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Cédula de Extranjería (2014)

Este documento presenta una dedicatoria para un libro sobre la experiencia de los extranjeros. En menos de 3 oraciones, resume que los extranjeros necesitan nervios de acero para enfrentar las dificultades de vivir en un país ajeno, como no reconocerse en el espejo o no saber cuándo podrán volver a su país. El autor dedica el libro a los extranjeros de adentro y de afuera, exiliados o insiliados, profundos o veleidosos, de Cuba o no.

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Cédula de Extranjería (2014)

Este documento presenta una dedicatoria para un libro sobre la experiencia de los extranjeros. En menos de 3 oraciones, resume que los extranjeros necesitan nervios de acero para enfrentar las dificultades de vivir en un país ajeno, como no reconocerse en el espejo o no saber cuándo podrán volver a su país. El autor dedica el libro a los extranjeros de adentro y de afuera, exiliados o insiliados, profundos o veleidosos, de Cuba o no.

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CÉDULA

DE EXTRANJERÍA

Alberto Rodríguez Tosca


El extranjero trae a las ciudades
el cansado recuerdo de sus libros de estampas.
ENRIQUE LIHN

Amigos a lo lejos:
esto no es una carta,
sino un pedazo de mi isla.
FAYAD JAMÍS
Dedicatoria

Los libros hermosos están escritos


en una especie de lengua extranjera.
MARCEL PROUST

Dedicar un libro con discurso es ostentoso (ya lo hicieron Gastón, Ángel y Borges*), no
hacerlo cuando se tiene ganas es pecar de ostentación por labilidad, o “poquita cosa”, para
decirlo en el más llano de los castellanos. En el extranjero, los extranjeros no son criaturas
lábiles, son seres nerviosos.
Nervios de acero necesitan los extranjeros en el extranjero. Nervios para entreabrir
los ojos y dejarlos vagar por cada nueva mañana de otro. Nervios para que cada nueva
mañana de otro no se convierta en la eterna geografía sin fecha sacrificando puntos
cardinales como si fueran reses desahuciadas. Nervios para tocar la puerta, escribir la carta,
levantar el teléfono. Nervios para hojear el periódico y descubrirse rodeado de noticias
ajenas. Nervios para mirarse en el espejo y no reconocerse en el espejo. Nervios para
burlarse de sí mismo cuando se mira en el espejo y un desconocido lo saluda con la mueca
del cuervo, o le guiña el ojo cerrado en señal de saña, burla o conmiseración... Nervios para
calmar los nervios necesitan los extranjeros, en el extranjero.
Un día, camino a casa, alguien me preguntó si pensaba volver. ¿Volver? ¿Adónde?
Con Eliot ensayé una respuesta: “Inútil la pregunta. Difícil sepas cuándo vuelves. Hallarás
tanto que aprender”. Letras baldías, al menos para mí, pues en quince años de ausencia no
he aprendido sino a cansarme de mí mismo cada vez que me distraigo ante los cambios del
semáforo y alguien me pregunta si pienso volver... ¿Volver? En el extranjero, los
extranjeros nunca saben cuándo van a volver. Saben a qué horas respiran los amigos, dónde
se cuelgan las mil fotografías, por qué se parecen los calendarios a los aguaceros, cuánto
asustan las cuentas por pagar y hasta quién empuja la sombra cuando huyen de los
asaltantes nocturnos, pero nunca cuándo van a volver... ¿Adónde?
En el extranjero, los extranjeros construyen su propio Malecón con los residuos de
los malecones de otros. Allí se sientan a contemplar las noches construidas con los aromas
de sus antiguas noches sin dueño. Y allí empiezan a contarse el cuento del viaje. El viaje —
el gran cuento del viaje—, convertido él mismo en frágil talismán que nunca termina de
descifrarle al extranjero el misterioso cuento del viaje. En el extranjero, los extranjeros
beben leche y alcohol y con los dos venenos se emborrachan para que el leve aturdimiento
les impida escuchar el final del cuento del viaje.
En el extranjero, los extranjeros escriben libros que nadie va a leer. Los sudan, los
sangran, los caminan, y hasta puede que los escriban “en una especie de lengua extranjera”,
pero no son hermosos los libros que escriben los extranjeros en el extranjero porque el
lenguaje de la belleza se les oculta tras las máscaras de la página en blanco para no
condescender a los crímenes de lesa veleidad que suelen cometer los extranjeros, en el
extranjero.
Dedicar un libro con discurso es ostentoso (ya lo hicieron Gastón, Ángel y Borges),
no hacerlo cuando se tiene ganas es pecar de ostentación por ostentación. Entonces:

para mis Extranjeros


—de adentro y de afuera:
de ida o de vuelta,
de Cuba y no,
profundos o veleidosos,
exiliados, insiliados—,
es este libro.

Dios nos perdone.


Dios los perdone.
Dios se perdone.
*Gastón Baquero, Ángel Escobar, Jorge Luis Borges.

Ésta es la nostalgia:
vivir en la onda
y no tener patria en el tiempo.
RAINER MARÍA RILKE
I
PATRIA EN EL TIEMPO

Patria
s.f. Lugar, ciudad o país en que se ha nacido
y a la que se pertenece por distintos vínculos.
Patriota, patriotero, apátrida.
PEQUEÑO LAROUSSE

¿Qué me importa vivir en tierra extraña,


o en la patria infeliz donde he nacido,
si en cualquier parte he de encontrarme solo?
JULIÁN DEL CASAL

Donde se está bien,


allí es la patria.
ARISTÓFANES
1

No pierde tiempo

el tiempo...
La sombra

en la pared, pasando,

para después fundirse

con la otra sombra

en la pared, pasando.

No pierde tiempo

ni pisadas, el tiempo. Pisa y pasa con prisa,

para que nadie dude: “Soy el tiempo”, dice, y nadie

duda. “Es el tiempo”, dicen, y nadie vuelve a preguntar

por qué las llamas que ayer fueron madera, hoy saltan

de árbol en árbol regurgitando la lúgubre oración

del individuo solo.

Asfalto bautismal:

reloj de arena. Hollín sobre los puentes: alocución

de los portales. Camina, deambula, aprende a deambular.

Atraviesa los muros, navega en las columnas, desaparece

en las ventanas. Interroga cada cuadrícula de acera


como si fuera la última: no de otra forma la pérfida ciudad

dará contigo.

Por más que intentes

disimular el barullo de los pasos o desorientar la fijación

de los andenes, nunca podrás huir de las gargantas

que del eco han hecho un cántico, un vértigo, un látigo.

Queman sus puntas untadas de vinagre en la espalda desnuda

y nadie escapa al escrutinio del escarmiento minucioso.

Ni siquiera la sombra escapa. Ni el hueso en su esqueleto

de frondas: bosque marchito; ni el músculo, ni el pórtico,

ni la túnica del perro metropolitano... Un avieso reloj

trafica con números como si fueran balas: para cada una

ya tiene reservado un corazón.

Porque no pierde tiempo

ni ciudades ni pisadas,

el tiempo...

La sombra

en la pared, pasando,

para después fundirse

con la otra sombra

en la pared, pasando.
2

Tendríamos ya una edad misericordiosa, cuando mi madre nos habló por primera vez de los

turpiales. “Los turpiales —dijo— cantan en la memoria”.

—¿En la memoria? —mi padre.

—En la memoria —mi propio padre.

—Cantan —dijo todo mi padre, mientras se frotaba desmañadamente las rodillas y

cubría con tres capas de sal su caldo de agua.

Por entonces mi hermano seleccionaba caracoles en los patios y los hacía detonar

contra las rocas para evocar el torvo soliloquio de los antepasados. Luego recogía los

fragmentos en minúsculas cáscaras de almácigo y grababa al dorso de sucios pergaminos

las respuestas que diligentemente se precipitaban desde el cielo.

—Es la una en punto del viaje —mi hermano.

—La una en punto —mi propio hermano.

—Del viaje —dijo todo mi hermano, mientras fijaba su vista en las maletas y

dibujaba un barco de vapor en el doble filo de la misma navaja con que al día siguiente

habría de diseccionar su primera lagartija.

—¡Abran la puerta! —mi madre.

—¡Cierren la puerta! —mi propia madre.

—La puerta —dijo toda mi madre, mientras doblaba las últimas camisas y revivía la

vocecita del furtivo turpial que la noche anterior se le posó en el sueño.

Tendríamos ya una edad misericordiosa.


3

MISERICORDIA

corazón abierto a las miserias del corazón

(rumian las escrituras)

Quiero misericordia y no sacrificios.


OSEAS, 6.6

Busco a tientas la mano para tomar la piedra tomo a tientas la piedra para picar la nube pico

a tientas la nube para beber del cielo bebo a tientas del cielo para pensar con Dios pienso

con Dios y a tientas pienso que Dios se embriaga en el horario equivocado: Ronda

Sacrificial.

