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La Gran Prueba, 12

Este documento resume las perspectivas de varios psicólogos sociales sobre cómo las personas responden colectivamente a situaciones de emergencia como la pandemia de COVID-19. Argumentan que la gente tiende a cooperar y apoyarse mutuamente en lugar de actuar de forma irracional o egoísta. Recomiendan que los líderes enfoquen los mensajes de manera colectiva en lugar de individual para fomentar la solidaridad. También critican el uso del término "pánico" para describir acciones como las compras masivas, señalando
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La Gran Prueba, 12

Este documento resume las perspectivas de varios psicólogos sociales sobre cómo las personas responden colectivamente a situaciones de emergencia como la pandemia de COVID-19. Argumentan que la gente tiende a cooperar y apoyarse mutuamente en lugar de actuar de forma irracional o egoísta. Recomiendan que los líderes enfoquen los mensajes de manera colectiva en lugar de individual para fomentar la solidaridad. También critican el uso del término "pánico" para describir acciones como las compras masivas, señalando
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Cuarentena (XII): La gran prueba

Reinaldo Iturriza López

¿Por qué la inmensa mayoría de la sociedad venezolana ha respondido acatando la


cuarentena voluntaria, circunstancia que ha sido decisiva para controlar la propagación del
coronavirus? ¿Qué nos dice esto sobre lo que hemos sido y podemos ser como sociedad?
¿Acaso nuestra respuesta colectiva no habla muy elocuentemente sobre lo que realmente
somos?

Pánico

En un artículo publicado el pasado 13 de marzo en España, uno de los países europeos más
afectados por la pandemia, Javier Salas resume de la siguiente manera las orientaciones de
varios psicólogos sociales para enfrentar de manera eficaz la situación de emergencia: “Un
liderazgo claro, instrucciones precisas, llamadas a la acción colectiva, porque en comunidad
nos sentimos mejor, y evitar todo lo posible el desasosiego y la duda, porque provocan los
comportamientos peculiares que hemos visto estos días, como la compra compulsiva de
papel higiénico” (1).

Salas cita un artículo escrito por los psicólogos sociales ingleses Stephen Reicher y John
Drury, quienes enfatizan la necesidad de colectivizar, en lugar de personalizar, la respuesta
a la pandemia: “Si priorizamos al individuo, entonces el más fuerte en lugar del más
necesitado ganará… En lugar de personalizar el problema, debemos colectivizarlo. La
cuestión clave no es tanto ‘sobreviviré’, sino ‘cómo lo superamos’. El énfasis debe estar en
cómo podemos actuar para garantizar que los más vulnerables entre nosotros estén
protegidos y las pérdidas para la comunidad se minimicen; después de todo, desde una
perspectiva colectiva, una pérdida para uno es una pérdida para todos” (2).

Basados en sus investigaciones en contextos de emergencia, Reicher y Drury concluyen


que “cuando las personas dejan de pensar en términos de ‘yo’ y comienzan a pensar en
términos de ‘nosotros’… comienzan a coordinarse, apoyarse mutuamente y asegurarse de
que los más necesitados reciban la mayor ayuda”. Es lo que llaman “sentido de identidad
compartida”. En ocasiones ésta “surge por el solo hecho de experimentar una amenaza
común. Pero los mensajes también son importantes. Cuando una amenaza se enmarca en
términos grupales en lugar de individuales, la respuesta pública es más sólida y más
efectiva”. De allí la importancia de los mensajes que apelan a “la obligación moral de evitar
imponer riesgos a los demás”, y la ineficacia de los mensajes dirigidos al individuo:
“¡Cuídate!” (3).

