Resumen unidad 3- Furet: Cap.1.
La pasión revolucionaria- Lili
Antes de deshonrarse por sus crímenes, el fascismo constituyó una esperanza. Sedujo
no sólo a millones de hombres sino a muchos intelectuales. En cuanto al comunismo, como
mito político y como idea social sobrevivió largo tiempo a sus fracasos y a sus crímenes.
Ambas ideologías fueron producto de la democracia y fueron por ella derribados.
Furet va a tratar de comprender en este ensayo el papel que han desempeñado las
pasiones ideológicas (y más especialmente la pasión comunista). El autor dice que no es que
los siglos anteriores hayan desconocido las ideologías pero antes del siglo XX no hubo ningún
gobierno ni régimen ideológico. Furet entiende por ideologías aquellos sistemas de
explicación del mundo por medio de los cuales la acción política de los hombres adquiere
un carácter providencial, con exclusión de toda divinidad. En ese caso, Hitler por una
parte, y Lenin por la otra fundaron regímenes que antes de ellos eran desconocidos.
El fascismo y el comunismo debieron mucho de su éxito a los azares de la coyuntura,
es decir a la suerte. Pero la proyección de sus ideologías habría existido aun sin su triunfo,
independientemente de las circunstancias particulares que los llevaron al poder.
Lo mejor para comprender a estas ideologías no es hacer un inventario de ideas
muertas sino analizar las pasiones que le dieron su fuerza. De esas pasiones, hijas de la
democracia moderna, la más antigua, constante y el más poderoso es el odio a la burguesía;
constituye para Lenin y para Hitler el chivo expiatorio de las desdichas del mundo. Encarna el
capitalismo, precursor según uno, del imperialismo y el fascismo, y según el otro, del
comunismo: origen para ambos de lo que detestan.
Burguesía
- Clase de hombres que, con su libre actividad, han destruido progresivamente la
antigua sociedad aristocrática fundada en las jerarquías del nacimiento.
- Clase sin categoría, sin tradición fija, son contornos establecidos; no tiene más
que un frágil derecho al dominio: la riqueza. Título frágil ya que puede pertenecer a todos:
el que es rico habría podido no serlo, y el que no lo es, habría podido serlo. Categoría
social definida por lo económico.
- Defiende valores universales. El trabajo ya no define a los esclavos, como en
la Antigüedad, ni a los no nobles, como en las aristocracias, sino a la humanidad entera.
- Presupone la libertad fundamental de cada uno de los individuos; libertad de
darse una existencia mejor, agrandando sus propiedades y sus riquezas. Defiende la
autonomía del individuo contra todas las sociedades de dependencia que habían aparecido
antes.
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- ¿Cuál es la nueva sociedad que propone? Una que ponga en común lo mínimo
para vivir, ya que su principal deber es garantizar a los miembros el libre ejercicio de sus
actividades privadas y el goce asegurado de lo que han adquirido. Lo demás es cosa de
cada quien: los asociados pueden tener la religión que escojan, sus propias ideas del bien y
del mal, son libres de buscar sus placeres así como sus fines particulares, siempre que
respeten las condiciones del contrato mínimo que los liga a sus conciudadanos. De este
modo, la sociedad burguesa se separa por definición de la idea de bien común. El burgués
es un individuo separado de sus semejantes, encerrado en sus intereses y en sus
bienes. Esta separación y este aislamiento constante lleva a alejarlo cada vez más de los
demás: ¿qué es volverse rico si no volverse más rico que el vecino?
- Esta sociedad burguesa se ve animada por una constante agitación que la
impulsa hacia adelante (es decir la impulsa a la búsqueda de riquezas y de prestigio, e
impulsa a toda la sociedad al “progreso” material). Pero esta agitación hace cada vez más
profundas las contradicciones que lleva de por sí en su existencia como sociedad no
basta que esté formada por hombres poco propensos a interesarse por el bien común, es
necesario que la idea de igualdad-universalidad de los hombres se vea constantemente
negada por la desigualdad de sus propiedades y de las riquezas producidas por la
competencia entre sus miembros. Su movimiento contradice su principio; su dinamismo
su legitimidad. No deja de producir desigualdad (mayor desigualdad material que
ninguna otra sociedad conocida), mientras proclama la igualdad como derecho
imprescriptible del hombre. El burgués debe contentarse con existir en ese
desgarramiento en el que la mitad de sí mismo detesta la otra mitad y donde, para ser
buen ciudadano, debe ser mal burgués, o bien ser mal ciudadano si quiere seguir
siendo verdadero burgués.