MISERICORDIA

corazón abierto a las miserias del corazón

(el mío // las mías)

Ahora se confunden entre las mil neblinas de la noche cerrada. Sólo

permanecen abiertas las puertas del Bar Barie y las piernas de esa

muchacha que vende su miserable corazón en cada esquina. Nadie

hay para cerrarlas: las piernas, las puertas. Ya son las 12: hora de

reformar el protocolo. Hora de presentarme como abeja,


zángano, abejorro de más en este gran panal de reinas y reyes sin

corona. Hora de libar y ser libado. Hora de escupir en la sopa de los

que ayer desesperaron por un beso y hoy desesperan en fila y detrás

de los que mañana desesperarán por nada. ¿Son las malas

conciencias? ¿Son las malas conciencias conscientes de su burda

maldad? ¿Son las burdas maldades? De la brisa al trueno no hay

más que un pétalo doblado en dos sobre una mesa de billar en

donde un melancólico ciempiés1 apuesta contra sí mismo y a tres

bandas la perpetuidad del Universo. Una serpiente2 apura el taco

contra el triángulo y ocho bolas de fuego se hunden burlonas frente

a las ocho patas de una desconsolada araña común 3... Cedo mi turno

a la hija menor del caballito del diablo 4 y callo, y salgo, y vuelvo a

caminar, tranquilo5. Un buen cocuyo6 se compadece y me alumbra

el poco afán.

MISERICORDIA

corazón abierto a las miserias del corazón

(cerrado // abierto)

1
Nómina del equipo de billar (Bestiarium):
?
Scolopendra morsitans
2
Trepinoductus viperinus
3
Tergenaria domestica
4
Hipocampus diabulus
5
Hospes (Extranjero)
6
Lamprys limpipennes
Camino, deambulo, aprendo a deambular. “Esta ciudad no es mía.

La recorro sin prisa. Dejo que me recorra como lo haría la mano de

una niña abandonada en una caja de cartón ante la puerta de un

prostíbulo. En cada esquina me aseguro de que aún llevo la isla en

peso doblada en el bolsillo. Asechan los ladrones. Los asesinos

cumplen su ronda alrededor de los ensueños del paseante solitario.

Despiertan exhaustos los amantes al regreso de la dura faena. ¿Será

muy tarde ya para rendirle cuentas de las derrotas de anoche a la

noche de las derrotas de mañana?” Camino, deambulo, aprendo a

deambular. Soy Robinsón Crusoe serpenteando sin rumbo por entre

los dédalos sombríos de una isla sin Isla un viernes sin Viernes

sobre este malicioso abril troyano en que nada sucede salvo yo.

Pregunto a los umbrales por el cartero que prometió llegar con una

carta escrita en mandarín y el telegrama en blanco. Recurro a los

carteles para asegurarme de que aún transito por las calles del siglo

XXI. Exijo amparo, música, consagración, maneras. Y exijo agua

para la sed del agua.

MISERICORDIA

corazón abierto a las miserias del corazón

(¿la sed // el agua?)


Ronda Sacrificial: busco a tientas la mano para tomar la piedra tomo a tientas la piedra para

picar la nube pico a tientas la nube para beber del cielo bebo a tientas del cielo para pensar

con Dios pienso con Dios y a tientas pienso que Dios se embriaga en el horario equivocado.

MISERICORDIA

corazón abierto a las miserias del corazón

(rabian las escrituras)


4

¡HOSPES, HOSTIS!

El Extranjero sabe que las piedras que pisa no son suyas. Ni las bocas que besa, ni los vinos

que bebe, ni los papeles en que escribe, ni los portarretratos que siempre lo vigilan. Ni

siquiera son suyas —bien sabe el Extranjero— las noches que se inventan estrellas para

cumplir con el encargo de una Isla que suplica a la luz de la luna inventada.

¡HOSPES, HOSTIS!

Afirma el Extranjero que una partícula de azufre desleída en una copa de miel, será su

fórmula para recuperar sus memorias del barro y del estío. Presiente —augura el Extranjero

— que dos copas por noche serán la puerta al puente que siempre lo ha llevado de regreso a

casa. La casa del Extranjero se parece a un río. Sube, baja, trepida, se agota, serpentea.

Siempre encuentra un recodo en donde acomodarse sobre el mejor otero para medir cuántas

fragancias lo separan del mar.

¡HOSPES, HOSTIS!

El mar, el mar, el mar... Traza el Extranjero una línea victoriosa entre la línea del horizonte

y él. Supone que está a salvo del mar sólo porque se mira en el espejo, y no ve lágrimas.
5

Estudias tu libreto.

Subrayas con tinta verde los parlamentos de tu personaje.

Con rasgos cruzados marcas la afectación del músculo,

el chasquido de la lengua en su máscara, el mesurado

silencio que pronto habrá de convertirse en grito.

Paseas con los papeles en la mano. Te concentras.

Se te hace familiar ese monólogo en donde se habla

de ¡Oh, la hermosa Ofelia! Y de dormir, morir, tal vez

soñar... Recorres el tablado con la grave expresión

de quien escribe un verso. Repites el rendido ademán

y vuelves a corregir los bordes de tu silueta en las cortinas.

Sientes que falta algo de caridad en las maneras. Insistes.

Te concentras. Ignoras las luces. Ocultas en tu pecho

el rostro. Imaginas que aplaude el público. Que los balcones,

que las butacas, que las ciudades se estremecen. Respondes

ante el director por la crítica que leerán mañana. Preguntas

al tramoyista por la espectadora de la No. 6 que huyó

antes de la caída del telón. Lloras, vuelas, tiemblas, sonríes.

Estudias tu libreto.
6

Entre la caída del Telón

y el despertar de un Sueño,

no esperes más que un Número.


7

¡HOSPES, HOSTIS! (¡Extranjero, enemigo!), escucha el Extranjero a la salida del

Teatro. Los autos se aglomeran en círculo mientras los flashes enceguecen al autor de los

autógrafos. Actúa aun por fuera del proscenio. Y lo hace bien, y las planas aún vacías de los

periódicos de pasado mañana ya hablan de la escena del crimen y del mejor actor... Una

loca se asoma a una ventana, y canta.

¡HOSPES, HOSTIS!, escucha el Extranjero a la salida del Circo. Desafina el coro de

leones. La morsa le arrebata un huevo al cocodrilo y llora la jirafa porque el elefante se

enamoró de aquella golondrina. Aquella golondrina es una alucinación del elefante, pero la

jirafa no entiende de espejismos y guarda su pobre cuello herido en la abisal arena donde

cumple su viejo ritual el joven avestruz... Malabaristas y payasos tratan de apaciguar la

algarabía.

¡HOSPES, HOSTIS!, escucha el Extranjero a la salida de la Plaza. El discurso del

señor Presidente ahuyenta a las palomas. Su mano sobre el pecho imita el gesto de los

dedos cruzados tras la espalda. Gesticula, tartamudea, miente. Se aferra a la tribuna. Habla

de los tiempos de la patria como si hablara de circos y teatros... A lo lejos retumban los

primeros acordes del Himno Nacional.

¡HOSPES, HOSTIS! (¡Extranjero, enemigo!), escucha el Extranjero.


8

Aceras de ultramar, calles a punto de recurrir a un número

para olvidar la fecha en que pasó de largo y nadie le preguntó

si estaba sola. La calle, adormilada en su afligida media luz

como una gata a punto de suscribir un pacto con la luna. La luna.

Su voluntad a prueba de esplendores. La transparente nube a media

asta y otro viento sin voz intentando disimular la pulcritud del cielo.

(Fábrica de estaciones. Multas hasta de un rayo para el que intente

enmascarar entre jazmines las advertencias del relámpago. Multas

hasta de un relámpago para el que intente neutralizar los perfumes

del jazmín: se solicita equilibrio y conmiseración en las entregas).

Noche de ayer. Aurora de mañana. Luna de cualquier día. Del lobo

muerto que aúlla en la pajarera del vecino, un pelo de la barba

de Dios desempolvando antiguos sacramentos para autorizar

ante los reyes el delicado ejercicio de la licantropía. El delicado

ejercicio de la licantropía no comulga con espurios lunáticos

que a propósito confunden los sabores del arte de volar. Del arte

de volar se ha dicho que es arduo y misterioso, más que el vuelo.


9

¡Cómo vuela el tiempo!

Aunque no tiene prisa y se escurre entre los rastros de la calle

y la voracidad de un número. Un número. Siempre necesita

el tiempo un número. Y alas, para acordarse de que vuela. Y olas,

para acordarse de que aún existen los martines pescadores.

Olas y alas se reúnen en las patrias del tiempo para marcar

con cantos de luciérnagas su territorio de bestia ardida.

¡Cómo vuela el tiempo!

Aunque no tiene prisa y culpa a la gaviota por todas las desdichas

del mar. Pero qué culpa tiene la gaviota si el mar la espanta

con el vaivén de ese mareo perezoso. Cara y cruz del mismo

planeta senil se disputan el hueso en bruto de la calavera

para no dejar en manos de cualquier mañana las tropelías de ayer.

