermanas quienes se
ocupan de él. Se fuga repetidas veces de casa de sus pares y asiste de manera esporádica al
colegio. Cuando tiene 16 años no ha pasado de tercer curso de primaria. Recuerda haber
pasado un año fuera de casa. Desde los 10 años, vive del robo y del vandalismo. Cuando
vuelve a casa de sus padres, su madre le encierra en un cuarto y llama ala policía para
internarlo en un centro de menores, que es el organismos oficial en Colombia que se ocupa de
los jóvenes delincuentes y de los niños que tienen necesidad de protección. Se fuga
continuamente del centro y vuelve a casa de su madre. Ésta lo interna de nuevo y así una y otra
vez.

Caso 2 Cristina:

Cristina vivía con su padre en una pequeña aldea de los alrededores de Cali. Su madre había
abandonado el hogar conyugal y dejado a los niños a cargo de su padre. A la edad de 8 años
va a vivir a Cali a casa de una tía, hermana de su padre, que tiene sus propios hijos. Se
escapa para volver a casa de su padre, que la vuelve a llevar a casa de su tía. No va al colegio,
forma parte de la pandilla de barrio.

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Es detenida por la policía por robo y consumo de drogas y es conducida a un centro de
menores donde tiene grandes problemas de disciplina. Agrede a sus compañeras y a los
adultos que trabajan en el centro.

Como queda de manifiesto con estos ejemplos, en los casos de niños abandonados no hay una
ruptura real con el entorno familiar. El niño vuelve constantemente en busca de su familia o de
un miembro de ésta. Conserva siempre el recuerdo de un punto de anclaje; no se aleja de
manera definitiva, es decir, no hay ruptura.

A diferencia del gamín, que puede viajar a diferentes regiones de Colombia, e incluso al
extranjero, el niño abandonado debe mantener su vínculo con las personas que le rechazan.
Debe organizar un sistema frecuentemente muy patológico para mantener ese vínculo.
Organiza una divergencia: reconoce la agresión de uno de los miembros de la familia- en el
cado de Roger, es el padre alcohólico; en el de Cristina, es la tía-, pero idealiza al otro miembro
– para Roger la madre, para Cristina el padre-. El niño abandonado tiene una necesidad de
reparación muy profunda, vinculada a un sentimiento de culpabilidad.

Nuevas ideas en torno a la resiliencia

“los niños demasiado protegidos parecen tranquilos y realizados porque nunca tienen ocasión
de ponerse a prueba. Uno los considera sólidos porque nunca han revelado su debilidad. Hasta
el día en que un minúsculo acontecimiento los derriba y los hace caer en tierra. Entonces,
reprochan a sus padres estupefactos que no les hayan armado nunca para la vida, cosa que es
injusta para estos padres entregados, pero no falsa”.
(Boris Cyrulnik)

Edith Henderson Grotberg analiza nuevas interpretaciones surgidas de las investigaciones,


nuevas ideas respecto de la naturaleza de la resiliencia y los nuevos desafíos para revisar ideas
antiguas que no han tenido mucho impacto. Y a partir de esto detalla ocho nuevos enfoques y
descubrimientos a partir del concepto de resiliencia, que, a su modo de ver, definen lo que está
sucediendo hoy en esta área del desarrollo humano.

1. la resiliencia está ligada al desarrollo y crecimiento humanos, incluyendo diferencias


etarias y de género.

Las primeras investigaciones en resiliencia se ocuparon fundamentalmente de identificar los


factores y las características de aquellos niños que vivían en condiciones adversas y eran
capaces de sobreponerse a ellas, y diferenciados de aquellos que vivían bajo las mismas
condiciones pero sin la capacidad de sobreponerse o enfrentar positivamente la experiencia.
Este autor lleva a cabo unos trabajos basados en los resultados del Proyecto Internacional de
Resiliencia y en los de Ann Madsen y colegas, en los que identificaron el rol del desarrollo
humano en la capacidad de ser resiliente. En el trabajo de Grotberg se crean estrategias de
promoción de acuerdo con las etapas del desarrollo descritas por Erik Erikson, que son,
resumiendo: desarrollo de confianza básica (desde el nacimiento hasta el primer año de vida);
desarrollo de la autonomía (dos a tres años de edad); iniciativa (de cuatro a seis años); sentido
de la industria (de siete a doce años); desarrollo de la identidad (de trece a diecinueve años).

El hecho de contextualizar la promoción de la resiliencia dentro del ciclo vital permite tener una
guía respecto de lo que se debe hacer en cada etapa del desarrollo y promover nuevos factores
de resiliencia sobre la base de aquellos factores ya desarrollados en etapas anteriores. Un
ejemplo de promoción de resiliencia de acuerdo con las etapas del desarrollo humano es la

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necesidad de apoyo externo del niño. Por ejemplo, mientras más pequeño es el niño, más
necesidad de apoyo externo tendrá. En cambio, a los 9 años de edad los niños ya son capaces
de promover su propia resiliencia y buscar mayor ayuda externa.

En lo que se refiere al género en la resolución de conflictos, si bien ambos presentan la misma


frecuencia de conductas resilientes, las niñas tienden a contar con habilidades interpersonales y
fortaleza interna, en tanto que los niños tienden a ser más pragmáticos.

Para Grotberg, tener en cuenta las etapas del desarrollo humano como líneas de orientación
para la promoción de la resiliencia ayuda mucho, ya que permite a los adultos tener
expectativas concretas respecto de lo que los niños pueden o no hacer de acuerdo a su edad.
Por ejemplo, un niño de cinco años no necesita ser mecido para quedarse dormido, pero puede
ayudar a limpiar después de un huracán, y puede explicar qué sucedió y cómo él es capaz de
lidiar con la adversidad.

2. Promover factores de resiliencia y tener conductas resilientes requiere diferentes


estrategias.

En la primera etapa de investigación Grotberg identificó factores de resiliencia y los organizó en


cuatro categorías diferentes: “yo tengo” (apoyo); “yo soy” y “yo estoy” (se refiere al desarrollo de
fortaleza intrapsíquica); “yo puedo” (remite a la adquisición de habilidades interpersonales y de
resolución de conflictos).

Las conductas de resiliencia requieren factores de resiliencia y acciones. En efecto, las


conductas resilientes suponen la presencia e interacción dinámica de factores, y los factores en
sí van cambiando en las distintas etapas del desarrollo. Las situaciones de adversidad no son
estáticas, sino que cambian y requieren cambios de en las conductas resilientes.

Pone un ejemplo: en un desastre natural como un huracán, se generan diversas condiciones de


adversidad que demandan una serie de conductas resilientes que van cambiando a medida que
las condiciones se van modificando. La conducta resiliente exige prepararse, vivir y aprender de
las experiencias de adversidad. Mudarse de un país, una enfermedad o el abandono son
ejemplos de estas últimas.

3. El nivel socioeconómico y la resiliencia no están relacionados.

Se ha tendido a pensar que los niños de nivel socioeconómico alto son más resilientes. Estos
niños son más exitosos en la escuela; sin embargo, el buen rendimiento escolar no es
resiliencia. Puede que estos niños realicen mejores trabajos, pero eso no necesariamente
implica que sean resilientes. Un estudio realizado por Grotberg en 1999, en veintisiete lugares
distribuidos en veintidós países, demostró que no existía conexión entre el nivel
socioeconómico y la resiliencia. La diferencia consistió principalmente en la cantidad de factores
resilientes utilizados. Aunque la pobreza no es una condición de vida aceptable, no impide el
desarrollo de la resiliencia. En esta misma línea, señala Grotberg, George Vsillant y Timothy
Davis presentaron en el año 2000 una evidencia longitudinal de que no existe relación alguna
entre inteligencia y resiliencia, y/o clase social y resiliencia.

4. La resiliencia es diferente de factores de riesgo y factores de protección.

Hoy en día es posible darse cuenta de que ha habido un cambio en el lenguaje de aquellas
personas que estudian el fenómeno de la resiliencia. Grotberg constata que la consideración de
los factores de resiliencia que enfrentan el riesgo ha sido desplazada por la de los factores de
protección que resguardan del riesgo. Considera, asimismo, que este cambio es profundo. Los

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factores de protección que funcionan para neutralizar el riesgo, cualesquiera que sean éstos,
son fácilmente identificados con la inmunidad al peligro (por ejemplo, una vacuna). Esta
percepción de los factores de protección nos hace pensar en el individuo como inmune al
riesgo, para lo cual no necesitaría desarrollar resiliencia.

Grotberg pone como ejemplo para explicar esto la siguiente situación: si una escuela tiene un
letrero que dice que no se aceptan personas extrañas dentro del recinto escolar, no hay
ninguna adversidad con la que lidiar. Ésta es una estrategia de protección que los niños
necesitan, que no debe ser confundida con resiliencia. Pero si una persona extraña sigue a un
niño a la salida de la escuela y le ofrece dulces, en ese caso se requiere resiliencia. ¿Cuáles
son los factores que el niño pondrá en práctica para enfrentarse a esa situación? ¿Se irá
corriendo a su casa ó regresará a la escuela? ¿Alguna vez alguien le enseñó qué hay que
hacer en una circunstancia como ésta?.

5. La resiliencia puede ser medida y es parte de la salud mental y la calidad de vida.

Cada día más personas consideran la resiliencia como una característica de la salud mental. De
hecho, la resiliencia se reconoce como un aporte a la promoción y el mantenimiento de la salud
mental. El rol de la resiliencia es desarrollar la capacidad humana de enfrentar, sobreponerse y
de ser fortalecido e incluso transformado por las experiencias de adversidad. Es un proceso que
excede el simple “rebote” o la capacidad de eludir esas experiencias, ya que permite ser
potenciado y fortalecido por ellas, lo que necesariamente afecta a la salud mental.

La infancia temprana es un período excelente y apropiado para comenzar con la promoción de


la resiliencia y la salud mental. Grotberg señala que en un volumen especial de la revista
American Psychologist, Seligman y Czikszentmihaly explican cómo la resiliencia contribuye a la
constitución de la calidad de vida. Añade, además, que investigaciones realizadas
recientemente en el tiempo han demostrado la efectividad de la resiliencia para promover la
calidad de vida.

Sin embargo, la resiliencia ha sido muy criticada debido a la falta de medición. La causa de esto
ha sido el surgimiento abrupto del concepto. Los primeros proyectos de investigación estaban
focalizados en la relación existente entre padres que vivían en situación de pobreza o que
padecían problemas patológicos y sus hijos. Para sorpresa de los investigadores, un tercio de
los niños estudiados no estaban siendo afectados negativamente por las condiciones de vida
anteriormente descritas. Incluso, estos niños se desempeñaban bien, eran felices, tenían
amigos y eran sanos mentalmente.

El estudio internacional de la resiliencia marcó un cambio importante en la medición de la


misma, ya que ayudó a formalizar los hallazgos previos. Este proyecto, explica Grotberg,
consistió en determinar cómo los niños se habían transformado en resilientes. Estos estudios
fueron la base para el desarrollo de una guía de promoción de resiliencia en niños,
“Fortaleciendo el espíritu humano” (Grotberg, 1995), trabajo que su amigo y colega Néstor
Suárez Ojeda tradujo al español.

Por último añade que Chok Hiew y colegas descubrieron que las personas resilientes eran
capaces de enfrentar estresores y adversidades. También advirtieron que la resiliencia reducía
la intensidad del estrés y producía el decrecimiento de signos emocionales negativos, como la
ansiedad, la depresión, o la rabia, al tiempo que aumentaba la curiosidad y la salud emocional.
Por lo tanto, la resiliencia es efectiva no sólo para enfrentar adversidades sino también para la
promoción de la salud mental y emocional.

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6. Las diferencias culturales disminuyen cuando los adultos son capaces de valorar
ideas nuevas y efectivas para el desarrollo humano.

La gente se pone nerviosa cuando percibe que otra cultura intenta imponer sus puntos de vista
y sistemas de valor en la cultura local. Ésta es una buena razón para ponerse nervioso ya que
parece razonable el deseo de mantener los beneficios de la propia cultura. Por ejemplo, si una
persona está acostumbrado a la libertad, es difícil que la cambie por seguridad.

Grotberg afirma que resultados de una investigación de conjunto llevada a cabo junto a Gasim
Badri, encontraron que la gente, especialmente los padres, estaban dispuestos a adoptar
prácticas de otras culturas, una vez que percibían los beneficios de éstas. El estudio procuraba
asistir a los padres en la adopción de nuevas conductas que ayudaran a promover el desarrollo
de sus hijos cambiando del castigo corporal por el refuerzo positivo, es decir, quitando un
refuerzo placentero como forma de castigo y promoviendo la conversación. Por supuesto que
los niños debían aprender las consecuencias de sus conductas.

Las diferencias culturales observadas en el proyecto internacional de la resiliencia demostraron


que todos los países tienen un conjunto común de factores resilientes para promover la
resiliencia de sus hijos. Entre las diferencias culturales registradas se encontraban el grado de
control o autonomía que se les daba a los niños, el tipo y los motivos de castigo, la edad
esperada para que el niño resolviera sus propios problemas, el grado de apoyo y amor que se
le brindaba en condiciones de adversidad. Algunas culturas contaban más con la fe que con la
resolución de problemas, otras estaban más preocupadas por el castigo y la culpa, y otras se
ocupaban de la disciplina y la reconciliación.

7. Prevención y promoción son diferentes conceptos en relación con la resiliencia.

Una gran parte importante de la literatura sobre la resiliencia está enfocada hacia la prevención
de adversidades y su impacto. Este modelo preventivo según Grotberg es consistente con el
modelo epidemiológico de salud pública, que se ocupa por ejemplo de la prevención de
enfermedades y, más recientemente, de la prevención de la violencia, el uso de drogas, las
enfermedades de transmisión sexual, el embarazo de las adolescentes y el abuso infantil.

El modelo de prevención está comprometido con la maximización del potencial y del bienestar
entre los individuos en riesgo y no sólo con la prevención de los desórdenes de salud.

El modelo de prevención es más consistente con el modelo de resiliencia, el cual focaliza en la


construcción de factores de resiliencia, comprometiéndose con el comportamiento resiliente y
con la obtención de resultados positivos, incluyendo un sentido acrecentado de bienestar y
calidad de vida. Las diferencias entre los dos conceptos han sido una fuente de conflicto entre
investigadores, políticos y quienes trabajan en la implementación de los programas. Este
conflicto se hace presente, de manera creciente, en organizaciones nacionales e
internacionales, a medida que el interés por los fondos y las decisiones sobre los servicios va
emergiendo y requiriendo resoluciones.

8. La resiliencia es un proceso: factores de resiliencia, comportamientos y resultados


resilientes.

El interés cada vez mayor de considerar la resiliencia como un proceso significa que ésta no es
una simple respuesta a una adversidad, sino que incorpora, según Grotberg, los siguientes
aspectos:

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1. Promoción de factores resilientes: El primer paso en el proceso de resiliencia es
promover los factores resilientes. La resiliencia está asociada al crecimiento y al
desarrollo humano; incluyendo diferencias de edad y de género.
2. Compromiso con el comportamiento resiliente: El comportamiento resiliente supone la
interacción dinámica de factores de resiliencia seleccionados “yo tengo”, “yo soy”, “yo
estoy” y “yo puedo”, para enfrentar la adversidad que ha sobrevenido. Los pasos
incluyen una secuencia, así como elecciones o decisiones:

a) Identificar la adversidad. Muchas veces una persona o un grupo no están seguros de


cuál es la adversidad y es necesario definir la causa de los problemas y riesgos.
b) Seleccionar el nivel y la clase de respuesta apropiados:

1. Para los niños, una limitada exposición a la adversidad constituirá


comportamiento resiliente, más que una exposición total, que puede resultar
excesiva o traumática. Éste sería el caso en una guerra o un bombardeo,
donde el niño necesita la seguridad de que la familia estará allí para afrontarlo
y protegerlo, aunque puede entender que alguna cosa mala ha sucedido y
todavía jugar con la confianza.
2. Una respuesta planificada asume que hay tiempo para planear cómo se va a
afrontar esa adversidad. Éste sería el caso frente a necesidades de cirugía,
mudanzas, divorcios, cambio de escuela, etc.
3. Una respuesta practicada implica hablar sobre los problemas o representar lo
que se va a hacer. Éste sería el caso en un simulacro de incendio, una reunión
con una persona que tiene autoridad para tomar decisiones que afectan al
grupo, la búsqueda de una escuela apropiada, etc.
4. Una respuesta inmediata requiere acción inmediata. Éste sería el caso durante
una explosión, un asalto, desaparición o muerte de una persona querida, etc.

3. Valoración de resultados de resiliencia: El objetivo de la resiliencia es ayudar a los


individuos y grupos no sólo a enfrentar las adversidades, sino también a beneficiarse de
las experiencias. Estos son los beneficios:

 Aprender de la experiencia. Cada experiencia implica éxitos y fracasos. Los éxitos


pueden ser utilizados en la próxima experiencia de una adversidad con mayor
confianza y los fracasos pueden ser analizados para determinar cómo corregirlos.
 Estimar el impacto sobre otros. Los comportamientos resilientes suelen conducir a
resultados gana-gana. En otras palabras, afrontar una adversidad no puede ser
cumplido a expensas de otras personas. Por eso uno de los factores de resiliencia
es el respeto por los otros y por sí mismo.
 Reconocer un incremento del sentido de bienestar y de mejoramiento de la calidad
de vida. Estos resultados presuponen, en efecto, salud mental y emocional, las
metas de la resiliencia.

El área de la resiliencia sigue creciendo; según Grotberg, es maravilloso ver cómo gobiernos y
universidades apoyan la investigación e implementación de programas de resiliencia.
Seguramente, habrá nuevos hallazgos, nuevos problemas en la conceptualización, definición y
medición del término. Se ha avanzado mucho desde los estudios pioneros; ahora, contando con
bases sólidas, se puede seguir construyendo con confianza nuevos alcances de este fructífero
concepto.

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b) Resiliencia familiar

Un hecho incontrovertible, que el pasado no es siempre garantía del porvenir y que a toda edad,
una trayectoria de vida negativa, puede ser modificada”.
(C. Poirier)

Introducción

“Imaginen que tuvieseis que talar todo lo que está torcido. Nos quedaríamos sin vino, aceite ni
frutas. Muchas cosas están torcidas en nuestro planeta. Con las cosas torcidas sólo es
necesario un tutor para poder dar el fruto correspondiente. Si te sientes podrido, piensa en las
semillas de las manzanas podridas: no acostumbran a dar manzanas podridas. Si cultivas en
buena tierra, saldrá un nuevo manzano, con nuevos frutos y con nuevas posibilidades.”
(Tim Guénard).

La familia es la única institución que permanece a lo largo de la historia de la humanidad.


Según describe A. Redondo en su artículo “factores protectores a nivel familiar” E. Dulanto
define a la familia como un grupo humano unido por lazos de consanguinidad o sin ellos, y que
reunido en lo que considera su hogar, se intercambia afecto, valores y se otorga mutua
protección. De ahí que se reconozca a la familia con el centro primario de socialización infantil y
juvenil.

En el proceso de crecimiento un hijo se puede encontrar acompañado, sobreprotegido o


abandonado cuando se tenga que enfrentar con la vida cotidiana y los riesgos que ésta entraña.
La familia ejercerá un papel insustituible y podrá ser la guía que acompañe a este hijo desde el
nacimiento hasta que logre su autonomía al final de la adolescencia.

Individualmente, por su origen genético, cada niño posee una fuerza biológica y ciertas
vulnerabilidades, pero es a nivel familiar donde va a poder desarrollar una adaptación entres
sus características personales y las necesidades y capacidades de los padres.

En la actualidad con tanta diversidad de familias este proceso se complejiza. Si en un principio


se hablaba de familias extensas (grupo familiar residente en un solo lugar y compuesta por tres
generaciones), semiextensas y nucleares, hoy hay que reconocer mucha variedad entre las que
están aquellas que tienen padre trabajador y madre dedicada a su hogar, o bien padres y
madres trabajando fuera de casa; con padre que colabora o no en las tareas de casa, que
tienen padres autoritarios o permisivos; pueden ser padres separados o divorciados, con hijos
adoptivos, familias “mosaico” (hijos de una pareja, hijos de otra…), monoparentales, integradas
por inmigrantes, homoparentales, parejas de hecho, e incluso, familias que viven en medio rural
o en plena ciudad, bien en el centro, bien en barrios dormitorio y cada una de ellas es en sí
misma una familia. Sea el tipo de familia que sea debe tener su protagonismo en la educación
de sus hijos, para aportarles protección ante los riesgos que se les pudieran presentar en el
proceso de su desarrollo.

Ser padres y madres es una tarea difícil. Supone, entre otras cosas, sentirse responsables del
bienestar de sus hijos y esta responsabilidad va aumentando a medida que éstos se van
haciendo mayores. De manera que no es suficiente con cubrir las necesidades económicas
básicas de supervivencia, sino que también hay que hacer lo propio con las necesidades de
educación, de preparación para la vida y de las necesidades afectivas y emocionales. La
esencia de la familia actual va más allá de la supervivencia y la protección, la esencia ahora es
la búsqueda de la felicidad.

Enfoque sistémico de la resiliencia

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“Las palabras tienen el poder de destruir y ayudar. Cuando las palabras son amables, pueden
cambiar el mundo. “
(Buda).

Los estudios que se han realizado sobre individuos resilientes han remarcado la importancia de
adoptar una concepción sistémica. Dichos estudios han encontrado que la mayor influencia
positiva es una relación estrecha de afecto con un adulto significativo que crea en ellos y con el
cual ellos pueden identificarse. Sin embargo, la mayor parte de las teorías e investigaciones
sobre la resiliencia se han aproximado al contexto relacional de ésta en forma restringida,
atendiendo únicamente a la influencia de una sola persona significativa que establece una
relación diádica con el niño en riesgo.

Para llegar a la comprensión de la resiliencia es necesario adoptar un modelo interactivo más


complejo. La teoría sistémica ha ampliado la idea de la adaptación individual insertándola en
procesos transaccionales más amplios de la familia y los sistemas sociales y ha prestado
también atención a las influencias mutuas que se producen en tales procesos.

Si ampliamos el punto de mira, según Froma Walsh, extendiéndolo más allá del vínculo diádico
y de los factores determinantes de los primeros años, observamos que la resiliencia se entreteje
en una red de relaciones y experiencias que tienen lugar a lo largo del ciclo vital y a lo largo de
las generaciones en las familias. Para poder entender la resiliencia en su contexto social y en
el transcurso del tiempo es necesario adoptar una perspectiva ecológica y evolutiva.

Perspectiva ecológica

Esta perspectiva tiene en cuenta las numerosas esferas de influencia que operan sobre el
riesgo y la resiliencia durante el periodo de vida de la persona. La familia, el grupo de pares, la
escuela o el contexto laboral, así como los sistemas sociales más amplios, pueden considerarse
una sucesión de contextos de competencia social integrados unos en otros.

Rutter señala asimismo que para comprender y fomentar la resiliencia y los mecanismos de
protección se debe atender a la interacción de lo que ocurre dentro de la familia con lo que
acontece en ámbitos políticos, económicos, sociales y raciales en lo que viven y se desarrollan
los individuos y sus familias.

Perspectiva evolutiva

Esta perspectiva es también fundamental para comprender la resiliencia. Los mecanismos de


superación y de adaptación no constituyen una serie de rasgos fijos sino que implican procesos
que se extienden en el tiempo. La mayoría de las variantes del estrés no se deben a un solo
estímulo, sino a un conjunto de condiciones cambiantes con una historia pasada y un posible
futuro. En esta complejidad temporal, no existe una única respuesta superadora que sea exitosa
en todos los casos. Es más importante tener una variedad de estrategias de superación a fin de
poder enfrentar los diferentes desafíos a medida que éstos surgen.

Los investigadores han estudiado la superación y la adaptación en circunstancias estresantes


diferentes como las de una enfermedad crónica, la muerte de un ser querido, el divorcio, las
privaciones económicas, el maltrato y la negligencia, la guerra y el genocidio y diferentes
calamidades que afectan a una comunidad. Los acontecimientos estresantes tienen más
probabilidad de afectar en forma adversa el funcionamiento de los seres humanos cuando son

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imprevistos. También son difíciles de tratar los hechos que ocurren “fuera de tiempo” como, por
ejemplo, una viudez temprana.

Para comprender la resiliencia es necesario además contar con una perspectiva del desarrollo
individual y familiar que tenga en cuenta el ciclo vital. La vulnerabilidad de las personas en
distintas etapas evolutivas presenta diferencias de género: los hombres corren más riesgo en la
niñez y las mujeres en la adolescencia. Estas variables subrayan la naturaleza dinámica de la
resiliencia a lo largo del tiempo.

El estudio longitudinal de Werner y Smith (1982,1992) sobre los niños en riesgo de la isla de
Kauai proporciona pruebas para una concepción interaccional compleja de la resiliencia. Sus
hallazgos revelan que los investigadores anteriores se habían centrado demasiado en la
influencia de la madre y en el daño ocasionado por uno de los progenitores dentro de la familiar
nuclear, desechando la importancia de los hermanos y otros integrantes de la red familiar
extensa. Se descubrió que el papel de una amplia gama de relaciones de apoyo era decisivo en
todas las edades. La mayoría de los niños tienen un buen comienzo si logran establecer
precozmente un vínculo con una persona que le brinde atención, por lo menos, pero esta
persona no tiene por qué ser necesariamente la madre; frecuentemente era la abuela, una
hermana mayor, una tía u otro pariente.

Sin embargo, ni siquiera un mal comienzo determina un resultado negativo. Muchos niños
logran superar la negligencia, el abandono y los retrasos evolutivos de sus primeros años y son
capaces de salir adelante cuando reciben cuidados nutricios, ya sea por la adopción o por vía
de sus mentores (maestros, cuidadores, educadores, etc.). Durante su escolaridad, los niños
resilientes buscan activamente la formación de redes de apoyo en su familia extensa y en su
comunidad. Es interesante recalcar que en todos los niveles de edad, las niñas superan la
adversidad en mayor número que los niños.

Según Werner y Smith, las primeras experiencias de vida no dejan “marca indelebles”. Un dato
importante que aportaron sus estudios fue que la resiliencia podía desarrollarse en cualquier
punto del ciclo vital, que hechos imprevistos y nuevas relaciones pueden cortar una cadena de
acontecimientos negativos y catalizar un nuevo crecimiento. De los dos tercios de niños en
riesgo que en su adolescencia fueron considerados perturbados y no resilientes, la mitad se
había autocorregido a los 30 años: actos delictivos anteriores no determinaron que su vida
estuviera ligada al delito, y mucho lograron matrimonios estables y trabajos decentes. También
en estos casos la mayoría informó que algún adulto se había interesado por ellos cuando
tuvieron dificultades. Todos afirmaban, además, haber tenido un punto de viraje a raíz de
contraer un buen matrimonio, haber encontrado un buen empleo, haber ingresado en las
fuerzas armadas o en algún grupo religioso sumamente estructurado.

Las conclusiones de Werner y Smith son avaladas por otros estudios de niños en riesgo
realizados en otras partes del mundo (Masten et al., 1990; Wyman et al., 19911991) los cuales
indican los efectos benéficos de la red de relaciones establecida a través de la familia extensa,
los amigos y los vecinos. Las interacciones positivas de las personas con su entrono tiene un
efecto constante de refuerzo mutuo, testimoniado en una trayectoria vital positiva o una espiral
en ascenso.

El concepto de resiliencia familiar

“No tenemos en nuestras manos las soluciones para todos los retos. Pero ante los retos
tenemos nuestras manos. “

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a) familias resilientes

Según Ramey, De Luca y Echols describen en el libro de Grotberg “La resiliencia en el mundo
de hoy”, las familias resilientes son aquellas en las que la unidad familiar crea formas activas,
saludables y sensibles de satisfacer las necesidades de los niños (aunque en su definición
hablan de niños con capacidades especiales) sin comprometer la integridad total de la familia y
sin abandonar las necesidades individuales y de desarrollo de los otros miembros de la familia.
Para poder llevar a cabo esto se requiere estrategias fuertes, múltiples y, a menudo, muy
creativas. La resiliencia familiar excede el compromiso del padre o la resiliencia de la madre e
implica la conciencia y el compromiso de todos los miembros de la familia, quienes contribuyen
de diferentes modos al bienestar familiar y a los ajustes especiales que son los que hacen que
la familia tenga su propia identidad.

