Caporossi (2021) Revista Prácticas Docentes en Juego Nro. 1
Caporossi (2021) Revista Prácticas Docentes en Juego Nro. 1
                                                  Comité Asesor
                                                    Gustavo Bombini
                                                    Patricia Bustamante
                                                    Sergio Frugoni
                                                    Cristina Blake
                                                    Claudia López Swinyard
                                                  Equipo Editorial
                                                    Micaela Arce
                                                    Luciana Rubio
                                                    Gabriela Albrecht
Contenido
Presentación........................................................................................................ 07
A manera de prólogo........................................................................................... 11
Prácticas Alternativas.......................................................................................... 63
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Presentación ///
Presentación
La Práctica Profesional III forma parte de un proyecto mayor que sostiene el Área
de Formación Docente de la Facultad de Humanidades y Ciencia Sociales de la
UNaM, quienes tenemos como meta la formación de profesores reflexivos. Uno
de los objetivos que sostiene nuestra tarea cotidiana es la de promover, a nuestro
entender, la revisión permanente de las prácticas de enseñanza y su impacto en la
construcción de la subjetividad de los estudiantes, docentes en formación, al igual
que la de los profesores formadores. Específicamente enmarcamos la práctica en
una concepción pedagógica crítica y a través de la experiencia reflexiva, a fin de
propiciar que los estudiantes puedan vivenciar su propia transformación como pro-
fesionales reflexivos y con autoridad pedagógica, capaces de proporcionar caminos
alternativos que garanticen el cumplimiento del derecho a la educación para todos.
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Hoy nos proponemos este nuevo desafío, en clave de red y para ello invitamos a
colegas de otras universidades y de institutos de Formación Docente, a compartir
en este espacio sus experiencias de prácticas educativas, a fin de que la diversidad de
contextos y prácticas enriquezcan las perspectivas de todos aquellos que se acerquen
al recorrido de los diferentes artículos aquí compilados.
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A manera de
prólogo ///
A manera de prólogo
En las últimas décadas hemos asistido a una intensa reformulación de lo que sig-
nifica leer y escribir en contextos específicos. Desde diversos enfoques teóricos y
metodológicos se ha puesto en cuestión la idea de que dichas prácticas pueden ex-
plicarse exclusivamente con referencia a un único campo disciplinar (la lingüística,
por ejemplo) o a modelos que las entienden como procesos cognitivos individuales.
Esto ha llevado a puntualizar las tramas sociales y culturales que dan forma y senti-
do a la lectura y escritura. La noción de «práctica situada» ha sido clave para obser-
var los múltiples usos de la lectura y escritura en nuestras sociedades. La literacidad
no reside ni en la mente de las personas ni en los textos, es social de principio a fin
y se localiza en redes de interacción. Las investigaciones de Hamilton y Barton, por
caso, han señalado la importancia de pasar de una literacidad centrada en los indi-
viduos a un estudio de la manera en que las personas la usan a nivel de los grupos,
como recurso comunitario que se hace efectivo en las relaciones sociales.
Por otro lado, la orientación sociocultural de estos estudios abrió la puerta a indagar
el mosaico de prácticas sociales vinculadas con la lectura y la escritura, con las que
traman relaciones significativas y sin las cuales resulta difícil tener un panorama
de la complejidad que suponen. Leer y escribir son actividades que se inscriben en
contextos institucionales, luchas de poder, negociación de identidades y producción
social del sentido. Olvidar esto significa abonar una mistificación que restringe las
posibilidades de comprender todo lo que está en juego en las literacidades.
Este volumen reúne una serie de trabajos que podríamos inscribir dentro de el en-
foque sociocultural, en primer lugar, por la vocación de entender a la lectura y la es-
critura en contextos educativos en toda su complejidad. Si es cierto que las prácticas
de enseñanza de la lengua y la literatura giran en torno a leer y escribir, no es menos
cierto que los modos en que esto sucede son propios de los diversos contextos en
donde sucede la práctica.
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Una zona de reflexión de los artículos que siguen gira alrededor de los usos de la
literatura en contextos de encierro. En los últimos años, la investigación sobre las
prácticas literarias en la cárcel ha tenido un despliegue promisorio que nos habla
de un campo consolidado con preguntas y problemas propios de enorme interés.
Dicho campo no podría ser posible sin la presencia de la universidad pública como
un actor central en el desarrollo de proyectos educativos en la cárcel. Desde los pro-
yectos pioneros de la Facultad e Filosofía y Letras de la UBA en el penal de Devoto,
en el marco del Centro Universitario de Devoto (CUD), hasta la experiencia sin-
gular del Centro Universitario de San Martín (CUSAM) en la cárcel de José León
Suarez, los «territorios pedagógicos en el (contra el y a pesar del) encierro», como le
llama Cynthia Bustelo, más dinámicos son los que emergen a partir de los proyectos
de extensión universitarios o las carreras y talleres extracurriculares asociadas a ellas.
De hecho, los artículos del dossier surgieron del Simposio Literaturas del encierro.
Las prácticas poéticas como modo de habitar los espacios carcelarios en el marco del Con-
greso de Literatura Orbis Tertius en la UNLP. Un evento académico inédito que
afianza este campo de investigación dentro de los estudios literarios.
Otra zona de exploración de los artículos que siguen tiene que ver con un espacio
clave: la formación. En el mismo sentido que señalábamos antes, la constitución de
una didáctica sociocultural de la lengua y la literatura supone unas maneras parti-
culares de asumir la tarea de formación de formadores. Las narrativas pedagógicas
como enfoque y metodología han mostrado su pertinencia y productividad a la hora
de la «inmersión» en la práctica de residentes o docentes en formación continua.
Escribir la práctica como un modo de reflexionar sobre sus dimensiones proble-
máticas y asumir una posición frente a los laberintos de la enseñanza. Lejos de la
idea de un «recetario» aséptico para enseñar contenidos predeterminados, que se
deciden en otro lado, la invitación es a constituirse como sujetos críticos que toman
decisiones en el marco de dilemas éticos, epistemológicos, políticos e ideológicos.
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Una vez más, la universidad pública nos muestra que tiene mucho para aportar en
debates cruciales de nuestra época desde un horizonte de justicia social y educativa,
en franca oposición con las fuerzas sociales que pretenden restringir la ciudadanía
al consumo o directamente expulsar a amplios sectores de la población de la par-
ticipación democrática. La universidad que queremos salta los muros de la «fuga
academicista», como le llama Gustavo Bombini, y mira de frente los problemas
acuciantes de las subjetividades contemporáneas.
Sergio Frugoni
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Prácticas
y Formación
Docente ///
La narrativa autobiográfica:
prácticas reflexivas en las
prácticas pre-profesionales
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Resumen
Palabras Clave
   * Doctora en Humanidades y Artes con Mención en Ciencias de la Educación por la UNR (Universidad
Nacional de Rosario). Coordinadora Maestrías en Práctica Docente y en Docencia en el Campo de la Forma-
ción en Prácticas Profesionales. Facultad de Humanidades y Artes - UNR. Contacto: aliciarosacaporossi@
gmail.com
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Prácticas y Formación Docente ///                      rácticas ocentes en juego
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los contextos en los que se sitúa; por ello, dicen que requiere de la consideración,
comprensión y reflexión de las diversas dimensiones sociales, históricas, políticas,
culturales, filosóficas, epistemológicas, pedagógicas, metodológicas y disciplinares
que componen la complejidad de aquel proceso para el despliegue de prácticas edu-
cativas transformadoras de los sujetos participantes y de su realidad situada.
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    La socialización profesional nos remite a los procesos que se llevan a cabo en los
    lugares de inserción laboral como así, también en las prácticas pre-profesionales, a
    través de los cuales los docentes desarrollan habilidades y actitudes relacionadas con
    la puesta en acto del conocimiento con el que cuenta. Los docentes en este trayecto
    construyen un conocimiento en acción acerca de las propias prácticas, a la par que
    se identifica con valores, creencias y modalidades de aquellos que se constituyen
    en «otros significativos» (Glazer, 1966). Davini (1995) lo define como «proceso de
    largo alcance que implica la incorporación explícita e implícita de formas de pen-
    samiento, valoración y actuación en distintos ámbitos sociales». (p. 111) Tomando
    la teoría del habitus de Bourdieu (1980) podemos decir que en la institución de
    desempeño laboral los docentes internalizan formas de pensar, percibir y actuar que
    garantizan la regularidad de las prácticas puesta en acto en la clase y su continuidad
    en el tiempo. (Caporossi, 2011)
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Desde esta perspectiva, por un lado, se espera que los profesionales sean buenos
operarios, sin espacios para la toma de decisiones, pero, por otro, se intenta hacerlos
cargo de los resultados, generando a menudo problemas éticos, personales y profe-
sionales muy profundos. Muchos autores críticos han analizado los procesos alien-
antes que han provocado las políticas neoliberales en las prácticas profesionales.
(Sanjurjo y Caporossi, 2018)
Revisar los supuestos básicos subyacentes (Lórez Arnaiz, 1986), nos lleva identifi-
car esos principios ocultos que gobiernan nuestra visión de las cosas y del mundo
sin que tengamos conocimiento de ello, para poder preguntarnos acerca de qué
concepción de humanidad tenemos, de la relación de los hombres, las mujeres con
el medio ambiente y entre ellos; cómo concebimos al conocimiento, a la ciencia, a
la sociedad; cómo entendemos la función de las instituciones educativas, la relación
entre las instituciones y la sociedad; qué concepción de enseñanza, de aprendizaje
traducen nuestras prácticas.
Reviendo las teorías epistemologías podemos acordar con Paulo Freire cuando dice;
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La narrativa autobiográfica
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Por ello, los relatos no se tratan con liviandad, ya que son portadores, e inspiradores,
de obligaciones y responsabilidades significativas. Cuidar los relatos porque viven en
el corazón de cómo significamos nuestras experiencias o cómo las tornamos signi-
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    ello, Ulloa (2016) sostiene que «hablar de ternura en estos tiempos de ferocidades
    no es ninguna ingenuidad. Es un concepto profundamente político. Es poner el
    acento en la necesidad de resistir la barbarización de los lazos sociales que atravie-
    san nuestros mundos».
Referencias Bibliográficas
    Lórez Arnaiz, M. del R. (1986) Hacia una epistemología de las ciencias humanas.
           Buenos Aires: Editorial de Belgrano.
Ulloa, F. (2016) «El buen uso del criminal». Buenos Aires: Página 12, 16-10-2016.
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Resumen
Palabras Clave
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    C    omo puntos inestables de un trípode, voy a tomar los infinitivos (ver, escribir,
         decir) como acciones puntuales, dramáticas y simultáneas, donde se apoya una
    buena parte de la formación docente, tal como la entendemos y llevamos adelante
    en la cátedra de Didáctica Especial en Letras de la UBA. Sin ser rigurosa en las
    fronteras entre ver-escribir-decir, usaré estas palabras para compartir algunos efec-
    tos que producen estas prácticas cuando se trata de ver, escribir o decir clases de
    lengua y literatura.
    Abandonamos, entonces, todo lo que dictamine de una vez y para siempre lo que es
    una clase, lo que debería ser o lo que vaya a saber quiénes definen como clase o len-
    gua o literatura alta, baja, chingada, maltrecha o elegante. Entonces no hay grillas
    para las observaciones ni criterios de selección de textos que de una vez y para siem-
    pre allanen el camino de la lectura en el aula. Porque sabemos que en la formación
    somos un eslabón más que comenzó con las canciones infantiles y los famas de cada
    casa, con los rostros del amor o del miedo. Pero también sabemos que ese eslabón
    deberá producir un sismo, más o menos espectacular o discreto, justamente en la
    manera en la que los alumnos de nuestro profesorado ven, escriben y dicen sobre
    la lengua y la literatura, sobre sus hablantes y lectores, sobre lo que hay adelante y
    detrás de las palabras, esto es, el mundo.
Ver
    Y quiero comenzar con el infinitivo «ver» porque, como dice John Berger: «La vista
    llega antes que las palabras». O, como explica Paulo Freire, el mundo de la actividad
    perceptiva es el mundo de nuestra alfabetización primera. Además, porque es justa-
    mente en la tensión entre «ver» y «conocer» donde se va modelando una formación
    docente: las primeras miradas de los alumnos sobre las clases suelen ser lapidarias y
    simplificadoras, porque no ven, justamente, la clase que debería ser según patrones
    morales pedagógicos lentamente construidos por el propio sistema educativo. Dice
    Berger que «nunca se ha establecido la relación entre lo que vemos y lo que sabe-
    mos. Todas las tardes vemos ponerse el sol. Sabemos que la tierra gira alrededor de
    él. Sin embargo, el conocimiento, la explicación, nunca se adecua completamente
    a la visión». Y por esta no adecuación entre ver y conocer vamos buscando otros
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Queremos, en estos primeros escritos que los estudiantes construyan, como los es-
critores del realismo literario, ese retazo de realidad donde cada uno de ellos haya
percibido un sentido o un sin sentido. Ligada al concepto de verosimilitud y enun-
ciación, la noción de punto de vista brinda un andamiaje que podría simplificarse
en «todo es según el cristal con que se mire». La noción de punto de vista (entre-
nada durante la copiosa lectura de textos literarios durante la carrera de Letras) se
entrecruza con una disposición de los alumnos, en tanto observadores, de «hacer
visible lo invisible». Un cruce entre literatura y etnografía que tiene su espacio y
su resolución en la escritura. Es decir, deben dar cuenta, mediante un texto escrito,
que realmente «han estado allí» y desde allí (esto es, desde fragmentos de sus notas
de campo) construir una escena comunicable donde podamos ver una situación
didáctica que resulte inquietante, que pida la construcción de sentido. Venimos en-
sayando diferentes géneros que nos y los aproximen a una mirada no inocente y, al
mismo tiempo, no prejuiciosa. Hemos propuesto la escritura de diálogos platónicos,
cielitos patrióticos, o ensayos porque es en la escritura de ficción donde la relación
entre ver-escribir-conocer se percibe como problema, no sólo retórico sino también
epistemológico. Ver como un gesto no inocente; escribir (mostrar a otros) como
artificio y decisión sobre el lenguaje y el mundo. Tal vez porque, como pensaba Juan
José Saer, la ficción trabaja retóricamente una experiencia particular con la verdad y
«solo», agrega, debe rendirle cuentas a esa experiencia.
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    Y las alumnas y alumnos escriben y ven hasta que comienzan a transformarse a cre-
    cerles branquias o sus ojos se tiñen débilmente de oro azteca: alumnos que devienen
    profesores que, esperamos, sigan siendo alumnos más allá de los rimbombantes
    títulos de grado o de postgrado. Porque esa condición de anfibio inclasificable, esa
    mímesis que no llega a cerrase hará que estén atentos al otro lado, mirando cómo se
    mueven o se paralizan, cómo hablan o se esconden ellos, los otros. Sabemos que hay
    un vidrio, una separación, un puente, pero confiamos en una mirada que cambia, en
    un punto de vista móvil. Y el deseo de escribir, de contar sobre el acuario.
    Lucía, una estudiante que cursó didáctica hace dos años, se venía preguntando, a
    partir de sus observaciones de clases, por cuestiones ligadas a la obligatoriedad y
    al placer, tal vez para exorcizar «la sombra terrible del aburrimiento». En las clases
    veníamos sondeando el complejo binomio obligatoriedad/placer, tan literario, por
    cierto, a través de la bibliografía y el debate. Pero fue gracias a la lectura de un texto
    «lateral» a la didáctica que pudo cambiar el cristal de su mirada. Lucía ya trabajaba
    como profesora y había tenido la oportunidad de padecer los sinsabores de la indi-
    ferencia estudiantil. Sobre el final de una clase, le sugerí que escribiera un aguafuer-
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te y que leyera, para orientarse, «El soliloquio del solterón» de Roberto Arlt. Al día
siguiente me escribió un correo que decía: «gracias, por fin pude vengarme».
Y Lucía escribió: «El dormilón se sienta en un banco del fondo generalmente, aun-
que los más descarados no tienen problema en ubicarse también en el primero, al
lado del escritorio del docente. (…) Se acomoda, descansa un poco y se despierta a
mitad de la clase con la cara colorada, los puntos del anillo marcados en la piel y los
cabellos revueltos con algún que otro bollito de papel arrojado por algún compañero
insomne. Y mira al docente sin saber muy bien dónde está, probablemente porque
ha soñado y el aula les es ajena. (…) Pero no nos dejemos engañar: hay dos clases
de dormilones, el dormilón casual y el crónico. El dormilón casual quizá salió hasta
tarde la noche anterior o se siente mal o trabaja a contraturno. Suele avergonzarse
y puede ocurrir que se despierte sobresaltado y diga alguna barrabasada redundante
como: «¡Claro! ¡Ese rey era un monarca!» para explicar el conflicto central de El rey
Lear (…) El dormilón crónico, en cambio, es más problemático porque elige par-
ticularmente la hora de lengua para su descanso. Lo hace con alevosía e intención.
Se acomoda profesionalmente a un costado y así sin más se duerme. E incluso a
veces ronca. Y entonces, ¿qué hacemos? Porque la verdad es que no interrumpe la
clase, pero de todos modos está ahí y ¡está ahí durmiendo! ¿Cómo hacer para que
el dormilón no contagie? Delante nuestro se proyecta una cuasi pesadilla: el aula
dormitorio con alumnos con los pies sobre los bancos roncando mientras nosotros
sonamos tan de fondo como la música de sus mp3. Podemos ir con un termo de
café con la excusa de que hace frío y ofrecerlo antes de iniciar la hora… O quizá,
sencillamente, prepararnos un buen té de tilo, consultar al dormilón y preguntarle
por qué se duerme».
La escena más temida se convirtió en un aguafuerte que luego, me contó Lucía, leyó
en su clase. El efecto de lectura no sólo fue que el personaje en cuestión se despa-
bilara, sino que varios le pidieron leer a Arlt. Y yo aproveché «El dormilón» para
arrancar el segundo cuatrimestre y lo leí en mi clase. Carcajadas, reconocimientos.
Yo señalo que nos estamos riendo de un parcial. Las risas se redoblan. Una compa-
ñera recuerda una de las censuras iniciales de la carrera.
«Nos aclaran que en Letras no vamos a aprender a ser escritores y nos dicen que
vivamos con eso». Pienso, entonces, en una doble venganza: vengarse del dormilón
y de la censura de inventarlo. Y luego pienso que la venganza es triple ya que yo le
debo a mi formación académica un largo silencio en mi producción literaria.
Escribir
La metáfora clásica del viaje literario, esto es «no turístico», con sus tormentas y
paraísos perdidos puede enmarcar muy bien algunos comentarios que alumnas y
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    alumnos hacen del parcial domiciliario. Daniela comenta. «La consigna parece pe-
    ligrosa: tengo que escribir un texto de ficción sobre algún problema didáctico de
    la enseñanza de la Lengua y la Literatura. ¿Me saldrá algo digno de un parcial?»