¡Cómo vuela el tiempo!

Aunque no tiene prisa y se arrastra entre jirones de piel

como huellas de sangre sobre rampas de nieve. En los nevados

del mar siempre me enredo cuando trato de alcanzar alguna orilla.


10

¿Un número?

¿Será que el tiempo?

¿Será que el tiempo necesita?

¿Será que el tiempo necesita siempre?

¿Será que el tiempo necesita

siempre un número?

¿Y yo una orilla?

¿Y una gaviota el mar?


II
No. 291294

Número
s.m. Concepto matemático que expresa
la relación existente entre la cantidad y la unidad.
Símbolo o expresión con que se representa este concepto.
Cantidad indeterminada.
PEQUEÑO LAROUSSE

Las horas ya de números vestidos.

LUIS DE GÓNGORA

Así que vas al extranjero:


¿cuándo vuelves?
T.S. ELIOT
1

“No sé quién somos yo”, confieso. Caminar en voz alta —dicen— es la única forma de no

reventar contra ese Muro. Caminar en voz alta y ensimismarse en nada. Caminar en voz

alta y tropezar y caer y demandar del tropiezo y la caída una combinación propiciatoria.

Caminar en voz alta —dicen— y repetir en cada esquina un número: el Número. Y confieso

que estar aquí no es más que confesar:

291294

El Extranjero sabe que no saber es a veces un signo. Hay que volverlo a contemplar para

advertir su voluntad de aura encallada. La presbicia cuenta. Los antídotos contra la

presbicia cuentan. Y cuenta el ojo tuerto del alba que a veces ve, que a veces no, pero que

siempre auxilia y entre ver y no ver ordena la ciudad y recompone el mundo. Desde un

balcón contempla el Extranjero el mundo, entre cascajos se arrastra en la ciudad.

291294

291294 + 291294

Con la cabeza gacha cruza frente al mendigo. La levanta para saludar al doctor. “Buenos

días, doctor”, dice. “Malos días, mendigo”, dice, y regresa a su cuarto de hotel con la

conciencia más o menos tranquila. No duerme en paz. No duerme. La noche fucsia le


respira en la nuca, y bebe. Esquiva un pensamiento, otro, y bebe. Esquiva a un moscardón

que sobrevuela su conciencia, y bebe. Un borracho blasfema sobre su sombra desfigurada

en la indolente circunspección de la puerta cancel. ¿Una estrella fugaz, la luz que pasa?

¿Un globo aerostático, un meteorito, un avión, un reno, un misil, un alma en pena? Bebe.

291294 - 291294

291294 x 291294

291294 : 291294

Bien sabe el Extranjero que el exceso de alcohol es perjudicial para la salud, pero más sabe

que el exceso de salud es perjudicial para el corazón. Y bebe. Con el penúltimo sorbo de

cordura enciende la última espiga de incienso y se asoma a la ventana. “Esta ciudad no es

mía”, dice. Sobre la gran carpa de cemento y neón, el Extranjero escupe su rabia de hombre

solo en hotel de mala muerte y le declara la guerra a la Nebulosa de Andrómeda: le juran

lealtad el color de la arcilla, la rosa, el campanario, algún que otro crepúsculo, y la fe ciega

de sus presentimientos. La clarividencia cuenta. Los antídotos contra la clarividencia

cuentan. Y cuenta el paso firme de la incertidumbre a la hora de decidir entre mendigo y

doctor, minutero y lagar, astrolabio y mujer.

¿291294 = 291294?

“No me dan las cuentas”, se cuenta el Extranjero: divisiones y multiplicaciones, sumas y

restas, cábalas y trigonometrías, pero insiste en averiguar “quién somos yo”. Nadie quizás,
como aquel griego, o Alguien como éste que ahora se desbarata como un pétalo ante la

intimidante constatación de un número.

291294

Cédula de Extranjería:

el Número.
2

Por los cristales no tienes que llorar:

Ya estaban rotos

cuando los empujó el viento.

Llora más bien

por el viento.
3

Los atracadores tenían cara de ángeles.

Cayeron por detrás, como caen las manos de la niña

sobre los ojos del padre “¡Adivina quién es!” No

preguntaron los atracadores. Ya sabían que era

el Extranjero. El antiguardaespaldas de la noche

rendido ante sus pies como un suspiro doblegado

ante la faz de un tártaro. Sus manos no cayeron

en los ojos sino en la boca. No hubo ningún error

en la reconstrucción de la sorpresa. Ni en el golpe

seco y rotundo que se perdió al final de las costillas.

La navaja en el cuello, el puñetazo en la nuca,

el gentil donaire de los dedos desocupando muy lenta

mente los bolsillos. Una pequeña herida sin nombre

se abrió paso segura por entre el desnutrido corazón

del Extranjero. “¡Adivina quién es!”, no preguntaron.

Tenían cara de ángeles los atracadores.


4

¿Cuántas eternidades
son un día?

Nunca conoceré a la muchacha que nacerá a las 10 de la mañana del

viernes 21 de noviembre de 2962. Nunca sabré su nombre. Nunca

me reflejaré en el lila de sus ojos, succionaré la sangre de sus labios,

perseguiré el zigzag de sus caderas. Nunca su voz pondrá en mi

boca las palabras que escuchará el muchacho de aquel glorioso

instante del futuro glacial. Mil años son. Más números. Más

lunares, jugos, palmas, pecas, creciendo como hiedra en el blanco

tablero de sus pechos benditos. Historia patria mía del alma. Alma,

niña, mujer. Remoto soy, extraño soy, intruso soy entre sus manos

entonces acariciando otras mejillas. Nunca acariciaré, nunca amaré,

nunca conoceré, nunca sabré el nombre de la muchacha que nacerá

a las 10 de la mañana del viernes 21 de noviembre de 2962. Mis

huesos serán físico polvo... mas metafísico polvo enamorado.

¿Cuántos días
son la eternidad?
5
Anábasis*

Y la mañana para nosotros conduce su dedo


entre santas escrituras.
¡No es de ayer el exilio!
¡No es de ayer el exilio!

Lees a Saint-John Perse. De la pequeña lámpara de queroseno brota una menuda sombra

más o menos salvaje. La miras de reojo porque sospechas que es sombra vengativa. Te

llama por tu nombre y gira hacia la izquierda para mostrarte el verdadero rostro del horror:

tu rostro. Tiemblas ante el espejo y te hundes en la página para escapar del estropicio: la

turbamulta de los cánticos contra la suspicacia del candil. El miedo, ¿ves?, el miedo: su

golosa expansión sobre los bordes de tu velo vencido. Raspas la roca con la punta de la

lengua y lanzas el bronco salivazo contra el sillón en que murió tu padre en el verano

sangriento de 1492 ¡Puaf! Hoy te revelas contra nada. La Nada que ayer se alió contigo

pronto habrá de aliarse con la jungla para mañana revelarse contra ti. La suerte echada. El

ademán siniestro de una pluma desapareciendo sigilosamente entre tifones. Marchas hacia

lo oscuro como una gacela enceguecida por los olores que emanan de los ojos del tigre. No

te decides por ninguna de las cuatro caras de la cruz. Porque no hay cruz, no hay caras; si

acaso caridad, usura, lisonja hipócrita. Entre la maldición y el abanico, eliges la pradera.

Pisas la fuente, palpas la brisa. Reclamas un poco de no ser para no ser (no seguir siendo)

en este instante crucial y una vez más y para siempre, un número.


Entonces la neblina.

El terraplén partiendo en dos

la noche. En tres la lengua que habrá de acudir

al reclamo de la flauta para desvanecerse ante

el discurso tenebroso: discurso tenebroso. El mismo

resignado reptil volando sobre alfombras

bailadoras para atajar con física la mística

del vuelo. Vuelo, volar, reconstruirse en la fatiga

del alba. Ludir, volver, recuperarse de la luna

anterior como un pájaro enfermo que se borra

de la jaula con su última pluma ensangrentada.

¡Ah si mi madre, ah si mi padre, ah si mis

hermanos estuvieran conmigo!

Páginas, músicas. Anacrónicas máquinas de hombres bebiendo bilis en

las cuencas de los cuervos que ayer bebieron leche. Párpados, sílfides.

Fáciles mandíbulas sin éxtasis mordisqueando en los márgenes de un

destino casi siempre manipulado por la máscara. Torpes murciélagos

sobrevolando en círculo los húmedos aeródromos de esta torta melindrosa

y fútil, que llaman bola de cristal, o mundo. Mundo, mundano, mundanal.