Sobre los episodios de “pánico”, y más específicamente de “compras de pánico”, como la


compra compulsiva de papel higiénico, Reicher, Drury y Clifford Stott ponen seriamente en
entredicho la idea muy arraigada “de que es la búsqueda ciega y competitiva del interés
propio lo que convierte los desastres en tragedias”. Sostienen que “el concepto de ‘pánico’
ha sido abandonado en gran medida por quienes estudian los desastres, ya que no describe
ni explica lo que la gente hace en tales situaciones. Las personas generalmente no actúan de
manera irracional o egoísta en las crisis. Por el contrario, investigaciones recientes
enfatizan cómo experimentar una amenaza o peligro común puede llevar a las personas a
desarrollar un sentido de identidad compartida o ‘unión’ y, cuando esto sucede, conduce a
una mayor cooperación y apoyo a los demás”. En otras palabras, “lejos de ser agentes
irracionales de destrucción propia, su tendencia a la autoayuda mutua en emergencias es el
mejor recurso disponible para una sociedad” (4).

Enfatizan: “Mientras que algunos pueden actuar de manera egoísta, muchas personas se
comportan de manera ordenada y medida, estructurada por las normas sociales. Se ayudan
mutuamente, se esperan, y no solo ayudan a familiares y amigos, sino también a extraños.
De hecho, hay momentos en que las personas mueren no por un exceso de egoísmo, sino
por retrasarse al cuidar a los demás” (5).

De nuevo, subrayan la importancia de los mensajes en situaciones de emergencia: “el


surgimiento de la identidad compartida en una crisis (y de una respuesta más efectiva)
puede fomentarse dirigiéndose al público en términos colectivos e instándolos a actuar por
el bien comunal. Por el contrario, la identidad compartida (y las respuestas efectivas)
pueden debilitarse creando divisiones e induciendo la competencia entre las personas”. Así,
por ejemplo: “En un contexto en el que se pide a las personas que se preparen para un
posible autoaislamiento durante un período prolongado, las historias sobre otros en la
comunidad que están fuera de control y que compran cantidades excesivas de un recurso
valioso, sirven para crear un sentido de ‘cada quien por su cuenta’ o ‘sálvese quien pueda’.
Además, hace que sea completamente razonable que las personas salgan y compren dichos
recursos por sí mismas y esto se ve agravado por las imágenes de estantes vacíos que
ilustran el costo si uno demora la compra. Con todo, si uno está persuadido de que sus
vecinos están comprando irracionalmente (digamos) papel higiénico, entonces no es
‘pánico’ salir uno mismo y comprar papel higiénico antes de que se acabe. Es una respuesta
completamente razonable de acuerdo a la información que uno tiene disponible. En todo
caso, lo tonto sería no responder” (6).

En suma, la noción de “pánico” no solo no tiene ninguna base científica. Además, es


profundamente dañina: “Las historias que emplean el lenguaje del ‘pánico’ ayudan a crear
los mismos fenómenos que se condenan. Ayudan a crear el egoísmo y la competitividad
que convierte los preparativos sensatos en almacenamiento disfuncional” (7).

El análisis de Armando Rodríguez, otro de los psicólogos sociales consultados por Javier
Salas, coincide en buena medida con el que hacen sus colegas ingleses. Escribe Salas:
“Cuando vemos a la gente correr con pánico, corremos con ellos: estamos diseñados para el
contagio en situaciones de emergencia. Por eso, cuando no sabemos qué hacer y alguien
reacciona acaparando papel higiénico, se produce un efecto de imitación inmediata. ‘Si nos
muestran que esa es la vía de escape a la emergencia, y nos dicen que otros están
acaparando esa vía de forma irracional y egoísta, la reacción es lanzarse también para no
perder esa vía yo también’, explica Rodríguez. ‘Cuando no hay norma social, reaccionamos
imitando erráticamente, porque sabemos que el otro está teniendo las mismas emociones
que nosotros’, añade”. Concluye Rodríguez: “No nos volvemos voraces, violentos,
histéricos, salvo cuando provocamos una profecía autocumplida” (8).
Para Reicher, Drury y Stott, “el comportamiento que estamos viendo actualmente en los
supermercados no es la compra de pánico y no debe describirse como tal. Incluso decirle a
la gente que no entre en pánico es contraproducente, porque esto en sí mismo sugiere que
existe algo por lo que hay que entrar en ‘pánico’, que algunas personas están entrando en
pánico y que, por lo tanto, no podemos confiar el uno en el otro. La razón por la cual esto
es tan tóxico es que, de hecho, será mejor que superemos esta crisis actuando juntos como
comunidad. En términos prácticos, esto significa que debemos confiar el uno en el otro…
Sobre todo, nuestro mensaje para los medios, los políticos y los comentaristas expertos es:
¡No digan pánico!” (9).