    Federico agrega «Nos acercamos a las investigaciones a través de la metáfora, de la
    creación de personajes, de la puesta en juego de una serie de recursos que están por
    fuera del conjunto de herramientas académicas que solemos utilizar. Me sorprendí
    a mí mismo viendo cómo podía hacerme cargo de un autor a partir del trabajo con
    su estilo». Para rematar, Lucía comenta: «Lo que más me llamó la atención fue que
    la bibliografía que se proponía no era solamente para leer, sino sobre todo biblio-
    grafía para escribir».
    El tratamiento de los materiales (autores, saberes, textos) tiene lugar bajo un hori-
    zonte operativo: el de la transformación de los estudiantes de licenciados en profe-
    sores en letras y el del «saber sabio» en «saber enseñado», como describe Chevallard.
    Muchos de los ensayos cuentan estas otras metamorfosis. Así comienza Andrea
    su ensayo: «Burgundia fue un pueblo germánico que se estableció en Worms, una
    ciudad de Alemania, a orillas del río Rin, famosa por haber sido el lugar al que
    fue desterrado Martin Lutero, en el año 1521. Pero en el contexto de una clase de
    literatura, Burgundia se transformó en ningún lugar, o en el reflejo literario de una
    ciudad inventada para unos fines determinados, ubicada en la frontera oeste de Ciu-
    dad Gótica, limitando al sur con la Tierra Media, al este con Macondo y al norte
    con Utopía. Pongamos entonces, el centro geográfico de El Cantar de los Nibelungos
    en ningún lugar, o mejor, en un aula, una de las tantas noches del bachillerato para
    adultos de la Escuela de Educación Media N.º 12 Eduardo Wilde, de Gral. San
    Martín, donde los alumnos del tercer año discuten sobre la figura de la mujer en
    los cantares de gesta. Discuten, en realidad, acerca de ese no lugar, donde una mujer
    venga la traición a su esposo asesinado. A muchas de las mujeres que están en el aula
    les gustaría haber vivido en una ciudad así, dicen».
    Muchas veces nos preguntamos (y no nos respondemos) sobre el crucial tema del
    aprobado o desaprobado. Para volver al acuario, ¿este alumno ha estado suficien-
    temente con la ñata contra el vidrio? ¿esta alumna que se ufana por explicar el yo
    lírico ha permanecido lo suficientemente quieta frente, al lado, contra también los
    sujetos líricos de su clase? ¿seguirán pensando ambos que la teoría es un caparazón?
    Solemos referirnos a un click, un sonido intenso o débil pero contundente. Un mo-
    mento donde percibimos la conversión. Un texto de las prácticas de Nicolás:
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         luchando». Qué hacer cuando nuestro plan de clase, nuestra clase construida
         en abstracto, eso que en nuestra jerga llamamos «el guion», que todos sabe-
         mos que puede caerse, efectivamente se cae, o incluso peor, cuando tenemos
         la posibilidad de sostenerlo o de destruirlo para armar desde la nada una clase
         nueva. Optar por derribar mi guion y seguir por el camino que el alumno me
         proponía implicó dar una clase de historia, que yo intentaba articular con la
         literatura. La hora culminó al sonar el timbre conmigo citando de memoria
         dos fragmentos de la «Carta abierta a la Junta Militar». Algunos chicos, al sa-
         lir, se dirigieron a la fotocopiadora y compraron el cuento. Su epílogo vendría
         días después, cuando todos llegaron a clase con el cuento leído (el mismo que
         era demasiado largo y costoso). Sin embargo, más allá de que la clase «sirvió»
         para cumplir el objetivo que yo me había propuesto, para mí significó mucho
         más. El dilema de abandonar o no mi guion fue una cuestión que implicaba
         acallar la voz del alumno o embarcarme en una suerte de aventura. Desde el
         momento en que tuve que resolver lo que me proponía el alumno al pregun-
         tarme si Walsh «era ése que murió luchando» me sentí más preparado, o por
         lo menos más confiado para afrontar lo que vino y lo que vendrá.
Decir
Marguerite Yourcenar dice, a través de Adriano en sus memorias, que le llevó mu-
cho tiempo de escritura encontrar su voz. Y esta particular búsqueda de la voz pro-
pia, de Adriano, de Yourcear, de cada uno de nosotros dando clases también tiene
procedimientos analógicos. Mientras que en el conocimiento académico los propios
límites entre mi voz y la de los autores están firmemente raglamentados en notas al
pie, comillas, itálicas, formas de la paráfrasis y anexos, la voz que se va modelando
en el conocimiento escolar tiene en las situaciones didácticas cotidianas un espa-
cio mayor y más complejo de intercambios orales. Aunque en las evaluaciones se
recurra a los cuestionarios de los manuales y el pizarrón se siga usando para acallar
polémicas y todo tipo de desviaciones del tema del día. El silencio en torno a la letra
escrita dura menos y el complejo coro alrededor de los textos suele ser, en el mejor
de los casos, el indicador de que allí hubo/hay lectura.
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    desprende otro eje para pensar la formación de lectores: formar lectores es formar
    hablantes. Pero más allá del «campo de la literatura» y sus agentes más reconocidos,
    tal vez no exista un espacio más locuaz que las escuelas y, dentro de ellas, las aulas.
    Aulas parlantes con sus lenguas nacionales y extranjeras, con sus idiolectos y socio-
    lectos. Aulas donde al mismo tiempo que enseñamos un contenido, enseñamos a
    leer y enseñamos lengua. Una lengua por momentos extranjera para nuestros alum-
    nos. No debe extrañarnos ni desanimarnos la «falta de comprensión» de algunos
    textos sino alentarnos a hacerlos circular porque si no es allí, en la mezcla de lenguas
    ¿dónde tienen su lugar Gonzalo Rojas, Alejandra Pizarnik o Cervantes? ¿dónde, si
    no en las aulas y a través de la lectura aventurarnos en la lengua?
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palabras y buscamos una experiencia nueva con el silencio que nos permita hablar
y dejar de ser hablados.
Ver, escribir, decir son acciones que van entretejiendo una forma de ser profesora o
profesor allí mismo, junto a nuestros alumnos en plena metamorfosis. En el mismo
acuario y en movimiento. Subrayar es amplificar un sonido escrito, tachar es silen-
ciar, escribir al costado es prolongar o señalizar un texto para ver por dónde regresar.
En la formación docente, estos infinitivos tienen en la ficción un excelente punto de
anclaje. Y esa es la propuesta que intento compartir con ustedes.
Bibliografía
Bernard Charlot (2007) La relación con el saber. Elementos para una teoría. Buenos
       Aires, Libros del Zorzal.
Freire Paulo (2002) La importancia del acto de leer. Buenos Aires, Siglo XXI.
Mistral, Gabriela (1978) «La aventura de la lengua» en Recados para América. San-
         tiago de Chile, Revista Pluma y Pincel/Instituto de Ciencias Alejandro
         Lipschutz.
c  c
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La literatura y la formación de
lectores:
Diario de lectura como una estrategia
didáctica para la formación docente
continua*
                                                           Claudia Mariana Santiago* / Luciana Rubio**
Resumen
El diario permite producir algunos puentes o cruces entre la ficción y la vida coti-
diana, entre el canon establecido y otros posibles. Facilita de algún modo, repensar
maneras de tejer allí el marco teórico ofrecido por la diplomatura, volviéndose más
significativo y potenciador para generar la reflexión y revisión de las prácticas de
enseñanza.
Palabras Clave
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    Para ello se pusieron en vínculo dos maneras de leer y se lo hizo a través de ha-
    bilitar la escritura en los márgenes: diarios de lectura y la conversación presencial,
    que vincula experiencias de vida, con relatos no convencionales y convencionales.
    Se puso en juego la literacidad, es decir una actividad localizada en el espacio que
    existe entre el pensamiento y el texto (Bartón y Hamilton:2004), que como toda
    actividad humana, la literacidad es esencialmente social y se localiza en la interac-
    ción interpersonal.
    No fue menor entonces discutir y proponer qué leer y cómo leer, que son interro-
    gantes permanentes a la hora de pensarnos en el trayecto de formación continua y a
    la vez en la que los docentes se piensan como mediadores de lectura.
    Para que esto fuese posible, durante el recorrido de la Diplomatura, pusimos a dis-
    posición de los cursantes diversas opciones de textos literarios para que elijan qué
    leer y presentamos un cómo: un diario de lectura, donde recuperar como dice Bar-
    thes, la lectura irrespetuosa, que interrumpe el texto, a la vez que lo recupera para
    nutrirse y desde allí escribir su propia lectura.
    El propósito de esta experiencia fue poner en tensión la lectura como práctica per-
    sonal y social con los modos escolarizados (Bombini 2004, Cuesta 2008) de leer
    literatura en la escuela. Con respecto a los modos de leer escolarizados, algunos de
    los rasgos que identificamos en el contexto local son: estereotipos vinculados al des-
    tinatario infantil o juvenil, recuperación lógico causal del argumento como primera
    lectura propuesta de las obras, interpretaciones simbólicas únicas y muchas veces
    moralizantes, en especial en el contexto de la escuela primaria.
    En este contexto, el diario de lectura es un género particular que puede ser pensado
    como una estrategia didáctica en tanto permite objetivar la práctica de la lectura en
    su dimensión subjetiva y como práctica cultural. Se trata de escribir la experiencia
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Por otra parte, también podemos vincular el diario de lectura al universo de los re-
latos de viaje, en tanto se trata de un «yo» testimonial que da cuenta de una serie de
informaciones sobre ciertos territorios recorridos, acerca de otros mundos, para los
lectores de su comunidad. Si pensamos en la metáfora de la lectura como un viaje,
el lector es ese viajero que a su regreso advierte lo «otro» que es su propio mundo,
y puede volver a mirarlo y a mirarse. Como afirma Petit (2000) es «(...) a través de
esta exterioridad, de esta lejanía, también nos aventuramos en nosotros mismos; es
nuestro propio yo lo que encontramos al final del camino» (p.9).
Ese universo de significaciones, esa polifonía que pone en escena la escritura del
diario lector, es íntima y social a su vez, en tanto el lector-viajero participa siempre
de una comunidad:
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    lector crean un espacio en que se pueden materializar los lazos entre los saberes
    y experiencias vitales con los escolares, así como también habilitar un rol activo al
    lector. Las notas de lector,
    En este sentido los diarios de lectura, como escrituras al margen, como diálogos
    simultáneos, son textos polifónicos donde se abren diálogos que tejen nuevos sen-
    tidos, esos que no están solamente en el texto ni fuera de él, sino en el «entre» en el
    espacio que teje la voz, la escritura y el cuerpo.
Diario de viajes:
    En los diarios escritos por los docentes nos encontramos con una serie de cuestio-
    nes recurrentes, significativas para la reflexión en torno a este otro modo de leer
    habilitado por el diario de lectura, que nos permitieron, a través del diálogo en los
    encuentros presenciales, problematizar el modo de leer escolarizado y algunas re-
    presentaciones dominantes en torno a la LIJ.
    Sin embargo, en los diarios, nos encontramos con enunciadores que entablaron
    diálogo directo con los textos literarios y propusieron diversidad de envíos, inter-
    pretaciones e interrogaciones a la obra e identificaciones con los personajes, sin
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Esta escena de Las aventuras de Pinocho es justamente una de las que se ha recortado
o suavizado (en muchas el personaje simplemente lo ignora o rechaza verbalmente
al consejero) en las ediciones de adaptaciones contemporáneas de la novela. Preci-
samente, que el niño-muñeco mate al grillo que intenta aconsejarlo, atenta contra
la representación de la infancia como espacio de inocencia y pureza. En la mayoría
de las adaptaciones que circulan de la novela se han «pulido» las contradicciones
del protagonista y la ambivalencia valorativa del narrador sobre su conducta (en
el ejemplo tomado por la docente 2, puede observarse: «quizás no creía que iba a
darle…») y sus consecuencias.
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             ¡Qué presente está el río Mississippi en las aventuras de Huck! Pienso en todo
             lo que significa el río para una ciudad costera. Creo que cuando me mudé a
             Paso de los Libres, una de las cosas que más extrañé fue visitar el río Paraná
             o el arroyo Mártires, sentarme a contemplarlo y a meditar allí mismo sobre
             mi vida. El agua me transmite tranquilidad y vitalidad. Me pregunto cuántas
             de estas descripciones y experiencias vinculadas al río habrán sido parte de la
             vida de Mark Twain y cómo las habrá transformado en ficción. (Las aventuras
             de Huckleberry, Docente 4. Diario de lectura Diplomatura en LIJ. Cohorte
             2018)
    Una tercera cuestión que nos interesa destacar, es el vaivén en la escritura de los
    diarios entre las lecturas simbólicas y las «literales». Uno de los rasgos que caracte-
    rizan al modo de leer escolarizado, especialmente en la escuela secundaria, es la im-
    posición de interpretaciones simbólicas, muchas veces presentadas por los docentes
    como únicas o correctas. Se eluden tanto las interpretaciones que dialogan con las
    experiencias vitales como aquellas vinculadas con el diálogo que establece el lector
    con los personajes y la historia narrada, como lecturas menores. En este ejemplo,
    podemos ver como una misma lectora en un párrafo construye una interpretación
    simbólica en la que traslada los roles de los personajes-perros a las relaciones sociales:
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         Un lunes a la mañana mientras hago tiempo hasta la hora del trabajo. (...) Me
         gusta encontrarme en la literatura, digo esto porque a veces suele aparecer en
         los textos cosas que están vinculadas con mi vida, es decir, tienen un parecido
         muy íntimo como es el caso de Kino que todo lo vuelve música. Desde ya, no
         sé nada de música, pero mi pareja sería una especie de Kino, se levanta con la
         música, en todo momento está tocando algo y haciendo ritmos. (Docente 6.
         Diario de lectura Diplomatura en LIJ. Cohorte 2018)
         Sin embargo, considero que la gente se está haciendo cada vez más cerrada, y
         ya no habla con los vecinos como lo hacía hace un tiempo atrás, por lo tanto,
         el chisme no tiene el mismo interés. Es un punto de vista. (Docente 6. Diario
         de lectura Diplomatura en LIJ. Cohorte 2018)
Otra cuestión que ponen en escena los diarios, a través de los intertextos que los
lectores/escritores incorporan y desde los cuales interpretan, es la diversidad de
historias lectoras, en su dimensión personal y social a la vez. Por ejemplo, en el caso
de la novela Aventuras y desventuras de Casiperro del Hambre, en los diarios escritos
por docentes que se desempeñan en el ámbito de la escuela secundaria es ineludible
la asociación con El lazarillo de Tormes; sin embargo, esta relación intertextual no
la encontramos en aquellos diarios escritos por las docentes de la escuela primaria.
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    En algunos casos, los docentes también entretejen con los intertextos literarios, las
    lecturas teóricas propuestas en el marco de la Diplomatura o con otras que vuelven
    a entrar en su acervo, ahora validadas por estas relecturas:
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En este segundo ejemplo, otra lectora, inicia la escritura reflexionando sobre el dia-
rio, primero refiere a la experiencia como extraña y luego reformula y afirma que
siempre pensó en escribir esa experiencia de la lectura:
         ¡Qué cosa extraña esta de escribir la lectura! es algo así como materializar a
         través de la escritura ese diálogo interior que va naciendo en nuestras mentes
         mientras leemos, como ahora, que me veo ante la necesidad de contar esta
         primera impresión antes de partir hacia la lectura. En verdad, siempre pensé
         que debía anotar, llámese las «sensaciones» que me iba causando el texto, pero
         es obvio que dicha propuesta no se puede hacer todas las veces que uno agarra
         un libro, y por lo tanto, dejo que las ideas fluyan libremente en mi mente. (Las
         aventuras y desventuras de Casiperro del Hambre, Docente 8. Diario de lectura
         Diplomatura en LIJ. Cohorte 2018)
Los diarios de lectura fueron socializados en el aula virtual donde todos los podían
leer, una micro comunidad de lectura, sobre las producciones del taller de escritura
de ficción y juego a la que se le sumaba la del diario; si bien al principio no fue fácil
desinhibirse, cuando eso se pudo saldar, el conversatorio fue posible.
Entendemos que la experiencia del diario de lectura deja de lado el modo estable-
cido por el aparato interpretativo institucional (escuela/universidad) que ha insta-
lado sentidos hegemónicos, donde el fin de la lectura ha sido y aún lo es, reconocer
algunas categorías teóricas o de valores donde el sujeto lector queda preso de la
dinámica de corroboración de lectura.
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    El diario lectura es una trama polifónica que habilita el acto de revisar y revisitar
    los modos de leer y de dar a leer en las aulas, para ello no es menor repensar nuevos
    trayectos de sentidos en el espacio y el tiempo escolar.
Bibliografía
    Alvarado, Maite (2000) (coord.). «Notas de lector». En: Propuestas para el aula Po-
           limodal. Lengua. Propuesta No. 8. Buenos Aires, Ministerio de Educación.
    Barton, David y Hamilton, Mary (2004) «La literacidad entendida como práctica
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Rockwell, Elsie (2005) «La lectura como práctica cultural: concepto para el estudio
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Prácticas profesionales en
contexto de no presencialidad
                             María Rosario Lezcano Azar* / Micaela Arce** / Yolanda Franco***
Resumen:
Palabras Clave
   * Profesora y Licenciada en Letras, Especializada en Docencia universitaria (UNaM) J.P Semi Exclusiva
en Práctica Profesional III General y Especifica. Docente en nivel medio. Investigadora inicial Proyecto: 16 H
848: Prácticas de la enseñanza y sus configuraciones en la escuela media: practicantes y egresados de los profesorados de
Letras e Historia. Contacto: rosariolezcano59@gmail.com
   ** Profesora en Letras, especializada en Docencia Universitaria (UNaM) y en Pedagogía de las Diferencias
(FLACSO). Diplomada en Literatura Infantil y Juvenil (Cemillij-FHyCS) Diplomada en Tecnología Educativa
(FHyCS-UNaM). Ayudante en Práctica Profesional III-FHyCS-UNaM. Contacto: mica291185@gmail.com
   *** Profesora en Letras. Adscripta de la cátedra Práctica Profesional III, especifica en Letras. Investigadora
inicial Proyecto: 16 H 848: Prácticas de la enseñanza y sus configuraciones en la escuela media: practicantes y egresa-
dos de los profesorados de Letras e Historia. Estudiante del Profesorado en Portugués. Facultad de Humanidades
y Ciencias Sociales. Contacto: yrfranco33@gmail.com
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    Tal vez una de las mayores características de este contexto del ASPO es el de la
    «incertidumbre». Sin embargo, la trayectoria de formación profesional de nuestros
    practicantes plantea una fuerte impronta crítica y reflexiva desde la cual no se con-
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cibe la realidad como una situación dada, permanente ni homogénea. En este sen-
tido, los practicantes tanto en las lecturas generales como en la formación específica
experimentan propuestas que hablan de la diversidad de prácticas y experiencias
de enseñanza y aprendizaje. Por lo cual, desde una mirada retrospectiva, podemos
decir esta instancia de no presencialidad fue en principio un obstáculo para luego
ser repensado como oportunidad de vivir otras prácticas profesionales.
En este sentido, el equipo de cátedra, tuvo que realizar una rápida mirada autoe-
valuativa y propositiva: ¿Qué prácticas profesionales son posibles en este contexto?