Apocalípticas imágenes descubiertas en público para hacer cumplir la

ruda penitencia del pasado neurótico. Pronósticos del oráculo, hálitos sin

aliento, tráfico de oropéndolas. Nuevas pústulas procurando equilibrio


sobre las viejas básculas. Marchas fúnebres paseando sus escrúpulos

sobre la blanda noche de los asesinos. En cámara lenta se festejan los

anunciados crímenes, en cruentas ráfagas las criminales líricas. Se agita la

toga en el aerópago y el tribuno exige al tribunal de los arcángeles

rectificar el ambiguo balanceo del péndulo a fin de absolver de todos los

delitos el destino elemental de la libélula. Cúpulas, cópulas. Cansancio

griego, canibalismo helénico: Anaxímenes el aire, el fuego Heráclito, el

átomo Demócrito, Pitágoras el número, mas no hay síntomas de Diógenes

el Cínico ni de Sócrates el Báquico regurgitando escupitajos y mayéuticas

en las playas del ágora. Porque no hay ágora. Hay niños díscolos siempre

recomenzando. Y trasnochadas metafísicas pretendiendo ocultar tras cada

hipérbole la súbita precipitación de sus crepúsculos.

Entonces la neblina.

El segundo bostezo y un escuadrón

de silencios armados lanzando mortíferas

gotas de rocío contra la impetuosa arremetida

de la chusma verbal. Amotinamiento de las voces

en los cuarteles de La Mancha. Sublevación

del libro en blanco contra el blanco manchado.

Mancha, Mancha, manchar: tinta indeleble.

El maquillista afila sus tijeras para hendir

su punta roma en las preguntas que no le hizo


nunca el futuro al presente del pasado común.

¡Ah si mi madre, ah si mi padre, ah si mis

hermanos no estuvieran conmigo!

Lágrimas del orégano, álgebras del oxígeno, retóricas del éxodo y la

diáspora. Socorridas metáforas reformulando fórmulas ejercitando

ejércitos para simular que somos los fáusticos herederos de una congoja

prehistórica. Los súbditos magníficos. Gusanos mitológicos, títeres,

espantapájaros, presbíteros, apóstoles, pontífices: huéspedes

maquiavélicos pregonando sus artes de falsear en la cúspide de la feria

fantástica. El hombre seudónimo del hombre. Su sinónimo, su jeroglífico,

su antónimo, en la vorágine de sus falsas rosaledas selváticas. Réplica del

repique sonámbulo, parábola del instinto diabólico, y un coro en tránsito:

¡Ciérrate Sésamo! ¡Los bárbaros ya llegaron a Ítaca! Con cáscaras de

plátano quebremos la clavícula de la escalera eléctrica, incendiemos la

cuerda del acróbata, enloquezcamos las luces del semáforo, arruinemos la

noche de la cena romántica, subámonos de una vez por todas al patíbulo y

¡no más dictámenes! No más horóscopos, no más turísticas. No más de

hinojos ante el monstruo del hábito, ese fétido esclavo del déspota del

límite. Descompongamos la brújula, proscribamos el énfasis, expatriemos

el júbilo, cortemos el cable rojo del teléfono. Guardemos nuestros votos

para las grandes sílabas, las graves tórridas, las agudas pálidas. No se lo

merecen estas tardas gramáticas solazándose en sus propios híbridos para


ocultar la verdadera intención de sus esdrújulas1. Decrépitas esdrújulas2

ganando tiempo para la simétrica consumación de la catástrofe en la

víspera de las noches difíciles, noches difíciles... Son las noches difíciles.

Entonces la neblina.

Hacia dentro, siempre, la neblina.

Viaje, sendero, experimento: expedición

sacramental. Lengua, lenguaje, alcor sagrado.

¡Ah que tú escapes! Palabras. Reloj de arena

deshaciéndose de su carga estorbosa para salvarse

solo. ¡Ah mi amiga! Palabras. Escombros. Impunidad

de la costumbre, dolencia de las horas, violencia.

¡Ah si pudiera ser cierto! Palabras. Piedras de más.

Venablos de ceniza, estremecimiento entre las flores.

¡Ah si mi madre! Palabras. ¡Ah si mi padre!

Palabras. ¡Ah! Sanción de la escritura, arenga

por borrar. Escama de pez, cicatriz y pergamino

en celo. ¡Ah branquia sencilla! Presencias reales

contra el número.

No más un número. No más la servidumbre del candor. No más otra baraja forcejeando

bocarriba para no ver el entrecejo de quien habrá de convertirla en todo lo que no es. No

más ardides para evadir la última responsabilidad y hacerse cargo por fin de la pulpa,
arpegio, desparpajo, traición monosilábica, hombre solo, en la ciudad cualquiera.

Transpiras a la entrada del camino: no te atreves a llegar, partir. No sales, no entras. Quedas

paralizado en el umbral. El marco te protege. La mentira te protege. De alguna forma te

protege el número. Y la memoria. Memorias son derrotas. Derrotas son tatuajes en la frente

canicular del Extranjero. Dícese del Extranjero que sobreactúa a veces, que manipula, que

dramatiza el gesto. Pero la batalla contra la solemnidad se gana con solemnidad en la

batalla. Lees a Saint-John Perse:

Extranjero,
sin audiencia ni testigo,
lleva a la oreja del Poniente una concha
sin memoria.

______________
1
Dícese de la palabra acentuada en la antepenúltima sílaba. Ej: Esdrújula. FAM. Sobresdrújula. Pequeño
Larousse.
2
Todas las palabras esdrújulas,/ como los sentimientos esdrújulos,/ son naturalmente/ ridículas, Álvaro de
Campos.
*Anábasis (Jenofonte), del griego νάβασις: “Expedición hacia el interior”.
6

He roto mis cadenas, diréis. Pero,


¿acaso el perro que tras prolongados esfuerzos
logra escapar, no lleva siempre al pescuezo la cadena?
PERSIO, SAT. V.

“Hoy me puse mis galas de Extranjero para salir a caminar. Esta

ciudad no es mía. La recorro sin prisa. Dejo que me recorra como lo

haría la mano de una niña abandonada en una caja de cartón ante la

puerta de un prostíbulo. La ciudad ignora que yo existo. Me escurro

entre portales, columnas, puentes, autos, muros, gente. Soy un

fantasma aferrado a su túnica como al último madero de un bosque

a punto de zozobrar entre las ruinas de un suburbio en llamas. En

cada esquina...”

______________
Seis años después —después de trece años—, las esquinas siguen siendo más o menos las mismas. Y el
fantasma y el madero y el suburbio en llamas. El Extranjero sigue reptando entre portales, columnas, puentes,
autos, muros, gente, salvo que ahora no le sudan las manos y no se pone galas de extranjero para salir a
caminar: simplemente camina. Cerraron el prostíbulo y en su lugar abrieron un Templo de Oración. Allí todas
las mañanas se arrodilla un hombre con un mapamundi entre las manos y, mientras ora, y llora, raspa con la
uña de su dedo índice nombres de ciudades como si entre sus líneas esperara encontrar, al menos, un
resbaloso, ingrávido, sutil síntoma o señal de Ése a quien llaman Dios.
7

Artemisa Melbourne Caims Papúa Honiara Manao Singapur Jakarta Barcelona Mc Murray

Santiago de Chile Seattle Detroit Montreal Vargas de Maiquetía Babilonia Jerusalén

Comondú Taipel Qiqihar Manicoré El Cairo Medellín Cochabamba Islamabad Orlando

Irapuato Guadalajara Thimbú Paramaribo Thashken Kinshasa Carmen de Apicalá.

Pinar del Río Berna Guadalquivir Villavicencio Veracruz San Martín Lusaka Arequipa

Cusco Dodoma Salamanca Antofagasta Bagdad Brasilia Mendosino San Francisco Chiapas

Calabozo Tirana Calaveras Abuja Ulan-Bator Rabat Toledo Dinamarca Moscú Oman Santa

York Chipancingo Dodoma Guadalajara Porto Alegre San Juan de Pasto Tulcán.

Santiago de Cuba Lisboa Maguncia Pittsburgh México D.F. Simferopol Morelia

Chapadinha Frankfurt Manaos Tuluá Montevedro San Antonio Andorra Estambul Praga

Ufa Jacksonville Miami Camerún San Andrés Viena Venecia Buenos Aires Acámbaro Oslo

París Lubango Turín Duitama Dallas Solapur Belgrado Detroit Santa Fe de Bogotá.
8

“En cada esquina me aseguro de que aún llevo la isla en peso

doblada en el bolsillo. Asechan los ladrones. Los asesinos cumplen

su ronda alrededor de los ensueños del paseante solitario.

Despiertan exhaustos los amantes al regreso de la dura faena. Si

algo le pasara a la isla en peso que llevo en el bolsillo, la lluvia que

ha empezado a caer quedaría congelada en el aire y tendríamos que

abrirnos paso por entre espadas de hielo. Si algo le pasara ¡ah

Virgilio! a la isla. Me resguardo en la barra de un bar del barrio La

Concordia y pido una cerveza y un reloj. Busco el aturdimiento en

el reloj y la hora exacta en la cerveza. Escribo este poema...”