- Para la derecha, el burgués es un hombre falso que pretende haberse liberado
de Dios y de la tradición y haberse emancipado de todo pero que es esclavo de sus
intereses; ciudadano del mundo pero egoísta feroz de su patria; orientado hacia el porvenir
de la humanidad pero obsesionado por gozar del presente.
- El socialista coincide con esta opinión de la derecha pero añade que el burgués
es infiel a sus propios principios.
- El burgués era el hombre de la mentira. Lejos de encarnar lo universal, sólo
tiene una obsesión: sus intereses, y sólo un símbolo: el dinero. A través del dinero es el
más odiado: el dinero aglutina contra él los prejuicios de los aristócratas, los celos de los
pobres y el desprecio de los intelectuales; el pasado y el presente, que lo expulsan del
porvenir. Lo que le da su poder sobre la sociedad explica también su debilidad sobre el
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imaginario colectivo (Un rey es infinitamente más grande que su persona, un aristócrata
obtiene su prestigio de un pasado más lejano que él, un socialista predica la lucha por un
mundo que él ya no verá). El rico no es más que eso: rico y nada más. El dinero no es
testimonio de sus virtudes o siquiera de su trabajo. El dinero aparta al burgués de sus
semejantes, sin darle ese mínimo de consideración que le permitiría gobernarlos
apaciblemente. En el momento en que el sentimiento de los gobernados se ha vuelto
explícitamente necesario para gobernar a los hombres, éste es más difícil de lograr.
- Furet cree que la verdadera ambición del burgués es instituir un mercado y no
una ciudadanía: de ahí que sólo represente el lado malo de lo moderno: es el símbolo del
capitalismo, no de la democracia.
El aristócrata no quiere al burgués, anunciador del mundo del dinero y de la confusión
de los rangos. Pero ha visto desplomarse un mundo (el antiguo régimen) y sabe que está
inmerso sin retorno en el mundo burgués: la idea contrarrevolucionaria ofrece un refugio a sus
recuerdos y una literatura a sus nostalgias, pero se guarda bien de convertir esa idea en un
programa de acción. Sometidos, temen a la revolución y por eso la aristocracia del siglo XIX
no es contrarrevolucionaria (por lo que yo entendí ser contrarrevolucionario implica hacer
algo contra la revolución que no te cabe y no quedarte leyendo libritos como hacían los
nobles).
La actitud antiburguesa, cuando es aristocrática, pertenece más a la literatura que a la
política; cuando es socialista más a la historia de las ideas que a la subversión social.
La guerra de 1914 provocó un brusco despertar de la pasión revolucionaria y le ofreció
una formidable renovación. No sólo lleva la poder en Rusia a los bolcheviques, sino que
también en la derecha ofrece un nuevo y vasto campo a la pasión antiburguesa (esto es como
lo más novedoso de la guerra porque la revolución mucho no la aceptaban los de este grupo).
El bolchevismo y el fascismo son hijos de la Primera Guerra Mundial: el partido
bolchevique toma el poder en 1917, gracias a la guerra y Mussolini y Hitler forman sus
partidos en los años posteriores a 1918 como respuesta a la crisis nacional producida por el
resultado del conflicto. La guerra de 1914 cambió toda la vida de Europa: fronteras,
regímenes, disposiciones de ánimo y hasta costumbres. Penetró tan profundamente en la más
brillante de las civilizaciones modernas que no dejó sin transformar ningún elemento.
Constituye el comienzo de su decadencia como centro del poder mundial, al tiempo que
inaugura ese siglo feroz, lleno de la violencia suicida de sus naciones y de sus regímenes.
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La guerra de 1914 marca una formidable ruptura con todo lo anterior y ésta es la
diferencia con la segunda, casi inscrita de antemano en las circunstancias y los regímenes de
la Europa de los años treinta. De la segunda tenemos un cuadro completo de causas y
consecuencias pero la primera sólo existe para nosotros, según Furet, por sus consecuencias.
Para él fue desencadenada por accidente.
Los 2 grandes movimientos de “salen” de la primera guerra son:
1. La revolución proletaria el autor planeta que fue un torrente que quedó
recubierto y con la guerra reaparece a causa de sufrimientos y desilusiones, individuales y
colectivos. El bolchevismo se ve favorecido por su radical oposición a la guerra. Lenin
encuentra a los responsables de la hecatombe: imperialismo, monopolios capitalistas,
burguesía internacional.
La guerra de 1914 acababa de demostrar el tipo de matanzas que puede producir el
espíritu nacional llevado al extremo lleva a una retorno de los pueblo a una idea
universalista. Desde 1918, los acontecimientos en Rusia, casi no son ya acontecimientos
rusos. Lo que se plantea es la revolución bolchevique de la revolución universal.