¿Qué alternativas podíamos ofrecer para que los practicantes no viesen interrum-
pido el cursado –y tal vez la finalización– de su carrera? ¿Con qué escenario escolar
nos encontraríamos? ¿Qué prácticas de enseñanza podríamos diseñar sin la habi-
tual presencialidad? ¿Con qué recursos contamos?
Una de las alternativas fue construir espacios, lecturas y diálogos para repensar
cómo continuamente se complejiza el perfil del docente. Tal como afirma la inves-
tigadora Carolina Tossi:
No es novedad comentar, que llevar adelante el cursado lectivo 2020 en los distintos
niveles educativos demandó que los docentes estuviesen capacitándose a la par de
que diseñaban y dictaban las clases. En el caso de las prácticas profesionales se pro-
puso llevar adelante el diseño y producción de un material didáctico situado para
los estudiantes con los cuales (en situación de normalidad), realizarían sus primeras
intervenciones como profesores de Lengua y Literatura. Para ello fue necesario
mantener diálogo constante con los docentes tutores, diseñar, realizar y analizar en-
trevistas, indagar en los materiales disponibles de diferentes plataformas educativas
y participar de talleres específicos que fueron dictados por profesores de la Cátedra:
Silvia Hauser: Taller de Aula Invertida y Micaela Arce: Diseño de materiales en
EVA (Entornos Virtuales de Aprendizaje). Además se invitó a la investigadora Ca-
rolina Tosi para que de un taller vía Cisco Webex, en el que se abordó y problematizó
la construcción de los recursos didácticos:
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               Como es evidente, los recursos digitales tienen amplias ventajas, pero para
               que puedan constituirse como materiales didácticos el docente debe realizar
               una serie de acciones previas, pues la elección tiene que estar sujeta a criterios
               didácticos. En vistas a ello, primero habrá que diseñar una secuencia didácti-
               ca, fijar los contenidos y luego elegir los recursos bibliográficos y/o digitales
               adecuados. De allí se desprende que los recursos digitales se transforman en
               materiales de enseñanza solo a partir de la selección, diseño y planificación
               docentes, en pos de una finalidad pedagógica(3).
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El cursado 2020 contó con un grupo de veintiséis practicantes (en principio eran
veintiocho y dos abandonaron por diferentes situaciones particulares). La Cátedra
siempre trabajó con parejas pedagógicas. Esta decisión radica en la posibilidad de
fomentar prácticas dialógicas en las cuales el practicante cuente con un par que lo
acompaña en el proceso de diseño, implementación, registro y metarreflexión crítica
de sus prácticas de enseñanza.
Una de las primeras consignas presentadas este año solicitó la escritura de autobio-
grafías que recuperaran las trayectorias escolares y los relatos de experiencias forma-
tivas que consideraran trascendentes. Esta recuperación escrita permitió la proble-
matización y reflexión crítica de tradiciones, modelos, representaciones y prácticas.
Luego en el Seminario específico para practicantes en Letras, se profundizó en la
indagación de la textoteca (Devetach, 2008) y en la problematización de las repre-
sentaciones en cuanto al lector, lectura y literatura.
Es preciso mencionar que, desde nuestro marco teórico, consideramos que las prác-
ticas son hechos socioculturales que se construyen históricamente. Por ello es fun-
damental considerar que el conocimiento se construye en forma colectiva, desde el
diálogo, el intercambio y diversas acciones reflexivas que favorecen a las comunida-
des de aprendizaje:
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    En este sentido la Cátedra pensó y ensayó el uso de diferentes vías para asegurar
    la comunicación y mantener un vínculo con los practicantes. El hecho de que los
    practicantes se hallasen en distintos puntos de la Provincia, hizo que también el
    trabajo en parejas fuese repensado y necesariamente mediado por las redes o medios
    de comunicación más accesibles para lograr acordar el diseño de las tareas. Así lo
    describe una pareja:
              (…) nos costó «un poco» desapegarnos de esos formatos, de esa tradición tan
              estructurada donde había que encajonar y encerrar todo. Tuvimos que dialogar
              y reflexionar mucho para poder cumplir con el objetivo que nos propusimos(7).
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muchas formas de diseñar sus clases, pero el contexto 2020 las desconcertaba por
completo:
Otra de las parejas vuelve a registrar esta dificultad de redactar la clase imaginando
una situación en la cual el destinatario no estuviese en forma sincrónica:
          En el proceso de producción del Material Didáctico lo que más nos costó fue en
          primer lugar, la idea de desligarnos de la presencialidad, pensar contenidos, es-
          trategias y recursos que fueran significativos para una propuesta asincrónica(10).
          El saber sabio debe ser modificado, apropiado, reflexionado más de una vez y
          sus lógicas, como las de su transmisión, deben cruzarse con otras, que llegan
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              Una de las reflexiones que tuvimos en cuenta para lograr lo planificado fue
              pensar en ¿Cómo me gustaría que me enseñen poesía? Entró en juego nuestra
              biografía escolar en donde nos encontrábamos con ese manual de retórica que
              no queríamos replicar. Creemos que ese cambio es un punto de partida para
              pensar nuevas perspectivas para la enseñanza de la poesía(14).
    Resulta muy significativa para los practicantes la posibilidad de visualizar por escri-
    to el registro de sus propias propuestas. En este el contexto de excepcionalidad de
    las prácticas profesionales y de la educación en general, coincidimos en la necesidad
    de diseñar materiales didácticos para estudiantes de escuela secundaria:
    Tal como expone Carolina Tosi (2020), actualmente el docente (los practicantes en
    nuestro caso), tiene a disposición en internet una infinita biblioteca de materiales
    digitales de acceso libre y gratuito que son multimediales, es decir combinan e
    integran de diversos medios, flexibles, pues pueden proponer distintos itinerarios
    de acceso y lectura; interactivos, en la medida en que los usuarios de los materiales
    pueden comunicarse por diferentes medios (chat, mail, redes sociales, etc.) e hiper-
    textuales, ya que disponen de enlaces para su conexión con diferentes documentos
    (cfr p 130).
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          Logramos sortear las dificultades a partir de las distintas lecturas que fuimos
          haciendo acerca de lo que implica enseñar, a su vez fuimos seleccionando los
          conceptos más relevantes que indagamos en distintos materiales, ya sea pro-
          puestos por la docente de la institución o los distintos recorridos que hicimos
          en nuestro transitar por la universidad(16).
En este sentido, una actividad que generó mucho intercambio y reflexión se dio
a partir de la consigna de coevaluación entre practicantes. Tal vez por la horizon-
talidad de los vínculos o por compartir la experiencia de estar en el cursado de la
práctica, las coevaluaciones pusieron en tensión las miradas y decisiones de cada
pareja además de dar cuenta de una mirada crítica en cuanto a la enseñanza de la
disciplina. Así lo explicita una pareja pedagógica:
          Por todo ello la formación del profesorado para el uso pedagógico de las TIC,
          es una condición necesaria e imprescindible para lograr que cambie el méto-
          do de enseñanza de modo que en las aulas se empleen pedagógicamente los
          recursos y materiales informáticos (Yanes y Area, 1998). Esta formación no
          sólo debe ofrecerles el conocimiento técnico e instrumental del software y re-
          cursos de comunicación de las redes digitales, sino y sobre todo, conocimiento
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    Por ello se puede decir que esta situación particular nos permite pensar en otro tipo
    de aula, otros espacios, lugares que sinceramente eran pocos transitados por noso-
    tras. De esta manera, el contexto y la mirada crítica y reflexiva nos permitió-permi-
    te, reconocer en la escritura un dispositivo valioso para registrar, reformular, revisar,
    corregir y reflexionar sobre nuestras propias prácticas profesionales.
Bibliografía
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         con.4274
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Prácticas
Alternativas ///
Resumen
Palabras Clave
    * Profesora y Licenciada en Letras de la UBA, maestranda en Estudios Literarios y docente del Programa
de Extensión en Cárceles (FFyL-UBA). Miembro del equipo de coordinación de la carrera de Letras en el
Programa UBAXXII, en las cárceles de Devoto y Ezeiza. Compiladora del libro Expresos Literarios. Antología
de jóvenes escritores en contexto de encierro (2016). Contacto: sabrina.charaf@gmail.com
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     En esta línea, en este texto propongo analizar textos poéticos y narrativos escritos
     por jóvenes privados de su libertad en distintas localidades del país durante la últi-
     ma década, deteniéndome en las formas por las que esta literatura reapropia y sub-
     vierte las representaciones hegemónicas identitarias mencionadas, en particular las
     del espacio del barrio, a través de la ruptura de las expectativas como procedimiento
     literario. ¿Qué esperaría encontrar un público lector que desconoce la cárcel en
     textos producidos en/desde el encierro? ¿Cómo se imagina que son sus autores y los
     lugares de pertenencia? ¿Cómo y qué escriben? Los textos parecen hacerse cargo de
     estos interrogantes, pero para alterarlos y responder desde miradas contrahegemó-
     nicas. Como se verá, la operación es la de incorporar la mirada del otro y dialogar
       (1) Este trabajo, con pequeñas modificaciones, fue presentado como ponencia en el X Congreso Internacional
     Orbis Tertius de Teoría y Crítica Literaria (IdIHCS, UNLP-CONICET. La Plata. 2019).
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con las expectativas ajenas, para desarticularlas y proponer otras versiones distintas
a las preestablecidas por los medios de comunicación, las instituciones penitencia-
rias y la industria cultural.
El verso que titula este trabajo pertenece al siguiente poema de Iván C.(2) y fue es-
crito en el marco del taller de literatura que dictamos desde el Programa de Exten-
sión en Cárceles (PEC) en el Centro Socioeducativo de Régimen Cerrado Rocca/
Agote de CABA:
Considero que este poema puede ser una puerta de entrada para el análisis de estas
producciones, ya que aparecen condensadas claves de lectura a partir de las cuales
podemos pensar el resto de los textos. En principio, hay una apelación explícita al
lector por parte del yo poético, un lector imaginado como intranquilo y temeroso al
cual se debe calmar, advertir y ordenar –en el sentido de dar órdenes, pero también
de situar–. De este modo, queda instalada la dicotomía entre la mirada ajena, car-
gada al lector y a las personas que al verlo «aprietan sus manos»; y la mirada propia,
asociada con la primera persona, que se opone a esa otra al revelar aspectos de su
identidad: su nacimiento en el año 2000 y el ser «un amor».
En este sentido, resulta productivo recuperar las definiciones que plantea Stuart
Hall respecto del concepto de identidad y sus problemáticas. Partiendo de la pre-
gunta «¿quién necesita ‘identidad’?», Hall vincula su carácter central de irreduc-
tibilidad a la cuestión de las formas de movilización, a la agencia y a lo político
(2003:14). Por un lado, sugiere que las identidades nunca son singulares, sino que se
construyen mediante prácticas y discursos a través de la diferencia, de lo antagónico,
de lo que «no es». Las define así como puntos de adhesión temporaria a posiciones
subjetivas que construyen las prácticas discursivas. Por el otro, señala que:
           las identidades tienen que ver con las cuestiones referidas al uso de los recur-
           sos de la historia, la lengua y la cultura en el proceso de devenir y no de ser; no
           de ‘quiénes somos’ o ‘de dónde venimos’ sino en qué podríamos convertirnos,
    (2) Por tratarse de escritores menores de edad en cumplimiento de medidas penales, se indica el nombre con
la inicial del apellido, tal como fuera mencionada la autoría en la publicación.
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              cómo nos han representado y cómo atañe a ellos al modo como podríamos
              representarnos. Las identidades, en consecuencia, se constituyen dentro de la
              representación y no fuera de ella (Hall, 2003:17).
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Al recorrer las producciones realizadas por las y los jóvenes en contextos de encie-
rro, no solo aparecen referencias al espacio de la cárcel (ver, a modo de ejemplo, el
cuento «La reja» de Daniel F. publicado en el libro Expresos Literarios), sino que
también se manifiesta el espacio del barrio. Al menos en los textos que recabé hasta
ahora, se podría decir que son más recurrentes las apelaciones al espacio barrial que
al carcelario. En estos casos, el barrio se configura como un espacio anhelado a la
distancia desde el encierro, pero si además, si reconocemos estas configuraciones
de los barrios como parte de las retóricas de la identidad, se convierten a su vez
en la posibilidad de reescribir las representaciones condenatorias de sus lugares de
pertenencia.
Como explica Carolina Rolle, el barrio puede definirse como un «constructo lite-
rario» que «se vive como una unidad geográfica y cultural» (2017:13). Desde esta
perspectiva, se pueden analizar los cuentos del capítulo «Historias del barrio» del
libro Expresos Literarios. Antología de jóvenes escritores en contexto de encierro escrito
en 2015 por Daniel F., Omar M., Nicolás C. y Luis T. en el taller literario del PEC
dictado en el Centro Socioeducativo de Régimen Cerrado M. Belgrano, en el mar-
co del proyecto de Voluntariado Universitario «Lectoescritura e inclusión» dirigido
por Gloria Fernández.
Los cuentos se construyen dirigidos a un público lector que ignora las localidades,
sus historias y sus habitantes. El primero se titula «Historia de Villa Caraza». Co-
mienza con un presente narrativo que rememora en primera persona la infancia en
el barrio: «Cuando yo era chico vivía en el conurbano bonaerense, para ser más espe-
cífico, en el barrio de Villa Caraza, un lugar peligroso y humilde» (2016:13). Si bien
se menciona al barrio como un lugar «peligroso», el relato gira en torno a un grupo
de chicos que juegan a arrojar basura en los patios de los vecinos, tocar el timbre y
salir corriendo. El inicio del cuento recupera los discursos ajenos sobre el barrio (el
peligro, la droga). Se trata de discursos que podrían coincidir con las expectativas de
un lector que no conoce el lugar, para subvertirlos con la historia narrada y ofrecer
una mirada distinta, desde adentro, sobre lo que allí sucede. Asimismo, se soslaya la
denuncia del abandono estatal: las calles poco mantenidas, los pozos y las inunda-
ciones. En «Historia de la infancia» vuelve a aparecer el juego, la mirada infantil y la
construcción de un personaje barrial llamado Ana, una anciana a la que el resto de
la gente margina pero con la que el narrador-protagonista empatiza.
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     En las crónicas de Seguir Soñando acontece algo similar. El primer número de la re-
     vista Seguir Soñando se publicó en julio de 2002 y el último, el vigésimo, en diciem-
     bre de 2018. Esta publicación, que continúa hasta la actualidad en su versión impresa
     y digital, surgió en el marco de un taller de Comunicación Social para los jóvenes del
     Centro Cerrado Almafuerte del Organismo de Niñez y Adolescencia de la Provincia
     de Buenos Aires. Una de las secciones de esta revista se titula «Mi ciudad, mi barrio»
     y contiene crónicas barriales de los distintos lugares de pertenencia de cada uno de
     los autores. Al igual que en los cuentos analizados, en estas crónicas aparece incor-
     porada la mirada del otro para alterarla y contar de primera mano cómo son estos
     espacios. Es así que muchas de estas crónicas comienzan con aclaraciones como las
     siguientes: «como en todos lados», «en mi barrio hay gente buena y mala», «muchos
     son trabajadores», «mi barrio tiene de bueno muchas cosas, la gente es trabajadora»
     (SS, 2016:29), entre tantos otros ejemplos en los que parece operar una respuesta an-
     ticipada a lo que el lector cree saber y esperaría leer sobre estos barrios.
     Los espacios aludidos se configuran a partir del conocimiento sobre los mismos, es
     decir, otra de las condiciones de escritura de estos textos es la experiencia y es lo que
     legitima la disputa con las expectativas de determinado público lector. Las poéticas
     barriales se ven atravesadas por la vivencia a través de los sentidos: los espacios se
     imaginan gracias a haber habitado, transitado y recordado las calles, la esquina y las
     plazas (Rolle, 2017:16). La experiencia, si bien es individual y particular de cada
     barrio, en estas crónicas se vuelve colectiva; conforman una totalidad y un acer-
     vo identitario con todos estos espacios comunes referidos en los distintos relatos.
     Como explica Nahuel Roldán, uno de estos espacios por excelencia es la esquina:
     lugar de comunicación, de encuentro de caminos, de giro y de cruce, y a la vez de
     parada y de aguante (2016:65). En la crónica de Franco A., se dice, por ejemplo,
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que «la esquina de mi barrio para mí es parte de mi identidad, el lugar ideal elegido
por todos nosotros, es un lugar que vale doble (...), valen doble de risas y alegrías,
(...), es un lugar público y aparte muy popular, pienso que en cada barrio hay una
esquina» (SS, 2016:18).
La otra novela colectiva de este mismo sello, Compañeros hasta el frunche, fue pro-
ducida de manera grupal por los jóvenes que participan del taller de narrativa y
encuadernada por otros adolescentes dentro del mismo instituto. Este texto recu-
pera la estructura de Las mil y una noches para proponer una versión actualizada de
la misma: a modo de relato enmarcado, cada capítulo se corresponde con un día de
visita del personaje de Rodrigo a Nahuel, su compañero preso. La narración alterna
entre los relatos del afuera –el barrio– y el adentro –el encierro–. Las historias de
cada capítulo en boca de Rodrigo tienen como escenario el barrio inventado Las
Chalitas y, al igual que en los textos de Seguir Soñando, aquí también cobra relevan-
cia la esquina, en particular en el relato sobre el velorio del amigo asesinado por la
policía y el homenaje realizado, justamente, en la esquina donde solían juntarse los
personajes. En el barrio hay delito pero también, a diferencia de lo que podría espe-
rar cierto público lector, es el espacio de la pertenencia, la integración y la empatía
(Roldán, 2016:69).
A modo de cierre
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              Estos sucesos son el sello para aquellas bocas gigantes y sucias que escupen
              manifestando que somos incapaces. Y digo ‘somos’, porque somos banda los
              que estamos en la misma, como este pibe, Lautaro, que decidió narrar su
              historia, contando y sufriendo, amando y cuestionando, pero sobre todo que-
              riendo transformar (...). Con algunos derechos rescatados nos apropiamos de
              la palabra, que también es nuestra (2017:9).
     Como se vio a lo largo del trabajo, los textos incorporan las expectativas, los cues-
     tionamientos y las miradas ajenas de determinada instancia lectora que se imagina
     desconocedora de lo que presentan las voces poéticas y narrativas, y que se identifica
     con los discursos hegemónicos y preestablecidos respecto de las identidades sobre
     los jóvenes, sus barrios, el delito y la cárcel. La disputa por la identidad opera a par-
     tir de los recursos literarios que producen la ruptura de esas expectativas: apelación
     irónica al lector, adivinanza, configuración del espacio barrial desde la experiencia,
     narración desde la mirada infantil que desnaturaliza e inclusión de términos de
     discursos ajenos para contradecirlos. El espacio de la literatura se vuelve una herra-
     mienta para disputar lo que son, dónde están y cómo llegaron ahí.