______________
El barrio La Concordia hace poco fue pavimentado. Lo cubrieron con lustrosos adoquines e instalaron una
enorme farola de neón sobre la tienda de don Juan. Mataron al muchacho que pedía monedas en la Plaza del
Chorro y cada semana robaba su croissant en la Pastelería San Martín. Se expandieron los bares y sobre sus
barras de hombres solos siguen corriendo whiskys, rones y cervezas. Desde hace una semana no para de
llover, a cántaros. Las amantes de entonces huyeron como corzas heridas cuando se enteraron de que el
Extranjero siempre andaba con una isla en peso doblada en un bolsillo, y en el otro la propiedad de un
número: nunca dinero, nunca sus nombres, nunca sus fotos, en la billetera.
9

No. 291294 291294 291294 291294 291294 291294291294 291294 291294 291294

291294 291294 291294 291294 291294 291294 291294 291294 291294 291294 291294

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291294 291294 291294 291294 291294 291294 291294 291294 291294 No.

No. 291294 291294 291294 291294 291294 291294 291294 291294 291294 291294

291294 291294 291294 291294 291294 291294 291294 291294 291294 291294 291294

291294 291294 291294 291294 291294 291294 291294 291294 291294 291294 291294

291294 291294 291294 291294 291294 291294 291294 291294 291294 No.

No. 291294 291294 291294 291294 291294 291294 291294 291294 291294 291294

291294 291294 291294 291294 291294 291294291294 291294 291294 291294

291294291294 291294 291294 291294 291294 291294291294 291294 291294 291294

291294 291294 291294 291294 291294 291294 291294 291294 291294 No.
10

“Escribo este poema al dorso de la carta donde me advierten que

debo diez meses de alquiler. ¿Será muy tarde ya para rendirle

cuentas de las derrotas de anoche a la noche de las derrotas de

mañana? En la mesa contigua un hombre llora, otro habla con la

sombra de un barco que navega desconsoladamente en la pared. Yo

pago la cerveza y vuelvo a la intemperie de un mundo que gira a la

velocidad de un lirio. Sí, esta ciudad no es mía, pero tampoco de

quienes la heredaron. Es del alba, es del sueño, es de la noche. Por

eso hoy todos nos pusimos las galas de Extranjero para salir a

caminar”.

______________
Para pagar el alquiler tuvo el Extranjero que empeñar el alma, su bicicleta Hard Laramo que le regaló un
amigo, una vieja estatuilla de porcelana maorí, las niñas de los ojos, y no alcanzó el dinero para los
documentos que le exigían en las Oficinas de Inmigración. Lo cual quiere decir que nunca fue tarde para
rendirle cuentas de las derrotas de anoche a la noche de las derrotas de mañana. Cuentan que este poema —
identificado con los números 6, 8 y 10— se rodó de otro libro para caer en éste. Que pertenece a Las derrotas
(Ed. Unión, 2008, 110 págs.) y que lo escribió el Extranjero bajo las calendas caníbales de un noviembre
furioso, y 2002. Que ocho años después —después de quince años—, cuentan, las esquinas siguen siendo más
o menos las mismas... ¿Sí gira el mundo? ¿Esta ciudad no es mía? ¿Cómo se mide la velocidad de un lirio?
III
PRÓFUGO DE SERVICIO

Prófugo
adj. Que se ausenta u oculta
para eludir el servicio militar, la justicia o la cárcel.
Tránsfuga, escapado, perseguido, huidor.
PEQUEÑO LAROUSSE

¿Por qué ir en busca de regiones bajo otro sol?


¿Es huir de sí mismo huir de su país?
HORACIO, OD. II

Yo no presto mis servicios como soldado,


sino como prófugo.
BOB DYLAN
1

Torres de esta ciudad


en la que siempre estoy de paso
como la muerte misma: poeta y extranjero;
maravilloso barco de piedra en que atalayan
los reyes y las gárgolas mi oscura inexistencia.
ENRIQUE LIHN

—¿Nombre?

—Alberto.

—¿Número de Cédula?

—291294.

—¿Profesión?

—Poeta.

—¿Nacionalidad?

—Extranjero.

—Poeta y Extranjero. No, señor. Nadie puede tener por nacionalidad la profesión

que ejerce. Extranjero y Poeta son los primeros síntomas de la misma inmortal enfermedad.

Decídase por uno de los dos, y después hablamos.


2

Y nunca más hablamos el funcionario y yo. Se recrudecieron los inviernos, eructaron los

volcanes, se aparearon los topos, ardió la zarza en Rusia, reamaneció en Beijing, la Iglesia

canonizó al Papa, la Fiscalía absolvió a los criminales, se estrellaron contra el fisco los

capitales golondrinas, y creció la hierba en los jardines marchitos del Parque Nacional.

Mira, muchacha:

sucede que estoy triste.

Sucede que estoy triste de tristeza natural.

No de otra tristeza estoy triste. No de otra santidad.

No de otro asombro estoy cansado y no

de otros abismos. Sucede que mañana

ya no será otro día: hoy ya es

mañana y no ha salido el sol. Mira:

sucede que no llegó el verano y no hay verano.

Y no hay maneras de demostrar que fuimos

jóvenes, alguna vez y ayer, en la patria maldita.

Los trabajos futuros, los fuegos, las felicidades,

¿te acuerdas?, eran remansos propios

reinterpretando los destinos según las espirales

de las músicas. Y ya no hay música: hay bullas


de cerbatana despabilando a los despiertos

para que velen el sueño de los que en tren,

en trance, sin razón, casi durmiendo, viajan

hacia esa grácil monstruosidad que se aproxima...

Y eso sucede, muchacha:

que estoy triste.

Y se desbordaron los estanques, se arrepintieron los suicidas, perdonaron los presos,

mugieron las vacas, maullaron los gatos, lloviznó en Miami, tembló la tierra en Cuba, se

estrelló el fisco contra los capitales golondrinas, y se marchitó la hierba que crecía en los

jardines del Parque Nacional... Pero nunca más hablamos el funcionario y yo.
3

El sueño de la razón engendra monstruos

¿Quién vive? Pregunto a nadie en una esquina de la alta madrugada: Nadie

responde. “No sé quién somos yo”, confieso. Burla burlando, me encierro en la

ocasión para olvidar que alguien pregunta. Apuro el trago amargo del alma y

me derrumbo contra un charco de sal canonizada para excomulgarme a mí

mismo antes de que lo haga la heráldica del clérigo. Con afilados mondadientes

me abro camino entre milicias de colmillos blindados para tajar las lenguas

¡zas! tajo en las lenguas ¡zas! y nadie se interpone entre el puñal y la hendidura.

Con la hendidura rasgo las redes del noble pescador para que huya el pez-humo

que de tanto recordar se hizo corpóreo. Y ¡zas!: rompo relaciones diplomáticas

con la memoria (memorias son derrotas). Le retiro el afecto y la palabra al

hipotálamo. No más fuliginosos pensamientos calificando cada paso que doy

como si tropezar fuera un delito. Mi delito soy yo. Y el juicio, y la condena.

El sueño de la locura engendra alquimia

¿Quién vive? Pregunto a nadie en una esquina de la alta madrugada: Nadie

responde. “No sé quién somos yo”, confieso. Burla burlando, escribo sobre el

hielo la palabra “hielo”, me derrito con ella y con ella me hermano con el mar.

Del mar escribo, y del fuego. Y escribo sobre el fuego la palabra “fuego”, con

ella ardo y sofoco la agonía para aportar trepidaciones al sacrificio de las voces.

Hablo de más, pienso de más, me lamento de más. Me revuelco sobre el vómito


nunca vomitado y calzo guantes, medias, sombrero, para que ningún otro

pérfido niño vuelva a gritar que ando desnudo. Odio en el odio, lloro en el

llanto, me desespero en la desesperación. Sobre la cuerda floja de los vientos,

camino. Me zarandeo a propósito para verme caer: no caigo. Insisto en caer: no

caigo. Entonces le apuesto a la paciencia de los que aún andan encariñados con

mis venas e insisten en que continúe corriendo sangre por sus rampas

monstruosas.

La alquimia engendra

¿Quién vive? Pregunto a nadie en una esquina de la alta madrugada: Nadie

responde. Cansado de burlar, burla burlando, me abismo en la escritura. La

palabra que nombra y canta es la misma que se borra y llora. Lugar común en la

vulgar común manera de pretender ser otro. Soy otro, el mismo, y Borges. Tres

buenos para nada. Tres nadas sobreviviendo cada una por su lado a las ruinas y

miserias de todo lo que soy. “No sé quién somos yo”, confieso. Quizás una

pequeña cita con Nadie en el parque del mundo, y nadie va a llegar, y nadie va

a llegar, y Nadie...

El sueño de la razón engendra monstruos

El sueño de la locura engendra alquimia

La alquimia engendra.
4

A las Oficinas de Inmigración

se llega en metro, en tren, en autobús, en taxi, a pie,

siempre y cuando no te sorprenda en el camino

un tártaro. O un perro, o un crucigrama, o una casa.

La casa alienta, el crucigrama distrae, el perro muerde.

El tártaro no sé.