Según Froma Walsh el concepto resiliencia familiar designa los procesos de superación y
adaptación que tienen lugar en la familia como unidad funcional. La perspectiva sistémica
permite comprender de qué manera los procesos familiares moderan el estrés y posibilitan a las
familias afrontar las adversidades y superar las situaciones de crisis. Patterson sostiene que
los factores estresantes afectan a los niños sólo en tanto y en cuanto interrumpen los procesos
decisivos de la familia. No sólo es el niño quien muestra vulnerabilidad o resiliencia, sino que es
el propio sistema familiar el que influye en el ajuste.

El modo en que la familia enfrente y maneje la experiencia disociadora, amortigüe el estrés, se


reorganice y siga adelante influirá en la adaptación inmediata de todos sus miembros, así como
en la supervivencia y el bienestar de la unidad familiar en sí misma.

La resiliencia familiar supone la habilidad de una familia para resistir y rebotar de crisis y
problemas persistentes. Este concepto de resiliencia relacional que incluye a la familia se
caracteriza por una parentalidad efectiva, un ambiente familiar apoyador, una conexión con
otros adultos y unas relaciones positivas con la familia extensa.

b) estrategias familiares

Entre las estrategias familiares cabe destacar las siguientes:

- Estimular y fomentar la expresión del interés y amor dentro del grupo familiar. Esto
favorece el conocimiento de las personas y permite identificar diferentes vivencias
(alegres, tristes, laborales, estudiantiles, amorosas, de salud, etc.) y con ello se favores
le resiliencia de cada miembro de la familia.
- Inoculación psicológica de optimismo aprendido: intervenciones psicosociales
preventivas que desarrollan resistencia a experiencias fuertes.
- Búsqueda de espacios y tiempos necesarios de interacción para lograr un espacio de
enseñanza de habilidades para la vida. Cuando ambos padres trabajan y los hijos tienen
acceso a múltiples posibilidades de distracción (TV, Internet, play station, etc.) hacer esto
es especialmente difícil pero igual de necesario.
- Fomentar la participación activa de cada uno de los integrantes en los quehaceres
familiares.
- Lograr la capacidad de observar nuestras acciones de forma individual y como familia,
complementando lo anterior con al realización de autocrítica y aceptación de errores y
virtudes.
- Estimular y modelar la capacidad de escucha y aprendizaje frente a circunstancias que la
vida pone ante nosotros.
- Demostrar y fomentar la confianza en cada uno de los miembros de la familia, en sus
capacidades de enfrentar crisis o problemas y salir adelante.

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- Realizar actividades familiares que requieran del trabajo de todos en la familia durante la
cual se pueda expresar atención, apoyo y confianza. Ejemplos: ir de acampada, hacer un
experimento, etc.
- En situaciones de estrés familiar reflexionar acerca de diferentes soluciones, escuchar la
opinión de todos, independientemente de la edad y después evaluar los resultados.
- Fomentar la discusión de temas contingentes en familia, para escuchar y conocerse
mejor dentro de la familias, aprender a plantear argumentos, defender ideas, debatir, etc.
- Utilización de espacios en familia para ensayar habilidades nuevas en un ambiente
seguro y de respeto. Por ejemplo: prácticas de presentación en público, conductas
sociales, acercamiento a personas del otro sexo, etc.

c) de las deficiencias a los puntos fuertes

En el área de la salud mental, la mayoría de las teorías clínicas, la formación tanto personal
como profesional y la investigación se han centrado de forma abrumadora en las deficiencias y
han considerado que la familia está involucrada en el origen o mantenimiento de casi todos los
problemas de funcionamiento individual.

Hasta mediados de la década de 1980 las primeras formulaciones de la teoría familiar sistémica
seguían enfocando los procesos familiares disfuncionales. Dado que el campo clínico estaba
tan orientado a la patología, con su intenso examen de las fallas de las familias y su ceguera
ante sus méritos, Froma Walsh sugirió medio en serio medio en broma que la familia normal
podía definirse como aquella que aún o había sido evaluada.

d) los mitos de la familia “normal”

La visión de la llamada familia “normal” es un gran medida subjetiva y está filtrada por los
valores profesionales, la experiencia familiar personal y las normas culturales. Existen dos mitos
sobre la familia “normal” que han perpetuado una idea sombría acerca de la mayor parte de las
familias.

Uno de esos mitos es la creencia de que las familias sanas están libres de problemas.
Basándose en el modelo médico, se ha definido clínicamente la salud como ausencia de
problemas. Esto no lleva a adoptar la premisa incorrecta de que todo problema es sintomático
de una familia disfuncional y causado por esta. Esta creencia ha tendido a patologizar a familias
corrientes que procuran superar las tensiones y los cambios que son parte de la vida. Ninguna
familia está libre de problemas. Lo que distingue a las familias sanas no es la ausencia de
problemas sino más bien su capacidad de superarlos y resolverlos.

El segundo mito es la creencia de que la “familia tradicional” idealizada es el único modelo


posible de una familia sana. La familia nuclear blanca, adinerada, en la cual el jefe de la
familia es el padre, que trae el sustento al hogar y cuenta con el apoyo de una madre que actúa
en todo momento como ama de casa. A partir de los cambios sociales y económicos de los
últimos tiempos está imagen de familia ha cambiado y está desconectada de la diversidad de
estructuras, valores y desafíos que impone a la familia de hoy el mundo cambiante en el que
vivimos. Sin embargo, las familias que no se ajustaban a ese criterio han sido patologizadas y
estigmatizadas partiendo de premisas según las cuales cualquier otra forma de familia
representa una posibilidad intrínseca de daño para sus hijos. Familias de muy variada
configuración pueden tener éxito. Lo que importa para un funcionamiento saludable y el
desarrollo de la resiliencia no es la forma que adopta la familia sino los procesos que se dan en
su seno.

e) importancia puntos fuertes de la familia para afrontar la adversidad

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Esta concepción distorsionada sobre la disfunción familiar ha comenzado a ser contrarrestada
en los últimos años, a medida que los terapeutas e investigadores sistémicos familiares
desplazaron su enfoque a un paradigma basado en la competencia y la fortaleza.

El enfoque de la resiliencia familiar se ha desarrollado sobre la base de estos avances, y ha


permitido dejar de considerar los daños que provoca una familia para pasar a examinar cómo
enfrenta la adversidad. También ha cambiado el erróneo supuesto de que la salud de una
familia sólo puede darse en el mítico modelo ideal. Este enfoque procura comprender, en
cambio, de qué manera son capaces todas las familias de sobrevivir y regenerarse pese a
soportar un gran estrés. Reafirma las potencialidades de la familia para la autopreparación y el
crecimiento a partir de las crisis y los desafíos.

Froma Walsh reconoce que sus investigaciones con familias saludables modificaron de forma
radical el rumbo de sus estudios y de su labor clínica, desplazando su atención de las
deficiencias familiares a la comprensión y promoción de los procesos que favorecen la salud y
el crecimiento a lo largo de la vida y de las generaciones.

f) elementos centrales de un funcionamiento familiar sano

En las últimas dos décadas, un grupo creciente de estudios sistémicos han ampliado el
conocimiento de los procesos multidimensionales que caracterizan a las familias de buen
funcionamiento en contraste con las disfuncionales.

Paralelamente, la creciente diversidad de las familias y la complejidad de la vida


contemporánea nos advierten que no debemos generalizar a partir de nuestras normativas que
sólo representan una estrecha banda en la amplía gama de familias que existe.

Debemos tener cuidado de no patologizar a las familias que poseen otros valores culturales,
presentan las reacciones normales ante un estrés grave o han generado sus propias estrategias
creativas para amoldarse a la situación particular que les toca vivir. Froma Walsh pone como
ejemplo para explicar esto que si una familia tiene un alto grado de cohesión, esto suele ser
rápidamente rotulado de “aglutinamiento disfuncional” ; sin embargo, en una determinada
cultura la unión de la familia puede ser muy valorada o indispensable si sus integrantes deben
conjugar sus esfuerzos para lidiar con una adversidad grave. Los procesos beneficiosos para
un funcionamiento eficaz pueden variar según los contextos socioculturales y los desafíos de la
vida.

Falicov reconoce, con su concepción ecológica multidimensional, que en las familias se


combinan y se superponen rasgos provenientes de muchos contextos culturales, basados en la
singular configuración de las variables que influyeron en su vida, como la etnicidad, la clase
social, la religión, la estructura familiar, los roles de género, la orientación sexual y la etapa de la
vida. El conflicto y el cambio forman parte de la vida familiar al igual que la tradición y la
continuidad. Por ejemplo, los desafíos planteados por la inmigración implican profundos
quiebros ecológicos y un desarraigo inevitable. Hay que tener cuidado y no patologizar las
angustias provocadas por las etapas de transición o las prolongadas tensiones que genera la
adaptación, ni juzgar a las familias ateniéndose a un único patrón normativo de salud.

Debe, por lo tanto, evaluarse el funcionamiento familiar ante cada situación. El concepto de
resiliencia familiar es flexible y puede abarcar numerosas variables: similitudes y diferencias,
continuidad y cambio en el transcurso del tiempo.

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De acuerdo con el enfoque cultural de Falicov, la postura fundada en la resiliencia concibe a
cada familia dentro de su complejo “nicho ecológico”: cada una tiene fronteras y territorios
comunes con los de otras familias, así como diferentes. Una evaluación holística será aquella
que incluya todos los contextos habitados por la familia, orientando a comprender los desafíos,
limitaciones y recursos que presenta la posición de cada cual.

g) importancia de la perspectiva evolutiva sobre la familia

La perspectiva evolutiva de la familia es muy importante para comprender la resiliencia familiar


ya que para hacer frente a los cambios psicosociales que surgen con el devenir del tiempo son
necesarios varios procesos.

Garmezy y Rutter con su modelo de la vulnerabilidad y los mecanismos de protección han


abogado por realizar estudios evolutivos longitudinales sobre grupos de alto riesgo a fin de
poder dilucidar cuáles son los mecanismos biológicos y psicosociales que actúan en la
adaptación al estrés. En cada etapa evolutiva existe un cambiante equilibrio entre los sucesos
estresantes que aumentan la vulnerabilidad y los mecanismos de protección que aumentan la
resiliencia.

Se han propuesto tres modelos para explicar los mecanismos a través de los cuales los
procesos de protección pueden dirimir la relación entre el estrés y la competencia.

1. El modelo de la inmunidad considera que los factores de protección actúan como


reservas frente a un funcionamiento declinante en momentos de estrés. En la bibliografía
sobre la resiliencia se menciona a menudo el concepto de “inoculación” para describir las
medidas preventivas psicosociales que elevan al entereza y la resistencia ante los
efectos potencialmente nocivos de las experiencias estresantes. Por ejemplo, Seligman
ha sostenido que mediante un proceso de “inmunización”, las experiencias positivasen
las que aprendemos que nuestras reacciones llevan al éxito pueden impedir, a lo largo
de la vida, el desvalimiento aprendido.
2. El modelo compensatorio entiende que los atributos personales y los recursos
ambientales contrarrestan los efectos negativos de los factores estresantes. Por ejemplo,
la declinación de ciertos aspectos del funcionamiento psíquico (como la memoria
reciente) con la edad puede contrarrestarse mediante el aumento de la sabiduría y la
mayor perspectiva que brinda la experiencia de vida.
3. El modelo del desafío afirma que los factores estresantes pueden llegar a aumentar la
competencia, siempre y cuando el nivel de estrés no sea demasiado alto. Una crisis
puede instarnos a afinar nuestras habilidades y a desarrollar nuevas virtudes.

Estos tres mecanismos pueden operar ya sea simultánea o sucesivamente en el repertorio


adaptativo de los sujetos resilientes, según cuál sea su modalidad de superación y su etapa
evolutiva.

h) superación y adaptación

De la misma manera Mc-Cubbin y Patterson desarrollaron un enfoque de la crisis familiar sobre


los mecanismos de superación de las familias en tiempos de guerra. Estos autores examinaron
la vulnerabilidad y la capacidad regenerativa de las familias con el objeto de comprender de qué
manera algunas de ellas soportan el estrés y se recuperan de las crisis en tanto que otras no lo
logran. Hicieron hincapié en la importancia del “ajuste” y el “equilibrio” para el desarrollo de la
unidad familiar y sus integrantes. El ajuste en uno de los sistemas puede precipitar tensiones en
otros, como sucede en las familias en las que ambos padres trabajan fuera del hogar y lo
esfuerzos por hacer frente a las exigencias laborales y de ala crianza agotan a la pareja y la

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privan de energía para su vida íntima. Hay muchos caminos de adaptación posibles, y al
elegirlos los miembros de la familia deban sopesar y equilibrar costos y beneficios.

i) procesos interactivos en el tiempo y resiliencia familiar

Es imposible determinar la resiliencia familiar en un momento aislado. La resiliencia abarca


muchos procesos de interacción en el tiempo: la forma como la familia aborda una situación
amenazadora, su capacidad para manejara las transiciones disociadoras, sus diversas
estrategias para hacer frente a las tensiones inmediatas y las secuelas de la crisis en el largo
plazo.
Las creencias compartidas conforman y refuerzan los patrones de interacción que determinan
cómo aborda una familia una situación nueva y cómo reacciona ante ella. Un acontecimiento
crítico o una transición disociadora puede catalizar un cambio fundamental en el sistema de
creencias del a familia, con repercusiones en su reorganización inmediata y en su adaptación
de largo plazo. La percepción que tiene la familia de la situación estresante se suma al legado
de experiencias previas del sistema multigeneracional para modificar el sentido que confiere el
desafío y su respuesta a éste.

Los desafíos psicosociales planteados por los sucesos estresantes varían según sus
circunstancias, oportunidad y significado. Los acontecimientos catastróficos que se producen de
pronto y sin aviso previo son especialmente traumáticos.

Ciertos factores estresantes recurrentes, como la violencia familiar o comunitaria, pueden volver
a aparecer en cualquier momento y alimentan la angustia anticipatoria. La índole súbita,
imprevisible y amenazadora de dichos sucesos resulta particularmente desequilibrante. Las
complicaciones postraumáticas son corrientes.

Un desafío persistente tal vez requiera “aguante” a largo plazo; plantea demandas muy distintas
que una crisis repentina, en la que la familia debe movilizarse rápidamente pero luego puede
retornar a su vida habitual. El desafío es prolongado si la discapacidad permanente de un
miembro de la familia altera en forma irrevocable la vida de todos. En la mayoría de los casos
las demandas psicosociales que sufre la familia cambian con el tempo y el proceso de
adaptación presenta varias fases sucesivas, como ocurre con el curso variable de una
enfermedad grave; y en cada etapa de transición la familia debe reacomodarse y recalibrarse.

Las respuestas terapéuticas deben amoldarse a estas demandas variadas y cambiantes y


sacara a luz los recursos de a familia para enfrentarlas. Cuando se anuncia una crisis, así como
inmediatamente después de concluida y en el largo plazo, el enfoque sistémico fortalece los
procesos interactivos clave que favorecen la curación, la recuperación y la resiliencia de la
familia, permitiéndole asimilar la experiencia y seguir adelante con su vida.

j) prioridad en investigaciones futuras

Es importante reorientar las investigaciones futuras abandonando los estudios de las familias
disfuncionales y de los motivos de sus fracasos, para abordar el estudio de las familias de buen
funcionamiento y los factores de su éxito, sobre todo frente a la adversidad.

En lugar de proponer un esquema basado en un único modelo de la familia resiliente, la


búsqueda de los elementos que constituyen la resiliencia familiar debería apuntar a los
procesos básicos capaces de fortalecer la capacidad de cada familia para superar los desafíos
que enfrenta en sus circunstancias específicas de vida.

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Factores de riesgo y factores de protección

“Pienso que todos tenemos la semilla de la resiliencia; de cómo sea regada dependerá su buen
crecimiento”. (Palabras de un adolescente de Nueva York).

Factores de riesgo

“El horizonte se inclina hacia delante y te ofrece un espacio para que pongas en él los nuevos
peldaños del cambio”.
(Maya Angelou)

Estos son los factores familiares de riesgo:

- la familia como facilitadora o modeladora de conductas de riesgo.


- grave conflicto marital y divorcio
- trastorno psiquiátrico en los padres
- hostilidad materna y conflicto con el hij@
- criminalidad paterna
- violencia familiar
- percepción distal de los padres
- padres temperamentalmente violentos
- distanciamiento afectivo de los padres
- expectativas poco realistas sobre los hijos
- crisis de valores tradicionales
- altos niveles de tensión y malestar familiar
- poca capacidad para reconocer y manejar sentimientos
- comunicación hipercrítica y falta de respeto
- inducción de sentimientos de culpa como mecanismo de control
- poca supervisión por parte de los padres
- falta de límites o límites difusos
- inconsistencia en pautas de autoridad
- pobreza
- estrés
- disputas diarias
- eventos de la vida y/o crisis vitales
- familias sin hogar
- familias con abuso de alcohol o drogas, alcoholismo y drogodependencia
- familias con enfermedades crónica
- familias con personas con discapacidad
- bajo nivel de educación materna
- bajo nivel de educación paterna
- falta de vínculo madre-hij@
- presencia de familia numerosa
- desarmonía familiar o alto nivel de estrés materno
- enfermedad mental en la familia
- ambiente familiar caótico

Factores de protección

“En lo profundo de mi corazón tengo esta certeza: ¡algún día venceremos!”


(Martín Luther king).

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Estos son los factores familiares de protección:

- paternidad democrática
- relaciones madre-hij@ positivas
- relaciones padre-hij@ positivas
- escasez de separaciones largas del cuidador primario
- familia unida
- presencia de un compañer@o de un apoyo marital en el hogar
- presencia de adultos accesibles, responsables y atentos a las necesidades de los
jóvenes
- reglas claras y realistas
- expectativas altas pero realistas y apropiadas a la edad
- fortalecimiento del autocontrol
- fortalecimiento de la competencia social
- fortalecimiento de la autoestima
- apoyo para el desarrollo de un pensamiento positivo
- apoyo para la toma de decisiones y enfrentamiento de problemas
- apoyo para el desarrollo de habilidades y la formulación de metas
- apertura de oportunidades de participación
- contacto cercano con adultos que proporcionan cuidado
- autoridad parental positiva (caracterizada por tener una estructura consistente, cercanía,
expectativas, calidez, ect.)
- clima familiar positivo
- comunicación asertiva y clara, que permita la expresión de emociones y sentimientos
- solidaridad y colaboración frente al problema
- ambiente familiar organizado y flexible que permita cambios
- padres que presentan factores de resiliencia individual
- padres interesados e involucrados en la educación de los niños
- aspectos socioeconómicos y escolares positivos en la familia
- cohesión de la estructura familiar, para afrontar los problemas sin que la familia se rompa
- la existencia de una red social de contención, es decir, una adecuada comunicación con
el medio externo y existencia de una red social de apoyo

Principios fundamentales para fortalecer la resiliencia familiar

“En lo profundo de mi corazón tengo esta certeza: ¡algún día venceremos!”


(Martín Luther king).

El enfoque de la resiliencia familiar tiene mucho en común con numerosos enfoques de terapia
familiar basados en la competencia: pone énfasis en un proceso de colaboración e intenta
identificar y aprovechar los puntos fuertes de la familia. Sin embargo mientras que el enfoque de
la resiliencia conecta los procesos de cada familia con su desafíos singulares a fin de mejorar la
capacidad de superación y dominio, esos enfoques de terapia familiar son ajenos al contexto o
se centran puramente en resolver un problema concreto presentado.

Una hipótesis básica de este enfoque sistémico es que las crisis graves repercuten en toda la
familia, y por lo tanto, los mecanismos de superación familiares influyen también en la
recuperación y resiliencia de todos sus integrantes en ese sistema como unidad. La manera en
que la familia afronta y resuelve una crisis influye en la adaptación de todos sus miembros.

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Froma Walsh menciona a Rutter y dice que éste identificó cuatro mecanismos generales de
protección que pueden fortalecerse mediante las intervenciones para promover la resiliencia en
los niños y las familias vulnerables. Aplicando este esquema a los sistemas familiares, se puede
establecer de qué modo es factible movilizar los procesos fundamentales de la resiliencia
familiar.

1. Atenuación de los factores de riesgo:

 Previsión y preparación para circunstancias amenazadoras.


 Reducción de la exposición al estrés o de su sobrecarga.
 Suministro de información; modificación de las creencias catastróficas.

2. Reducción de las reacciones en cadena negativas que aumentan el riesgo de efectos


persistentes y crisis ulteriores:

 Atenuación de los efectos del estrés; amortiguación del impacto, superación de los
obstáculos.
 Modificación de las estrategias de superación inadaptadas.
 Mejor tolerancia a las secuelas de los shocks y a la tensión prolongada;
recuperación de los reveses.

3. Fortalecimiento de los procesos de protección de la familia y reducción de la


vulnerabilidad:

 Mejora de los puntos fuertes; aumento de las oportunidades y aptitudes para


conseguir buenos resultados.
 Movilización y apuntalamiento de los recursos que llevan a la recuperación y el
dominio.
 Reconstrucción, reorganización y reorientación luego de una crisis.
 Previsión y preparación para nuevos desafíos, tanto probables como imprevistos.

4. Refuerzo de la estima y eficacia familiar e individualmente el dominio exitoso de los


problemas:

 Logro de competencia, confianza y conexión mediante esfuerzos de colaboración.


 Manejo de los procesos alo largo del tiempo para mantener la competencia en
condiciones apremiantes.

El enfoque de resiliencia familia de Froma Walsh

“Con hilos de palabras vamos diciendo,


con hilos de tiempo vamos viviendo : los textos son, como nosotros, tejidos que andan.”
(Tejidos, Eduardo Galeano).

Todo el desarrollo del enfoque de Forma Walsh así como las referencias a los autores que se
harán en este punto está basado y extraído del libro de Froma Walsh “Resiliencia familiar.
Estrategias para su fortalecimiento”. Editorial: Amorrortu.

Introducción

“Un gran problema para mi pequeño mundo


y un pequeño problema para el gran mundo.”

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La concepción sistémica de la resiliencia es importante en cualquier esfuerzo destinado a
ayudar a individuos, parejas y familias a hacer frente a la crisis y a la adversidad y a adaptarse
a ellas. En las intervenciones destinadas a promover la resiliencia en niños y adultos no se ha
recurrido a la familia en la media en que hubiera correspondido hacerlo. Un enfoque estrecho,
centrado en la resiliencia individual, llevó a los clínicos a tragar de rescatar a los sobrevivientes
individuales sin explorar las posibilidades de sus familias, o incluso desechándolas por entender
que nada podía esperarse de ellas. Es necesario, por tanto, adoptar una postura crítica que
estimule una mirada compasiva de los desafíos impuestos a los padres, aliente la reconciliación
y busque puntos fuertes en la red de relaciones familiares.

En el campo de la terapia familiar se ha llegado a reconocer que el éxito de una intervención


depende tanto de la destreza del terapeuta como de los recursos de la familia. Más que nuevas
técnicas, lo que se precisa son herramientas conceptuales orientadas a los puntos fuertes,
capaces de guiar las intervenciones familiares. El concepto de resiliencia familiar brinda tales
herramientas, y el hecho de que se o aplique para superar las crisis y los desafíos lo diferencia
de todos los demás. En él, los síntomas son evaluados en el contexto de situaciones críticas del
pasado y el presente o el futuro de su significado y de las reacciones que pone en marcha, la
familia para superarlas.

En terapia familiar, la postura de la resiliencia se funda en una serie de convicciones sobre las
potencialidades de la familia que dan forma a toda intervención, incluso las que se llevan a cabo
con familias sumamente vulnerables cuya vida está colmada de situaciones críticas. Se alienta
la colaboración entre los familiares, permitiéndoles forjarse nuevas y renovadas competencias.,
apoyo muto y la común certeza de que ellos han de prevalecer frente a todo lo que los
coacciona. Este enfoque favorece la creación de un clima familiar vigorizante, destacando la
posibilidad de que los miembros de la familia puedan dominar obstáculos en apariencia
insuperables merced a su labor común, y de que conciban su éxito, en gran medida, como
consecuencia de sus esfuerzos, recursos y capacidades compartidos. Esto aumenta el
sentimiento de orgullo y de eficacia de la familia, mejorando así sus mecanismos para enfrentar
futuros ajustes vitales. El enfoque de la resiliencia familiar ofrece un marco positivo y
pragmático que orienta las intervenciones a fin de fortalecer a la familia a medida que resuelve
sus dificultades. Va más allá de la resolución de problemas para ocuparse de su prevención; no
sólo brinda reparación a la familia, sino que además la prepara para enfrentar otros desafíos en
el futuro. De este modo, cada intervención, es al mismo tiempo una medida preventiva.

A Froma Walsh le ha resultado útil organizar todo su marco conceptual en tres grandes campos:
sistemas de creencias, patrones de organización y procesos comunicativos. Estos procesos
pueden organizarse y expresarse de diferente modo y en distinto grado según se amolden a
diversas formas, valores, recursos y desafíos de las familias.

A modo de síntesis, esta autora enuncia varios principios básicos, procedentes de la teoría
sistémica, que sustenta el enfoque de la resiliencia familiar:

- la entereza individual se puede comprender y favorecer mejor en el contexto de la familia


y del mundo social en general, entendiéndola como la interacción de procesos
individuales, familiares y ambientales.
- las situaciones de crisis y el estrés permanente afectan a toda la familia, creando riesgos
no sólo en disfunciones individuales, sino de conflictos relaciones y quiebra de la familia.
- Los procesos familiares atenúan los efectos del estés en todos los miembros de la familia
y en sus relaciones

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- Los procesos de protección fomentan la resiliencia amortiguando el estrés y promoviendo
la recuperación.
- Las reacciones inadaptadas aumentan la vulnerabilidad y el riesgo de desazón individual
y relacional
- Los procesos familiares pueden gravitar en el curso que tengan muchas situaciones de
crisis
- Todas las familias tienen posibilidades de resiliencia; dichas posibilidades pueden
elevarse al máximo alentando sus mejores esfuerzos y fortaleciendo ciertos procesos
fundamentales.

Por lo tanto, según cómo enfrene una familia los desafíos que se le plantean, los mismos
factores de estrés pueden dar origen a distintas consecuencias. Una convicción central del
enfoque de la resiliencia familiar es que la colaboración entre los miembros de la familia para
encontrar solución a sus problemas comunes tienen grandes ventajas.

a) sistema de creencias en la familia

“¡Mira siempre el lado positivo de la vida!


Si la vida parece de verdad podrida
Hay algo que has olvidado
Y es el reír, sonreír, bailar, cantar…
Cuando te sientas hundido,
No seas idiota,
Frunce los labios y silva, eso es todo!
Y miara siempre el lado bueno de la vida…”
(Monty Python, en la vida de Brian).

Los sistemas de creencias son la esencia del funcionamiento familiar y constituyen fuerzas
poderosas en la resiliencia. El modo como las familias visualizan sus problemas y sus opciones
puede determinar que imperen la superación y el dominio y o la disfunción y la desesperación.

Las creencias son las lentes a través de las cuales visualizamos el mundo en el transcurso de la
vida, lentes que influyen en lo que vemos o no vemos y lo que hacemos con nuestras
percepciones. Las creencias constituyen la esencia de nuestra identidad y de nuestro modo de
comprender las cosas y conferir sentido a nuestra experiencia.

Los sistemas de creencias abarcan valores, convicciones, actitudes, tendencias y supuestos,


que se unen APRA formar un conjunto de premisas básicas que desencadenan reacciones
emocionales, determinan decisiones y orientan cursos de acción.

Las creencias facilitadoras aumentan la cantidad de opciones para la resolución de problemas,


la sanación y el crecimiento, mientras que las creencias limitativas perpetúan los problemas y
restringen la opciones. Las creencias que nos reafirman que somos valorados pueden
ayudarnos a atravesar períodos de crisis. Las creencias y las acciones son interdependientes:
nuestras creencias pueden facilitar o limitar nuestras acciones, y nuestras acciones y sus
consecuencias pueden fortalecer o alterar nuestras creencias. Algunas creencias resultan más
útiles que otras, según en qué situación nos encontremos. Algunas son también más aceptables
o preferidas dentro de una cultura o contexto particular.

Desarrollo y evolución de las creencias compartidas

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Nuestras creencias se construyen socialmente, evolucionando en un proceso continuo a través
de transacciones con los otros significativos y con el mundo en general.

Las familias desarrollan creencias compartidas, ancladas en valores culturales e influenciados


por su posición y experiencias en el mundo social a través del tiempo. Ciertas creencias acerca
de la naturaleza humana están implícitas en la conducta y las relaciones de todas las familias.
Al mismo tiempo que comparten una mitología afín, los miembros de las familias funcionales se
mantienen abiertos a diferentes puenteo de vista, estilos de vida y percepciones. Consideran
que la verdad es relativa y no es absoluta; eso les permite asimilar la realidad como algo
subjetivo y único para cada persona y situación.