Bibliografía
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              ratura del Programa de Extensión en Cárceles de la Facultad de Filosofía
              y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
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c  c
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Resumen
Los espacios educativos –aulas, talleres, bibliotecas– donde se lee y escribe literatura
en la cárcel, configuran espacios de enorme potencialidad para habitar el encierro
de maneras alternativas a la lógica punitiva y también para resignificar la vida intra-
muros. En este artículo me interesa desarrollar algunas hipótesis sobre las prácticas
de lectura y escritura literaria en la cárcel a partir de la experiencia de formación
de mediadores de lectura en unidades penitenciarias del conurbano bonaerense du-
rante los años 2017 y 2018, en el marco de un programa estatal del gobierno de la
Provincia de Buenos Aires.
Las cárceles son sede de intervenciones socioeducativas intramuros, en las que las
prácticas literarias suelen tener un lugar relevante, asumiendo un papel significativo
en la reconstrucción subjetiva y social de las personas privadas de su libertad. Frente
a las lógicas propias del tratamiento penitenciario, con la que los proyectos educa-
tivos suelen entran en tensión, las prácticas literarias abren intersticios en un orden
cerrado de silencio y sometimiento.
Nos interesa comprender los usos y sentidos de la literatura en esos contextos, es-
pecialmente las trayectorias y relocalizaciones que se operan sobre los textos produ-
cidos en talleres o en la vida cotidiana de la cárcel. En dichos procesos, las personas
«hacen que las cosas pasen» (Kell, 2013) y consiguen negociar sus roles e identidades
frente a los discursos dominantes, como los que imperan en las instituciones totales.
Palabras Clave
   * Profesor en Letras y Magíster en Escritura Creativa. Docente en las carreras de Letras de la UNLP y la
UNSAM e investigador en el Área de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Ha participado en numerosos
proyectos socioeducativos en todo el país y coordinado talleres de lectura y escritura en cárceles de la Provincia
de Buenos Aires. Es autor de Imaginación y escritura. La enseñanza de la escritura en la escuela (El Hacedor,
2017) y de artículos sobre didáctica, escritura y literatura. Contacto: sfrugoni@icloud.com
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        (1) Se trata del Proyecto «Mediadores del conocimiento en contextos de encierro», dependiente del Mi-
     nis-terio de Ciencia, Tecnología e Innovación, en trabajo conjunto con el Ministerio de Justicia de la Provin-cia
     de Buenos Aires. El proyecto consiste en espacios de formación en mediación a la lectura para perso-nas pri-
     vadas de su libertad, que culmina con la llegada de una biblioteca itinerante con más de 100 libros que quedan
     a cargo de los participantes. Durante el período 2017/18, el proyecto se implementó en dife-rentes UPs de las
     cárceles de Gorina, José León Suarez, Florencio Varela, Magdalena, Los Hornos, Batán, Lomas de Zamora y
     Campana.
        (2) Beto se autodesignaba alternativamente con el género masculino y femenino. Hemos decidido respetar
     aquí esa ambivalencia.
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de carpeta escolar con un relato. Parecía una versión corregida porque estaba escri-
to con bastante prolijidad y sin tachones. Me dijo que quería mi opinión sobre el
cuento. Y también mis correcciones. Nos despedimos hasta la semana siguiente. El
relato en cuestión narraba la historia de un caballero (al estilo de los relatos tradi-
cionales de caballería) que vivía en un castillo con «su amada Vanesa» hasta que una
«bruja malvada», celosa de ese amor, se ocupaba de separarlos. En el cuento, podían
leerse los personajes y tópicos más reconocibles del fantasy y el cuento maravilloso:
princesas, dragones, castillos, calabozos oscuros, brujas malvadas y una serie de obs-
táculos a los que debía enfrentarse el caballero Beto para volver a los brazos de su
amada Vanesa. Comparto un fragmento del cuento:
         Beto caballero valiente y decidido quiso volver a su amor, tuvo que sortear
         muchas pruebas como pelear con un dragón al cual logró matar, después con
         un ogro, a quién venció tirándole con una piedra, después fue mandado a un
         calabozo frío y solo.
Una semana después, cuando conversamos con Beto sobre el relato, me contó la
situación en la que había sido escrito. En un episodio un poco confuso, al salir de
su pabellón había empujado a una agente del servicio penitenciario, lo que le valió
unos días de encierro en «buzón», la reclusión en la celda de castigo, sola y aislada.
En esa situación, extrañando a Vanesa –que en ese momento había dejado de ser
para mí un personaje de ficción–, tuvo la idea de escribir su historia amorosa en
forma de cuento. Mi primera pregunta fue si ella era lectora de relatos maravillosos
o de cuentos de hadas, a lo que me respondió que no, que su inspiración vino de
una ceremonia en la que había participado tiempo atrás. Como parte de un ritual
de casamiento, dos compañeras de su pabellón habían narrado su relación amoro-
sa como un cuento. Beto había tomado ese modelo para testimoniar su amor por
Vanesa. En la conversación me dejó en claro que su intención había sido producir
una especie de alegoría en la que diferentes hechos de su vida y de su relación con
Vanesa se figuraban de manera simbólica en los personajes y peripecias del relato.
En encuentros siguientes trabajamos con la reescritura del cuento hasta que Beto
estuvo satisfecha con el resultado. Mantuvimos la trama pero ampliamos algunas
zonas del cuento intentando producir nuevos efectos de sentido.
         Beto era creyente y clamaba que Dios lo libere del calabozo oscuro al que es-
         taba confinado. Temía que lo mandaran a otro reino lejano donde nunca más
         vería a su amada Vanesa por la que luchaba para volver a sus brazos, besos y
         caricias, estar juntos de nuevo. Pero la maldad y oscuridad seguían actuando.
         Mientras lloraba aparece una luz tenue, siente un tibio calor que lo rodeaba.
         Aparece un hermoso ángel que llega y lo libera cubriéndolo con sus alas.
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     Cuando acordamos que era la versión definitiva, Beto hizo una copia especialmen-
     te para mí, que me entregó en el último encuentro con una dedicatoria. En suma,
     aquel primer texto surgido en el «engome» había sido reescrito y ampliado, también
     había asumido nuevas funciones inscribiéndose en un nuevo marco de relaciones
     sociales.
     Esta experiencia educativa puntual que acabo de relatar, nos interroga sobre la con-
     diciones en las que se lee y se escribe literatura en la cárcel, sobre las maneras en que
     circulan prácticas significantes, estrategias retóricas y tópicos de la literatura –no
     necesariamente por medio de los libros– y los sentidos y funciones que los textos
     van asumiendo en las trayectorias de vida de las personas. En especial, los usos de
     la literatura para representar una experiencia como la del encierro punitivo, atrave-
     sada por la violencia institucional, la interrupción brutal de las trayectorias vitales
     y –como señala Esteban Rodríguez Alzueta– los múltiples despojos a los que son
     sometidas las personas privadas de su libertad: «una suerte de confiscación perdura-
     ble practicada de manera sistemática y directa por los trabajadores del servicio peni-
     tenciario, y de manera indirecta por los empleados y funcionarios del poder judicial.
     Pero también por los propios pares, obligados a convivir entre todos» (Rodríguez
     Alzueta, 2018:264). Un privación que va mas allá de la libertad ambulatoria, tam-
     bién lo es de la intimidad y de la propia identidad, de los pocos objetos materiales
     que puede atesorar un preso y que son destruidos en cada requisa o se abandonan
     en los traslados. La frágil condición material de los textos escritos en la cárcel con-
     figura, de alguna manera, condiciones particulares para la literatura que se produce
     y que producen esas vidas confinadas. Podría pensarse que la enorme cantidad de
     poemas escritos en la cárcel, es un efecto de esas condiciones tan precarias para la
     existencia material de los textos. Un poema es más fácil de llevar de un lado a otro,
     de reescribir de memoria o de guardar en un pequeño pedazo de papel.
     En los últimos años, los enfoques vinculados a la lectura y escritura como prácti-
     cas sociales, reunidos en torno a lo que se llama Nuevos Estudios de Literacidad
     (Kalman y Street, 2000), nos han ofrecido herramientas y modos de abordaje para
     la complejidad que asume la tarea educativa y de mediación cultural en el encierro.
     En ese marco, distintos actores e instituciones realizan intervenciones socioeduca-
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Lo anterior supone estar advertidos sobre el problema que conlleva formular decla-
raciones universales sobre la lectura y escritura, afirmaciones categóricas sobre sus
efectos y funciones y la necesidad de comprender las tramas sociales y culturales
que dan forma y sentido a esas prácticas. La noción de “«práctica situada» ha sido
clave para observar los múltiples usos de la lectura y escritura en nuestras sociedades
(Zavala y Vich, 2004). La literacidad no reside ni en la mente de las personas ni
en los textos, es social de principio a fin y se localiza en redes de interacción. Otros
autores, como Hamilton y Barton (1998) señalan la importancia de pasar de una
literacidad centrada en los individuos a un estudio de la manera en que las personas
la usan a nivel de los grupos, como recurso comunitario que se hace efectivo en las
relaciones sociales.
El enfoque de los NEL y, en particular, los conceptos de Kell nos permiten inte-
rrogar con mayor detalle la circulación de los textos en la cárcel: por ejemplo, cómo,
de qué forma y con qué objetivos las personas privadas de su libertad usan textos
literarios en diferentes «escalas» y situaciones, con fines muy diversos, inclusive con-
tradictorios. Sería posible seguir la trayectoria de textos (de prácticas significantes,
en realidad, porque Kell mira los textos en relación a otros recursos semióticos,
orales, visuales, etc.) para advertir cómo se vuelven herramientas de transformación
subjetiva y social. Textos y prácticas que van ingresando en diferentes redes y con-
formando, al mismo tiempo, esas mismas redes. Asimismo, nos permite construir
una noción de contexto (de encierro) menos estática, entendido no como un esce-
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     nario con características fijas y estables en el que suceden las prácticas, sino como
     lo entendemos en este artículo: una serie de mediaciones inherentes a las prácticas
     mismas y que ellas contribuyen a crear. El contexto es dinámico y relacional, cons-
     truido por los mismos participantes (Achilli, 2009).
Escribe Kell:
                 Me he centrado en las formas en que las personas «hacen que las cosas pa-
                 sen» (Kell, 2008; 2009) proyectado sus significaciones a través del espacio y el
                 tiempo. Moviendo literalmente sus palabras, recontextualizan los significados
                 al llevarlos o enviarlos a nuevos contextos. Sus esfuerzos por hacer que las
                 cosas pasen son el hilo conductor, ocasionalmente «fijado» o «realizado» en
                 textos, que a su vez llevarán ese hilo a través y dentro de nuevos marcos de
                 participación. (Kell, 2013:9)(3)
        (3) «I have taken up a focus on the ways in which people ‘make things happen’ (Kell, 2008; 2009) through
     projecting meaning making across space and time. Literally moving their words, they recontextualise meanings
     by carrying or sending them into new contexts. Their efforts to make things happen are the thread, which at
     times becomes ‘fixed’ or ‘realised’ in texts, which then carry the thread across and into new participation fra-
     meworks». Traducción propia.
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Cierro el texto con dos escenas que podrían pensarse a la luz de una concepción
dinámica de las prácticas discursivas y sociales que suceden en los encierros. Duran-
te un taller en la UP n.º 28 de Magdalena, realizado en el marco del proyecto que
mencionamos en la nota 1, los participantes toman en préstamo libros a elección
sobre los que, a la semana siguiente, conversan. Esas charlas dan lugar a reflexiones
sobre las distintas formas de la recomendación y su función en la mediación a la
lectura; discuten qué títulos elegir, para qué o para quiénes y otros temas sobre los
que se trabaja en esos encuentros. En una ocasión, Carlos se llevó en préstamo el
Libro del Haiku luego de explorar un rato la mesa. A la semana siguiente conversa-
mos sobre su elección y contó que «no se había enganchado mucho» y que «le fal-
taban más lecturas para entenderlo». Mi comentario fue que no había mucho para
entender más que ese resplandor que provocan los tres versos del haiku. Se quedó
pensando y me dijo: «sí, por ahí lo que me pasó es que no me sirvió». Y cuenta que
en realidad estaba buscando un libro de poemas para su novia. Cada vez que habla-
ban por teléfono ella le regalaba la lectura de un poema y él quería devolver el gesto.
Obviamente, un haiku no le servía para ese propósito.
Otra de las propuestas de dicho taller consistía en seleccionar un libro para una per-
sona concreta, «con nombre y apellido». Una recomendación puntual acompañada
de una reflexión sobre las razones de la elección. Esta consigna habilita nombres
de familiares, visitas, novias y novios, compañeros del pabellón. La conversación
posterior hace visible una red de lectores posibles en los que cada uno está inmerso.
Una comunidad potencial que trasciende incluso las rejas. Luis, un joven que estaba
empezando la primaria, me pidió durante dos semanas el mismo libro: Nadie te cree-
ría, del escritor argentino Luis María Pescetti, que incluye el relato «Incógnitas»,
un cuento que narra la historia de una familia migrante mexicana que tiene que
cruzar la frontera con USA. La particularidad es que está escrito íntegramente con
preguntas(4). Luis me contó que estaba practicando la lectura en voz alta del cuento
porque quería compartirlo con su madre el día de la visita. Lo que le interesaba era
saber qué respuestas le daría ella a las preguntas del cuento.
    (4) A modo de ejemplo, transcribimos el inicio del cuento: «Quieren que les cuente una historia? ¿Prefieren
una que conocen o una que elija yo? ¿Saben la de esa familia que era muy pobre y vivía en el campo? ¿Creen que
el padre iba a quedarse toda la vida esperando a ver si la situación mejoraba? (…)» (Pescetti, 2017:57).
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Bibliografía
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Resumen
Palabras clave
   * Lic. en Letras (UBA) y Mgter. en Ciencias Humanas y Sociales (EHESS). Actualmente, prepara un doc-
torado sobre la literatura en espacios universitarios en cárceles. Es docente y tallerista en el Centro Universitario
Devoto. Su trabajo se enmarca en el Programa de Extensión en Cárceles de la Facultad de Filosofía y Letras de la
UBA. Contacto: ines.ichaso@gmail.com
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     Esta nueva configuración de los vínculos entre cárcel y universidad –el acceso a esta
     última de personas privadas de su libertad, en calidad de estudiantes– permite que
     grupos de personas que accedan a una institución de la que normalmente quedarían
     excluidos por su pertenencia a los sectores más vulnerados de la sociedad(2). Hom-
     bres y mujeres con trayectorias escolares fragmentarias, a menudo con el primario
     y secundario incompletos, terminan la escolarización obligatoria en la cárcel y allí
     mismo entran en contacto, por primera vez, con la universidad. Esta confluencia
     improbable entre personas e instituciones no sólo afecta a quienes acceden a la
     educación superior, sino que también interpela a la universidad, a sus modos de
     funcionamiento y a sus objetivos. El interrogante del presente artículo se sitúa en
     la doble dirección formulada: buscaremos deslindar y describir los significados que
     los estudiantes privados de su libertad le otorgan a sus estudios universitarios y,
     a su vez, las preguntas con las que la cárcel interpela a la universidad. Para ello,
     presentaremos distintos momentos de un trabajo etnográfico llevado a cabo en el
        (1) La Mesa Interuniversitaria de Educación en Contextos de Encierro nuclea, desde 2010, a las universida-
     des nacionales que desarrollan propuestas de carreras de grado, extensión e investigación en cárceles argentinas.
        (2) Según el informe del SNEEP de 2018, la población penitenciaria tiene una destacada presencia de varo-
     nes jóvenes argentinos con un bajo nivel de escolarización. El 67% de las personas privadas de su libertad no ha
     pasado de la escuela primaria y tan sólo un 2% tiene estudios terciarios o universitarios. Recuperado de: https://
     www.argentina.gob.ar/sites/default/files/informe_sneep_argentina_2018.pdf el 11 de noviembre de 2019.
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A primera vista, el espacio difiere de las representaciones que circulan sobre la cár-
cel. Apenas atravesada la reja de entrada al CUD, se presenta ante la vista un pasillo
donde estudiantes privados de su libertad, docentes y talleristas circulan sin restric-
ciones visibles por la ausencia del personal penitenciario. Se presenta como un lugar
acogedor, sobre todo en contraste con el camino desde la entrada del Complejo
Penitenciario, acorde a una imagen previsible de pasillos monocromos, tiempos de
espera para atravesar las sucesivas puertas, examen minucioso de documentos y
pertenencias, máquina de rayos x y ruido de rejas. De modo que podemos hablar
del CUD como un lugar de cruce, entre «la calle» y «la tumba», un entre-lugar, ex-
céntrico en relación tanto a la cárcel como a la universidad extra-muros.
   (3) Parte de este trabajo retoma la etnografía sobre trayectorias educativas que informó mi tesis de maestría,
Usages de l’éducation en prison entre adaptation et résistance : écritures et lectures au Centre Universitaire Devoto,
EHESS, Paris, 2016; la otra parte corresponde a avances de mi investigación de doctorado en curso.
  (4) El artículo referente al «estimulo educativo» permite reducir los pasos de la progresividad de la pena
mediante la aprobación de niveles educativos primario, secundario y superior.
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     tipula que cursar y aprobar talleres y materias universitarias, se formula como parte
     de los objetivos propuestos por el SPF para acceder a una reducción de los pasos de
     la progresividad de la pena. En los primeros años de funcionamiento del estímulo
     educativo, aparecía la pregunta de cómo era posible que cursar materias y talleres
     percibidos como espacios de denuncia y reflexión sobre las condiciones de vida en la
     cárcel pudiera reducir los tiempos de la progresividad de la pena. Esta contradicción
     fue formulada por M. un día de agosto de 2014 en el Taller Colectivo de Edición,
     un taller extracurricular del CUD en el que se edita la revista La Resistencia desde
     el año 2011, en los siguientes términos: «No pensé en poner el trabajo en la revista
     como estímulo o conducta. No veo cómo lo que hacemos acá puede colaborar con
     ellos [el SPF](5)». Esta contradicción marca el paso de M. por el CUD, que nos
     interesa porque expresa de una forma paradigmática los problemas y preguntas que
     suscitan los cruces entre cárcel y universidad. Es por esta razón que a continuación
     presentaremos la trayectoria educativa de M.
     En vistas de la liberación, decía que esta vez no pensaba volver a delinquir. Es im-
     portante saber que M. afirmaba tener una verdadera carrera y una reputación como
     ladrón. Era reincidente, había cumplido tres penas, y en su relato decía que sólo en
     la última algo en él había cambiado, y que la educación, en especial el CUD, había
     sido el motor de ese cambio. Hablaba de la educación como una «segunda madre»,
     que le había «hecho ver las cosas de otra manera». Sentía que se había «formado por
     primera vez en la vida».