A las Oficinas de Inmigración

les debo la escualidez y el pánico, la duda y el terror.

Corredores a punto de colapsar contra una roca

y la temible luz blandiendo su alfanje de cristal

para dejar sin sombra al túnel. “Pase, señor”,

la señorita: taquígrafa de Dios, lugarteniente

del papel, bicéfalo animal que carga entre sus omóplatos

un plato. En el plato carga vísceras, cláusulas, radiografías,

declaraciones de renta, muestras de orina, salvoconductos,

huellas dactilares, vinos de consagrar.

A las Oficinas de Inmigración

se llega en metro, en tren, en autobús, en taxi, a pie,


siempre y cuando no te sorprenda en el camino

un tártaro. O una mortaja, o una cerveza, o un amigo.

El amigo ampara, la cerveza aturde, la mortaja abriga.

El tártaro no sé.

A las Oficinas de Inmigración

les debo el hospital y el número, la magia y el reloj.

No soy mío hoy, no lo fui ayer, ni lo seré mañana

mientras existan esos largos pasillos de pálido azafrán

que dan a un firmamento. Firmamento / Firma / Firmar:

Con-firmado que no todo en las Oficinas de Inmigración

es música: también hay acantilados en las playas que ayer

fueron riberas. Y orillas, muros, figuras, horizontes...

Horizontes con muros hoy desconfigurando las orillas.

A las Oficinas de Inmigración

se llega en metro, en tren, en autobús, en taxi, a pie,

y hasta en el mismo barco ebrio que llegó de París se llega

a las Oficinas de Inmigración.


5

Cáscara soy de mí, que en tierra ajena


gira, a la voluntad del viento huraño,
vana, sin fruta, desgarrada, rota.
JOSÉ MARTÍ

Como el relincho de un caballo que relincha en vano, así tú, Extranjero, enemigo y de

nadie, tarántula gris, tarántula, alma pensamental, razón de ser de los que nunca han sido,

eco lastimado de lo que pudo ser, gitano, ajeno, tú, apóstata, advenedizo, ola de más, útero

herido, ingle escarpada, ventisca errátil, correveidile, anacoreta, cenobita, ilegal, tú, difuso

maniquí, alcornoque rosa, arco de violín, hilo de araña, retazo de papel, Babel perdida,

apenas vaho, apenas carne, apenas cáscara (vana sin fruta desgarrada rota), apenas tú,

compadre, paisano, estornudo de Dios, prisionero de Dios, libre de Dios, trotavientos,

becario de los viajes, peregrino inmóvil, ave siempre de paso, simulacro del arte de viajar,

otrora tempestad, ahora relincho, así tú, Extranjero, enemigo: ¿Qué te importa vivir en

tierra extraña, o en la patria infeliz en que has nacido, si en cualquier parte has de

encontrarte solo?

Y tú, extranjero, ¿por qué escribes?


Valdría tanto como preguntarme por qué pienso.
JOSÉ MARTÍ
6

Estoy tan solo, amor...


JUAN MANUEL ROCA

Solo, de soledad serena, un hombre muere.

Así no más un día. Un hombre muere y a la mañana siguiente

se levanta muerto. Muerto no más. Toma su desayuno en la cocina

y hojea los periódicos de ayer. La sección de obituarios no registra

su muerte, pero asciende sin prisa el humo del café y una muchacha más

o menos desnuda, adormilada aún, lo toma por la espalda y le da un beso.

“¿Malas noticias?”, pregunta la muchacha. “No”, responde el hombre,

mientras corta un pedazo de pan y piensa en Kierkegaard, el obscuro

teólogo danés todavía acodado en sus ventanas requiriendo una sonrisa

amable de los brumosos ojos tristes de Regine Olson.

No obstante

sigue buscando

su nombre

entre los nombres

de los hombres muertos.


Solo, de soledad discreta, un hombre muere.

Así no más un día. Un hombre muere y a la mañana siguiente

se levanta muerto. Muerto no más. Reconstruye la delicada expresión

de sus verdugos y advierte que de repente le están entrando ganas

de llorar. No muchas ganas, pero sí las suficientes para llorar un poco,

en voz baja, sin lágrimas, como lloran los pájaros cuando cantan solos,

como lloran los solos cuando cantan los pájaros y nadie más escucha,

salvo el pájaro, el solo, y un risueño enjambre de hormigas locas

disimulando su locura tras la risa, mientras avanza el humano rebaño

con sus sonoras campanitas hacia la realidad del matadero. Algo

se rompe en la cima de los antiguos equilibrios y ladra el perro

de la hora magnífica en la distancia del lugar.

No obstante

sigue buscando

su nombre

entre los nombres

de los hombres muertos.

Solo, de soledad ajena, un hombre muere.

Así no más un día. Un hombre muere y a la mañana siguiente

se levanta muerto. Muerto no más. Habla con los retratos y lame

con sus párpados los bordes de un espejo que no refleja ni cicatriz


ni rostro. Vacío de sus formas, el hombre hojea el libro de los cuentos

que ya nadie contó. Escribe la última carta a su ningún pariente

y se excusa consigo mismo por la risible vida. Vergüenza es su manera

de corregir la puntuación en la línea de fuga en que se habla del breve

paso hacia la inmensa luz. Entonces piensa en Darwin, en la cordialidad

de las tortugas y da un paseo por el mundo sin él: Todo el mundo

sin él. La noche en vilo, la ventana en vela, el átomo sumado al átomo,

la eterna frase para siempre inconclusa, las dos manecillas del avieso

reloj inmortalizadas en la razón de un número: el Número.

No obstante

sigue buscando

su nombre

entre los nombres

de los hombres muertos.

Solo, de soledad completa, un hombre muere.

Así no más un día. Un hombre muere y a la mañana siguiente

se levanta muerto. Muerto no más. Acaba de cumplir 45 años y está

muerto. La mitad de la vida de los otros y está muerto. El hombre,

que ayer fue carne y hueso y alegría, hoy ya es aire y madera. Ayer

materia dulce, hoy ya silencio. Entonces se pregunta: “Si ayer morí

de soledad, de soledad cualquiera, ¿por qué hoy que ya estoy muerto


no estoy solo?” Víspera y postrimería lo acompañan en el mortal

desplazamiento hacia el oscuro sucedido. Una muchacha, un pedazo

de pan, el humo del café. Una brisa que entra del parque, el año

de 1994, y un rubor. Temprana la confiscación de su Casa de David,

pero a tiempo su casa... “¿Malas noticias?”, pregunta la muchacha.

“No”, responde el hombre.

No obstante

sigue buscando

su nombre

entre los nombres

de los hombres muertos.

Solo, de soledad postrera, un hombre muere.

Un hombre muere y a la mañana siguiente se levanta muerto. Muerto

no más. Así no más un día, un hombre.


7

Y cuando seamos el mar, gota de mar; y cuando seamos la luz, rayo de luz;

y cuando seamos el atlético canto

de la piedra brava, la claridad del número,

el ademán del gato, la música del solo,

la nostalgia del ruiseñor que alguna vez

cantó por nada, y cuando seamos...

Y cuando seamos el mar, gota de mar; y cuando seamos la luz, rayo de luz;

y cuando seamos el espermatozoide

consentido, el sexo de los ángeles, la brasa

del abrazo, el brazo, el beso, la educación

sentimental del que no supo impedir los desafueros

de su maleducado corazón, y cuando seamos...

Y cuando seamos el mar, gota de mar; y cuando seamos la luz, rayo de luz;

y cuando seamos el cadáver amado “los

que un día”, el insepulto, el donante voluntario

de órganos marchitos, el desconocido

de la fotografía, el héroe de la película,

el mártir de la revolución, y cuando seamos...

Y cuando seamos el mar, gota de mar; y cuando seamos la luz, rayo de luz;
y cuando seamos el hipogrifo y la hidra,

el hermano lobo, la boa, el búho, el caballista

del hipocampo ciego, la cantaleta del fauno,

el ácaro color marrón envuelto en seda, la seda,

el color, la envoltura, el ácaro, y cuando seamos...

Y cuando seamos el mar, gota de mar; y cuando seamos la luz, rayo de luz;

y cuando seamos el que quisimos ser, el que

pudimos ser, el que perdimos ser; el que seremos

después de no haber sido, el que juró plantar

cuentos de hadas y guijarros en la imaginación

de los que no serán, y cuando seamos...

Y cuando seamos el mar, gota de mar; y cuando seamos la luz, rayo de luz;

y cuando seamos la luz y cuando seamos el mar:

¿quién llegará

para decirnos

que fuimos,

alguna vez

y para siempre,

el Hombre?
8
Habituarios

Él murió porque nadie le dijo,


“sírvete”, salvo su madre muerta.
CÉSAR FERNÁNDEZ MORENO

I. Llegan cartas de mi madre muerta. Puntuales llegan. Reconozco los pasos del

cartero. Siempre lo recibo en el más tibio rincón de la escalera. Peldaño tras

peldaño, no acierto sino a preguntarme a mí mismo, conmigo, contra mí, qué me

dirá esta vez mi madre “Querido hijo”. Sí, pero qué me dirá desde su tartamuda letra

ciega, hoy domingo, en que nadie hay para servirme, para decirme “come”, “bebe”,

“sírvete”, y nadie para saciar la sed y mitigar el hambre a las doce y confuso

meridiano de este mediodía bogotano y glacial, en que llegan cartas de mi madre

muerta... Puntuales llegan.