Los sistemas de creencias familiares brindan coherencia y organizan la experiencia a fin de que
los miembros de la familia puedan dar sentido a las situaciones críticas. En su investigación
sobre los paradigmas familiares, David Reiss demostró que las familias construyen creencias
compartidas sobre el funcionamiento del mundo y su propio lugar en él. Estos paradigmas
influyen en la forma como los miembros de la familia conciben e interpretan los sucesos y
conductas. Ofrecen una orientación significativa para su comprensión mutua y para encarar
nuevos desafíos. Las creencias compartidas se desarrollan y son reafirmadas y modificadas
durante el ciclo vital de la familia y a través de la red multigeneracional de relaciones. Como el
entorno familiar y social varía a lo largo del tiempo y para cada individuo, no todas las creencias
de una familia serán compartidas. Entre hermanos, por ejemplo, pueden surgir diferentes
perspectivas a partir de experiencias particulares no compartidas, en las que influyen la
predisposición genética, el orden de nacimiento, el género, los roles familiares, la dinámica
relacional y el momento de aparición de sucesos críticos. Sin embargo, las creencias
dominantes en un sistema familiar son las que más gravitan en el modo como las familia, en
cuanto unidad funcional, afrontará la adversidad.

Estas creencias compartidas configuran las normas familiares, expresadas en reglas prefijadas
y predecibles que gobiernan la vida familiar. Las reglas relacionales, tanto las explícitas como
las implícitas, proponen expectativas acerca de los roles, acciones y consecuencias que guían
la vida familiar.

En las familias funcionales, las reglas relaciones organizan la interacción y ayudan a mantener
la integración del sistema regulando la conducta de los miembros. Las creencias esenciales son
fundamentales para la identidad de la familia y sus estrategias de superación, expresadas en
reglas tales como “nunca nos rendiremos cuando la cosa se complique”. Con el paso del
tiempo, es preciso reevaluar las expectativas mutuas y modificar las reglas a la luz de
cambiantes necesidades y limitaciones, como ocurre, por ejemplo, cuando la discapacidad del
padre echa por tierra los supuestos sobre su rol como sostén económico de la familia.

Los rituales familiares preservan y transmiten la identidad y las creencias de cada familia
vinculadas a la celebración de las festividades, los ritos de pasaje (por ejemplo, matrimonios,
graduaciones, funerales), las tradiciones familiares (por ejemplo, aniversarios y reuniones) y las
interacciones familiares cotidianas (por ejemplo, la cena). Los rituales facilitan también las
transacciones del ciclo vital y las transformaciones de las creencias.

Narración y coherencia narrativa

Los significados y creencias se expresan en los relatos que construimos en conjunto para dar
sentido a nuestro mundo y al lugar que ocupamos en él. La narración ha sido útil en todo tiempo
y lugar para transmitir las creencias culturales y familiares que guían las expectativas y
acciones personales.

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Los cambios culturales generan un mayor interés por la coherencia y la integridad en los relatos
de vida. En las sociedades tecnológicas de hoy, los relatos culturales se transmiten a través de
los medios de comunicación masiva y de Internet, en imágenes que representan y también
saturan la vida familiar. Las películas hollywoodenses y los dramas televisivos tiene un gran
pode para configurar y reflejar los valores e intereses de nuestros tiempos: lo que significa ser
hombre o mujer; ser una familia, un padre o una madre; tener éxito o fracasar. Estas imágenes
llegar a todas partes del mundo, donde a menudo son extrañamente incongruentes con el tipo
de vida local.

Walsh menciona a Joan Laird y dice que éste remarca que gracias a la elaboración de relatos
llegamos a conocernos a nosotros mismos y construimos identidades coherentes a fin de
otorgar sentido al contexto social más amplio y a nuestra conexión con él. Del mismo modo,
menciona a Susan Griffin, la cual afirma que todos tenemos una profunda necesidad de
mantenernos conectados con la sociedad en general y con nuestra propia historia. Sostienen
también que toda la historia forma parte de nosotros, de modo tal que cuando se cuentan
relatos o se revelan secretos llegamos a comprender mejor nuestra propia vida.

En la transmisión multigeneracional de mitos y leyendas se aprecia nuestra necesidad de


valores y tradiciones perdurables, de estabilidad y continuidad. Los relatos y los rituales que
preservan los lazos con el patrimonio cultural de la familia son especialmente valiosos para las
familias de inmigrantes recientes, cuyos miembros, sometidos a la presión de asimilarse a la
cultura dominante, pueden perder muy fácilmente su sentido de identidad, comunidad y orgullo.
Los relatos tienen una importancia particular a la hora de actuar ante la crisis y la adversidad.

Tal y como señala Walsh, Bertram Cohler ha subrayado la importancia de la coherencia


narrativa para comprender los sucesos disruptivos. Construimos, organizamos y sintetizamos
nuestras experiencias. La adversidad y la angustia que la acompaña se convierten en tensiones
y principios organizadores de un relato de vida y un sistema de creencias coherentes. La
adversidad genera una crisis de significado y una ruptura potencial de la integridad personal.
Esa tensión da lugar a la construcción o reorganización de nuestra historia de vida y nuestras
creencias. Con el paso del tiempo, revisamos nuestros relatos de adversidad y resiliencia a fin
de encontrar o mantener un sentido de coherencia e integridad. Una de las tareas principales de
la terapia consiste en el esfuerzo por reorganizar un relato de vida en el que las desdichas
pasadas o actuales se presenten como un impedimento a la capacidad de avanzar.

Los relatos y creencias son elementos esenciales en el proceso de cambio. Los terapeutas
familiares pueden ayudar a los consultantes a recuperar relatos importantes del pasado que se
han fragmentado o perdido en los procesos familiares de conservación de secretos, negación,
distorsión e interrupción de las relaciones. Este tipo de relatos se refiere, por lo general, a
incidentes cargados de resentimiento, vergüenza o culpa relacionados con el abuso de drogas,
la violencia o abuso sexual, el suicido o las acusaciones por incurrir en una conducta contraria a
la ética, escandalosa o ilegal. Los diversos enfoques de la terapia narrativa consideran que el
cambio se produce cuando el terapeuta y la familia colaboran en el desarrollo de significados
alternativos y de nuevos relatos, más esperanzadores y afirmativos, en lugar de las narraciones
saturadas de problemas.

Las creencias fundamentales en la resiliencia familiar pueden organizarse en tres áreas


(conferir un sentido a la adversidad, un enfoque positivo y transcendencia y espiritualidad).
Estas creencias implican la capacidad de conferir un sentido a la adversidad; una perspectiva
positiva que reafirme los puntos fuertes y las posibilidades y creencias trascendentales en la
búsqueda de valores y finalidades, así como de consuelo y desahogo.

1. conferir un sentido a la adversidad

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La convicción principal en la que se sustenta la resiliencia es que si nos unimos, fortalecemos
nuestra capacidad de superar la adversidad.

Valor asociativo

Aunque la definición de familia es fluctuante y diversa, los fundamentos de una familia sana son
la valoración del parentesco y el orgullo por la identidad familiar.

La idea de hogar también se extiende a un sentido de comunidad que va más allá de la familia
inmediata y está entrelazado en el significado y la experiencia. Todos los conceptos del yo y las
construcciones del mundo son en lo fundamental el productos de relaciones, y una vida
significativa se sostiene mejor en la interdependencia.

Walsh menciona la investigación llevada a cabo por Beavers y sus colaboradores en la que se
descubrió también que este valor asociativo era vital para un funcionamiento familiar óptimo.
Los miembros de una familia comparten una fuerte creencia en la importancia de su vida
familiar. Comparten la convicción de que la gente no prospera en un vacío interpersonal y las
necesidades humanas se satisfacen en las relaciones. El cariño auténtico demuestra su eficacia
aun en familias en las que las destrezas parentales son más modestas. La esperanza de
obtener satisfacción de las relaciones refuerza, a su vez, el compromiso y la entrega emocional
mutuos.

a) la crisis como desafío

Los familiares significativos y las relaciones comunitarias son fuentes de ayuda en tiempos
difíciles. La entrega a la asociación y la colaboración aumenta nuestras posibilidades de superar
desafíos abrumadores.

Un valor asociativo se expresa en la conexión organizativa y los procesos de comunicación de


la familia. Por ejemplo, el compromiso compartido ante el voto conyugal de permanecer unidos
en la salud y en la enfermedad puede reforzar las acciones conducentes tanto a lograr una
recuperación óptima como a sostener una relación en medio de una terrible enfermedad. Una
relación se fortalece cuando la crisis se asume como desafío compartido que debe ser
afrontado de manera conjunta.

b) la confianza como fundamento

Las familias tienen más posibilidades de enfrentar la adversidad cuando sus miembros
mantienen la lealtad y la fe mutua, arraigadas en un fuerte sentimiento de confianza. Comparten
la convicción de que el hogar es un sitio seguro y acogedor y de que siempre podrán contar
unos con otros. Aquí vuelven a unirse las creencias y las acciones. Los miembros son
confiables; se puede tener la seguridad de que serán fieles a su palabra y se sostendrán
recíprocamente. Las relaciones se fortalecen con acciones que son muestras de integridad y se
basan en la consideración del bienestar mutuo. La confianza es esencial para una
comunicación franca, la comprensión recíproca y la resolución de problemas, como lo
observaron los precursores de la terapia familiar en familias perturbadas.

El concepto de “confianza merecida” de Boszormenyi-Nagy es afín a la perspectiva de


Whitaker acerca de la importancia de la lealtad, la responsabilidad y el compromiso mutuo a la
hora de crear los cimientos de una relación perdurable, fomentar un sentido de integridad grupal
y amortiguar los efectos de los periodos de estrés y desorganización. Boszormenyi-Nagy ha
hecho hincapié en la dimensión ética de las relaciones familiares en los legados

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multigeneracionales de responsabilidad parental y lealtad filial, que guían a los miembros de la
familia en el transcurso del ciclo vital.

Sin embargo, la capacidad de confiar en el mundo y ver la benevolencia en los otros puede
resultar perjudicada por experiencias repetidas de discriminación, explotación o abuso; no
obstante, los miembros de la familia deben al menos suponer intenciones benignas en sus
relaciones importantes. La mutualidad se ve estimulada cuando existe la convicción de que los
otros miembros de la familia se esfuerzan por hacer las cosas lo mejor posible dentro de sus
circunstancias y límites particulares, en lugar de creer que sus acciones persiguen propósitos
fundamentalmente hostiles o destructivos. La confianza mutua en la buena voluntad esencial de
cada uno es decisiva para establecer vínculos de cercanía y colaboración y sostener la
confianza, la alegría y el bienestar en las relaciones. En tiempos difíciles, los miembros de la
familia actúan mejor cuando saben que pueden recurrir unos a otros como asociados confiables
y fieles parientes.

El ciclo vital como orientación de la familia

Las familias funcionales tienen un concepto evolutivo del tiempo y del devenir, como un proceso
continuo de crecimiento y cambio, que progresa a lo largo del ciclo vital y generación tras
generación.

Estas familias se orientan fundamentalmente por el ciclo vital, aceptando los ritmos y flujos de la
vida familiar con el crecimiento de los hijos y envejecimiento y la muerte de los padres.

Las familias resilientes son más capaces de aceptar el paso del tiempo y la necesidad de
cambio en los nuevos desafíos en pos del desarrollo. Las transiciones de los ciclos vitales,
aunque provocan rupturas, también constituyen hitos que pueden instar a una reevaluación de
los supuestos acerca del mundo y nuestro lugar en él. Consideradas desde este punto de vista,
las transiciones dolorosas pueden catalizar el crecimiento y la transformación. En contraste,
como han observado Betty Carter y Mónica McGoldrick, las familias más disfuncionales carecen
de un sentido dinámico del paso del tiempo y de las continuidades entre el pasado, el presente
y el futuro. Los síntomas de disfunción aparecen en momentos de transición disruptiva. Muchos
sólo viven en el presente, sin una idea de las conexiones pasadas o el rumbo futuro. Algunos
focalizan tanto su atención en objetivos futuros que son incapaces de vivir plenamente el
presente. Otros permanecen preocupados por el pasado, aferrados a viejos agravios, conflictos
o pérdidas. Algunos intentan escapar del pasado borrando de su mente las relaciones y los
aspectos dolorosos de su historia. Algunos niegan su pasado efectuando elecciones reactivas y
opuestas en su vida; sin embargo, a menudo terminan por recrear situaciones ya conocidas.

Las experiencias traumáticas del pasado se codifican en libretos familiares pro lo común no
conscientes, que ofrecen un programa de conducta y búsqueda de significado cuando la familia
enfrenta un dilema o una crisis. Los conflictos no resueltos, los secretos y las pérdidas pueden
repercutir bajo la superficie, estallando en síntomas dolorosos o comportamientos destructivos,
o manifestándose en los dramas familiares de la próxima generación. Los mitos familiares
pueden tanto fortalecer como debilitar, lo cual dependerá tanto de los temas subyacentes como
de su capacidad de responder a las nuevas circunstancias.

Sin embargo, la resiliencia y el crecimiento requieren de los miembros de la familia que se


reconcilien con su pasado e incorporen esa comprensión significativa a su vida actual y sus
esperanzas y sueños futuros.

a) la construcción compartida de experiencias críticas

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Las transiciones familiares filtran el significado de la adversidad. El modo como las familias
comprenden una situación crítica y la dotan de significado es de máxima importancia para la
resiliencia.

Como descubrió Kagan, las familias pueden tener una positiva influencia mediadora en la
adaptación de los hijos a una experiencia de desequilibrio emocional, como el divorcio, si
comparten con ellos puntos de vista favorables y comprenden lo que les pasa. La capacidad de
esclarecer y dotar de sentido a una situación delicada hace más fácil sobrellevarla. También
puede resultar transformadora, al dar una nueva visión y una nueva finalidad a al propia vida.

Las experiencias centrales de las familias forjan un conjunto perdurable de creencias,


convicciones y supuestos acerca del mundo social. Esta visión del mundo compartida influye en
el modo como una familia encara una nueva situación estresante y el significado atribuido a los
desafíos previstos de la vida. Un acontecimiento crítico o una transición disruptiva pueden ser
catalizadores de un cambio decisivo en el sistema de creencias familiar, con repercusiones
tanto en su reorganización inmediata como en adaptación a largo plazo.

Hay que añadir, que las percepciones de un hecho actual se entrecruzan con los legados de
experiencias previas en el sistema multigeneracional para forjar el significado que cada familia
otorga a un desafío y sus patrones de respuesta. Las experiencias traumáticas del pasado
cargan de significado y de aprehensiones la situación actual, y de ese modo complican la
adaptación. Si una familia logró manejar crisis o transiciones similares en el pasado, sus
miembros encararán con mayor confianza una situación actual. Es importante buscar manejos
eficaces de adversidades pasadas que ofrecen modelos positivos susceptibles de aplicarse a
las nuevas situaciones.

Sentido de coherencia

El concepto de sentido de coherencia fue elaborado por Aarón Antonovsky como un modelo
para la comprensión del surgimiento de la salud (un modelo “salutógeno” en contraste con un
modelo “patógeno”). Este enfoque supone que, dada la índole generadora de estrés del medio
ambiente humano, nuestro estado “normal”es el desorden y el caos y no la estabilidad y la
homeostasis.

El sentido de coherencia se define como una orientación global que ve la vida como algo
razonable, manejable y significativo. Un fuerte sentido de coherencia implica confianza en la
capacidad de esclarecer la naturaleza de los problemas, de manera tal que éstos parezcan
ordenados, previsible y explicables. Los factores estresantes son considerados como desafíos
que nos vemos motivados a enfrentar con éxito.

Se ha comprobado que el sentido de la coherencia puede contribuir significativamente al


bienestar físico, la salud mental y la calidad de vida, e influir mucho más que ciertos rasgos de
la personalidad individual, como el temperamento o la inteligencia.

El sentido de coherencia pone su atención en la significación de lo vivido, incluyendo los


sentimientos existenciales de integración social y finalidad de la vida, en contraste con un
sentido de alineación, falta de rumbo o estancamiento. Se fomenta la flexibilidad en la selección
de estrategias que pueden variar a fin de adaptarse ala situación y cultura.

Antonovsky y Sourani intentaron medir el sentido familiar de coherencia, la coherencia percibida


de la vida familiar para enfrentar una crisis determinada. Estudiaron matrimonios de clase
trabajadora enfrentados a la discapacidad del esposo y consecuente cúmulo de situaciones
estresantes. Descubrieron que un mayor sentido de coherencia familiar permitía predecir una

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mejor superación y adaptación, con resultados más satisfactorios tanto en el marco familiar
como en lo referido a la concordancia con la comunidad.

Evaluación de la crisis, la angustia y la recuperación

El mismo suceso puede considerarse irrelevante, bueno, positivo, agobiante, amenazante o


dañino; podemos preverlo con placer o terror. Los sucesos estresantes de la vida nos afligen
aún más cuando sentimos que ejercemos poco control sobre ellos o cuando plantean una gran
amenaza a nuestra autocomprensión actual y el sentido de la vida.

La consideración de un suceso como un problema y la forma de manejar la angustia que


provoca varían de acuerdo con las diferentes normas familiares y culturales. Los epidemiólogos
afirman que, en cualquier momento dado, el 75% de las personas son “sintomáticas” y
experimentan angustias físicas o psicológicas. Sin embargo, la mayoría no recurre a un
tratamiento y, en cambio, considera que la angustia es parte de la vida normal. Una familia en
dificultades tal vez no pide ayuda profesional e intente lidiar con los problemas de otra manera.
A la inversa, como muchos profesionales de la salud mental son los primeros en aseverar, la
búsqueda de ayuda puede ser signo de fortaleza. De hecho, diversos estudios han revelado
que las personas muy resilientes buscan ayuda cuando lo necesitan, recurriendo al apoyo de
sus parientes y de instituciones sociales y religiosas, así como de profesionales.

El modo como los miembros de una familia definan y formulen una situación problemática
influirá en sus intentos de resolverla. La cosmovisión general de una familia puede no ser tan
útil ante un desafío determinado. Por ejemplo, una familia que cree que no debe ahorrarse
ningún esfuerzo hasta encontrar una solución quizá tenga dificultades para aceptar y convivir
con un problema que no puede resolverse, como una enfermedad incurable.

a) creencias causales y explicativas

Cuando no encontramos frente a la adversidad, intentamos comprender cómo ocurrieron las


cosas buscando factores causales y explicativos. Algunas familias abrigan una creencia
esencial, según la cual la desventura es un signo de que son pecadoras y merecen sufrir o ser
castigadas. Algunas echan la culpa a los otros o se consideran víctimas de un mundo peligroso
y hostil que sobrepasa su control. Muchas creen que la adversidad se debe simplemente a la
mala suerte. Es importante explorar las raíces familiares, culturales y religiosas de este tipo de
creencias y sus consecuencias.

La cultura occidental hace hincapié en la responsabilidad personal, en la creencia de que


somos dueños de nuestro propio destino. En la sociedad norteamericana tienen una curiosa
imagen escindida de la responsabilidad individual y familiar, dando crédito a los individuos pro
sus éxitos pero culpan a sus familias por cualquier fracaso. Sin embargo, cuando los cuidados
parentales han sido buenos, rara vez se les agradece su contribución al bienestar individual y
social.

El sentimiento de culpa por las cosas que funcionan mal dentro del marco familiar se
externaliza. En las culturas y religiones basadas en creencias fatalistas, la adversidad se
considera parte del destino de cada uno. Los hindúes creen que la desventura es el resultado
de un karma negativo, debido quizás a la conducta o las circunstancias de la persona en
alguna de sus vidas pasadas. En las sociedades islámicas tradicionales, los hechos de la vida,
como la pobreza, están determinados por la voluntad de Alá.

Beavers y sus colaboradores comprobaron en un estudio de familias norteamericanas de clase


media que aunque éstas nunca hubieran oído hablar de la teoría de los sistemas, su orientación

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podía calificarse como sistémica: consideraban las causas y efectos como influencias
recurrentes. Consideraban varias causas posibles de un mismo hecho, que la conducta es el
resultado de muchas variables y no sólo de una y se apartaban de toda suposición de una
causalidad lineal.

En contraste, estos mismos autores descubrieron que las familias de funcionamiento deficiente
se tienden a adherir fanáticamente a una sola explicación, se encierran en la idea de una causa
única y son propensas a echar culpas y buscar chivos expiatorios. Las familias cuyos miembros
se culpan continuamente unos a otros suelen tener más conflictos y menos solidaridad que las
familias que coinciden en atribuir la culpa a causas externas. Sin embargo, un frente unido
movilizado por la creencia “Nosotros contra el mundo” puede tener el costo del aislamiento
social, la alineación y la desconfianza.

Cuando las personas encasilladas en una explicación particular de su experiencia son invitadas
a reflexionar sobre sus creencias, adquieren mayor libertad para contemplar otras posibilidades.

b) expectativas y temores por el futuro

Las creencias acerca del curso de los acontecimientos futuros se relacionan con la agencia o
responsabilidad personales en cuanto a la permanencia, exacerbación o transformación de un
problema. El centro de control puede ser individual, familiar o extrafamiliar. En una orientación
espiritual / fatalista, la fe respecto de lo que sucederá se deposita en Dios.

Beavers y sus colegas han comprobado que las familias muy funcionales reconoce que el éxito
de los emprendimientos humanos depende, en parte, de variables que no pueden controlar, sin
embargo, comparten la convicción de que con objetivos e iniciativa pueden mejorar su propia
vida y la de los demás. Aceptan las limitaciones humanas, creyendo que nadie está
completamente indefenso ni es omnipotente en ninguna situación.

Nuestras expectativas se ratifican o rectifican en nuestra vida cotidiana, sobre todo mediante las
transacciones con los otros. Nuestros supuestos pueden llevarnos a tomar medidas
conducentes a cumplir nuestras profecías. La confianza en el éxito nos estimula a adoptar
comportamientos que aumentan la posibilidad de éxito.
Aarón Beck y sus colaboradores han identificado tres distorsiones cognitivas
contraproducentes, o tipos de pensamiento deficientes, que aumentan la vulnerabilidad del ser
humano: 1) minimizar o subestimar los puntos fuertes. 2) magnificar o exagerar la gravedad de
cada error cometido y 3) catastrofizar, es decir, prever un desastre total. Estas creencias
pueden ser no sólo un síntoma sino una de las principales causas de depresión.

Los temores catastróficos son supuestos paralizantes que bloquean la acción constructiva y
alimentan la conducta contraproducente. Por ejemplo, el temor catastrófico a la pérdida por
rechazo o abandono puede llevarnos a adoptar conductas que provocan esa pérdida. Walsh
pone en su libro como ejemplo el caso de Marga, una mujer con cáncer de mama, aterrorizada
ante la posibilidad de que su marido ya no la considerara atractiva y digna de amor luego de
una mastectomía radical, se apartó de él.

2. un enfoque positivo para superar la adversidad

La perseverancia, el coraje y el aliento, la esperanza y el optimismo, y dominio activo son


elementos esenciales a la hora de reunir la fuerza necesaria para soportar la adversidad y
recuperarse de ella. Las personas resilientes son capaces de ver una crisis o un revés como un
desafío. Lo afrontan en forma activa, con las energías puestas en controlar el reto, y salen
fortalecidas gracias a ello.

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a) perseverancia

La perseverancia, es decir, la capacidad de “luchar bien” y persistir frente a una adversidad


abrumadora, es un elemento clave en la resiliencia.

La resistencia y supervivencia ante experiencias de vida desgarradoras pueden constituir en sí


mismas un motivo de orgullo.

Entre los muchos ejemplos, Elie Wiesel ha investigado acerca de los efectos
deshumanizadores de los campos de concentración donde seis millones de judíos, junto con
otros “indeseables” como los gitanos y los homosexuales, fueron aniquilados por los nazis.

b) coraje y aliento

El coraje personal y el aliento a la familia, los amigos y la comunidad está vinculados entre sí.
Las relaciones de aliento y sostén pueden construir y mantener el coraje, sobre todo frente a
dificultades abrumadoras. En la comunidad gay, las sólidas redes sociales han sido lazos vitales
para sostener a lo largo del tiempo el coraje de quienes se enfrentaban al sida.

El extraordinario coraje que demuestra tener una persona común y corriente también puede ser
profundamente significativo e inspirador para otras y alentar su osadía. Rosa Parks es bien
recordada por ser la mujer afroamericana que al negarse a ocupar un asiento en la parte trasera
del autobús marcó un hito en los comienzos del movimiento por los derechos civiles.
El coraje mostrado por las familias comunes y corrientes en la vida cotidiana pasa demasiadas
veces inadvertido. En las urbanizaciones Cabrini Green de Chicago, los padres y sus hijos
deben atravesar todos los días pasillos y patios infestados de pandillas y drogas para ir al
trabajo y a la escuela, el regreso a casa cada noche siempre resulta peligroso.

c) mantener la esperanza

Mantener la esperanza cuando nos enfrentamos a fuerzas abrumados nos permite empeñar en
ello nuestros mejores esfuerzos. La palabra “hope” (esperanza) procedente del inglés antiguo,
se ha incorporado a muchas lenguas con una connotación similar: “dar brincos de ilusión”. La
esperanza combina una decisión interna (un salto de fe) con un suceso externo que deseamos
y esperamos con todas nuestras fuerzas.

La esperanza es esencial cuando se trata de reparar relaciones perturbadas y también es una


creencia orientada hacia el futuro, aunque el presente sea poco promisorio, podemos vislumbrar
un futuro mejor. La esperanza de una vida mejor para los hijos hace que los padres de
comunidades empobrecidas no se dejen vencer por sus circunstancias inmediatas. En palabras
de Martín Luther King: “Debemos aceptar la desilusión finita pero no perder nunca la esperanza
infinita”.

d) optimismo aprendido

También Beavers ha comprobado que las familias muy funcionales adhieren una visión de la
vida más optimista que pesimista.

El concepto de “optimismo aprendido” fue propuesto por Martín Seligman y es importante para
fomentar la resiliencia. Existen pruebas de que la depresión y el pesimismo se refuerzan
mudamente y pueden perjudicar el sistema inmunológico, deteriorar la salud físicas e incluso

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adelantar la muerte, como es el caso de los pacientes ancianos desesperados de las clínicas
geriátricas.

Es importante señalar que la experiencia de Seligman con su propia familia aumentó su interés
por las creencias y los estilos explicativos. Cuando tenía trece años, su padre quedó paralíticos
debido a una serie de accidentes cerebrovasculares que lo dejaron “física y emocionalmente
indefenso”. Fue un suceso que hizo tambalear y deprimió a Seligman, pero que luego encendió
dentro de él la llama que lo llevaría a hacer algo para superar la pasividad. A los terapeutas
familiares les llamará la atención el hecho de que Seligman haya desviado el foco de sus
estudios de la indefensión aprendida al optimismo aprendido cuando llegó a la edad en que su
padres había quedado paralítico.

Un encuentro con Jonas Salk, en una conferencia sobre psiconeruroinmunología, también


reorientó el interés de Seligman hacia el trabajo preventivo: Salk le dijo que centraría su
atención en la inmunización “psicológica” y no simplemente en la inmunización biológica.
Seligman sostiene que si la indefensión puede aprenderse, también es posible desaprenderlas
mediante experiencias de dominio gracias a las cuales la gente llegue a creer que sus propios
esfuerzos y acciones son útiles.

En la actualidad, su equipo de investigación está “vacunando” a niños de entre diez y doce años
con riesgo de depresión, el trabajo se realiza con niños de zonas residenciales suburbanas,
jóvenes y niños de los barrios urbanos de clase baja y sus respectivos padres y docentes que
instruyen a los niños en técnicas cognitivo-conductuales. Hasta hoy, los resultados revelan que
los niños que aprender destrezas cómo combatir sus pensamientos negativos y negociar con
los compañeros muestran menos grado de depresión que los chicos del grupo de control, y que
los efectos aumentan a lo largo del tiempo. Tales descubrimientos destacan la importancia de
fortalecer las destrezas comunicativas de la familia.

Seligman está convencido de que, a diferencia de lo que ocurre con e el coeficiente intelectual,
el pesimismo puede modificarse. Él opina que debemos ser capaces de utilizar el agudo sentido
de la realidad del pesimismo cuando o necesitemos, pero sin caer en sus oscuras sombras. Al
contrario, una mentalidad entusiasta no es suficiente; las condiciones deben ofrecer
recompensas predecibles y alcanzables. Las experiencias exitosas y un contexto nutricio
refuerzan el pensamiento positivo.

e) creencias sobre el éxito y el fracaso

En nuestra cultura orientada hacia el dominio, los investigadores han descubierto que los niños
resilientes y con alta autoestima interpretan que el éxito se debe sobre todo a sus esfuerzos,
recursos y capacidades. Se hacen responsables de sus logros en forma realista y poseen un
sentido de control personal sobre los que les sucede en la vida. En contraste, los niños con
poca resiliencias creen más a menudo que el éxito y el fracaso son cuestiones del destino o de
la suerte, fuerzas que están más allá de su control. Este tipo de percepciones disminuye su
confianza en los posibles éxitos futuros.