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M. no participaba solamente de las carreras, sino que era una presencia ineludible
de los talleres extracurriculares de Narrativa y Edición (en las revistas La Resistencia
hay muchísimos artículos, poemas y canciones suyas) y, además, cantaba en el grupo
de cumbia «XTB Portate Bien». Decía haber empezado a escribir, cantar y compo-
ner en la cárcel, y era un defensor activo del espacio universitario. «Me da felicidad
bailar y cantarle en la cara al cobani», decía. Sin embargo, en 2014 su actitud había
cambiado completamente. Su liberación, y sobre todo de las salidas transitorias, lo
«tenían mal». Las idas y vueltas entre el barrio y la cárcel eran un tema recurrente
en sus conversaciones y en sus textos. Hay uno que está publicado en el número 11
de La Resistencia (AAVV, 2014):
16 cuadras
         Quería llegar, estaba cerca y no podía; tan sólo restaban 16 cuadras para poder
         verte, tan sólo me transportaba mi imaginación durante dos años, ocho meses
         y 16 cuadras.
         No sabía que eran 16, nunca las conté; quería poder ayudarte, besarte, correr
         con vos y no sabía que tan sólo eran 16 cuadras y media, justito. En colectivo
         pareciera más corto, pero son 16 cuadras para nuestro reencuentro. 16 cuadras
         que me y nos separan del paraíso y el infierno.
Este texto expresa la experiencia del tiempo y el espacio propia del encierro. La in-
sistencia en la precisión de los números contrarresta una experiencia del tiempo que
está marcada por la incertidumbre y la arbitrariedad; es una forma de controlarlo.
Pero además, habla de la separación y del aislamiento en términos espaciales, lo que
desnuda la distancia entre el adentro y el afuera: 16 cuadras y media es muy poco
(la distancia desde el penal de Devoto hasta el otro lado de la Avenida General Paz,
límite de la Ciudad de Buenos Aires), pero a la vez esa llegada parece imposible.
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     Ahora bien, lo que «torturaba» a M. a la hora de salir era algo bastante específico.
     Cuando afirmaba que al salir «de transitoria» sentía que no tenía lugar en el mundo,
     que no tenía una lengua propia, no se refería a la violencia clásica de la cárcel sino
     a que esta vez estaba saliendo con una forma diferente de expresarse y de pensar, y
     era eso lo que le dificultaba la vuelta al barrio. Al ser reincidente, de hecho, ya había
     vivido la transición de la salida, según él, sin este sentimiento. El tema es que, en
     este caso, afirmaba que en el barrio no podía decir que había cambiado, que buscaría
     trabajo y que quería seguir estudiando. Y este sentimiento de impotencia se dupli-
     caba al volver al CUD, seguir con las materias y los talleres, y sentir que no podía
     darles significado a todas esas experiencias y saberes del otro lado de los muros.
     Lo interesante del perfil M. es que, por un lado, es alguien que comparte la trayec-
     toria de la mayoría de las personas que pasan por la cárcel: infancia de privaciones,
     trayectorias escolares fragmentarias, contacto precoz con el Estado en su forma pu-
     nitiva (policía, juzgados, cárcel), reincidencia. En otras palabras, una trayectoria ale-
     jada de la de un estudiante. Para él, como para muchos, la cárcel, más que el «punto
     ciego» o la «cara oculta» de la sociedad, es una posibilidad real y concreta, desde la
     infancia. Porque un tío, una pareja, un primo está o estuvo preso. El sociólogo Javier
     Auyero, que trabaja en el conurbano bonaerense, habla de la cárcel como «una ins-
     titución de la vida cotidiana en muchos territorios de relegación urbana» (Auyero
     y Berti, 2013). De hecho, M. habla de su «caída» en términos de su «destino», el
     propio y el de sus amigos. Decía: «La primera casa del pobre es la villa. La segun-
     da, la cárcel». Un día, mirando fotos de sus amigos en Facebook de cuando tenían
     alrededor de 20 años, señalaba uno por uno diciendo: «Difunto, difunto, difunto.
     En Marcos Paz, en Devoto, este no sé qué se hizo». La mitad estaba en la cárcel, la
     otra mitad había muerto en enfrentamientos con la policía.
        (7) Término que comporta un proceso de deculturacióny de integración a una cultura carcelaria.
        (8) Según el autor, este proceso implica la aceptación del rol de prisionero y la adopción de disposiciones
     propias de una sub-cultura carcelaria: formas de vestir, de comer, de dormir, de trabajar, de hablar, etc.
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La realidad es que, al ser liberado, era una persona marcada por un prontuario pe-
nal, además de la estigmatización que sufren los habitantes de su barrio. Al final, el
único grupo del que se sentía miembro era el del CUD, villeros y estudiantes. Esta
conjunción, lamentablemente, no existía afuera.
Ritos de pasaje
Este desfasaje lleva a la pregunta sobre la función que cumple el estudio al interior
y al exterior de la cárcel, así como también sobre el rol de la universidad en el acom-
pañamiento de sus estudiantes una vez que recuperan la libertad. En este sentido,
el caso de M. no es aislado. Podemos sumar otro, que suscita otras preguntas: W.,
un artista que fue estudiante de Letras en el CUD, rescata en el relato de su salida
en libertad en 2016 el acompañamiento del Programa de Extensión en Cárceles de
la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA(9). Hoy ya ha publicado tres libros de
poesía, cuentos y aforismos, trabaja en la biblioteca de la Facultad, y a diario tiene
que gestionar un reacomodamiento identitario similar al de M. en el colectivo entre
su casa y la facultad. Hablando de la literatura y la circulación de sus libros, dice:
    (9) El PEC es un programa que promueve prácticas y acciones de enseñanza, investigación y extensión
en contextos de encierro o vinculadas con las problemáticas propias del sistema penal y la cárcel, orientadas a
defender los derechos humanos y generar herramientas para la inclusión social de las personas privadas de su
libertad ambulatoria y liberadas.
   (10) Entrevista a W. realizada por Lucas Adur e Inés Ichaso en marzo de 2018.
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     Nuevamente, nos encontramos con una dificultad de darle sentido a ciertas prác-
     ticas propias del mundo universitario –como ser el estudio, la lectura y la escritu-
     ra– en territorios y grupos a los que la universidad no llega, salvo en circunstancias
     excepcionales. El paso por la literatura, para W., lo transforma en un «sujeto dócil,
     académico», un sujeto vacío de significado en su mundo.
La UBA interpelada
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En estrecho vínculo con lo anterior, este recorrido nos invita a reflexionar sobre la
construcción de conocimientos, la formulación de programas y la definición de pla-
nes de estudio. Cuando M. y W. sostienen que hay una incompatibilidad entre los
saberes de adentro y afuera, plantean la necesidad de revisar las currículas teniendo
en cuenta propuestas de formación que resulten significativas para los y las estu-
diantes que incorpora. Existen propuestas en contextos de encierro que dialogan
con estos interrogantes; por ejemplo, desde 2017 se dicta en el CUD una Diplo-
matura en Gestión Cultural para el Desarrollo Comunitario y este año se sumó a la
oferta académica de Centro Universitario San Martín(11) la Diplomatura en Arte y
Gestión Cultural. Ambas formaciones establecen relaciones con los saberes y las ex-
periencias en el marco de la educación popular y contemplan desde su diseño hasta
sus modos de implementación las características del territorio en el que se insertan.
Para concluir, este recorrido por las historias de dos estudiantes de un Centro Uni-
versitario en la cárcel nos invita a revisar los alcances de la universidad cuando entra
en contacto con grupos que suelen quedar al margen de este nivel educativo. Consi-
derar la educación universitaria como un derecho y, en consecuencia, trabajar para
democratizarla, tiene que tener en cuenta sujetos, experiencias y lenguajes nuevos.
Bibliografía
Auyero, Javier y Berti, María Fernanda (2013)Violencia en los márgenes. Una maes-
        tra y un sociólogo en el conurbano bonaerense.Katz. Buenos Aires.
Clemmer, Donald (1958) The prison community. Holt, Rinehart and Winston.
      Nueva York.
    (11) El CUSAM pertenece a la Universidad Nacional de San Martín, y funciona en la Unidad 48 del Ser-
vicio Penitenciario Bonaerense.
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     Goffman, Erving (2001) Internados: ensayos sobre la situación social de los enfermos
           mentales. Amorrotu. Buenos Aires.
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     A lo largo de los encuentros, los jóvenes iban escribiendo en sus cuadernos y hojas
     sueltas, a partir de la lectura de textos literarios (de Girondo, Borges y Camilo Bla-
     jaquis, entre otros), junto con diversas propuestas para movilizar la imaginación y la
     creatividad. Como afirma Bajour (2009):
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         Muchas veces la lectura compartida de algunos textos, sobre todo los litera-
         rios, es una manera de poner de relieve, siempre atentos a la intimidad y al
         deseo del otro, la punta del iceberg de lo que sugerimos por medio de silencios
         y palabras. (p. 2).
En este caso, se potencia aún más por el hecho de que no solamente compartimos
lecturas literarias, sino que además profundizamos en la búsqueda de las palabras
propias, a partir de las ajenas, movilizando dinámicas de escritura como otra forma
de romper el cerco del no decir.
La publicación de los textos producidos, en sintonía con Finocchio, inserta las ex-
periencias literarias en una propuesta de circulación social de la palabra. Es una
continuación del trabajo de escritura mediante la cual las voces silenciadas atra-
viesan las rejas. Entonces, propusimos la producción colectiva de una antología de
relatos y poemas escritos por los jóvenes, un proyecto grupal que integra a todos los
que habían participado durante el año.
En el relato «Los no aptos para esta sociedad», Joel (2018) describe al colectivo del
que forma parte y con quienes comparte el encierro: «No crucé pibes que nacieron
en cuna de oro. Conocí de las villas y de barrios humildes. Y como siempre, la hu-
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     mildad persiste en cada uno de nosotros.» (p. 5) De esta manera, su estilo escrito se
     construye en paralelo con la oralidad, poniendo en juego el registro de su sociolecto.
     Se trata de una voz personal y colectiva a la vez. Con sus palabras plantea una de las
     cuestiones centrales del sistema carcelario: la selectividad. Los individuos que son
     aislados del resto de la sociedad mayoritariamente provienen de clases empobreci-
     das. Y su situación de conflicto con la ley se enmarca, por lo general, en crímenes del
     tipo robo de la propiedad privada a pequeña escala y el consumo de drogas ilegales.
     Como toda selección, distingue y segmenta entre quienes reciben el castigo, adentro
     de la prisión, y por fuera aquellos delitos que permanecen impunes. En este sentido,
     Fernández (2014) postula como causa contextual de esta problemática:
     Cabe preguntarse ¿quién es «apto» para esta comunidad y quién lo determina? ¿No
     es la sociedad, a través de las instituciones del Estado y de la organización civil, la
     responsable de formar personas «idóneas y hábiles»?
     Pero además el relato de Joel adquiere la forma de manifiesto y denuncia algo más:
     ellos lo saben, son conscientes de que la exclusión económica los empuja al delito
     y del delito a la cárcel como un orden predestinado. Sin embargo, Los no aptos para
     esta sociedad tienen una voz propia que reclama ser escuchada.
              Tomando unos amargos, dialogando con los no aptos, a pesar de que yo tam-
              bién pertenezco a ese grupo tan polémico; escucho y comparto historias de
              vida con los monstruos.
              Pero a pesar del qué dirán, somos pibes llenos de sentimientos. Distintas per-
              sonalidades, pero los mismos sentimientos y con el mismo propósito de salir
              en libertad.
              (…) Todos sabemos remontar una pistola, pero todos tenemos el don de
              aprender cosas nuevas.
              Siento que mucha gente cree lo que dice el noticiero. Pero que vengan un día a
              ver cómo somos y qué pasó con nosotros, que hoy nos encontramos acá. (p. 5)
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     Volviendo al momento de escritura, otro de los jóvenes, llamado Mirko, eligió una
     de las tarjetas de géneros narrativos, denominada «Maravilloso», cuya imagen retra-
     taba a un hada en el bosque. A partir de allí, inició su poema «Mi hermosa hada».
     Se quedó pensativo y le acercamos las cartas de Propp, las cuales presentan una pa-
     labra y dibujos de las funciones que equivalen a una relación de acciones que suelen
     acontecer en los cuentos populares. Similarmente, Julián escogió la tarjeta «Policial»
     e inició una narración basada en el tema de la venganza. Cuando en su desarrollo
     se sintió «trabado», que no sabía cómo continuar, le pasamos los dados «Story Cu-
     bes», juego diseñado por Rory O´Connor. Luego de arrojarlos, pudo continuar con
     su historia hasta finalizarla. Al momento de leernos, incorporó la actuación de los
     personajes, poniendo en juego lo corporal y el movimiento como parte de su per-
     formance.
     Por su parte, David (2018) escogió una imagen de Criaturas que muestra a una nena
     apoyada contra un muro rasgado por grietas tapándose la cara, acompañada del
     enunciado «Paloma, paloma, ¡el que no se escondió se embroma!»; detrás suyo apa-
     rece una extraña criatura. Entonces, se preguntó: «¿Dónde te escondes?» y escribió:
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         De noche veo la luna, de día veo el sol, de noche veo las estrellas…
         Ahora voy a contar mi historia.
         Yo probé la droga y un día me choqué con una pared. Detrás de la pared había
         una flecha y me entró en el corazón.
         Entonces empecé a ver monstruos. (p. 8)
Por último, la publicación fue planificada de manera colectiva. Cada uno seleccionó
los textos que quería publicar. Además, realizaron ilustraciones para acompañar las
palabras con imágenes como habíamos visto en el libro-álbum. Entre todos, pro-
pusieron y votaron el título, el subtítulo y redactaron el «Prólogo colectivo» (2018),
titulado «Escritura encerrada», en el que afirman:
         (...) logramos hacer esto que ninguno de nosotros imaginaba llegar a realizar.
         Estamos privados de nuestra libertad, pero no de nuestros sueños. (...) Cuando
         escribimos sentimos que largamos todo. Sentimos que nos expresamos de cora-
         zón, que nos liberamos. Con la escritura encontramos la paz en esta oscuridad.
         (...) Juntos nos propusimos hacer algo bueno y que nos deje algo mejor. (p. 3)
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Bibliografía
     Bajour, Cecilia (2009) «Oír entre líneas: el valor de la escucha en las prácticas de
             lectura». En Imaginaria. Número 253. Recuperado de http://www.imagi-
             naria.com.ar
     Brian, David, Exequiel, Joel, Julián y Mirko (2018) Las escrituras de los no aptos.
             Jugando con palabras literarias. Batán: A cara de perro Ediciones.
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Resumen
El presente trabajo tiene como objetivo analizar los alcances y limitaciones del pro-
grama «Mediadores del Conocimiento» –perteneciente al Ministerio de Ciencia,
Tecnología e Innovación de la Provincia de Buenos Aires– a partir de la recupera-
ción de experiencias docentes en diferentes unidades penitenciarias. Asimismo se
reflexionará al respecto del proceso de enseñanza-aprendizaje de la lectura y escri-
tura en espacios de educación no formal, como el que compone el presente caso de
estudio.
Por último, se recuperará una experiencia específica que tuvo lugar en el Complejo
Penitenciario Batán.
Palabras Clave
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Introducción
     El presente estudio se enmarca desde una perspectiva etnográfica. Si bien los tiem-
     pos «en terreno» en cada unidad fueron acotados, hace tiempo que venimos traba-
     jando con este estilo de investigación y el presente trabajo es parte de un trabajo de
     campo más amplio. Consideramos que dicho estilo de investigación permite estu-
     diar procesos educativos que poseen cierta complejidad, la cual se busca compren-
        (1) Talleres que buscan estimular en las personas en contexto de encierro un rol activo como sujetos del
     conocimiento. El mediador es el encargado de propiciar condiciones favorables para generar interés por el
     conocimiento, proponer nuevas experiencias y, a partir de las vivencias adquiridas, promover entre sus pares la
     posibilidad de multiplicar su rol.
         La iniciativa coordinada con el Ministerio de Justicia de la Provincia, incluye la donación de bibliotecas mó-
     viles a las instituciones donde se desarrollan los encuentros para facilitar el acceso a material literario y que los
     participantes actúen como agentes de difusión en las propias unidades penitenciarias y en sus grupos familiares.
     Durante los talleres se propone abordar la importancia de la lectura y el conocimiento como herramientas trans-
     formadoras de la sociedad». Fuente: https://www.gba.gob.ar/ciencia/acciones/mediadores_del_conocimiento.
        (2) En los últimos años se vienen desarrollando diferentes programas y acciones desde el Estado con el
     objetivo de promocionar la lectura. Creemos que la implementación de este programa no es azarosa sino que
     forma parte de una política educativa. Para una mayor profundidad en el tema ver Bombini, Gustavo (2008).
     «La lectura como política educativa» en Perspectivas en torno a la lectura. Revista Iberoamericana de Educa-
     ción, 2008 n.° 46 p. 19-35.
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Alcances y limitaciones
No obstante, esta misma brevedad puede ser tomada como una limitación ya que la
mayoría de los participantes expresó la voluntad de que quisieran que el programa
continúe. Asimismo, en términos de proceso de enseñanza-aprendizaje de lectura y
escritura no se puede profundizar en ciertos conceptos y prácticas. Los materiales
de lectura suelen ser breves, para que puedan ser leídos y discutidos en los tiempos
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     Si bien las lógicas y formatos parecen ser diferentes: en los talleres el espacio se con-
     cibe como más desestructurado, no se obtiene una calificación, da la sensación de
     que pueden expresarse con mayor libertad en términos de que se puede decir, hacer,
     proponer. Los contenidos y actividades pueden redefinirse sobre la marcha, siempre
     de la mano de qué resulta atractivo y genera la participación de los/as estudiantes.
     Por ejemplo, en la Unidad n.° 1 de Olmos trabajamos con estudiantes pertenecien-
     tes al pabellón universitario, de los cuales muchos eran estudiantes de la Licenciatu-
         (3) Para ejemplificar lo dicho anteriormente, nos referimos a que si trabajamos con un cuento, una consigna
     puede ser volver a escribirlo cambiando el «foco» (1ra., 2da. o 3ra. persona) o modificar el principio o el final del
     mismo. Si trabajamos con poesía, las tareas de continuar los versos, de copiar la estructura cambiando el conte-
     nido o de mezclar fragmentos de distintos poemas y reordenarlos e intervenirlos, son consignas que motorizan
     la escritura, pero principalmente animan a aquellos estudiantes que manifiestan más trabas o timidez a la hora
     de escribir literatura desde la «página en blanco». Reconocemos la tipificación de consignas de escritura como
     creativas y de invención, enmarcada en algunas discusiones desde desarrollos de la didáctica de la literatura.
     Para profundizar sobre este tema ver Frugoni, Sergio (2017). Imaginación y escritura. La enseñanza de la escritura
     en la escuela, Buenos Aires, El Hacedor.
        No obstante, en el presente trabajo de campo se trabajó con consignas que responden a una larga tradición
     en la disciplina escolar (Cuesta, 2016) y que se mantienen en sus realizaciones a través de distintas asignaturas,
     cuyos nombres vienen variando según la política curricular del momento, hoy las materias se llaman Prácticas
     del Lenguaje y Literatura.
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Por otro lado, creemos que en estos espacios el vínculo entre docente-alumno/a
rompe el formato tradicional asimétrico, marcado por una jerarquía de saberes, y se
redefine, desde la construcción de un saber construido en el vínculo (Nobile, 2011).