II. “La cultura física de los sepultureros hace liviano el mundo y soportable el

espectáculo”, dice Huidobro. “¿Oyes clavar el ataúd nocturno?”, dice Huidobro. “Si

no la dejé caer en vida, cómo la voy a dejar caer ahora en muerte”, dice mi

hermano, mientras cargamos el pesado ataúd, sin la cultura física de los

sepultureros.

III. Una vez prometí que iba a enterrar a todos mis amigos. Que yo sería el último y

sobre la cubierta añil violeta de una edición casera de Los tres mosqueteros, se los
hice jurar, pues no iba a permitir que con mi muerte ellos sufrieran tanto. Fui tan

enfático en los términos que todos adhirieron mi palabra y votaron por unanimidad

a favor de la promesa. Pero hoy uno de ellos la incumplió, y me enterró a mí

primero, muriéndose.

IV. La muerte de un amigo es siempre una derrota personal. Lo vemos partir y no

atinamos a tirar del picaporte para impedirle la salida. El amigo se va. Cruza la línea

y lo ve todo blanco. Nosotros lo vemos todo negro cuando se va el amigo. Ya no

hay nada que hacer, salvo cuidar sus pasos mientras llega a la puerta, y parte.

V. Partir, llegar: el mismo tiempo a tiempo compartido. El mismo verbo amable aún

sin conjugar. ¿Y entre el paréntesis?: la Vida, ese extraño festín. Ese engañoso

carnaval de almas en pena a duras penas penando. Almas muertas, cuerpos vivos,

pusilánimes voces repitiendo a diestra y a siniestra el mismo himno de penumbras

antaño bendito por los dioses, y ahora maldecido... No vivimos la vida: sucedemos

en ella. Y es simple la tarea: llegar, partir.

VI. Yo vine al mundo de visita para crear dificultades, como Ángel Escobar (a quien

quise). Y como Novás (a quien quise querer). “Los muertos están muertos”, decía

uno. “Ya no basta la vida, hay que viajar”, decía el otro. Ambos se suicidaron a la

hora en punto de la víspera en que iban a convertirse en lo que siempre fueron:

sabios, dioses, poetas.


VII. Bajo tierra, todos seremos dioses. Mariposas y gusanos seremos. Diamantes y

carbón, susurros y alimento. Aguas fluyendo con el agua hacia la gran bahía de los

sueños idos. Cuerdas flojas siempre de viaje, equilibristas de viaje para siempre. Sin

necesidad de Visa, Pasaporte o Cédula, Extranjeros seremos, todos, sin excepción

del poeta, el obrero, el ministro, el payaso, el mariscal, el clérigo. Extranjeros para

siempre desterrados, en la tierra. Bajo tierra, todos seremos flores.

Para Antonio Arcila (Toñito).


Padre, amigo, quien murió la misma mañana
del viernes 25 de mayo de 2007,
en que me entregaron la Cédula de Extranjería
9

¿Cuántas eternidades
son un día?

Pregunta el Extranjero

a la Tumba.

La Tumba no responde.

Prefieren volver a repasar

las cuentas, la decisión, los números:

la Tumba // el Extranjero.

¿Cuántos días
son la eternidad?
10

Y como yo no presto servicios como soldado sino como prófugo,


no puedo hablar de armas,
sino de huidas.

Mías, conmigo, contra mí... No de otros regimientos puedo hablar, no de otros frentes.

¿Has oído cantar a los turpiales? ¿Los has oído gemir?

¿Se te han posado alguna vez en el ruidoso sueño para aligerar la pesadilla? Seguramente

no. A oscuras nos fugamos con la fugacidad para no ver

el rostro masacrado del corazón perpetuo. (Digamos que la acción transcurre en una página.

No en blanco. No hermosa. No —aún— crucificada. Digamos

que en una línea un hombre. Digamos que en una línea de esa página. Digamos que en una

línea de esa página un hombre —para más señas: Extranjero—

decide no escribir, crucificarse por su cuenta y riesgo, solo y sin cruz, en la noche difícil.

Digamos que no es sábado, y la misma ausencia y la misma

presencia repiten pan). ¡Ah si mi madre, ah si mi padre, ah si mis hermanos estuvieran

conmigo! ¡Ah si mi madre, ah si mi padre, ah si mis hermanos

no estuvieran conmigo! Pero la madrugada será larga y habrá que continuar vagabundeando

a solas, entre montañas de cemento jaspeado, troncos baldíos,

viscosidades, lumínicos umbrosos, mientras nos intercepta la mañana para encomendarnos

la restauración de las equivocaciones de ayer.


Los transeúntes no saben que soy

el Extranjero. Los transeúntes

no saben que son el Extranjero.

Ni que el Prófugo somos, saben.

Huyen sin darse cuenta de que huyen.

Huyen sin darse cuenta de qué huyen,

los transeúntes, yo, y esta República

de tardes melancólicas desdibujándose

en las noches como vinos escanciados

por nadie en las tabernas del Gran Pan.

Atlántida maldita de regreso a casa:

la nueva superficie ya estaba bien sin ti.

Mis servicios no le sirven a nadie, yo sé. Un prófugo no es más que un niño que se retira

a descansar y deja de maldecir a su madre, a su padre, a sus

hermanos. Un prófugo no es más que un niño. Y una madre y un padre y un hermano. Un

prófugo no es más que un prófugo. Los campos de batalla no son

sus campos. Son sus batallas los hastíos y esta ciudad que sabe a musgo y trementina. Que

huele a incienso pastoral en las redondas manzanas del domingo,

y madruga los lunes sólo para hacer fila a la entrada de bancos, tiendas, hospitales, fábricas,

floristerías, luego de haber dormido a pierna suelta sobre su propio

sueño negado. Dichosas multitudes de cadáveres despiertan a la vida de la vida real

y cantan mezzosopránicamente entre las balas. Yo esquivo


el duelo. Desenfundo mi revólver de alcohol y apunto a mis entrañas. No disparo a matar,

pero se sabe, se sabe, ya se sabe... Y sigo mi camino, a pie, sin

prisa, en dirección contraria a donde voy. ¿Y adónde voy? No hacia el rebaño, pero

tampoco hacia la fiel noche oscura del alma. Tampoco hacia

el alma oscura del cuerpo en cuya noche me está esperando un pubis de mujer. Huyo

de mí como huyen las ratas del gran barco fantasma siempre

zozobrando en su altamar. Como hoja de almanaque siempre derrotada por la víspera, si no

me arrancan, yo mismo me deshojo cuando descubro que se ha

pasado el tiempo, y nadie llega para anunciarme que se ha pasado el tiempo. Como letra

de paso, sé que pendo de un hilo. Y la navaja aguarda entre breñales

mientras apacienta con rústicas maneras su doblefilo de ondas perturbadas. Mas no importa.

Seguirán siendo míos los taciturnos bares, sótanos, buhardillas,

cementerios levemente marinos, y nadie podrá quitármelos ahora que por fin soy dueño

de mis llagas, y el rayo y la centella y hasta el árbol sobre el que

habrán de caer ambos cuando descubran los traficantes de lunas llenas que vendo, compro y

colecciono falsos aullidos para aguarle la fiesta a los lobos verdaderos.

*
Y como yo no presto servicios como soldado sino como prófugo,
no puedo hablar de heridas en combate,
sino de huidas.

Mías, conmigo, contra mí... No de otras emboscadas puedo hablar, no de otros proyectiles.
No de otras farsas puedo vanagloriarme sino de esta gris

camisa gris agujereada por certeros disparos de pintalabios sin candor. No de otros versos

saldré en defensa sino de estas versiones. Son mis almíbares,

mis tundas, mis cansancios; son mis muchas maneras de repartir rabias a domicilio sin que

el perro de la vecina me pregunte por qué. No espero nada

a cambio, salvo un nervioso tartamudeo en el umbral. Me perdí de los últimos balcones:

aguas pasando, miradores de horror. ¡Cómo vuela el tiempo!

Aunque no tiene prisa y se alegra cada vez que corta un ala. Las alas de los hombres son

los más caros trofeos que reposan en las salas del tiempo.

¡Ah si mi madre, ah si mi padre, ah si mis hermanos estuvieran conmigo! ¡Ah si mi madre,

ah si mi padre, ah si mis hermanos no estuvieran conmigo!

De la nostalgia a la melancolía, la nimiedad del grito, el paso leve, la suerte agraz. El

desgarro pleno en pleno espectáculo del corredor de fondo

hallado culpable de caminar sobre las aguas sin autorización de los funcionarios de Dios.