En otro artículo, los mismos psicólogos sociales ingleses vuelven a abordar el tema de las
“compras de pánico”, pero también se detienen a analizar otros hechos que son citados
frecuentemente como ejemplos de la supuesta propensión de las personas a actuar de
manera irracional durante situaciones de emergencia: “Ciertamente, algunas personas
pueden haber actuado egoístamente y en contra del bien común. Sin embargo, los datos
recientes (no publicados) sugieren que los acaparadores son un pequeño porcentaje de la
población y la verdadera razón de la escasez es la frágil cadena de suministro ‘justo a
tiempo’ de los supermercados modernos. Del mismo modo, una gran parte del problema de
las aglomeraciones públicas tiene que ver con que las personas sean obligadas a trabajar por
sus empleadores, y tengan opciones limitadas de cómo llegar a sus puestos de trabajo” (10).

Si muchas personas no pueden cumplir con la medida de aislamiento, esto “tiene menos
que ver con las psicologías disfuncionales que con los sistemas disfuncionales y las
prácticas disfuncionales. En efecto, las personas no cumplen principalmente con las
medidas de distanciamiento debido a la falta de oportunidades, no a la falta de razón o
fuerza de voluntad, y la respuesta debería ser proporcionar más oportunidades en lugar de
burlarse del público” (11).

Para explicar esta tendencia a condenar moralmente la actuación de la gente común,


calificándola con frecuencia de irracional, irresponsable e incluso infantil, Reicher, Drury y
Stott sugieren la existencia de “dos psicologías”. La primera de ellas nos concibe como
personas frágiles: “Nuestra comprensión del mundo está distorsionada por múltiples
prejuicios. Nos resulta difícil manejar información compleja, lidiar con el riesgo y la
incertidumbre. Nos falta voluntad para lidiar con la presión y es probable que ésta ceda bajo
amenaza. Y todas estas tendencias se exacerban cuando nos unimos en grupos. Nuestra
razón se atrofia, nuestras emociones aumentan y se propagan como una infección.
Perdemos el control. Actuamos irracionalmente. Tenemos pánico”. De acuerdo a esta
perspectiva, “las personas son el problema en una crisis. En el mejor de los casos, no
pueden cuidarse a sí mismas. En el peor de los casos, exacerban el problema original a
través de sus respuestas disfuncionales: desnudan las tiendas, exigen escasos recursos
médicos que no necesitan, se niegan a acatar las medidas que son buenas para ellos, se
pelean y se amotinan. La implicación de este punto de vista es un profundo paternalismo.
Como las personas son tan infantiles en una crisis, necesitan que el gobierno las cuide…
Implica que el gobierno debe comunicarse con moderación y de la manera más simple para
que las personas no se sientan abrumadas por lo que se les dice” (12).
En marcado contraste, la segunda “considera a las personas en términos mucho más
constructivos: constructivos en el sentido de que no distorsionamos la información, sino
que creamos significado y comprensión con las herramientas disponibles para nosotros, y
también constructivos en el sentido de que somos capaces de hacer frente a nuestro mundo,
incluso en crisis. Además, en ambos sentidos, somos más constructivos cuando nos
reunimos en grupos. Estamos en mejores condiciones de dar sentido a nuestro mundo y de
hacer frente a los desafíos que enfrentamos en el mundo cuando actuamos entre nosotros
como miembros de un grupo común que cuando actuamos uno contra el otro como
individuos separados. La forma en que la colectividad crea resiliencia es particularmente
clara en las crisis. Cuando las personas piensan en sí mismas como ‘nosotros’ en lugar de
‘yo’, es más probable que acepten medidas que optimicen la lucha general contra el
coronavirus, incluso si están personalmente en desventaja” (13).

