14/11/24, 9:23 p.m.
La carne - Virgilio Piñera - Ciudad Seva - Luis López Nieves
Casa digital del escritor Luis López Nieves
La carne
[Cuento - Texto completo.]
Virgilio Piñera
Sucedió con gran sencillez, sin afectación. Por motivos que no son del caso
exponer, la población sufría de falta de carne. Todo el mundo se alarmó y se
hicieron comentarios más o menos amargos y hasta se esbozaron ciertos
propósitos de venganza. Pero, como siempre sucede, las protestas no pasaron de
meras amenazas y pronto se vio a aquel afligido pueblo engullendo los más
variados vegetales. Solo que el señor Ansaldo no siguió la orden general. Con
gran tranquilidad se puso a afilar un enorme cuchillo de cocina, y, acto seguido,
bajándose los pantalones hasta las rodillas, cortó de su nalga izquierda un
hermoso filete. Tras haberlo limpiado lo adobó con sal y vinagre, lo pasó –como
se dice– por la parrilla, para finalmente freírlo en la gran sartén de las tortillas
del domingo.
Sentose a la mesa y comenzó a saborear su hermoso filete. Entonces llamaron a
la puerta; era el vecino que venía a desahogarse… Pero Ansaldo, con elegante
ademán, le hizo ver el hermoso filete. El vecino preguntó y Ansaldo se limitó a
mostrar su nalga izquierda. Todo quedaba explicado. A su vez, el vecino
deslumbrado y conmovido, salió sin decir palabra para volver al poco rato con el
alcalde del pueblo. Este expresó a Ansaldo su vivo deseo de que su amado pueblo
se alimentara, como lo hacía Ansaldo, de sus propias reservas, es decir, de su
propia carne, de la respectiva carne de cada uno. Pronto quedó acordada la cosa y
después de las efusiones propias de gente bien educada, Ansaldo se trasladó a la
plaza principal del pueblo para ofrecer, según su frase característica, “una
demostración práctica a las masas”. Una vez allí hizo saber que cada persona
cortaría de su nalga izquierda dos filetes, en todo iguales a una muestra en yeso
encarnado que colgaba de un reluciente alambre. Y declaraba que dos filetes y no
uno, pues si él había cortado de su propia nalga izquierda un hermoso filete,
https://ciudadseva.com/texto/la-carne/ 1/3
14/11/24, 9:23 p.m. La carne - Virgilio Piñera - Ciudad Seva - Luis López Nieves
justo era que la cosa marchase a compás, esto es, que nadie engullera un filete
menos. Una vez fijados estos puntos diose cada uno a rebanar dos filetes de su
respectiva nalga izquierda. Era un glorioso espectáculo, pero se ruega no enviar
descripciones. Por lo demás, se hicieron cálculos acerca de cuánto tiempo gozaría
el pueblo de los beneficios de la carne. Un distinguido anatómico predijo que
sobre un peso de cien libras, y descontando vísceras y demás órganos no
ingestibles, un individuo podía comer carne durante ciento cuarenta días a razón
de media libra por día. Por lo demás, era un cálculo ilusorio. Y lo que importaba
era que cada uno pudiese ingerir su hermoso filete.
Pronto se vio a señoras que hablaban de las ventajas que reportaba la idea del
señor Ansaldo. Por ejemplo, las que ya habían devorado sus senos no se veían
obligadas a cubrir de telas su caja torácica, y sus vestidos concluían poco más
arriba del ombligo. Y algunas, no todas, no hablaban ya, pues habían engullido su
lengua, que dicho sea de paso, es un manjar de monarcas. En la calle tenían lugar
las más deliciosas escenas: así, dos señoras que hacía muchísimo tiempo no se
veían no pudieron besarse; habían usado sus labios en la confección de unas
frituras de gran éxito. Y el alcaide del penal no pudo firmar la sentencia de
muerte de un condenado porque se había comido las yemas de los dedos, que,
según los buenos gourmets (y el alcaide lo era) ha dado origen a esa frase tan
llevada y traída de “chuparse la yema de los dedos”.
Hubo hasta pequeñas sublevaciones. El sindicato de obreros de ajustadores
femeninos elevó su más formal protesta ante la autoridad correspondiente, y esta
contestó que no era posible slogan alguno para animar a las señoras a usarlos de
nuevo. Pero eran sublevaciones inocentes que no interrumpían de ningún modo
la consumación, por parte del pueblo, de su propia carne.
Uno de los sucesos más pintorescos de aquella agradable jornada fue la disección
del último pedazo de carne del bailarín del pueblo. Este, por respeto a su arte,
había dejado para lo último los bellos dedos de sus pies. Sus convecinos
advirtieron que desde hacía varios días se mostraba vivamente inquieto. Ya solo
le quedaba la parte carnosa del dedo gordo. Entonces invitó a sus amigos a
presenciar la operación. En medio de un sanguinolento silencio cortó su porción
postrera, y sin pasarla por el fuego la dejó caer en el hueco de lo que había sido
en otro tiempo su hermosa boca. Entonces todos los presentes se pusieron
repentinamente serios.
Pero se iba viviendo, y era lo importante, ¿Y si acaso…? ¿Sería por eso que las
zapatillas del bailarín se encontraban ahora en una de las salas del Museo de los
Recuerdos Ilustres? Solo se sabe que uno de los hombres más obesos del pueblo
(pesaba doscientos kilos) gastó toda su reserva de carne disponible en el breve
espacio de 15 días (era extremadamente goloso, y por otra parte, su organismo
https://ciudadseva.com/texto/la-carne/ 2/3
14/11/24, 9:23 p.m. La carne - Virgilio Piñera - Ciudad Seva - Luis López Nieves
exigía grandes cantidades). Después ya nadie pudo verlo jamás. Evidentemente
se ocultaba… Pero no solo se ocultaba él, sino que otros muchos comenzaban a
adoptar idéntico comportamiento. De esta suerte, una mañana, la señora Orfila,
al preguntar a su hijo –que se devoraba el lóbulo izquierdo de la oreja– dónde
había guardado no sé qué cosa, no obtuvo respuesta alguna. Y no valieron
súplicas ni amenazas. Llamado el perito en desaparecidos solo pudo dar con un
breve montón de excrementos en el sitio donde la señora Orfila juraba y
perjuraba que su amado hijo se encontraba en el momento de ser interrogado por
ella. Pero estas ligeras alteraciones no minaban en absoluto la alegría de aquellos
habitantes. ¿De qué podría quejarse un pueblo que tenía asegurada su
subsistencia? El grave problema del orden público creado por la falta de carne,
¿no había quedado definitivamente zanjado? Que la población fuera ocultándose
progresivamente nada tenía que ver con el aspecto central de la cosa, y solo era
un colofón que no alteraba en modo alguno la firme voluntad de aquella gente de
procurarse el precioso alimento. ¿Era, por ventura, dicho colofón el precio que
exigía la carne de cada uno? Pero sería miserable hacer más preguntas
inoportunas, y aquel prudente pueblo estaba muy bien alimentado.
FIN
https://ciudadseva.com/texto/la-carne/ 3/3