Las creencias esenciales acerca del éxito y el fracaso en niños resilientes se aplican a las
familias resilientes. Cuando se comenten errores o fallas, los niños muy resilientes los
consideran como experiencias de las cuales es posible extraer una enseñanza, y no como el
signo de una derrota. Es más factible que atribuyan los errores a factores que ellos pueden
cambiar, como haber realizado un esfuerza insuficientes o haberse fijado objetivos poco
realistas. En cambio, los niños con poca resiliencia y baja autoestima son propensos a adjudicar
los errores a sus deficiencias personales (por ejemplo, “No hay caso, soy un estúpido”) y creen
que estas no pueden remedirse. Las ideas de competencia y control están interrelacionadas.

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Estudios recientes revelan llamativas diferencias de género en este tipo de creencias, que
surgen ya en la primera adolescencia. Los varones tienden a adjudicar el éxito a sus esfuerzos
pero atribuyen el fracaso a la mala suerte, las mujeres, en cambio, tienden a desvalorizarse,
ven sus éxitos como productos de la buena suerte y cuado las cosas fallan son más propensas
a echarse la culpa a sí mismas. Se ha comprobado que estas creencias se ven reforzadas por
el trato diferencial de los docentes que, por ejemplo, tienden a elogiar más a los varones. Estos
procesos de socialización contribuyen a menguar la confianza y la autoestima de las chicas,
que también tienen menso expectativas de éxito.

Las condiciones adversas severas y duraderas en las que intervienen fuerzas que escapan en
gran medida al control personal, como la pobreza crónica, alimentan la indefensión y la
desesperanza. El éxito futuro se vuelve más improbable a medida que los individuos y sus
familias alimentan la expectativa de fracaso y se desaniman ante las exigencias imperantes, o
recurren a estrategias de superación contraproducentes que empeoran su situación.

f) ilusiones positivas

Shelley Taylor descubrió que los individuos que mantienen tendencias selectivas positivas
acerca de las situaciones estresantes suelen desempeñarse mejor que quienes tienen una
comprensión ardua de una realidad que puede ser deprimente, como una enfermedad marjal.
Las “ilusiones positivas” de los primeros los llevan a conservar la esperanza frente a una crisis,
y les permiten dedicar sus mejores esfuerzos a superar las contrariedades.

Esta autora hace hincapié en que las ilusiones positivas difieren de la negación defensiva o de
la represión de la angustia, por cuanto el sujeto incorpora la información acerca del suceso
estresante o la amenaza y asimila sus consecuencias. Mientras que en las situaciones de
estrés extremo los mecanismos de defensa se exacerban como respuesta a la angustia y el
colapso, las ilusiones positivas funcionan como un amortiguador de ese estrés excesivo y
promueven una sólida salud mental. Esas ilusiones se asocian a una amplia variedad de índices
de actitud adaptativa, como la persistencia en las tareas, la voluntad de ayudar a los demás y el
buen funcionamiento. Este tipo de ilusiones positivas también es común en las relaciones
familiares y de pareja.

Las resiliencia no se alimenta viendo simplemente el “lado bueno” sin reconocer, las realidades
dolorosas ni expresar las preocupaciones. El sufrimiento de cada familia es único, y los intentos
de que sus integrantes “se regocijen” o “bendigan su buena suerte” pueden, sin proponérselo,
trivializar su experiencia.

g) confianza compartida para superar momentos difíciles

Las familias resilientes demuestran una confianza férrea cuando atraviesan una experiencia
penosa: “Siempre creímos que saldríamos adelante”. Esta convicción y la incesante búsqueda
de soluciones alimentan el optimismo y hacen de los miembros de la familia participantes
activos en el proceso de resolución del problema. La confianza mutua, la creencia en que cada
miembro pondrá el máximo de su empeño- construye la resiliencia relacional al mismo tiempo
que refuerza los esfuerzos individuales.

h) recurrir al humor

Todos los estudios sobre la resiliencia han revelado que el humor es un recurso muy valioso
para lidiar con la adversidad. Cousins planteaba que si las emociones negativas pueden
producir cambios químicos dañinos para el cuerpo, las emociones positivas deberían tener un

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valor terapéutico. Atribuía gran parte de su recuperación de una enfermedad mortal a los
efectos de un programa de acción elaborado por él mismo, que incluía una “terapia de la risa”:
se dedicó a miar viejas películas de los hermanos Marx y fragmentos de cámara sorpresa, y
pidió que le leyeran textos seleccionados de libros humorísticos. Estudios médicos recientes
documentan que el humor puede estimular nuestro espíritu y nuestro sistema inmunológico y
favorecer así la curación y la recuperación de una enfermedad grave.

También en las familias el humor ayuda a sus miembros a enfrentar situaciones difíciles, reducir
las tensiones y aceptar sus propias limitaciones. El humor puede resultar particularmente
beneficioso cuando señala los aspectos incongruentes de una situación angustiante, las cosas
incoherentes, extravagantes, tontas o ilógicas que suceden. En las familias de muy buen
funcionamiento, los miembros aceptan que si bien las personas tienen la capacidad de imaginar
la perfección, están destinadas a fallar, cometer errores y asustarse, y necesitan seguridades.

i) dominar el arte de lo posible: iniciativa activa y aceptación

Para ser resilientes, necesitamos hacer un balance de nuestra situación luego concentrarnos
en sacar el mayor provecho de nuestras opciones. Para ello se requieren tanto dominio activo
como aceptación. De este modo, las personas resilientes pueden ser consideradas maestros en
el arte de lo posible.

Un tipo de dominio destacable es el que, por lo general, acarrean las experiencias de


inmigración, en las que se plantean los desafíos de la pérdida y a adaptación; los puntos fuertes
se forjan vinculando lo viejo con lo nuevo procurando la continuidad y el cambio. Las mujeres
inmigrantes descubren con frecuencia que tanto la comida como el arte culinario pueden ser
fuentes de sustento en la nueva tierra y un lazo preciado con las familias y la tierra que han
dejado atrás.

Las creencias relacionadas con el dominio y la aceptación deben contrabalancearse. La


resiliencia exige la aceptación de los límites de nuestro poder: valorar y reconocer aquello en lo
cual podemos influir y lo que no podemos cambiar, y luego dirigir nuestros mejores esfuerzos a
lo que es posible. Las personas que pertenecen a tradiciones orientales y de los aborígenes
norteamericanos no se preocupan tanto por el dominio como por la convivencia armónica con la
naturaleza. Los asuntos relacionados con el control nos resultan más complejos a quienes
poseemos una mentalidad europeo-americana y encuentran muy incómodas las situaciones
que desbordan el control.

El dominio puede considerarse en términos de proceso. Es posible que los miembros de la


familia no sean capaces de controlar el resultado de los acontecimientos, pero pueden tomar
decisiones y encontrar formas significativas de participar activamente en el proceso de
desarrollo de los acontecimientos. Por ejemplo, cuando la muerte es inminente y el tratamiento
médico ya no ofrece alternativas, los miembros de la familia pueden decidir activamente de qué
forma contribuirán a l cuidado del enfermo, la liberación de su sufrimiento y su preparación para
la muerte. De esta manera, aprovecharán al máximo el tiempo que pasen con él y hallarán
consuelo en su amor recíproco para afrontar la pérdida.

3. trascendencia, espiritualidad y transformación

Las creencias trascendentales son fuentes de significado y propósito que van más allá de las
personas, de sus familias o de las adversidades. Las creencias trascendentales permiten ver
con mayor claridad la vida y ofrecen consuelo en la aflicción; hacen que los sucesos imprevistos
sean menos amenazantes y facilitan la aceptación de las situaciones irreparables.

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a) valores y finalidades

Un sistema de valores trascendentales, sea convencional o singular, nos permite definir la


importancia y significación de la vida de las personas. Para aceptar los riesgos y pérdidas
inevitables del amor y la intimidad, las familias necesitan contar con un sistema de valores y
creencias que trascienda los límites de su propia experiencia y conocimientos. Esto permite a
los miembros de la familia visualizar su realidad particular, que puede ser dolorosa, incierta y
alarmante, desde un perspectiva que otorga algún sentido a los acontecimientos y alimenta la
esperanza. Sin dicha perspectiva, las personas somos más vulnerables a la desesperanza la
desesperación.

La retórica pública sobre los valores familiares lleva a algunos a sostener que las familias que
se adaptan a un molde establecido tienen valores, mientras que otras no los tienen. Sin
embargo, todas las familias los tienen. La persistencia de la adversidad puede impedir a las
familias vivir con plenitud sus valores. En el trabajo con ellas, es importante explorar sus valores
y el modo como estos pueden haberse fortalecido o tambaleado durante las crisis de la vida.
Los miembros de una familia pueden ser estimulados a tomar contacto con sus valores más
profundos y sus mejores aspiraciones, y a comprometerse a llevar una vida que promueva la
existencia de las familias y comunidades que imaginaron en su interior.

En situaciones trágicas es necesario abrigar sólidas creencias idealistas para sostener


firmemente esos valores esenciales y luchar para que haya tiempos mejores. Por lo general, los
individuos y familias resilientes superan las crisis devastadoras con una brújula moral más firme
y un sentido fortalecido del propósito que gobierna sus vidas. Gracias a sus fuertes
convicciones y a su determinación de alcanzar la justicia social, Nelson Mandela fue capaz de
soportar 27 años en prisión; los padecimientos no sólo no debilitaron su promesa de poner fin al
apartheid, sino que la fortalecieron aún más.

Las familias de las víctimas de homicidio suman fuerzas poniéndose en campaña para reclamar
justicia, y cuando ésta se lleva a cabo se sienten consoladas. Al unirse en respaldo de otras
familias o para evitar tragedias similares, dan una nueva finalidad a su vida. De tal modo, el
desarrollo de una conciencia moral bien informada a menudo amplía las inquietudes éticas, el
compromiso con la acción e incluso el rumbo de vida en defensa de los otros.

b) espiritualidad

Las religiones son sistemas de creencias organizados, que incluyen valores morales
compartidos e institucionalizados, creencias sobre Dios y la participación en una comunidad
religiosa. Las religiones ofrecen pautas congruentes para la exteriorización de ciertas creencias
esenciales, así como el apoyo de a congregación en situaciones críticas. Los rituales y
ceremonias brindan a sus participantes un sentido de yo colectivo.

La espiritualidad, un constructo englobador, puede definirse como lo que nos conecta con todo
lo existente. Implica un compromiso activo con valores internos que dan una idea de significado,
integridad personal y conexión con los otros. Puede estar relacionada con la creencia en una
condición humana última o en un conjunto de valores por los que luchamos; la creencia en un
poder supremo, o la convicción de que la comunidad humana, la naturaleza y el universo
constituyen una unicidad holística. También puede contener experiencias numinosas, que son
sagradas o místicas y difíciles de explicar con el lenguaje y las imágenes comunes. Promueve
una expansión de la conciencia y, con ella, de la responsabilidad personal para con y más allá
de uno mismo, desde cuestiones locales hasta inquietudes universales.

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La espiritualidad puede experimentarse dentro o fuera de un marco religioso formal. El espíritu
es universalmente considera como nuestra esencia vital, la fuente de la vida y la energía. Sin
embargo, las creencias y prácticas espirituales muestran grandes variaciones entre las culturas.
Es probable que cada día los familiares recen frente a un retrato de sus padres o abuelos, que
ocupa un lugar prominente en la sala de estar. Se cree que es posible comunicarse
directamente con los espíritus de los ancestros y que, si se los honra como es debido, estos
bendecirán a su progenie y la protegerán de los daños.

El sufrimiento nos invita a internarnos en el ámbito espiritual. Al enfrentarnos a la adversidad, la


religión y la espiritualidad nos ofrecen un consuelo y un significado que están más allá de
nuestra comprensión. No obstante, la angustia espiritual puede impedirnos manejar las
situaciones y salir adelante, y a evitar que dotemos de sentido a la vida. En ocasiones, las
creencias religiosas pueden ser nocivas si nos aferramos a ellas de una manera demasiado
literal, rígida o punitiva. Una crisis puede precipitar el cuestionamiento de creencias espirituales
mantenidas durante mucho tiempo o impulsar la búsqueda de una nueva forma o dimensión del
a fe que sea capaz de sostenerse. En la Biblia, el libro de Job es un relato sobre la resiliencia
en el que la adversidad permanente adquiere un significado que desborda nuestra comprensión
y pone a prueba la fe y la entereza.

Walsh menciona a Werner y Smith quienes comprobaron que un compromiso espiritual


significativo era muy importante en la resiliencia a largo plazo. La fe puede ser incluso un sostén
más firme que la participación frecuente en servicios o actividades religiosas, que también es
valiosa. Los estudios médicos sugieren que la fe, la plegaria, y los rituales espirituales pueden
promover realmente la salud y la sanación al desatar emociones con influencias sobre los
sistemas inmunológico y cardiovascular.

La conexión y renovación espiritual pueden encontrarse en comunión con la naturaleza. Muchas


recurren a gurúes o a sitios dotados de gran energía espiritual, como las catedrales, las aguas
sanadoras, las peregrinaciones a La Meca o santuarios y templos sagrados. Las grandes obras
de arte, música, literatura o teatro que expresan nuestra humanidad común pueden ser fuentes
de inspiración.

Las piezas clave que son la resiliencia, la fe y la intimidad están vinculadas. La fe es


inherentemente relacional; desde muy temprana edad, cuando se configuran los significados
más fundamentales de la vida en el marco de las relaciones afectivas, se forja junto a los demás
la fe en las propias convicciones. La solicitud que damos y recibimos nos sostiene e infunde
significado a nuestra vida.

Durante mucho tiempo, la espiritualidad y la religión no fueron tenidas en cuenta en el campo de


la salud mental; como se las consideraba ajenas al área de competencia de las terapias
seculares o científicas, se optó por dejarlas en mano de clérigos o curanderos. Pese al
creciente reconocimiento de su profunda influencia en nuestros días, muchos vacilan en
abordar la dimensión espiritual en psicoterapia. La antigua tradición que separa la psicoterapia
de la religión ha marginado y estigmatizado en muchos casos las creencias espirituales, de tal
modo que los clientes sólo pueden referirse a las partes de su experiencia que se ajustan a las
expectativas normativas de la actividad de los clínicos.

A medida que expandimos el concepto de la psicoterapia como ciencia y como arte de la


sanación, nos aproximamos a la creencia del investigador Martín Seligman cuando dice que el
alma es la clave del cambio, y que nuestros esfuerzos para concretarlo deben tener en cuenta
el espíritu humano. Wright y colaboradores instan a los profesionales de orientación sistémica a
concebir a las personas como seres biopsicosociales y espirituales. Para que las familias
aprovechen al máximo nuestra labor, debemos reconocer que el sufrimiento, y con frecuencia

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su injusticia o su insensatez, son inquietudes espirituales, y que la religión y la espiritualidad
pueden ser eficaces recursos terapéuticos para la recuperación, la curación y la resiliencia.

c) inspiración creativa

La creatividad es fruto de la adversidad. Frecuentemente las personas resilientes sacan el


mayor provecho de una situación trágica al encontrar algo rescatable y vislumbrar nuevas
posibilidades entre las ruinas. Cuando la creatividad aporta algo valioso a la cultura y la
sociedad, todos los que forman parte de ella se enriquecen.

Las familias deben ser creativas a fin de sobrellevar y superar la adversidad. Una familia
funcional recurre a una amplia variedad de fuentes para resolver sus problemas, incluyendo la
experiencia pasada, los mitos y relatos familiares, la fantasía creativa y nuevas soluciones
nunca intentadas. Durante las transiciones que señalan virajes en al vida, y una vez concluidas,
las familias necesitan, por lo común, imaginar nuevos modelos de interacción humana.

d) modelos de rol, héroes y heroínas

Los relatos de vida de los grandes hombres y mujeres de valor y logros elevados que superaron
la adversidad pueden servir a las personas de estímulo. Los padres pueden abrir ventanas a
muchos ámbitos y posibilidades si comparten la lectura con sus hijos desde la infancia. Hay que
significar, que con el paso del tiempo y los avances tecnológicos, los héroes de infancia están
cambiando y se pasa de Blancanieves y Cenicienta a Patito o Hanna Montana, y de Superman
o Spiderman a Harri Potter o lo héroes de películas como Avatar. Cambian los héroes, pero no
cambia la función de modelaje de los mismos ni el hecho de que implícitamente están llenos de
significados y cargados de valores.

Las familias necesitan una variedad de modelos que les inspiren una amplia gama de
estrategias para afrontar los desafíos. Sin embargo, en la búsqueda de modelos, muchas veces
se pasa por alto los numerosos ejemplos de heroísmo presentes en las propias familias. Se
juzga como negligente a las madres solteras que trabajan fuera del hogar, en lugar de apreciar
como una proeza heroica el hecho de que, sin apoyo alguno, hagan malabarismos para
conjugar trabajo, crianza de los hijos y exigencias de la casa. Los relatos de valentía y triunfos
extraordinarios frente a sucesos catastróficos son valiosos, pero también lo son los que
destacan la notable fortaleza y vitalidad de familias comunes y corrientes, anónimas y
numerosas, a la hora lidiar con los temporales de la vida cotidiana.

e) transformación: aprendizaje y crecimiento desde la adversidad

La resiliencia se fomenta cuando la penuria, la tragedia, el fracaso y la decepción también


pueden considerarse instructivas y servir como motor del cambio y el crecimiento. Las personas
resilientes creen que la actitud de lamentarse, estar pendientes de una reparación o lamer
viejas heridas es una pérdida de tiempo y sobre todo de energía. Por ello, repasan su
experiencia e intentan aprender de aquello que puede resultarles valioso para orientar un nuevo
rumbo en su futuro. Al aceptar lo ocurrido así como sus consecuencias, tratan de incorporar lo
que han aprendido a sus intentos de tener una vida más saludable y se esfuerzan para que los
demás puedan extraer alguna lección de su experiencia.

Gracias a este aprendizaje, muchas familias resilientes creen que sus padecimientos les han
hecho mejores de lo que hubiesen sido en otras circunstancias. Una pareja estuvo a punto de
perder a un hijo en un inesperado accidente que sacudió todos los cimientos de la familia. Esos

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padres compartían la creencia de que esa crisis había sido una suerte porque cristalizó una
valoración más profunda de su familia, n sentido más sólido de la finalidad de la vida y una
dedicación más plena al ejercicio de sus valores. En medio de la incertidumbre ye l dolor que
traen aparejados las crisis virales, las creencias esenciales ocupan el primer plano. A medida
que los sucesos se asimilan, puede llegar a considerárselos como un don que inaugura una
nueva etapa de la vida o nuevas oportunidades.

f) las creencias del terapeuta: tratamiento y sanación

La noción de sanación es importante en la resiliencia. La sanación es un proceso natural como


reacción ante una lesión o trauma, distinto de la curación, la recuperación o la resolución de
problemas. A veces la gente se sana física pero no mental emocional o espiritualmente; las
relaciones muy dañadas pueden no sanar nunca. Sin embargo, podemos sanar
psicosocialmente aun cuando no lo hagamos en el plano físico, o aunque no podamos controlar
un suceso traumático. Del mismo modo, es posible promover la resiliencia aun cuando los
problemas no puedan resolverse o reaparezcan. El significado literal de sanar es convertirse en
un ser íntegro y, en el caso de ser necesario, capaz de adaptarse y compensar las pérdidas
estructurales o funcionales.

Tratamiento y sanación son conceptos bastante distintos. El tratamiento es administrado


externamente; la sanación es resultado de un proceso interno de la persona, la familia y la
comunidad. En Occidente, la medicina científica se ha dedicado a identificar los agentes
patológicos externos y a desarrollar armas tecnológicas para combatirlos. Un enfoque
desequilibrado, más centrado en la enfermedad que en la salud, y la mala experiencia clínica de
muchos pacientes con enfermedades graves y crónicas, fomentan el pesimismo.

En contraste, la medicina oriental se basa en una filosofía diferente: un conjunto de creencias


acerca de los procesos de sanación y la importancia de la interacción mente-cuerpo. La
sanación es un sistema funcional, no una combinación de diversas estructuras. La medicina
china, por ejemplo, explora las maneras de aumentar la resiliencia interna para resistir la
enfermedad, de forma tal que, cualesquiera sean las influencias nocivas a las que estén
expuestas, las personas puedan mantenerse sanas. Esta creencia en el fortalecimiento de los
procesos de protección supone que el cuerpo posee una capacidad natural de sanar y
fortalecerse. Los mecanismos de diagnóstico, autorrecuperación y regeneración están en todos
nosotros y pueden ser activados cuando sea necesario. El conocimiento del sistema de
sanación permite a los clínicos mejorar los procesos en todos los niveles de organización
biológica, como la más firme esperanza de alcanzar la recuperación cuando sobreviene la
enfermedad. Se cree que las intervenciones destinadas a promover estos mecanismos de
sanación interna son más eficaces que aquellas que sólo apuntan a suprimir los síntomas.

En el campo de la terapia familiar, los paradigmas del tratamiento de los modelos médico y
psicoanalítico influyeron en las primeras formulaciones de la patología familiar y las estrategias
para reducirla. El cambio más reciente hacia enfoques basados en el fortalecimiento se funda
en el reconocimiento y activación de los recursos de sanación propios de cada familia. Sin
embargo, poderosas creencias culturales a menudo demoran la difusión de la nueva
concepción: las metáforas occidentales de combate aún prevalecen en enfoques innovadores
como el de la externalización de los síntomas de White, expresadas en términos de una batalla
librada contra las fuerzas negativas.

Los enfoques acerca de la práctica de la sanación confían en la fortaleza de los clientes para
convertirse en personas menos vulnerables. Si estamos convencidos de que algo puede
suceder, es mucho más factible que suceda que si no lo estamos. La terapia basada en la
resiliencia insta a la gente a creer en sus propias posibilidades de regeneración a fin de facilitar

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la sanación cuando contribuye a activar los procesos de resiliencia propios de cada familia. Las
intervenciones tiene como finalidad alentar a la red de relaciones familiares a convertirse en un
entorno sanador para los miembros de la familia, con objeto de aliviar el sufrimiento y renovar
su proceso vital. Este enfoque ayuda a los miembros de la familia a abandonar los problemas y
las acusaciones personalizadas par concentrarse en la sanación de las heridas interpersonales
y el esfuerzo por mejorar las cosas. Las familias quieren estar sanas; nosotros, como
profesionales, si creemos auténticamente en los deseos y potencialidades de sanación y
resiliencia de cada familia, podemos darles aliento para que empeñen en ellos sus mejores
esfuerzos.

Sin embargo, hay que tener cuidado y no atribuir la incapacidad de superar las dificultades o de
recuperarse de la adversidad a la falta de creencias positivas, fuerza de voluntad o pureza
espiritual.

Al estimular a las familias a que modifiquen sus creencias limitativas y produzcan nuevos
relatos sobre un futuro mejor, también hay que empeñarse en construir un entorno social
sustentador en el cual sus sueños puedan hacerse realidad.

Para que pueda asumirse un compromiso perdurable, es necesario que la experiencia convalide
un sistema de creencias promotor de la autonomía, reforzado y por estructuras sociales más
generales.

b) procesos organizacionales

“Cuando bebas agua, recuerda la fuente”.


(Proverbio chino).

Las familias deben estructurar su vida a fin de llevar a cabo tareas esenciales para el
crecimiento y le bienestar de sus miembros. Para enfrentar con eficacia las crisis y la
adversidad persistente, deben movilizar sus recursos, amortiguar el estrés y reorganizarse a fin
de adaptarse a las condiciones cambiantes.

Como muchos autores han descrito (Watzlawick, Beavin y Jackson, Minuchin) los patrones
organizacionales familiares fomentan la integración de la unidad familiar. Dichos patrones
definen las relaciones humanas y regulan las conductas. Se mantienen sobre la base de
normas externas e internas, reforzadas por sistemas de creencias familiares y culturales.

1. Flexibilidad

Todas las familias necesitan desarrollar una estructura flexible pero estable para funcionar
óptimamente. Cada sistema familiar tiene preferencia por determinados patrones ordenados,
que admiten el cambio hasta cierto punto. Al mismo tiempo una familia también debe ser capaz
de adaptarse a las cambiantes demandas evolutivas y ambientales. Un equilibrio dinámico entre
estabilidad (homeostasis) y cambio (morfogénesis) permite sostener una estructura familiar
estable a la vez que posibilita el cambio en respuesta a desafíos vitales.

a) estabilidad

Una familia, para funcionar bien, requiere la estabilidad que ofrecen las reglas, los roles y los
patrones de interacción predecibles y permanentes. Los miembros necesitan saber qué se
espera de ellos y qué pueden esperar de los otros. La responsabilidad es crucial: debe ser

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posible confiar en que los miembros de la familia cumplirán con los compromisos que han
asumido.

Los rituales y rutinas conservan el sentido de la continuidad a través del tiempo, uniendo el
pasado, el presente y el futuro mediante tradiciones y expectativas compartidas. Las rutinas de
la vida cotidiana, como la cena familiar o los relatos antes de dormir, aportan un orden y un
contacto regular a la agenda cada vez cada vez más fragmentada y atareada de la mayoría de
las familias.

Algunas familias están tan sobrecargadas y fragmentadas que ni siquiera pueden cenar juntas;
quizá los padres trabajen en diferentes turnos y pasen muy poco tiempo juntos en casa. Las
rutinas aparentemente minúsculas pueden marcar una gran diferencia. La fijación de un horario
razonable para irse a dormir puede ir acompañada de una rutina nocturna de contactos
agradables, como un momento de lectura, una charla al lado de la cama y el arropamiento.
También permite que los adultos se tomen un muy necesario respiro al final de una jornada
agitada.

Durante los períodos de crisis, la ruptura de las rutinas diarias conlleva enojos y confusión.
Cuando la vida familiar se reorganiza, por ejemplo, después de un divorcio, es importante para
las familias crear nuevas rutinas que también preserven la continuidad de los lazos
significativos, como un almuerzo temprano los domingos en casa de mamá. Un estudio sobre la
adaptación óptima de los niños luego del divorcio demuestra que la predecibilidad y la
confiabilidad del contacto con el padre o madre que no tiene la custodia es tan importante como
la cantidad de tiempo que pasan con él o ella.

b) capacidad de cambio

La estabilidad estructural debe contrabalancearse con la aptitud de adaptarse a las


circunstancias cambiantes y a los imperativos del desarrollo a lo largo del ciclo vital de la
familia, especialmente como respuesta a la crisis.

Importantes terapeutas e investigadores familiares coinciden en que la flexibilidad, es decir, la


capacidad de cambio cuando es necesario, promueve el buen funcionamiento de parejas y
familias. Tal y como observó Virginia Satir, en las familias saludables las reglas por las que se
gobiernan los miembros son flexibles, humanas, adecuadas y modificables.

Del mismo modo, los estudios revelan que todos los factores que predicen el éxito de las
relaciones de pareja a largo plazo se relaciona con la capacidad de adaptación, la flexibilidad y
el cambio. Los cónyuges deben ser capaces de crecer juntos y lidiar con la multitud de desafíos
y fuerzas externas que intervienen en su vida.

La terapia de pareja puede ser de especial ayuda para replantear el compromiso en términos de
procesos dinámicos, de modo que cada cónyuge cuente con el poder de moldear y remodelar
la relación a través del tiempo.

c) equilibrio entre estabilidad y cambio

En el modelo circumplejo de funcionamiento de la pareja y de la familia ideado por David Olson,


los sistemas de relaciones humanas funcionan mejor cuando existe un balance (moderado) de
su estructura y su flexibilidad. Una relación moderadamente estructurada implica un liderazgo
bastante democrático, en el que incluso los niños participan en algunas negociaciones. Los
roles son estables, y algunos de ellos, se comparten. Las reglas se imponen con firmeza y hay
pocos cambios. Una relación moderadamente flexible implica un liderazgo más igualitario, con

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un enfoque democrático de la toma de decisiones. Las negociaciones son abiertas e incluyen
activamente a los niños. Los roles pueden compartirse y el cambio, de ser necesario, se
produce fluidamente. Las reglas se adecuan a la edad y pueden sufrir modificaciones con el
tiempo.