El golpe de estado triunfante en el país más atrasado, logrado por una secta
comunista dirigida por un jefe audaz, se convierte por la coyuntura en un acontecimiento
modelo, destinado a orientar la historia universal, como ocurrió con la revolución de 1789.
Debido al cansancio general de la guerra y a la cólera de los pueblos vencidos, las
ilusiones que Lenin hace sobre su propia acción son compartidas por millones de personas.
El jefe bolchevique piensa que su victoria no será duradera sin el sostén de otras
revoluciones, comenzando con la de Alemania.
En toda Europa, los militantes revolucionarios creen que él les ofrece un modelo.
Se produce así la primera bolchevización de una parte de la izquierda europea.
La revolución rusa va a retroceder, a rodearse de murallas, a resignarse a vivir
como una isla en el océano capitalista; pero sin abandonar ni un momento su visión
universalista que, por el contrario se convertirá en su principal motivo de seducción. Lo
que tiene de ruso se olvidará ante lo que tiene de universal.
2. Fascismo nace como reacción de lo particular contra lo universal, del
pueblo contra la clase, de lo nacional contra lo internacional. En sus orígenes es
inseparable del comunismo, cuyos objetivos combate, aunque sin dejar de imitar sus
métodos.
El ejemplo clásico es el de Italia: apenas semivictoriosa al salir de la guerra,
frustrada en sus ambiciones nacionales caldo de cultivo del fascismo. Fundador de los
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fasci en marzo de 1919, Mussolini perteneció en efecto al ala revolucionaria del
movimiento socialista, antes de dar su apoyo a la entrada de Italia en la guerra. Esta
decisión le valió entrar en conflicto violento con los líderes bolchevizantes de su antiguo
partido.
Hitler no tiene pasado socialista, pero al ser admirador de Mussolini, se lo atribuye
con el adjetivo de nacionalsocialismo. En el fondo, esta es una alianza paradójica.
Defiende un nacionalismo y un anticapitalismo la asociación de ambos temas tiene
como objetivo poner de relieve la comunidad del pueblo alemán, la nación, que hay que
proteger contra los intereses particulares de los capitalistas y contra los designios nihilistas
del bolchevismo. La innovación de Hitler, en comparación con Mussolini, es el odio a los
judíos, símbolos a la vez de capitalismo y del bolchevismo; potencia cosmopolita
demoníaca. El judaísmo alimenta en Hitler un odio ecuménico que reúne dos fobias
generalmente distintas (y hasta a veces excluyentes): el odio al dinero y el odio al
comunismo. Hacer detestar al mismo tiempo al burgués y al bolchevique a través del
judío: tal es la innovación de Hitler. Así el fascismo reconstruyó con temas renovados la
pasión nacionalista.
El Tratado de Versalles no abrió a Europa las puertas de una historia común
(internacionalismo) y la única puerta de salida internacionalista de la guerra es ocupada desde
1917 por los militantes bolcheviques. Cuando se dispara el último cañonazo la cuestión de
cómo defender la nación frente a la revolución comunista se vuelve más importante que la de
enseñarle a vivir en orden y en paz internacional. La prioridad del bolchevismo crea la
prioridad del antibolchevismo. El fascismo no es más que una de estas formas
antibolchevistas. El fascismo exalta sin medida a la nación traicionada en contra de la
amenaza bolchevique. Cóctel inédito de elementos conocidos, pero empleados en otro
contexto, esta ideología es nueva por yuxtaposición.
Fascismo y bolchevismo
Tienen una dependencia mutua. El fascismo nació como reacción anticomunista. El
comunismo prolongó su atractivo gracias al antifascismo. La guerra los enfrentó pero sólo
después de haberlos asociado. Son enemigos declarados, ya que buscan su recíproca
liquidación; pero también son enemigos cómplices que para enfrentarse necesitan liquidar
antes lo que los separa. El mayor secreto de la complicidad de bolchevismo y fascismo sigue
siendo la existencia de un adversario común: la democracia Su rechazo hacia la democracia
no es el mismo, pero en ambos es igualmente radical.
Ventajas del discurso leninista sobre el fascista reencuentra el sustento de la
filosofía liberal: si bien hubo que derrocar los regímenes que la reivindicaban para cumplir
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sus promesas, la autonomía del individuo está presente en el horizonte del comunismo como
lo estaba en el centro del liberalismo. Gran ventaja porque permite al militante comunista
situar su acción en la sucesión de la historia y considerarse a sí mismo como heredero y
continuador del progreso, mientras que el militante fascista, por el contrario, debe imaginar
que su papel está destinado a quebrantar la sucesión fatal del curso de la historia moderna
hacia la democracia.