Esto genera un ambiente de confianza, de reconocimiento mutuo, donde las reglas
de convivencia no son impuestas sino negociadas. Así, para quienes asisten a la es-
cuela tanto primaria como secundaria, toda oferta de taller extracurricular atraviesa
y dialoga con la institución escolar, en este sentido, ciertos contenidos que pueden
estar abordando o haber abordado con anterioridad en la escuela se reactualizan con
los desarrollados en el taller.
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     Por su parte, en la U n.° 50 de mujeres el grupo era mucho más reducido: doce
     alumnas de diferentes lugares de procedencia y de un rango etario amplio, entre 22
     y 54 años. A saber, cuatro alumnas leían y escribían con regularidad, en los primeros
     encuentros comentaron cómo obtenían y hacían circular los libros: utilizaban la
     biblioteca cuando podían (por fuera de los meses del ciclo lectivo la misma está ce-
     rrada y no pueden retirar ningún material), durante la visita sus hijos/as mayores les
     traían material de lectura que luego intercambiaban o prestaban a otras compañeras
     del pabellón, pero casi nunca de un pabellón a otro ya que no tienen contacto salvo
     por los talleres esporádicos o si comparten el área de trabajo. En términos de nivel
     de escolarización, el grupo era diverso: algunas alumnas se encontraban finalizando
     sus estudios secundarios al interior de la Unidad, otras habían obtenido su título
     recientemente y dos eran profesionales (Lic. en Artes Visuales y Prof. de Matemá-
     tica). Salvo una de las participantes, el resto eran madres.
     En los tres casos, los participantes no fueron escogidos «al azar», sino que se trabajó
     en el primer y tercer grupo con comunidades específicas, habituados a participar de
     actividades, talleres, jornadas. En el caso de las mujeres, si bien no conforman un
     «grupo» de antemano, muchas de ellas también participan de otros talleres o traba-
     jan juntas, justamente por gozar de «buena conducta».
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Para el trabajo con poesía se partió de preguntarles qué era la poesía, cómo estaba
construida, si recordaban algún poema o poeta que les guste. Asimismo, el siguiente
encuentro estuvo destinado a romper con la idea que se tiene de poesía (general-
mente asociada a la poesía tradicional, que habla de los grandes temas como el
amor, la muerte, el dolor; construida con estructuras fijas).
Dada la proximidad de las unidades, del contacto entre ellas, surgió la idea de hacer
fanzines que puedan ser puestos en circulación entre las unidades, entre los grupos
participantes del programa. Esta práctica volcada a la materialidad del objeto per-
mitió desandar ciertos conceptos históricamente arraigados, tales como «autor» en
tanto figura consagrada, «libro» como aquel soporte único legitimado de circula-
ción, así también «lector», «lectura», «literatura». Previamente fueron llevados algu-
nos modelos de fanzines con el objetivo de continuar reflexionando sobre el objeto.
Luego de algunas dudas y temores iniciales nos lanzamos a fabricar los fanzines.
   (4) El haiku es un género poético de origen japonés. Se escriben en tres versos sin rima, de 5, 7 y 5 sílabas,
respectivamente. Suelen hacer referencia a escenas de la naturaleza o de la vida cotidiana.
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     Una vez elaborados, fueron fotocopiados con la intención de que cada uno/a se que-
     de con el original y una copia para dar a sus familiares o compañeros/as, y las otras
     copias circularon por las otras dos unidades.
Bibliografía
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«Literatura de camiseta»
en Mauricio Rosencof.
Distintos modos de poblar un
calabozo
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Resumen
Esta «literatura de camiseta» como la llama el autor, por haber salido al mundo es-
condida en los dobladillos de la ropa sucia, es un acto absoluto de resistencia. Cada
línea configura una resignificación del mundo, del espacio y de la experiencia.
Palabras Clave
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Presentación
     Hemos seleccionado distintas series de poemas que escribiera en ese período, con-
     siderando que las condiciones en que fueron producidos los mismos determinan la
     pertinencia de este análisis.
     Como dijera Eduardo Galeano(4) estas obras constatan, que la máquina de la muer-
     te produce vida y existe una «insólita capacidad de hermosura en las peores condi-
     ciones imaginables».
        (1) Criado en el seno de una familia judío-polaca. Isaak Rozencopf, su padre había abandonado su Polonia
     natal para venir a trabajar a la sastrería Sica de Florida, lo que le posibilitó tiempo después traer a su esposa y a
     su hijo. Mauricio nacería aquí, ya al año siguiente de que estuvieran instalados. Esta brusca ruptura con el pa-
     sado, marca una genealogía de la persecución ya que casi la totalidad de la familia Rozenkopf como Zylberman
     (rama materna) que no logró emigrar, fue exterminada durante el holocausto.
        (2) Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas. Fundada en 1961 y vigente hasta el día de hoy.
        (3) Es «un hablar sobre y un hablar a». En estos casos, el mundo simbólico marca un momento en que el
     sujeto trata de encontrar un camino de inscripción psíquica que lo traumático despojó de su mismidad, es decir,
     de la mirada integrada sobre sí mismo. El impacto de la violencia hace que se pierda para sí mismo y a los ojos
     de los demás su consistencia de sujeto. La subjetividad queda doblemente expropiada y el testimonio se elige
     como una opción reparatoria. (Kaufman 2014)
        (4) Artículo de la revista mexicana nexos, 1 de agosto de 1980 https://www.nexos.com.mx/?p=3674
        (5) Ya a partir de 1968 durante la presidencia de Pacheco Areco (1967-1972) la oligarquía uruguaya había
     recurrido a la violencia sistemática frente al avance de la resistencia contra el fascismo, representada por algunas
     expresiones organizadas como fue el caso de los Tupamaros, profundizándose la represión política y social a
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   Cont. (5) manos de los Escuadrones de la muerte también conocidos como Comandos Caza Tupamaros o
Defensa Armada Nacionalista (DAN), fueron grupos parapoliciales de extrema derecha que operaron en Uru-
guay en las décadas de los años 1960 y 1970.
    (6) El secuestro y posterior asesinato en agosto de 1970 del funcionario estadounidense Dan Mitrione (ase-
sor sobre métodos de tortura), la fuga de mujeres de la cárcel de Cabildo conocida como Operación Estrella y
la fuga de unos 100 miembros, del Penal de Punta Carretas en 1971.
    (7) El autor habla de una nueva época cultural que divide en dos generaciones a partir del 1940/5 con línea
divisoria en el año 1955. La primera etapa sería internacionalista, la segunda nacionalista. La formulación inte-
lectual de esta «generación crítica» va a ser corroborada por el asalto a la ciudad de Pando.
   (8) Operativo realizado el 8 de octubre de 1969 que consistió en el asalto a la comisaría, al cuartel de bom-
beros, a la central telefónica y a varios bancos de la ciudad de Pando, situada a 32 kilómetros de Montevideo. El
resultado es el robo del equivalente a aproximadamente 357.000 dólares en 20 minutos. Escapan simulando ser
un cortejo fúnebre. Son interceptados y en el enfrentamiento mueren tres guerrilleros (Ricardo Zabalza, Jorge
Salerno y Alfredo Cultelli), un policía (Enrique Fernández Díaz) y un civil (Carlos Burgueño).
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     Memorias del calabozo, escrita ni bien recuperaran la libertad y publicada por pri-
     mera vez en 1987, pretende ser el testimonio de esos años de encierro. La experien-
     cia carcelaria se plasmó como un diálogo directo en la voz de F. Huidobro y Ro-
     sencof, quienes se prometieron que si sobrevivían a la misma, iban a dejarla escrita.
                 (…) teníamos la necesidad de testimoniar no solo por nosotros, sino por todos
                 los que estaban en una situación similar o por los que habían pasado por las
                 mismas y habían sucumbido. Si tuviera que sintetizar lo que estamos hacien-
                 do diría que es un canto a la vida, un testimonio de vida, una reafirmación
                 vital (MR, FH 2018:79).
     De este libro en diálogo con entrevistas y otras publicaciones vamos a extraer da-
     tos precisos sobre el derrotero vivido, las circunstancias en que fueron forjados los
     textos elegidos y el sentido que implicó su creación: «vos fuiste a la vez, todo mi
     público y crítico literario». Refiriéndose a las obras: «Había que pensarlas, escribir-
     las, meditarlas, corregirlas y sacarlas lo más pronto posible». «El objetivo central era
     estamos vivos, ese era el mensaje para afuera y para adentro, nuestro adentro» (MR,
     FH 2018:287).
        (9) El golpe se realiza durante la presidencia de Juan María Bordaberry. A partir de este momento se dicta-
     mina la prohibición de los partidos políticos, la ilegalización de los sindicatos, medios de prensa y la persecu-
     ción, encarcelamiento y asesinato de opositores al régimen.
        (10) El «círculo de Dante» como él mismo lo llama, se componía de Sta. Clara de Olimar, Punta Rieles,
     Melo, Rochas, Minas, Paso de los Toros, Laguna del Sauce con la esperanza puesta siempre en volver al Penal
     Libertad de donde partieron.
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La palabra posible
La misma fue gestada en un total estado de clausura ya que a pesar de saber que
estaban en grupos de tres y reconocer en cada traslado la voz del otro, durante años
no se vieron las caras, ni el exterior, no tenían objetos ni lecturas(11) Desde la pri-
mera visita, en Santa Clara de Olimar le habían prohibido a Alejandra, la hija de
Rosencof de tan solo 7 años, decir palabras como flor, pájaro, estrella, paloma.
Estando en Minas(12) un cabo le pide a Mauricio una carta para cortejar a una jo-
ven. Si bien los carceleros no podían tener contacto con los presos por la posibilidad
de convertirse en correo de los mismos, el suscripto trae ese recado que pronto dará
lugar a un cambio total en la inercia del calabozo. En gratificación por el trabajo
realizado, Rosencof recibe dos cigarrillos y otros objetos indispensables. Por otra
parte Huidobro logra algo similar haciendo dibujos y retratos. «El arte tiene sobre
la gente un poder mágico» (MR, FH 2018:184).
Hablar de temporalidad en esta serie de escritos resulta impreciso ya que nos en-
contramos con la problemática de su complicada producción o gestación, y su des-
fasada publicación o difusión real.
En Minas por un breve tiempo Rosencof pudo escribir, según el mismo declara en
un estado «fermental y ansioso» que logró liberar como una catarsis en el papel a
través de la punta del bolígrafo que se había convertido en un músculo más (MR,
FH 2018:145). Muchas cosas se perdieron con las continuas requisas, como por
ejemplo una novela para niños. Algunos poemas sobrevivieron y conformarían una
serie recién en Paso de los Toros, años más tarde, cuando recuperara la posibilidad
de escribir.
   (11) La ausencia total de objetos formaba parte del dispositivo abusivo y se sostuvo estrictamente salvo en
algunas brevísimas excepciones como por ejemplo durante la visita de la Cruz Roja en el cuartel de Caballería
8 en Melo.
   (12) La cárcel de Minas es el primer lugar donde luego de una hambruna lapidaria en Laguna del Sauce, son
trasladados y se les permite leer gozando durante un mes y medio de un «trato para la recuperación».
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     Los poemas son vivo reflejo de las celdas mínimas (1,80 x 60 cm) donde estuvieron
     casi 2 años. Fueron gestados durante sueños o duermevela, o quizás dialogando
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Surgen como un grito de esperanza que manifiesta que aún están vivos tras haber
perdido todo con los innumerables traslados y la hambruna.
          Era casi una terapia, atar los fantasmas del calabozo a estructuras literarias. Y
          era, además, una manera de traspasar el más allá del muro con nuestro grito
          de guerra: ¡Aún vivo! (…) Los poemas, por ejemplo, tenían la virtud de ocupar
          poco espacio y ser memorizables (MR, FH 2018:287).
Es importante destacar la diferencia entre este poemario, que no contó con un so-
porte material de escritura fijo y La Margarita. Aquí, la síntesis y economía de pa-
labras, además de reflejar el espacio carcelario surgió como un acto obligado frente
a la necesidad de memorizarlos.
          Hoy mi cuerpo
          está mejor.
          Lo han trasladado;
          camina
          un paso y medio
          más
          y otro tanto
          el muro
          se ha alejado (Poema 22)
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     Los pocos objetos que están en el ínfimo espacio son extensiones del poeta, hay una
     proyección psicológica reiterada y se percibe nuevamente trastocada la percepción
     temporal.
                El camastro
                dejó de gemir;
                reposó sin dolor
                de cada hueso.
                Entró en un tiempo
                en que fue nube;
                chaqueó el candado.
                Regresaban. (Poema 13)
       (16) La idea de la espesura del tiempo se repiten durante todo el testimonio que dan tanto F. Huidobro
     como M. Rosencof en Memorias del calabozo pero aparecen textualmente en p. 198/199
       (17) Versos de los poemas 2 y 3 del volumen.
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Al reunir ambas series en una misma publicación nos encontramos con una se-
cuencia autobiográfica donde la auto reflexión primero y la esperanza de la libertad
luego, se plasman en medio de matices y figuras retóricas que establecen que la obra
además de valor testimonial, no pierde su altura literaria.
Si bien los versos son libres, existe cierta musicalidad recurrente y por momentos
detectamos la presencia de pequeñas rimas.
   (18) En el 2005 aparecerá una versión musicalizada por Silvia Meller. En el 2013 se edita un nuevo fono-
grama. Esta vez se llamará Conversaciones con la alpargata y saldrá bajo el sello Ayuí/Tacuabé reuniendo poemas
del libro homónimo publicado por la editorial Arca en setiembre de 1985, junto al poemario Desde la ventana,
prólogo de Mario Benedetti e intercalado anécdotas en la voz de Rosencof.
   (19) «Donde la mano no alcanza».
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                 Pedro Rojas
                 Aquel que solía escribir con su dedo en el aire
                 trabajosos trazos ligeros
                 Grabó a uña en el muro gris eterno
                 su eterno
                 Vivan los compañeros
     Distintos ángulos del espacio carcelario se describen en «Oigo los huesos», «Mi
     celda es un lagar», «El muro vertical», «En el silencio», «A estos dos metros», etc.
     Podemos afirmar que todos los textos engendrados en estas circunstancias además
     de dar testimonio de las condiciones en que fueron recluidos y tratados forman un
     cuerpo común, un derrotero autobiográfico que algunas veces se despliega hacia un
     universo imaginario y otras se sostiene sobre ejes totalmente realistas «¿Cómo tardé
     tanto en darme cuenta de que una obra maestra es un cuerpo único? Y que realidad
     y fantasía no es una dicotomía, que es un todo único, ¿cuánto tardé?» (Rosencof
     2003:35-36)
        (20) Esta piedrita es un presente que Rosencof le va a dar a su hija Alejandra con un relato inventado por él,
     que le otorga un valor único. La niña la guardará bajo la almohada como un tesoro. El título de Piedritas bajo la
     almohada tiene su origen en esta historia.
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Este poemario que se publica recién en 1995(21) junto con Canciones para alegrar a
una niña, aparece por primera vez en 1994 con el nombre de La Margarita musica-
lizado por Jaime Ross alcanzando una difusión y popularidad notable.
Los versos redactados sobre un librillo de hojas de fumar, surgieron como una co-
raza frente a la realidad tangible que no se podía vivir, logrando que el mundo se
desarrollara en la memoria, en los recuerdos y en las fantasías.
Estuvieron 10 años hablando a golpe de nudillo, hablaban sobre los poemas, hacían
historias, fantaseaban sobre el premio Nobel, con el Ñato, con el Pepe, hablaban
de novias. La Margarita se convirtió en la única novia de los tres, la noviecita de la
matiné bailable. «Golpe a golpe nos abrimos una ventanita clandestina a la vida»
(MR, FH 2018:31). La Margarita logró reponer la alegría aún en condiciones infra-
humanas de supervivencia y darles fuerza para seguir. Ambos habían acordado que
imaginariamente verían colgado en el calabozo un cartel que decía «aquí también
se lucha» (MR, FH 2018:64).
Durante ese período conocieron todo el uno del otro, enfermedades, internaciones,
infancia. Ese lenguaje surgido de la necesidad, posibilitó que el barrio entrara en las
paredes, pasara a la celda de al lado, refrescara el aire, el tablao, la milonga, la chiqui-
lina. Todo lo que aparece en La Margarita es un extracto del barrio que la memoria
desdobla como un salvavidas.
    (21) Editada por Ed. Colihue y con reedición en el 2006 de Ed. Alfaguara que le añade el fonograma en
la voz de Jaime Ross e incluye una entrevista realizada por el periodista y escritor Fernando Butazzoni, quien
indaga en el origen de este proyecto conjunto.
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     «La estrategia era que podía a través de la poesía dejar entrar los fantasmas»(22).
     «Éramos los nigromantes del nicho, lo poblábamos de espíritus» (MR, FH 2018:75).
     Los poemas eran envueltos en un trozo de nailon dentro del dobladillo de la cami-
     seta que cada 20 o 30 días llevaba la madre de Rosencof para lavar.
     El lector puede ir armando con los textos un caleidoscopio donde resplandece una
     visión universal y totalizadora del amor. Cada fragmento es un cuadro de época,
     testimonio de un tiempo añorado que se comienza a sentir propio: el boliche, la
     heladería Miguelito, el peluquero Carlitos, el zapatero remendón, el zaguán. La Far-
     macia Yi que aún existe, ubicada en la Avenida 18 de Julio, el balcón de Margarita, al
     lado de la casa de Garibaldi 2877, la academia de Dalmiro, el club Tuyutí, la tribuna
     América y siempre la barriada. La palabra se vale de la memoria y retorna a lugares
     seguros.
     «Si pintas tu barrio pintás todos los barrios» y La Margarita va por eso: recoge los
     colores, los sonidos, el amor primero, la adrenalina, la esperanza, como material de
     supervivencia. Se trata de flashes, momentos, «poesía de situaciones» como su autor
     la llama, marcan una época, el radioteatro, la muchacha seriecita, las cargadas, los
     sueños. Al final se vuelve a la realidad del primer poema animado por esperanza
     de volver y encontrar tanto a La Margarita como a la vida, en cualquier esquina(23).
     La literatura otorga una nueva dimensión al calabozo que logra alojar el parque,
     un atardecer, el club, el barrio y sus actores «Esa traspolación del barrio al calabozo,
     era un mecanismo constante, el calabozo lleno de gurises, la playa, la arena, envase
     de coca cola, venía la guardia y no sabía dónde meter la botella. Los límites entre
     realidad y fantasía no eran claros, era un mecanismo de defensa»(24).
     «Había que escalar el tiempo» expresa Rosencof. Había que poblar el calabozo para
     no enloquecer, traspasar las rejas, el breve espacio real y abrir una ventana hacia lo
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posible, que permitiera resistir. Había que inventar un lugar donde lo bueno de lo
real/irreal sobreviviera al suplicio real/irreal.
A veces despertar de esa realidad era difícil y la locura estaba acechando en cada
rincón del calabozo.
«El Pepe, con quien estábamos incomunicados, vivía su propia agonía dramática, los
fantasmas lo acosaban». «Para nosotros no había fronteras entre lo real y lo imagi-
nado. Todo era uno». (MR, FH 2018:75)
Un recurso que ayudaba a sobrevivir era atrapar los fantasmas. Dominarlos antes
que ellos lo dominaran a uno.