Claro está, este enfoque es completamente opuesto al “sentido común psicológico


contemporáneo, que insiste en que el comportamiento se rige por el propio interés
individual. También está en desacuerdo con los cambios sociales que socavan sin descanso
las comunidades y colectividades, buscan transformar los grupos sociales en consumidores
individuales, y ven cada relación como un intercambio interpersonal basado en el mercado.
En este sentido, quizás el coronavirus es una poderosa llamada de atención” (14).

Profecías autocumplidas

La respuesta de la sociedad venezolana frente a la pandemia puede resultar realmente


sorprendente, sobre todo si tomamos en cuenta que, desde hace poco más de un lustro,
viene siendo profundamente afectada por el acentuado deterioro de sus condiciones
materiales y espirituales de vida, experimentando el progresivo socavamiento de la
sociabilidad construida desde principios del siglo XXI, fundada en el bien común, la
solidaridad con los más desfavorecidos, y la participación y el protagonismo populares.

De hecho, la perspectiva que nos ofrecen los psicólogos sociales previamente citados con
motivo de la situación de emergencia social ocasionada por la pandemia, constituye un
insumo invaluable para intentar realizar un análisis en retrospectiva de lo acontecido en
Venezuela en años recientes.

En primer lugar, debe resaltarse el profundo y negativo impacto que han tenido todas las
modalidades de profecías autocumplidas, en particular desde que iniciaron los esfuerzos
sistemáticos por instalar en el sentido común la idea de “crisis humanitaria”, alrededor de
2014 (15). Por cierto, y no es ninguna coincidencia, el primer blanco fue precisamente el
sistema público de salud.

Muy lejos de estar orientada a aportar a la mejora del sistema público de salud, la idea de
una “crisis humanitaria” en materia sanitaria estuvo políticamente motivada desde sus
inicios: el objetivo no era cuestionar públicamente la mala gestión gubernamental,
exigiendo los necesarios correctivos, lo que de hecho, en sentido estricto, es legítimo
derecho ciudadano, y es lo que corresponde hacer al pueblo organizado, sino crear las
condiciones para deslegitimar no solo al Gobierno nacional, sino al mismo sistema público
de salud.
El relato de la “crisis humanitaria” en materia alimentaria perseguía idénticos objetivos: es
sencillamente imposible leer el análisis de los psicólogos sociales a propósito de las
“compras de pánico” en el contexto de la emergencia con motivo de la pandemia, y no
recordar el tratamiento dado todos estos años por políticos, medios y opinadores a los
sucesivos episodios de escasez de artículos de primera necesidad, y sobre todo los
numerosos comentarios sarcásticos a propósito de las estanterías vacías, y en particular
sobre la falta de papel higiénico, con el agravante de que, en este caso, se humillaba
deliberadamente a la inmensa mayoría de la población venezolana (16).

De hecho, si lo comparamos con lo sucedido con el sistema público de salud (y con el


sistema educativo público, y en general con todos los servicios públicos, que han sido
objeto de ataques muy similares con idénticos propósitos), en el caso del sistema público de
distribución de alimentos las consecuencias fueron más perjudiciales y duraderas: su
desmantelamiento total, el levantamiento de los controles de precios y la total “libertad” de
actuación a los monopolios y oligopolios, que no han dejado de aprovechar su posición de
dominio sobre el mercado para “marcar” precios, que aumentan discrecional y
permanentemente. La desaparición del sistema público de distribución de alimentos (a lo
que siguió la creación de los CLAP, en abril de 2016, en un esfuerzo gubernamental por
llenar ese vacío) es el ejemplo más acabado de profecía autocumplida.

Muy clara demostración de que el relato de la “crisis humanitaria” no tiene como objetivo
superar la crisis, sino crearla y profundizarla (tal es la lógica de las profecías
autocumplidas), lo constituyen los sistemáticos ataques violentos a centros públicos de
salud, unidades educativas públicas, unidades e instalaciones de transporte público, ya sea
de personas o de alimentos y otros insumos, establecimientos del sistema público de
distribución de alimentos, sobre todo durante las oleadas de violencia política de los años
2013, 2014, 2017 y 2019, todo esto traducido en la destrucción de numerosos bienes
públicos, pérdidas multimillonarias para la nación, sin mencionar la pérdida de vidas
humanas.

