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Rosita: De Cangrejo a Sirena

Este documento narra la historia de Rosita de Acapulco, una criatura marina que llega a una escuela para aprender español con la intención de convertirse en sirena. Rosita es una estudiante muy entusiasta pero también problemática, que interrumpe constantemente la clase con sus preguntas y comentarios. A pesar de las quejas de los otros estudiantes y del profesor, Rosita sigue asistiendo a la clase con la esperanza de mejorar su dicción para poder trabajar como sirena doblando la voz de otras sirenas may
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Rosita: De Cangrejo a Sirena

Este documento narra la historia de Rosita de Acapulco, una criatura marina que llega a una escuela para aprender español con la intención de convertirse en sirena. Rosita es una estudiante muy entusiasta pero también problemática, que interrumpe constantemente la clase con sus preguntas y comentarios. A pesar de las quejas de los otros estudiantes y del profesor, Rosita sigue asistiendo a la clase con la esperanza de mejorar su dicción para poder trabajar como sirena doblando la voz de otras sirenas may
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Al revés

Guadalupe Dueñas

A Fausto Vega

El letrero decía: “NEBRIJA (Elio Antonio de), profesor de literatura.” La recién llegada
confrontó direcciones, alzó sus pequeñas tenazas y llamó.

—¿Aquí enseñan español?

—Sí —respondió Beatriz—, pero a personas. ..

—¡Vamos!, ni que fuera yo del Suplemento... Vengo desde la mar...

—Desde el mar —le espetó con desprecio.

—...y tengo muchas ganas de aprender.

—¿Qué estudios ha hecho? —preguntó el profesor con desesperada transigencia.

La presunta discípula sacó un cuaderno. Flameaba en la cubierta azul marchoso:


“Opera Omnia”— y leyó sin timidez:

—De lo que sucedió a un caballito de mar; Historia de una espada. Parafernalia de Tritón.
Cuando llegó a Crisoelefantina, el dómine mordió su chupa y le dijo que no
continuara:
—Ya quedo enterado de que por lo menos simula leer.

—Es que yo soy la autora...

—Entonces puede que aprenda a escribir. ¿Cuál es su nombre?

—Rosita. Rosita de Acapulco. Me dicen así, aunque en verdad...

—No me importa el nombre que prefiera. Acomódese donde guste.

1
Rosita escogió un pupitre y desenfadada lo adornó con espejos, arena y pedacitos
de concha.

Nosotros rehuíamos su compañía, aunque nos pareciera gracioso su interés por


el aprendizaje y su insistencia en que oyéramos sus composiciones arrastradas por una
voz insegura.

Margarita, resignada, padecía en su hombro la dureza de los garfios de Rosita y


la reiteración sobre sus fantásticas historias del mar: de cómo las ostras van secando su
carne en austeridad continua hasta que su soledad se convierte en una perla, de los
pulpos que nublan la distancia con hemorragias de odio, del sanguinario amor de las
tortugas y de las casas de apartamientos construidas dentro de las ballenas.

Olivia en cambio, altiva y ojiverde, no cejaba en mostrarle desprecio a cambio de


íntimo y rebuscado temor. Yo aconsejaba a Cordelia retratara al bicho, pues era notable
que semejante criatura hiciera lo que hacía; Cordelia apretaba los labios y me hundía en
sus ojos azules.

Decidimos ignorar a Rosita. La supusimos obra de la imaginación, broma


afrentosa del Nebrija; no le hablábamos ni mirábamos siquiera el lugar donde debía
estar; pero nuestra reticencia decaía cuando nos daba tironcillos en las faldas o con
mayor atrevimiento trepaba hasta el regazo y colérica nos pellizcaba, debo decir,
moderadamente.

“Qué apretadas y míseras son las capitalinas”; o bien: “A mis condiscípulas,


catrinas fósiles”, fueron letreros corrientes en el pizarrón.