La niñez en la escritura
El poemario Canciones para alegrar a una niña (1985) que aparece en la primera
publicación de La Margarita, canción de amor en 25 sonetos (1995), se percibe como
un disparo de color dentro de la oscuridad permanente. La luna, el sol, las estrellas,
un pájaro, el rocío toman forma en los versos, que responden a una de las grandes
preocupaciones que presentaron estos años de cautiverio, tanto para Rosencof como
para Huidobro, y que fue la preservación de sus hijas en los tiempos de visita. De
hecho la dedicatoria de Memorias del calabozo es para Alejandra (la hija de Mau-
ricio), que representa, como expresa literalmente «todos los niños y niñas de estas
historias irreales de la vida real».
También será para ella, el primer poema que escribe estando en Melo, luego de re-
cibir uno de los trocitos de papel que la niña arrojaba al aire con la esperanza de que
llegaran a la celda y que decían: Papá, te quiero. Este poema se titula «Carta». La
epístola como reposición de la ausencia habilita un espacio íntimo donde el diálogo
imposible tiene lugar, el soneto es nuevamente la forma de expresión elegida:
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     Estas historias surgieron frente a la dificultad que encontraba Huidobro para co-
     municarse con su hija (aún menor que la de Mauricio) la cual lloraba desconsolada-
     mente cuando lo veía y decía que no tenía manos, (manos que escondía esposadas
     bajo la mesa). Eleuterio pensaba suspender las visitas porque sentía que le hacía
     mal a la niña, y a través del particular sistema Morse que inventaron para comuni-
     carse por medio de la pared, Mauricio le dice que le cuente cuentos, así tiene algo
     que esperar de cada encuentro. Será él mismo quien los invente y se los transmita
     con el lenguaje de las manos: «todos los cuentos vienen del fuego, el fuego atrae las
     memorias sueltas» (Rosencof 2005a:21); «Si uno ve las cosas como son, no ve nada»
     (Rosencof 2005a:23); «Se sobrevive a cuento, a puro cuento» (Rosencof 2005a:43).
     En El Combate del establo (1985), pieza teatral escrita, como ya hemos dicho, en
     Paso de los Toros que se estrenó antes de que Rosencof saliera de prisión, el espacio
     carcelario es trasladado a un granero. El interlocutor elegido y compañero de peri-
     pecias es una vaca, que se muestra sumisa y abandonada a su destino «bienaventu-
     rados los mansos, José» (Rosencof 1994:205), en contraposición con el protagonista
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músico, que se resiste al sometimiento; «hay que tirar ¿sabe? Algo se va a romper»
(Rosencof 1994:200). La autoridad es personalizada por un cuidador (Perrone) que
los tortura permanentemente. La historia comienza con un absurdo, al mejor estilo
kafkiano de metamorfosis, y termina con la simbiosis que se produce entre ambos
personajes que luchan contra la despersonalización sostenidos por los sueños, la
esperanza de una carta y el recuerdo.
El saco de Antonio (1985) plantea la necesidad de crear alguien para poder sobrevivir.
Así es como Consuelo en su soledad crea a Antonio y Magdalena quienes siendo
producto de los sueños y habitando en una felicidad permanente se cuestionan si
son parte de la realidad.
El hijo que espera (1988) plantea algo similar: En este caso es una actriz quien re-
presenta a una mujer presa que sueña con un hombre de su pasado y con el hijo
de ambos. La actriz termina siendo dominada por su personaje. La obra rescata la
supremacía de los sueños por sobre la realidad.
El Bataráz (1992), no es más que una extensa carta (sabemos que dedicada a Raúl
Sendic). En la primera página leemos: «Y es entonces que decido escribirte lo que
no puedo con lo que no tengo». (Rosencof 1999:15)
Es quizás, esta prosa novelada la obra más oscura del autor, donde el protagonista
se mimetiza con el ambiente y se declara en un proceso que autodenomina «vege-
talización». La celda no transmuta como espacio en sí, sino que aparecen personajes
imaginarios.
    (25) A pesar de que no estamos analizamos específicamente las cartas producidas en situaciones de encierro,
es importante mencionar las posibilidades que habilita dentro del espacio concentracionario «La técnica epis-
tolar me ha permitido descubrir las posibilidades del monólogo. Es como un juego. Tomo un tema, reflexiono
acerca de él, avanzo, retrocedo, lo circundo. A falta de interlocutor, acudo al recuerdo. La evocación no siempre
es vívida, hay pérdida de elementos y recreación de otros. Tengo la sensación de entrar en un cuarto totalmente
a oscuras, en el que se almacenan pertenencias. Con una linterna ilumino un rincón. El resto permanece en
penumbra y no lo tengo en cuenta. Lo que casualmente resurge iluminado, es lo que me sirve para completar
la idea que deseaba desarrollar. Otras veces lo real y lo imaginario se entrelazan de tal manera que al releerlo
quedo perdida en la fantasía». (Vives de Firpo 1991:39-40)
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     Las cartas que no llegaron (2000) de carácter autobiográfico, avanza como un viaje
     permitiendo la recuperación, a través de distintas anécdotas, de la historia fundante
     en la vida del autor. Hay aquí una nueva ficcionalización del encierro a través de una
     carta, que le permite armar el derrotero personal volviendo a la infancia y a la vez
     procesar su presente. El recuerdo de su padre sastre, de su hablar en idish, su balbu-
     cear en español, el patio, las plantas de su madre y la permanente enseñanza de que
     uno es uno y todos los demás, él y su barrio, su gente, su perro, su patria, conforman
     el leitmotiv del texto. Este comunicarse aún desde y con la ausencia, como sucede
     en la larga epístola que repone el diálogo con el padre, otorga voz y significado a la
     experiencia a partir del compartirla. «Y fue en el retorno al interminable territorio
     de dos por uno del calabozo, que comenzaron mis conversaciones con papá». (Ro-
     sencof 2005c:112)
Conclusiones
     Queremos finalizar este trabajo respondiendo a una pregunta que Tununa Mercado
     (2016) realiza al referirse a la escritura carcelaria:
     Amandine Guillard (2016) quien afirma que los testimonios y los propios textos
     van en contra de cualquier teoría vanguardista del «arte por el arte» y ponen de
     realce la imperiosa función concreta del lenguaje poético en situaciones límite, cita
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La palabra se concibe en una doble función: por un lado realiza un trabajo de res-
tauración de la subjetividad, repone los vacíos y arma una totalidad sostenida por
fragmentos y por el otro responde a una demanda ética que se erige desde un yo que
piensa en los otros y decide dar testimonio.
En las innumerables entrevistas que le han hecho a Rosencof, tanto aquí como en
conferencias en todo el mundo referidas a tortura y represión, aparece siempre el re-
cuerdo de que en ocasiones, sintiéndose casi derrotado, lo sostenía un coro nocturno
que a lo lejos repetía «tupa, hermano, aquí los esperamos».
Para concluir este trabajo transcribimos uno de los pequeños escritos de la cárcel,
que resume el espíritu y la dignidad con que atravesó el poeta los años de aislamien-
to y ratifican que estas islas textuales representan el fracaso del dispositivo represivo
recuperando la condición humana tras su intento de exterminio. Este poema fue
dedicado durante la reclusión en Melo a F. Huidobro el 14 de marzo de 1974, día
de su cumpleaños. Las palabras traspasaron el muro mediante el sistema Morse
simplificado a golpe de nudillo que iniciaran en Santa Clara de Olimar:
          Y si este fuera
          mi último poema.
          insumiso y triste,
          raído pero entero,
          tan solo
          	      una palabra
          		 escribiría:
          Compañero. (MR, FH 2918:52)
  (27) En Palabras en Fuga. Poemas carcelarios y concentracionarios de la dictadura argentina (1976-1983) p.42.
  (28) Galeano, Eduardo en Prólogo de Memorias del calabozo.
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Bibliografía
     Campodónico, M. Ángel (2003) Las vidas de Rosencof. Uruguay: Ed. Aguilar. Gru-
           po Santillana.
Gelman, Juan (2012) Poesía reunida. Tomo I y II. Argentina: Ed. Seix Barral.
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- - - - - - (2005) Las cartas que no llegaron. Buenos Aires: Ed. Suma de Letras.
Sendic, Raúl (2007) Cartas desde la prisión. Uruguay: Letra eñe ediciones.
c  c
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Resumen
Palabras clave
   * Editora graduada de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA), docente y coordinadora del Taller Colectivo
de Edición (SEUBE, FFyL, UBA), investigadora en formación en el marco del proyecto «Escribir en la cárcel:
políticas para el desarrollo cultural y comunitario» (FFyL, UBA), doctoranda en Letras por la misma Facultad.
Contacto: rubinmariajose@gmail.com
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              […] la escena del acto de declarar y testimoniar sobre la propia vida interpela
              a reconocer una peligrosidad atribuida por la criminalización como requisito
              para una readmisión en la vida colectiva de la que se ha sido expulsado y ex-
              pulsada. (Delfino y Parchuc, 2017:123)
     En el contexto del taller, realizamos un trabajo colectivo que consiste, muy suscin-
     tamente, en tomar la decisión de decir, y con ella, qué decir y cómo presentarnos
     ante nuestros lectores en la revista. Estas decisiones dan forma al objeto editorial y
     al colectivo que se constituye como contracara de la misma actividad.
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En tanto productos editoriales, las revistas cargan consigo un valor social: son fuen-
te de legitimación cultural y promesa de lectores desconocidos, o de un diálogo
diferente con conocidos (familiares, amigos, compañeros). Este es uno de los pri-
meros atractivos que presenta a quienes se acercan al taller. Su mediación también
configura, en este contexto, el soporte de una memoria colectiva: posibilita la per-
manencia y reactualización en el tiempo de una identidad que trasciende a los suje-
tos individuales, incapaces de prever ni mucho menos garantizar una participación
sostenida a largo plazo.
Reconocerse como parte de un colectivo editor con una historia que antecede su
configuración actual es un acto constitutivo. Al leer los textos, títulos y secciones
de las revistas previas surgen las primeras propuestas para la nueva edición. Otras
ideas se presentan con una forma menos definida y se traducen en la voluntad de
«escribir algo», aunque aún no se corresponda con un género claro o aborde una
temática enunciable. Esos textos encuentran su forma al calor del colectivo: lo lee-
mos, lo aplaudimos, lo comentamos y muchas veces lo definimos. Un testimonio,
una reflexión, un poema. Si no tiene título, pensamos uno, y le asignamos un lugar
en el índice.
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     La decisión de decir, qué decir y cómo presentarnos en tanto colectivo en las pági-
     nas de la revista supone un trabajo de elaboración y perfeccionamiento de estrate-
     gias enunciativas que hacen al estilo propio de estos medios que editamos.
     En los textos solemos ver la frecuente interpelación a la figura del juez o de la justi-
     cia. «Invito a Vuestra Señoría a vivir al menos una semana con prisión preventiva en
     cualquiera de las cárceles de nuestro país» reclama la «Carta abierta a los jueces de
     la Argentina» publicada por Candela Gutiérrez en el primer número de Desatadas.
     «Ustedes no ayudan ni ayudarán, solo empeoran...» sentencia la carta colectiva «A
     los títeres del sistema opresivo» que abre el número 20 de La Resistencia. Y la tapa
     de Los Monstruos Tienen Miedo 14 nos da un ejemplo gráfico: «¿en manos de quién
     estamos?» pregunta al pie de una ilustración anónima, que ubica a la justicia en el
     seno de un juego perverso, donde rebota sin descanso quien ingresa, golpeando
     números sin poder asir su destino.
     Otros textos juegan con la persona del narrador, proponiendo formas de enunciar
     que eluden la primera persona. En el número 15 de La Resistencia, Pali Blg publicó
     «Nooo, si los pibes que están presos solo quieren la libertad», una pieza de difícil
     adscripción a un género discursivo, en el que hablan «los pibes» por la vía de un
     narrador que los señala como enunciadores. «Los pibes expresan que las cárceles
     funcionan mal, que se roban millones y millones del Estado –pagados por la socie-
     dad con sus impuestos–, que bajan miles de pesos por cada preso y que al preso le
     llega para comer una papa por día», advierte en nombre de los pibes.
              De tanto que pensaste no sabés por dónde empezar. Sé que la mayoría viene
              de un barrio humilde donde se usaban pitucones y las zapatillas que no eran
              de marca se las compraban uno o dos números más grandes para que les duren
              mucho tiempo más, y en esos momentos no te dabas cuenta de que venías de
              una familia de clase baja. Si sólo eras un niño.
     El diálogo entre los textos también despliega sus propias estrategias para captar la
     atención del lector y conmoverlo. La forma «dossier» es habitual en las revistas: una
     compilación de géneros diversos hilvanados por un mismo tema. En Los Monstruos
     Tienen Miedo 14 publicamos un dossier sobre «Acercamiento familiar», una figura
     que garantiza (en teoría) el traslado hacia la ciudad de origen, donde habita la fa-
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milia, o la permanencia allí, según corresponda. Ismael apunta que puede apelarse
a esta figura para solicitar salidas especiales. Gustavo cuenta que la figura no bastó
para que pudiera obtener una salida extraordinaria a visitar a su madre, que ago-
nizaba. Nico compuso un poema para mamá, a quien extraña. Información legal,
testimonio y poema cubren así una doble página, cada cual con su fuerza, que se
potencia al reunirse.
Bibliografía
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Material de consulta
     Los Monstruos Tienen Miedo 07, julio de 2016, EFFyL. En línea: https://issuu.com/
             laresistenciacud/docs/lmtm_7_tapa_int_definitiva_web
Resumen
Palabras Clave
    * Ponencia leída en el Panel: «Poesía y enseñanza: experiencias, sentidos». IX Congreso Nacional de Didác-
tica de la Lengua y la Literatura. Corrientes, 28 de julio.
  ** Profesora en Letras (UBA). Magíster en Libros y Literatura para Niños y Jóvenes (Universidad Autóno-
ma de Barcelona).
   Docente titular de la asignatura Literatura Infantil y Juvenil del Profesorado Universitario en Letras de la
UNSAM. Integra el equipo de docencia de la Especialización en Estudios Avanzados en Literatura Infantil y
Juvenil y de los Diplomados en LIJ (UNSAM).
    Es autora de los libros: Oír entre líneas. El valor de la escucha en las prácticas de lectura. La orfebrería del silencio.
La construcción de lo no dicho en los libros-álbum. Juego con palabras, palabras en juego. Literatura, imaginación y
silencio. Desafíos actuales en mediación de lectura. Contacto: cecibajour@gmail.com
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en voz alta
              Un ejercicio de voz:
              cuerdas y musculatura
              para
              atrapar al vuelo
              las palabras,
              que – de nuevo sueltas en el aire –
              rápidamente
              pasan.
em voz alta
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Leer las capas de sentido de un poema desde un lugar que no es sólo el de la dimen-
sión de escritura es un posible programa pedagógico. Así lo cree (y sigo de cerca su
creer) Fabián Iriarte en el cierre de su trabajo «Después del aullido: la poesía y la
voz». (2012)
Afirma que «la lectura en voz alta es una pedagogía de la voz» y agrega que en la
lectura como manifestación externa del poema se aprende acerca de su estructura
interna y de su polisemia significante. La máquina de hablar del poema, dice Iriarte,
comienza a funcionar cuando el poema es hablado por el lector.
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                                        El lector
                                        ¿Quién conoce, a éste que bajó
                                        su rostro, desde un ser hacia un segundo ser,
                                        a quien sólo el veloz pasar páginas plenas
                                        a veces interrumpe con violencia?
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Este poema de Rilke, basado en un cuadro de Manet llamado «La lectura», es co-
mentado por Jorge Larrosa en un artículo de su libro Pedagogía profana. (2000) La-
rrosa hace una lectura más metafísica, heideggeriana y yo prefiero para nuestro tema
focalizar en una perspectiva fisiológica en la que el poema parece dar movimiento
y devenir temporal a la imagen fija del cuadro que captura al joven lector en el acto
de estar cautivo de un libro tras el sillón en el que se sienta su madre. El poema hace
mención al rostro, al libro abajo y el lector arriba, las páginas que se pasan con vio-
lencia, los ojos que se alzan, el desvanecimiento del mundo y el mundo recobrado
al alzar la vista, la alteración de los rasgos que se desordenan con la lectura. ¿Qué
sucedería si como en el poema de Rilke registráramos el cuerpo de quienes leen
poesía como parte de una microfísica de los actos de lectura poética? Muchas veces
damos por sentado (o mejor dicho, por olvidado) lo que hacen nuestros cuerpos
cuando leemos. Perec en «Leer: bosquejo sociofisiológico» (1986) propone conjurar
ese olvido invitando a dar cuenta de los aspectos materiales, corporales y situacio-
nales de los lectores en el acto de leer. Si bien él no distingue cuál es el material
leído en nuestro caso es posible recrear su propuesta registrando microscópicamen-
te lo que sucede con nuestros cuerpos al leer en voz alta un poema o un libro de
poesía. Agreguemos también en consonancia con la preocupación de Perec por lo
situacional qué sucede con los cuerpos leyendo poesía en contextos de enseñanza y
aprendizaje: cuerpos no «naturales» atravesados por situaciones sociales de lectura y
por diversas representaciones y disputas sobre género, clase, etnias, religión, ¿cómo
actúan nuestras corporalidades en contextos escolares marcados por la complejidad
de los tiempos que corren?
¿Qué pasa con el movimiento de los ojos de verso en verso?: su detención en los
cortes de los versos ante el silencio del blanco de la página, su moverse desde el fin
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     ¿Qué sucede con la voz, central en esta modalidad de lectura (aunque también esté
     activa, tal como está comprobado fisiológicamente, en el modo de lectura silencio-
     sa)?
     Según Mladen Dolar en su texto «¿Que hay en una voz?» (2014), «cada voz es
     única, tiene la cualidad de una huella dactilar». También es evanescente, atrapa las
     palabras para pronunciarlas (como decía el poema de Martins) pero luego calla. La
     voz nace del silencio y vuelve a él. Cuando se pronuncia encarna la presencia y el
     querer decir, o sea, la búsqueda de sentido encarnada en el significante. Pero ¿qué
     pasa con la propia voz del lector cuando la presta al poema leído? Si el poema se
     recontextualiza cada vez que es pronunciado, quien dice un poema hace su versión,
     más allá de que revele influencias de tradiciones, tensiones, parodias o estilos pro-
     pios de lectura poética como es minuciosamente analizado por Ana Porrúa en su
     libro Caligrafía tonal (2011).
              Ya no nombrar
              silla
              mesa
              vaso
              pesa demasiado
                  la palabra
              sólo sonidos son
              ¿sólo sonidos?
              silla mesa vaso
              no repetir lo ya nombrado
              que sólo el sonido
                      luzca
              vacíos son
              matices apenas de la voz
              si lla
                  me sa
                  va so
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         sólo la música
         no la cosa
         que el sonido suba
         y baje y vuele
         y no aterrice
         nunca
         Hugo Gola
         (Filtraciones, FCE)
La música en la poesía que se suele leer con niños está asociada en muchísimas
representaciones casi con exclusividad a un solo tipo de sonoridad, la que propor-
cionan la rima, los versos medidos, las composiciones estróficas con estructuras
mayormente fijas.