En cambio, las familias que se hallan en puntos disfuncionales extremos tienden a ser muy
rígidas o muy caóticas, con excesiva o demasiada escasa estructura. En el extremo caótico
prima la desorganización. El liderazgo es limitado o errático, con roles poco definidos y
variables. Las decisiones tienden a ser impulsivas y no muy meditadas. Los padres oscilan
entre la indulgencia extrema y la negligencia. Los miembros de la familia tienen dificultades para
cumplir son sus planes y promesas y esto genera la repetida frustración de las expectativas. De
igual modo, la fijación de los límites y la disciplina pueden oscilar entre los extremos de la
inoperancia y el castigo violento. En los sistemas rígidos, una persona tienen a dominar a las
demás mediante un liderazgo autocrático y muy controlador. La mayor parte de las decisiones
son impuestas y las negociaciones son limitadas. Los roles están estrictamente definidos y las
reglas son inflexibles. En situaciones de estrés, las familias con poca estructura suelen
descontrolarse y caer en el caos, mientras que los sistemas rígidos tienden a volverse aún más
inflexibles y su repertorio de conductas se restringe cada vez más. Como observó Satir, en las
familias rígidas las reglas adquieren un carácter no negociable y eterno.

La resiliencia familiar requiere la capacidad de los miembros de la familia de equilibrar


estabilidad y cambio cuando se enfrentan a la crisis y desafíos.

El cambio es alarmante, sobre todo, porque los miembros de la familia temen perder el control
de su vida en un proceso desbocado que podría empeorar su ya difícil situación actual. El temor
a lo desconocido puede prevalecer sobre la angustia actual, que, aunque dolorosa, es
conocida. Es muy comprensible que quienes han atravesado momentos de crisis y han
experimentado un estado de caos aterrorizador y devastador tengan expectativas catastróficas
respecto del cambio; sienten una gran indefensión porque temen que los sucesos volverán a
írseles de las manos. Esta aprensión es especialmente intensa en familias que han vivido
muchos períodos críticos. La terapia para estas familias puede resultar especialmente
amenazante porque sus objetivos y métodos explícitos promueven el cambio.

Si se comprende la importancia de equilibrar estabilidad y cambio, los profesionales


asistenciales podrán llegar a respetar más la vacilación de los clientes a embarcarse en un
proceso de cambio cuando atraviesan crisis o situaciones precarias. Se puede entender mejor
sus anhelos de mayor estabilidad y menos cambio, y empeñarse en que logren un equilibrio
flexible.
Una de las primeras prioridades es ayudarles a aprender a evitar un cambio desbocado,
instándoles a desarrollar sus destrezas y ganar confianza a través de pequeños avances.
También podemos contribuir al mantenimiento de ciertas continuidades y la construcción de
nuevas estructuras cuando atraviesan transiciones disruptivas y deben reorganizarse (por
ejemplo, después de la pérdida de un progenitor). Una vez que se descubren cuáles son sus
necesidades y valores, se podrá ayudarles a encontrar la manera de conservarlos, o de
transformarlos con el fin de que contribuyan al crecimiento. Las tareas e instrucciones son
valiosas para el desarrollo de nuevas destrezas y de confianza, así como para aprender a
minimizar los errores cometidos (las caídas) y realizar nuevos intentos hasta encontrar lo que se
busca.

Las familias en situaciones críticas atraviesan un período inmediato de desorganización rápida,


que es desorientador y caótico. El temor al cambio desbocado y una sensación de descontrol
son muy comunes en esos momentos. El hecho de normalizar esta experiencia, desacelerar los
procesos de cambio y proporcionar estructuras sólidas para contener las reacciones y preservar

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la capacidad de tolerar la incertidumbre cuando la familia se aproxima gradualmente a un nuevo
equilibrio más funcional puede resultar tranquilizador.

Los sucesos críticos requieren que la familia se reorganice. Cuando se producen fracturas o
virajes importantes en el ciclo vital, como un divorcio o un nuevo matrimonio, quizá sea preciso
efectuar un cambio básico de reglas y roles (cambio de segundo orden). Los sucesos
traumáticos, como las pérdidas significativas, producen aún más estrés en la familia y exigen
grandes cambios adaptativos en las reglas APRA asegurar tanto la transformación como la
continuidad de la vida familiar. Por ejemplo, es posible que una pareja deba flexibiliza sus
normas tradicionales basadas en el género a fin de que el marido que ha quedado
discapacitado asuma el rol de ama de casa mientras la mujer se convierte en el sostén
económico.

Los rituales son valiosos para subrayar los sucesos importantes y promover tanto la
continuidad como el cambio. La celebración de las festividades, cumpleaños, ritos de pasaje,
casamientos, aniversarios y funerales son relevantes en todas las culturas, aunque tienen
formas y significados simbólicos diferentes. Ya sean seculares o sagrados, los rituales y
ceremonias ofrecen trascendencia y conexión. Facilitan las transiciones vitales al tiempo que
fortalecen los lazos familiares y comunitarios.

2. conexión

La conexión es otra dimensión central de la organización familiar. Olson ha definido la cohesión


como la unión emocional entre los miembros de la familia. Dentro de los instrumentos de
evaluación desarrollados por el grupo de Olson, la cohesión se evalúa específicamente en
términos de variables estructurales como las fronteras y las coaliciones; el tiempo y el espacio
que las personas comparten en contraste con los que utilizan por separado, y la dedicación a
las amistades, los intereses personales y la recreación. Las familias tienden a desenvolverse
mejor cuando saben equilibrar la intimidad y el compromiso mutuo con la tolerancia a la
separación y las diferencias.

Beavers y Hampson describen procesos similares en términos sistémicos, hablan de tendencias


centrípetas y centrífugas. Las familias con un estilo centrípeto orientan sus vidas hacia adentro.
Los miembros buscan satisfacción y conexión principalmente en la familia, y los hijos tarden
más en dejar el hogar. En las familias centrífugas, los miembros están más inclinados a buscar
satisfacción fuera de la familia, y a menudo se marchan de la casa antes de lo que es habitual
según las leyes del desarrollo.

Froma Walsh, en su trabajo con la resiliencia, prefiere utilizar el término conexión para describir
el equilibrio entre la unidad, el apoyo mutuo y la colaboración, por un lado, y por otro la
separación y la autonomía de cada individuo. Los miembros de la familia pueden estar muy
conectados y unirse en momentos de crisis al mismo tiempo que respetan las diferencias
existentes entre ellos.

a) equilibrio entre la unidad y la separación individual

Para que los individuos y sus familias puedan superar la adversidad, los miembros necesitan
creer que pueden confiar los unos en los otros, y también n que sus propios esfuerzos, sus
aptitudes y su valía personal serán enriquecidos y fortalecidos. En las familias funcionales, los
miembros se entregan afectivamente unos a otros en sus tratos cotidianos. Una familia de buen
funcionamiento ofrece lo que los psicoanalistas denominan un “ambiente de sostén” para sus
miembros: un contexto de seguridad, confianza y educación, que fomentan el crecimiento y el
desarrollo del individuo. Los miembros de la familia se interesan activamente por lo que es

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importante para cada uno, a pesar de que muchos de sus intereses personales pueden ser
diferentes. Son capaces de reaccionar con empatía, sin identificarse demasiado ni
personalizar.

En tiempos difíciles, los miembros de la familia se desenvuelven mejor cuando pueden confiar
en que entre ellos habrá sostén y colaboración mutua. Cada miembro puede contribuir en parte
a aliviar las cargas familiares o brindar consuelo, y la inclusión en la tarea común permite a
todos, de alguna manera, recibir una ayuda. Al asignar tareas o resolver problemas en la terapia
familiar, es importante ayudar a la familia a encontrar la forma de lograr que todos los miembros
participen activamente.

El consuelo y la seguridad proporcionados por las relaciones cálidos y afectuosos son


especialmente cruciales para resistir sucesos catastróficos como las guerras, que provocan el
desarraigo social y personal, la fractura familiar, la separación y la pérdida, el sufrimiento mental
y físico y enormes cambios sociales.

En las familias saludables, los individuos son capaces tanto de diferenciarse como de
conectarse. En las familias más independientes, es posible que cada individuo preserve
bastante la separación emocional y pase mucho tiempo apartado del resto; sin embargo, las
familias comparten algunos momentos, toman algunas decisiones en conjunto y se apoyan
unos a otros. En las familias más conectadas, la intimidad afectiva y la lealtad son más fuertes.
El tiempo compartido es muy valorado y hay muchos intereses, actividades y amistades en
común. No obstante, la mutualidad llega a su punto culminante cuando cada persona mantiene
un claro sentido de su individualidad.

Los modelos extremos de familias aglutinadas y desvinculadas tienen a ser disfuncionales. Un


modelo de familia aglutinada se caracteriza por fronteras difusas, diferenciación desdibujada y
fuerte presión a la uniformidad, todo lo cual es un obstáculo para la autonomía y la
competencia. Las diferencias individuales, la privacidad y la independencia son vistas como
amenazas a la supervivencia del grupo, y por lo tanto se las sacrifica en pos de la unidad y la
lealtad. No se tolera la separación en las etapas de transición evolutiva normales. En tiempos
de crisis, estas familias pueden tener una red extensa que les ofrece apoyo; sin embargo, no
tardan en sobrecargarse y manifestar reacciones excesivas, y tienen dificultades para manejar
el estrés. Las presiones encaminadas al consenso pueden interferir en la resolución de
problemas.

En las familias desvinculadas, la distancia y las rígidas fronteras bloquean a comunicación, la


capacidad para relacionarse y las funciones de protección mutua de la familia. Los miembros se
sienten separados entre sí y tienen poco contacto afectivo o compromiso humano. En cierta
manera, el todo es menos que la suma de sus partes, pues los miembros de la familia “van a lo
suyo” con escasa participación o sinergía. Predominan el tiempo, el espacio, y los intereses
autónomos porque cada uno toma su propio rumbo. Los familiares son incapaces de recurrir al
apoyo mutuo o a la resolución conjunta de los problemas, tan necesarios en momentos de
crisis. En cambio, los individuos están aislados entre sí y cada cual debe valerse por sí solo.

Las familias también deben adecuar el equilibro funcional ente la conexión y la separación a las
cambiantes necesidades del desarrollo a lo largo de su ciclo vital. En las familias con niños
pequeños, por ejemplo, es preciso que los padres tengan lazos muy formativos y protectores
con sus hijos para promover el firme apego y el bienestar de los niños. Durante la adolescencia,
la organización familiar suele perder cohesión y control, a fin de adaptarse a las crecientes
necesidades de libertad, independencia y autonomía. Cuando uno de sus miembros procura un
cambio, sus presiones pueden facilitar la concreción de éste en el sistema o tropezar con
resistencia y generar conflictos o síntomas de angustia.

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Por lo general, en la práctica clínica los términos “aglutinamiento” y “desvinculación” han sido
utilizados sin demasiada precisión, patologizando modelos de elevada conexión o separación
que pueden ser normales y funcionales en diferentes contextos. En muchos grupos étnicos,
como las familias de medio Oriente o América Latina, el respeto por las personas mayores y el
alto nivel de interés y compromiso mutuos pueden ser erróneamente etiquetados como
“aglutinamiento”. En la mayoría de estos casos sería preferible hablar de “elevada cohesión” o
“fuertes conexión”.

Un error habitual conexo es presuponer que una familia está patológicamente aglutinada
cuando el alto nivel de cohesión puede resultar funcional e incluso necesario en su contexto
vital, por ejemplo, cuando los miembros deben hacen esfuerzos conjuntos para enfrentar una
crisis.

b) subsistemas y fronteras familiares

La conexión puede evaluarse más específicamente en términos de proximidad y jerarquía. Las


fronteras familiares (reglas que definen quiénes y cómo participan), según Minuchin, cumplen
la función de clarificar y reforzar los roles y proteger la diferenciación del sistema. La claridad
de las fronteras y subsistemas, en particular los límites entre los niños y los adultos que los
atienden, es incluso más importante que la composición particular de una familia. La
ambigüedad de las fronteras y los roles complica mucho la adaptación, como sucede en las
familias que, en tiempos de guerra, uno de los miembros ha desaparecido, o las que tienen que
lidiar con las pérdidas progresivas y el estado de confusión de unote los suyos que sufre el mal
de Alzheimer.

Aunque las fronteras intrafamiliares deben ser firmes, el sistema también debe ser lo
suficientemente flexible para promover la autonomía y la interdependencia, necesarias para el
crecimiento psicosocial de los miembros, el mantenimiento de la integridad del sistema y el
potencial de la continuidad y reestructuración como respuesta al estrés.

c) fronteras interpersonales, diferenciación y autonomía

Las fronteras interpersonales definen y separan a los miembros de la familia, promoviendo la


identidad individual y el funcionamiento autónomo. Las familias de buen funcionamiento tienden
mantener fronteras claras entre los miembros: las necesidades de una esposa se distinguen de
las de su marido y se respeta la privacidad de los jóvenes. En las familias más disfuncionales,
las fronteras suelen ser más desdibujadas y confusas, y algunos miembros de entrometen en la
privacidad y el espacio personal de otros. Es posible que los padres actúen en forma narcisista,
como reflejo de sus propios deseos y necesidades, o se involucren en exceso, con dificultades
para diferenciar a una persona de otra.

Asimismo, en las familias funcionales los miembros asumen la responsabilidad por sus propios
pensamientos, sentimientos y acciones. Respetan las características singulares y los puntos de
vista subjetivos de los demás. De hecho, la capacidad de tolerar y estimular la separación, las
diferencias y la autonomía fomenta una elevada intimidad.

d) fronteras generacionales

Las fronteras generacionales (las reglas que diferencian los derechos y las obligaciones de
padres e hijos) preservan la organización jerárquica en las familias. En las familias funcionales
estas fronteras también son claras y firmes según los estudios de Beavers y Hampson. Dichos

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límites son establecidos por los padres o tutores para reforzar el liderazgo y la autoridad, y para
lidiar eficazmente con temas como la educación y la disciplina. También protegen la intimidad
de una relación de pareja de la intromisión de los niños o de la familia extensa. Tres y hasta
cuatro generaciones pueden participar activamente en el funcionamiento familiar. Si la
organización social y la jerarquía generacional son claras, una diversidad de ordenamientos
pueden ser viables. Cuando los padres y los abuelos viven juntos, suelen surgir tensiones
intergeneracionales en relación con la autoridad.

Las fronteras generacionales pueden transgredirse cuando se parentaliza a un niño. Sin


embargo, no debe presuponerse que haya disfunción por el solo hecho de que un niño asuma
obligaciones cuasiparentales, especialmente en las familias de escasos recursos. En las
familias monoparentales y las familias numerosas, puede resultar necesario y funcional que los
niños más grandes asuman considerables responsabilidades para colaborar con las
necesidades económicas, los quehaceres domésticos y el cuidado de los demás niños. Durante
una crisis familiar, también es posible que un niño se vea en la necesidad de asumir
responsabilidades prematuras, como el cuidado de los otros niños o un empleo para ayudar a la
familia cuando sufre apremios económicos. En familias más saludables, la asignación de roles
se limita a que los niños ayuden a los adultos, quienes permanecen a cargo. Estas
responsabilidades fomentan la competencia temprana y no son dañinas, siempre y cuando los
roles no impliquen demasiada carga y otros miembros de la familia compartan las tareas en la
medida de sus posibilidades. La indefinición de las fronteras se torna disfuncional si los padres
abdican del liderazgo o recurren al niño como si fuese un amigo íntimo o un confidente, o
cuando el niño debe sacrificar sus intereses escolares o de amistad.

e) alianzas y cooperación

En las familias funcionales, los miembros forman múltiples y variadas alianzas en torno de
intereses e inquietudes comunes. En una familia biparental, es importante que haya una alianza
fuerte entre ambos padres y se fijen claras fronteras generacionales.

En la disfunción familiar, las alianzas y las divisiones fluctúan erráticamente o se consolidan. En


tiempos de crisis, un malestar intenso puede precipitar el conflicto, la búsqueda de chivos
expiatorios y las rupturas. Por ejemplo, después de la muerte de su madre, dos hermanas
adultas se pelearon por sus alhajas y durante muchos años no volvieron a dirigirse la palabra, a
pesar de que siguieron viviendo en casas contiguas. En la triangulación, dos miembros (con
frecuencia una pareja) recurren a un tercero (generalmente un niño) para descargar las
tensiones entre ellos. Es posible que ambos se unan contra ese tercero o debido a su común
preocupación por él. Según, Haley, la jerarquía generacional se vuelve confusa cuando uno de
los padres se alía con un hijo contra el otro padre. Un hijo puede ser utilizado como mediador
entre padres en conflicto, o quedar desgarrado en luchas de lealtad o poder. La angustia
aumenta cuando los miembros participan de múltiples triángulos.

Para lograr la resiliencia en situaciones de estrés, es esencial establecer alianzas y un trabajo


en equipo flexibles. Las familias funcionales se organizan en torno a los puntos fuertes e
intereses individuales. Muchas tareas se comparten, mientras que otras son asignadas. Se
evalúan los avances realizados y cada miembro debe rendir cuentas de la parte que le toca. En
caso necesario, los miembros recuren con flexibilidad los unos a los otros. Es importante que
ninguno de ellos esté sobrecargado de tareas mientras otros están ociosos.

f) el liderzazo compartido: educación, protección y guía

Hoy en día, el liderazgo familiar es cada vez más variado, desde una familia biparental intacta
hasta hogares monoparentales y binucleares, familias ensambladas y familias homosexuales.

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Las familias funcionan mejor y los hijos prosperan cuando quienes los atienden colaboran entre
sí, con una adaptación mutua para la realización de las tareas vitales. Es importante que los
padres y los cuidadores sean congruentes en sus expectativas y las consecuencias para los
niños. Los planes para el cuidado de niños que implican a un abuelo incluyen distintos hogares
pueden funcionar bien, siempre y cuando las líneas de autoridad y responsabilidad estén
claramente trazadas y se mantenga el respeto mutuo. En los casos de divorcio y segundos
matrimonios, los niños y sus familias se desempeñan mejor cuando los adultos son capaces de
formar equipos de crianza cooperativa en los distintos hogares, con la participación tanto de los
padres biológicos como de los padrastros.

Un liderazgo fuerte es crucial para la educación, la protección y la orientación de los niños, así
como para el cuidado de los ancianos y otros miembros vulnerables de la familia, especialmente
en tiempos de crisis. El liderzazo también es necesario para la provisión de los recursos
básicos. (dinero, comida, ropa, asistencia médica y vivienda) y el manejo de las muchas
previsiones y demandas cotidianas. En las familias saludables, el liderazgo está claramente
establecido; los adultos a cargo no abdican de su autoridad o de sus responsabilidades. Al
mismo tiempo, tienen la precaución de no explotar ni de abusar de su relativo poder sobre los
niños; estos influyen en la toma de decisiones ya que, a medada que maduran, sus alternativas
y responsabilidades aumentan. Las frustrantes y contraproducentes luchas de poder no ocurren
muy a menudo.

En las familias funcionales, el intercambio de beneficios es mucho más frecuente que los
castigos o la coerción mutua. Los padres o cuidadores estimulan el éxito de los niños y
recompensan la conducta adaptativa mediante su atención, reconocimiento y aprobación
Tratan, además, de no promover las conductas inadaptadas. En las familias menos funcionales,
los padres utilizan más la coerción y se concentran en la mala conducta, los errores, el control y
el castigo. Los esfuerzos positivos y los buenos resultados pasan inadvertidos y no son
recompensados. Los terapeutas pueden ayudar a las familias a afirmar las conductas positivas
y a estimular los intereses y talentos. Como las relaciones implican intercambios que abarcan
una amplia gama de posibilidades, podemos ayudar a las familias en dificultades a encontrar
muchas oportunidades de recompensar los intercambios que fortalecen la relación al mismo
tiempo que la competencia individual y la autoestima.

Es importante evaluar las regalas y normas fijadas por una familia y el grado de amplitud de lo
permitido. Se ha comprobado que el control de la conducta ejercido con autoridad y flexibilidad
es el estilo más eficaz en las familias de clase media. Cuando las normas son razonables,
permiten la negociación y el cambio; los padres o cuidadores están de acuerdo cuando se trata
de establecer e imponer reglas; tienen en claro qué tipo de conducta es inaceptable e
intervienen con coherencia cuando se producen infracciones; hacen excepciones cuando la
situación lo exige, pero mantienen expectativas coherentes.

El control rígido de la conducta tiende a ser menos funcional. En este caso, las normas son
estrictas, muy poco abiertas a la negociación o el cambio, para adecuarse a diversas
situaciones.

El control más disfuncional de la conducta es el caótico, en el cual los cambios son


imprevisibles o aleatorios. Es factible que los padres dejen a los niños hacer lo que quieran sin
imponerles reglas o límites y luego, de pronto, adopten una postura rígida y punitiva, de modo
tal que los niños no saben en ningún momento a qué normas atenerse o de cuánta libertad
disponen. Las consecuencias de una mala conducta fluctúan entre la ausencia de respuesta y
los castigos demasiado duros.

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En situaciones de crisis altamente disociadoras, un liderazgo muy firme es esencial para
restablecer el orden y la dirección en medio del caos. Por encima de todas las cosas, la
disciplina formativa más eficaz es la que combina firmeza y calidez.

La literatura de la resiliencia señala la importancia vital de la función de los mentores: conducir e


inspirar a los niños en una dirección positiva. Sin embargo, los enfoques clínicos del control de
la conducta han prestado poca atención al papel que pueden desempeñar los padres, los
hermanos mayores, los miembros de la familia extensa y la gente mayor de la comunidad en lo
concernientes a aportar valores, motivación y consejos activos a los niños. Esta dimensión, tan
poco tenida en cuenta por la práctica clínica, puede ser encarada con buenos resultados si se
identifican y estimulan la oportunidades ejercer la tutoría en la red complementada con los
recursos comunitarios.

g) relaciones de pareja: conyugalidad e igualdad

Una pareja funciona mejor cuando cada uno de sus integrantes estimula las mejores
características y aspectos creativos del otrote una manera equitativa. Las investigaciones sobre
el proceso familiar han hecho hincapié en la importancia de la flexibilidad y el equilibrio en los
roles para promover un crecimiento y desarrollo adulto en ambos cónyuges, y han señalado que
la desigualdad fomenta las relaciones conflictivas y el divorcio.

El género, al igual que la generación, constituye un eje estructural básico en las familias. Las
discusiones sobre los roles y relaciones de género abarcan dos aspectos distintos aunque
superpuestos de la brecha de los géneros: las diferencias entre hombres y mujeres y su poder y
privilegios diferenciales.

Diferencias de género. Existen mucha pruebas de que, aunque algunas diferencias están
influidas por características o predisposiciones físicas de origen biológico y por lo tanto
inmodificables, hay una superposición más amplia de rasgos, capacidades y preferencias
individuales que han sido culturalmente definidos como masculinos o femeninos. La mayor
parte de las diferencias de género reflejadas en las expectativas sobre los roles, los estilos
relacionales y las limitaciones de las familias se modelan y refuerzan principalmente a través de
la socialización para ajustarse a los valores de la cultura en general. Los estudios sobre el
desarrollo de las mujeres demuestran una mayor valoración de la proximidad y la intimidad para
concretar relaciones satisfactorias. Esta brecha de género comienza a reducirse debido a que
los hombres desafían cada vez más las imágines limitativas de la masculinidad y buscan un
mayor compromiso emocional en las relaciones familiares y de pareja.

Las madres tienen típicamente el papel clave del colchón emocional ante el impacto provocado
por las crisis. Las mujeres (madres, hijas adultas y nueras) tienden a sumir la mayor parte de la
multitud de exigencias relacionadas con la prestación de cuidados. Las mujeres son propensas
a sobrecargarse, agotarse y actuar sin apoyo, mientras que los maridos se mantienen en la
periferia y se definen por su contribución económica. Ayudar a hombres y mujeres a encontrar
formas de compartir las cargas y de apreciar los aportes mutuos puede restablecer el equilibrio
y fortalecer las relaciones.

Beavers y Hampson descubrieron que las familias de funcionamiento óptimo exhiben menos
estereotipos de género, tanto en las relaciones de pareja como en la crianza de los hijos.
Aunque las madres normalmente se ocupan de la mayor parte de esa crianza, los padres
tienden a asumir más responsabilidades que en las familias menos funcionales.

Diferencias de poder. El equilibrio de poder es fundamental en todas las relaciones de pareja.


En las familias muy funcionales, los cónyuges son más capaces de construir fuertes liderazgos

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igualitarios con un poder y una autoridad manifiestos. El poder se vivencia a través de las
relaciones de intimidad y amor, no de la coerción. El control se expresa más a través del
autocontrol que del control sobre otros. Las familias de rango intermedio y las más
disfuncionales muestran diferenciales de poder más asimétricos y las esposas, que por lo
común ocupan una posición de inferioridad, son más propensas a comentar que se sienten
sobrecargadas y deprimidas. Cuando mayor sea el desequilibrio de poder, y mientras uno de
los cónyuges mantenga una posición dominante sobre el otro, más disfuncional e insatisfactoria
será la relación.

Una cosa es el equilibrio de poder y otra distinta el hecho de que la organización conyugal sea
complementaria, con diferentes funciones de rol que se ajustan entre sí, o simétrica, con
funciones de rol similares y superpuestas. Las parejas son propensas a los desequilibrios de
poder en las estructuras familiares tradicionales que reflejan las posiciones dominante-
subordinada del hombre y la mujer en la sociedad en general y de la diferencia d estatus entre
el trabajo pagado y el no remunerado en las tareas del hogar y el cuidado de los niños. Cuando
existen posibilidades económicas, mucha parejas deciden que es mejor que uno esté más en
contacto con el mundo interior y el otro con el mundo exterior, si ello responde a las
preferencias personales y a las necesidades de la familia. La decisión es importante, y los
cónyuges deben prestar atención a la dinámica cultural, laboral y familiar, que con el tiempo
puede inclinar fácilmente en uno u otro sentido las diferencias de poder y privilegio.

Las parejas con dos aportantes de ingresos, que hoy en día son la norma, tienen relaciones
más simétricas y enfrenan desafíos diferentes. Si ambos deben trabajar y compartir e cuidado
de los niños y las tareas del hogar debe efectuarse una división del trabajo basada en sus
situaciones particulares, teniendo en cuenta las respectivas exigencias, aptitudes y preferencias
y la necesidad de un justo reparto.

Cada vez más, hombres y mujeres procuran basar las relaciones familiares en una visión
personal y compartida de una vida más completa. Sin embargo, la mayoría de las relaciones
aun son asimétricas, debido a que casi todas las mujeres que trabajan siguen cargando sobres
sus hombros con una cantidad desproporcionada de responsabilidades por el manejo de la
casa, los niños y los ancianos, y su coordinación.

Para la igualdad de la pareja, la reciprocidad es fundamental. En el matrimonio tradicional, se


espera que la esposa someta sus necesidades a las de su marido; por ejemplo, que haga las
maletas y se mude sin chistar en beneficio del progreso laboral de su marido. En los
matrimonios igualitarios en los que trabajan ambos cónyuges, la adaptación mutua y la
reciprocidad a largo plazo son cruciales para el equilibrio de la relación. Este toma y daca se
basa en la confiabilidad y la prosecución de los objetivos: la seguridad mutua de que las
necesidades de cada uno se respetarán y, con el tiempo, el intercambio alcanzará un equilibrio.

Cómo tratar las cuestiones de género y poder en la terapia familiar. Los terapeutas familiares se
han concienciado de que la adopción de una postura neutral y la adhesión al principio de a
influencia circular refuerzan tácitamente los sesgos culturales e ignoran las verdaderas
diferencias de poder basadas en el género presentes en las familias. Un tema que está
ganando protagonismo es a preocupación por las expectativas de rol y las experiencias
masculinas; los investigadores exploran el modelo masculino de racionalidad, control,
competencia, poder y éxito instrumental en el ámbito laboral y su influencia negativa sobre la
participación en la familia, la intimidad y la expresividad emocional de los hombres.

Las mujeres son más propensas a buscar ayuda profesional, reconocer su angustia y asumir la
responsabilidad cuando surgen problemas en el ámbito familiar. Muchos hombres sólo superan
la resistencia a acudir a una terapia de pareja cuando existe el peligro de perder a su

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compañera o a sus hijos. Cuando se cuestiona una simetría de poder, es preciso ocuparse de
las reacciones defensivas iniciales del cónyuge más poderoso (por ejemplo, el temor a la
inversión del estatus de superioridad /inferioridad de los miembros, o a la ruptura de la pareja si
el cónyuge más dependiente se vuelve más autónomo).