Muchos otros ejemplos pueden citarse: la masiva migración de venezolanos y venezolanas


como consecuencia de la “crisis humanitaria” fue el tópico privilegiado de políticos,
medios y analistas, mucho antes de que la migración fuera efectivamente masiva (17). Las
medidas coercitivas unilaterales de Estados Unidos, la Unión Europea y algunos otros
países, han sido adoptadas apelando a la misma idea de “crisis humanitaria”, es decir,
contribuyendo significativamente a agravar la misma crisis a la que han recurrido como
pretexto argumental para imponer dichas medidas. Otra profecía autocumplida. Y tal vez el
caso más extremo: la idea de “intervención humanitaria” para resolver la “crisis
humanitaria”, que barajan irresponsablemente los mismos políticos, medios y expertos.
Irónicamente, y suponiendo que no es suficiente con invocar el sentido común, el mismo
hecho de que se trate de una profecía aún no cumplida es lo que nos impide afirmar, con
todas las pruebas en la mano, que una tal intervención provocaría, ahora sí, una verdadera
crisis humanitaria (18).

El hecho cierto es que esta recurrencia de profecías autocumplidas ha tenido un profundo


impacto en nuestra sociabilidad o, para decirlo de otra forma, en la manera como
concebimos lo que hemos sido, lo que somos como sociedad y lo que nos depara el futuro.
Lo que en otra parte he llamado el proceso de neoliberalización de facto de la sociedad
venezolana (19) ha dejado una huella profunda en nosotros.

En la medida en que este proceso ha venido avanzando, la imagen que tenemos de nosotros
mismos se ha ido acercando peligrosamente a aquella primera idea de “psicología” que
describían Reicher, Drury y Stott: personas frágiles, prejuiciosas, con manifiesta
incapacidad para comprender el mundo, con dificultad para manejar información compleja,
lidiar con el riesgo, la incertidumbre, las presiones, las amenazas; personas irracionales,
emocionales, disfuncionales, infantiles, egoístas, propensas a la violencia; personas que
menospreciamos el valor de lo colectivo y desconfiamos de lo público. Todo lo cual, por
demás, y como ya apuntaban los mismos psicólogos sociales, en sintonía con el sentido
común psicológico contemporáneo, tan propenso a concluir que actuamos movidos por el
interés individual, antes que pensando en el bien común, y como consumidores, antes que
como cualquier otra cosa.

En parte, lo que he pretendido llamar aquí nuestra gran prueba tiene que ver con la
necesidad de que revisemos, con toda la honestidad de la que seamos capaces, si esta idea
de “psicología” es lo que realmente nos define. Y con “nosotros” no me refiero solo a
nosotros en tanto individuos, y tampoco a nuestro entorno más cercano, sino a la sociedad
de la que formamos parte. No importa si en el examen de nosotros mismos salimos mal
parados. Lo importante es no dejar de concebirnos como parte de un todo, al margen del
cual estaríamos perdidos.

La confianza recuperada

Luego de pensarlo mucho (y a pensar en esto he dedicado parte importante de mi tiempo en


cuarentena), mi conclusión provisional es que la imagen que nos hemos hecho de nosotros
como sociedad durante los años más recientes, se aleja mucho no solo de lo que hemos
sido, sino sobre todo de lo que realmente somos.

¿Quién puede negar que, en la medida en que las peores profecías autocumplidas han
estado a la orden del día, ha sido manifiesta nuestra tendencia a actuar de manera voraz,
violenta e histérica, para emplear los mismos términos del psicólogo social Alfredo
Rodríguez? Pero justo en este punto es necesario volver sobre la pregunta inicial: ¿por qué
la inmensa mayoría de la sociedad venezolana ha respondido acatando la cuarentena
voluntaria, circunstancia que ha sido decisiva para controlar la propagación del
coronavirus?

