Mucho más claro es, sin embargo, el testimonio de Justino, laico y filósofo,
convertido al cristianismo, quien hacia la mitad del siglo 11 nos ofrece esta
preciosa descripción:
      El día que se llama del sol se celebra una reunión de todos los que moran en las
       ciudades o en los campos, y allí se leen, en cuanto el tiempo lo permite, los
       “Recuerdos de los Apóstoles” á o los escritos de los profetas. Luego, cuando el
       lector termina, el presidente, de palabra, hace una exhortación e invitación a que
       imitemos estos bellos ejemplos. Seguidamente, nos levantamos todos a una y
       elevamos nuestras preces, y éstas terminadas, como ya dijimos, se ofrece pan y
       vino y agua, y el presidente, según sus fuerzas, hace igualmente subir a Dios sus
       preces y acciones de gracias y todo el pueblo le aclama diciendo “amén”. Ahora
       viene la distribución y participación, que se hace a cada uno, de los alimentos
       consagrados por la acción de gracias y su envío por medio de los diáconos a los
       ausentes. Los que tienen y quieren, cada uno según su libre determinación, da lo
       que bien le parece, y lo recogido se entrega al presidente y él socorre de ello a
       huérfanos y viudas, a los que por enfermedad o por otra causa están necesitados,
       a los que están en las cárceles, a los forasteros de paso y, en una palabra, él se
       constituye provisor de cuantos se hallan en necesidad» (Apología 1, 67, 3-6;
       traducción D. Ruiz Bueno, Padres apologistas griegos 11, BAC, Madrid 1954,
       pp. 258-259).
Concluimos esta encuesta citando unas palabras que la Didascalia de los Apóstoles,
documento siríaco de mediados del siglo, dirige a los obispos:
      «Cuando enseñes, ordena y persuade a tu pueblo de que sea fiel a reunirse en
       asamblea; que no falte a ella, sino que sea fiel en reunirse para que nadie
       desprecie la Iglesia no yendo allí y nadie disminuya un miembro del cuerpo de
       Cristo… ya que vosotros sois miembros de Cristo, no os salgáis de la Iglesia
       faltando a estas reuniones. Vosotros tenéis a Cristo como Maestro, presente
       como lo ha prometido. No os despreciéis, pues, a vosotros mismos y no privéis a
       nuestro Salvador de sus miembros; no dividáis y no disperséis su cuerpo; no
       antepongáis vuestros asuntos a la Palabra de Dios, sino abandonad todo en el día
       del Señor y corred con diligencia a vuestras asambleas, pues aquí está vuestra
       alabanza. Si no, ¿qué excusa tendrían ante Dios los que no se reúnen el día del
       Señor para escuchar la palabra de vida y nutrirse del alimento divino que
       permanece eternamente?» (Libro II, c. 59; ed. F. X. Funk, Didascalia et
       Constitutiones Apostolorum Y, Paderborn 1905, pp. 170-172).
SC: 106
      Justino: «Celebramos esta reunión el día del sol, por ser el día primero, en que
       Dios, transformando las tinieblas y la materia, hizo el mundo, y el día también
       en que Jesucristo resucitó de entre los muertos» (Apología 1, 67, 7; ed. de D.
       Ruiz Bueno, p. 259).
      Clemente de Alejandría: «El séptimo día está declarado de descanso; prepara,
       por la abstención del mal, el día originario, nuestro verdadero descanso, el que
       verdaderamente es el origen de la luz, por la que todo es contemplado y todo es
       poseído» (Clemente de Alejandría, Stromata 6 [161, 138).
   Eusebio de Cesarea: establece una comparación entre el sábado judío y el
    domingo cristiano. En este contexto dice: «Habiendo sido infieles los judíos, el
    Logos tuvo que transferir la fiesta del sábado a la salida del sol y nos dejó, como
    imagen del verdadero descanso, el día salvador, dominical y primero de la luz,
    en el que el Salvador del mundo, una vez acabada su obra, habiendo vencido a la
    muerte, franqueó las puertas del cielo... En este día, que es el de la luz y del
    verdadero sol, nosotros también nos reunimos...» (In psalm. 91: PG 23,1170C).
   Eusebio de Alejandría dice: «El día santo del Señor es, pues, memorial del
    Señor. Por eso se llama día dominical, porque es el "señor? de los días. Antes de
    la pasión del Maestro no se le llamaba dominical, sino primer día. En aquel día,
    en efecto, el Señor estableció el fundamento de la creación; igualmente, en aquel
    día, él dio al mundo las primicias de la resurrección; en aquel día ordenó
    celebrar los santos misterios. Este día particular es, pues, para nosotros la fuente
    de toda buena acción, es el principio de la creación, el principio de la
    resurrección y el principio de la semana» (Sermón 16 sobre el día del Señor: PG
    86,416).
   Basilio: nos presenta el domingo como una conmemoración de la resurrección
    del Señor y como imagen del mundo futuro. Por este motivo se le llama
    precisamente «día octavo». Los siete días de la semana son una imagen o figura
    de la vida presente, temporal; el domingo —«día octavo»— simboliza el eón
    futuro, el mundo que está por venir, presentado como un día sin ocaso.
   San Agustín: nos descubre el misterio del día octavo: «No obstante, la séptima
    (edad) será nuestro sábado, que no desembocará en un atardecer, sino en el
    domingo como un octavo día eterno, consagrado por la resurrección de Cristo,
    que prefigura el descanso no sólo del espíritu, sino también del cuerpo. Entonces
    holgaremos y veremos; veremos y amaremos; ama: remos y alabaremos»
    (XXIT, 30: CC 48,866).