Las familias son más fuertes cuando ambos cónyuges/padres comparten la autoridad y el
respeto de manera igualitaria. Es preciso prestar cada vez más atención al sexismo en los
sistemas sociales más amplios, mientras se ayuda a hombres y mujeres a construir la
resiliencia relacional reparando las diferencias de poder, compartiendo más plenamente la
crianza y ampliando las opciones para sí mismos y para sus hijos.

3. recursos sociales y económicos

a) movilización de la familia extensa y recursos comunitarios

Cuando las familias son abiertas y generosas y auxilian a quienes están necesitados, pueden
contar, a su vez, con sus vecinos y amigos en tiempos de adversidad. En esta época de
fragmentación social y autosuficiencia, se necesita ayudar a las familias a construir estas redes
vitales para la resiliencia.

Los creadores de la terapia familiar, por ejemplo Satir, Vhithaker y otros, consideraban a las
familias como sistemas abiertos con fronteras claras pero permeables, similares a una célula
viva, suficientemente fuertes e íntegros para mantener una interacción muy compleja dentro de
sus límites, pero lo bastante permeables para permitir un intercambio satisfactorio con e mundo
exterior. En una familia de funcionamiento óptimo, los miembros si intervienen activamente en el
mundo, de relacionan cn él con optimismo y esperanza y comparten con la familia una variedad
de intereses originados en sus encuentros.

La familia extensa y las redes sociales ofrecen ayuda práctica y una vital conexión comunitaria.
Brindan información, servicios concretos, apoyo, compañerismo y consuelo. También
promueven un sentimiento de seguridad y solidaridad. Estudios recientes sugieren que la
pertenencia a un grupo y la participación en actividades sociales regulares de cualquier tipo son
factores protectores de la vida. Esto es especialmente importante para los ancianos que
combaten el aislamiento y la depresión.

Los lazos con el mundo social son de vital importancia para la resiliencia familiar en tiempos de
crisis. Sitnnett y sus colaboradores descubrieron que las familias fuertes tienen la valentía de
admitir que están en problemas y necesitan ayuda. A la inversa, el aislamiento de la familia y la
falta de apoyo social contribuyen a la aparición de disfunciones en situaciones de estrés.
Estudios recientes han documentado lo que los clínicos saben desde hace tiempo: la diferencia
no radica simplemente en la magnitud de la red o la frecuencia de los contactos; la utilidad de
estos depende de la calidad de las relaciones. Como la mayoría de la gente pide ayuda cuando
está en crisis, un análisis de las redes sociales debería identificar los conflictos y fractures que
es preciso reparar. Los clínicos debemos encontrar recursos ocultos y fomentar nuevas
conexiones potenciales. También es necesario informarnos acerca de los recursos disponibles
en la comunidad para facilitar la construcción de lazos.

Debido a que en la actualidad los lazos familiares consanguíneos y los lazos comunitarios se
han debilitado en muchos casos, con frecuencia es necesario establecer nuevas conexiones
creativas que se adapten a los desafíos familiares actuales. Por ejemplo, muchas comunidades
recurren a las personas mayores que carecen de contacto familiar y no realizan actividades
significativas a fin de que colaboren en los centros de asistencia infantil que tienen poco
personal. Las personas mayores, tan frecuentemente subestimadas y marginadas, se sienten

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llenas de energía, productivas y valoradas al brindar sus conocimientos, sabiduría y afecto.
Quienes no mantenido la posibilidad de disfrutar de sus nietos, sobre todo, encuentran en esta
participación una nueva y enriquecedora oportunidad en el ocaso de su vida.

Los grupos multifamiliares funcionan como redes valiosas para las familias en situaciones
angustiantes, en efecto, reúnen a padres o familias aisladas que carecen de otra clase de
ayuda y enfrentan las tensiones de una enfermedad graves. Internet también se convierte
rápidamente en una fuente de información y creación de redes, por ejemplo para las familias
que buscan datos sobre las necesidades especiales de uno de sus miembros. Este apoyo
puede resultar decisivo en el manejo de una crisis o un estrés prolongado.

Cuando uno de los padres es inaccesible o se muestra incapaz de ejercer una influencia
positiva, se pueden cultivar otras relaciones de orientación en la familia extensa y la red
comunitaria. En los barrios urbanos pobres, donde hay una necesidad desesperante de
establecer relaciones positivas con mentores, los programas de Big Brothers/Big Sisters están
logrando resultados contundentes en sus esfuerzos preventivos co niños en riesgo: los jóvenes
que participan en ellos tienen menso propensión a unirse a las pandillas o a tomar alcohol y
drogas y tienen un mejor desempeño escolar. La clave en este tipo de relaciones es pasar un
tiempo juntos: asumir quehaceres y responsabilidades productivas, así como participar en
actividades recreativas, en con un modelo de rol afectuoso y positivo, alguien a quien recurrir,
de quien aprender y con quien establecer un estrecho vínculo. También es necesario expandir
la restringida visión diádica de la base relacional de la resiliencia y no esperar que un tutor o
mentor cubra todas las necesidades. Cuando los niños se crían dentro de una densa red de
relaciones afectivas en la familia y la comunidad, disponen de mayor cantidad variedad de
posibilidades educativas y de orientación.

b) cómo promover la seguridad económica: equilibrio entre familia y trabajo

Para fortalecer el funcionamiento familiar, las familias y los profesionales deben tener en cuenta
los recursos económicos y examinar los apoyos y equilibrios estructurales entre la familia y los
sistemas laborales. En la estresante vida actual, los hogares monoparentales o de dos
aportaciones experimentan una tremenda tensión de rol debido alas presiones de las múltiples y
conflictivas exigencias del trabajo y el cuidado de los niños y la falta de soportes sólidos. Los
padres están demasiado acosados y presionados para atender a las necesidades individuales y
de su pareja.

Las familias afrontan un verdadero dilema: si un progenitor (comúnmente la madre) trabaja


menos, el ingreso disminuye; pero si ambos padres trabajan durante toda la jornada, el tiempo y
la energía que deben dedicar al cuidado de los niños y de los ancianos desaparecen. La
situación de los padres o madres soles es aún peor. Para que las familias prosperen, los
lugares de trabajo deben reestructurarse a fin d ayudar a los trabajadores a lograr un mayor
equilibrio en su vida. Estos objetivos exigen la construcción de una sociedad más equitativa, en
la que la vida de la familia y de la comunidad se valore tanto como el trabajo remunerado, y
hombres y mujeres tengan las mismas oportunidades y cuenten con iguales estímulos para
realizarse en ambas esferas.

Hay que tener cuidado con el mito de la autosuficiencia familiar difundido en las sociedades
basadas en un modelo individualista. Los problemas más graves de las familias actuales
reflejan en gran medida las dificultades de adaptación a los trastornos sociales y económicos de
las últimas décadas y la inoperancia de las instituciones de la comunidad y de la sociedad en
general. Estos problemas estructurales dificultan la posibilidad de que las familias se apoyen
mudamente y controlen su vida.

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Es indudable que en la actualidad muchas familias están en crisis; sin embargo, esta crisis
refleja no sólo los problemas en ellas, sino la escasez de recursos y un cúmulo de otros
problemas sociales que las acosan, en especial a las familias que viven en condiciones de
pobreza y decadencia urbana. Harry Aponte ha explicitado los serios efectos de la pérdida del
ámbito comunitario en la vida familiar, sobre todo para la creciente cantidad de pobres. Desde
su punto de vista, Estados Unidos se ha convertido en una sociedad marcada por el estrés, el
aislamiento y la desconfianza. Aponte considera que esta fragmentación societal les ha
transformado en un pueblo vulnerable y por esa razón encabezan las estadísticas mundiales en
todas las categorías de violencia, incluyendo el asesinato, la violación y el robo.

c) conceptos de los terapeutas sobre los procesos organizacionales familiares

Cada familia desarrolla su propia estructura y preferencias por determinados patrones


transaccionales. La funcionalidad de esos procesos organizacionales depende en gran medida
de su adecuación a los desafíos familiares en relación con los contextos evolutivos y sociales.

El mito d ela familia nuclear aislada, intacta y autosuficiente fronteras adentro de la cerca blanca
no debe cegar las íntimas y poderosas conexiones que mantenemos con las familias que no
viven con nosotros. Es preciso reconocer la importancia de las asociaciones íntimas y las redes
de amistades y hacer todo lo que esté en nuestras manos para reconstruir nuestras
comunidades. La fuerza y el apoyo que dichas redes ofrecen a los miembros de las familias que
deben enfrentarse a situaciones muy difíciles son un modelo de actitud comunitaria que
demasiadas familias que pertenecen a la cultura dominante han perdido pero podrían utilizar
como fuente de inspiración.

En el caso de las familias de inmigrantes en transpón entre dos culturas, los procesos familiares
que fueron fundamentales en su país de origen quizá no sean útiles para su adaptación a la
nueva cultura. Es posible que dichas familias queden atrapadas entre dos mundos sociales y
desgarradas en direcciones encontradas. En estas situaciones en particular, cuando los
profesionales tenga que determinar si el estado es de salud o disfuncional, sreá preciso evaluar
el ajuste de los individuos, parejas y familias a su contexto sociocultural. Sin embargo, el
objetivo no es ayudarles a adecuarse a su nuevo mundo, sino también a preservar los valiosos
lazos con su propio patrimonio cultural.

Los clínicos e investigadores más renombrados han señalado la importancia de ciertos patrones
organizacionales clave para el funcionamiento familiar saludable. Los terapeutas familiares
estructurales-estratégicos, con Minuchin y Haley a la cabeza, consideraron que una fuerte
jerarquía generacional y líneas claras d autoridad parental era esenciales para el
funcionamiento óptimo. Bowen ha hecho hincapié en la importancia de la diferenciación del yo
en las relaciones. Whitaker sostuvo que una familia saludable es sobre todo aquella que
mantienen una totalidad integrada, caracterizada por una superación apropiada entre las
generaciones da padres e hijos y por la flexibilidad en la distribución del poder, las reglas y la
estructura de roles. Pero sobre todas las cosas, Minuchin nos instó a ver a la famita como un
sistema social en transformación. Con esta orientación, muchas familias en dificultades pueden
ser atendidas y tratadas como familias corrientes que se encuentran en una situación
transicional y sufren los dolores de la adaptación a nuevas circunstancias.

Los terapeutas deben compartir la convicción de Whitaker de que incluso en las familias con
dificultades más graves es posible sacar a relucir sus recursos con el objetivo de fortalecer la
resiliencia familiar.

c) procesos de comunicación

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“El problema no es el problema en sí, sino la manera de enfrentarlo”.
(Virginia Satir).

La buena comunicación es muy importante para el funcionamiento de una familia. Sin embargo,
las expectativas respecto a una “buena comunicación” suelen ser vagas y utópicas, las normas
culturales varían considerablemente. Los miembros de la familia tienen diferentes percepciones
y prioridades acerca de la comunicación. La “buena comunicación” puede consistir para los
padres en que sus hijos escuchen sus consejos y les digan dónde van, mientras que a los
adolescentes les gustaría más que aquellos escuchasen sus opiniones y dejaran de decirles
qué hacer.

En las últimas décadas, los desafíos planteados por las grandes presiones de la vida familiar en
los hogares de doble ingreso, el cambio en los orles de género, la coparentalidad posterior al
divorcio y los nuevos matrimonios han hecho que la buena comunicación sea aún más compleja
y difícil de alcanzar que en el pasado.

La comunicación puede definirse como el intercambio de información para la resolución de


problemas tanto socioemocionales como práctico instrumentales. Toda comunicación cumple
dos funciones: 1) un aspecto de “contenido”, vinculado con la transmisión de información
fáctica, opiniones o sentimientos, y 2) un aspecto “relacional” que define la naturaleza de la
relación. Cualquier conducta verbal o no verbal, incluido el silencio trasmite algún mensaje. En
toda comunicación los participantes afirman o cuestionan, ya sea de modo directo o indirecto, la
naturaleza de su relación.

Un creciente conjunto de estudios sobre la interacción en las parejas y familias ha identificado


varias habilidades específicas de la buena comunicación, entre ellas la capacidad de hablar y
escuchar, la apertura, la claridad, la búsqueda de continuidad, el respeto y la consideración.
Ente las habilidades relacionadas con el habla se cuenta la aptitud de hablar por uno mismo y
no por otros; entre las habilidades de la escucha deben incluirse la empatía y la atención. La
apertura implica dar a conocer los sentimientos sobre uno mismo y la relación.

Puesto que la comunicación facilita el funcionamiento familiar en su conjunto, las intervenciones


tendientes a fortalecer la resiliencia familiar procuran aumentar la capacidad de los miembros
de la familia para expresarse y responder a distintas necesidades y preocupaciones, así como
para negociar cambios sistémicos con el fin de satisfacer nuevas demandas en momentos
críticos. Hay tres aspectos de la comunicación que son decisivos para la resiliencia familiar: la
claridad, la expresión emocional sincera y la resolución cooperativa de problemas.

1. claridad

a) mensajes y conductas: claros, directos y coherentes

Diversos estudios sobre las familias han comprobado que la claridad en la comunicación es
fundamental para su funcionamiento eficaz (Beavers y Hampson, Epstein, Olson). También
Satir observó que, aun cuando se tengan en cuenta las diferencias culturales, en las familias
sanas la comunicación es directa, clara, específica y sincera. Los miembros de la familia dicen
lo que quieren decir y quieren decir lo que dicen. La mayoría de las comunicaciones son
bastante directas: los mensajes se transmiten al o los destinatarios previstos, en lugar de
desviarlos a otros integrantes del grupo familiar o de transmitirlos a través de éstos. Hay una
comprensión compartida y los miembros pueden retomar el hijo de la conversación o reanudar
un diálogo después de un tiempo con resultados eficaces. La claridad contextual también es
importante para distinguir la realidad de la fantasía, los hechos de las opiniones, la intención
seria del propósito humorístico. La claridad de las reglas imperantes en la familia es tan

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importante como as reglas mismas, pues, según Minuchin, ellas organizan la interacción, fijan
las expectativas en materia de conducta y definen las relaciones.

Si la comunicación es distorsionada, fomenta los equívocos y la confusión, ya que los miembros


de la familia actúan sobre la base de supuestos erróneos o tratan de “adivinar el pensamiento”
de los demás. En particular, debe haber claridad en cuanto a la definición de las relaciones: qué
piensa y espera cada miembro de los demás y cuál es el sentido de sus transacciones. Por
ejemplo, para una madres sola es importante aclarar qué quier decir al llamar a su hijo mayor
“el hombre de la casa” después de que su marido la abandonara. La permanente ambigüedad
de los mensajes sobre las expectativas de rol, así como los límites mal definidos, puede
fomentar la depresión e impedir el dominio de las situaciones problemáticas.

b) clarificación de la situación crítica

En momentos de crisis, es útil aclarar lo mejor posible la situación estresante. La compresión


compartida y a admisión del pronóstico de una enfermedad mortal, la probabilidad de un
divorcio inminente o los datos concretos relacionados con un suicidio son importantes para
enfrentar la crisis y adaptarse a ella. Si los miembros de la familia han recibido información
limitada o contradictoria, por ejemplo la suerte corrida por un niño desaparecido, puede
alentárselos a reunir más información. Los miembros de la familia actúan mejor cuando pueden
conferir un sentido a lo ocurrido, aclarar lo que pueden esperar en el futuro y determinar la
mejor manera de manejarlo. Las experiencias de crisis se tornan más comprensibles y
manejables cuando se comparte la información y las percepciones, y los familiares pueden
debatir amplia y francamente el sentido de los sucesos y sus consecuencias para ellos.

Si pretender protegerse unos a otros de la información penosa o amenazadora mediante el


silencio, el secreto o la distorsión, esos bloqueos de la comunicación crean barreras a la
comprensión, la toma de decisiones bien informadas y la autenticidad de las relaciones. La
mayoría de los familiares suelen ser conscientes de las tensiones silenciadas en la familia.
Evan Imber. Black asemeja esta situación al hecho de tener un elefante en medio del cuarto,
una bestia enorme sobre la cual no es posible hablar.

2. expresión emocional sincera

El interés mostrado en los últimos tiempos por la inteligencia emocional, concepto sobre el que
Goleman ha escrito mucho, señala el creciente reconocimiento de la importancia de la
expresión emocional, sincera para lograr buenos resultados en los procesos de superación y
adaptación. Esta capacidad se desarrolla en la interacción familiar y puede estimularse en la
terapia de pareja y familiar.

a) empatía emocional

En las familias funcionales, la orientación asociativa puede verse y oírse en la conducta, el todo
de voz, el contenido verbal y los patrones comunicacionales. Las transacciones se caracterizan
por su tono de calidez y optimismo y por la alegría y comodidad manifestadas en la relación.
Los miembros de la familia son capaces de mostrar y tolerar una amplia gama de sentimientos,
desde la ternura, el amor, la esperanza, la gratitud, el consuelo, la dicha y el júbilo, hasta
sentimientos perturbados como la ira, el temor, la tristeza y la decepción. Las familias cuyo
funcionamiento es moderadamente bueno pueden presentar de vez en cuando limitaciones en
la expresión de los sentimientos, o tal vez uno de los miembros reaccione en exceso o con
cierta indiferencia, pero nada de esto trastorna el desarrollo de la familia.

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En una familia que funciona bien, el clima de confianza muta estimula la expresión franca de las
emociones y a la vez es reforzado por ésta. Los mensajes son espontáneos pero los transmite
con respeto por las necesidades, sentimientos y diferencias de los demás. Existen muy pocas
inculpaciones, ataques personales o búsqueda de chivos emisarios dentro de la familia.

En las familias de funcionamiento deficiente, el clima de temor y desconfianza se perpetúa por


las críticas, los intentos de conciliación, las inculpaciones y la búsqueda de chivos expiatorios.
La expresión emocional se torna muy reactiva, agresiva y crítica. El conflicto puede
intensificarse y descontrolarse. El resultado posible es un círculo vicioso.

Las experiencias previas de violencia o de separación traumáticas en la familia nuclear, en


pasadas relaciones de pareja o en la familia de origen pueden generar temores catastróficos
que lleven al establecimiento de reglas familiares tácitas para eludir todo conflicto. Pero
desgraciadamente, esta estrategia de protección incrementa el riesgo de que las tensiones no
resueltas se acumulen y estallen en hechos de violencia o en la ruptura de la familia.

La comunicación puede ser reservada y sigilosa para evitar compartir sentimientos dolorosos,
aunque a menudo esta actitud tiene la intención de proteger a los hijos o a otros miembros
vulnerables de la familia, sus efectos pueden ser desastrosos. Por ejemplo, un hombre de
cuarenta años sólo informó a sus padres ancianos que tenía una enfermedad terminal una
semana antes de morir, como consecuencia de ello, los padres no tuvieron tiempo de prever y
prepararse emocionalmente para la pérdida de su único hijo. La muerte de éste fue tan
devastadora que el padre sufrió un ataque cardíaco.

Cuando los pares están perturbados por algo pero quieren ahorrar a sus hijos toda inquietud,
para lo cual no admiten sus sentimientos o muestran una fachada alegre, los hijos captan los
mensajes ambivalentes. Si los padres no ls explican la causa de su aflicción es probable que los
hijos se culpen por ser malos o poco dignos de amor. Tal vez se sientan presionados a
compensar el dolor y el sufrimiento de los padres, o a tener una conducta intachable para no
crearles mayores trastornos. Si los hijos ocultan sus necesidades y sentimientos y no los
manifiestan, a menudo estos estallan en síntomas de angustia o problemas de conducta.

A menudo, cuando una familia no funciona bien, no reconoce ni juzga suyos sus sentimientos
ambivalentes. Las familias aglutinadas pueden tratar de suprimir las emociones ambivalentes o
desconocer los sentimientos y conductas negativos, a la vez que insisten sólo en los positivitos
y muestran un falso frente unido o pseudomutualidad. En las familias más desvinculadas, habrá
individuos capaces de expresar su ira y sus sentimientos negativos pero muy remisos al elogio
o los mensajes afectuosos.

La comunicación franca es particularmente importante cuando se afronta una situación dolorosa


prolongada. También es especialmente decisiva cuando existen muchas probabilidades de que
los miembros de la familia eviten tomar contacto y bloqueen la comunicación para protegerse, y
proteger a los demás, de los sentimientos dolorosos o del recuerdo de incidentes traumáticos.

b) tolerancia hacia las diferencias y las emociones negativas

A medida que las familias traspasan diversas fases de adaptación a una crisis o desafío
prolongado, como una pérdida, sus procesos de comunicación se modifican de acuerdo con las
prioridades emergentes. En distintos momentos surgirán en cada miembro de la familia
diferentes sentimientos y cada cual los expresará a su manera; y si estos sentimientos no
armonizan entre sí, será indispensable que prevalezcan la tolerancia afectuosa y el apoyo
mutuo. Es fundamental reconocer la realidad de una situación crítica y que los miembros
recurran unos a los otros en busca de sentido, apoyo y reorganización de su vida; no obstante,

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con el tempo también necesitan un respiro y dejar de concentrarse en sus padecimientos. Lo
esencial es no bloquear la comunicación, de tal modo que, si se presenta la necesidad, los
familiares pueden expresar lo que está en su mente y en su corazón.

c) comunicación e intimidad en la pareja

Epstein y sus colaboradores han señalado que la saluda emocional de los niños de una familia
es afectada por la relación emocional existente entre sus padres. Si la relación de pareja es
cálida y de apoyo y cada cónyuge se siente querido, valorado y admirado, es más probable que
los hijos sean sanos y felices. Esta relación positiva entre los cónyuges no dependía de que
individualmente gozaran de salud emocional, aunque, como es obvio, esta última condición
hacía que el beneficio fuese óptimo.

En las familias funcionales, las necesidades de intimidad y expresión sexual de los adultos son
comprendidas y mayormente satisfechas.

Debido a las diferencias en la socialización de los géneros, las mujeres sienten con mayor
frecuencia que su pareja no quiere hablar de la relación, no comparte suficientemente sus
sentimientos o no las escucha. Por el contrario, los hombres suelen preferir que su pareja cese
de importunarlos todo el tiempo. Los piscolingüistas han descubierto que las mujeres y los
hombres se comunican en lenguajes bastante diferentes. Las mujeres buscan construir una
afinidad poniendo el énfasis en la comprensión y la conexión, mientras que los hombres suelen
destacar la comunicación de hechos y la resolución de problemas instrumentales. La
socialización hace que la mujer se defina “dentro” de una relación, mientras que el hombre, por
su educación, se define a través de la individuación y la separación “respecto” de la relación.
Por lo tanto, no sorprende que esto origine diferencias en el grado de aceptación de la
dependencia e intimidad. En épocas de crisis, los hombres que no se sienten cómodos con su
vulnerabilidad tienen de distanciarse emocionalmente de su pareja y a sexualizar su necesidad
de apoyo, contacto y desahogo.

d) la promoción de interacciones positivas

La expresión franca de los sentimientos positivos es vital para contrarrestar las interacciones
negativas. Las relaciones toleran un grado considerable de conflicto siempre que éste sea
compensado pr una comunicación mucho más positivas, por medio de expresiones de amor,
valoración y respeto e interacciones placenteras. Por eso los terapeutas van más allá del
reduccionismo de las transacciones negativas, como las críticas e inculpaciones y comienzan a
fomentar activamente las interacciones positivas.

El buen humor compartido también puede ser una vital fuente de fortaleza familiar a través de
las crisis o situaciones penosas. El humor puede ayudar a desintoxicar situaciones
amenazadoras, facilitar la conversación, expresar sentimientos de calidez y afecto, reducir la
angustia y señalar errores. Puede disminuir las tensiones, permitir que los miembros de la
familia se sientan más cómodos, ayudarlos a superar circunstancias estresantes y devolverles
una perspectiva positiva. El humor puede aplacar una confrontación directa, diluir una reacción
defensiva y aliviar una pesada carga.

Carl Whitaker subrayaba la importancia del humor y la actitud lúdica de la familia para la
fantasía creativa y los procesos experimentales. Sin embargo, el humor puede ser destructivo
cuando se utiliza para expresar ira, crueldad o desdén a través del sarcasmo mordaz, o,
acompañado de ironía, para degradar a otros o burlarse de ellos. Las familias desoladas por
una crisis tal vez pierdan por completo su buen humor, a raíz de su depresión y agobio por la

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persistencia de los problemas. El aliento del humor amable, gracias al cual los miembros de la
familia se ríen “juntos, puede revitalizar a las familias afligidas.

3. resolución cooperativa de problemas.

Los procesos eficaces de resolución de problemas son esenciales para el funcionamiento


familiar, sobre todo cuando se trata de crisis súbitas o desafíos persistentes. Las familias
funcionales no se caracterizan por carecer de problemas. Lo que distingue a las familias
resilientes es su capacidad de manejar bien los conflictos. Esto exige tolerara las francas
discrepancias y tener aptitudes para la resolución de problemas.

Las familias necesitan desarrollar estrategias eficaces para manejar, si no resolver, los
problemas normales de la vida cotidiana, así como las crisis que se presentan. Los aspectos
prácticos y emocionales de una situación crítica son mutuamente interactivos. Cuando el
funcionamiento de la familia es perturbada por problemas instrumentales básicos (por ejemplo,
la pérdida de un empleo y de los ingresos correspondientes), también resulta comprometida la
capacidad de enfrentar las necesidades emocionales. Del mismo modo, un hecho emocional
afligente, como la amenaza de ruptura matrimonial, puede perjudicar el rendimiento académico
de los integrantes y su desempeño laboral. En toda transición importante deben abordarse tanto
las cuestiones prácticas como las cuestiones emocionales. En el caso de un divorcio, por
ejemplo, la familia debe tomar decisiones relativas a la reorganización de la casa, el sustento
económico, la custodia de los hijos y las visitas, y ocuparse también de la solución emocional
del dolor u otros sentimientos complicados ligados a las pérdidas como la ira, el agravio, la
traición o el abandono.

Sobre la base de los trabajos de Epstein, pueden establecerse varios pasos para instaurar
procesos eficaces de resolución de problemas. Ante todo, los miembros d ela familia deben
reconocer el problema y comunicarse al respecto con todos los involucrados y con quienes
puedan constituir recursos potenciales. La colaboración creativa en la génesis de ideas les
permitirá sopesar y considerar posibles opciones, recursos y limitaciones, y luego decidir un
plan a seguir. Después deben iniciar poner en práctica ciertas medidas, supervisar los
esfuerzos realizados y evaluar su grado de éxito. Las familias funcionales se las ingenian para
solucionar con eficacia la mayoría de los problemas: la comunicación, la toma de decisiones y
las medidas adoptadas se mueven con razonable fluidez. La revisión de los resultados les
permites afinar o corregir los esfuerzos en la medida de las necesidades.

a) identificación de los problemas y de los factores de estrés conexos

Cuando una familia solicita ayuda por un problema presentado (la depresión de la esposa, el
alcoholismo del esposo, la mala conducta de un hijo, etc.), los terapeutas de los sistemas
familiares ponen cuidado en explorar otros estresares frecuentes o culturales de la vida familiar
que pueden estar reverberando en todo el sistema. Las conducta de un niño adolescente suele
se un barómetro de los sentimientos de la familia, y brinda a los padres amplias oportunidades
de echar leña al fuego, apartando así la mirada de otras crisis familiares penosas o
aparentemente insolubles que exigen atención y asistencia.

Suele ser necesario examinar de qué manera la reafición de un cónyuge y otro miembro de la
familia puede contribuir al problema, y alentar el uso del recuro potencial que su relación puede
construir para enfrentar el desafío.

b) intercambio de ideas creativas

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Una vez identificados los problemas, conviene proponer a los miembros de la familia una sesión
de intercambio de ideas creativas. En las familias funcionales, los padres pueden actuar como
coordinadores suscitando ideas en los demás, dando a conocer las suyas propias y alentando,
en lo posible, las decisiones. Todos los miembros de la familia manifestarán sus opiniones y se
considerarán valiosos los aportes de todos, desde los más ancianos hasta los más jóvenes.

Es importante comprender los obstáculos que se oponen a la resolución de problemas y la


forma de superarlos. Se alentará a los integrantes del grupo familiar a analiza tanto sus
recursos como sus limitaciones, y a completar una gama de opciones, sopesando los costos y
beneficios para todos. La voluntad de probar nuevas soluciones frente a nuevos desafíos es
una marca distintiva de las familias bien adaptadas y funcionales. Este enfoque flexible e
inventivo, aumenta los recursos de la familia.

c) decisiones compartidas: negociación, concesión y reciprocidad

Los estudiosos han comprobado que los procesos de negociación son decisivos par aun óptimo
funcionamiento conyugal y familiar en una amplia gama de familias. En lo referente a la
resolución de problemas, el proceso de negociación puede ser en sí mismo tan importante
como el resultado obtenido. Se procura el aporte de los miembros de la familia en todas las
decisiones trascendentales. Cuando los terapeutas evalúan los procesos de interacción, es
fundamental que observen y tomar debida nota del modo como se alcanzan tales decisiones.