¿Qué ha cambiado? ¿Qué ha hecho la diferencia? ¿O es que acaso los mismos políticos,
medios y opinadores, en un arrebato súbito de sensatez, han dejado de hacer los pronósticos
más catastróficos? Absolutamente todo lo contrario: por ejemplo, varias semanas antes del
primer caso confirmado de coronavirus, declararon la inminencia de un “holocausto de la
salud” y vaticinaron “una verdadera masacre epidemiológica que nos pudiera llevar al
exterminio” (20).
Lo que ha hecho la diferencia, en primer lugar, ha sido la respuesta gubernamental:
acatando de manera oportuna las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud
(OMS), informando a la población de manera regular y pormenorizada, orientando de
manera clara y precisa sobre las necesarias normas de prevención, haciendo un llamado a la
unión nacional, sin distingo de parcialidades políticas; subrayando la importancia de apelar
al bien común, a la solidaridad; reforzando el sistema público de salud; empleando los
medios a su alcance, como el Sistema Patria, para atender de manera eficaz a la población;
estrechando la colaboración con instituciones, como la misma OMS y la Organización
Panamericana de la Salud, y con países como Cuba, China y Rusia, para acceder a
información experta, recursos o insumos de extraordinaria valía. El resultado se puede
resumir en una sola palabra: confianza.

Esta confianza recuperada, que es confianza en las autoridades gubernamentales, pero sobre
todo confianza en nosotros mismos, es sin duda alguna uno de los acontecimientos más
significativos que haya tenido lugar en Venezuela en mucho tiempo.

Es la confianza, y no el pánico, es el valor que otorgamos al bien común, y no el egoísmo,


lo que en última instancia nos ha persuadido sobre la conveniencia de respetar la
cuarentena.

¿Esta circunstancia desdice de la existencia de un proceso de neoliberalización de facto de


la sociedad venezolana? Ciertamente no. Pero nos permite identificar sus límites,
convencernos de que tal fenómeno está muy lejos de ser una fatalidad.

¿Hemos asimilado, como sociedad, las profundas implicaciones de este acontecimiento?


Urge hacerlo, y en esto consiste la gran prueba que tenemos por delante: una vez
recuperada, reaprender la confianza, que es la manera de no perderla de nuevo. Porque de la
misma manera que aprendemos la desesperanza, aprendemos la desconfianza en nosotros
mismos, en nuestra fuerza, en las ideas, valores y sentimientos que nos hacen seres
humanos más solidarios, capaces de anteponer el bien común al interés individual.

No nos llamemos a engaño: la confianza recuperada puede ser una conquista social efímera,
momentánea. Puede suceder, perfectamente, que se desvanezca frente a nuestros ojos sin
que podamos siquiera advertirlo. Por eso, insisto, es tan importante asimilar cuanto antes el
hecho: hemos sido capaces, como sociedad, más allá de nuestras posiciones políticas, de
recuperar la confianza.

La posibilidad de pensar lo que hacemos

Por razones muy obvias, quienes tuvimos o tenemos responsabilidades de Gobierno


estamos aún más obligados a asimilar, de inmediato, los alcances de este acontecimiento.
Debemos, en primer lugar, reconocer nuestra responsabilidad a la hora de evitar que tantas
y tan perjudiciales profecías se cumplieran.

El eficaz manejo que las autoridades gubernamentales han hecho de la situación de


emergencia con motivo de la pandemia es la más clara demostración de lo que debe hacerse
para conjurar las profecías autocumplidas. Pero esta misma verdad, a mi juicio
incontrovertible, pone también en evidencia que durante los últimos años nuestro
desempeño como Gobierno ha sido muy ineficaz.

Tal ineficacia, me parece, se relaciona directamente con el hecho de que hemos asumido
una actitud paternalista, en los términos definidos por Reicher, Drury y Stott. Es decir,
partiendo de la desconfianza en la gente, convencidos de su incapacidad para manejarse en
una situación de profunda crisis, persuadidos de su inmadurez o de su irracionalidad, nos
creemos llamados a protegerla, antes que cualquier otra cosa. Esto es particularmente
evidente en la manera como, de un tiempo a esta parte, las autoridades gubernamentales en
general transmiten sus mensajes a la población: “con moderación y de la manera más
simple para que las personas no se sientan abrumadas por lo que se les dice” (21). Con
mucha más frecuencia de la tolerable socialmente, tal actitud se traduce en la casi total
desinformación respecto de asuntos que son fundamentales para la sociedad o, para decirlo
de otra manera, en la completa opacidad respecto de decisiones de enorme relevancia
social.