Una vez tuve que decirle que no fuera insolente y, rebelde, me contestó que su
familia era mejor que la mía, que lo que pasaba era que yo y las obtusas compañeras le
teníamos envidia. Que no se creyeran Beatriz ni Olivia que podían hacerla menos y
enemistarla con Margarita —me lo decía castañeteando sus mandíbulas y con sonido
más tartajoso—:

2
—¡Ya verán si no las quiebro de un mordisco! Y a usted que se anda ahí de boba
y burlándose la voy a dejar más morada que una bugambilia. ¡No soy personaje de sus
cuentos!

Sonora y endemoniada subió a su banca y estuvo leyendo hasta que el sol sacó la
última luz de la biblioteca.

En las clases, la de Acapulco era igualmente intolerable. Preguntona y


marisabidilla no soltaba oportunidad de lucimiento. El profesor tenía que esforzarse
para que el coraje sólo le enrojeciera los ojos. Un día, sin embargo, consiguió Rosita
hacerlo reír, porque matreramente casi le arrancó el calcañar a Olivia. Ésta soltó un
“¡animal!” inconfundible, al que la otra contestó “tenerlo a mucha honra”. Todos la
festejamos y Rosita, oronda, fue a su lugar en seguimiento de su ruido.

Otra vez se trató del género y Rosita alegó que ella no era ninguna mercancía, ni
entendía lo de accidente; que a cada quien su madre sabría como la había echado al
mundo y que no aceptaba lo de épiceno, pues seguro que ella no tenía de eso, que
sencillamente era un congrio.

—¿Un qué?. .. —recalcó el profesor.

—¡ Un congrio!

—¡Puf, hija de español...!

A pesar de las repetidas promesas de no interrumpir más, la lección fué


suspendida, igual como sucedió cuando al finalizar el verbo se mencionó a los
irregulares. Rápida y conmovida Rosita tronó que todo permitía menos ataques a la
religión. “¡No hay más Verbo que el Encarnado y no tolero que se le divida y menos
que se le considere irregular. Esta clase no puede continuar!” Dio tales chillidos que
íbamos por el zaguán, y sus estridentes “herejes, babilonios, ciudadanos del pecado”
sonaban como si los trajéramos en la oreja.

3
Por su predilecta Margarita supimos de su afán por convertirse en sirena. Rosita
de Acapulco había venido al altiplano a graduarse en dicción. “Un cangrejo gusta poco,
mejor es lo otro.”

—¿Se imaginan —la remedó Margarita— el pez espada que huye con su rauda
flecha de zafiros como un cometa del agua, y la extraña flor que ríe con sus once pétalos
caoba, que al sentirse tocados se vuelven blandos y tibios y sus punzones de luto se
dispersan en carcajadas... y el canto, el imán del canto sobre explosivos marineros? Pero
no pronuncio bien, no entono.

El animalejo entonces veía el suave y dúctil oleaje del jardín y con vocecilla
apenas perceptible cantaba:

Por quererte alcanzar, por no tener,

el tiempo es breve y queda la ilusión;

apenas si detengo el corazón

aparte de tu alma y de mi ser.

—¿Por qué no mejor va a una escuela de canto? —aconsejaba Margarita.

-—Pues aquí ¿para qué se estudia?

—Aquí es para los. que quieren escribir.

—Con razón... No, eso ya sé... Lo que quiero es algo mejor pagado y,
francamente, la demanda de sirenas es excitante... No se ría, ¡yo soy muy católica!

-—¿Pero usted podría...?