Toda negociación implica ventilar y aceptar las divergencias, y trabajar en pos de objetivos
comunes. Par ser buenos negociadores, todos los miembros de la familia necesitan aprende a
hablar y escuchar al otro con comprensión y compasión. Deben evitar o interrumpir los ciclos
negativos de críticas, acusaciones y retraimiento, esos movimientos alternantes de ataque y
defensa que erosionan las relaciones.

Con frecuencia, las negociaciones y concesiones mutuas se ven obstaculizadas por las
disputas en torno del poder y el control. Estas batallas por el aspecto relacional de la
comunicación impiden tratar y resolver las cuestiones sustanciales. En estos casos, los
miembros de la familia consideran que toda concesión o adaptación es una derrota, y que es
preferible tener poder sobre los demás y no ser controlado o estar “en inferioridad”. Cuando
toda concesión se interpreta como una renuncia, las posiciones se vuelven rígidas y no
negociables. En las relaciones disfuncionales, el equilibrio entre la deferencia y el dominio se
halla trastocado y el individuo que cede en exceso sufre un resentimiento creciente con el paso
del tiempo. La falta de confianza en la reciprocidad fomenta a corto plazo los intercambios
“golpe por golpe” o el retraimiento de una persona hasta que la otra “iguales los tantos” entre
ellas. La falta de solicitud y apoyo contribuye al resentimiento. Fuentes externas de estrés,
como los problemas económicos o laborales, intensifican las tensiones y conflictos.

Las diferencias de socialización y de poder de los géneros influyen mucho en los procesos de
negociación y su resultado. Los hombres tienen el mandato de defender sus posturas con la
mayor energía y convicción posibles, con el objeto de ganar. Satisfacer sus propias
necesidades tan plenamente como puedan. Las mujeres tradicionalmente educadas para poner
las necesidades de los demás por encima de las propias, tienen a adherirse y adaptarse. En
terapia puede ser útil formular este dilema en función e esas premisas divergentes.

Los patrones de comunicación y dinámica de poder asimétricos pueden mantenerse estables y


pasar inadvertidos hasta que una etapa de transición y de adaptación importantes desencadena
una crisis en la relación.

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d) resolución de conflictos

Las relaciones maritales y familiares resilientes exigen una resolución eficaz de los problemas y
los conflictos sin sacrificio de la empatía. Los sentimientos encontrados se aceptan como parte
de la vida y de todas las relaciones. Las familias los manejan admitiendo que todo dilema tiene
dos o más aspectos y actuando con equilibrio, por ejemplo para favorecer los mejores intereses
de la familia o de los hijos a largo plazo.

El mejor predictor de éxito de un matrimonio no es la ausencia de todo conflicto sino su manejo:


el modo de abordar y resolver las diferencias, de aparición inevitable. La evitación del conflicto
es, a la larga, disfuncional y aumenta el riesgo de una posterior insatisfacción conyugal y de
divorcio.

El manejo eficaz de los conflictos requiere que existan francas discrepancias y una buena
habilidad comunicativa para resolverlas. Importa aprender a confrontar sin destruir. Tanto en el
cado de las parejas muy conflictivas como en el de aquellas que los evitan por completo, las
intervenciones terapéuticas deben apuntar a aumentar la capacidad para el manejo del conflicto
a fin de detener el proceso corrosivo que lleva a la desintegración de la relación. Para ayudar a
las parejas a manejar sus emociones negativas y reaccionar con compasión mutua, Markman y
colaboradores desarrollaron el Programa de Prevención y Mejoramiento de las Relaciones, en
el cual se les enseña a pelear de modo constructivo. Este enfoque brinda ciertas reglas básica
para el manejo del conflicto, entre las cuales cabe mencionar las siguientes: las cuestiones
difíciles deben estar bajo control; cualquiera de los miembros de la pareja puede pedir un
“minuto” cuando lo estime necesario; si se produce una escalada del conflicto, es preciso
desacelerarla; las discusiones deben ser constructivas; debe evitarse el retraimiento, y es
indispensable mantener la participación. Es posible instruir a la pareja para que cumpla con
estos objetivos. La terapia de pareja crea resiliencia relacional al proporcionar un contexto
seguro en el cual los miembros de la pareja pueden llegar a ser mas tolerantes de las
diferencias y más hábiles en el manejo y la resolución de los conflictos, a fin de atender y
satisfacer las necesidades de ambos. El mejoramiento de las habilidades comunicativas habilita
a la pareja a “luchar por la relación”.

e) centrarse en objetivos alcanzables

Para que existan un funcionamiento y una resiliencia familiares exitosos en la superación de la


adversidad, es preciso poner en práctica una firme creencia en el dominio activo, tanto en la
resolución de los problemas cotidianos como ante los grandes desafíos de la vida.

f) apoyarse en el éxito y aprender del fracaso

Con cada pequeño éxito compartido, crecen en forma exponencial la confianza y la idoneidad
de los miembros de la familia, lo cual les permite enfrentar mayores desafíos. La aceptación de
sus errores hace que puedan fallar sin ser atacados ni sentirse deficientes.

Al hacerse responsables de lo que les toca cuando algo sale mal, aprenden a no reiterar errores
que pueden haber contribuido a generar una situación problemática. En efecto, las experiencias
fallidas pueden ser instructivas si los miembros de la familia reevalúan sus empeños o intentan
seguir un camino distinto para resolver los problemas como señaló Albert Einstein “Quien no ha
experimentado el fracaso no conoce el éxito”.

g) una postura practica para prevenir problemas y evitar crisis

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Cuando se avecina un posible problema, los miembros de las familias funcionales lo enfrentan
con bastante rapidez, lo discuten con claridad y franqueza y abordan tanto sus aspectos
prácticos como emocionales. Con esta actitud proactiva factible eludir las crisis.

Según los estudios de Beavers y Hampson, al hacer frente a los nuevos problemas, los
miembros de la familia sobresalen en su habilidad para impartir y recibir directivas, organizarse,
obtener aportes de todos, negociar las diferencias que haya entre ellos y alcanzar un cierre de
modo coherente y eficaz. No todos los problemas son solucionables, en cuyo caso los
miembros de la familia resilientes escogen ciertos aspectos de la situación para actuar.

En el proceso de resolución de problemas, las familias pueden vacilar en diversas etapas. Las
parejas pueden ser proactivas en las primeras fases de su relación si evalúan sus respectivas
áreas de fortaleza y vulnerabilidad. Las relaciones en riesgo de ruptura pueden identificarse aún
antes del matrimonio. PREPARE, un cuestionario de autoevaluación para parejas en situación
preconyugal (Olson, Fournier y Druckman), es capaz de predecir con un 80-85% de precisión
qué parejas serán felices en su matrimonio y cuáles serán infelices y se separarán o divorciarán
en un lapso de tres años. Este cuestionario permite identificar áreas de vulnerabilidad
susceptibles de una intervención precoz, además de alentar una consideración más cuidados d
los planes conyugales. Este grupo de investigadores, conducidos por Olson, comprobó que los
principales predoctores de discordia eran la comunicación deficiente y a dificultad para la
resolución de los conflictos, que alimentaban expectativas poco realistas y desilusiones. Los
investigadores no pudieron distinguir las parejas que efectivamente se divorciaban de las que
pese a ser infelices continuaban casadas; este resultado respalda las observaciones clínicas
acerca de la complejidad de esta decisión, en la que se toman en cuenta las convicciones
religiosas y las consideraciones relativas al bienestar de los hijos.

El modelo humanista experimental para la familia de Virginia Satir

“El mundo está colmado de sufrimiento, pero también está colmado de formas de superarlo.”
(Helen Keller).

a) introducción
“Ata tu carro a una estrella.”

Tal y como lo definen en el libro de Edith H. Grotberg, Sandra E.S. Neil la familia es un sistema
dinámico, en el cual cada persona está cambian, creciendo, desarrollándose y envejeciendo
permanentemente. Cada miembro de una familia busca caminos para satisfacer sus
necesidades. Cada miembro cambia a un ritmo diferente del de los demás, así como sucede
con las interacciones. La estructura de la familia se encuentra equilibrada para los cambios a
medida que ésta avanza a través de una continuidad de desarrollo, desde el nacimiento hasta
la muerte.

sistema abierto y sistema cerrado

Según esta autora un sistema familiar se caracteriza por presentar reglas rígidas de
funcionamiento. Está dominado por el poder y fomenta la dependencia y la obediencia. Esta

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privación y conformidad están implementadas por medio del temor, el rechazo, la humillación, el
castigo o la culpa. Se teme ala adversidad, ya que los conflictos se consideran circunstancias
abrumadoras. Esto resulta en la restricción de opciones, control de los sentimientos y reacción
agresiva o sumisión ante situaciones de estrés.

El sistema de familia abierto, sin embargo, presenta reglas flexibles de funcionamiento.


Promueve la igualdad de valor, la autonomía, la confianza adecuada en uno mismo y en los
demás y la aceptación de las diferencias. Se acepta la adversidad con ansiedad y ecuanimidad,
ya que los conflictos son tomados como desafíos que forman parte del crecimiento.

A continuación se incluyen las reglas rígidas de las familias disfuncionales cerradas, las cuales
incluyen:

- acordar no estar nunca en desacuerdo;


- ejercer el poder de manera autoritaria como método para enseñar la disciplina;
- prohibir las cinco libertades (ver y escuchar lo que está aquí y ahora, decir lo que uno
siente y piensa, sentir aquello que uno siente, pedir aquello que uno desea y correr
riesgos en beneficio propio);
- control y dominio de uno de los miembros del grupo familiar sobre los demás;
- búsqueda del perfeccionismo a través de “debemos”, “tenemos que”, con la imposibilidad
de complacerse a si mismo o a los demás;
- una generación culpando sistemáticamente a la otra;
- adoptar una regla de conducta de “no hablar” en donde la comunicación se ve limitada;
- crear mitos, secretos familiares, mentiras y compromisos de lealtad;
- acordar en nunca estar en desacuerdo o pretender estar todos de acuerdo
permanentemente (estado incompleto); y
- sentir que padres e hijos no pueden confiar entre sí (falta de confianza).

Es importante que el terapeuta facilite el movimiento de la familia hacia un sistema más abierto.

De acuerdo con la experiencia personal de esta autora, el abordaje de las familias mediante
enfoques experimentales humanísticos orientados a un sistema no sólo promueve el
crecimiento natural en la familia sino también la resiliencia, al permitir que esta se actualice en
cuanto a su visión del mundo, pasando de lo pesimista a lo optimista, de lo negativo a lo
positivo, de la competencia y el temor a la cooperación y el amor.

El modelo humanista

Todo este apartado está basado en el capítulo 3 del libro “La resiliencia en el mundo de hoy” de
Edith Henderson Grotberg, titulado “Intensificar la resiliencia en el grupo familiar: un enfoque
transgeneracional hace el cambio positivo en las familias disfuncionales” de Sandra E.S. Neil.

Esta autora comenta que el modelo de crecimiento orgánico propuesto por Virginia Satir
(también llamado “el modelo de la semilla”) hace hincapié en la importancia del proceso y los
sentimientos sobre el entendimiento y el contenido.

Se pueden enumerar varios conceptos teóricos esenciales que resultan importantes en el


modelo Satir. La paz en el grupo familiar comienza al crear una armonía dentro de uno mismo.
Virginia Satir fue una pionera en el área de la terapia familiar. Durante casi 50 años ayudó a
las personas a desarrollar todas las capacidades para ser humanas. Creía en la sanación del
espíritu a través del conocimiento para entablar relaciones con cada uno mismo y con los
demás en un sentido pleno.

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Habla de Virginia Satir como una autora reconocida y educadora de varias generaciones de
terapeutas. Como tal, Satir desarrolló el uso terapéutico de la escultura, de las posturas de
supervivencia, de las metáforas, de la integración de las partes, también se valió de la
comunicación y de la reconstrucción familiar.

El objetivo de Virginia era desarrollara la conciencia de la búsqueda de la paz interior y la


exterior, de la salud individual y de la responsabilidad personal y social.

Los métodos de Satir, según esta autora, combinaban conceptos de teoría de la comunicación
con conocimientos humanistas sobre la autoestima y una comprensión dinámica acerca de
cómo la toma de conciencia de los modelos aprendidos en la familia de origen pueden
llevarnos al cambio.

El abordaje de Satir es experimental, las familias desarrollan ejercicios y actividades durante la


sesión. Según Kolevzon y Green sus talleres de capacitación han dejado huella en el ámbito
nacional, en su época, más que cualquier otro modelo de terapia familiar.

Igualmente, el modelo propuesto por Virginia Satir estimula el proceso de crecimiento natural
universal innato. Automáticamente golpea con delicadeza en la resiliencia del individuo y
sostiene la implementación de métodos adecuados y conocidos para una gran cantidad de
terapeutas y pacientes. Resulta especialmente práctico para la consulta privada, donde los
profesionales necesitan tratar tanto a cada persona del grupo familiar como al grupo en su
conjunto. El abordaje de Virginia Satir resulta muy adaptable.

b) conceptos teóricos de la terapia de Satir.

“En lo profundo de mi corazón tengo esta certeza: ¡algún día venceremos!”


(Martín Luther king).

1. relación entre las partes

En la teoría de los sistemas familiares la relación entre los cónyuges es muy importante. Si se
trata de un sistema dañado, los síntomas se verán en uno de ellos o en uno de los niños.
Generalmente, las personas que tienen baja autoestima se eligen entre sí porque les resulta
fácil unir sus limitaciones y hacer de los dos uno solo, y dejan de ver en qué son diferentes.
Cuando se casan es cuando empiezan a notar las diferencias que antes estaban ocultas ya que
no pueden negociarlas ni tampoco ayudar al otro a levantar su autoestima. Una vez casados,
encuentran difícil tomar decisiones de manera independiente o poder expresar sus
sentimientos. Cuando llegan los niños y empiezan a expresar sus propios deseos y a tomar sus
propias decisiones, cada padre verá, ocasionalmente, al niño como un aliado potencial, y le
pedirá que apoye a uno u otra. Si los niños hacen esto, pueden perder el afecto del otro padre
(psicología del enemigo). Tanto los padres como las madres viven para sus hijos y éstos son
vistos como extensiones de ellos, por lo que deberán vivir de acuerdo a sus reglas. Bajo estas
condiciones los niños desarrollan una baja autoestima y relaciones hombre-mujer conflictivas,
además, esta disfunción se repetirá de la misma manera a través de las distintas generaciones.

Para desarrollar su propia resiliencia, esos niños necesitan que sus padres revaliden su
crecimiento. Si los padres no pueden llevar a cabo esta función, entonces el niño buscará otro
adulto que lo haga. En el cado de no encontrar adultos disponibles, un amigo o un hermano o
hermana ocuparán este lugar.

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En los casos en los que los padres vivan una relación hombre-mujer placentera y reconozcan
en sus hijos hábiles seres humanos, los niños adquirirán autoestima.

2. la triangulación

Cuando en una relación entre dos personas se presenta un estresor surge la ansiedad y se
incorpora a otra persona para formar una relación de tres personas. Esta tercera persona
también es generalmente tan vulnerable como las dos primeras. El triángulo se forma con dos
personas estrechamente relacionadas y otra no tanto. Bajo circunstancias de estrés moderado,
dos de los lados del triángulo están cómodos y sólo uno se siente conflictuado.

Si este esquema del triángulo se repitiera en la familia, sus miembros adoptarían roles fijos de
respuestas con relación a los demás, en lugar de responder individualmente. Satir opinaba que
una unidad básica de identidad es la tríada armoniosa madre, padre e hijo; cuando esta se
desequilibra comienzan los conflictos en las familias.

Para enfrentar esta situación, se llegan a utilizar métodos y formas de comunicación defensiva e
inapropiada. Aquí, si el terapeuta puede convertir la psicología del enemigo en la psicología de
la compasión, entonces podrá utilizarse la resiliencia del sistema. Encontramos aquí una
bisagra, el momento en el cual los miembros de la familia que habían cortado sus
comunicaciones significativas podrán desarrollar más satisfactoriamente las relaciones con
otros miembros del grupo, incluso si estos otros no mostraron ningún cambio.

Virginia Satir utiliza la metáfora de un móvil de figuras para explicar el principio del equilibrio en
los sistemas familiares. En palabras de la propia Satir “En un móvil, todas las piezas, sin
importar su forma o su tamaño, pueden mantener un equilibrio, si se acortan o alargan los hijos,
reacomodando la distancia entre las piezas o modificando el peso de estas. Lo mismo sucede
con la familia. Ninguno de sus miembros es idéntico al otro, cada uno es diferente y se
encuentran todos en unible de crecimiento distinto. Como sucede en un móvil, no podemos
acomodar una pieza sin pensar en las demás”.

3. la autoestima

La autoestima es un concepto teórico elemental en el modelo de Satir. Es el valor que cada


persona se asigna a sí misma en un determinado momento. A modo de metáfora, Satir comparó
la autoestima con una vasija que había en el recibidor de su casa de niña. En algunos
momentos, esta vasija estaba llena de cosas agradables y en otros estaba llena de cosas
desagradables. Otras veces, había muy poco dentro de ella. Sin embargo, siempre estaba allí.
Satir consideraba que el grado de autoestima era un factor muy importante en aquello que
interiormente les sucedía las personas y entre ellas mismas y los demás.

A pesar de que el sentido de la autovaloración es innato, el grado con que la percibimos en un


determinado momento puede verse influenciado por otras personas, como por ejemplo nuestros
jefes, colegas o miembros de nuestra familia. La capacidad para lograr mantener el nivel de
valor personal alto al enfrentar una situación percibida como una amenaza es una conducta
aprendida, y es importante en relación al YO SOY de la resiliencia. Con el objetivo de promover
la resiliencia, Virginia Satir diseñó un ejercicio que denominó “Asistiendo a la Autoestima”.

4. elección y responsabilidad

Satir opinaba que las personas adultas hacen elecciones, las aceptan como propias y asumen
la responsabilidad de las consecuencias. También consideraba que uno de los objetivos de

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desarrollo en la vida, y en consecuencia de la terapia, era que una persona se convirtiera en el
autor de la toma de sus decisiones. Este concepto se relaciona con la resiliencia.

Las personas resilientes afrontan las situaciones tal cual son y no como querrían que fueran.
Estas personas poseen la capacidad de emitir y recibir la comunicación precisa y de corroborar
significados de comunicaciones confusas con otras personas. Satir hace referencia a este
momento de la vida de una persona en el que llega a logar esta actitud como su “tercer
nacimiento”.

En esta metáfora, el primer nacimiento s la unión del esperma con el óvulo. El segundo, el
momento en que este nuevo individuo llega al mundo. Y el tercero es el momento en el que una
persona madura logra expresarse de manera directa con los demás, que es consciente de su yo
interno, esto es, lo que piensa y siente en un momento determinado, y que además trata a los
otros como seres únicos y diferentes de sí, que merecen la exploración y el aprendizaje.

5. teorías de comunicación

Este concepto es esencial en el trabajo clínico que llevó adelante Virginia Satir.

Cada ser humano responde a una comunicación con relación a uno mismo (1), a uno mismo
más otro (1+1) y en un contexto determinado. Este es el contexto dentro del cual se produce
una comunicación: el tema, el lugar, el ambiente y el entrono cultural del mundo.

Satir determinó que la comunicación tiene dos niveles: el denotativo (el contenido) y el
metacomunicativo (el mensaje dentro del mensaje). En general, el contenido está expresado en
forma verbal, mientras que la metacomunicación, habitualmente, se expresa de manera no
verbal. Las conductas no verbales envían mensajes metacomunicativos involuntarios. Las
disfunciones comunicativas surgen cuando el mensaje verbal y la metacomunicación no se
corresponden. Estas incongruencias obligan a los niños a tener que decidir el significado
correcto.

Este modelo de incongruencia comunicativa lleva a que los niños experimenten inseguridad en
la confianza, se cuestionen su propia autonomía y rechacen desarrollar su iniciativa, en otras
palabras, que rechacen los pilares de la resiliencia.

En el Centro Satir para la Familia de Australia, tratan de enseñar al grupo familiar que la
congruencia en la comunicación es un factor necesario en el desarrollo de la resiliencia familiar.
Según Satir, es importante tratar de cambiar la sobregeneralización en las familias. Por esta
razón ella determinó que una sociedad que fuera dirigida usan la compasión en lugar de usar la
psicología del enemigo, se comunicaría mucho mejor y estaría formada por gente más
congruente.

c) modelos de comunicación

“Cuanto más mire hacia atrás, más difícil le resultará mirar hacia delante”.
(Anna Frank).

Según el modelo de Satir, la comunicación puede ser congruente o incongruente.

Las comunicaciones congruentes se dan cuando los sentimientos interiores de una persona son
los mismos que las expresiones externas. Las incongruentes consisten en conciliar, culpar,

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razonarlo todo (calculador) o volverse indiferente (distraído) ante preguntas que se perciben
dirigidas a nuestra valoración personal.

Satir afirma que las comunicaciones incongruentes son utilizadas cuando la persona se siente
amenazada y tiene la necesidad de proteger su autoestima, por eso no comparte sus
verdaderas reacciones. Asimismo esa autora describe posiciones físicas que representan cada
uno de los estilos disfuncionales de la comunicación a estas posiciones ella las llama
“posturas”.

La comprensión de esta relación entre congruencia, salud y crecimiento, y en consecuencia


también con la resiliencia, es una parte importante del legado de Virginia Satir par relacionar y
facilitar estas conexiones. También forma parte de su legado, una colección de capacidades
acerca del funcionamiento de la comunicación entre las personas, estas capacidades se
pueden aprender y enseñar.

1. posturas

a) la congruencia

Son las palabras, sentimientos y comportamientos claros que encajan perfectos unos con otros
en la comunicación congruente.

b) la conciliación

Virginia Satir observó que, en situaciones de estrés emocional, crecal de la mitad de las
personas que conoció cederían en sus posiciones para complacer a otra persona. Cuando
alguien concilia como respuesta al estrés, esta autopostergación significa que la persona busca
tanto la aceptación de los otros, como también depender de ellos. El objetivo principal de este
método de cuidarse a sí mismo es evitar ser rechazado. Cuando las personas se ven atascadas
en este mecanismo de manejo de adversidades, generalmente se autopostergan durante años.
Las posibilidades de respuesta van desde un acuerdo extremadamente dulce y protector hasta
el suicidio.

c) la culpa

Una de las respuestas más comunes es cargar las culpas en los demás, tratando de obtener
una sensación de importancia personal a expensas del otro. En este sentido, dado el temor
inconsciente de perder ese poder interior, la persona busca el control, el dominio, el
perfeccionismo y, en ocasiones, en situaciones extremas, se mostrará arrogante o vengativo
para lograr el poder buscado. La razón más importante de esta conducta es evitar sentirse
indefenso. La persona que culpa a los demás no se pone de acuerdo con el resto, culpa a los
otros cuando las cosas no salen como lo planeaba.

La postura de aquel que echa la culpa a otros es la de señalar con el dedo, con la otra mano
apoyada sobre su pierna. A pesar de que esta postura contiene semillas del cuidado personal,
su naturaleza de enajenación neutraliza la conexión con los demás. Llevado a los extremos,
esta conducta va a resultar desagradable a la persecución y hasta al homicidio.

d) la razón

La persona que todo lo razona, como si fuera un ordenador, utiliza lenguaje lógico como una
máquina en lugar de sentir las palabras que dice como lo haría cualquiera. La postura que
adopta es la de estar sentado de manera rígida con sus brazos cruzados sobre el pecho o

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también podemos verlos de pie, derechos como un soldado, y generalmente dan la apariencia
de sentirse superiores. Sin embargo, en su interior se siente vulnerable. En esta respuesta
vacía de sentimientos, el contexto es más importante que los individuos que están en juego.

e) la indiferencia

Algunas personas de baja autoestima comenzaran a comportarse de una manera que resultará
indiferente o irrelevante para los sentimientos y las personas que tenga a su alrededor. Esa
indiferencia se logra al adoptar una conducta distraída, con el deseo de pasar desapercibido en
lugar de correr el riesgo de ser tenido en cuenta y ser aceptado. La postura corporal que adopta
este tipo de personas indiferentes es angular y desequilibrada, pero en su interior piensan y
sienten que nadie se preocupa por ellos. La búsqueda de la calma o la inercia se transforma en
potencial y no dinámica. Se hacen planes pero nunca se concretan. Uno puede ser creativo y
divertido, pero no obtendrá resultados. Llevado a los extremos, nos encontraremos con la
psicosis, donde se siente más seguridad en la realidad alternativa que en la verdadera realidad.

En la terapia familiar se explican estos patrones inconscientes de comunicación. Cuando


resultan disfuncionales bloquean el contacto entre las personas. Satir deseaba traducir estas
posturas ocultas en opciones manifiestas. Utilizaba las posturas corporales para representar
cada uno de los estilos disfuncionales de comunicación.

En una sesión de terapia familiar, estas posturas eran analizadas por los mismos miembros del
grupo para acrecentar la capacidad de percibir sus verdaderos sentimientos en ese momento.
El conciliador está de acuerdo con todo lo que diga el que habla, aunque le desagrade lo que
está escuchando. Sentirá que carece de autoestima si el que habla culpa a los demás; la
postura adoptada por el conciliador es ponerse de rodillas con un brazo extendido pidiendo
ayuda. Históricamente, esta postura de comunicación la adoptaban las persona que ocupaban
las posiciones más bajas dentro del estatus social, como mujeres y niños, pero no es domino
suyo exclusivo. Tiene su origen en apariencias exageradas de impotencia.

Estas cuatro posturas incongruentes (la culpa, la conciliación, el ser que todo lo razona y el ser
indiferente) están basadas en la supervivencia (formas de sobrevivir ante situaciones de estrés)
y no en el crecimiento. Se basan en las respuestas biológicas como dar batallas, volar o
permanecer quieto, y de hecho tienen aspectos positivos con la relación a su uso continuo.
Durante el proceso de transformación (de conciliación a la comunicación congruente) el ex
conciliador aprenderá a cuidarse por sí mismo como lo hace con los demás. Y el ser que culpa
a los demás será mucho más razonable y mostrará preocupación por los otros. Aquel que todo
lo razona puede utilizar su inteligencia, aportar conocimiento sobre los estados de los
sentimientos propios y ajenos. El indiferente aprende a reemplazar la confusión por creatividad.
Contenida dentro de cada uno de estos se encuentra la semilla no revelada de la resiliencia.

2. la transformación

Desde el modelo de Virginia Satir la transformación es el proceso mediante el cual las posturas
incongruentes cambian a posturas congruentes. Las partes de una persona congruente trabajan
conjuntamente en su interior, con sus sentimientos, imágenes, palabras y sonidos, todo como
apoyo de las sensaciones externas. Aquel que es congruente es verdaderamente resiliente en
el sentido de que es consciente y está en contacto con todas las facetas de sí mismo y de los
otros; además, da la información correcta y tiene una percepción realista de la gente en el
mundo exterior.

Las reglas de la familia reanalizan en detalles, están ya establecidas y constituyen creencias


que no están a la luz, valores y actitudes dentro de los cuales funciona esta estructura grupal.

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Satir descubrió que las reglas de tolerar las diferencias, dar y recibir afecto, guardar secretos y
compartir secretos y sentimientos eran muy importantes. Enfatizó las reglas que indicaban
cómo se comunicaba la ira y otros sentimientos negativos, evaluó la autoestima de cada
miembro familiar al observar alas comunicaciones no verbales con los otros miembros, también
al escuchar lo que se decían unos a otros. Satir decía que el problema no es el problema en sí:
la manera en la que se le hace frente a las situaciones es el problema. Satir evaluaba
permanentemente las posturas que los miembros del grupo familiar utilizaban más a menudo,
con qué personas de la familia lo hacían y bajo qué circunstancias.

Las personas congruentes aprendieron a compartir sus sentimientos de indefensión y


vulnerabilidad. Pueden reírse de sí mismos y aceptar su condición de humanos. No esconden
sus verdaderas reacciones. Dentro del contexto familiar, se muestran resilientes ante la
vulnerabilidad.

d) herramientas y métodos

“La historia, a pesar de su dolor desgarrador, no puede dejar de vivirse, y si se la enfrenta con
coraje no será necesario repetirla.”
(Maya Angelou).

Virginia Satir y sus colaboradores descubrieron numerosos métodos conocidos como


“herramientas” que son utilizadas cuando se trabaja en la transformación de familias
incongruentes para lograr que sus miembros puedan utilizar todas sus capacidades humanas.