La manera como las autoridades gubernamentales han lidiado con la pandemia es la medida
de lo que corresponde hacer en todos los órdenes, fundamentalmente en materia económica.
En esta materia, donde se decide en grado sumo el futuro de toda la sociedad, el Gobierno
pareciera empeñado en escribir un manual de cómo hacer exactamente todo lo contrario de
lo que es preciso hacer.

Particularmente en lo económico, la información puesta al servicio de toda la sociedad


debería ser suficiente, regular, oportuna, detallada, clara, independientemente de su
complejidad. Además de estar informada, a la sociedad le asiste el derecho de discutir,
cuestionar, rechazar y por supuesto elaborar propuestas, mucho más en situaciones de
crisis. Pues hay que crear las condiciones para que esto sea posible.

Así, por ejemplo, y por citar un caso de extraordinaria relevancia, anunciar la


reestructuración de nuestra industria petrolera es una medida correcta y necesaria, pero del
todo insuficiente, en tanto que PDVSA ha vuelto a convertirse en una verdadera caja negra
para toda la sociedad. Más allá de la abundante información pública sobre el impacto de las
medidas coercitivas unilaterales impuestas por el Gobierno estadounidense, es poco lo que
se sabe sobre lo que ocurre dentro de la principal empresa del país. La judicialización de
trabajadores y trabajadoras de la empresa de manera nada transparente, violándose el
debido proceso, viene a agravar aún más la situación.

¿Cuál es el resultado del manejo tan ineficaz de asuntos tan sensibles para la sociedad? No
es ningún misterio: desconfianza.

En uno de los textos más lúcidos que se hayan escrito hasta ahora a propósito de la
pandemia, Yuval Hoah Harari planteaba: “Una población automotivada y bien informada
suele ser mucho más poderosa y eficaz que una población controlada e ignorante… La
gente tiene que confiar en la ciencia, las autoridades públicas y los medios de
comunicación. En los últimos años, los políticos irresponsables han socavado de forma
deliberada la confianza en la ciencia, las autoridades públicas y los medios de
comunicación. Ahora esos mismos políticos irresponsables podrían verse tentados de tomar
la senda del autoritarismo, argumentando que no cabe confiar en que la población haga lo
correcto” (22).

Lo escrito por Harari es un “retrato hablado” de Donald Trump, a quien evita mencionar
expresamente, aunque es bastante severo con el Gobierno estadounidense: “el actual
gobierno estadounidense ha renunciado a la labor de liderazgo. Ha dejado bien claro que la
grandeza de Estados Unidos le importa mucho más que el futuro de la humanidad” (23).

En todo caso, en lo que quiero insistir es en la importancia de la confianza. El mejor


antídoto contra los políticos, medios y expertos irresponsables que socavan la confianza de
la gente, son los políticos, medios y expertos que actúan responsablemente, confiando en la
capacidad de la gente para manejar información compleja, en su capacidad para hacer
frente a situaciones de crisis, y transmitiendo mensajes que ponen el acento en la necesidad
de actuar en razón del bien común. Tal es el remedio contra cualquier profecía
autocumplida.

Harari hace otra precisión muy pertinente: “Siempre que se hable de vigilancia, debemos
recordar que la misma tecnología de vigilancia no sólo puede utilizarse por los gobiernos
para vigilar a los individuos, sino también por los individuos para vigilar a los gobiernos
(24). Esto a propósito de la enorme oportunidad que supone una herramienta como el
Sistema Patria.

Recientemente, Ketsy Medina sugería que el Sistema Patria podía ser aprovechado por la
población para realizar denuncias relacionadas con la violencia de género. Razón no le
falta. ¿Por qué no? De hecho, también puede servir como una eficaz herramienta para que
la gente pueda denunciar el cobro ilegal en las estaciones de servicio, aportando
información que le permita a las autoridades, en tiempo real, tener una idea bastante
aproximada de posibles focos de conflicto social. En general, puede servir para que la gente
evalúe el funcionamiento de los servicios públicos, para formular denuncias contra
comerciantes inescrupulosos, para evaluar la gestión de autoridades locales, regionales e
incluso nacionales.