—¡Vaya que si podré! Usted no entiende de cuando una quiere mejorar... usted
es rica. No le diga nada a esas pesadas —se refería a nosotras—, pero yo sé que me
emplearían. Me figuro que piensa que no tengo ni figura ni tamaño. Eso no importa, lo
que deseo es el doblaje. Hay algunas sirenas que han envejecido, ya no pueden cantar;

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entonces, como no pueden alquilar a otras sirenas porque eso sería tanto como
impedirles su carrera, pues pagan los servicios de quien se los presta... ¡Ahí entro yo!
Imagine, imagine una voz que ensancha el ruido del mar y un pecho furioso donde
resuena implacable, inclemente. ¡Cuánto prestigio para mi casa, cuánto honor para mí!...;
pero usted dice que aquí no enseñan eso...

—No, aquí no. En el Conservatorio.

Margarita inútilmente ponía entre la canción de Rosita y su hombro la debilidad


del cuaderno, pero en sus ojos asustados recorrían las cosas caminos de alivio y de
esperanza. La cangrejo no cesaba de cantar, contaba historias de medusas, de los peces
que se reproducen sin pecado, porque van sin mirar a las hembras, que despiertan a los
huevecillos náufragos como lágrimas; hablaba de la malagua que tiembla en su cristal
maligno; de las estrellas submarinas que están copiando a los astros y de los pescaditos
múltiples que siempre van de la mano con bullicioso plumaje de cobre y ojos
esmeralda...

Rosita fue adonde estaba el profesor.

—Me voy, señor.

—¿Cómo que se va? Cuánto daño han hecho al idioma las repentinas lenguas
que son impulsadas por la galerna de la pasión, más que por el motor del raciocinio. ¿Se
va usted a sí misma? ¡Hágalo, vamos, hágalo!

—Pues en el diccionario aparece como transitivo.

—A ver, a ver... ¡Esta Academia... imperdonable! Así que ¿se va usted?

Como siempre, el profesor cursaba el error. Rosita, para que no pareciera burla,
prefirió mover afirmativamente la cabeza.

5
—La inconstancia, la ausencia de firmeza arruinan las mejores intenciones,
socavan la virtud y demeritan los espíritus. Hace un mes deseaba aprender y, hoy, en
menos de un minuto, seguramente, decidió marcharse.

—Es que yo quiero ser sirena.

—¡Basta de locuras! Llega usted, destartala la clase y ahora sale con esa estúpida
invención...

—Usted no conoce el mar...

—¡Silencio!...

—Ni el sol.

—¡Que se calle. ..!

—Ni la vida. Puede que sepa muchas cosas...

—¡Insolente! Le digo a usted que...

—…tantas, que muchas ha olvidado; pero hay otras que hasta su imaginación
desconoce. (No quiero discursos, ¡cállese!) Profesor, ser sirena, absolutamente sirena,
más que serlo por la carne, es privilegio de las que, como yo, lo somos por elección (qué
idiotez). Usted no entiende, pero también, deseoso de saber, entregó a eso, perdóneme,
los mejores jugos de su espíritu. (¡Bueno, termine usted!) Yo insisto en ser sirena y
pongo mi fuerza (adónde vamos a dar con tales disparates, esto se acaba, ahora se va
usted porque yo la echo) en conseguirlo, ser sirena no es lo que cree usted, ni éstas:
amigo, déjeme que le diga así, la seducción no es asunto de sirenas; los simples mortales
no pueden verlo de otra manera, pero en verdad es sólo amor, sabe, puro y potente
amor, reunión y festejo de lo creado. (¡Cuánta locura!) Un canto de alabanza y quien
nos oye se inflama en nuestro gozo y participa de esta gracia, y desaparece porque
nosotras protegemos su deseo de compañía; pero nadie lo devora ni lo descuartiza. Por
lo contrario, se le trata como a un elegido (¡Fuera, bribona, fuera! Esto es el colmo. Si

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no se marcha la machaco) y nada puede nadie contra nosotras, somos de irrealidad, de
sutileza, de fantasía. Ojalá, pobrecito de usted, alguna, vez nos oiga.

El profesor arrojó su cólera contra el crustáceo; pero sólo dio contra el seco
golpe de la puerta.

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