También huía. También buscaba una razón para seguir buscando.

También bordeaba el borde, rizaba el rizo y deducía de los otros una mirada cómplice. Pero

los otros ya habían programado su cósmica estampida y lo dejaron

solo entre las plagas, los faraones, la primera piedra de la próxima pirámide, y ningún Mar

Rojo tuvo en cuenta sus afanes de fuga para salvar la casa.

No prometí la tierra prometida,

mas me cobraron hasta el último

céntimo de alma por cada gesto


que no dije, por cada palabra

que no hice; por cada partícula

de zarza ardiendo en las rodillas

me cobraron, sin derecho a apelación

o réplica. “El azar tiene sus razones”,

dijeron. Y yo, que desconfío del azar

y aún más de las razones, opté por

negar las deudas, evadir los impuestos,

quemar los pagarés, y continuar sobando

vientres como quien busca a un niño para

mirarse en el espejo del hombre que será.

Y el mundo siguió andando, el corredor corriendo y mis servicios no les sirven a nadie, yo

sé, pero si al menos me sirvieran a mí, pero si al menos

pudiera leer los labios de aquel tullido que duerme bajo el pedazo de cartón, pero si al

menos aquella anciana dejara de llorar; pero si al menos

un crepúsculo, pero si al menos una bengala, pero si al menos una mujer... En la ciudad

la sangre se cuenta a cuentagotas, mientras sigue goteando

a borbotones. En la ciudad la sangre se deja seducir por el fragor de la burbuja y se dedica

a retozar en las alcantarillas. Hoy en la ciudad pasó a mi lado

un hombre botando sangre por la nariz y canturreando “Trota, mundo; trota, mundo; trota,

mundo”, y no era el loco que todas las mañanas pasa a mi lado

botando sangre por la oreja y canturreando “Trota, mundo; trota, mundo; trota, mundo”.
Éste era un hombre, éste era un pez, éste era un tímpano; éste era

un relámpago en su lecho atribulado por las innumerables sombras sin patria y sin tiempo

que todos los días solicitan asilo en la ciudad. Un labio hambriento

de mística y perdón en la planicie de los golpes sabidos. Imprecisa criatura de nadie

con las piernas llagadas de tanto caminar, trotar, pasar al lado

de los otros botando sangre por la boca y canturreando “Trota, mundo”, mientras el mundo

continuaba ensimismado en su tímido culebreo inmóvil.

*
Y como yo no presto servicios como soldado sino como prófugo,
no puedo hablar de condecoraciones,
sino de huidas.

Mías, conmigo, contra mí... No de otros escudos puedo hablar, no de otras diademas.

Pues no se otorgan medallas por huir, pues no se entregan

diplomas por gritar, pues no por regurgitar con bombos y platillos palabras vanas

perdonarán los tiempos las palabras vanas. Será implacable

el Juicio y quien no haya puesto en juego su vida tras cada letra escrita, recibirá las dádivas

espléndidas del espléndido olvido, y en las discretas noches

de remordimiento y contrición, deberá ofrecer disculpas por adelantado: desde ya

ofrezco las mías... ¡Pero ah si mi madre, pero ah si mi padre, pero ah

si mis hermanos estuvieran conmigo! ¡Pero ah si mi madre, pero ah si mi padre, pero


ah si mis hermanos no estuvieran conmigo! Porque prófugo soy,

y mis servicios no les sirven a nadie, yo sé, y más lo saben quienes se sirven de ellos para

restregarme una y mil veces en la cara que mis servicios no

les sirven a nadie: un prófugo no es más que un prófugo. Y un profundo bostezo medio

perdido en medio de la jungla revelada, la pelambre de las fieras,

el oasis supino, y estas torpes maneras de mentir para ocultar entre los crisantemos

de ningún Edén el verdadero rostro del horror: mi rostro.

Los buenos aguafiestas siempre llegan temprano a todas partes; yo siempre tarde y

de último, y aguafiestas soy... Y de los buenos.

No hay casa en patria ajena, José,

pero hay muchachas. Mira: ellas

se acercan caminando, ellas me besan

caminando, ellas se besan caminando,

ellas caminando encuentran el amor.

Ellas caminan mientras besan y nunca

esperan por el labio soñado para crujir

con los zarpazos del camino. Ellas

disparan caminando, ellas se incendian

caminando, ellas arreglan los malos días

caminando: ellas, caminando, caminan.

Algunas me protegen y otras me abandonan,

pero siempre regresan, caminando. No hay


casa en patria ajena, José, pero hay caminos.

Bienvenidos a la certeza de la vida en préstamo. Bienvenidos a la calle más larga mientras

salen y se reponen de la calle más larga. Bienvenidos a la hora

de los tiempos sin porqués. (Digamos que la pregunta se escurre en una lágrima. No en

vano. No airosa. No —aún— recompensada. Digamos que en una

chispa un hombre. Digamos que en una chispa de esa lágrima. Digamos que en una chispa

de esa lágrima un hombre —para más señas: Extranjero— decide

no fingir, recompensarse por su cuenta y riesgo, solo y sin luz, en la noche difícil. Digamos

que es la noche difícil). Ahora mismo estoy sentado en mi cama

y me pregunto “qué estará haciendo mi padre allá en la isla. Seguramente duerme, o sueña,

o se prepara para morir tan solo como lo dejé hace siete años,

acompañado de una soledad que ya lo acompañaba”. Pero mi padre ya está muerto y los

años son quince. Más números, en la noche difícil. Es la noche

difícil. Bajo a los bajos fondos y me encuentro cara a cara con el submundo teatral. No hay

nada allí que no conozca. No hay nada allí que no hayan visto antes

mis ojos sobre el desorientado pavimento. Las muertes operáticas. Ésas que en las noches

difíciles resbalan como miriópodos perdidos en sus propias babas

de odio y ruinas por venir. Se presentan en forma de asesino, ángel, héroe, mártir,

dinosaurio, poeta. En lo más bajo de los bajos fondos, la inocencia

es testigo de las burlas con que nos rondan en las noches difíciles las ideas fijas, los

cerebros en blanco, las guerras sucias, los suicidios tardíos. Trampas

de más en la pradera de los falsos modos. Trompos girando entre las trampas y una sola
canción sobreviviendo a todas las canciones para seguir agonizando

a solas. Termina mi canción y arranca la agonía. ¿Se acerca el fin del mundo? Es la noche

difícil. Trocha de agua por donde a duras penas camino, deambulo,

aprendo a deambular. Por donde a duras penas me desvío para comprar un pan, un huevo,

una bolsa de té, medio periódico, y una vela para alumbrar la cama,

la misma cama donde ahora estoy sentado y me pregunto “qué estará haciendo mi padre

allá en la isla”. Pero mi padre ya está muerto, y es la noche difícil:

noche difícil. Es la noche difícil. La edad del estornudo. El bulevar del pánico. El uno

con la estrella en la añorada cercanía del sacrificio amante

y rencoroso. Es la mansión de los que nunca. Es la mansión de los que siempre. Es la

mansión de los que nunca han puesto un pie en la mansión

de los que siempre han pisoteado el buen sueño de las dificultades nocturnas: noches

difíciles. La soldadesca cansa, la soldadesca cuesta... Y duele.

—¿Nombre?

—Alberto.

—¿Número de Cédula?

—291294.

—¿Profesión?

—Hombre.

—¿Nacionalidad?

—Extranjero.
*
Y porque yo presto servicios como prófugo y no como soldado,
no pude hablarles de armas, heridas en combate y condecoraciones,
sino de huidas.

Bogotá,
enero de 2009
ÍNDICE

Dedicatoria

I. Patria en el tiempo

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II. 291294

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III. Prófugo de servicio

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ALBERTO RODRÍGUEZ TOSCA (La Habana, Cuba 1962). Poeta, ensayista y narrador. Ha publicado
Todas las jaurías del rey (Premio David de Poesía, 1987), Otros poemas (Premio Nacional de la Crítica,
1992), El viaje (Ediciones Catapulta, Colombia, 2003), Escrito sobre el hielo (La Pobreza Irradiante Editorial,
Colombia, 2006). Las derrotas (Ediciones Unión, 2008, Premio Nacional de la Crítica 2009). Sus poemas y
cuentos han aparecido en antologías publicadas en Cuba, España, Argentina, México, Colombia, Venezuela,
Puerto Rico, Austria, Italia y Estados Unidos. Estudió Dirección de Cine, Radio y Televisión en la Facultad
de Medios Audiovisuales del Instituto Superior de Arte (ISA) de La Habana. Llegó a Bogotá en 1994 invitado
al III Encuentro de Poetas Hispanoamericanos organizado por la revista Ulrika. Desde entonces reside en
Colombia. Ha sido escritor y director de programas de radio, profesor universitario y editor general de varias
publicaciones colombianas de periodismo cultural (Suburbia Capital, Urbe, Horas, La Sangrada Escritura).
Dicta Talleres de Creación Literaria.

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