La superioridad del marxismo-leninismo se debe a dos cosas:
1) Enarbola en su estandarte el nombre del más poderoso filósofo de la historia; en
materia de demostración de las leyes de la historia Marx es inigualable. Parece revelarles a
todos el secreto del actuar de la historia.
2) Universalismo, que lo emparenta con la familia de las ideas democráticas, con el
sentimiento de igualdad de los hombres como resorte psicológico principal.
El fascismo para quebrantar el individualismo burgués sólo apela a fracciones de
humanidad: la nación o la raza; las cuales por definición excluyen a los que no forman parte
de ellas, y hasta se definen contra ellos. La unidad de la comunidad sólo se rehace basada en
su supuesta superioridad sobre los otros grupos. A quienes no han tenido la suerte de formar
parte de la raza superior o de la nación elegida, el fascismo sólo les propone la resistencia sin
esperanza y la subyugación sin honor. Por el contrario, el bolchevismo, fiel a la inspiración
democrática del marxismo, se fija como objetivo la emancipación del género humano.
Furet se pregunta si Lenin y sus amigos llegan en el momento oportuno, a lo cual
responde negativamente. Esos hombres se hacen del poder del país más atrasado y, por tanto,
el más improbable según la doctrina. No tienen ninguna posibilidad de poner a la vieja Rusia
a la cabeza del progreso humano. Los mencheviques se lo han dicho y también Kautsky, el
augur más grande del marxismo. Al querer violentar el movimiento de la historia sustituyen lo
que Marx había llamado la dictadura del proletariado por un putsch (golpe de estado)
blanquista.
Lenin responde, por un lado, invocando el carácter esencialmente democrático de la
dictadura del Partido Bolchevique, destinada a suprimir el capitalismo, es decir, la dictadura
del dinero. Por otro lado, Lenin dice que la Revolución Bolchevique en Moscú es la primera
de las revoluciones proletarias, otras la seguirán en cadena, demostrando la universalidad del
movimiento.
Stalin sustituirá la idea de universalidad por la idea del socialismo en un solo país. La
revolución francesa siempre vivió desgarrada por si ambición universal y su particularidad
nacional. La Revolución Rusa en sus comienzos creyó haber superado este obstáculo en
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virtud de su carácter proletario y gracias a su difusión a través de Europa. Pero una vez de
vuelta en el interior de las fronteras del antiguo Imperio de los zares, cayó víctima de una
contradicción. Quiso ser más universal que la de 1789, y verdaderamente universal, porque
era proletaria y no burguesa, emancipando a una clase que lo único que podía perder eran sus
cadenas.
Bolchevismo y fascismo predican: una de ellas la patología de lo universal, y la
otra la patología de lo nacional.
Sus efectos se irán agravando al fanatizarse sus partidarios: la prueba del poder
multiplicará sus atrocidades y sus crímenes. Stalin exterminará a millones de hombres en
nombre de la lucho contra la burguesía, y Hitler a millones de judíos en nombre de la pureza
de la raza aria.
En el siglo XIX, la historia reemplaza a Dios en la omnipotencia sobre el destino de
los hombres, pero sólo en el siglo XX se verán las locuras políticas nacidas de esta
sustitución.
La educación o el enriquecimiento no necesariamente producen comportamientos
políticos más racionales. Incluido en la agenda de la democracia, el ingreso de las masas a la
política moderna no se efectúa en la Europa de posguerra mediante la integración a los
partidos democráticos, sino bajo la forma de la novedad revolucionaria.
La revolución es una ruptura del orden común de los días, al mismo tiempo que una
promesa de felicidad colectiva en la historia. Los hombres pueden desprenderse de su pasado
para inventar y construir una sociedad nueva: la revolución es la ilustración de esto, y hasta su
garantía. La revolución es una búsqueda de salvación (así recicla las ambiciones de la religión
mediante la política). Ofrece la oportunidad única de contrarrestar la inclinación de los
individuos a retirarse a los goces privados, y de rehacer a los ciudadanos antiguos en la
libertad moderna.
No hay razón para excluir al fascismo de la idea revolucionaria, por el pretexto de que
combate bajo el estandarte de la nación o de la raza, pues precisamente la originalidad de las
doctrinas fascistas se debió a que se apropiaron del espíritu revolucionario, poniéndolo al
servicio de un proyecto antiuniversalista. El fascismo también sustituye la autoridad divina
por la fuerza de la evolución histórica; tampoco él deja de combatir el presente bajo la
bandera de un porvenir redentor.
Los pueblos europeos que sobrevivieron a los horrores de la guerra entraron en
el siglo XX con la tentación de rehacerse un porvenir; quisieron reinventar su mundo
político con base en las dos grandes figuras de la cultura democrática: lo universal y lo
nacional.