A continuación se describen algunas de ellas que resultan de especial relevancia para el


desarrollo de la resiliencia familiar.

1. la escultura

En el modelo de Virginia Satir, la escultura es una herramienta para lograr un cuadro externo
(escultura) de un proceso interno, como son los sentimientos, las experiencias o la percepción.
Por ejemplo, alguien que desee representar su interpretación de un determinado suceso se
transforma en el escultor. Pedirá a los demás que tomen una postura y expresión corporal
específica que refleje la percepción del escultor. Esto le permitirá tomar distancia de la
inmediatez del momento de la terapia y obtener una visión más objetiva. Abre también la
posibilidad de una nueva concientización.

2. la reconstrucción familiar

El método de Satir de la reconstrucción familiar es una técnica única. Se la considera


representativa de la filosofía desarrollada por su autora sobre la teoría del cambio en le grupo
familiar.

La estrella de la reconstrucción, el actor principal, o paciente, es guiado para que descubra el


origen de sus aprendizajes, que son los responsables de haberlo llevado hasta el lugar actual
de su vida partiendo de su familia de origen. Se introducen distintas posibilidades para lograr la
transformación de las posturas incongruentes que adopta el paciente ante las dificultades dy se
lo ayuda para que pueda comenzar a hacer elecciones y a tomar decisiones equilibradas,
basadas en reglas y posturas transformadas.

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La reconstrucción familiar comienza con una lista de miembros de la familia que debe
confeccionar el paciente, y que incluya tres generaciones (abuelos, padres y la generación
presente), junto con cinco o seis adjetivos para cada miembro, que describan la personalidad
que él percibe de cada uno de ellos. Además, deberá preparar una lista con los acontecimientos
familiares ordenados cronológicamente, desde el nacimiento de su abuelo hasta el presente
(quiénes estaban allí, qué sucedió, el entorno, el momento y el lugar).

Luego, Satir, actuando como guía, utilizará esta cronología durante la reconstrucción y
preparará un mapa familiar. El terapeuta y el paciente generan una relación de confianza al
hablar sobre esta lista de acontecimientos. Después, determina cuáles serán los
acontecimientos de esa historia familiar que deberá representar todo el grupo. Tres escenas
que siempre están presentes en una reconstrucción familiar son : la historia de cada uno de los
padres del paciente; la historia de la relación de estos desde el momento en que se conocieron
hasta la actualidad; el nacimiento de los hijos de esta pareja, especialmente el del paciente. Se
incluirán otras escenas teniendo en cuenta el cuadro de cada paciente por separado. La
posibilidad de ver tres generaciones de una familia con una mirada adulta y modernizar las
reglas familiares de cómo resultado una nueva percepción general.

Con esta nueva percepción, los miembros del grupo representan los distintos procesos que el
paciente podría usar al enfrentar los acontecimientos, como también las diferentes
características de esa persona. Las partes desconocidas son transformadas, expuestas y vistas
como incongruentes; se transforma entonces el modo de manejar las situaciones. El resultado
se ve reflejado en nuevas opciones y en nuevas formas con las que ahora contará el paciente
para enfrentarse a la vida.

3. el uso de cuerdas

Se puede utilizar cuerdas a modo de metáfora para ilustrar la complejidad de las relaciones, la
interacción o las conexiones. Las cuerdas representan la relación que tiene cada uno de los
miembros con los demás. En este método, varios metros de cuerda, soga o hilo se atan a la
cintura de cada persona del grupo, luego se atan entre sí, de manera que cada miembro tiene
tantas cuerdas como miembros hay en la familia. Cada uno de ellos toma conciencia de la
manera en que están conectados y cómo esa tirantez o flojedad se siente en la cuerda cuando
alguno de los miembros se acerca o se aleja.

Las cuerdas, símbolo de las relaciones, pueden enredarse. Con frecuencia, las personas que
conforman una familia no son conscientes de que no es posible estar atento a cada uno de los
miembros a la vez y que también necesitan cambiar las relaciones dentro del grupo. Mediante
las cuerdas se pueden sacar al a luz los mismos sentimientos que los participantes
experimentan en lo cotidiano, cuando no se encuentran atados por estas sogas.

Luego, el terapeuta podrá preguntar al grupo cómo harían para reducir la tensión de las cuerdas
a fin de poder desenredarlas. Las personas podrán aplicar esta nueva percepción a la vida real,
como resultado de poder verbalizar cómo lo harían con las cuerdas.

4. similitudes y diferencias

Satir daba a cada miembro de la familia la posibilidad de romper con los estereotipos al poner
en evidencia que ellos podían verse a sí mismos y a los otros desde otra perspectiva y en un
contexto distinto. Enfatizaba la idea de que cada una de las personas es un individuo, alguien
único y específico e identificaba las similitudes y diferencias que existen en cada persona. Sin
embargo, como cada uno tiene su propia combinación de cualidades, cada uno es único pero
relacionado.

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Este método revela la dificultad o facilidad con la que los miembros de la familia se ven a sí
mismos individualmente, distintos de sus padres y hermanos. Se aclara el tema de los límites y
el modelo de crecimiento con el que se ven las cosas promueve la toma de decisiones
saludables al tener como referencia que la seguridad de la familia debe ser un cambio
inevitable. Así la seguridad es el resultado de la confianza, la cooperación y la capacidad para
apoyarse en el otro y enfrentar las situaciones desde una perspectiva de cooperación.

5. resultado de la experiencia

Un final feliz para cada sesión de terapia era la pregunta que Virginia Satir hacía siempre:
“¿Cómo fue esta experiencia para usted?”. Esto le daba a cada miembro de la familia la
oportunidad de expresar su experiencia personal. No estaba estructurada en el tiempo, y ese
ida y vuelta reflejaba cualquier diferencia que surgía de la percepción que tenía cada una de las
personas del grupo respecto de los demás al iniciar la entrevista y, más tarde, cuando la
finalizaban.

Sin importar el orden, le preguntaba a cada miembro, cómo le había resultado el hecho de
poder pasar este tiempo con su familia. Luego, cerraba la sesión con el comentario que creía
apropiado y le agradecía a cada miembro individualmente por haber asistido a la sesión.

e) las etapas de la terapia

“Venid hasta el borde, dijo la vida.


Tenemos miedo, contestaron ellos.
Venid hasta el borde, dijo la vida.
Vinieron. Los empujó… y volaron.”
(Guillaume Apollinaire).

Satir distinguía tres etapas de terapia:

- hacer contacto
- caos
- integración y transformación

Las etapas se presentan en cada entrevista y en la terapia con todo el grupo familiar. Al
comienzo de la terapia. Satir focalizaba toda su atención en una persona. Resaltaba el valor del
grupo como único e irrepetible, e incluía algo característico y único de cada miembro en
particular. Este proceso fundamental de conectarse con cada miembro y escucharlo
atentamente aumenta la autoestima y promueve la esperanza.

Hacer contacto:

En la primera etapa, Satir no emitía juicios y aceptaba lo que revelaba cada miembro del grupo.
Los terapeutas siempre legitiman los sentimientos de sus pacientes y, esto en particular, es muy
importante. Creaba capacidades de comunicación para la familia e incentivaba a sus miembros
para que observaran y contaran todo lo que habían visto. Evaluaba a la familia y, al mismo
tiempo, creaba un sentimiento de confianza en ellos. La confianza es un punto de cambio de la
resiliencia.

En lugar de concentrarse en el problema en sí, preguntaba a cada una de las personas del
grupo sobre sus deseos y expectativas en cuanto a la terapia, sin pasar demasiado tiempo con
cada uno de los miembros. Su intervención comenzaba en la primera fase, en ocasiones,

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proponiendo una escultura familiar. Esta la utilizaba de tal manera que se les pedía a los
miembros del grupo que se valieran de posiciones corporales y de gestos para representar los
grados de proximidad y formas de comunicación entre ellos. Formulaba preguntas sobre los
sentimientos y nunca forzaba a la familia a traspasar su límite de defensa y llegar a la ira, todo
iba en dirección de generar un contacto positivo en la etapa inicial de la terapia.

Caos:

En la segunda etapa, el caos y el desorden eran los rasgos característicos de cada miembro de
la familia, quienes arriesgaban hasta aquello que ignoraban cuando compartían sus dolores,
sus heridas y sus sentimientos de ira; por lo regular, se sentía muy vulnerables.

Satir daba todo el apoyo necesario para que la persona pudiera superar el miedo a la posible
pérdida del amor, lo cual se hacía presente cuando cada uno exponía sus verdaderos
sentimientos. Ella aplicaba dosis de empatía y firmeza a la vez, llevaba al grupo hasta el
extremo de sus emociones sólo cuando la alianza terapéutica estaba bien consolidada.
Brindaba su apoyo a cada uno de los miembros de la familia y lograba que utilizaran muchas de
sus capacidades.

Esta etapa era impredecible. Las personas del grupo familiar se abrían a los conflictos y los
trabajaban cada uno a su ritmo. En ocasiones, en esta etapa todavía sentían que no lograban
avanzar y sus esperanzas no afloraban.

Integración y transformación:

Durante la última etapa de la terapia, Satir se valía de metáforas, poniéndoles un marco de


humor, en el que su toque personal era muy importante. Para finalizar utilizaba una vez más las
cuerdas. Esta etapa se caracterizaba por la integración de los miembros o por la finalización de
un tema que hubiera surgido en la etapa anterior. La voluntad del cambio y la esperanza
estaban presentes en la familia. También encontraba que en esta etapa el plano emocional se
mostraba más reposado en comparación con las anteriores; los miembros trabajaban juntos
hasta que la familia estaba lista para concluir con la terapia.

f) impulsar la resiliencia en las familias disfuncionales

“Desear es esperar que aquello se cumpla, pero con la espera activa que nos mueve hacia
aquello deseado.”
(Bach y Forés, 2008).

La resiliencia en una familia se logra trabajando sobre los mismos factores que promueven las
resiliencia en un individuo.

Sabemos, gracias a Bowlby, que las estructuras del apego inseguro se manifiestan en la
adultez porque tenemos modelos de trabajo interno que se reactivan en situaciones en las que
percibimos amenazas, crisis, estamos enfermos o sentimos cansancio. La capacidad de
relación surge a partir de las experiencias de apego al modelo de lo seguro o al modelo de lo
inseguro que tenga una persona. El primero resulta de la constancia y la estabilidad, al mismo
tiempo que facilita estas cualidades en las circunstancias necesarias. El segundo resulta de la
indeterminación funcional y la falta de seguridad durante los primeros años de vida. Bowlby

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mencionó aquellos acontecimientos y situaciones que durante la niñez causan emociones
insatisfechas e inseguridad emocional:

- amenazas de no amar más al niño;


- amenazas de abandonar al niño;
- amenazas de suicidio;
- creer en la posibilidad de que uno de ambos padres no hubieran deseado a ese niño;
- un niño tomado como chivo expiatorio de la familia;
- inducción de la culpa;
- apego excesivo o sobreprotección, desaliento para experimentar vivencias fuera del
grupo familiar;
- cree que el padre putativo no es el verdadero padre;
- tener que relacionarse con un pariente odiado o despreciado;
- abuso físico;
- abuso sexual.

Según Bowlby, las personas con apegos inseguros se dicen a sí mismas: “Sujétate lo más
fuerte que puedas de los demás: es muy probable que te abandonen, por eso debes aferrarte a
ellas; cáusales dolor si muestran deseos de querer alejarse. Así será menos probable que lo
hagan.”

Las personas con apegos seguros tienen a creer que los demás son básicamente seres dignos
de confianza y que las relaciones brindan fundamentalmente apoyo, aliento y dan la ayuda que
los individuos necesitan en diferentes momentos de su vida. Los enunciados terapéuticos más
importantes de Virginia Satir daban una idea muy clara en cuanto a que su modelo de
crecimiento no solo era compatible con los cambios positivos fundamentales en aquellas
familias que aumentaban su resiliencia, sino que también la generaba.

Enunciados terapéuticos de Virginia Satir para fomentar la resiliencia:

- Todas las personas son manifestaciones de la Fuerza Vital.


- Las personas son únicas.
- El cambio es posible; aun si el cambio externo es limitado, el cambio interno puede
lograrse.
- Los padres hacen lo mejor que pueden en todo momento.
- Todos contamos con los recursos internos necesarios para enfrentar las situaciones de la
vida y crecer.
- Tenemos opciones, especialmente para encontrar respuesta ante el estrés en lugar de
reaccionar ante estas situaciones.
- La terapia necesita focalizarse en la salud, las fortalezas y las nuevas posibilidades, en
lugar de concentrarse en la patología.
- La terapia es el medio de acceso y provee distintas alternativas y recursos.
- La esperanza es un componente o ingrediente importante para lograr el cambio.
- Las personas se unen por aquello que tienen en común y crecen a partir de sus
diferencias.
- Uno de los objetivos fundamentales de la terapia es llegar a tomar decisiones por uno
mismo.
- La mayoría de las personas eligen la familiaridad a la comodidad, en especial en
situaciones de estrés.
- El problema no es el problema en sí, sino la manera de enfrentarlo.
- Los sentimientos son universales y nos pertenecen: nosotros los manejamos.
- La supervivencia es una necesidad básica.
- Las personas aprender a sobrevivir y manejar las situaciones en su familia de origen.

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- Las personas son esencialmente buenas, necesitan descubrir su verdadero tesoro para
conectarse y convalidar su propio valor como seres humanos.
- En general, los padres repiten sus modelos familiares de aprendizajes de crecimiento,
aun si estos son disfuncionales.
- No podemos cambiar el pasado, solo la forma en que nos afecta; podemos transformar
aquello que ya no nos sirve.
- Aceptar y apreciar el pasado aumenta la capacidad para manejar nuestro presente; el
pasado no debe contaminar el presente.
- El objetivo de avanzar hacia la integridad es la aceptación de las figuras materna y
paterna como personas y a este nivel relacionarnos con ellos, en lugar de considerarlos
sólo a partir de su función como padres.
- El modo en que hacemos frente a las situaciones es la manifestación de nuestra propia
autoestima: cuanta más alta es mi autoestima, más integral será mi manera de manejar
las situaciones.
- Los procesos humanos son universales, y por ello, pueden ser aplicados en distintos
ámbitos, culturas y circunstancias.
- El proceso es la avenida para avanzar hacia el cambio; el contenido forma el contexto en
el que se dará ese cambio.
- La coherencia y una alta autoestima constituyen las metas principales en el modelo de
Virginia Satir.
- Las relaciones humanas sanas se construyen sobre la igualdad del valor de las
personas.
- Toda conducta tiene un objetivo: necesitamos separar la conducta de la persona y la
intención del resultado.
- La interacción de una gran cantidad de factores determina un resultado.

Se puede decir que la resiliencia está presente en una familia cuando cada uno de sus
miembros experimenta las cinco libertades que a continuación se detallan:

1. Ver y escuchar lo que está aquí y ahora, en lugar de aquello que debería haber sido, fue
o será.
2. Decir lo que uno siente y piensa, en lugar de aquello que uno debería pensar o sentir.
3. Sentir aquello que uno siente, en lugar de lo que debería sentir.
4. Pedir aquello que uno desea, en lugar de esperar que le den permiso siempre.
5. Correr riesgos en beneficio propio, en lugar de elegir siempre sentirse seguro y no
perturbar la armonía.

Lo que buscamos con la terapia es ayudar a las personas a salir de esa atadura interna y
externa que tienen con los modelos y aprendizajes disfuncionales del pasado. Virginia Satir hizo
hincapié en la enseñanza y el aprendizaje de las posibles maneras de manejar las experiencias
de la vida, desde una posición más eficaz y menos destructiva. Ella lo llamaba el proceso de
hacer a las personas completamente humanas. Aprender a hacer frente a las situaciones de
una manera más productiva hace posible que comprendamos el mensaje de uno de sus
muchos poemas terapéuticos:

Deseo amarte sin agobiarte,


apreciarte sin juzgarte,
unirme sin invadirte,
invitarte sin pedirte nada a cambio,
dejarte sin sentirme culpable,
criticarte sin culparte y,
ayudarte sin insultarte.
Si puedo obtener lo mismo de ti,

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entonces seguramente podemos unirnos
y enriquecernos uno a otro

Trabajos terapéuticos relacionados con la resiliencia

“La resiliencia es el arte de navegar en los torrentes, el arte de metamorfosear el dolor para
darle sentido; la capacidad de ser feliz incluso cuando tienes heridas en el alma”.
(Boris Cyrulnik)

a) constelaciones familiares (Bert Hellinger)

Bienvenida a mi vida, esto es lo que tengo, esto es lo que soy, esto es lo que voy a defender y
esto es lo que estoy dispuesto a negociar.
(Walter Riso).

La resiliencia puede ser vista como una consecuencia natural del funcionamiento equilibrado de
una familia-

Un trabajo reciente de Bert Hellinger aporta un punto de vista nuevo en cuanto a la utilización
de los conceptos de la resiliencia familiar. Trabaja con personas de manera grupal
desarrollando un concepto llamado “constelaciones familiares”. Este abordaje permite al
terapeuta tomar contacto con el inconsciente de la persona incongruente, simplemente
permitiéndole a ésta reformular algunas de sus relaciones cortadas dentro de la constelación
familiar.

Una constelación familiar describe un posicionamiento emocional y físico de una paciente en


particular y con relación a los demás, junto con un reposicionamiento de miembros de la familia
que reemplazan a otros. Utilizado dentro de un marco terapéutico, aborda temas que
pertenecen a la familia de origen y que tienen sus raíces en varias escuelas de terapia,
incluidas, entre otras, la sistémica, la humanista y la estratégica.

El uso de las constelaciones que hace Hellinger, en donde se reincorporan los miembros
excluidos del grupo familiar, resulta muy apropiado cuando se trabaja con los nuevos tipos de
familia: familias monoparentales, adoptivas, homoparentales, familias reconstituidas y familias
que han tenido que atravesar disoluciones o graves traumas (el aborto, la muerte de un hijo o
de uno de los padres, el abuso sexual y la guerra).

Hellinger menciona varios conceptos teóricos, entre los cuales incluye los siguientes:

1. la idea de que tenemos el derecho de pertenecer a un sistema de afecto, el clan familiar, que
está profundamente unido por el amor.

La incapacidad para adoptar conductas resilientes aparece cuando una persona que nació o fue
incorporada al sistema a través del matrimonio es excluida. Toda exclusión altera a la familia,
desequilibrándola. Los miembros de las generaciones que sigan podrán padecer depresiones,
ya que inconscientemente tratarán de corregir esos desequilibrios.

2. la idea deque tenemos un lugar especial, un orden jerárquico.

Los grupos familiares se organizan de acuerdo a un orden jerárquico específico, siguiendo una
cronología de jerarquías dentro de la familia inmediata y una jerarquía generacional dentro de
un sistema de familia más amplio.

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Cuando nace una nueva familia, la generación anterior permite a esta nueva familia tener la
prioridad. Si el orden jerárquico fuera violado daría como resultado una capacidad de resiliencia
reducida. Cuando se honran las posiciones dentro de esa jerarquía los miembros de la familia
sentirán alegría, confianza, integridad y satisfacción.

3. equilibrio en el sistema: la conciencia grupal.

Hellinger presupone que dentro de las familias existe una conciencia grupal que está gobernada
por los principios de justicia y lealtad, que aparecen bajo la forma de obligaciones o reglas
morales inconscientes. Si se violaran estas reglas el sistema demandaría una retribución y sus
miembros se sentirían angustiado a causa del desequilibrio.

4. la violación de las reglas: desarrollo del síntoma.

La falta de resiliencia surge a causa de la violación de las reglas naturales por la exclusión de
un miembro de la familia o por el desequilibrio en dar y recibir.

a) exclusiones

Las exclusiones como consecuencia de secretos familiares, como en el caso en que los niños
son adoptados o ilegítimos, conflictos no resueltos entre padres e hijos que llevan a una
permanente falta de comunicación , la pérdida traumática como en el caso de muerte prematura
o suicidio, o cualquier otro tipo de acontecimiento que se perciba como vergonzoso y lleno de
culpa, como por ejemplo un delito. Las exclusiones pueden ser un intento consciente para quitar
a alguna persona de un sistema al que ya no tiene el derecho de pertenecer, como podría ser el
caso de una persona violenta o aquel que queda excluido porque se ha divorciado.

Puede haber también un deseo inconsciente de olvidar, porque las memorias asociadas con
esa persona evocan sentimientos perturbadores. Algunas veces, cuando alguien ha sido
excluido, un miembro de la última generación tal vez desee corregir esa exclusión siguiendo el
mismo camino de la persona excluida de una manera simbólica. Por ejemplo, desarrollando
características o comportamientos similares y así incorporar nuevamente a aquella persona
dentro del sistema. La falta de resiliencia puede indicar la posibilidad de una exclusión que no
ha sido todavía corregida.

b) desequilibrio en el dar y recibir

El segundo tipo de violación a las reglas lo constituye el desequilibrio entre el dar y el recibir.
Hellinger supone que existe un orden intrínseco de dar y recibir, que sigue la línea lógica del
tiempo. Hellinger sostenía que el amor fluye delicadamente cuando todos los miembros de la
familia siguen una jerarquía, que se basa en tres criterios: el tiempo, el peso y la función. Por
ejemplo, con respecto al tiempo decía: “Los hijos siguen a los padres los menores siempre
vienen después de los mayores, o , “Los hermanos mayores dan a los menores y los menores
reciben de sus mayores; el mayor de todos, da más y el menor de todos, recibe más”.

Hellinger sostenía que existen tres modelos comunes de dar y recibir entre padres e hijos que
dañan el amor en la familia transgeneracional:

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- El primero es aquel en que los niños rehúsan a tomar a sus padres tal cual son. Los
niños experimentan fortaleza interior y un claro sentido de identidad cuando aceptan a
sus padres como son. Si los niños excluyen de su corazón a uno de ambos padres se
volverán pasivos y se sentirán vacíos. Esta es una causa típica de depresión. Aun
cuando los padres hayan herido a los hijos, ellos necesitarán aceptar que sus padres
hicieron lo mejor que pudieron, aunque esto no haya sido suficiente.
- En el segundo modelo, los padres dan y los niños reciben algo que es perjudicial. Entre
estas cosas encontramos las deudas, las enfermedades, las obligaciones, la carga de
determinadas circunstancias, las injusticias sufridas o cometidas y cualquier privilegio
ganado en forma de logro personal. Estas son cosas que los padres han ganado o
sufrido a través del esfuerzo y las circunstancias personales. No lo han heredado, y por
eso sigue siendo la responsabilidad del padre. Los padres deben proteger a sus hijos de
los efectos negativos de dichas cosas y los niños deben confiar en que sus padres
manejarán lo mejor posible la suerte que les ha tocado. Cuando los padres dan lo que
es perjudicial o cuando los hijos lo toman, según Hellinger, el flujo natural del amor se ve
dañado.
- El tercer modelo parte de que los padres toman de los hijos y los hijos dan a sus padres
Según este autor, cuando los padres no han recibido lo suficiente o no han tomado lo
necesario de sus propios padres, esperan que sus necesidades las satisfaga su pareja o
sus hijos, quienes se sienten responsables de complacerlos. Entonces, los padres toman
como fueran hijos y estos dan como si fueran padres en lugar de seguir el orden natural,
que va de mayor a menor.

Al reconoce el amor que existe a pear de los cortes forzados que causa la desventura, las
familias pueden incluir otra ve, de manera simbólica o literal, a los miembros previamente
excluidos. Las familias podrán entonces planear para el futuro que está influenciado por el
presente y no por el pasado. La terapia ayuda a las familias a reconocer y volver a conectarse
con sus resiliencia interior.

b) los lazos transgeneracionales y el síndrome de los ancestros (Anne Ancelin


Schutzenberger)

“Hay personas que se quejan porque las rosas tienen espinas; yo doy las gracias porque las
espinas tienen rosa”.
(Alphonse Karr).

A continuación se van a detallar los conceptos de Anne Ancelin Schutzenberger que son
importantes a la hora de hablar de la resiliencia.

En su libro titulado “El síndrome de los ancestros” esta autora da una respuesta a la muerte de
su hijo de 16 años en un accidente automovilístico. Ella expuso que las personas transmiten un
modelo de disfunción, incluida la disfunción familiar, a través de generaciones, y que esto puede
se comprobado desde su origen. Utiliza el genosociograma familiar para demostrar, al igual
que Virginia Satir y Murray Bowen, que se remonta a cuatro o cinco generaciones pasadas en
los modelos de cada familia.

Tenemos una lealtad inconsciente para con nuestras generaciones pasadas que nos lleva a
recrear inadvertidamente los acontecimientos de sus vidas.

Otro concepto al que hace referencia es al legado del incesto genealógico. Y en este sentido
dice que el genosociograma permite una representación sociométrica visual del árbol
genealógico, con sus apellidos, nombres de pila, lugares, fechas, acontecimientos, uniones y
eventos más significativos como nacimientos, matrimonios, muertes, enfermedades

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importantes, accidentes, mudanzas, profesiones y ocupaciones, jubilaciones. El
genosociograma es una representación del árbol genealógico, con sus comentarios (un
genograma), que destaca, mediante la utilización de flechas sociométricas, los diferentes tipos
de relaciones que el sujeto tiene con su entorno y también los lazos entre las personas: las
presencias compartidas, la cohabitación, la acción compartida, las díadas, los triángulos, las
exclusiones, etc. Describe quién vive con quién, quiénes comen del mismo plato, quién cría a
qué niños, quién huy y hacia dónde, quién llega (por nacimiento o por mudanza) al mismo
tiempo que otro se aleja (porque se va a otro lugar o porque muere), quién reemplaza a quién
en la familia ahora que las cosas se comparten (en particular, por herencia o donación después
de una muerte), quién resulta favorecido y quién no, repeticiones e injusticias al controlar a
familiares.

Otros ejemplos de esta lealtad familiar invisible están dentro de lo que Shutzenberger refiere
como terror transgeneracional. Para explicarlo pone el ejemplo de “El viento de la bala del
cañón), este ejemplo hace referencia a la retirada de las tropas de Napoleón de Rusia en 1812,
que había dejado un saldo de 20.000 sobrevivientes sobre 500.000 hombres que habían sido
enviados a ese territorio para luchar contra las fuerzas rusas. Los inspectores de Napoleón
observaron los shocks traumáticos que experimentaban los soldados que habían regresado con
vida, pero quienes habían percibido el aliento de la muerte en sus rostros y habían sentido “el
viento de la bala del cañón” que masacró a sus compañeros y hermanos de armas. Algunos
hombres no recordaban nada de esta experiencia y otros tenían hasta el alma petrificada por el
terror. Da la impresión de que el shock que los había golpeado fue transmitido a determinados
descendientes, quienes en ocasiones se quedaban petrificados hasta los huesos,
completamente inmóviles o se sentían enfermos, experimentaban mucha ansiedad, estrechez
de garganta o pesadillas durante ciertos aniversarios, como si todo esto surgiera de una
búsqueda telescópica de generaciones a través del tiempo.

Esta autora afirma que en sus propias experiencias de trabajo clínico, ha observado que estos
modelos disfuncionales para enfrentar las situaciones de la vida modelan inconscientemente la
resiliencia de la familia. Mientras que los miembros de la familia buscan ,a través de las
generaciones, seguridad y estabilidad siguiendo las reglas estrictas de funcionamiento, ceden a
otros de manera inconsciente la flexibilidad cognitiva, emocional y de comportamiento, como
también su confianza. El sistema cerrado que aparece como resultado inhibe la resiliencia
natural de la familia.

En términos de terapia familiar, la resiliencia se da como resultado natural de un sistema de


familia que funciona de manera equilibrada y congruente. Cada persona dentro de este sistema
puede tomar sus propias decisiones de acuerdo a la edad que tenga, estando atenta a sus
reales necesidades, las necesidades de los demás y teniendo en cuenta el contexto del sistema
familiar. El componente de la resiliencia YO TENGO está presente porque la familia como
sistema tiene la posibilidad de pedir ayuda fuera de ello, también puede buscar el incentivo y la
asistencia que necesita porque confía en los demás. Asimismo, el componente YO SOY se
encuentra presente ya que el sistema familiar es internamente sustentador y cooperativo, más
que competitivo.

Los miembros de la familia experimentan una fuente identidad y tienen un sentido de la


autonomía tal que sienten que generan relaciones con otras personas tan valiosas como ellos.
El componente YO PUEDO se manifiesta porque este sistema puede iniciar acciones y
conocimientos productivos basados en una capacidad de cooperación y unión tomadas de las
capacidades individuales de cada miembro para resolver conflictos. De este modo, el sistema
en conjunto puede logar más que cada uno de sus miembros con sus capacidades individuales.

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