¿Cuáles serán las causas de esta tendencia predominante a conservar las viejas for-
mas aun cuando se las remoce con nuevos referentes y temas o con un diálogo reno-
vado con la ilustración y la edición del libro en su conjunto? Quizás se trate de una
nostalgia de una gran parte de los adultos que lleva a identificar a la infancia con
una única forma de musicalidad, la escuchada y leída en la propia infancia. O más
allá de las ideas de infancia, quizás la poca familiarización de un considerable sector
de los adultos con las nuevas formas de la poesía no escrita para público infantil
(no tan nuevas si pensamos en casi más de un siglo de desarrollo) lleve al descono-
cimiento de tales formaciones poéticas y la representación de una gran parte de la
poesía contemporánea como alejada de las ideas más extendidas sobre lo poético.
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     tura como un quiebre de las reglas métricas tradicionales que impiden (salvo en sus
     usos irónicos, satíricos o experimentales) una perspectiva abierta de lo transmitido
     en el poema. Para Levertov las formas que rompen el verso son más exploratorias
     y abiertas porque se acercan con mayor justeza al proceso de «pensar/sentir» y no
     tanto a sus resultados. Están más alejadas de las certezas definitivas o de las conclu-
     siones y son más sutiles para revelar la provisoriedad y cualidad del pensamiento en
     su discurrir. La manera en que lo hacen es evitando la sujeción a métricas fijas del
     verso y liberándose de la necesaria concordancia de la rima; de ese modo es posible
     otra rítmica que intenta acercarse a las pausas mínimas entre palabras o frases tal
     como escucha interiormente el oído de quien escribe el poema.
     Los poetas suelen sentir la música de ese devenir del pensamiento y el lenguaje que
     más allá de la supuesta libertad es sensibilísima a la alteración de la melodía (aun-
     que se trate de un cantar disonante). La alteración sonora que provoca una palabra
     borrada o reubicada en otro verso en el proceso de hacer un poema o corregirlo
     tiene consecuencias tanto en el verso medido como en el libre. Quienes escriben
     poesía tratan de ser fieles a la manera en que los sentidos y las formas cantan para
     ellos y eso se vive como una ley que se reinaugura en cada poema.
     Ese canto no tiene sólo una faz individual (que llevaría, entre otros factores, a una
     configuración probable del estilo de cada poeta) sino también una dimensión de
     época, de diversos grados y modos de pertenencia o resistencia a ciertas ideologías
     y tendencias en los discursos poéticos circulantes en momentos y lugares determi-
     nados. Es decir, la ruptura del verso no se ajustaría sólo a la percepción atenta de
     las maneras en que nuestro discurrir interno genera una sintaxis propia con una
     puntuación que no necesariamente se ajusta a la gramatical. También el quiebre
     del verso puede nutrirse, como ocurre con una buena parte de las poéticas recien-
     tes, de lo conversacional, de las inflexiones y sonoridades del habla cotidiana, de la
     canción popular, de la improvisación con la palabra y el cuerpo, de la «poetización»
     de discursos considerados no poéticos como por ejemplo el científico, el político, el
     sociológico o el comercial, entre otras búsquedas de diversos modos de decir. Allí
     también podríamos preguntarnos si la poesía infantil que se produce y edita hoy
     dialoga o no con las búsquedas estéticas predominantes en la poesía adulta con-
     temporánea en sus propias geografías y en otras que ejerzan influencias diversas
     en el hacer poético. Nuevamente es fácil advertir en la mayoría de lo publicado
     el corte entre las corrientes principales de la poesía destinada a adultos y lo que
     se produce y publica para niños. En este género se manifiesta una tendencia a la
     tradicionalización de las formas y el tratamiento del lenguaje que es más fuerte
     que en la narrativa. Como si la poesía fuera el reducto de la literatura infantil más
     endogámico y autocomplaciente de un modo de ver la infancia que es poco proclive
     a las experimentaciones y por lo tanto más desatento a las búsquedas e innovaciones
     provenientes de lo poético no destinado a niños.
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Sin embargo, aunque la proporción todavía sea pequeña en relación con la corriente
principal más cercana a lo tradicional, en los últimos años es posible observar con
más nitidez unas poéticas que buscan caminos propios en algunos casos en diálogo
con las vanguardias del siglo pasado y otras poéticas de la segunda parte de ese siglo
y comienzos de este. Sacuden así el statu quo de un género en el que sigue vigente
una visión nostálgica e infantilizadora de su público.
   (1) Devetach, Laura (con ilustraciones de Oscar Saúl Rojas). Canción y pico. Buenos Aires. Sudamericana.
2007.
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                                                 y viernes (s)
                                                     camina
                                                      para
                                                       acá.
                  Hago 3 pasos hacia la izquierda marcando el ritmo de camina 1, para 2, acá 3.
                                                Los sábados (s)
                                                y domingos (s)
                                                   es un (s)
                                               anillO que se (s)
                                  cierra como cuando digo cierra, me abrazo
                                                 una O giro y
                                          y se queda muy tranquila
                                          mientras digo esto me siento
                                       porque en esos días (s)
                         nO empieza miro hacia arriba ni termina miro hacia abajo
                         nO termina miro hacia abajo ni empieza miro hacia arriba
                                 en ninguna parte miro hacia el frente.
             Pienso, que leyendo el texto, el lector puede advertir los sentidos o las diferen-
             tes tipografías que propone el texto, pero al ser una lectura oral, pensada en
             este caso para el aula, me resulta interesante poder representar con el cuerpo
             lo que estoy leyendo. Al ser la O una tipografía diferente y en mayúscula, creí
             interesante gesticularla y hacer una seña para que se diferencie del resto, así
             como sucede en el poema impreso, respetando en mi lectura e interpretación
             la edición del poema. Decido moverme en el aula, tomando en cuenta que la
             lombriz a veces se mueve, para un lado, y a veces se mueve para el otro, en-
             tonces el mismo texto da la posibilidad de entrar en el juego con el cuerpo y
             poder demostrarlo. Lo mismo cuando dice no empieza ni termina. Yo inter-
             preto que está hablando de la cabeza y la cola de esta lombriz, por ello decido
             mirar hacia arriba y hacia abajo. Y cuando el texto menciona que «se cierra en
             O y se queda tranquila», me pareció piola aprovechar que estaba parada para
             sentarme tranquila y seguir relatando desde otro lugar. (Natalia Cerca)
     En este caso Natalia presta atención al juego de caligrama y a las decisiones tipo-
     gráficas y, como dice en la fundamentación que acompaña al diseño, propone un
     modo de decir coreográfico que sigue paso a paso la construcción significativa del
     poema.
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Una forma posible de desautomatizar la inercia del «cantito» que en algunas repre-
sentaciones es visto como musicalidad esencial de cierta poesía infantil es proponer
un juego de «contracanto» interviniendo algunos versos en los que la sonoridad sue-
le estar consolidada en la memoria auditiva, como es el caso de ciertos poemas-can-
ción, con silencios y signos de puntuación a contramano de la rítmica conocida.
Se trata de una propuesta en la que se reconoce (y por qué no, se homenajea) una
melodía poética al mismo tiempo en que se la deconstruye y desacraliza. Se trata
de una operación de sustitución en la que, como dice Meschonnic, el verso libre
pone en evidencia la fijación de la métrica. Según este autor: «No se trata de oponer
formas a la ausencia de formas. Ya que lo informe es aún una forma. Se trata, para
fundar la crítica del ritmo, de pasar de las abstracciones regidoras a la historicidad
del lenguaje». Veamos un ejemplo en el que la irreverencia del ejercicio se cruza con
el humor absurdo del poema-canción original:
         Saben,
         saben,
         ¿lo que hizo?
         El famoso: mono liso;
         a la orilla de «una zanja»
         cazó (viva) una naranja…
         ¿qué coraje? ¿qué valor?
         Aunque… ¡se olvidó el cuchillo
         en el dulce de membrillo!
         La cazó.
         Con tenedor.
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     ras pautadas por los signos insertados. Por otro lado, es interesante notar cómo se
     altera la semántica en la nueva configuración sonora.
Bibliografía:
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             Ponencia leída en el VI Congreso Nacional y V Internacional de A.P.L.U.
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     Larrosa, Jorge (2000) Pedagogía profana. Estudios sobre lenguaje, subjetividad, for-
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Porrúa, Ana (2011) Cap. 4 «La puesta en voz de la poesía» en Caligrafía tonal.
        Ensayos sobre poesía. Buenos Aires, Entropía.
c  c
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Falando virado
La escuela como campo de
batalla del lenguaje*
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Resumen
Palabras clave
   * Una primera versión de este trabajo fue publicada en El toldo de Astier. Propuestas y estudios sobre ense-
ñanza de la lengua y la literatura. Cátedra de Didáctica de la Lengua y la Literatura I. Departamento de Letras.
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Universidad Nacional de La Plata. ISSN 1853-3124.
Año 10, Nro. 18, abril de 2019. pp. 2-8. http://www.eltoldodeastier.fahce.unlp.edu.ar/numeros/numero18/pdf/
LGDLantos.pdf
   ** Maestra, reside en Misiones, en el Paraje Tres Vecinos, escenario de este trabajo, donde trabaja como
maestra de Primer Ciclo en la Escuela Provincial N.º 950. Realizó la Diplomatura en Literatura Infantil y
Juvenil en la UNaM (Universidad Nacional de Misiones) y la Licenciatura en Enseñanza de la Lectura y la
Escritura en la UNIPE (Universidad Pedagógica Nacional).
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    E     ste verso del poeta uruguayo Fabián Severo, quien escribió toda su obra entor-
          no al portuñol, da cuenta de la cruel relación que se establece en las escuelas
     entre la lengua oficial y las variedades lingüísticas utilizadas por las clases populares.
     Diálogos imposibles entre maestras, niños y familias, son el resultado de una con-
     vivencia no planificada ni problematizada entre la lengua materna y la hegemónica
     en las escuelas rurales del noreste misionero. En la búsqueda de posibles respuestas
     a esa problemática, en la búsqueda de posibles alternativas a la violencia simbólica
     que suele acontecer en las instituciones educativas frente a esta realidad, es que co-
     mienza a gestarse este trabajo.
     Las familias que habitan las zonas rurales de estos pueblos de frontera, en su ma-
     yoría han llegado hace tres o cuatro generaciones de Brasil u otras zonas de la pro-
     vincia, en busca de tierras y oportunidades, poblando regiones sin acceso a ningún
     tipo de servicio. En el paraje Tres Vecinos en particular, basta observar que recién en
     2014 llegó la energía eléctrica para imaginar lo que era habitar esta zona 20, 30 o 40
     años atrás: caminos intransitables, días de viaje a caballo para acceder a un puesto de
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Los niños que asisten a las escuelas rurales del departamento pertenecen, en su
mayoría, a la primera generación escolarizada de la zona. El cien por ciento de los
alumnos que forman parte de la experiencia que luego relataré, serán los primeros
de su familia en finalizar el nivel y, si bien algunos de sus padres están alfabetiza-
dos, no hay una apropiación de la escritura como herramienta que atraviese la vida
cotidiana de las familias.
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     Frente a esta relación de tensión entre ambas, la hipótesis es que lo que propicia el
     fracaso escolar es la discriminación, y no la diglosia en sí misma. Soares lo describe
     muy claramente: «el conflicto entre el lenguaje de una escuela histórica y social-
     mente creada para atender a las capas privilegiadas, cuyos patrones lingüísticos esa
     escuela usa y quiere ver usados, y el lenguaje de los sectores populares, que ella cen-
     sura y estigmatiza, es una de las principales causas del fracaso de los alumnos perte-
     necientes a sectores populares, en la adquisición del saber escolar». (Soares, 2017:2)
     «Una enseñanza de la lengua materna comprometida con la lucha contra las des-
     igualdades sociales y económicas reconoce, en el cuadro de esas relaciones entre
     escuela y sociedad, el derecho que tienen las clases populares de apropiarse del
     lenguaje de prestigio, y fijarse como objetivo conducir a los alumnos pertenecientes
     a esas clases a dominarla, no para que se adapten a las exigencias de una sociedad
     que divide y discrimina, sino para que adquieran un instrumento fundamental para
     la participación política y la lucha contra las desigualdades sociales. Una enseñanza
     de la lengua materna que pretenda caminar en dirección a ese objetivo tiene que
     partir de la comprensión de las condiciones sociales y económicas que explican el
     prestigio atribuido a determinadas variedades lingüísticas en detrimento de otras,
     tiene que llevar al alumno a percibir el lugar que ocupa su lenguaje en la estructura
     de relaciones sociales, económicas y lingüísticas y a comprender las razones por las
     cuales ese lenguaje es socialmente estigmatizado, tiene que presentar las razones
     para conducir al alumno a aprender un lenguaje que no es el de su grupo social y
     proponerle un bidialectismo, no para su adaptación sino para la transformación de
     sus condiciones de marginalidad». (Soares, 2017: 40)
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Los chicos nos cuentan, es una propuesta pensada desde la perspectiva etnográfi-
ca, que nos permite utilizar la información que nos provee el medio para producir
conocimiento a partir de una mirada «desde abajo» de la institución escolar y la
comunidad en la que está inserta (Rockwell y Ezpeleta, 1983).
En los salones de primero y segundo grado de la Escuela Provincial n.° 950, cada
lunes, los alumnos cuentan historias. La consigna es amplia, pueden contar algo que
les sucedió, una historia que escucharon, o cualquier relato que se les ocurra. No to-
dos cuentan, ya que no es obligatorio, solo aquellos que lo desean. Los niños relatan
en portuñol, y entre ellos se repreguntan. Las intervenciones de la docente son en
castellano. Al finalizar la ronda de relatos, entre todos se elige el que más gustó y
se realiza un trabajo de dictado al pizarrón en el que todos construimos colectiva-
mente la versión en castellano del relato y la dictamos, según la época y el nivel de
autonomía en la escritura, a la maestra o al niño que contó la historia inicialmente.
De esta manera, son sus propios relatos los que abren camino a la alfabetización,
complejizando progresivamente los dictados, el reconocimiento de ciertas palabras,
la asociación de letras.
Siguiendo las posibilidades que nos brinda esta forma de trabajar, es que presento el
proyecto de Aventuras en Tres Vecinos. Si tenemos en cuenta la contextualización
realizada en la introducción, la vida de los adultos de la zona, años atrás, la lucha por
construir los asentamientos, las dinámicas propias de la frontera, representan para
los niños, criados ya en otro contexto, verdaderas aventuras.
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     Una vez concluida esta primera etapa, se invitará a los niños a que pregunten en sus
     casas y traigan historias para contar en el salón.
     «Las prácticas de lectura ganan sus sentidos de existencia material en sus contextos
     de uso: relatos de sus vidas, sus dificultades, la precariedad de su existencia, pero
     también sus conquistas» (Sawaya, 2014:120). Partiendo de esta idea, una vez in-
     troducido el tópico de los héroes, comenzaremos a indagar sobre las historias de
     cómo llegaron los padres, madres y abuelos, cómo era la vida en la colonia cuando
     ellos eran pequeños, cómo se iba a comprar, cómo se accedía a la salud y a la escuela,
     cómo eran las casas y los medios de transporte. En definitiva, desde la perspectiva
     de los niños que nacieron en la última década, para sus abuelos sobrevivir era una
     gran aventura. ¿Qué peligros enfrentaban, qué obstáculos debieron sortear?
     Tenemos en Tres Vecinos al colono que tumbó de una piña a un buey. Al hombre al
     que le picó una víbora en el pié y como llegar al hospital les hubiera llevado más de
     tres días se lo amputaron sus hermanos para que no le suba el veneno. Madres que
     parieron más de diez hijos solitas en el monte. El viejo que tiene cuarenta hijos de
     siete mujeres distintas, y el que va y viene caminando todo el día al pueblo empu-
     jando una carretilla vacía. El dueño del pool, que siempre usa anteojos de sol, hasta
     de noche, y más de tres historias, todas contadas como ciertas, de por qué lo hace.
     También está Erce, un chacrero grandote que anda en burro y se ganó el apodo de
     Shrek. Todos estos hombres y mujeres existen, tienen nombre, compartimos mates,
     reuniones y velorios. Todos tienen algún testigo que jura que es cierto lo que se
     cuenta de ellos, que lo vieron. Como diría Laiseca (2011), «nunca hubo diferencia
     entre ficción y realidad, porque este es un mundo mágico, y no se puede imaginar
     lo que no existe»(1) La frontera entre la ficción y la realidad es difusa, así como lo es
     también para nosotros la frontera política y la lingüística. Volviendo a Severo:
       (1) Esta frase fue extraída del monólogo que hace el escritor Alberto Laiseca, en la introducción a la película
     Querida voy a comprar cigarrillos y vuelvo dirigida por Mariano Cohn y Gastón Duprat en el año 2011.
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Esta difusa relación entre ficción y realidad, es la que le da una riqueza inusitada
a los relatos que los niños escuchan en sus casas. Poder transformar a sus vecinos,
padres o abuelos en personajes de cuentos de aventura, implica un reconocimiento
hacia el esfuerzo cotidiano, enorgullecerse del patrimonio que significan las histo-
rias de boca en boca que nos acompañan en cada ocasión.
Una vez que recopilamos las historias que los niños traen de las casas, las comparti-
mos a modo de fogón. Cada alumno va contando las aventuras que le contaron a él,
y, muchas veces nos encontramos con distintas versiones de un mismo hecho. Estos
intercambios se realizan en portuñol, los relatos se transmiten de boca en boca, y esa
es la forma de hablar, por lo tanto, también así es renarrado por los niños.
Si decíamos que transformar los relatos en textos escolarizables era una forma de
legitimar discursos y cuestionar el canon, cabe preguntarse cuál es la diferencia
entre el hombre que tumba de una piña a un buey y los personajes de los cuentos
infantiles de aventura. ¿No podría ser un cuento, o un poema épico, la historia de los
hombres y mujeres que tras días a caballo debían limpiar un claro en el monte para
armar campamentos y establecerse, atravesando arroyos, enfrentándose muchas ve-
ces a víboras u otros animales salvajes?
Una vez que hemos disfrutado de los relatos orales que llegaron a la escuela de la
mano de las investigaciones de los niños, pasamos a la etapa final del proyecto. Así
como en los chicos nos cuentan, esta última etapa es la escritura colectiva. En este caso,
de un pequeño relato épico, que da cuenta de la historia de nuestros héroes locales,
sus aventuras y desventuras, los terribles peligros que enfrentaron, y sus heroicas
hazañas. A través del dictado a la maestra en el pizarrón, los niños son los escritores
de estas aventuras que, jugando en la frontera entre la realidad y la ficción, le ponen
color a la historia colectiva y personal.
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Bibliografía
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             [comp.]. Lengua y literatura. Temas de enseñanza e investigación [julio de
             1999]. Córdoba, Secretaría de Posgrado de la Facultad de Humanidades
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