Específicamente respecto de las aglomeraciones públicas en torno a las estaciones de


servicio y el malestar popular asociado al cobro ilegal por parte de efectivos de la GNB,
vale recordar, una vez más, lo planteado por Reicher, Drury y Stott: si la gente no cumple
con las medidas de distanciamiento social, esto ocurre la mayoría de las veces por falta de
oportunidades, no porque la gente sea irracional. En lugar de culpabilizar a la gente común
y corriente, es decir, “en lugar de burlarse del público” (25), lo que debe hacerse es crear
más oportunidades, en este caso en particular sancionando severamente a los efectivos
corrompidos y garantizando la eficacia en la prestación del servicio, dándole prioridad a
quien corresponda, y también, por cierto, informando a la población sobre la cantidad de
combustible existente en el país. De nuevo: tenemos que ser capaces de confiar en la
capacidad de la sociedad venezolana para manejar esta información. Asumir de antemano
que la gente entrará en pánico es todo lo contrario de lo que hay que hacer.
Una cosa es pensar que hacemos lo único posible para enfrentar una situación de crisis, y
otra muy distinta es permitirnos la posibilidad de pensar lo que hacemos para enfrentarla.
Superar esta gran prueba, como sociedad, pasa por elegir la segunda opción.

Referencias

(1) Javier Salas. Cómo conseguir que nos quedemos en casa en lugar de comprar más papel
higiénico. El País, 13 de marzo de 2020.

(2) Stephen Reicher y John Drury. Don't personalise, collectivise! The Psycologist. The
British Psychological Society.

(3) Stephen Reicher y John Drury. Don't personalise, collectivise!

(4) Stephen Reicher y John Drury. Don't personalise, collectivise!

(5) Stephen Reicher y John Drury. Don't personalise, collectivise!

(6) Stephen Reicher y John Drury. Don't personalise, collectivise!

(7) Stephen Reicher y John Drury. Don't personalise, collectivise!

(8) Javier Salas. Cómo conseguir que nos quedemos en casa en lugar de comprar más papel
higiénico.

(9) Stephen Reicher, John Drury y Clifford Stott. The truth about panic. The Psycologist.
The British Psychological Society.

(10) Stephen Reicher, John Drury y Clifford Stott. The two psychologies and Coronavirus.
The Psycologist. The British Psychological Society.

(11) Stephen Reicher, John Drury y Clifford Stott. The two psychologies and Coronavirus.

(12) Stephen Reicher, John Drury y Clifford Stott. The two psychologies and Coronavirus.

(13) Stephen Reicher, John Drury y Clifford Stott. The two psychologies and Coronavirus.

(14) Stephen Reicher y John Drury. Don't personalise, collectivise!

(15) Reinaldo Iturriza López. Venezuela y el “capitalismo del desastre”. 2 de febrero de


2019.

(16) Reinaldo Iturriza López. Chavismo, amor propio y goce popular. 15 de mayo de 2015.

(17) Reinaldo Iturriza López. La migración en Venezuela: un pasaje de ida y vuelta. 14 de


septiembre de 2016.
(18) Reinaldo Iturriza López. Venezuela y el “capitalismo del desastre”.

(19) Reinaldo Iturriza López. Cuarentena (VIII): Neoliberalismo y clases populares: la


mutación en marcha. 4 de febrero de 2020.

(20) Coronavirus causaría «holocausto de la salud», según la Federación Médica


Venezolana. Tal Cual, 28 de enero de 2020.

(21) Stephen Reicher, John Drury y Clifford Stott. The two psychologies and Coronavirus.

(22) Yuval Noah Harari. El mundo después del coronavirus. La Vanguardia, 5 de abril de
2020.

(23) Yuval Noah Harari. El mundo después del coronavirus.

(24) Yuval Noah Harari. El mundo después del coronavirus.

(25) Stephen Reicher, John Drury y Clifford Stott. The two psychologies and Coronavirus.

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